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EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO

2021, Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia

El físico Alvin Weinberg reconocía en los años 60 que estaban comenzando a darse una serie de problemas en el contexto de la Big Science que trascendían el terreno seguro de la ciencia. Una década más tarde habló explícitamente de trans-science o cuestiones transcientíficas. Dichas cuestiones surgen debido a conflictos que emergen en el curso de interacción entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. A pesar de que son cuestio-nes de hecho y pueden ser enunciadas en lenguaje científico, no pueden ser respondidas por la ciencia: la trascienden. El objeti-vo principal de este trabajo es situar la crisis sanitaria dentro del marco de la transciencia. Complejizar al COVID-19 identificán-dolo como un problema transcientífico permite mostrarlo tal y como es, facilitando de este modo una mejor comprensión del problema. Palabras clave: COVID-19, transciencia, incertidum-bre, ciencia básica, políticas científicas Introducción

Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia Página 54 EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO1 Abraham Hernández Universidad de La Laguna Abstract El físico Alvin Weinberg reconocía en los años 60 que estaban comenzando a darse una serie de problemas en el contexto de la Big Science que trascendían el terreno seguro de la ciencia. Una década más tarde habló explícitamente de trans-science o cuestiones transcientíficas. Dichas cuestiones surgen debido a conflictos que emergen en el curso de interacción entre la ciencia, la tecnología y la sociedad. A pesar de que son cuestiones de hecho y pueden ser enunciadas en lenguaje científico, no pueden ser respondidas por la ciencia: la trascienden. El objetivo principal de este trabajo es situar la crisis sanitaria dentro del marco de la transciencia. Complejizar al COVID-19 identificándolo como un problema transcientífico permite mostrarlo tal y como es, facilitando de este modo una mejor comprensión del problema. Palabras clave: COVID-19, transciencia, incertidumbre, ciencia básica, políticas científicas Introducción El 12 de diciembre de 2019 los sanitarios de Wuhan comienzan a investigar casos de pacientes con neumonía viral. Tres semanas más tarde, todavía en Wuhan, Li Wenliang, un oftalmólogo, alerta de que en su hospital hay pacientes en cuarentena por una nueva enfermedad que presenta un cuadro sintomático semejante al SARS. Al día siguiente, la Comisión Municipal de Salud de Wuhan informa que el posible origen del virus que tenía a 27 pacientes con neumonía viral era el mercado mayorista de mariscos de Huanan. El 5 de enero la OMS informa a la comunidad mundial de la situación que estaba viviendo China. Solo dos días después las autoridades chinas anuncian que han detectado un nuevo coronavirus (COVID-19). El 12 de enero la OMS recibe la secuencia genética del nuevo coronavirus y un informe de su sintomatología y su capacidad infecciosa: en cuestión de un mes se pudo constatar que estábamos ya en los albores de una pandemia. Lo que ha ido ocurriendo después ya es ampliamente conocido2. 1. Trabajo cofinanciado por la Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información de la Consejería de Economía, Industria, Comercio y Conocimiento y por el Fondo Social Europeo (FSE) Programa Operativo Integrado de Canarias 2014-2020, Eje 3 Tema Prioritario 74 (85%). Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación “Personal Perspectives”: Concepts and Applications, FFI2018098254-B100, Ministerio de Economía y Competitividad, Gobierno de España. 2. Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación “Personal Perspectives”: Concepts and Applications, FFI2018-098254-B100, Ministerio de Economía y Competitividad, Gobierno de España. Conforme los hechos iban transcurriendo fue quedando claro que estábamos ante una situación absolutamente extraordinaria, caracterizada por la incertidumbre –sobre todo, desde el punto de vista científico– la desinformación y, lo más preocupante, la falta de un plan estructural global. Ni los evidentes progresos epistémicos respecto del virus, su comportamiento y su impacto, han sido suficientes para una sociedad que siempre ha manifestado un claro desasosiego respecto a lo que se considera una gestión político-sanitaria ambigua e insatisfactoria. De hecho, Fernando Broncano en una entrevista concedida a elDiariio.es a mediados de abril afirmó que esta crisis sanitaria se ha descrito como uno de los mayores fracasos de las políticas científicas de nuestro tiempo. Las demandas de las comunidades científicas respecto de un plan especifico para afrontar temas como el cambio climático o posibles pandemias han sido ignorados por completo por la política. Desde luego, esto no quiere decir que tanto la confianza como el apoyo que la ciencia ha recibido por parte de las sociedades modernas industrializadas haya mermado en absoluto. Todo lo contrario, es evidente que de esta situación sólo se puede salir con ciencia y más ciencia, pero la fisionomía del problema plantea una serie de desafíos que trascienden por completo a la ciencia y exigen la colaboración política activa. Precisamente, es este ámbito, el de la acción política, el que más en entredicho está desde el punto de vista de la percepción social del problema. Este fenómeno, el cual se abre paso ahora en el horizonte de los temas de interés publico y cuya resolución se empieza a concebir dependiente del binomio ciencia/política, lleva tratándose en el ámbito académico al menos desde los años 60. Por aquel entonces, el físico Weinberg ya reconocía que estaban comenzando a darse una serie de problemas en el contexto de la Big Science que trascendían el terreno seguro de la ciencia. Sin embargo, no es hasta 1972 que no se habló explícitamente de trans-science o cuestiones transcientíficas. La característica principal de dichas cuestiones es que no pueden ser resueltas por la ciencia a través de sus métodos tradicionales, a pesar de proceder de la ciencia o de que pueden ser abordadas desde el punto de vista científico. La trans-ciencia o el rebasamiento de los procedimientos ordinarios de la ciencia Con el conflicto bélico de la II Guerra Mundial se inaugura un modelo de interacción entre ciencia y política que tiene como finalidad el desarrollo social y económico de los Estados (Guston, 1994). El apoyo gubernamental otorga a la ciencia un peso específico en el desarrollo de las políticas públicas, introduciéndose así Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia en España Página 55 EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO 1998). Como consecuencia de esta nueva función del conocimiento la ciencia contemporánea vive una situación en la que debe hacer frente a la imposibilidad de predecir correctamente las consecuencias de algunos desarrollos científico-tecnológicos, quedando en entredicho el carácter predictivo de la ciencia y desautorizado su praxis (Jassanoff, 1995). Este tipo de actividades científicas singulares han sido conceptualizadas con términos como “trans-ciencia”, “ciencia reguladora” o “ciencia posnormal”. Alvin M. Weinberg fue un prestigioso físico nuclear, administrador del Laboratorio Nacional Oak Ridge y consejero en asuntos sobre ciencia y energía nuclear durante el mandato de algunos presidentes norteamericanos. En los años siguientes a la II Guerra Mundial se vio envuelto en un debate público sobre los peligros de la energía nuclear. Más concretamente, sobre los peligros de exposición a bajos niveles de radiación. Un debate intelectual pero también público (Weinberg, 1991). La sociedad norteamericana empezaba a reclamar a la ciencia datos objetivos sobre esta cuestión y un plan de acción política en consecuencia. La ciencia, recalcaba Weinberg, no estaba preparada para ofrecer los datos que la sociedad demandaba y mucho menos con la premura que eran requeridos Medir un efecto a niveles extremadamente bajos suele requerir protocolos imposiblemente grandes. Además, por grande que sea el experimento, aunque no se observe ningún efecto, sólo se puede decir que existe una cierta probabilidad de que, de hecho, no haya ningún efecto. Uno nunca puede, con cualquier experimento finito, probar que cualquier factor ambiental es totalmente inofensivo3 La política, por su parte, padecía una situación completamente ambigua, viéndose en la tesitura de tener que tomar decisiones sin el respaldo epistémico necesario. Probablemente, esta problemática fue la primera de este tipo que logró atisbar Weinberg y que años después caracterizaría bajo el término de trans-ciencia. 3. “Measure an effect at extremely low levels usually requires impossibly large protocols. Moreover, no matter how large the experiment, even if no effect is observed, one can still only say there is a certain probability that in fact there is no effect. One can never, with any finite experiment, prove that any environmental factor is totally harmless. This elementary point has unfortunately been lost in much of the public discussion of environmental hazards” (Weinberg, 1972:210) Traducción propia. Aunque más tarde se popularizó el término “problemas transcientíficos”, Weinberg comienza hablando de la existencia de “cuestiones transcientíficas”. Las respuestas a estas preguntas que surgen debido a conflictos que emergen en el curso de interacción entre la ciencia, la tecnología y la sociedad, dependen de la ciencia, pero, según Weinberg, a pesar de que son preguntas de hecho y pueden ser enunciadas en lenguaje científico, no pueden ser respondidas por la ciencia: la trascienden. De este modo, se puede hablar, por tanto, de la existencia de cuestiones respecto de las cuales existe incertidumbre a distintos niveles: práctica, epistemológica y axiológica. Respecto al problema de la exposición a bajos niveles de radiación, la incertidumbre práctica hace referencia a la carencia de medios suficientes y recursos económicos para obtener resultados en el momento que se precisaban, Incluso, de existir los medios para llevar a cabo tales estudios, serían poco prácticos o no concluyentes, ya que este tipo de problemáticas se abordan mediante la extrapolación de experimentos o simulaciones ideales de laboratorio. Los datos obtenidos tienen una clara limitación y solo ofrecen una representación débil o parcial, lo cual significa que existe una clara incertidumbre epistemológica. Además, la evidente interconexión de estos problemas con cuestiones éticas y morales hacen que haya problemas a la hora de establecer juicios de valor, ya que no se habla de certezas sino de lo que es más valioso. En ese sentido, la ciencia no puede aportar nada; aparece en este punto la incertidumbre axiológica. Al comienzo de Science and Trans-science Weinberg explica que la relación entre la ciencia y la política siempre se ha concebido de una forma muy primaria; estableciendo claramente una frontera engañosa entre ambos elementos. Por lo general, se piensa que el rol de la ciencia en la resolución de conflictos que surgen de la interacción entre la ciencia y la sociedad se basa en aportar respuestas a las preguntas políticas. Por ejemplo, la ciencia debería decir si es factible un posible proyecto de viaje a la Luna o si acarreará problemas de salud en la población la construcción de un transporte supersónico. La política debe decidir luego en qué dirección ir. En otras palabras, se concibe generalmente que los medios son aportados por la ciencia y los fines por la política (Weinberg, 1972). Sin embargo, Weinberg considera que esto es una notable simplificación del papel científico que, además, oculta realmente todas las aristas que hay en la relación entre la ciencia y la política. Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia Página 56 EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO Incluso cuando hay respuestas científicas claras a las cuestiones científicas implicadas en un asunto público, los fines y los medios son difícilmente separables. Lo que se considera un fin político o social tiene numerosas repercusiones, cuyo análisis debe ser competencia legítima del científico y cada una de esas repercusiones debe evaluarse también en términos morales y políticos4 Dadas las circunstancias, para este tipo de cuestiones que van más allá de la ciencia parece evidente que el principio motor debe ser concepto el de calidad en detrimento del de verdad. Es decir, la manera optima de garantizar la calidad de las decisiones es someter las cuestiones a la confrontación entre expertos y legos. Por lo general, al menos en Norteamérica, estas cuestiones se abordan, según Weinberg, a través de dos mecanismos, a saber, proceso político ordinario o procedimiento de confrontación. Las cuestiones relativas a la consultoría científica, tipo la viabilidad de un “viaje a la Luna” se llevan a cabo mediante el proceso político ordinario, pero para las cuestiones denominadas trancientíficas se emplea el procedimiento de confrontación. Dicho procedimiento tiene el aspecto de un evento legal o cuasi-legal donde tanto agentes científicos como legos son escuchados por un órgano capacitado que se encarga de tomar decisiones después de sopesar los argumentos en conflicto. Por ejemplo, si una empresa quisiera obtener una licencia para construir un reactor nuclear en Iowa tendría que someterse a este procedimiento. El solicitante debe responder a cuestiones específicas de todo tipo con el fin de determinar si dicho reactor puede funcionar de manera óptima garantizando tanto la salud y la seguridad de sus trabajadores y trabajadoras como la de la sociedad que albergará el edificio. Por su parte, quienes se oponen a la construcción del reactor aparecen como interventores argumentando en su contra. Estos encuentros tienen un funcionamiento jurídico, en el cual existen unos protocolos que tratan de eliminar la retórica política y la demagogia. Jasanoff (1995) entiende que la democratización, aunque en un sentido más amplio, tendría como resultado un enriquecimiento de la calidad del proceso 4. “Even where there are clear scientific answers to the scientific questions involved in a public issue, ends and means are hardly separable. What is thought to be a political or social end turns out to have numerous repercussions. the analysis of which must fall into the legitimate jurisdiction of the scientist, and each of these repercussions must also be assessed in moral and political terms” (Weinberg, 1972, p.209) Traducción propia. y una inclusión de objetividad, ya que las aportaciones de los sujetos externos a la ciencia introducen nuevas perspectivas, problemas y soluciones. Sin embargo, Weinberg tiene algunas dudas sobre cómo influye en la toma de decisiones la clara posición de desventaja respecto a cuestiones técnicas en la que se encuentran los agentes no científicos. No obstante, la duda de Weinberg no es óbice para que asegurase que era “probable que el procedimiento de confrontación se utilice cada vez más en las sociedades modernas y liberales en sus intentos de sopesar los beneficios y los riesgos de la tecnología moderna”5. En la actualidad, aparte de la energía nuclear, existen otros problemas trancientíficos que la ciencia y la política están obligados a gestionar de manera urgente, a saber, los problemas medioambientales globales, las investigaciones en ingeniería genética o la gestión de la salud pública –por ejemplo, la gestión del COVID-19–. En los años sucesivos los rasgos planteados por Weinberg fueron actualizados por historiadores de la ciencia como Brooks (1972), Rukelhaus (1985) o Wagner (1986). Sin embargo, y aunque desde mi punto de vista fue Brooks quien complementa la noción de manera significativa basándose en ciertas aportaciones de Poincaré respecto al comportamiento de los sistemas naturales, fueron los matemáticos Funtowicz y Ravtz y su noción de Post-normal Science, quienes popularizaron realmente el concepto. Su perspectiva, en forma de propuesta metodológica normativa, es mucho más compleja y sofisticada. Lo primero que llama la atención en esta propuesta es la referencia al concepto kuhniano de “ciencia normal”. Lo que tratan de indicar con este término es la existencia de un rebasamiento de la “normalidad” kuhniana en tanto que los ejercicios de resolución de problemas de la “ciencia normal” ya no son apropiados para la solución de nuestros problemas ambientales globales. Además, no proporcionan una base de conocimiento adecuada para las decisiones políticas. (Ravetz, 1999). En esta revisión de las aportaciones precedentes, las cuestiones transcientíficas o problemas transcientíficos, ahora llamados posnormales, son aquellos en los que hay son aquellos en los que hay incertidumbre de tipo epistemológica y ética o cuando lo que se pone en juego en las decisiones refleja propiedades en conflicto 5. “The adversary procedure is likely to be used increasingly in modern, liberal societies in their attempts to weigh the benefits and risks of modern technology” (Weinberg,1972:213) Traducción propia. Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia en España Página 57 EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO entre aquellos que arriesgan algo en el juego (Futowicz, Ravetz, 1993/2000). El método que proponen está pensando para abordar este tipo de problemas, pero insisten en que también puede ser trasladado a la ciencia normal para mejorar la calidad de las investigaciones. El método que proponen6 está pensando para abordar este tipo de problemas, pero insisten en que también puede ser trasladado a la ciencia normal para mejorar la calidad de las investigaciones. Los disturbios en el ambiente natural a gran escala provocados por prácticas industriales y agrícolas modernas, los casos como los de Chernobyl, kwait o Hiroshima son ejemplos claros de cómo funciona el comportamiento de sistemas naturales (la incertidumbre o indeterminación). Estos experimentos difieren de manera sustancial de los experimentos clásicos de la ciencia por que 1) una vez que estos han comenzado no pueden ser detenidos a voluntad, 2) no son aislados en el laboratorio; no son puros y repetibles y 3) para su estudio científico no se cuenta con un equilibrio entre datos experimentales cuantitativos controlados y la teoría matemática; equilibrio que indispensable para las ciencias naturales clásicas (Funtowicz, Ravetz,1993/2000). Siguiendo el diagnostico de Weinberg y compañía, también señalan que los datos necesarios para las decisiones políticas surgen de experimentos de laboratorio débiles y estudios de campo ad hoc, informes anecdóticos, y opiniones de expertos; las principales herramientas teóricas de que se disponen provienen de situaciones y medios de computación no testables. (Funtowicz, Ravetz 1993/2000). Las técnicas que se suelen aplicar en estos casos vienen a menudo de experiencias exitosas en el contexto del laboratorio, pero esto las convierte, precisamente, en inadecuadas en grados diversos. Este hecho es suficiente, según su perspectiva, para denunciar que las decisiones políticas relacionadas con estas problemáticas no pueden continuar basándose en lo que ellos identifican como una “supremacía científica”. La diferencia respecto a las lecturas precedentes estriba en que Funtowicz y Ravetz pretenden romper con la jerarquización relativa al saber; dado que la ciencia en estos casos se ve impedida, ésta queda desautorizada y aparece como un elemento más en un escenario de obligado dialogo entre expertos y legos; reivindican una “comunidad de pares extendida”. Si Weinberg albergaba serias dudas sobre la calidad de la aportación de los agentes no científicos sobre aspectos técnicos, 6. Para una mejor comprensión de la propuesta es recomendable complementar la lectura de La ciencia posnormal (1993) con uncertainty and quality in science for policy (1990). Funtowiciz y Ravetz parecen sugerir que la incertidumbre epistemológica coloca al agente científico al mismo nivel cognoscitivo que el resto, es decir, el conocimiento relevante no es solo científico en este contexto. La pluralidad de las perspectivas y compromisos no niega la competencia especial de gente que reviste el carácter de experto especial; tampoco significa que debe incluirse a algún “lego” de referato. Empero, significa que hay una mezcla y una combinación de destrezas, en parte técnicas y en parte personales, que hace que todos los involucrados en un problema puedan enriquecer la comprensión del conjunto. No hay una línea de demarcación clara que divida el componente “experto” del “lego”, en particular porque cada experto será “lego” al menos respecto de uno de los otros componentes (Funtowicz, Ravetz, 1993/2000:74) En definitiva, esta propuesta normativa actualiza el diagnostico de Weinberg y los historiadores posteriores, pero los autores se separan de estas lecturas tempranas en la medida en que parecen reducir la ciencia a un mero complemento dentro del marco dialógico. Como vimos, Weinberg abre la veda de la democratización de la ciencia debido al déficit cognitivo relativo a las cuestiones transcientíficas, pero dentro de un marco cuasijurídico donde intervienen expertos y legos. En cambio, en la propuesta de ciencia posnormal la ciencia ocupa un lugar testimonial. En ocasiones el tono excesivamente crítico y ambiguo de Funtowicz y Ravetz respecto de la ciencia recuerda a posiciones relativistas o constructivistas en filosofía de la ciencia. Quizás, esta es una de las razones por la cual el éxito que ha tenido esta propuesta se ha reducido al ámbito de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad o la sociología de la ciencia. Sea como fuere, lo interesante para nuestra investigación no son estas desavenencias conceptuales –dignas de analizar en un trabajo más concienzudo–, sino aquello en lo que ambas lecturas coinciden, a saber, que existen una serie de problemas de carácter científico que la ciencia por sí misma no puede resolver sin la colaboración política. La transcientificidad del COVID-19 A la luz de la descripción que se ha planteado sobre las cuestiones transcientíficas o problemas transcientíficos se observa a simple vista que la crisis sanitaria del COVID-19 cumple con los 3 puntos de la incertidumbre: epistemológica, práctica y axiológica. Este hecho hace que –y llevamos meses constatándolo– trascienda el espacio seguro de la ciencia. Esto explica que la situación Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia Página 58 EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO de desasosiego que ha sufrido la sociedad todos estos meses, la cual se ha hecho referencia con anterioridad, se debe, precisamente, a la enorme incertidumbre acaecida. Por ejemplo, y sin entrar en demasiados detalles, respecto a la incertidumbre epistemológica, hay que mencionar tanto la notable limitación de datos y el no consenso científico en algunos temas, como la carencia de modelos predictivos respecto a cómo se comporta el virus y la propia duración de la pandemia. Además, se suma también el asunto de los efectos secundarios de la enfermedad tanto en personas que manifestaron síntomas como en los asintomáticos. La incertidumbre práctica, por su parte, se ha mostrado en la delicada situación de tener que invertir un enorme capital humano y económico en tratar de solucionar de manera urgente, mediante conocimientos limitados, temas como el desarrollo de fármacos o la vacuna, el programa de producción y vacunación de la población, etc. Ni siquiera en este punto, como diría Weinberg, sabremos si todo ese esfuerzo tendrá el éxito esperado. Por lo pronto, todo el trabajo contrarreloj contribuye decisivamente en la calidad de las vacunas; según han manifestado algunos directores de grupos que actualmente trabajan en su desarrollo, la vacuna no será la panacea. Por último, la incertidumbre axiológica tiene que ver, por ejemplo, con temas relativos a los ensayos clínicos con humanos en lo que se conoce como fase II de la investigación, temas relativos a nuestras libertades (confinamiento) o la gestión de los respiradores en las unidades de cuidados intensivo debido a su insuficiencia. Sin embargo, el ejemplo que todos recordamos, y el cual abordaremos a continuación, es el de la famosa dicotomía que cada Estado debía afrontar al principio de la pandemia: garantizar la seguridad y salud de los ciudadanos u optar por la inmunización de grupo (siendo conscientes de que un porcentaje de la población moriría) para salvaguardar la salud y seguridad de la economía. La dificultad de la gestión de esta crisis sanitaria reside en que la transcientificidad del COVID-19 no se asemeja a la que puede haber en problemas como, por ejemplo, los relativos al almacenamiento de residuos nucleares. La gestión de dichos residuos se aborde de manera rápida o no, no tiene un impacto directo en el modo de vida de nuestra sociedad: la vida continua aparentemente en los mismos términos, al menos a corto/medio plazo. Sin embargo, el caso del COVID-19 supone un desafío mucho mayor al estar íntimamente conectado con el modo de vida de las personas, y todo lo que eso conlleva. Por consiguiente, el COVID-19 es susceptible de entenderse en términos de una nueva manifestación de la transcientificidad, donde la crisis se presenta como un desafío sanitario (p1) pero también económico/ social (p2). Independientemente de cómo interpretemos la naturaleza de la relación entre (p1) y (p2), ya sea concibiendo este último como un mero subproducto fruto de la globalización o como la incidencia propia derivada de ciertas particularidades de algunos problemas, el hecho es que la mayoría de los discursos a los que estamos expuestos diariamente sobre el tema tienen que ver con (p2). En otras palabras, solo hay que leer cuatro o cinco artículos de periódicos al azar para darse cuenta de que existe un constante solapamiento progresivo de (p1) en detrimento de (p2). Esta situación pone de manifiesto que un problema transcientífico no siempre es un hecho singular, sino que puede coexistir en el espacio y tiempo con uno o más problemas transcientíficos. Este fenómeno causa un doble shock social, según explicó hace unos meses Naomi Klein. Desde mi punto de vista, y dado que el COVID-19 manifiesta ciertas diferencias respecto de otros problemas transcientíficos, es conveniente abordarlo teniendo en cuenta sus particularidades. Las diferencias interpretativas y explicativas complejizan la situación permitiéndonos entender mejor cada problema, facilitando así la posibilidad de encontrar aplicaciones concretas más satisfactorias en cada caso. El consejo científico y la incidencia de la incertidumbre en las decisiones políticas: el caso británico Como se ha mostrado, los problemas transcientíficos son por tradición -–debido a su naturaleza e importancia-– materia de la ciencia y la política; las dos instituciones deben aunar esfuerzos por solucionar dichos problemas. Este trabajo conjunto se lleva a cabo sobre la base de una clara incertidumbre epistemológica, práctica y axiológica. Sin embargo, la incidencia de la incertidumbre no es el único elemento que influye en la toma de decisiones políticas. Al desacuerdo científico respecto a una determinada cuestión hay que añadir el que puede darse en el transcurso de la dinámica de resolución de problemas, cuando las posibles soluciones expuestas por la ciencia y expertos contravienen en algún sentido los fines políticos. Esta dinámica es a la se refiere Weinberg cuando dice que la ciencia aporta los medios y la política los fines, pero respecto a la validez o legitimidad de dichos fines la ciencia no puede decir nada porque son cuestiones sujetas a criterios morales o estéticos. En ocasiones también puede ocurrir lo contrario; se toman decisiones políticas apresuradamente y luego se busca la evidencia científica que las justifique, como hizo el gobierno de Boris Johnson al principio de la pandemia. En otras palabras, el contexto de la consultoría científica respecto de temas trancientíficos es un terreno áspero y problemático, coyuntural, si se quiere, del cual deben crecer las soluciones, de ahí que no sean todo lo satisfactorias que nos gustarían. Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia en España Página 59 EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO La situación se agrava cuando un problema como el del coronavirus, con sus dos frentes abiertos, (p1) y (p2), exige una intensificación cuantitativa y cualitativa de los medios y estrategias para abordar el problema. Este hecho propicia un menoscabo evidente en la posibilidad de llegar a acuerdos concretos y uniformes sobre qué estrategias implementar, ya que entran en juego valores que pueden hacer, como así está ocurriendo, que la política encuentre problemáticas las medidas que los expertos les trasladan. En ese sentido, la crisis del coronavirus ha dejado múltiples ejemplos de este fenómeno –los cuales deben verse como una oportunidad magnífica para replantear valores y forjar futuras estrategias–. Pero lo más preocupante es que esta crisis ha mostrado la fragilidad y vulnerabilidad de nuestras sociedades: la fragmentación de esfuerzos y recursos trasciende la capacidad de algunos Estados. Por ejemplo, en abril, cuando el virus se cebaba especialmente con Italia y España, y ya estaba llevando al Reino Unido a la misma situación, los Países Bajos implementaron la estrategia de “confinamiento inteligente”. La medida no tardó en ser criticada, ya que los datos posteriores fueron devastadores; en poco tiempo se habían convertido en uno de los países con la mayor tasa de mortalidad. La situación fue tan critica que Alemania cedió un número considerable de sus camas a pacientes del país vecino. A pesar del panorama que ya asolaba a gran parte de Europa, el gobierno de los Países Bajos se decantó por esta medida tratando de amortiguar el impacto social, económico y psicológico del confinamiento. Desde el principio abrazaron la polémica teoría de la inmunidad de grupo a la que inicialmente Reino Unido también se adhirió. Ambos países hicieron explícitos sus fines, sus valores. Lo desconcertante es que tanto los Paisas Bajos como Reino Unido, entre otros, han seguido el consejo científico, lo cual demuestra que la incertidumbre epistemológica es realmente notoria y difícil de manejar. El fracaso de esta estrategia política supuso una duplicación del esfuerzo en aumentar la capacidad hospitalaria y propició el desconcierto en gran parte de su población. En base a un consejo científico completamente diferente, España planteó una estrategia de confinamiento para unos meses mucho más severa. Sin embargo, las medidas posteriores de desescalada del confinamiento no fueron recomendadas por los expertos científicos, los cuales tenían serias dudas sobre si el enorme esfuerzo realizado durante tantas semanas sería en balde debido al imperativo de la reactivación económica y social. Los estudios planteados mostraban lo difícil que iba a ser controlar los rebrotes, los cuales, nos llevarían probablemente a otra etapa crítica de contagio. Desde luego, meses después hemos podido comprobar que dichos estudios planteaban un escenario plausible. Sin embargo, parece complicado abstraerse a la presión que ejerce el discurso económico. Los gobiernos se vieron en la situación incomoda de tener que valorar qué es preferible (incertidumbre axiológica), garantizar la salud y seguridad de sus ciudadanos o la de la economía. A menudo, los argumentos esgrimidos para justificar el favorecimiento de políticas que pueden poner en riesgo la salud pública –como este confinamiento inteligente– han sido, por un lado, la baja tasa de mortalidad mostrada por el coronavirus en algunos estudios iniciales y, por otro lado, una conjetura catastrofista respecto a los posibles escenarios, más dañinos que la propia enfermedad, que la crisis económica y social traería. Pero volvamos al contexto de Reino Unido. El tipo particular de transcientificidad que muestra el coronavirus se ha traducido en una amalgama de decisiones políticas parciales, ambiguas y, en no pocos casos, incluso, contradictorias. Este fenómeno ha sido una constante en países gobernados por partidos populistas; se ha hecho explicito que en este contexto el consejo científico tiene un recorrido limitado, ya no solo por la incertidumbre epistemológica, sino por la actitud de los gobiernos respecto de algunos temas. Richard Horton, director de la revista científica The Lancelot, ha declarado que la gestión del gobierno británico fue un escándalo. El problema, como señala Horton, no es de ahora, sino que viene de lejos. La comunidad científica lleva avisado desde 1994 que había que tomarse en serio la creación de protocolos para casos de pandemias. En 2004, por su parte, el instituto de medicina británico criticó el inmovilismo del gobierno y la actitud con la que este recibió la información científica -–en relación con el SARS y un posible rebrote-–. Su comunicado acaba con una frase de Goethe que resume perfectamente el malestar de la comunidad científica debido a la pasividad o desidia política: “Saber no es suficiente, deben aplicar. Querer no es suficiente, deben actuar”. Ian Boyd, asesor científico desde 2004 hasta 2019 en Reino Unido, llevó a cabo estudios de simulacros para casos de pandemia de gripe que dejaba en torno a los 200.000 mil muertos. Según él, se consiguió muchísimo en esas investigaciones, pero el gobierno no puso en marcha políticas en esa dirección. Boyd señala que el gobierno tiene como primer deber proteger a sus ciudadanos. En ese sentido, Boyd considera que las excusas dejan de ser válidas cuando existen datos suficientes y se conocen los riesgos desde hace años. Pero ha habido ejemplos más mediáticos igualmente desoídos. Quizás los ejemplos más importantes fueron la charla TED de Bill Gates en 2015 y la portada de la revista Time en 2017 con el siguiente titular: “WARNING: we are not ready for the next pandemic”. Este especial de la revista Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia Página 60 EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO Time no solo hizo participe a la población de la preocupación que la comunidad científica sentía, sino que artículos como el de Bryan Walsh sobre la responsabilidad política, lograron definir de manera clara qué rol se le exige a cada institución en estas circunstancias. Una vez más, quedó patente que las estrategias sistémicas a medio/largo plazo planteadas por los expertos en materia de salud pública parecen no encajar con los fines a corto plazo que delinean los programas políticos. La situación de China, Italia y España no afectó a la impopular decisión del grupo de gobierno de Boris Johnson. Esta postura fue ampliamente criticada por lo que suponía, pero, sobre todo, porque el motivo no estaba del todo claro. El director del departamento de enfermedades infecciosas de University of London, Graham Medley, habló a mediados de abril sobre el impacto de la incertidumbre en la toma de decisiones. Medley afirmó que el gobierno de Johnson tuvo que decidir entre dos alternativas diseñadas bajo una carga significativa de especulaciones. Dos gabinetes científicos enfrentados, con datos y propuestas muy distintas para el Gobierno. El equipo de Johnson tuvo que decidir qué hacer a pesar de contar con datos precarios y contradictorios; había una lista de hasta 8 tipos de incertidumbre, según Medley. El filósofo especialista en bioética de University of Oxford, Julian Savulescu, y el filósofo de la medicina del University College London, Erman Sozodogru profundizaron respecto a qué problemáticas había detrás de la gestión británica. Esas dos alternativas, a las que Medley también hizo referencia, fueron planteadas por los expertos al equipo de gobierno de Johnson son, según Savulescu y Sozodogru, mitigar el impacto del COVID-19 o la supresión. Sozodogru explica que ambas pueden ser eficaces, pero no hay una respuesta para determinar cual es la mejor opción. Ambos enfoques tienen distintas consecuencias en las diferentes esferas de la vida y la evaluación de uno y otro depende del impacto, diferente en cada territorio. El gobierno de Reino Unido pretendía con la mitigación mantener las tasas de infección por debajo del umbral que permite que el NHS7 no se colapse. Sin embargo, semanas después de que el equipo de gobierno de Johnson se decantara por esta estrategia, un estudio del Imperial College reveló que la mitigación por sí sola no es suficiente para mantener la tasa de nuevos contagiados a un nivel manejable. El gobierno estimó más importante esta linea debido a que la laxitud de esta estrategia en comparación con la supresión garantiza la estabilidad psicológica de la población y de la economía. Zosodogru 7. Siglas de “National Health Service”, Servicio Nacional de Salud. considera que si Reino Unido hubiera sido inflexible con esa decisión las previsiones estimaban un cuarto de millón de muertes. La clave para entender por qué finalmente se cambia de estrategia no está, según Zosodogru, en el avance cognitivo respecto de la enfermedad, sino en alto coste ético que iba a suponer el enfoque previo. El gobierno británico se ve obligado a optar por la estrategia de la supresión a pesar del alto coste económico/social y la posibilidad de no controlar el contagio si no se mantiene lo suficiente. Esta es la situación prototípica que la incertidumbre de los problemas trancientíficos lleva a los Estados. La incertidumbre epistemológica influyó, por tanto, en la toma de decisiones, pero no es suficiente, como se ha mostrado, para explicar el vaivén de la gestión. Si en general es necesario, en ese sentido, añadir otras variables de corte ético, en el caso particular de Reino Unido hay que tener en cuenta, además, la influencia que ejerce la coyuntura social y política producida por el Brexit. En este contexto de descredito de la investigación y desconcierto de la política, Medley lanza la obligada pregunta que mucha gente se hace. La pertinencia de esta cuestión plasma la naturaleza de la transciencia y el dilema con el que nos confronta: ¿por qué entonces seguir confiando en la ciencia si no nos brinda las soluciones que esperamos? Como ya se expuso, esta situación ha llevado irremediablemente a reflexionar acerca del papel de la democratización de la ciencia. Sin embargo, Medley considera que, a pesar de que con el problema de la fiebre aftosa sí fue productiva la ampliación de los agentes, este tipo de propuestas no son adecuadas para el coronavirus debido a su enorme escala y al alto ritmo que exige su gestión. Digamos que, la propia incertidumbre práctica invalida la posibilidad de implementar la ampliación de los agentes en la resolución del problema. Conclusiones A la luz de lo expuesto, pueden establecerse algunas conclusiones básicas. La primera de ellas es que las especificidades del coronavirus han puesto de manifiesto que la categoría de transcientificidad muestra cierta obsolescencia a la hora explicar con propiedad los nuevos rasgos de algunos problemas. El ejemplo está en que las propuestas más populares dedicadas a abordar estos problemas como, por ejemplo, la post-normal science, revelan una clara inconsistencia entre teoría y praxis en problemas como el COVID-19. Por un lado, señalan que estos problemas están sujetos a una urgencia extraordinaria, pero, por otro lado, insiste en que la mejor manera de paliar la incertidumbre epistemológica Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia en España Página 61 EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO es la ampliación de los praxis en problemas como el COVID19. Por un lado, señalan que estos problemas están sujetos a una urgencia extraordinaria, pero, por otro, insiste en que la mejor manera de paliar la incertidumbre epistemológica es la ampliación de los puntos de vista mas allá de la ciencia en aras de garantizar la calidad de las decisiones. Sin embargo, cuando uno de los rasgos más característicos de estos problemas es la urgencia, radicalizándose con el COVID-19 –como Medley resaltó–, la opción de la ampliación de la “comunidad de pares” no solo es inviable, sino que, además, puede resultar peligrosa. Esta metateoría normativa se vuelve inoperante porque incurre, precisamente, en el mismo error que han criticado de la ciencia normal. En otras palabras, la Post-normal science acaba utilizando la conceptualización estándar de los problemas transcientíficos, con sus pautas de acción propias, como un modelo general que, en mi opinión, muestra una debilidad significativa en casos como el del COVID-19. En ese sentido, sería interesante plantear una reconceptualización de la propia categoría de transciencia, en la cual exista la posibilidad de establecer la incertidumbre epistemológica en grados. Esto permitiría a casos tan específicos y distintos como el del coronavirus salvar el escollo que supone el modelo general de aplicación en casos de transciencia (la extensión de la “comunidad de pares” como estrategia por la resignación ante la incerteza). Un interesante articulo que salió a la luz en marzo8 mostraba las claras deficiencias que hubo en la comunicación científica en relación con las investigaciones sobre temas relacionados directa e indirectamente con el coronavirus. El articulo explica que un porcentaje de la incertidumbre epistemológica podría haber sido evitado tan solo con el mejoramiento del flujo de la información. Esto indica que la incertidumbre epistemológica es susceptible de cambio. El hecho de reconocer que la incertidumbre epistemológica pueda ser expresada en grados y abordada en consecuencia permitiría diseñar una investigación cuyo principio motor no se base solo en asegurar la calidad, sino también la certeza. La otra conclusión está íntimamente ligada con la anterior, ya que parece evidente que la única manera de amortiguar el impacto de la transcientificidad, reduciendo la incertidumbre, es mediante el apoyo a la ciencia básica y la investigación científica en general. la investigación científica porque es allí donde podremos encontrar soluciones. En esa misma dirección ha escrito también el filósofo político John Gray, quien considera que tanto el gobierno británico como el de las otras naciones, están obligados moralmente a apoyar a la ciencia y la tecnología, para así reparar los daños que han dejado décadas de austeridad. Existe un caso perfecto, que contó el físico Anxo Sánchez, para ejemplificar hasta qué punto la estructura de la ciencia básica es fundamental. En los años 60 un grupo de investigación trabajaba en las primeras variantes del coronavirus por mero interés propio. A principios de siglo aparece el SARS y estos investigadores sin pretenderlo se convierten pioneros. Esto demuestra que línea que separa a la ciencia básica de ser algo “inútil” de algo crucial es muy fina. En definitiva, cuando apareció el problema del SARS ya había investigaciones desarrolladas y todo fue menos complejo. Es tan sencillo como estar preparado o no estarlo. Esta tiene que ser la conclusión fundamental de cara a una posible prevención de la transcientificidad. Referencias Brooks, H (1972) Letters to editor. (Science and trans-science), Minerva, 10:48-6 Funtowicz, S, Ravetz, J (2000) La ciencia posnormal, Icaria, Barcelona [V.O. Funtowicz, S. and Ravetz, J (1993) “Science for the postnormal age”, Futures, 31(7): 735-755] Guston, D (1994) The Fragile Contract: University Science and the Federal Government, The MIT Press Jasanoff, S (1995) Science at the Bar, Harvard University Press Nowotny, Scott, H, Gibbons, M (2001) Re-Thinking Science. 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(2020) “El brote de coronavirus (COVID-19) resalta serias deficiencias en la comunicación científica” [Publicado originalmente en el LSE Impact Blog en marzo/2020] [online]. SciELO en Perspectiva, 2020 [viewed 09 December 2020]. Available from: https://blog.scielo.org/es/2020/03/12/el-brote-decoronavirus-covid-19-resalta-serias-deficiencias-en-la-comunicacioncientifica/ Personal investigador en formación Predoctoral FPI/FPU Universidad de La Laguna ahp_unsafe@hotmail.com