Preparada para él: Los reyes del amor (9)
Por Maureen Child
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Durante años, Rose Clancy había soñado con Lucas King, el mejor amigo de su hermano, pero para ella era territorio vedado. Así que Rose supo mantener las distancias hasta que la casualidad hizo que Lucas la contratara para impartirle clases de cocina privadas y nocturnas… y la pasión que existía entre ambos no tardó en prender.
Lucas era un hombre adinerado, poderoso y autoritario que conducía su vida tal y como dirigía su empresa y Rose sabía que el interés que mostraba por ella no podía ser tal, pero la hacía sentirse deseada. Por eso, fueran cuales fueran los secretos que acabaran por desvelarse, Rose estaba más que preparada para Lucas King.
Maureen Child
I'm a romance writer who believes in happily ever after and the chance to achieve your dreams through hard work, perseverance, and belief in oneself. I'm also a busy mom, wife, employee, and brand new author for Harlequin Desire, so I understand life's complications and the struggle to keep those dreams alive in the midst of chaos. I hope you'll join me as I explore the many experiences of my own journey through the valley of homework, dirty dishes, demanding characters, and the ticking clock. Check out the blog every Monday for fun, updates, and other cool stuff.
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Preparada para él - Maureen Child
Capítulo Uno
–Hay cosas que no se ven todos los días.
–¿A qué te refieres? –Lucas King salió al porche y le tendió una cerveza a su hermano menor. Se entretuvo un segundo contemplando la visión del océano Pacífico. El sol se estaba ocultando y teñía el agua azul oscura de reflejos rojizos y dorados. Luego se sentó en la silla más próxima y dio un trago.
Sean sonrió y señaló:
–A eso. Mira lo que acaba de aparcar en la puerta de tus vecinos.
Lucas dirigió la vista hacia Ocean Boulevard y abrió los ojos sorprendido. Había un monovolumen azul oscuro aparcado en la casa de al lado. No tenía nada de extraordinario… excepto por la enorme sartén con tapadera que cubría el techo del vehículo.
–¿Qué demon…?
–Mira el cartel del lateral –dijo Sean entre risas.
–Clases de cocina a domicilio –recitó Lucas, negando con la cabeza–. ¿No le bastaba con el vistoso cartel amarillo? ¿Tenía que ponerle una sartén en lo alto?
–No es muy aerodinámica que digamos –dijo Sean sin parar de reír.
–Queda ridículo –dijo Lucas, y se preguntó qué tipo de persona conduciría semejante vehículo–. ¿Y quién demonios montaría un negocio como ese?
–Pues… –el tono de voz de Sean cambió conforme la persona que conducía el monovolumen abría la puerta y salía a la calle–. Sea quien sea, puede enseñarme lo que le dé la gana.
Lucas puso los ojos en blanco y volvió la vista al mar. No era de extrañar. Sean siempre estaba deseoso y dispuesto para recibir a la siguiente mujer que entrara en su vida. Pensó que si pasara cinco minutos con la mujer de la sartén en el coche, no tardaría en planear una escapada de fin de semana con ella. Por su parte, Lucas prefería llevar una vida más ordenada.
Sin atender del todo al comentario de Sean, Lucas ignoró a la mujer y al vehículo y se centró en la franja de agua que se perdía en el horizonte. Es lo que más le gustaba del lugar donde vivía. Todas las noches, después del trabajo, salía al porche a tomar una cerveza, a contemplar el mar y a dejar transcurrir el tiempo. Aunque recordó, al escuchar de fondo el molesto parloteo de Sean, que normalmente estaba solo.
Allí no tenía que hacerse cargo de King Construction. Allí nadie le buscaba para celebrar una reunión o pedirle que arreglara algún problema con las licencias. Allí no había que calmar a los clientes ni prisas por hacerlo todo.
Le gustaba su trabajo. Él y sus hermanos Rafe y Sean habían convertido a King Construction en la mayor empresa de su ramo en la costa oeste. Pero le encantaba llegar a casa y olvidarse de todo por un momento.
–Siempre me gustaron rubias –estaba diciendo Sean–. Y altas.
–Rubias, pelirrojas y morenas. El problema es que te gustan todas.
–¿Sí? Pues el tuyo es que eres demasiado quisquilloso. ¿Cuándo fue la última vez que quedaste con una mujer que no fuera cliente tuya?
–Eso es algo que no te incumbe.
–Vaya, ¿tanto tiempo? No me extraña que estés tan insoportable. Lo que necesitas es un poco de atención femenina y, si tienes ojos en la cara, con echarle un vistazo a esta rubia estarás más que dispuesto a recibirla.
Lucas suspiró y se rindió a lo inevitable. Dado que Sean no iba a dejar de hablar de aquella mujer, bien podía comprobar si lo que decía era cierto.
–No puede ser –murmuró.
–¿Cómo? –Sean lo miró.
–No puedo creerlo –dijo Lucas, hablando más para sí mismo que dirigiéndose a su hermano. Se levantó con los ojos fijos en la rubia alta y voluptuosa que rodeaba el vehículo. Llevaba el pelo recogido en una coleta y el viento le agitaba los cabellos. Tenía la piel pálida y, como Lucas bien sabía, moteada de pecas en la nariz y las mejillas. Desde allí no podía verle los ojos, pero recordaba que eran azules como el mar. La boca era grande y se curvaba en una sonrisa, y su risa era terriblemente contagiosa.
Llevaba dos años sin verla y la visión le provocó una descarga eléctrica. Observó cómo deslizaba la puerta lateral y se inclinaba para recoger algo.
Enseguida dirigió la vista a la curva de su trasero, marcada por unos vaqueros negros y ajustados. El zumbido que resonaba dentro de su cuerpo aumentó hasta convertirse en un chisporroteo, una palpitación.
–¿La conoces?
–Es Rose Clancy.
–¿La hermana pequeña de Dave Clancy? ¿Esa de la que siempre decía que era prácticamente una santa? ¿Buena? ¿Dulce? ¿Pura como la nieve?
–La misma –murmuró Lucas, fijando la vista en ella mientras recordaba las veces que había escuchado al que fue su amigo Dave alardear de su hermanita.
La familia Clancy poseía una constructora rival. Bueno, rival porque se dedicaban a lo mismo. Lucas consideraba que nunca había existido competencia entre ambas empresas. King Construction era la mejor constructora del estado y Clancy la seguía de cerca en el segundo puesto.
Él y Dave se conocieron en una reunión en la cámara de comercio y enseguida congeniaron. Habían sido amigos y mantenido una competencia amistosa hasta hacía dos años, cuando Lucas descubrió que Dave Clancy era un mentiroso y un ladrón.
–¿No se divorció Rose el año pasado de ese imbécil con el que estaba casada?
–Sí. No estuvieron juntos mucho tiempo.
Pero Lucas pensó que sí el suficiente como para haber descubierto que su marido la engañaba y que deberían haberlo castrado por el bien de la humanidad. Tenía gracia que su hermano, tan protector, no se hubiese preocupado de librarla de un mal matrimonio.
Rose recogió algunas cosas más, cerró la puerta de la furgoneta, pulsó el cierre automático y se dirigió a la casa. No miró a su alrededor, así que no se percató de que Lucas y Sean la miraban desde el porche.
–¿Qué estás tramando? –preguntó Sean. Lucas se giró hacia él.
–No tramo nada –mintió mientras su mente se llenaba de posibilidades.
–Vale. Véndele eso a alguien que no te conozca –negando con la cabeza, Sean dejó la botella medio vacía en la baranda de piedra y se dirigió a las escaleras. Pero entonces se detuvo y se giró hacia su hermano–. Sabes que fue Dave y no su hermana quien nos engañó. Lucas King se toma la traición como un insulto personal.
Dave Clancy había sido un amigo. Alguien en quien Lucas confiaba. Y no confiaba en mucha gente. Le había afectado mucho que su amigo le traicionara.
–Dave nos engañó a todos –le recordó Lucas a su hermano–. Pagó a uno de nuestros empleados para que le facilitara información interna y luego ofreció un presupuesto más bajo en cuatro de nuestros proyectos. Eso es lo que yo llamo algo personal.
–Nunca encontramos ninguna prueba que lo demostrase.
–¿No? Yo la encontré cuando Lane Thomas nos dejó para trabajar en el equipo de Dave y las ofertas a menor precio desaparecieron de la noche a la mañana. ¿Coincidencia?
–Bien –Sean se pasó la mano por la cabeza y se encogió de hombros–. Sólo te diré que desahogar tu rabia con Rose no te servirá para ajustar cuentas con Dave. Eso no puede acabar bien.
–No acabará bien para los Clancy –murmuró Lucas, pensativo–, eso seguro.
Rose se despidió de la mujer en la puerta y no dejó de sonreír hasta que ésta la cerró. Fue para ella un alivio salir al fresco de la noche y alejarse del olor a cebollas quemadas.
Kathy Robertson se había empeñado en convertirse en una buena cocinera, lo que la convertía en una clienta excelente, pero no iba resultarle fácil. Con todo y con eso, aquello significaba que la señora Robertson iba a ser un proyecto a largo plazo y solvencia para el floreciente negocio de Rose. Sonriendo, Rose volvió a apilar el material en la furgoneta, cerró la puerta y sufrió un sobresalto al escuchar detrás de ella una voz masculina.
–¡Cuánto tiempo!
Se giró y, llevándose una mano al pecho, alzó la vista hacia un hombre a quien no había visto en dos años. Al menos desde que su hermano cortó con él toda comunicación. En cuanto el corazón le bajó de la garganta, empezó a latir con fuerza.
–¿Lucas?
Él estaba apoyado en la furgoneta. ¿Cómo había aparecido allí sin que ella se percatase? Llevaba un jersey rojo encima de una camiseta blanca, unos vaqueros negros y unas botas de piel gastada. Tenía el pelo alborotado por el viento y mostraba una barba incipiente. La miraba fijamente con sus ojos azules.
–Me has dado un susto de muerte –admitió cuando logró recuperar la voz.
–Lo siento –dijo él, aunque no parecía arrepentido en absoluto–. No pretendía asustarte, pero quería hablar contigo antes de que te marcharas.
–¿De dónde has salido?
–Vivo justo al lado.
–No lo sabía –dijo ella, lo que era buena señal, porque no habría aceptado a los Robertson como clientes de haber sabido que Lucas King era su vecino.
Hacía unos años, había pasado mucho tiempo soñando con aquel hombre. Y eso había sido todo, claro está, porque su hermano Dave se había asegurado de mantener a Lucas a cierta distancia de ella. Aun así, no le había resultado fácil olvidarse de él. Su recuerdo solía regresar a ella en momentos inesperados.
Pero él había dejado las cosas claras hacía tres años. No mostró interés suficiente como para enfrentarse a las injerencias de su hermano y no había razón para pensar que esa situación había cambiado. Además, había padecido mucho en los últimos años. Ya no era la chica romántica y fácil de encandilar que había sido antaño.
«Claro», se burló su mente de forma ladina, «por eso se te acelera el corazón y te sudan las manos, porque eres fría y contenida».
Enfadada consigo misma por aquel torbellino interior, no escuchó lo que Lucas le decía y se vio obligada a preguntar:
–¿Cómo?
Él se apartó del coche, se metió las manos en los bolsillos traseros y repitió:
–Decía que me alegro de que estés enseñando a cocinar a Kathy. Cené en su casa y no fue muy agradable.
–Es… un reto –admitió Rose, con ironía–. Pero está dispuesta a mejorar y eso es bueno para todos.
Lucas asintió y miró la sartén que había sobre el vehículo.