Cartas a Sophia
Por Antonio Almas
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El azar, o la coincidencia, produce un encuentro en el que dos mundos se cruzan para marcar un momento. Todo lo que pasó hasta ahí, dejó de serlo de ahí en adelante. El amor no escoge lugares ni formas, se presenta en circunstancias insólitas y nos domina de una forma avasalladora.
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Comentarios para Cartas a Sophia
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Muy bueno. Describe mi relación en otra manera. Amor, amor.
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Cartas a Sophia - Antonio Almas
Cartas a Sophia
Romance
António Almas
António Almas
El azar, o la coincidencia, produce un encuentro en el que dos mundos se cruzan para marcar un momento.
Todo lo que pasó hasta ahí, dejó de serlo de ahí en adelante.
El amor no escoge lugares ni formas, se presenta en circunstancias insólitas y nos domina de una forma avasalladora.
Conocí a Sophia en una librería, por donde normalmente pasaba para evadirme de mi cansancio después de horas y horas de estudio. Estaba en la sección de poesía cuando, detrás de mí, alguien deja caer una pila de libros. Me giré y ahí estaba ella cohibida, avergonzada por haber tirado el escaparate. Le ayudé a colocar los libros en la estantería, le sonreí y unos segundos después estábamos en la terraza de una cafetería intercambiando impresiones sobre la filosofía de la escritura y la armonía no sincronizada de alguna poesía.
Al final de esa tarde, nos intercambiamos las direcciones y ella dijo que me escribiría. Pasaron días y meses de silencios prolongados y estudios concentrados. Nunca más oí hablar de ella, hasta que llegó una invitación para encontrarnos de nuevo en la librería donde nos conocimos. Recibí de brazos abiertos aquella invitación, como el que recibe una señal de los Cielos de que algo va a pasar.
Después de una agradable tarde debatiendo, Sophia me prometió que volvería.
Me escribió pasado un tiempo, pero entre cada carta
venía un silencio descomunal, como si hubiese desaparecido del mapa, pero siempre volvía, como las olas en la playa.
No sabía nada de ella. Sólo que estudiaba un curso después del trabajo en la universidad. Me intrigaba su presencia. De su imagen emanaba un ser frágil y dócil que, inmersa en candidez, me parecía la encarnación de un ángel.
Pero no era un ángel. En los siguientes meses, resultaría ser una mujer llena de fantasías, fogosa y con una sed inmensurable de placer y lujuria.
Después de encuentros más formales, donde se limitaba a ser más espectadora que actriz, las cosas cambiaron. Un día, me dijo que viese un vídeo sobre personas desconocidas que se besan por primera vez en la boca, un desafío que a alguien se le ocurrió empezar. ¿Querría ella que hiciéramos el desafío juntos? Me pregunté, pero me guardé la pregunta para mí.
Las imágenes me venían a la cabeza todo el rato,
aquellos extraños besándose, algunos tímidamente, otros como si estuvieran devorándose. Cómo era posible que esta persona, tan reservada, con aires de ángel, me enviara una propuesta así. Las ganas de escribir eran incontrolables. No puse resistencia y desaté mis dedos:
––––––––
Querida Sophia,
La ausencia de barreras disuelve en el aire un aroma de permisos, que llevan las manos a creaciones profanas, deducciones que las palabras solo describen, pero que el tacto comprime contra la silueta y corrompe una incesante búsqueda de nuevos placeres y tremendas sensaciones. Me liberas de las cadenas, como si dejases, sobre tu mar, mi barco a la deriva. Océano que es vientre y viento, que