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El Arte de Mirar Jan van Eyck El matrimonio Arnolini (national Gallery de londres) como gran parte de los pintores del norte de Europa, el artista lamenco disolvía los pigmentos en aceite de linaza. al contacto con el aire, la mezcla se endurece, convirtiéndose en una sustancia sólida y transparente que permite la superposición de capas cada vez más leves de pintura. a través de ellas, van Eyck logró captar como ninguno antes la gradación del color y de la luz sobre las distintas supericies. POR SANDRA ACCATINO E n E l c u a d r o q u E J a n va n E y c k (1390-1441) pintó en 1434 para el rico mercader Giovanni Arnolini, los objetos que rodean a la pareja han sido tan cuidadosamente dispuestos y tan detalladamente representados que producen en quien los observa un efecto de casi tangible visibilidad, dándole a las iguras solemnes y silenciosas del comerciante italiano y su mujer un aspecto real que ellas, de estar solas, difícilmente lograrían. Esto ocurre porque en el estrecho espacio de la habitación, el artista lamenco no sólo representó los objetos, sino también la luz y sus efectos sobre las distintas supericies. Las sutiles capas del óleo reconstruyen, una a una, las cuentas de cristal del rosario que, lisas y traslúcidas, brillan y relejan la ventana que las ilumina, mientras el clavo del que pende ha soltado parte del estuco grueso y opaco que cubre la pared. En la pintura, la luz acusa el hilo que cose la paja del sombrero negro de Arnolini y delata la suavidad de la piel de marta cibelina junto a las tonalidades púrpuras del terciopelo de su túnica. Vemos la luz a través de los vidrios azules, verdes, rojos y transparentes de la ventana y percibimos que ella atraviesa las hojas del guindo para posarse luego en las rugosas cáscaras de las naranjas, en el bronce de la lámpara, en las joyas que adornan a la mujer. La luz nos muestra las opacas vetas de la madera del piso y de los zapatos que sobre él descansan, cerca del pequeño perro, cuyos ojos, redondos como el espejo de la pared, hace brillar mientras nos mira. El perro y el espejo son los dos extremos del cuadro en los que el espectador ha quedado capturado. El espejo convexo del muro, que releja la habitación que vemos desde el punto de vista inverso, nos muestra el lugar que ocupamos en este cuadro. Representados delante de la puerta, somos los dos personajes que la atenta mirada del perro y el saludo de Arnolini reciben. Al igual que el pintor, que escribió sobre el espejo “Jan van Eyck estuvo aquí”, hemos sido invitados a contemplar el bienestar de los esposos. Cuando el espectador de la época observaba detenidamente esta tela, se volvían visibles también las virtudes que vinculaban el matrimonio a los valores cristianos. La vela encendida en el candelabro le recordaba la mirada omnipresente de Dios y, bajo ella, el rosario y las diez escenas de la Pasión que enmarcan el espejo, bendecían el enlace de las manos. Tallada en el banco de madera, la igura de santa Margarita con el dragón –de cuyo vientre ella se liberó– protegía los futuros embarazos y partos, mientras que las naranjas y las guindas, evocaban los frutos del Paraíso. En el primer plano, el perro se volvía un emblema de la idelidad. Pintado en el tenue umbral que separa la Edad Media del mundo moderno, en «El matrimonio Arnolini» la visión casi palpable de las objetos nos conduce hacia invisibles presencias en la habitación: la luz que, como la divinidad, hace refulgir las cosas y el anhelo de prosperidad, que se ha posado, como un barniz, sobre ellas. «El matrimonio arnolfini», óleo sobre roble, 82 por 60 cm., 1434, national Gallery, Londres. Sandra accatino es académica del departamento de arte de la Universidad alberto Hurtado. Ha publicado diversos capítulos de libros, artículos y ensayos sobre pintura europea, arte de la memoria, coleccionismo y artistas chilenos contemporáneos. Fue curadora, junto a Pablo chiuminatto, de la muestra «degas escultor: impresiones de la vida moderna». “Bigamia es tener una esposa de más... Monogamia es lo mismo”, Oscar Wilde (1854-1900), poeta y escritor irlandés. La Panera I 7