Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia
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EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO1
Abraham Hernández
Universidad de La Laguna
Abstract
El físico Alvin Weinberg reconocía en los años 60 que estaban
comenzando a darse una serie de problemas en el contexto de
la Big Science que trascendían el terreno seguro de la ciencia.
Una década más tarde habló explícitamente de trans-science o
cuestiones transcientíficas. Dichas cuestiones surgen debido a
conflictos que emergen en el curso de interacción entre la
ciencia, la tecnología y la sociedad. A pesar de que son cuestiones de hecho y pueden ser enunciadas en lenguaje científico, no
pueden ser respondidas por la ciencia: la trascienden. El objetivo principal de este trabajo es situar la crisis sanitaria dentro del
marco de la transciencia. Complejizar al COVID-19 identificándolo como un problema transcientífico permite mostrarlo tal y
como es, facilitando de este modo una mejor comprensión del
problema.
Palabras clave: COVID-19, transciencia, incertidumbre, ciencia básica, políticas científicas
Introducción
El 12 de diciembre de 2019 los sanitarios de Wuhan
comienzan a investigar casos de pacientes con neumonía viral. Tres semanas más tarde, todavía en Wuhan, Li
Wenliang, un oftalmólogo, alerta de que en su hospital
hay pacientes en cuarentena por una nueva enfermedad
que presenta un cuadro sintomático semejante al SARS.
Al día siguiente, la Comisión Municipal de Salud de
Wuhan informa que el posible origen del virus que tenía a 27 pacientes con neumonía viral era el mercado
mayorista de mariscos de Huanan. El 5 de enero la
OMS informa a la comunidad mundial de la situación
que estaba viviendo China. Solo dos días después las
autoridades chinas anuncian que han detectado un nuevo coronavirus (COVID-19). El 12 de enero la OMS
recibe la secuencia genética del nuevo coronavirus y un
informe de su sintomatología y su capacidad infecciosa:
en cuestión de un mes se pudo constatar que estábamos ya en los albores de una pandemia. Lo que ha ido
ocurriendo después ya es ampliamente conocido2.
1. Trabajo cofinanciado por la Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información de la Consejería de Economía, Industria, Comercio y Conocimiento y por
el Fondo Social Europeo (FSE) Programa Operativo Integrado
de Canarias 2014-2020, Eje 3 Tema Prioritario 74 (85%).
Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación
“Personal Perspectives”: Concepts and Applications, FFI2018098254-B100, Ministerio de Economía y Competitividad, Gobierno de España.
2. Trabajo realizado en el marco del proyecto de investigación “Personal Perspectives”: Concepts and Applications,
FFI2018-098254-B100, Ministerio de Economía y Competitividad, Gobierno de España.
Conforme los hechos iban transcurriendo fue quedando claro que estábamos ante una situación absolutamente extraordinaria, caracterizada por la incertidumbre –sobre todo, desde el punto de vista científico– la
desinformación y, lo más preocupante, la falta de un
plan estructural global. Ni los evidentes progresos epistémicos respecto del virus, su comportamiento y su
impacto, han sido suficientes para una sociedad que
siempre ha manifestado un claro desasosiego respecto
a lo que se considera una gestión político-sanitaria ambigua e insatisfactoria. De hecho, Fernando Broncano
en una entrevista concedida a elDiariio.es a mediados
de abril afirmó que esta crisis sanitaria se ha descrito
como uno de los mayores fracasos de las políticas científicas de nuestro tiempo. Las demandas de las comunidades científicas respecto de un plan especifico para
afrontar temas como el cambio climático o posibles
pandemias han sido ignorados por completo por la política. Desde luego, esto no quiere decir que tanto la
confianza como el apoyo que la ciencia ha recibido por
parte de las sociedades modernas industrializadas haya
mermado en absoluto. Todo lo contrario, es evidente
que de esta situación sólo se puede salir con ciencia y
más ciencia, pero la fisionomía del problema plantea
una serie de desafíos que trascienden por completo a la
ciencia y exigen la colaboración política activa. Precisamente, es este ámbito, el de la acción política, el que
más en entredicho está desde el punto de vista de la
percepción social del problema. Este fenómeno, el cual
se abre paso ahora en el horizonte de los temas de
interés publico y cuya resolución se empieza a concebir
dependiente del binomio ciencia/política, lleva tratándose en el ámbito académico al menos desde los años 60.
Por aquel entonces, el físico Weinberg ya reconocía
que estaban comenzando a darse una serie de problemas en el contexto de la Big Science que trascendían el
terreno seguro de la ciencia. Sin embargo, no es hasta
1972 que no se habló explícitamente de trans-science o
cuestiones transcientíficas. La característica principal de
dichas cuestiones es que no pueden ser resueltas por la
ciencia a través de sus métodos tradicionales, a pesar
de proceder de la ciencia o de que pueden ser abordadas desde el punto de vista científico.
La trans-ciencia o el rebasamiento de los procedimientos ordinarios de la ciencia
Con el conflicto bélico de la II Guerra Mundial se inaugura un modelo de interacción entre ciencia y política
que tiene como finalidad el desarrollo social y económico de los Estados (Guston, 1994). El apoyo gubernamental otorga a la ciencia un peso específico en el
desarrollo de las políticas públicas, introduciéndose así
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1998). Como consecuencia de esta nueva función del
conocimiento la ciencia contemporánea vive una situación en la que debe hacer frente a la imposibilidad de
predecir correctamente las consecuencias de algunos
desarrollos científico-tecnológicos, quedando en entredicho el carácter predictivo de la ciencia y desautorizado su praxis (Jassanoff, 1995). Este tipo de actividades
científicas singulares han sido conceptualizadas con términos como “trans-ciencia”, “ciencia reguladora” o
“ciencia posnormal”.
Alvin M. Weinberg fue un prestigioso físico nuclear,
administrador del Laboratorio Nacional Oak Ridge y
consejero en asuntos sobre ciencia y energía nuclear
durante el mandato de algunos presidentes norteamericanos. En los años siguientes a la II Guerra Mundial se
vio envuelto en un debate público sobre los peligros de
la energía nuclear. Más concretamente, sobre los peligros de exposición a bajos niveles de radiación. Un
debate intelectual pero también público (Weinberg,
1991). La sociedad norteamericana empezaba a reclamar a la ciencia datos objetivos sobre esta cuestión y
un plan de acción política en consecuencia. La ciencia,
recalcaba Weinberg, no estaba preparada para ofrecer
los datos que la sociedad demandaba y mucho menos
con la premura que eran requeridos
Medir un efecto a niveles extremadamente bajos
suele requerir protocolos imposiblemente grandes. Además, por grande que sea el experimento,
aunque no se observe ningún efecto, sólo se puede decir que existe una cierta probabilidad de
que, de hecho, no haya ningún efecto. Uno nunca
puede, con cualquier experimento finito, probar
que cualquier factor ambiental es totalmente
inofensivo3
La política, por su parte, padecía una situación completamente ambigua, viéndose en la tesitura de tener que
tomar decisiones sin el respaldo epistémico necesario.
Probablemente, esta problemática fue la primera de
este tipo que logró atisbar Weinberg y que años después caracterizaría bajo el término de trans-ciencia.
3. “Measure an effect at extremely low levels usually requires
impossibly large protocols. Moreover, no matter how large
the experiment, even if no effect is observed, one can still
only say there is a certain probability that in fact there is no
effect. One can never, with any finite experiment, prove that
any environmental factor is totally harmless. This elementary
point has unfortunately been lost in much of the public discussion of environmental hazards” (Weinberg, 1972:210) Traducción propia.
Aunque más tarde se popularizó el término “problemas
transcientíficos”,
Weinberg
comienza hablando de la existencia de “cuestiones transcientíficas”. Las respuestas a
estas preguntas que surgen
debido a conflictos que emergen en el curso de interacción
entre la ciencia, la tecnología y la sociedad, dependen
de la ciencia, pero, según Weinberg, a pesar de que son
preguntas de hecho y pueden ser enunciadas en lenguaje científico, no pueden ser respondidas por la ciencia:
la trascienden. De este modo, se puede hablar, por
tanto, de la existencia de cuestiones respecto de las cuales existe incertidumbre a distintos niveles: práctica, epistemológica y axiológica. Respecto al problema de la exposición a bajos niveles de radiación, la incertidumbre
práctica hace referencia a la carencia de medios suficientes y recursos económicos para obtener resultados
en el momento que se precisaban, Incluso, de existir los
medios para llevar a cabo tales estudios, serían poco
prácticos o no concluyentes, ya que este tipo de problemáticas se abordan mediante la extrapolación de
experimentos o simulaciones ideales de laboratorio.
Los datos obtenidos tienen una clara limitación y solo
ofrecen una representación débil o parcial, lo cual significa que existe una clara incertidumbre epistemológica.
Además, la evidente interconexión de estos problemas
con cuestiones éticas y morales hacen que haya problemas a la hora de establecer juicios de valor, ya que no
se habla de certezas sino de lo que es más valioso. En
ese sentido, la ciencia no puede aportar nada; aparece
en este punto la incertidumbre axiológica. Al comienzo
de Science and Trans-science Weinberg explica que la
relación entre la ciencia y la política siempre se ha concebido de una forma muy primaria; estableciendo claramente una frontera engañosa entre ambos elementos.
Por lo general, se piensa que el rol de la ciencia en la
resolución de conflictos que surgen de la interacción
entre la ciencia y la sociedad se basa en aportar respuestas a las preguntas políticas. Por ejemplo, la ciencia
debería decir si es factible un posible proyecto de viaje
a la Luna o si acarreará problemas de salud en la población la construcción de un transporte supersónico. La
política debe decidir luego en qué dirección ir. En otras
palabras, se concibe generalmente que los medios son
aportados por la ciencia y los fines por la política
(Weinberg, 1972). Sin embargo, Weinberg considera
que esto es una notable simplificación del papel científico que, además, oculta realmente todas las aristas que
hay en la relación entre la ciencia y la política.
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Incluso cuando hay respuestas científicas claras a
las cuestiones científicas implicadas en un asunto
público, los fines y los medios son difícilmente separables. Lo que se considera un fin político o social tiene numerosas repercusiones, cuyo análisis
debe ser competencia legítima del científico y cada
una de esas repercusiones debe evaluarse también
en términos morales y políticos4
Dadas las circunstancias, para este tipo de cuestiones
que van más allá de la ciencia parece evidente que el
principio motor debe ser concepto el de calidad en
detrimento del de verdad. Es decir, la manera optima de
garantizar la calidad de las decisiones es someter las
cuestiones a la confrontación entre expertos y legos.
Por lo general, al menos en Norteamérica, estas cuestiones se abordan, según Weinberg, a través de dos
mecanismos, a saber, proceso político ordinario o procedimiento de confrontación. Las cuestiones relativas a la
consultoría científica, tipo la viabilidad de un “viaje a la
Luna” se llevan a cabo mediante el proceso político
ordinario, pero para las cuestiones denominadas trancientíficas se emplea el procedimiento de confrontación.
Dicho procedimiento tiene el aspecto de un evento
legal o cuasi-legal donde tanto agentes científicos como
legos son escuchados por un órgano capacitado que se
encarga de tomar decisiones después de sopesar los
argumentos en conflicto. Por ejemplo, si una empresa
quisiera obtener una licencia para construir un reactor
nuclear en Iowa tendría que someterse a este procedimiento. El solicitante debe responder a cuestiones específicas de todo tipo con el fin de determinar si dicho
reactor puede funcionar de manera óptima garantizando tanto la salud y la seguridad de sus trabajadores y
trabajadoras como la de la sociedad que albergará el
edificio. Por su parte, quienes se oponen a la construcción del reactor aparecen como interventores argumentando en su contra. Estos encuentros tienen un
funcionamiento jurídico, en el cual existen unos protocolos que tratan de eliminar la retórica política y la
demagogia. Jasanoff (1995) entiende que la democratización, aunque en un sentido más amplio, tendría como
resultado un enriquecimiento de la calidad del proceso
4. “Even where there are clear scientific answers to the
scientific questions involved in a public issue, ends and means
are hardly separable. What is thought to be a political or
social end turns out to have numerous repercussions. the
analysis of which must fall into the legitimate jurisdiction of
the scientist, and each of these repercussions must also be
assessed in moral and political terms” (Weinberg, 1972,
p.209) Traducción propia.
y una inclusión de objetividad, ya que las aportaciones
de los sujetos externos a la ciencia introducen nuevas
perspectivas, problemas y soluciones. Sin embargo,
Weinberg tiene algunas dudas sobre cómo influye en la
toma de decisiones la clara posición de desventaja respecto a cuestiones técnicas en la que se encuentran los
agentes no científicos. No obstante, la duda de Weinberg no es óbice para que asegurase que era “probable
que el procedimiento de confrontación se utilice cada
vez más en las sociedades modernas y liberales en sus
intentos de sopesar los beneficios y los riesgos de la
tecnología moderna”5. En la actualidad, aparte de la
energía nuclear, existen otros problemas trancientíficos
que la ciencia y la política están obligados a gestionar de
manera urgente, a saber, los problemas medioambientales globales, las investigaciones en ingeniería genética o
la gestión de la salud pública –por ejemplo, la gestión
del COVID-19–.
En los años sucesivos los rasgos planteados por Weinberg fueron actualizados por historiadores de la ciencia
como Brooks (1972), Rukelhaus (1985) o Wagner
(1986). Sin embargo, y aunque desde mi punto de vista
fue Brooks quien complementa la noción de manera
significativa basándose en ciertas aportaciones de Poincaré respecto al comportamiento de los sistemas naturales, fueron los matemáticos Funtowicz y Ravtz y su
noción de Post-normal Science, quienes popularizaron
realmente el concepto. Su perspectiva, en forma de
propuesta metodológica normativa, es mucho más
compleja y sofisticada.
Lo primero que llama la atención en esta propuesta es
la referencia al concepto kuhniano de “ciencia normal”.
Lo que tratan de indicar con este término es la existencia de un rebasamiento de la “normalidad” kuhniana en
tanto que los ejercicios de resolución de problemas de
la “ciencia normal” ya no son apropiados para la solución de nuestros problemas ambientales globales. Además, no proporcionan una base de conocimiento adecuada para las decisiones políticas. (Ravetz, 1999).
En esta revisión de las aportaciones precedentes, las
cuestiones transcientíficas o problemas transcientíficos,
ahora llamados posnormales, son aquellos en los que hay
son aquellos en los que hay incertidumbre de tipo epistemológica y ética o cuando lo que se pone en juego en
las decisiones refleja propiedades en conflicto
5. “The adversary procedure is likely to be used increasingly
in modern, liberal societies in their attempts to weigh the
benefits and risks of modern technology” (Weinberg,1972:213)
Traducción propia.
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entre aquellos que arriesgan algo en el juego (Futowicz,
Ravetz, 1993/2000). El método que proponen está pensando para abordar este tipo de problemas, pero insisten en que también puede ser trasladado a la ciencia
normal para mejorar la calidad de las investigaciones. El
método que proponen6 está pensando para abordar
este tipo de problemas, pero insisten en que también
puede ser trasladado a la ciencia normal para mejorar
la calidad de las investigaciones.
Los disturbios en el ambiente natural a gran escala provocados por prácticas industriales y agrícolas modernas, los casos como los de Chernobyl, kwait o Hiroshima son ejemplos claros de cómo funciona el comportamiento de sistemas naturales (la incertidumbre o indeterminación). Estos experimentos difieren de manera
sustancial de los experimentos clásicos de la ciencia por
que 1) una vez que estos han comenzado no pueden
ser detenidos a voluntad, 2) no son aislados en el laboratorio; no son puros y repetibles y 3) para su estudio
científico no se cuenta con un equilibrio entre datos
experimentales cuantitativos controlados y la teoría
matemática; equilibrio que indispensable para las ciencias naturales clásicas (Funtowicz, Ravetz,1993/2000).
Siguiendo el diagnostico de Weinberg y compañía, también señalan que los datos necesarios para las decisiones políticas surgen de experimentos de laboratorio
débiles y estudios de campo ad hoc, informes anecdóticos, y opiniones de expertos; las principales herramientas teóricas de que se disponen provienen de situaciones y medios de computación no testables. (Funtowicz,
Ravetz 1993/2000). Las técnicas que se suelen aplicar
en estos casos vienen a menudo de experiencias exitosas en el contexto del laboratorio, pero esto las convierte, precisamente, en inadecuadas en grados diversos. Este hecho es suficiente, según su perspectiva, para
denunciar que las decisiones políticas relacionadas con
estas problemáticas no pueden continuar basándose en
lo que ellos identifican como una “supremacía científica”. La diferencia respecto a las lecturas precedentes estriba
en que Funtowicz y Ravetz pretenden romper con la jerarquización relativa al saber; dado que la ciencia en estos casos se ve
impedida, ésta queda desautorizada y aparece como un elemento más en un escenario de obligado dialogo entre expertos
y legos; reivindican una “comunidad de pares extendida”.
Si Weinberg albergaba serias dudas sobre la calidad de la aportación de los agentes no científicos sobre aspectos técnicos,
6. Para una mejor comprensión de la propuesta es recomendable complementar la lectura de La ciencia posnormal (1993)
con uncertainty and quality in science for policy (1990).
Funtowiciz y Ravetz parecen sugerir que la incertidumbre epistemológica coloca al agente científico al mismo
nivel cognoscitivo que el resto, es decir, el conocimiento relevante no es solo científico en este contexto.
La pluralidad de las perspectivas y compromisos no
niega la competencia especial de gente que reviste el
carácter de experto especial; tampoco significa que
debe incluirse a algún “lego” de referato. Empero,
significa que hay una mezcla y una combinación de
destrezas, en parte técnicas y en parte personales,
que hace que todos los involucrados en un problema puedan enriquecer la comprensión del conjunto.
No hay una línea de demarcación clara que divida el
componente “experto” del “lego”, en particular
porque cada experto será “lego” al menos respecto
de uno de los otros componentes (Funtowicz, Ravetz, 1993/2000:74)
En definitiva, esta propuesta normativa actualiza el diagnostico de Weinberg y los historiadores posteriores,
pero los autores se separan de estas lecturas tempranas en la medida en que parecen reducir la ciencia a un
mero complemento dentro del marco dialógico. Como
vimos, Weinberg abre la veda de la democratización de
la ciencia debido al déficit cognitivo relativo a las cuestiones transcientíficas, pero dentro de un marco cuasijurídico donde intervienen expertos y legos. En cambio,
en la propuesta de ciencia posnormal la ciencia ocupa
un lugar testimonial. En ocasiones el tono excesivamente crítico y ambiguo de Funtowicz y Ravetz respecto de
la ciencia recuerda a posiciones relativistas o constructivistas en filosofía de la ciencia. Quizás, esta es una de
las razones por la cual el éxito que ha tenido esta propuesta se ha reducido al ámbito de los estudios de ciencia, tecnología y sociedad o la sociología de la ciencia.
Sea como fuere, lo interesante para nuestra investigación no son estas desavenencias conceptuales –dignas
de analizar en un trabajo más concienzudo–, sino aquello en lo que ambas lecturas coinciden, a saber, que
existen una serie de problemas de carácter científico
que la ciencia por sí misma no puede resolver sin la
colaboración política.
La transcientificidad del COVID-19
A la luz de la descripción que se ha planteado sobre las
cuestiones transcientíficas o problemas transcientíficos
se observa a simple vista que la crisis sanitaria del
COVID-19 cumple con los 3 puntos de la incertidumbre: epistemológica, práctica y axiológica. Este hecho
hace que –y llevamos meses constatándolo– trascienda
el espacio seguro de la ciencia. Esto explica que la situación
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de desasosiego que ha sufrido la sociedad todos estos
meses, la cual se ha hecho referencia con anterioridad,
se debe, precisamente, a la enorme incertidumbre
acaecida. Por ejemplo, y sin entrar en demasiados detalles, respecto a la incertidumbre epistemológica, hay
que mencionar tanto la notable limitación de datos y el
no consenso científico en algunos temas, como la carencia de modelos predictivos respecto a cómo se
comporta el virus y la propia duración de la pandemia.
Además, se suma también el asunto de los efectos secundarios de la enfermedad tanto en personas que manifestaron síntomas como en los asintomáticos. La incertidumbre práctica, por su parte, se ha mostrado en
la delicada situación de tener que invertir un enorme
capital humano y económico en tratar de solucionar de
manera urgente, mediante conocimientos limitados,
temas como el desarrollo de fármacos o la vacuna, el
programa de producción y vacunación de la población,
etc. Ni siquiera en este punto, como diría Weinberg,
sabremos si todo ese esfuerzo tendrá el éxito esperado. Por lo pronto, todo el trabajo contrarreloj contribuye decisivamente en la calidad de las vacunas; según
han manifestado algunos directores de grupos que actualmente trabajan en su desarrollo, la vacuna no será
la panacea. Por último, la incertidumbre axiológica tiene
que ver, por ejemplo, con temas relativos a los ensayos
clínicos con humanos en lo que se conoce como fase II
de la investigación, temas relativos a nuestras libertades
(confinamiento) o la gestión de los respiradores en las
unidades de cuidados intensivo debido a su insuficiencia. Sin embargo, el ejemplo que todos recordamos, y
el cual abordaremos a continuación, es el de la famosa
dicotomía que cada Estado debía afrontar al principio
de la pandemia: garantizar la seguridad y salud de los
ciudadanos u optar por la inmunización de grupo
(siendo conscientes de que un porcentaje de la población moriría) para salvaguardar la salud y seguridad de
la economía.
La dificultad de la gestión de esta crisis sanitaria reside
en que la transcientificidad del COVID-19 no se asemeja a la que puede haber en problemas como, por ejemplo, los relativos al almacenamiento de residuos nucleares. La gestión de dichos residuos se aborde de manera
rápida o no, no tiene un impacto directo en el modo de
vida de nuestra sociedad: la vida continua aparentemente en los mismos términos, al menos a corto/medio
plazo. Sin embargo, el caso del COVID-19 supone un
desafío mucho mayor al estar íntimamente conectado
con el modo de vida de las personas, y todo lo que eso
conlleva. Por consiguiente, el COVID-19 es susceptible
de entenderse en términos de una nueva manifestación
de la transcientificidad, donde la crisis se presenta como un desafío sanitario (p1) pero también económico/
social (p2). Independientemente de cómo interpretemos la naturaleza de la relación entre (p1) y (p2), ya sea
concibiendo este último como un mero subproducto
fruto de la globalización o como la incidencia propia
derivada de ciertas particularidades de algunos problemas, el hecho es que la mayoría de los discursos a los
que estamos expuestos diariamente sobre el tema tienen que ver con (p2). En otras palabras, solo hay que leer
cuatro o cinco artículos de periódicos al azar para darse cuenta
de que existe un constante solapamiento progresivo de (p1) en
detrimento de (p2). Esta situación pone de manifiesto que
un problema transcientífico no siempre es un hecho
singular, sino que puede coexistir en el espacio y tiempo con uno o más problemas transcientíficos. Este fenómeno causa un doble shock social, según explicó hace
unos meses Naomi Klein. Desde mi punto de vista, y
dado que el COVID-19 manifiesta ciertas diferencias
respecto de otros problemas transcientíficos, es conveniente abordarlo teniendo en cuenta sus particularidades. Las diferencias interpretativas y explicativas complejizan la situación permitiéndonos entender mejor
cada problema, facilitando así la posibilidad de encontrar aplicaciones concretas más satisfactorias en cada
caso.
El consejo científico y la incidencia de la incertidumbre
en las decisiones políticas: el caso británico
Como se ha mostrado, los problemas transcientíficos
son por tradición -–debido a su naturaleza e importancia-– materia de la ciencia y la política; las dos instituciones deben aunar esfuerzos por solucionar dichos
problemas. Este trabajo conjunto se lleva a cabo sobre la base
de una clara incertidumbre epistemológica, práctica y axiológica.
Sin embargo, la incidencia de la incertidumbre no es el único
elemento que influye en la toma de decisiones políticas. Al
desacuerdo científico respecto a una determinada cuestión hay
que añadir el que puede darse en el transcurso de la dinámica
de resolución de problemas, cuando las posibles soluciones
expuestas por la ciencia y expertos contravienen en algún sentido los fines políticos. Esta dinámica es a la se refiere
Weinberg cuando dice que la ciencia aporta los medios
y la política los fines, pero respecto a la validez o legitimidad de dichos fines la ciencia no puede decir nada
porque son cuestiones sujetas a criterios morales o
estéticos. En ocasiones también puede ocurrir lo contrario; se toman decisiones políticas apresuradamente y
luego se busca la evidencia científica que las justifique,
como hizo el gobierno de Boris Johnson al principio de
la pandemia. En otras palabras, el contexto de la consultoría
científica respecto de temas trancientíficos es un terreno áspero y problemático, coyuntural, si se quiere, del cual deben crecer las soluciones, de ahí que no sean todo lo satisfactorias
que nos gustarían.
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EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO
La situación se agrava cuando un problema como el del
coronavirus, con sus dos frentes abiertos, (p1) y (p2),
exige una intensificación cuantitativa y cualitativa de los
medios y estrategias para abordar el problema. Este
hecho propicia un menoscabo evidente en la posibilidad
de llegar a acuerdos concretos y uniformes sobre qué
estrategias implementar, ya que entran en juego valores
que pueden hacer, como así está ocurriendo, que la
política encuentre problemáticas las medidas que los
expertos les trasladan. En ese sentido, la crisis del coronavirus ha dejado múltiples ejemplos de este fenómeno –los cuales deben verse como una oportunidad
magnífica para replantear valores y forjar futuras estrategias–. Pero lo más preocupante es que esta crisis ha
mostrado la fragilidad y vulnerabilidad de nuestras sociedades: la fragmentación de esfuerzos y recursos trasciende la capacidad de algunos Estados. Por ejemplo, en
abril, cuando el virus se cebaba especialmente con Italia
y España, y ya estaba llevando al Reino Unido a la misma situación, los Países Bajos implementaron la estrategia de “confinamiento inteligente”. La medida no tardó
en ser criticada, ya que los datos posteriores fueron
devastadores; en poco tiempo se habían convertido en
uno de los países con la mayor tasa de mortalidad. La
situación fue tan critica que Alemania cedió un número
considerable de sus camas a pacientes del país vecino.
A pesar del panorama que ya asolaba a gran parte de
Europa, el gobierno de los Países Bajos se decantó por
esta medida tratando de amortiguar el impacto social,
económico y psicológico del confinamiento. Desde el
principio abrazaron la polémica teoría de la inmunidad
de grupo a la que inicialmente Reino Unido también se
adhirió. Ambos países hicieron explícitos sus fines, sus
valores. Lo desconcertante es que tanto los Paisas
Bajos como Reino Unido, entre otros, han seguido el
consejo científico, lo cual demuestra que la incertidumbre epistemológica es realmente notoria y difícil de
manejar. El fracaso de esta estrategia política supuso
una duplicación del esfuerzo en aumentar la capacidad
hospitalaria y propició el desconcierto en gran parte de
su población. En base a un consejo científico completamente diferente, España planteó una estrategia de confinamiento para unos meses mucho más severa. Sin
embargo, las medidas posteriores de desescalada del
confinamiento no fueron recomendadas por los expertos científicos, los cuales tenían serias dudas sobre si el
enorme esfuerzo realizado durante tantas semanas sería en balde debido al imperativo de la reactivación económica y social. Los estudios planteados mostraban lo
difícil que iba a ser controlar los rebrotes, los cuales,
nos llevarían probablemente a otra etapa crítica de
contagio. Desde luego, meses después hemos podido
comprobar que dichos estudios planteaban un escenario plausible. Sin embargo, parece complicado abstraerse
a la presión que ejerce el discurso económico. Los gobiernos se vieron en la situación incomoda de tener
que valorar qué es preferible (incertidumbre axiológica), garantizar la salud y seguridad de sus ciudadanos o
la de la economía. A menudo, los argumentos esgrimidos para justificar el favorecimiento de políticas que
pueden poner en riesgo la salud pública –como este
confinamiento inteligente– han sido, por un lado, la baja
tasa de mortalidad mostrada por el coronavirus en algunos estudios iniciales y, por otro lado, una conjetura
catastrofista respecto a los posibles escenarios, más
dañinos que la propia enfermedad, que la crisis económica y social traería.
Pero volvamos al contexto de Reino Unido. El tipo particular de transcientificidad que muestra el coronavirus
se ha traducido en una amalgama de decisiones políticas
parciales, ambiguas y, en no pocos casos, incluso, contradictorias. Este fenómeno ha sido una constante en
países gobernados por partidos populistas; se ha hecho
explicito que en este contexto el consejo científico
tiene un recorrido limitado, ya no solo por la incertidumbre epistemológica, sino por la actitud de los gobiernos respecto de algunos temas. Richard Horton,
director de la revista científica The Lancelot, ha declarado que la gestión del gobierno británico fue un escándalo. El problema, como señala Horton, no es de ahora,
sino que viene de lejos. La comunidad científica lleva
avisado desde 1994 que había que tomarse en serio la
creación de protocolos para casos de pandemias. En
2004, por su parte, el instituto de medicina británico
criticó el inmovilismo del gobierno y la actitud con la
que este recibió la información científica -–en relación
con el SARS y un posible rebrote-–. Su comunicado
acaba con una frase de Goethe que resume perfectamente el malestar de la comunidad científica debido a la
pasividad o desidia política: “Saber no es suficiente, deben aplicar. Querer no es suficiente, deben actuar”.
Ian Boyd, asesor científico desde 2004 hasta 2019 en
Reino Unido, llevó a cabo estudios de simulacros para
casos de pandemia de gripe que dejaba en torno a los
200.000 mil muertos. Según él, se consiguió muchísimo
en esas investigaciones, pero el gobierno no puso en
marcha políticas en esa dirección. Boyd señala que el
gobierno tiene como primer deber proteger a sus ciudadanos. En ese sentido, Boyd considera que las excusas dejan de ser válidas cuando existen datos suficientes
y se conocen los riesgos desde hace años. Pero ha habido ejemplos más mediáticos igualmente desoídos. Quizás los ejemplos más importantes fueron la charla TED
de Bill Gates en 2015 y la portada de la revista Time en
2017 con el siguiente titular: “WARNING: we are not
ready for the next pandemic”. Este especial de la revista
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EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO
Time no solo hizo participe a la población de la preocupación que la comunidad científica sentía, sino que artículos como el de Bryan Walsh sobre la responsabilidad política, lograron definir de manera clara qué rol se
le exige a cada institución en estas circunstancias. Una
vez más, quedó patente que las estrategias sistémicas a
medio/largo plazo planteadas por los expertos en materia de salud pública parecen no encajar con los fines a
corto plazo que delinean los programas políticos.
La situación de China, Italia y España no afectó a la impopular decisión del grupo de gobierno de Boris Johnson. Esta postura fue ampliamente criticada por lo que
suponía, pero, sobre todo, porque el motivo no estaba
del todo claro. El director del departamento de enfermedades infecciosas de University of London, Graham
Medley, habló a mediados de abril sobre el impacto de
la incertidumbre en la toma de decisiones. Medley afirmó que el gobierno de Johnson tuvo que decidir entre
dos alternativas diseñadas bajo una carga significativa de
especulaciones. Dos gabinetes científicos enfrentados,
con datos y propuestas muy distintas para el Gobierno.
El equipo de Johnson tuvo que decidir qué hacer a pesar de contar con datos precarios y contradictorios;
había una lista de hasta 8 tipos de incertidumbre, según
Medley. El filósofo especialista en bioética de University
of Oxford, Julian Savulescu, y el filósofo de la medicina
del University College London, Erman Sozodogru profundizaron respecto a qué problemáticas había detrás
de la gestión británica. Esas dos alternativas, a las que
Medley también hizo referencia, fueron planteadas por
los expertos al equipo de gobierno de Johnson son,
según Savulescu y Sozodogru, mitigar el impacto del
COVID-19 o la supresión. Sozodogru explica que ambas
pueden ser eficaces, pero no hay una respuesta para
determinar cual es la mejor opción. Ambos enfoques
tienen distintas consecuencias en las diferentes esferas
de la vida y la evaluación de uno y otro depende del
impacto, diferente en cada territorio. El gobierno de
Reino Unido pretendía con la mitigación mantener las
tasas de infección por debajo del umbral que permite
que el NHS7 no se colapse. Sin embargo, semanas después de que el equipo de gobierno de Johnson se decantara por esta estrategia, un estudio del Imperial College reveló que la mitigación por sí sola no es suficiente para mantener la tasa de nuevos contagiados a un
nivel manejable. El gobierno estimó más importante
esta linea debido a que la laxitud de esta estrategia
en comparación con la supresión garantiza la estabilidad
psicológica de la población y de la economía. Zosodogru
7. Siglas de “National Health Service”, Servicio Nacional de Salud.
considera que si Reino Unido hubiera sido inflexible
con esa decisión las previsiones estimaban un cuarto de
millón de muertes. La clave para entender por qué finalmente se cambia de estrategia no está, según Zosodogru, en el avance cognitivo respecto de la enfermedad, sino en alto coste ético que iba a suponer el enfoque previo. El gobierno británico se ve obligado a optar
por la estrategia de la supresión a pesar del alto coste
económico/social y la posibilidad de no controlar el
contagio si no se mantiene lo suficiente. Esta es la situación prototípica que la incertidumbre de los problemas
trancientíficos lleva a los Estados. La incertidumbre
epistemológica influyó, por tanto, en la toma de decisiones, pero no es suficiente, como se ha mostrado,
para explicar el vaivén de la gestión. Si en general es
necesario, en ese sentido, añadir otras variables de corte ético, en el caso particular de Reino Unido hay que
tener en cuenta, además, la influencia que ejerce la coyuntura social y política producida por el Brexit.
En este contexto de descredito de la investigación y
desconcierto de la política, Medley lanza la obligada
pregunta que mucha gente se hace. La pertinencia de
esta cuestión plasma la naturaleza de la transciencia y el
dilema con el que nos confronta: ¿por qué entonces
seguir confiando en la ciencia si no nos brinda las soluciones que esperamos? Como ya se expuso, esta situación ha llevado irremediablemente a reflexionar acerca
del papel de la democratización de la ciencia. Sin embargo, Medley considera que, a pesar de que con el
problema de la fiebre aftosa sí fue productiva la ampliación de los agentes, este tipo de propuestas no son
adecuadas para el coronavirus debido a su enorme escala y al alto ritmo que exige su gestión. Digamos que,
la propia incertidumbre práctica invalida la posibilidad
de implementar la ampliación de los agentes en la resolución del problema.
Conclusiones
A la luz de lo expuesto, pueden establecerse algunas
conclusiones básicas. La primera de ellas es que las especificidades del coronavirus han puesto de manifiesto
que la categoría de transcientificidad muestra cierta
obsolescencia a la hora explicar con propiedad los nuevos rasgos de algunos problemas. El ejemplo está en
que las propuestas más populares dedicadas a abordar
estos problemas como, por ejemplo, la post-normal
science, revelan una clara inconsistencia entre teoría y
praxis en problemas como el COVID-19. Por un lado,
señalan que estos problemas están sujetos a una urgencia extraordinaria, pero, por otro lado, insiste en que la
mejor manera de paliar la incertidumbre epistemológica
Revista de la Sociedad de Lógica, Metodología y Filosofía de la Ciencia en España
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EL COVID-19, UN PROBLEMA TRANSCIENCTÍFICO
es la ampliación de los praxis en problemas como el COVID19. Por un lado, señalan que estos problemas están sujetos a
una urgencia extraordinaria, pero, por otro, insiste en que la
mejor manera de paliar la incertidumbre epistemológica es la
ampliación de los puntos de vista mas allá de la ciencia en aras
de garantizar la calidad de las decisiones. Sin embargo, cuando
uno de los rasgos más característicos de estos problemas es la
urgencia, radicalizándose con el COVID-19 –como Medley
resaltó–, la opción de la ampliación de la “comunidad de pares”
no solo es inviable, sino que, además, puede resultar peligrosa.
Esta metateoría normativa se vuelve inoperante porque incurre, precisamente, en el mismo error que han criticado de la
ciencia normal. En otras palabras, la Post-normal science acaba
utilizando la conceptualización estándar de los problemas transcientíficos, con sus pautas de acción propias, como un modelo
general que, en mi opinión, muestra una debilidad significativa
en casos como el del COVID-19. En ese sentido, sería interesante plantear una reconceptualización de la propia categoría
de transciencia, en la cual exista la posibilidad de establecer la
incertidumbre epistemológica en grados. Esto permitiría a casos tan específicos y distintos como el del coronavirus salvar el
escollo que supone el modelo general de aplicación en casos de
transciencia (la extensión de la “comunidad de pares” como
estrategia por la resignación ante la incerteza). Un interesante
articulo que salió a la luz en marzo8 mostraba las claras deficiencias que hubo en la comunicación científica en relación con las
investigaciones sobre temas relacionados directa e indirectamente con el coronavirus. El articulo explica que un porcentaje
de la incertidumbre epistemológica podría haber sido evitado
tan solo con el mejoramiento del flujo de la información. Esto
indica que la incertidumbre epistemológica es susceptible de
cambio. El hecho de reconocer que la incertidumbre epistemológica pueda ser expresada en grados y abordada en consecuencia permitiría diseñar una investigación cuyo principio motor no se base solo en asegurar la calidad, sino también la certeza.
La otra conclusión está íntimamente ligada con la anterior, ya
que parece evidente que la única manera de amortiguar el impacto de la transcientificidad, reduciendo la incertidumbre, es
mediante el apoyo a la ciencia básica y la investigación científica
en general.
la investigación científica porque es allí donde podremos encontrar soluciones. En esa misma dirección ha escrito también el
filósofo político John Gray, quien considera que tanto el gobierno británico como el de las otras naciones, están obligados
moralmente a apoyar a la ciencia y la tecnología, para así reparar los daños que han dejado décadas de austeridad. Existe un
caso perfecto, que contó el físico Anxo Sánchez, para ejemplificar hasta qué punto la estructura de la ciencia básica es fundamental. En los años 60 un grupo de investigación trabajaba en
las primeras variantes del coronavirus por mero interés propio.
A principios de siglo aparece el SARS y estos investigadores sin
pretenderlo se convierten pioneros. Esto demuestra que línea
que separa a la ciencia básica de ser algo “inútil” de algo crucial
es muy fina. En definitiva, cuando apareció el problema del
SARS ya había investigaciones desarrolladas y todo fue menos
complejo. Es tan sencillo como estar preparado o no estarlo.
Esta tiene que ser la conclusión fundamental de cara a una posible prevención de la transcientificidad.
Referencias
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Ziman, J (1998) What it is, and what it mean, Cambridge University
Press
Hace unos meses decía en The guardian Savulescu que las políticas no estaban a la altura del problema. Exigía a los Estados la
colaboración global y, sobre todo, el apoyo también colectivo a
Abraham
Hernández
Pérez
8. Lariviére, V., Shu, F. Sugimoto, C. (2020) “El brote de coronavirus
(COVID-19) resalta serias deficiencias en la comunicación científica” [Publicado originalmente en el LSE Impact Blog en marzo/2020]
[online]. SciELO en Perspectiva, 2020 [viewed 09 December 2020].
Available from: https://blog.scielo.org/es/2020/03/12/el-brote-decoronavirus-covid-19-resalta-serias-deficiencias-en-la-comunicacioncientifica/
Personal investigador
en formación
Predoctoral FPI/FPU
Universidad de La Laguna
ahp_unsafe@hotmail.com