Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

Zumalacarregui, el personaje galdosiano

Zumalacárregui, el personaje Galdosiano   Eighteenth and Nineteenth Century Spanish Literature Spring 2009 The Graduate School and University Center - CUNY “¡Cómo recordaba Pedro Antonio los siete años épicos! Era de oírle narrar, con voz quebrada al fin, la muerte de Don Tomás, que es como siempre se llamaba a Zumalacárregui, el caudillo coronado por la muerte… Zumalacárregui de ceño adusto que presidía la casi siempre cerrada sala de la casa con su boina de aro, su zamarra peluda, su bigote corrido a las patillas; y sacándole de la litografía le creía contemplar a Bilbao desde Begoña, o mirar desde una cima los valles velados por el humo de combate…-Pobre Don Tomás! - Exclamaba Pedro Antonio-, le mataron entre un fraile y un médico vendido a la masonería”. Miguel de Unamuno, Paz en la guerra (21) Este trabajo se propone enumerar las diferentes fuentes a las que ha recurrido el español Benito Pérez Galdós (1843-1920) para la escritura de Zumalacárregui Benito Pérez Galdós. Zumalacárregui. (Madrid: Alianza Editorial), el primer episodio de su Tercera serie de los Episodios Nacionales. Además se examinará detalladamente el texto especialmente en los fragmentos donde aparece el héroe carlista, ya sea en el episodio que nos ocupa o en episodios anteriores. También se explorarán pasajes en los que está presente José Fago, el protagonista ficticio de este episodio y alter ego del Zumalacárregui. Luego de diecinueve años de haber terminado la Segunda serie de sus Episodios Nacionales, y decidido a iniciar la Tercera serie de sus Episodios Nacionales, Benito Pérez Galdós se traslada a Guipúzcoa y a Navarra para hallar documentación exacta en la que basar su primer episodio. Así lo expresa en sus Memorias de un desmemoriado: “Queriendo documentarme para el estudio de esta figura y de otras, acudí a mi amigo don Juan Vázquez de Mella…Amable en extremo don Juan, me dio cartas para visitar diferentes pueblos y personas en Guipúzcoa, Vizcaya y Navarra. Con estas cartas de introducción me dirigí a Cegama, Azpeitía, Pamplona, Puente de la reina, Estella, Viana y otras poblaciones que fueron teatro de las guerras civiles. En Cegama visité al cura don Miguel de Zumalacárregui, sobrino carnal del famoso caudillo, que murió en aquella villa el 24 de junio de 1835 al volver malherido del primer sitio de Bilbao”. Hans Hinterhäuser. Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. (Madrid: Editorial Gredos) 90 Además, las fuentes orales y de acuerdo con Hans Hinterhäusser en su Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós las fuentes históricas han sido entre otras: Historia de la guerra civil de los partidos liberal y carlista (Madrid, 1853-56) de Antonio Pirala y la Vida y hechos de don Tomás Zumalacárregui (Madrid, 1845) de Juan Antonio Zariategui. Según José M. Azcona, en su Zumalacárregui, estudio crítico de las fuentes históricas de su tiempo”, Pérez Galdós también ha recurrido a La Guerra civil de España en 1833-1840 de Guillermo Barón de Rahden, brigadier del Cuerpo de Ingenieros en el ejército carlista de Aragón y Valencia (1851) y a las Aventuras y desventuras de un soldado viejo natural de Borja del general don Romualdo Nogués. G. Boussagol en su “Sources et composition de Zumalacárregui” (1924) cita como las principales fuentes a Zariategui, a “Ecos de Zumalacárregui. Hechos históricos, detalles curiosos y recuerdos de un oficial carlista” por el Barón Du-Casse (Madrid, 1840) y a la obra de Carlos Fernando Henningsen: “Memorias de Zumalacárregui y sobre las primeras campañas de Navarra, extractadas de las que escribió un oficial inglés al servicio de don Carlos” (Madrid, 1839). Zumalacárregui aparece ya en dos episodios de la segunda serie de los Episodios nacionales. Además de en trabajos historiográficos relacionados con las guerras carlistas algunos de los cuales han sido mencionados, Zumalacárregui ha sido mencionado y alabado en novelas y trabajos de autores españoles entre otros: Pío Baroja en “La nave de los locos”, Miguel de Unamuno en “Paz en la guerra” y Benjamín Jarnes en su “Zumalacárregui, el caudillo romántico”. También ha sido reconocido por el francés Víctor Hugo en sus “Narraciones de viaje. Alpes y Pirineos” Es indudable que la figura del guerrillero estaba ya presente en los pensamientos de Benito Pérez Galdós. En el capítulo IV de Los Apostólicos Los Apostólicos Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes http://www.cervantesvirtual.com (Madrid, 1879) con ocasión de la entrada a Madrid de la Reina Cristina en 1829, Zumalacárregui desfila por las calles de Madrid al frente de su Regimiento. Su descripción nos recuerda a la de Caballero de la Mancha, mostrando así la influencia de Miguel de Cervantes en la obra de Pérez Galdós: “– Ese coronel ¿quién es? – preguntó súbitamente la de Porreño…El caballo que montaba el teniente coronel señalado por Salomé resbaló, sin que el jinete pudiera sujetarlo, cayó pesadamente, arrastrando a éste. La caída fue tremenda…Era un hombre de cuerpo largo, flaco, cara morena y varonil. Al ser levantado del suelo hacía recordar involuntariamente la figura de D. Quijote en tierra después de cualquiera de sus desventuradas aventuras. En los balcones de las Bringas agolpáronse todos para ver al caído. – ¡Pobre hombre! – exclamó Cordero. – ¡Y qué bien iba en el caballo! – dijo la de Porreño. – Se parece al de la Triste Figura – indicó Bringas. – Es el mismísimo D. Quijote – observó Olózaga. Jenara volvióse prontamente, y con cierto tonillo de enfado, dio así: – Pues no es D. Quijote, señor discursista, sino don Tomás Zumalacárregui, apostólico neto y con un corazón mayor que esta casa.” (53-4) En el capítulo XX de Un faccioso más y algunos frailes menos (Santander, 1879) Un faccioso más y algunos frailes menos. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes http://www.cervantesvirtual.com, vuelve a aparecer Zumalacárregui en Pamplona, a fines de 1833, también con su figura larga como en el episodio anterior: “Una mañana paseaba (Monsalud) solo por la Taconera, cuando tropezó con una persona cuyo rostro no era extraño para él. Detúvose, saludó, y el desconocido conocido le contestó fríamente. Era un hombre de alta estatura, moreno, de ojos negros, bigote y patillas. Recortadas estas con esmero por la navaja formaban una curva sobre las mejillas y venían a unirse al bigote, resolviéndose en él, por decirlo así, de lo que resultaba como una carrillera de pelo. Su nariz aguileña de perfecta forma, el mirar penetrante, y un no sé qué de reserva, de seriedad profunda que en él había, indicaban que no era hombre vulgar aquel que en tal hora paseaba envuelto en capa de paisano, y calzado de altas botas, que el buen estado del piso hacía innecesarias. Al soltar el embozo dejó ver su cuerpo, vestido con zamarreta peluda, estrechamente ajustada con cordones negros. Las patillas, las botas, la zamarreta, la aguileña y delgada nariz, los ojos de cuervo y la gravedad taciturna son rasgos suficientes a trazar sobre el lienzo o sobre el papel la inequívoca figura de Zumalacárregui. El que después fue el más grande de los cabecillas y el genio militar de D. Carlos, estaba a la sazón de cuartel en Pamplona, vigilado por la autoridad militar. Varias veces le había amonestado Solá. Se contaban sus pasos y se le había prohibido tener caballo. Vivía con su familia y era hombre muy morigerado. No daba a conocer fácilmente sus opiniones; pero pasaba por ferviente partidario de D. Carlos. Iba a misa todos los días y después de misa paseaba dos horas por la Taconera, cualquiera que fuese el tiempo. Salvador y D. Tomás hablaron breve rato. D. Tomás compadeció a su amigo D. Carlos Navarro, y después, como el otro sacara a relucir la guerra y el aspecto que tomaba, dijo con aparente candor, verdadera  máscara de su marrullería, que, según su opinión, las cosas no pasarían adelante. Por no verse precisado a hablar más, apretó la mano de su amigo y siguió paseando por la muralla. (383) …Una mañana le llevó la noticia que circulaba por la ciudad, dando motivo a infinitos comentarios. Zumalacárregui se había pasado al campo carlista. Según dijo quien le vio, dos días antes había salido muy de mañana, con capote militar, por la puerta del Carmen, y se había encaminado a pie hacia una venta próxima, donde le esperaban tres hombres con un caballo. A escape se dirigió el coronel cabecilla a Huarte Araquil, donde le aguardaban el cura Irañeta y Mongelos. Los tres partieron juntos hacia la sierra en busca de Iturralde, según se creía…” (385) Con esta descripción el autor aspira a crear un retrato en el que el conjunto de la figura, los rasgos del rostro y la vestimenta brinden una pintura total, resaltando los rasgos peculiares, aquellos que hacen la figura de Zumalacárregui única. Además de su retrato físico, Galdós añade un retrato psicológico a partir de la fisonomía del caudillo. Además, ya en Un faccioso más…, Pérez Galdós inicia la duplicidad psicológica que más tarde le sirviera para componer el primer episodio de su tercera serie. Carlos Navarro, el protagonista cree que Zumalacárregui está haciendo lo que él debería hacer, que le está robando sus ideas y suplantando su persona. “– ¿Ves lo que hace Zumalacárregui? Pues eso debía haberlo hecho yo. ¿No te dije que era necesario que un jefe militar se pusiese al frente de esta sagrada insurrección para organizarla? Pues ese jefe debía ser yo, yo. ¿Qué hace Zumalacárregui? Lo mismo que habría hecho yo. Su papel es el mío, sus laureles los míos, su triunfo mi triunfo. Si yo no estuviera en esta aborrecida cama, estaría donde él está ahora, y lo que él piensa hacer y hará de seguro, ya estaría hecho... ¡Qué desesperación, Dios de Dios!...” (385) En el Capítulo XXIII, Carlos Navarro, prisionero y enfermo en Elizondo, sabe que ha llegado Don Carlos, y que Zumalacárregui viene a presentarse ante su rey: “Zumalacárregui estaba en el pasillo, boina en mano. – Venga la luz – dijo, cogiéndola de las manos del cura que con ella venía presuroso. Era una vela, puesta no muy gallardamente en un candelero de barro. Se acercó Zumalacárregui y entró en el cuarto oscuro. Su Majestad se había incorporado en el lecho. Aún tenía puesta la venda. El general avanzó lentamente, con respeto y cortedad. Extendió la mano con el candelero. La luz iluminó de lleno el semblante de D. Carlos, en el cual no resplandecía ningún destello ni aun chispa leve de inteligencia. Con la venda, la palidez, el bigote afeitado (a causa del disfraz del viaje), si no era una cara estúpida estaba muy cerca de serlo. Zumalacárregui dijo con voz ahogada por la emoción: -«Señor»: y se inclinó. Parecía un pino que se dobla…” (405-6) Pérez Galdós asegura en el prólogo de Zumalacárregui: “Al terminar con ‘Un faccioso más y algunos frailes menos’, hice un juramento de no poner la mano por tercera vez en novelas históricas.” Sin embargo, en 1898, casi dos décadas después, se decide a continuar su obra, requerido por los amigos, acuciado por sus editores y atraído por los ingresos que producen aquel género de novelas. Zumalacárregui, primer episodio de la Tercera serie de los Episodios Nacionales La estructura histórica de Zumalacárregui está constituida por las primeras campañas del caudillo carlista, por el desdichado sitio de Bilbao y por la muerte de Zumalacárregui. Su estructura novelesca está constituida con la creación del cura José Fago, verdadero protagonista de este episodio; el autor logra desdoblar la mente de Fago de tal manera, que el lector a veces no sabe si se encuentra ante el pensamiento de Zumalacárregui, o ante el pensamiento de Fago. La locura, más exactamente la esquizofrenia de Fago, su carácter atormentado y su personalidad toda, está determinada por la personalidad de Zumalacárregui, de tal manera que la muerte del general carlista, acarrea automáticamente la muerte de Fago. Esta fusión no es absoluta ya que Fago conserva su personalidad (sus amores, sus arrepentimientos, sus dudas sobre la guerra. Juan Ignacio Ferreras. Benito Pérez Galdós y la invención de la novela histórica nacional. (Madrid: Ediciones Endymion, 1998) El autor está al lado del narrador a la hora de meditar sobre las causas de la guerra, y a la hora de separar los motivos religiosos de los motivos guerreros. Sin embargo se podría señalar que acabada la lectura de la obra el lector se queda sin conocer la opinión del autor sobre Zumalacárregui. Pérez Galdós hace hablar a Jenara, a Fago, a Borrás y a Salomé, da la opinión de los demás pero no expone la suya directamente. Pero es justo señalar, que si bien sus personajes critican la guerra y algunos cuestionan la necesidad de luchar “por Dios, por la Patria y el Rey”, el general aparece en los Episodios como una figura positiva y muy digna de admiración. Hans Hinterhäusser señala que el Zumalacárregui de Galdós tiene cierta semejanza con Mendizábal, el héroe civil de los Episodios siguientes. Ambos son considerados genios solitarios que, como el Aníbal de Grabbe, fracasan al ser incomprendidos por el mundo en el que están inmersos. Frecuentemente se pregunta Galdós a través de los personajes de la novela, cómo Zumalacárregui pudo someterse a los caprichos de Don Carlos, ponerse a su disposición y aceptar, por ejemplo, la orden de sitiar Bilbao. Hinterhäuser (179-80) En los últimos tres capítulos de la novela, Galdós expone el dilema moral-espiritual del caudillo carlista al final de su vida. Para dar más relieve a esta disyuntiva, el escritor lo rodea de personajes ficticios como el alcalde Ulibarri que acepta resignado la injusta condena a muerte que dicta Zumalacárregui o Borra, el desorejado ermitaño quien en su discurso condena y maldice toda guerra: “la guerra es pecado, el pecado mayor que se puede cometer, y…el lugar más terrible de los infiernos esta señalado para los generales que mandan tropas, para los armeros que fabrican espadas o fusiles, y para todos, los que llevan a los hombres a este matadero con reglas”. (114) Como ya se estableció, aunque el titulo del episodio Zumalacárregui, hace esperar a los lectores que el protagonista central sea el General, no lo es. A pesar de sus pocas apariciones, el héroe domina el libro porque el tema gira en torno a él. Pero no es el General el personaje principal sino el personaje ficticio del cura aragonés llamado José Fago. José Fago fue en su juventud un muchacho disoluto, tenorio y vivillo pueblerino, que había seducido a la hija del alcalde de Miranda de Arga, llamada Salomé Ulibarri. Como se ve, cambia el nombre del alcalde, como cambia también muchas de las particularidades de aquellos sucesos. José Fago, arrepentido, se ha hecho sacerdote y ejerce como capellán en el Cuartel real de Don Carlos en noviembre de 1834. Por entonces tiene lugar el fusilamiento del alcalde de Miranda de Arga, don Esteban Ripa (a quien Galdós llama don Adrián Ulibarri). Fago es el encargado de asistir espiritualmente al condenado, y aquí empieza ya la tragedia espiritual, las inquietudes, las dudas y las aventuras de Fago, que unas veces pelea valientemente contra los cristinos y otras siente reparos y se pregunta si es lícita la guerra y si se puede cohonestar el hacerla con el precepto divino que ordena no matar. En su esquizofrenia Fago demuestra un instinto estratégico sutil, cree adivinar el pensamiento de Zumalacárregui y considera que las ideas que germinan en el cerebro del General son sus propias ideas (las de Fago) y siente la emulación y hasta el despecho de quien se ve suplantado en el mando de las tropas, para cuya misión se cree capacitado mejor que para los menesteres sacerdotales. Como buen dramaturgo, Galdós retrasa la aparición de Zumalacárregui hasta el Capítulo 3 a los efectos de crear un ambiente de suspenso. Fago asiste al asedio de la Iglesia de Peralta, “de piedra sillería” y al de la torre de Villafranca. Aquí es donde ve por primera vez a Zumalacárregui pero no se resigna a que el General no sea tan alto y esbelto como lo imaginaba. Esta descripción de Zumalacárregui es, según Hinterhäuser, la acostumbrada técnica de todo escritor de novelas históricas que, para despertar y mantener el interés del lector, se ve en el caso de humanizar al personaje histórico, señalando lo que tiene en común con todo otro ser humano de carne y hueso con sus achaques y limitaciones. (258) Otro punto de referencia imprescindible, como lo señala Peter Bly, es la famosa cara triste de don Tomás, con su mirada penetrante que servirá como una radiografía que exteriorizará cuanto le pase interiormente. En primer lugar, en esta fisonomía se traslucirán dos estados de ánimo: el cansancio debido a su desmedido trabajo como líder militar, y la enfermedad un mal de orina que generalmente no se comenta en novelas y menos tratándose de un gran caudillo. Estos detalles tienen un carácter desmitificador y añaden una nota patética a la figura de Zumalacárregui Peter Bly: De héroes y lo heroico en la Tercera Serie de Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós: ¿Zumalacárregui como modelo a imitar? Salina 14 (2000):137-142.: “Gracias á Dios—se dijo Fago, —que voy á ver á ese portento, el caudillo de los soldados de la Fe, el Macabeo redivivo.» Y poniéndose en el sitio que creía mejor, no quitaba los ojos del camino que debía traer el héroe, viniendo de la Rectoral. Rodeado, más bien seguido, de diversa gente militar, paisana y eclesiástica, apareció Zumalacárregui, andando con viveza, la boina azul de las comunes muy calada sobre el entrecejo, ceñidos los cordones de la zamarra, botas altas, en la mano un látigo. Le precedían dos perros de caza, blancos con lunares canelos, que olfateaban á los soldados y agradecían sus caricias. Era el General de aventajada estatura y regulares carnes, con un hombro más alto que otro. Por esto, y por su ligera inclinación hacia adelante, efecto sin duda de un padecimiento renal, no era su cuerpo tan garboso como debiera…” (33) Así como lo hiciera con el fusilamiento de Miranda de Arga, Galdós describe con dureza el sitio de Villafranca: “El genio de Zumalacárregui veía este resorte, por muchos inapreciable, del mecanismo de la guerra, y quería producir la ferocidad del varón con las pasioncillas villanas de la hembra. Azotó á las mujeres de los urbanos, no por gusto de maltratar inhumanamente a seres indefensos, sino por contentar á las otras, á las furias chillonas de la causa, que sostenían con su procacidad la exaltación populachera, fermento necesario en las guerras civiles”. (35) Zumalacárregui encomienda a Fago la misión de desenterrar y transportar desde Guipúzcoa el famoso cañón que luego sería conocido con el nombre de “el abuelo”. Fago toma parte de las acciones de Arquijas y Zúñiga, vive unos días en el campo cristino y vuelve al cuartel real, siempre atormentado por el recuerdo de Salomé, de la que quiere huir sin lograr borrar su imagen ni desprenderse de la fascinación que sobre él ejerce. Salomé no aparece en escena durante toda la novela hasta que, muerto ya Zumalacárregui, esta lavando ropas en el río de Cegama y prorrumpe en una exclamación cruel y de poco gusto. Fago metido nuevamente en el torbellino de las campañas de Guipúzcoa y en el sitio de Bilbao, siente renacer dentro de si mismo el instinto guerrero que le lleva a predecir, no sólo lo que siente y planea Zumalacárregui, sino el resultado de su campaña y su muerte. Así como Carlos Navarro en Un faccioso más…, José Fago ve que sus ideas germinan al mismo tiempo, como ideas gemelas, en su cerebro y en el del General y hasta se anteponen a las de éste. Fago es vidente, el mago de la estrategia y el doble de Zumalacárregui. Pérez Galdós se complace en señalar la suspicacia con la que Zumalacárregui miraba y era mirado en el Cuartel Real, las intrigas de los cortesanos y el desacuerdo entre éstos y el jefe militar respecto al proyecto de sitiar Bilbao. En estas discordias, el escritor toma siempre la parte de Zumalacárregui. Inclusive cuando se comenta que se ha tratado de relevarle del puesto de mando de las tropas, Galdós vuelve a entonar un elogio del General. “Su honradez era tan grande como su valor militar. Al Rey que proclamó, a la idea monárquica pura pertenecía, y ajustando su conciencia a un proceder de línea recta, por nada del mundo de ella se desviaba. A esta excelsa cualidad unía otra, la de no tener ambición eolítica, virtud rara en los militares de su tiempo de uno y otro bando. Realzada con tan hermosa modestia su figura guerrera, el hijo de Ormáiztegui oscurece a todos sus contemporáneos ilustres y a cuantos en el gobierno de las armas, así cristinos como liberales, le sucedieron…” (184) Más tarde, Zumalacárregui es obligado a sitiar Bilbao por el deseo real y reacciona de esta manera: “– Esto es inaguantable…; ya lo presentía yo… ¡Tener que ejecutar proyectos que juzgo disparatados en el estado actual de cosas!” (190) Fago, que anda otra vez vagabundeando por los caminos en compañía del ermitaño Borrás, llega a tiempo para ver al General pocos días después de poner sitio a Bilbao. Fago siente de nuevo que sus ideas se anticipan a las del caudillo o que concuerdan milagrosamente en ambos cerebros y predice el fracaso del sitio. Zumalacárregui es herido por un tirador ferrolano: “…Ha sido un soldado de Compostela, un bribón ferrolano, que tiene la más asombrosa puntería que puede imaginarse. Ya sabe usted que algunos gallegos aborrecen a D. Tomás por los tremendos castigos que aplicó en el Ferrol, en sus tiempos de coronel, para exterminar a los bandidos que infestaban aquella tierra. Llámase este asesino tirador Juan Bouzas, y me consta que juró quitarle la vida al General si ponía sitio a Bilbao.”(205) En los últimos tres capítulos, Galdós describe magistralmente los últimos días de Zumalacárregui, su peregrinación y su calvario, sus diálogos con los que le rodean. El autor se esfuerza en presentarnos a un Zumalacárregui arrepentido, casi apóstata. De hecho ante Fago, su “otro yo”, el General moribundo sentencia: “la guerra es una gran escuela de resignación. Pero tal como la hemos hecho nosotros, y como la harán los que me sucedan a mi, no hay naturaleza que la resista. El que no muera de una bala, morirá de cansancio, o de los disgustos que se ocasionan” (215) Aun así y a pesar de los pesares y desengaños Zumalacárregui se resiste de plano a renunciar a la profesión militar como le sugiere Fago y quien luego afirma, en una de las frases más esclarecedoras y antibelicistas del texto, “…nos afanamos más de la cuenta por las que llaman causas, y que entre éstas, aun las que parecen más contradictorias, no hay diferencias tan grandes como grandes son y profundos los ríos de sangre que las separan...”. (216) Zumalacárregui calla por sola respuesta con esa famosa mirada suya, tan penetrante, dirigida al techo y ofreciéndole un cigarrillo tratando de desviar la conversación. El General no se atreve a abjurar de su oficio, lo que equivaldría a negar su razón de ser, la de genio militar. Sin embargo, el caudillo veladamente se sincera y le recomienda a Fago: “Vuélvase a su estado religioso, que allí encontrará el premio. Los méritos de la guerra, por grandes que sean, no tienen recompensa ni aquí…ni allá…Hay que cuidarse…y conservar la vida todo lo que se pueda”. (216) Pérez Galdós expone unas meditaciones de Fago que resultan ser uno de los pasajes más intensos del relato: “El sentimiento de emulación que llenaba su alma en los primeros días de conocerle y tratarle, trocábase ya en suprema piedad, y en adoración de las virtudes y méritos grandes del caudillo, méritos y virtudes que comprendía como nadie; y si antes tuvo la pretensión de penetrar en su mente, adivinándole las ideas militares o anticipándose a ellas, ahora creía en la transfusión de su espíritu en el de Zumalacárregui, y viviendo dentro de él se recreaba en la placidez de una conciencia limpia, en la entereza de un morir cristiano, sereno, con la satisfacción de haber desempeñado un papel histórico agradable a Dios, y de resignar su poderío terrestre en medio de la paz religiosa y de los consuelos de la fe. Meditaba en esto el buen capellán, siguiendo al convoy, y se decía: “Morirá, morirá, sin duda. Es ley que tiene que cumplirse. Este endiablado Petriquillo paréceme instrumento de la fatalidad... Y yo me pregunto: ¿Qué pasaría si este hombre extraordinario no se muriera? Si yo me engañara  y D. Tomás curase, ¿qué resultaría del quebrantamiento de la lógica histórica? Porque su morir es lógico, es bello además, inmensamente humano y divino, consorcio de lo divino con lo humano. Si el General viviera, veríamos una falta de armonía en las cosas... No, no: debe morir, morirá. Allá se las compongan la ciencia y el charlatanismo para llegar a este resultado preciso... Yo no dudo, no puedo dudarlo. Dios me ha enseñado a conocer las oportunidades de la Historia, y cuándo es bueno que ocurra lo malo”. (210) Fago se despide del general y desesperado se dirige penosamente al lugar donde se hospeda. Al día siguiente, el capellán aparece muerto en su lecho. Ha muerto al mismo tiempo que Zumalacárregui. Como esos muñecos animados a los que se les ha infundido movimiento y vida y que terminan la suya con la muerte del genio que los ha creado, Fago desaparece al morir Zumalacárregui. El episodio concluye con la imagen de unas mujeres lavando en el río de Cegama que ven pasar el cuerpo muerto de Zumalacárregui llevado a hombros de sus granaderos; casi todas rezan y se lamentan. Una de ellas, la más joven quizás, alta, morena, ojerosa, se muestra insensible al duelo general, y mirando al agua enturbiada por el jabón, dice con cruel entereza: “– Bien muerto está…Mandó a fusilar a mi padre”. (222) Es la única intervención se Salomé en toda la novela, que termina con esa frase estridente. Al término de la obra debería estar un párrafo que Galdós coloca al principio de la narración y que resume al personaje de Zumalacárregui: “…Zumalacárregui no cesaba de combatir, en la boca el ruego, en la mano el mazo. Maestro sin igual en el gobierno de tropas y en el arte de construir, con hombres, formidables mecanismos de guerra, daba cada día a su gente faena militar para conservarla vigorosa y flexible. De continuo la fogueaba, ya seguro de la victoria, ya previendo la retirada ante un enemigo superior. ¿Qué le importaba esto, si su campaña a más del objeto inmediato de obtener ventajas aquí y allí, tenía otro más grande y artístico, si así puede decirse, el de educar a sus fieros soldados y hacerles duros, tenaces, absolutamente confiados en su poder y en la soberana inteligencia del jefe? Atacaba las guarniciones de villas y lugares, tomando lo que podía, dejando lo que le exigía excesivo empleo de energía y tiempo; procuraba ganar las pocas voluntades que no eran suyas, poniendo en ejecución medios militares o políticos, así los más crueles como los más habilidosos, y lo que se obstinaba en no ser suyo, quiero decir, del Rey, vidas o haciendas, lo destruía con fría severidad, poniendo en su conciencia los deberes militares sobre todo sentimiento de humanidad. Movido de la idea, guiado por su prodigiosa inteligencia y conocimientos del arte guerrero, iba trazando, con garra de león, sobre aquel suelo ardiente, un carácter histórico... ¡Zumalacárregui, página bella y triste! España la hace suya, así por su hermosura como por su tristeza. (9-10) En su extenso trabajo crítico sobre Zumalacárregui, el estudioso José M. Azcona señala que Pérez Galdós conocía muy poco a Zumalacárregui y cita dos párrafos de oficios dirigidos por el General a la Junta gubernativa de Navarra: “El corazón del hombre, al considerar que ha de llevar a la muerte a los otros, se transforma hasta querer sacrificar su misma vida por ellos…” “… Ha podido siempre mucho más en mi consideración la idea de no arruinar a los pueblos que la fortuna que pueden tener las armas…” José M. Azcona: Zumalacárregui, estudio crítico de las fuentes históricas de su tiempo” (Madrid: Instituto de estudios políticos, 1946) 310 Sin embargo creo que aunque Galdós describe con dureza las acciones militares ordenadas por el general carlista su pintura humaniza a un hombre tornado en mito por sus compatriotas. El siguiente párrafo es parte de un artículo aparecido en el Semanario Satírico en Madrid el 2 de julio de 1898. Refleja la imagen que se tenía de Zumalacárregui: “¡A caballo! Ha llegado la hora de hacer algo. Decimos mal; hace tiempo que llegó. El pueblo no puede esperar más. No puede resistir la suerte de desastres, ineptitudes, torpezas, vilezas y crímenes…El pueblo espera oír el toque de botasillas y está dispuesto a seguir tras el que va a barrer toda la chusma que hunde a España… En medio de estos males que nos sangran, surge en la memoria de los buenos el nombre del gran Zumalacárregui, aquel hombre insigne que vivió como un caballero y murió como un santo. Zumalacárregui es el símbolo del buen español, el amador de todo honor y grandeza, el mantenedor de los sublimes ideales que hicieron a España señora de los mundos. Su nombre es nuestro orgullo; su vida, la ejecutoria de nuestra nobleza, y su honra inmaculada un claro espejo donde nos hemos de mirar para ser siempre españoles y cristianos…” Azcona, 457 Bibliografía y fuentes mencionadas Azcona, José María. Zumalacárregui, estudio crítico de las fuentes históricas de su tiempo” Madrid: Instituto de estudios políticos: 1946. Bly, Peter. De héroes y lo heroico en la Tercera Serie de Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós: ¿Zumalacárregui como modelo a imitar? Salina 14: 2000. Hinterhäuser, Hans Los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Madrid: Editorial Gredos, 1963. Pérez Galdós, Benito. Zumalacárregui. Madrid: Alianza Editorial, 2002. _____, Un faccioso más y algunos frailes menos. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes http://www.cervantesvirtual.com _____, Los Apostólicos. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com Urey, Diane F.. From Monuments to Syllables: The Journey to Knowledge in Zumalacárregui. Anales Galdosianos: 21. (1986), pp 107-114. Warshaw, J.. Galdos’ Indebtness to Cervantes. Hispania, Vol.16, No.2: 1933. PAGE 2