Cuadernos del CENDES
ISSN: 1012-2508
cupublicaciones@ucv.ve
Universidad Central de Venezuela
Venezuela
VÁZQUEZ, MELINA; VOMMARO, PABLO
Sentidos y prácticas de la política entre la juventud organizada de los barrios populares en la
Argentina reciente
Cuadernos del CENDES, vol. 26, núm. 70, enero-abril, 2009, pp. 47-68
Universidad Central de Venezuela
Caracas, Venezuela
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=40311743004
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RECIBIDO:
MARZO 2009
CUADERNOS DEL CENDES
ACEPTADO: ABRIL 2009
AÑO 26. N° 70
TERCERA ÉPOCA
ENERO-ABRIL 2009
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Sentidos y prácticas de la política entre la juventud
organizada de los barrios populares
en la Argentina reciente*
MELINA VÁZQUEZ**
PABLO VOMMARO***
Resumen
El artículo analiza las prácticas y representaciones
políticas de las y los jóvenes organizados en los
barrios populares del Gran Buenos Aires. A partir de
seis eje fundamentales se realiza una caracterización
de las prácticas políticas impulsadas por una
generación de jóvenes socializada en el marco de la
profundización de las políticas neoliberales y de la
desvalorización de la política institucional. Se busca
aportar a la comprensión de los colectivos y redes
sociales que conforman los jóvenes, mostrando cómo
el territorio se convierte en un ámbito central de la
organización social, política y de la vida cotidiana. Y
por otro lado, recuperando la noción de autonomía,
entendida como forma de construcción política
independiente y, al mismo tiempo, confrontativa
respecto del Estado, que da sentido a la acción
directa y «desde abajo».
Abstract
This article explores the political practices and
representations of the organized youth in working
class neighborhoods of suburban Buenos Aires.
Beginning with six fundamental subjects, we
characterize the political practices boosted by a
generation of young people socialized during a
period of hard neoliberal policies and devaluation of
institutional politics.The aim is to contribute to the
understanding of youth groups and social networks,
showing how the territory becomes a central arena
of social, political and everyday life organization,
and autonomy develops into the contruction of
autonomous groups that confront the concrete and
symbolic role of the State and carry out actions «from
the bottom».
Palabras clave
Jóvenes / Sectores populares / Política / Territorio /
Neoliberalismo / Argentina
Key words
Youth / Working class / Politics / Territory /
Neoliberalism / Argentina
* El presente artículo refleja resultados parciales de las investigaciones de las tesis doctorales en curso de los autores. Las mismas están
financiadas por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet). Además, el artículo forma parte del trabajo que
desarrollan los autores tanto en el grupo de trabajo Clacso «Juventud y nuevas prácticas políticas en América Latina», como en el proyecto
UBACyT «Nuevas subjetividades políticas en la Argentina. Un estudio comparado de las organizaciones piqueteras a partir de la crisis de
2001» (2004-2007), dirigido por Federico Schuster. El mismo se inscribe en el grupo de estudios sobre «Protesta social y acción colectiva»,
Instituto de Investigaciones Gino Germani, Universidad de Buenos Aires, Argentina.
** Docente de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
Correo-e: vazquezmelina@hotmail.com
*** Profesor de Historia de la Universidad de Buenos Aires.
Correo-e: pvommaro@gmail.com
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Introducción: la política en la era neoliberal
Para desentrañar los significados de la política en los barrios populares del conurbano bonaerense es preciso esbozar previamente algunas de las transformaciones de la misma que
se han producido en la década de los noventa. A lo largo de esos años fueron múltiples y
diferentes los cambios que tuvieron lugar y que, articuladamente, generaron modificaciones
sustanciales en cuanto a las maneras de entender la política.
A los fines del presente artículo nos interesa retomar algunas de las múltiples dimensiones que configuran aquello que muchos estudiosos de las ciencias sociales han denominado
«territorialización de la política» (Delamata, 2004; Frederic, 2004; Merklen, 2004, 2005). A
partir de la comprensión de este complejo proceso, consagrado en la larga década neoliberal,
podremos arribar a la reflexión acerca de los significados y las representaciones sobre la
política entre las y los jóvenes de los barrios populares del Gran Buenos Aires.
Con la transición a la democracia en la Argentina, en el año 1983, se presentó el desafío
de repensar y resituar la política enmarcada institucionalmente. Durante décadas, la sucesión
de gobiernos democráticos y golpes de Estado supuso que la política lejos estuviera de ser
reconocida a partir de la legitimidad de las instituciones y los mecanismos democráticos
de toma de decisiones y de elección de representantes. En efecto, durante las décadas de
los sesenta y setenta, no sólo se fueron ensanchando los márgenes de la política, sino que
además esta dejó de estar vinculada a las instituciones liberales y fue asociada, cada vez
más, con proyectos emancipadores de diverso tipo que coincidían en reconocer en la política
el puente o la vía hacia la insurrección y/o la revolución social.
La derrota de dichos proyectos, consumada por parte de las fuerzas ilegales, no sólo
se manifestó en la represión abierta y la desaparición de toda una generación de militantes,
sino que además buscó obturar todo tipo de manifestación y organización colectiva. Aún así
no fueron pocas las experiencias que lograron gestarse en las grietas del autodenominado
«proceso de reorganización nacional» (PRN). Como sostiene Elizabeth Jelin (1985:16),
El régimen militar de 1976 cortó, por la vía de la represión, toda posibilidad de expresión
de intereses y demandas populares. No más organizaciones e instituciones legítimas,
no más manifestaciones callejeras, no más huelgas y protestas, no más declaraciones
o solicitadas en los medios de comunicación de masas. Entonces ¿qué? La propuesta
gubernamental era la búsqueda del orden y la disciplina a través de la privatización e
individuación (…) no más actores colectivos, acciones colectivas, identidades grupales.
Durante un tiempo, esto funcionó con bastante éxito y eficacia. (…) Pero después, poco a
poco el panorama fue cambiando. Primero las Madres en la plaza [de Mayo] y la posterior
ampliación del movimiento de derechos humanos, los jóvenes en los conciertos de rock,
tímidas acciones colectivas en barrios obreros y villas, alguna manifestación de mujeres,
una que otra protesta que trasciende la fábrica o lugar de trabajo.
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Cabe remarcar que en el período 1976-1983 ni el movimiento estudiantil ni los partidos
eran capaces de canalizar el activismo de los jóvenes. Además, «ser joven» era un signo de
«peligrosidad» para el PRN, lo cual se evidencia en que la mayoría de los desaparecidos
eran personas jóvenes.1 De ahí que los espacios de inscripción de estos últimos combinaran
lo político con lo estético, formas de resistencia cultural en las que aspectos expresivos y
simbólicos se convertían en materia prima para la creación de estrategias colectivas de
resistencia y de formación de identidades colectivas. Así, vemos la importancia que tuvo,
por ejemplo, la música; más específicamente el rock nacional,2 como vía de expresión de la
oposición al régimen y de construcción ideológica y simbólica de nuevos valores y formas
de comportamiento. Además, muchas de las acciones colectivas desarrolladas en los barrios
populares y villas miseria que se analizan, por ejemplo, en el mencionado trabajo de Elizabeth
Jelín (1985), también fueron protagonizadas por jóvenes.
La vuelta de la democracia en 1983 abrió múltiples expectativas en cuanto a la posibilidad de retornar a un Estado de derecho que permitiera poner fin a la brutal represión y,
como sostiene Denis Merklen (2005), constituyó una oportunidad para «restituir la política
en su lugar». Fue así como se definieron los contornos de la «buena política», cuyo actor
principal era el ciudadano; el acto político por excelencia la participación electoral a través
del voto, y la representación sería articulada a partir de los partidos políticos.
Esto es lo que permite comprender la intensa participación política en partidos durante los primeros años de la democracia. Fueron especialmente los jóvenes aquellos que
más compromiso mostraron en cuanto a las formas democráticas de participación. Por un
tiempo, entonces, para muchos jóvenes la política podía ser entendida como sinónimo de
participación en las instancias de una democracia representativa (Sidicaro, 1998).
Sin embargo, la idea de que la democracia pondría «la política en su lugar», mostró
rápidamente sus limitaciones. Esto se evidenció en el «abismo creciente entre las opiniones
e intereses de las personas y las instituciones políticas, la muy baja estima en que se tenía
a los políticos y la política, y en especial a los procedimientos partidarios para seleccionar
candidatos y tomar decisiones y (...) cierta sensación general de que las expectativas depositadas en los representantes habían sido, y volverían a ser una y otra vez, defraudadas»
(Novaro, 1995:96).
Nos proponemos trabajar sobre algunas de las causas que explican lo anterior y nos
permiten comprender cómo y por qué en la era neoliberal se gestaron modalidades de
1
Según la investigadora Inés Izaguirre (1992), un 74 por ciento de los desaparecidos eran menores de 30 años. Para ampliar, consultar también
el Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), Nunca más, Buenos Aires, Eudeba.
2
Para profundizar sobre este tema, consultar el trabajo de Pablo Vila «Rock nacional, crónicas de la resistencia juvenil», en Jelin, 1985.
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compromiso y de participación política por fuera y en directo cuestionamiento de las vías
institucionales. Es decir, que mostraron los límites del concepto de ciudadanía como única
forma de implicación en la vida pública (Merklen, 2005).
La política fue progresivamente desterrada a partir de la agitación permanente de
la idea de «crisis». Frente a los procesos hiperinflacionarios y los estallidos sociales que
tuvieron lugar en la etapa final del gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989), se instaló en
el discurso público un conjunto de medidas y orientaciones que aparecían como única vía
de salvación nacional (Aboy Carlés, 2001). Este discurso –neoliberal– pregonaba que era
la intervención estatal, en todas sus expresiones, la principal causa de «la crisis». De ahí la
instauración, a lo largo de la gestión menemista (1989-1999), de un tipo de discurso y de
práctica que alentaba la despolitización de la economía en función de construir un Estado
mínimo y una economía fuerte de mercado.
Fue así como se comenzó a dar por tierra con un conjunto de avances en materia de
derechos que habían sido bandera del peronismo durante cuarenta años. La centralidad del
Estado como agente de la regulación económica, la redistribución del ingreso y la garantía
de derechos laborales que habían convertido al sindicalismo en un actor corporativo de peso
en la política nacional, fueron erosionados uno a uno. El gobierno de Menem era favorable
a la idea de racionalizar y achicar el Estado, de ahí el tipo de políticas que impulsó, como
la reducción del gasto público, las leyes de reforma del Estado y de emergencia económica
(que habilitaron las privatizaciones, despidos y ajustes) y la descentralización del Estado a
partir de la transferencia de funciones del plano nacional al provincial.
Siguiendo a Sabina Frederic ((2003:62)
… esta vez el problema no era la «falta de política», como durante la transición democrática luego del último gobierno de facto (…), sino un «exceso de política» en la vida
económica (…). Las reformas neoliberales de Menem atacarían el corazón de las políticas
de intervención del Estado consolidadas en su mayoría durante el primer gobierno de
Perón en 1945 (…). Así, el «giro» de Menem (…) desafió las concepciones que habían
dominado el pensamiento político y económico argentino del último medio siglo, las
clasificaciones sociales y políticas existentes hasta entonces y, fundamentalmente, las
prácticas que sustentaban esas concepciones...
El modelo mercado-céntrico que instaló en la Argentina el neoliberalismo, consagraba la figura del «técnico» y el «experto», en contraposición con la de los políticos. Esta
desvalorización de los políticos frente a los expertos acarreaba severas consecuencias para
la política. Por ejemplo, el discurso tecnocrático legitimó las acciones impulsadas desde el
Gobierno (Palermo, 1999).
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El debilitamiento del núcleo de sentido del peronismo se produjo, además, a partir del
resquebrajamiento de los sindicatos y del lugar que históricamente habían ocupado como
base del movimiento peronista. Esto se reflejó en la disminución del poder sindical, de sus
capacidades de movilización y confrontación, y en las divisiones en su interior. Como se
observa en la base de protestas realizada por el Grupo de Estudios de Protesta Social y
Acción Colectiva (2006), la participación de las organizaciones sindicales entre 1989 y 2003
muestra la pérdida progresiva de peso en términos absolutos y relativos de este actor en
el escenario de la protesta social. Esto permite reconocer cómo se produce la desconexión
entre la movilización y los actores clásicos del sistema político vinculados a la representación
de intereses.3
Entonces, si durante muchos años la extensión de la condición salarial en la Argentina
permitió analizar de manera paralela las transformaciones de los sectores populares urbanos
con las del sindicalismo, y este a partir de los cambios en el peronismo, desde la década
del setenta esta relación comienza a deshacerse. La «paradoja de los noventa» consiste,
precisamente, en el hecho de que se produce una hegemonía política por parte del Partido
Justicialista, al mismo tiempo que se produce el momento de máxima añoranza, por parte
de los sectores populares, de aquellas políticas sociales integradoras que lo habían caracterizado décadas atrás. Así fue posible profundizar un modelo económico excluyente con
una fuerte legitimidad política que tuvo como soporte la existencia de una cultura política
vinculada al peronismo (Svampa y Pereyra, 2003).
Las transformaciones del peronismo y su persistencia en los sectores populares se
hicieron evidentes a partir de, por un lado, estrategias de intervención gestadas desde redes
informales barriales y, por otro, el impulso de relaciones clientelares ancladas territorialmente
y basadas en un intercambio desigual de «favores por votos». Sin embargo, estos aspectos
«utilitarios» se fueron combinando con otros afectivos que «remiten menos a una identidad
peronista activa como estructura del sentir que a un conjunto de emociones y de lealtades
históricas frente al ‘único partido que ha hecho algo por nosotros’» (Martucelli y Svampa,
1997 citado en Svampa y Pereyra, 2003:49). Ahora bien, esto adquiere características distintivas entre las y los jóvenes, quienes lejos están de reconocer en el peronismo un imaginario
de integración social, como lo hacían las generaciones anteriores. De ahí la importancia de
3
Desagregando las protestas sindicales por sector de actividad es posible reconocer, además, el contraste que se produce entre las acciones
de protesta de los sindicatos de la educación, administración pública y servicios, frente a la del sector industrial. Este último muestra –desde
principios de la década de los noventa– una proporción menor a la de los demás sectores, así como también una disminución de la cantidad
de protestas en las que participó. Esto nos permite ver, entonces, no sólo el decrecimiento del protagonismo sindical en la movilización social,
sino además que la reorientación de la fuerza de la capacidad de movilización según la rama de actividad se vincula con el impacto de las
transformaciones económicas de más amplio alcance a las que nos hemos referido anteriormente (Gepsac, 2006:36-41).
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entender cómo para las y los jóvenes de sectores populares el peronismo se configura en
la relación inescindible entre Partido Justicialista y clientelismo.
Ahora bien, las mutaciones acontecidas no pueden ser entendidas meramente como
cambios del «peronismo desde arriba». Deben ser leídas también como una respuesta de
aquel a los cambios que se produjeron al interior de los sectores populares. Este aspecto es
central para comprender la territorialización de sus prácticas políticas y productivas.
Las transformaciones sociales, económicas y políticas acontecidas desde la década de
los setenta y profundizadas en los noventa se reflejaron en la creciente territorialización de los
sectores populares. La desocupación, la pérdida de centralidad de los ámbitos tradicionales
de socialización en general, y política en particular, mostraron la relevancia que cobraba el
escenario barrial como ámbito de inscripción territorial de las prácticas, redes de sociabilidad
y organización colectiva en los habitantes de los barrios populares. Es decir que el barrio se
convierte cada vez más en el soporte fundamental de la vida de los sujetos a medida que
el mundo del trabajo salarial o formal, enmarcado en lo que podemos denominar modelo
fordista clásico, deja se ser el ámbito central de la experiencia personal y la gestación de
solidaridades, y soporte de la vida material. Es así como el barrio, lejos de expresar solo
un lugar de residencia, se convierte en el espacio por excelencia de construcción de las
identidades sociales y base de la acción colectiva (Merklen, 2005).
Lo anterior se evidencia, además, tanto en el tipo de organizaciones que se han formado (basadas en la politización de redes de sociabilidad primarias), como en los formatos
de protesta que se han utilizado para visibilizar sus demandas colectivas. De esta forma fue
gestándose un tipo de existencia social con diferencias sustanciales en relación con el modelo
liberal de ciudadanía, que expresaba una modalidad de existencia política. Este aspecto
novedoso se convierte en sumamente necesario para entender la democracia, puesto que
no deja de ser un medio para expresar y comunicarse con el sistema político.
De acuerdo con las ideas presentadas, para pensar la política en los sectores populares,
y entre las y los jóvenes en particular, debemos tener en cuenta al menos dos significados
en disputa. Por un lado, el que surge como producto de las transformaciones del peronismo
y la creación de redes clientelares de contención social «desde arriba». Por otro, el que se
conforma a partir de espacios de resistencia en los que se disputa aquel sentido y la política
adquiere otras dimensiones a partir de experiencias organizativas situadas en los barrios.
En la creación de estos proyectos colectivos se pone en juego el sentido del cambio social
deseado, el cual, sin duda, tiene diversos significados.
En este artículo proponemos trabajar a partir de seis elementos que nos permiten
trazar un mapa y caracterizar las formas de compromiso y protagonismo de las y los jóvenes.
Nos concentraremos, sobre todo, en las dimensiones que se relacionan con las experiencias
políticas de las y los jóvenes organizados políticamente.
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Seis puntos para entender la política y la militancia territorial en los barrios
populares
Uno: entre la militancia político-social y la político-partidaria. El lugar de las redes
sociales como soporte de la politización de las prácticas sociales y cotidianas
Al analizar el proceso de territorialización de la política encontramos entre sus principales
rasgos el hecho de que se produce a partir de redes sociales ancladas territorialmente y que
constituyen, a su vez, relaciones sociales que podemos denominar comunitarias. Nos referimos
a las modalidades de constitución de las redes organizativas a nivel local, territorial, que, si
bien pueden nutrirse de otras experiencias de organización, adquieren formas particulares
en la medida en que surgen de procesos ligados con el territorio concreto y específico en el
que se despliega la politización. De algunas de nuestras investigaciones4 se desprende que
estas redes capilares tienen la capacidad de ser difusas y concentradas. Es decir que son
invisibles en muchos momentos,5 y se hacen visibles y concentradas en ciertas coyunturas
específicas, por ejemplo, en ciclos de movilización social.
De los trabajos empíricos que realizamos, surge también el análisis de ciertas figuras
u organizaciones territoriales como «aglutinadoras» o «concentradoras» de estas redes
sociales preexistentes. Esta concentración y visibilización de la red sirve de base, a su vez,
para la conformación de nuevas redes de relaciones sociales. Es decir que las experiencias de
politización a nivel territorial se construyen a partir de las redes sociales previas y, a su vez,
las potencian y transforman en la acción, posibilitando la constitución de nuevas redes.
Concentrándonos en la importancia que adquieren estas redes para la constitución
de las expresiones políticas de las y los jóvenes en los barrios populares bonaerenses, podemos encontrar, por un lado, redes de vecindad, de parentesco, de origen (entre quienes
provienen de otras provincias o de países limítrofes), de filiación política o militancia previa,
vinculadas a la fe religiosa, entre otras. Por otro, redes vinculadas a gustos o preferencia
musicales, aficiones futbolísticas, formas de vestir, estéticas, formas de ejercer la sexualidad,
entre las principales.
El conjunto de redes mencionadas se pone en juego en el proceso de constitución de
prácticas políticas por parte de las y los jóvenes, siendo todas relevantes para entender las
atribuciones de sentido que producen respecto de la política. Aspectos subjetivos, sociales,
familiares, ideológicos, afectivos y culturales se conjugan y dan lugar a la construcción de un tipo
de antagonismo anclado territorialmente que potencia las experiencias políticas juveniles.
4
Para profundizar ver Vázquez, 2008, 2009; Vázquez y Vommaro, 2008; Vommaro, 2006, 2008.
Esta característica la hace en un punto inasible, inaprensible, tanto para el poder «externo» (estatal en sus diferentes niveles), como para
quienes estamos indagando acerca de ella en el presente.
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De esta manera, todas estas redes superpuestas se reconstituyen y resignifican en el
proceso de politización territorial. Entonces, podemos mirar estas experiencias políticas a la
vez como resultado de la organización construida a partir de estas redes, y como generadora
de nuevas redes de relaciones sociales con un fuerte anclaje territorial.
En este proceso de territorialización y politización de los lazos sociales locales y
cotidianos, fueron múltiples los colectivos donde los y las jóvenes fueron protagonistas.
Entre estos, cabe mencionar especialmente los grupos de alfabetización, los bachilleratos
populares,6 las murgas,7 los movimientos de desocupados, grupos de arte popular y callejero,
medios de comunicación alternativos, entre otros. Las especificidades y aspectos comunes
entre las diferentes experiencias tienen que ver con el tipo de definiciones políticas que
fueron gestando.
Como propone Raúl Zibechi (2003), es posible identificar un contraste en las formas
de hacer política de los y las jóvenes entre las década de los ochenta y de los noventa en la
Argentina. Mientras en los años ochenta se observa una fuerte centralidad de los partidos
políticos, de los sindicatos y de los centros estudiantiles como formas de la participación
política por excelencia, en los noventa las anteriores formas organizativas muestran serios
límites para contener a la juventud. Así, vemos el paso de la vinculación con organizaciones
formales, estructuradas internamente de una manera verticalista, que consagra la forma
electoral para la renovación de las direcciones internas, a otra en la que se priorizan las
relaciones más horizontales y directas entre sus miembros.
Se trata de grupos pequeños en los que priman las relaciones cara a cara, construidos
a partir de la revalorización del territorio como escenario, pero también como objeto de las
prácticas. En estos agrupamientos la autonomía ha sido un aspecto constitutivo de sus definiciones y prácticas político-ideológicas y se proclama no sólo respecto de las tradicionales
formas organizativas, sino además del protagonismo de los adultos en aquellos espacios.
El proceso de territorialización de la política supone la creación de formas políticas o de
militancias de nuevo tipo. Esto es, modalidades de militancia político-social que se presentan
como alternativas a la lógica político-partidaria, que está más ligada a lo estatal.8 Antes
6
Los bachilleratos populares son espacios de educación y formación que se han organizado junto a diversas organizaciones sociales por
parte de diferentes grupos –en general juveniles– en la Ciudad de Buenos Aires y las zonas suburbanas. Utilizan las metodologías de la
educación popular y están orientados a posibilitar que las personas que no pudieron hacerlo, completen sus estudios secundarios, además
de impulsar otras prácticas de formación alternativas a las que ofrece el sistema educativo oficial.
7
Se denomina «murgas» a los grupos de música callejera que se organizan –generalmente– para los carnavales, pero que funcionan como
ámbito de sociabilidad y encuentro a lo largo de todo el año. Estas agrupaciones están compuestas en gran parte por jóvenes y combinan
música, baile y canto, con vestimentas y estandartes que identifican y distinguen a cada grupo.
8
Mientras la militancia político-social se expresa en las organizaciones sociales, en gran parte de base territorial y comunitaria, la militancia
político-partidaria se relaciona con instituciones ligadas a la disputa de poder en el Estado (ej., partidos políticos y sindicatos) y muchas veces
a la participación en instituciones estatales. Si la delegación y la representación caracterizan a este último tipo de militancia, la político-social
está más vinculada a la participación directa. Para ampliar este punto ver Vommaro, 2006, 2008.
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que el reemplazo de una por otra, debemos reconocer las relaciones de tensión, conflicto
y contradicción entre estas dos lógicas políticas; situaciones que, además, se agudizan en
aquellas coyunturas de activación o visibilización de las prácticas territoriales.
La militancia político-social supone una forma de organización en la que tiene importancia central el territorio y lo comunitario, puesto que se trata de una práctica en la
que la política y los asuntos cotidianos están entremezclados. En otras palabras, donde las
múltiples dimensiones de la vida se politizan e involucran un abanico de cuestiones que
van desde la música hasta el cuerpo y la intimidad. Esta política desde lo cotidiano, que
podríamos también analizar como una politización de lo que antes era considerado social o
reproductivo, puede ser analizada a partir de las propuestas de Alain Badiou (1996, 2000),
quien aporta a la distinción entre lo estatal y lo político en el mundo actual, posibilitando
la comprensión del componente político de las organizaciones sociales territoriales.
Esta politización también se asienta sobre la transformación de cuestiones que
anteriormente eran consideradas como parte de ámbito privado y que pasan a ser concebidas como problemáticas de carácter público, que merecen ser tratadas en ámbitos
comunes. Esto se puede observar, como veremos más adelante, en el rechazo público a
la persecución individualizada de la policía, lo cual se expresa públicamente en diferentes
dimensiones estéticas y culturales, como la música, el baile, o la canción. De esta forma,
las experiencias de politización de la vida cotidiana en el ámbito barrial vuelve difusa
la frontera entre lo público y lo privado (incluso de lo íntimo) que sustenta la política
partidaria tradicional.
En estos procesos de politización territorialmente situados podemos distinguir tres
elementos importantes. En primer lugar, las formas organizativas, definidas sobre todo por
la búsqueda de modalidades de organización y de toma de decisiones que se enfocan en
la práctica de un tipo de democracia más participativa y directa. Más allá de sus diferentes
resultados, se intenta problematizar y cuestionar la idea de delegación y representación.
Esto último explica la preponderancia de la acción directa, la creación de tiempos y espacios
propios, y la dinámica asamblearia. En segundo lugar, las formas políticas que instituyen una
politicidad de lo social que configura una militancia político-social alternativa y alterativa
de la político-estatal. En tercer lugar, los procesos de subjetivación que se constituyen a
partir de redes sociales comunes y ancladas comunitariamente que configuran experiencias
políticas autoafirmativas.
La consideración del territorio como espacio socialmente construido permite, además,
reconocer los elementos de continuidad entre las experiencias organizativas a nivel local en,
al menos, los últimos treinta años. La existencia de redes interpersonales pervive también
en un nivel reticular, al punto de ser casi imperceptibles.
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AÑO 26. N° 70
Pablo Vommaro
TERCERA ÉPOCA
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Dos: el territorio como construcción política y la política como construcción territorial
La importancia de lo territorial en la política contemporánea puede abordarse a partir de las
transformaciones del sistema capitalista y de los procesos productivos en la Argentina y el
mundo en los últimos años. En este plano podemos reconocer la manera en que confluyen
dos espacios anteriormente separados: el de producción (la fábrica) y el de reproducción
(el barrio). Es decir, el lugar de la producción y el de la reproducción se superponen y esto
impacta en las diversas esferas de la vida social. Tiempo y espacio del trabajo confluyen y
se articulan con el tiempo y el espacio de la vida cotidiana. Por otra parte, el territorio no
se presenta como algo preconstituido o previo, sino como un espacio a producir y que va
construyéndose a medida que se gestan diversos procesos político-organizativos.
Es en esta doble dimensión local donde los y las jóvenes de los barrios populares del
Gran Buenos Aires despliegan su vida cotidiana. Así, el territorio es un elemento de identificación y pertenencia importante.9 Además, es en estos espacios comunicacionales –de
producción y reproducción de sentidos– donde se desarrolla la dinámica de reformulación
de la relación entre lo local y lo global, constituyendo un territorio mixto, complejo y ambiguo en el cual los significados locales se globalizan y los sentidos globales se localizan
(Reguillo, 1997:35).
En tercer lugar, es en el territorio donde se despliegan los mecanismos de construcción
de una identidad común, lo cual no necesariamente supone homogeneizar la diversidad o
anular las diferencias. Es decir, donde se vuelve posible potenciar lo múltiple y lo diverso
sin que esto suponga la reproducción de la desigualdad. Tanto organizaciones sociales
territoriales como colectivos culturales, experiencias educativas, medios de comunicación
alternativos y grupos artísticos se han mostrado como espacios capaces de expresar y contener la diversidad que caracteriza a la juventud, transformándola en potencia colectiva.
La construcción de comunidad permite, así, que la diversidad que caracteriza al territorio
y a los y las jóvenes, que las diferentes situaciones individuales y que la violencia capilar que
domina la vida barrial juvenil se transformen en capacidad creadora al organizarse en un
proyecto colectivo y comunitario. Si el poder (el Estado, el capital) separa, diferencia, clasifica,
divide, las redes sociales que posibilitan las prácticas políticas territoriales de los y las jóvenes
se proponen reunir, integrar, componer, igualar. La alegría y lo afectivo desempeñan un rol
importante en estos procesos, como retomaremos más adelante.
9
Es necesario aclarar que estas formas de vinculación juvenil surgidas desde lo territorial se cruzan con otras modalidades que lo desbordan,
como las redes construidas a partir de gustos musicales, estéticas o aficiones futbolísticas. Estas últimas se constituyen a partir de las tecnologías de la información y la comunicación disponibles, que funcionan como «redes de producción-reproducción-circulación y reconocimiento
de sentidos y significados» (Reguillo, 1997:39).
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Tres: lógica estatal y autogestión. Los significados de la política en disputa
Consideraremos ahora las maneras en que las prácticas políticas de los y las jóvenes en los
barrios populares se relacionan con el Estado. Podemos mencionar tres tipos de vínculo.
Uno de tipo asistencial, que se establece a partir de la asignación y el manejo de recursos materiales por parte del gobierno nacional, provincial y municipal. Sobre este vínculo
se vuelven fundamentales las diferencias entre los y las jóvenes organizados y quienes no
lo están. Esto es, entre quienes perciben recursos y asistencia estatal como parte de un
colectivo y quienes lo hacen individualmente. Los grupos con recursos estatales logran, en
parte, subvertir la idea misma de «asistencia» reinterpretando la recepción de recursos en un
lenguaje de derechos y como producto de la misma organización colectiva, que les permite
confrontar (y dialogar) con aquel. Quienes perciben ayuda individualmente, por el contrario,
se convierten en la más clara expresión de la estigmatización, puesto que la ayuda aparece
como compensación a una situación de marginalidad que esa persona parece encarnar: como
jefe o jefa de un hogar, como madre soltera, como joven desocupado, etc. Por otra parte, al
concretarse la ayuda individualmente, se construye un espacio potencialmente colonizado
por punteros10 que, como veremos, funcionan como mediaciones político-institucionales en
el plano barrial. Es decir que la lógica asistencialista puede devenir en una de tipo clientelar
y que definiremos a continuación.
También podemos referirnos a un vínculo de tipo represivo, que se manifiesta en la
vida cotidiana de los y las jóvenes de sectores populares y que se profundiza en la relación
de estos últimos con ciertas acciones contestatarias o de lucha, especialmente, cuando
estas involucran formas de acción directa. No podemos dejar de mencionar el proceso de
judicialización de la pobreza y de la protesta social.
Por último, el que podemos denominar de tipo más clientelar, que plantean las redes
asistenciales de los municipios que actúan a través del control territorial de los punteros
del Partido Justicialista y que apuntan a reprimir o cooptar a los grupos barriales que se
constituyan en una amenaza potencial o actual a sus intereses.
Deteniéndonos un instante en este punto, podemos volver sobre un elemento que
mencionamos anteriormente en cuanto a la constitución de dos lógicas: una político-social ligada al (y surgida del) territorio y la comunidad; otra político-partidaria ligada a las
instituciones estatales y, en cierto modo, externa a la construcción territorial y comunitaria.
10
Con el nombre de «punteros» se conoce a dirigentes locales del Partido Justicialista con estrechos vínculos con el gobierno municipal,
que se convierten en figuras claves tanto en el control de los conflictos cotidianos del barrio como en los momentos electorales. Por otra
parte, las «manzaneras» son delegadas de manzana que gestionan diferentes planes sociales en el Gran Buenos Aires. Si bien su origen
se remonta a los procesos de tomas de tierras y asentamientos de los años ochenta, su existencia se institucionalizó cuando el entonces
gobernador de la Provincia de Buenos Aires Eduardo Duhalde les asignó responsabilidad en la implementación de la asistencia social directa.
Para ampliar, ver Merklen, 2005:59,87.
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Podemos ver, entonces, como entre ellas existen múltiples relaciones de tensión e inclusive
de contradicción. La figura del puntero (y en cierto sentido también la de la «manzanera»)
actuaría a veces como bisagra entre ambas, con muchas limitaciones, y mayormente determinada por la lógica estatal que tiene que reproducir, aunque también condicionada por la
construcción territorial que sustenta su poder. Así, podemos decir que el puntero sustenta
su poder en el acceso a recursos materiales y relaciones en la esfera estatal, pero también
en la construcción territorial en la cual despliega su acción cotidiana.
Los tres tipos de vínculos que mencionamos pueden cruzarse con tres modalidades
de relación entre el Estado y las diferentes organizaciones políticas barriales. Estas son: la
negociación, el enfrentamiento y la autonomía. Estas modalidades atraviesan transversalmente cada práctica. Pueden confluir en una misma acción o puede haber momentos en
que una prevalezca sobre las otras dos.
De lo dicho podemos también avanzar en la identificación de dos dinámicas entre
las cuales se despliegan en el territorio las prácticas juveniles en general, y las prácticas
políticas de la juventud en particular: la de la autoafirmación y la del enfrentamiento. Si
bien analíticamente podemos distinguir ambas, ligar la primera con la construcción territorial, comunitaria, autónoma y alternativa, y la segunda con la interlocución especular y la
oposición simétrica al Estado, las dos están presentes –conflictivamente– en la construcción
de las experiencias político-sociales. Sin embargo, muchas veces lo autoafirmativo tiende
a primar, ya que las dinámicas que se propone son más alternativas que confrontativas
respecto del poder dominante. Por otra parte, las dos dinámicas se integran como expresión
del antagonismo social situado territorialmente.
De esta manera, las demandas de recursos y reconocimiento al Estado se entrelazan
con momentos de práctica autoafirmativa. Así, los colectivos juveniles instituyen espacios
de funcionamiento autónomo respecto del Estado –y también de los partidos políticos, los
sindicatos o la Iglesia– que, no por tener la autonomía como un horizonte de construcción,
dejan de recibir recursos materiales o simbólicos del Estado. Las murgas y los bachilleratos
populares son dos ejemplos de esta compleja relación de demandas al Estado (generalmente ligadas con el pedido de recursos, pero también de reconocimiento, muy necesario
y solicitado en el segundo caso) y ejercicio de la autogestión, en general acompañada por
formas participativas de funcionamiento interno.
Una dimensión importante de la disputa entre las formas de la política juvenil en los
barrios y el Estado es la apropiación y el uso del espacio público. Este conflicto tiene su
base tanto en el proceso de territorialización que describimos, como en el aumento de las
prácticas basadas en la acción directa que analizaremos más adelante. Generalmente se
expresa a través de enfrentamientos con la policía y la intervención del Poder Judicial y la
autoridad municipal.
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Desde las disputas producidas entre los y las jóvenes y la policía por habitar las esquinas bonaerenses, hasta los enfrentamientos en los cortes de ruta o acampes, pasando
por los conflictos que surgen ante los recitales de música en los barrios (generalmente de
rock, heavy metal o hip hop) y la actuación de las murgas en los carnavales, las tensiones
generadas por el uso del espacio público a nivel local son recurrentes.
En la introducción mencionamos cómo la territorialización de los sectores populares
aparecía como elemento central para comprender tanto los significados de la política como
las modalidades organizativas de los primeros.
Ahora bien, es posible hacer alusión no sólo a las nuevas organizaciones territoriales
que derivan de este proceso, sino también a cómo estas han sido capaces de generar nuevos territorios (organizacionales) no enmarcados en las prácticas territoriales cristalizadas
por la operatoria de redes políticas clientelares. El ejemplo más significativo tal vez sea la
participación que han tenido los y las jóvenes en las tomas de tierras y construcción de
asentamientos urbanos que se han impulsado en diferentes barrios populares desde la
década de los ochenta, aun en épocas de la última dictadura militar.11
Sin embargo, otras formas de organización colectiva también reflejan la recreación del
territorio a partir de las estrategias organizativas comunes. Podemos mencionar, por ejemplo,
la creación de nuevos ámbitos productivos en los que se ha promovido la re-apropiación
del espacio social a partir de premisas como la autogestión y la creación de relaciones más
horizontales entre los trabajadores. En una palabra, la posibilidad de engendrar nuevos
espacios políticos que cuestionan con su práctica cotidiana el tipo de inserción del Estado
en el plano local. Como sugieren Gabriela Delamata y Melchor Armesto (2005), son
actividades básicas y reivindicativas que transformaban el habitus asistencialista en
relaciones de ayuda mutua y/o reclamos de derechos, mediante diferentes estrategias de
redimensionamiento de la acción social: desde la transformación de cuestiones privadas
en problemas compartidos o comunitarios, pasando por la politización de la dominación
«clientelar», hasta el desplazamiento de las reivindicaciones y reclamos hacia el Estado
Nacional. Dependiendo del peso relativo que ocupen cada uno de estos ejes en la vida
interna de la organización y en su articulación, nos encontraremos con nuevos territorios
«organizacionales» distintos.
La interrelación entre aspectos sociales y políticos puede ser entendida, entonces, como
una de las características más relevantes de los procesos organizativos de la juventud de
sectores populares. Es decir, la posibilidad de postular concepciones de la política que no
11
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Para ampliar este punto ver Marchetti y Vommaro, 2007; Vommaro, 2006.
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sólo no están escindidas de las necesidades materiales cotidianas de los sujetos, sino que,
además, permiten politizar las demandas reivindicativas.
Las ideas presentadas permiten reconocer cómo para los y las jóvenes de los sectores
populares el ámbito territorial no necesariamente debe ser vivido como espacio de «reclusión»
y «marginalidad». Es decir que la acción política permite reconvertir los espacios haciendo de
los barrios ya no un mero recinto de exclusión social, sino, además, escenario de resistencia
y contestación por parte de los y las jóvenes. Acordamos con Rossana Reguillo (2000:146)
cuando afirma que «los actores juveniles, al inventar territorios para la acción en una forma
de respuesta a las exclusiones, valores, símbolos y formas de comunicación derivadas de la
globalización y portadoras de sus propios mecanismos de dominación, señalan que todos
estos procesos de escala planetaria no desaparecen en el territorio, ni lo convierten en un
‘no lugar’, a la manera de Augé».
Cuatro: la política como ámbito de inscripción del antagonismo con la policía
El aspecto sobre el que proponemos reflexionar aquí tal vez sea el de más importancia
para comprender el lugar de la juventud en las experiencias organizativas barriales. Como
mencionamos, estas son múltiples y diversas, sin embargo los discursos de interpelación
dirigidos a los y las jóvenes constituyen uno de los aspectos comunes entre ellas. En diversos
espacios (como talleres de murga, de arte, de oficios, movimientos de desocupados) y en un
repertorio de formatos de protesta (tomas de tierras, ocupaciones, cortes de rutas o calles,
etc.), los y las jóvenes se vuelven protagonistas.
Parte de los cambios en la política que narramos al principio permiten comprender por
qué los y las jóvenes participan de estos ámbitos, mientras que su participación se retrae en
los ámbitos tradicionales del régimen político democrático-liberal: menos participación en
elecciones y retracción del compromiso en partidos políticos y sindicatos.
La desconfianza hacia las instituciones se desplaza en el ámbito territorial en la
desconfianza hacia la policía. Para muchos y muchas jóvenes el barrio se convierte prácticamente en el único ámbito posible de socialización y de sociabilidad. Es por esto que su
vínculo con las instituciones del Estado resulta restringido y, en muchos casos, únicamente
se manifiesta a partir de la presencia de punteros políticos y de la policía. Además, esta
última se visibiliza a partir de las prácticas de hostigamiento y persecución permanente
a los y las jóvenes. La criminalización de la juventud se hace particularmente evidente en
los sectores populares, a lo que se suma la discriminación por su pertenencia social o su
lugar de residencia.
Si las diferentes formas de organización colectiva reconocen particularidades, es posible
identificar como hilo conductor entre ellas la manera en que permiten canalizar el rechazo
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hacia la policía.12 Esto posibilita la construcción interpretativa de aquella a partir de la
posibilidad de reconocerla como antagonista, es decir, de politizar este vínculo.
Reflexionando en torno a uno de los formatos de protesta más novedosos en la Argentina en la última década –los cortes de ruta– podemos ver cómo es marcada la presencia
de los y las jóvenes en el área de seguridad. Al ser parte de esta última, los jóvenes y las
jóvenes conforman la primera fila o cordón, enfrentados directamente con la policía. De
esta forma,
la participación en los piquetes subvierte esa relación de sometimiento individualizado,
generando un espacio de reconocimiento donde confrontación e integración al colectivo
se conjugan: «al milico que tenés enfrente (…) le decís `yuta puta´. Le decís en la cara que
es un hijo de puta. Eso te da un sentido de integración» (MTD Aníbal Verón, 2003:29). Así,
(…) el sentido de pertenencia a este colectivo permite expresar el rechazo y el antagonismo
con la policía y los punteros de un modo que resulta imposible desde la individualidad en
la vida cotidiana de los barrios populares. (Pérez y otros, 2007:36-37).
De ahí la importancia que cobran no sólo la socialización de los y las jóvenes en los
movimientos y organizaciones de las que forman parte, sino además, y fundamentalmente,
las estrategias de confrontación que estas llevan a cabo. La acción directa, como ya vimos y
profundizaremos en el próximo punto, es el escenario de una producción identitaria central, a
partir de la cual resulta posible identificar y reconocer en la policía un adversario político.
Cinco: acción directa y participación en el espacio público
Una de las novedades más relevantes de la movilización social en la Argentina desde mediados de la década del noventa ha sido la creación de un nuevo repertorio de protesta social.
Entre las acciones que innovaron el repertorio de movilización anterior podemos mencionar
los cortes –de rutas, calles y vías–, la muestra artística, la olla popular, el acampe, el cacerolazo, el escrache,* la ciberprotesta, el basurazo, la cadena humana y el corte de teléfonos.
Durante y a partir de la década de los noventa es posible reconocer una tendencia creciente
de los denominados nuevos formatos de protesta que persiste a lo largo del tiempo (con
12
Los estudios acerca de los consumos culturales entre los jóvenes de sectores populares han mostrado la relevancia que poseen los estilos
musicales y las identidades construidas en torno a aquellos para expresar las formas de ver y sentir al mundo. Como sostiene Zibechi (2003)
este fenómeno puede ser considerado una «novedad» para los sectores populares, por cuanto «rompe con una tradición (en la que hubo muy
escasas excepciones) de que la música para consumo de los sectores populares fuera elaborada por músicos de clase media» (p. 69).
Las especificidades de esas estructuras de sentimiento propias de los jóvenes de sectores populares se han evidenciado a partir de la creciente
relevancia que fue cobrando el repudio a la policía y la utilización de narrativas y términos en los que se expresa el rechazo hacia el tipo de
prácticas que esta desarrolla en los barrios populares.
* «Escrache» es el nombre dado en el Río de la Plata, principalmente Buenos Aires y Montevideo, a un tipo de manifestación en la que un
grupo de activistas se dirige al domicilio o lugar de trabajo de alguien a quien se quiere denunciar por diferentes motivos, de modo que se
hagan conocidos a la opinión pública. N. de C. Tomado de Wikipedia.
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algunos picos) y que es inversamente proporcional al decrecimiento de los formatos convencionales de protesta social, como la movilización, concentración, el lock out, el paro/huelga,
la sentada, el motín, la ocupación, la huelga de hambre, entre otros (Gepsac, 2006).
Contemplando nuestro interés por desentrañar los significados de la política entre
los y las jóvenes, es relevante considerar la predilección que ellos han mostrado hacia los
nuevos modos de escenificar su presencia en la escena pública. Estos formatos de protesta
social pueden ser analizados a partir de una característica común. Siguiendo a Germán Pérez
(2005), se trata de tipos de escenificación que ponen en juego una «política de los cuerpos».
Esto puede ser leído en relación con un conjunto de elementos relevantes.
Primero, como expresión del carácter indelegable de la política o, en otras palabras,
el cuestionamiento a la posibilidad de delegar en otro la representación del propio cuerpo y la propia voz. Por eso «poner el cuerpo» se convierte en sinónimo de participar. Es
decir, para que la acción colectiva tenga lugar es preciso que se manifieste a través de la
presencia física de sus manifestantes. En manos de sectores que han sido invisibilizados
socialmente en tanto sujetos con capacidad de agencia política, como es el caso de los y
las jóvenes de sectores populares, este tipo de protesta se vuelve fundamental, puesto que
no sólo permite enunciar reclamos sino que, además, instituye formas de visibilidad social
y la creación de identidades colectivas en el mismo accionar. Por eso, no sólo es relevante
la visibilización de los cuerpos, sino además y fundamentalmente, la «carnavalización de
la protesta, la dramatización de los referentes identitarios, la imaginación para captar la
atención de los medios de comunicación, trastoca las relaciones en el espacio público y
señala la transformación en los modos de hacer política» (Reguillo 2000:148).
En segundo lugar, la creciente relevancia de las acciones directas en el nuevo repertorio
de protesta social no hace sino poner en cuestión una idea que ha calado hondo en las
ciencias sociales de las últimas décadas. Hacemos alusión a la idea de que la política se
encuentra cada vez más mediatizada y virtualizada.13
En tercer término, consideramos que hay otra cuestión relevante para pensar la relación
de los y las jóvenes con la política. Siguiendo a Melina Vázquez (2008), no sólo los cuerpos
posibilitan la creación de espacios de resistencia y visibilidad sino que, además, los cuerpos
mismos de los y las jóvenes deben ser interpretados como ámbitos de inscripción de la
resistencia, como una búsqueda por construir una hexis corporal alternativa a la del orden
13
Esto último se desprende también de uno de los argumentos que hemos trabajado más arriba en cuanto a la importancia que posee la
presencia de los punteros en los barrios como respuesta a la territorialización de los sectores populares. Como también la de aquellas figuras
que encarnan a la política estatal en el plano local y que tan necesarias se vuelven para entender los entramados y las disputas políticas en
los barrios. Estas presencias no dejan de ser complejas, puesto que, más allá de la búsqueda, por parte de diferentes colectivos, de combatir
sus formas clientelares, también son interpretadas como una forma de presencia del Estado, una suerte de reaseguro contra la exclusión y
la posibilidad –aunque sea simbólica– de reconocerse como parte de una comunidad política.
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social hecho cuerpo. Así es como cobra relevancia el reconocimiento de una nueva estética
creado en torno a la protesta social juvenil, en la que lo político y lo cultural se encuentran
inevitablemente articulados.
Seis: la figura del militante «desclasado» en la política territorial14
La política en los barrios populares pone en juego, también, la reflexión acerca del tipo de
presencia que poseen jóvenes provenientes de sectores medios que se han vinculado con
diferentes experiencias organizativas territoriales.
Las singularidades de este tipo de presencia pueden ser aprehendidas a partir de
dos afluentes. Por un lado, la figura del joven militante «desclasado» puede ser analizada
a partir de la creciente pauperización de las condiciones de vida, ya no solamente de los
sectores populares, sino de las clases medias. De esta forma, como propone Zibechi (2003),
es posible reconocer la existencia de nuevos pobres jóvenes que comparten las situaciones
de precariedad y desocupación con los integrantes de los sectores populares pero que, al
mismo tiempo, dominan herramientas que son en gran parte proporcionadas por su educación formal, y que no existían en aquel sector social. Estas herramientas se articulan con
colectivos de base territorial que permiten potenciar capacidades organizativas.
Por otro lado, la figura del joven «desclasado» puede ser estudiada a partir de un
conjunto de jóvenes externos a los barrios populares que han arribado a estos a partir de
trayectorias de militancia política anteriores. Es decir, cuya militancia es reorientada a partir
de la revalorización de las prácticas ancladas territorial y barrialmente como escenario del
activismo. La presencia de activistas externos a los barrios, pero con una militancia de base,
ha sido fundamental en un conjunto de espacios de resistencia protagonizados por los y
las jóvenes que se fueron gestando al calor de la profundización del neoliberalismo en la
Argentina.
De este segundo afluente de militantes nos interesa remarcar dos aspectos sumamente
interesantes. En primer lugar, los y las jóvenes no sólo reivindican la militancia en el territorio,
sino que además, en muchos casos, remarcan la importancia de vivir en el territorio donde
se milita; en los casos en que lo anterior se traduce en una mudanza al barrio, narrada a
través de la idea del desclasamiento.
En segundo lugar, lo anterior nos permite reflexionar acerca de las relaciones entre estas
modalidades de compromiso político y las de la militancia revolucionaria de las décadas de
los sesenta y setenta. A primera vista no deja de ser relevante el modo en que se interpreta
la idea misma del desclasamiento. En el marco de la militancia revolucionaria, desclasarse
14
Este apartado retoma algunas de las conclusiones de la tesis de maestría «La socialización política de jóvenes piqueteros. Un estudio a
partir de las organizaciones autónomas del conurbano bonaerense», de Melina Vázquez, 2008.
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suponía proletarizarse, o sea, romper con la clase social de pertenencia, sumarse a las filas
de la clase obrera y promover espacios de resistencia desde la militancia en las fábricas.
Es decir, vivir, trabajar y luchar como un obrero. Ahora bien, para estos y estas jóvenes, por
el contrario, el desclasamiento expresa su conversión en vecinos o habitantes del espacio
territorial donde la militancia tiene lugar. Podemos ver así cómo la militancia no parece
susceptible de ser inscrita en el paradigma clásico de la producción, sino en el ámbito
barrial. Esto parece corroborar que la hipótesis acerca de la territorialización de la política
está vinculada también al proceso de territorialización de la producción que mencionamos
brevemente más arriba. Además, se hace evidente no sólo la importancia que cobra la idea
de «convertirse» en vecino para poder militar en un barrio, sino además cómo –tal como se
desprende del discurso de estos jóvenes– el trabajo formal no aparece como escenario posible
de la politización. Esto se relaciona con la inexistencia de algún tipo de identidad construida
en torno a la figura del trabajador asalariado o industrial o una cultura política construida
en torno al espacio laboral como ámbito central del compromiso político y la politización de
las prácticas. Para los y las jóvenes «desclasados» es su identidad como «luchadores» – no
como «trabajadores»– aquella que da sentido a su experiencia personal y colectiva.
Lo anterior es sumamente significativo para pensar acerca de cómo el espacio de
trabajo industrial y salarial deja de ser postulado como ámbito de la militancia política por
excelencia, al mismo tiempo que lo territorial se convierte en el centro de la experiencia
social ligada al militantismo.
Consideraciones finales. La construcción de formas políticas alternativas entre
las y los jóvenes: ¿nuevos caminos hacia el cambio social?
Al analizar las formas en las que se expresa la política protagonizada por jóvenes en los
barrios populares de la Argentina discutimos una idea que ha sido bastante difundida y que
asocia «lo juvenil» con el desencanto y la apatía. Para quienes sostienen esto, la crisis de la
política clásica repercutió especialmente entre los y las jóvenes y generó ausencia de todo
tipo de organización y acción colectiva. Desde esta óptica, la crisis de la política institucional
expresaría, al mismo tiempo, la crisis de la participación política juvenil.
Siguiendo a Pierre Rosanvallon (2007), consideramos que es preciso relativizar o
interpretar cuidadosamente el significado que le atribuimos a la desconfianza en las
instituciones democráticas. Para eso, nos advierte el autor, es preciso ejercitar un tipo de
reflexión más abierta que nos permita comprender los cambios en la participación política.
En sus palabras (2007:35-36),
La ciencia política se ha esforzado durante mucho tiempo por distinguir formas de «participación no convencional», constatando que se multiplican, aunque la concurrencia a
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las urnas pueda parecer menos frecuente. Los indicadores de participación en huelgas o
manifestaciones, la firma de petitorios, la expresión de formas de solidaridad colectivas
en las situaciones extremas sugieren así que no hemos ingresado en una nueva era de
apatía política y que la idea de un creciente repliegue sobre la esfera privada no tiene
fundamento. De modo que conviene más hablar de mutación que de declinación.
A partir de lo anterior podemos dar cuenta, al mismo tiempo, del modo en que se produce
el alejamiento de los y las jóvenes de las instituciones y prácticas de lo que denominamos
militancia político-partidaria, a partir de la disminución de la participación en espacios como
partidos o sindicatos, así como del alejamiento y la desconfianza hacia las instituciones y
actividades convencionales de implicación en la esfera pública. También, del modo en que
se produce la transformación de los espacios en los que los y las jóvenes se sienten más
interpelados a participar. En otras palabras, reconocer que la politización se inscribe en canales alternativos a las vías institucionales y estatales de la política. De este modo, se vuelve
relevante analizar los procesos de subjetivación entre las generaciones de jóvenes como
emergentes de un proceso histórico determinado –como el descrito– antes que como una
característica inherente a la condición juvenil, ya sea en su versión romántica (que parte de
la «predisposición» a la acción colectiva) o en la idea del desencanto con la política como
condición sine qua non de la juventud.
En este artículo, entonces, mostramos que es posible observar entre los y las jóvenes
de los barrios populares bonaerenses un desplazamiento de las formas tradicionales de
organización y participación política hacia otro tipo de espacios y prácticas en los que no
sólo no rechazan la política en cuanto tal, sino que muchas veces se politizan sobre la base
de la impugnación de los mecanismos delegativos de participación y toma de decisiones.
De este modo, se constituyen nuevas subjetividades políticas a partir de la oposición a las
anteriores modalidades de participación en el régimen político democrático liberal: las
elecciones y la representación corporativa a partir de la vinculación con partidos y sindicatos
(Vázquez, 2007).
No obstante, pensamos que las singularidades de los espacios organizativos entre los y
las jóvenes que analizamos en este trabajo son difíciles de reconocer desde otros enfoques.
Es decir, que no solamente son problemáticos en aquellos que persisten en analizar los
ámbitos tradicionales de la política, siendo allí donde más evidente se vuelve el repliegue
de la participación entre los y las jóvenes, sino que además nos alejamos de la mirada
característica de aquella izquierda partidaria que acota el carácter transformador de las
prácticas al imaginario revolucionario clásico. Desde esta matriz resulta complejo reconocer
en colectivos de base territorial posibles espacios de politización, como también reconocer
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la politicidad de sus demandas y de las cuestiones cotidianas que se problematizan en la
experiencia colectiva.
Como decía Pierre Bourdieu en su clásico trabajo «La ‘juventud’ no es más que una
palabra» (2002), las disputas entre generaciones aparecen como producto de aspiraciones
construidas en etapas diferentes, donde aspectos que para una generación pueden haber
resultado de una lucha a lo largo de toda la vida, otra generación los recibe, sin más, al nacer.
Sin duda es de esa forma como entendemos la relación con las instituciones democráticas
por parte de las generaciones que han vivido en tiempos de dictadura y aquellas otras que
han nacido en la transición o en plena democracia. De ahí la dificultad que ha suscitado entre
muchos investigadores repensar los sentidos de la política entre los y las jóvenes, tomando
como materia las especificidades y características que presentan en lo concreto, más allá
de categorías preconcebidas para otros escenarios, modalidades y épocas.
Para terminar, podemos decir que si bien entre los cientistas sociales de América Latina
en los últimos años se ha buscado recuperar y no desestimar el potencial político de las
prácticas asociativas entre los y las jóvenes, el desafío actual consiste en repensar cómo
estas prácticas políticas territoriales pueden aportar a un proceso de transformación social
más amplio que contenga –y al mismo tiempo supere– lo local, sin que por eso deba quedar
encorsetado en los sentidos clásicos del cambio social.
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