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Publicación original en https://kure.hypotheses.org/839 Corona I: La sociedad pulsante [Corona I: Die pulsierende Gesellschaft] Por: Dirk Baecker Traducido por: Aldo Mauricio Lara Mendoza El carácter de una sociedad se determina a través de la frecuencia de determinados eventos que ocurren en ella. Inherentemente entre los humanos siempre todo es posible. No obstante, las sociedades difieren en relación a lo que puede alentarse o desalentarse. La sociedad permanece como la misma aunque las frecuencias cambien. En la controversia con el coronavirus la sociedad por lo mismo no se presenta como quieta, sino que ella aumenta la frecuencia de eventos con referencia al sistema de la salud, alienta a la política y a los medios masivos y ella reduce la frecuencia de otros eventos, por ejemplo del tipo económico, educativo y artístico. Los políticos actúan por los medios usuales de las recomendaciones, disposiciones y amenaza de sanciones, los que virólogos y epidemiólogos consideran útiles. Los virólogos determinan al enemigo, al que estamos haciendo frente, y los epidemiólogos calculan escenarios de contagio y propagación, desde los cuales las curvas exponenciales derivan en tasas de duplicación, que con razón experimentan la mayor atención. En consecuencia los sociólogos hacemos frente a dos preguntas. ¿Qué se puede aprender de los actuales eventos sobre nuestra sociedad? y ¿cómo encontrará la sociedad la normalidad de nuevo, la que actual e impresionantemente ella ha dejado atrás? quizá ambas preguntas se puedan reducir a una: ¿de qué se compone la normalidad de la sociedad? Una mirada a la Ley de Protección de Infecciones ya muestra que las medidas actuales y su cumplimiento por parte de la población son únicas, pero que pertenecen a las posibilidades de esta sociedad. El estado de emergencia en el que nos encontramos es un estado normal previsible que se considera posible en cualquier momento, es decir, el estado normal de la lucha necesaria contra una infección, contra la cual (todavía) no hay vacunas disponibles. A este respecto, no hay ninguna razón para aceptar que la sociedad después de la crisis no oscilara de nuevo en los mismos estados y procesos de los que actualmente se ha apartado. Yo hablo de la sociedad, no hablo de las inmensas pérdidas de vidas, almas y negocios que trajo la crisis y que serán grabadas agudamente en la memoria de la sociedad. La crisis del Corona obtendrá su lugar de recuerdo a lado de la lepra, la peste, la viruela, la gripa española, el virus del VIH y el ébola, y por último le recordará que siempre puede ocurrir una enfermedad infecciosa similar otra vez en cualquier momento y tal vez más letal. La crisis actual también tiene el carácter de lección. Entonces ¿cómo podemos describir la normalidad de una sociedad, que lidia con el coronavirus actualmente en diversas partes del mundo de maneras muy distintas y luego como “la misma” sociedad, debe encontrar el camino de regreso al estado que consideramos “normal”? Niklas Luhmann ha hecho la proposición de que la sociedad, cada sociedad, considera la preservación de su límite con los humanos que participan en ella. Nótese: su frontera. La misma sociedad señala un límite, el que le permite ordenar qué, y cómo los humanos, todos nosotros, participemos en ella. Por eso Luhmann radicalizó una noción, que es conocida a partir de la teoría cultural de Bronislaw Malinowsky y la sociología de Talcott Parsons y se basa en el supuesto de que la sociedad realiza la función de asegurar la supervivencia de la humanidad bajo la condición de adaptación al entorno natural, incluyendo la corporalidad de los humanos. Para Luhmann la sociedad realiza esta función de asegurar la supervivencia por sí misma bajo la condición marginal de la existencia humana, la que alimenta sus auto-procesos comunicativos con contribuciones. Se escucha cínico, pero no lo es porque la sociedad tiene que poner a prueba esta función continuamente y sólo puede ponerla a prueba con sus propios medios, con los medios de su auto-observación y porque la condición marginal también es existencial para los otros y para la sociedad con la que estamos familiarizados. Luhmann descarta los supuestos teleológicos de Malinowski y Parsons y no asume otra cosa que una sociedad que se auto observa y monitorea continuamente, que depende de reclutar personal en todas sus áreas. Personal que pueda seguir su ritmo. La sociedad liberal de la modernidad va un paso más allá y reclama, para hacer frente a una sociedad compleja, no sólo requerimientos familiares, laborales, cotidianos, culturales y técnicos sino que también reclama que se observe “críticamente” a la sociedad desde fuera, sin dejarse auto-observar por ella. La sociedad liberal concede a sus individuos la impenetrabilidad e impredecibilidad de sus motivos, intenciones e intereses y construye sobre esto su propia complejidad. De otra forma no funcionaría su democracia, ni su mercado, ni el amor, ni el arte, ni la ciencia. Esta concesión pertenece a uno de los más importantes logros de la modernidad y es críticamente monitoreada en consecuencia. ¿Qué tienen que ver estas aseveraciones con la pregunta sobre la normalidad de una sociedad en estado crítico y más allá? La respuesta ya no es difícil. Gracias a esta marca de límite frente a los humanos, su cuerpo, su conciencia; sí, si se quiere; frente a su destino, la sociedad tiene la habilidad como lo requiera de marcar su frontera de manera distinta. Tenemos que lidiar con una sociedad pulsante, que puede aumentar y revertir, expandir y reducir cada una de sus competencias según lo necesite, en el marco de una constante controversia consigo misma. ¿Cuáles son las competencias? es una cuestión de competencias de la política, del derecho, de la ciencia, de los medios de masas, del arte, de la educación y de la salud. Cada una de estas competencias regulara su forma, la delimitación de su límite frente a los humanos. Política y derecho regulan la violencia de los humanos, la economía sus necesidades, la ciencia su conocimiento, los medios masivos su información, el arte su percepción, la educación su carrera profesional, y la salud su trato con la enfermedad. Según los límites en que emerjan riesgos y peligros, estas competencias pueden regularlos para que aumenten o disminuyan. No estamos experimentando nada más en este momento y, por lo tanto, nada justifica la expectativa de que después de superar la crisis, “todo será diferente”. Pero ¿es tan fácil? después de todo, estás competencias se intercambian entre sí. Compiten entre sí y sacan provecho unas de otras. La sociedad moderna regula el intercambio, en el que da concesiones. Permite que estas competencias o, en el lenguaje de Luhmann, que estos sistemas funcionales se sobrevaloren. Cada una de estas competencias es la opinión equivocada de que la sociedad puede conducir sus límites hacia los humanos, no sólo en caso de emergencia, sino idealmente en su propio funcionamiento. Ideologías particulares están listas para esto. El socialismo espera todo de la política, el neoliberalismo todo de la economía, el cientificismo todo de la ciencia, la ilustración todo de los medios masivos, el esteticismo todo del arte, la pedagogía todo de la educación y por supuesto el healthism todo del sistema de salud. Por lo menos cada sistema está listo para asignar una prioridad, un modelo de función, algo así como una función de cuello de botella. ¡Sin nosotros no va nada! Sólo su mutua indiferencia e ignorancia mantiene la operación colectiva de la sociedad. No obstante esta auto-sobrevaloración conduce de manera condicional a formar una splendid isolation. Luego se observan mutuamente, se critica la competencia del otro como incompetencia, se extiende a sí mismo para compensar la incompetencia ajena y por último, pero no menos importante, se beneficia de las prestaciones mutuamente alcanzadas. Exactamente eso experimentamos en la crisis del Corona. El sistema de salud se pone en marcha con ayuda de la política, predominantemente en el marco del Estado de derecho y muy cerca acompañado de los medios de masas, la ciencia aporta su parte y todos los demás sistemas, de momento sobre todo la economía, la educación y el arte tienen que parar su marcha. Cuando se formula así, que es así como lo hago aquí, es claro que todos los arreglos son reversibles y que cualquier sistema, cualquiera que sea el daño causado por el desmantelamiento, puede ponerse de nuevo en marcha. Del mismo modo es obvio que hay que mantenernos alerta en vista de todas las reacciones exageradas. ¿Por qué cierra la política todas las fronteras, cuando el virus está en todas partes? Todas las competencias involucradas tienen su propia agenda. Al servicio de la sociedad, uno está al mismo tiempo al servicio de uno mismo. ¿Qué sentido tiene distinguir entre los humanos de su propia población y de cada otro país cuando cada uno puede contagiar a cada otro y les ayuda a todos, si todos algún día pueden adquirir inmunidad, sea por sobrevivir a la enfermedad, sea por vacunación, tan pronto como esté disponible? La sociedad no parece reaccionar sólo en el modo de la competencia de sus sistemas funcionales y aquí particularmente en los inputs de su sistema de salud, sino al mismo tiempo y tanto contraria como también complementariamente en el modo de la sociedad de las redes. No menos importante, también pone la mirada en la capacidad limitada de sus hospitales, donde cuenta quién pertenece y quién no. Ella incluye y excluye. La mirada en su propia población dicta atenciones y medidas que apenas tiene en cuenta a la población más allá de sus fronteras nacionales. No por nada se dan recordatorios, de que la política no sólo es un instrumento para la implementación de prescripciones médicas, sino que permanece en vista de su convocatoria colectiva, para definir los objetivos, que pueden lograrse con distintos arreglos, distintos horizontes temporales y distintos efectos colaterales de naturaleza positiva o negativa. Desde el trabajo de Manuel Castells, se ha asumido que el modo de diferenciación de la sociedad en el curso de su “digitalización” ya no son los sistemas funcionales con sus competencias, sino las redes en una pluralidad indeterminada. Se cuenta la distribución en los medios electrónicos. La marca del límite de la sociedad frente a los humanos significa, que la sociedad abandona su premisa de anonimato liberal y que no sólo puede marcar su entorno humano con nombre y dirección, como siempre, sino de manera individualizada. Por así decirlo, la bota está en el otro pie. Era válido para los sistemas funcionales, por lo menos desde la revolución francesa, que para todos tenía que ser accesible que se pudiera participar en la política, la economía, en la ciencia y educación, en el derecho y el arte. Para la sociedad de redes es necesario adquirir un nombre y una reputación en las plataformas digitales para que se otorgue el acceso en organizaciones selectivas, como empresas, escuelas, universidades, pero igualmente para acceder a los hospitales. La sociedad se erige para el caso normal de la inclusión sobre el caso normal de la exclusión. La sociedad invierte el caso normal de inclusión al caso normal de exclusión. Ya no regula su apertura, sino su cerradura. Si esto prevalece, efectivamente estamos tratando con una nueva sociedad después de la crisis. De momento la sociedad demanda toda nuestra atención al drama humano que tiene lugar. Pero no debe olvidarse que la crisis es una prueba de estrés para la sociedad, de que se puede aprobar de una forma u otra.