Orejón Armenteros
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Dolores se ha cansado de la vida que lleva con Miguel. Espiarlo y esperar a que llegue a la casa con vida se ha convertido en el trabajo de sus días. Sin que Miguel lo sospeche se marcha con Canel, agarrada de lo que pudiese quedar de aquella vez. Canel busca la manera de que Miguel esté lejos, lo más lejos posible. Los enredos policiacos entre insulares y federales le dan espacio para maniobrar. La institucionalidad huele a poder y el poder huele a dinero. A nombre de la justicia, siempre hay una razón para la conspiración, la mentira y los disparos. La sombra de Dolores lo permea todo; pero ella no está y sin estar sigue estando. Su existencia es una puerta que queda entreabierta. ¿Podrá Miguel cruzarla? ¿Podrá cerrarla?
Francisco R. Velázquez
Francisco R. Velázquez es un veterano periodista y escritor. Ha sido reportero de notas policiacas, columnista y editor de plantilla en diversos diarios de Puerto Rico por espacio de un cuarto de siglo. Dotado de un extraordinario dominio del lenguaje, sus escritos se constituyen en lectura obligada para los amantes de la palabra escrita. Liberado de la camisa de fuerza de la sala de redacción, Pancho -como le llaman sus seguidores- se abraza a la sabia maquinilla de antaño y se sumerge cada día en los mundos paralelos de la página y la palabra.
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Orejón Armenteros - Francisco R. Velázquez
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A Dolores...
la abuela de todos nosotros.
DOLORES
UNA MUJER llama por teléfono a Miguel que recién sube de desayunar.
--Para ti, corazón, le digo pasándole el auricular.
La mujer habla tan alto que Miguel despega la bocina del oído. Se oye a tres pies de distancia.
--Miguel, ¿te acuerdas de mí…? Carmen.
--Claro, la mujer del Orejón.
--De Bobby Armenteros, Miguel...
--Campeón nacional welter en el ’46 y amigo mío. ¿Pasa algo?
--Poder me dio tu teléfono. Es un asunto privado.
--¿Dónde estás?
--En Arecibo, en el Tanamá. ¿Tú sabes que a Bobby me lo van a matar?
--No lo sabía. Tampoco sabía que era tuyo. Se lo habrás dicho, ¿no?
--Para eso te llamo, para que se lo digas tú, Miguel, que es mucho lo que él te quiere. Ven que te cuento.
--Voy saliendo.
Se cambia de zapatos y camisa y habla en tono raro como quien se excusa, que es igual que el que se acusa:
--Carmen López era la mujer del Orejón Armenteros antes de que éste se metiera a la vida, me dice.
--¿Vida de qué?
--De chulo; corría putas con Ramiro y el manco Canel. Luego pasó a ser guardaespaldas de Justo Poder," me explica, mirándome a los ojos.
--No lo recuerdo del boxeo, le digo.
--Tú llegaste al país en el ’47 y él fue campeón nacional el año anterior. Anduvo un tiempo con Canel que parece que le gustaban los boxeadores. Le sacó licencia de detective privado y le consiguió colocación con Justo Poder.
--Y tú viviendo en este campo sabes todo lo que pasa en San Juan. Tú eres medio resbaloso, hay que tener cuenta contigo, le digo.
Añade desde el pasillo:
--"Never mind", y hazme caso que yo sé.
MIGUEL
CARMEN LÓPEZ me espera en la entrada del Tanamá, un hotel frente a la playa de Islote, semillero de remolinos donde se han ahogado hasta buzos de la Marina. Pero la vista es refrescante y siendo moderno, va mejor ambientado que el Dumont.
Ella está como quiere, como la caña de febrero que lo que pide es machete, o como dicen los cubanos, como plátano pa’ sinsonte. Es de esas trigueñas claritas de ojos grandes tirando a amarillo, pelo ensortijado y tiene dos patas como para apuntalar un puente. Figúrese, si así es el bejuco cómo será la batata.
Nunca entendí por qué el Orejón la dejó por las tres flacas que trotaba por El Condado. A lo mejor por la plata y que él, en el fondo, siempre fue hombre de putas y callejones. Lo conozco de darle galletazos cuando fui plantón en la calle Loíza en los ‘30. Después, como casi nunca pasa, ni con los padres ni con los policías, terminamos de amigos.
Carmen siempre ha sido fina y tiene educación. Quizá fue ella quien lo fumigó. Nadie sabe, ni el Monje Loco ni el Cojo del Morroco.
Se pone contenta de verme. Va un poco más gordita; guapa siempre lo ha sido.
--Me dicen que te casaste, comenta.
--Tiempo era.
--¿Y Rosa Julia?
--¿Cuál Rosa Julia, la costurera?
--Modista. Eso es un vuelco de despecho, Miguel, dice sonreída.
--Ay... deja eso, Carmen. Favor que me hizo.
Me mira de arriba abajo como gata relamida.
--¿Oye, nos revolcamos un ratito?
--No me atrevo. Dicen que por donde pisa el Orejón Armenteros no crece más pelo.
--No creas Miguel, él lo tiene más largo pero tú lo tienes más gordo.
--Eso es por la malanga lila. Pero no me arriesgo. Mi mujer fue detective y eso no se quita. De seguro que me lo huele y me pega un tiro.
--Qué pena, Miguel. Nos faltamos desde que te llevó el ejército y me quedé con las ganas, me dice.
Yo también me había quedado con las ganas. Estuvimos cuatro días encerrados en un apartamiento del Falansterio que me prestó un amigo. Poco faltó para que me sacaran de allí en camilla. Puyar ese batatal no era fácil.
-- Cuéntame tus cuitas, Carmencita.
Pausa larga, encendemos cigarrillos y pasamos a un apartado del bar que es abierto y se ve el mar. Me cuenta.
--Orejón vive en casa de una mujer que vino de la Guayana. Dicen que tiene dinero que ni botándolo, que fue dueña de una casa de putas en Panamá. Su mamá era de la Martinica y...
--Se apellida Degrelle, le digo.
--¿Y cómo sabes eso?
--Soy especialista en genealogía, digo para prolongar la visita, mirarle las tetas.
--¿Eso es como coger por el culo? Dice sonriendo y agitando esa melena del diablo que, donde estoy sentado, a sotavento de ella, me da el olor que trae a violetas francesas con una tinción de pájara hambrienta.
--No, eso es bujarronería. Palo a ciegas. Conocí a una mujer que conoció a su madre, también procedente de la Martinica. No sabía que tenía una hija.
--Pues sí que la tuvo y llegó hace dos años.
--¿Y lo de la casa de putas?
--Contraté un detective