«Evas bárbaras, Evas galantes» es un texto cuyo objetivo es indagar en los orígenes, desarrollo y consecuencias del valor simbólico otorgado a la mujer (derivado en derechura de la dicotomía ideológica formulada por el palindromo Eva/Ave)...
more«Evas bárbaras, Evas galantes» es un texto cuyo objetivo es indagar en los orígenes, desarrollo y consecuencias del valor simbólico otorgado a la mujer (derivado en derechura de la dicotomía ideológica formulada por el palindromo Eva/Ave) en la literatura española e hispanoamericana desde el prerrafaelismo a las vísperas de la vanguardia: o, dicho de otro modo, en sucesivos estadios de la Modernidad (1885-1930). A tal fin, el capítulo arranca con una cita de C. Lombroso en la que se define a la mujer como promitiva y salvaje, además de cruel y piadosa, para proseguir investigando el carácter selvático de la «Eva bárbara» en el prerrafaelismo y el simbolismo europeos. En tanto que determinantes estéticos e intelectuales, estos últimos —los Ruskin, Rossetti, Samain, Louÿs, Villiers, Baudelaire, Barbey, Mendès…— condicionaron la percepción de la mujer en el modernismo literario finisecular español, toda vez que la iconografía artística y la prosopografía literaria de las diferentes manifestaciones simbolistas, decadentistas, prerrafaelitas, de la tentadora, selvática y cruel Eva (y sus metamorfosis en Salomé, Dalila, Circe, Lilith, Cleoplatra, etc.) se conocían directa o indirectamente en España desde los inicios de la década de los 90 del siglo XIX. Las imágenes de la «silvana» Eva frecuentarán obras capitales del modernismo hispano, bien sea tratados de estética («Alma contemporánea», de José María Llanas Aguilaniedo, 1899), poemarios (así en «Ninfeas», 1900, y «Jardines lejanos», 1904, de Juan Ramón Jiménez), prosas poéticas (las «Prosas profanas», 1896, de Rubén Darío, o los textos de «Epitalamio», 1897, de Valle-Inclán, entre muchos otros autores y obras), en novelas (por ejemplo, la «Sonata de verano», 1903, y la «Sonata de primavera», 1904, de Valle-Inclán), e incluso piezas teatrales, como la «Beatriz» (1909) de un jovencísimo Ramón Gómez de la Serna, obra en la que rendía homenaje a la «Salomé» de Oscar Wilde. Del resultado del rastreo significativo de imágenes de perversidad fatal en la literatura modernista hispanoamericana —cuyo censo exhaustivo habría de engrosar varios volúmenes— se deduce que desde 1911, pero sobre todo desde 1919 (fecha de edición de «Salomé en la literatura», de Rafael Cansinos Asséns), una sobreabundacia que propiciaría la domesticación de la selvática Eva en su envés de «Eva galante». Lo galante había ganado la batalla a lo bárbaro en la configuración de las Evas simbolistas. Las antaño provocadoras imágenes prerrafaelitas se convirtieron en modelos de buen gusto: la Pandora de John William Waterhouse, de 1896, devino en puro «bibelot». Cuando engrana una nueva rueda, la de las vanguardias, en la grande de la modernidad, quedarán huellas, pero no las maneras originales del simbolismo, en la configuración de la Eva moderna; tras la Primera Guerra Mundial, las vanguardias adorarán un prototipo de mujer —transida de deporte y de refinamiento espontáneo, natual— al mando de automóviles y avionetas. Es una nueva «Eva futura», la Eva de Thea von Harbou y Fritz Lang, la Celedonia de Mauricio Bacarisse (en su novela «Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, 1931) o la nadadora de Alberti (recogida en el poemario «Cal y canto»,, de 1929). Toda una fascinante época ade representaciones femeninas pandóricas había llegado a su fin.
