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¡POBRE LA CHON! Santiago Argüello ¡POBRE LA CHON! NARRACIÓN DE NICARAGUA Esta colección recupera la tradición de la novela corta en SANTIAGO ARGÜELLO una zona desdibujada en las cartografías literarias de América Latina: la frontera sur de México, Centroamérica y el Caribe Christian Sperling de lengua española. Con la novedad de este corpus, buscamos Presentación propiciar su lectura y estudio, así como el reconocimiento y la diversidad de los vínculos geográficos, históricos, culturales y literarios de estas fronteras, abiertas al diálogo en el tiempo y en el espacio. La novela corta. Una biblioteca virtual www.lanovelacorta.com Novelas en la Frontera equipo editor de la colección UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO La novela corta. Una biblioteca virtual www.lanovelacorta.com Santiago Argüello, ¡Pobre la Chon! Narración de Nicaragua Primera edición digital: 26 de agosto de 2020 D.R. © 2020 Universidad Nacional Autónoma de México Avenida Universidad 3000 Ciudad Universitaria, 04510, alcaldía Coyoacán Ciudad de México Instituto de Investigaciones Filológicas Circuito Mario de la Cueva, s. n. Ciudad Universitaria, 04510, Ciudad de México Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales Ex Sanatorio Rendón Peniche Calle 43 s. n. entre 44 y 46 Col. Industrial, 97150 Mérida, Yucatán, México Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe Avenida Universidad 3000 Torre II de Humanidades piso 3 Ciudad Universitaria, 04510, alcaldía Coyoacán Ciudad de México ISBN: EN TRÁMITE (de la colección) ISBN: EN TRÁMITE Este libro se realizó con apoyo del Proyecto CONACYT CB 255210, coordinado por Gustavo Jiménez Aguirre Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se permite descargar e imprimir esta obra, sin fines de lucro. Hecho en México. ÍNDICE Presentación. Descifrar el cuerpo-presente: la tensa modernidad de ¡Pobre la Chon! Christian Sperling 5 ¡Pobre la Chon! 23 Noticia del texto 43 Santiago Argüello. Trazo biográfico 45 P R E S E N TA C I Ó N Descifrar el cuerpo-presente: la tensa modernidad de ¡Pobre la Chon! Christian Sperling Anatomizar un cadáver y vertebrar una estrofa, ¿quién acertará a hallar oposición en esto? Amado Nervo (1896) “¡Amar, sufrir, morir!” son los tres pilares que sostienen la anécdota aparentemente sencilla sobre María de la Concepción, alias la Chon. A pesar de su brevedad, ¡Pobre la Chon! (1899) logra una considerable complejidad, manifiesta en la concomitancia de elementos antagónicos y en la riqueza de sus recursos estilísticos. Estas coexistencias —patentes, por ejemplo, en su carácter híbrido que acusa tanto elementos naturalistas como modernistas— son emblemáticas de los anhelos de progreso y de las contradicciones sociales que genera la renovación de la literatura latinoamericana de 5 6 PRESENTACIÓN finales del siglo xix. Esta novela corta se inscribe en un horizonte de la historia nicaragüense que, después de la Revolución Liberal (1893), inicia una época caracterizada por su ambicioso sueño de alcanzar la modernidad en los terrenos de la legislación, las instituciones y la infraestructura. Con ¡Pobre la Chon!, Santiago Argüello participa en la construcción de este imaginario a modo de un observador cauto. Entre los aspectos estilísticos particularmente modernos de la novela corta que nos ocupa, destaca una innovación clave para la narrativa de la segunda mitad del siglo xix: el discurso indirecto libre que agiliza el ritmo narrativo y permite oponer, desde la distancia a veces irónica de su narrador en primera persona, las perspectivas e ideologías de los personajes. ¡Pobre la Chon! aprovecha este recurso para construir una sintaxis elíptica veloz: “Llegó la hora de las crudas tristezas. Él le dijo la verdad, claro, sin ambages ni atenuaciones. Aquello no podía seguir. La sociedad, el buen nombre… Sus padres, que le amenazaban con la libre testamentifacción… Había que pensar en el porvenir, ser serios… Sólo iba a ser un paréntesis… Más tarde… Palabras”. Esta novela corta es una muestra de la prosa narrativa temprana del nicaragüense, donde aparecen recursos innovadores que difundió su compatriota Rubén SPERLING 7 Darío, como el frecuente empleo de las frases nominales: “Un golpe en hueco, golpe fúnebre, de macabra tonalidad en aquel silencio tenebroso”. Otras innovaciones expresivas que comparte esta narración con la obra de Darío son la alternancia de las expresiones líricas y del lenguaje cotidiano, así como la prosa que busca expresividad mediante ritmo y rima: “A lo lejos, un perro aullaba. Y ella andaba, andaba, andaba ligera, sobre la húmeda yerba que chalaba”. En ¡Pobre la Chon! coexisten, además, estos rasgos expresivos de la modernidad literaria finisecular con referentes científicos que remiten a debates y hallazgos de las últimas décadas del siglo xix; en particular, a lo largo de la reconstrucción de la historia de vida en el anfiteatro anatómico, destacan los préstamos del campo semántico de la medicina. Poner al descubierto lo que se encuentra por debajo de la historia inscrita en el “pergamino de la piel” de la protagonista implica explorar la anatomía subyacente. La autopsia del cuerpo-historia de María de la Concepción pone en evidencia que su amor pasional se debe a sus irritables “nervios de virgen” y a su “histerismo adolescente”. Luego, su forma de sufrir el duelo por el fallecimiento solitario de su tía no puede ser sino la “epilepsia”. Después, moral y literalmente carga con el mísero perecimiento de su bebé, enloquece y acaba como prostituta, 8 SPERLING PRESENTACIÓN el predilecto objeto de estudio de los higienistas de la época. Finalmente, tuberculosis. La muerte debido a la tisis no sólo es un tópico misógino de cierta literatura decimonónica, la cual desencarnaba a las mujeres —les quitaba su amenazadora corporeidad y presencia física—, sino que también era una enfermedad cuya causa fue científicamente determinada apenas en 1882, gracias al científico Robert Koch. “¡Amar, sufrir, morir!”: histerismo, epilepsia, mortalidad infantil, higienismo, psicopatología y tuberculosis también coexisten con el discurso religioso, cuyo espacio dramático tiene una doble connotación, pues el espectáculo de la necropsia tiene lugar en el viejo hospital de San Juan de Dios, donde los rezos de una hermana de la caridad, a un costado de la plancha, contrapuntean con las burlas morbosas de los estudiantes de medicina. Para entender mejor estas y otras coexistencias aparentemente contradictorias, resulta útil mencionar la idea de la condensación que desarrolla Susana Rotker en La invención de la crónica. En América Latina, la literatura de fin de siglo participa en la construcción del imaginario de lo moderno a modo de un caleidoscopio que condensa tanto la reflexión crítica sobre el debilitamiento de los acervos de la tradición y las certidumbres de antaño, como los avatares del soñado progreso, por 9 ejemplo, invenciones tecnológicas, descubrimientos científicos, nuevas formas de comunicación y de transporte, innovaciones de modas y estilos, nuevas identidades sociales, etcétera. De esta forma, el texto literario como espacio de condensación registra y sondea las tensiones que causa el reemplazamiento de un sistema de valores por otro, sustitución sintomática que subyace a estos procesos de modernización, los cuales los literatos experimentaron con expectativas entusiastas, al tiempo que los sufrieron como desencantamiento y desacralización.1 En lo que toca al aspecto de la desacralización, la obra es elocuente: sirvan como ejemplos el cínico enmascaramiento mocho del que se vale Ricardo para engañar a la tía de María de la Concepción con el fin de seducir a la sobrina, la profanación que lleva a cabo la protagonista —en un estado demencial— en la tumba de su hijo, o la destrucción física y moral del cuerpo de la Chon durante la autopsia. El siguiente hipérbaton subraya la indiferencia que resulta de la racionalidad moderna frente a la vida: “Desnudáronla aquellos hombres impasibles, sin lástima, que fumaban”. Estos actos de profanación son sintomáticos de las nueSusana Rotker, La invención de la crónica, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 31-40. 1 10 PRESENTACIÓN vas condiciones de progreso que precipitan la caída de la protagonista; su historia se vuelve un caso ejemplar que formula una crítica a su presente. También aparece la tensión constitutiva entre modernidad y tradición en la construcción narrativa de la novela corta: por una parte, la autopsia es una metáfora científica de la racionalización de la historia de vida, que así se antoja como estudio de caso. Por otra parte, como contrapunto disonante, ¡Pobre la Chon! se vale del simbolismo religioso que alude a la dimensión espiritual y sagrada de la vida. La condensación también es un aspecto clave para la configuración genérica de la novela corta decimonónica: para evitar cualquier digresión, el espacio y el tiempo se administran rigurosamente con el único objetivo de relatar la historia de la protagonista. Los giros, o vueltas de tuerca, están enlazados mediante el símbolo de la medalla que muestra la efigie de la Virgen de la Concepción y pende de una cinta azul, el color modernista por excelencia, pues alude al anhelo del ideal y del infinito. El símbolo de la medalla, que a modo de encuadre de la historia narrada aparece al principio y al final de la autopsia, conduce a un juego de identidad y diferencia, pues equipara el nombre de pila de la protagonista con la idea “castísima” de la inmaculada concepción, ideal de inocencia subvertido por la accidentada historia de vida. La medalla, una insignia de la SPERLING 11 pureza inicial de la protagonista, es entonces un hito que marca el camino recorrido; es decir, dramatiza la caída que conduce a su expulsión de la sociedad y su muerte simbólica: “Y, de los despojos del ángel, y de los miembros pútridos de la hembra, se levantó el andrajo: ¡la ramera!”. Es justamente en este momento cuando la protagonista se transforma en la Chon. A pesar de este juicio sobre el poder corruptor de la carne, el símbolo de la medalla permite otra lectura, pues alude a la posibilidad de absolución y redención. En dos ocasiones, la medalla figura como hostia, de modo que simboliza la posibilidad de regeneración y reintegración de la protagonista caída, o excomulgada. En otras palabras, el sustrato simbólico católico pone en crisis la explicación racional y científica que estructura el proceso narrativo de la novela corta, la cual culmina al mismo tiempo con el pecaminoso “cuerpo destrozado” y con la posible redención de la protagonista: su última muda de ropa blanca —símbolo de su “inocencia muerta”— queda separada de su carne diseccionada. Es llamativo el valor simbólico del color blanco a lo largo de la novela corta, pues éste no deja lugar a dudas sobre esta posibilidad de restitución redentora que significa la muerte del personaje principal: blanco es el color de la medalla y de la hostia, el de los dedos de la monja que reza por María de la Concep- 12 SPERLING PRESENTACIÓN ción, pero también el color de su inocente niñez —“los tiempos de los trajes blancos”—, así como el color de la última morada: la tumba. El color blanco se constituye así como motivo que recorre el camino de la inocencia inicial, la caída y la redención. Cabe añadir que su “rostro de mártir” en el lecho de muerte refuerza la dimensión religiosa de su historia de vida. De esta forma, la configuración narrativa de ¡Pobre la Chon! integra la tensión constitutiva entre modernidad y tradición, entre ciencia y religión, sin privilegiar claramente ninguna de ellas. La trama se basa en uno de los tópicos frecuentes de la narrativa decimonónica: el deseo femenino que transgrede las convenciones sociales y, de esta forma, permite hacer evidente la hipocresía de la estrecha moral. Los elementos de condena, castigo, expulsión y muerte simbólica (o real) pueden observarse tanto en los incontables casos de adulterios literarios como en los romances que producen hijos naturales. En todos estos casos la mujer representa fuerzas naturales incontrolables que desafían las normas represoras de la civilización. En ¡Pobre la Chon! esta dimensión pasional queda referida como “aquel fogoso instinto erótico que iba ya desbocado, como potro sin freno, ¡con rumbo a la locura!”. Un elemento complementario de este lugar común es el daño que genera la lectura de cierta literatura ro- 13 mántica y sentimental, la cual precipita la ruptura con el estrecho corsé de las convenciones sociales. Todos los elementos anteriormente descritos aparecen integrados en lo que hemos llamado espacio de condensación. Éste adquiere más complejidad por la presencia de un narrador en primera persona y el enmarcamiento de la novela corta. Para contextualizar ambos aspectos, cabe retomar otra idea de La invención de la crónica que concibe el subjetivismo en la literatura de fin de siglo como eje que organiza el espacio de condensación. Desde la perspectiva subjetivista, este espacio genera “una representación única que de por sí conjuga varias cadenas asociativas”;2 sin embargo, nunca propone una síntesis que suprima las diferencias, sino que yuxtapone de manera dinámica campos semánticos diversos e incluso opuestos,3 como ya hemos observado en los ejemplos de la medicina y de la religión. En ¡Pobre la Chon!, el narrador en primera persona construye este espacio de condensación subjetivo, pues narra la historia no sólo porque tiene “muchas ganas” de hacerlo, sino porque “casi” se trata de “una obsesión” suya, lo cual quizá es un tenue eco de los narradores en primera persona que a finales del siglo xix 2 3 Susana Rotker, La invención de la crónica, ed. cit., p. 51. Ibid., p. 53. 14 SPERLING PRESENTACIÓN quedan conmovidos por los hechos que presencian con cierto sentimentalismo “una escena tan triste, tan triste y tan intensa”. La narrativa de Guy de Maupassant es particularmente rica en ese tipo de narradores cuya integridad psíquica queda incluso afectada por experiencias límites con pacientes en hospitales psiquiátricos. ¡Pobre la Chon!, en lugar de dramatizar a tal grado la subjetividad de la instancia narrativa, apuesta por complementar la dimensión médica y religiosa introduciendo un tercer punto de vista: el narrador se presenta como estudiante de derecho, y durante la autopsia manifiesta claramente su disgusto por el comportamiento indisciplinado e irreverente de los estudiantes de medicina, “aquellos carniceros en cierne, amigos míos todos”. Quizá la desazón que al narrador le causa el comportamiento de los futuros galenos también se debe a sus poses donjuanescas y sus bromas lascivas sobre el cuerpo que se encuentra en la plancha; por cierto, se trata de actitudes que también aparecen como reprobables en la historia narrada, de forma que ésta se refleja en el marco narrativo. Lo que sucede entonces en el encuadre narrativo que introduce al narrador y describe la preparación de la autopsia en el anfiteatro, es la dramatización de la mirada. Recordemos: la voz latina teatrum, el “lugar de representación”, se deriva etimológicamente de la voz 15 griega θεᾶσθαι (theâsthai) que significa “mirar o contemplar”. El narrador de ¡Pobre la Chon! observa y juzga las reacciones del público, al tiempo que nos proporciona su versión de la historia, basada en el conocimiento personal de las circunstancias vivenciales de la protagonista. Así, las distintas miradas que reposan sobre el cadáver consignan diferentes maneras de interpretar una historia de vida. Divergiendo de la observación distante, racional y científica que construye un estudio de caso patológico, la posición del narrador remite —también por su papel como testigo que vio la historia “horriblemente trágica”— a la dimensión axiológica y a la cuestión de la justicia del caso expuesto. Este tercer posible nivel de lectura de la novela corta es una clara muestra de su carácter moderno: su apertura de sentido confronta diversos tipos de racionalidad —ciencia, religión, derecho— y permite que un lector activo saque sus propias conclusiones. ¡Pobre la Chon! es una especie de caleidoscopio que condensa diversos aspectos de la cultura literaria de la segunda mitad del siglo xix. Si bien existen muy pocos estudios serios sobre las relaciones entre esta novela corta y las obras de otros autores,4 su trama y estraApenas el último párrafo del siguiente artículo menciona, a modo de resumen, la novela corta: Jorge Luis Camacho, “El cirujano y la enferma: la representación de la mujer en 4 16 SPERLING PRESENTACIÓN tegias de representación se aclaran tomando en cuenta una contextualización más amplia. Por ejemplo, la idea de la vivisección del alma fue muy discutida en ese momento prepsicoanalítico; es decir, la modulación del carácter de los personajes literarios. Históricamente, nos encontramos en un umbral donde las explicaciones racionales y científicas resultan insatisfactorias frente a la complejidad de la vida psíquica, misma que explora la creación literaria a finales del siglo xix. De este modo, la literatura se aventura en un terreno que se formalizará con la fundación de la psicología moderna. Por otro lado, un neurólogo aún desconocido, Sigmund Freud, apunta en 1895 que sus estudios de casos se leen como novelas cortas.5 Literatura y medicina convergen en un campo donde exploran la conciencia y el inconsciente.6 En el ámbito de la cultura literaria modernista, Amado Nervo describe sus impresiones ante una aula literatura modernista”, Revista Canadiense de Estudios Hispánicos, vol. 26, núm. 1-2, pp. 351-360, otoño-invierno de 2001-2002. 5 Stavros Mentzos, “Einleitung”, Sigmund Freud, Studien über Hysterie, Fráncfort, Fischer, 1971, p. 9. 6 Christian Sperling, “La medicina mental en la novela corta hispana: El caso de Amado Nervo”, Asclepio, vol. LXIII, núm. 1, enero-junio de 2011, pp. 65-88. 17 topsia que, con el propósito de la “documentación literaria”, llevó a cabo su amigo Antenor Lescano: Antenor sonreía: ha visto tantas vísceras, que si éstas revelaran los abismos de la conciencia habría que discernirle, además de los títulos de médico y de poeta, el de psicólogo, que ni los más sonados novelistas han logrado merecer en toda su latitud ya que un Bourget, por ejemplo, no hace otra cosa que poner faldas a su espíritu y presentárnoslo luego con el nombre de una condesa X.7 Esta crónica de 1896 comenta los alcances de la modulación psicológica en los personajes del muy exitoso novelista francés Paul Bourget, al tiempo que critica la metáfora de la autopsia, misma que vertebra la trama de ¡Pobre la Chon!. En otras palabras, ya en los últimos lustros del siglo xix, pierde vigencia la alusión a la necropsia que pretende dar cuenta de las motivaciones íntimas de un personaje. Cabe añadir que la disección de un cuerpo surge de la escuela naturalista, cuya idea de la narrativa como experimento se deriva, en parte, de los principios del médico francés Claude Bernard. Amado Nervo, “Crónicas en ‘La Semana’ ”, Obras completas, vol. 1, Madrid, Aguilar, 1991, p. 799. 7 18 SPERLING PRESENTACIÓN La presencia de elementos científicos en la creación literaria condujo a una exacerbación del realismo que le restó validez a la representación idealizada de la belleza femenina, hecho que encuentra su verificativo, incluso, en un autor tan distante del naturalismo como Rubén Darío, quien escribe en el poema extenso “Ecce Homo”: ¿Ya tenemos el filoso escalpelo? Pues a la operación; manos a la obra. Caiga esa cabellera, esa carne, esa piel ¿qué hay? —Calavera—. Se hunde en el seno la chuchilla ruda y se miran los músculos y arterias, y todo, y todo, y la verdad desnuda mostrando sus miserias…8 En otros textos de Darío, autor sumamente apreciado por Santiago Argüello, se encuentran reflexiones sobre la introspección, como el siguiente fragmento de un “Nocturno”: Oigo el zumbido de mi sangre, dentro de mi cráneo pasa una suave tormenta. Rubén Darío, Poesía: libros poéticos completos y antología de la obra dispersa, México, Fondo de Cultura Económica, 2018, p. 76. 19 ¡Insomnio! No poder dormir, y sin embargo, soñar. Ser la auto-pieza de disección espiritual, ¡el auto-Hamlet!9 Sirva la cita anterior para caracterizar la hibridez con la cual las letras latinoamericanas conciben la introspección y la psicología en los últimos lustros del siglo xix. A pesar de la sorprendente modernidad del lenguaje que remite a la autobservación, la metáfora de la disección espiritual remite a la medicina experimental y la introspección sigue el modelo romántico de reflejar el estado de ánimo en un elemento del paisaje exterior o mediante el desdoblamiento simbolizado en los fantasmas del pasado que nos persiguen. Así, el zumbido equivale a una tormenta; a Hamlet lo visita su propio yo. De este modo, aparece de nuevo la posibilidad de pensar la literatura como lugar de condensación, un espacio híbrido configurado a partir de la subjetividad del yo. Esta autobservación también acontece en el narrador de ¡Pobre la Chon! La historia narrada suscita frecuentes comentarios sobre su estado de ánimo que provoca el sufrimiento ajeno. El narrador marca así no solamente una diferencia con respecto a sus compañeros que asisten a la autopsia, sino que la recapitulación 8 Rubén Darío, Poesía: libros poéticos completos y antología de la obra dispersa, México, ed. cit., pp. 343-344. 9 20 PRESENTACIÓN de la historia de vida ajena posibilita reflejarse a sí mismo en la historia narrada: ¡Qué bien recuerdo todo! Ya, cuando el rapto, los muchachos del barrio nos habíamos contado la cosa ab ore ad aurem, con toda la sal y pimienta del hallazgo, derretidos de gusto. Teníamos noticias día por día acerca de la vida y milagros de los dos fugitivos. Eran nuestros héroes. Admirábamos el donjuanismo de él y los románticos ardores de ella. Los veíamos circundados por el halo de las santificaciones. Nuestro Romeo y Julieta. Nos asomábamos —¡los niños son muy crueles!— por las rendijas de la puerta, para ver sollozando a la vieja abandonada. Los chicos son lo mismo que los cuervos. Nosotros clavábamos los picos dentro de aquella tortura, para gozar sorbiendo las piltrafas. Vimos cómo la tía cogió cama; nos bebimos sus ansias; sorbimos sus postreras demacraciones. Aquella casa mortuoria era, para todos nosotros, más alegre que el circo. “Clavar los picos” o “hundir el escalpelo”, en ambos casos se trata de una curiosidad lacerante que choca con la sensibilidad actual del narrador. El presente desde donde el narrador lee la historia en el “pergamino de la piel” de la “víctima” es el momento en que se consuma SPERLING 21 un proceso de maduración o incluso de conversión. El narrador toma distancia de su forma de ver a los amantes fugitivos como héroes cuya pasión desafiaba las convenciones sociales. Al mismo tiempo, existe cierto remordimiento por haber gozado morbosamente del espectáculo de la miseria, vivido durante los últimos días de la tía de la protagonista. Este sentimentalismo de la instancia narrativa explica que pueden coexistir, en aparente contradicción, “muchas ganas” de contar una historia “horriblemente trágica”. Tematizar explícitamente esta instancia subjetiva es otra evidencia de la modernidad de ¡Pobre la Chon!, cuyo proceso narrativo cumple entonces la función de una especie de confesión o autobservación para el narrador: “Es un recorte del libro de mis recuerdos; y al silabearlo mi alma, siente que dentro del castillo se despierta y vuela una bandada de dormidas palomas”. En la literatura latinoamericana de esos últimos años del siglo xix, la anatomización de un cadáver no pudo haberse acercado más al estudio de la vida anímica, como lo demuestra la novela corta de Santiago Argüello. SPERLING 23 ¡POBRE LA CHON! N o sé por qué voy a contaros esto, sin que tenga nada de particular. Lo corriente, lo de todos los días, lo que a cada rato os pasa por los ojos, sin que paréis mientes en ello. Pero tengo ganas de contarlo. Hace días que tengo muchas ganas. Casi una obsesión. Es un recorte del libro de mis recuerdos; y al silabearlo mi alma, siente que dentro del castillo se despierta y vuela una bandada de dormidas palomas. Tal vez sea por eso. En el viejo hospital de San Juan de Dios, sentados en las gradas del atrio, algunos estudiantes de medicina charlaban y reían. Habíanse levantado al filo del alba, y esperaban al maestro, al cirujano que debía dirigir la autopsia. Estaban contentos. Hablaban todos a un tiempo, del baile próximo, de mujeres, de los cursos ganados, entre bromas y risas, en un revoloteo de frases desbordantes. —¡Chist!… ¡Chist!… —¿Quieres que te acompañe, madrecita?… 25 26 ¡POBRE LA CHON! Una chica que pasaba. Risas, risas, risas… Y chistes y más chistes, y a propósito confidenciales; y de vez en cuando el zumbido de avispa de una frase lasciva. Yo estudiaba derecho. ¡Pero aquellos carniceros en cierne, amigos míos todos, me instaron tantas veces!… Y, como su víctima era mi conocida de muchos años, y la curiosidad espoleaba tesonera los ijares de mi adolescencia, opté por ser testigo de una escena tan triste, tan triste y tan intensa que, en muchas noches de vigilia, sentí pegada a mi retina la fantástica visión de las carnes laceradas, girando en una ronda macabra sobre un rictus de suprema amargura. En el centro de aquel salón desaliñado y pobre, un cuerpo de mujer extendido. Los brazos desnudos, con las protuberancias ceñidas por el pergamino de la piel, iban a enlazar sobre el tórax los dedos descarnados y secos. Cuando el grupo de estudiantes venía por los claustros, llenando el aire con la sonoridad de sus risas, en el salón de la muerta se congelaba el silencio. Sólo una hermana de la caridad, sentada a la vera del cuerpo, poníase de vez en cuando a deslizar un rezo entre sus ARGÜELLO 27 labios, siseando muy quedo, mientras le hacía coro el monótono vuelo de un insecto. Entre los dedos finos y blancos de la religiosa iban, lentas, pasando las cuentas del rosario; y bajo la corneta, cuyas alas movidas por el viento deslizábanle sombras en el rostro, los ojos de la hermana dulces y azules, fijos en el cadáver interrogaban. Desnudáronla aquellos hombres impasibles, sin lástima, que fumaban. De pronto, risas. Había aparecido bajo la camisa un pecho flácido y rugoso. —¡Mira, Antonio, un biberón!… Eran bromas de estudiante. Bromas ante un cadáver desnudo de mujer. —¡Toma esa prenda! ¡Para tu relicario! Otro estudiante mostraba al compañero un mechón retorcido de cabellos. ¡Pobre la Chon!… Su historia es sencilla, pero triste. Sencilla, como todas; y como todas, triste. ¡Amar, sufrir, morir! Nada de complicaciones. Y como único anhelo, la dicha sexual: su hombre y su hijo. Ignoro quiénes fueron sus padres, la conocí ya hembra, viviendo frente a mi casa con su tía, una solterona ya entrada en años, muy buena, muy simple, rezadora 28 ¡POBRE LA CHON! y misógama. Entonces, la Chon no se llamaba de ese modo. Su nombre de bautismo fue María de la Concepción: un nombre escogido por la tía Jesús, en memoria de la castísima madre del Crucificado. Pero todos la llamábamos María, a secas. Siempre que yo andaba jugando por la calle, con otros chicos, veíala acodada sobre el alféizar de la ventana con una cinta violeta ciñendo el pelo rubio y ondulante y una rosa prendida en el corpiño. Se estaba así horas muertas viendo pasar a los transeúntes. ¡Oh, cara de inocencia! ¡Cara de dicha eterna! ¡Quien la veía entonces, si hoy la viera!… La tía Jesús no hallaba en qué baldaquino colocar a la chica. La había criado ella, la viejecita, y a nadie más que a ella le costaba. ¡Había bregado tanto con la miseria para nutrir de savia a aquel adorado retoñito!… ¡Cómo se relamía los labios! ¡Cómo se le hacía agua la boca, recordando y contando las gracias pretéritas de su ángel!… ¡De cómo daban gusto las ondulaciones de sus carnecitas sonrosadas; cuáles eran los mohines de señorita remilgada cuando un señor vecino le pedía un beso! ¡En qué forma se hundían los hoyuelos en la concha redonda de la barba, cual si le hicieran con la punta del dedo una suave presión los serafines!… ¡Y el parecido con el batir de alas de un insecto preso, cuando la tía la llamaba sonriendo! ¡Y aquellos ojitos deliciosos ARGÜELLO 29 que, después de las lágrimas, hacían brillar una sonrisa de aurora en la suave humedad de las pupilas!… Cuando la primera comunión, fue para la casa un gran día. Viajes preliminares al templo, en donde un cura viejo y asmático enseñaba a los niños la doctrina, un cura persuasivo que hacia brillar su elocuencia con todo el esplendor de sus lugares comunes. Y, cada día, un traje nuevo. Y las amiguitas la llamaban la rica, a causa de eso; y se quedaban señalándola, boquiabiertas y embobadas de envidia, cuando ella, sintiéndose atisbada, salía pavoneándose. ¡La rica!… ¡Y la pobre tía a quien aquellos cintajos costaban sudores y trasudores!… ¡Sólo Dios lo sabía! Cuando María volvió con el Señor en el pecho, no cabía de gozo. Al llegar a su casa, una sorpresa de la tía: una medalla de plata con la efigie de Nuestra Señora de la Concepción; la madre de Aquél que acababa de bajar hasta ella por manos del venerable párroco; ¡la Virgen, cuyo nombre llevaba!… La medalla pendía de una cintita azul, color de cielo. Años andando, llegó el día de hacer bajar el zagalejo. Había que cubrir formas núbiles. Quince años: ¡nueva vida! María cambió de carácter. Se tornó imperiosa. Cayó en sus ojos velo extático. Y, a veces, al volver de indecisas lejanías, posábanse en la tierra sus pupilas; y 30 ¡POBRE LA CHON! en la flor entreabierta de su boca temblaban sutilmente las alas de una risa enigmática. ¡Y la tía Jesús… lo que su niña quisiera! —Su capricho es mi ley —decía. Se doblegaba, dócil, tal un junco en el viento. Así, cuando a María le supo a mieles cierta frase al oído susurrada, y sintió como un algo de extraña trepidación en el pecho, y una inquietud nerviosa, y un esperar con ansia las horas vespertinas, la pobre anciana, misógama y todo, cedió, tácitamente, sin esfuerzo casi, laxa de voluntad contra la chica. Un día, al verla con el ceño nublado, llegó hasta darle bromas, sólo por tenerla contenta. Es verdad que eran bromas pudibundas, sobrentendidas, que apenas dejaban entrever el rostro bajo la transparencia del velo. El novio era un calavera. Así lo decían todos. Pero la niña lo quería. Dios le cambiaría el carácter, dispondría las cosas de otro modo, y todo saldría a medida del deseo. ¿Qué era, además, muy pobre y sin carrera?… ¿Y bien?… Para eso estaba ella, si doblada de años, con ánimo bien fuerte todavía para seguir liando sus tabacos, y ganar dinero. Una tarde: —Tía, vendrá esta noche Ricardo. —Bien, hijita, que venga. ARGÜELLO 31 Llegó Ricardo. Estuvo muy comedido. Habló de la “corrupción de las costumbres”, de la “falta absoluta de celo religioso”, de la necesidad de una reforma política “en el sentido de apoyo incondicional a nuestro clero”; ponderó su entusiasmo por las dotes oratorias exhibidas por el padre Cipriano en el último sermón de las hijas de María; habló de prestar su concurso personal en el festejo próximo de las matronas de la Recolección… Y a la viejecita cayéndosele la baba de puro contenta. ¡Si era un espléndido muchacho! ¡Qué gente! ¡Cómo se despellejan hasta las más bien cimentadas reputaciones! Y así las otras noches. Doña Jesús hacía cigarros, apelotonada en su butaca, a la luz de un candil que despedía un humo negro y retorcido; y, enrollando, enrollando, un laxante sopor la iba invadiendo; y cerraba lentamente los párpados la buena anciana, con el sueño de un niño a quien la madre durmiera en las rodillas, en una trepidación arrulladora. Y, a medida que el tiempo andaba, María de la Concepción enloquecía. Para ella, el mundo era nonada. Él lo era todo. ¡Ebria ya de amor, sus labios insaciados pedían siempre más! Queríalo con toda su alma, con todos sus sentidos, con todo su histerismo adolescente. ¡Más!… ¡Más!… Así decía en todo, hasta en el silencio. ¡Más, en la sangrienta lava de sus labios; más, en la húmeda nostalgia de sus ojos; más, siempre más, en la rítmica seda 32 ¡POBRE LA CHON! de su frase!… Y él, ¡el bárbaro!, ¡que excitaba aquellos nervios de virgen, aquel fogoso instinto erótico que iba ya desbocado, como potro sin freno, ¡con rumbo a la locura! ¡Llevábale, el infame, unos libros!… Primero, idílicos y sentimentales: Pablo y Virginia, Graciela, Rafael. Después… Ayer, La señorita de Maupin; hoy, Para leer en el baño. ¿Y mañana?… ¡Quién sabe! Era afán serpentino de emborrachar el ave con los ojos hipnóticos. Quería trastornarla llevándole en las hojas del libro el vértigo de las alcobas. ¡Oh, libros galeotos! ¡Oh, pobre arte, sutilmente vicioso, cómo truecas a veces, divino proxeneta, tu inmaculada harina en hechicero polvo de cantáridas!… ¿Y doña Jesús?… Muy buena, muy santa, incapaz de una sospecha pecaminosa, seguía liando cigarros a la luz del candil, arrellanada en su butaca de cuero. Y, cuando el sueño le apretaba los ojos, se dormía dulcemente bajo el zumbar de la frase susurrada que pasaba sobre ella silabeando delirios. El gato de la casa, endrino y grande, venía del oscuro aposento, cauteloso, sin ruido; pasaba las pezuñas por el hocico, y se tendía en un asiento, fijando en los novios sus ojos fosforescentes, que brillaban. Un hervor de puchero salía de su pecho, y se dormía también. Quedaban solos. ¡Y, entre la perfidia de él, y la incauta y nívea adolescencia de ella, la sexualidad hirviente, la erupción del instinto, la lava del beso!… ARGÜELLO 33 ¡Aridez en las bocas; húmeda reverberación en las pupilas; vértigo en las cabezas; sombra, profunda sombra en el abismo! Después… después… (Cuentan que una viejecita se sentaba a la puerta. Y era una viejecita de muchos años, de pupilas escrutadoras que todo lo ven y que relucen, mal trajeada, y con una lengüecita roja, aguda y muy inquieta. Se sentaba, abría los ojos desmesuradamente, y se marchaba. A veces, decía: “Una limosna, hijos míos, para la murmuración”). Un domingo: —¿Sabes, Ricardo?… Estoy… Ya lo esperaban. Se convino la fuga. Eso iba a ser nueva fuente de delicias. No era cosa de apurarse por ello. La unión completa, la caricia libre, el soñado cuartito, los dos solos, lejos de aquellos ronquidos de la anciana que les echaban a perder sus encantos ¡Y, más tarde, otro lazo, el hijo de ambos, la fusión de sus almas en unas carnecitas hechiceras!… Cuando volvieron, Ricardo y María, traían un niño de tres meses. La tía acababa de morir. ¿De qué?… De nada. De soledad, de abandono. Su ancianidad vivía del calorcito del cariño, y, cuando éste la hubo abandonado, se estremeció de frío, y fue muriendo, lenta, tristemente, bajo la escarcha de la ausencia. 34 ¡POBRE LA CHON! ¡Qué bien recuerdo todo! Ya, cuando el rapto, los muchachos del barrio nos habíamos contado la cosa ab ore ad aurem, con toda la sal y pimienta del hallazgo, derretidos de gusto. Teníamos noticias día por día acerca de la vida y milagros de los dos fugitivos. Eran nuestros héroes. Admirábamos el donjuanismo de él y los románticos ardores de ella. Los veíamos circundados por el halo de las santificaciones. Nuestro Romeo y Julieta. Nos asomábamos —¡los niños son muy crueles!— por las rendijas de la puerta, para ver sollozando a la vieja abandonada. Los chicos son lo mismo que los cuervos. Nosotros clavábamos los picos dentro de aquella tortura, para gozar sorbiendo las piltrafas. Vimos cómo la tía cogió cama; nos bebimos sus ansias; sorbimos sus postreras demacraciones. Aquella casa mortuoria era, para todos nosotros, más alegre que el circo. Cuando se llevaron el cuerpo, una vecina piadosa puso un poco de orden en todo, cerró la puerta de la calle por fuera, y se llevó la llave. Y nada más, hasta el retorno de la pródiga. María entró en la casa. En aquellos cuartos solos, olientes a humedad y a clausura, resonaban sus pasos con oquedades fúnebres. En la sala mucho polvo; y, sobre el piso, las ráfagas hacían deslizar rítmicamente ARGÜELLO 35 la sombra de una cortina de luto. Y, en el triste aposento donde murió la anciana, arrollado a un pilarillo del camastro, pendía un escapulario, el inseparable de doña Jesús, el que María besó tantas veces en tiempos idos —¡Dios mío, qué lejanos!—… al acostarse después de cada “buenas noches”. María se echó sobre el camastro sin poder reprimirse, sacudida de sollozos, en una epilepsia de tortura. Antes, registrando el cofre tachonado de clavos amarillos, había hallado, en el fondo la medalla pendiente de la cintita azul color de cielo, la medalla blanca como una hostia y con la efigie de la Virgen Santísima. Se la puso alrededor del cuello, y huyó. Llegó la hora de las crudas tristezas. Él le dijo la verdad, claro, sin ambages ni atenuaciones. Aquello no podía seguir. La sociedad, el buen nombre… Sus padres, que le amenazaban con la libre testamentifacción… Había que pensar en el porvenir, ser serios… Sólo iba a ser un paréntesis… Más tarde… Palabras. María vio entonces el abismo, y tembló. ¿Qué sería de su hijo?… Iría como Agar, a la ventura. Y, frente a ella, el desierto: ¡la miseria! ¡Y ni siquiera el báculo de la esperanza! ¡Ni siquiera el aliento del cariño! Tuvo sus días claros. Dio con otro arrimo: una parienta lejana, que la recogía, en cambio de ayudarla en 36 ¡POBRE LA CHON! las fatigas domésticas. Servicio por servicio. Casi una fámula. Pero, al menos, las apariencias… Allí aprendió el trabajo y conoció la fatiga. Con todo, se sentía tranquila por su hijo. ¡El otro, el infame, el corruptor, ni un saludo!, ¡tendría otro cuartito y haría florecer nuevos besos sobre otros labios encendidos de amor! Entonces cogía al chiquitín, y lo besaba, lo besaba, deshecha en llanto sobre aquel retoño suyo, suyo, de nadie más que suyo… Y sin embargo, se lo quitaron. ¿Quién?… La de siempre; la muerte. Y se fue también el hijo, el consuelo, la única rosa que quedaba en aquella corona de martirio. También tocome verla esa vez. Su nuevo albergue era vecino del primero, y, por lo tanto, del mío. Yo la vi medio loca, gritando despavorida, horriblemente trágica, con los despojos yertos del pequeño en los brazos, corriendo por los patios. —¡No… no… no me lo arrebaten!… ¡Es mío!… ¡mi hijo!… ¡mi Eduardito!… ¡Es mío, mío, mío!… Y cayó al suelo desplomada. El chico, ya amarillo y rígido, quedó, al caer la madre, a un lado suyo, en el suelo. Después, cuando ella volvió en sí, no la dejaban verlo más. ¿Cómo?… ¿No verlo ya?… ¡Imposible! ¡Si ya no haría más locuras!… ¡Si sólo quería estar acompañándolo… por última vez!… ARGÜELLO 37 —¡No sean ingratos!… Era imposible con ella. La dejaron. Y, a la vera del cuerpo: —¡Eduardito… lindo!… Veme… ¡soy yo, tu madre!… ¡ingrato!… Pasábale la mano descarnada y áspera, ¡aquella linda mano!, por la frentecita helada, con ánimo de calentársela; le enjugaba los labios, en los que aparecía a cada instante una frágil insinuación de espuma; le rizaba el cabello rubio pálido… De repente, sus ojos vagos e inquietos, ojos de orate, se quedaban fijos en el muerto, paralizados. ¡Y luego, el grito, el horrendo grito profundo que sale de adentro y que desgarra! Las últimas rosas del crepúsculo estaban ya deshojándose en la sombra. En esa hora, dijérase que un gran sollozo se diluía en el ambiente mudo de aquel triste, solo y vasto cementerio. Las cruces, medio inclinadas, tornábanse aún más melancólicas bajo la opacidad de aquellas últimas horas penumbrales, y, sobre las abiertas alas de un ángel, que iba a tender su vuelo con rumbo al infinito azul, se posaba sobre el mármol del álula, plumaje de oro pálido, un rayo de la luz expirante. El sepulturero silbaba recogiendo sus bártulos, junto a un poco de tierra removida. Algo distante de las tumbas, a la entrada una casita blanca, de tejas rojas: la morada del guarda. 38 ¡POBRE LA CHON! El sepulturero pasaba por la casita roja. —Hasta otro día. —Adiós, Pedro. ¿Sigue cayendo, no?… —Así, así… Y desapareció. En el portal, topó con una mujer que entraba. Iba ligero. Habló con el guarda. Que ella era la madre del muertecito de aquel día; que sólo deseaba ver el sitio… nada más que ver el sitio. Un consuelo de madre. El guarda, apiadado, la condujo. Pero, como un instante después sonaba el ángelus: —Vamos, señora, siento mucho… hay que cerrar… Es ya muy tarde… María siguió yendo cotidianamente. Una noche cerráronse las puertas del camposanto, y ella quedó dentro. Había logrado sobornar al guarda… Media noche era por filo, y la silueta oscura de María se veía avanzar entre las tumbas como un girón más negro de la apiñada sombra, espantosa y siniestra. Había llovido. La Luna se levantaba, una Luna enferma, y, sobre las tapias del camposanto, apenas se diseñaba un disco pálido, como asomándose. A lo lejos, un perro aullaba. Y ella andaba, andaba, andaba ligera, sobre la húmeda yerba que chalaba; y, al pasar por los baches, hundíanse sus pies, y hacían chapotear el agua en el silencio. En una de las torres estaba graznando ARGÜELLO 39 una lechuza, y ni aproximarse María, el pájaro emprendió la fuga y, en vuelo claudicante, se fue perdiendo en la tiniebla. Cerca de la fosa nueva, un hombre. Empezaron la faena. —¡Pronto, pronto!… ¡que ya la criaturita debía estar muriéndose de frío!… Y, el cabello alborotado, los ojos ávidos, ¡ella, María, la mimada de antes!, púsose a sacar terrones, ayudando al hombre que cavaba. —¡Ay!… El hierro había dado en la madera. Un golpe en hueco, golpe fúnebre, de macabra tonalidad en aquel silencio tenebroso. —¡Ay!… Después, callada y anhelante, iba María tras un hombre encorvado bajo un baúl a cuestas. La Luna había subido ya bastante; y en el sombrío firmamento, entre el desgarro de una nube, medio asomaba el rostro, como una mueca lívida entre dos cortinajes enlutados. La luz ictérica del astro se escurría en el hoyo tenebroso de aquella violada sepultura. Enseguida, otro golpe. La echaron. Perdió su nuevo arrimo. ¡Y allá va entonces, rodando, mueble inútil, envilecida y despreciada, como un perro!… Y, con ella, 40 ¡POBRE LA CHON! siempre su tesoro: ¡su cofre! Aquel cofre que llevaban a cuestas, bajo la luz enferma de la Luna, entre hileras de tumbas blancas y de cruces ateridas de sombra. ¡Pobre María!… ¡Hasta entonces llevaría ese nombre, dulcísimo para ella! De seducción murió el ángel; la mujer, de miseria. Y, de los despojos del ángel, y de los miembros pútridos de la hembra, se levantó el andrajo: ¡la ramera! Y ya sus oídos no volvieron a escuchar aquel nombre, el de los tiempos de los trajes blancos. Sus compañeras la llamaron la Chon, casi un apodo. Tuvo un nuevo bautismo: el de la infamia. Y hubo de fabricar sonrisas, ¡ella que sólo estaba para dar lamentos!… ¡Se entregó sin deleite, carne vendida, andrajo tendinoso, pasto de canes lúbricos! Antes, los besos le abrasaban la boca en deliciosas incandescencias de pasión. ¡Y ahora… también se la quemaban, pero de puro hielo, como si le cayera escarcha entre los labios! Cuando la llevaron al hospital, ya era tarde. La tisis la había devorado. Murió bien. Su agonía fue dulce, sin que un pliegue de dolor descompusiera su enjuto rostro de mártir. Al sentirse ya próxima, llamó a la hermana, y, con voz débil, al oído: —El cofre… su hijo… con ella… ARGÜELLO 41 Quitose del dedo un anillito de carey con incrustaciones de oro, regalo de aquel ingrato, del Ricardo de antes. —¡Quémelo! Y expiró. La vistieron de blanco. Así lo pidió ella cuando estaba acabando. Era un traje de limosna, que recordaría a su espíritu su inocencia muerta, su único tiempo de felicidad. Y, sobre el traje blanco, desteñida y ajada, la cintita azul color de cielo, de la cual pendía la medalla como una hostia. En el salón de la autopsia, las cuchillas no se daban punto de reposo. Aquellos hombres habían abierto al cadáver el pecho, el vientre, todo. En tanto, el rostro de la muerta estaba tranquilo en su demacrada inmovilidad. Y a un lado, sobre un asiento, las ropas blancas en montón; y encima de ellas, enroscada, desteñida por el tiempo, la cintita azul con la medalla pendiente. Y la efigie de la Virgen contemplaba con sus ojos de madre el cuerpo destrozado de María de la Concepción. NOTICIA DEL TEXTO Santiago Argüello publicó por primera vez ¡Pobre la Chon! (ensayo de novela) en El Ateneo Nicaragüense (t. II, núm. 5, mayo de 1899, pp. 135-142), revista de literatura, ciencia y artes de León, Nicaragua, ciudad natal del autor. Rubén Darío la publicó de nuevo, con un par de ilustraciones y el subtítulo “Narración de Nicaragua”, en la revista parisina Mundial Magazine (vol. 11, núm. 10, febrero de 1912, pp. 326-332). Los editores de Novelas en la Frontera hemos recurrido a este texto para la presente edición. En 1913, la Casa Editorial Maucci, de Barcelona, incluyó el relato en una compilación de obras de Argüello: Ritmo e idea: prosa lírica. El historiador Jorge Eduardo Arellano, miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua, rescató esta novela corta en el primer tomo de La novela nicaragüense: siglos XIX y XX (1876-1959) (Managua, jea Ediciones, 2012). 43 SANTIAGO ARGÜELLO TRAZO BIOGRÁFICO Pariente de los poetas, Solón Argüello (1879-1913) y Lino Argüello (1887-1937), Santiago nació en la ciudad de León, Nicaragua, el 6 de noviembre de 1871. Su prolífica carrera literaria inició a los siete años, cuando, tras la muerte de su abuela, sintió el impulso de escribir algunos versos. Más tarde, a los doce años, la prensa local ya publicaba sus composiciones poéticas. Cursó los estudios primarios en colegios de su ciudad natal; ingresó al bachillerato en el Instituto Nacional de Occidente y, posteriormente, se recibió de abogado, el 14 de enero de 1894, en la Universidad de Nicaragua. Tres años más tarde, apareció Primeras ráfagas, donde recogió algunos de los poemas publicados en su adolescencia. Ese año fundó el Ateneo de León y la revista del mismo órgano. En 1899 entregó a la imprenta Siluetas literarias. Empeñado en desarrollar su carrera como docente, impartió clases en el Instituto de Masaya y dirigió el Instituto Nacional de Occidente. En 1900 publicó De tierra cálida, poemas de corte costumbrista en tor45 46 TRAZO BIOGRÁFICO no al clima, la naturaleza y el paisaje, y Lecciones de la literatura española (1903). Al año siguiente se imprimió Viaje al país de la decadencia (crónicas de viaje y crítica literaria) y después El poema de la locura y Ocaso, drama en tres actos, estrenado en el teatro Municipal de León, el 3 de febrero de 1906. La amistad con Rubén Darío surgió durante la visita de éste a Nicaragua en 1907; Santiago Argüello fue el encargado de pronunciar el discurso de bienvenida. Su trayectoria política comenzó cuando asumió el cargo de diputado del Congreso Nacional en 1907. El año siguiente visitó Francia y España y además publicó, en París, Ojo y alma, donde incluyó poemas dedicados a los literatos que conoció en su viaje, como José Enrique Rodó (1871-1917) y Emilia Pardo Bazán (1851-1921). Escribió para distintas revistas de América y Europa; entre ellas, la parisiense Mundial Magazine, donde dio a conocer ¡Pobre la Chon! (Narración de Nicaragua). De regreso a su país, fundó la revista La Torre de Marfil (1907); en 1914 publicó Ritmo e idea, compendio de: prosa lírica, discursos, cuentos y algunos juicios rápidos. En 1917 fue electo senador por su ciudad natal y después declarado presidente del Congreso Nacional. Se desempeñó, asimismo, como ministro plenipotenciario de Nicaragua en Bolivia y México. En Managua, en 1919, presentó Canto a la misión divina de la Francia. TRAZO BIOGRÁFICO 47 Tres años después abandonó las labores diplomáticas como rechazo a las políticas gubernamentales de su nación y emprendió un nuevo recorrido por distintos países: se trasladó a Costa Rica, Estados Unidos, Honduras, Cuba y Guatemala. En Norteamérica dio a conocer La América sajona ante la América española. Elogio lírico de España (1922). En México publicó, en 1928, Mi mensaje a la juventud y otras orientaciones (incluye “Nuestra actitud con la mujer. El feminismo futuro”, uno de los primeros discursos feministas escritos por un nicaragüense), serie de conferencias patrocinadas por la Universidad Nacional de México. Al inicio de la década de 1930, retomó sus actividades docentes como profesor de elocuencia y filosofía en la Universidad de San Carlos, en Guatemala. A su vez, se relacionó con el presidente y general Jorge Ubico Castañeda, quien puso a su disposición la Imprenta Nacional para editar buena parte de su obra entre 1934 y 1936: Mi mensaje a la juventud y otras orientaciones, El divino Platón, El libro de los apólogos, La magia de Leonardo da Vinci, Poesías escogidas y poemas nuevos, Modernismo y modernistas y La fraternidad universal y el centroamericanismo. La Academia Cubana de la Lengua, durante la visita de Argüello a la Isla, lo designó miembro honorario y publicó Letras apostólicas, en 1929. Más tarde, dio a co- 48 TRAZO BIOGRÁFICO nocer Poesías escogidas y poesías nuevas (1935). Se embarcó hacia Nicaragua, donde vivió sus últimos años; días antes de su repentino fallecimiento, asumió el cargo de ministro de Instrucción Pública de su país. Falleció la madrugada del 4 de julio de 1940. Gustavo Jiménez Aguirre, director CONSEJ O ASES OR Sarah Aponte, The City College of New York Maricruz Castro Ricalde, Tecnológico de Monterrey, Toluca José Ricardo Chaves, Universidad Nacional Autónoma de México Adrián Curiel Rivera, Universidad Nacional Autónoma de México Verónica Hernández Landa V., Universidad Nacional Autónoma de México Dante Liano, Università Cattolica del Sacro Cuore Consuelo Meza Márquez, Universidad Autónoma de Aguascalientes Begoña Pulido Herráez, Universidad Nacional Autónoma de México Cira Romero, Academia Cubana de la Lengua Rubén Ruiz Guerra, Universidad Nacional Autónoma de México Margaret Elisabeth Shrimpton Masson, Universidad Autónoma de Yucatán Arturo Taracena, Universidad Nacional Autónoma de México COMITÉ DE I N VESTIG AC IÓ N Y E D ITO RIAL Laura Águila • Braulio Aguilar • Joshua Córdova • Gabriel M. Enríquez Hernández • Luis Gómez Mata • Verónica Hernández Landa Valencia • Gustavo Jiménez Aguirre • Eliff Lara Astorga • Luz América Viveros DISEÑ O Y COORDI NACIÓ N V ISUAL D E L A C O LEC C I Ó N Andrea Jiménez P ORTADA Gonzalo Fontano SE RV ICI O SOCI AL Alejandro Bernal • Diana Ramos ¡Pobre la Chon! se terminó de editar en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam, el 26 de agosto de 2020. La composición tipográfica, en tipos Janson Text LT Std de 9:14, 10:14 y 8:11 puntos; Simplon Norm y Simplon Norm Light de 9:12, 10:14 y 12:14 puntos, estuvo a cargo de Norma B. Cano Yebra. La edición estuvo al cuidado de Braulio Aguilar.