Manual de Psicomagia: Consejos para sanar tu vida
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Alejandro Jodorowsky
Alejandro Jodorowsky is a playwright, filmmaker, composer, mime, psychotherapist, and author of many books on spirituality and tarot, and over thirty comic books and graphic novels. He has directed several films, including The Rainbow Thief and the cult classics El Topo and The Holy Mountain. He lives in France. In 2019, Alejandro Jodorowsky was cited as one of the "100 Most Spiritually Influential Living People in the World" according to Watkins Mind Body Spirit magazine.
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un libro diferente porque nuestra mente es racional pero también intuitiva y sentimental.
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Manual de Psicomagia - Alejandro Jodorowsky
Índice
Manual de Psicomagia
Consejos psicomágicos
(casos generales)
Introducción
1. Desvalorización sexual de la mujer
2. Timidez femenina
3. Desvalorización sexual del hombre
4. Eyaculación precoz
5. Rechazo al esperma
6. Deseos incestuosos
7. Simbiosis madre-hija
8. Simbiosis madre-hijo
9. Simbiosis padre-hijo
10. Simbiosis padre-hija
11. Madre invasora
12. Madres que critican por teléfono
13. Duelo por abortos
14. Nostalgia por un territorio
15. Tomar posesión de un territorio
16. Padres desunidos
17. Eczema
18. No ser fascinado por una mente poderosa
19. Mala suerte
20. Agorafobia
21. Claustrofobia
22. Bulimia
23. Anorexia
24. Vida fracasada
25. Dejar de fumar
26. Adicción a la heroína
27. Alcoholismo
28. Vivir con un adicto
29. Muerte de un bebé
30. Nacer después de un hermano muerto
31. Devolver sentimientos ajenos
32. Quitar la pena a un niño
33. Desprenderse de ideas nocivas
34. Ausencia de padre (en una mujer)
35. Ausencia de padre (en un hombre)
36. Expresar la rabia reprimida
37. Secretos que angustian
38. Padres dominantes
39. No saber acariciar
40. Abandonar un lenguaje agresivo
41. Artistas bloqueados
42. Amenorrea
43. Celos amorosos
44. Celos enfermizos
45. Neurosis de fracaso
46. Coger fuerzas ante un cambio radical
47. No poder concentrarse
48. Infancia robada
49. Enfermedades familiares
50. Quitarse «etiquetas»
51. Dificultades para quedar embarazada
52. No encontrar pareja
53. Verrugas
54. Cleptomanía
55. Ataques de culpabilidad
56. Cobardía viril
57. Impotencia
58. Tartamudez
59. Pereza matinal
60. Recuperar la fe en sí misma
61. Angustia intelectual
62. Abuso sexual
63. Mal de amor
64. Miedo económico
65. Miedo de envejecer
66. Miedo a desmayarse
67. Miedo a la oscuridad
68. Miedo a la locura
69. Encantos para el miedo
70. Problemas laborales
71. Frigidez
72. Predicciones negativas
73. Insatisfacción con su propio rostro
74. Monotonía matrimonial
75. Mujer atada a un amor del pasado
76. Conservar el amor y la amistad
77. Conflictos en la pareja
78. Llantos incomprensibles
79. Depresión sin motivo o angustia continua (y Masaje de nacimiento)
80. Remedio para pesimistas
Consejos psicomágicos
(para la sociedad)
Introducción
Desaparecidos políticos
Matanza de Tlatelolco
Puerto para Bolivia
Papisas en Roma
Manifestación por la paz
Manifestación contra el hambre
Muros hostiles
Sanación colectiva
Anti-olimpiada
Unión mundial
Consejos psicomágicos
(para consultantes sanos)
Introducción
Objetos inútiles
Reuniones conflictivas
Quemar «definiciones»
Amistades vampíricas
Poder vaginal
Poesía
Consolar
Oficios imaginarios
Desidentificación
Hacerse adulto
Consejos psicomágicos
(consultas individuales)
Introducción
Consultas
Apéndice
(sólo para futuros psicomagos)
Índice temático
(de motivos, causas y efectos)
Créditos
Manual de Psicomagia
(consejos para sanar tu vida)
Consejos psicomágicos
(casos generales)
Introducción
Después de haber estudiado y memorizado los 78 arcanos del Tarot de Marsella, firmé un contrato conmigo mismo: «Una vez por semana, en cualquier café popular, leeré el Tarot gratuitamente. Esto lo haré hasta el fin de mi vida». Llevo 30 años cumpliendo esta promesa. Convertí la lectura de las cartas en una forma de psicoanálisis sintético al que llamé «Tarología». La finalidad esencial de la Tarología no es adivinar el futuro sino, guiado por los Arcanos, interrogar al consultante sobre su pasado para ayudarlo a solucionar problemas presentes. Llegan al café donde leo personas de todas las edades, nacionalidades, niveles económicos y niveles de conciencia. No falta quien me pide un consejo (en el fondo un permiso para realizar lo que no se atreve) o una predicción (en lo posible positiva). Me veo obligado entonces a encuadrar su pregunta.
–¿Voy a encontrar un hombre?
–No te puedo decir si vas a encontrar un hombre, pero te puedo decir por qué no lo encuentras.
–¿Debo abandonar a mi mujer y a mis hijos por una amante?
–No te puedo decir si debes o no debes hacer tal cosa, pero te puedo decir cuáles son las razones que tienes para seguir viviendo con tu familia y cuáles son las razones que tienes para irte con la otra. Tú, sopesando las ventajas e inconvenientes de ambas actitudes, debes elegir la que más te convenga.
Toda predicción y todo consejo son intentos de tomas de poder, tendientes a convertir al consultante en súbdito del «mago».
El/la consultante, al dejar de considerar su inconsciente como un enemigo y perder el miedo a verse a sí mismo, puede descubrir los traumas que le provocan sufrimiento. Cuando esto sucede, suele pedir que le den una solución. «Bueno, por fin ya sé que estoy enamorado de mi mamá, lo cual me impide formar una pareja estable, ¿ahora qué hago?» «Me atormentan deseos de hacer felaciones a hombres de edad porque, cuando era pequeña, mi abuelo me introdujo su miembro en la boca. ¿Cómo librarme de esto?» Constatando que sublimar el impulso indeseable ya sea por una actividad artística o por acciones de servicio social no eliminaba los deseos reprimidos, inventé la Psicomagia.
El psicoanálisis es una técnica que cura a través de la palabra. El consultante, a quien se llama «paciente», reposa en una silla o un sofá sin que en ningún momento el psicoanalista se permita tocarlo. Para liberar al paciente de sus dolorosos síntomas sólo se le pide que rememore sus sueños, tome nota de sus lapsus y accidentes, desligue su lengua de la voluntad y diga sin freno lo que le venga a la mente. Después de largo tiempo de confusos monólogos, a veces logra revivir un recuerdo que estaba hundido en las profundidades de su memoria. «Me cambiaron la cuidadora», «Mi hermanito destruyó mis muñecas», «Me obligaron a vivir con mis hediondos abuelos», «Sorprendí a mi padre haciendo el amor con un hombre», etcétera.
El psicoanalista –que avanza convirtiendo los mensajes que envía el inconsciente en un discurso racional– cree que, una vez que el paciente descubre la causa de sus síntomas, éstos cesan... ¡Pero no sucede así! Cuando emerge un impulso del inconsciente, sólo nos podemos liberar de él realizándolo. Para lo cual la psicomagia propone actuar, no sólo hablar. El consultante, siguiendo un camino inverso al del psicoanálisis, en lugar de enseñar al inconsciente a hablar el lenguaje racional enseña a la razón a manejar el lenguaje del inconsciente, compuesto no sólo de palabras sino también de actos, imágenes, sonidos, olores, sabores o sensaciones táctiles. El inconsciente acepta la realización simbólica, metafórica. Para él una fotografía no representa sino que es la persona retratada, considera a una parte como el todo (los brujos realizan sus hechizos sobre cabellos, uñas o trozos de ropa de sus posibles víctimas); proyecta las personas que pueblan su memoria sobre seres reales o cosas. Los creadores del psicodrama se dieron cuenta de que una persona que acepta interpretar el papel de un familiar provoca en el paciente reacciones profundas, como si éste estuviera delante del personaje real. Golpear en un cojín produce el alivio de la cólera contra un abusador... Para lograr un buen resultado, la persona que realiza el acto debe liberarse, en cierta forma, de la moral impuesta por su familia, la sociedad y la cultura. Si hace esto podrá, sin temor a un castigo, aceptar sus impulsos internos, siempre amorales. Por ejemplo, si alguien que quiere eliminar a su hermana menor (porque atrajo la atención de la madre) pega una fotografía de la pequeña en un melón y revienta el fruto a martillazos, su inconsciente da por realizado el crimen. El consultante se siente así liberado.
Se entiende en psicomagia que las personas que pueblan el mundo interior –la memoria– no son las mismas que pueblan el mundo exterior. La magia tradicional y la brujería trabajan con el mundo exterior creyendo poder adquirir poderes sobrenaturales por medio de rituales supersticiosos, para influir sobre las cosas, acontecimientos y seres. La psicomagia trabaja con la memoria: en el caso citado anteriormente no se trata de eliminar a la hermana de carne y hueso, ya convertida en adulta, sino de provocar un cambio en la memoria, tanto de la imagen del ser odiado, cuando era niña, como la sensación de impotencia y rabia acumulada del muchacho que la odia. Para cambiar al mundo es necesario comenzar por cambiarse uno a sí mismo. Las imágenes que conservamos en la memoria van acompañadas de una percepción de nosotros en el momento en que tuvimos esas experiencias. Cuando recordamos a los padres tal como se comportaron en nuestra infancia, lo hacemos desde un punto de vista infantil. Vivimos acompañados o dominados por un grupo de egos de diferentes edades. Todos ellos manifestaciones del pasado. La finalidad de la psicomagia, convirtiendo al consultante en su propio curandero, es lograr que se sitúe en su ego adulto, ego que no puede ocupar otro sitio que el presente.
Comencé a proponer actos de psicomagia a mis consultantes de Tarot. Fueron creados «a la medida», correspondiendo al carácter e historia de la persona. Algunas de estas experiencias las conté en mis libros Psicomagia y La danza de la realidad. Tuvieron una extensa repercusión. Las solicitudes de ayuda aumentaron de tal forma que fui incapaz de responder a todas. Pero a las personas que tuve tiempo de aconsejarles actos, les solicité que después de realizarlos me enviaran una carta describiéndome los resultados. Basándome en los actos que habían tenido un efecto sanador, comencé entonces a crear consejos de psicomagia con posibilidad de ser empleados por una gran cantidad de personas. Este libro de recetas es el producto de tan larga experimentación.
Para un buen resultado es necesario que la persona que quiera practicar la psicomagia tenga hacia sí misma una actitud comprensiva. Los niños, en su afán de ser queridos por sus padres, temen ser juzgados culpables de alguna falta. Para un pequeño, que depende vitalmente de sus mayores, es terrorífico despertar su enojo y ser castigado. Por lo cual aprende a negar aquello que Freud llamó «perversidad polimorfa»: deseos sexuales infantiles hacia cualquier objeto, libremente, antes de que haya actuado la represión. Esta amoralidad primera, innata, tiene que ser aceptada cuando se trabaja para eliminar los efectos de un trauma. El experimentador debe aceptar sus deseos, sean incestuosos, narcisistas, bisexuales, sadomasoquistas, coprófagos o caníbales. Luego, realizarlos de forma metafórica. Debajo de cada enfermedad está la prohibición de hacer algo que deseamos o la orden de hacer algo que no deseamos. Toda curación exige la desobediencia a esta prohibición o a esta orden. Y para desobedecer es necesario perder el miedo infantil a dejar de ser amado; es decir, abandonado. Este miedo provoca una falta de conciencia: el afectado no se da cuenta de lo que verdaderamente es, tratando de ser lo que los otros esperan que él sea. Si persiste en esa actitud, transforma su belleza íntima en enfermedad. La salud sólo se encuentra en lo auténtico, no hay belleza sin autenticidad. Para llegar a lo que somos, debemos eliminar lo que no somos. Ser lo que se es, es la felicidad más grande.
Un acto psicomágico es más efectivo si el consultante cumple los siguientes requisitos:
1. Debe realizar metafóricamente las predicciones.
Acompañando a sus órdenes o prohibiciones, los padres graban palabras en la memoria de sus hijos que actúan más tarde como predicciones; el cerebro tiene tendencia a realizarlas. Por ejemplo: «Si te acaricias el sexo, cuando seas mayor serás una prostituta», «Si no practicas el mismo oficio que tu padre y tu abuelo, morirás de hambre», «Si no eres obediente, cuando seas grande te meterán en la cárcel»... Estas predicciones, al llegar a la edad adulta, se convierten en una amenaza angustiosa. La mejor manera de liberarse de ellas, como el lector verá al leer las recetas, es realizarlas en forma metafórica. Es decir, en lugar de rehuir la amenaza, entregarse a ella.
2. Debe hacer algo que nunca ha hecho.
La familia, en complicidad con la sociedad y la cultura, nos crea innumerables hábitos: comemos un mismo tipo de alimentos, tenemos un número limitado de preceptos, ideas, sentimientos, gestos y acciones. Nos rodean las mismas cosas. Para sanar hay que cambiar de punto de vista acerca de uno mismo. El Yo que padece la enfermedad tiene menos edad que nosotros: es una construcción mental presa en el pasado. Al liberarnos del círculo vicioso de nuestros hábitos, descubrimos una personalidad más auténtica y, por lo mismo, sana. Carlos Castañeda hizo que un gran director de empresas, discípulo suyo, se vistiera pobremente y vendiera periódicos en las calles de su ciudad. El ocultista G. I. Gurdjieff exigió a un alumno, fumador empedernido, que dejara el tabaco. Hasta que así no lo hiciera, le prohibió venir a verlo. El alumno luchó durante cuatro años contra su hábito, cuando logró vencerlo, muy orgulloso de su hazaña, se presentó frente al Maestro. «¡Ya dejé de fumar!», Gurdjieff le respondió: «¡Ahora fuma!».
La antigua magia negra empleaba amuletos confeccionados con productos repugnantes (materias fecales, miembros de cadáveres humanos, venenos de animales), considerando todo ingrediente impuro –es decir, inusitado– de una segura eficacia. Por esto, los consejos de psicomagia incluyen a veces materias que son consideradas sucias o promiscuas por la mayoría.
3. Debe comprender que cuanto más difícil le sea realizar el acto, más beneficios obtendrá de él.
Para sanar o solucionar un problema se necesita una férrea voluntad. No poder hacer lo que deseamos ni poder no hacer lo que no deseamos, nos provoca una falta de autoestima profunda, causa de depresiones y enfermedades graves. El luchar incansablemente por lograr una meta que parece imposible desarrolla nuestra energía vital. Esto lo comprendieron muy bien los hechiceros medievales, creando recetarios que proponían actos imposibles de realizar, como por ejemplo un método para hacerse invisible. «Ponga a hervir un caldero de agua bendita con leña de vides blancas. Sumerja dentro un gato negro vivo, dejándolo cocer hasta que los huesos se aparten de la carne. Extraiga esos huesos con una estola de obispo y colóquese delante de una lámina de plata bruñida. Métase hueso tras hueso del gato escaldado en la boca, hasta que su imagen desaparezca del espejo de plata.» O bien un filtro para seducir a un hombre: «En un vaso modelado a mano con el barro que ha excavado el hocico de un jabalí, mezcle sangre de perro con sangre de gato más su sangre menstrual, agregue una perla molida y dele de beber a su amado diez gotas de este brebaje disueltas en una copa de vino». En el primer consejo, podríamos pensar que quizás no se habla de invisibilidad material, sino que quien debe hacerse transparente es el yo individual del aspirante a brujo. Después de tanto empeño en realizar algo tan cruel y difícil, se esfuma la personalidad individual y aparece el ser esencial, que es por esencia impersonal. En el segundo consejo cabe imaginar que si la bruja, por amor a un hombre, logra encontrar barro removido por un jabalí, asesinar a un perro, a un gato, y sacrificar dinero haciendo polvo una perla, despierta en ella tal seguridad en sí misma que se hace capaz de seducir a un ciego sordomudo.
Ciertas curaciones en lugares lejanos declarados milagrosos son en gran parte debidas al largo y costoso viaje que debe hacer el enfermo para llegar a ellos.
4. Debe siempre terminar el acto en una forma positiva. Agregar mal al mal no cambia nada.
En las prácticas del régimen kosher hebreo, cuando los instrumentos que están en contacto con productos lácteos entran en contacto con la carne de un animal, haciéndose impuros, se cava un hoyo en la tierra y se los entierra cierto número de días; al cabo de ese tiempo son extraídos: la tierra los ha purificado... Inspirado en esto, muchas veces he recomendado enterrar objetos, ropa, fotografías, que han servido para liberar viejos sufrimientos, pero siempre he pedido que en el sitio donde se han depositado las cosas «impuras» se plante un arbolito o una mata floral. Si recomiendo a un consultante dejar salir su rabia tantos años acumulada contra alguien despedazando su fotografía, o pateando una tumba, o por medio de una confrontación escrita, etc., recomiendo que unte la fotografía con mermelada de rosas, escriba en la tumba con miel la palabra amor, le envíe a la persona a quien le pide la reparación un ramo de flores, o una caja de bombones, o una botella de licor. El acto psicomágico debe ser transformador: el sufrimiento dando origen a un final amable. El odio es un amor que no ha logrado ser correspondido.
Al leer estos consejos el consultante puede pensar que es imposible realizarlos porque habrá testigos molestos o circunstancias negativas. He constatado que, cuando se comienza un acto psicomágico, se produce una misteriosa relación entre el intento individual y el mundo exterior. El lugar que se temía iba a estar invadido de curiosos de pronto, en el momento de la acción, se encuentra solitario. Lo que parecía imposible de encontrar, nos lo ofrece un vecino, etc. Un profesor de colegio, quejándose de un desequilibrio nervioso, me pidió un acto psicomágico. Le recomendé aprender con un artista de circo a equilibrarse en un cable de acero. Me contestó que eso no era posible porque su escuela y su casa estaban en una aldea del sur de Francia, donde iba a serle imposible encontrar un artista de circo. Le pedí que dejara de pensar en el acto como algo imposible y que confiadamente dejase que la realidad viniera en su ayuda. Pocos días después descubrió que un alumno suyo era hijo de un artista de circo, equilibrista retirado. Encontró su profesor a un par de kilómetros de distancia.
En estas recetas, alguna vez aconsejaré al consultante cambiarse de nombre. Este primer «regalo» otorgado al recién nacido lo individualiza en el seno de la familia. La psique infantil, tal como haría un animal doméstico, se identifica a ese sonido con el que constantemente atraen su atención. Termina incorporándolo a su existencia como si fuera un órgano o una víscera más. En la mayoría de los casos, en los nombres se desliza el deseo familiar de que los antepasados renazcan: el inconsciente puede disfrazar esta presencia de los muertos no sólo repitiendo el nombre entero (en muchas familias el primogénito recibe el mismo nombre que su padre, su abuelo, su bisabuelo; si es mujer puede recibir un nombre masculinizado que pasa por ejemplo de Francisco a Francisca, de Marcelo a Marcela, de Bernardo a Bernarda, etc.). Este nombre, si viene cargado de una historia, a veces secreta (suicidio, enfermedad venérea, pena de cárcel, prostitución, incesto o vicio, quizás de un abuelo, una tía, un primo), se hace vehículo de sufrimientos o de conductas que poco a poco invaden la vida de quien lo ha recibido.
Hay nombres que aligeran y nombres que pesan. Los primeros actúan como talismanes benéficos. Los segundos, son detestados. Si una hija recibe de su padre el nombre de una antigua amante, queda convertida en su novia para toda la vida. Si una madre que no ha resuelto el nudo incestuoso con su padre da al niño el nombre de aquel abuelo, el hijo, preso en la trampa edípica, se verá impulsado a imitar al antepasado admirándolo y al mismo tiempo detestándolo, por ser un rival invencible. Aquellas personas que reciben nombres que son conceptos sagrados (Santa, Pura, Encarnación, etc.) pueden sentirlos como órdenes, padeciendo conflictos sexuales. Aquellos bautizados como ángeles (Angélica, Rafael, Gabriel, Celeste, etc.) pueden sentirse no encarnados. Los Pascual, Jesús, Enmanuel, Cristián o Cristóbal es muy posible que padezcan delirios de perfección y a los 33 años tengan angustias de muerte, accidentes, ruinas económicas o enfermedades graves. A veces los nombres dados son producto del deseo inconsciente de solucionar situaciones dolorosas. Por ejemplo, si un hombre cuando era niño fue separado de su madre, llamará a su hijo JuanMaría, realizando en ese doble nombre su deseo de unirse con ella. Si un pequeño muere, al que le sigue lo pueden llamar René (del latín renatus, lo que significa «renacido»). Si un antepasado fue detenido, para vergüenza de su familia, por haber cometido una estafa o un robo, a un descendiente directo se le puede bautizar como Inocencio. Si una mujer con fijación incestuosa se casa con un hombre que tiene el mismo nombre que su padre, puede engendrar hijos que padezcan una confusión generacional: inconscientemente, al vivirse como hijos de su abuelo, considerarán a su madre como una hermana, lo que les provocará inmadurez. Si después de una niña nace un niño al que se le bautiza con el nombre de ella masculinizado (Antonia seguida de Antonio, Francisca seguida de Francisco, etc.), puede denunciar que el nacimiento de la nena fue una decepción y la joven, considerándose el esquema de un futuro hombre, puede vivir sumida en un doloroso desprecio a sí misma, sintiéndose incompleta. Un nombre tomado de estrellas del cine o de la televisión, o de escritores famosos, impone una meta que exige la celebridad, lo que puede ser angustioso si no se tiene talento artístico. Si los padres transforman el nombre de sus hijos en diminutivos (Lolo, Pepe, Rosi, Panchita), pueden fijarlos para siempre en la infancia. El inconsciente, por su naturaleza colectiva, esconde significados en los nombres que el individuo, sin conocerlos conscientemente, padece. Los nombres de santos inducen cualidades, pero también transmiten martirios. Algunas María pueden verse asediadas por el deseo de engendrar a un niño perfecto. Algunos José pueden tener dificultad para satisfacer a una mujer. A santa