Cartaphilus 7-8 (2010), 138-147
Revista de Investigación y Crítica Estética. ISSN:1887-5238
EL TIEMPO INMÓVIL:
LA REPRESENTACIÓN DEL ESPACIO EN LA CUENTÍSTICA DE HUGO BUREL
Y LA SILENCIOSA SOLEDAD EN LA PINTURA DE EDWARD HOPPER
El silencio ya sólo es posible
en las ciudades ruidosas.
Cuando se hace referencia a la “literatura
rioplatense” es inevitable subrayar el rol que
la gran ciudad ha jugado en ella como escenario del hundimiento en la nada por parte del
hombre moderno. El poder deshumanizante de
la metrópolis a orillas del Río de la Plata adquiere en su representación ficcional una fuerza catalizadora. Señala Mario Delgado Aparaín
que “Montevideo y Buenos Aires [...] son ciudades hijas del macrocefalismo patológico que
aquejó a prácticamente todos los pueblos de
América Latina, pero ellas dieron mejor que
ninguna la pasta de un hombre urbano emparentado con la nada, disuelto en el gran número, cínico y cargado de sabiduría del fracaso,
buscando obsesivamente las esquivas definiciones del milagro.”1 En ese ámbito de descolocación urbana, relatado entres muchos otros
por Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Jorge
Luis Borges, Julio Cortázar y los uruguayos
Felisberto Hernández, Armonía Somers y Juan
Carlos Onetti, el héroe novelesco se encuentra
sumergido en un fracaso ético y material, causa y consecuencia de su hastío vital.
En este contexto, la obra de Onetti destaca
por su lúcida y temprana percepción de la tragedia humana y, en particular, del sujeto perdido en la gran ciudad. Con la redacción de El
1
Delgado Aparín, Mario: “El largo camino de la Vida
Breve rioplatense”. En Kohut Karl (coord.): Literaturas del Río de la Plata hoy. De las utopías al desencanto. Madrid, Iberoamericana,
1996, p. 221.
pozo (1939) inicia en la narrativa urbana, según Noemí Ulla, la “visión escéptica del mundo
del espacio urbano de la ciudad capital”2, continuada en “las novelas Pompeyo Amargo
(1942), Estas ojas caen en otoño (1946) de
Dionisio Trillo Pays, los cuentos Montevideanos
(1959) o las novelas La tregua (1960) y Gracias
por el fuego (1965) de Mario Benedetti.”3
En el espacio literario uruguayo, tanto Felisberto Hernández (en las décadas de los ‘30 y
‘40) como Onetti (en los ‘40 y ‘50) incursionan
en el territorio de la gran ciudad, incorporando
–como sugiere Enriqueta Morillas en su trabajo
introductorio a Nadie encendía las lámparas–,
“la vida urbana a sus relatos y constituye[ndo]
un pivote de una literatura que cambia de ambiente”4 y de temática. La presencia en la
literatura nacional de historias ambientadas en
ámbitos rurales va menguando a partir de los
años treinta para dejar espacio a la descripción de la alienación metropolitana; en Felisberto Hernández, en particular, la ciudad viene descrita con el realismo de quien observa
angustiado los avances de la modernidad y los
cambios en el tejido social.
2
Ulla, Noemí: Identidad riopolatense: 1930. La
escritura coloquial: Borges, Arlt, Hernández,
Onetti. Buenos Aires, Torres Agüero, 1990, p.
219.
3
Ibíd., p. 219.
4
Morillas, Enriqueta: “Introducción”. En Hernández,
Felisberto: Nadie encendía las lámparas. Madrid, Cátedra, 2000, p. 14.
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El tiempo inmóvil: la representación del espacio en la cuentística de Hugo Burel
y la silenciosa soledad en la pintura de Edward Hopper
Como subraya Morillas: “Felisberto Hernández procurará comunicar la actualidad del pasado, recuperado en signos que aluden a la
época con realismo: la ciudad de Montevideo
[...], sus tranvías y sus casas señoriales, los
interiores de viejas casonas que albergan seres
extravagantes, sus rituales, manías y rarezas.”5 Se trata de una modernización que
irrumpe con prepotencia, aniquilando recuerdos, y que el escritor no quiere aceptar: de
hecho, Felisberto la rechazará, sustituyéndola
por la fantasía y por una serie de actos de rememoración que conforman una ficción de
matices proustianos, “como búsqueda de un
tiempo perdido.”6 Ese tiempo perdido sufre
fatalmente un proceso de deformación debido
al proceso de rememoración. La modelación
del fluir del recuerdo es para Felisberto Hernández un proceso en el que a la acción de la
memoria hay que añadir la “voluntad ordenadora de la inteligencia.”7
En la literatura de Onetti, los personajes
no surgen del trabajo de la fantasía sobre los
recuerdos: no se quedan rememorando las
anchas avenidas –un tiempo arboladas y ahora
convertidas en asépticas rutas– o las grandes
quintas señoriales abatidas que surgían en la
zona del Prado; por el contrario, viven en los
subterráneos de la metrópolis, como el héroe
de las dostoievskianas Memorias del subsuelo
(1864). Una nouvelle que constituyó para el
escritor ruso el incipit conceptual para la
creación de sus grandes obras siguientes, puesto que –como señala Jaime Concha– el subsuelo
retratado en la obra no es “sólo la madriguera
del hombre del relato, sino sobre todo los parajes subterráneos donde se opera la transformación de [las] criaturas.”8
5
Ibíd., pp. 24-25.
Ibíd., p. 25.
7
Ibíd., p. 27.
8
Concha, Jaime: “Conciencia y subjetividad en El
Pozo”. En Verani, Hugo: Juan Carlos Onetti; el
escritor y la crítica. Madrid, Taurus, 1987,
p.176.
6
De la misma manera que en Dostoievski, la
redacción de El Pozo significó para Onetti el
comienzo de una escritura en la que el subsuelo urbano constituye el lugar que rige las conductas de sus personajes. Tanto el escritor
ruso como el uruguayo construyen un espacio
aislado en el que la única regla valida es la de
la confrontación del hombre frente a los otros.
En relación con esta afinidad, Jaime Concha
afirma que “resulta sorprendente que Dostoievski y Onetti echen mano a la misma ley
para expresar la relación humana de uno con
los demás. [...] Esa ley puede ser resumida en
una fórmula simple [...]: yo frente a todos.”9
La literatura de Hugo Burel (Montevideo,
1951) se coloca en un espacio intermedio: no
se ubica del todo en el territorio onettiano,
constituido por desgarradoras soledades, ni en
el mundo de Felisberto Hernández, en el que
los recuerdos reclaman una continua atención
de los personajes. Las criaturas que pueblan su
ficción, por el contrario, se desplazan en un
Montevideo inmóvil y víctima de un tiempo
marcado por el peso de la rutina, pero siempre
abierto a la irrupción de lo inesperado. Nacido
en el montevideano barrio de la Unión y luego
desplazado al popular y populoso Goes, Burel
vivió en la calle General Flores, un babélico
melting pot de españoles, húngaros, italianos y
judíos, frecuentando las matinées cinematográficas de los hoy desaparecidos cines Lutecia
y Avenida y yendo el domingo a los partidos de
Peñarol en el estadio Centenario.
Las pinceladas literarias que Burel traza sobre la urbe en su narrativa ofrecen una imagen
compleja y fundada en la rememoración de
este universo, ofreciendo al lector instantáneas de la vida, cultura, sociedad e idiosincrasia del Uruguay y de su capital. ¿Qué hace –se
pregunta Eduardo Espina en su Historia Universal del Uruguay– a una ciudad lo que es y no
otra cosa? ¿Acaso su identidad reside en “sus
edificios rasgados, sus calles llamando la atención, sus olores partidos por la mitad, sus bal-
9
Ibíd., p. 177.
- 139 -
GIUSEPPE GATTI
cones mientras el tiempo bosteza, sus partidos
de fútbol cuando afuera hace tanto frío?”10
En la narrativa bureliana, la representación
ficcional del territorio capta el tiempo lento
de la ciudad y sus pobladores: cada detalle,
como en un procedimiento pictórico, define y
refleja un espacio observado desde la perspectiva de una consciente y compartida mesocracia –que no es ni medianía, ni mucho menos,
mediocridad–. A este propósito, el paralelismo
más inmediato entre la literatura bureliana y
las artes visuales remite a la producción artística de Edward Hopper: tanto el escritor uruguayo como el pintor norteamericano toman la
realidad como punto de partida para la creación de su obra. Sin embargo, para ambos el
ejercicio de la observación fenoménica se
transforma en la representación de fragmentos
parciales de lo exterior, resultado de una mirada que no copia el referente sino que lo reelabora y analiza en sus más mínimos matices.
En su trabajo Hopper, Orietta Rossi Pinelli
afirma de hecho que “Hopper non copiava mai
il reale, anche se i suoi soggetti erano sempre
legati alla realtà.”11 [Hopper nunca copiaba lo
real, si bien sus sujetos estaban siempre relacionados con la realidad].12
Un ejemplo, entre muchos otros posibles,
de la cercanía de las dos posturas artísticas se
evidencia en la descripción que Burel hace, en
su novela Crónica del gato que huye, de una
gasolinera en una carretera abandonada: “La
estación constaba de dos galpones y una instalación techada con mostrador y vidriera; [...].
Todo lucía pulcro y ordenando pero la impresión era la de una instantánea de la década de
los cuarenta, una imagen paralizada y un
tiempo detenido, como en aquellos cuadros de
Edward Hopper.”13 Más allá de la mención explícita al pintor norteamericano, la descripción
se presenta como la transposición literaria de
10
Espina, Eduardo: Historia Universal del Uruguay.
Montevideo, Planeta, 2007, p.73.
11
Rossi Pinelli, Orietta: Hopper. Firenze, Giunti,
2002, p.22.
12
La traducción es mía.
13
Burel, Hugo: Crónica del gato que huye. Montevideo, Fin de Siglo, 1995, p. 74.
- 140 -
dos cuadros que Hopper pintó en dos diferentes etapas de su trayectoria: nos referimos a
Gas, del año 1940 y hoy expuesto en el Museum of Modern Art de Nueva York, y a Four
Lane Road, del año 1956. En el primero, la
escena está dominada por una ruta desierta en
un atardecer incipiente: la pintura lineal, precisa de Hopper retrata tres surtidores rojos
inutilizados mientras el encargado engaña la
soledad hurgando en el interior de uno de
ellos; a la derecha aparece una casita blanca y
pulcra, cerca de un cartel que publicita la empresa Mobilgas. En el segundo cuadro, pintado
dieciséis años después, la ruta está desierta,
los surtidores pintados de rojos, la casita es
blanca: los cambios formales se deben a una
luz más intensa y la presencia de una figura
femenina que se asoma de una ventana.14
El rechazo de la abstracción por parte de
Hopper15 desató en él un profundo interés por
el estudio de la luz y de las sombras: como un
Vermeer contemporáneo, el artista no sólo se
dedicó a analizar de qué manera –en diferentes
momentos del día o en diversas estaciones– la
luz natural hacía resaltar uno u otro detalle de
un mismo objeto, sino que su estudio se extendía al examen de las trayectorias de la luz
artificial en ambientes cerrados. Emblemáticos
en este sentido son los cuadros de los interio14
15
Véanse fotos 1 y 2.
Así comenta Rossi Pinelli la adversión que sentía
Hopper por la pintura abstracta: “Mentre
l`informale si imponeva negli anni `50 come
tendenza artistica dominante, Hopper e altri
protagonisti
della
pittura
statunitense
difendevano il realismo come l`espressione
artistica che meglio incarnava la loro visione
del mondo. Alla pittura astratta contemporanea
Hopper
rimproverava
privilegiare
solo
l`invenzione intellettuale, e cioè invenzioni
che
non
nascono
dalla
forza
della
immaginazione.” [mientras el arte informal se
imponía en los años ‘50 como tendencia artística dominante, Hopper y otros protagonistas de
la pintura estadounidense defendían el realismo
como expresión artística que mejor encarnaba
su visión del mundo. A la pintura abstracta contemporánea Hopper reprochaba el hecho de
privilegiar sólo la invención intelectual, es decir, invenciones que no nacen de la fuerza de la
imaginación (la traducción es mía)] Rossi Pinelli, Orietta: Hopper. op. cit. p.41.
El tiempo inmóvil: la representación del espacio en la cuentística de Hugo Burel
y la silenciosa soledad en la pintura de Edward Hopper
res de cafés neoyorquinos, como Automat, de
1927, Chop Suey, de 1929, y Nighthawks, de
1942.16
Calma, sosiego, soledad, hastío y tedio nocturnos, un denso espesor volumétrico de los
edificios, la ciudad como mecanismo regulado
por leyes incomprensibles para sus mismos
personajes: todo ello vive en la pintura del
estadounidense y en la oblicuidad de la mirada
de Burel. Ya en los años veinte, Hopper –a partir de ejemplos tomados de Rembrandt y Goya–
representa en sus grabados en blanco y negro
una mirada “fotográfica” con la que hace
irrumpir el espacio urbano en su pintura: en
Night Shadows (1921),17 en particular, la perspectiva perpendicular de un fragmento de calle vista desde arriba muestra a un hombre
solitario entre las largas sombras que su cuerpo y una farola proyectan sobre la vereda.
Pero ni las alargadas sombras nocturnas, ni los
retículos de las calles, ni la ausencia de colores en el grabado se despegan completamente
de la realidad.
Dentro del panorama de la nueva generación de escritores uruguayos, la obra de Burel
presenta tonos amortiguados: su producción se
construye según un esquema basado esencialmente en la representación de los rasgos más
típicos de la vida del ciudadano uruguayo. Su
mirada remite a la de una cámara cinematográfica que observa desde una distancia sólo
aparente la chata existencia de sus personajes:
como en Hopper, sus relatos reflejan una sensación de espera permanente, aunque la inmovilidad puede verse trastocada de forma imprevista por un cambio que subvierte las expectativas creadas y zambulle el argumento en
el territorio de lo absurdo. Volviendo a referirnos a la obra de Felisberto Hernández, se observa que la literatura de éste se construye
sobre las modificaciones que la mente opera
en los recuerdos, creando una distancia entre
lo vivido y lo relatado en el presente; en Burel
–en cambio– la descripción de los paisajes ur16
17
Véanse fotos 3,4 y 5.
Véase foto 6.
banos se desarrolla atendiendo al hic et nunc.
Su obra aplica la imaginación a una base de
realismo, produciendo una escritura interesada
en ahondar en los detalles: así, un paraje urbano “sin atributos” (como el de Night Shadows en la pintura de Hopper) puede convertirse –en su literatura– en un microcosmos susceptible de múltiples significaciones. Este hecho está relacionado con lo que comenta José
María Merino en el artículo “De la intuición a la
voz: las miradas de la invención novelesca,”
donde cabe la pregunta de si en el presente
existe todavía el tiempo para mirar, si en la
época actual la prisa no ha destruido la capacidad del hombre para detener la atención y
“admirar”.
En un mundo dominado por la instantaneidad de la percepción y la fugacidad de la atención, y en el que nuestra aprehensión de la
realidad –como afirma Merino– “se realiza
normalmente en una serie de vistazos sucesivos, todos de la misma intensidad, de la misma
calidad, diferenciados solamente por minúsculas partículas de sorpresa”18, la escritura de
Burel evita las visiones fugaces y recupera la
significación primera del verbo mirar en latín
(“mirari”), relacionado con el acto de contemplar y, simultáneamente, admirar. Se vislumbra, así, una tensión creadora dirigida a “detener la atención, sin prisa, para conseguir una
visión reposada que permit[a] abarcar la complejidad de lo visto.”19
De esta forma, el escritor logra atrapar el
instante y convertir un fragmento de tiempo
en apariencia insignificante en un momento de
poesía. Así ocurre también en pinturas de Hopper como Sunday (1926, ahora en la Phillips
Collection de Washington) u Hotel Room (1931,
en el museo Thyssen Bornemisza de Madrid).20
Comercios cerrados, una calle vacía, un hombre solo con los brazos cruzados, sentado al
18
Merino, José María: “De la intuición a la voz: las
miradas de la invención novelesca”. En Sánchez
Yvette; Spiller, Roland: La poética de la mirada. Madrid, Visor Libros, 2004, p. 219.
19
Ibíd., p.219.
20
Véanse fotos 7 y 8.
- 141 -
GIUSEPPE GATTI
borde de la vereda y mirando sin perspectiva
al vacío, la luz del sol inundando el espacio
diagonalmente: Sunday parece la representación pictórica de un fragmento de “Contraluz”:
“Cuando miró el tendido de la siguiente cuadra
lo desconcertó el vacío, la ausencia de personas viniendo desde la Avenida o yendo hacía
ella....Por delante sólo tenía el contraste de
sombras y luces que se repartían la calle
[...]”21.
En La intuición del instante Gaston Bachelard recuerda que “llamamos monótona y regular a toda evolución que no examinamos con
atención apasionada. Si nuestro corazón fuera
suficientemente vasto para amar la vida en
detalle, veríamos que todos los instantes son a
la vez donandores y expoliadores.”22 No se
puede negar que la de Burel sea una literatura
del detalle instantáneo: la gris cotidianeidad
de sus personajes, las veredeas destartaladas
de las calles de la Ciudad Vieja, los galpones
abandonados de los barrios de Agraciada y La
Teja, las existencias melancólicas de sus viudos o empleados estatales sin futuro son representados a través de un tiempo lento narrativo
cuyos instantes permiten deducir una esencia
común en los seres humanos.
En esta representación se obvia la angustia
por la condición humana, de claro tinte existencialista y fundamental en la obra de Onetti.
Las ciudades de Burel se ofrecen a la mirada
del lector como un espacio sin sobresaltos, un
territorio caracterizado (pero no dominado)
por la grisura y la apatía, donde los transeúntes escasean y, sin embargo, no hay en ellas
rasgos evidentes del fracaso existencial que
permea las urbes onettianas y sus habitantes,
celebrando más bien la cotidiana mesocracia
que rige la vida en sus calles. Así, las despobladas veredas (“En la calle no había un alma y
los ladridos de un perro lejano [...] eran los
21
22
únicos indicios de vida fuera del bar”23) son las
mismas que Hopper retrata en el cuadro Early
Sunday Morning, pintado en 1930 y expuesto
en Nueva York en el Withney Museum: en el
lienzo, un fragmento de calle aparece tan vacío en una mañana festiva que el único elemento destacable es un cartel vertical luminoso publicitando una peluquería cerrada.24
Otra vez, el paralelismo entre la literatura
bureliana y la pintura de Hopper invita a revisar la crítica surgida a propósito del pintor
norteamericano. Orietta Rossi rechaza la postura según la cual la pintura del neoyorquino
se limitaba a reflejar la desolación de las periferias de las grandes metrópolis de Estados
Unidos, afirmando –en cambio– que su obra es
”un canto tutto americano alla vita di ogni
giorno, alla vita dei singoli esseri, alle loro
spesso melancoliche storie, alla universale
fragilitá degli individui. Mai lo squallore, il
degrado, l`orrore della condizione umana.”25
[Un canto plenamente americano a la vida
cotidiana, a la vida de cada ser humano, a sus
historias a menudo melancólicas, a la universal
fragilidad de los individuos. Nunca la desolación, la degradación, el horror de la condición
humana]26. Las soledades burelianas se parecen en su esencia a las que retrata Hopper:
ambos artistas representan la rutina sin la degradación; la indiferencia sin el horror; el tedio sin la repugnancia.
La captación del insante en Burel se manifiesta siempre en una descripción limpia, marcada por líneas breves y nítidas, en la que nada sobra: decía el escritor estadounidense Erskine Caldwell en su dodecálogo “Consejos para
contar cuentos” que “por excepciones que
puedan citarse, la frase corta resulta la más
natural para un cuento. Corregir: reducir. [...]
Hay que cortar flecos, encajes, lentejuelas y
23
Burel, Hugo: El elogio de la nieve y doce cuentos
más. Montevideo, Alfaguara, 1998, p. 55.
Bachelard, Gaston: La intuición del instante.
México, Fundo de Cultura Económica, 2002, p.
13.
- 142 -
Burel, Hugo: El elogio de la nieve…op. cit., p.
257.
24
Véase foto 9.
25
Rossi Pinelli, Orietta: Hopper. op. cit., p.32.
26
La traducción es mía.
El tiempo inmóvil: la representación del espacio en la cuentística de Hugo Burel
y la silenciosa soledad en la pintura de Edward Hopper
otros abalorios.”27 La limpieza estílistica de
Burel y la perfección de sus engranajes narrativos son especialmente evidentes en sus cuentos, donde adquiere más relevancia su capacidad para desbaratar las lógicas temporales,
logrando que un minuto pueda ser eterno o
que la eternidad acabe en un minuto; por otra
parte, los textos dan cuenta de su acuerdo con
la sentencia según la cual “terminar un cuento
es saber callar a tiempo”28, hecho que obliga
al lector a interactuar con el texto y a poner
en juego su imaginación.
El estilo de Burel se comprime y extiende
de acuerdo con lo narrado: mientras las descripciones humanas y ambientales en muchos
casos pueden parecer desnudas, frías, voluntariamente carentes de empatía, los cambios
sorpresivos que acontecen en sus historias demuestran una febril actividad de la fantasía.
Un ejemplo de lo expuesto se aprecia en el
último párrafo del cuento “Esperando a la pianista”, en el que Burel relata: “La última luz
de la tarde del domingo se derramaba sobre
las manchas del empapelado, [...] sobre el
espejo oval debajo de la mano abierta al vacío, sobre él mismo que con sigilo casi animal
se incorporaba por última vez de la cama y con
pudor y con indiferencia cubría el rostro definitivamente muerto de la pianista”29. La conclusión del relato, en su insólita crudeza, constituye la ficcionalización literaria de una escena doméstica que Hopper retrata en Excursion
into philosophy (1959); en el cuadro aparecen
un cuarto pequeño, paredes grises, suelo
igualmente gris, un hombre sentado en el borde de una cama mirando al vacío (expresándose con el mismo lenguaje kinésico que el personaje de Sunday) y detrás de él el cuerpo
inmóvil, semi-desnudo, de una mujer cuyo
rostro el espectador no puede ver porque se
encuentra oculto tras el hombre.30 En el cuen27
Caldwell, Erskine: “Consejos para contar cuentos”. Montevideo, El País Cultural, 15/06/2007,
p. 12.
28
Ibíd., p. 12.
29
Burel, Hugo: Esperando a la pianista y otros cuentos. Montevideo, Libros del Astillero, 1983, p.
9.
30
Véase foto 10.
to, Burel capta el instante que sigue al asesinato, cuando el protagonista –en un estado de
evidente extravío psíquico– todavía está dominado por la incomprensión ante lo que acaba
de hacer.
El filósofo francés Gaston Rouponel, en un
fragmento citado por Bachelard en La intuición
del instante, afirma que “la verdadera realidad del tiempo es el instante; la duración es
sólo una construcción, sin ninguna realidad.
Está hecha desde el exterior, por la memoria,
fuerza de imaginación por excelencia, que
quiere soñar y revivir, pero no comprender.”31
A este propósito, se observa que la literatura
de Burel es una forma de espera y al mismo
tiempo una recuperación sin nostalgia del pasado: una “forma de espera”, por un lado, en
cuanto construcción ideada para inmovilizar el
tiempo y detenerse en la observación de los
detalles; una “recuperación del pasado”, por
otro, en cuanto escritura que rescata fragmentos de vivencias pasadas sin que la meancolía
originada por el recuerdo de una dicha perdida
inunde la trama.
Sugiere Merino que “la inicial mirada de la
invención novelesca es también la sombra del
autor, su intuición, que se proyecta, sin ajustarse a restricciones espaciales ni plazos, sobre
un caos único cuyo nucleo principal es la memoria [...] formada por experiencias y lecturas
propias y ajenas, iluminaciones, malentendidos, mudanzas, remordimientos y disimulos.”32
La aplicación de estas reflexiones al mundo
ficcional bureliano permite algunas puntualizaciones sobre el génesis de sus lugares literarios: en particular, se observa cómo el pueblo
marinero de Marazul, balneario imaginario
creado por el autor como escenario para varios
de sus relatos, nace como consecuencia de un
proceso mental de reelaboración en el que el
recuerdo prevalece sobre el onirismo (fundamental, en cambio, en la construcción de la
Santa María onettiana). Para este ejercicio de
31
32
Bachelard, Gastón: La intuición del instante, op.
cit., p. 23.
Merino, José María: “De la intuición a la voz: las
miradas de la invención novelesca”. art.cit., p.
221.
- 143 -
GIUSEPPE GATTI
la mente, el balneario, adquiere –en Uruguay–
unos valores simbólicos que remiten a la creación literaria de otros autores orientales, escritores que han “fundado” –en sus espacios
narrativos– distintos pueblos marineros ideales
y arquetípicos, como es el caso de Hugo Giovannetti Viola, de Juan Carlos Legido y de Fernando Aínsa. Volviendo a nuestro análisis, el
balneario de Burel –así como la ciudad–, acaba
siendo la ficcionalización novelada de imágenes vividas y reelaboradas que alcanzan el
estatus de “territorio literario”; de la misma
manera que en la pintura de Hopper, Burel
llega a poseer la totalidad de un espacio sólo
después de un periodo de memorización de
impresiones acumuladas con el tiempo.
Siempre en relación con el proceso de gestación del paisaje, hay que señalar además que
en la producción de Burel se aprecia la predileción de retratar a los personajes en contextos muy variados –boliches de la zona portuaria
de Montevideo, chalets a orillas del Atlántico,
apartamentos vacíos en una ciudad enmudecida por el miedo, peluquerías de barrio, viejos
hoteles ubicados en un balneario semiincomunicado o en la misma plaza Matriz–;
esta aparente variedad del paisaje revela –en
realidad– una preferencia por localizar sus textos en no más de dos espacios marcados: los
escenarios representados resultan ser la ciudad
y el del balneario, mientras que casi no hay
narraciones ambientadas en el campo ni carentes de ubicación, como sería propio del género
fantasy. Volviendo a la presencia del balneario
imaginario de Marazul en la narrativa bureliana, resulta inevitable observar que los paralelismos con la pintura de Hopper no se acaban
en la representación de la ciudad y de la soledad urbana, sino que se extienden también al
espacio del pueblo costero: el ejemplo más
emblemático de esta relación se evidencia en
la ilustración que aparece en la portada misma
de la antología Solitario Blues, en la cual es
representado un fragmento del cuadro de Hopper Lighthouse Hill (1927), expuesto en el Museum of Fine Arts de Dallas.33
Si es verdad que el pintor norteamericano
suele retratar la vida de Nueva York en los
años cuarenta y cincuenta (de hecho, en una
entrevista revelará: “inconsciamente, forse,
ho dipinto la solitudine di una grande cittá.”34
[Inconcientemente, quizás, he pintado la soledad de la gran ciudad]35), es indudable que una
buena parte de su producción esté dedicada a
representar paisajes playeros, iluminados por
la luz del sol y con un mar surcado por grandes
y blancas velas. Es el caso, por ejemplo, de
Seawatcher (1952),36 pintura en la cual una
pareja sentada en el banco de un inmaculado
chalet mira el mar: el entorno –caracterizado
por el azul denso del cielo– recuerda al descrito por Burel en los cuentos de la saga de Marazul (“Indicios de Eloísa”, “La alemana” o “Marina”), uniendo idealmente en un un mismo
espíritu los veranos pasados en la costa del
Este uruguayo o en Cape Cod.
1 - Edward Hopper: Gas
34
Rossi Pinelli, Orietta: Hopper. op. cit., p.34.
La traducción es mía.
36
Véase foto 12.
35
33
Véase foto 11.
- 144 -
El tiempo inmóvil: la representación del espacio en la cuentística de Hugo Burel
y la silenciosa soledad en la pintura de Edward Hopper
2 - Edward Hopper: Four Lane Road
5 -Edward Hopper: Nighthawks
3 - Edward Hopper: Automat
6 - Edward Hopper: Night Shadows
4 - Edward Hopper: Chop Suey
- 145 -
GIUSEPPE GATTI
7 - Edward Hopper: Sunday
10 - Edward Hopper: Excursion into philosophy
11 - Edward Hopper: Lighthouse Hill
8 - Edward Hopper: Hotel Room
9 - Edward Hopper: Early Sunday morning
12 - Edward Hopper: Seawatcher
- 146 -
El tiempo inmóvil: la representación del espacio en la cuentística de Hugo Burel
y la silenciosa soledad en la pintura de Edward Hopper
Textos consultados
BACHELARD, Gaston: La intuición del instante.
México, Fundo de Cultura Económica, 2002.
BUREL, Hugo: Esperando a la pianista. Montevideo, Libros del Astillero, 1983.
---: Matias no baja. Montevideo, Sudamericana, 1986.
---: Tampoco la pena dura. Montevideo, Sudamericana, 1989.
---: Solitario blues. Montevideo, Trilce, 1993.
---: El elogio de la nieve. Montevideo, Fin de
Siglo, 1995.
---: Crónica del gato que huye. Montevideo,
Fin de Siglo, 1995.
---: Los dados de Dios. Montevideo, Alfaguara,
1997.
---: El ojo de vidrio. Montevideo, Alfaguara,
1997.
---: El elogio de la nieve y doce cuentos más.
Montevideo, Alfaguara, 1998.
---: El autor de mis días. Montevideo, Alfaguara, 2000.
---: Los inmortales. Montevideo, Alfaguara,
2003.
---: Tijeras de plata. Madrid, Lengua de Trapo,
2003.
---: El corredor nocturno. Buenos Aires, Alfaguara, 2005.
---: El desfile salvaje: Montevideo, Alfaguara,
2007.
CALDWELL, Erskine: “Consejos para contar
cuentos”. Montevideo, El País Cultural,
15/06/2007.
CONCHA, Jaime: “Conciencia y subjetividad en
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GIUSEPPE GATTI
UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
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