Hispania Sacra, LXXIII
147, enero-junio 2021, 207-220, ISSN: 0018-215X, https://doi.org/10.3989/hs.2021.018
«ESTO ESTÁ PERDIDO, ES LA CASA DE BABILONIA»:
MUJERES, NORMATIVIDAD Y CONTROL. LA VISITA DE PEDRO ANTONIO
BARROETA AL MONASTERIO DE LA CONCEPCIÓN (1754)*
POR
Liliana Pérez Miguel1
Pontificia Universidad Católica del Perú
Resumen
Si bien es notoria la existencia de diversos estudios relativos a las instituciones religiosas y a su normativa en la monarquía hispánica, los actores involucrados, sin embargo, han sido un asunto que frecuentemente se ha dejado de lado. El presente trabajo
quiere observar el proceso de creación de normatividad eclesiástica para el control y gobierno de los monasterios limeños femeninos en el siglo XVIII, prestando una especial atención al rol desempeñado tanto por las autoridades eclesiásticas como por las
profesas mismas, que, lejos de ser meras receptoras de las disposiciones, constituyeron una pieza esencial para su construcción.
Este análisis se realizará principalmente a partir de la visita general a los monasterios femeninos limeños, más concretamente al
de la Concepción, efectuada por el arzobispo Pedro Antonio Barroeta y Ángel en 1754.
Palabras clave: normatividad; derecho canónico; visita arzobispal; Pedro Antonio Barroeta y Ángel; monasterio de la Concepción; profesas; abadesa; monjas de clausura.
“THIS IS LOST, IT IS THE HOUSE OF BABYLON”: WOMEN, NORMATIVITY
AND CONTROL IN LIMA. THE VISIT OF PEDRO ANTONIO BARROETA
TO THE CONCEPTION MONASTERY (1754)
Abstract
While there has been significant interest in the religious institutions of Imperial Imperial Spain and it´s legislation, less studies
have focused on the professed nuns as historical actors. The present paper examines the creation of ecclesiastical regulations for
the control and government of the female Lima monasteries in the 18th century, paying special attention to the role played by
both the ecclesiastical authorities and the professed nuns themselves, who far from being mere recipients of Church regulations,
constituted an essential piece for the creation of the same. This analysis draws on an examination of the visita general to the Lima
female monasteries, more specifically that of the Conception Monastery carried out by the archbishop Pedro Antonio Barroeta y
Ángel in 1754.
Key words: normativity; canonic law; archiepiscopal visit; Pedro Antonio Barroeta y Ángel; Conception Monastery; professed
nun; abbess; cloistered nuns.
Cómo citar este artículo / Citation: Pérez Miguel, Liliana. 2021. «“Esto está perdido, es la casa de Babilonia”: mujeres,
normatividad y control. La visita de Pedro Antonio Barroeta al monasterio de la Concepción (1754)». Hispania Sacra LXXIII, 147:
207-220. https://doi.org/10.3989/hs.2021.018
Recibido/Received
26-01-2020
Aceptado/Accepted 04-08-2020
1
* Para finalizar la presente investigación he sido beneficiaria de un fondo de ayuda del Departamento de Humanidades de la Pontificia
Universidad Católica del Perú. Asimismo, agradezco a José Luis Rodríguez Toledo por su trabajo con parte de los materiales utilizados y a Laura
Gutiérrez, directora del Archivo Arzobispal de Lima y Melecio Tineo por su apoyo.
1
perezm.liliana@gmail.com / ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-0553-1703
Copyright © 2021 CSIC. Este es un artículo de acceso abierto distribuido bajo los términos de la licencia
de uso y distribución Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0)
208
L. PÉREZ MIGUEL, «ESTO ESTÁ PERDIDO, ES LA CASA DE BABILONIA»: MUJERES, NORMATIVIDAD Y CONTROL
Introducción
En 1756 el virrey don José Antonio Manso de Velasco,
conde de Superunda, escribía una carta al rey en la que le
informaba, entre otros asuntos, sobre los desórdenes relacionados con las comunidades religiosas femeninas de
Lima. En su misiva señalaba que «… las recoletas son muy
observantes y no hay que reformarlas, pero los que llaman
conventos grandes, son una especie de pequeñas repúblicas
donde la obediencia es voluntaria y la pobreza la posee la
que no puede adquirir…».2 Dicho testimonio es sumamente
revelador acerca de la percepción de las autoridades sobre
los problemas existentes en los denominados grandes monasterios capitalinos, como la falta de control y la ausencia
de la debida austeridad.
Las particulares características y composición de estas
instituciones supusieron un gran reto para las autoridades
civiles y para las eclesiásticas, encargadas estas últimas de
velar por su correcto desempeño. En no pocas ocasiones
se percataron de que la legislación vigente, basada en las
disposiciones conciliares, sinodales o en las reglas propias
de cada orden, era a todas luces insuficiente. Así, con el objetivo de imponer el debido orden en los monasterios de
los territorios americanos, utilizaron las herramientas de las
que disponían, como las visitas arzobispales, los autos reguladores y la temida excomunión.
El presente artículo profundiza en la influencia de la
realidad cotidiana en la elaboración de la normatividad destinada a regir los comportamientos de las mujeres dentro
de los monasterios limeños, y principalmente en los actores involucrados en este proceso, atendiendo no solo a las
autoridades civiles y eclesiásticas, sino poniendo el foco en
el rol desarrollado por las propias profesas y el resto de moradoras de estos centros. ¿Se limitaron a acatar las reglas
y disposiciones o, más bien, tuvieron un papel activo en la
adaptación y construcción de la normatividad desde el área
local?
Son varios los autores que coinciden al señalar que si
bien la historiografía ha dedicado una atención considerable
a la Iglesia y sus instituciones,3 no se ha enfocado lo suficiente en cuestiones del campo del derecho, particularmente en
las relativas a los aportes de la normatividad eclesiástica en
la conformación del denominado derecho indiano.4 Y si la
carencia de trabajos para estos aspectos es notable, los estudios relativos a las mujeres en la construcción de este proceso son casi inexistentes. De este modo, carecemos de una
noción clara del rol desempeñado por las religiosas, y otras
mujeres, que vivían dentro de los monasterios.
2
Relación del conde de Superunda, Lima, 15 de junio de 1756.
En Campos 2011, 1234-1235 y Laserna 1995, 269. Abreviaturas utilizadas: AAL=archivo arzobispal de Lima; AHMCL=archivo privado del monasterio de la Concepción de Lima; UARM= Universidad Antonio Ruiz
de Montoya. Colección del padre Vargas Ugarte.
3
Entre los numerosos estudios sobre la Iglesia en Hispanoamérica y, particularmente, el virreinato peruano podemos señalar: Egaña
1966; Borges 1992; Mayer y Puente Brunke 2015; Lynch 2012; Traslosheros y Zaballa Beascoechea 2010; Armas Medina 1953; Vargas Ugarte
1953—1962; Armas Asín 1999; Estenssoro Fuchs 2003; Acosta 2014.
Sobre derecho canónico: Zaballa Beascoechea 2012; Traslosheros
2016 y Duve 2012.
4
Danwerth, Albani y Duve 2019, 1.
El presente estudio se realizará principalmente a partir
de la visita realizada a los monasterios grandes limeños,
más concretamente al de la Concepción, por el arzobispo
Pedro Antonio Barroeta y Ángel en 1754.5 Asimismo, las misivas particulares y otras fuentes de documentación serán
de gran ayuda a la hora de desentrañar algunos de los interrogantes planteados. Esperamos que el enfoque interdisciplinar del presente trabajo, que combina la historia de las
instituciones eclesiásticas con historia de las mujeres desde
una perspectiva de género, nos permita obtener un retrato
más vívido de las ricas y complejas dinámicas de estas «ciudades celestiales».
Para ordenar lo temporal y lo espiritual: Visitas, autos y
otras herramientas
La mañana del 27 de enero de 1754, una notificación
enviada a la abadesa del monasterio de la Concepción de
la Ciudad de los Reyes, Rafaela del Molino, informaba de
la intención del arzobispo de Lima, don Pedro Antonio de
Barroeta y Ángel, de realizar en los próximos meses una
inspección en el marco de la visita general de monasterios
que llevaría a cabo. La notificación contenía una serie de
indicaciones y recomendaciones con el objetivo de que la
abadesa pudiese ir cumpliendo con lo solicitado y la visita
resultase más rápida y menos molesta para las habitantes
del monasterio. Barroeta solicitaba un inventario de las fincas, rentas y demás bienes del convento. Asimismo, pedía:
una lista de las obras pías, con su renta correspondiente;
otra lista de las capellanías fundadas en la iglesia, señalando
sus cargas, capellanes y patronos; y una lista de las cofradías
o hermandades que indicara su vocación, cargas y composición. También requería un libro propio para el inventario
de las alhajas de la iglesia, altares, santuarios, dormitorios
y otros espacios de la comunidad, tales como el refectorio,
la enfermería o la cocina. Por último solicitaba otro libro,
debidamente indexado, para inventariar los papeles pertenecientes al convento.
No solo las rentas, bienes y finanzas del monasterio eran
objeto de escrutinio, sino también la población. El arzobispo solicitaba a la abadesa una lista de todas las religiosas
de velo negro, profesas y novicias junto con sus nombres,
edades y tiempos de profesión. En dicha lista debían consignarse las criadas que tenía cada una junto con sus nombres,
edades y castas. Finalmente, se debía informar tanto sobre
los oficios que se repartían entre las religiosas como de sus
costos, así como de los gastos realizados por las novicias en
la entrada, la toma de hábito y en la profesión. El arzobispo
señalaba que «siendo los dichos puntos dignos de la mayor atención y muy oportunos a conseguir en lo temporal»,
encargaba a la reverenda madre abadesa su cumplimiento
«para pasar luego a atender y ordenar lo perteneciente a lo
espiritual».6
5
Dicha visita se encuentra en el AAL. Monasterio de la Concepción, 33:37, 26 de octubre de 1754, Lima, y en el AHMCL. Autos de
visita del monasterio de la Concepción por el arzobispo Pedro Antonio
de Barroeta y Ángel. Para la elaboración del presente artículo se han
consultado ambas copias, estando incompleta la del AHMCL. Para la
historia del Monasterio ver: Vargas Ugarte 1960 y Pérez Miguel 2019.
6
AAL. Monasterio de la Concepción, 33:37, 1754. La visita se
daba en una doble vertiente abarcando tanto el aspecto material (Visi-
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Gran desazón debió de causar esta notificación entre las
habitantes del monasterio de la Concepción, tanto por las
farragosas demandas del arzobispo como por las molestias
y nefastas consecuencias que la misma podía acarrear. Las
visitas arzobispales no constituían una novedad para los denominados monasterios grandes como el de la Concepción,
Encarnación, Santa Clara, Santa Catalina o la Trinidad.7 Las
autoridades eclesiásticas las realizaban periódicamente con
el objetivo de vigilar y controlar las instituciones tanto masculinas como femeninas y poder atajar cualquier relajación
de las reglas, proveyendo, en caso necesario, una serie de
disposiciones y recomendaciones de acuerdo con las necesidades de cada institución.8 Para sujetar a sus súbditas,
los superiores empleaban también otras armas canónicas,
como la amenaza de excomunión. Sin embargo, Maximiliano Barrio señala que a pesar de los esfuerzos de autoridades
eclesiásticas y civiles por imponer el modelo tridentino, las
habitantes de los monasterios encontraban diversas estrategias para poder preservar su entidad personal y relativizar
la imposición de la clausura estricta, uno de los principales
frentes de conflicto.9
En el caso del monasterio de la Concepción tenemos
constancia de varias visitas en este periodo, siendo algunas de las más destacadas la de Bartolomé Lobo Guerrero (1621), Hernando Arias de Ugarte (1633 y 1637), Diego
Morcillo (1725), Pedro Antonio Barroeta y Ángel (1754) y
Antonio de Parada (1785).10 A juzgar por la documentación
tatio rerum) como espiritual (Visitatio hominum). La primera se ocupaba del estado del monasterio y sus dependencias, incluyendo aspectos
como ornamentos, altares, el archivo, rentas, fundaciones y obras pías,
entre otros. La parte espiritual vigilaba el correcto cumplimiento del
oficio de las religiosas. Tras la inspección el visitador debía corregir,
aconsejar o castigar las irregularidades detectadas lo cual se hacía a
través de los denominados autos de visita, en los que daba cuenta de
todo de manera detallada.
7
Esta distinción se realizaba en consideración al alto índice de
la población de estos centros. Dichos monasterios eran los que presentaban mayor número de inconvenientes e irregularidades, por lo
que su control era más necesario que en el caso de otras instituciones
como las recoletas. Para control y reforma de monasterios femeninos
en otras partes del virreinato peruano, particularmente del Cuzco, ver:
Burns 2008, cap. 6 y cap.7.
8
Según el Codex Iuris Canonici, la visita canónica constituye un
instrumento de carácter jurídico y pastoral, que posibilita al superior
eclesiástico a ejercer su derecho, así como cumplir con su obligación,
de examinar a las personas, instituciones católicas, cosas y lugares sagrados dentro del ámbito de su jurisdicción, con el objetivo de comprobar que se está llevando de manera adecuada el fin al que tiende
la actividad pastoral que depende de él. CIC, 199,7, 305, 396: § 1 y § 2,
397: § 1, 436: §1,2. Murillo Velarde 1791. Ver también: Candau Chacón
1998. La visita pastoral fue una parte fundamental de la política administrativa de los territorios americanos de la Monarquía Hispánica
ya que permitía evaluar el estado de la Iglesia, fortalecer la figura de
los obispos y normar a través de ella. A través del III Concilio Limense
(1582-1583), ya se animaba a llevar a cabo dichas visitas (Tercer Concilio Limense 2017).
9
Barrio 2010. En los denominados monasterios grandes, gran parte de las monjas de coro, o monjas de velo negro, eran mujeres gran
influencia al pertenecer a algunas de las familias más poderosas del virreinato. Estas religiosas tenían sus propios abogados y procuradores y,
en no pocas ocasiones, cuestionaron las disposiciones de sus superiores.
10
Sobre la visita de Antonio de Parada ver: Laserna 1995. El autor realiza un detallado estudio sobre el auto del arzobispo de 1775,
así como las dificultades de conseguir su aceptación y cumplimiento
por parte de las religiosas, particularmente en los monasterios grandes
de la Encarnación y la Concepción, siendo su sucesor, González de la
Reguera, el encargado de dicha labor.
209
consultada, parece que desde su fundación en 1573 y hasta
mediados del siglo xvii, el monasterio no presentó conflictos de importancia o, al menos, no ha quedado constancia
de estos.11 Quizás la limitada población del monasterio,
compuesta en su fundación por poco más de una veintena
de religiosas más las criadas y las donadas, hizo más sencillo
el control o, lo que es más probable, las desavenencias no
llegaron a traspasar los muros. Es a partir del segundo tercio
del siglo xvii que encontramos diversas visitas y autos, así
como múltiples conflictos entre las religiosas y sus superiores, algunos de los cuales finalizaron ante los tribunales.
Pero ¿cuáles eran los principales problemas que asolaban los claustros femeninos, alejándolos de su estado ideal
y su primigenia función de servicio a Dios? Para encontrar
la raíz de algunos, debemos remontarnos a la génesis misma de los monasterios virreinales peruanos. María Isabel
Viforcos indica que, si bien no faltaron razones de índole espiritual que animaron a multitud de mujeres a entregar su
vida al servicio de Dios, las condiciones del territorio durante su conquista y población condicionaron en gran medida
su capacidad de elección. 12 Varias jóvenes decidieron entrar
en religión ante la dificultad para contraer matrimonio, ya
fuera por su incapacidad de aportar la dote necesaria o por
encontrarse en una situación de desamparo.13 Este problema perviviría a lo largo de los siglos, ya que los monasterios
pronto estuvieron poblados por un gran número de mujeres
pertenecientes a la élite, en su mayor parte familiares de
conquistadores y encomenderos que al convertirse en profesas de velo negro querían seguir disfrutando de las comodidades de las que habían gozado en sus casas familiares,
lo que incluía numerosas criadas y objetos de lujo, queja
frecuente por parte de las autoridades, y objeto de censura en las visitas. Si bien muchas podían considerar una vida
alejada del siglo, no estaban tan dispuestas a observar las
estrictas reglas relacionadas con la clausura, el silencio y la
pobreza que exigían las órdenes. Quizás por ello la normativa señalaba que las novicias serían informadas de las cosas
que tendrían que respetar como profesas, pudiendo probar
un tiempo esa vida para que después no se quejasen de «la
aspereça y dificultades que en este divino camino algunas
veçes son halladas».14 No era hasta después de un año de
prueba que la novicia podía proceder a su profesión.15
11
Para el siglo XVI, solo hemos encontrado una visita de la que se
derivó un informe con recomendaciones acerca del modo de profesar.
12
Viforcos 1995. En el VI Concilio Provincial de Lima, celebrado
en 1772, uno de los aspectos tratados fue, precisamente, la falta de
vocación de muchas profesas. José Potau, provisor y vicario general,
señalaba que muchas doncellas ingresaban como consecuencia de
matrimonios fallidos o falta de dote para los mismos. Ya en el siglo
XVII, una relación anónima señalaba que «muchas [mujeres criollas],
como en el convento tienen la comida y el vestido seguro, no se quieren aventurar ni ponerse en peligro para ganar la vida». Laserna 1995,
267-268.
13
En el caso del Monasterio de la Concepción, su fundadora,
doña Inés Muñoz, señalaba que uno de los principales motivos de su
fundación era: «que en el tengan algún remedio muchas hijas de conquistadores pobres que hay en esta ciudad gran suma dellas e padecen
grandes riesgos e necesidades» (Pérez Miguel 2019).
14
AHMCL. Códice con la Regla de la OIC (1621), cap. 1, f. 4r.
15
Sin embargo, esto no se observaba y varias veces los superiores solicitaron disposiciones que las obligasen a profesar si llevaban
muchos años de noviciado o que se las expulsase. (AAL. Monasterio de
la Concepción, 8: 26, 1642).
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Para Viforcos, otro factor de relajación de las normas en
los monasterios fue la iniciativa fundacional por parte de
seglares. A pesar de que las fundaciones eran acometidas
por mujeres de reconocida virtud, esto no era suficiente
para poder dirigir adecuadamente a las profesas en el plano espiritual.16 Las autoridades fueron conscientes de dicha
carencia, por lo que intentaron compensarla trayendo de
otros conventos religiosas con experiencia para que ejerciesen como abadesas durante los primeros años, aunque, al
final, las fundadoras se impusieron como superioras en gran
parte de las ocasiones.17 Por ejemplo, en el caso del monasterio de la Trinidad, en 1595, el arzobispo Toribio de Mogrovejo escribía al pontífice Clemente VIII preocupado por la
incapacidad de sus fundadoras, doña Lucrecia de Sansoles y
su hija doña Mencía de Vega, para llevar a cabo las labores
que su cargo requería. Ambas habían obtenido un breve de
Gregorio XIII para «ser abadesa y priora de por vida». Sin
embargo, el arzobispo señalaba que «de ello se siguen graves inconvenientes por lo que muchas rehúsan ingresar en
él y aun cuando en las visitas practicadas, se ha dispuesto
que por un sexenio dejen el cargo las susodichas no lo han
hecho».18
Otro elemento a considerar, y más desde mediados del
siglo xviii, sería el económico. Debemos retomar la mencionada misiva del virrey conde de Superunda acerca de los
monasterios grandes de la capital del virreinato peruano a
los que tildaba de «pequeñas repúblicas». El virrey señalaba que las rentas no eran suficientes para mantener estos
centros: «cada una busca por si el modo de subsistir, o se
mantienen a expensas de sus padres y parientes; esto hace
muy difícil la reforma porque la prelada ruega y no manda,
y cuando no obedecen disimula, no teniendo que responder cuando le dicen que están buscando con qué comer y
vestir».19 Dichas declaraciones exponen la situación de necesidad que acuciaba a los monasterios limeños en el siglo
xviii, intensificada por el catastrófico terremoto acaecido en
1746 que acentuó, aún más, la falta de disciplina existente
en las instituciones religiosas femeninas limeñas.20
A mediados del siglo XVIII, estos y otros factores convergían para crear un contexto de ruptura de reglas o de ligera
observancia de las mismas, así como de permisividad por
parte de las abadesas, lo que requería una determinante
actuación por parte de las autoridades. Se hacía necesaria
Ibíd.: 528.
En el caso del monasterio de la Concepción, durante los primeros años se nombró presidenta a la religiosa Juana de la Concepción,
aunque no se le concedió la dignidad de abadesa. A partir de 1575,
la madre María de Jesús presidió el monasterio con María de la Cruz,
ambas religiosas del Monasterio de la Encarnación. Sin embargo, la
fundadora, doña Inés, fue la que asumió el báculo abacial desde 1582
hasta su muerte el 3 de junio de 1594.
18
El Papa ordenó deponerlas por autoridad apostólica y que, en
adelante, cada trienio se eligieran estos cargos. AUARM. Colección P.
Rubén Vargas Ugarte, 29: 166, 23 de noviembre de 1595. T 29-166.
19
Campos 2011, 1234-1235. Relación del conde de Superunda,
Lima, 15 de junio de 1756.
20
A raíz de dicho terremoto, el monarca emitió en 1749 una cédula en la que se disponía, entre otros, la reparación de los conventos
dañados, concentrar a las religiosas de la misma regla en una casa y
limitar el número de profesas a las que pudieran mantenerse con las
rentas disponibles, prohibiendo nuevas profesiones y estableciendo
límites a las personas de servicio (Laserna 1995, 267). Sin embargo, dichas disposiciones fueron mayormente ignoradas. Sobre el terremoto
ver: Contreras 2011; Pérez-Mallaína 2001; Seiner 2009 y Walker 2012.
16
17
una visita para el restablecimiento del orden y el decoro, y
el responsable en esta ocasión sería el nuevo arzobispo don
Pedro Antonio Barroeta y Ángel.
Pedro Antonio Barroeta y Ángel: Un obispo conflictivo
Son varios los autores que han analizado con profundidad la corriente reformadora en la monarquía hispánica impulsada por los Borbones desde inicios del siglo XVIII.21 Sin
embargo, si bien es indudable dicha influencia reformista,
la cuestión del control y reforma de las instituciones religiosas en el territorio americano fue un proceso continuo que,
como señalamos anteriormente, se remonta a siglos atrás.22
Asimismo, concordamos con autores como Alicia Fraschina
que sin menospreciar la indudable importancia de la iniciativa monárquica, destacan el activo rol desempeñado por
las autoridades eclesiásticas y las propias profesas.23 Al respecto de esta cuestión, debemos tener también en consideración la propia idiosincrasia de los responsables de llevar a
cabo la reforma. En el caso de la visita realizada en 1754, el
conocido celo del arzobispo Barroeta, así como su particular
carácter impusieron un sello distintivo a la misma y a las disposiciones dadas a su fin.
Pedro Antonio de Barroeta, nacido en 1701 en Ezcaray
(La Rioja), fue propuesto en 1748 por el Papa Benedicto
XIV para ser arzobispo de la iglesia metropolitana de Lima,
vacante desde 1745.24 Su candidatura no fue bien acogida
en el virreinato debido a que el entonces virrey, Manso de
Velasco, había propuesto ya al oidor Juan Bravo de Ribero,
natural de Lima, quien contaba con experiencia previa en el
territorio americano como regidor del obispado de Arequipa y de Santiago de Chile, y como oidor en la Real Audiencia
de Charcas.25 Sin embargo, la Iglesia de Lima se encontraba
bajo el Real Patronato castellano sin mediar, por lo tanto, acceso directo a la Santa Sede. Por este motivo, la elección del
arzobispo quedaba reservada al monarca, quien se decantó
por Barroeta.26 Tras su nombramiento, el nuevo arzobispo
21
Sobre reformas borbónicas ver: O´Phelan 1995a, 1995b, 2015
y 1988; Moreno Cebrián 1983, 2000 y 2003; Lynch 1996 y 2012; Latasa
2003.
22
Sobre regulaciones trentinas y concilios y sínodos limenses, y
su aplicación en los monasterios femeninos ver: Viforcos 1995 y 2005.
Para los concilios: Vargas Ugarte 1951-1954 y Tercer Concilio Limense
2017.
23
Alicia Fraschina analiza las reformas en los conventos femeninos de varias partes de Hispanoamérica desde 1750 hasta 1865,
observando, principalmente, las tensiones y contradicciones fruto de
estas. La autora señala como la insistencia de la historiografía en el
protagonismo de la Corona en las reformas ha opacado los emprendimientos llevados a cabo por otros actores. Así, señala que otra corriente historiográfica, por el contrario «percibe una indudable iniciativa
y/o colaboración de prelados y hombres de la jerarquía eclesiástica,
así como de las propias monjas» (Fraschina 2008, 446-447). Estudios
pertenecientes a esta última corriente serían los de Lavrin 1965, 2006;
y Chowning 2005.
24
Bula firmada en Roma el 25 de septiembre de 1748.
25
Existían otros candidatos cercanos al círculo del virrey como
el mercedario Francisco Gutiérrez Galeano, auxiliar del obispado de
Lima.
26
Martínez Martín 2008, 150. Varios autores coinciden al señalar
que la razón de su elección estaría relacionada con el clientelismo del
arzobispo con el marqués de la Ensenada, natural de Ojacastro, población cercana a Ezcaray, y personaje clave en la vida política durante el
reinado de Fernando VI.
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L. PÉREZ MIGUEL, «ESTO ESTÁ PERDIDO, ES LA CASA DE BABILONIA»: MUJERES, NORMATIVIDAD Y CONTROL
viajó con varios allegados y familiares, y llegó a Lima el 28
de junio de 1751.27
Imagen 1
Retrato del arzobispo Pedro Antonio de Barroeta y Ángel
211
nes del arzobispo con el virrey, el cabildo y otros organismos
ocasionaron que, a tan solo siete años de su llegada al Perú,
Carlos III lo promoviese a la sede vacante de Granada, sucediéndole en el cargo su secretario Diego del Corro.
Durante el breve periodo de su prelacía, Barroeta desarrolló una gran actividad pastoral, testimonio de la cual
es un gran acervo documental compuesto por numerosos
edictos, dos cartas pastorales, una nueva edición de la Recopilación de leyes de Indias, prologada por él mismo, y la
publicación de diversos estatutos eclesiásticos y sinodales
hechos por sus antecesores. Mendiburu señala que «ningún
arzobispo expidió más edictos que Barroeta para reprimir
abusos y sostener el decoro».31 Vargas Ugarte coincide al
señalar que «dio pruebas manifiestas de su celo y solicitud
pastoral», tratando de restaurar la disciplina eclesiástica,
vulnerada en gran parte por la dejadez y falta de espíritu
de miembros del clero.32 Este celo en el cumplimiento de
las normas y en el respeto del decoro se refleja en la minuciosidad con la que llevó a cabo su visita, así como en las
detalladas constituciones dadas por él tras la misma, tal y
como veremos a continuación.
«Y se reformen las cosas que sean dignas de remedio»: la
visita general al monasterio de la Concepción (1754)
Se ha vertido abundante tinta acerca de esta controvertida figura. El historiador J. M. Lavalle destaca su inclinación a
mandar de forma despótica, a lo que añade su falta de experiencia para el cargo designado.28 También Carmen Martínez
señala que Barroeta era conocido por su severa disciplina y
genio intransigente, «siempre con la Recopilación de las Leyes de Indias en la mano para defensa contra el abuso del
Patronato Real».29 Del mismo modo, el padre Vargas Ugarte
poner de relieve «su falta de tacto y mesura y su obsesión
por insistir en asuntos de poca importancia relativos al ritual,
sosteniendo su postura con demasiado vigor». Según el autor, siendo ya ardua la labor de Barroeta, su intransigencia la
complicó aún más, lo que le provocó la animadversión de un
gran número de personas e instituciones, incluido el mismísimo virrey conde de Superunda.30 De hecho, las fuertes tensio-
Una de las más importantes y espinosas misiones del arzobispo fue evaluar el estado de su Iglesia, contexto en el
que propuso una visita general de monasterios femeninos
que comenzó a finales de 1754 en el monasterio de la Concepción de Lima. El 17 de octubre, habiendo pasado más de
ocho meses desde el aviso de la misma, Barroeta señalaba
que se hacía preciso dar inicio, entre otros motivos, por hallarse la abadesa Rafaela del Molino en los últimos meses
de su prelacía.33 Para llevar a cabo su propósito, Barroeta
nombró como acompañantes al chantre don Fernando de
Sota, el canónigo teologal Fernando Cavero y don Joseph
Barbadillo, abogado de los reales consejos y cura rector de
la parroquia de Santa Ana, quien se desempeñaría como notario y secretario en la visita.34
El 20 de octubre, a las 7.30 de la mañana, el arzobispo
llegaba a la puerta del monasterio con sus acompañantes
para ser recibidos por: el capellán, Mariano Bermúdez; el
maestro de ceremonias, don Francisco de Armas y Rotalde;
un diácono; un subdiácono, y dos portadores de un palio
que llevaron al prelado hasta el interior del templo. A la en-
Sobre Barroeta ver: Martínez Martín 2008; Vargas Ugarte
1961; Pérez-Mallaína 2001; Mendiburu 1876, 2: 391; Moreno Cebrián
1983 y 2003 y Carrillo 2018.
28
Martínez Martín 2008.
29
Además, Barroeta no dudaba en acudir tanto a la normativa
trentina como a las bulas papales para respaldar sus actuaciones. Ibíd.:
148.
30
Emilio Pérez-Mallaína señala que, más allá de disputas protocolares, el motivo de animosidad entre el arzobispo, el cabildo catedralicio y varias órdenes religiosas, serían cuestiones como los salarios, capellanías, patronatos o rentas (Pérez-Mallaína 2001). Quizás, el
incidente más conocido entre el arzobispo con el virrey fue el relativo
a un quitasol que el conde de Superunda prohibió usar al prelado durante una procesión por ser privilegio exclusivo de los virreyes (Vargas
Ugarte 1961, 128; Moreno Cebrián 2003, 171; Martínez Martín 2008,
156). En su descargo el virrey señalaba que solo estaba permitido su
uso a los virreyes en actos oficiales porque «sería una indecencia que
se interpusiese un lacayo negro, o mulato, que son los que se destinan
a estos servicios, dando la espalda al virrey y a la audiencia». Barroeta
defendía su derecho indicando que el lacayo no iba en medio, sino
en un lateral, y, además, el uso de ese objeto no era una prerrogativa
honorífica, sino algo necesario para protegerse del sol (Carrillo 2018,
4-5).
31
Mendiburu 1876, 2: 391. Según Vargas Ugarte, el prelado argumentaba que prefería acudir a los edictos que convocar un Sínodo,
el cuál obligaba a los párrocos a dejar sus curatos y a movilizarse con
gran dificultad, debido a la distancia y falta de vías de comunicación
(Vargas Ugarte 1961, 190).
32
Vargas Ugarte 1961.
33
Su gobierno finalizaba el 22 de diciembre.
34
José Barbadillo y Frías, hijo de Francisco y María Frías de Anguiano, era natural de Ezcaray, al igual que Barroeta, y formó parte del
grupo con el que viajó el arzobispo al territorio peruano. Llegó como
presbítero, abogado de los Reales Consejos, siendo pronto nombrado
cura rector de la parroquia de Santa Ana, donde permaneció cuando
Barroeta regresó a la Península.
Fuente: Domingo de Vivero 1892, 25.
27
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trada de la capilla principal se había colocado una alfombra
y un cojín en el que el arzobispo se hincó de rodillas para
adorar la cruz. Acto seguido, roció con agua bendita a los
circunstantes y preparó el incensario, que fue movido, exactamente, tres veces por el capellán. Las religiosas entonaron
el Te Deum laudamus, mientras Barroeta pasaba por debajo del palio al altar mayor.35 Una vez allí, el arzobispo dio
la bendición y se dirigió a continuación junto a la rejilla del
coro, donde lo esperaban las profesas. Tras sentarse en una
silla, debajo de un dosel que le habían preparado, Barroeta hizo público el motivo de su visita y ordenó publicar una
copia del edicto en el coro del convento para que ninguna
monja pudiera aducir desconocimiento. Tras su anuncio volvió al altar mayor, donde llevó a cabo una misa sagrada y,
al acabar, comenzó una procesión mientras se cantaban los
responsos y oraciones acostumbrados en las visitas.
Una vez concluida la procesión, Barroeta procedió a examinar el altar mayor y la hostia consagrada. Pasó a continuación al altar del Santísimo Cristo, ubicado en la reja del coro,
donde inspeccionó el tabernáculo y los copones, para finalizar en un tercer altar donde se conservaba el santo óleo
para los enfermos. Barbadillo, fiel notario, señalaba que el
obispo «halló todo con bastante decencia».36 Tras terminar
la inspección de la iglesia, el arzobispo entró a la clausura,
donde visitó la sacristía interior, la capilla del santuario, el
espacio donde las donadas tenían sus distribuciones espirituales, la capilla del Carmen y la sala interior del locutorio. Al
concluir su inspección, Barroeta volvió al coro, donde todas
las religiosas le esperaban, y mantuvo con ellas «una breve
y saludable plática sobre la utilidad espiritual de la visita» y
lo que las religiosas debían hacer «para que se reformasen
las cosas que fueran dignas de remedio». Tras esto salió de
la iglesia junto con todos sus acompañantes.
Dada la enorme extensión y población del monasterio de
la Concepción, uno de los más grandes de la Ciudad de los
Reyes, serían necesarias varias jornadas para poder realizar la
visita. El día 26 de octubre, a las 9.00 de la mañana, el arzobispo y su comitiva, a la que se sumaron los jesuitas Luis Rodríguez y Joseph Meléndez, se presentaban en el templo para
proseguir con su cometido. Una vez dentro, Barroeta ordenó
a las religiosas retirarse a sus alojamientos, permitiendo que
le acompañaran en su reconocimiento únicamente algunas
profesas, entre las que se encontraba la abadesa.37
El propósito de esta jornada era la supervisión del correcto cumplimiento de la clausura. Para ello, el prelado visitó el torno de la sacristía, las rejillas de los confesionarios,
el comulgatorio, la clausura del convento y las puertas de la
reja del coro. Del mismo modo, examinó las dos puertas de
la clausura del monasterio —principal y falsa—, los locutorios, los tornos, los dormitorios y los archivos, hallando todo
en buena disposición. Finalmente, visitó las cercas y subió a
algunos tejados de las celdas para observar tanto la dificultad de subida a los mismos como la vista que se tenía desde
ellos. En esta ocasión sí «halló algunas cosas dignas de remedio», las cuales serían consideradas con posterioridad en
el auto correspondiente.
35
AAL: monasterio de la Concepción 33:37, 26 de octubre de
1754, f. 4r.
36
Ibíd.
37
Juana Poveda, Magdalena Izquierdo, Sinforosa Cordero, Josefa
Obregón, Josefa Laínez, Isabel Muñicio y Francisca Morete.
Tres días más tarde, el 29 de octubre, continuaba la visita, destinada en esta jornada a evaluar el desempeño de la
abadesa Rafaela del Molino. Tal y como era usual, la prelada
fue suspendida temporalmente del cargo, siendo nombrada como presidenta Rosa Carrillo, a quien se entregaron el
báculo, el sello y las llaves de la clausura, distintivos de esta
dignidad. Para examinar a la prelada y cuestionar su cumplimiento de las obligaciones, Barroeta dispuso un interrogatorio en la puertecilla del comulgatorio a las doce monjas
«más antiguas y de mayor graduación y virtud».38 Asimismo,
se hicieron averiguaciones sobre el desempeño de la vicaria,
las porteras y el capellán por ser estos los puestos más importantes y que mayor celo y responsabilidad demandaban
en su cumplimiento. Tras tomar nota de los comentarios de
las religiosas, Barroeta consideró que no había acusaciones
graves, por lo que tras una «paternal reprehensión» restituyó a Rafaela del Molino su cargo y le devolvió sus insignias.39
Imagen 2
Retrato de la abadesa Rafaela del Molino y Barañán
Fuente: AHMCL. Anónimo. S. XVIII. Retrato de doña Rafaela del Molino
y Barañán, dos veces abadesa en este monasterio de la Purísima Concepción de Nuestra Señora, murió en este año de 1775.
38
Bárbara Luján, Juana Poveda, Sinforosa Cordero, Josefa Obregón, Isabel Muñicio, Josefa Laínez, Magdalena Izquierdo, Isabel María
Ortega, Francisca Carrillo, Agustina Puente, Magdalena del Sacramento, y María de la Oliva.
39
El detallado ritual realizado por Barroeta sería repetido, de
manera casi idéntica, en la visita al Monasterio de la Santísima Trinidad
de San Bernardo, y creemos, aunque no hay pruebas documentales
de ello, en el resto de monasterios. Al igual que en la Concepción, inspeccionó la iglesia, la clausura e inquirió acerca del desempeño de la
abadesa, aunque en esta ocasión no hubo objeciones y la felicitó por
su desempeño. AAL. Monasterio de la Trinidad, 12: 6, 1754.
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Al día siguiente, el arzobispo continuó con sus averiguaciones, esta vez acerca del cumplimiento de obligaciones y
observancia de votos por parte de las profesas. En esta ocasión convocó a seis religiosas: las hermanas Catalina y Juana
Poveda, Sinforosa Cordero, Silveria del Castillo, Magdalena
del Sacramento y Magdalena Izquierdo, todas las cuales informaron al arzobispo sobre los asuntos que, a su parecer,
debían ser remediados. El 31 de octubre, último día de la
visita, el arzobispo continuó con su inquisición, siendo en
esta jornada siete las monjas interrogadas.40
Los comentarios de las religiosas en los interrogatorios
del 30 y 31 de octubre fueron recogidos cuidadosamente
por el secretario y notario de la visita, Joseph Barbadillo.41
Dicho documento, presenta un total de trece epígrafes
que, consideramos, corresponderían a cada una de las profesas examinadas: seis el día 30 y siete el 31.42 Dado que
no consta el nombre de las informantes ni sabemos en qué
orden fueron convocadas, desconocemos a quién corresponde cada una de las observaciones. Sin embargo, llama
la atención la denuncia común de varios aspectos, tales
como problemas con la vestimenta, la falta de observancia
de los votos y obligaciones del coro, así como la desobediencia de las criadas, temas en los que profundizaremos
a continuación.
Construyendo la normatividad
El 9 de noviembre de 1754, poco después de concluir
la visita, el arzobispo emitía un auto destinado a corregir
y regular varios temas relativos al templo y a sus internas.
Deseamos destacar que la mayor parte de dicho auto estaba
conformado por las observaciones, solicitudes y sugerencias
hechas por las religiosas durante el interrogatorio privado,
las cuales se habían transformado en disposiciones.
Una de las cuestiones más denunciadas durante las entrevistas con el arzobispo había sido las vestimentas de las
seglares, a quienes se acusaba de usar faldellines de seda «y
ropas y ligas de seda encarnadas». Asimismo, se señalaba
que su vestido era «muy profano y alto», lo que permitía
ver sus zapatos, algo prohibido por varias disposiciones y
edictos.43 Las religiosas también expresaban su disgusto por
el uso de tupés, perlas y diamantes tanto por seglares como
por donadas, criadas y esclavas.44 Pero no solo estas hacían
semejantes alardes, ya que algunas religiosas también eran
acusadas de usar medias de seda, ropas de Cambray, sortiLas religiosas interrogadas fueron Francisca Carrillo, Josepha
Casanova, Ana Terán, Francisca Morete, Micaela Garcés, maestra de
donadas, Rosa Carrillo y Agustina Puente.
41
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 38, 1754. Borrador con
observaciones para la reforma del monasterio de la Concepción.
42
Los epígrafes, 12 y 13, no llegaron a ser desarrollados. Quizás
las religiosas no dieron información de importancia o no fue recogida
por el notario.
43
Se exigía que la falda, o saya femenina, cubriera los zapatos,
con el fin de eliminar la visión de los pies, posible punto de seducción.
Scarlett O’Phelan, señala cómo hasta el siglo XVIII, las damas españolas, y por ende las criollas, tenía vedado el enseñar los pies a miembros
del sexo opuesto (O’Phelan 2007, 24-25).
44
Tal y como señala O’Phelan, las criadas y esclavas eran consideradas una extensión de la familia a la que pertenecían. Por este
motivo, una familia que se preciara de alcurnia ponía especial cuidado
en que vistieran bien, pudiendo incluso acicalarlas con joyas (O’Phelan
2003, 103).
40
213
jas y «cintas de mucho precio y labores de bordados en los
escapularios», y de llevar sus hábitos muy altos e, incluso,
de no llevarlos en alguna ocasión.45
Todas estas cuestiones eran reguladas en el nuevo auto
arzobispal a través de las disposiciones 17, 35, 36 y 43, las
cuales mandaban observar el alto reglamentario de la ropa
y llevar siempre el hábito, reformaban el adorno en los zapatos y prohibían el uso de medias y ligas de seda, las cuales debían ser cambiadas por otras de algodón.46 Del mismo
modo se censuraba el uso de telas preciosas de lino, de Cambray o de clarín, y obligaba a vestir «de Bretaña o Ruan,47 sin
tener en sus celdas alhajas de plata, oro, pedrerías, menaje
precioso y otros adornos que solo convienen a la gente del
siglo».48 Respecto a las seglares, se les ordenaba vestir de
lana y se les prohibía usar «faldellines u otras ropas de seda,
procurando traer siempre cubiertos los brazos y pechos con
sus manguitos de lienzo y la ropa larga hasta el talón del
zapato, como les es mandado por edictos publicados a este
fin», amenazando con su expulsión si no lo cumplían.49
Otro punto común en las denuncias de las religiosas durante la visita había sido el escandaloso comportamiento
de las criadas y su falta de respeto hacia las religiosas, problema que veremos a continuación con mayor detalle. Las
disposiciones 13, 19, 27, 37, 39 y 44 atendían a este asunto
estableciendo, entre otros, que cada religiosa no pudiese
tener más de dos criadas y que ambas fuesen mayores de
veinte años.50
También se regulaban varios aspectos relativos a las seglares. Por ejemplo, durante el interrogatorio, una de las
profesas había sugerido que estas pagasen «por el piso 50
pesos cada año» y que no se admitiesen nuevas internas
«sin que afiancen a satisfacción de la madre abadesa». Observamos que el arzobispo atendió esta propuesta, ya que
en la disposición número 46 se disponía dicho pago y la
aprobación de la prelada. Del mismo modo, varias religiosas habían denunciado el comportamiento poco adecuado
de algunas de estas mujeres, como Francisca Zegarra, quien
habría mantenido relaciones ilícitas con otras seglares.
También eran acusadas por el mismo motivo Teresa Lucía,
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 37, 1754.
Ibíd.
47
La bretaña era un lienzo fino procedente de Bretaña en Francia, al igual que el ruan que se manufacturaban en la ciudad del mismo
nombre y se empleaban en confeccionar tocas y vueltas de puño, haciéndose lo propio con el Cambray lienzo muy delgado procedente de
la ciudad de Cambray (O’Phelan 2007, 24-25).
48
Asimismo, se prohibía a las religiosas vestir a las criadas «o a
las muchachas de seda, puntas o perlas».
49
Pérez-Mallaína señala que el arzobispo, a través de cartas
pastorales o edictos públicos, pretendía corregir los abusos y dar las
normas de decoro que debían seguir los habitantes de Lima, disposiciones que muchos consideraban excesivas. En un edicto del 15 de
septiembre de 1751, reguló el vestido que debían usar las mujeres, el
cual debía cubrir los brazos hasta la muñeca. Asimismo, debían usar
sayas o faldellines hasta el tobillo (Pérez-Mallaina 2001, 165). Si esto
era así para las mujeres del siglo, con más razón, debía controlarse en
los monasterios. O´Phelan indica como el Barroeta llegó a denunciar el
poco recato de las mujeres en el vestir como causante del terremoto
(O’Phelan 2007, 24).
50
La disposición 37 prohibía a las religiosas tener más de dos
criadas. Estas debían ser mayores de 20 años, y solo aquellas de más
de 30 podrían salir a hacer recados. Por su parte la disposición 39 reiteraba esta orden «con particular encargó» a la abadesa solicitando
asimismo dar cuenta al arzobispo. AAL. Monasterio de la Concepción,
33: 37, 1754.
45
46
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L. PÉREZ MIGUEL, «ESTO ESTÁ PERDIDO, ES LA CASA DE BABILONIA»: MUJERES, NORMATIVIDAD Y CONTROL
Jacoba de León y las donadas Cathalina Moreno y Josepha
Vásquez: «por inhonesto recíproco trato». Quizás dichas declaraciones motivasen las disposiciones 41 y 42, en las que
se ordenaba que ninguna seglar saliera sin permiso del arzobispo y que no pudieran vivir en las mismas celdas de las
profesas.
Tampoco el cumplimiento de las obligaciones religiosas
escapaba de la denuncia de las monjas, quienes se lamentaban de hechos como la falta de asistencia al coro o la entrada de criadas y niñas durante el oficio, lo que suponía
una distracción. De hecho, varias profesas se quejaban de
la presencia de niños y niñas de todas las castas, los cuales
se criaban en el monasterio a pesar de no estar permitido e
interferían en el cumplimiento de sus obligaciones. El auto
arzobispal a través de las disposiciones 12, 28 y 34 se encargaba de regular ambos problemas prohibiendo, entre otros,
la presencia de estos menores en el monasterio.
Por último, varias de las religiosas habían expresado su
preocupación en relación con las elecciones de abadesa y
de profesas, solicitando que el voto fuera secreto y que se
moderasen las celebraciones tras las elecciones. Las profesas se quejaban de las corridas de toros que se hacían por
motivo de la elección de abadesa, que conllevaban, además
de un desorden en la clausura, la entrada de personas de
otro sexo sin el permiso correspondiente. Ambos aspectos
también eran oportunamente regulados, ordenando las disposiciones 41 y 15, respectivamente, que el voto fuera secreto y que no pudiesen entrar ni reses ni toreros.
Como se puede observar, los datos provistos por las religiosas a través de sus reclamos, sugerencias y peticiones
durante el interrogatorio fueron de vital importancia en la
elaboración de las disposiciones arzobispales dadas tras la
visita.51 No obstante, debemos señalar que esta no era la
única fuente de información para Barroeta, ya que algunas
profesas también le habían asesorado acerca de lo que debía ser remediado a través de correspondencia secreta antes, durante y tras la visita.
ellas, ambas religiosas realizaban una apasionada defensa
de la necesidad de una visita para remediar los males que
asolaban al monasterio de la Concepción. El 28 de agosto de
1754, doña Magdalena del Sacramento, tras tener noticia
de la visita general, escribía al prelado solicitándole comenzar por la Concepción, donde la «calamidad es mayor y más
lamentable la penuria».53 La profesa indicaba que al ser varias las religiosas «de virtud sólida y ejemplar vida» que deseaban una reforma para vivir de manera adecuada en religión, no dudarían en contar los abusos que se manifestaban
en la clausura para que el arzobispo pudiera remediarlos.
En su misiva narraba cómo, durante varios años, ella y otras
habían soportado muchos inconvenientes y, aunque habían
pedido ayuda a sus superiores, únicamente habían obtenido
una exhortación pastoral al provisor. Así, la profesa no dudaba en manifestar su alegría por la visita: «Vuestra Ilustrísima
tiene convocados a sus monasterios para que oigan su doctrina por medio de una visita que deseo lo que tan grande
proeza siguiendo el norte de la prudencia y discreción que
en los socorros y necesidades sabe guardar».54
A fines de octubre, ya iniciada la misma, Magdalena
escribía una segunda carta al prelado en la que exponía su
preocupación por que no llegara a realizar las reformas necesarias. La religiosa se justificaba señalando que durante
los interrogatorios, aunque el arzobispo había mandado
decir la verdad, gran parte de las profesas habían callado
por miedo, ya que la abadesa las había amenazado. Sin embargo, doña Magdalena indicaba: «alumbrándome Dios, conozco y debo decir la verdad».55 De este modo, la religiosa
comenzaba sus denuncias con la narración del lamentable
estado de los servicios del monasterio, en particular la enfermería. Sin embargo, el asunto de mayor gravedad, y que
en su opinión ameritaba mayor urgencia en su reparo, era el
de las criadas, a quienes dedicaba duras acusaciones:
Ellas son la perdición de esta casa. No puede haber
silencio si las religiosas están en oración […] ni se les
puede hablar, porque si les reprenden algo malo las
ponen como un suelo a desvergüenzas, que esto es
para llorarlo, y todos los días vivimos clamando a Dios.
Ellas viven en esta casa como Sodoma, todas en malas
amistades y unas con otras dando escándalo.56
«Pues mal podrá remediar lo que no se sabe…»
Las afirmaciones de diversos autores sobre el proceso de
relajación moral sufrido en la ciudad de Lima a lo largo del
siglo XVIII, del que no habrían escapado los monasterios,52
parecen ser ratificadas por las incendiarias declaraciones de
las monjas de velo negro Magdalena del Sacramento y Sinforosa Cordero en varias misivas enviadas al arzobispo. En
51
Barroeta también reguló algunos aspectos que había observado en persona durante su visita, como la subida a los tejados y la
exposición de algunas celdas que ponían en peligro la clausura: «16. La
celda de Petronila Castillo esta frente a la puerta y asisten con frecuencia religiosas donadas y seglares vestidas con adornos para ver y ser
vistas por los que pasan por la calle manda que ya no se pueda y que lo
vigile la abadesa» y «22. Que se quiten y derriben las subidas que ay a
los terrados por las celdas de doña Nicolasa Aramburu, doña Theresa
de los Santos y de doña Gabriela del Castillo […] no se use escalera
levadiza para subir e otras celdas que sabe el arzobispo». Del mismo
modo, reiteró el deber de cumplimiento de la regla, con especial atención a la clausura y a la observancia de aspectos espirituales. AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 37, 1754. Este aspecto de la clausura fue
de particular importancia en los monasterios femeninos de la capital
y el causante de numerosos problemas relativos a su incumplimiento
(Pérez Miguel 2019 y Serrera 2009).
52
Juan y Ulloa 1991; Pérez-Mallaína 2001; Laserna 1995.
Magdalena se quejaba de que las criadas tenían gallinas,
patos y pollos, los cuales ensuciaban todo el convento y se
metían en las celdas. Doña Magdalena lamentaba que, si
bien durante las visitas la abadesa y vicaria mandaban limpiar todo y esconder a los animales, estos eran liberados
una vez concluían.57 También las vestimentas de las criadas
eran objeto de su denuncia, pues la religiosa aseguraba que
estaban «profanamente vestidas […] llenas de clarines, sarcillos, cintas de telas, las ropas a media pierna, las ligas colgando que una mujer del mundo no estuviera más escandaAAL. Monasterio de la Concepción, 33: 36, 28 de agosto de
1754. Carta de sor Magdalena del Sacramento al arzobispo de Lima.
54
Ibíd. f. 1.
55
Ibíd., 33: 33, 1754. Carta de Sor Magdalena de la Concepción
al arzobispo de Lima.
56
Ibíd.
57
Esta queja también había sido formulada durante el interrogatorio, seguramente por la propia Magdalena, y fue atendida por el
arzobispo quien a través de la disposición 14 prohibía la presencia de
animales como gallinas, patos o perros dentro del Monasterio.
53
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L. PÉREZ MIGUEL, «ESTO ESTÁ PERDIDO, ES LA CASA DE BABILONIA»: MUJERES, NORMATIVIDAD Y CONTROL
losa». A pesar de los antes mencionados edictos en contra
del uso de las sayas de seda y faldellines, algunos dictados
por el propio Barroeta, las criadas los vestían burlándose de
las disposiciones.58 Por si fuera poco, las criadas también poseían celdas y esclavas y, además, Magdalena las acusaba de
no respetar la clausura —ya que subían a las cercas y tenían
correspondencia con gente del exterior— y de robar en el
monasterio para engalanarse, lamentándose de que ni los
candeleros de las imágenes estaban seguros en el coro. Sor
Magdalena señalaba que «solo para hablar del desorden de
las criadas es menester resmas de papel», y denunciaba,
con gran amargura, los hechos:
Son las criadas nuestra destrucción […] están alzadas con la casa y son dueñas de ella, las músicas que
hacen por el convento cantando cantares lascivos y trayendo a los oídos de las religiosas todas las palabras y
desenvolturas del siglo, que ni aun en su celda esta una
monja segura de oír lo que no quisiera, esto es digno de
llorarlo con lágrimas de sangre.59
Sin embargo, la monja se lamentaba al arzobispo de que,
si todo esto llegaba a oídos de la prelada, esta solo las regañaba ligeramente, por lo que las criadas no moderaban su
comportamiento: «esto está perdido, es la casa de Babilonia
no puede haber ni paz ni silencio, si una criada avergüenza
a una religiosa la misma ama suya la defiende y no le hace
nada la abadesa». Según Magdalena, el motivo de permitir
estos desmanes sería, además del miedo de las profesas,
la vergüenza de verse «ultrajadas de una inferior», por lo
que «callan y sufren un infierno». Asimismo, dado que las
criadas formaban parte de los bandos electorales y eran tan
numerosas, las preladas no querían enfrentarse a ellas «por
no perder los bitores y ruidos que en el convento hacen para
festejarlas». Continuando con el tema de las elecciones,
Magdalena indicaba que el ingreso de una religiosa se votaba con frijoles blancos y negros a la vista de todo el coro,
lo que ocasionaba que muchas votaran por profesas poco
recomendables para no ganarse la enemistad del resto. Lo
mismo sucedía con la elección de la abadesa, motivo por el
cual pedía al arzobispo ordenar «que cada una haga su voto
como su conciencia le pareciera y este sea oculto».60
Para finalizar, la religiosa señalaba en un tono bastante
apocalíptico que las que vivían de acuerdo a sus votos eran,
desafortunadamente, una minoría, y que el resto no constituían más que una carga y una ofensa: «no sé cómo Dios no
hunde esta casa y la confunde, pues son muy raras las que
viven bien». La religiosa indicaba narrar únicamente: «una
parte de lo que hay en el convento que remediar, pues creo
que era menester que Jesucristo bajara del cielo a componer esta casa». Por este motivo solicitaba al arzobispo llevar
a cabo una necesaria reforma, y le daba para ello una se58
Según señalaba la religiosa, las donadas estaban tan relajadas
como las criadas y solo se distinguían de las seglares cuando se ponían
el hábito. Magdalena se lamentaba de que ni siquiera respetaban el
cumplimiento del oficio divino y entraban al coro sin saya.
59
Ibíd.
60
Probablemente, esta denuncia que fue manifestada durante
el interrogatorio privado corresponda a Magdalena. Tal y como señalamos anteriormente, la solicitud se materializó en la disposición
número 41 que ordenaba que el voto fuera secreto «por los graves
inconvenientes que se resultan de que se hagan en otra forma». AAL.
Monasterio de la Concepción, 33: 37, 1754.
215
rie de recomendaciones muy concretas, aduciendo que lo
hacía por ser «preciso darle parte de estas cosas, pues mal
podrá remediar lo que no se sabe». Así, Magdalena solicitaba prohibir los gallineros y animales dentro del monasterio,
y castigar el libertinaje de las criadas, insinuando, incluso,
que fueran expulsadas: «fuera más licito que estuvieren en
el siglo y no viviendo aquí todas mal amistadas dándonos
tantos escándalos con sus desenvolturas».61 La religiosa
aprovechaba las últimas líneas de su misiva para indicar que
seguiría informando sobre asuntos dignos de la atención
del prelado y para cargar la reforma sobre la conciencia del
arzobispo: «si su Ilustrísima sabiéndolas [verdades] no las
remediare allá se entenderá con Dios».
Pero sor Magdalena no era la única religiosa que mantenía correspondencia con el prelado. También Sinforosa
Cordero y Espinosa, monja de velo negro, le escribía para
exponer de manera muy pormenorizada varios asuntos
dignos de censura, incluso referidos a las cuentas del monasterio, sustentando sus acusaciones con diversas pruebas
materiales. La primera misiva que conservamos de Sinforosa a Barroeta corresponde al 1 de noviembre, tan solo un
día después de finalizar la visita. Probablemente, durante la
entrevista privada con el arzobispo, este le habría indicado
que si quería añadir algo a lo declarado, podría hacerlo mediante esta vía. O quizás la propia profesa había tomado la
iniciativa para mostrarse como una buena religiosa, confiable y sujeta a su autoridad. 62
Sinforosa comenzaba su primera misiva aludiendo a su
carácter privado y a su propósito: «Esta solo Vuestra Ilustrísima las ha de leer, y todo lo que va en ellas prometo sea
todo como en la presencia de Dios al fin se ataje este cáncer». A continuación, relataba una serie de irregularidades
cometidas tanto por la actual abadesa como por la anterior
y el mayordomo, las cuales habrían causado una gran ruina
al monasterio y a sus internas en tiempos tan difíciles y de
tanta necesidad como el reciente terremoto de 1746.63
Sinforosa escribía de nuevo al día siguiente, esta vez para
dar parte «de los buenos efectos que van produciendo de la
visita».64 La religiosa señalaba que ahora las profesas iban
vestidas al coro con sus hábitos de monjas. Asimismo, al
igual que Magdalena, aprovechaba para denunciar el comportamiento de las criadas y solicitaba que fueran vestidas
como las religiosas, que no hubiera clarines, que no vivieran
61
Ibíd. Recordemos que la solicitud sobre los animales también
fue atendida. Cfr. nota 57.
62
Al momento de la visita, el arzobispo había solicitado a las religiosas dar noticia secreta de cualquier asunto por lo que estas misivas
no serían algo irregular. Asimismo, en las disposiciones dadas tras la
misma, Barroeta ordenaba que si algo de lo dispuesto no se cumplía
se le diese aviso en secreto «con apercibimiento de que con la que
contraviene en todo o parte se hará una demostración muy ejemplar».
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 37, 1754. De este modo, consideramos que el proceder de Sinforosa no se enmarcaría en la excepcionalidad al contrario que otros autores como Ybeth Arias, quien
sostiene el carácter inusual de esta actuación que no forma parte de
un requisito formal, sino que es una iniciativa personal de la religiosa
(Arias 2009, 108). En su estudio la autora analiza la visita de Barroeta
en el contexto de las reformas borbónicas.
63
Según Sinforosa, el mayordomo Poveda (hermano de dos religiosas de velo negro) había malversado 12 000 pesos de la caja de
dotes y otros fondos de las internas, y la actual abadesa habría sabido,
y consentido, parte de estas actuaciones. AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 39, 1754.
64
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 40, 02-11-1754.
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L. PÉREZ MIGUEL, «ESTO ESTÁ PERDIDO, ES LA CASA DE BABILONIA»: MUJERES, NORMATIVIDAD Y CONTROL
en las celdas y que disminuyera su número, lo que se podría
conseguir si no se daban más licencias. Del mismo modo,
sugería que las criadas más jóvenes sustituyesen a las más
mayores.65 Respecto a las cuentas del monasterio, Sinforosa
aconsejaba a Barroeta examinar las rentas durante su visita,
pero sin dejarse aconsejar por el capellán, el Sr. Mengoa,
«dueño de los tapadijos».
Pocos días después, el 6 de noviembre, Sinforosa hacía
llegar al arzobispo una memoria de los gastos del monasterio correspondientes a una población aproximada de noventa monjas.66 La religiosa hacía énfasis en la gran ruina
ocasionada por el terremoto, e indicaba que actualmente
se les daba «4 reales cada semana a cada una y un poquito
de frijoles crudos». Por ese motivo, no se explicaba adónde iban a parar las rentas del monasterio que, según sus
cálculos, ascendían a unos 30 000 pesos. La religiosa, con
gran conocimiento probablemente debido a su desempeño
como vicaria años antes, estimaba de manera pormenorizada los gastos y costos anuales en 24 000 pesos. Dichos gastos incluían, entre otros: 120 panes y 10 carneros diarios; 10
palos de velas y 2 libras de jabón mensuales; aceite para las
lámparas de la iglesia; vino; hostias, y gallinas.67 Sinforosa
culpaba de la mala praxis a la madre Manuela Jáuregui, la
madre Poveda y la madre Barbarán, y aconsejaba a Barroeta
registrar las cesiones y renegociar los inquilinos «al haber
varios rezagos por cobrar».
Además de denunciar estas irregularidades presupuestales, la religiosa nuevamente insistía en la necesidad de
reducir el número de criadas: «si ahora no se logra se pondrá todo peor e irremediable». Para ello sugería al prelado
solicitar a la abadesa, bajo amenaza de excomunión, una
nómina de las que habían quedado en el monasterio. Seguramente esta sugerencia ocasionó que tres días después,
el 9 de noviembre, el arzobispo solicitase a la prelada que
expulsara a las criadas sobrantes, permitiendo únicamente
dos por profesa, y enviara un informe sobre este asunto junto con una lista de las celdas y las personas que en ellas habitaban, detallando por separado si pertenecían a donadas,
seglares o criadas.
Al finalizar su misiva, Sinforosa, al igual que Magdalena,
señalaba que sus superioras no querían que las profesas dijesen nada, pues sería «desacreditar su casa». Asimismo, contaba que el capellán sospechaba de ella por el largo tiempo
que había pasado con el arzobispo durante el interrogatorio
privado, e indicaba que no había podido escribir más «por
no fiar de nadie», pero que estaba dispuesta a conversar
personalmente con Barroeta si necesitaba más información.
No creemos que este encuentro personal tuviera lugar, ya
que pocos días después, el 13 de noviembre, la religiosa escribía al arzobispo, esta vez agradeciéndole la reforma «de
que había tanta necesidad que se hacía inexplicable».68 La
religiosa alababa la reducción del número de criadas y enfatizaba la necesidad de esto: «porque mucha gente y ruin se
65
Como podemos observar las denuncias realizadas por Magdalena y Sinforosa en sus misivas son muy similares a las expresadas por
las profesas en el interrogatorio particular.
66
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 41.
67
La religiosa indicaba que el precio de la mayor parte de estos
objetos había aumentado desde el temblor. Asimismo, incluía pagos
a profesionales como el mayordomo, capellán, doctores, abogados y
procuradores ascendiendo el total a 23 831 pesos.
68
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 42.
hace imposible el gobernarlas». Sinforosa reiteraba que dos
criadas por religiosa eran más que suficientes y, además, solicitaba que ninguna donada tuviera criadas en adelante.69
La profesa aprovechaba para manifestar que habían
quedado algunas mestizas como seglares, siendo esto poco
conveniente, por lo que solicitaba «que ninguna, que no sea
limpia de ninguna raza quede […] que dan escandalo con
su mala vida».70 Sinforosa también denunciaba a la seglar
Panchita Zegarra, quien, recordemos, ya había sido acusada en el interrogatorio por un par de religiosas, siendo seguramente Sinforosa una de ellas. En su misiva condenaba
la «sospechosa» amistad de la seglar con una religiosa, señalando que, aunque cada una vivía en su celda, estaban
todo el día juntas. Asimismo, indicaba que había rumores de
que una joven profesa estaba «siendo inclinada a las malas
costumbres por Zegarra», por lo que solicitaba su expulsión
inmediata o, al menos, su aislamiento. También denunciaba
por el mismo motivo a otra seglar llamada Gregoria, quien,
a su parecer, tenía una relación «demasiada estrecha» con
una religiosa, aunque «no tan escandalosa» como la de Zegarra. La última acusada era Sebastiana del Corro, «por estar constantemente fuera de la clausura trayendo y llevando
especies». La religiosa pedía que se le prohibiera salir bajo
ningún pretexto, lo cual sugería aplicar al resto de seglares:
«que ninguna entre ni salga […] váyanse si se quieren recoger a un beaterio o a las recogidas […] acá vienen a perderse y perdernos. Las que están que vivan bien y sino que
se vayan que menos mal será. Ofendan a Dios en el siglo y
no en la religión que son las casas destinadas a la mayor
perfección».71 La religiosa, para finalizar, justificaba sus acusaciones indicando que no tenía ánimos de perjudicar a nadie, «pero es tanta la relajación que hacen en esto que me
obliga a decir la verdad en cumplimiento del precepto».72
Por su parte, la abadesa también escribía al arzobispo,
pero para informarle del cumplimiento de la mayor parte
de lo dispuesto en el auto y brindarle la lista solicitada de
habitantes del monasterio. En su misiva indicaba que de
las treinta y nueve criadas sin ama, las religiosas se habían
apropiado de algunas «por haber despachado a la calle las
que tenían pequeñas y quedar con el número de dos que
manda Vuestra Ilustrísima».73 Asimismo, la prelada aprovechaba para interceder por las criadas expulsadas, señalando
que muchas habían quedado huérfanas y sin refugio: «… no
69
Sinforosa indicaba que hacía aproximadamente ocho años había encargado al misionero fray Joseph de San Antonio, que viajaba a
España, sacar una bula que señalase que las religiosas no podían tener
más de una criada y que no podían entrar más donadas o seglares. La
religiosa había pagado para ello 100 pesos, que comprendían tanto el
costo de la bula como un apoyo al misionero. Sinforosa advertía a Barroeta que se había enterado de que las bulas habían llegado hace tres
años, y que quizás fueran de utilidad en el marco de su reforma. Ibíd.
70
Sobre la cuestión de las mestizas en el monasterio de la Concepción ver: Pérez Miguel 2019.
71
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 42, 1754. Parece que
Zegarra y al menos otras dos seglares fueron expulsadas por su comportamiento.
72
Ibíd.: f. 2r.
73
Recordemos que esta petición había sido una constante en
los interrogatorios. Consideramos, asimismo, que la cifra establecida
por Barroeta de dos criadas habría estado influenciada por Magdalena
y Sinforosa quienes habían solicitado al prelado que las religiosas se
quedasen solo con este número, y que las donadas no pudieran tener
ninguna.
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tienen dónde albergarse si se expelen de este monasterio
así por su indigencia como por su edad».74 La abadesa solicitaba dispensarlas y permitir que se quedaran en el monasterio. Del mismo modo, negociaba el aumento de criadas
que Barroeta había dispuesto para el servicio de la iglesia
de cuatro a seis u ocho, argumentando que las que habían
quedado eran tan mayores que no podían cumplir con sus
obligaciones. Finalmente, pedía la exoneración del «pago de
piso» de 50 pesos por parte de las seglares con base en la
«estrecha indigencia» que le habían manifestado.
Como podemos observar, la abadesa Rafaela del Molino,
a pesar de cumplir varias exigencias del arzobispo, no dudaba en negociar otras, haciendo malabarismos para equilibrar su obligación como súbdita del prelado sujeta a él, con
su deber como madre superiora del monasterio y protectora de sus moradoras:
Yo quisiera hacer presente todo lo que se comprime
mi ánimo con estos asuntos, pues el mío solo es sacrificar ciega y humildemente mi más pronta obediencia,
pero el empleo que indignamente obtengo y las suplicas de mis amadas hermanas me hacen poner en su
prudente consideración estos reparos.75
La abadesa logró que parte de sus súplicas fueran atendidas, ya que el 29 de noviembre el arzobispo señalaba que:
«por representación hecha por la madre abadesa a instancia de diferentes religiosas» se hacía preciso moderar y reformar algunas cosas. De este modo, Barroeta daba trece
nuevas disposiciones, gran parte de las cuales eran reformas
de las anteriores.76 Por ejemplo, permitía que hubiera en la
iglesia las seis criadas solicitadas por la abadesa y, aunque
no eximía a las seglares del pago, al menos rebajaba a la
mitad la cantidad a entregar. Sin embargo, parece que las
criadas expulsadas no fueron exoneradas, tal y como se insinúa en otra misiva de Sinforosa Cordero al arzobispo con
fecha de 9 de diciembre.77
En esta ocasión, Sinforosa contaba al arzobispo que la
ausencia de sus misivas se debía a las sospechas que varias profesas tenían sobre ella, aunque las daba por buenas
«por que con ese miedo se van remediando».78 La monja
mostraba su alegría por la reducción de población en el
monasterio, lo que disminuía los problemas y posibilitaba
un mejor control del centro. En esta ocasión, Sinforosa enviaba un libro de cuentas al prelado para que este pudiese
comprobar cómo el dinero de dotes, censos y otros ingresos
estaba siendo malversado. La religiosa rogaba discreción sobre el envío, prometiendo avisar a Barroeta de «lo que fuere
contra Dios».
Una semana después, otra breve misiva de Sinforosa
llegaba hasta las manos del arzobispo.79 En ella, la religiosa
indicaba que por el momento «no era conveniente dar aviso
[…] porque esto solo sirviera de mayor inquietud». Sinforosa señalaba que ella informaría del momento adecuado y
74
AAL. Monasterio de la Concepción, 43, 1754. Informe de la
abadesa acerca de la reducción de criadas.
75
AAL. Monasterio de la Concepción 33: 43, 1754.
76
AAL. Monasterio de la Concepción, 33:37.
77
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 42, 1754. La religiosa
prevenía al arzobispo de que estaban tratando de engañarlo poniendo
bajo la nómina de las seglares a criadas sin ama.
78
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 44, 9-12-1754.
79
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 47, 1754.
217
preguntaba a Barroeta si necesitaba explicación del libro de
cuentas que le había hecho llegar. No sabemos si el prelado
respondía por escrito a las misivas de la religiosa, ya que no
nos ha quedado constancia documental. Quizás, para evitar
posibles inconvenientes, el arzobispo hacía llegar de manera oral sus comentarios a juzgar por la carta de Sinforosa
que indicaba que «podía fiar de palabra al portador», probablemente una de sus criadas de confianza. Es probable
que las portadoras de las misivas también hiciesen llegar
información oral al prelado.
El 21 de diciembre, a un día de las elecciones de abadesa, Sinforosa escribía nuevamente a Barroeta insistiendo en
que ese día revisase las cuentas del monasterio y que prohibiese a la abadesa cobrar las rentas hasta que hiciese una
inspección detallada de la contabilidad.80 Sinforosa incluso
indicaba al prelado cómo proceder. En primer lugar, debía
pasar en persona al archivo y solicitar las cuentas actuales y
las anteriores. Cuando no se localizasen, debería pedírselas
a la secretaria, quien declararía no conocer su paradero. Es
en ese momento cuando se las pedirían a Sinforosa, quien
las tendría en su poder y se las daría al arzobispo para que
las cotejase con las cuentas que previamente le había hecho llegar.81 Sinforosa disculpaba a la abadesa de su mala
gestión al explicar que «en materia de negocio no entiende,
las otras son las que todo lo traen enredado». Asimismo,
aprovechaba para insinuar un supuesto interés de varias
profesas en que ella fuese elegida nueva abadesa, lo que
nos ayuda a entender el énfasis de sus acusaciones sobre el
mal gobierno del monasterio.
Precisamente, días antes varias religiosas, de manera
anónima, habían hecho llegar un memorial al arzobispo en
el que acusaban a las «madres Povedas» de pedir votos para
doña Josefa Obregón y Mena a través de medios ilícitos, tales como dinero, promesas de oficios, amenazas e injurias.
Las profesas solicitaban nombrar presidenta a Sinforosa Cordero «por su ejemplar vida y talentos y don de gobierno».82
También otra religiosa llamada Tomasa Merlo, mediante
una carta particular, hacía la misma petición al arzobispo.83
Sospechamos que la promotora de ambas solicitudes habría
sido la propia Sinforosa, que trataba de inclinar la balanza
a su favor en las futuras elecciones, a lo que se sumaría su
campaña de descrédito contra la anterior abadesa y la nueva postulante.84 Debemos mencionar brevemente que esta
no sería la primera ocasión en la que Sinforosa aspiraba al
cargo abacial, siendo la primera en 1745, cuando fracasó
Las elecciones de abadesa en el monasterio de la Concepción
se celebraban, y siguen celebrando, el día 22 de diciembre. Era costumbre que el arzobispo estuviera presente ese día. AAL. Monasterio
de la Concepción, 33: 50, 1754.
81
Sinforosa había podido acceder a esta información como vicaria
de la anterior abadesa, la madre Jáuregui.
82
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 46, 10-12-1754.
83
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 45, 10-12-1754. «Carta
que remite Tomasa Merlo de la Fuente al arzobispo de Lima, expresando estar a favor de doña Sinforosa Cordero, quien tiene 30 años
de religiosa, en virtud y buen ejemplo, y ha sido dos veces secretaria y
vicaria de doña Manuela de Jáuregui».
84
Asimismo, creemos que como parte de su campaña habría solicitado al prelado prohibir a las criadas manifestaciones a favor o en
contra de las candidatas, razón por la cual Barroeta en 19 de diciembre
habría prohibido: «vítores y alborotos […] ni menos de dicterios ni libelos so pena de que la que contraviniese a lo mandado será inmediatamente puesta en la calle».
80
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al ser acusada de «corrupta» por haber «vivido libremente
con cierta persona eclesiástica, de quien hubo una hija».85
Durante dichas elecciones, un grupo de religiosas escribió
al entonces arzobispo para solicitar que prohibiera la postulación de Sinforosa por los motivos señalados.86 Dada la
gravedad de las acusaciones, Sinforosa fue declarada inhábil
hasta comprobarse la validez de las mismas, siendo elegida
abadesa Rafaela del Molino, actual prelada del monasterio
por segundo y último trienio. Consideramos que parte de
las denuncias de Sinforosa formaban parte de una venganza
personal, tanto contra la abadesa como contra aquellas que
la habían denunciado hacía más de una década, incluido el
doctor Poveda, siendo el propósito final de la religiosa acceder finalmente al tan preciado cargo abacial. Ser aliada
y confidente del arzobispo sin ninguna duda era una buena
manera de acercarse al mismo. De este modo, parece que
no era solo la intención de servir a Dios la que empujaba las
denuncias de Sinforosa contra el gobierno de la actual prelada, sino también la búsqueda de su báculo.87 Sin embargo,
su estrategia no tuvo el resultado esperado, ya que la elegida para el cargo fue doña Josefa Obregón y Mena.
Volvemos a tener noticias de Sinforosa el 27 de diciembre, lamentándose amargamente del desorden existente
tras la votación.88 En su carta, la monja se quejaba de que las
criadas cantaban coplas y hacían ruidos en la puerta de su
celda hasta las diez de la noche sin que nadie las contuviera:
«haciendo bailes enlistonadas con faldellines de seda y zarcillos contra lo mandado». La religiosa también denunciaba
que gran parte de las criadas expulsadas había regresado al
monasterio, al igual que una seglar «de mal ejemplo» llamada María Ormanza, quien se «ejercita solo en amistades
ilícitas y pleitos y creo le dura una pasión con personas de
esta religión». Sinforosa solicitaba una actuación contundente por parte del prelado. Asimismo, la profesa se quejaba de que seguía bajo sospecha de dar información, por lo
que la abadesa había prohibido que su criada de confianza,
Dominga, dejara la clausura, acusándola de contar lo que
sucedía en el monasterio. Así, la religiosa pedía a Barroeta
que ordenara dejar salir a su criada.
85
Dicho eclesiástico sería don Valentín Velásquez Tineo, cura difunto de Atavillos, quien habría pagado la dote, ajuar y celda de doña
Sinforosa que, además, habría sido su heredera tras su muerte. Al parecer Valentín Velázquez había costeado todos los gastos de la profesa
«con notable abundancia». Asimismo, había dotado a la supuesta hija
de ambos para su ingreso en el monasterio. Esta hija, llamada Josefa, había pasado su infancia en el monasterio de Santa Clara bajo el
nombre de Josefa del Espíritu Santo, ingresando posteriormente en la
Concepción donde residía en la misma celda que Sinforosa. Al ingresar
en la Concepción habría mentido sobre su legitimidad señalando que
era hija legítima de don Fermín Gutiérrez y de doña María López. AAL.
Monasterio de la Concepción, 33: 7, 1745-46.
86
Debido a que el arzobispado estaba vacante los miembros del
Cabildo Metropolitano ordenaron que la carta fuera remitida al provisor y vicario general para que se procediera según lo conveniente,
constando la firma del doctor Poveda.
87
Durante el interrogatorio realizado a partir de la denuncia a
Sinforosa, un testigo había destacado la ostentación de la celda en que
la religiosa vivía, por lo que no consideramos que fuera únicamente su
celo por el cumplimiento de las reglas y un deseo de perfección religiosa lo que la habría llevado a trasladar sus denuncias a Barroeta, sino,
más bien el deseo de contar con su respaldo en su eventual candidatura a abadesa y evitar los problemas acaecidos en 1745.
88
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 51, 1754.
No sabemos qué sucedió con Dominga o si el arzobispo
moderó el comportamiento de las internas tras las elecciones, ya que la siguiente misiva que tenemos de la religiosa a
Barroeta corresponde a febrero de 1755.89 En ella, Sinforosa
continuaba denunciando las malversaciones de las rentas del
monasterio y la presencia de criadas y esclavas que no habían
sido expulsadas tal y como el prelado había ordenado.90 Tenemos una última misiva de Sinforosa al arzobispo Barroeta
con fecha de 15 de mayo de 1755 acerca de problemas con
la alimentación de las profesas, entre otras cuestiones.91 No
descartamos que se hubiera comunicado previamente con él
en relación a este asunto, ya que el 29 de febrero el arzobispo
había solicitado a la nueva abadesa un informe acerca de los
gastos de las religiosas para su sustento diario.92
Asimismo, no creemos que esta fuera su última comunicación, tanto escrita como oral, con este y posteriores
prelados, máxime considerando que Sinforosa finalmente
llegaría a ser abadesa del monasterio de la Concepción desde 1763 a 1766. Por lo que no descartamos su interacción
con Diego Antonio de Parada, quien fue arzobispo durante
su prelacía y que también fue el responsable de una visita
general a los monasterios limeños femeninos.
Imagen 3
Retrato de la abadesa doña Sinforosa Cordero y Espinosa
Fuente: AHMCL. Anónimo. S. XVIII. La madre doña Sinphorosa Cordero
y Espinosa, abadesa que fue en los años 1764, 65 y 66, murió el 1 de
enero de 1767.
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 53, 20-02-1755.
Sinforosa relataba que una religiosa que tenía dos criadas
adultas y dos niñas esclavas —propiedad de un mercader llamado Pascual— le había avisado de las disposiciones de Barroeta y este, con
conocimiento y apoyo de la abadesa, las había acogido hasta que retornaron al día siguiente al monasterio (Ibíd.).
91
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 54, 15-05-1755.
92
AAL. Monasterio de la Concepción, 33: 52, 29-02-1755.
89
90
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Conclusión
Las visitas y los autos arzobispales frutos de las mismas
suponen un asunto de gran interés e importancia al poner
de relieve la incapacidad de los diversos estatutos y reglas de
cada monasterio para mantener la disciplina esperada en el
interior de las instituciones. Del mismo modo, nos permiten
profundizar en aspectos como el conjunto de valores morales
de la época o las tensiones subyacentes entre estos centros y
las autoridades coloniales eclesiásticas y civiles o sus propias
internas. Los documentos resultantes de las visitas arzobispales reflejan la dicotomía entre la utopía de la vida conventual y la realidad de la vida diaria, y nos posibilitan observar
las complejas dinámicas del interior de los monasterios, así
como los destacados roles desarrollados por los actores involucrados en el proceso de regulación de estos centros. De
este modo, las profesas y otras habitantes dejan de ser meras
receptoras de legislación, constituyéndose, por el contrario,
en activas constructoras de normatividad que no dudaron en
hacer uso de diversas estrategias, como cartas privadas al arzobispo, para defender sus intereses.
Más allá de si dichos intereses eran personales —tales
como rencillas entre las religiosas, deseos de revancha o de
una prelacía— o relativos al funcionamiento del centro, debemos evaluar la importancia tanto de la información facilitada por las profesas como el uso de la misma por parte del
arzobispo para la elaboración de normatividad destinada a
la regulación y control del monasterio y sus moradoras. Asimismo, hemos de enfatizar el papel mediador de la abadesa
y su capacidad para negociar las disposiciones de sus superiores eclesiásticos y defender los intereses de su comunidad, logrando cambiar y revocar de manera exitosa, varias
de las disposiciones.93 Finalmente, debemos destacar la preocupación de las autoridades por el control y funcionamiento de estos centros, estos «conventos grandes o pequeñas
repúblicas», piezas centrales, sin duda, en los engranajes de
la monarquía hispánica.
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93
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