ARCHIVO ESPAÑOL
DE
ARQVEOLOGÍA
Volumen 80
enero-diciembre 2007
Madrid (España)
MINISTERIO
DE EDUCACIÓN
Y CIENCIA
ISSN: 0066 6742
CSIC
CONSEJO SUPERIOR
DE INVESTIGACIONES
CIENTÍFICAS
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
Archivo Español de Arqueología 2007, vol. 80, págs. 239-284
ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE
DE TOLEDO (450-800 D.C.)
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO 1
AREA, SCH.
RESUMEN
Una caracterización arqueológica precisa de las más antiguas formas del poblamiento rural altomedieval (siglos V-VIII
d.C.) nos proporcionaría las herramientas analíticas con las que
plantear un ensayo interpretativo ‘refundado’ (BARCELÓ 1988,
1995: 66-7). Desde un enfoque como el planteado en este artículo se analizarán los procesos de recomposición territorial,
social y política que siguieron a la quiebra del Imperio romano
y constituyen la base del entramado histórico medieval. Esta
contribución se nutre de los trabajos arqueológicos llevados a
cabo durante los últimos diez años en la Comunidad de Madrid
y su objetivo se enmarca en el reto de formular contextos interpretativos que potencien el valor histórico de esos avances
(AZKARATE y QUIRÓS 2001: 30).
SUMMARY
A detailed archaeological characterisation of earliest
medieval settlement features (V-VIII AD) provide valuable
analytical tools in framing interpretative models adapted to
refunded archaeological narratives (BARCELÓ 1988, 1995:667). These approaches match from an alternative perspective the
processes of territorial, social and political readjustment that
followed the collapse of the Roman Empire and sustained the
medieval historical framing. This paper deals with
archaeological works carried out in the Comunidad de Madrid
during the last ten years, and its objective is directed to supply
the interpretative models that may support the historical value
of these data in the sense recently asked for some authors
(AZKARATE y QUIRÓS 2001: 30).
PALABRAS CLAVE: Asentamientos, necrópolis, campesinos,
análisis territorial, jerarquías sociales, arqueología altomedieval.
KEY WORDS: Settlements, burials, peasants, territorial
analysis, social hierarchies, early medieval archaeology.
1
Este artículo es una versión de la tesina (DEA) leída en
noviembre de 2006 dentro del programa de doctorado “Medio
ambiente, Territorio y Cultura: perspectivas desde la Geografía,
la Prehistoria y la Arqueología” (bienio 2004-2006), de la Universidad del País Vasco bajo la dirección del profesor Dr. J.A.
Quirós Castillo. Trabajo realizado en el marco del proyecto de
investigación HUM2006-02556/HIST financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia en el ámbito del Plan Nacional de
I+D+I titulado “La génesis del paisaje medieval en el Norte
Peninsular: Arqueología de las aldeas de los siglos V al XII”.
INTRODUCCIÓN
El considerable avance logrado durante los últimos
diez años en el conocimiento arqueológico del poblamiento rural altomedieval en el Sur de la Comunidad de
Madrid será aprovechado en este trabajo para formular
un modelo de geografía política del territorio de la ciudad de Toledo que creemos puede ser extensible a un
buen número de distritos urbanos del interior peninsular.
Según la colección de datos disponible, los dos expedientes básicos y mayoritarios que conforman el poblamiento rural en el territorio de las ciudades de la Meseta entre mediados del siglo V d.C. y al menos la octava
centuria serían la granja y la aldea.
A lo largo de las siguientes páginas abordaremos la
relevancia que puede llegar a tener la consecución de
una caracterización precisa y detallada de los en cierta
medida atípicos registros arqueológicos concernientes
al poblamiento rural altomedieval. Se explorarán además algunos de sus posibles diferentes significados a
través de descripciones densas (GEERTZ 1973) de su
específica contextualización para tratar de leer lo que no
se manifiesta habitualmente de forma explícita. Como
sostenía Vicent en la formulación conceptual de la
naciente arqueología del paisaje agrario, se “exige un
enfoque arqueológico no convencional, cuyo objetivo
no sea la reconstrucción positiva de los hechos, sino la
contrastación de hipótesis sobre los aspectos no directamente observables del proceso (…) a partir de los que sí
lo son” (VICENT 1991: 37). A partir de una serie de criterios arqueológicos discriminantes se establecerán los
rasgos distintivos de esas dos categorías como sendas
formas de asentamiento campesino provistas, como
veremos, de una serie de connotaciones específicas.
Detrás de cada una de ellas sería posible reconocer, por
ejemplo, vías propias de desarrollo identitario asociadas
a procesos pluriseculares de territorialización, variables
categorías sociales y formas diferenciadas de vinculación con la propiedad de la tierra o, en términos más
generales, con el Poder (PAYNTER 2005: 399-400).
A lo largo de este trabajo, las formas de poblamiento en tanto construcciones sociales serán consideradas
como un rasgo más de la cultura material dentro de una
perspectiva según la cual ésta es a la vez el producto y
resultado de acciones articuladas a través de las relacio-
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Figura 1. Situación del ámbito de estudio.
nes sociales y uno de los medios por los que esas mismas relaciones sociales se construyen 2. De esa manera,
la cultura material deja de ser un elemento pasivo de la
práctica social y un reflejo inmediato de la producción
de identidad y se convierte en una intervención activa en
la construcción y reproducción de esas mismas formas
sociales y en la afirmación continuada de la propia identidad (MORELAND 2001: 82; PAYNTER 1989: 379-80;
SILLIMAN 2001: 195).
De acuerdo a nuestra interpretación de lotes
amplios de evidencias de distinta naturaleza proporcionadas por la documentación arqueológica utilizada, la
red de asentamientos rurales a la que haremos referencia en este trabajo formaría parte integrante de lo que
puede inequívocamente definirse como un territorio
urbano, es decir, de un espacio condicionado por el
Poder, legible en términos políticos 3. Aunque los ámbitos estudiados constituyan sectores relativamente ‘periféricos’ del suburbio toledano (en cualquier caso a no
2
“El modo en que una comunidad dispone de su espacio
para vivir se ciñe sólo en parte a consideraciones técnicas: las
relaciones sociales juegan igualmente un papel principal condicionando el diseño de los asentamientos” (HAMEROW 2002: 52,
citando a Rapoport 1980: 9).
3
Una primera aproximación a estos temas en el ámbito del
cuadrante NW de la península Ibérica ha sido abordada recientemente (cfr. QUIRÓS, VIGIL-ESCALERA 2006).
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menos de 45 kilómetros de distancia de la capital),
hasta allí se manifestaría y sería posible reconocer
arqueológicamente la subalternidad de estos enclaves
campesinos que, en cierto sentido, formarían parte de lo
que podría denominarse ‘la base social del régimen’
(SALRACH 1997: 14).
La homogeneidad de las regiones interiores de la
península Ibérica en cuanto a su trasfondo histórico,
grado de desarrollo de las fuerzas productivas y orientación económica general durante el Bajo Imperio
(fig. 1) habría conllevado una evolución relativamente
sincrónica de los procesos que se desencadenan una
vez consumado el colapso del sistema político imperial. Esta quiebra se materializa a lo largo del periodo
que se inicia el año 409 en medio de una disputa
dinástica, con el cruce de suevos, vándalos y alanos
por los pasos pirenaicos, la posterior instalación de
algunos grupos sobre el territorio de la diócesis y el
constante trasiego de fuerzas armadas de distintos
bandos y finaliza aproximadamente con las dos grandes revueltas bagáudicas de mediados de siglo citadas
por las fuentes (441-454). Estas han sido explicadas
de forma convincente como revueltas sociales de
carácter campesino 4, que explotan precisamente en
4
Wickham (2005: 530-2) resume la abundante bibliografía
al respecto y expone un breve estado de la cuestión sobre las
mismas. La opinión contraria en Arce (2005: 161).
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sectores hasta entonces controlados por la administración imperial (nominalmente, o al menos en su parte o
extremo más débil). El estado de las regiones del interior contrasta seguramente con el de una serie de
zonas costeras cuya integración en sistemas políticos
y económicos más amplios (mediterráneos e incluso
atlánticos) determina la existencia de ritmos diferentes
de adaptación a las nuevas coordenadas sociopolíticas
y económicas y toda una serie de rasgos específicos.
Las condiciones de esta amplia región interior con
difíciles comunicaciones hacia la costa nunca fueron
apropiadas para el desarrollo de actividades orientadas a
la comercialización de un alto volumen de excedentes
basadas en grandes explotaciones llevadas de acuerdo a
los patrones clásicos del régimen esclavista. El alto
coste del transporte terrestre, la escasez de centros urbanos capaces de generar una demanda realmente significativa (o de un estrato sociodemográfico consumidor) y
la inexistencia de materias primas de alto valor estratégico habrían sido algunos de los principales impedimentos en este sentido 5.
Una de las posibles escasas excepciones serían los
grandes talleres alfareros de TSHT que durante todo el
siglo IV surten con sus abundantes productos hasta los
más recónditos enclaves del interior peninsular. Aunque parece demostrada la existencia de varios centros
o zonas productoras, tanto en el Norte (PAZ 1991)
como en el Sur de la península (ORFILA 1993), los del
alto valle del Ebro (La Rioja) parecen ocupar una
situación preeminente en cuanto a volumen y comercialización de sus productos 6. El final de la producción
de estos alfares industriales (al menos a la escala anteriormente conocida) coincide no por casualidad con la
profunda crisis política y social que afecta por igual al
conjunto del entramado de ciudades de la Meseta y al
de las grandes villae. Hacia mediados del siglo V d.C.,
las últimas heterogéneas y atípicas variedades de la
TSHT dejan de llegar a los yacimientos del centro de
la Península Ibérica y sólo muy en parte su antiguo
lugar será ocupado por importaciones de DSP provenzales. De ello podría inferirse que una parte de la
demanda potencial pervivió, aunque el entramado
social y productivo en el que estaban insertos los talleres de TSHT nunca pudo recuperarse. Lo mismo sucedería con las antiguas grandes haciendas rurales, las
villae tardorromanas.
Desde hace ya algún tiempo, la mayor parte de los
autores coincide en descartar lo que en otro tiempo se
interpretó como una secuencia generalizada de destrucciones en las villae tardías de la Meseta a consecuencia de las invasiones de inicios de la quinta centuria (ARCE 2005: 37; 2006; CHAVARRIA 2006: 34). La
lectura reciente más habitual de sus ‘transformaciones’, en cualquier caso, peca cuando menos de circunstancial dado el insuficiente encuadramiento histórico,
social y cultural de los procesos involucrados en esos
cambios y las verdaderas magnitudes que desde una
perspectiva de larga duración esas mismas transformaciones dejan inferir 7. La verdadera cuestión radicaría
en lo que se esconde detrás de esos cambios funcionales documentados, mientras que las propuestas de
interpretación mayoritarias siguen dando vueltas alrededor de conceptos tan vagos como las reocupaciones
bárbaras (dada la proximidad de cementerios de tipo
visigodo), la militarización de la sociedad o cambios
en los valores culturales 8. Algunos contextos arqueológicos precisos nos dotan sin embargo de pistas sobre la
crisis general de confianza que desembocó en el abandono precipitado de una serie difícilmente cuantificable de instalaciones rurales tardoantiguas, en todo caso
mayoritaria por cuanto respecta al mantenimiento de
sus partes urbanas o de representación. Algunas ocultaciones monetarias y más explícitamente las de ajuares domésticos relativamente modestos documentadas
en distintos asentamientos, tanto rurales como urbanos
(POZUELO, VIGIL-ESCALERA 2003: 281), atestiguan el
profundo impacto sociológico de los acontecimientos
de distinta índole que marcaron la época. Tras ese
5
Estas mismas condiciones harían vano el intento de
encontrar en ambas mesetas formas de explotación directa
modélicas como las definidas bajo el epígrafe ‘villa carolingia’
o ‘dominio bipartido’ (SALRACH 1997), que serían igualmente
respuestas y soluciones a situaciones sociopolíticas y económicas muy concretas (WICKHAM 2005: 264-5, 284-290).
6
Al margen de los grandes talleres debieron existir centros
productores menores, como demuestra el hallazgo de punzones
o moldes en un número cada vez más alto de sedes. El complejo fenómeno de las imitaciones, esbozado hace ya algún tiempo (JUAN, BLANCO 1997) requeriría un análisis en profundidad
que recogiera las últimas evidencias al respecto. Estas producciones secundarias (deslocalizadas) podrían cubrir una parte
específica de la demanda con posterioridad al colapso de los
grandes centros industriales.
7
En algunos trabajos recientes el grado de confusión sigue
siendo considerable (LÓPEZ QUIROGA 2006), mientras que en la
mayoría es central la perspectiva del propietario (RIPOLL, ARCE
2000: 69). Los matizados trabajos de A. CHAVARRÍA (2006, 2005,
2004, e.p.) son un punto de partida referencial. “Un piccolo
villaggio, una fattoria, una casetta attive in presenza di una villa
non sono la stessa cosa se si sviluppano o continuano a sussistere in assenza dell’elemento dominante nel sistema insediativo”
(MANACORDA 2000: 7-8).
8
El problema se ve acrecentado por la deficiente caracterización arqueológica de la mayor parte de las secuencias finales de ocupación en las villae, donde lo visible (la estratificación preservada sobre los suelos) formaría parte esencialmente de la historia posterior (sobrevenida) al uso original de las
instalaciones.
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periodo crítico, cuya duración exacta resulta a día de
hoy imposible de definir, las manifestaciones más
explícitas del Poder se retiran al interior de las antiguas
ciudades o bien a otros núcleos menores levantados a
toda prisa, con sistemas defensivos adecuados a sus
circunstancias específicas.
La oposición campo-ciudad se hace entonces más
evidente por cuanto lo que hasta entonces había sido una
posición hegemónica sin alternativas, un dominio de
clase garantizado por unos mecanismos estatales indiscutidos, a partir de un cierto momento es sujeto de
pugna entre estamentos que deben redefinir sus respectivas fuerzas y apoyos dentro de un marco político de
estructuras territoriales fragmentadas (ESCALONA e.p.).
Esa discontinuidad sería radical en el marco de la gestión de la producción agraria, que a partir de entonces
gozará de una sustancial autonomía por parte del campesinado, sin una intervención activa y directa del estamento propietario. Este será el desencadenante prioritario de la mayor parte de los procesos de cambio atestiguados en el poblamiento rural.
De acuerdo con el modelo de interpretación que
mantendremos en este trabajo, esas nuevas relaciones
de poder reformuladas a partir de mediados del siglo V
d.C. determinan y se traducen en diferentes formas de
organización social del territorio rural. Granjas y aldeas serán las categorías básicas sobre las que se articulará el territorio dependiente de la ciudad. Hasta donde
llegan a documentarse arqueológicamente ese tipo de
enclaves, estables y abiertos, podremos dibujar con
relativa seguridad los límites de un espacio políticamente subordinado. Más allá de los términos que alcanzan esas redes de dominio político y hegemonía cultural tejidas desde la ciudad (y desde sus apéndices jerárquicos menores, castellae, funcionalmente equivalentes) se extenderían unos espacios intersticiales, sólo a
veces periféricos en términos espaciales, que se podrían definir como no subalternos 9, y cuya importancia
radica en la alternativa que podrían representar como
espacios de resistencia (huida de la fuerza de trabajo) si
en algún caso se sobrepasara el umbral de tensión
socialmente aceptable por las comunidades rurales.
Aunque nuestro trabajo se centrará en las dos categorías citadas del poblamiento rural (las más fructíferas en
resultados arqueológicos durante el último decenio) la
ciudad y su entorno inmediato por un lado y por otro
esos territorios no subalternos, al margen del sistema
político, deberán ser tenidos en todo momento en cuen-
9
En la literatura anglosajona se ha definido como ‘third
space’ al situado “between those with power and those subjected to power, where resistance manifests itself in the appropiation, transformation, and negation of accepted codes” (MORELAND 2006: 137).
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ta como los polos en torno a los cuales gravita todo el
sistema 10.
Hasta dónde llegaban esos límites, más o menos precisos o difusos, de lo que hemos considerado el espacio
sometido a la ciudad sería una de nuestras preocupaciones prioritarias, por cuanto al otro lado de ese umbral
cabría esperar que los registros arqueológicos presentaran algunas diferencias sustanciales cuyos signos deberíamos ser capaces de reconocer. Partimos, por tanto,
del convencimiento de que esos espacios no subalternos,
situados más allá de la esfera de influencia del poder
ejercido por la ciudad, existieron realmente (SHAW
1984), y que su mera presencia condicionó la clase de
acuerdos sobre los que se basó la relación entre campesinos y terratenientes a partir de mediados del siglo V
d.C. El arco temporal considerado constituye, a fin de
cuentas, un periodo marcado por una trascendental crisis que supuso el más intenso momento de debilidad de
las estructuras políticas y sociales de dominación, tanto
en términos institucionales como prácticos y de legitimidad. A partir del desmoronamiento del Imperio asistiremos, pues, a un proceso de duración secular a lo
largo del cual los herederos del mismo (por derecho o
por la fuerza) debieron proceder a una lenta y progresiva rearticulación de todo el viejo entramado político y
social desde abajo.
El mayor de los inconvenientes a lo que nos enfrentamos por esta vía (la que definiría al territorio urbano,
político o fiscal por oposición al de los espacios no integrados) es la de la práctica invisibilidad de esos nichos
geográficos y humanos no subalternos, cuyo carácter
inaprensible a diferentes niveles habría sido supuestamente la mejor de las garantías para su perdurabilidad
material. Ya debieron ser, si no invisibles, al menos ilegibles para el Poder en su tiempo (SCOTT 1998: 2). En
mayor o menor medida, incluso en los más marginales
sectores de esos territorios no subalternos diversas formas de jerarquización social estuvieron presentes bajo
heterogéneas formas desde antes de la conquista romana. Existieron sin duda ya entonces umbrales de articulación política local a partir de los cuales esas realidades
al margen pasaban a erigirse en contrapoderes o constituirse en espacios lo suficientemente atractivos como
para pasar a ser objetivo susceptible de captura por el
aparato estatal centralizador, cualquiera que fuera el
10
La clave de este nuevo mapa radica en que amplios fragmentos territoriales se desvinculan de un espacio políticamente cerrado (en teoría). El colapso de la legitimidad imperial abre
innumerables vías de contestación a los intentos de restauración de un poder hegemónico. La distancia entre ciudades (en
términos mentales) se amplía y los vacíos de poder o el surgimiento de nuevas agregaciones de intereses políticos dibujan
un cuadro favorable a unas comunidades rurales a las que se les
presentan alternativas.
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envoltorio particular de cada una de las partes en conflicto. La estimación de la riqueza de una determinada
región, territorio o aldea quedaba, entonces como ahora,
supeditada a que existieran mecanismos o modos efectivos de captura, ya fuera entendida ésta en términos de
fuerza de trabajo, materias primas o excedentes agropecuarios aprensibles en forma de botín por encima de lo
que podía llegar a suponer el coste o la energía necesariamente implicada en su extracción. Las fuentes escritas contemporáneas remitirían invariablemente a toda
esa clase de realidades opacas al Poder cuando describen, por ejemplo, los actos de pillaje y bandolerismo
que amenazaban las rutas entre ciudades 11. Siempre que
no constituyeran una amenaza real al sistema, no traspasaran esos umbrales de lo que podría resultar ambicionable o no destacaran como entes políticos diferenciados capaces de retar de algún modo al régimen establecido se sobrellevó su incómoda presencia (insolencia,
según algunas fuentes coetáneas) como un problema
menor de orden público asumiendo tal vez que su sometimiento o integración serían más costosos que su rendimiento 12.
Manejaremos de aquí en adelante los conceptos de
granja y aldea para referirnos a las que creemos son las
dos categorías fundamentales en las que se encuadra el
poblamiento rural altomedieval (QUIRÓS 2007), asumiendo igualmente que a través del uso de esos conceptos trataremos de manejar “herramientas adecuadas para
pensar” unas ciertas situaciones históricas, y no verdades inmutables (WOLF 1955: 503). Más adelante estos
conceptos ‘duros’ se verán arropados con una serie de
definiciones de rasgos más estrechamente relacionadas
con su materialidad arqueológica.
La aldea sería una comunidad integrada por una serie
de unidades domésticas individuales que explotan de
manera individual y conjunta de acuerdo a sus específicas circunstancias un determinado territorio. Los integrantes de la comunidad desarrollan una conciencia de
pertenencia y autoafirmación respecto a un Otro consti-
11
Las referencias se suceden desde el Bajo Imperio (ARCE
2005: 151-9; ARCE 2006: 14 y nota 33, con bibliografía específica sobre el tema) y son frecuentes en fuentes posteriores. La
situación se agravaría tras la crisis política del siglo quinto con
una ampliación significativa de los ámbitos de desafección. El
obispo de Zaragoza, Braulio, relata en una carta a mediados del
siglo VII el miedo que sentían sus paisanos a viajar a Valencia
por causa de los bandidos que merodeaban los caminos (cfr.
THOMPSON 1971: 227).
12
“It is that peculiar space left by the incomplete domination of archaic states that allows for the existence of an interstitial group of men who must be defined in relation to and in
opposition to, the state. It is the availability of this space that
allows these men to be defined as outlaws or bandits in contradistinction to common criminals” (SHAW 1984: 49-50).
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tuido en primera instancia por los grupos limítrofes y
vecinos, pero posiblemente también respecto a los poderes externos a la comunidad (estamento propietario,
agentes estatales). Al margen de toda una serie de mecanismos sociales de cooperación o solidaridad (a través
de los cuales cada unidad espera obtener ciertas ventajas
o apoyo de los que no disfrutaría separadamente y lograr
maximizar su inversión de trabajo manteniendo un relativo equilibrio con el territorio y sus convecinos), la
aldea adquiere una de sus máximas expresiones identitarias en la conformación de un cementerio único para
todos sus miembros: los individuos siguen perteneciendo a la comunidad tras su fallecimiento. El cementerio
se constituye de esta forma en un referente de carácter
histórico (autoexplicativo) para la comunidad en tanto
que liga de alguna forma a los vivos con el pasado y restringe y condiciona la posibilidad de reinterpretación de
las relaciones sociales en un determinado presente 13.
El concepto de granja utilizado a lo largo de este
trabajo se define sustancialmente por oposición al de
aldea 14. Carecería del tamaño suficiente para ser concebida como una forma comunitaria, socialmente constituida, de gestión del espacio agrario. Si como se ha
podido comprobar, goza (igual que sucede con la
aldea) de una cierta estabilidad temporal como explotación agraria, su propia autorreproducción dependería
de la interrelación (por vía matrimonial) con el resto de
enclaves presentes en su entorno. Considerando que
esta formada por un número restringido de individuos
o incluso por una única unidad doméstica, su inserción
en un territorio políticamente ordenado significaría que
su posición respecto a esa misma articulación política
territorial sólo podría bascular teóricamente entre la
independencia (pequeña propiedad campesina) y la
total dependencia (colonato, servidumbre). La configuración de las áreas de enterramiento asociadas a esta
categoría de poblamiento vuelve en este caso a abrir
una brecha conceptual básica respecto a lo que se
observa en las aldeas. Por el mismo camino, la forma
en que los habitantes de las granjas entierran a sus
muertos puede ser la clave para entender su relación
con la tierra. En este sentido, la informalidad parece ser
la tónica general. Las áreas donde se disponen los
pequeños grupos de inhumaciones cambian de ubicación siguiendo los ciclos de construcción-reconstrucción de los espacios residenciales. De momento es una
incógnita la explicación de este fenómeno en términos
13
Este aspecto se encuentra esbozado en la reciente revisión
de los estudios funerarios llevada a cabo por Azkarate (2002:
134-5).
14
Esperamos que esta situación sea solamente provisional,
para que a través de un ulterior esfuerzo de conceptualización
llegue a afirmarse de forma autónoma.
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culturales. Cabe preguntarse si tendría alguna lógica
que una misma unidad familiar asentada sobre un espacio agrario delimitado y estable cambiara el sitio en el
que entierra a sus muertos a lo largo de los ciclos de
relevo generacional y si detrás de este fenómeno no
podría tal vez entreverse la sustitución física (o reemplazo) de la unidad doméstica al completo (la que trabaja un conjunto homogéneo de parcelas) motivada por
la intervención del estamento propietario. Los datos
disponibles en la actualidad prefiguran un panorama
complejo y aún insuficientemente matizado 15.
A primera vista, tanto una aldea como una granja
presentan un rango de estructuras arqueológicas sin diferencias explícitas en cuanto a su tipología o eventual distribución espacial: silos, cabañas, pozos, hornos, construcciones mixtas sobre zócalo perimetral de piedra, zanjas… Las diferencias en cuanto a los repertorios materiales más usualmente documentados (cerámica, metal,
vidrio) no son obvias, como tampoco lo son las eventuales diferencias sociales horizontales (heterárquicas). Los
ciclos generacionales de reconstrucción y continuada
sustitución de unas estructuras por otras dan como resultado una difícil lectura de las plantas de los yacimientos
y de su compleja diacronía, problema que sólo es posible
resolver mediante análisis minuciosos caso por caso.
1.
CONTEXTO ESPACIAL Y CRONOLÓGICO
El territorio que constituye el objeto central del trabajo, de casi 800 km2, queda delimitado al Norte aproximadamente por la latitud de la ciudad de Madrid, al
Este y Oeste por los ríos Jarama y Guadarrama, y al Sur
por el límite provincial con Toledo. Se ha escogido este
ámbito espacial porque se trata de un área especialmente bien documentada a lo largo de los últimos diez años,
con un surtido realmente amplio de yacimientos, aunque
la documentación arqueológica de buena parte de los
mismos ha corrido en paralelo a su destrucción a causa
del ingente volumen de actuaciones urbanísticas de todo
tipo (residenciales, industriales, de ocio) y la instalación
de numerosas infraestructuras viarias de nueva planta o
ampliación de las existentes (carreteras radiales, ampliación del aeropuerto, nuevos colectores). Los trabajos
arqueológicos desarrollados se enmarcan mayoritariamente en proyectos de obra, dentro del marco normati-
15
Es posible que las pequeñas necrópolis familiares, características de la zona del piedemonte serrano, respondan a unos
criterios y formas sociales radicalmente diferentes de las existentes en las campiñas. Parece tratarse, en cualquier caso, de un
espacio en el que el proceso de fijación territorial (con todo lo
que ello conlleva en términos de visibilidad arqueológica)
pueda ser posterior.
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vo que regula los estudios de impacto sobre el medio
natural o los recursos de índole patrimonial. Casi todas
las actuaciones a las que haremos referencia forman
parte, pues, de la denominada arqueología preventiva,
de salvamento o de gestión.
Desde el punto de vista de las grandes unidades de
paisaje, la comarca queda integrada por campiñas, aljezares y un tramo de vega del Jarama (GÓMEZ MENDOZA
1999). Tradicional e históricamente ha formado la parte
septentrional o límite Norte de La Sagra, el campo toledano. Dentro de su aparente uniformidad, una nutrida
red hidrográfica menor surca el territorio en varias
direcciones. Por el Norte lo recorren de Oeste a Este los
arroyos Butarque y Culebro, tributarios del Manzanares,
y al Sur de éstos una serie de regatos desaguan directamente en la vega del Jarama. La parte Sur drena a
Mediodía hacia el arroyo Guatén, mientras que el extremo occidental lo hace en dirección Oeste por medio de
numerosos arroyos que vierten en el Guadarrama. Los
terrenos presentan relieves suaves y alomados sobre
materiales terciarios, detríticos o evaporíticos con
coberteras cuaternarias que solamente adquieren verdadera significación en la amplia vega del Jarama.
El marco cronológico al que nos ceñiremos queda
delimitado en su inicio por el momento de abandono de
las villae tardorromanas, que en el espacio considerado
no parece que llegue a superar el umbral de mediados del
siglo V d.C. Tradicionalmente se han manejado un buen
número de fechas concretas en las que colocar el final del
Imperio romano. Desde nuestro punto de vista, el abandono generalizado de la pars urbana en las haciendas
rurales por las aristocracias propietarias y (tanto o más
relevante a efectos del cambio histórico) la mutación de
forma y sustancia del tipo de asentamiento campesino, el
paso de un modelo jerárquico y centralizado a otro orgánico y corporativo, son los testimonios decisivos de un
completo cambio de rumbo en la gestión de los espacios
rurales y constituyen el mejor referente arqueológico
para reconocer el paso de un tipo de sociedad a otro diferente. Y son reflejo, a su vez, del ritmo determinado con
que esos cambios se produjeron en el territorio específico de cada ciudad y región. Al margen de las concretas
vicisitudes políticas acaecidas en ámbitos diversos y a
diferentes escalas, este momento supone un giro sustancial en la forma en que se regulan las actividades productivas en el medio rural, produciéndose una traslación de
radical importancia en el sujeto responsable de las decisiones que afectan a la agenda diaria de la gestión de la
producción. En términos generales, el control efectivo de
la mayor parte de los procesos productivos básicos pasa
del estamento propietario a la familia o a la comunidad
campesina, y son éstas las que realmente toman la mayor
parte de las decisiones estratégicas sobre la producción
(WICKHAM 2005: 264). Esa autonomía implícitamente
sancionada de la gestión campesina sería a la postre el
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GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
factor desencadenante de la formalización de nuevas
identidades sociales con una profunda imbricación territorial como las que subyacen en esa categoría del poblamiento rural que definimos como aldea, al menos en los
términos en los que se describe más adelante.
El final de las secuencias arqueológicas que contemplamos en este trabajo es menos neto, con un grupo
mayoritario de yacimientos que se abandona a mediados
del siglo VIII d.C. y otro menos numeroso de enclaves
que continúan en uso hasta posiblemente la segunda
mitad del siglo IX d.C. Probablemente en este periodo
se establece entre la Cuenca del Duero y los territorios
situados al Sur del Sistema Central una cesura trascendental 16. Entre ambas fechas, el proceso de despoblación del medio rural constatado debería relacionarse
forzosamente con el papel que adquieren un selecto
grupo de antiguas ciudades y, sobre todo, una serie de
centros secundarios de nueva planta, alguno de clara
vocación urbana 17, que pasarán a integrarse en la red de
fortalezas levantadas por iniciativa del estado omeya en
torno a la capital toledana (MANZANO 1990). Estos centros debieron englobar en sus arrabales al grueso de la
población que hasta entonces había ocupado un número
significativamente amplio de enclaves rurales. Las aldeas documentadas en el territorio estudiado desaparecen
a mediados de la octava centuria, y en el campo solamente pervivirán algunas granjas aisladas y distantes
entre sí que conforman un patrón de poblamiento muy
disperso 18.
La desafección de una parte del estamento propietario a raíz de la conquista del 711 y la guerra civil entre
facciones godas 19 coincide (probablemente no por azar)
con el traslado de una masa apreciable de población rural
hacia algunos centros urbanos. Por estas fechas (segunda
mitad del siglo VIII) recientes intervenciones arqueológicas revelan la proliferación de notables arrabales periurbanos (como el de Saqunda en Córdoba o el de la Vega
Baja de Toledo 20). En ese mismo sentido, recientes campañas en El Tolmo de Minateda (Hellín, Albacete) sugie-
16
El caso del territorio toledano, desde la perspectiva del
desarrollo histórico de las fuerzas ‘prefeudales’, sería un ejemplo de vía muerta, pero desde otra más amplia podría considerarse un modelo particular de integración fronteriza en el sistema político-social islámico.
17
Las fortalezas de Madrid y Calatalifa y el recinto amurallado de Talamanca. Tal vez sea igualmente el caso de otros
enclaves con menor o nula presencia en las fuentes escritas
(Paracuellos, Ribas…).
18
Su posible relación con centros jerárquicos es todavía una
incógnita.
19
La inestabilidad política del territorio toledano (su tensa
relación con el nuevo poder cordobés) irá manifestándose en
continuas sublevaciones que se prolongarán hasta el primer tercio del siglo X (MANZANO 1990; 2006).
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
245
ren una reocupación del antiguo espacio de la basílica
visigoda por construcciones residenciales “en un
momento indeterminado del siglo VIII” (GUTIÉRREZ LLORET et al. 2003: 140-8), lo que podría interpretarse como
una radical intensificación de la ocupación residencial en
el seno de la sede urbana. La política emiral, en vez de
luchar contra ese fenómeno (la afluencia de población
rural a la ciudad), sabría aprovecharse del mismo articulando nuevas formas de tributación que impulsaron una
profunda reorientación económica del sistema en su conjunto, transformando desde sus cimientos el papel de
unas ciudades que a partir de ese momento conocen un
auténtico despegue como verdaderos mercados y centros
productivos, y no meramente como pozos sin fondo para
el consumo y amortización de bienes de prestigio y centros de redistribución de los mismos (vidrio, metales, textiles). El desarrollo de la producción para el mercado tendería a agudizar y diversificar la incipiente estratificación
ya existente de los productores campesinos y la brecha
entre un lado y otro del Sistema Central tendió a ampliarse significativamente 21.
El muestrario de yacimientos utilizado en este trabajo se compone de datos procedentes de tres conjuntos
principales. El primero de ellos es el proporcionado por
la Carta Arqueológica de la Comunidad de Madrid 22, el
segundo sería el formado por intervenciones arqueológicas puntuales sobre áreas restringidas, el tercero se
correspondería con una serie cada vez menos limitada de
actuaciones extensivas, con diferentes grados de resolución en cuanto al registro arqueológico obtenido y variables baremos de exigencia metodológica. Globalmente
se trata de un repertorio inédito o con publicaciones muy
parciales, siendo muy escasas las memorias completas
entregadas y a disposición de los investigadores 23.
La combinación de una serie de factores es la clave
para que los registros arqueológicos madrileños de
época altomedieval constituyan una ventana idónea
para observar con detalle tanto el panorama social surgido tras el desmantelamiento del sistema político
imperial como la evolución de procesos de honda trascendencia que están en el origen de la configuración del
paisaje medieval, ya sea en clave geográfica, social o
política.
20
Casal et alii (2005), para Córdoba; Rojas, Gómez (2006),
en el caso de Toledo.
21
Sin que por ello pensemos que todo el cuadrante NW de
la península Ibérica pueda constituir una unidad, más bien al
contrario, especialmente a partir de la fecha indicada.
22
Entre los años 1988 y 1993 se desarrollaron prospecciones
arqueológicas intensivas de cobertura total a escala municipal.
23
Una fase preliminar de la recopilación documental ha sido
posible gracias al apoyo de la Dirección General de Patrimonio
Histórico de la Comunidad de Madrid, y especialmente a Belén
Martínez e Inmaculada Rus.
Madrid. ISSN: 0066 6742
246
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
Los factores citados son fundamentalmente estos
tres:
i) el gran número de intervenciones arqueológicas
desarrolladas durante los últimos diez años,
ii) la gran envergadura espacial abordada en una
parte sustancial de las mismas
iii) y el detalle alcanzado en la documentación de
registros arqueológicos hasta hora casi desconocidos y la calidad y alta resolución de esa documentación en un puñado de yacimientos.
Comenzando por este último, el análisis en profundidad de un material arqueológico como es la cerámica, hasta hace escasas fechas cobijo de más preguntas
que respuestas, ha facilitado la elaboración de tablas
evolutivas seriadas que permiten desarrollar lecturas
diacrónicas cada vez más precisas (VIGIL-ESCALERA
2003, e.p.2). Esto permite comprender los procesos de
cambio a la escala del yacimiento que desembocan en
una caracterización realmente detallada de la evolución de los asentamientos. Mientras tanto, toda una
nueva gama de estructuras arqueológicas escasamente
valoradas con anterioridad se revelan como una parte
sustancial de los registros habituales (VIGIL-ESCALERA
2000). Un examen meticuloso de los procesos postdeposicionales que afectan específicamente a cada
yacimiento consiente que pueda valorarse mejor la
presencia/ausencia de determinados rasgos además de
permitirnos ser conscientes de la representatividad real
de la parte conservada de los registros 24.
Las cada vez más numerosas intervenciones desarrolladas sobre superficies de hasta varias hectáreas han
revelado la magnitud real de los yacimientos en toda su
extensión, los patrones de ocupación del espacio y los
procesos de transformación internos en el plano diacrónico. Un aspecto de honda trascendencia práctica como
el de la efectiva delimitación espacial de un yacimiento
arqueológico cualquiera (y su propia definición, al margen de las implicaciones que de esto se derivan a efectos de la gestión y protección del patrimonio) quedaría
sometido forzosamente a revisión de acuerdo a los datos
actualmente disponibles.
Finalmente, el alto número de intervenciones, aunque no todas de la misma calidad en cuanto a la documentación generada, permite establecer pautas territoriales hasta ahora insospechadas, desarrollar modelos
interpretativos y observar las diferencias en el poblamiento a una escala territorial ampliada a un universo
comarcal o regional. A sabiendas de que falta por completarse una revolución semejante en el ámbito de la
arqueología de las ciudades (en el que reside uno de los
pilares para comprender globalmente el periodo), cree-
24
Aspectos tratados de forma no exhaustiva en un trabajo
reciente (VIGIL-ESCALERA 2006, e.p.1).
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
mos que los caminos abiertos en este decenio en lo que
respecta a la arqueología del poblamiento rural son
numerosos y sugerentes.
2.
LA SITUACIÓN DE PARTIDA
2.1. El medio urbano y las elites aristocráticas
Toda una serie de indicios apunta a que el único centro urbano identificado como tal de la actual Comunidad
de Madrid, la ciudad de Complutum (Alcalá de Henares), es durante buena parte del siglo V un mero lugar de
expolio de materiales constructivos nobles y menos
nobles. Probablemente no hayan sido identificados aún
los casi seguros restos de actividades domésticas de las
comunidades supervivientes tras la crisis de la ciudad,
cuyo casi único exponente sería la reutilización y apeo
de la sala del Auriga en la villa de El Val por una familia sin interés alguno en habitar sobre un pavimento
musivo 25. Los datos arqueológicos sobre ocupaciones en
el entorno de la ciudad se circunscriben a la excavación
de diversas áreas de enterramiento, algunas de ellas asociadas a estructuras de almacenamiento subterráneo
(silos) 26. La tardía aparición de la sede episcopal de
Complutum y su específica coyuntura, a instancias de la
mitra de Toledo, apuntan a una posición claramente
subordinada a la sede del Tajo, que a partir de la conquista feudal pasará a controlar de nuevo buena parte del
antiguo territorio complutense (si es que alguna vez dejó
de hacerlo). Su activación durante el siglo VII seguramente tiene que ver con el intento de reajustar desde la
capital la articulación política del amplio y distante
territorio situado al Este del Jarama, aguas arriba del
Henares, en la ruta a Zaragoza.
25
Rascón et al. (1991). La datación de la reocupación de
dicha sala parece, de acuerdo al material publicado, propia de
la primera mitad del siglo V d.C., coetánea a las últimas fases
de las villae tardías de la región.
26
Se desconoce por completo si estas estructuras (que de
seguro no han estado en uso contemporáneamente) son anteriores o posteriores a las sepulturas, aunque se deduce que el área
es objeto de usos diversos a lo largo del tiempo. Tumbas y silos
han sido documentadas al menos en El Val-Camino de los Afligidos (MÉNDEZ, RASCÓN 1989: 183). Otra parcela de sombra es
la relativa a la propia configuración de las áreas cementeriales:
de los datos disponibles es arriesgado saber si conformaban
amplios cementerios o si se trataba de grupos aislados de enterramientos. A veces se han documentado sólo las sepulturas de
lajas, sin llegar a reconocerse las siempre abundantes estructuras en fosa simple (MÉNDEZ, RASCÓN 1989: 40, 45 -T.9 y T.11). Sólo en los casos de Afligidos O, Camino de los Afligidos,
Equinox y Azuqueca puede hablarse con propiedad de cementerios “públicos” (por oposición a “familiares”) utilizados
durante un periodo más o menos amplio.
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
247
Figura 2. Las áreas de estudio (rayadas) sobre el plano de ciudades, castella y vías principales del centro peninsular.
Por lo que respecta a Toledo, la situación arqueológica permanece empantanada desde hace bastante tiempo 27, con “sus docenas de iglesias intra y extramuros
(muchas con fragmentos decorativos de época visigoda)
y su elaborada práctica ceremonial” (WICKHAM 2005:
662). Recientemente se ha logrado identificar un pequeño tramo de lo que pudo ser su recinto amurallado
altoimperial (TSIOLIS 2005). Más cerca aún en el tiempo, las excavaciones asociadas al controvertido proyecto de desarrollo urbanístico en el sector periurbano de la
Vega Baja parecen demostrar la pujanza demográfica de
una sede que no se dejó constreñir por los recintos
defensivos previos (ROJAS, GÓMEZ 2006). A la espera de
la publicación de sus resultados, todo parece indicar que
con posterioridad al abandono del área como sede de
grandes instalaciones palaciales o de representación (en
uso entre los siglos VI y VII) se instala un extenso arrabal con una trama urbanística más o menos regular. A
esas construcciones residenciales modestas se superpondrían posteriormente diversas áreas de enterramiento (aunque la cronología de los conjuntos es aún incierta dentro del espectro cronológico altomedieval) 28.
No mucho mejor conocido, ni menos problemático en
cuanto a su interpretación, resulta otro conjunto de yacimientos que, aunque creemos puede englobarse dentro de
la categoría sociopolítica de lo urbano, supone un hito en
la aparición de estructuras privadas de poder a menudo
enfrentadas a lo público o estatal. Nos referimos a los
diversos poblados situados en altura provistos de elementos defensivos artificiales. Alrededor de mediados del
siglo V d.C. parecen surgir estos centros políticos locales
o de segundo orden en ubicaciones hasta la fecha excéntricas respecto a la malla urbana del sector central de la
península (fig. 2). Pueden o no presentar evidencias netas
de una jerarquización social en su seno, pero constituyen
en cualquier caso un reflejo obvio del grado de jerarquización social y territorial. Estos centros han de ser fundaciones, si no directamente aristocráticas, al menos el
27
Trabajos arqueológicos específicamente orientados a
resolver algunos aspectos topográficos del Toledo de época
visigoda se deben a Palol, aunque sus resultados no fueran los
esperados (PALOL 1991).
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
28
Un panorama arqueológico de otras ciudades tardoantiguas en Gurt et al. (1994) y Kulikowski (2004).
Madrid. ISSN: 0066 6742
248
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
resultado de una iniciativa dirigida y condicionada por las
elites propietarias de ámbito comarcal. Las fuentes históricas hacen referencia a estos enclaves (denominados
castella) a partir de inicios del siglo V d.C. en diferentes
ocasiones y en muy diversas regiones 29. Castra y castella
fueron, a pesar de una cierta confusión terminológica
actual, realidades bien diferenciadas en su época, como
testimonia por ejemplo Juan de Bíclaro en sus noticias
(GARCÍA MORENO 1991: n. 17). Los primeros, como fortalezas (o lugar de asiento de una guarnición), tendrían un
carácter netamente público, al servicio del Estado, mientras que los segundos responderían a iniciativas específicamente privadas de las oligarquías locales.
El recinto amurallado del Pontón de la Oliva (Patones,
Madrid) domina la cuenca alta del río Jarama en su contacto con la Sierra, tiene una fase de ocupación inequívocamente altomedieval (al menos de la segunda mitad del
siglo V d.C.) y se asienta sobre un emplazamiento fortificado indígena ocupado en época romana republicana 30; el
de nueva planta de la Virgen del Castillo (Bernardos,
Segovia) se emplaza casi a medio camino entre Cauca y
Segovia, también en un área de contacto entre las tierras
cerealistas y las de monte (FUENTES, BARRIO 1999; GONZALO 2006); el de La Cabeza de Navasangil (Solosancho,
Ávila) a unos 22 Km. al Oeste de la capital provincial,
goza nuevamente de una posición a caballo entre las llanuras cerealistas del valle del Adaja y el piedemonte
serrano (LARRÉN et al. 2003: 283). Dentro de este grupo
posiblemente quepa añadir también el yacimiento localizado en el cerro de Cabeza Gorda (Carabaña, Madrid),
con una posición dominante sobre el apartado valle del
Tajuña (RASCÓN 2000: 219). Hasta aquí algunos de los
exponentes más destacables dentro de esta serie de poblados en altura cercanos al área de estudio. De los escasos
datos seguros que se conocen sobre cada uno de ellos y
su contrastable heterogeneidad material puede parecer
arriesgado su encuadramiento conjunto en una misma
categoría: el Pontón de la Oliva, por ejemplo, respondería
por sus dimensiones y urbanística a los de una pequeña
29
Sin ánimo de exhaustividad, tendríamos el caso del
castellum en el que reside hacia el año 418 la madre del priscilianista Severo, situada entre Tarraco e Ilerda (ARCE 2005:
156); las numerosas menciones de Hidacio, refiriéndose a la
resistencia ofrecida hacia 430 por los provinciales galaicos
atrincherados en sus castella frente a las bandas suevas
(GARCÍA MORENO 1991: 270-1; ARCE 2005: 234-242); la
noticia de Valerio del Bierzo sobre el castellum Rufiana en
los límites del territorio bergidense (GARCÍA MORENO 1991:
270); y para terminar, el relato de Juan de Bíclaro sobre las
campañas emprendidas en 572 y 577 por Leovigildo contra
los múltiples castella rebeldes del entorno de Córdoba y el
Alto Guadalquivir, “donde se habían rebelado las aristocracias locales” (GARCÍA MORENO 1991: 267).
30
Agradecemos a Ignacio Montero y Juan Gómez las informaciones más recientes sobre el yacimiento.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
ciudadela, mientras que Navasangil no parece pasar de un
pequeño castellum rural; el recinto amurallado de Bernardos pudo englobar una entidad poblacional a medio camino entre ambos, seguramente más cerca del Pontón que
de Navasangil. Pero no es menos cierto que su significado en el ámbito de las formas de articulación y dominio
político territorial es unidireccional. Todos ellos son asentamientos ubicados en lugares prominentes, provistos de
defensas naturales y artificiales cuyo conocimiento en
profundidad urge resolver para completar el conjunto del
cuadro. Los linajes aristocráticos propios de cualquiera
de estos centros (residentes temporal o permanentemente
en ellos) pudieron posiblemente aspirar a rivalizar con los
asentados en las antiguas ciudades romanas por constituirse en sede episcopal. No quiere ello decir que en su
interior deban encontrarse forzosamente estructuras palaciales o residencias de carácter aristocrático, pero sí elementos propios de un lugar central en la administración
territorial y fundiaria, cualquiera que fuera su rango a una
escala política local o regional: estructuras de almacenamiento centralizado, registros escritos e incluso tal vez
iglesias (GONZALO 2006: 92-3). Es probable que estos
enclaves hayan asumido el papel de elementos centrales
para la articulación política de territorios excesivamente
alejados de las ciudades durante la crisis política del siglo
V d.C., aunque su desarrollo durante los siglos posteriores permanece en la sombra. Puede que algunos se abandonen durante el siglo VI, una vez restaurada (por consenso o por la fuerza) la ‘paz social’ y consolidado el reagrupamiento de los intereses de la clase propietaria y sus
mecanismos de dominación efectiva sobre amplios territorios. Otros podrían haber continuado jugando un papel
relevante en la articulación territorial más allá incluso de
la conquista islámica.
El análisis de esta categoría de establecimientos
cobra su máxima relevancia en el momento, lugar y circunstancias en el que éstos pueden llegar a representar
una verdadera alternativa política a la de los centros
urbanos de estirpe antigua. Cabría preguntarse entonces
si tras su auge no podría entreverse el surgimiento de
facciones aristocráticas nuevas (estrictamente de base
local) o la reconversión más o menos forzada de algunos
linajes propietarios antiguos a un estado de fragmentación intensa del sistema político y la construcción desde
esa base local de un nuevo tejido de dominación.
2.2. El medio rural y el campesinado
Las evidencias arqueológicas sobre la configuración
del poblamiento rural en época bajoimperial son, aunque
pueda resultar paradójico dado el alto número de yacimientos conocidos y excavados, relativamente escasas.
Esto se debe sobre todo a que los intereses historiográficos tradicionales han privilegiado la exploración de los
espacios de representación (la más monumental pars
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
urbana) de las villae, resultando una brutal descompensación en cuanto a la calidad y cantidad de la información
arqueológica disponible por lo que respecta a las partes
rústicas. Se desconoce prácticamente todo de la configuración de los espacios domésticos de los trabajadores de
las haciendas bajoimperiales. A la hora de describir las
transformaciones acaecidas en la gestión de estos espacios entre el final de la época romana y la inmediatamente posterior deberemos ceñirnos a un número exiguo de
yacimientos y a unos registros realmente parcos.
En el caso madrileño, el periodo bajoimperial se
caracterizaría por una sustancial reducción en el número
de yacimientos respecto a lo que había sido la época del
Alto Imperio. Esta disminución se compensa relativamente con lo que parece ser resultado de una notable concentración de la propiedad y una mayor entidad de los núcleos hacendísticos: es muy alto el número de yacimientos
de los siglos I y II d.C. de modestas dimensiones mientras
que la práctica totalidad de los yacimientos tardorromanos conocidos se corresponde casi invariablemente con
complejos de significativa relevancia a tenor de los hallazgos descritos. Un puñado de ricas villae que funcionan
como centros de extensos territorios, por tanto, son las
protagonistas del paisaje rural madrileño durante la etapa
del florecimiento bajoimperial en la segunda mitad del
siglo IV e inicios del V d.C. 31. Pero es igualmente cierto
que pueden hallarse diferencias sensibles entre lo que son
haciendas ricas (la mayoría) y las excepcionalmente
monumentales (como en el caso de Carranque).
Esta situación conoce un vuelco espectacular previsiblemente durante el segundo cuarto del siglo V d.C.,
momento en el que las partes urbanas de todas las haciendas bajoimperiales, grandes y medianas, son aparentemente abandonadas por sus propietarios y pasan a amortizarse por completo en lo relativo a su función original,
a convertirse en canteras de material constructivo o sirven
de refugio a una población campesina residual 32.
Las evidencias arqueológicas del colapso del sistema
de las villae son bastante elocuentes. En la de El Rasillo,
a orillas del río Jarama (Barajas, Madrid), el abandono de
la parte rústica va acompañado del ocultamiento de un
completo ajuar doméstico de condición bastante modes-
31
Un listado resumido de las más conocidas incluiría la
Torrecilla (Getafe), Carabanchel y Villaverde Bajo (Madrid),
Valdetorres del Jarama, Tinto Juan de la Cruz (Pinto) y las del
entorno complutense. No se ha documentado hasta la fecha
nada que pueda asemejarse a lo que las fuentes citan como vici.
32
Es posible que desde la perspectiva altomedieval se haya
minusvalorado lo que pudo ser un impacto profundo de ese
periodo revolucionario (ca. 410-460) sobre el tejido social del
cuadrante NW de la Península Ibérica. Su contribución al socavamiento de la estructura jerárquica de la red urbana pudo tener
consecuencias que no se manifestarían hasta que el sistema no
se viera afectado por nuevas convulsiones (caso del siglo VIII).
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
249
ta consistente en vajilla cerámica (de mesa y de fuego),
dos copas de vidrio y toda clase de utillaje de hierro:
herramientas agrícolas y objetos de uso cotidiano
(POZUELO y VIGIL-ESCALERA 2005). Bastante similar y
seguramente coetáneo, aunque con protagonistas de un
mayor poder adquisitivo, parecen los datos disponibles
de la ocultación de la calle Sur de Getafe (CABALLERO
1985). En La Torrecilla, yacimiento excavado durante
bastantes años por un equipo de la Universidad Autónoma de Madrid, parte de las instalaciones de la residencia
señorial en uso al menos hasta inicios del siglo V d.C. son
aprovechadas o directamente desmontadas posteriormente por una comunidad campesina cuyo único rastro parece ceñirse a la construcción de un buen número de silos
(BLASCO et al. 2000). El complejo de Valdetorres del
Jarama conoce igualmente antes de mediados del siglo V
d.C. lo que parece ser un abandono definitivo (ARCE et al.
1997), sin que las más recientes intervenciones hayan
conseguido aportar datos nuevos sustanciales 33. La
espectacular villa de Carranque, en la provincia de Toledo, parece abandonarse por las mismas fechas, originándose en su entorno (a lo largo de las orillas del Guadarrama) un buen número de asentamientos ya de carácter
netamente campesino.
Volviendo a lo que conocemos sobre las partes rústicas de las villae, el yacimiento de El Rasillo (Barajas,
Madrid) permite una aproximación fidedigna al aspecto
de las casas de las familias dependientes dentro de una
hacienda bajoimperial y su disposición respecto a la
parte urbana. El corredor excavado el año 2002 con
motivo de la afección provocada por el soterramiento
de una línea eléctrica de alta tensión 34 se suma a una
intervención anterior que permitió documentar una parte
del complejo termal. Las casas parcialmente descubiertas cierran la esquina sudeste de un gran patio. Estas
construcciones se alzan sobre zócalos de cantos rodados
trabados con arcilla, sin zanja de cimentación salvo en
los puntos en los que la obra se superpone a otras fosas
más antiguas. Tuvieron presumiblemente alzados de
adobe, suelo de tierra pisada y sus cubiertas eran de teja
curva. Cada una de ellas dispone de una gran habitación
rectangular de unos 38 m2 (8.2 por 4.5 m) a la que se
adosan otros dos ambientes menores 35. Un gran hogar o
cocina se dispone en el centro de la habitación principal,
33
Salvo confirmar la hipótesis de que el edificio octogonal
nunca estuvo aislado.
34
El área explorada tuvo 14/15 metros de ancho por 235 de
largo (3.250 m2) y atravesaba de Norte a Sur el yacimiento,
revelando la esquina de un gran patio situado al oeste de la
parte urbana, levantada sobre la misma orilla del río Jarama.
35
La planta completa de cada casa ocupa unos 80 m2. No se
documentaron silos ni otro tipo de estructuras de almacenamiento relativas a las fases bajoimperiales.
Madrid. ISSN: 0066 6742
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ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
Figura 3. Densidad de la red de asentamientos altomedievales de las campiñas y vegas de sur de Madrid
y al menos otro de los ambientes anejos contaría con un
hogar más pequeño. La datación de una de estas casas
muy a finales del siglo IV o inicios del V d.C. (POZUELO y VIGIL-ESCALERA 2003: 278-9) se basa en criterios
puramente estratigráficos, ya que se superpone parcialmente a un vertedero (un contexto cerrado) amortizado
con materiales que podrían llegar hasta el último tercio
de la cuarta centuria (platos africanos Hayes 61A/Lamb.
54, platos ápodos Lamb. 51/Hayes 59 y cuencos y jarros
de TSHT decorados con grandes círculos secantes). La
organización del hábitat campesino, centralizada por la
hacienda, contrasta con las formas subsiguientes de
poblamiento que veremos a continuación.
Tras la crisis del sistema bajoimperial, los yacimientos de nueva planta surgidos en Madrid a partir de mediados del siglo V d.C. son una realidad arqueológica gracias a las recientes excavaciones en una serie de enclaves,
de los que desatacaríamos los de Congosto (Rivas-Vaciamadrid) y Prado Viejo (Torrejón de Velasco). Con unas
complejas secuencias de ocupación, sus características
serán ya las propias del poblamiento campesino que eclo-
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siona y se hace netamente visible a partir de finales del
siglo V o inicios del VI d.C., momento en que buena
parte de la región conoce el nacimiento de nuevos asentamientos rurales que conformarán una densa malla de
enclaves. Como veremos a continuación, el esquema de
aprovechamiento del espacio en estos poblados es ya
completamente diferente del descrito para el universo de
las villae. Sintéticamente, los principales cambios se
resumen en el siguiente enunciado: la gestión tanto de los
espacios residenciales como auxiliares, y específicamente el de las estructuras de almacenamiento (silos), pasa a
ser desempeñada de forma individual por cada casa o
unidad doméstica.
A finales del siglo V d.C., todos los indicios apuntan
a que la situación social y política se ha estabilizado,
coyuntura propicia para la consolidación de una densa
red de asentamientos campesinos estables que en bastantes casos se ubican en las cercanías de antiguas
haciendas bajoimperiales como estrategia económica de
ahorro en la provisión de material constructivo y probablemente en el aprovechamiento de los restos de una
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
infraestructura agraria tal vez no por completo abandonada durante las generaciones anteriores. La posible
colonización de espacios agrarios inéditos, la reconversión del parcelario anterior a nuevos usos y la implantación de sistemas de gestión del terrazgo imbricados en
formas sociales fuertemente cohesionadas, surgidas
desde abajo, y con un arraigado y profundo conocimiento práctico del medio, implicaron una mutación sustancial del paisaje rural de amplios territorios sólo comparable en escala a la que se desencadenó a raíz de la conquista romana.
Las duraderas repercusiones de este proceso se
plasmarán en una densa red de enclaves rurales que
gozará de notable estabilidad durante varios siglos
(fig. 3). Los numerosos asentamientos documentados
quedarán fijados con mayor o menor fortuna a unos
territorios bien definidos al menos hasta mediados del
siglo VIII d.C., momento en que, para el espacio estudiado, se produce el abandono de una parte sustancial
de los mismos. En las siguientes páginas veremos
igualmente algunas excepciones a (lo que parece) esta
norma.
3.
LOS POLOS DE GRAVEDAD DEL SISTEMA
Como hemos señalado al inicio, la configuración de
los territorios rurales para los que contamos con una
documentación arqueológica sustancial se explica básicamente en función de su ubicación entre dos polos
opuestos, la ciudad por un lado y los territorios no subalternos por otro. Cada uno de ellos genera sus respectivas fuerzas de atracción y repulsión en términos políticos. Desde la perspectiva con la que abordamos este
análisis, esas fuerzas se traducirían en distintas formas e
intentos de dominación desde fuera y resistencia a los
mismos desde dentro.
Dos sectores casi opuestos de la historiografía española contemporánea han dedicado grandes esfuerzos a
tratar de descubrir en una Arcadia campesina altomedieval las claves de lectura para las específicas circunstancias del medievo peninsular 36. Las banderas beréberes y
castellanas se enfrentan en un campo de batalla mítico,
anterior al surgimiento de la desigualdad. Es bastante
probable, sin embargo, que desde el final de la Edad del
Hierro, incluso las comunidades indígenas más remotas
del Occidente mediterráneo hayan formado parte de paisajes condicionados por una explotación desigual 37. “La
intensificación productiva no propiamente campesina,
[…] paso necesario de la acumulación del excedente en
manos de los no productores, es posterior a la aparición
de los primeros síntomas de desigualdad y es lo que permite que esta desigualdad se convierta en explotación
institucionalizada” (SASTRE 1998: 328) 38. Lo que parece olvidado según algunos panegiristas campesinos es
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
251
que “por más que el Estado se derrumbe y se desmembre en señoríos feudales o jefaturas locales jamás desaparece la relación de poder, jamás se disuelve la división esencial de la sociedad, jamás se vuelve al momento pre-estatal” (CLASTRES 2001: 126).
A la quiebra de las estructuras de dominación del
Imperio romano, superpuestas a la de su red de ciudades,
suceden otras, es seguro que de diferente rango y escala,
mucho más fragmentadas y con rasgos propios derivados
de sus propios condicionantes históricos, pero igualmente encarnadas en unas elites aristocráticas propietarias
recluidas en una serie de nuevos castella o centros urbanos sometidos a una profunda reconversión durante el
siglo V d.C. Es de prever que con unos medios de coerción insuficientes para englobar lo que había sido el total
de los antiguos territorios (y una legitimidad en discusión), pero no por ello menos eficaces a la hora de gestionar la extracción de renta hasta donde llegaron sus
posibilidades. De ahí que cobre relevancia especialmente en este momento la existencia de ese desequilibrio
territorial, porque pudo brindar a ciertas comunidades
rurales alguna posibilidad activa de elección 39. Si a esto
sumamos el más que posible desgaste de fuerzas provocado por el proceso de competición entre elites (entre
ciudades y entre territorios) por unos recursos limitados
o huidizos (en especial la mano de obra para sus tierras),
la situación del campesinado en estas fechas debió gozar
de una posición de relativa fuerza, en pocas coyunturas
históricos tan ventajosa, a la hora de renegociar su estatuto (relaciones con el estamento propietario y con los
agentes del Estado) como clase subalterna.
De una parte están las ciudades, los centros castrales y el estamento propietario (en el estado en el que
quedaron, surgieron o se refundaron tras la crisis del
Imperio). De la otra una serie de espacios al exterior del
sistema, lo suficientemente lejos de las ciudades (no
sólo en términos físicos) como para que el imperio de la
ley escrita se diluya y deje de tener sentido el censo.
36
De una parte, los que defienden una sociedad andalusí
clánica extremadamente idealizada, como ha señalado Manzano (2006: 20-21), y de otra los epígonos más o menos radicales de la tesis indigenista/gentilicia alumbrada por A. Barbero
y M. Vigil (1971). “Como dice Randall Jarrell en algún lugar,
el problema con las época doradas es que las personas que las
viven se quejan constantemente de que todo parece de color
amarillo” (GEERTZ 2002: 53).
37
Lo normal en los casos en que formaciones sociales preclasistas hayan quedado sujetas a alguna forma de dependencia
tributaria es que “los procesos de formación endógena de clases
se inicien o vean reforzados” (VICENT 1998: 828). La conquista
romana precipitaría esos procesos (PARCERO 2003: 289-290).
38
En cursiva en el original.
39
La huida constituiría la forma básica de cualquier estrategia de resistencia (SCOTT 1985; FRAZER 1999).
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252
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
Entre medias, los campesinos. De los centros urbanos se
esperaría el intento de restaurar de la manera más completa posible el control sobre sus antiguos territorios (y
esencialmente de sus pobladores), incluso a costa de los
centros limítrofes peor parados. De las comunidades
campesinas diseminadas por lo que fueran los antiguos
territorios urbanos cabría esperar la mayor resistencia
posible a ese intento. De los espacios situados al otro
lado de la difusa frontera del “espacio civilizado”, nada,
tal vez la invisibilidad 40.
Por lo que se refiere a la forma, intensidad y alcance de la restauración de los cauces de esa expropiación
del trabajo del campesinado, Wickham (2005: 291,
535) señala que la lucha por la renta y el volumen de
ésta se resuelve a partir de unos factores básicos: la
fuerza del estamento propietario y su capacidad de
coerción, en términos puramente físicos pero también
ideológicos, y el peso de las prácticas consuetudinarias
heredadas, que pueden variar de una región a otra. Dentro del primero cabría incluir igualmente la vigencia de
una legislación pública y la efectividad de las medidas
punitivas correspondientes, además de la eventual continuidad de formas impositivas estatales. En un periodo
como el que tratamos cobrarían una especial relevancia
fenómenos como los que Hobsbawm (1983: 1) definió
en términos de “invención de la tradición” 41. Mientras
una retórica compartida del Poder ayuda a armonizar (o
contener dentro de unos márgenes) intereses e ideologías que de otro modo podrían ser divergentes, cuando
esa armonía se disuelve la misma retórica puede servir
como fundamento ideológico de causas opuestas
(WILENTZ 1985: 5).
La documentación arqueológica que puede aportarse sobre cualquiera de esos dos polos opuestos es a día
de hoy bastante reducida, de modo que la mayor parte
del discurso habrá de apoyarse sobre deducciones y un
corpus de datos realmente parcial. En nuestra opinión,
las evidencias arqueológicas actualmente disponibles
serían más que suficientes para determinar que las categorías de poblamiento rural que describiremos a conti-
40
La primera sería una sociedad “caliente” según la terminología estructuralista, atrapada en un implacable proceso de
cambio histórico predeterminado por la desigualdad. Las otras,
por contraste, serían “frías”, y podemos imaginar “que rehusaron contundentemente ser parte de ese proceso, se resistieron a
él y buscaron, con un éxito en el mejor de los casos temporal,
mantener sus culturas estáticas, libres, comunitarias y sin
deformaciones” (GEERTZ 2002: 74).
41
“Invented tradition’ is taken to mean a set of practices,
normally governed by overtly or tacitly accepted rules and of a
ritual or symbolic nature, which seek to inculcate certain values
and norms of behaviour by repetition, which automatically
implies continuity with the past. In fact, where possible, they
normally attempt to establish continuity with a suitable historic
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nuación, granjas y aldeas, cayeron del lado de los territorios urbanos, políticamente dominados y culturalmente subalternos. Como señalaba Wolf (1955: 504), “the
culture of a peasant segment cannot be understood in
terms of itself but is a part-culture, related to some larger integral whole […] tied to bodies of relationships
outside the peasant culture, yet help determine both its
character and continuity. The higher the level of integration of such part-cultures, the greater the weight of such
outside determinants”.
3.1. Las ciudades y sus territorios
El Imperio romano ha sido definido en más de una
ocasión como un sistema político formado por una red de
ciudades con Roma a la cabeza y toda una serie de vías
que las enlazaban. El centro de la Península Ibérica presenta en cuanto a la trama urbana una serie de rasgos particulares. Por un lado tenemos una serie de centros
encuadrados dentro de diversas entidades administrativas
superiores, en cualquier caso cambiantes a lo largo del
tiempo: Caesarobriga/Elvora (Talavera de la Reina) y tal
vez Abula (Ávila) pertenecieron a la Lusitania; Segovia
y Coca, al Norte de la Sierra, pertenecieron al convento
cluniense, como Tiermes y Uxama, ya sea dentro de una
amplia Gallaecia o de la Tarraconense, mientras que
Complutum pudo formar parte del convento Caesaraugustano y Toledo permanecería dentro de los límites de
la Cartaginense 42. Su distribución sobre el mapa muestra
la existencia de zonas con extensos vacíos que no se
resuelven satisfactoriamente siquiera con la ubicación de
algunos centros menores desconocidos (caso de haber
tenido la consideración de urbanos). Un amplio espacio
sin ciudades queda delimitado por los vértices de Toledo
(al Sur) y los de Ávila, Segovia y el extenso centro amurallado del Pontón de la Oliva (al Norte).
Las vías de primer orden que atraviesan esta región
serían: la que une las capitales Mérida y Zaragoza, que
pasaría por Toledo y Complutum; las que en dirección
Norte-Sur enlazan los centros urbanos de ambas mesetas, que aprovechaban las líneas marcadas por los dos
past.... However, insofar as there is such reference to a historic
past, the peculiarity of ‘invented’ traditions is that the continuity with it is largely fictitious. In short, they are responses to
novel situations which take the form of reference to old situations, or which establish their own past by quasi-obligatory
repetition” (HOBSBAWM 1983: 1). “We should expect it to occur
more frequently when a rapid transformation of society weakens or destroys the social patterns for which ‘old’ traditions
had been designed, producing new ones to which they were not
applicable, or when such old traditions and their institutional
carriers and promulgators no longer prove sufficiently adaptable and flexible, or are otherwise eliminated: in short, when
there are sufficiently large and rapid changes on the demand or
the supply side” (Id. 4-5).
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GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
ríos principales (Jarama y Guadarrama) para salvar
pasos de montaña; y la que remonta el Tajo (ToledoRecópolis). Otra serie de vías de menor importancia
estratégica surcarían en dirección Este-Oeste la región
al pie de la sierra, recorriendo lo que pudo ser una divisoria administrativa romana.
Es muy poco lo que se conoce sobre la articulación del
territorio de las ciudades del interior. Un buen número de
villae tardías conforma la manifestación más evidente de
un sistema de grandes propiedades fundiarias. A partir de
su distribución y características resulta complejo determinar la existencia de una estructura jerárquica o bien la de
una multiplicidad de propietarios de diferente rango.
Las familias campesinas ligadas a cada hacienda
parecen residir en casas alineadas en torno al gran patio
de la parte rústica. Hasta un 30% de su consumo cerámico lo conforman servicios de mesa de la clase TSHT,
se entierran con frecuencia amortizando vasos de vidrio
y no disponen de sistemas de almacenamiento ‘privado’
arqueológicamente reconocibles.
Sólo en la extraordinaria concentración de esa propiedad fundiaria tardoantigua pudo descansar una acumulación de riqueza del calibre que dejan entrever las
fuentes y algunos testimonios arqueológicos, aunque
fuera en términos extensivos. Esos recursos se orientaron al mantenimiento de unos estándares de prestigio
dentro de un proceso de competición entre elites. Un
prestigio que se manifestaría de varias maneras: por un
lado en el volumen y calidad de las inversiones suntuarias volcadas en las residencias aristocráticas, por otro
en la capacidad ‘redistributiva’ demostrable ante clientes y dependientes durante las cíclicas crisis agrarias 43,
y finalmente en el número de manos ociosas (susceptibles de articular cuerpos armados de composición heterogénea) que engrosarían las clientelas aristocráticas 44.
Hasta un momento impreciso del primer tercio del siglo
V d.C., se aprecian notables inversiones en muchas
42
La situación es bastante más complicada e insegura a partir de la división de época de Diocleciano (TIR 1993: 10). El
tema recibe atención en varios trabajos recientes, a destacar los
de Urbina (1998) y la polémica revisión de Rodríguez Morales
y Sáez Lara (2005). Véase además Escalona (e.p.).
43
“The class which produced euergetists also produced speculators, and not infrequently they were one and the same”
(GARNSEY, MORRIS 1989: 104).
44
Desde inicios del siglo V, la posibilidad de armar ejércitos
privados constituye una de las referencias documentales más
explícitas para cuantificar el poder de ciertos individuos (ARCE
2005: 43-44). Teudis, responsable de la elección de Toledo
como sede regia a mediados del siglo VI, debió parte de su
posición al matrimonio con una noble hispana lo suficientemente rica como para mantener y tener a su disposición un ejército privado de dos mil efectivos (WICKHAM 2005: 221). Quedaría por resolver la manera de transformar en bienes convertibles esa clase de excedentes agrarios.
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villae tardorromanas de la región y en general de toda la
Meseta (estatuaria en Villaverde, Valdetorres o Móstoles, pavimentos de mosaico, marfiles) que en el caso de
Carranque llegan al paroxismo (columnas de mármol
procedentes del Mediterráneo oriental). Resulta en cualquier caso difícil de imaginar cómo el costo de hacer llegar estos productos hasta el interior de la Meseta pueda
compensarse únicamente con lo que pudo ser el producto de estas haciendas: unos recursos propios consistentes en una inmensa cantidad de bienes agropecuarios de
escaso valor o con un reducido precio de mercado dadas
las dificultades de canalizar su comercialización al exterior y la propia sobreproducción del territorio en esos
específicos productos.
Las transformaciones acaecidas en el sistema antes
de mediados del siglo V d.C. suponen el cese de las
inversiones de las elites propietarias en el medio rural y
su retiro generalizado a la seguridad de ciudades y castella. No sería de extrañar que una porción significativamente cualitativa de esas inversiones se canalizase ahora
al mantenimiento de unos séquitos personales que
garantizaran, en ausencia de los mecanismos del Estado,
la imprescindible demostración de fuerza necesaria para
proseguir en la extracción de rentas (DAVIES, FOURACRE
1995). La Iglesia toledana, con su obispo al frente, pasó
sin duda a adquirir un papel relevante como gran propietaria en la reorganización de la ciudad y en la rearticulación política de su propio territorio 45. La elección de la
capital del Tajo como sede regia a mediados del siglo VI
(VELÁZQUEZ, RIPOLL 2000) no sólo hubo de tener en
cuenta su posición estratégica central en el ámbito
peninsular y de retaguardia segura frente al peligro de la
dominación bizantina del Sudeste, sino que debe fundamentarse igualmente en la garantía de estabilidad y
cohesión sociopolítica lograda anteriormente por este
centro como referente político de una región bastante
más extensa. En este sentido, Toledo representó el espacio por excelencia de confluencia de intereses de una
parte lo suficientemente amplia de la aristocracia tardorromana con la monarquía visigoda.
La crisis social y política del siglo V d.C. supuso un
hundimiento casi definitivo para algunas ciudades, que
como Complutum, parecen quedar casi desiertas y tal
vez desprovistas de un eventual papel como cabezas
políticas territoriales (pudo ser también el caso de Clunia, la antigua capital conventual). Otras, como Toledo,
45
Arbitrando además los necesarios mecanismos de legitimación del poder. La sede se encuentra documentada desde el
Concilio de Elvira. En el año 400 sería sede del primero de los
concilios, y en el segundo (531), ya gozaría de la condición de
metropolitana (VELÁZQUEZ, RIPOLL 2000: 535-6), sobre un
territorio administrativamente reconfigurado (y ampliado).
Sobre la creación de la provincia Carpetania y sus cien años de
vigencia véase GURT et al. 1994: 166.
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ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
ganan territorios a su costa y favorecen el reagrupamiento político de las elites propietarias. En algunos espacios
periféricos se levantan apresuradamente, a veces sobre
antiguos castros prerromanos, centros amurallados nuevos que funcionan como apéndices periféricos de la
jerarquía central. Los registros arqueológicos mejor
contrastados señalan que sus fundaciones se remontan a
mediados del siglo V d.C. La historia de su desarrollo
posterior se ve condicionada por la desigual estructuración del sistema político a una escala territorial más
amplia 46.
Los ejemplos de establecimientos de tipo castral en
nuestro ámbito de estudio no parecen haber supuesto una
amenaza a las sedes urbanas de primer orden, aunque
esto pudo no haber sido así en otras regiones con unos
entramados de dominación aristocrática más fragmentados o menos cohesionados y en pugna por unos espacios
con menor grado de articulación política (o más elevados
índices de resistencia desde abajo). Esta inestabilidad
estructural pudo permanecer en la sombra, latente,
durante un largo periodo, pero acabó igualmente manifestándose con crudeza a partir de la crisis política del
sigo VIII en algunos sectores del tercio Norte peninsular.
3.2. Espacios no subalternos
No ha estado exenta de problemas la tarea de seleccionar una denominación para la compleja trama que se
esconde tras este enunciado. Las comunidades que habitan ciertos espacios serranos, bosques, desiertos, u otros
lugares legalmente “despoblados” conforman una categoría que no por casualidad se resiste con fuerza y secularmente a ser definida con propiedad. Chris Wickham
(2005: 535-547) dedica una parte importante de su obra a
describir estas realidades bajo el concepto de modo de
producción campesino (peasant mode of production), una
versión mucho más matizada y compleja de lo que en su
día se definió como ‘modo de producción doméstico’. Su
enunciado resulta lo suficientemente esclarecedor: “los
patrones de la economía campesina que pueden encontrarse cuando los propietarios de tierras (landlords) o el
Estado no capturan excedentes de forma sistemática”. Sin
duda merece la pena tratar de reconstruir cuáles debieron
ser sus parámetros ideológicos y materiales (2005: 535).
La denominación de “no subalternos” responde, tal
vez de forma no totalmente satisfactoria, al intento de
primar el componente cultural sobre el político o económico (independientes o neutrales respecto a la jerarquía política establecida sobre el entramado aristocrá46
El hiato en términos socioculturales y cronológicos es tan
amplio entre las ocupaciones indígenas y las altomedievales de
estos enclaves del centro de la Península que no creemos razonable entrar siquiera en el debate especulativo que gravita en
torno a una supuesta continuidad.
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tico urbano, no dependientes en suma), aún cuando
todo ello vaya unido de forma inseparable. En tanto el
Estado bajo sus múltiples manifestaciones y a lo largo
del tiempo fue incapaz de inscribir a esas poblaciones
en sus registros, sus formas de autorrepresentación cultural hubieron de mantenerse al margen del orden
social hegemónico, siendo ésta una premisa para su
mera posibilidad de reproducción. En cualquier caso,
nada de esto tendría que ver forzosamente con el mantenimiento, ni significaría la pervivencia, de formas
indígenas en lo social y en lo económico, tal y como se
conciben para una época anterior a la conquista romana (PARCERO 2003). Unos cauces fluidos de interrelación económica con los territorios campesinos colindantes de naturaleza legal seguramente fueron ineludibles (y aprovechados mutuamente de forma intensiva)
para asegurar su subsistencia plena.
La perduración durante los primeros cuatro siglos
de nuestra era de comunidades locales al margen del
orden sociopolítico romano puede ser propuesta (o
imaginada) como una posibilidad en ciertas situaciones
extremas. Resulta convincente al tratar las vastas regiones del Anti-Atlas y del Alto-Atlas del interior del
actual Marruecos (BARCELÓ 1995b: 30), zonas que permanecieron fuera y lejos de las áreas de influencia
romana, limítrofes con el desierto. En esos casos, los
patrones de asentamiento y las formas de organización
parental de los procesos productivos (VICENT 1998) se
mantuvieron íntimamente ligados como forma institucionalizada de preservación de la identidad comunitaria (su esencia indivisa, en terminología clastriana) evitando el surgimiento de formas de poder separadas del
cuerpo social y, por tanto, eliminando la posible aparición en su seno de señores de renta. Es difícilmente
asumible que pudiera darse esta posibilidad en un territorio relativamente “cerrado” en términos políticos y
también geográficos como el de la diócesis hispana. En
las situaciones más marginales y extremas pudieron
llegar a perpetuarse de alguna manera hasta los albores
de la Edad Moderna formas de organización comunitaria como las englobadas en categorías histórico-políticas de compleja (aunque no imposible) contrastación
documental y arqueológica, como puedan ser algunas
comunidades descritas como de montaña para el caso
de los Apeninos italianos (WICKHAM 1997), o de valle,
según las tendencias indigenistas (o gentilicias) de una
parte de la historiografía ibérica (MARTÍN VISO 2000:
19-23, con una breve síntesis historiográfica), siendo la
comunidad de aldea de algunos historiadores “la forma
tardía y más evolucionada de esta organización social”
(SALRACH 1997: 13).
Más allá de los límites de los antiguos territorios
urbanos, siempre resistentes a cualquier intento encaminado a obtener una cartografía o demarcación precisa,
las formas de poblamiento y los sistemas económicos y
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GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
255
sociales que las sostuvieron han permanecido opacos y
casi siempre invisibles para el resto del mundo. Esto fue
así durante buena parte de la Edad Media para los funcionarios del gobierno urbano y agentes del estamento
propietario y sigue constituyendo un escollo difícil de
salvar para la investigación arqueológica. Nuestros titubeos a la hora de encerrar en categorías históricas convencionales las formas sociales que permanecieron al
otro lado de esa línea y la descripción de sus principales
manifestaciones materiales encuentran un buen paralelo
en la dificultad que las más antiguas fuentes documentales encontraron para describir esa misma realidad.
Véase al respecto el magnífico ejemplo descrito por
Iñaki Martín Viso al hilo de las disputas que entre los
siglos XII y XIV mantuvieron el monasterio de Santa
María de Valdeiglesias por una parte y los vecinos del
valle por otra. Estos fueron vagamente descritos por las
fuentes de inicios del siglo XIII (1205) como “habitatores […] qui comorantur infra ipsam vallem” (MARTÍN
VISO 2002a: 146). Esas disputas reflejan las dificultades
que encontraron unos poderes feudales sólidamente
constituidos a la hora de integrar en su marco político a
unas poblaciones que hasta entonces habían vivido al
margen de esas redes de dominación 47. Los indeterminados y fugaces pobladores del valle de Valdeiglesias no
aparecerán documentalmente constituidos en concejo
(San Martín de Valdeiglesias) hasta 1355, momento en
el que emergen como institución política y jurídica reconocida y visible ante el resto del mundo, capaz de desempeñar un papel de contrapoder efectivo 48.
Un buen número de territorios serranos entre las dos
mesetas pudieron quedar durante época altomedieval
fuera del sistema, alejados de las principales vías de
comunicación entre ciudades. No exentos de una estructura social jerarquizada, sus peculiares rasgos periféricos serían difícilmente homologables a los de los territorios urbanos. Ahí radicaría el principal obstáculo a los
intentos de integración promovidos desde el centro. La
interrelación de factores sociales y económicos en sus
mecanismos tradicionales de minimización de riesgos
reforzó posiblemente la resistencia al cambio en la esfera social (FORBES 1989: 87). A la hora de tratar de caracterizar este universo opaco y mal conocido se podrían
proponer a modo de hipótesis una serie de rasgos.
Una serie de asentamientos menores, unifamiliares y
con alta dispersión territorial tal vez desempeñaron las
categorías básicas del poblamiento 49.
Sería previsible una orientación económica sustancialmente diversificada (de amplio espectro), con una
aportación relevante de recursos propios del entorno
(recolección, caza, pesca). La agenda agrícola incluiría una alta diversidad de especies cultivadas, por lo
general en parcelas distribuidas en variados emplazamientos. Una ganadería suficientemente imbricada en
las prácticas agrarias para aprovechar sus sinergias
sería capaz de proporcionar una parte relevante en la
dieta. La gestión de la cabaña debería prever la no
sobreexplotación de los recursos salvajes a disposición, conservando amplios espacios del territorio
incultos (O’SHEA 1989: 59).
Ciertas actividades ‘especializadas’ que proporcionaran productos no asequibles o con alto valor añadido
para las poblaciones de las campiñas (molinos de granito, madera para la construcción, cabezas de ganado)
pudieron desempeñar roles complementarios pero de
cierta relevancia.
Entre algunos grupos (o en ciertas circunstancias) el
bandolerismo pudo llegar a jugar un papel económico y
social relevante.
La existencia de este tipo de territorios no dependientes del Poder encarnado en las ciudades no debe
tanto deducirse a partir de sus escasas manifestaciones
materiales conocidas como por la fuerza del papel que,
cabe imaginar, desempeñaron en un momento crítico
como verdadero contrapoder o alternativa en el juego de
los equilibrios sociales mantenidos dentro del territorio
político por excelencia de las urbes 50. La posibilidad de
huida de la mano de obra de las explotaciones rurales
hacia esos territorios debe tenerse en consideración
posiblemente no tanto por su magnitud como por la
amenaza efectiva que ello representaba a los intereses de
la clase dominante, que ante esa contingencia se vería
obligada a hacer ciertas concesiones. El papel de estos
territorios no subalternos, potencialmente disruptivo del
orden social hegemónico vigente, puede encontrar un
buen paralelo en el que las nuevas ciudades desempeñarían más tarde, ya en la Plena Edad Media (DOBB 1975:
54 y nota 6).
47
La posibilidad de que algunas de esas zonas de montaña
vivieran al margen del control directo del Estado musulmán fue
avanzada hace años por algunos autores (MALALANA, MARTÍNEZ y SÁEZ 1993: 174), y sería concordante con la situación de
inestabilidad política del territorio toledano entre mediados del
siglo VIII e inicios del X (MANZANO 1990, 2006: 246-7).
48
Wickham (1997) describe los modos de integración de
estas comunidades de montaña dentro del orden político bajomedieval y moderno para el caso toscano, con las tensiones
sociales que ello fue generando en su seno.
49
Al menos, esa es la imagen que parece desprenderse de
los trabajos llevados a cabo en algunos sectores serranos como
los abordados por el profesor Martínez Lillo en Cadalso de los
Vidrios y San Martín de Valdeiglesias dentro del proyecto Estudio y caracterización del poblamiento medieval en la Comunidad de Madrid a partir de los restos materiales (estructuras y
cultura material) II (2005).
50
Véase Parcero (2003: 290) al respecto de la importancia
de esa clase de ‘registro mudo’.
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4.
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
CATEGORÍAS DEL POBLAMIENTO RURAL
De acuerdo al denso conjunto de datos arqueológicos
disponible, creemos que se puede establecer sin excesivos
riesgos una discriminación básica de las categorías de
poblamiento rural bajo los términos de granja y aldea. En
este apartado procederemos a efectuar una sucinta definición de los rasgos de cada una de esas categorías, fundamentada esencialmente en el comportamiento observado
de las áreas funcionales básicas de todo yacimiento, residencial, cementerial y productiva, a lo largo de un conjunto de enclaves madrileños recientemente excavados
(fig. 5). A continuación se ofrece una exposición no
exhaustiva de los yacimientos adscritos a cada categoría,
en la que se recogen de forma preferente los elementos
sobre los que cabría apoyar su clasificación en una u otra.
Pero antes de entrar en los aspectos discriminantes
consideramos conveniente reunir, aunque sea a través de
un listado acumulativo de rasgos, lo que todos ellos
comparten. La totalidad de los enclaves que veremos a
continuación tienen esta serie de características comunes más o menos ordenadas según un criterio jerárquico
de relevancia.
Todos ellos son asentamientos abiertos, sin estructuras defensivas ni recintos estrictos de delimitación. El
eventual encuadramiento del área residencial dentro de
unos ciertos límites, en los casos estudiados, se plantea
en términos específicamente funcionales, procurando no
desperdiciar superficies de uso productivo. Demuestran
una notable estabilidad, de modo que cuando se documentan desplazamientos del área de usos residenciales y
auxiliares, éstos se producen en torno a un espacio agrario invariablemente fijado. Son asentamientos en llano,
ladera o sobre suaves elevaciones, sin rastro de una
eventual búsqueda de visibilidad o dominio sobre el
territorio circundante. Esto significa que el emplazamiento del hábitat esta condicionado principalmente por
su inmediatez respecto a las parcelas de uso agrícola.
Todos los enclaves se localizan en las inmediaciones
de un curso de agua. Aunque puedan aparecer pozos para
el aprovisionamiento hídrico, siempre aparecen terrenos
encharcables aprovechables para pastos o huertos regados
con una mínima inversión para su acondicionamiento a
escasa distancia del área residencial. La reconstrucción
teórica del perfil o sección transversal de estos yacimientos sería la siguiente: del sector más alejado del agua, ocupado por el monte y las parcelas de uso extensivo, se desciende al terreno agrícola inmediato al asentamiento, de
uso intensivo. Por debajo de las casas se localizarían los
huertos y los terrenos de pasto hasta el mismo cauce 51.
51
Dentro del espacio de uso extensivo cabría situar los olivares, cuya explotación se deduce a partir de los restos paleocarpológicos (Pelícano) y de la prensa identificada en Gózquez.
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El patrón de dispersión de las estructuras arqueológicas es bastante laxo en término espaciales. Los yacimientos ocupan grandes superficies como resultado de las
sucesivas reconstrucciones de las estructuras que integran
el área residencial y sólo en contadas excepciones se llega
a documentar la intersección de fosas o la superposición
de estructuras. Un resultado de este comportamiento con
trascendencia a la hora de abordar la investigación arqueológica es la escasez de relaciones estratigráficas directas
detectables. Solamente en un caso las reconstrucciones del
área residencial de cada una de las unidades domésticas se
suceden en el tiempo dentro de unos límites parcelarios
precisos (Gózquez). En otro caso excepcional, la fase de
ocupación antigua de una de las aldeas (El Pelícano) presenta una planta nucleada con abundantes edificaciones
yuxtapuestas que se reconstruyen sobre las preexistentes.
De los casos mejor conocidos se deduce la inmediatez de
las parcelas agrarias a las ocupadas por estructuras residenciales. Altos porcentajes de pólenes de cereal se han
documentado en todas las muestras de sedimento analizadas hasta el momento (VIGIL-ESCALERA 2003b).
La mayor parte de los residuos domésticos generados
por la actividad del asentamiento la compone el producto
de la combustión de hornos y hogares, de ahí la característica matriz cenicienta de la mayor parte de los estratos
documentados. El material constructivo amortizado, la
vajilla rota y los desperdicios orgánicos conforman por
este orden las principales inclusiones antrópicas en los
estratos de obliteración de las fosas, siendo abundante
igualmente otra clase de residuos potencialmente peligrosos: los cadáveres de animales muertos en cualquier circunstancia. El análisis del ciclo de los residuos domésticos
apunta a un posible aprovechamiento intensivo de los mismos seguramente para el abonado orgánico de las parcelas
inmediatas. El material de desecho que acaba rellenando
silos y fosas amortizadas de cualquier especie suele proceder de amontonamientos originalmente dispuestos al aire
libre, tal y como se deduce de dos clases de evidencias: del
remontaje de vajilla cerámica a partir de fragmentos recuperados en estructuras distantes y, probablemente, del alto
contenido en pólenes de cereal en su matriz terrosa.
El uso y amortización de molinos manuales giratorios
de granito en todos los yacimientos demuestra una circulación relativamente fluida de estos bienes por toda la
comarca. Los lugares de aprovisionamiento de esta clase
de productos se sitúan en el piedemonte serrano, a una
distancia mínima de unos 30 km. La presencia de fragmentos de vajilla de vidrio en todos los yacimientos 52
52
Esta situación contrasta con la de los yacimientos rurales
coetáneos excavados en la cuenca del Duero, donde (según información amablemente proporcionada por D. Javier Sanz) la vajilla
de vidrio sería más escasa. Estudios recientes (WHITEHOUSE 2003)
sugieren que la materia prima del vidrio altomedieval europeo procede mayoritariamente (aparte del reciclado de vidrio romano) de
contados centros productores del Próximo Oriente mediterráneo.
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GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
257
Figura 4. Granjas y aldeas en el sur de Madrid y en un sector de la vega del Jarama (en recuadro la zona de obras del aeropuerto).
denota la existencia de relaciones de intercambio con la
ciudad, aunque no es seguro (y ni siquiera probable) que
éstas tengan necesariamente un carácter comercial.
A falta aún de una cuantificación precisa, las pautas
de consumo de cerámica parecen reflejar un uso más
conspicuo y variado de este material en las aldeas que
en los enclaves definidos como granjas. Paralelamente,
la amortización de objetos personales de bronce esta
bastante mejor representada en los contextos domésticos
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
de las primeras. La presencia de elementos metálicos de
adorno personal en los enterramientos asociados a granjas es notablemente más esporádica que en los cementerios de carácter aldeano.
La ausencia de edificaciones con zócalo de piedra
en algunos enclaves y en las fases más antiguas de
ocupación de la mayoría debe ser valorada con extremo cuidado. Normalmente las zanjas de cimentación
son muy someras o inexistentes, con lo que un leve
Madrid. ISSN: 0066 6742
258
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
arrasamiento horizontal del terreno a consecuencia
del paso de arado puede hacer desaparecer por completo sus huellas. La continua y reiterada reutilización
de material constructivo en regiones donde escasea la
piedra condiciona negativamente la conservación de
los zócalos de las construcciones más antiguas. A su
vez constituye una de las razones más poderosas para
que los nuevos establecimientos se ubiquen en las
proximidades de las antiguas haciendas romanas. La
abundancia de mampuestos de piedra y fragmentos de
teja en los rellenos de fosas de muchos sitios en los
que no consta la documentación de edificaciones
sobre zócalo (Prado Viejo, Fuente de la Mora) constituye exclusivamente un indicador fehaciente sobre el
mal estado de conservación de la cota original de frecuentación del yacimiento. En el mismo sentido y con
objeto de proceder a una valoración más precisa del
eventual arrasamiento de esa cota resulta útil recurrir
a las secciones conservadas de las estructuras de
almacenamiento (VIGIL-ESCALERA e.p.1). En este
mismo sentido, nos gustaría subrayar el alto número
de referencias bibliográficas y noticias acerca de
estructuras funerarias o sepulturas ‘aisladas’ (o precariamente contextualizadas) descartadas en la elaboración de este trabajo. Deben extremarse las precauciones en la interpretación de este tipo de registros (excavaciones parciales, hallazgos esporádicos…) en tanto
pueden llevar a desvirtuar con graves implicaciones el
panorama global.
4.1. La granja
La granja sería una categoría de asentamiento
rural y unidad productiva formada por un número
reducido de grupos domésticos (de uno a dos o tres),
tamaño insuficiente para garantizar el desarrollo en su
seno de formas de cooperación social complejas. El
comportamiento del área residencial en términos
espaciales deja traslucir pautas relativamente diversas, desde los yacimientos relativamente fijos en una
parcela acotada, en uso durante ciclos plurigeneracionales (El Encadenado), a la traslación paulatina de las
estructuras residenciales dentro de áreas de hasta una
decena de hectáreas (Prado Viejo, Prado Galápagos) e
incluso al completo desplazamiento en 500 metros del
área residencial siguiendo ciclos cortos, presumiblemente generacionales, de reconstrucción (Fuente de
la Mora). El rasgo más distintivo de esta forma de
poblamiento sería la no conformación de un área
cementerial única, sino el desplazamiento de las
zonas de enterramiento al compás de lo que sucede
con el área residencial. Todos estos yacimientos se
caracterizan por presentar zonas de uso funerario con
muy bajo número de sepulturas y poco definidas en
términos espaciales. En los casos en los que el asen-
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
tamiento perdura y es posible discriminar diferentes
reconstrucciones del área residencial con leves desplazamientos, los espacios funerarios asociados
mudan igualmente su ubicación (Prado Viejo, Prado
Galápagos). No resultan infrecuentes los casos en los
que determinadas sepulturas son objeto de múltiples
reutilizaciones.
– Prado Viejo (Torrejón de la Calzada, Fig. 4: G01)
Coordenadas UTM: 4.450.000/432.300, 620-630
m.s.n.m.
Yacimiento conocido desde 1992 gracias a las
prospecciones de superficie para la Carta Arqueológica de la Comunidad de Madrid (nº inventario 149003,
La Carnicería). Ha sido objeto recientemente de
varias intervenciones arqueológicas debido a la afección provocada por un proyecto urbanístico. Entre
2005 y 2006 estas actuaciones han permitido documentar en planta sobre una muy notable extensión
(más de siete hectáreas) lo que parecen ser restos de
una ocupación muy estable por parte de un número
reducido de granjas (una o dos, tal vez en número
variable a lo largo del tiempo) que se han ido desplazando escasas decenas de metros durante casi tres
siglos 53. Las estructuras documentadas son silos,
cabañas de suelo rehundido, hornos, zanjas y pozos,
además de una docena de sepulturas de inhumación,
aisladas o en pequeños grupos. Aunque los informes
finales se encuentran aún pendientes de entrega, el
análisis preliminar de los materiales cerámicos permite identificar varias áreas con ocupaciones bien
secuenciadas desde la segunda mitad del siglo V d.C.
hasta mediados del VIII d.C. A escasa distancia de
algunas de estas áreas residenciales se identifican
inhumaciones en pequeños grupos poco estructurados
que en ningún caso han ofrecido materiales que permitan establecer dataciones precisas. Según nuestra
interpretación, el desplazamiento de las primeras ha
conllevado el de las segundas, sin que a lo largo del
tiempo haya llegado a constituirse ninguna zona
cementerial estable. La identificación precisa de cada
una de las reconstrucciones del asentamiento y su desplazamiento pasa por una muy ajustada definición del
registro material de los grupos de estructuras y su discriminación cronológica, tarea que se encuentra aún
53
Entre mediados del siglo V y un momento impreciso de
finales del VII los desplazamientos tienen lugar al Noroeste
del regato de Prado Viejo, mientras que una fase de ocupación posterior (¿primera mitad del siglo VIII?) parece situarse al otro lado del mismo. El área desbrozada y documentada en planta mide más de 65.000 m2 en el sector oriental, y
abarca aproximadamente otra hectárea en la occidental. La
dirección técnica del proyecto ha corrido a cargo de Juan
Sanguino.
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
en proceso. La presencia de restos de teja y mampuestos de piedra en un cierto número de estructuras subterráneas sugiere la existencia de edificaciones con
zócalos de piedra de las que no han pervivido sino
algunos tramos esporádicos. En la zona central se
documentaron varios hornos alfareros de doble cámara, tres de ellos con parrilla sostenida por pilares de
barro cocido y antecámara, similares a los documentados en 2005 en el yacimiento de La Recomba, Leganés (PENEDO, SANGUINO 2004). En principio, los conjuntos cerámicos recuperados en los estratos de relleno de estas fosas una vez amortizadas parecen sugerir
una datación en torno al siglo VII d.C. No se documentan testares o acumulaciones de residuos procedentes de esas actividades alfareras al margen de los
propios hornos y tampoco se han identificado piezas
defectuosas o repertorios más estandarizados de las
piezas de vajilla eventualmente facturadas en ellos 54.
El montante total de fragmentos cerámicos recuperado
en el yacimiento es incluso relativamente bajo en
comparación con los de otros enclaves aldeanos de la
comarca.
– Congosto (Rivas-Vaciamadrid, Fig. 4: G02)
Coordenadas UTM: 4.464.400/452.780, 475-480
m.s.n.m.
Yacimiento parcialmente excavado durante 200304, debido a la afección provocada por la ampliación de
las instalaciones de la Escuela Nacional de Protección
Civil 55. Se localiza sobre una pequeña elevación que
cae sobre la vega del Manzanares. La superficie desbrozada y parcialmente excavada tiene 13.200 m2, y ha
proporcionado múltiples ocupaciones solapadas en el
área desde la prehistoria reciente hasta el periodo altomedieval. El análisis minucioso de la planta combinado
con el de los materiales cerámicos ha consentido detallar una secuencia compleja de ocupación caracterizada
por la implantación de un número limitado de unidades
domésticas en torno a edificios singulares de planta rectangular levantados sobre un zócalo perimetral de piedra. Las sucesivas reconstrucciones de cada una de
estas granjas a lo largo del tiempo conllevan un progresivo desplazamiento de éstas hacia el Sur. En torno a
cada uno de los edificios se documenta un notable
número de silos, algún pozo y varias cabañas de suelo
rehundido.
Una de las estructuras más llamativas del enclave es
la constituida por una doble inhumación practicada en el
54
Es previsible que se trate de producciones a torno lento de
la serie regional definida como TL2 (VIGIL-ESCALERA 2003),
una familia con mínimas variaciones morfotipológicas a lo
largo de toda la comarca.
55
La dirección arqueológica de los trabajos estuvo a cargo
de A Martín y J. Rincón.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
259
interior de un silo vacío, asociada a la fase más antigua
de ocupación (VIGIL-ESCALERA 2006: 96). Tras la deposición de un primer cuerpo en el fondo del mismo se
procede a una segunda inhumación. Este segundo se
deposita en decúbito supino, con la cabeza sobre una
laja de piedra y los brazos cruzados sobre el vientre. Los
restos de la inhumación anterior de reducen a un lado y
el silo parece ser cubierto con una laja de piedra tal y
como se haría con una estructura más de almacenamiento. Sólo la erosión superficial del yacimiento (tal vez a
causa del paso del arado) provocó la caída de esta tapadera y la posterior colmatación de la fosa. Esta forma de
enterramiento resulta absolutamente infrecuente en el
repertorio de yacimientos analizados, destacando la
obvia presencia de alguna clase de ritual respecto a los
abundantes casos en los que estas estructuras son utilizadas para inhumar cadáveres en respuesta a situaciones
coyunturales.
El análisis del repertorio cerámico de este yacimiento permitió definir por primera vez los rasgos de
la cultura material propia de la segunda mitad del
siglo V d.C. La ausencia total de TSHT se ve parcialmente compensada por la presencia esporádica de
DSP provenzales (la cerámica importada es de todas
formas muy escasa 56) y numerosas cerámicas comunes que imitan los rasgos de las producciones finas.
La aparición en porcentajes significativos (por
encima del 10% del total de fragmentos) de las primeras producciones con factura a torno lento se atestigua a partir de finales de la quinta centuria. El asentamiento perdura al menos hasta mediados del siglo
VII d.C. 57
Por lo que respecta a la arquitectura doméstica, algunos edificios han revelado un sistema constructivo relativamente poco habitual en Madrid, con postes verticales sustentantes reforzados en su base y ambas caras por
paramentos de piedra. En los tres edificios centrales
mejor conservados se han identificado hogares solados
de planta rectangular, de mayores dimensiones que los
que aparecen en las fases de ocupación posteriores de
otros enclaves.
56
También se han reconocido varios fragmentos de ánforas
tardías y alguna producción africana, pero globalmente en porcentajes inferiores al 0,5% respecto al número total de fragmentos.
57
La datación radiocarbónica de material óseo procedente
de un estrato de amortización de la fase de ocupación tardía
(según el registro cerámico asociado) ha resultado 1416±16,
607-654 cal. AD., dos sigmas OxCal v 3.10 (CIRCE Lab. ref.
CO-1221). Las de las dos inhumaciones en silo (en torno a la
segunda mitad del siglo V d.C.) han sido publicadas anteriormente (VIGIL-ESCALERA 2006: nota 21).
Madrid. ISSN: 0066 6742
260
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
Figura 5. Yacimiento de Pista de Motos (Villaverde, Madrid)
– Prado Galápagos (San Sebastián de los Reyes,
Fig. 4: G03)
Coordenadas UTM: 4.487.250/452.650, 590 m.s.n.m.
Yacimiento sobre el que se ha desarrollado entre
2002 y 2003 una actuación arqueológica en extensión
con motivo de las obras de ampliación del aeropuerto de
Madrid-Barajas (GALINDO, SÁNCHEZ 2003). La superficie desbrozada (sólo en parte excavada) abarca casi cinco
hectáreas, e incluye parte de las instalaciones de una villa
romana tardía. En su entorno inmediato se documentan
los restos de una serie de ocupaciones altomedievales
con presencia de al menos un edificio sobre zócalo de
piedra, varias cabañas de suelo rehundido, zanjas, hornos, silos y pozos. Una serie de enterramientos aislados
se disponen de manera caótica por todo el área sin llegar
a constituir un cementerio estable. De las dieciséis sepulturas identificadas sobre la planta final, el grupo más
numeroso esta constituido por dos o tres estructuras (sólo
algunas de ellas tienen lajas de piedra como revestimiento o cubierta). No consta la aparición de tumbas vestidas,
pero sí un par de casos con vasos cerámicos (LÓPEZ QUIROGA 2006: 22). Los escasos datos publicados no permitirían precisar muchos más detalles sobre la secuencia de
ocupación y su cronología precisa, aunque el análisis de
la planta del yacimiento sugiere estrechos paralelismos
con lo observado en el yacimiento de Prado Viejo.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
– Pista de Motos (Villaverde, Madrid, Fig. 4: G04)
Coordenadas UTM: 4.465.650/443.530, 575
m.s.n.m.
Yacimiento inventariado en Carta Arqueológica
con varias identidades 58, debido a las múltiples intervenciones de todo tipo desarrolladas en la zona y la
amplia secuencia de ocupación de este sector de la
vega del Manzanares en su confluencia con el Butarque (nº inventario 79281). La excavación arqueológica
más reciente llevada a cabo 59 ha supuesto la documentación de varias estructuras adscritas al periodo altomedieval en un área de alta densidad de fosas de almacenamiento durante toda la prehistoria (fig. 5). En el
cuadrante meridional del área excavada (6.550 m2) se
registran media docena de silos con un pobre estado de
conservación y escaso material cerámico adscrito a la
segunda mitad del siglo V d.C., homologable al de las
fases coetáneas de Prado Viejo o Congosto. Un ente-
58
Otros enclaves altomedievales inventariados dentro de la
misma zona, a distancias inferiores a los 250 metros, serían el
Arenero de Martín (nº inv. 79156, con presencia de sepulturas
“de tipología visigoda”) y Almendro II (nº inv. 79248, con
materiales genéricamente “medievales”).
59
Codirigida por R.M. Domínguez y L. Vírseda en 2006.
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
rramiento aislado, en fosa simple y sin ninguna clase
de ajuar (posiblemente de rito cristiano), se superpone
a uno de los silos. A corta distancia se localizan otros
dos enterramientos según el ritual coránico, de similar
tipología a los documentados recientemente en yacimientos de la vega del Jarama (El Soto y La Huelga).
Sus respectivas dataciones radiocarbónicas se encuadran entre finales del siglo VIII y los dos primeros tercios del IX d.C. 60. La presencia de enterramientos aislados o en pequeños grupos, sin llegar a constituir un
cementerio comunitario con un uso estable en el tiempo, nos lleva a incluir este yacimiento dentro de la
categoría de granja. Como en los otros casos analizados, resulta destacable la estable ocupación del área
durante todo el periodo altomedieval.
– Soto Pajares/Casa de Venezuela (San Martín de la
Vega, Fig. 4: G05)
Coordenadas UTM: 454.000/4.457.800, 525-530
m.s.n.m.
Yacimiento inventariado en Carta Arqueológica
(1988-89) bajo la denominación de Casa de Venezuela
(nº 132015), con múltiples periodos de ocupación
desde la prehistoria reciente. De acuerdo a la escasa
documentación 61 procedente de la intervención
arqueológica desarrollada entre 1991 y 1992 sobre una
parcela de 65 ha. (VEGA 1996: 264-5), se deduce la
existencia de dos áreas de enterramiento diferenciadas, formadas por 6 y “3 o 4” tumbas, asociadas a un
yacimiento altomedieval con presencia de silos, hornos y fondos de cabaña, como también “restos de
construcciones en piedra y/o adobe en diversos puntos
dispersos de la parcela” [sic]. El yacimiento se ubica
en la vega de la margen izquierda del Jarama. A unos
1.850 metros al Sur se conoce el emplazamiento de
otro probable yacimiento coetáneo (Próximo Barranco
Herrero).
– Quintano (Mejorada del Campo, Fig. 4: G06)
Coordenadas UTM: 4.470.890/457.920, 545
m.s.n.m.
Yacimiento inventariado en 1990 como de época
romana (Carta Arqueológica, nº inv. 84030, próximo al
número 84027, Quintano Bajo, con similares materiales
en superficie). La intervención desarrollada durante el
año 2000 estuvo asociada a la construcción de un colector, lo que condicionó la escasa extensión del área de
excavación (un pasillo de 56 metros de largo por 6 de
261
ancho). Su emplazamiento es totalmente llano, en terrenos de la vega del Jarama (margen oriental). Las excavaciones efectuadas tras el desbroce superficial permitieron documentar estructuras pertenecientes a ocupaciones de varios periodos (prehistoria reciente y época
romana) además de un variado elenco de restos altomedievales: cabañas de suelo rehundido, hornos, silos, una
zanja y dos sepulturas de inhumación con cubierta parcial de lajas de yeso. El escaso material cerámico recuperado parece adscribirse, dada la mayoritaria presencia
de producciones torneadas, a un momento comprendido
entre la segunda mitad del siglo V y la primera del VI
d.C. Una de las inhumaciones presentaba un depósito
consistente en una moneda de bronce romana y un
cuchillo de hierro. Las tumbas se encuentran a escasa
distancia de las estructuras de uso residencial, lo que iría
en contra de su estricta coetaneidad. A pesar de la restringida superficie de actuación parece claro que no pertenecen a un cementerio extenso.
– Fuente de la Mora (Leganés, Madrid, Fig. 4: G07)
Coordenadas UTM: 4.467.600/435.510, 665-675
m.s.n.m.
El asentamiento se ubica en lo que podría denominarse un balcón de páramo, a escasos 100 metros de
distancia de la orilla Norte del arroyo Butarque. La
excavación, motivada originalmente por la afección de
la autopista R5 sobre un enclave prehistórico, acabó
ofreciendo una secuencia de ocupación bastante compleja 62. La superficie sobre la que se intervino ocupa
unos 32.000 m2, y la fase altomedieval ofrece dos
enclaves separados entre sí por unos 500 metros. El
estado de conservación de ambos se resiente de un
arrasamiento notable de la cota de frecuentación original. Cada uno de ellos se presenta como una agrupación de estructuras, con seis silos, once cubetas o fondos de silos, una cabaña de suelo rehundido, tres grandes fosas (tal vez fondos de cabañas) y nueve hoyos de
poste en el oriental (que ocupa unos 1.500 m2) y exclusivamente una veintena de silos en el occidental (sobre
una superficie de unos 500 m2). Los materiales cerámicos del conjunto occidental parecen ligeramente posteriores a los del oriental dada la presencia de algunas
piezas de filiación cultural islámica (entre los que destaca un candil de piquera corta), aunque con muy escasa representación porcentual respecto a un repertorio
cerámico mayoritariamente de tradición tardovisigoda.
La datación propuesta sería de la segunda mitad del
siglo VIII d.C. para el enclave oriental y del siglo IX
60
Ref. DSH260 (UE 2624), edad radiocarbónica 1240±22,
680-870 cal. A.D. Ref. DSH257 (UE 2565), edad radiocarbónica 1211±15, 770-890 cal. A.D. CIRCE Lab. Calibradas a dos
sigmas con el programa OxCal v. 3.10.
61
No constan la superficie realmente excavada ni la desbrozada.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
62
Se documentaron ocupaciones del Calcolítico, Edad del
Bronce y del Hierro, además de la altomedieval. Se han publicado algunos aspectos parciales de la excavación (VIGIL-ESCALERA 2005). El proyecto fue codirigido por A. Martín y A.
Vigil-Escalera.
Madrid. ISSN: 0066 6742
262
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
para el occidental. Se constata en cualquier caso que
las ocupaciones han generado un escaso volumen de
residuos domésticos (ocho de los silos del sector Oeste
no proporcionaron materiales arqueológicos). La presencia de mampuestos de piedra y tejas en los rellenos
de varias estructuras de ambos enclaves sugiere la existencia de al menos un edificio con zócalo de piedra en
cada uno de ellos, aunque no se han conservado sus
huellas.
Una excavación arqueológica previa efectuada
sobre la parcela colindante con el sector oriental permitió documentar un grupo de media docena de sepulturas de inhumación de rito cristiano, con lajas de piedra,
probablemente asociada al enclave residencial inmediato.
– La Huelga (Barajas, Madrid, Fig. 4: G08)
Coordenadas UTM: 4.482.825/453.450, 570-575
m.s.n.m.
Yacimiento ubicado a orillas del río Jarama, en su
margen occidental. Inventariado en Carta Arqueológica
desde 1998, figuraba en principio como de época romana y medieval. Fue excavado a resultas del proyecto de
soterramiento de una línea eléctrica de alta tensión
durante el año 2003, lo que condicionó la extensión de
la superficie investigada a un corredor de unos 16
metros de ancho y 380 de largo (5.200 m2). Las estructuras arqueológicas documentadas se distribuyen en dos
sectores distantes unos 150 metros.
En el meridional se concentran un par de cabañas de
suelo rehundido con planta rectangular, una de ellas con
horno anejo, dos pozos y seis silos, además de otra fosa
de sección siliforme, varias cubetas, dos zanjas y un
enterramiento en fosa con orientación Este-Oeste posterior estratigráficamente a la amortización de una de las
cabañas. El difunto se encuentra colocado en decúbito
supino sin elementos de vestido o ajuar. El material
cerámico presente en las amortizaciones de este grupo
de estructuras, todo él con rasgos muy homogéneos,
podría datarse entre finales del siglo V y la primera
mitad del VI d.C.
En el sector septentrional se documentaron ocho
inhumaciones de rito islámico (VIGIL-ESCALERA 2004),
los restos de una acequia bajomedieval o moderna y los
restos de un edificio con zócalo de piedra (cantos rodados) sobre los de un posible horno y tres silos. El pequeño cementerio pertenece probablemente a una comunidad unifamiliar (tres adultos y cinco individuos infantiles) y estuvo en uso durante un corto espacio de tiempo.
La datación más plausible quedaría comprendida entre
finales del siglo VIII y la segunda mitad del IX d.C. La
fase de ocupación del edificio, tal vez coetánea a las
inhumaciones, parece superponerse a los restos de otras
construcciones anteriores. A esa fase preislámica (siglos
VII-VIII) pertenecerían igualmente los tres silos.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
Las dataciones radiocarbónicas obtenidas para dos
inhumaciones, una de cada uno de los ritos, son bastante ilustrativas: sus resultados son LH. 7023, 1212±20
B.P., 720-740, 760-890 cal. A.D. y LH. 7132, 1397±22
B.P., 605-665 cal. A.D 63.
– El Encadenado/El Soto (Barajas, Madrid, Fig. 4:
G09)
Coordenadas UTM: 4.481.310/454.420, 565-570
m.s.n.m.
Yacimiento emplazado en la margen derecha de la
vega del Jarama, a unos 1.500 metros al Sur del de La
Huelga y 1.100 al Norte del enclave altomedieval de Las
Charcas (fig. 6: G8, 49). Ha sido objeto de múltiples
intervenciones por distintos equipos entre 2002 y 2007,
aunque el sector al que nos referiremos en esta ocasión
comprende 18.240 m2 y procede de la suma de las actuaciones relativas al soterramiento de una línea eléctrica y
a la ampliación de una cantera para la explotación de
sepiolita 64.
La zona albergó durante el crítico periodo transicional (segundo cuarto del siglo V d.C.) una ocupación unifamiliar de ciclo corto precariamente definida debido al
arrasamiento de la cota de frecuentación antigua. De
esta fase se han documentado un par de vertederos, una
estructura de combustión y las huellas de una construcción de uso residencial con postes de madera, además de
una pequeña necrópolis (nueve sepulturas, cuatro adultos y cinco infantiles) que proporciona abundantes ajuares (cuentas de collar, cerámica y vidrio) típicamente
tardorromanos. El repertorio cerámico de mesa se caracteriza por una presencia exclusiva de producciones de
TSHT de centros productores secundarios, con cocciones muy irregulares y repertorios decorativos esquemáticos y de factura descuidada 65.
A continuación, las ocupaciones altomedievales se
concentran en dos áreas distantes entre sí unos 120
metros, al borde del antiguo cauce del río Jarama.
El área septentrional, donde el arrasamiento horizontal por erosión fluvial tal vez haya sido intenso, presenta una trama de estructuras en la que resultan muy
abundantes los silos (alrededor del medio centenar,
63
CIRCE Lab. Calibración a dos sigmas efectuada con el
programa OxCal v.3.10.
64
De las restantes excavaciones sobre el yacimiento no se
conocen más que referencias poco precisas, que no alteran, en
cualquier caso, la interpretación propuesta.
65
Las diferencias con el repertorio cerámico correspondiente a la fase de abandono de algunas villae madrileñas (p. ej. El
Rasillo) son apreciables. Es significativa, además, la práctica
ausencia de las producciones de origen meridional (TSHTM).
Aunque la precisión cronológica propuesta a la escala de yacimiento sea aproximativa, el orden de las diferentes secuencias
regionales admite pocas modificaciones.
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
263
Figura 6. Trama de enclaves en un sector de la vega del Jarama (en recuadro la zona de obras del aeropuerto)
junto a ocho-diez cabañas de suelo rehundido). El material cerámico denotaría una secuencia de ocupación
comprendida entre finales del siglo VI e inicios del VIII
d.C. El perímetro ocupado tiene una extensión aproximada de 2.500 m2, y es infrecuente la superposición o
intersección de estructuras Tras el abandono de este sector de uso residencial/auxiliar, su tercio Sur será ocupada por una necrópolis.
La meridional presenta una notable densidad de
estructuras arqueológicas de diferentes tipos (cabañas
de suelo rehundido, silos, hornos) dentro de lo que
parece un perímetro intensivamente ocupado de unos
4.500 m2 (su reborde oriental ha sido erosionado por el
antiguo curso fluvial). Resulta llamativa la práctica
ausencia de estructuras aisladas fuera de unos ciertos
límites, dando la impresión de que el área residencial
estuvo delimitada de alguna forma dentro de unos confines bien precisos durante el tiempo en el que este
enclave permaneció en uso. Se documentan numerosas
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
estructuras superpuestas parcialmente a otras con anterioridad amortizadas. El análisis del material cerámico
proporciona suficientes evidencias acerca de una
secuencia de ocupación prolongada, al menos desde
mediados del siglo VIII hasta la segunda mitad del IX
d.C. 66 La necrópolis asociada a esta fase ocupa una
parte de lo que fue el sector residencial de la ocupación
inmediatamente anterior.
Inicialmente se instalan dos sepulturas de rito cristiano con orientación Norte-Sur (de su uso prolongado
da cuenta la presencia de al menos una reducción en la
más oriental). Pasado algún tiempo se construyen otras
tres con orientación Este-Oeste. La más septentrional,
que incluye una doble inhumación simultánea, destruye
66
Son notorias las semejanzas con algunas cerámicas del
arrabal cordobés de Saqunda (CASAL et alii, 2005) y se aprecia
un aumento significativo del porcentaje de cerámica torneada,
igual que se sugería para Jaén en estas fechas (PÉREZ 2003).
Madrid. ISSN: 0066 6742
264
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
la zona de los pies de una de las anteriores, como si se
hubiera buscado intencionadamente la cercanía a la
memoria de las más antiguas. En ésta se documenta de
nuevo un uso prolongado, ya que presenta la reducción
de restos pertenecientes al menos a otros cinco individuos 67. Posiblemente sin que transcurra mucho tiempo
entre medias, el área situada inmediatamente al Este de
este grupo de tumbas va llenándose de inhumaciones
individuales practicadas según el ritual coránico hasta
contabilizar un mínimo de 28 unidades (adultos de
ambos sexos e infantiles). Las más cercanas a las de rito
cristiano, probablemente las más antiguas, emplean
lajas de piedra para la cubierta y para forrar las paredes
de la fosa. Las más distantes son tumbas en fosa simple,
mientras que las intermedias constan de prefosa y fosa
estrecha excavada en el centro o en un lateral de la
misma (covacha) 68.
La principal diferencia observada respecto a las
granjas anteriormente vistas radicaría en que los desplazamientos del área residencial se producen a intervalos
más largos (ciclos plurigeneracionales).
4.2. La aldea
La aldea constituye una forma de asentamiento eminentemente social, la de una comunidad “que actúa de
forma corporativa en aspectos básicos de la subsistencia
y la convivencia” (TORRENS 2006). Las diversas unidades domesticas (casas, en el sentido medieval del término) que la constituyen encuentran en su parcial simbiosis la forma de integrar un ámbito productivo propio
(privado) con otro comunitario (público) que conforma
unos márgenes de seguridad ampliados de cara a su
autorreproducción subsistencial. Para ello, la aldea debe
constar de un número mínimo de grupos domésticos
(alrededor de un centenar de individuos, una docena de
casas o familias), tamaño que garantizaría la efectividad
y posibilidades de éxito de formas complejas de cooperación social. Una masa demográfica de esta entidad
haría posible la reproducción de la comunidad (por
compensación de pérdidas) en momentos puntuales de
crisis agrarias (FRANCOVICH 2004: xiv) 69. Su unidad
constitutiva básica será el grupo doméstico, el caserío
individual, que funciona como célula relativamente
independiente a efectos al menos de una parte de la pro67
Aunque las fosas documentadas son sólo cinco, el NMI de
inhumados asciende a doce.
68
Su tipología es idéntica a la de algunas de las documentadas en los cementerios islámicos antiguos del yacimiento de
Marroquíes Bajos (Jaén), datados en época emiral (SERRANO,
CASTILLO 2000).
69
Aunque en caso de crisis global y persistente, los estudios
de antropología social señalan que estas agregaciones podrían
tender de nuevo a la dispersión.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
ducción. En cada una de estas unidades quedaría incluida al menos la familia monoparental y eventualmente un
cierto número de trabajadores dependientes adscritos a
la misma.
Resulta conceptualmente inseparable la construcción de un espacio social como el representado por el
marco aldeano del desarrollo de procesos de territorialización que contribuirían a la decantación de identidades
sociales afirmadas respecto a la de las comunidades de
su entorno. Aunque la documentación arqueológica
tiende a concentrar convencionalmente su actividad
sobre los asentamientos y espacios cementeriales (lo
que ayuda a entrever las pautas de las parcelas de uso
intensivo, en cierta forma privado, anejas al caserío)
resta fuera habitualmente la comprensión del diseño de
los espacios productivos de carácter más eminentemente social: tanto los agrícolas y ganaderos de uso intensivo como los de aprovechamiento extensivo (montes de
donde obtener complementos subsistenciales básicos,
combustible y materiales de construcción, áreas para la
construcción y usufructo de colmenas, etc.) 70.
Las relaciones espaciales que mantienen las diferentes células domésticas entre sí proporcionan las claves
para describir las formas del asentamiento: pueden aparecer contiguas o separadas, describir patrones lineales
sencillos o adoptar la forma de racimo con uno o varios
focos… El aspecto general del asentamiento queda definido por una multitud de factores (HAMEROW 2002: 53)
aunque sus componentes básicos, reconocibles en buena
parte de los yacimientos, serían:
- las estructuras individuales (edificios, pozos, silos);
- los caminos o senderos, uniendo estructuras o agrupaciones;
- las estructuras de delimitación física, concebidas
para agrupar o separar estructuras individuales;
- las parcelas agrícolas insertas en la trama, huertos
o parcelas sin construir (eras, recintos ganaderos…);
- las áreas centrales o espacios socialmente significativos.
Su espacio de sociabilidad más claramente identificable en términos arqueológicos sería el cementerio, en
uso desde la fundación hasta el abandono del asentamiento, aunque, como ha podido comprobarse, su
emplazamiento puede ser en algún caso modificado (así
cabría interpretar la existencia de dos cementerios en el
yacimiento de Loranca). Las pautas espaciales del área
residencial son igualmente variadas. Encontramos casos
en que se adoptan patrones nucleados de alta densidad
70
Una excepción destacable son los trabajos desarrollados
en Galicia sobre parcelas aterrazadas de cultivo de época altomedieval, que demuestran hasta dónde podría llegar la investigación arqueológica cuando se superan algunas de las barreras
conceptuales heredadas (BALLESTEROS et al. 2006; QUIRÓS,
VIGIL-ESCALERA 2006).
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
de ocupación (El Pelícano, sectores 9-10), con gran
número de estructuras yuxtapuestas durante las primeras fases de vida del enclave. Igualmente se documentan
configuraciones espaciales relativamente dispersas pero
absolutamente estables en cuanto a la gestión del parcelario, (la configuración de los grupos domésticos en
racimo de Gózquez). Por último, y lo que parece ser el
comportamiento más habitual, tendríamos la configuración laxa con ligeros desplazamientos del área residencial de todos o la mayoría de los grupos domésticos a lo
largo del tiempo, generalmente siguiendo pautas de
reconstrucción de ciclo generacional (la aldea de El
Pelícano a partir de mediados del siglo VI d.C.).
La presencia de una gran necrópolis, usada por toda
la población durante un periodo plurisecular, sería el
mejor testimonio arqueológico de la existencia de una
comunidad aldeana, como hemos señalado. De igual
forma, el reconocimiento preciso de múltiples áreas
funerarias restringidas, formadas por escaso número de
sepulturas, siempre que se cuente con un margen de
seguridad al respecto de que la información no es excesivamente parcial o deficiente (que esas estructuras no
sean la única parte visible de una necrópolis mayor)
viene a indicar con un alto índice de probabilidad que
nos hallamos frente a comunidades menores, en las que
no han llegado a establecerse vínculos complejos de
sociabilidad tales como los que quedarían englobados
en nuestra definición de las aldeas.
Resulta difícil llegar a concebir los asentamientos de
carácter aldeano como formas complejas de cooperación social sin una territorialización expresa y formalizada de sus términos. Lo cual no sólo lleva necesariamente a la fijación de los mismos con los de las comunidades vecinas, sino a una meticulosa gestión orientada a la maximización productiva de un parcelario estable sobre el que la comunidad atesora un profundo
conocimiento práctico. Los datos procedentes de los
análisis arqueozoológicos y paleobotánicos sugieren
una profunda integración de las actividades agrarias con
las ganaderas. A pesar de la dificultad que pueda entrañar el establecimiento de modelos de previsión de rendimientos agrarios, la capacidad de almacenamiento
expresada en los silos sugiere tal vez la puesta en marcha de sistemas de gestión avanzada de la producción
agrícola, que incluirían el aprovechamiento del estiércol
y formas de rotación de cultivos.
– Gózquez (San Martín de la Vega, Fig. 4: A01)
Coordenadas UTM: 4.454.420/449.330, 550-565
m.s.n.m.
Las diversas intervenciones arqueológicas desarrolladas entre 1997 y 2000 con motivo del proyecto de
construcción de un parque de ocio permitieron documentar exhaustivamente unos 23.000 m2 del barrio occidental del asentamiento, además de la planta completa
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
265
del cementerio, situado aproximadamente en el centro
de la aldea. La extensión completa de ésta al Sur del
arroyo (dentro de los límites del proyecto constructivo)
pudo documentarse durante los trabajos de seguimiento
arqueológico paralelos al desbroce superficial, siendo
topografiados sus restos a lo largo de una extensión de
diez hectáreas 71.
Los contextos más antiguos de amortización de las
estructuras del poblado se fechan en torno al segundo
cuarto del siglo VI d.C. de acuerdo a las características
del material cerámico, de algunos fragmentos de vasos
importados y de varias dataciones absolutas 72. El abandono del mismo se situaría en torno a mediados del siglo
VIII d.C. Las dataciones absolutas, apoyadas en el análisis secuencial del repertorio cerámico y su comparación con el de otros registros de la región de Madrid,
fundamentan la propuesta.
Aunque pueda parecer ahora una obviedad, el yacimiento testimonió la vinculación existente entre un
cementerio de tipo visigodo y un núcleo residencial
estable. La excavación en extensión permitió también
comprobar la distancia existente entre ambos espacios
(40-70 metros). El área residencial queda conformada
por la distribución en racimo de una serie de parcelas de
formato rectangular, algunas de ellas vacías, presumiblemente destinadas al cultivo intensivo, y otras ocupadas por estructuras de todo tipo: edificios con zócalos de
piedra, cabañas de diversos formatos y funciones, silos,
hornos y un pozo. Una serie de zanjas delimitan físicamente algunos perímetros parcelarios, aunque en otros
casos es la propia disposición ordenada de las estructuras la que ayuda a trazar esos contornos cuando su testimonio material ha desaparecido. En el centro del área
excavada, un camino encajado entre dos lindes (cercas o
setos) deja paso desde el Sur (fuera del espacio poblado)
hasta el pozo y un grupo de casas. Uno de los grupos
domésticos construye durante el siglo VII una casa de
planta compleja, con tres estancias en torno a una especie de pequeño patio con un gran silo en el centro y
dotada de un largo y estrecho ambiente en su frente
Norte (posible almacén). A un par de metros al Oeste se
levanta por las mismas fechas una construcción interpretada como lagar de aceite (VIGIL-ESCALERA 2006:
fig. 7). Otras casas de la zona alta adoptan formatos
71
Existen diversas noticias parciales publicadas sobre el
asentamiento, sus estructuras y materiales (VIGIL-ESCALERA
2000, 2003a, 2003b, 2005, 2006; CONTRERAS 2006 trata del
cementerio).
72
Los conjuntos cerámicos de las estructuras amortizadas
más antiguas presentan altos porcentajes de cerámica a torno
lento. Entre las piezas importadas destaca un cuenco Hayes 99
y algunos fragmentos de DSP. Las siete dataciones radiocarbónicas disponibles han sido publicadas (VIGIL-ESCALERA 2003:
375).
Madrid. ISSN: 0066 6742
266
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
adaptados a la pendiente (semiexcavadas), inscribiéndose en recintos de planta poligonal, mientras que un par
de casas de la parte baja de la ladera presentan edificios
rectangulares pareados. Muchos de estos rasgos se repetirán en la documentación planimétrica de otros yacimientos de la región (El Pelícano).
Un par de estructuras 73 se han interpretado como
hornos para la producción de cerámica. Al igual que en
otros yacimientos madrileños, esta actividad parece no
generar residuos visibles (testares ni piezas defectuosas).
El cementerio esta compuesto por unas 356 sepulturas, de las que se excavaron alrededor del 80% 74. El
número de individuos inhumados llegaría probablemente al medio millar. La distribución de las sepulturas indica que el cementerio estuvo delimitado por un recinto de
forma aproximadamente rectangular, de unos 60 metros
de largo por 50 de ancho. Las más antiguas se sitúan en
la parte alta de la ladera, y aunque parecen distinguirse
agrupaciones de carácter familiar, el formato general
presenta hileras más o menos paralelas. Con el paso del
tiempo parece que se irían ocupando los intersticios
libres. Un grupo numeroso de sepulturas infantiles y la
mayor parte de las tumbas de fosa simple se ubican en
la parte inferior de la ladera y en la esquina Nordeste del
recinto. Como suele ser habitual, la cronología proporcionada por el material metálico resulta ligeramente
más antigua que la proporcionada por el registro material del asentamiento. Por otra parte, de acuerdo al estudio aislado de los contextos funerarios, el uso de la
necrópolis no habría llegado a finales del siglo VII,
fecha corregida por los contextos excavados del poblado.
– El Pelícano (Arroyomolinos, Fig. 4: A02)
Coordenadas UTM: 4.458.400/421.540, 590-610
m.s.n.m.
Las diversas campañas de excavaciones desarrolladas entre 2003 y 2005 abarcan una superficie global de
54.000 m2, además de los sondeos efectuados en una
parcela contigua de 34.860 m2. El asentamiento altomedieval surge como un enclave nucleado a finales del
siglo V d.C., entre dos pequeños barrancos sobre la orilla septentrional del arroyo de Los Combos, cerca de las
ruinas de una villa tardorromana. El cementerio, conocido sólo gracias a la campaña de sondeos, se ubica
entre este núcleo y el yacimiento tardorromano (al
73
Ambas tienen planta en forma de ojo de cerradura y se
asignan a la fase I (segunda mitad del siglo VI d.C. aproximadamente).
74
Cuarenta y nueve de las sepulturas excavadas corresponden a individuos infantiles. La población estimada para el asentamiento se situaría como media en torno al centenar de individuos.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
Oeste). Los datos parciales de la peritación arqueológica sugieren un número muy alto de enterramientos (por
encima de los 200).
Sucesivas reconstrucciones de edificios con zócalos
de piedra y alzados de adobe propician el desarrollo de
una secuencia estratigráfica de más de un metro de espesor en algunos puntos de ese enclave original. Las construcciones se apiñan sobre una ladera aterrazada, tal vez
amortizando una serie de parcelas de cultivo del establecimiento romano. A partir de mediados del siglo VI surgen enclaves unifamiliares independientes remontando
la misma orilla del arroyo hasta una distancia máxima
de 1.500 metros del centro antiguo, que se abandona a
finales de esa centuria para dejar lugar a su utilización
como una expansión de la zona cementerial hacia el
Este.
La parte excavada del asentamiento primitivo, el
enclave agregado, ofrece un repertorio amplio de estructuras: pueden identificarse un mínimo de tres bloques o
grupos de construcciones que conformarían otras tantas
unidades domésticas, los numerosos silos se concentran
sobre todo en las zonas abiertas, que presentan el aspecto de patios de planta irregular (VIGIL-ESCALERA 2006:
fig. 5). También se documenta un pozo en el extremo
meridional del área explorada. Del tramo más antiguo
de la secuencia ocupacional se conservan principalmente fosas amplias, tal vez asociadas a cabañas de suelo
rehundido. Hornos y hogares conforman el resto de las
estructuras. En esta fase, los hogares asociados a los edificios suelen presentar plantas rectangulares con solados
de fragmentos cerámicos.
A lo largo de la siguiente fase, a partir de mediados
del siglo VI, el poblamiento adopta una configuración
mucho más laxa, con granjas correspondientes a diferentes unidades domésticas separadas de sus vecinas por
espacios vacíos. El ámbito ocupado por la aldea supera
las doce hectáreas. En ocasiones pueden reconocerse
sucesivas reconstrucciones de estas unidades domésticas a escasa distancia de las precedentes, lo que implicaría una continua modificación del parcelario anejo a la
casa, tal vez para aprovechar el mayor contenido orgánico de los espacios que antes tuvieron un uso residencial. En algunos sectores, las granjas adoptan un diseño
ordenado, con los edificios de carácter residencial situados en la zona alta de la ladera, un patio amplio delante
y construcciones alineadas a ambos lados. Se advierten
algunas agrupaciones de silos coincidentes con los límites (materialmente desaparecidos) de determinados
espacios o habitaciones. Otras casas coetáneas, por el
contrario, siguen un esquema evolutivo más orgánico y
menos planificado, como si tuvieran lugar sucesivas
modificaciones de un diseño constructivo original.
Como en tantas ocasiones, la reutilización intensiva de
materiales constructivos conlleva un difícil reconocimiento de los rasgos de las construcciones de las fases
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
precedentes. Con todo, los edificios sobre zócalo de piedra parecen estar representados en todas las fases. Es en
ellos donde se testimonia preferentemente la utilización
de cubiertas de teja curva: todas las cabañas emplearon
elementos vegetales en sus cubiertas 75. Un horno exento de considerable tamaño, asociado a la granja de
mayores dimensiones, parece sugerir una utilización
colectiva de parte de las instalaciones destinadas a la
preparación de alimentos.
Las fechas de abandono que se manejan para el conjunto del asentamiento concuerdan con las de la aldea de
Gózquez, al menos por lo que respecta a las características de los repertorios cerámicos de la última fase de
ocupación. No se conocen en todo el municipio restos
arqueológicos de ocupaciones posteriores hasta la repoblación plenomedieval del territorio.
– Acedinos (Getafe, Fig. 4: A03)
Coordenadas UTM: 4.458.895/436.070, 620 m.s.n.m.
Los escasos datos publicados sobre este enclave se
concentran en la necrópolis excavada el año 2004 con
motivo de los proyectos de urbanización de la zona y
modificación de las carreteras existentes (CONSUEGRA,
PARRA 2005), aunque igualmente se hace referencia
genérica a los cercanos restos del asentamiento. La
excavación afectó a una superficie de más de 47.000 m2,
con el cementerio en el lado oriental y el asentamiento
al Sur, todo ello dispuesto en la orilla izquierda del arroyo Culebro. La necrópolis esta formada por al menos
116 sepulturas en fosa simple o cista de lajas con orientación Este-Oeste dispuestas en alineaciones o calles 76.
Su datación de acuerdo a los materiales metálicos se
encuadraría entre los siglos VI y VII d.C., aunque algunas botellas y jarritos cerámicos atestiguarían su uso
hasta bien entrado el siglo VIII. El estado de conservación de algunas de las inhumaciones sugiere la pérdida
por arrasamiento superficial de una parte sustancial del
cementerio.
Una parte de la documentación asequible (SERRANO
2003) permite comprobar la existencia en el asentamiento de silos, pozos y cabañas de suelo rehundido,
algunas con hornos asociados. También constan referencias a cerámicas de probable cronología emiral.
Uno de los rasgos más llamativos del emplazamiento de esta aldea es su cercanía a la de Loranca (vid.
infra). Entre el cementerio de Acedinos y el más antiguo
de los dos documentados en Loranca (presumiblemente
coetáneos) la distancia es de menos de 2.100 metros en
línea recta, si bien es cierto que sus respectivos territo75
Este es un rasgo común a todos los yacimientos investigados, aunque alguna construcción sobre zócalo pétreo posiblemente tuviera cubierta vegetal.
76
Aunque un único enterramiento se dispone Norte-Sur, de
modo análogo a lo observado en Gózquez.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
267
rios de explotación preferencial formarían parte de
cuencas hidrográficas diferenciadas.
– Loranca/El Bañuelo (Fuenlabrada, Fig. 4: A04)
Coordenadas UTM: 4.457.800/434.400, 640 m.s.n.m.
Las intervenciones efectuadas entre los años 2005 y
2006 con motivo del proyecto de urbanización del área
han permitido documentar los restos de una villa romana con edificios de uso termal y un extenso yacimiento
altomedieval 77. Se han excavado en extensión dos áreas
cementeriales diferenciadas: la primer de ellas, situada
al Norte de los edificios romanos, presenta una planta
netamente cuadrangular en la que quedan circunscritas
cerca de 200 sepulturas; la segunda, situada unos 175
metros al Sur, presenta unos 60 enterramientos mayoritariamente sin ajuar. En este caso es posible que pudiéramos encontrarnos ante un desplazamiento del cementerio en algún momento indeterminado del siglo VII
d.C. Las inhumaciones más antiguas del núcleo Norte
podrían remontarse a la segunda mitad del siglo V d.C.,
estando en uso al menos durante todo el siglo VI y tal
vez parte del siguiente. Se detecta un uso frecuente de
materiales expoliados de las instalaciones romanas
durante la fase más antigua (ladrillos y teja). El cementerio meridional no ha proporcionado enterramientos
vestidos, y por tanto resulta más difícil de datar con precisión. Los restos asignables al asentamiento se dispersan a lo largo de una gran extensión, superior a las diez
hectáreas, en el interfluvio de dos pequeños arroyos
(Loranca-Tajapiés). Silos, cabañas de suelo rehundido,
pozos y hornos son, como en el resto de asentamientos,
las estructuras más habituales.
– Cacera de las Ranas (Aranjuez, Fig. 4: A07)
Coordenadas UTM: 4.427.300/440.775, 481 m.s.n.m.
De la aldea de Cacera de las Ranas sólo hay disponibles datos relativos al cementerio, excavado durante
varias campañas entre 1988 y 1989 (ARDANAZ 2000).
Queda situado en el borde de una terraza cuaternaria, en
la orilla meridional del Tajo, un par de metros por encima de los terrenos de vega. Estuvo constituido por al
menos unas 300 sepulturas (se excavaron unas 150),
datadas de acuerdo al análisis del material metálico
entre finales del siglo V y el VII (Id.: 209). Los trabajos
de extracción de una gravera y excavadores clandestinos
provocaron la pérdida de un número indeterminado de
tumbas. La planta publicada del yacimiento no ofrece
suficientes datos como para determinar la exacta delimitación o forma del espacio cementerial. El asentamiento
asociado se encuentra sin excesivas dudas en las inmediaciones, tal vez en el reborde del río Tajo, siguiendo
una pauta de emplazamiento observada recientemente
77
Agradecemos a Eduardo Penedo, director del proyecto, la
información proporcionada durante la visita al yacimiento.
Madrid. ISSN: 0066 6742
268
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
en otros tramos del mismo río 78. A tenor de las obvias
similitudes con el resto de las grandes necrópolis coetáneas de la región parece lógico asumir que se trata del
cementerio estable de una comunidad en uso durante un
periodo plurisecular.
– La Indiana (Pinto, Fig. 4: A05)
Coordenadas UTM: 4.455.800/440.660, 595-600
m.s.n.m.
El asentamiento altomedieval documentado en lo
que hasta hace poco era el extremo Norte del casco
urbano de Pinto presenta ciertas dificultades a la hora de
proceder a su interpretación y realizar su adscripción a
una determinada categoría. Según la dispersión de materiales cerámicos (Carta Arqueológica de 1989), tuvo una
notable extensión (en torno a las dieciocho hectáreas), a
ambos lados de la Cañada Real Galiana y sobre la
misma. Se encuentra surcado por un par de regatos o
pequeños arroyos (Cacera Vieja y Cacera del Valle), en
una zona ocupada tradicionalmente por huertos donde
no escasearon las norias. La campaña de excavaciones
arqueológicas efectuada en 1997 (sobre una superficie
de cerca de una hectárea, repartida en varias parcelas)
permitió documentar varias áreas de uso residencial
(cabañas de suelo rehundido, silos, zanjas y pozos que
conformaban diversas agrupaciones relativamente caóticas en términos espaciales) con una secuencia de ocupación comprendida entre finales del siglo V y mediados
del VIII d.C. 79
A pesar de las numerosas noticias y referencias
publicadas hasta la fecha 80, faltan testimonios acerca del
área cementerial presumiblemente asociada a las fases
más antiguas de la ocupación, por otra parte bien atestiguadas en lo que se refiere al asentamiento. Las 48
sepulturas documentadas forman parte probablemente
de un cementerio bastante más amplio, destruido por los
bloques de viviendas construidos durante los años setenta al sur de la actual calle Cataluña. La disposición de
las sepulturas conforma un espacio alargado con dirección Nordeste-Suroeste, la misma que lleva la Cañada.
78
A inicios de 2007 se han identificado mediante prospección varios yacimientos altomedievales en el término de Villamanrique de Tajo. Todos los asentamientos se ubican en la
vega, al borde del río, mientras que sus necrópolis ocupan el
reborde de la terraza superior (a salvo de eventuales crecidas).
79
El yacimiento albergó numerosas intervenciones arqueológicas entre 1994 y 1999. La secuencia de ocupación del área
comprende vestigios paleolíticos, calcolíticos, del Bronce
Final, romanos y de época islámica. Las ruinas de un establecimiento altoimperial fueron expoliadas de material constructivo
(piedra y teja) durante todo el periodo altomedieval (VIGILESCALERA 2007).
80
BARROSO et al. 1996; VIGIL-ESCALERA 1999, 2000, 2005;
RODRÍGUEZ CIFUENTES 1999; MORÍN et al. 1999; OÑATE et al.
2007.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
Resulta curioso, no obstante, que todas las documentadas se encuadran en una fase tardía de ocupación (siglos
VII-VIII d.C.).
Por cuanto atañe a la organización interna del enclave, un nutrido grupo de silos se concentra en un área bien
delimitada, sugiriendo tal vez un eventual uso comunitario de la misma al margen de las estructuras de almacenamiento asignadas a cada unidad o grupo doméstico.
Una alineación de varios pozos invitaría a pensar en la
existencia de una serie de parcelas regables dispuestas en
batería ladera abajo. La ausencia de edificios con zócalo
de piedra es achacable con escaso margen de error al
arrasamiento horizontal de la cota de frecuentación original por causa del laboreo agrícola. Esto se confirma
ulteriormente por las secciones conservadas de los silos
(en todos se aprecia la pérdida de su embocadura).
En la parcela denominada Cacera del Valle, unos
200 metros al Norte del núcleo principal, los restos
parecen asignables a la ocupación de una única unidad
doméstica. En sus inmediaciones (a unos 40 metros de
distancia), excavaciones efectuadas anteriormente por
otro equipo durante la construcción de los viales documentaron un par de sepulturas de lajas sin ajuar o elementos que permitan avanzar una datación precisa.
El análisis faunístico de los restos sugiere unos
patrones de aprovechamiento ganadero similares a los
ofrecidos por el yacimiento de Gózquez, aunque con
unos menores porcentajes de équidos y una mayor presencia de suidos.
– Tinto Juan de la Cruz (Pinto, Fig. 4: A06)
Coordenadas UTM: 4.457770/440.820, 590-600
m.s.n.m.
El yacimiento, situado en una pequeña elevación a
escasos 100 metros de la orilla meridional del arroyo
Culebro, ha sido objeto de una publicación monográfica
que amplía anteriores noticias (BARROSO et al. 2001,
2002), si bien es cierto que la atención ha estado focalizada preferentemente en el cementerio y en los restos de
la villa romana sobre la que se dispone. La superficie
excavada en 1991-92 ronda los 3.000 m2. Poco puede
decirse sobre el asentamiento eventualmente dispuesto
en sus aledaños, dado que no fue objeto de excavación.
Algunos “silos y basureros”, tal vez un par de pozos,
varios hoyos de poste, algunos hogares y unos escasos
restos de zócalos de piedra superpuestos a los de los edificios romanos conforman sus únicos testimonios dentro
del área excavada. La descripción del material procedente de estas estructuras es excesivamente vaga como para
extraer conclusiones cronológicas precisas 81. La presen81
Se echa en falta un inventario detallado del material cerámico de acuerdo al contexto de procedencia, siendo sustituido
este criterio por la descripción global de los principales tipos de
producciones.
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
cia de cerámicas grises estampilladas (del tipo DSP), los
cuencos carenados y la escasa cerámica común dibujada
(descrita a partir de la tipología de la común romana)
sería concordante con fechas de la segunda mitad del
siglo V y la primera del VI d.C.
El cementerio esta formado por más de 80 sepulturas, en fosa simple, con cistas de piedra o con tejas (las
infantiles) 82. Según nuestros cálculos, el número mínimo de individuos inhumados rondaría el centenar. Los
materiales metálicos de adorno personal han sido fechados en el siglo VI aunque algunos podrían remontarse a
finales del V d.C.
Si bien los datos disponibles no serían concluyentes, creemos que el tipo de cementerio y el suficientemente alto número de inhumaciones puede ser determinante para la inclusión de este enclave dentro de la
categoría de aldea. Tal vez el asentamiento no prosperase mucho más allá de una centuria, o que sus efectivos fueran englobados en alguno de los enclaves de sus
inmediaciones (el de La Indiana se sitúa a menos de dos
kilómetros de distancia al Sur). No podría descartarse
tampoco que este caso fuera similar al de Loranca, con
la redefinición de un nuevo cementerio tardío en su
entorno.
4.3. Un caso específico
A lo largo de la exposición se ha hablado reiteradamente de la ocupación por unidades domésticas y del
fenómeno de su desplazamiento según ciclos generacionales de reconstrucción a lo largo del tiempo. En este
apartado se verá el caso detallado de un enclave, posiblemente una granja, por cuanto ejemplifica de forma
bastante clara esta clase de situaciones.
Se trata del yacimiento de La Vega (fig. 4: G10), sito
en el término de Boadilla del Monte (Madrid). Ha sido
objeto de una breve publicación, de la que procede la
mayor parte de los datos disponibles (ALFARO, MARTÍN
2000) 83. Su excavación arqueológica, motivada por un
proyecto de urbanización, tuvo lugar en 1996. La superficie excavada ronda los 2.300 m2. Aparte de un valioso
repertorio de materiales metálicos (cencerro, pinzas,
hoz, mango torsionado de pala, cuchillo largo o espada,
fragmento de broche de cinturón liriforme) se recuperó
un triente del correinado Egica-Vitiza, datado entre 696
y 702. El yacimiento se ubica en las inmediaciones de
269
una villa tardorromana (La Pingarrona), en una ladera
suave que desciende hacia el arroyo de la Vega 84.
Los rasgos del repertorio cerámico concuerdan con
una versión relativamente evolucionada de los propios
de las fases de abandono de buena parte de los enclaves
rurales de la región (mediados del siglo VIII d.C.) y con
los del yacimiento de Navalvillar (Colmenar Viejo) 85.
A partir de la planta publicada del yacimiento, nos
hemos permitido plantear una interpretación alternativa
del conjunto de estructuras que simplifica en parte la
lectura del elenco de relaciones estratigráficas y se aparta de la anterior versión del conjunto como un todo sincrónico. Según esta relectura (fig. 7), el yacimiento
ejemplificaría la reconstrucción completa de las instalaciones de una unidad doméstica o granja superponiéndose en parte a los restos de una fase inmediatamente
anterior. En cada caso, las edificaciones se alzan sobre
un zócalo perimetral de pequeños mampuestos de piedra sin desbastar 86. Los alzados debieron ser de adobe,
y las cubiertas, a un agua, de teja curva. Los derrumbes
estructurados de éstas se documentaron preferentemente en los edificios adscritos a la segunda fase.
Cada uno de los ambientes específicos y su disposición espacial en torno a un espacio abierto (corral o
patio) es repetido de un modo no mecánico en la
siguiente reconstrucción. Aunque resulta arriesgado
establecer fidedignamente la interpretación funcional de
cada uno de ellos, parece que el conjunto formado por
habitación doble (1a-1b) y cocina (2a-2b) unido durante la primera fase (formando una L) aparece separado en
la segunda. El gran hogar (o posible horno) presente en
la esquina de uno de los ambientes de la primera fase es
sustituido en la segunda por una construcción aneja al
exterior del mismo ambiente. Por lo que respecta a los
dos edificios exentos (¿almacén y establo?, numerados
como 3 y 4), siguen distribuidos en la reconstrucción de
acuerdo al modelo original. La distancia que separa al
edificio 3 del cuerpo residencial principal (1-2) se mantiene invariable en las dos fases. En el espacio abierto,
en torno el cual se articulan todas las edificaciones, se
localizaron siete molinos manuales de granito.
Llama la atención la presencia de dos únicos silos al
Norte de los edificios. Teniendo en cuenta la presencia
de otros yacimientos próximos y coetáneos con abun84
82
Los autores reconocen la probable destrucción de un
número indeterminado de sepulturas por causa del laboreo agrícola (BARROSO et al. 2001: 119), pero no contabilizan como
tales algunas fosas de inhumación sin restos óseos conservados.
83
Además hemos podido consultar la documentación completa del registro cerámico, por lo que estamos agradecidos
doblemente a Asunción Martín. Sus coordenadas UTM son
4.472.750/424.950.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
Recientemente se ha excavado otro sector que podría
corresponder al mismo yacimiento, con abundantes silos y lo
que pueden ser un par de cabañas de suelo rehundido, aunque
la información proporcionada es excesivamente vaga (VEGA
2005: 146-8).
85
Al menos con los de las piezas publicadas (CABALLERO
1989).
86
Posiblemente en las pequeñas dimensiones del material
está la razón por la que no fueron expoliados los zócalos de las
construcciones abandonadas.
Madrid. ISSN: 0066 6742
270
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
Figura 7. Detalle de las dos probables fases constructivas de una única granja en La Vega (a partir de Alfaro, Martín 2000: Fig. 3).
dantes estructuras de este tipo, cabe pensar que debió
existir un área específica dedicada al almacenamiento
en las proximidades del sector explorado. De acuerdo al
comportamiento de los espacios funerarios observado
en otros yacimientos, hubiera sido posible localizar
estas estructuras tal vez en un radio de 30-40 metros de
distancia de las edificaciones, pero esta eventualidad
parece no haberse contemplado o previsto en el diseño
de la intervención.
Nos serviremos a continuación de esta segunda lectura del yacimiento de La Vega para examinar algunas
de las implicaciones teórico-metodológicas que subyacen en el conjunto del presente trabajo, tal y como
podrían ejemplificarse a partir del análisis e interpretación de este caso específico.
En ausencia de unos correlatos estratigráficos definitivos que permitan ordenar de forma taxativa la serie
de elementos que integran el registro arqueológico
específico de este yacimiento, se podrían dar toda una
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
serie de argumentaciones contrarias a la interpretación
que planteamos. Se podría argumentar, por ejemplo,
que en algunas de las habitaciones adscritas ahora a la
primera fase de ocupación fueron documentados los
estratos de derrumbe de teja de las cubiertas relativamente estructurados. Lo que, en principio, podría ser
un buen indicio para situar ese ambiente particular en
la fase de abandono definitiva del yacimiento puede
llegar a explicarse de una forma menos unidireccional
(o reductiva) dentro de un contexto más amplio de significados y relaciones entre elementos. Es posible que
a una fase constructiva original, durante la cual la teja
fue un producto asequible, sucediera otra en la que se
torna por necesidad o conveniencia al empleo de las
cubiertas vegetales (posibilidad que no se excluye en
algunas partes del informe original para ciertas habitaciones). Es igualmente posible que la teja de las construcciones correspondientes a la última fase fuera desmontada en el momento en el que se abandona el lugar,
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
para su reutilización en otra parte 87. Se desconoce qué
parte del (eventual) arrasamiento desigual del yacimiento es achacable al azar, a la erosión o a la disposición topográfica particular de cada elemento en concreto. ¿Qué partes del registro son susceptibles de encontrar una explicación argumentada en términos arqueológicos, estratigráficos o de pura lógica? Abordando
con el suficiente detalle el análisis arqueológico de ese
repertorio de informaciones (lo que sólo será posible
con la publicación completa de los datos objetivos de la
intervención) estaremos en disposición de someterlos a
una nueva reevaluación podremos llegar a cambiar el
orden de la secuencia (tal vez revertiéndola por completo). Pero ninguna de esas contingencias tendría
mayor trascendencia explicativa salvo que lográramos
dar con ella un mayor grado de coherencia al conjunto
completo ofrecido por la serie aleatoria de elementos
disponibles. En cualquier caso, esas modificaciones no
afectarán a la comprensión global del ciclo constructivo-reconstructivo de esta granja concreta como proceso reconocible (y modélico), ni tampoco menoscabará
el alcance de los nuevos interrogantes que es capaz de
generar sobre la lógica de la ordenación espacial del
espacio construido por una unidad doméstica.
En los párrafos anteriores hemos propuesto una reinterpretación del yacimiento que ordena espacial y diacrónicamente y da un nuevo sentido global a toda una
serie de estructuras arqueológicas documentadas a
modo de palimpsesto sobre la superficie explorada. No
se trata de ninguna forma de polemizar sobre la interpretación de este u otro sitio en particular. El objetivo era
demostrar el funcionamiento modal de los ciclos constructivo-reconstructivos que aparecen en una serie
amplia de casos como un patrón de conducta de compleja visibilidad y que, con insistencia, dificulta llegar a
una comprensión coherente del conjunto del registro
material 88. No es contra un más o menos voluminoso,
parcial y heterogéneo cuerpo de datos sin interpretar
(descripciones delgadas) que debemos medir la perti87
Un caso análogo se ha documentado en uno de los enclaves altoimperiales insertos en el yacimiento de El Pelícano,
donde se ha podido reconstruir el fenómeno gracias al abandono
apilado de un lote de tejas apoyado sobre un muro, listo para ser
transportado a otra ubicación (VIGIL-ESCALERA 2003: Fig. 4).
88
Hemos planteado anteriormente (VIGIL-ESCALERA e.p.1)
una aproximación a esta clase de problemas. La interpretación
de los restos de una ocupación unigeneracional por una unidad
doméstica muy simple, fechable en torno a la segunda mitad
del siglo VI y ubicada en el sector 1A de la aldea de El Pelícano, brinda la posibilidad de desarrollar estudios comparativos
por lo que respecta a la lógica implícita en la ordenación espacial del espacio construido y el funcionamiento interno de los
grupos domésticos. Esta línea de trabajo ha sido desarrollada
en algunos proyectos sobre la cultura castreña (FERNÁNDEZPOSSE, SÁNCHEZ-PALENCIA 1998).
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
271
nencia de nuestras explicaciones, sino contra el poder y
los límites de la imaginación científica, para que nos
proporcione alguna aproximación a las vidas de unos
extraños (GEERTZ 1973: 16).
4.4. Contra la excepcionalidad de los registros madrileños
La situación de la Meseta Norte, por muy desequilibrada que pueda encontrarse en cuanto a excavaciones
arqueológicas en extensión y ausencia de zonas concretas (o microrregiones) intensivamente exploradas, proporciona elementos suficientes a día de hoy, a nuestro
juicio, para que no deba contemplarse como escenario
de procesos en exceso dispares de los entrevistos en
Madrid.
Las excavaciones arqueológicas en extensión llevadas a cabo durante los últimos años por empresas como
Strato en yacimientos de la cuenca del Duero (SANZ et
al. 1996; STRATO 1999, 2003, 2004a, 2004b), los resultados de las campañas de prospección superficial, tanto
las de Carta Arqueológica como las desarrolladas
recientemente en comarcas salmantinas por equipos de
investigación (CALLEJA 2001; ARIÑO et al. 2002; ARIÑO
et al. 2005) y los resultados que ofrecen algunos trabajos de síntesis recientes sobre material cerámico
(LARRÉN et al. 2003) constituyen un elemento probatorio de cierta consistencia que habla de la no excepcionalidad de los registros arqueológicos madrileños y sus
principales implicaciones analíticas e interpretativas.
La dispersión espacial de los yacimientos altomedievales conocidos en algunas comarcas de Salamanca
(ARIÑO et al. 2005: figs. 2-3), la de los enclaves del
interfluvio Adaja-Voltoya al Norte de la ciudad de Ávila
(QUIRÓS, VIGIL-ESCALERA 2006) o los del término de
Morales de Toro, en Zamora (SANZ et al. 1996) sería en
conjunto lo suficientemente explícita como para inferir
la presencia de una malla densa de asentamientos de
este periodo de la que hasta el momento sólo han podido revelarse algunos pequeños sectores. Incluso en
regiones excéntricas respecto al ámbito meseteño, las
investigaciones llevadas a cabo recientemente en Galicia sobre la formación de paisajes agrarios (CRIADO,
BALLESTEROS 2002; BALLESTEROS et al. 2006; QUIRÓS,
VIGIL-ESCALERA 2006) implican la constitución de
comunidades campesinas estables de carácter aldeano
con varios siglos de adelanto sobre lo que tradicionalmente han admitido los medievalistas. Y algo similar
está acaeciendo con las investigaciones llevadas a cabo
sobre despoblados altomedievales de la Llanada alavesa
(QUIRÓS 2006). La situación, no obstante lo fragmentario del panorama a la hora de emprender una síntesis
para el cuadrante Noroeste de la Península, resulta suficientemente sólida como para obligar a los escépticos a
demostrar los datos que avalaran la tesis contraria, la de
Madrid. ISSN: 0066 6742
272
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
una profunda desarticulación, social y política, del
poblamiento rural en todos estos territorios entre los
siglos V y VIII.
5.
ASPECTOS ECONÓMICOS
5.1. Líneas generales de circulación de bienes y servicios
El territorio de cada centro urbano parece conformar
tras la crisis del Imperio en la diócesis de Hispania un
sistema relativamente autónomo, en el que el estamento
propietario cierra con las familias y comunidades
dependientes asentadas en sus dominios una relación
basada en un flujo recíproco de bienes y servicios sustancialmente desigual, pero asentado sobre un cierto
grado de consenso previo que permite y garantiza una
cierta estabilidad. La comunión de intereses del grupo
de los propietarios, laicos y eclesiásticos, permite mantener un nivel efectivo de coerción a partir de un cóctel
de medidas legales y prácticas consuetudinarias, sanciones religiosas y el eventual recurso a la violencia física.
El alcance de acuerdos entre el estamento propietario y
las comunidades rurales garantiza al primero el mantenimiento de una cierta masa de mano de obra en sus tierras y bajo su patronazgo (y la satisfacción de una serie
de rentas). Esa fuerza de trabajo bien pudo hasta ese
momento encontrarse dispuesta a cambiar de señor o de
territorio en el caso de que se endurecieran las condiciones contractuales.
El proceso de rearticulación política a una escala
suprarregional sería uno de los principales intereses de
la clase dominante si, como podría plantearse, las propiedades de sus miembros se encontraban repartidas por
amplias zonas, lo que parece encajar bien al menos con
el panorama del territorio meseteño. En esta misma
dirección acabaron empujando las fuerzas de la monarquía visigoda, capaces a la postre (no sin vencer diferentes resistencias regionales) de aglutinar los heterogéneos intereses confluyentes de una parte de la más poderosa aristocracia hispanorromana. Al otro lado de un
umbral de compleja definición se situaron tal vez las circunstancias en que se vieron envueltos otros centros
urbanos periféricos, cuyo ámbito de influencia (la
extensión de las propiedades fundiarias de su clase rectora y la base social de su propia hegemonía) pudo estar
más localmente restringido, concentrado exclusivamente en su propio territorio. En estos casos las tendencias
centrífugas, más o menos aislacionistas, debieron prevalecer como opción política mayoritaria.
Si como hemos visto anteriormente, poco es lo que
se conoce sobre el funcionamiento de la ciudad en estos
siglos, muy escasos o nulos son también los datos y lo
que puede decirse sobre los procesos y características en
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
que se desenvuelve su periferia inmediata o entorno
suburbano 89. En el ámbito del más extenso territorio de
influencia de la ciudad, las líneas generales de circulación de bienes y servicios funcionarían del siguiente
modo. Una serie de flujos cortos entre los asentamientos
rurales más próximos entre sí representarían la circulación de bienes que permiten mantener un equilibrio
regional en la provisión de bienes de primera necesidad
incluyendo las mínimas especializaciones productivas
propias y específicas de cada nicho ecológico o comunidad. De todos los puntos que conforman la malla del
poblamiento rural parten líneas en dirección al centro o
a otros lugares intermedios de recepción. Estas representarían el pago de rentas en especie y servicios de
acuerdo al sistema de propiedad de la tierra y el de las
eventuales cargas fiscales. Desde la ciudad parte a su
vez un haz de líneas hacia la periferia que representa la
circulación de regalos y contraprestaciones (vasos de
vidrio, broches metálicos, ciertos tejidos). Estas constituyen un sistema de redistribución de objetos ‘de prestigio’ a través de los cuales se reproducen los valores
hegemónicos que sustentan el sistema. La propiedad de
esta clase de bienes será profusamente exhibida en
público aprovechando las ocasiones más solemnes en
las que participan todos los miembros de la comunidad.
Una parte de esos bienes será amortizada con ocasión de
la muerte del propietario por su familia. Los vínculos de
carácter personal mantenidos con el Poder, residente a
muchos kilómetros de distancia, deberán ser probablemente renovados por los herederos.
Tanto desde el centro (la ciudad) como desde algunos enclaves del territorio rural parten líneas de flujo
hacia fuera que hacen permeable el sistema. Estas representan la circulación y trueque de bienes y servicios
deficitarios, escasos o especializados. Una parte puede
estar controlada jerárquicamente y centralizada, otras
redes pueden tener un carácter abierto. Los molinos
manuales de granito, algunas materias primas básicas
(como el hierro en lingotes o la sal) y el trasiego de artesanos especializados itinerantes, como los alfareros,
podrían formar parte de estas redes supracomarcales.
5.2. Producción agraria, complejidad y especialización
Hasta donde conocemos, la producción económica
de la mayor parte de los asentamientos excavados hasta
la fecha descansa esencialmente en el cultivo del cereal,
trigo y cebada fundamentalmente, aunque la ganadería
juega igualmente un papel relevante (ovicápridos, en
89
Resultaría muy difícil sintetizar y dar coherencia a los
escasos datos de calidad sobre el territorio suburbano de Complutum, pero nada podría decirse sobre el periodo altomedieval
en el suburbio rural inmediato a Toledo, o incluso a Recópolis
(OLMO 2007).
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GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
menor medida bóvidos y aves y a cierta distancia suidos
y équidos). Los silos para el almacenamiento subterráneo del cereal, omnipresentes en todos los enclaves en
grandes cantidades, y las muestras paleocarpológicas
estudiadas conforman una evidencia sólida a este respecto. Un grupo de asentamientos de la campiña presenta por otra parte evidencias de la explotación de olivares
(Gózquez y Pelícano) e incluso de la transformación del
producto en aceite (lagar de Gózquez). En los asentamientos de la vega del Jarama, algunos macrorrestos
vegetales demuestran el cultivo de frutales (El Encadenado). La ganadería juega en todos los asentamientos un
papel destacado, perfectamente integrado con el sistema
de las prácticas agrícolas a fin de optimizar sus sinergias. En principio conforman una excepción otras orientaciones relativamente ‘complejas’ observadas en sitios
como Gózquez, donde la cría de équidos de diversos
tipos (caballos, mulas, asnos) y su elevada representación en el repertorio faunístico global se aparta de los
estándares habituales. La cabaña de ovicaprinos seguramente aporta la mayor parte de las proteínas cárnicas en
la dieta de los asentamientos de la comarca y la principal materia prima para la confección textil, de la que
existen testimonios en casi todos los yacimientos 90.
Bueyes y vacas aportan su fuerza de trabajo y junto a los
anteriores sustentan la producción de derivados lácteos.
El ganado de cerda está escasamente representado en la
mayoría de las muestras analizadas, inéditas o publicadas, confirmando su papel como producto de consumo
aristocrático en todo el panorama altomedieval europeo.
Gallinas y gansos se crían en la mayor parte de los asentamientos estudiados. La caza apenas aporta recursos a
nivel testimonial en la mayor parte de las comunidades.
En resumidas cuentas, para el conjunto de los enclaves rurales analizados no conocemos apenas otra clase
de producción significativamente excedentaria fuera de
la agrícola, basada en el cereal y a veces en el aceite. La
provisión de artículos y servicios de primera necesidad
queda resuelta dentro del ámbito de una escala de producción esencialmente doméstica que sólo depende por
completo del exterior en lo referido al utillaje de hierro
y a los artefactos de molienda en granito. En los casos
en los que se han documentado escorias metálicas (Pelícano, por ejemplo), los análisis efectuados demuestran
su relación exclusiva con el trabajo de mantenimiento a
través de la forja. Es muy probable que los trabajos de
carpintería y construcción, la elaboración de productos
secundarios de origen animal (manufacturas textiles,
derivados lácteos y cárnicos…), la cestería, etcétera,
dependieran de las habilidades y destrezas de los inte-
90
Pesas de telar recortadas sobre fragmentos de teja o cerámica son un grupo de hallazgos muy frecuentes que apuntarían
una producción de escala doméstica.
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
273
grantes de las diferentes unidades domésticas campesinas. Determinados yacimientos, no obstante, proporcionan testimonios que apuntan a la producción de ciertos
artículos o bienes por encima de las necesidades propias
de la comunidad 91. En el marco de un sistema de intercambios mediante trueque a muy reducida escala, algunas de estas derivaciones hacia la especialización suponen, a nuestro juicio, un indicio suficiente para entrever
el condicionamiento de una parte de la producción
desde fuera de la comunidad e irían contra lo que sería
una lógica productiva campesina tendente a la máxima
diversificación y minimización de riesgos.
Durante los últimos años, intervenciones efectuadas
en los yacimientos de Arroyo Culebro-La Recomba
(Leganés) y Prado Viejo (Torrejón de la Calzada), han
permitido la documentación de varios hornos alfareros:
tres en Arroyo Culebro 92 y cuatro en Prado Viejo, a los
que habría que añadir los dos documentados en Gózquez y cuya interpretación se había mantenido entre
interrogantes. Estos últimos presentan una planta característica en ojo de cerradura, con rampa escalonada de
acceso a la parte más profunda de la fosa, donde un anillo de piedras pudo sostener una rudimentaria parrilla.
Las dos estructuras se encuadran en las fases más antiguas de la ocupación, dentro del siglo VI, siendo probable que la producción consistiera en ollas a torno lento
como las agrupadas en la clase TL1 (VIGIL-ESCALERA
2003). En cuanto a los más recientemente documentados, salvo en un caso, todas las instalaciones consisten
en una fosa excavada bajo la cota de frecuentación provista de un espacio para la carga y un horno de doble
cámara, con parrilla sostenida por pequeños pilares.
Tanto la parrilla como sus pilares son de barro cocido,
mientras la embocadura del horno se construye con
mampuestos e incluso fragmentos amortizados de molinos manuales. La parrilla estaría cubierta con una bóveda simple de arcilla. El escaso material cerámico procedente de los contextos de amortización de estos hornos
nos permitiría datar su uso y abandono durante el siglo
VII d.C.
Varias características de esta clase de producción
artesana que cabría juzgar como relativamente sofisticada 93 llaman la atención. La ausencia de testares o verte91
Estos bienes pueden haber sido objeto de una fiscalidad
especial, o incluso constituir una parte sustancial de la renta
agraria extraída al margen del cereal, con lo que el estamento
propietario se garantizaría una mínima diversidad en la clase de
productos percibidos.
92
Solamente existen referencias publicadas a uno de ellos
(PENEDO et al. 2001: 148).
93
Tal vez puedan encuadrarse en el tipo de “especializaciones ad hoc”, de acuerdo a la sistematización de Costin (2001:
275), como “producciones informales, esporádicas, de bienes
para el intercambio”.
Madrid. ISSN: 0066 6742
274
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
deros parece fuera de toda duda, al igual que la de productos defectuosos. La homogeneidad formal de la vajilla recuperada en los yacimientos con hornos no destaca
sobre la de los enclaves en que estas estructuras no aparecen, y ni siquiera es relevante la mayor o menor abundancia de restos cerámicos en los cómputos globales 94.
Esto indicaría que probablemente la cantidad de bienes
producidos dependería de la demanda existente o prevista y se ceñiría a ella. Los enclaves en los que aparecen los alfares no restituyen un número más elevado de
restos cerámicos que los asentamientos de su entorno, ni
en sus repertorios cerámicos se observa una mayor
homogeneidad formal o el predominio de unas clases de
vasos sobre otras. El emplazamiento contingente de
estos alfares no estaría condicionado sólo por la cercanía a materias primas (arcilla) de la calidad o especificaciones deseadas, en vista de las homogéneas condiciones sedimentológicas de todo el territorio estudiado 95.
El motivo ultimo de esa elección, pues, nos es desconocido. De las observaciones efectuadas podría inferirse
que el producto de los hornos sería consumido tanto por
el asentamiento en el que se produce la cerámica como
por los enclaves de su entorno, dentro de un ámbito relativamente reducido.
Durante años, los trabajos de inventario de la cerámica de un número notable de yacimientos han ido
acompañados de una serie de preguntas sin respuesta:
¿por qué aparecen las mismas formas en todos los yacimientos (con un muy alto grado de estandarización formal a pesar de tratarse de producciones a torneta) y sólo
cambia ligeramente el aspecto de la pasta de los cacharros? El descubrimiento de estos hornos permite proponer ahora algunas posibilidades: la de que nos encontremos ante la actividad de unos especialistas itinerantes
explicaría además la congruencia morfotipológica y técnica atestiguada en los repertorios cerámicos de yacimientos situados a considerable distancia, incluso a
ambos lados del Sistema Central. Lo más lógico sería
que estos alfareros pudieran dedicarse a esta actividad a
94
Resulta complejo determinar la cantidad de cerámica consumida como media por cada enclave, dada la disparidad implícita en cada una de las intervenciones arqueológicas. Con todo,
parece poder cuantificarse un menor consumo en algunos
enclaves definidos como granjas, como Prado Viejo, respecto a
las observaciones efectuadas sobre aldeas como Gózquez o El
Pelícano.
95
La tipología de los hornos resulta demasiado compleja
para considerar la presencia de especialistas suficientemente
cualificados en muchas comunidades rurales. Algunas piezas
de cerámica extremadamente sencillas, elaboradas a mano, sí
pudieron, por el contrario, ser objeto de una producción
doméstica esporádica (tapaderas discoidales planas y cuencos hemisféricos aparecen en escaso número en varios yacimientos).
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
tiempo parcial o según ciclos estacionales. Podríamos
incluso sostener a modo de hipótesis que procedan de
las estribaciones de la Sierra, y que puedan ser ellos
también los que surtan de molinos de granito a los habitantes de las campiñas a cambio de cereales, deficitarios
en su lugar de origen, y que su ámbito de actuación
cubra efectivamente las dos vertientes. La especialización en actividades de arriería por parte de las comunidades serranas es una tradición consolidada, que de esta
forma ven garantizado el acceso a unos productos agrarios de los que son deficitarias. Las líneas generales del
sistema seguramente tendieron a lograr un equilibrio
razonable en el acceso a los recursos de primera necesidad a escala regional o suprarregional.
No sería de extrañar que la producción y distribución de la sal formara parte del grupo de bienes sometido a control por las aristocracias. El grupo de yacimientos situado en las inmediaciones del arroyo de Espartinas (Ciempozuelos) han podido posiblemente participar
en la explotación de unas salinas interiores cuyo uso
esta atestiguado desde época prehistórica hasta el siglo
XVII (VALIENTE et al. 2002). En otra ocasión hemos
propuesto vincular la sobrerrepresentación de équidos
en el yacimiento de Gózquez con el acarreo del producto de estas explotaciones 96, aunque tal vez sea una
apuesta prematura de acuerdo a los datos existentes a
día de hoy.
Por lo que respecta al grupo de bienes de primera
necesidad cuyo origen debe forzosamente provenir de
lugares relativamente distantes o, en cualquier caso, de
fuera de la red de asentamientos rurales hasta ahora analizada, éste quedaría integrado por las herramientas
metálicas y los molinos manuales de piedra. La mayor o
menor lejanía al punto más próximo de acceso a esos
bienes o materias primas implicará una mayor o menor
complejidad del proceso de intercambio. Cae dentro de
lo razonable que las elites trataran de reservarse en la
medida de lo posible (apoyándose en su nivel de interrelación familiar y política) el monopolio del hierro, fundamental para reponer los aperos y herramientas 97. No
pudo ser este el caso de los molinos manuales de cuya
extracción existen bastantes evidencias al menos en la
falda Norte del Sistema Central, lejos de cualquier centro de poder. Son incontestables las huellas de esta actividad en varios puntos de la actual provincia de Salamanca, donde han podido documentarse en canchales
situados en las proximidades de yacimientos con fases
96
QUIRÓS, VIGIL-ESCALERA 2006.
En Brescia (Italia) se propone por estas fechas una actividad siderúrgica ligada al fisco (BROGIOLO 2000: 316). En nuestro ámbito sólo consta la presencia de escorias de forja en algún
yacimiento (El Pelícano), aunque la mayor parte de las aldeas
debió contar con individuos capaces de realizar esas tareas.
97
Madrid. ISSN: 0066 6742
GRANJAS Y ALDEAS ALTOMEDIEVALES AL NORTE DE TOLEDO (450-800 D.C.)
de ocupación altomedievales 98. Ambos tipos de bienes
quedarían integrados probablemente en circuitos independientes y de diferente carácter, uno tal vez jerárquico (el del hierro), el otro heterárquico (los molinos).
La escasa significación de todas estas producciones
débilmente especializadas ofrece margen suficiente para
sospechar la no necesaria presencia de una economía
con mercados ni siquiera a un nivel elemental dentro de
la malla de enclaves rurales analizada. Si existieron
diferencias jerárquicas visibles en el seno de la malla de
asentamientos, sus huellas (consumo diferencial de ciertos bienes, acceso privilegiado a los mismos), no han
sido aún documentadas. Sospechamos que esa desigualdad debe ser visible a otra escala, la que separa a los universos rural y urbano. Detrás de ciertas orientaciones
económicas al margen de lo que sería una estricta lógica campesina (una cría sustancialmente alta de équidos),
detrás de la acumulación de unos volúmenes de excedentes más allá de lo necesario para la autorreproducción del grupo (lo que podría interpretarse casi como un
monocultivo del cereal) y sobre todo, detrás de algunas
especializaciones productivas (entre las que destacaría
la producción de aceite) se sospecha la intervención más
o menos mediatizadora de los poderes residentes en las
urbes y sus propios intereses sobre la gestión productiva
de los enclaves rurales. Esto no debería impedirnos ver,
sin embargo, la existencia de un grado notable de equilibrio territorial en cuanto a la producción de bienes de
primera necesidad y a una circulación relativamente
fluida de esos bienes dentro del territorio.
6.
CONCLUSIONES
Entre mediados del siglo V y mediados del VIII d.C.,
el territorio situado al Sur de la actual ciudad de Madrid,
entre los ríos Jarama y Guadarrama (una parte del territorio septentrional de la sede toledana), estuvo ocupado
por una malla densa de granjas y aldeas. Los rasgos
arqueológicos de ambas formas de poblamiento rural
pueden llegar a ser caracterizados diferencialmente,
constituyendo el análisis de las formas de enterramiento
asociadas a cada tipo de enclave un rasgo determinante
a este respecto.
Granjas y aldeas responden a formas sociales diversas y, tal vez, a diferentes sistemas de gestión de la propiedad rural y de la producción agraria en las que la formación de colectividades estables, la identidad de los
98
Restos de la extracción de molinos manuales se documentaron, entre otros varios puntos, en Forfoleda (informe inédito
sobre las prospecciones para el Inventario Arqueológico de
Castilla y León –Salamanca- desarrolladas en 1995 por A. Fernández Ugalde y M.M. Presas Vías, AREA, S.C.M.).
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
275
grupos y nuevos conceptos de territorialidad desempeñan papeles centrales. Los rasgos del poblamiento rural
entrevistos en el territorio objeto de estudio no sólo no
constituyen una excepción, sino que pueden ser representativos, dentro del marco cronológico restringido del
siglo V al VIII, para los territorios de un número considerable de ciudades de buena parte de las dos mesetas
(QUIRÓS, VIGIL-ESCALERA 2006).
En nuestra opinión, existen pruebas suficientes para
sostener el papel subalterno de todos los enclaves rurales analizados respecto a los centros políticos, ya sean
de carácter urbano o castral, que articulan el territorio.
El grado de especialización o complejidad productiva
observado en la muestra de yacimientos analizada caería dentro de unos márgenes cualitativos reducidos, aunque resultarían lo suficientemente explícitos como para
deducir la existencia de condicionantes sociales externos a las comunidades rurales capaces de imprimir desviaciones observables (eventualmente cuantificables)
respecto a lo que serían las expectativas o límites de lo
que constituiría una lógica económica y productiva
autónomamente campesina.
La documentación arqueológica sobre el poblamiento rural disponible en la actualidad representa por sí
misma un reto a bastantes premisas manejadas habitualmente de forma más o menos tácita sobre los inicios de
la Alta Edad Media. Una se refiere al declive demográfico del siglo V d.C., inferido a partir de una supuesta
reducción del número de asentamientos reconocidos.
Otra es la que describe una reorientación general de la
producción tras la quiebra del sistema romano, con un
aumento del peso de la ganadería en la balanza. A partir
de los datos manejados, cualquiera de ellas puede ser
discutida como la simplista generalización que representan, en la línea de las propuestas formuladas recientemente para el sector mediterráneo de Francia
(DURAND, LEVEAU 2004). Comparado con el tardorromano, el paisaje rural altomedieval se caracteriza de
hecho por la multiplicación del número de enclaves, lo
que podría interpretarse como una fragmentación del
territorio de explotación estándar, más acorde con criterios de racionalidad inspirados por lógicas productivas
campesinas. Pero tal vez lo más sorprendente ha sido la
reticencia mostrada por muchos medievalistas a reconocer en los resultados de la más reciente arqueología
europea los síntomas (y las pruebas) de algo que las
fuentes no revelaban directamente: que el fenómeno del
nacimiento de las aldeas podía ser rastreado mucho
antes de lo que parecía posible (QUIRÓS 2007).
En este sentido, creemos prematuro apostar fuerte
por la identidad del sujeto (o sujetos) sobre quien recaería en mayor medida la responsabilidad de su puesta en
marcha. ¿Estamos ante el resultado de una serie de iniciativas surgidas desde abajo, progresivamente capturadas por las elites e integradas en su ordenamiento polí-
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tico?, ¿es posible imaginar la coexistencia de este modelo con la promoción dirigida desde arriba, como podría
ser el caso de los asentamientos más rígidamente planificados desde un punto de vista espacial? La desestructuración del sistema vilicario tardorromano no desemboca de forma mecánica en una categoría determinada o
forma concreta de poblamiento rural: en el caso del
territorio de Arroyomolinos, el abandono de la antigua
hacienda bajoimperial parece derivar al cabo de un cierto tiempo en la configuración de una aldea; pero tras el
abandono de las instalaciones de las villae tardías de El
Rasillo o Prado Galápagos, en el Jarama, el sistema de
poblamiento de ese tramo de la vega pasará a estar
mayoritariamente conformado durante más de tres
siglos por granjas con una mayor o menor movilidad de
sus respectivas áreas residenciales, aunque siempre dentro de lo que parece una profunda estabilidad del terrazgo. El tipo de terreno agrícola disponible, su productividad o las formas de aprovechamiento potencial parecen
constituir algunos de los condicionantes materiales básicos en el modelo de poblamiento, aunque no lo determinen en términos absolutos 99. Tampoco tendría excesiva
trascendencia, desde el punto de vista del campesinado,
el que la hacienda quedara en manos de su antiguo propietario romano o que fuera confiscada y pasara a
manos de la elite visigoda, salvo que con ello la carga en
rentas o servicios fuera diferente. La influencia de otros
factores o constricciones sociales, tal vez decisiva (sistema de propiedad de la tierra, tipo y tamaño de esa propiedad, categorías sociales implicadas en cada clase de
asentamiento y su relativo protagonismo durante el
periodo fundacional), queda de momento en suspenso.
Las incógnitas más acuciantes son especialmente
pertinentes por lo que respecta a las formas de poblamiento rural más directamente asociadas a la ciudad:
desconocemos casi todo sobre el tipo de poblamiento
presente, por ejemplo, en el suburbio agrícola inmediato a Toledo (o a Recópolis). Los datos manejados en
nuestro trabajo se refieren a asentamientos relativamente distantes de cualquier centro urbano. ¿Es éste un factor significativo a la hora de evaluar el peso específico
del poblamiento aldeano en un territorio determinado?
La multiplicidad de significados ocultos tras la producción, el consumo y las formas de amortización de los
más variados materiales arqueológicos (cerámica, toréutica, utillaje metálico, vajilla de vidrio, textiles) se
encuentra pendiente de una reflexión en profundidad.
Esta deberá abordar antes de nada una caracterización
detallada de los sistemas de producción artesanales
99
Es posible que la orientación económica, el tipo de mano
de obra empleada en la hacienda y la forma de gestionar la producción de cada una de los complejos tardorromanos también
aporten claves para comprender lo que será la forma en la que
se organicen a continuación las comunidades.
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(COSTIN 2001) para luego proceder a su interpretación
de acuerdo al dónde, cómo y porqué aparecen o dejan de
aparecer esos materiales (a la escala del yacimiento y a
la de ámbitos locales o regionales), pero cuestionando al
mismo tiempo todo lo relacionado con los valores que
socialmente se les otorgaron y qué papel jugaron en su
propio y específico contexto.
De acuerdo al marco interpretativo planteado, la lectura de las necrópolis consideradas visigodas, y en general, de todos los grandes cementerios rurales, debería
reconducirse como el resultado de la instalación de
comunidades campesinas estables sobre un territorio
cada vez más definido y articulado. Solamente a través
de la comprensión de que el proceso de formación de
esos registros arqueológicos es el resultado de acciones
que abarcan periodos plurigeneracionales y que conciernen a la actividad de grupos domésticos socialmente
constituidos, quedarían descartadas muchas incongruencias en la interpretación de los mismos. La estabilidad de las formas de asentamiento lleva aparejada la
consolidación de procesos de territorialización cuyo
alcance es posible que no pueda evaluarse aún de forma
integral.
Procesos históricos de larga duración acabarán desembocando en la configuración de las diversas realidades históricas altomedievales que conforman sustancialmente los dos grandes bloques del Medievo peninsular
(Norte-Sur). Las divergentes vías históricas en que se
ven sumidas ambas partes de la península Ibérica no se
explican únicamente como una consecuencia directa y
mecánica de la conquista islámica. Esos procesos se
desarrollan a partir de dos momentos clave cuya precisa
comprensión requiere aún una ingente tarea de caracterización y explicativa: la quiebra del sistema político y
económico imperial romano y la del reino visigodo.
Queda pendiente un esfuerzo interpretativo de calado
que permita comprender los cambios que se desencadenan con la ruptura del regnum en el funcionamiento y
papel de las ciudades y en lo que comienza a ser desvelado por la arqueología como una transformación profunda del paisaje rural en su más amplia acepción.
A lo largo del trabajo hemos pretendido ilustrar de
qué forma las categorías manejadas para definir el
poblamiento rural, granjas y aldeas, responden a realidades complejas, sin que a día de hoy podamos todavía
establecer con suficientes garantías cuál sería el comportamiento modal y qué tipos tendrían un carácter más
esporádico. Se rechazan todas aquellas caracterizaciones superficiales que enfrentan de forma genérica un
supuesto patrón de poblamiento disperso a otro concentrado, por ignorar o tratar de encuadrar en categorías
historiográficas tal vez irrelevantes unos repertorios
arqueológicos lo suficientemente explícitos como para
sustentar una completa renovación de las interpretaciones. Una de las posibles conclusiones de este trabajo
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señalaría la extrema dificultad (si no directa imposibilidad) de emprender una caracterización del poblamiento
rural como la aquí abordada cuando se dispone exclusivamente de información procedente de un reconocimiento superficial de los yacimientos o de intervenciones arqueológicas puntuales o sobre áreas restringidas.
Aunque pueda resultar obvio, debemos recordar que un
proceso de trabajo analítico riguroso debe partir de los
datos para tratar de construir discursos explicativos
hasta donde nos permita llegar la documentación disponible y más lejos. Pero no al contrario, como resulta de
la tentación de predeterminar la información manejable
a partir de una serie de conclusiones apriorísticas
(FRANCOVICH 2005: 351).
La lista de interrogantes no deja de crecer, pero tiene
poco que ver con la agenda de hace diez o veinte años.
Si una buena teoría fuera aquella que nos permitiera, por
ejemplo, reconocer los límites de lo que conocemos,
cuestionar sus propios fundamentos y derribar anteriores certidumbres, en ese caso tal vez no hayamos ido
muy desencaminados 100.
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100
Agradezco a A. Chavarría, J.A. Quirós y a los evaluadores
anónimos sus comentarios al borrador del texto. También a P.
Díaz-del-Río y T. Andronova por las inagotables lecturas que
me facilitaron.
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Recibido el 01-12-06
Aceptado el 07-05-07
Tabla 1. Listado de yacimientos altomedievales (ss. V-VIII)
Tipo
Granjas
Sigla/Nombre
Municipio
G01 Prado Viejo
Torrejón de la Calzada
G02 Congosto
Rivas-Vaciamadrid
G03 Prado Galápagos
S, Sebastián de los Reyes
G04 Pista de Motos
Villaverde, Madrid
G05 Soto Pajares
S. Martín de la Vega
G06 Quintano
Mejorada del Campo
G07 Fuente de la Mora
Leganés
G08 La Huelga
G09 Encadenado/El Soto
Aldeas
G10 La Vega
Boadilla del Monte
A01 Gózquez
S. Martín de la Vega
A02 El Pelícano
Arroyomolinos
A03 Acedinos/La Raya
Getafe/Pinto
A04 Loranca-El Bañuelo
Fuenlabrada
A05 La Indiana-El Prado
A06 Tinto Juan de la Cruz
A07 Cacera de las Ranas
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
Barajas, Madrid
Pinto
Aranjuez
Madrid. ISSN: 0066 6742
284
ALFONSO VIGIL-ESCALERA GUIRADO
Tipo
Sigla/Nombre
Indeterminados
01 Prado Choricero
02 Carril Toledano
03 Puente Guadarrama
04 Las Olivas
05 Quitapesares
06 Valle de las Higueras
07 Chirivina
08 Quiebrarados
09 Fregacedos
10 El Ombú/Buyerros
11 El Cristo
12 La Coronilla
13 El Villar/El Sordo
14 La Cañariega
15-16 Camino del Prado/Arroyadas
17 Fuente Salud/Las Laderas
18 Cubas
19 Prado Overa
20 Ayo. Culebro/La Recomba
21 Humanejos
22 La Cantueña
23 Los Portillos
24 La Iglesia/Prado Bajo
25 Las Remondas
26 Los Estragales
27 Camino Pinto-Valdemoro
28 Guardia Civil
29 Espartinas
30 Buzanca
31 Cuniebles
32 La Torrecilla/Jardinillo
33 Bastante
34 Arroyo Espartinas
35 El Quemadero
36 Rivas-Capanegra
37 La Deseada
38 Valdocarros
39 La Marañosa
40 La Granja
41 La Estación
42 Escapulario/Soto Parral
43 La Bolana/Arenales
44 Las Celadas
45 Fuenbéijar
46 Esperillas/Soto Hinojal
47 Bajo Cercado
48 El Rasillo
49 Las Charcas
50 Casas de Bahezuela
51 SUPI-3
52 La Perla/Valeria/Tribunillo
53 La Quintana
AEspA 2007, 80, págs. 239-284
Municipio
Navalcarnero
Batres
Móstoles
Fuenlabrada
Moraleja de Enmedio
Griñón
Serranillos del Valle
Humanes de Madrid
Griñón
Cubas de la Sagra
Leganés
Humanes de Madrid
Parla
Torrejón de Velasco
Pinto
Valdemoro
Ciempozuelos/Seseña
Ciempozuelos
Pinto
Perales del Río, Getafe
Getafe
Ciempozuelos
Rivas-Vaciamadrid
Arganda
Rivas-Vaciamadrid
S. Martín de la Vega
Ciempozuelos
Titulcia
Barajas, Madrid
S. Fernando de Henares
Paracuellos del Jarama
S. Fernando de Henares
Madrid. ISSN: 0066 6742