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«La mejor escuela es la sombra de un árbol ».
Jimena Menéndez-Pidal, Fernando Higueras,
el Colegio Estudio
José Vela Castillo
Resumen: A principios de los años sesenta, un arquitecto recién titulado se enfrentó al importante reto de
dar forma a un nuevo edificio escolar. No se trataba de
un encargo cualquiera, puesto que provenía de Jimena
Menéndez-Pidal, pero tampoco de cualquier arquitecto,
ya que Fernando Higueras era un brillantísimo joven
que se convertiría poco después en uno de los más innovadores de su generación. Este proyecto, que terminaría siendo la sede definitiva del Colegio Estudio,
será su gran carta de presentación y se convertirá en
una obra maestra de la que beberán muchos elementos
posteriores de su obra. Este artículo busca explicar la
historia y valores de su propuesta con cierto detalle,
pero también contar la íntima colaboración entre los
dos nombres citados y la herencia intelectual y educativa que la ilumina, que es la de la España que hoy,
una vez más, debemos reivindicar.
Palabras clave: Arquitectura escolar, Colegio Estudio,
Institución Libre de Enseñanza, Instituto-Escuela, Fernando Higueras, Jimena Menéndez-Pidal.
Abstract: Starting with the publication of The New
School by Alfred Roth in 1950, a synthesis of ideas in
the history of modern educational architecture can be
identified. The book set up a place for thinking about
the school in the context of the Second Post war period
and it exposed the cross relationship between modern
architecture and pedagogy in the definition of those
school spaces. This article reviews the terms to which
Roth appealed in both disciplines in order to develop
the book as an editorial product framed in a much
broader and more ambitious project called Civitas,
which the Swiss architect intended to carry forward as
an interpellation to the international disciplinary
community.
Key words: School Building, Modern Architecture,
Progressive Education, Alfred Roth, Colegio Estudio,
Institución Libre de Enseñanza, Instituto-Escuela,
Fernando Higueras, Jimena Menéndez-Pidal.
A D.H. con afecto y admiración
I
l joven arquitecto –cuenta treinta y dos años– sube nervioso la cuesta que lleva
al hotelito. La tapia, no demasiado alta, blanca sobre unas hiladas de
mampuesto de granito gris, contrasta con el verde intenso de los olivos, cuyas
copas frondosas, asoman. Llama al timbre del portón de entrada y, tras una breve es-
E
El pedagogo Manuel Bartolomé Cossío atribuye esta frase a Jean-Jacques Rousseau. Es el Rousseau del
Emilio a quien aquí se alude, y a la distinción entre educación e instrucción que el ginebrino plantea. Aunque también apunta a la anécdota que se narra al inicio de Las confesiones, aquella en que el pastor Lambercier, tutor del joven Rousseau y de su primo, planta un nogal en la terraza para que les protegiese al
tomar el sol después de comer. Ver Manuel Bartolomé Cossío, «El maestro, la escuela y el material de enseñanza» en Eugenio Otero Urtaza (Edicion y estudio introductorio), El maestro, la escuela y el material de
enseñanza y otros escritos, Biblioteca Nueva/Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 2007, p. 70.
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pera, finalmente ingresa al jardín, fresco, amplio. Unos breves pasos más y llega a la
vivienda principal, un sólido edificio de estilo vagamente regionalista, también
pintado de blanco, con recercados de granito en los huecos, notables aleros y una sobria cubierta de pizarra. Lo espera Jimena Menéndez-Pidal.
Fernando Higueras, este joven brillante y muy prometedor arquitecto, ha recibido
de Jimena el encargo de construir la nueva sede del Colegio Estudio, y visita a su antigua profesora y ahora clienta en la casa familiar de los Menéndez-Pidal Goyri, en lo
que entonces era la Cuesta del Zarzal y ahora lleva el nombre de su padre, don
Ramón Menéndez Pidal. El Colegio Estudio había sido fundado en 1940 –las clases
empezaron el 29 de enero de ese mismo año– por Jimena Menéndez-Pidal, Carmen
García del Diestro y Ángeles Gasset, junto a un pequeño grupo de antiguos profesores
del Instituto-Escuela y algunos alumnos. Aunque en realidad no tenía actividad desde
el estallido de la Guerra Civil, este fue clausurado formalmente por los vencedores al
terminar la contienda en 1939: su espíritu liberal y la moderna pedagogía no son tolerados por el nuevo régimen. Sin embargo, el objetivo del nuevo colegio es
continuar precisamente su proyecto educativo, que las fundadoras del Colegio
Estudio sienten más necesario que nunca, al que las tres habían estado ligadas como
profesoras y al que, por otra parte, se hallaban unidas por estrechos vínculos
familiares y educativos: de alguna manera, lo llevaban en la sangre.
En el origen del Instituto-Escuela, como es conocido, se encuentran las teorías pedagógicas de la Institución Libre de Enseñanza, fundada en 1876 por Francisco Giner
de los Ríos, así como sus ideales de enseñanza activa en contacto directo con la naturaleza. Una enseñanza que buscaba el desarrollo integral de la persona, fomentando
la curiosidad, promoviendo el estímulo estético y las capacidades de colaboración del
alumno, acentuando su relación íntima con el juego y el ejercicio al aire libre, ambiciones todas ellas que permearán, también desde el inicio, tanto en el InstitutoEscuela como en el ideario del Colegio Estudio, que comenzaba entonces su
andadura. El Colegio será así continuación, desde el ámbito privado –como ya lo
había sido la ILE–, de la constelación educativa formada por el Museo Pedagógico, la
Junta para la Ampliación de Estudios –a la que estuvo ligado muy de cerca Ramón Menéndez Pidal, padre de Jimena–, la Residencia de Estudiantes, el propio Instituto-Escuela o las Misiones Pedagógicas desarrolladas durante la Segunda República, de
cuyo patronato sería presidente hasta su fallecimiento Manuel Bartolomé Cossío, discípulo y continuador de la obra de Giner de los Ríos. El Colegio, como decimos, se
inscribe, por convicción y por trayectoria personal de sus fundadoras en esta tradición
educativa, vista con malos ojos en los años del nacionalcatolicismo y, sin embargo, sorprendentemente tolerada, quizás por su pequeña escala, quizás por el prestigio de los
nombres a ella asociados y a su decidida fe cristiana.
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Jimena Ménendez-Pidal durante una representación del Auto de
Navidad del Colegio Estudio en el Paraninfo de Miguel Ángel, 8.
Archivo Histórico Fundación Estudio.
Fernando Higueras, años ochenta. Fotografía publicada en
Fernando Higueras, edición a cargo de Lola Botia, Madrid,
Xarait, 1987.
Parvulario del Instituto-Escuela, de los arquitectos Carlos Arniches y Martín Domínguez, Altos del Hipódromo, Madrid, 1933-1935.
Fotografía publicada en el número 5 de Nuevas Formas: Revista de Arquitectura y Decoración, Madrid, 1935.
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Higueras había sido uno de los primeros alumnos del Colegio Estudio, donde
acabó el bachillerato en 1948. De hecho, su ligazón alcanzaba un estrecho vínculo
personal, puesto que Fernando y su hermano Jesús –luego aparejador y colaborador
en las obras del Colegio– eran hijos de Pura Díaz, profesora desde sus inicios en el
mismo, como también lo había sido de la sección de párvulos del Instituto-Escuela
justo antes de la confrontación civil. Esta sección de párvulos2 había estado a la sazón
dirigida por la propia Jimena Menéndez-Pidal y se ubicó en el significativo edificio
que Carlos Arniches y Martín Domínguez, con la inestimable colaboración del ingeniero Eduardo Torroja, habían proyectado entre 1933 y 1934 en la Colina de los
Chopos. A ello se unía que Jimena le tenía un gran cariño a Higueras –primer
titulado en arquitectura en 1959– desde los tiempos en que había sido su alumno de
dibujo artístico en la escuela. Estas circunstancias, unidas al prestigio profesional
que estaba alcanzando a pesar de su juventud, le hacían ser el candidato idóneo por
trayectoria y cercanía para dotar de forma arquitectónica al nuevo edificio para el
Colegio cuando se planteó su nueva sede a principios de los años sesenta. Esta no era
una cuestión menor, pues desde los fundacionales escritos de Giner de los Ríos para
la Institución Libre de Enseñanza había quedado muy claro que no era posible una
renovación de la pedagogía sin una arquitectura que la amparase, que le diese forma
o que, aún mejor, le permitiese tomar la forma adecuada en libertad. Y estas ideas
seguían, desde luego, manteniendo toda su vigencia, y no solo en el pensamiento de
las fundadoras del colegio, que estaban en todo caso decididas a aplicarlas en el
nuevo empeño.
Como se ha dicho, el Colegio Estudio había iniciado su andadura en 1940, en un
chalecito de la calle de Oquendo que, andando el tiempo, había tomado una dimensión casi mítica. Tal era su éxito que al poco había necesitado expandirse a otro chalet
cercano, algo mayor, en la calle del General Mola, donde se instalaron los alumnos de
bachillerato. Hacia 1950 y de nuevo escasos de espacio, este último edificio cedió el
testigo a las aulas del Instituto Internacional, una institución estadounidense con
larga trayectoria en España que, fundado con la ambición de impulsar la educación
de la mujer, ya había inaugurado en 1911 un espléndido edificio en la calle de Miguel
Ángel, 8. Antes de acoger al Colegio Estudio también había estado ligado al entorno
institucionista, sirviendo de sede del Instituto-Escuela de 1918 a 1928 y, a continuación,
siguiendo ligado a la Residencia de Señoritas que dirigía María de Maeztu. El edificio
era amplio y disponía de un razonable jardín, lo que había sido prioridad a lo largo
de las diferentes sedes del Colegio, pero dado el crecimiento de alumnos y las com2
Por entonces la sección de párvulos comprendía de los 4 a los 7 años.
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Oquendo, dibujo realizado por Francisco Pons Sorolla del chalet
alquilado en la calle de Oquendo por el Colegio Estudio, 1953.
Archivo Histórico Fundación Estudio.
Enrique Nuere, Edificio del Instituto Internacional, 1956. Tinta
y acuarela sobre papel, 33,5 x 24 cm. Archivo Histórico Fundación Estudio.
Fernando Higueras, Sede de Estudio en la calle del General Mola, 96, 1952. Grafito y acuarela
sobre papel, 30 x 40 cm. Archivo Histórico Fundación Estudio.
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plejas relaciones y equilibrios con el Ministerio de Educación del momento3, se hizo
urgente la búsqueda de una nueva sede, más amplia en la que se pudieran poner marcha con plenas garantías los ideales que animaba el Colegio Estudio. Fue entonces,
hacia 1962, cuando la escena que arriba evocábamos tuvo lugar, y Fernando Higueras
recibe el encargo de proyectar el nuevo edificio. Para ello se había buscado un espléndido terreno, un solar de geometría complicada, pero cuya ubicación cumplía todas
las expectativas de la tradición institucionista: en una zona prácticamente sin
urbanizar de Aravaca, en el barrio de Valdemarín, adyacente a la tapia de El Pardo,
con excepcionales vistas a la Sierra de Guadarrama, rodeado de una naturaleza
adusta y recia, pero al mismo tiempo acogedora, el lugar era, por fin, el idóneo.
El proceso de diseño resultó ser un diálogo constante entre el arquitecto y Jimena
que, impulsora fundamental de la ampliación, había tomado las riendas del proceso.
Las sesiones se sucedían en el tranquilo hotel de los Menéndez-Pidal Goyri y Jimena
aportaba y corregía las propuestas de Higueras hasta moldear, poco a poco, una solución óptima.4 Parecería que Higueras se limitó a poner «eso en lenguaje poético»,
que diría Juan de Mairena, pues Jimena sabía bien lo que el Colegio Estudio debía ser
y, aunque ambiciosa en sus planteamientos, también era muy consciente de las cuestiones más prácticas del uso del edificio, en lo que muchas veces hubo de limitar al
arquitecto5. Por su formación pedagógica y personal, Jimena Menéndez-Pidal estaba
familiarizada con los principios de diseño del espacio escolar más avanzado, empezando por las ideas de Froebel –había sido educada siguiendo este método6–, las elaboraciones de Giner y de Cossío en la Institución Libre de Enseñanza –a la que
también había asistido7–, las más modernas ideas del filósofo americano John Dewey
o del pensador alemán Paul Natorp –que recibió a través de María de Maeztu8– o las
3
Que, por ejemplo, admitía con muchas reticencias y disimulos la coeducación que el Colegio Estudio
llevaba a cabo y que, en realidad, estaba prohibida por ley, pero que dada la disposición espacial del
edificio era casi imposible de evitar.
4
Ver Elena Gallego, «Fernando Higueras y Jimena Menéndez-Pidal: Historia de una colaboración»,
Boletín de actividades Estudio, n.º 10, pp. 62-71.
5
Aunque en última instancia quizá no del todo eficazmente, especialmente en relación a los costes de
la obra que, disparados, casi llevan a pique al propio colegio. La ayuda desinteresada y generosa de los
padres salvó el escollo, pero la situación fue por momentos dramática y afectó de forma importante a los
plazos de terminación y a los elementos de acabado, mobiliario y campos de juego.
6
Ver Ana Fernández del Amo y Ana Gurruchaga (eds.), La labor educativa del colegio ‘Estudio’, Fundación
Estudio/La Catarata, Madrid, 2017, p. 38.
7
Ibídem.
Ver Luis Palacios Bañuelos, Instituto-Escuela. Historia de una renovación educativa, Ministerio de
Educación y Ciencia, Madrid, 1988, p. 97.
8
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propias de la arquitectura moderna, con las que se habría familiarizado durante sus
años como directora de la sección de párvulos en el Instituto-Escuela, instalada en el
edificio de Arniches y Domínguez. Es más, junto a José Castillejo y María de Maeztu,
Jimena intervino activamente en las conversaciones con los arquitectos cuando proyectaban este edificio, incluyendo el diseño de mobiliario.9 Así, también sería un poco
su edificio, pues aquella edificación se convertiría en un manifiesto tanto pedagógico
como arquitectónico, incluyendo las magníficas marquesinas que aportó el ingeniero
Torroja y que siguen siendo su imagen más reconocible. Curiosamente –o quizás no
sea tan casual–, en el edificio para el Colegio Estudio resultará fundamental la colaboración de otro excepcional ingeniero, José Antonio Fernández Ordóñez, que desarrolló mano a mano con Higueras la funcional y muy bella estructura del mismo, que
también terminaría convirtiéndose en uno de sus rasgos más reconocibles. Finalmente,
el diseño pareció estar listo, iniciándose las obras con un proyecto que, si bien mantenía el esquema original que Higueras había planteado en 1962, había sufrido notables variaciones, adaptaciones, ajustes al terreno y, sobre todo, importantes mejoras
fruto del mencionado diálogo entre clienta y arquitecto. Para junio de 1968 el edificio
estaba concluido en lo esencial, y la totalidad del alumnado del Colegio había sido
trasladado ya al nuevo emplazamiento10.
Ver Salvador Guerrero, «Carlos Arniches y Martín Domínguez en el proyecto modernizador de la ILE»,
en Pablo Rabasco y Martín Domínguez Ruz (eds.), Arniches y Domínguez, Museo ICO/Akal, Madrid, 2017,
p 117. Ver también Elena Gallego, «Fernando Higueras y Jimena Menéndez-Pidal: Historia de una colaboración», Óp. cit.
José Castillejo era el secretario y factótum de la Junta para Ampliación de Estudios, de la que dependía
el Instituto-Escuela, y María de Maeztu, persona de la máxima confianza de Castillejo, responsable de la
Residencia de Señoritas a ella adscrita y de la sección de primaria del Instituto-Escuela hasta 1934. Por
otra parte, Ramón Menéndez Pidal y María Goyri, padres de Jimena, también estaban muy directamente
vinculados a la Junta para Ampliación de Estudios y al Instituto-Escuela, por lo que la posición de Jimena
tenía, ciertamente, su peso.
En cuanto a la cuestión del mobiliario, habría que citar el interés que ya demostraban Giner y Cossío por
esta cuestión y que queda muy claramente ejemplificado en los dibujos que Cossio tomaba en sus libretas
de viaje sobre los tipos de bancos escolares que veía en otros países (ver Eugenio Otero Urtaza, El maestro,
la escuela y el material de enseñanza y otros escritos, Óp. cit., p. 32-33, donde se reproducen páginas de las
mismas conservadas en el Archivo de la Fundación Francisco Giner de los Ríos). La cuestión del
mobiliario está también muy presente en el Colegio Estudio, donde, por ejemplo, aún se conservan
ejemplos del mobiliario diseñado específicamente para los párvulos de Oquendo, si bien es cierto que
el mobiliario de las clases del edificio de Higueras, de mesas y sillas individuales de tubo de acero y
formica, era más convencional.
9
10
Ver Manuel Bartolomé Cossío, «El maestro, la escuela y el material de enseñanza», en Eugenio Otero
Urtaza, El maestro, la escuela y el material de enseñanza y otros escritos, Óp. cit., p. 70. El texto es el resultado
de una conferencia dictada en Bilbao en 1905, y pasa por ser uno de los textos capitales de su autor. Obviamente, Cossío sigue aquí al Giner de Campos Escolares o de El edificio de la escuela.
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Por otra parte, desde mediados de los años cincuenta, y especialmente desde el Plan
Nacional de Construcciones Escolares de 1956, se había venido desarrollando en España
una nueva actitud hacia la educación y hacia la arquitectura que le daba soporte, con
todas sus limitaciones. Para esas fechas de primeros de los años sesenta, se habían construido ya muy notables ejemplos de arquitectura escolar moderna en el país que tenían
en cuenta algunos de los requerimientos espaciales y arquitectónicos demandados por
la pedagogía más avanzada, y aunque ciertamente el diseño del Colegio Estudio rompió
muchos moldes, el debate sobre el espacio de la escuela y su imbricación en una
educación activa estaba plenamente asentado entre los arquitectos contemporáneos.
Es en este entorno políticoeconómico de comienzos del Desarrollismo, fruto del
Plan de Estabilización de 1959, donde se inserta la arquitectura de Fernando
Higueras. Un aire de expectación y optimismo permea, inevitablemente, la arquitectura de esta generación de arquitectos titulada desde finales de la década de los cincuenta, que goza de unas oportunidades que poco antes no se habían presentado.
Higueras no era, desde luego, un desconocido cuando recibe el encargo, y su nombre
estaba en boca de todos como el de un nuevo niño prodigio. En 1960 había recibido
un accésit en el Premio Nacional de Arquitectura con un fabuloso proyecto de 1959
de 10 Residencias de artistas en el El Pardo –aún hoy absolutamente rompedor–, y en
1961 recibió ya el Premio Nacional de Arquitectura por el concurso para el Centro de
Restauraciones Artísticas de Madrid junto a un jovencísimo Rafael Moneo. En 1962
estaba construyendo una casa para el pintor Lucio Muñoz y su mujer Amalia Avia,
buenos amigos, en Torrelodones, cuya estructura de vigas de hormigón prefabricado
y extremos voladizos junto a tendidas cubiertas de teja árabe marcarán su entrada revolucionaria en el mundo arquitectónico madrileño. También proyectó otra similarmente bella en Camorritos para César Manrique, a quien le unirá una amistad de por
vida y notabilísimas colaboraciones profesionales. Y por si esto fuera poco, tocaba la
guitarra de miedo y fue uno de los alumnos dilectos de Andrés Segovia; era amigo de
Antonio López, Chus Lampreave, Gloria van Aersen o Francisco Nieva y había
obtenido varios premios de pintura. También compartía estudio con sus amigos de la
carrera, José Serrano-Suñer Polo y Juan Pedro Capote, con quienes construía en esos
momentos un hospital para la Unión Previsora en la calle del Doctor Esquerdo de Madrid. Higueras era, en fin, alguien, cuando menos, singular.
Y es que la singularidad de su arquitectura en ese momento –muy primeros sesenta– en relación al debate escolar del momento en España y al de la arquitectura moderna es, en general, reseñable. La posición aparentemente antimoderna del
arquitecto, que le gustaba recordar casi como una provocación, debe matizarse, pues
en sus edificios de estos años se da una mezcla muy original entre situaciones plenamente modernas –como el uso de las estructuras de hormigón armado vistas con
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grandes voladizos y amplio uso del pretensado o la reducida paleta de materiales– y
su forma de entender el hueco como lo que meramente queda entre la estructura,
junto a cubiertas de teja árabe, esas sí de apariencia mucho más tradicional o con un
medido uso de la simetría. Una arquitectura en la que se pueden reconocer
influencias de Gaudí, Wright o Nervi, de la llamada arquitectura orgánica, pero también de alguien tan canónicamente moderno como por ejemplo Richard Neutra en
sus estructuras porticadas –véase la estructura de hormigón de la casa Tremaine, de
1947-48– o incluso, si se apura, de iconos contemporáneos como el Pierre Koenig de
la Case Sudy House n.º 22 –Casa Stahl, 1960–, cuya estructura volada tanto tiene que
ver, incluso en sus diferencias, con la Casa de Lucio Muñoz. Ciertamente, era
Higueras un gran conocedor de la tradición española, y no tenía miedo de citar los
«invariantes castizos» que el arquitecto e historiador Chueca Goitia había teorizado
en 1947 ni de reconocer la influencia de la girola de la Catedral de Toledo, pero no
era, desde luego, un tradicionalista. Todo ello le coloca en una situación bastante particular y, verdaderamente, le aleja de la arquitectura moderna más al uso en ese momento, entroncando por otro lado con un panorama internacional más amable y
abierto que, especialmente en Japón, enseguida reconoció su originalidad.11
A partir de estos mimbres, Fernando Higueras proyecta un edificio excepcional
que, desde el momento de su construcción, se convierte en un referente de su arquitectura y de la arquitectura escolar española en general. La planta se dispone en forma
aproximada de H, en cuyos brazos se sitúan las diferentes aulas y en cuyo tramo central
se ubican los espacios comunes de mayor dimensión: gimnasio y capilla de un lado, comedores y cocinas de otro, todo ello unido por amplias galerías al aire libre. La H no
es, sin embargo, una figura tan simple como pudiera parecer, y ese es uno de sus
méritos mayores, el conseguir una riqueza y complejidad muy notables sobre un esquema aparentemente tan sencillo. Así, por ejemplo, uno de los brazos de la H se curva
para formar un pequeño claustro, o resulta que en el centro geométrico de la composición lo que se ubica es un vacío, o que la pieza del comedor se desplaza para formar
un brazo intermedio en la H, quedando todo ello mediado por una compleja adaptación a la topografía. Las orientaciones, que debían ser especialmente cuidadas, llevan
sin embargo a disponer las aulas unas a noreste y otras a suroeste, a ambos lados de un
pasillo escalonado central que replican las aulas en uno de sus lados, en gran parte debido al trazado del solar, pero en todo caso garantizando una correcta iluminación natural que entra siempre por la izquierda del niño y que hace innecesaria la luz artificial
durante la práctica totalidad de las horas de clase. Una estructura de hormigón
armado muy regular, de pórticos consistentemente espaciados 3,20 m con vigas de
11
Francisco Giner de los Ríos. Campos Escolares, Madrid, 1884, p. 6.
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LA MEJOR ESCUELA ES LA SOMBRA DE UN ÁRBOL
canto vistas y dobles voladizos soporta unas tendidas cubiertas de teja árabe vieja a
cuatro aguas. La estructura se hace más barroca tanto en el gimnasio y capilla como
en los comedores, creando una tracería a partir de un sistema de tres vigas que convergen en un mismo pilar, quizás el detalle más fotografiado del colegio. Una torre, ni
muy alta ni esbelta, pero de especial simbolismo, marca tanto la silueta como el punto
de acceso, y recuerda, inevitablemente, las torrecillas de los distintos edificios en los
que el colegio había tenido su sede, incluyendo la casa de los Menéndez-Pidal –aunque
no Oquendo–. La circulación principal es, curiosamente, doble, y establece dos ejes de
similar entidad a ambos lados de la mencionada torre, abrazando, en lo que desde
luego es una declaración de intenciones, los espacios de laboratorio y de biblioteca, de
manera similar a la que se ingresa en El Escorial por debajo de la biblioteca. Esto tenía
una doble justificación: de una parte, cumplía con los requisitos formales de separar a
los niños de las niñas de cara al Ministerio; de otra –la más real–, permitía estructurar
con la mayor claridad las cuatro secciones en que se dividía el colegio por edades, cosa
en la que se abundará más adelante. Desde el principio, los profundos aleros fueron
una seña de identidad, pero las terrazas que en la actualidad bordean el perímetro de
cada planta y que, a la postre, han resultado ser su elemento más emblemático y casi
su verdadero definidor, aparecerán como tales mucho más tarde. Un magistral manejo
de la topografía, existente y creada, permite disminuir el impacto del enorme edificio
y dar a la vez una escala íntima a cada sección y, por ejemplo, disponer las aulas de párvulos todas con acceso directo al terreno, en extensión natural del aula.
II
Es posible encontrar una íntima relación entre el nacimiento del Colegio Estudio,
su ubicación en distintas sedes y la cuestión de la casa y del hogar. El Colegio, de
alguna manera, nace ligado al entorno familiar y a la casa. Podríamos decir que un
primer germen está en el tiempo que Jimena Menéndez-Pidal pasa con su familia e
hijos en Segovia durante la Guerra Civil. La guerra les sorprende en su casa de verano
de San Rafael y, mientras su padre Ramón Menéndez Pidal queda en Madrid para luego salir fuera de España, el resto se desplaza a Segovia, donde se organiza un pequeño
grupo de alumnos en torno a su hijo Diego Catalán. Ya en Madrid será en casa de los
Menéndez-Pidal Goyri donde de nuevo se retoma una enseñanza privada, y enseguida
comienza de una manera más reglada en el citado edificio de Oquendo –que es,
como se ha dicho, un chalet–, en el que la vida de los alumnos y maestros es casi familiar y donde el maestro lo es tanto en clase como en el comedor, el pasillo o incluso
la cocina. Algo similar sigue ocurriendo en el chalet de General Mola. Ciertamente,
se unen la necesidad y las limitaciones de espacio con las arraigadas ideas institucionistas sobre la cercanía de maestros y alumnos y su convivencia armoniosa como proBILE, n.o 113-114. Julio 2019
Colegio Estudio, Aravaca (Madrid). Vista general. Proyecto de Fernando Higueras, 1962-1964. Fotografía publicada
en Fernando Higueras, edición a cargo de Lola Botia, Madrid, Xarait, 1987.
Fernando Higueras, Plano de situación del Colegio Estudio en relación al terreno actual y futuro, 1962. Archivo Histórico Fundación Estudio, Madrid.
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«LA MEJOR ESCUELA ES LA SOMBRA DE UN ÁRBOL»
ceso de educación. Estos dos edificios, además, se encontraban en lo que por
entonces eran los alrededores de Madrid, en un tejido no consolidado que dejaba
grandes espacios abiertos, descampados naturales que hacían más vívida la sensación
de estar en una casa que era a la vez parte de la ciudad y parte de la naturaleza. El
paso al edificio de la calle de Miguel Ángel, un inmueble más formal destinado desde
su origen a la educación, supuso un cierto cambio y, aunque su figura de palacete decimonónico, con su jardín privado, aún conservaría algo de lo doméstico, decididamente se hallaba en la ciudad.
El edificio de Valdemarín supone una vuelta a los «alrededores», a una situación
de terreno sin urbanizar –en realidad, pleno campo con granjas, encinas y retamas de
vecinos, por más que fuese terreno legalmente urbano– y a la necesidad de contar
con una casa, un hogar en el que educar.12 La cuestión, sin embargo, era otra: ¿cómo
hacer esta casa? Y, especialmente, ¿cómo hacer una casa para cobijar a lo que
acabarán siendo bastantes más de mil niños y niñas sin que deje de ser una casa, sin
perder el carácter doméstico, la cercanía con los maestros, la independencia, pero simultaneidad por edades y sexos? En fin, ¿cómo proyectar la casa? Creo que hay dos
decisiones complementarias que toma Higueras y que la definen con claridad: una
gran cubierta que proteja el hogar13 –aunque se subdivida en varias menores– y un orden geométrico claro, muy sencillo y muy riguroso en origen, pero que permita también cierta complejidad y flexibilidad. No obstante, hay una decisión programática
anterior de las directoras del Colegio que resulta clave: articular el colegio en torno
a las cuatro secciones que se podían establecer por edades, desde párvulos a bachillerato, para tratar de mantener el carácter íntimo de los hotelitos, incluso de Miguel
Ángel, de modo que cada sección pudiera funcionar de manera semiautónoma, casi
como diferentes colegios en uno.14
12
Ibídem, p. 10.
13
La gran chimenea que corona el bloque de cocinas y comedores, desde luego, cualifica como hogar.
Ver sobre esto Ana Fernández del Amo y Ana Gurruchaga, La labor educativa del colegio «Estudio»,
p. 79. La denominación «secciones» se remonta, probablemente y como tantas cosas, a Giner y al
seminal proyecto para el primer edificio de la Institución Libre de Enseñanza, en el paseo de la Castellana. Allí hacía referencia, de una parte, al núcleo formado por –para cada nivel de edad– el aula, su
antesala, armarios y aseos y, por otra, a la unidad docente que esto supone, es decir, al conjunto
formado por los estudiantes y su espacio físico. Dice Giner: «Así pues, cada sección forma una pequeña
escuela, que tiene todo lo necesario para realizar sus funciones con independencia de las restantes
[…] Las secciones abandonan su local tan solo para aquellos ejercicios que, por alguna especial razón,
no pueden tener lugar en todas las clases, como el canto, ciertos trabajos gimnásticos, de dibujo y de
taller, manipulaciones químicas, prácticas de botánica y de cultivo». Francisco Giner de los Ríos, «Descripción sumaria del proyecto de edificio para la Institución», Boletín de la Institución Libre de Enseñanza,
Madrid, t. VI, 1882, pp. 279-80.
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BILE, n.o 113-114. Julio 2019
Colegio Estudio, proyectado por Fernando Higueras, 1962. Planta general publicada en Higueras y Miró. Separata
del n.o 77 de la revista Hogar y Arquitectura, agosto de 1968.
Colegio Estudio, Aravaca (Madrid). Proyecto de Fernando Higueras, 1962-1964. Secciones publicadas en Fernando
Higueras, edición a cargo de Lola Botia, Madrid, Xarait, 1987.
82
LA MEJOR ESCUELA ES LA SOMBRA DE UN ÁRBOL
Y es ahora que se explica más fácilmente la organización en H que se ha expuesto,
el doble eje de circulación que articula el colegio en dos mitades que dividen en
cuatro las zonas del colegio. Esta estructura permite zonas de aulas, de juego para los
recreos y para deportes, diferenciadas según secciones/edades, conservando cada
una su propia identidad arquitectónica: las aulas de párvulos en extensión con el terreno, las de los más pequeños en torno al claustro circular y las de las dos secciones
de mayores en conexión con los campos de deportes a dos niveles. Todo ello,
articulado por los distintos accesos, los distintos horarios –de gimnasia, comedor, descanso– y los distintos comedores, permite que esta escala doméstica, de hogar, que las
cubiertas de teja guarecen de la intemperie, se mantenga. La arquitectura potencia
que en cada sección cada alumno pueda sentir a la vez que pertenece a un grupo de
iguales y a un colectivo mayor en el que ha de negociar su inclusión y que debe, simultáneamente, construir para que funcione en armonía.
Pero, ¿qué es una casa en el contexto educativo? La casa debe de ser, ante todo, una
escuela cívica para una ciudadanía libre. Ciertamente, entre las ideas de la Institución Libre de Enseñanza y las que animaron al Instituto-Escuela era importante la doble condición de promover, mediante la educación, la simultánea transformación de España en
un país moderno y avanzado, con lo que implicaba de modernización científica y técnica
e inseparablemente de construir un ciudadano libre y responsable de sus actos del que,
desde luego, el propio Giner fue el primer ejemplo. Si la Institución Libre de Enseñanza
nace, precisamente, como una respuesta a la supresión de la libertad de cátedra, pronto
su fundador toma conciencia de que en realidad esta solo es posible desde la libertad
irrenunciable de todos los ciudadanos de un país, y de que esa libertad solo se puede lograr promoviendo una educación activa desde la infancia. Este modelo de pensamiento,
que a través de distintas instituciones se pone a prueba de modo casi generalizado
durante los años más progresistas de la Segunda República, y que desde luego encarna
el Instituto-Escuela –y la arquitectura que Arniches y Domínguez habían construido–, se
desvanece, como es sabido, tras la Guerra Civil. La tarea de Jimena en el Colegio Estudio
y sus textos parecen dejarlo claro; consiste en devolver esta educación cívica y libre a los
ciudadanos, más necesitados que nunca en esos momentos. Es posible interpretar que
estos valores en Estudio se dirigen, debido al contexto sumamente opresivo y opresor de
la primera posguerra, más al individuo que a la sociedad en su conjunto, pero desde
luego si el proyecto institucionista se basó siempre en la construcción de hombres y mujeres libres desde la educación integral de la persona, alejado de todo credo político o
religioso determinado, el proyecto del Colegio mantiene el mismo perfil.15
Es sobradamente conocido, pero no está de más repetir aquí el artículo 15 de los Estatutos de la Institución Libre de Enseñanza : «La Institución Libre de Enseñanza es completamente ajena a todo espíritu
15
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La casa ha de ser, por tanto, un espacio libre, para poder ser escuela de libertad
donde el individuo pueda compartir y colaborar con otros individuos en la construcción
de un común compartido. Y este es el espacio que construiría Higueras, donde desde
el alumno individual a la clase y luego a la sección, para finalmente llegar al colegio en
su totalidad, se permite, debido a la perfecta gradación de escalas arquitectónicas, mantener a la vez la singularidad, fomentar la colaboración y ser consciente de integrar una
comunidad mayor. La propia arquitectura refleja esta estructura casi telescópica.
III
En el ideario de la Institución Libre de Enseñanza, el convencimiento de que la
escuela debía ser un hogar tanto para profesores como para alumnos estaba bien
arraigado, pero es necesario incorporar matices, puesto que no se trataba ni de
sustituir el hogar familiar ni de simplemente internar a los alumnos en una nueva
construcción más grande, sino de fomentar un clima de confianza, colaboración
mutua y, sobre todo de descubrimiento, muy estrecho. Se implica de esta manera el
mundo de la naturaleza tanto como al de la ciudad, entendida como polis. Y, así, para
Cossío la escuela es ciertamente una casa en tanto que, como construcción, comparte
con esta la necesidad primaria de servir de protección frente a las condiciones climáticas, pero si por él fuese –y por Giner, a quien sigue de cerca–, la escuela y la casa estarían al aire libre16. De ahí la necesidad fundacional de que el aire y la luz –la
conexión física y psicológica con la naturaleza– sean una prioridad en esta nueva casa.
La arquitectura podría parecer que debe estar ahí solamente para cumplir una
función técnica: sería, quizás, un supuesto de mera salud pública. Pero tampoco es
esta la cuestión, pues ya advertía Giner de la «dictadura», «no menos parcial e injusta
[que la del arquitecto] del médico, o para hablar con mayor propiedad, la del higienista»17. Es decir, que ni los modos del arquitecto ni la mera garantía de eficacia climática hacen una escuela como tal, sino que su arquitectura debe estar diseñada para
ofrecer aquello que en principio no podría: construir un espacio exterior. Y es que,
para Giner «[el] ideal de la habitación, de toda habitación, está en aproximarse hasta
e interés de comunión religiosa, escuela filosófica o partido político; proclamando tan sólo el principio
de la libertad e inviolabilidad de la ciencia, y de la consiguiente independencia de su indagación y exposición respecto de cualquiera otra autoridad que la de la propia conciencia del Profesor, único responsable de sus doctrinas». Bases y Estatutos de la Institución Libre de Enseñanza, Madrid, 1876.
16
Ver Manuel Bartolomé Cossío, «El maestro, la escuela y el material de enseñanza», en Eugenio Otero
Urtaza, El maestro, la escuela y el material de enseñanza y otros escritos, Óp. cit., p. 70. El texto es el resultado
de una conferencia dictada en Bilbao en 1905, y pasa por ser uno de los textos capitales de su autor.
Obviamente, Cossío sigue aquí al Giner de Campos Escolares o de El edificio de la escuela.
17
Francisco Giner de los Ríos. Campos Escolares, Madrid, 1884, p. 6.
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el último grado posible a la vida al aire libre, a la vida en el campo, en condiciones higiénicas, en amplitud, en alegría»18. Por tanto, esta casa, este hogar, ha de tener una
doble condición: servir de protección –la cubierta, también la ciudad– y ofrecer una
apertura al entorno, a la naturaleza, a su orden y a su permanente cambio.
Entran en juego aquí varias consideraciones. En primer lugar, la importancia de
la conexión física, psicológica, metafórica y conceptual con la naturaleza y con el paisaje. No basta con que el solar elegido sea amplio y libre ni con que las vistas hacia la
Sierra de Guadarrama, tan querida por los institucionistas, sean magníficas, ni la cercanía física y espiritual del monte de El Pardo –cualquier alumno que haya ido al colegio antes de que las nuevas urbanizaciones comenzaran a cercarlo en los años
noventa,, recordará correr campo a través en las clases de gimnasia hasta la tapia de
El Pardo, donde se ubicaba el famoso «tobogán»–. Hace falta que la arquitectura
recoja y se haga eco de ello, para darle entidad conceptual y constructiva. Si recordamos ahora las palabras de Martin Heidegger sobre el templo griego y su relación con
la obra y el lugar como un «dar a ver» y un «dejar aparecer» las cosas como realmente
son, no resulta tan descabellado entender el colegio en estas mismas coordenadas19.
Evidentemente el ritmo vertical de las columnas del templo griego, que certeramente
nos presenta Heidegger, contrastan con el ritmo mucho más horizontal que imponen
las terrazas del Colegio, pero hay que recordar que la estructura resistente y
conceptual del edificio es tan adintelada como la de un templo griego, que sus cubiertas de teja imponen una ley similar y que las terrazas y sus barandillas operan una parecida limitación/transparencia conceptual de los bordes de la construcción. Pero
habría más, y es que, también como en los templos griegos cuando se situaban en lo
abierto de la naturaleza –pensemos en el templo de Apolo Epicuro en Bassae–, la arquitectura se articula como una cierta máquina de señalar hacia para establecer conexiones tanto perceptivas como psicológicas y significantes con aquello a lo que se
dirige; un lugar para mirar, más que para ser mirado. Y esto ocurre en el Colegio Estudio y, en realidad, en toda la arquitectura de Fernando Higueras. Incluso las edificaciones de planta circular, aparentemente más ensimismadas, deben entenderse
desde esta consideración del construir un lugar para mirar antes que para ser mirado,
para acercarnos lo que está lejos e incorporarlo como una presencia más antes que
desde la ambición de ser visto y admirado, por mucho que su arquitectura sea de una
belleza material que reclama atención.
18
Íbidem, p. 10.
Ver Martin Heidegger, «El origen de la obra de arte» en Martin Heidegger, Caminos de bosque, Alianza
Editorial, Madrid 1995, p. 29 y ss. No es este el contexto para extender la analogía, pero valga el apunte
para entender la complejidad de la cuestión.
19
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En todo caso, las terrazas son algo más que el espacio intermedio que genera esta
densa relación con el entorno natural. Son también un elemento cívico que nos devuelve al otro polo de esta ecuación, al hogar como parte de la ciudad, de la polis y
de la dimensión teatral que ello conlleva, remontándonos a los elementos originales
del teatro griego como creación de una comunidad que se entiende a sí misma desde
su puesta en escena, pero también a la dimensión de juego que toda educación comporta. No es por casualidad que, ya desde las primeras fotografías que se publican de
esta obra, se vean las terrazas del colegio abarrotadas de público que contempla lo
que ocurre en el espacio de juego central, en lo que se convertirá en una tradición
más del Colegio Estudio, su fiesta de fin de curso20. Imágenes que, por mantenernos
en el mundo griego, recuerdan aquellas del mural de Acrotiri en el que las terrazas
de lo que parece Cnossos se encuentran atestadas de personas que contemplan un
acontecimiento que no puede ser sino festivo. Pero también, por quedarnos más
cerca, semejan las terrazas de un corral de comedias, o incluso de una típica plaza mayor que convoca a la fiesta y al juego a toda la comunidad que se da a ver a la vez que
contempla. Lejos de toda frivolidad, el teatro aquí no sería otra cosa que un autoconocimiento del cuerpo cívico. Y es que esto no solo ocurre en los días de fiesta: lo importante es que ocurre constantemente, a todas horas. En cualquier descanso entre
clases, las terrazas se pueblan de alumnos que se asoman y contempla lo que ocurre
en los patios de juego, pues siempre ocurre algo, o simplemente charlan o juegan. Y
ello extiende el aula a la terraza, que pasa a ser el verdadero espacio de los alumnos
dentro del aula, pues, con una dimensión de metro y medio de profundidad continua
a lo largo de la fachada, en ella cabe la práctica totalidad de la clase. Es así tanto un
espacio de palco como de habitación, solo que al exterior.
Higueras diseña inicialmente –y es lo que refleja el proyecto de 1962, que es el que
suele publicarse– unas peculiares jardineras rodeando el edificio; en las aulas situadas
a suroeste, dejando también una terraza y, en las situadas a noreste, simplemente la
jardinera. El arquitecto quería que los niños se implicasen en el cuidado de esta vegetación, que había de poblar las fachadas hasta fundirse con el verde del campo circundante, pero parecía evidente que los costes de mantenimiento y los problemas de
humedades anularían el efecto benéfico. Para evitarlo, Jimena las eliminó de un plumazo, reconvirtiéndose en las terrazas que finalmente rodearon cada planta, en una
decisión que resultó ser un acierto pleno. De hecho, estas terrazas pasarían a la arquiLa conexión con la fiesta, el teatro y la tradición se da desde muy temprano en el Colegio Estudio,
tanto a través del llamado «Auto de Navidad», que se representa por primera vez en 1937 en Segovia y a
partir de 1940 en Oquendo, como del teatro de títeres –los conocidos como «curritos»–, pasión de
Ángeles Gasset, ambos partes integrales de la educación impartida y herencia, desde luego, de la constelación cultural de la Colina de los Chopos.
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tectura de Higueras de forma inmediata y en todo tipo de proyectos. No podría, en
verdad, entenderse el Colegio Estudio sin sus terrazas: me atrevería a decir incluso
que el Colegio es las terrazas.
Finalmente queda la cuestión, que también remonta a Giner, del «campo escolar»,
concepto integrador que trasciende la mera disposición de un jardín alrededor de la
escuela para entenderse casi a semejanza del concepto de «campo» en la física, esto
es, como una distribución de actividades que, en diferentes momentos del tiempo y
del espacio, adquieren distintas magnitudes.21 Esto llevará a que el espacio alrededor
del colegio se pueble de campos de juego de diverso pelaje, desde canchas de baloncesto o balonvolea, más o menos reglados, hasta mero espacio libre. El propio
Higueras apunta en la memoria del proyecto: «Se han buscado ambientes y espacios
exteriores bien diferenciados, que a juicio de la propiedad llevarán al alumno a encontrar y descubrir sucesivos ambientes a medida que transcurre su vida colegial»22.
Entre los documentos que propone el proyecto definitivo encontramos un plano de
situación muy revelador que contempla las previsiones para este campo escolar, a ejecutar en dos fases. Salvo parte de las canchas de deportes –y, con seguridad, por limitaciones presupuestarias–, no se llevarán a cabo, pero su mera enumeración nos sirve
de guía para calibrar la importancia que se les otorga: teatro griego para guiñol al aire
libre, zona de huerta con pequeña granja agrícola y avícola, campos de baloncesto y
de balón bolea (sic), campo polideportivo para baloncesto, balón mano, balón bolea
(sic) y hockey sobre patines, piscina cubierta, valle de Oquendo, parque infantil con
señalizaciones de tráfico y coches de pedales.
La insistencia en Estudio en la prioridad que tiene la educación física, haciendo
hincapié precisamente en la educación –el ducere latino–, hace que haya niños de distintas edades practicando deportes constantemente a lo largo del día23. Incluso desde
dentro de las aulas o de los pisos superiores, donde la vista mediada por las terrazas
es tan horizontal, llega constantemente el bullicio de los distintos juegos en el campo.
Podríamos, por terminar, citar de nuevo a Cossío en un breve texto de 1927, en el que
dice que «[l]a escuela no es “trabajo”, sino “juego”», recordando que «así la llamaron
los latinos: ludus»24. Juego del espíritu, claro, pero también juego físico, real, «en el
que todo producto se resuelve en placer»25.
21
Ver Francisco Giner de los Ríos, Campos Escolares, Madrid, 1884.
22
Servicio Histórico del COAM, FH/P044/C017-1.
Tradicionalmente, en Estudio había dos horas de gimnasia al día hasta los 14 años, y una hora de ahí
en adelante, encajadas en el horario escolar.
23
Manuel Bartolomé Cossío, «Escuelas y escuela», Una antología pedagógica, selección de Jaume Carbonell
Sebarroja, Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1985, p. 40.
24
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Clase de gimnasia en el Colegio Estudio, 1984. José Abreu/Archivo Histórico Fundación Estudio, Madrid.
Colegio Estudio, Aravaca (Madrid). Proyecto de
Fernando Higueras, 1962-1964. Fotografía publicada en Fernando Higueras, edición a cargo
de Lola Botia, Madrid, Xarait, 1987.
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tectura de Higueras de forma inmediata y en todo tipo de proyectos. No podría, en
verdad, entenderse el Colegio Estudio sin sus terrazas: me atrevería a decir incluso
que el Colegio es las terrazas.
Finalmente queda la cuestión, que también remonta a Giner, del «campo escolar»,
concepto integrador que trasciende la mera disposición de un jardín alrededor de la
escuela para entenderse casi a semejanza del concepto de «campo» en la física, esto
es, como una distribución de actividades que, en diferentes momentos del tiempo y
del espacio, adquieren distintas magnitudes.21 Esto llevará a que el espacio alrededor
del colegio se pueble de campos de juego de diverso pelaje, desde canchas de baloncesto o balonvolea, más o menos reglados, hasta mero espacio libre. El propio
Higueras apunta en la memoria del proyecto: «Se han buscado ambientes y espacios
exteriores bien diferenciados, que a juicio de la propiedad llevarán al alumno a encontrar y descubrir sucesivos ambientes a medida que transcurre su vida colegial».22
Entre los documentos que propone el proyecto definitivo encontramos un plano de
situación muy revelador que contempla las previsiones para este campo escolar, a ejecutar en dos fases. Salvo parte de las canchas de deportes –y, con seguridad, por limitaciones presupuestarias–, no se llevarán a cabo, pero su mera enumeración nos sirve
de guía para calibrar la importancia que se les otorga: teatro griego para guiñol al aire
libre, zona de huerta con pequeña granja agrícola y avícola, campos de baloncesto y
de balón bolea (sic), campo polideportivo para baloncesto, balón mano, balón bolea
(sic) y hockey sobre patines, piscina cubierta, valle de Oquendo, parque infantil con
señalizaciones de tráfico y coches de pedales.
La insistencia en Estudio en la prioridad que tiene la educación física, haciendo
hincapié precisamente en la educación –el ducere latino–, hace que haya niños de distintas edades practicando deportes constantemente a lo largo del día.23 Incluso desde
dentro de las aulas o de los pisos superiores, donde la vista mediada por las terrazas
es tan horizontal, llega constantemente el bullicio de los distintos juegos en el campo.
Podríamos, por terminar, citar de nuevo a Cossío en un breve texto de 1927, en el que
dice que «[l]a escuela no es “trabajo”, sino “juego”», recordando que «así la llamaron
los latinos: ludus».24 Juego del espíritu, claro, pero también juego físico, real, «en el
que todo producto se resuelve en placer».25
21
Ver Francisco Giner de los Ríos, Campos Escolares, Madrid, 1884.
22
Servicio Histórico del COAM, FH/P044/C017-1.
Tradicionalmente, en Estudio había dos horas de gimnasia al día hasta los 14 años, y una hora de ahí
en adelante, encajadas en el horario escolar.
23
Manuel Bartolomé Cossío, «Escuelas y escuela», Una antología pedagógica, selección de Jaume Carbonell
Sebarroja, Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1985, p. 40.
24
BILE, n.o 113-114. Julio 2019
Colegio Estudio, Aravaca (Madrid). Proyecto de Fernando Higueras, 1962-1964. Auditorio. Fotografía publicada
en Fernando Higueras, edición a cargo de Lola Botia, Madrid, Xarait, 1987.
Colegio Estudio, Aravaca (Madrid). Proyecto de Fernando Higueras, 1962-1964. Galería. Fotografía publicada en
Fernando Higueras, edición a cargo de Lola Botia, Madrid, Xarait, 1987.
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LA MEJOR ESCUELA ES LA SOMBRA DE UN ÁRBOL
Una clase al aire libre en el Colegio Estudio en la actualidad. Colegio Estudio, Madrid.
Nota
Para redactar este texto se han consultado planos, fotografías y otra documentación del
proyecto del Colegio Estudio conservada en los siguientes archivos:
• Archivo Histórico Fundación Estudio (gracias, Mar Gaisse).
• Legado Higueras, Archivo Histórico del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (gracias,
como siempre, a todo el equipo del archivo).
• Legado Higueras, Colección Digital Politécnica, Biblioteca Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid.
Asimismo, agradezco especialmente a Elena Gallego Valcarce, de la Fundación Estudio, su
cordial recibimiento, disponibilidad y generosa ayuda en la que durante tantos años fue
también mi casa.
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