Andamios. Revista de Investigación
Social
ISSN: 1870-0063
revistaandamios@uacm.edu.mx
Universidad Autónoma de la Ciudad de
México
México
Inclán, Daniel
Las ambigüedades de la historización de la violencia en Argentina y Chile
Andamios. Revista de Investigación Social, vol. 9, núm. 20, septiembre-diciembre, 2012, pp. 137-164
Universidad Autónoma de la Ciudad de México
Distrito Federal, México
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LAS AMBIGÜEDADES DE LA HISTORIZACIÓN DE LA VIOLENCIA EN
ARGENTINA Y CHILE
Daniel Inclán*
RESUMEN. Historiar la violencia dictatorial, y sus consecuencias
postdictatoriales, es uno de los trabajos analíticos que mayor
debate ha suscitado en Argentina y Chile, al que se han abocado distintos discursos sociales, como el historiográfico, el
jurídico y el pensamiento crítico en general. No obstante la multiplicidad de formas de abordar este reto intelectual, hay un
contexto social que las determina, hay un modo de producción de
discursivades a partir del cual se reproducen una serie de tópicos
que, implícita o explícitamente, se usan al explicar el periodo.
PALABRAS CLAVE. Historiografía argentina, historiografía chilena,
dictadura y postdictadura, memoria, violencia.
La obsesión nos hace perder el sentido del tiempo, uno
confunde el pasado con el remordimiento.
Ricardo Piglia
El siglo XX latinoamericano lleva la marca del autoritarismo militar
como forma de resolución de las crisis de hegemonía y de legitimidad
social. Cada país lo experimentó de diferentes formas, y cada uno se
ha enfrentado a esa realidad, que no deja de estar presente, de manera
particular. En la región se ha optado por una autocensura que pretende
la amnistía, y que provoca olvido y silencio. Argentina es una excepción,
en este país hay muchos esfuerzos que intentan explicar el autoritarismo
militar. El proceso argentino se ha seguido en Chile, donde también se
Doctor en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Actualmente es investigador del
Observatorio Latinoamericano de Geopolítica. Correo electrónico: ttessiss@gmail.com
*
Volumen 9, número 20, septiembre-diciembre, 2012, pp. 137-164
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hacen trabajos contra el silencio. A la fecha no se ha resuelto el problema
en estos dos países, pero se ha avanzado en la formulación de estrategias
analíticas para entender el tiempo de la violencia social.
No son pocos los discursos sociales que han intentado dar cuenta de
la historia de la violencia. De los últimos años destacan dos películas
por sus objetivos de realización y distribución: El secreto de sus ojos,
Argentina, y Dawson Isla 10, Chile. Ambas cintas compitieron por el
premio Óscar a la mejor película extranjera en 2010, que ganó la producción argentina. Después de cuatro décadas del comienzo de una
era de terror desmesurado, posteriormente travestido bajo la máscara de
la democracia, las formas de enunciar lo sucedido siguen alimentando
el debate sobre las posibilidades de aprehensión del tiempo histórico y de los sujetos que lo construyeron. Este proceso está atravesado por
diversas estrategias discursivas que ponen en cuestión la posibilidad de
una textualidad unificada, como lo pretenden los discursos conciliatorios
posdictatoriales.
En El secreto de sus ojos (2009), cinta de Juan José Campanella, se recurre a la alegoría para hablar de una época que parece irrepresentable en
su completud.1 A través de una historia de complicidades de los trabajadores
de un juzgado penal obsesionados por un crimen sin castigo, se teje un
tiempo largo. Benjamín Esposito, jubilado del sistema judicial, decide
escribir una novela sobre el asesinato de una mujer que tuvo a su
cargo mientras laboraba en los tribunales de Buenos Aires; un asesinato
cuyo misterio no es la ejecución, sino las complicidades de un sistema
social que no castigaba al criminal y que además lo hacía parte del sistema de seguridad parapolicial. La deuda y la duda de Esposito es con
el viudo, Ricardo Morales, que durante años esperó en una estación de
trenes el encuentro con el asesino; al mismo tiempo, es un compromiso
con su pasado y el castigo que recibió por tratar de hacer justicia donde
no estaba permitida. El secreto que guardó Morales, hasta que Esposito
lo descubrió, fue el encierro casero del asesino, castigado por ley del
rencor: aislarlo de la sociedad y no intercambiar con él ninguna palabra.
La imposibilidad de representar la totalidad social está asociada a los límites para hacer
una imagen del proceso productivo, que en su fragmentación se vuelve irrepresentable;
el fin de la época taylorista es el fin de la posibilidad de aprehender la totalidad de la
cadena productiva (Jameson, 1995).
1
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Una vida singular, unida a pequeñas vidas singulares, sirve de alegoría
para representar una época de violencia social que no deja de ser presente. Empero, los fragmentos no se articulan, varias interrogantes en el aire:
¿cuál es la actualidad de la violencia reaccionaria de los años setenta?,
¿nos enfrentamos a un proceso social que no termina de suceder o a sus
consecuencias que no permiten ser reconocidas como tales?, ¿el tiempo
de la violencia se ha convertido en homogéneo y vacío?
En otro sentido, Dawson Isla 10 (2009), filme de Miguel Littín, se
estructura a partir de un realismo extremo. Basada en el libro homónimo
de Sergio Bitar, ministro de minería de Salvador Allende, sobre su encierro con parte del gabinete en una isla antártica. La cinta intenta dar
cuenta del principio “concentracionario” del régimen golpista.2 Con
cámara en mano, primeros planos, y un paisaje sórdido, se narra la
reclusión de los hombres más cercanos a Allende, usando los tópicos
gastados para hablar de la violencia totalitaria: la deshumanización por la
omisión del nombre, transmutado en número; las redes de complicidad
entre los internos, como mecanismos comunitarios para sobrevivir; la
humanidad destellante de algunos militares; la muerte dura y amarga
de los internos. El realismo humanista de Littín trata de exponer las
contradicciones del proceso dictatorial, sin trascender el maniqueísmo
de los malos contra los buenos.3 El realismo deja de ser verosímil: camisas limpias y almidonadas, camperas nuevas y abrigadoras, cuerpos
robustos y no desgastados. El eje de la narración, una vez que deja
de ser creíble, es la violencia y la irracionalidad del trato militar. No
obstante, la narrativa cumple su objetivo: el sentido de nausea contra
la violencia dictatorial. Pero más allá del pathos, deja muchas dudas:
¿cuáles son los límites éticos y políticos de la representación del pasado
El poder concentracionario es una idea debatible, formulada por Pilar Calveiro (2006)
para explicar las formas de construcción del poder militar en la Argentina, su límite
está en la comparación ahistórica y forzada de dos realidades: el totalitarismo alemán y
la violencia argentina.
3
György Lukács (1977: 313) llamó realismo humanista a las novelas históricas que se
oponían al modelo burgués, particularmente las antifascistas; les criticaba su alto grado
de abstracción, la centralidad de personajes casi-heroicos, su intelectualismo y la
falta de comprensión de las contradicciones populares, particularmente el problema de
la enajenación.
2
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de terror?, ¿se antepone el juicio valorativo a la necesidad de explicar
los procesos históricos?, ¿cuáles son las posibilidades de la crítica ante
el duelo?
Ambas cintas son parte del debate social sobre la posibilidad de
historiar el pasado reciente para entender el terror vivido en Chile y
Argentina, no sólo la afectación emocional, sino también el proceso
de diseño, construcción y ejecución de la violencia extraordinaria que
irrumpió el tiempo cotidiano para reestructurarlo.4 Las películas participan del cuestionamiento tanto de las formas de representación del
pasado, como de sus posibilidades cognitivas.
La contradicción sobre la historia que subyace a las distintas discursividades no es sólo narratológica: cómo dar cuenta de lo sucedido
a través de la configuración de un tema, una trama y personajes. No es
discutir sólo por la existencia de la violencia, sino preguntarse sobre
sus formas concretas, su movimiento y sus consecuencias. Discernir
sobre las formas en las que se aborda el pasado de terror social en el
Cono Sur es cuestionar las dimensiones socialmente simbólicas a partir
de las cuales se elaboran proyectos de apropiación y explicación. No
son sólo relatos, sino a soluciones sociales en pugna por establecer
criterios sobre el qué del pasado, sobre su naturaleza política; sobre su
proceso de constitución: quiénes, cómo y para qué; sobre su duración en
el tiempo y sus consecuencias éticas y políticas.
Acercarse a las distintas interpretaciones del periodo de la violencia
dictatorial es fructífero si se hace a través de una lectura política. Esta estrategia ayuda a evitar reduccionismos textualistas y pensar
las producciones discursivas como expresiones posicionadas en un
contexto de conflicto y contradicción. Las formas se tejen un puente
hacia las políticas, que pugnan por hacer válido y verosímil un proceso
de entendimiento de la realidad.
El análisis se centra en la producción general de discursividades sobre la
época de la violencia, en el que las producciones singulares mantienen
El caso chileno y argentino tienen diferencias, para el primero el golpe representaba
un cisma autoritario, para la Argentina fue, al inicio, un recambio más de los gobiernos
militares. En ambos casos los militares no representaron una ultima ratio, fueron un
vehículo político de las burguesías insatisfechas, aunque intentaron consolidarse como
regímenes sociales castrenses (Cavarozzi, 1997; Rouquie, 1994).
4
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una relación de apropiación y refuncionalización de argumentos generales.5 Los diferentes emplazamientos de los sujetos que producen
los discursos analizados no serán abordados aquí, no porque no
sean importantes, sino porque eso requiere otro abordaje. Lo que
interesa es mirar lo que comparten las distintas versiones y revisiones del
conflicto social: el conflicto cognitivo que las determina y las estrategias
narrativas que se repiten.
VIOLENCIA DE CLASE Y RECONFIGURACIÓN DEL PODER
¿Por qué será que el drama siempre empieza después
de comenzado? La comedia, en cambio, parece
empezar antes, antes del comienzo inclusive.
César Aira
El tránsito de épocas que representan las dictaduras argentina y chilena
sella una recomposición del poder de clase. El cambio radical de la economía, dirigido hacia la acumulación flexible, fue acompañado de una
nueva ideología conservadora.6 Este tránsito impacta en las formas de
pensar el tiempo social, el triunfo del neoliberalismo y la derrota de las
alternativas políticas determinan los análisis de los hechos históricos.
La reconfiguración ideológica se hace sobre el final de una aporía
política que acompañó a todo el siglo XX: el conflicto revolucióncontrarrevolución; a este desenlace se suma el fin de otro tema fundante
del siglo: el proyecto de masas7. Ambos representan el ocaso del proyecto
Sigo la propuesta de Jameson (1989) para entender los discursos sociales como formas
sociosimbólicas.
6
David Harvey (2007) señala la doble dimensión del proyecto neoliberal: la respuesta
a los beneficios sociales adquiridos por amplios sectores de la población durante el
periodo del estado de bienestar, y su fundamento ideológico conservador, como matriz
de un nuevo autoritarismo.
7
Susan Buck-Morss (2004) propone leer el siglo XX a través del fracaso de los proyectos
de masas construidos en el conflicto socialismo-capitalismo. En estos proyectos manifestaban la aporía de las masas en la modernidad: por un lado son un sujeto potencial
que dota de sentido al rumbo social y, por otro, son despreciadas por amorfas e impredecibles (Sloterdijk, 2002).
5
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de dominio político de la historia, abriendo paso al control de la historia por
la economía de mercado.
El terror social representa el fin de las versiones del nacionalismo,
la violencia militar terminó el simulacro político de una colectividad
interactuante.8 La comunidad nacional en Chile y Argentina llegó a su
fin por un proceso que en su realización se negaba a sí mismo y a lo
que lo contenía: la violencia clandestina que se niega por hacerse en
secrecía, al mismo tiempo que niega la existencia de los sujetos que la
padecen. Una doble negación que destruye la comunidad nacional, que
hace sistemática y amplificada la violencia que funda al estado moderno.
Esta negatividad pretendía fundar un sentido positivo: recordar a los
que no la habían padecido que alguna gracia les permitía existir. La
muerte selectiva y sistemática de actores sociopolíticos desnudó la falsedad del nosotros nacional y expresó la persecución de los sentidos
del mundo discordantes. Para ello, la ideología autoritaria construyó,
discursiva y prácticamente, un no-sujeto, un sujeto abyecto, que debía
ser eliminado sin que existiera delito. La construcción del sujeto subversivo (a partir de un sujeto real: el guerrillero, el opositor político y el
crítico social) permitió dar una forma pública a la violencia: era más
aceptable ver un subversivo muerto que un ciudadano muerto.
La violencia social se sostuvo por complejas mediaciones sociales
que actualizaban como propio un proyecto diseñado por la lógica
contrainsurgente. El autoritarismo convertido en sentido común no recayó sólo en los cuerpos de seguridad estatales, una parte importante
de las poblaciones locales hizo propio el rediseño social.9 El principio
El historiador chileno Miguel Valderrama (2007: 196) dice que “habría que leer al
golpe como catástrofe, habría que observar que el golpe como catástrofe de la representación pone fin a ese espacio de identificación mayor que hacía posible a discursos
contradictorios referirse a una cosa común, desplegar en su mensaje múltiples figuras de
pensamiento, hacer la síntesis de lo no idéntico… La interrupción de la historia que el
golpe nombra anuncia una cierta autocancelación de la comunidad, en tanto, superficie
de inscripción mayor de la idea moderna de emancipación social.” Fuera de texto, porque ya no hay marco de “lo nacional” para la historiografía chilena.
9
Guillermo O´Donnell (1997) es de los pocos que se ha preocupado de explicar lo cotidiano del autoritarismo en la Argentina; para ello recurre a la figura de los kapos para
analizar el reparto y ejercicio del autoritarismo.
8
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conservador-autoritario en lo cotidiano motivó un sinsentido, el fin de
la posibilidad de dar rumbo a la vida social, el término del telos de la
vida en común. La crisis del sentido fue paralela a la crisis de la verdad.10
El sinsentido se erige sobre las ruinas de los proyectos alternativos.11
La catástrofe del sentido es concomitante a la acelerada instalación
del modelo neoliberal, que se implementó sirviéndose del desconcierto
generalizado. La expresión de esta recomposición social es, por
excelencia, el miedo: un sentimiento socializado de forma ambigua en
las interacciones cotidianas. No es un miedo contra un agente externo,
sino contra un cohabitante territorial.12 El miedo se hace circular, tener
miedo del miedo como forma acabada del sinsentido en un camino
doble: el sinsentido del miedo y el miedo del sinsentido, a través de los
cuales se recomponen las explicaciones sobre el devenir histórico y sus
ruinas.13 El miedo reorganiza el continuum de la historia, teje un puente
entre el pasado de terror y el presente de crisis socioeconómica.
La reestructuración social implicó una transformación de los espacios
que ocupaban los distintos sujetos sociales, tanto conservadores como
Para el argentino Nicolás Casullo (1998: 29) es ir detrás de las palabras, “imaginando
un sentido siempre escapado”, a la espera que lo desterrado tome figura, como concepto o metáfora.
11
“Una época, la nuestra, que se ha desembarazado, con un gesto casi despreocupado,
de aquellas referencialidades ontológicas, de aquellos lenguajes de la sustancialidad, sin
encontrar remplazo o, sería mejor decir, dejando que ese vacío de sentido, ese extravío
de las palabras fecundadoras del bien y del mal fuera llenado por la trivialidad, por esas
significaciones que, sin embargo, alcanzan para camuflar el gesto destructivo” (Forster,
2003: 25).
12
Manuel Garretón (1992) señala dos causas del miedo: 1) a lo conocido, el ejercicio
desmesurado de la violencia, y 2) a lo desconocido, lo que sucede en la clandestinidad de la violencia política. Norbert Lechner (1992) señala la instrumentalización del
miedo como mecanismo de disciplinamiento social en dos campos: 1) el de los miedos
ocultos, vividos en el espacio privado, y 2) los miedos socializados, presentados como problemas resolubles técnicamente, para “garantizar la seguridad de todos”. Hugo
Vezzetti (2002: 50) hace hincapié en el papel del miedo como dador de certidumbre en
contextos de confusión, en las que la violencia se presentaba dirigida a otros.
13
Se puede hacer una analogía con lo que Patricio Marchant (2000) llamaba la pérdida
de la palabra en Chile, la falta de la dimensión colectiva del habitar y del nombrar el
acto. Esa pérdida permite reflexionar sobre lo común del sentido, sobre lo que se reproduce como forma de enunciar un cohabitar. Pablo Oyarzun (1999) lo refiere como la
imposibilidad de lo homogéneo de lo común, donde coexistir ya no requiere lenguaje
alguno.
10
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izquierdistas tuvieron que modificar sus estrategias políticas, así como
las discursividades a través de las cuales daban cuenta de ellas, de su
presente y de su pasado. En esta dinámica hay cuatro tópicos generales
que sirven de guía para agrupar las soluciones sociosimbólicas sobre
el tiempo de la violencia social. Lo peculiar de estos tópicos es que funcionan como alegorías desde las que se explica el pasado reciente.14
La fuerza estética y epistemológica que subyace a la alegoría, como
un proceso de articulación de fragmentos de experiencia, no es la
simple enunciación, sino un trabajo cognitivo de acercamiento a la heterogeneidad interactuante en una realidad social. La alegoría tiene su
eje de significación en la temporalidad de la articulación, en la reiteración del movimiento de las cosas; a diferencia de la metáfora, que fijan
de suyo el sentido y el movimiento. La aparente ambigüedad de la alegoría (lo que se parece pero no es), se cancela en su historicidad, en ese
hilo fino de historia que determina lo que es comparable y no.
OPOSICIONES: VÍCTIMA Y VICTIMARIO
Solemos creer que para combatir las sombras se
requiere más luz, pero al intensificar las luces sólo se logra intensificar las sombras. Sólo la oscuridad mata a
las sombras, eso es lo intolerable.
Luisa Valenzuela
Uno de los primeros mecanismos para construir explicaciones sobre la
recomposición del poder social y del mundo de vida, durante y después
de la violencia social, fue el binomio víctima-victimario. Esta fórmula
es deudora de una lectura de tipo jurídico, que persigue la restauración
del “estado de derecho”. Ante la necesidad de justicia se recurrió a
un análisis de lo sucedido desde una oposición axiológica, que ubicaba en dos polos a los sujetos que participaron en la construcción y
rumbo del proyecto social.
Sigo la propuesta de Walter Benjamin (2006), para quien la alegoría es una forma de
comprensión, más allá de su carácter literario.
14
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La fórmula víctima-victimario sirvió para iniciar las investigaciones
sobre los sucesos durante los gobiernos de facto, pero el piso jurídico sobre el que se hacían no garantizaba resultados satisfactorios, ya que
en la reinstalación del “estado de derecho” no se cuestionó la ruptura
jurídica de los gobiernos militares. El vaciamiento del orden legal por
su abuso estaba en la base de la petición de justicia.15 La Argentina
fue un paradigma con la Comisión Nacional sobre la Desaparición de
Personas (CONADEP). Las acusaciones en un juicio público, más simbólico
que efectivo, aparentaba sentar las bases de la reconstrucción autocrítica del estado. Esta simulación desnudó su cinismo en Chile, donde la
Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (CNVR), requirió de una segunda versión, la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura,
para continuar la labor cosmética de hacer juicios sin justica.16
La versión agonística del pasado redujo las contradicciones sociales
y conflicto a muerte que significó la existencia de proyectos políticos contrapuestos. La construcción del discurso de la víctima ensombreció la
dimensión política de los distintos sujetos, que en la defensa de sus proyectos protagonizaron un intenso periodo histórico. La aparente luz que
brindó el discurso jurídico hizo más difícil de entender la complejidad
de la construcción de los proyectos sociales contradictorios. Dos razones principales: una, que el binomio víctima-victimario homologa a
todos aquellos que entran bajo su designación, omitiendo las diferencias históricas y políticas. La segunda, es que convierte en entidades
El caso más grave fue el chileno que no derogó las leyes del gobierno golpista. En
ambos casos nunca se cuestionó a fondo la ambigüedad jurídica dictatorial: la confusión
de competencias institucionales, el uso indistinto de leyes o procedimientos jurídicoadministrativos, las invocaciones supralegales, la autoadjudicación de competencias
ilimitadas (Groisman, 1987: 68).
16
El paroxismo es el Informe Retting de la CNVR (1991: 15): “la Comisión ha creído indispensable referirse a la situación del país que antecedió al 11 de septiembre de 1973.
Tal situación, condujo a un quiebre institucional y a una división entre los chilenos
que hizo más probable que se dieran las violaciones de derechos humanos. Una de
las misiones encomendadas a esta Comisión es la de proponer medidas de prevención,
esto es, qué debería hacerse para procurar impedir que las infracciones que ha examinado puedan volver a repetirse. Por ello, es de toda necesidad examinar no sólo tales
hechos [los dictatoriales] y sus circunstancias inmediatas, sino también aquéllas que
crearon un clima que hizo más probable su perpetración.”
15
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pasivas a los sujetos activos, víctimas purificadas, despolitizando los
motivos por los cuales fueron objeto de represión por parte de los gobiernos dictatoriales. Esto no sólo en beneficio de los ejecutores de las
medidas represoras, también a favor de los sectores de clase favorecidos con el proceso de limpieza social. El reconocimiento general de
los crímenes diluyó las responsabilidades singulares, se construyeron
juicios ejemplares para el futuro, no para cuestionar el pasado.
La víctima no es reconstruida como sujeto en pleno ejercicio de
su politicidad, independientemente de su validez y viabilidad. Esta
formulación sirve para construir un discurso de oposiciones sin contradicción histórica, una visión binaria sostenida por la idea de una
normalidad interrumpida. Por otro lado, la imagen del victimario
no contribuye a la explicación del pasado, cierra las puertas de una
compresión profunda de la existencia de múltiples instancias autoritarias. Además, refuerza la omnipotencia y omnipresencia del poder
estatal en la vida cotidiana. La culpabilidad apriorística de la dictadura
es paralela a una inocencia generalizada de la víctima colectiva.17
Esta visión jurídica del pasado recicla y edulcora las demandas sociales, negando las exigencias de los colectivos sociales afectados por la
violencia de estado.18 Las demandas de los familiares de desaparecidos
fueron refuncionalizadas por la misma vía estatal que era la causa
del reclamo.19 La formulación víctima-victimario resultó funcional y
operativa en el proceso de amnistía y amnesia social.
Marcos Novaro y Vicente Palermo (2003: 485) afirman que la de neutralidad refundacional del estado argentino sesgó y limitó el debate sobre la multiplicidad de la violencia
política.
18
Una de las trampas sociales es la camisa de fuerza que representan los derechos humanos, que en un primer momento agruparon la multiplicidad de los daños cometidos
por el ejercicio de la violencia de estado, pero que después operaron como criterio normativo de lo que se podía o no cuestionar y del cómo, sin dejar claro las posibilidades
de castigo social (Jelin, 2005).
19
Los movimientos sociales de derechos humanos fueron una innovación, sostenidos
por una falla política: antes que enjuiciar y enfrentarse a la institucionalidad buscaron
reformarla (Cheresky, 1999). El gobierno de Alfonsín supo usar los derechos humanos como estrategia de legitimación, creyendo que podrían ser la base de su gobierno
(Palermo y Novaro, 1996).
17
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Esta reducción jurídica del tiempo histórico apuntala el autoritarismo
social de dos formas contrarias, pero funcionales recíprocamente. Por
un lado, refuerza el miedo al poder institucional: el abuso del poder
existe y hay que temerle. Esta visión ha contribuido a la construcción
de narrativas del horror como mecanismo de anestesia, de incapacidad
ante lo narrado.20 Por otro lado, refuerza la versión de la resolución de
las diferencias sociales a través de los canales legales, reposicionando el
carácter prescriptivo de la norma jurídica como único camino de convivencia.21 Esta formulación legalista implica una historia sin sujetos y
sin ideología; refuerza la versión valorativa del tiempo como continuo
y progresivo.22
Además, la idea de la víctima parodia la heroicidad, pero olvida que el
héroe no tiene historia, sólo repite el verso heroico (epos) eternamente
cíclico, por lo que se vuelve representación de una ausencia. Aunque es,
de algún modo, una vía de humanizar la vida en el mundo
mercantilizado.23
Faltan análisis sobre la producción de discursos, su distribución y consumo durante
la reconfiguración posdictatorial. Un ejemplo son los bestsellers del terror, que legitimaron indirectamente la tolerancia y la reconciliación, abusando del sentido anestésico de
las narrativas; como Patricia Verdugo (1997), que en Chile ha vendido miles de ejemplares de una versión unívoca de la violencia militar, que olvida los objetivos distintos
de la violencia (la reportera olvida que no fue lo mismo matar al expresidente Eduardo
Frei que a Miguel Enríquez).
21
Cecilia Lesgart (2003) ha criticado la idea de la transición en Argentina que
afirma que la democracia es contraria al autoritarismo, por lo que es un momento
de expectativas y deseos, que requiere cierto olvido y cierto sentido de culpa. Ésta última funciona como un neocontractualismo participativo, en el que todos deben respetar
las normas para reconciliarse con el pasado.
22
Nicolás Casullo (2003: 8) al preguntarse por los 20 años de democracia en la
Argentina decía: “Nos transformamos en una gigantesca sociedad de la víctima autoexculpada, y parimos todo tipo de modelos de desapego, descrecimiento, escepticismo,
queja, huida, hipocresía y cinismo”.
23
Ricardo Forster (2003: 57) llama a esto “la fabulación heroica de una época sin héroes”, sostenida por una ética de la memoria con dos estrategias contrapuestas pero
complementarias: el pasado como tiempo aciago o como tiempo ejemplar.
20
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LO IMPENSADO: LA DERROTA
Aparecía y desaparecía como un fantasma en todos
los lugares donde había pelea, en todos los lugares en
donde los latinoamericanos, desesperados, generosos,
enloquecidos, valientes, aborrecibles, destruían y reconstruían y volvían a destruir la realidad en un
intento último abocado al fracaso.
Roberto Bolaño
Historiar el pasado reciente como proceso de buenos contra malos
impide pensarlo como una guerra social en la que participaron, con
fuerzas desiguales, varios sujetos, defensores de proyectos históricos
de organización social.24 La mirada reduccionista de los procesos dictatoriales no deja espacio para la reconstrucción crítica de los proyectos
políticos derrotados, y con ello abona a una cierta imposibilidad de
construir puentes de herencias intergeneracionales. La revolución dejó
de ser actual después de las violencias dictatoriales, al convertirse en un
impensado del pensamiento historizante.
El pasado de las luchas revolucionarias pasó por la misma crítica
de las armas de la que fue objeto la violencia contrainsurgente. No así
por las armas de la crítica, para entender las causas y consecuencias de
los procesos de violencia de izquierda; no con el objetivo de validar los
excesos y errores cometidos, sino para entender y actualizar lo que de
ellas resta de vigencia.25
Pensar la época como guerra no implica un sentido jurídico, como lo hicieron los
gobiernos militares para justificar la represión, refiere a la confrontación de proyectos políticos contrapuestos e imposibles de sintetizarse. Contra la visión jurídica Carlos
Marín (1984) mira la dimensión social de la guerra en Argentina, como la forma de
reproducción de las condiciones de existencia del capitalismo financiero, que usó las
armas para encubrir una pugna entre sectores sociales. Inés Izaguirre (1994) ve el periodo como el momento político-militar de la lucha de clases.
25
Nicolás Casullo (2007b) es uno de los pocos que aborda críticamente el problema
de la derrota política, para pensarla desde sus resonancias en el presente. A la ausencia de
revolución en la crítica contemporánea la llamó “un hueco aceptado”. Piensa la resolución de este atolladero de inteligibilidad a través de la memoria y no de la historia.
24
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La derrota política fue entendida como error del tiempo histórico,
como una falla predeterminada a su fracaso.26 Esto legitimaba, veladamente, la necesaria pacificación democrática, para la que todo
pasado fue peor. Esto es parte, tanto en Chile como en Argentina, de la
recomposición del estado y la normalización del sistema de partidos,
que ante la falta de herencias políticas pugnan por la desmovilización,
por el clientelismo y el oportunismo, sin propuestas ni proyectos
diferenciados entre derechas e izquierdas.27 De esta forma, el horizonte
político socialista desparece del tiempo histórico, tanto del pasado
como el futuro. Se pasó de la revolución a la insubordinación.28 De
fondo subyace la imposibilidad de trabajar y entender críticamente el
ejercicio de una violencia revolucionaria, sin desconocer que en algunos
casos fue tan insensata como la derecha reaccionaria, pero que no por
eso la hace homóloga.29 El discurso unívoco y cerrado sobre la violencia,
que hace de ésta una expresión reprochable por sí misma, sin tratar de
entender sus particularidades históricas y políticas, para diferenciar sus
motivaciones y sus consecuencias, clausuró la posibilidad de historiar el
pasado inmediato a través de las experiencias de la militancia política.
Luis Corvalán (2003), exsecretario general del Partido Comunista chileno, al mirar
críticamente el periodo de la Unidad Popular, reduce la multiplicidad de la lucha por
la transformación social al papel que jugó el PC, omitiendo a los actores que fuera del
partido construían proyectos políticos.
27
La pugna política gira en torno a la ilusión biográfica de los personajes (Gambina y
Campione, 2002; Joignant, 1998).
28
Una revolución sin revolución, la versión política de la sociedad descafeinada que
consume formas vaciadas de contenido histórico. La retórica posestructuralista del grupo de intelectuales agrupados en Chile en la Revista de crítica cultural, dirigida por Nelly
Richard (1994b: 71), han jugado un papel importante en este vaciamiento. La revolución se volvió una política del desarreglo como “deseo de experimentación con el sentido
más que interpretación del sentido”.
29
En 2004 en Córdoba, Argentina, se suscitó un debate sobre ética y violencia. Las
reflexiones iniciaron en la revista La intemperie, por una entrevista a Héctor Jouve,
miembro del Ejército Guerrillero del Pueblo, guerrilla guevarista salteña. El exmilitante
reconoció su responsabilidad en la muerte de personas. Esto motivó una respuesta del
filósofo Óscar del Barco (Aa.Vv. 2008), que a partir del presupuesto judeocristiano de
“no matarás” calificó la violencia revolucionaria y la violencia política como actos criminales. El debate, en el que participaron más de treinta intelectuales, desarrolló un tema
poco abordado: la responsabilidad. Este punto llevó a cuestionar no sólo la militancia política, sino las formas sociales de evaluar su ejercicio.
26
Andamios 149
DANIEL INCLÁN
La ausencia de la dimensión política de los sujetos ha sido una de
las trabas más grandes para historiar de manera compleja y crítica el
periodo de las revoluciones socialistas conosureñas.30 La omisión
o la simplificación han convertido a las militancias de izquierda en
algo silencioso, dejando un vacío para las posteriores políticas de izquierda. Esta falta abona a la orfandad política de las generaciones
postdictatoriales.31
Las explicaciones de la militancia clandestina y revolucionaria no
suelen ubicarla en el contexto de una revuelta social con distintos sujetos.32 Reconocer la derrota no es necesariamente reconocer y justificar
el triunfo del proyecto político reaccionario, en las contradicciones no
toda pérdida es una ganancia para alguna de las oposiciones.33 La derrota
parece inenunciable para la izquierda, que revisita la lucha política de
los años como una errancia: un error y un camino sin sentido.
En Argentina se hacen esfuerzos por recuperar las experiencias de la militancia
armada, como las revistas Lucha armada y Sudestada. De los trabajos académicos destacan dos, el ejercicio de Pilar Calveiro (2005), que mira el proceso como una dialéctica
de “obediencia indebida” y “desobediencia armada”; y el de Hugo Vezzetti (2009), que
reflexiona sobre las responsabilidades éticas de la militancia a través de la crítica de la
memoria de la lucha.
31
Sobre el abismo de experiencias que se construye al impensar la derrota, Forster
(2003: 60) dice que: “Toda una tradición [revolucionaria] fue tragada por el agujero negro de los años ochenta, como si la derrota histórica, la que destrozó a gran parte de una
generación, hubiera arrastrado cuerpos, libros, ideas y pasiones, sueños e ideologías”.
32
En Chile hay una amplia autocrítica de los comunistas y socialistas, que omiten el
papel de los otros sujetos de izquierda antes y durante el gobierno militar. Las revisiones
del golpe militar centran su atención en la falta de estrategia política de Unidad Popular
(Garcés, 1976). Incluso los análisis críticos miran la derrota desde las instancias partidarias, como Ruy Mario Marini (1976) que da un papel central a las movilizaciones obreras
y su relación con el partido. El “avanzado grado de democracia de masas” señalado por
René Zavaleta (1975), es evaluado como fracaso por los errores de dirección del partido.
Estas visiones son herederas de cierto miedo a las masas organizadas espontáneamente
y con posibilidades de tomar el poder. Una muestra de ello es la ausencia de análisis
sobre la militancia del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y de las Jornadas de protesta
popular ocurridas en los años ochenta como resistencia a la dictadura pinochetista.
33
Para Miguel Valderrama (2006) narrar la catástrofe es reconocer lo múltiple de la
historia, un reconocimiento del Otro; que soluciona lo intratable de las diferencias en
el mundo colectivo.
30
150 Andamios
LAS AMBIGÜEDADES DE LA HISTORIZACIÓN DE LA VIOLENCIA EN ARGENTINA Y CHILE
Al reducir la política militante a un error se cancela la posibilidad de
recuperar lo que ésta intentaba construir, validando las explicaciones políticas de reconciliación y perdón, políticas de amnistía sostenidas por
la amnesia.34 Una relación de perdón político que no cuestiona el papel
de quienes lo otorgan, que se agencian la capacidad de indultar y olvidar
para recomponer el poder social.
La incapacidad de reconocer la derrota ha venido acompañada de
una mitografía heroica testimonial, que también limita las posibilidades analíticas de una historia crítica. La revisión de la militancia desde
la experiencia personal es una estrategia discursiva peligrosa, pues presupone el entendimiento de aquellos que no vivieron la época del sueño
revolucionario. Además de redundar en la temática de la víctima: la que
padece por causas ajenas a su propio actuar político. La rememoración
anecdótica no hace actual aquello por lo que se luchaba, convirtiendo
la militancia política en un tiempo inmemorable.35 La revolución es
pensada desde el testimonio como un punto sin conexión en el tiempo presente.36 Se construye una heroicidad de cuerpos que sienten pero
que son ajenos a una comunidad política.
En la época “democrática” la versión trágica de la experiencia militante
se vuelve una farsa, una sustitución formal de contenidos políticos,
exacerbando la idea de una causa externa al infortunio de una época y
sus proyectos de sociedad posible.37 Sólo quedan fragmentos inconexos
de formas políticas que se enfrentaron en terrenos desiguales. El riesgo
En Chile este proceso se complica al estar marcado por un fuerte antiintelectualismo
de la izquierda después del golpe militar, criticada desde los años ochenta por Tomás
Moulián (1983).
35
En Chile es más problemático este tema ya que, a diferencia de la Argentina, el fin
de la dictadura está acompañado de una amplia movilización popular y de proyectos
políticos no partidistas. Lo que demanda una historia de las múltiples temporalidades de la militancia.
36
Hay intentos críticos del uso del testimonio, como María Matilde Ollier (1998), pero
sin resultados satisfactorios; combinar lo público y lo privado, lo macro y lo micro, no
reubica a la palabra del militante para construir explicaciones históricas, sólo sirve para
validar ideas preconcebidas.
37
En la transición argentina se sustituyeron fórmulas de la militancia política,
Alfonsín cambió el lema peronista “liberación o dependencia” por “democracia o dictadura” (Quiroga, 2005).
34
Andamios 151
DANIEL INCLÁN
es pensar que al no haber derrota, tampoco hay lucha, sólo dominación
total e invencible del proyecto reaccionario.38
La revolución como posibilidad, y la contrarrevolución como respuesta, deja de ser un eje analítico para entender la larga década
latinoamericana de los años sesenta, olvidando que, más allá de su poder
real, los grupos armados revolucionarios representaban un peligro a los
intereses dominantes.39
FANTASMAGORÍAS: PRESENCIAS Y AUSENCIAS
Entonces está el amanecer y una fría soledad en la
que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso
tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de
alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que
les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los
adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el
otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que
pasen los primeros colegiales.
Julio Cortázar
La ausencia de restos y rastros corporales marca la inteligibilidad del
tiempo histórico reciente en Argentina y Chile. El replanteamiento
analítico sobre el cuerpo del ausente obliga a cuestionar la materialidad
del hecho histórico.40 La constante y no resuelta pregunta por el qué
Cobran actualidad las palabras de Benjamin (2004), “De los que vendrán no pretendemos gratitud por nuestros triunfos, sino rememoración de nuestras derrotas. Eso
es el consuelo: el consuelo que sólo puede haber para quienes ya no tienen esperanza
en el consuelo”.
39
Nelly Richard (1994: 57) abandona el pasado de militancia política por un presente
de eterna deconstrucción, pasar de lo contestatario a lo alternativo, “el paso de una cultura concebida como mera prolongación de la derrota y rito de sobrevivencia en torno
a la re-afirmación de lo negado, a una cultura capaz de hacerse portadora de nuevas
formas y estilos de discursos que apuntaran hacia más complejas diferencialidades de
sentido”.
40
León Rozitchner (2003: 14) dice: “De ese silencio de los muertos está hecha nuestra
vida: sino la llenamos hablando y escribiendo no estaríamos vivos. Si estamos vivos es
38
152 Andamios
LAS AMBIGÜEDADES DE LA HISTORIZACIÓN DE LA VIOLENCIA EN ARGENTINA Y CHILE
de los cuerpos sin presencia física, lleva a terrenos explicativos que se
enfrentan con la escala individual y colectiva. La falla analítica al trabajar
con la experiencia de la desaparición es una muestra de la incompletud
de las explicaciones del tiempo histórico de la violencia.41
La ausencia del cuerpo como prueba de una existencia no pone
en duda la realidad del hecho histórico, a pesar de que así lo pretendieran
los gobiernos militares; la ausencia de los restos corporales cuestiona las posibilidades de aprehensión existencial del pasado. Qué queda
de vestigio de la experiencia de quienes padecieron la desmesura de
la violencia política, si ni sus cuerpos están como indicios para reconstruir
y explicar la experiencia del terror sobre el cuerpo individual. Hay una
asociación, por demás forzada, con las posibilidades de dar cuenta de
la experiencia de las cámaras de gases de los nazis. La recurrencia a la
idea de la irrepresentabilidad de lo sucedido puede ser una pereza o
una imposibilidad analítica del discurso crítico.
La desaparición como categoría es ambigua, es la frontera entre
la posibilidad de dar cuenta de un pasado que no deja de ser actual,
porque la ausencia de cuerpos no se resuelve, y la explicación conclusiva
de un pretérito lejano, tan distante como los cuerpos perdidos. Los desaparecidos pueden designar un tipo de sujeto sustituto, que engloba
la multiplicidad de sujetos políticos. El pathos de la desaparición ensombrece la particularidad de las diferentes experiencias.
Un problema es el uso aceptado de la desaparición como categoría
que da cuenta de lo sucedido, al menos como imposibilidad de poder
hablar de las experiencias. En este uso hay una omisión histórica, que olvida que la designación de desaparecido es un estrategia discursiva de
para contarlo. No es que estemos vivos y por eso escribimos, sino que escribimos para
estar seguros de que vivimos”.
41
Para Nelly Richard (1994c: 13) esta carencia es una ventaja que garantiza las posibilidades refractarias de entendimiento social: “La falta de sepultura es la imagen —sin
recubrir— del duelo histórico que no termina de asimilar el sentido de la pérdida,
y que mantiene ese sentido en una versión inacabada, transicional. Pero es también
condición metafórica de una temporalidad no sellada: inconclusa, abierta entonces a
ser reexplorada en muchas nuevas direcciones por una memoria cada vez más activa y
desconforme”.
Andamios 153
DANIEL INCLÁN
los gobiernos militares.42 Así, el desaparecido es una tautología doble,
de lo que no tiene restos y para lo que se carece de palabras para hablar.
La generalización de la desaparición como eje de explicación a través
de un pathos social irresoluble, genera una sombra sobre otro tipo de
ausencias. No todo cuerpo ausente es un desaparecido; los cuerpos
fuera del espacio cotidiano en los contextos de la violencia no son sólo
los que pasaron por los centros clandestinos de detención, hay miles de
cuerpos que deshabitaron sus espacios vitales para construir otros en el
exilio. Además, hay otro cuerpo ausente que merece ser reconsiderado
con detalle para el caso argentino: el cuerpo de los infantes arrebatados
a los detenidos y regalados a los policías y militares para reeducarlos.
La desaparición, más que una explicación o la falta de ésta, puede
ser una alegoría que teje tramas analíticas sobre la naturaleza de los
acontecimientos históricos cuya característica central es la ausencia.
La ausencia de restos físicos, y de indicios para saber de ellos, detona
una cadena de faltas asociadas, como la comunidad a la que pertenecía ese cuerpo. El desaparecido es tal en la medida en la que es un vacío
comunitario, no sólo como un cuerpo individual que no está. Es este
punto donde los esfuerzos por reconstruir el tiempo histórico no han
logrado dar cuenta de la dimensión política de la comunidad; porque
no es la comunidad nacional, son las comunidades políticas desde las
que se tendría que pensar la singularidad de la ausencia.
El discurso generalizado de la desaparición vuelve absurda y redundante a la muerte durante el periodo de la violencia de estado,
convirtiéndola en un inenunciable como experiencia histórica; validando la versión abstracta y numérica del pasado, en la que las
El General argentino Rafael Videla decía al diario El Clarín, el 14 de diciembre de
1979, que: “....en tanto esté como tal, es una incógnita el desaparecido, si el hombre apareciera, bueno, tendrá un tratamiento X, y si la desaparición se convirtiera en certeza
de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z, pero mientras sea un desaparecido no puede
tener ningún tratamiento especial, es incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad,
no está, ni muerto ni vivo, está desaparecido”. El general Viola en 1979 dijo: “Están los
muertos, los heridos, los encarcelados y los que están ausentes para siempre. No pidan
explicaciones donde no las hay”.
42
154 Andamios
LAS AMBIGÜEDADES DE LA HISTORIZACIÓN DE LA VIOLENCIA EN ARGENTINA Y CHILE
cifras pretenden cubrir el vacío de los cuerpos sin rastro y dejar en la
inaprehensibilidad su dimensión histórica.43
FRAGMENTOS: MEMORIA E HISTORIA
La noche y su silencio representan una de las tantas
invenciones con las que se ha intentado sobredeterminar la oscuridad.
Diamela Eltit
Si bien el conflicto sobre qué recuperar como saber social y cómo hacerlo es siempre constante, al estar determinado por el terror sobre los
cuerpos de diferentes sujetos se hace más difícil de resolver. En Chile
y Argentina el sinsentido del mundo producido por la violencia dificulta
la construcción de un puente de los códigos políticos, como fundamento de la memoria del presente.
El conflicto es sobre la experiencia del hecho histórico y sus posibilidades de aprehensión y de transmisión como memoria, en el
marco de construcción y reconstrucción de colectividades y proyectos
de socialidad. Aquí la experiencia es una dimensión social que sintetiza
saberes, cuya vigencia es exclusiva al orden las prácticas, no es un repertorio sino una actualización de vidas vividas que cultivan una
identidad colectividad. En momentos de mutismo social, próximos a lo
impronunciable, se hace más difícil su reproducción.44 Esto genera
Feinmann llama “el horror de la cifra, no de las personas” (2006: 15). Martín
Caparros (2006: 10) señala que “en nuestros relatos sin historia nosotros volvíamos a
desaparecerlos: les quitábamos sus vidas. Hablábamos de cómo fueron objeto de secuestro, tortura y asesinato y no hablábamos cómo eran cuando fueron sujetos, cuando
eligieron para sus vidas un destino que incluía el peligro de la muerte, porque creyeron
que tenían que hacerlo. Aquellas versiones de la historia eran, entre otras cosas, una
forma de volver a desaparecer a los desparecidos”.
44
El historiador chileno Mario Garcés (2002: 7) al presentar una serie de relatos testimoniales, afirma que: “nadie podrá ‘explicar’ los porqué del horror, so pena de hacernos
cómplices de la barbarie. De alguna manera, la práctica del terrorismo de estado enfrenta un absoluto: la práctica aberrante, escoria y basura humana, que toma forma en la
acción de personas —chilenos que torturaron chilenos y no a marcianos— avalados y
43
Andamios 155
DANIEL INCLÁN
un debate no resuelto entre memoria e historia, entre dos órdenes de
verdad que dan cuenta del tiempo histórico con estrategias y soportes diferentes, construyendo de manera distinta los contenidos sociales
que los componen. Esta discusión plantea un debate sobre los sujetos, aquellos que construyen la reflexión sobre el tiempo histórico y
aquellos sobre los que se construye dicha reflexión; problematizando la
sustancia de los saberes sociales: los hechos históricos, sus temporalidades
y la relación entre continuidad y discontinuidad.
Ante la imposibilidad de construir discursos que historien la
totalidad de la violencia social, la memoria intenta ser un anclaje crítico, como respuesta al sinsentido. El tenso conflicto por el qué del pasado
ha sido resuelto con mejor resultado por los trabajos de la memoria.45
Pero esto no los exime de fallas, a pesar de que los acontecimientos
históricos resisten a ser subsumidos en una narrativa del olvido como
estrategia de perdón. Los trabajos de la memoria son un terreno de disenso, demostrando que no hay un sujeto único de la memoria que
determine lo que merece ser recordado.46 Este conflicto corre el riesgo de resolverse por los caminos de la producción de memoria sin
conflicto, sin significados políticos.
Las memorias de la violencia producidas por comunidades singulares se presentan como generales, metiendo en un terreno problemático
al recuerdo social. Aquí hay una vinculación con la perspectiva jurídica del pasado, que asocia los trabajos de la memoria como fuentes
para la construcción de la justicia, como si ésta produjera sentencias socialmente aceptadas.47 La memoria se subordina a una deontología
jurídica, una ética normativa que no proviene de las prácticas cotidianas,
estimulados por sus propios dirigentes, con y sin uniforme. Nada ‘explica’ la tortura, ni
el asesinato organizado, ni desenterrar cadáveres para luego lanzarlos al mar”.
45
Casullo (2007a: 234) distingue tres momentos de los trabajos de la memoria en la
Argentina: 1) en los años ochenta, de visibilizar, denunciar y juzgar; 2) en los años noventa, la biografía y la autobiografía; y 3) después del 2000, las críticas a las narraciones
de los años setenta.
46
El campo de batalla es tan amplio que las posibilidades significativas pueden perderse y convertirse en un coro de soliloquio (Bergero, 1997).
47
Vezzetti (2002: 35) reconoce dos momentos de la memoria posdictatorial: 1) el intelectual, que busca comprender; y 2) el ético que busca la recuperación de los sujetos.
156 Andamios
LAS AMBIGÜEDADES DE LA HISTORIZACIÓN DE LA VIOLENCIA EN ARGENTINA Y CHILE
sino de la legalidad institucional. De esta forma la memoria se desarma,
al servir a la reconciliación tutelada.48
Esta relación mete a la memoria en un terreno cerrado: el de los
derechos humanos, que paradójicamente generaliza lo singular de
la memoria, sintetizando de manera forzada la particularidad y multiplicidad en lo aparentemente neutral y apolítico de los derechos
humanos. Se pierde el sentido de la memoria como actividad práctica,
como un proceso en construcción desde lo cotidiano; se subordina
implícitamente a las necesidades formales del lenguaje jurídico, y con
ello hipoteca sus contenidos de actualidad política. Se limitan las posibilidades constructivas de la memoria, como espacio por excelencia
de la identidad colectiva, al reducir su politicidad a una necesidad de
impedir que el pasado se repita. Los derechos humanos y la democracia
son eufemismos, donde el lenguaje de la memoria pierde la potencia creadora;49 creando una trampa en la que el recuerdo se subordina
a la justicia y la justicia al recuerdo.
Las memorias también alimentan la nostalgia de un pasado ejemplar,
una moda que deshistoriza y despolitiza el tiempo pretérito; dotando de
nueva vigencia a la siempre peligrosa, e implícitamente conservadora,
idea de que todo pasado fue mejor. Tanto derechas como izquierdas
construyen mitografías de las bondades del tiempo perdido. Esto se contrapone a lo que la memoria es: un traer al presente las experiencias
colectivas del tiempo histórico para dar forma a las prácticas sociales.
Lo queda en el aire es el problema político de la representación de la
memoria.50 Este proceso alude a las políticas a través de las cuales se le
da forma y contenido a lo múltiple de la existencia individual y social.
Isabel Piper (2005) señala que en este proceso hay dos tipos de olvido, el jurídico y
el intersubjetivo. El primero en el que se borran las responsabilidades singulares por
la construcción de explicaciones globales; y el segundo, en el que se impone el acto de
recordar sin cuestionar sus mecanismos.
49
La reiteración constante de esta fórmula (derechos humanos-democracia) estetiza el
lenguaje, despolitiza el habla (Rabinovich, 2005: 70).
50
Gregorio Kaminsky (2000) reclama ir más allá del bien de la memoria y del mal
del olvido, dice que no recordar nada de algo es ya recordar que hay un algo que no
se recuerda, de manera que el olvido no es un signo negativo, sino la “in-herencia de
la memoria”. Una labor de cuerpo presente que hace de la memoria un límite y no una
residencia.
48
Andamios 157
DANIEL INCLÁN
El punto de conflicto está en ir más allá de un simple recordar y llegar a
un rememorar como actualización de formas colectivas de existencia.51
La discusión que no se ha resuelto en Chile y Argentina es la dimensión
colectiva y su carácter político.52 Falta responder sobre los quiénes de
la memoria y su lugar público. Vale la pena preguntarse por la ausencia
de memorias de los que trabajaron para las dictaduras y los que vivieron
anónimamente la violencia.53
La solución social más recurrente ha sido el testimonio, hablar desde
uno sobre los problemas de todos; ocupando el lugar que antes tenían
las explicaciones derivadas de grandes teorías.54 Lo paradójico es que el
testimonio, como mecanismo que intenta dar cuenta de lo sucedido en
las escalas personales, se convierte en una narración de soledades extremas.55 Sujetos que pugnan por recuperar su posición activa en la
construcción y entendimiento del tiempo social, cuya memoria pugna
Eduardo Grüner (2005a: 174) define a la memoria como falta, que requiere de una
teoría política que sirva como cuestionamiento del presente, antes que naturalizar recuerdos. De aquí una dialéctica del repetir: como recuerdo que sirve de precursor de
prácticas y como reiteración para olvidar que hay algo que olvidar. El objetivo estaría,
no en la reconstrucción de la barbarie del pasado sino en la deconstrucción de presente
“para anticipar una reconciliación imposible”.
52
Vezzetti (2002) cree que la memoria es una resistencia pública ante la clandestinidad
del terror de estado, cuyos actores principales han sido los movimientos de derechos
humanos.
53
El riesgo es hacer ventriloquismo intelectual, imaginar dar voz a los sin voz y terminar
hablando por ellos. Diamela Eltit (2003) cayó en esa trampa en su versión de la vida
de un vagabundo.
54
Beatriz Sarlo (2005) lo llama el “giro subjetivo”, el retorno a la voz del sujeto que
no cuestiona el valor epistemológico de verdad que tiene la voz en primera persona.
Sarlo no considera el paso del giro lingüístico al giro del sujeto, ya que el testimonio no
es por sí mismo una voz del sujeto. La solución a este problema no sólo es narratológica
o gramatológica, sino estrictamente política.
55
Este aislamiento afecta a las versiones de derecha y de izquierda; por ejemplo, las
confesiones de Adolfo Scilingo en 1995 (Verbitzky, 1995), sobre los vuelos de la marina
para tirar cuerpos vivos al Río de La Plata, separa su recuerdo de la ejecución colectiva. Eduardo Grüner (2005b) identifica a este tipo de testimonios como parte de una
lógica de confesión culposa dirigida a resolver en el terreno ideológico el problema de
las responsabilidades institucionales.
51
158 Andamios
LAS AMBIGÜEDADES DE LA HISTORIZACIÓN DE LA VIOLENCIA EN ARGENTINA Y CHILE
por un presente más que por un pasado.56 Su aislamiento es metafórico
y literal, solos en un mundo en el que sus experiencias no tienen
sentido colectivo, son recuerdos en busca del sentido en otros.57 Solos
físicamente ante la necesidad de dar cuenta de lo que vivieron.
Lo que demuestra el coro de soliloquios testimoniales es la imposibilidad de construir puentes intergeneracionales. El problema no
es construir una visión más o menos aceptada de lo que sucedió,
sino como hacer herencia de vivencias históricas para la construcción
de proyectos políticos en el presente.
EL PASADO COMO ESPACIO EN DISPUTA
La memoria está vacía porque uno siempre olvida la
lengua en la que ha fijado los recuerdos.
Ricardo Piglia
La explosión de la memoria individual pareciera reforzar la tesis de
Lyotard sobre el fin de las certidumbres sostenidas por grandes narrativas. Alejandra Oberti (2009) propone un camino de salida a esta
paradoja, ubicando el problema del testimonio no en su naturaleza ontológica, sino en su dialéctica epistemológica, centrando la atención en
la escucha, en el plus de significado que hay en la recepción.
Es en esta relación donde se deben proyectar los discursos sobre
el pasado dictatorial, para sacarlos de la pretensión de verdad y
reconciliación en la que están atrapados. La historia es una disputa que
El testimonio del encierro clandestino contiene un conflicto, ya que es “producto de
actos verbales diferentes pero conexos: al hablar (o no hablar) durante el interrogatorio
y la tortura y el hablar (o no hablar) sobre lo sucedido en el interrogatorio y la tortura
después. Donde antes existió silencio ahora hay palabras; donde antes hubo palabras
extraídas por el miedo de la tortura ahora existe, a veces, un significativo silencio”
(Reati, 1996: 214).
57
El extremo de esta soledad lo representan las narrativas de los hijos de desaparecidos.
Como el testimonio de María Paz Concha Traverso (2002: 42): “Hoy por primera vez he
escuchado tu voz. La cinta vieja y desconocida me ha permitido conocerte un poco…
Hoy día por fin supe la verdad, esa que estaba en mi cabeza y que nunca quise preguntar, quizás porque en realidad la sabía y sólo necesitaba confirmar detalles”.
56
Andamios 159
DANIEL INCLÁN
no sólo pertenece a los intelectuales, sino a la totalidad del conjunto
social. Es en el terreno de las prácticas donde se están formulando nuevas preguntas a viejos problemas. De otra manera no se trascenderán ni
construirán horizontes de significación sobre el tiempo social. Estamos
ante la necesidad de una dimensión estética del tiempo histórico, que
junto con la política y la ética reposicione el papel activo del pasado
en el presente. De esto se han encargo los movimientos sociales, que
antes que pelear por una verdad abstracta, luchan por un pasado con
muchas presencias, algunas de ellas indeseables (como la violencia
sistemática) y otras necesarias para hacer justicia social a los muertos
(como los cuerpos desaparecidos).
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Fecha de recepción: 12 de febrero de 2012
Fecha de aceptación: 04 de julio de 2012
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Volumen 9, número 20, septiembre-diciembre, 2012, pp. 137-164