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Homilia Con Ocasión de La 164 Peregrinacion Divina Pastora

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ARQUIDIOCESIS DE BARQUISIMETO

HOMILÍA CON OCASIÓN DE LA 164 PEREGRINACIÓN DE


LA DIVINA PASTORA A BARQUISIMETO SANTA ROSA
14/01/2020

Queridos hermanos todos.

El día más anhelado por el pueblo barquisimetano y todo el pueblo larense, ha despuntado, y
con él, la madre del “Sol que nace de lo alto”, Jesucristo, venerada por este pueblo en la
amada imagen de la Divina Pastora, se apresta a iniciar su peregrinación N° 164 a la ciudad
de Barquisimeto. Bendita seas, Madre del Amor y de la vida por caminar con nosotros y por
querernos conducir con tu callado de pastora por las sendas que nos llevan al encuentro con
tu Hijo Jesucristo.

Agradezco y saludo a mis hermanos en el episcopado que hoy han peregrinado desde sus
iglesias particulares a esta ciudad de Barquisimeto para sumarse a esta fiesta de la fe
mariana, a todos los sacerdotes que desde diversos rincones del país han venido a compartir
la alegría del presbiterio barquisimetano que celebra a su santísima Madre. A los miembros
de las comunidades religiosas y a los miembros de los movimientos de apostolado seglar.

Les saludo a ustedes, hermanos y hermanas que han venido desde distintas comunidades
del territorio venezolano a hacerse un solo corazón con el pueblo de Barquisimeto y de Lara
entera en este acto de amor hacia su celestial patrona la Divina Pastora de las almas.

Saludo también a todos los hermanos que nos siguen a través de los medios de
comunicación y las distintas plataformas que hoy la tecnología pone a nuestra disposición.
Llegue de manera particular mi saludo en nombre de todo el pueblo barquisimetano cuyo
pastoreo me ha sido confiado temporalmente,
y que poco a poco se acerca a su final, a tantos hermanos nuestros que debido a las
adversas circunstancias políticas, económicas y sociales que hoy lamentablemente vive
Venezuela se han visto forzados a emigrar y hoy, por millones, caminan por las diversas
aceras del mundo buscando mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. Tengan la
certeza de nuestro recuerdo en la oración por ustedes a fin que donde quiera que se
encuentren ahora, Jesús y su santísima Madre en la advocación de Divina Pastora les
acompañen y protejan y les concedan un día, que rogamos no sea lejano, la dicha del
reencuentro con sus seres queridos en una nueva Venezuela libre de toda opresión y
miseria, en un abrazo fraterno y alegre.

Aprovecho también la oportunidad, ahora ante todo este pueblo, para agradecer al Instituto
de los Hermanos de las Escuelas cristianas de San Juan Bautista de La Salle, en primer
lugar por su obra educativa en esta ciudad y en Venezuela y el mundo en favor de tantos
niños y jóvenes y, en segundo lugar, por el gesto de amor hacia nuestra virgen Madre al
engalanarla este año con el hermoso traje que porta y que resume artísticamente la obra de
esta comunidad religiosa en los cinco continentes en los que está presente, como signo de
gratitud y homenaje a María en la conclusión del jubileo con ocasión de los 300 años de la
entrada al cielo de su padre fundador. Dios y la Virgen les recompensen y les concedan
abundantes y santas vocaciones.

Apreciados hermanos; nos aprestamos junto a la imagen de la Madre de Dios, a recorrer una
ruta en la que, además de ofrecerle nuestros canticos y oraciones, nos detendremos como el
nuevo Pueblo de Dios que somos, en la escucha e interiorización atenta de los
mandamientos de la Ley de Dios, esos que Jesús nos ha resumido en el gran mandamiento
del amor, fundamento de nuestro actuar cristiano, y que en las estaciones preparadas a
propósito, tendremos ocasión de recordar y meditar contando con la animación de los
distintos departamentos de pastoral de la Arquidiócesis, de los movimientos de apostolado
seglar y asociaciones conexas espiritualmente con algunas comunidades religiosas de esta
Arquidiócesis.

Tal idea, surge de la necesidad que tenemos los venezolanos de generar cambios
cualitativos en nuestra vida y, desde nuestra vida, ser generadores
también de los cambios que esta Venezuela inmersa en el sufrimiento y la incertidumbre nos
está exigiendo. Sólo en la medida que todos los venezolanos nos decidamos a cambiar y
sepamos vivir para el amor a Dios por sobre todas las cosas y con todas las fuerzas y que
ese amor lo vivamos en su dimensión horizontal con nuestros hermanos, será como
podremos verdaderamente ser constructores de esa nueva sociedad y patria que tanto
deseamos y en cuya promoción todos debemos comprometernos.

Ahora bien, previo al inicio de nuestra peregrinación con la Divina Pastora, nos congregamos
en estos instantes, para la celebración de la Eucaristía. Para esta liturgia, las lecturas han
sido tomadas del Leccionario para las misas propias de la Virgen María, y más
concretamente, para la misa en la que se nos invita a contemplar a la Virgen junto a la Cruz
del Señor, lugar de profundo dolor, pero también de redención y gracia para la humanidad y
en el que hemos sido puestos por el mismo Señor Jesucristo bajo la protección, cuidado y
amparo maternal de su santísima Madre.

La primera lectura, tomada del Libro de Judit, nos ubica en un momento por demás difícil en
la historia del pueblo de Israel, más concretamente en la historia de aquella porción de
pueblo que habita en las montañas de Betulia y que tiene la misión de ser muralla de
contención del avance de las fuerzas de Nabucodonosor, lideradas por el sanguinario
Holofernes que pretenden reducir y someter al saqueo a la Jerusalén santa apenas
reconstruida. Para aquellos habitantes de Betulia y para todo Israel, es un momento de
postración nacional, de angustia suprema ante la posibilidad de morir sitiados como están por
aquellas tropas invasoras, de ser reducidos de nuevo a la esclavitud de la que Dios les ha
liberado con mano fuerte y brazo extendido; el pueblo siente que perece al carecer del agua
necesaria para calmar la sed y poder vivir ante la toma de las fuentes por parte del general
asirio, como parte de la estrategia militar para reducirle y forzarle a claudicar. Los habitantes
de Betulia entienden que es un momento para dirigir la mirada y el clamor a Dios que en el
pasado libró a Israel de otros enemigos y le constituyo como pueblo y que seguramente
ahora vendrá también en su auxilio. Es así como la dificultad, se traduce en oportunidad para
la conversión y reconocimiento de Dios cuyo consuelo y fuerza liberadora del mal clama el
pueblo en su favor, Israel sabe,
que su destino no está en manos de Holofernes, que su destino está en manos de Dios y que
por tanto, está en las mejores manos. Del lado de las tropas asirias, contra la fidelidad a Dios
como arma de defensa, se yergue, se opone la tesis de la dialéctica humana de la historia
representada por Holofernes, para la cual lo que cuenta no es la fidelidad a Dios, sino el
poder y la fuerza de las armas.
Pero en medio de aquella dificultad, despunta la figura de una mujer, que hasta entonces,
lloraba y ayunaba constantemente por causa de su viudez, y que se siente llamada por Dios
para ser instrumento de liberación del pueblo hebreo. De la victoria de Judit, que es el
nombre de esa mujer, y por ende, de la victoria del pueblo hebreo, es que nos da cuenta
cuanto escuchamos en el texto proclamado. Ella invita a los habitantes de Betulia a alabar a
Dios, porque Él de nuevo le ha dado la victoria sobre sus enemigos significada en la cabeza
de aquel tirano y asesino que como trofeo lleva y pone ante los ojos del pueblo en Betulia.
Llega así, el momento de la alegría por la liberación, que se traduce en el canto de alabanza
a esta mujer y a Dios que por medio suyo ha obrado en favor de su pueblo.

E texto del Evangelio de Juan que ha resonado para nosotros, nos coloca delante de la hora
suprema de Jesús. Aquella hora de la que él había hablado a su madre en las bodas de
Caná de Galilea y en la que ahora como en entonces se ven de nuevo asociados en el auxilio
a la humanidad. Es la hora del sacrificio supremo, es la hora de la redención, es la hora para
la que él ha venido y por la que se hizo hombre en las entrañas purísimas de aquella plena
de gracia que le acompaña al pie de la cruz. Es la hora en la que se consuma plenamente el
designio salvífico de Dios en favor de los hombres y en la que al Redentor es asociada María
como corredentora de la humanidad.

Es el momento del dolor y el sufrimiento supremo de Dios, pero es también el momento de


los dones para su creatura más amada, para el hombre. Las puertas de la eternidad que él
mismo se había cerrado con el pecado, son abiertas de nuevo por Cristo, pero ahora
definitivamente. La imagen de Dios en la que el hombre fue creado y que perdió por el
pecado, es ahora restaurada por la imagen sangrante del Cristo sufriente. Es la hora del
dolor,
pero también de los dones. Allí, desde la Cruz en la que pende destrozado, mirando a
aquella que está envuelta en la más absoluta soledad, su madre virgen, Cristo la entrega al
discípulo amado para que en adelante la tome por madre y a su vez, a ella le entrega al
discípulo para que en adelante lo tome como hijo.

No se trata de cualquier maternidad meramente temporal y humana. María entiende que en


adelante, ella está llamada a ser madre de los discípulos de su Hijo, a formar el corazón de
los discípulos en el amor a Dios como lo hizo con su Hijo Jesús. A ayudarles a poner a Dios
en el primer lugar de sus vidas ocupándose y preocupándose porque los discípulos de su
Hijo hagan lo que él les diga en la observancia de su mandato del amor. A ir a su encuentro
donde quiera que estén para conducirles al conocimiento y al gozo que produce el encuentro
con su Hijo. A ir en su búsqueda en los momentos de angustia para invitarles a la fidelidad y
a la confianza en el Dios que todo lo puede y que no permitirá que sus hijos perezcan.

Es el ejercicio de ese amor maternal por los discípulos de Jesús el que hoy nosotros estamos
celebrando al contemplar a María en la advocación de la Divina Pastora. Hace 164 años, ella
fue al encuentro de los habitantes de Barquisimeto que se veían golpeados por la peste para
asegurarles su maternal amparo y su mediación ante Dios en aquel momento de dificultad.
Son 164 años, no sólo del recuerdo de ese hecho, que dio origen a la más gigantesca
manifestación de fe mariana en territorio venezolano, sino y sobre todo, de crecimiento en la
certeza de ese amor de Madre en favor de esta tierra barquisimetana, larense y venezolana.
Hoy, cuando nos preparamos para en unos instantes peregrinar con ella al corazón de la
ciudad, de nuevo se renueva esa confianza y esa certeza de su mediación ante Dios en
nuestro favor y de su amparo y cuidado de Madre por todos aquellos que a ella acuden en
cualquier circunstancia de la vida.
En el actualizar la palabra escuchada, concretamente en las circunstancias de nuestro país,
hoy la antigua Betulia de la primera lectura, es toda Venezuela, el antiguo pueblo del que se
nos habla en la primera lectura es hoy el pueblo venezolano entero, un pueblo sitiado, un
pueblo al que se le quiere reducir a
la postración, negándole lo más básico para su vida. Un pueblo al que se quiere controlar
socialmente, obligándole a vivir en la oscuridad por los persistentes cortes del servicio
eléctrico a los que se le somete y dependiente de humillantes dadivas; en la sequedad por la
carencia cada vez más pronunciada del agua potable; un pueblo al que se le pretende
resignar a vivir en medio de la escasez pero también de la carestía y del abuso de quienes
ven en él sólo una posibilidad para enriquecerse desde la usura y especulación; un pueblo
que ve morir a sus niños y a sus ancianos de hambre y de enfermedades que se creían ya
superadas y de nuevas enfermedades producto de tanta angustia y desesperación en la que
vivimos. Un pueblo sitiado por una violencia institucional que persigue, que encarcela, que
destierra a quien disiente del status quo y promueve cambios en la dirección del país, que
obliga a que muchos de nuestros seres queridos tengan que buscar nuevos caminos y
nuevos ambientes para garantizar su sobrevivencia y la de los suyos. Un pueblo que ve sus
ciudades destruidas por la desidia y la ineficiencia de unos gobernantes que sólo ponen en el
primer lugar de sus opciones sus ansias de poder, de dominio y de enriquecimiento mal
habido y se olvidan de trabajar por el bien común para el cual les fue otorgada la confianza
de gobernar. Un pueblo que se ve saqueado de los recursos que le pertenecen y cuya
ordenada explotación debería ponerse en función de su progreso y no en función de
intereses oscuros y mezquinos a cambio de malsanos apoyos políticos. Un pueblo en el que
sus mejores hombres y mujeres son maltratados porque son considerados una amenaza
para el modelo político ideológico que desde hace 20 años se nos quiere imponer por la
fuerza. Un pueblo que ve sus maestros maltratados y humillados con salarios de hambre y
recintos escolares carentes de lo más mínimo. Un pueblo que ve a sus médicos y enfermeras
haciendo prácticamente actos de magia para poder vivir en un país con un Estado que no les
valora ni les permite ejercer su profesión con lo mínimo que requieren para hacerlo. Un
pueblo que también sufre las consecuencias de una geopolítica internacional movida por
intereses oscuros y de todo tipo y a la que no le importa hipócritamente que haya millones de
seres humanos viviendo en la más aberrante pobreza como vivimos la mayor parte de los
venezolanos. Un pueblo que ve como la belleza de su naturaleza es destruida
irreversiblemente para satisfacer la voracidad de aquellos a los que lo único que les interesa
es lo que puedan sacar de Venezuela y no lo que puedan hacer
por Venezuela. Un pueblo carente de una auténtica dirigencia con suficientes principios
éticos de referencia y movida por un auténtico amor por el país y no por intereses
personalistas y partidistas, que pudiera conducirle por caminos de liberación de tanto oprobio.
Un pueblo que últimamente además se ve traicionado por mercaderes de la política en los
que anhelante de un cambio, un 6 de diciembre de 2015 depositó su confianza pero que hoy
vendidos por cuatro monedas han decidido servilmente ponerse a disposición de quienes son
los principales causantes de toda esta tragedia que vive el pueblo venezolano y atentando
contra la integridad del único poder público legítimamente constituido en Venezuela. Un
pueblo por tanto, víctima de nuevos Holofernes, que en este país han tomado control del
poder político y en el que sólo se mantienen por el apoyo y la fuerza de unas armas que a
pesar de que un día bajo juramento, se empuñaron con la promesa de defender al país
entero y a sus ciudadanos, hoy, políticamente parcializadas, son cobardemente volcadas
contra el mismo pueblo cuando este clama por sus derechos y por justicia.

Pero queridos hermanos, así como en el pasado nos enseñan Judit y todo el pueblo de
Israel, también en el hoy de nuestras vidas y nuestras circunstancias país, nosotros estamos
llamados a responder con las armas de la fidelidad a Dios en cuyas manos están nuestra
vida y nuestro destino como nación. Es el momento, de clamar todos a una a Él. Es el
momento de la confianza y de la unidad como pueblo en el constituirnos como muralla de
resistencia pacífica delante de quienes quieren sitiarnos y hacernos perder la confianza en
Dios y en un destino mejor con el uso intimidante del poder y de la fuerza. Es el momento de
preocuparnos por desterrar de nosotros también toda conducta impropia a fin de oponer al
mal que quiere crecer entre nosotros, la bondad de nuestras vidas.

Y en ese responder a Dios con fidelidad, si de algo debemos convencernos es que nos
acompaña María Divina Pastora de las almas. Ella, que conoció al pie de la cruz el dolor por
la pérdida de su Hijo y sabe de sufrimientos, camina y sufre con nosotros, pero también nos
alienta a no perder la fe y la esperanza en que un renacer a un nuevo día marcado por la
libertad será posible en Venezuela y a hacer del sufrimiento oportunidad de redención para
nuestras
almas. Ella que supo lo que son las lágrimas derramadas por la muerte de un hijo, se asocia
al sufrimiento de tantas madres que en nuestro país, lloran por las muertes de sus hijos a
causa del hambre y la malnutrición y por su ausencia física ante el hecho cierto de su
migración forzada. Ella camina en medio de nosotros, alumbrándonos como estrella guía en
el camino hacia el encuentro con su Hijo.

Hoy, cuando hacemos esta peregrinación en medio de todas estas dificultades, que hemos
resumido anteriormente, en nosotros no pueden imponerse, ni la desesperanza, ni la
desesperación ni la resignación. Tampoco el odio, sentimiento contrario al amor en el que
Cristo nos llama a vivir. Esas son las pestes de las que hoy tenemos que pedirle a la Divina
Pastora nos ayude a ser curados con su mediación. Hoy todos debemos encarnar en
nosotros el espíritu del padre Macario Yépez que hace 164 años puso a disposición su vida
con tal de que el sufrimiento que golpeaba al pueblo cesase y ofrecer a Dios la promesa de
nuestra fidelidad y confianza en que él vendrá en nuestro auxilio asumiendo también nosotros
el compromiso personal y comunitario en hacer vida en nosotros sus mandamientos.

Aprovechemos pues al máximo, esta oportunidad que la vida nos concede de caminar junto a
María Divina Pastora de las almas, para poner en sus manos nuestras acciones de gracias,
nuestras angustias y dolores, pero también nuestros anhelos y esperanzas de cambio para
esta querida tierra que nos vio nacer y en la que todos estamos llamados a vivir en paz y en
justicia. Que María Divina Pastora nos acompañe en nuestro empeño de doblegar a los
nuevos Holofernes que en Venezuela pretenden sumirnos en la oscuridad y oprobio. Que
María interceda por nosotros ante su Hijo a fin que pronto veamos a Venezuela transitar los
caminos de la auténtica paz, la auténtica democracia y la verdadera libertad. Que así sea.

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