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Las leyes
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Las leyes

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En Las Leyes, Platón expresa sus teorías acerca de la política y la organización social de un modo más realista y menos utópico que en diálogos anteriores (quizás influido por sus experiencias con la política en Siracusa). Gracias a esto, al contrario que en la mayoría de los diálogos, Sócrates no aparece aquí.
IdiomaEspañol
EditorialPlatón
Fecha de lanzamiento3 mar 2017
ISBN9788826034140
Las leyes
Autor

Platón

Platon wird 428 v. Chr. in Athen geboren. Als Sohn einer Aristokratenfamilie erhält er eine umfangreiche Ausbildung und wird im Alter von 20 Jahren Schüler des Sokrates. Nach dessen Tod beschließt Platon, sich der Politik vollständig fernzuhalten und begibt sich auf Reisen. Im Alter von ungefähr 40 Jahren gründet er zurück in Athen die berühmte Akademie. In den folgenden Jahren entstehen die bedeutenden Dialoge, wie auch die Konzeption des „Philosophenherrschers“ in Der Staat. Die Philosophie verdankt Platon ihren anhaltenden Ruhm als jene Form des Denkens und des methodischen Fragens, dem es in der Theorie um die Erkenntnis des Wahren und in der Praxis um die Bestimmung des Guten geht, d.h. um die Anleitung zum richtigen und ethisch begründeten Handeln. Ziel ist immer, auf dem Weg der rationalen Argumentation zu gesichertem Wissen zu gelangen, das unabhängig von Vorkenntnissen jedem zugänglich wird, der sich auf die Methode des sokratischen Fragens einläßt.Nach weiteren Reisen und dem fehlgeschlagenen Versuch, seine staatstheoretischen Überlegungen zusammen mit dem Tyrannen von Syrakus zu verwirklichen, kehrt Platon entgültig nach Athen zurück, wo er im Alter von 80 Jahren stirbt.

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    Las leyes - Platón

    Leyes.

    Libro I de Las leyes

    UN EXTRANJERO (ATENIENSE)[1] — CLINIAS (CRETENSE) — MEGILO (LACEDEMONIO)[2].

    ATENIENSE. —Extranjeros, ¿quién pasa entre vosotros por el primer autor de vuestras leyes? ¿Es un dios? ¿Es un hombre?

    CLINIAS. —Extranjero, es un dios; y no podemos conceder semejante título a otro que no sea un dios. Aquí es Júpiter; en Lacedemonia, patria de Megilo, se dice, según creo, que es Apolo[3]. ¿No es cierto, Megilo?

    MEGILO. —Sí.

    ATENIENSE. —¿Refieres el hecho como Homero, el cual dice que de nueve en nueve años iba Minos puntualmente a ver a su padre, y que en vista de las respuestas de este dios, redactó las leyes para las ciudades de Creta[4]?

    CLINIAS. —Tal es, en efecto, la tradición admitida entre nosotros. También se dice que Radamanto, hermano de Minos, cuyo nombre no os es sin duda desconocido, fue el más justo de los hombres; y creemos nosotros, los cretenses, que ha merecido este elogio por su integridad en la administración de justicia.

    ATENIENSE. —Muy digno es ese elogio, y cuadra perfectamente a un hijo de Júpiter. Yo espero, que habiendo sido educados vosotros, lo mismo uno que otro, en Estados tan bien administrados, no llevaréis a mal, que durante el camino conversemos sobre las leyes y la política. Por otra parte, según he oído decir, el viaje es largo desde Cnosa hasta la gruta[5] y templo de Júpiter. Los grandes árboles, que encontraremos por el camino, nos proporcionarán bajo su sombra lugar para descansar y para librarnos del calor de la estación. En nuestra edad será más oportuno que nos detengamos con frecuencia para tomar aliento; y así entreteniéndonos mutuamente con el encanto de la conversación llegaremos sin fatigarnos al término de nuestro viaje.

    CLINIAS. —Extranjero, más adelante encontraremos en los bosques consagrados a Júpiter cipreses de una altura y de una belleza admirables y praderías en donde podremos sentarnos y descansar.

    ATENIENSE. —Tienes razón.

    CLINIAS. —Sí, pero cuando lleguemos allá, entonces diremos esto con más gusto. Marchemos, pues, bajo los auspicios de la fortuna.

    ATENIENSE. —Sea así. Y bien; dime, te lo suplico, ¿por qué ha establecido la ley entre vosotros las comidas en común, los gimnasios y la clase de armas de que os valéis?

    CLINIAS. —Es fácil, extranjero, a mi entender, conocer cuál ha sido entre nosotros la razón de estas instituciones. Observad la calidad del terreno en toda la Creta, y veréis que no hay en él llanuras como las de Tesalia. Y por lo tanto, así como en Tesalia están en uso las carreras de caballos, aquí lo están las carreras a pie, siendo estas entre nosotros un ejercicio más propio a causa de los accidentes del terreno. En este caso se encuentran las armas, cuya ligereza debe corresponder a este ejercicio, para que su peso no perjudique a la velocidad; y bajo este concepto no podían inventarse unas armas más convenientes que el arco y las flechas[6]. Estas instituciones, por otra parte, han sido creadas en consideración a la guerra; y se me figura, que en todas las demás nuestro legislador no se propuso otro fin que este mismo; porque al ordenar las comidas en común, figúraseme, que tuvo en cuenta lo que pasa en todos los demás pueblos, que cuando están en campaña procuran comer juntos por vía de seguridad por todo el tiempo que dura. Y con esto ha querido condenar el error de la mayor parte de los hombres, que no ven, que entre todos los Estados hay siempre una guerra permanente; y si es indispensable para la pública seguridad, en tiempo de guerra, que los ciudadanos coman en común, y que tengan jefes y soldados siempre dispuestos a cuidar de la defensa de la patria, no lo es menos en tiempo de paz; y así es efectivamente, porque lo que suele llamarse paz lo es sólo en el nombre, y realmente sin que exista declaración alguna de guerra, cada Estado está naturalmente armado siempre contra todos los que le rodean. Considerando la cuestión bajo este punto de vista, veréis que el plan del legislador de los cretenses, en todas las instituciones públicas y privadas, parte de la suposición de un estado de guerra continuo; y que al recomendarnos la observancia de sus leyes, ha querido hacernos comprender, que ni las riquezas, ni el cultivo de las artes, ni ningún otro bien nos servirían de nada si no fuéramos los más fuertes en la guerra, porque la victoria traspasa a los vencedores todas las ventajas de los vencidos.

    ATENIENSE. —Veo, extranjero, que has hecho un estudio profundo de las leyes de tu país. Pero explícame eso mismo con más claridad. A mi juicio no consideras que un Estado está perfectamente ordenado, sino cuando su constitución le da sobre los demás Estados una marcada superioridad en la guerra.

    CLINIAS. —Si, y creo que Megilo en este punto es de mi dictamen.

    MEGILO. —Mi querido Clinias, ¿cómo podría un lacedemonio pensar de otra manera?

    ATENIENSE. —Pero está máxima, que es buena tratándose de unos Estados respecto de otros ¿no será mala si se trata de una población respecto de otra?

    CLINIAS. —Nada de eso.

    ATENIENSE. —¿Quieres decir que están en igual caso?

    CLINIAS. —Sí.

    ATENIENSE. —¡Pero qué!, ¿está en el mismo caso cada familia de una población respecto de las demás familias, que cada particular respecto de los demás particulares?

    CLINIAS. —Sí.

    ATENIENSE. —¿Y será preciso que el particular mismo se mire a sí propio como enemigo? ¿Qué diremos a esto?

    CLINIAS. —Extranjero ateniense (te injuriaría si te llamara habitante del Ática, y creo que mereces que se te llame más bien con el mismo nombre de la diosa[7]), has dado a nuestra discusión nueva claridad volviéndola a su principio; de suerte que ahora te será más fácil reconocer si tenemos razón en decir, tanto respecto de los Estados como de los particulares, que todos son enemigos de todos y que cada individuo está en guerra consigo mismo.

    ATENIENSE. —Explica eso; te lo suplico.

    CLINIAS. —Con relación a cada individuo, la primera y más brillante de las victorias es la que se consigue sobre sí mismo; como igualmente de todas las derrotas, la más vergonzosa y la más funesta es la de verse vencido por sí mismo; todo lo cual supone, que cada uno de nosotros vive dentro de sí en una guerra intestina.

    ATENIENSE. —Cambiemos, pues, el orden de nuestro razonamiento. Puesto que cada uno de nosotros es superior o inferior a sí mismo, ¿diremos que esto tiene lugar igualmente respecto de las familias, de las poblaciones y de los Estados?, ¿o no lo diremos?

    CLINIAS. —¿Qué quieres decir? ¿Que los unos son superiores a sí mismos, y los otros inferiores?

    ATENIENSE. —Sí.

    CLINIAS. —Con mucha razón me haces esta pregunta, porque los Estados en este punto están absolutamente en el mismo caso que los particulares. En efecto, allí donde los buenos ciudadanos se sobreponen a los malos, que son los más, puede decirse de semejante Estado que es superior a sí mismo, y una victoria de esta especie merece con razón los mayores elogios; lo contrario se verifica donde lo contrario sucede.

    ATENIENSE. —No examinemos ahora si alguna vez puede suceder que el bien sea superior al mal, porque esto nos llevaría muy lejos. Comprendo tu pensamiento; quieres decir, que en un Estado compuesto de ciudadanos que forman una especie de familia, sucede algunas veces, que la muchedumbre de los malos, llegando a reunirse, hace uso de la fuerza para subyugar al pequeño número de los buenos; que cuando los malos tienen la superioridad, puede decirse con razón que el Estado es inferior a sí mismo y malo; y, por el contrario, que cuando están debajo, el Estado es bueno y superior a sí

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