Daimones
Por Massimo Marino
3.5/5
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Dan Amenta se levanta una mañana para descubrir que el mundo ha cambiado.
La muerte se propaga por todo el planeta. Sin embargo, Dan y su familia permanecen intactos. Este comienza a temer que sean los tres últimos supervivientes que queden en la Tierra. No lo son. Los esfuerzos para sobrevivir y establecer contacto con otros revelan una verdad perturbadora sobre el exterminio humano. Dan encuentra a Laura, quien les revelará aún más. Su presencia, es decir, la de una jovencita sensual y perjudicial, añade interrogantes sobre lo que es moral y ético en la nueva realidadEntonces, las experiencias paranormales que le llegan por otros supervivientes empujan a Dan a buscar explicaciones sobre su propio pasado. El recuerdo de unas alucinaciones de su infancia le golpean con la fuerza de un mazazo al enfrentarse con un secreto que existe desde hace varios millones de años. El planeta Tierra se encuentra en manos de un antiguo poder, uno que Dan jamás imaginó y al que no se atreve a desobedecer.
"Incluso con la mejor de las intenciones, la crueldad está a la vuelta de la esquina".
Un primer contacto y una colonización alienígena sientan las bases de la trilogía sobre un cataclismo galáctico, así como una guerra en el espacio.
Massimo Marino
Massimo is a scientist envisioning science fiction. He is an Active Member of SFWA (Science Fiction & Fantasy Writers of America) and published by Booktrope Publishing, LCC. He spent years at CERN and at the Lawrence Berkeley Lab, then had leading positions with Apple Inc. and the World Economic Forum. He is also Partner in a new startup in Geneva for smartphones applications, TAKEALL SA, and co-founder of an IT service and consulting company in Big Data Analytics: Squares on Blue. Massimo lives in France and crosses the border with Switzerland daily and multiple times, but no, he's not a smuggler. With family, he lived on both sides of the Ocean Pond and they speak three languages at home, sometimes in the same sentence even! They feel home where loved ones and friends are and have friends in Italy, Spain, France, UK, Switzerland, Germany and the US. Ah, as golf player, Massimo played courses in all those countries too. With mixed results... Sign up to http://massimomarinoauthor.com/mailing-list/ for a free, short crime dramas stories collection. 2012 PRG Reviewer's Choice Award Winner in Science Fiction 2013 Hall of Fame - Best in Science Fiction, Quality Reads UK Book Club 2013 PRG Reviewer's Choice Award Winner in Science Fiction Series 2014 Finalist - Science Fiction - Indie Excellence Awards L.A. 2014 Award Winner - Science Fiction Honorable Mention - Readers' Favorite Annual Awards http://www.amazon.com/Massimo-Marino/e/B008O53L5O/ http://massimomarinoauthor.com http://www.facebook.com/MassimoMarinoAuthor https://plus.google.com/+MassimoMarino01/about @Massim0Marin0
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Comentarios para Daimones
57 clasificaciones7 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5This book is a look good at a post apocalyptic world. It really grips you, and will have you rooting for the family. The author does an awesome job describing the utter chaos, and the heart breaking emotions the family felt. If you enjoy science fiction or apocalyptic tales this is a great book for you!
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Not only does this book force you to think about preparing for the future and disasters it also raise the question of where we come from and our responsibilities to this earth. I enjoyed reading the book and found the characters real.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5More than just an apocalyptic tale, Diamones is a superbly crafted novel which explores the importance of relationships, especially with regard to the moral and ethical choices we make. Reading Dan's story reminded me of the truth of what it means to be human. I felt what he felt and struggled as he struggled. Amazing character development. Bravo to Marino for crafting such a fantastic read. Highly recommend.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I've got this book in exchange of an honest review.I found it good, well written. It's an interesting end for our world and hope is not dead. We are granted another chance. The characters are belivable and the plot is well laid, not giving away toomuch too soon.I'm thinking about getiing the second book of the serie, I'm cutious how "we" will manage in rebuilding a better future......
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I was lucky enough to receive this free in exchange for an honest review, and found it to be an enjoyable read. The story begins with absolutely zero indication of what is to come. And what is to come is a story of vast dimensions.This book is challenging to review without including spoilers, which I try to avoid whenever possible. Interestingly, the longer I think about the story the more details I discover to have been hidden in plain sight. I was so focused on the 'here and now' of the story that I did not initially 'see' the not so hidden overarching parallels, even when directly mentioned.For a large portion of the story things are mostly believable - yet there are parts that seem to progress much faster than one would expect in real life. Things like that threw the balance off a bit for me, though some do get explained later in the story.Characters are well written, and it reads like a pretty fair representation of our world anytime from the mid-nineties on. There is some interesting 'recycling' of history as we currently understand it to be (until the next big discovery blows all prior theories out if the water that is).Personally I am happy that this is the first in a series. Marino has done a nice job with telling this tale, but I feel that had it ended with this book it would have cut out right before the truly challenging part of the tale.
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I was really glad to win this book, my thanks to the author!Dan is a socially aware character with a tendency toward honesty and frankness that translates to outspokenness in the workplace. He seems familiar and likeable. Once certain events happen in the exposition, it is surprising that the family did not react more emotionally to the stresses around them, but I detected a strong sense of bemusement and detachment as the events unfolded.Ironically the main character links his survival skills to things he has learned from Hollywood, at the same time that I found myself thinking this would make a good film; the author has a very visual narrative style that nonetheless allows the reader to fill in the blanks. I found myself thinking I would make different provisional decisions but that did not detract from my enjoyment of the story.At first contact with other survivors it seems hopeful that Annah will have a future to look forward to, but hope quickly dies and I found myself breathlessly reading late into the evening to see what happens next. The ending did feel a bit rushed but as I understand it there will be more books set in the Daimones world, which I hope will flesh out the last chapter in more detail. This is a great start to the trilogy. Without ruining the plot, I will say that I have added Massimo Marino to my list of authors to watch and look forward to his future work.************* Spoiler Alert**************I know writers have often explored the idea of polyamorous relationships. As a woman, it would never happen in my house. I know the author was laying the foundation for the premise of rebuilding society, but I would have preferred more weight placed on the discussion, on the decision and explanation to Annah. This raised a lot of unanswered questions that I hope will be covered in the coming books, including why Dan was chosen.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5This post-apocalyptic sci-fi novel is brilliant. It captured me from the beginning and I could barely put it down.Dan and his wife and daughter wake to seemingly be the only ones left alive in the world. It is a testimony to how one family strives to keep their humanity intact, and yet adapt to their changing world. I felt their joy when they discovered they were not alone.The descriptions were so well presented I found myself ‘there’ with Dan and his family. The incorporation of the aliens was well written and descriptive as to make you wanting more. I look forward with anticipation to the next book.
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Daimones - Massimo Marino
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Daimones
Escrita por Massimo Marino
Traducción de Ignacio Iribarnegaray
Prólogo
Advertencias
Recientemente han muerto un gran número de animales en extrañas circunstancias. De entre los miles de aves encontradas en dos estados del sur de EE.UU., a los 100.000 peces de Arkansas, TIME da un repaso a otras muertes de animales, muchas de las cuales quedan por resolver aún
. Siga leyendo:
Durante el primer fin de semana de este 2011 que comienza, miles de tordos sargento caen muertos del cielo. Dos días más tarde, le ocurre lo mismo a cerca de 500 mirlos en Louisiana.
Marzo de 2011: Se encuentran aproximadamente 1.200 pingüinos muertos en una playa remota al sur de Chile.
Abril de 2011: Millones de sardinas arrastradas a una orilla cercana. A ello se suman miles de flamencos andinos raros que han abandonado sus nidos al norte de Chile, dejando así morir a 2.000 polluelos no natos. Peor aún: nadie sabía decir exactamente por qué.
Abril de 2011: Según Francisco Ñiquén, presidente de la asociación de pescadores de Puerto Etén, en un periodo de diez o doce días se han encontrado 1.200 pelícanos muertos a lo largo de los 160km que separan Punta Negra, en Piura, y Caleta San José, en Lambayeque. Diario Perú 21.
Octubre de 2011: miles de aves acuáticas halladas muertas en la orilla de Wasaga Beach, Canadá. Toronto Star.
Enero de 2012: Arenques muertos en extrañas circunstancias en Noruega. Los habitantes de Nordreisa no encuentran explicación a las veinte toneladas de peces en sus playas
Mayo de 2012: Se hallan entre 60.000 y 100.000 peces muertos a lo largo de tres arroyos de Maryland, EE. UU. Baltimore Sun.
Mayo de 2012: Durante esta semana pasada se han encontrado miles de tilapias de Mozambique muertas. Los expertos lo achacan a sustancias contaminantes en el agua. Irónicamente, la tilapia de Mozambique está considerada una de las especies más resistentes, pues es capaz de aguantar las condiciones medioambientales más adversas. Pune Mirror
Mayo de 2012: Al menos 2.300 aves muertas esparcidas desde Cartagena hasta Playa de Santo Domingo, Chile. CNN Internacional.
Mayo de 2012: El gobierno de Perú informa de la muerte de 5.000 pájaros, pelícanos en su mayoría, y de cerca de 900 delfines en la costa norte del país; posiblemente debido al incremento de las temperaturas de las aguas del Pacífico. La comunidad científica se apresura a determinar las causas tras semejantes cifras.
— O —
Unas muertes extrañas habían causado alarma entre naturalistas y ecologistas de todo el mundo. Caían pájaros del cielo, el agua arrastraba peces a las orillas de mares y ríos de todo el planeta; pero la gente tenía otras cosas de las que preocuparse. Los principales medios de comunicación se concentraban en crisis económicas, escándalos financieros, pérdidas masivas de dinero en los bancos, estados soberanos bajo riesgo de impago en la Eurozona, la Primavera Árabe y la guerra mundial contra el terrorismo.
¿Por qué interesarse en las muertes de peces y aves? ¿No mueren todos los días? Ese tipo de noticias casi se murmuraban, sin darles importancia, o se usaban como relleno en alguna columna de las páginas interiores. Las televisiones locales informaban de los hechos como si de una peculiar desviación del curso natural de las cosas se tratase, como si fuera algo interesante —durante un segundo—; pero aquí no hay nada que ver, prosigan su camino.
A cualquiera que intentara hablar con seriedad sobre dichas muertes, en pro de descubrir un patrón, se le trataba como a un chiflado, un ignorante que delira y que ve conspiraciones en cada esquina. La gente reaccionaba a las muertes encogiéndose de hombros, sin darle más importancia que la que se le da a una peculiaridad inexplicable de la naturaleza. Algunos llegaron a acusar a los ecologistas de querer lucrarse con dicha peculiaridad, para así obtener más fondos para sus proyectos e investigaciones.
Pese a todo, millares de aves muertas y toneladas de peces habían aparecido flotando hasta llegar a la orilla, boca arriba, sin razón aparente. El cielo no se cae sobre nuestras cabezas
, decía la gente. Cierto, no era el cielo lo que se caía, sino animales alados que anteriormente estaban vivitos y coleando. Sin embargo, caían demasiados... Pero en fin, no eran más que pájaros, ¿no?
Había suficientes razones para cuestionarse qué les había matado, suficientes señales de que ocurría algo grave. Las primeras investigaciones apuntaban a fenómenos no naturales: daños en el tejido pectoral, coágulos en la cavidad abdominal y hemorragias internas abundantes. Los órganos principales, sin embargo, seguían intactos.
En algunos casos se veían traumatismos agudos con la consiguiente pérdida de sangre y muerte, pero sin indicios de enfermedades crónicas o infecciosas. Miles de ejemplares de la misma especie sufrían al unísono un final traumático repentino, a nivel mundial y sin causa aparente que los relacionara. Deberían haberse organizado investigaciones conjuntas, pero nadie las solicitó. En su lugar, los veterinarios municipales se abalanzaron en busca de explicaciones plausibles. El Laboratorio de Diagnósticos Veterinarios de la Comisión para la Ganadería y Avicultura publicó los resultados de las pruebas preliminares. Explicaban que las aves, caídas a millares, habían muerto de un colapso interno... Fuera lo que fuese eso. No se aclaraba qué había causado esos traumatismos masivos ni por qué.
En internet las seguían con verdadero interés, a fin de encontrar las causas. Los Blogs y los hilos de los foros estaban a rebosar con pronósticos sobre planes que mezclaban a sionistas, fascistas, seguidores del Falun Gong y alienígenas del planeta Zark. Las teorías conspirativas acabaron pronto con todo debate y, en cierto modo, impidieron que se realizara un trabajo forense de verdad. ¿Qué clase de científico desea asociarse con unos pirados que se ponen gorros de papel de aluminio?
Algunas fuentes oficiales empezaron a publicar cualquier información que tuvieran a mano. Se especulaba que las causas iban desde fuegos artificiales, el clima, emanaciones tóxicas, chemtrails[1] esparcidos por aviones comerciales o booms sónicos
. Cualquier cosa que sirviera para acallar las historias lo más rápido posible. Algunos creían que los pájaros habían perdido la vida a causa de los sobresaltos por las explosiones o en accidentes de tráfico a docenas.
Un funcionario explicó a The Local, el diario digital de Suecia en inglés: «La pasada noche recibimos informaciones de los residentes. Nuestra hipótesis principal es que las aves se asustaron por los fuegos artificiales. Por lo tanto, se posaron en la carretera, pero fueron incapaces de levantar el vuelo debido al estrés y fueron atropelladas por un coche». Esa noticia fue confirmada por la Sveriges Radio Skaraborg, que declaró que las aves se hallaron muertas en las calles de Falköping, al sudeste de Skövde.
Añadió que los animales, seguramente, se habían encontrado con dificultades para orientarse en la oscuridad. Eso de por sí ya debería haber aparecido en primera plana. Nadie hablaba demasiado de los peces, como por ejemplo los dos millones muertos en Chesapeake Bay o las corvinas a lo largo de 30 kilómetros de orilla del río Arkansas.
La gente tenía problemas más importantes. El mundo se enfrentaba a un periodo de gran incertidumbre y enormes cambios que afectaban a todas las clases y grupos. El terrorismo global impedía que viéramos qué estaba pasando. Durante aquellos meses, la gente pensaba en otras cosas. Nos preguntábamos si seríamos los próximos en la cruel lotería de atentados terroristas —y sus represalias— en la que participaba cada país del mundo.
¿A quién le importaba si morían animales salvajes mientras hubiera miembros de tu propia familia que podrían no volver a casa esa noche? La humanidad había pasado por alto la única pista esencial. La conexión estaba ahí. Éramos la especie racional de la Tierra, suficientemente inteligente como para atar cabos, independientemente de lo separados que se encontrasen. Deberíamos haber hecho nuestro trabajo. Atarlos. Estábamos demasiado ocupados, demasiado preocupados por otros hechos como para preguntarnos: «¿Qué demonios está pasando?»
Las alertas de la naturaleza pasaron desapercibidas y los animales —a centenares— seguían muriendo. Nosotros continuábamos con nuestras vidas...
Primera Parte
La Purga
No había ninguna pista que sugiriera que aquel día sería distinto a los demás. Llegué al trabajo como de costumbre, después de dejar a mi hija en el colegio. Era una mañana de lunes demasiado radiante y soleada para principios de febrero. El tiempo había sido moderado durante el fin de semana, mucho más cálido de lo habitual para la estación.
Mary, mi mujer, se quejó del calor, preocupada del mal que pudiera hacerle a las plantas y al jardín.
— ¿Ves? Se están despertando todas. ¿Los brotes de mi salvia? Si la temperatura baja de cero —y lo va a hacer— no va a haber forma de salvarla.
De hecho, aquellos días parecían el comienzo de la primavera. Eso me gustaba.
El invierno había sido duro, con temperaturas medias muy por debajo de cero. Salir de casa y llevar a mi princesita al colegio, de camino al trabajo, era una prueba de voluntad, más todavía cuando mi jornada empezaba a las 6:15 de la mañana y aún era de noche.
— Me acuesto y es de noche. Me levanto, y ¡noche de nuevo! Ya sabes cuánto me fastidia —le decía a Mary cada vez que me preguntaba: ¿Qué te pasa, amorcito? Estás pensativo
.
Seguía llamándomelo a pesar de que hacía años que habíamos acabado el instituto, cuando había sido quarterback del equipo.
Gracias a Dios, nunca me lo llamó en público. ¡Nadie cubre al "quarterback amorcito" ni se mata por recibir sus pases! Por no hablar de las burlas de los compañeros de equipo.
Mary acababa de cumplir dieciséis cuando nos conocimos. Todavía conservábamos parte de ese primer amor, incluso después de veintidós años, una hija de doce y una vida en tres países. Teníamos un modo rápido de llevar la cuenta del tiempo que habíamos pasado juntos: diez años de novios, diez de matrimonio, a los que había que sumar la edad de nuestra primera y única hija. ¿Número total de años? Veinte, más la edad de nuestra hija.
Una vez llegué al trabajo, esperé a que se abriera la puerta del garaje. Presté atención al tráfico y me aseguré de que nadie salía mientras entraba. La puerta era una plancha de metal sólido construida junto a la caseta de guardia, una estructura de hormigón oscuro y cristales tintados. Deslizándose lentamente sobre los raíles, el mecanismo se tomaba el tiempo suficiente como para que te dieras cuenta de que habías sido aceptado en un sitio al que no muchos tienen acceso.
No podía saber nunca si había alguien en la caseta de guardia o no. Las primeras veces que crucé aquella puerta me preguntaba si tenía que saludar con la mano o dar los buenos días a una persona invisible. Ahora me limitaba a cruzarla consciente del privilegio de cruzar aquella fina frontera que separaba a los de dentro del resto del mundo.
Conduje hasta el garaje subterráneo. Mi plaza, el número 98, me esperaba igual que cada mañana. Tenía que cruzar otra barrera más antes de entrar al aparcamiento. Tenía que pasar mi identificación y recibir una bienvenida en forma de luz verde. Un bip confirmó que el sistema de seguridad me reconocía. Bajé lentamente por la rampa, dándole tiempo a la barrera inferior de abrirse, el suficiente como para pasar sin detenerme. Con los años mi sentido de la oportunidad se había vuelto impecable.
Dentro del garaje la gente tenía que conducir al paso de un peatón hasta llegar a su plaza numerada. La mía se encontraba en la última fila, así que tuve tiempo de sobra para darme cuenta de que algo la obstruía. Pegué un frenazo, negándome a creerlo. Levanté el brazo preparándome para pegarle a algo y solté mi frustración contra el volante, ya que pude ver, mientras llegaba, que habían dejado ahí dos cajones de madera.
El garaje subterráneo también hacía las veces de bahía de descarga para el Departamento de Publicaciones. Las plazas del área central habían sido eliminadas para hacerle hueco al almacén donde se recibían todos los envíos de los compañeros de Publi y donde, además, se empaquetaban todas las publicaciones confidenciales salientes. Nadie pensaba que fuera un arreglo eficiente ni sostenible. Había veces que tenía que esperar a que las transpaletas terminasen. No durante mucho tiempo, pero se hacía frustrante cuando había una reunión. Las quejas a Recursos Humanos y a Operaciones Logísticas no habían dado resultado alguno hasta la fecha. Y ahora esto.
Me bajé del coche para ver si había algún operario cerca. Siendo las 8:10, aún estaba bastante vacío. Solo había unos pocos coches aparcados esa mañana que, con seguridad, pertenecían a colegas que se hallaban en viaje de negocios, pues solían dejar sus vehículos ahí e ir en taxi al aeropuerto.
Los cajones estaban vacíos. Podía moverlos o aparcar en alguna otra plaza. Elegí la primera opción, ya que nadie iba a verme cambiarlos de sitio. No eran particularmente pesadas y solo tenía que deslizarlas una distancia corta, no había riesgo de lesiones u otras tonterías como romperme los pantalones o la chaqueta.
Aunque había dejado de entrenar, mi cuerpo todavía gozaba de los resultados de tantos esos años de fútbol americano —a nivel semiprofesional— y la tarea solo me llevó unos segundos, sin problemas. Metí el coche en mi plaza. Era algo raro, este tipo de cosas no deberían pasar porque los operarios tenían una lista de plazas desocupadas que podían usarse temporalmente en lugar de las que estaban asignadas al personal.
Con mi identificación en la mano, me dirigí hacia el tercer punto de seguridad. La deslicé en la máquina y tecleé el código de seguridad de ese mes. Unos ojos invisibles estaban observando y registrando las entradas de esa mañana, como cada día. Las puertas de cristal antibalas transparentes se abrieron para dejarme entrar en la zona de separación, una caja de muros de hormigón con un cuadradito rojo en el suelo.
El procedimiento dictaba que tenía que detenerme en la marca roja, inmóvil, mientras alguien o algo comprobaba mis credenciales. Odiaba este último paso. Después de todos los puntos de seguridad que había tenido que cruzar me merecía algo más de crédito para pasar. ¿A lo mejor los guardias verificaban también si tenía pinta sospechosa o si iba bien vestido? Estuve a punto de preguntar al guardia invisible por las cajas, pero me contuve. Era algo que tenía que resolver con el Equipo de Hospitalidad. Se ocupan de la logística y demás incordios.
Además, si me hubiera meneado mucho mientras estaba de pie en el cuadradito rojo, las puertas de cristal a mi espalda se habrían abierto y hubiera tenido que repetir todo el proceso de nuevo, con el añadido ocasional de aguantar el sermón del guardia y perder todavía más tiempo. Estoy seguro de que disfrutaban haciéndonos esperar. Me quedé tan quieto como pude... y esperé. Tardó unos cuantos segundos más de lo normal y estaba pensando en quejarme cuando, por fin, apareció un punto verde. Oí el bip de bienvenida y las puertas de vidrio opaco —antibalas también— se abrieron para permitirme, por fin, el paso.
La vista siempre había sido espectacular, especialmente en días soleados. Desde el primer piso del aparcamiento se accedía a un vestíbulo salpicado de sofás alineados a lo largo de las paredes grises. Al frente una gigantesca pared de cristal, que cubría el edificio de arriba abajo, mostraba una magnífica vista del lago Lemán y las mansiones de los millonarios, tanto extranjeros como suizos, lo suficientemente adinerados para disfrutar del paisaje desde sus enormes terrenos.
Después de echar un último vistazo a cómo se desplegaba aquel glorioso día en el muro de cristal, subí las escaleras hasta llegar a mi escritorio, un nivel más abajo. La organización al completo creía en el concepto de visibilidad, así que para impulsar la colaboración y la comunicación entre el personal no había oficinas... tan sólo espacios abiertos y enormes salas repletas de escritorios.
Nada de cubículos al estilo estadounidense, todo era espacios abiertos y escritorios dispuestos en isletas de a cuatro, divididos por unos paneles con su tercio superior transparente. Aunque no podías ver lo que tus compañeros estaban haciendo, tenías una línea de visión clara como para establecer contacto ocular: todo el mundo estaba a la vista de los otros. Era difícil saber si esta utopía arquitectónica se había traducido en un incremento de comunicaciones entre equipos. Sigo teniendo mis dudas.
Entrando en la sala, eché un vistazo para ver si ya había llegado Rose, mi amiga y colaboradora de más alto rango. Habíamos establecido una tradición entre nosotros: el capuchino matutino.
—Hola, Rose. ¿Qué tal?
—Como siempre. Los de Microsoft dicen que serán capaces de acabar el sprint a tiempo.
—Bien, es un buen comienzo del día. ¿Capuchino?
Sprint era el término que se usaba para describir el conjunto de tareas a implementar durante un periodo de tres semanas. Yo dirigía y definía los esfuerzos de llevar a cabo una importante plataforma de colaboración de la más alta seguridad. Incluía todas las pijotadas técnicas posibles, videoconferencia y redes sociales para dar soporte a todas las iniciativas que estaban teniendo lugar en todo el mundo con nuestros integrantes.
En nuestro sistema se trataban asuntos de alta confidencialidad, especialmente en las videoconferencias encriptadas, y aplicábamos una política consecuente. Estoy seguro de que había periodistas y demás a los que les habría encantado espiar las cosas que oíamos aquellos días, particularmente las conversaciones de la Liga Árabe con los americanos.
Todo lo que hacíamos para dar soporte y mejora de la plataforma se pedía para ayer y los costes o esfuerzos eran irrelevantes. Constantes presiones, críticas siempre abundantes, escasos agradecimientos. El tipo de trabajo exigente e ingrato que evitaría cualquier persona con un mínimo de cordura. La pregunta de cómo leches acabé en este marrón sigue sin tener respuesta. De cualquier modo, siendo el único director capaz de poner orden en semejante jaula de grillos, había conseguido lanzar una plataforma funcional a pesar de los impedimentos y dentro del plazo acordado.
A unas cuantas mesas de distancia se sentaba un consultor americano. Estaba contratado e impuesto en el equipo para acelerar el proyecto y resolver cada situación de manera automática. Revisaba su correo, sin mostrar interés alguno en nuestras conversaciones o nuestros paraderos. El tío sabía una única cosa, que vendía una y otra vez como la panacea para los departamentos de informática: un entorno —y no precisamente de los mejores— para montar páginas web. Defendía su solución como si fuera una varita mágica.
Su eficacia era más que discutible. En realidad había sido la mayor fuente de problemas y debates durante los últimos meses. Una gran cantidad de tiempo y dinero malgastado. No obstante se había camelado a los jefazos. A pesar de no existir el prototipo propuesto e incluso después de no haber superado ninguna prueba e incumplir cada fecha de entrega, había conseguido imponer su visión. Un consultor
cum laude. Algo así no podría pasar en una organización con ánimo de lucro donde se contaba cada céntimo.
«Para un martillo, todo problema es un clavo», decíamos en el equipo, y a él le llamábamos el destornillador
. Nos enfrentábamos a clavos obstinados y necesitábamos una maza. Los destornilladores no entienden a los clavos, así que quería que hiciéramos una ranura en la cabeza de cada clavo. ¿Tiene sentido? Por supuesto que no. Pasaba por alto una y otra vez puntos cruciales del proyecto, cosas como los clavos no tienen rosca
. A nuestro juicio, su visión y sus soluciones eran simplistas. Pero había otras fuerzas en juego y nuestro juicio era irrelevante.
Cuando volvimos de nuestro capuchino, el consultor —que a pesar de estar en plantilla seguía comportándose como tal— había dejado su puesto con rumbo desconocido. Seguramente estaría muy ocupado doblegando opiniones o trepando a cualquier ocasión; machacando el camino a su paso, atornillando
, y haciendo rodar cabezas en el proceso: o te apartas o te aplasto.
Mi móvil sonó. «Hora de empezar a trabajar y a ser productivo», pensé. Un mensaje del jefe de Recursos Humanos:
Saludos, Dan:
¿Has recibido la notificación de nuestra reunión?
¿Nuestra reunión? ¿A quiénes se refería? Según los detalles del mensaje tenía que estar en la sala de juntas en cinco minutos... Con él y el destornillador
.
— Rose, me acaban de informar de una reunión urgente con Carl y Brad. Si no vuelvo —dije medio en broma— mete mis cosas en una caja, ¿vale?
Rose me miró con expresión preocupada. Habíamos tenido numerosas discusiones sobre lo insostenible de la situación en la que nos encontrábamos. El equipo entero, un grupo de doce a punto de entrar, uno tras otro, para un nuevo día de trabajo, había previsto todos los escenarios posibles: cambios de puesto, de proyecto, de destino, incluso dimisiones. Todo el mundo esperaba de mí que evitase que pasara.
Subí las escaleras hasta el piso de la sala de juntas, pensando cuál podría ser mi reacción en caso de que acabaran por echarme. Recientemente habíamos tenido varias reuniones con los jefazos de la organización explicando por qué estábamos malgastando nuestro tiempo y dinero, y detallando los motivos, además. Habíamos recibido órdenes de detener un proyecto en pleno desarrollo en favor de otra quimera más, que consistía en una solución extremadamente rápida, requería un presupuesto bajísimo y presentaba una funcionalidad extraordinaria. El típico bálsamo. Qué exasperante.
Y pensar que absolutamente nadie de las plantas superiores tendría la más mínima idea de qué es un bálsamo. No existen en la informática ni en ningún lado. No me había dado cuenta aún del alcance del apoyo externo que tenía el nuevo.
Entré sin llamar. Era un amplio espacio rectangular con paredes y techos revestidos de madera. En el centro se alzaba una grandiosa mesa ovalada con capacidad para treinta personas, todas sentadas en sillas del mejor cuero. En las dos paredes largas había pantallas para videoconferencias. El lado que daba al lago era de cristal, como de costumbre, y mostraba el hermoso paisaje. La institución nunca ahorraba ni reparaba en gastos. Trataba con peces gordos acostumbrados al lujo y, por lo tanto, necesitaba impresionarlos como parte intrínseca de los negocios con ellos.
Carl y Brad ya estaban sentados y aquel fue el primero en darme la bienvenida.
— Gracias por venir, Dan. Toma asiento.
— Hola, Carl... Brad. —Ya no me quedaba duda alguna de qué trataba esta reunión tan a primera hora del día; sabía la respuesta pero pregunté de todas formas—. ¿Falta alguien?
—No, sólo nosotros tres —dijo Carl—. Permíteme que vaya al grano...
— Brad está aquí. —Le interrumpí—. Así que creo adivinar por qué estamos reunidos. Brad y yo tenemos visiones divergentes sobre cómo proceder y hacia qué metas dirigirse. —Sonreí—. Me sorprende que esto pase inmediatamente después de la última presentación que hice sobre los puntos débiles de la solución que él propuso.
Ni miré a Brad. Solo me importaba Carl, pues habíamos intercambiado opiniones sobre el tema con franqueza.
Carl continuó describiendo cómo todo dentro de la institución debe funcionar como un reloj suizo. Todas las piezas y engranajes contribuyen y giran al unísono, para que el mecanismo pueda hacer su trabajo. Yo había sido una gran rueda dentada hasta la fecha, pero ya no giraba junto a las demás.
Una analogía manida y que chirriaba en la realidad: el reloj marchaba bien antes de contratar al personal extra
. Carl acababa de tirar al niño junto con el agua de haberlo bañado. Parecía recitar la lección que se había aprendido de memoria de un libro de texto, seguía hablando sin convicción, como si ni él mismo se lo creyera. Llegó a la conclusión de su discurso.
— La junta ha decidido finalizar tu contrato con nosotros. Tu último día de trabajo será el 31 de mayo, de acuerdo con los plazos indicados en el manual de personal. Con el fin de proporcionarte todo el tiempo necesario para que puedas planificar tu futuro, hemos acordado liberarte de cualquier obligación laboral hasta que se cumpla el plazo legal, efectivo a partir de hoy mismo. Te garantizamos que esto no afecta a tu derecho de percibir un salario hasta el 31 de mayo, así como la paga extra prorrateada y vacaciones acumuladas hasta la fecha. Todos los detalles están aquí.
Carl me entregó un sobre que cogí sin mirar, sonriendo.
En cierta manera, sentí alivio. Todos estos meses parecía que hubiera estado luchando contra molinos de viento. El asunto no tenía nada que ver con conseguir una mejor plataforma o no. Alguien quería afianzarse en su posición dentro de una lucha de poder que había empezado meses atrás. Hace unas cuantas semanas habían forzado la marcha del Director de Operaciones. Yo hacía las veces de su mano derecha en muchas de las iniciativas, a parte de la mía propia. Me convertí en un obstáculo para alguien o así lo pensaban, viendo mi negativa a vestir monas de seda.
Carl levantó las cejas y se rascó la barbilla. Con el asomo de una sonrisa, dijo:
— Estás reaccionando mejor de lo que me pensaba. Esta mañana intenté imaginarme cómo se desarrollaría esta reunión y nada de lo que pensé se parece a esto. Estás... ¿contento?
— A ver, Carl. —Nadie prestaba atención a Brad, quien nos estuvo mirando a Carl y a mí durante toda la conversación con cara de no estar en la habitación o de no tener nada relevante que decir. Probablemente lo segundo.
»Los dos sabemos de qué va esto. Lo hemos hablado mil veces.
Apreté la mandíbula y luché con las ganas de ponerme de pie agarrando los reposabrazos de la silla. Suspiré.
— Nosotros, no, vosotros vais a malgastar todavía más recursos. No voy a decirte lo que duele tener que tratar con las insensateces que nos obligan a hacer. A partir de ahora ya no es mi problema y eso sí que es un alivio, créeme.
La reunión había llegado a su fin, sin lugar a dudas. No hacía falta más discusiones una vez llegados a este punto. Brad salió de la sala sin soltar prenda, mientras Carl y yo seguíamos sentados. A solas, Carl demostraba más empatía.
— ¿Qué vas a hacer ahora, Dan?
— Iré a casa, me relajaré y me curaré el reflujo gástrico de estos últimos meses. Recuerda mis palabras, Carl: cuando llegue la próxima reunión global, no va a haber sistema que enseñarles. Van a retirar y borrar el nuestro de facto. Reciclarán al nuevo sistema para hacer otras cosas con un enfoque mínimo, menos ambicioso. Seguirá siendo incapaz de trabajar como se espera o de reproducir lo que habíamos conseguido hasta el momento. No da la talla ahora ni la dará entonces. Como mucho, tendréis una nueva página web —reí con amargura—. La página web más cara de la historia, que tendrá por webmaster a un Director Tecnológico recién contratado. Enhorabuena.
Carl sonrió, sin discutírmelo.
— Necesito tramitar contigo unas cuantas formalidades...
Ahora encajaba todo: la plaza de aparcamiento ocupada por las cajas de madera, los retrasos en las puertas. Seguridad sabía que hoy no tendría más que una presencia superficial en el recinto.
—Tu identificación está deshabilitada a partir de ahora.
Qué predecible. «Pobre Rose», pensé. Tenía que recoger todas mis cosas y meterlas en una caja. El resto de la lista fue rápido: cuenta de e-mail, la Blackberry, tarjetas diversas...
— Lo necesitamos todo ya, como comprenderás.
Por supuesto que sí. La identificación y la tarjeta de crédito de empresa. También le entregué la tarjeta de la cafetería.
— Todavía me quedan como 100 francos suizos dentro. Me imagino que podréis incluirlos en el próximo sueldo.
— Sin problema.
Carl charló conmigo de camino al vestuario. De ahí fuimos directamente a la entrada de empleados del aparcamiento, como para asegurarse de que no iba a desaparecer sin motivo o a hablar con alguien sin supervisión. Todavía era temprano, ya que la reunión no había durado más de diez minutos. Los empleados empezaban a llegar y arrancaban su jornada. No hubo tiempo para despedidas. Nadie se dio cuenta.
— ¿Está el Presidente? Me gustaría despedirme.
— Está de viaje. Ya se lo digo yo.
— Ya veo. En fin, nada me detiene ahora. Que te vaya bien, Carl.
Las puertas correderas se abrieron y llegué a mi coche mientras le escribía un mensaje a Rose con mi iPhone.
— Rose, saca la caja, me han despedido. Saliendo. Hablamos luego.
— ¿¿Qué?? —Leí su breve e inmediata respuesta.
— Hablamos luego. —Le repetí.
Tenía sentimientos encontrados. No había nada con lo que culparme, lo había hecho todo bien. Me negaba a engrasar maquinaria defectuosa o a lamer culos. Si algo iba mal en el proyecto informaba con franqueza de todos los riesgos y enumeraba las razones. Nunca me ofendí ni me tomé a mal las críticas constructivas, siempre sopesaba los hechos e intentaba, por todos los medios, nunca llegar al nivel de lo personal. Y al final para acabar así. Vivíamos en un mundo donde se ignoraban los hechos y todos los trenes salían como balas de sus respectivas estaciones, acelerando hacia... La nada.
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Abandoné el recinto libre,