Bienes, Paisajes e Itinerarios
Campiña de Jerez y Medina
El viñedo de Jerez. Arquitectura
y paisaje del vino
José Manuel Aladro Prieto, Dpto.
de Historia, Teoría y Composición
Arquitectónicas, Universidad de Sevilla
Casas de viñas y bodegas son las dos caras del Jerez, rural y urbana, que han evolucionado histórica y culturalmente de forma
paralela. Presentes en la comarca desde la antigüedad1, la consolidación del paisaje del viñedo, tal como hoy lo valoramos, está íntimamente ligada a la modernización que experimentó la industria
vitivinícola a partir de mediados del siglo XVIII. En estas fechas “en
el Marco del Jerez se libró uno de los conflictos más interesantes
entre el Antiguo Régimen y el liberalismo de los habidos en España” que supuso la radical transformación del sistema tradicional
de producción y comercialización2. La nueva estructura industrial,
capitalista, burguesa y liberal, se convertiría en menos de un siglo
en un fenómeno de escala nacional desconocida. En 1850 la exportación del Jerez supuso algo más del 50% de los beneficios que
produjo el comercio exterior español.
Este proceso, en el que surgirían las grandes empresas verticales
que habrían de controlar desde la tenencia de la tierra hasta la
exportación de los caldos, supondría el inicio auténtico de la modernización de la agricultura andaluza y una “verdadera punta de
lanza del capitalismo y economía españolas”3. Desde mediados del
XVIII la burguesía vinatera había iniciado su implantación terri-
torial incrementándola progresivamente. La superficie vitícola a
finales del siglo XIX duplicaba las poco más de 9 000 aranzadas4
existentes a mediados del siglo anterior, y el número de casas de
viñas se elevaba desde las 555 de 1792 a 826 en 1839. En la actualidad, la mayor parte de las casas históricas existentes provienen de este momento. De su origen temporal derivan en buena
medida su condición singular dentro de la arquitectura agraria
andaluza, su homogeneidad y concepción tipológica.
El viñedo reitera el modelo latifundista del cereal, aunque sin alcanzar nunca las dimensiones de éste. Una minoría de grandes
explotaciones, sobre todo en Jerez y El Puerto, y gran cantidad de
pequeñas propiedades en los términos de Sanlúcar, Trebujena y
Chipiona. Esta estructura dual, procedente del Antiguo Régimen y
reforzada tras las desamortizaciones y la crisis filoxérica (1894), se
caracterizó históricamente por la existencia de una o varias casas
en cada finca, incluso en las de escasas dimensiones. En 1818, casi
la mitad de las cerca de mil fincas inventariadas, a poco que superaran las cinco o seis aranzadas, disponían de casa y las de mayor
tamaño contaban a veces con dos o tres casas y varios lagares.
Tras la replantación obligada por la filoxera, el paisaje vitícola hoy
histórico se concentró en la campiña noroeste, al Oeste de la vía
férrea de Madrid a Cádiz, entre las tres principales ciudades del
Marco: Jerez, Sanlúcar y El Puerto. Este paisaje formalizado en lomas de suaves pendientes surcadas por carriles y abundantemente salpicadas por pequeñas casas de viñas, es el resultado de la superposición compleja de factores físicos, agrícolas y parcelarios, y
de la suma de parámetros de índole cultural, social, y económico,
locales y nacionales, que están en la base de su propia generación.
Frente al cortijo y a la hacienda, exponentes y herederos de concepciones económicas y compositivas del Antiguo Régimen, las
casas y el paisaje vitícola, generados dentro del proceso de modernización y consolidación del capitalismo bodeguero, son hijos
de la renovación neoclásica, del racionalismo ilustrado del XVIII y
de los planteamientos económicos y progresistas del capitalismo
burgués del XIX.
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A mediados del siglo XIX Antoine Latour nos dejaba esta descripción cargada de poesía: “Jerez la ciudad de los viñedos […]
Inmensos campos de viñas, [...], separados por setos de aloe y
chumberas, dragones erizados, colocados para custodia de estos
jardines de Hespérides”. Como al romántico francés, la viticultura
jerezana suscitaría una especial atención de científicos y viajeros
decimonónicos. Entonces y ahora, la vid se identificaba como uno
de los más representativos elementos identitarios de la campiña
jerezana. A pesar de ello nunca ha supuesto más que un pequeño
porcentaje del amplio territorio dedicado a la tierra calma. Esta
identificación, que se corresponde desde luego con su alta cualificación agrícola, deriva ante todo del complejo entramado de
relaciones socioculturales que han configurado históricamente la
agroindustria del Jerez, y que constituye esencia indiscutible del
patrimonio cultural gaditano.
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La singularidad y homogeneidad del
modelo tipológico de la casa de viña
del Marco del Jerez en el conjunto
de la arquitectura agraria andaluza
procede en buena medida de su
condición temporal, del contexto
económico y cultural, capitalista
y burgués, en que se consolida el
modelo constructivo y productivo.
Fotos: Juan Carlos Cazalla, IAPH
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Macharnudo o Cortijo de El Majuelo. Casa de viña, cabecera de la explotación de Domecq, que asume el protagonismo real y simbólico de la explotación.
Foto: Juan Carlos Cazalla, IAPH
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Las casas, como las bodegas urbanas, son fundamentalmente contenedores arquitectónicos, casi neutros, constructivamente básicos. Compactas, racionales y moduladas, acogen bajo una misma
cubierta las distintas funciones, normalmente en bandas paralelas
coincidentes con muros y pilares. Construidas principalmente para
albergar la pisa de la uva, el sistema tradicional de extracción del
mosto, no tienen ningún condicionamiento tecnológico mayor que
el de proporcionar un espacio amplio y aireado a los lagares: “El edificio de una viña se compone de dos partes: la casa de lagares y bodega. La casa de lagares es el local destinado a contener estos, que
consisten en un cajón de madera de roble de seis varas en cuadrado
[...] La bodega de la viña es una sala donde se deposita provisionalmente el mosto para ser conducido después a la ciudad”5. Además
de estas dos, solían contar con dependencias para los aperos de
labranza, cuadra y vivienda para el capataz. También contaban, habitualmente, con una sala para el personal, la casa de la gente o
fogarín. Las bodegas, aunque habituales, no eran imprescindibles,
pues el mosto se trasladaba inmediatamente a la ciudad.
El elemento externo más definitorio es el portal, espacio horadado
al volumen de la casa que da acceso al lagar. Al exterior, frente
al portal, se sitúa la explanada del almijar, dependencia a cielo
abierto para el soleo de la uva previo a la pisa. La portada de
ingreso a la finca, el aljibe o el propio camino de acceso, también
forma parte del conjunto. Elementos y espacios que establecen un
itinerario, una secuencia, que supera lo meramente construido, y
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que alcanza un sentido casi procesional, una dimensión territorial
y paisajística. Desde la portada se avanza entre vides hasta el almijar, aterrazamiento necesario, primer rasgo colonizador y apeadero de la casa. El portal, filtro ante el sol y el agua, nos conduce
al lagar, donde nace el vino, origen y fin del itinerario.
Este sentido territorial se refuerza en la coexistencia de varias casas
dispersas dentro de una misma propiedad, a escasa distancia unas
de otras, con cierta independencia productiva, pero formando parte
de un conjunto en el que todo está interrelacionado. El emblemático
viñedo de Majuelo, en el pago de Macharnudo, (adscrito a Domecq
casi desde los orígenes de la firma) contaba en 1818 con tres construcciones independientes, con alambique, bodegas y hasta quince
lagares. A principios del siglo XX, tras la concentración posterior a
la filoxera, estaba “dividido en cuatro secciones enlazadas por bien
construidos y cuidados arrecifes”, en las que se ubicaban cuatro casas
con lagares, bodegas y dormitorios: Viña Ponce, Cerrón, Picón, y La
Casa Grande o Castillo de Macharnudo, y “otras más modestas” que
son Ardila, con lagares y dormitorios, Alamera, almacén, El Panadero,
dormitorios, y El Notario, casa de guardas. Un conjunto de construcciones dispersas que asumían una cierta especialización. Algunas
incluso funcionaron como escuelas o tuvieron capilla para el servicio
dominical de los empleados. Entre todas, una actuaba como cabecera de la explotación, incluyendo habitaciones para la propiedad y
asumiendo una mayor carga ornamental y representativa: el Castillo
de Macharnudo en Domecq o la Canariera en González Byass.
Uvas extendidas en redores dispuestas para el tradicional soleo sobre la
explanada del almijar. Foto de época. Colección del autor
Fotografías iluminadas de principio de siglos XX. Postales publicitarias de la casa comercial Pedro Domecq: la viña Castillo de Macharnudo, cabecera de la
explotación, y Viña Ponce. Imágenes digitales del autor
Conceptual y cronológicamente la territorialidad derivada de
la estructura anterior se enmarca en el conjunto de reformas
borbónicas e ilustradas que desde mediados del XVIII tratan de
definir el territorio como una unidad de orden administrativo
y económico, en la que todos los elementos forman parte de
una entidad global. Desde la lógica burguesa el suelo es un elemento más del proceso productivo, y lo económico uno de los
aspectos predominantes en la definición del territorio. Bajo esta
percepción, las casas rechazan la tradicional introversión de la
arquitectura rural, aceptan el enfrentamiento con el paisaje
abierto y se exponen a él. Los portales se abren al paisaje desde
oteros elevados con alardes de evidente fachadismo sorpresivo
en el territorio.
conjunto tipológico, son en esencia testimonios construidos de
un conjunto de saberes y valores de carácter etnográfico, que
exceden en mucho lo arquitectónico y que hacen referencias
a sistemas productivos, modos de vida, o a formas de relacionarse el hombre con el medio. Constituyen parte de un paisaje
que es en sí mismo patrimonio cultural, paisaje cultural en el
sentido que la UNESCO confiere a este término. Tras décadas
de inacabada crisis industrial y sucesivos planes de arranque de
viñedos, la valoración patrimonial de este paisaje, la relectura de
su legado cultural, se hace hoy más evidente y quizás necesaria
que nunca.
Notas
La actividad vitivinícola ha sido pilar fundamental de la historia
de la campiña jerezana, por lo que cualquier manifestación de
la misma comporta una dimensión patrimonial de incalculable
valor. Las construcciones del viñedo, además de su valor intrínseco como arquitectura, especialmente relevantemente como
1
En el yacimiento arqueológico de Doña Blanca (El Puerto de Santa María) se han
encontrado importantes vestigios de lagares de época fenicia
2
MALDONADO ROSSO, J. (1997) Imágenes y realidades de la historia y la cultura
contemporáneas del Jerez-Xeres-Sherry. Demófilo. Revista de Cultura Tradicional
de Andalucía, nº 24, 1997, p. 221.
3
MIGUEL BERNAL, A. (1984) Señoritos y jornaleros la lucha por la tierra. En
MIGUEL BERNAL, A. (dir.). Historia de Andalucía VI, La Andalucía Liberal. Madrid:
Editorial Planeta, 1984, pp. 239-240.
4
Equivalencia de la aranzada: 1 aranzada = 0,4472 hectáreas.
5
LIZAUR Y PAÚL, D. (1887) Cultivo de la vid y fabricación del vino en la provincia
de Cádiz. Gaceta Agrícola del Ministerio de Fomento, vol. V, 1877, pp. 718-728.
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De forma análoga a lo que está sucediendo en las ciudades del
Marco, la burguesía bodeguera ha protagonizado un proceso de
ordenación y control del territorio cuyo objetivo último es su
puesta en explotación. Caminos, portadas, edificaciones y plantaciones se ordenan en una estructura global que da sentido a cada
elemento y cuya expresión es el propio paisaje.
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