STUDIA HUMANITATIS JOURNAL, 2021, 1 (1), pp. 154-173
ISSN: 2792-3967
DOI: https://doi.org/10.53701/shj.v1i1.7
Artículo / Article
BASES PARA UNA POÉTICA DE LA ESPERANZA: CONTENIDO
PROPOSICIONAL Y AUTONOMÍA DE LA IMAGEN1
FOUNDATION FOR A POETICS OF HOPE: PROPOSITIONAL
CONTENT AND IMAGE AUTONOMY
Adrián Pradier
Universidad de Valladolid, España
ORCID: 0000-0001-5546-4238
adrian.pradier@uva.es
| Resumen |
El objetivo del artículo consiste en presentar las bases para una poética de la esperanza, conforme a una
estrategia de tres fases: en primer lugar, se estudia la discusión contemporánea del concepto de esperanza en el marco de la
filosofía analítica y, en particular, se discuten las principales fortalezas y debilidades de la «descripción estándar» ( standard
account), conceptualización que goza de rango canónico; tras presentar las principales deficiencias del modelo, se discute el estatuto
de las imágenes mentales como criterio definitorio a propósito de un trabajo de Luc Bovens, con el objetivo de poner de manifiesto
la naturaleza proposicional del contenido mental de la esperanza; resuelta ya la separación entre imágenes mentales adscritas a
la esperanza y los contenidos discursivos consustanciales a ella, se justifica la licencia de una poética de la esperanza en sus
lineamentos básicos.
Palabras clave: Esperanza, Descripción estándar, Imagen, Autonomía, Poética.
| Abstract | The aim of the article is to present the bases for a poetics of hope, according to a three-phase strategy:
first, we study the contemporary discussion of the concept of hope within the framework of analytical philosophy and, in particular,
we discuss the main strengths and weaknesses of the standard account, the only conceptualization with a certain canonical rank.
Once the main deficiencies of the model have been presented, we then analyse the status of mental images as a defining criterion
in the definition of hope, in order to reveal the propositional nature of its mental content. For this we take as a basis Luc
Bovens' work on the deficiencies of the standard approach. Once the separation between mental images attached to hope and
discursive contents inherent to it has been resolved, we propose and justify the license to elaborate a poetics of hope in its basic
guidelines.
Keywords: Hope, Standard Account, Image, Autonomy, Poetics,
1
Recibido/Received: 13/05/2021
Aceptado/Accepted: 07/06/2021
Adrián Pradier
| Introducción2 |
La búsqueda de una definición satisfactoria de esperanza ha sido durante las dos últimas
décadas objeto de una inusitada atención filosófica, especialmente en el marco de la
filosofía analítica. Mi objetivo no consiste ni en discutir una definición de esperanza, ni
en realizar un balance de las principales contribuciones al respecto. Se trata más bien de
proponer las bases para una poética de la esperanza y, sobre todo, de justificar el origen
de su elaboración.
La estructura del trabajo, que tiene algo de estrategia, recorre tres fases: atendiendo a
su influencia y rango canónico, se analiza, en primer lugar, la «descripción estándar» de
la esperanza en el contexto analítico contemporáneo; seguidamente se discuten las
consecuencias de un trabajo publicado por Luc Bovens sobre las insuficiencias del
modelo estándar, entre las que destaca, para nuestros propósitos, el estatuto autónomo
de las «imágenes mentales» de la esperanza en relación al «contenido proposicional» de
la misma; despejada la neta separación entre ambos, se procede a justificar y habilitar,
por último, la licencia de una poética de la esperanza basada en tres principios básicos,
atinentes a su norma, objetivo y horizonte.
|El enfoque analítico de la esperanza: la «descripción estándar»|
La caracterización más aceptada de la esperanza es la «descripción estándar» (Meirav,
2009, p. 218) u «ortodoxa» (Martin, 2014, p. 4). En ella se define como una «disposición»
mental (Day, 1969, p. 98) en la que han de satisfacerse dos condiciones: (1) una condición
desiderativa, por la que la proposición «A tiene esperanza de que p» es cierta si y sólo si
«A desea el cumplimiento, ocurrencia o posesión de p»; (2) una condición cognitiva o
estimativa, en la que para que la proposición «A tiene esperanza de que p» sea verdadera
es preciso que «A crea subjetivamente que p es en algún grado probable». Se acepta, en
general, que esta creencia o estimación ha de involucrar «un cierto rango de
probabilidades» (Downie, 1963, p. 248) que habilite, al mismo tiempo, un «grado de
expectación» adecuado, de tal forma que, al contrario, una persona desesperanzada, sin
estar falta de deseo, carece no obstante «de una expectación de que este deseo se
cumpla» (Wheatley, 1958, p. 127).
El filósofo analítico Robert S. Downie, tomando en consideración un trabajo anterior de
J.M.O. Wheatley, fue el primero en estudiar el estatuto epistémico de la condición
estimativa en la esperanza. A diferencia del planteamiento clásico de Santo Tomás,
donde el carácter lógicamente posible de lo esperado constituye por sí solo razón
suficiente para legitimar las esperanzas de que p, para Downie los casos típicos en los
que alguien esperaría que p «caen dentro de una escala más estrecha», coincidente con
* Esta publicación se vincula al Proyecto de Investigación “Arte y Transformación Social (A&TS)” (PIUNA-2020) financiado por la
Universidad de Navarra y desarrollado en el GIR “Estética y Arte Contemporáneo”, coordinado por el Dr. Ricardo I. Piñero Moral,
Catedrático de Estética y Teoría de las Artes.
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
155
Bases para una poética de la esperanza: contenido proposicional y autonomía de la imagen
una «probabilidad positiva de que el objeto de la esperanza se cumpla», distinción que
se realiza «con fines prácticos» (Downie, 1963, p. 249). Según este planteamiento,
aquellas proposiciones que satisfagan el contenido elemental de «tener esperanzas de
que p» tendrán sentido si y sólo si existe el deseo de que p y, al mismo tiempo, existe la
creencia en la probabilidad positiva de que p sea mayor que cero y menor que uno, lo
cual incluye aquellos casos en los que el éxito es difícil de obtener por razón de
probabilidad (Downie, 1963, p. 250; Day, 1969, p. 95).
El rango no es fácil de determinar y ha de mantenerse en un sutil equilibrio entre
certidumbre e incertidumbre, pues así como ésta conduciría a la quiebra de la esperanza,
un conocimiento cierto y determinista también conduciría a su colapso al «sobrepasar
el criterio de probabilidad» (1963, p. 248) en beneficio de una seguridad expectante. En
otras palabras, cuanta más certidumbre tenemos en torno a las probabilidades de éxito
de que p, con más razón se pierden los motivos para esperar y más sentido adquiere
mantenerse a la expectativa. La diferencia, por lo tanto, entre «esperanza» y
«expectativa», aunque difícil de apreciar en el lenguaje cotidiano, es crítica en la
aproximación estándar, tal y como explicaba, en 1969, John Patrick Day:
[…], la visión de que «A espera que p» significa «A desea que p y piensa que p es
en algún grado probable» no es idéntica a la definición del diccionario, de acuerdo
a la cual significa «A desea y se mantiene a la expectativa de que p». Esto es
porque «A se mantiene a la expectativa de que p» no es sinónimo de «A piensa
que p es probable en algún grado, aunque sea pequeño», sino que lo es más bien
de «A piensa que p es más probable que no». En otras palabras, «A espera que
p» es sinónimo de «A cree que p». De manera incidental hay un uso diferente y
secundario de «tener expectativas». «Inglaterra tiene la expectativa de que todo
hombre este día cumplirá con su deber»3 no significa que «los ingleses creen que
cada marinero de la flota cumplirá hoy con su deber», sino que significa más bien
que «los ingleses confían, o cuentan, con que cada marinero de la Flota cumpla
hoy con su deber» (Day, 1969, p. 95).
Las últimas dos décadas han sido especialmente fructíferas tanto en ritmo como en
calidad de los trabajos publicados. Y, en la práctica totalidad de los casos, se acusa la
inadecuación de la «descripción estándar» de la esperanza, en particular del enfoque dual
de condiciones. La controversia contemporánea se centra en el hecho de que la
descripción estándar, en su enfoque canónico de las dos condiciones, no es capaz de
ofrecer un marco efectivo de resolución a la hora de distinguir entre esperanza y
desesperanza. Dicho de otro modo, el modelo es insuficiente. En este sentido, si para
otro prestigioso teórico de la esperanza como fue Gabriel Marcel «las condiciones de
posibilidad de la esperanza coinciden rigurosamente con aquellas de la desesperanza»
(Marcel, 2003 [1931], p. 87), lo que constituye su carácter particular, esta coincidencia
genera un fallo catastrófico para el enfoque analítico.
3
La frase England expects that every man will do his duty es un ejemplo bien conocido en lengua inglesa. Se trata de una señal de
navegación enviada por Lord Nelson desde el palo mayor del HMS Victory a los barcos de la flota inglesa que participaron en la Batalla
de Trafalgar, acaecida el 21 de octubre de 1805.
SHJ, 1 (1) (2021) pp. 127-146. ISSN: 2792-3967
156
Adrián Pradier
Según se orienten en uno u otro sentido, las principales críticas se agrupan en torno a
dos líneas de trabajo bien reconocidas: la menos numerosa, de un lado, está integrada
por quienes ponen en cuestión o bien una (Beyleveld, 2012), o bien ambas condiciones
de inicio (Segal & Textor, 2015), o directamente acusan el propio enfoque del modelo
de condiciones (Blöser, 2019; Segal & Textor, 2015; Moellendorf, 2006); la más
numerosa en miembros y contribuciones, por el contrario, está integrada por aquellos
autores que dirigen todos sus esfuerzos a resolver el problema de la impotencia
explicativa del enfoque analítico dual para lograr, entre otras rutinas clave, una distinción
adecuada entre aquellas situaciones marcadas por la esperanza de aquellas otras
caracterizadas por su contrario, la desesperanza (Kwong, 2019; Milona & Stockdale,
2018; Martin, 2014; Meirav, 2009; Pettit, 2004; Bovens, 1999).
Bajo el punto de vista del profesor Ariel Meirav (2009), la «descripción estándar» ha
sido capaz de ofrecer dos condiciones ciertamente necesarias para la esperanza, pero
sin capacidad para explicar las razones por las que, de dos sujetos, en igualdad de
condiciones, ante una misma situación y animados por el mismo deseo, uno se mantenga
en la esperanza y otro no. Según este planteamiento, la aplicación del modelo dual
implica que para que la proposición «tener esperanza de que p» sea verdadera es
necesario que se cumpla (1) el deseo de que p y (2) la creencia de que p es en algún
grado probable, por lo que una proposición del estilo «no tener esperanza de que p» es
verdadera si y sólo si se cumple (1) el deseo de que p y (2) la creencia de que no-p es
en algún grado probable. Comoquiera que no se altera ni el número de condiciones, ni
el propio contenido proposicional expresado en p, esperanza y desesperanza satisfacen,
a efectos prácticos, tanto la condición desiderativa como la estimativa, por lo que no
sería posible explicar, como tampoco discernir para «un amplio rango de tipos de casos
[…] si uno espera o desespera de lo esperado» (Meirav, 2009, p. 230).
Algo parecido sucede en el ejemplo atribuido por Spinoza a Jean Buridan (Spinoza, 1677,
II, p. XLIX, sch.), en el que, al no encontrar razones para justificar la elección entre dos
pilas de heno en apariencia iguales, un asno muere de hambre. La diferencia radica en
que las personas, a diferencia del jumento, se arriesgan o se dejan llevar, y o bien se
procuran un rincón en la angosta bodega de la esperanza; o bien naufragan en el mar
sereno y calmo de la desesperanza. Pero, en cualquier caso, eligen. Gabriel Segal y Mark
Textor ilustran el problema mediante el siguiente ejemplo:
Reinhold y Hillary están escalando una ruta difícil. Todavía están a cierta distancia
de la cumbre y están evaluando sus probabilidades. Ambos creen que tienen un
cincuenta por ciento de probabilidades de éxito y un cincuenta por ciento de
probabilidades de fracaso. Sus deseos de alcanzar la cima son igual de fuertes,
como lo son sus deseos de regresar a casa sanos y salvos. En lo que respecta a
la psicología de creencias / deseos de Reinhold y Hillary, está en juego la elección
entre regresar al campamento base o ascender a la cumbre. ¿Quedarán
paralizados, como el asno de Buridan, o sólo serán capaces de resolver el punto
muerto lanzando una moneda (Segal & Textor, 2015, pp. 209-210)?
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
157
Bases para una poética de la esperanza: contenido proposicional y autonomía de la imagen
En general, la estrategia más compartida entre los autores que aceptan las bases
fundacionales de la aproximación estándar consiste en buscar una tercera condición —
o, en términos de Michael Milona, un «tercer factor»— que permita afrontar esta
insuficiencia explicativa (Milona, 2020b, pp. 103-108; Pradier, 2020, pp. 172-183; Blöser,
2019, pp. 206-209; Segal & Textor, 2015, pp. 241-222; Martin, 2014, 11-34). Analizamos
en la siguiente sección la primera de tales propuestas en orden cronológico, firmada por
el filósofo belga Luc Bovens, cuyas debilidades argumentativas servirán para poner de
manifiesto dos ideas fundamentales para la elaboración de nuestra poética de la
esperanza: de un lado, (1) la autonomía de la «imagen mental» en relación al «contenido
proposicional» de la esperanza; y, de otro lado, (2) la posibilidad de crear y proponer
«imágenes» que, con arreglo a la señalada autonomía, incentiven, contribuyan o
refuercen los motivos para creer en la resolución favorable de ese mismo «contenido
discursivo».
|El modelo representacional de la esperanza de Luc Bovens|
Las principales propuestas para resolver ese déficit explicativo de la versión estándar de
la esperanza arrancaron en 1999 con el trabajo The Value of Hope del filósofo analítico
Luc Bovens, para quien también «la conjunción de creencia no segura y deseo es una
condición necesaria y no suficiente para la esperanza» (1999, p. 674). Se impone, por lo
tanto, la búsqueda de un tercer factor, que para Bovens consiste en una cierta inversión
de esfuerzo y energía en actividades mentales que conduzcan a la elaboración de una
«imagen mental» plausible y concreta de lo esperado. Quien se embarca en la esperanza,
por lo tanto, invierte una cierta cantidad de «energía mental» en aras de imaginar los
«estados proyectados del mundo», en cuyas representaciones no sólo puede hallarse un
cierto alivio ante las dificultades presentes, o una fuente de fuerza motivacional para
adoptar posiciones proactivas, sino que incluso «podemos llegar a darnos cuenta de que,
después de todo, no vale la pena esperar lo que originalmente esperábamos» (1999, p.
673).
La «imagen mental» (mental imaging) resultante tiene, por lo tanto, un valor emocional,
pues proporciona un descanso de la «espera» presente; un valor cognitivo, por cuanto
hasta cierto punto permite anticipar escenarios futuros y hacer cálculos conforme a
ellos; y goza de un cierto valor práctico, en tanto que puede animar una revaluación de
nuestros objetivos e intereses. Asimismo, permite distinguir al esperanzado del
desesperanzado, pues el contenido de ambas imágenes es evidentemente distinto y
permite explicar que el primero se comprometa con esa «imagen mental», a cuya luz
puede revisar sus opciones, determinar su propio papel como agente y, en última
instancia, planificar escenarios intermedios. Cabrían supuestos externos, por ejemplo,
de tipo caracteriológico o social que, en buena medida, permitirían arrojar algo de luz
sobre los motivos que llevarían al esperanzado a comprometerse con ese escenario
posible, pero no están expresamente respondidos en el planteamiento original, un
aspecto que ya ha recibido sus críticas (Meirav, 2009, p. 226). En todo caos, lo cierto es
SHJ, 1 (1) (2021) pp. 127-146. ISSN: 2792-3967
158
Adrián Pradier
que para Bovens el problema del «tercer factor» habría quedado resuelto. En sus propias
palabras:
¿Es la imagen mental, junto con la creencia y el deseo adecuados, una condición
suficiente para la esperanza? Creo que sí. Sería ridículo para mí negar que tengo
esperanzas de que Sophie venga a la fiesta, al mismo tiempo que creo que podría
venir, deseo que venga y soy incapaz de mantener mi atención en las
conversaciones con los demás invitados. ¿Qué más podía haber en la esperanza
de que Sophie viniera a la fiesta? Esperar es simplemente tener la creencia y el
deseo adecuados junto con estar comprometido hasta cierto punto con la
imagen mental (1999, p. 674).
Pese a las bondades de su planteamiento y a su innegable carácter pionero —o
precisamente por ello—, han sido numerosas las críticas dirigidas contra el trabajo de
Bovens, sobre todo por suponer una ruptura de la neta frontera entre el «contenido
proposicional» —o «discursivo» (Milona, 2020b, p. 104)— de la esperanza, y las
«imágenes mentales» de lo esperado (Meirav, 2009, pp. 226-227; Segal & Textor, 2015,
pp. 214-216; Martin, 2014, pp. 17-19). De hecho, la decisión de situar entre sus
condiciones de satisfacción esta «imagen mental» de lo esperado implica la sustitución,
en la teorización sobre la esperanza, de un modelo proposicional dominante, que sí
contaría con apoyos hermenéuticos muy claros —amén de argumentativos—, por uno
representacional, en el que (1) no sólo la tradición filosófico-moral no ofrece indicios
de un arraigo significativo como para tomarlo en consideración, (2) sino que la propia
tradición moralista, en sus vías artísticas y literarias, parece defender, en general, los
valores de la esperanza frente a los peligros de sus «imágenes mentales» —o, al menos,
de cierto tipo de imágenes—. Ambos factores permiten presuponer la vigencia del
modelo proposicional frente al representacional y, lo que es más problemático, la
autonomía de la imagen en relación al propio contenido proposicional de lo esperado.
Dicho de otro modo, la consideración histórica que las «imágenes mentales» reciben,
tanto desde el punto de vista filosófico, como desde el punto de vista literario y artístico,
no incluye su necesaria presencia entre las condiciones de la esperanza: antes al
contrario, en una proposición del tipo «A espera que p», normalmente se piensa que o
bien la imagen de p sobreviene, o es deliberadamente forjada por el sujeto, pero ni en
uno ni otro caso es consustancial a la propia esperanza.
Respecto a (1), o sea, la falta de referentes hermenéuticos en la tradición filosófico-moral,
cuesta hallar alguna otra referencia filosófica donde se plantee o siquiera se insinúe la
idea de la «imagen mental» como una condición necesaria de la esperanza. De hecho, la
distinción, en la entraña misma del concepto de esperanza, entre palabra e imagen, así
como la condición separable de la segunda es muy antigua. La hallamos ya expresada por
primera vez en el Filebo de Platón, en el marco de una auténtica «“psicología” de la
esperanza» (Gravlee, 2020, p. 5). En su sentido más amplio, el filósofo ateniense
considera que las «esperanzas para el porvenir» (ἐλπίδες εἰς τὸν ἔπειτα χρόνον) (Phlb.
39e) son definidas, en primer lugar, como «placeres del alma» (τῆς ψυχῆς […] ἡδοναὶ),
lo que provisionalmente promueve una identificación, de carácter tropológico, entre
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
159
Bases para una poética de la esperanza: contenido proposicional y autonomía de la imagen
«esperanza» y «placer». Se trata literalmente de un «regocijarse por anticipado»
(προχαίρειν), que encuentra su contrapartida en el «temer por anticipado»
(προλυπεῖσθαι) (Phlb. 39d).
Más adelante se produce una disociación de los conceptos. Cuando Sócrates se pregunta
por el modo como se originan nuestros juicios sobre el mundo y compara el alma con
un libro, se distinguen tres estratos: (i) «sensaciones» (αἰσθήσεις) y «afecciones»
(παθήματα); (ii) los «discursos en nuestras almas» (ἡμῶν ἐν ταῖς ψυχαῖς τότε λόγους);
y, por último, (iii) «las imágenes de lo dicho» (τῶν λεγομένων εἰκόνας) (Phlb. 39a-b).
Siguiendo su planteamiento, las esperanzas pasan a ser redefinidas técnicamente como
«discursos que están dentro de cada uno de nosotros» (λόγοι μήν εἰσιν ἐν ἑκάστοις
ἡμῶν), de los que existen «representaciones» (φαντάσματα) ciertamente placenteras
(Phlb. 40a) —lo cual no excluye, en modo alguno, que el contenido proposicional sea,
en sí y con anterioridad, placentero—: de esta forma, ya en Platón se consumaba una
nítida separación entre «palabra» e «imagen», y, por lo que toca a la esperanza, entre su
dimensión discursiva y su representación icónica.
Por lo que respecta a los autores modernos que han trabajado expresamente el
concepto de esperanza —y no son muchos—, sólo Spinoza plantea que ésta proviene
«de la imagen (ex imagine)», se sobrentiende que mental, «de una cosa futura o pretérita,
de cuya ocurrencia dudamos» (ex imagine rei futuræ vel præteritæ de cujus eventu
dubitamus), aspecto en el que coincide con el miedo, pues también éste surge «de la
imagen de una cosa dudosa» (ex rei dubiæ imagine) (Spinoza, 1677, III, p. XVIII, sch. II).
Descartes, por ejemplo, considera que la esperanza es un tipo de pasión erigida sobre
el deseo de un bien —condición desiderativa—, al mismo tiempo que se satisface una
estimación —condición estimativa— de su posibilidad, dependiente, a su vez, «de si hay
mucho o poco de apariencia de obtener lo que se desea» (s’il y a beaucoup ou peu
d’apparence qu’on obtienne ce qu’on désire) (Descartes, 1649, p. 86, art. LVIII). La citada
«apariencia», en este punto, no debe confundirse con la «imagen futura» o la «imagen
mental», dado que con ello se refiere exactamente al estado de cosas actual y al modo
como éste es presentado a los sentidos, con un significado de correlación: en virtud de
cómo sea la «apariencia» de las cosas, así será mi esperanza.
Thomas Hobbes, por su parte, considera que la esperanza es un «apetito» (appetite),
que necesariamente se conjuga, por su proyección hacia el futuro, «con una opinión de
alcanzar lo que se desea» (with an opinion of attaining) (Hobbes, 1995, [1651], Iª, vi, 18,
p. 90). Esta opinión parece referirse a las posibilidades de conseguir el objeto esperado,
por lo que allí donde hay esperanza, hay una estimación anterior de que suceda lo
esperado, con independencia de las imágenes que lo acompañen a las que en momento
alguno se refiere. Esto no implica que no quepan en su planteamiento, pero, sin duda,
no juegan un papel determinante en la racionalización de la esperanza, rol que sí parecen
ocupar en el caso, poco común, de Spinoza.
Respecto a (2), o sea, la oposición de la tradición literario-moral, es interesante señalar un
lugar común de prevención contra las «imágenes mentales» de la esperanza. La razón
estriba en que, lejos de apoyar o licenciar actividades en favor de lo esperado en la
SHJ, 1 (1) (2021) pp. 127-146. ISSN: 2792-3967
160
Adrián Pradier
esperanza, pueden ejercer una oposición distractora e incluso favorecer un resultado
contrario al esperado. Así lo indican Gabriel Segal y Mark Textor mediante el ejemplo
de un piloto de carreras que, en el transcurso de una competición, invirtiera el esfuerzo
y la energía mental descritos por Bovens no en la carrera, sino en la «imagen mental»
de verse ganador de la carrera. En tal caso, la probabilidad de la victoria se vería
seriamente comprometida si el piloto desviara su atención de cualquier otra cosa distinta
de las rutinas y tareas propias de la conducción. En un caso así se pone de manifiesto
que las «imágenes mentales» de la esperanza pueden ir en contra de lo esperado, hasta
el punto de que sea aconsejable su neutralización, sin que por ello disminuya la esperanza
del piloto en su victoria. A este respecto, es perfectamente plausible que el piloto haya
dedicado horas de entrenamiento y formación para bloquear esas «imágenes mentales»
de gloria o triunfo, en aras de evitar la ansiedad de la victoria y, en particular, imágenes
obsesivas que puedan convocar el desastre.
La sabiduría práctica desaconseja desde antiguo la inversión de esfuerzo alguno en los
«placeres de anticipación» propios de la esperanza, especialmente cuando estos vienen
suscitados o alentados por ciertas fantasías que, en ocasiones, la acompañan. Piénsese,
por ejemplo, en el cuento de Doña Truhana recogido por Don Juan Manuel en El conde
Lucanor (1997 [1575], VII, pp. 50-51). Como es habitual en sus narraciones, el noble
solicita consejo de su criado Patronio, hombre sabio y de recursos, en torno a un asunto
de negocios que, en las propias palabras del Conde, «tiene tantas ventajas que, si con la
ayuda de Dios pudiera salir bien, me sería de gran utilidad y provecho, pues los beneficios
se ligan unos con otros, de tal forma que al final serían muy grandes». Frente a ello,
Patronio invoca las bondades de la prudencia, cuando dice que «el prudente se atiene a
las realidades y desdeña las fantasías». La historia que le cuenta en esta ocasión versa
sobre la figura de Doña Truhana, una mujer «más pobre que rica» que, yendo un día al
mercado con una olla de miel sobre la cabeza, «empezó a pensar» en cómo la venta de
su producto le permitiría comprar unos huevos; vender las gallinas —que, por supuesto,
nacerían de los huevos— y comprar unas ovejas; vender unas ovejas —compradas con
la venta de las gallinas—; «y así fue comprando y vendiendo, siempre con ganancias, hasta
que se vio más rica que ninguna de sus vecinas» (1997 [1575], VII, p. 50). Llevada por
esas «imágenes de anticipación» —nos dice, de hecho, que Doña Truhana «se vio»—, y
porque había puesto «toda su confianza en fantasías», la olla se rompió en un descuido
y «no pudo hacer nada de lo que esperaba y deseaba tanto» (1997 [1575], VII, p. 51).
Félix María de Samaniego, en otro célebre ejemplo, haciéndose eco no del cuento de
Don Juan Manuel, sino de la fábula de La lechera y el cántaro de leche de La Fontaine,
llama la atención sobre tres ideas en su propia versión del motivo: (1) la tendencia de la
fantasía a confeccionar las imágenes más excelentes de lo esperado —lo que resitúa el
asunto en una prevención de orden práctico frente al optimismo—; (2) la moderación
de los afectos relacionados con esas imágenes, para evitar dejarse arrastrar por ellos; y,
en última instancia, (3) la contención del apego, para que éste no se imponga a la propia
estimación de la creencia, en la que ha de contemplarse el fracaso como una posible
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
161
Bases para una poética de la esperanza: contenido proposicional y autonomía de la imagen
resolución, real, fácticamente probable e insidiosamente concreta. En sus propias
palabras:
¡Oh, loca fantasía,
qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría;
no sea que, saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna;
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro (Samaniego, 2005 [1781 y 1784], p. 53; II, 2,
vv. 37-48).
Tampoco el ejemplo cinematográfico elegido por Bovens para apoyar su tesis parece
responder con adecuación a sus intereses. Se trata de Cadena perpetua (The Shawshank
Redemption, 1995), dirigida por Frank Darabont y adaptada por él mismo a partir de una
novela corta de Stephen King de 1982, titulada Rita Hayworth y la redención de Shawshank
(Rita Hayworth and Shawshank Redemption). La película se ha convertido en un lugar
común de la discusión contemporánea sobre el concepto de esperanza y, en particular,
sobre la búsqueda de ese «tercer factor» determinante para su definición.
La historia gira en torno a la estancia en prisión de Andy Dufresne (Tim Robbins), un
banquero de Portland (Maine), culto y urbanita, condenado injustamente a dos cadenas
perpetuas en la temible prisión de Shawshank, dirigida por el obtuso alcaide Samuel
Norton (Bob Gunton) y sus secuaces. En términos generales, la trama está trazada en
torno al modo de afrontar la vida en prisión por parte de los dos protagonistas: el propio
Andy, un ardiente defensor del valor irrenunciable de la esperanza, y Ellis Boyd Redding
alias Red (Morgan Freeman), un hombre duro formado en la cárcel, condenado también
a cadena perpetua y que encarna ese tipo de desesperanza práctica, en cierto modo
estoica, orientada a la supervivencia en entornos hostiles.
En uno de los momentos más reveladores del filme se aborda, precisamente, el papel
que la esperanza juega entre los muros de Shawshank. Todo sucede tras un altercado
anterior. Andy, una vez ganada la confianza del personal de administración —para
quienes realiza trabajos de asesoría económica, la mayoría ilegales— consigue encerrarse
en uno de los despachos de la oficina y colocar en el tocadiscos la canzonetta sull’aria de
SHJ, 1 (1) (2021) pp. 127-146. ISSN: 2792-3967
162
Adrián Pradier
Las bodas de Figaro de Mozart, logrando con ello que suene la música a través de los
altavoces del patio. Tras cumplir un largo período en aislamiento, sus amigos y
compañeros más estrechos, entre los que se cuenta el propio Red, se sorprenden de
que Andy no haya perdido la cabeza durante el cumplimiento de su pena:
ANDY. Tenía a Mr. Mozart haciéndome compañía (golpea y señala su cabeza).
Estaba aquí. (Señala su pecho.) Y aquí. Ésa es la belleza de la música. Eso no te
lo pueden quitar nunca. ¿No habéis sentido nunca la música así?
RED. Bueno, yo tocaba la armónica cuando era joven. Luego dejó de interesarme.
No tenía mucho sentido aquí.
ANDY. No. Es aquí donde tiene todo el sentido. La necesitas para no olvidar.
RED. ¿Olvidar?
ANDY. Olvidar que hay cosas en el mundo que no están hechas de piedra. Que
hay… hay algo dentro que no pueden coger; que no pueden tocar. Es tuyo.
RED. ¿De qué estás hablando?
ANDY. De esperanza.
RED. ¿Esperanza? Déjame decirte algo, amigo mío. La esperanza es una cosa
peligrosa. La esperanza puede volver loco a un hombre. No sirve de nada aquí
dentro. Sería mejor que te acostumbraras a esa idea.
En realidad, Red está previniendo al personaje de Andy de los peligros que encierra la
esperanza a través de los «placeres de anticipación» que le son propios y, en especial,
de sus fantasías, que pueden distraer de las rutinas necesarias para sobrevivir en un lugar
inmundo como Shawshank. De lo que está hablando Andy, por su parte, es de la
esperanza en sentido radical, de la actitud de mantenerse abierto a las circunstancias, de
la necesidad de integrar las posibilidades del fracaso conjuntamente con las del éxito en
un horizonte penumbroso, pero abierto.
La actitud de ambos personajes no puede ser más distinta, aunque no del todo
contrapuesta: Red no se opone a Andy, aunque Andy acabe «tirando» de Red en no
pocas ocasiones. Así como el primero se deja embargar por el poder liberador de la
música, el segundo renuncia a ella, hasta tal punto que el día de su cumpleaños Andy
obsequia a Red con una armónica, que éste se niega a tocar. Así como el segundo inicia
todo tipo de proyectos que sirven para mejorar la vida en la prisión, no sólo la suya,
sino la del resto de sus compañeros —ampliar los fondos de la biblioteca; fundar un
repositorio de discos; ayudar a un joven recluso a superar el examen del graduado
escolar…—, Red, sin criticar o despreciar ni una sola de sus aventuras, es incapaz de
embarcarse por sí solo en todo aquello que arroje un mínimo de luz —y de sentido—
a su rutina en la cárcel, reducida a la simple, cruda y mera resistencia cotidiana.
Por el contrario, Andy hace de su esperanza una virtud de entrega y dedicación que le
permite mantenerse en vilo; prestar atención a lo que le rodea; evaluar y revaluar sus
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
163
Bases para una poética de la esperanza: contenido proposicional y autonomía de la imagen
posibilidades de ser libre; integrar la incertidumbre; afrontar serenamente la posibilidad
de la derrota —y, en general, la propia derrota—. Está claro que la sensación de
bienestar asociada al cumplimiento de p —en este caso, «ser libre»— puede ser más
intensa si viene animada o, si se prefiere, ilustrada por las fantasías de un resultado en el
que uno «vea» que p es satisfactorio, lo que quizá contribuiría a una mayor
determinación para embarcarse en su búsqueda. Pero esto siempre es, en todo caso,
algo opcional, contingente, creativo, pero no necesario para la esperanza: de hecho, ni
en la novela original de Stephen King, ni en la propia película de Darabont da indicios
Andy, de tener en su cabeza imagen alguna de su vida en libertad, sino que antes bien es
la propia idea de «ser libre», en ese mágico y poderoso «espero ser libre», la que
promueve, favorece y, hasta cierto punto, facilita todas sus actividades, sin renunciar a
las dificultades e integrando, por lo tanto, la inevitable exposición al fracaso, a la ruina e,
incluso, a la muerte.
El propio Santo Tomás —quien acepta, en lo básico, el modelo proposicional de la
esperanza— fue el primero en señalar que las delectaciones que se dan en el mismo uso
de la razón terminan colaborando con ella, como cuando uno razona sobre las
probabilidades de éxito de un curso de acción y compromete su espera en ellas, «porque
hacemos con más atención aquello en lo que nos deleitamos, y la atención ayuda a la
operación» (quia illud attentius operamur in quo delectamur; attentio autem adiuvat
operationem) (ST I-II, q. 33, a. 3, co.); consecuentemente, la proposición «Andy tiene la
esperanza de ser libre», donde «ser libre» expresa un simple y llano contenido
proposicional, genera tanta ilusión y entrega, sin precisar sus imágenes, que «implica de
suyo ayudar a la operación, haciéndola más intensa» (per se habet quod adiuvet
operationem, intendendo ipsam) (ST I-II, q. 40, a. 8, co.). De hecho, tras más de veinte
años en prisión, el personaje interpretado por Robbins logra fugarse, revelando con ello
un astuto plan, realmente difícil de llevar a cabo, en el que había estado trabajando,
meditando y excavando aproximadamente desde sus primeros meses en prisión.
Nótese, por último, que ni el cuento de Doña Truhana, ni la fábula de La lechera, ni la
historia de Andy Dufresne expresan las bondades estoicas de mantenerse a distancia de
los bienes de la esperanza, como tampoco de sus placeres de anticipación. En realidad,
frente al desenfado atolondrado del optimismo, que escamotea la posibilidad del fracaso
de nuestros horizontes y cursos de acción, tanto Don Juan Manuel, como Samaniego,
como King parecen alentar las razones de la esperanza con independencia de sus
«imágenes». Tampoco niegan la posibilidad de que tales imágenes, en efecto, sean
alimentadas.
De conformidad con las razones, argumentativas y hermenéuticas, que ponen de relieve
el carácter problemático del modelo representacional de la esperanza, estamos ya en
posición de arrojar una serie de conclusiones provisionales sobre la propuesta de
Bovens. Adopto para ello el propio esquema platónico, en buena medida vigente, del
que inferimos, en primer lugar, que el específico esperar de la esperanza provee de un
«placer de anticipación» que, aun cuando se proyecte hacia el futuro, es tan radicalmente
presente como anticipante de lo que está por venir. En otras palabras, la esperanza es
—o, como mínimo, implica—un placer de presente, con base en una consideración
SHJ, 1 (1) (2021) pp. 127-146. ISSN: 2792-3967
164
Adrián Pradier
mental en torno a un evento futuro, cuya sola posibilidad se concibe como deleitable:
dicho de otro modo, «estar pre-complacido es estar complacido ahora mismo» (Vogt,
2017, p. 39).
La indeterminada expectación que consume a quien uno se mantiene a la espera de la
mira de algo, a medio camino entre la incertidumbre más absoluta y la estimación
probabilista, puede ser aligerada por esa inversión de energía mental que permite, al
menos de manera momentánea o episódica, escapar de las circunstancias presentes en
busca de alivio, consuelo, refugio o alegría. En este sentido, la sensación de bienestar
puede ser más intensa si el contenido viene acompañado por imágenes mentales del
resultado: al fin y al cabo, tales imágenes, que constituyen un cierto anticipo, nos
permiten «vislumbrar una tierra […] que puede ser alcanzada» (Godfrey, 1987, p. 27).
Pero ateniéndonos al hecho de que no parece haber indicios de su necesidad para estar,
de hecho, esperanzados, tales imágenes no pueden formar parte del conjunto de
condiciones de la esperanza y gozan, por lo tanto, de una cierta autonomía: se trata de
imágenes liberadas, cuya forja responde a una cierta normativa que les es propia.
La esperanza, en segundo lugar, provee, siempre según Platón, de un tipo de «prediscurso» (προσδοκία) (Phlb. 32c) en relación al futuro, que, en línea con posiciones
contemporáneas, posibilitaría una materialización concreta e imaginada de lo esperado
y permitiría abordar con algo de serenidad los distintos escenarios, o sea, los estados
proyectados del mundo futuro: la esperanza, por lo tanto, aporta una suerte de
aproximación cartográfica de ese alboroto de lo posible que es el futuro y, a su vez,
adquiere forma de «resolución cognitiva», que permite una mejor subsistencia ante la
precariedad de la incertidumbre (Pettit, 2004, p. 159). El contenido de ese «prediscurso» es, además, «agradable» (ἡδὺ) y, en tanto que proporciona una cierta
seguridad para el esperanzado y logra promover, al mismo tiempo, una actitud proactiva,
alerta y pendiente de lo que está por venir, la esperanza también es caracterizada como
«corajosa», «atrevida» o, si se apura la traducción, «desenfadada» (θαρραλέον) (Phlb.
39c). El propio Aristóteles coincide con Platón en su consideración de la esperanza
como algo fundamentalmente agradable que, al mismo tiempo, puede servir de apoyo al
«coraje» (θάρσος); y, también como su maestro, consideraba el de Estagira que puede
acompañarse la esperanza de una «representación mental de que está cerca lo que puede
salvar, y de que las cosas temibles o no existen o están lejos» (ὥστε μετὰ φαντασίας ἡ
ἐλπὶς τῶν σωτηρίων ὡς ἐγγὺς ὄντων, τῶν δὲ φοβερῶν ἢ μὴ ὄντων ἢ πόρρω ὄντων)
(Arist. Rhet. II, 5, 1383a17-19), sin que pueda reducirse condicionalmente a esa imagen;
y sin que, de hecho, precise de ella.
Por último, y en tercer lugar, parece evidente que la forma del contenido de la esperanza
la proporcionan los «discursos» (λόγοι) interiores a los que Sócrates hacía referencia y
que, siempre según la perspectiva platónica, resuenan en nosotros mismos. Las
«imágenes» (εἰκόνες) o «representaciones» (φαντάσματα) son propiamente las que
«están pintadas» (ἐζωγραφημένα) en el libro de nuestras almas y permiten que «con
frecuencia uno se ve[a] a sí mismo» (τις ὁρᾷ πολλάκις ἑαυτῷ) (Plat. Phlb. 40a) en la
situación que se desea en la esperanza. Esta descripción estratigráfica, en la que no existe
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
165
Bases para una poética de la esperanza: contenido proposicional y autonomía de la imagen
implicación de abajo arriba, pero sí de arriba abajo, formaliza el contenido material de la
esperanza como un evento fundamentalmente proposicional, antes que como una
«imagen», la cual, repetimos, o sobreviene, o es deliberadamente forjada. Con base en
esta condición de las propias imágenes de la esperanza, tales fantasías no pueden ser
condiciones necesarias de la esperanza, ni siquiera de manera «episódica», como
sostiene el propio Bovens (1999, p. 675): todo parece indicar que las representaciones
de lo esperado acontecen a veces de manera voluntaria, como cuando decidimos
embarcarnos en la imagen, siempre agradable y estimulante, de que obtenemos lo que
buscamos, de que estamos donde deseamos, de que nos acompaña quien amamos; a
veces de forma súbita, como cuando esas mismas imágenes nos sobrevienen sin que
podamos controlar su emergencia, aunque sí sus efectos sobre nosotros —ahí encuentra
su justificación la insistente reserva de la tradición frente a las fantasías de la esperanza—
.
Expresado en clave analítica, la esperanza puede ser interpretada como un cierto tipo
de evento mental, «con contenido proposicional» (Frede, 1985, p. 174). Su significado e
implicaciones personales para el individuo serían los responsables de un tipo de placer
relativo al futuro que, a su vez, se puede ver intensificado por las imágenes mentales del
mismo, cuyo papel ni es necesario, ni tiene, por qué, ser necesariamente perjudicial. Se
impone así la idea de que en la esperanza son distinguibles un contenido proposicional
necesario, expresado por la proposición p en «A espera que p»; y una imagen mental
contingente de p. Dicho de otro modo, el concepto de esperanza dispone de un estatuto
fundadamente proposicional y ocasionalmente representacional.
|La liberación de las «imágenes de la esperanza» como base de
legitimación para una «poética de la esperanza»|
El trabajo de Bovens permite poner de manifiesto una cuestión determinante: de ser
cierta la idea de que las «imágenes mentales» operan conforme a una legislación propia,
que no viene dada por el «contenido proposicional» de la esperanza, sino antes bien por
la propia creatividad de quien tiene esperanza, entonces es posible hablar de una poética
de la esperanza. Si, además, existe una neta distinción de orden práctico entre
«imágenes» y «fantasías» de la esperanza, entonces no sólo es posible nutrir a la poética
de orientaciones generales para la confección de imágenes expresivas de esperanza, sino
que también será posible dotarla de normas específicas que salvaguarden los límites de
su alcance, además de su sentido. En otras palabras, se encuentra aquí la base de
justificación conforme a la cual desarrollamos, licenciamos, en los párrafos siguientes,
una poética de la esperanza o, si se prefiere, de las imágenes de la esperanza, no sólo
obedeciendo a razones estrictamente artísticas, sino también de orden práctico: la
creación en torno a la esperanza puede informar a las personas de las probabilidades de
éxito, pero también orientarlas hacia la transformación personal y social. Si existe un
alivio en la esperanza, quizás en sus imágenes también haya consuelo, razones para
SHJ, 1 (1) (2021) pp. 127-146. ISSN: 2792-3967
166
Adrián Pradier
perseverar, motivos para actuar. Quizá, después de todo, una imagen valga más que mil
palabras.
La poética que proponemos, que aquí sólo puede ser esbozada, comienza por el trazado
de un límite normativo —eludir el optimismo—, un objetivo creativo —cartografiar los
escenarios de lo posible— y un horizonte de expectación —favorecer la resignación y
la entrega al presente—.
i. Eludir el optimismo. Doña Truhana y la lechera comparten una misma tendencia
no sólo a imaginar los resultados de la esperanza, sino a confeccionar la mejor versión
de los mismos. Ellas representan, sin embargo, un límite normativo, de orden temático,
que convendría evitar a toda costa en una poética de la esperanza: el artista no debe
representar la certidumbre, sin base suficiente, de que lo esperado en el futuro se
concretará de la mejor forma posible. En otras palabras, y por más contraintuitivo que
resulte, el artista debe abstenerse del optimismo.
Conviene aclarar que no ponemos en duda los valores atribuidos al optimismo o sus
bondades para la vida diaria (Peterson & Chang, 2003). Antes bien, se acusa, en
comparación con la esperanza, su grado de exposición a la falta de razonabilidad y sus
dificultades para integrar la decepción. Esta debilidad constitutiva, contra la que
históricamente previene la tradición moralista, la ha caracterizado recientemente Terry
Eagleton en tres ideas fundamentales: (1) a diferencia de la esperanza, cuyo ejercicio
tiene algo de virtuoso, por cuanto reconoce «la tozudez de la realidad» (Eagleton, 2015,
p. 16) y «debe estar basada en razones», el optimismo ni puede ser considerado una
virtud, ni entraña comportamientos evaluables libremente elegidos, al tratarse, más bien,
de «una peculiaridad del temperamento» (2015, p. 18); seguidamente, (2) así como la
esperanza tiende a un cálculo del presente en aras de una estimación futura de lo
esperado, el optimista tiende a cerrarse ante el presente, a negar la gravedad de la
situación y a considerar, en suma, que todo saldrá bien: «extiende un barniz monocromo
sobre todo el mundo, sin percibir matices ni distinciones» (2015, p. 31); por último, (3)
mientras que la esperanza se ancla en coyunturas concretas y contribuye a nuestra
propia adaptación al entorno, el optimismo puede ser incluso «desadaptativo» (Eagleton,
2015, p. 16), refractario a la propia realidad cuando ésta contraviene nuestros propios
intereses, querencias y deseos. En suma, al «perseverar demasiado con un argumento o
una agenda de investigación, mucho más allá del punto en el que puede arrojar frutos»
(Snow, 2013, p. 161), el optimista se sitúa en una perseverancia irracional y atolondrada,
negacionista de la continua amenaza del fracaso y de nuestra pertinaz exposición a
situaciones de vulnerabilidad.
Adam Kadlac, por su parte, considera que cualquier discusión en torno al optimismo o
al pesimismo debería atenerse a las creencias sobre las que se construyen sus
proposiciones. El optimismo no es, en todos los casos, fruto de la irreflexión o la
ofuscación, sino que goza en ocasiones de creencias razonables. Dicho de otro modo,
cuando existen evidencias suficientemente claras, ante una situación gravosa para el
optimista, de que las probabilidades de superarla de la mejor manera posible son muy
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
167
Bases para una poética de la esperanza: contenido proposicional y autonomía de la imagen
altas, entonces una mirada optimista sería lícita. Sin embargo, incluso en esos casos
convendría recordar el subtexto moral del cuento de Doña Truhana o de la fábula de la
lechera, pues «la evidencia», arguye Kadlac, «sobre qué ocurrirá en el futuro rara vez es
suficiente para justificar creencias seguras sobre ese futuro», en especial en aquellos
«asuntos altamente contingentes que tan dramáticamente afectan nuestras vidas diarias:
enfermedad, empleo, relaciones, y cosas por el estilo» (Kadlac, 2015, p. 343).
Una poética de la esperanza, en suma, no puede reducirse, con independencia de sus
bondades, a una normativa del «final feliz». Antes al contrario, en las imágenes de la
esperanza han de quedar recogidas las posibilidades del éxito en pugna abierta con las
del fracaso, concretadas en caminos y veredas que se abren, se cruzan y se cierran, sin
expectativas de estabilidad, pero en la seguridad elemental y primordial —y siempre
bienvenida— de que la esperanza no implica imposibilidad; por el contrario, en los límites
de una norma estética optimista, sólo se alimentaría la falsa certidumbre del éxito con
exclusión no tanto de los obstáculos, como de la simple, radical y definitoria exposición
al fracaso: entre las proposiciones «espero que p» y «tengo la certeza de que p será del
mejor modo posible», dos mundos se oponen. Una imagen de esperanza es expresiva
de una entrega radical al presente, con la luz del futuro; una imagen de optimismo se
aproxima peligrosamente a la persuasión de la propaganda.
ii. Cartografíar los escenarios de lo posible. Las imágenes promovidas y creadas al
amparo de una poética de la esperanza deberían contribuir no tanto a la intensificación
de la creencia en lo esperado, como a la perseverancia de los agentes toda vez que el
éxito sea posible. La fórmula, por lo tanto, se destila en los nada fáciles términos de una
serena asunción de nuestros límites con arreglo a una coyuntura específica, marcada por
la dificultad e iluminada, sin embargo, por un resquicio de resultados favorables que, pese
a todo, se insinúa. En palabras del propio Bovens, «en tiempos de dificultad, hay un
respiro bienvenido en la esperanza» (1999, p. 674). Pero este alivio no sólo es deleitable
por sí mismo: frente a la precariedad informativa de la incertidumbre, las imágenes de la
esperanza nos permiten abordar «el alboroto de la creencia» (2004, p. 159) y nos
impelen, de alguna manera, a trazar una cartografía de oportunidades, errores, amenazas,
fortalezas, y también de las debilidades de nuestra situación en relación al mundo y
nuestra posición en él.
La poética de la esperanza, en su tarea de cartografiar los territorios de la esperanza, no
puede, por su propio sentido, objeto y alcance, fijar con nitidez y detallismo los destinos;
los objetos concernidos; los eventos que en su esperar se desean: debe limitarse, antes
al contrario, a la misma indeterminación del resultado a la que apunta la esperanza y que
comparte, en cierta medida, con los mapas de carreteras. En las imágenes de la
esperanza, al igual que en la propia esperanza, no importa tanto el «qué» de lo esperado,
como el «esperar» que se juega en el presente. De nuevo en palabras de Gabriel Marcel,
«cuanto más tiende la esperanza a reducirse al hecho de aferrarse o hipnotizarse ante
cierta imagen», tanto más podrá objetarse que es tan sólo ilusión, engaño de «tomar
nuestros deseos por realidades»; antes bien, «cuanto más la esperanza trasciende la
imaginación, de tal modo que me prohíbo imaginar lo que espero, tanto más esta misma
objeción parece que se pueda efectivamente refutar» (Marcel, 1998 [1942], p. 56).
SHJ, 1 (1) (2021) pp. 127-146. ISSN: 2792-3967
168
Adrián Pradier
Pensemos en Girl with balloon (original de 2002), la obra del célebre artista callejero
Banksy. La forma es bien conocida: una niña estira el brazo con la mano abierta hacia un
globo de color rojo, con forma de corazón, que huye en la dirección del viento, indicada
sutilmente por el movimiento conjunto de la cuerda, el pelo y el vestido. No está claro
si lo ha soltado o, por el contrario, el globo se le escapa. Tampoco sabemos hacia dónde
va, pero sí que conocemos el mensaje que lo ampara: there is always hope, «siempre hay
esperanza». Al igual que Banksy, los artistas acogidos a una poética de la esperanza no
deberían posar su atención creativa en las tonalidades específicas del lugar al que
destinan sus obras, sino que harían lo correcto en sugerir, desde la coyuntura y los
espectadores a los que se dirigen, los perfiles abiertos del horizonte, las luces en
lontananza, poniendo todo el peso creativo en señalar los caminos, los puntos de salida,
los obstáculos, incertidumbres y, lógicamente también, las posibilidades. En otras
palabras, una poética de la esperanza no puede, en modo alguno, determinar las imágenes
de lo esperado, sino tan sólo apuntar los escenarios de lo posible, facilitar su apertura,
reconocer la situación presente y reflejar el esperar de la esperanza en su constancia
presente. Tan sólo cabe, en suma, señalar la dirección del viento.
iii. Favorecer la resignación y la entrega al presente. El horizonte de expectación
para una poética de la esperanza, de las imágenes de la esperanza, se inicia con la palabra
«resignación», en el sentido en que la utiliza Ariel Meirav en su propia teoría sobre el
concepto. Habiendo detectado las insuficiencias explicativas del modelo dual, este autor
piensa que la clave para discernir los motivos que llevan a Andy o a Red a dejarse llevar
o no por la esperanza se halla en la actitud que ambos mantienen «hacia un factor
externo relevante» (Meirav, 2009, p. 230). Interpretar ese «tercer factor» como algo
positivo o favorable para aquello que esperamos entraña la posibilidad de que pueda
actuar en nuestro beneficio y que, en caso contrario, existirá una razón suficiente para
ello. Ahora bien, para que ese «factor externo» tenga sentido en el interior de su propia
teoría, Meirav precisa de un repliegue argumentativo y de la modificación sustancial de
uno de los dos elementos que integran el modelo dual: se trata, en suma, de
reconceptualizar la condición desiderativa a través de la idea de la «resignación», que
«designa aceptación o reconocimiento del hecho de que uno no tiene control o poder
determinativo sobre algo» (Meirav, 2009, p. 228). Del «deseo» pasamos, ahora, al «deseo
resignativo» que comparte algo de la mística «serenidad» (Gelassenheit) del Maestro
Eckart.
«Resignarse», por lo tanto, no implica aquí una forma suave de desesperación, pues hace
referencia, en todo caso, a la tranquila y alegre asunción de la falta de control sobre lo
que está por venir, lo que no tiene por qué llevar aparejada la clausura para todo
porvenir. Antes al contrario, en el «deseo resignativo», que a efectos prácticos es el
«deseo sereno» de la esperanza, la luz está encendida, pero no controlamos el
interruptor. Y así está bien. Si la poética de la esperanza tiene un poder transformador
para el espectador consistirá en poner de manifiesto esta falta genuina de control sobre
las cosas, en cuya serena resignación y alegre aceptación se pone de relieve todo aquello
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
169
Bases para una poética de la esperanza: contenido proposicional y autonomía de la imagen
que «hay de humilde, de tímido, de casto, en la esperanza auténtica» (Marcel, 2003
[1942], p. 47).
|A modo de conclusión|
La poética de la esperanza favorece, a través de sus imágenes, el desasimiento que es
propio del esperar de la esperanza y que permite, en buena medida, una expresa
ocupación en la vida cotidiana. Ejemplo de esta cláusula, con la que concluyo este
estudio, lo encontramos en un cuadro de Gustav Klimt, originalmente titulado Visión y
rebautizado, por compartir temática y modelo con otro anterior, Esperanza II (Die
Hoffnung II) (1907-1908). La imagen recoge la figura estilizada de una esbelta joven, en
avanzado estado de gestación. Salvo los pechos desnudos, emblema genuino de la amable
nutrición, el resto de su cuerpo lo cubre un largo vestido decorado con formas
geométricas, en algunos tramos ciertamente intrincadas. Con los ojos cerrados, inclina
la cabeza hacia el vientre; la mano derecha levantada en actitud de atención; el brazo y
la mano izquierdos, sugeridos a través del paño, se posan sobre la barriga, bajo cuya piel
percibe la mamá el movimiento del bebé. Se suele indicar que la madre tiene aquí un
gesto de resignación, en un sentido cercano a la desesperanza. Sin embargo, bajo la
integración de los temores diarios; bajo el gesto cansado; bajo la continua amenaza de
la muerte —en la tétrica forma de una calavera que se asoma tras la tripa—; bajo el
paño brocado de oro, la madre responde, repetimos, posando su mano sobre el vientre,
con un amor incombustible, radicalmente presente, imbuido de ternura y determinación
para mantenerse a la luz de la esperanza.
El artista logra en este cuadro eludir la tentación del optimismo al integrar, en una sola
imagen, el temor, el cansancio y la muerte, pero también el amor y los cuidados de la
madre ante el inminente nacimiento, indicativos de un presente continuo que se
proyecta hacia el futuro; también cartografía la tensión del éxito y del fracaso en la
siempre larga espera del embarazo, sin determinar con nitidez las imágenes concretas
de su éxito, pero dejando abiertas todas las posibilidades, también, por qué no, las
favorables; y por último recoge, en el sutilísimo lenguaje corporal de la madre, uno de
los más exactos y hermosos retratos de la maternidad: el deseo resignado de que todo
salga bien, bajo el conocimiento de que sólo algunas cosas dependen de ella. Pero
también en una entrega absoluta y serena al presente, también en la consciencia de que
éste sí depende por completo de ella.
|Referencias|
Beyleveld, Deryck (2012). Hope and Belief. En R.J. Jenkins y W.E. Sullivan (eds.).
Philosophy of Mind (pp. 1-36). New York: Nova Science Publishers.
Blöser, Claudia (2019). Hope as an Irreducible Concept. Ratio 32 (3), 205-214.
https://doi.org/10.1111/rati.12236
SHJ, 1 (1) (2021) pp. 127-146. ISSN: 2792-3967
170
Adrián Pradier
Bovens, Luc (1999). The Value of Hope. Philosophy and Phenomenological Research 59 (3),
667-681. https://doi.org/10.2307/2653787
Day, John Patrick (1969). Hope. American Philosophical Quarterly 6 (2), 89-102.
https://www.jstor.org/stable/20009295
Diès, Auguste (ed.) (1941). Oeuvres completès. Tome IV, 2e Partie: Philèbe. Paris: Les Belles
Lettres.
Downie, Robert S. (1963). Hope. Philosophy and Phenomenological Research 24 (2), 248251. https://doi.org/10.2307/2104466
Frede, Dorothea (1985). Rumpelstiltskin’s Pleasures: True and False Pleasures in Plato’s
Philebus. Phronesis 30 (2), 151-180.
Godfrey, Joseph J. (1987). A Philosophy of Human Hope. Dordrecht: Martinus NIjhoff
Publishers.
Gravlee, G. Scott (2020). Hope in Ancient Greek Philosophy. En Steven C. van den
Heuvel (ed.). Historical and Multidisciplinary Perspectives on Hope (3-23). Cham: Springer.
Kadlac, Adam (2015). The Virtue of Hope. Ethical Theory and Moral Practice 18 (2),
337-354. https://doi.org/10.1007/s10677-014-9521-0
Kwong, Jack M.C. (2019). What is Hope? European Journal of Philosphy 27 (1), 243-254.
https://doi.org/10.1111/ejop.12391
Lomba, Pedro (ed.). (2020). Baruj Spinoza. Ética demostrada según el orden geométrico.
Madrid: Trotta.
Marcel, Gabriel (2005). Homo viator. Salamanca: Sígueme.
Marcel, Gabriel (2003). Ser y tener. Madrid: Caparrós.
Martin, Adrienne M. (2014) How we hope: a moral psychology. Princeton: Princeton
University Press.
Meirav, Ariel (2009). The Nature of Hope.
https://doi.org/10.1111/j.1467-9329.2009.00427.x
Ratio
22
(2),
216-233.
Milona, Michael (2020a). Discovering the Virtue of Hope. European Journal of Philosophy
J Philos 28, 740– 754. https://doi.org/10.1111/ejop.12518
Milona, Michael (2020b). Philosophy of Hope. En Steven C. van den Heuvel (ed.).
Historical and Multidisciplinary Perspectives on Hope (99-116). Cham: Springer.
Milona, Michael and Stockdale, Katie (2018). A Perceptual Theory of Hope. Ergo: An
Open
Access
Journal
of
Philosophy
5
(8),
203-222.
https://doi.org/10.3998/ergo.12405314.0005.008
Moellendorf, Darrel (2006). Hope as a Political Virtue. Philosophical Papers 35 (3), 413–
433. https://doi.org/10.1080/05568640609485189
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
171
Bases para una poética de la esperanza: contenido proposicional y autonomía de la imagen
Orden de Predicadores (1955-1956). S. Thomas Aquinatis. Summa Theologiae (5 vols.).
Madrid: BAC.
Peterson, Christopher & Chang, Edward C. (2003). Optimism and Flourishing. En Keyes,
Corey L.M. & Haidt, Jonathan (eds.). Flourishing: Positive psychology and the life well-lived
(55-79). Washington, DC, US: American Psychological Association.
Pettit, Philip (2004). Hope and its Place in Mind. The Annals of the American Academy of
Political and Social Science 592, 152-165. https://www.jstor.org/stable/4127684
Pradier, Adrián (2020). Integrar la incertidumbre. Un estudio sobre la esperanza. Ethika+
2, 167-185. https://doi.org/10.5354/2452-6037.2020.58860
Rodis-Levis, Geneviève (ed.) (1970). René Descartes. Les passions de l’âme. Paris: Vrin.
Segal, Gabriel & Textor, Mark (2015). Hope as a Primitive Mental State. Ratio 28 (2),
207-222. https://doi.org/10.1111/rati.12088
Shapiro, Ian (ed.). (2010). Thomas Hobbes. Leviathan or the Matter, Forme, & Power of a
Common-Wealth Ecclesiasticall and Civill. London: Yale University Press.
Snow, Nancy E. (2013). Hope as an Intellectual Virtue. En Michael W. Austin (ed.).
Virtues in Action. New Essays in Applied Virtue Ethics (153-170). Basingstoke: Palgrave
Macmillan. https://doi.org/10.1057/9781137280299_11
Tovar, Antonio (ed.) (1999). Aristóteles. Retórica. Madrid: Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales.
Vogt, Katja (2017). Imagining Good Future States: Hope and Truth in Plato’s Philebus.
En Richard Seaford, John Wilkins y Matthew E. Wright (eds.). Selfhood and the Soul:
Essays on Ancient Thought and Literature in honour of Christopher Gill (33-48). Oxford:
Oxford University Press.
Wheatley, James Melville Owen (1958). Wishing and Hoping. Analysis 18 (6), 121-131.
https://doi.org/10.1093/analys/18.6.121
|Nota biográfica|
Adrián Pradier (Zaragoza, 1979). Doctor en Filosofía por la Universidad de Salamanca,
especializado en Estética y Teoría de las Artes. Entre 2006 y 2020 fue profesor adjunto
de la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León, donde impartió clases de
Estética, Pensamiento Filosófico y Teoría e Historia de las Artes del Espectáculo. Entre
2015 y 2020 ejerció labores docentes en la Universidad Internacional de La Rioja. Entre
2016 y 2020 fue profesor asociado al Departamento de Filosofía de Estética de la
Universidad de Valladolid y, desde 2020, es Profesor Ayudante Doctor del mismo, en
asignaturas de Estética y Teoría de las Artes. Docente en distintos másteres
universitarios, es también miembro del GIR "Ciencia y Arte en Filosofía" de la UVa, del
SHJ, 1 (1) (2021) pp. 127-146. ISSN: 2792-3967
172
Adrián Pradier
GIR "Estética y Arte Contemporáneo" de la Universidad de Navarra y del Grupo de
Investigación en Artes Escénicas (ARES) de UNIR.
SHJ, 2021, 1 (1), pp. 154-173. ISSN: 2792-3967
173