El Color de un Fantasma
Por Delia Dobbs
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Anita Johnson puede tener el alma de un artista, pero está determinada a establecerse como investigadora criminal incluso después de haber sido despedida por el NYPD. Cuando la contratan para rastrear a un asesino serial que ha escapado de la justicia por cuarenta años, ella sabe que irá más a fondo que la mayoría de los detectives novatos – pero ella está dispuesta a arriesgar todo por la oportunidad de probar a sí misma que puede hacerlo.
Samuel Watkins sabe la verdad acerca del lugar donde el asesino se esconde. Como no tiene nada que perder a excepción de una hacienda estropeada y algunos animales fieles, nadie puede forzarlo a decir una sola palabra. ¿O puede él?
Un agente de la CIA que se volvió un criminal. Una ciudad que no va a hablar. Un toro de mal genio que no hace prisioneros.
Es todo un reto. Pero Anita hará lo que sea necesario para resolver ese caso… incluso si ella tiene que colorear las líneas para solucionarlo.
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El Color de un Fantasma - Delia Dobbs
El Color de un Fantasma
(De la Serie de Misterio Cozy El Libro de Colorear para Adultos)
Delia Dobbs
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Capítulo 1
Era una asignación rara de un cliente desconocido. Él había usado un emisario, un abogado en Chicago, para contratar la Agencia de Detectives Randell para rastrear el autor de una serie de asesinatos cometidos hace cuarenta años. El abogado no nos diría quién lo contrató.
— Confidencialidad abogado/cliente — dijo él — Eso es todo que yo puedo decirle. Esa persona quiere que usted lleve el asesino ante la justicia en un período de noventa días.
Muy bien. Era un reto. Sin embargo, de alguna manera, yo estaba lista para conducir esa investigación.
Miré alrededor de la pequeña oficina. La ciudad de Carolsburg, Illinois, población de doce mil almas, estaba a años luz de Nueva York. No me echen la mala parte. De vuelta a esa ciudad desnuda, yo aun trabajaba como investigadora sin licencia – pero por lo menos mi escritorio en Brooklyn no se ubicaba en el ático derruido de una fracasada tienda general de Mamá y Papá.
Me acerqué a la ventana. No había mucha cosa que ver. Era una línea de media milla que consistía en una tienda general debajo de mis pies, una tienda de hardware, una tienda de comestibles, un cine desteñido y una cafetería. Toda la ciudad estaba rodeada de nada más que campos de soja infinitos. A algunas personas de Nueva York les gusta comer soja. No soy una de esos. Seguro que no vino aquí a causa de la cocina.
Ese caso de cuarenta años sin resolver, que estaba en mi charola para documentos, se hizo eterno por demasiado tiempo. En aquella época, la policía sabía perfectamente quien había cometido los quince asesinatos de doce hombres y tres mujeres. La mayoría de las víctimas era adultos, pero la menor había acabado de cumplir ocho años. Jon Thorp, un ex agente de la CIA, quiso el todo el mundo supiera que él era el asesino. Él los restregó en la cara de la policía, escabulléndose de una serie chocante de crímenes que sacudió el país.
Sin embargo, nadie sabía de hecho por qué él los mató. ¿Cuál fue el motivo? ¿Y por qué él salió impune de los crímenes por tanto tiempo? En la época de los crímenes, y por muchos años después, agentes del orden publico de todos los niveles – desde los alguaciles sustitutos de menor patente hasta el director del FBI – recurrieron en primer lugar Carolsburg, y después el mundo, en busca de Jon Thorp.
Ellos nunca lo han encontrado.
Él había desaparecido sin dejar rastros.
Sí, era un gran trabajo. Algunas personas me dirían que era demasiado para mí. Pese a que trabajaba para una agencia de detectives en Nueva York, yo aun no tenía la licencia de investigadora privada. Y probablemente no la lograría pronto a menos que resolviera un caso que pareciera un poco mayor que los casos de quebrantamiento de fianza en los que trabajo para pagar mis cuentas. Había una razón para eso – una razón en la cual preferiría no pensar en el momento.
Yo saqué un rizo castaño de mi cara. Sentía como si tuviera un alma artística, pero supongo que la gente me tomaría más en serio como investigadora si mantuviera el color natural de mi pelo. Mi hermano, el verdadero artista de la familia, a menudo llevaba rayas púrpura en los flequillos.
Hablando de familia, yo tenía un archivo completo de fotos de las víctimas. Yo las miraba tanto que podría ver las caras demasiado fotocopiadas en blanco y negro con mis ojos cerrados. Las familias habían esperado cuarenta años por justicia. Y yo estaba moralmente convencida de que había una persona en Carolsburg que sabe donde Thorp está escondido por todo ese tiempo.
Todo lo que tenía que hacer era persuadirla a hablar.
Sí.
Como si esa tarea fuera algo fácil.
No había traído los archivos conmigo. Sería un riesgo desnecesario. Había aprendido los rostros y los hechos de memoria. A los veintitrés años, yo aún podría hacerlo. Mi jefe me tomaba el pelo, diciéndome que esperara y viera lo que pasaría en mi mente cuando cumpliera treinta años.
Bueno, todavía no me lo ha pasado. Aun acordando de aquellas caras, yo pasaba las páginas de mi bloc de dibujo – un libro de colorear en blanco y negro que había creado en tinta negra para ayudarme a abocarse de lleno en el problema. La mayoría de las personas usa análisis de datos, pero ellas no irían lejos en ese caso. ¿Por qué? Ellas estarían en apuros con la CIA, que tuvo acceso a los mejores ordenadores en el país en la época de los primeros crímenes. Yo también podía usar el método del libro de colorear. Soy una persona visual. Me ayudaba a pensar.
Y cualquiera de la CIA que estuviera al lado de Thorp sabría cuáles datos yo estaría descargando de los archivos de FBI y de la Policía del Estado de Illinois. Ellos se enterarían de todos mis movimientos. Los libros de colorear no eran tan fáciles de interpretar. Una mente desconfiada podría adivinar que los colores y patrones que he garabateado en esas páginas contienen una clave para mis procesos de pensamiento –pero nadie iba a saber cómo leer esas pequeñas pistas.
Rasgué una página parcialmente coloreada y la pegué en el tablero de corcho detrás de mi escritorio. El borrador de pluma y tinta era una escena de la sala de dinosaurios del Museo Estadounidense de