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Historia de Japón
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Libro electrónico488 páginas7 horas

Historia de Japón

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La presente obra nos ofrece un recorrido por la historia de Japón desde la perspectiva que el nuevo periodo que en el que vivimos –lo que muchos geólogos han dado en llamar el Antropoceno– da al historiador de una nación sometida por igual a los cambios históricos y a los naturales. Desde la remota historia de la humanidad en el archipiélago a la crisis de 2011, la obra de Brett Walker aborda temas claves como las relaciones de Japón con sus minorías, el Estado y el desarrollo económico, así como sus aportaciones a la ciencia y la medicina. Partiendo del estudio de los restos arqueológicos antes de proceder a explorar la vida en la corte imperial, el ascenso de los samuráis, los conflictos civiles, los encuentros con Europa y el advenimiento de la modernidad y el imperio, el autor analiza el ascenso de Japón a partir de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, para convirtirse en la nación próspera que hoy es, si bien inmersa en importantes preocupaciones medioambientales. Rico en detalles, aunque de fácil lectura y elocuente en su interpretación del complejo pasado de Japón, este libro está considerado por los expertos como el mejor repaso a la historia japonesa hoy disponible.

Desde la remota historia de la humanidad en el archipiélago a la crisis de 2011, Walker presenta los temas centrales del pasado japonés, situando en el contexto global a sus protagonistas históricos, sus legendarios samuráis, sus gentes y la vibrante cultura popular de la posguerra.

Un recorrido por la historia de Japón rico en detalles y de fácil lectura.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 ago 2017
ISBN9788446043522
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    Excelente libro,se procura tocar puntos de trascendencia en la historia japonesa

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Historia de Japón - Brett L. Walker

histórico.

1

Nacimiento del Estado Yamato

(14.500 a.E.C.-710 E.C.)

El medio ambiente de Japón demostró ser mucho más que un simple escultor de la civilización japonesa, en la que el viento y la lluvia tallaron laboriosamente durante siglos los intrincados contornos de la vida nipona. Más bien fue un producto de la civilización japonesa. Los antiguos habitantes de las islas, desde la fase arqueológica Yayoi (300 a.E.C.-300 E.C.) en adelante, esculpieron, recortaron, quemaron y dieron forma con la azada a sus necesidades de subsistencia y sensibilidades culturales en las llanuras de aluvión, los bosques, las cadenas montañosas y las bahías del archipiélago, transformándolo, como un colosal bonsái, en una manifestación material de sus necesidades y deseos. Esa es la discordancia más profunda entre las etapas Jômon (14.500 a.E.C.- 300 a.E.C.) y Yayoi: la introducción de la cultura de Asia Oriental y su efecto transformador sobre el archipiélago. Este capítulo explora la aparición del más antiguo Estado japonés y cómo su desarrollo estuvo íntimamente conectado con la transformación medioambiental.

PRIMEROS CAZADORES-RECOLECTORES Y COLONIZADORES

El Pleistoceno, hace entre 2,6 millones de años y 11.700 años A.P., fue testigo de la primera oleada de primitivos homínidos, animales no humanos, y migraciones incidentales de plantas desde Eurasia al archipiélago japonés. Sin embargo, Japón no era un archipiélago en esa época. Estaba conectado al continente por el sur y por el norte a través de tierras bajas costeras, que formaban una media luna terrestre con el mar de Japón y constituían lo que debió de ser un impresionante mar interior. Aún es tema de debate si llegaron modernos homínidos de África y desplazaron a los antiguos o si los llegados primero evolucionaron para convertirse en modernos, pero 100.000 años A.P. muchos cazadores paleolíticos recorrían Eurasia y algunos de ellos fueron a parar a ese creciente terrestre persiguiendo presas y otros recursos alimenticios. El descubrimiento en 1931 de un hueso de la parte izquierda de la pelvis sugiere que estuvo habitada en el Paleolítico, pero los ataques aéreos destruyeron el hueso durante la Guerra del Pacífico (1937-1945) y el hallazgo sólo fue reivindicado gracias a que posteriormente se desenterraron otros restos paleolíticos en Japón.

Estos cazadores paleolíticos, y luego mesolíticos, perseguían y cazaban grandes presas, incluyendo al elefante Palaeoloxodon y al ciervo gigante. Ellos y sus presas asistieron generación tras generación a la transformación de los rasgos geográficos de Japón, a medida que la fluctuante climatología y los niveles del océano permitieron que el continente reclamase ese creciente de tierra para sí y después lo perdiese, hace alrededor de 12.000 años A.P., cuando las aguas anegaron las tierras bajas costeras y crearon la cadena de islas. Los lingüistas señalan para esos primitivos cazadores tres grupos filogenéticos diferenciados, que marcan rutas de migración: uraloaltaico (japonés, coreano, lenguas del norte y este de Asia y turco), chino (tibetano y birmano) y austroasiático (vietnamita, jemer y varios idiomas minoritarios en China). En las etapas finales del Pleistoceno, los primitivos cazadores japoneses habían sobreexplotado a la mayoría de los mamíferos gigantes del archipiélago, confinados geográficamente con hambrientos homínidos, en la conocida como «extinción del Pleistoceno».

Fueran cuales fueran las lenguas que hablasen, no eran las únicas tribus cazadoras que vagaban por aquella media luna. Habían llegado, además, los lobos. Se han encontrado cráneos de lobo siberiano en todo Japón. A finales del Pleistoceno, esos lobos cazaban y se alimentaban en los bosques de coníferas del norte en Honshu, donde abatían enormes piezas como el bisonte estepario. Los bisontes eran grandes, con cuernos de hasta un metro de envergadura de un extremo a otro de su cráneo, pero el lobo siberiano también lo era. De manera oportunista, se desplazaban entre las manadas en busca de animales rezagados y heridos. Podemos aventurar que los homínidos no fueron los únicos cazadores responsables de la extinción del Pleistoceno, o al menos los únicos en apropiarse de las piezas. Al separarse el archipiélago del continente, hace unos 12.000 años A.P., los bosques de coníferas cedieron paso a especies de crecimiento caduco, devorando valiosos pastos para los grandes bisontes y sus hambrientos perseguidores. El clima varió y los cambios en la composición del bosque contribuyeron a la extinción del Pleistoceno. Aislado ahora, con las presas grandes extinguidas, el lobo siberiano redujo su tamaño hasta convertirse en el lobo japonés, más pequeño, que a su vez se extinguiría a comienzos del siglo XX. En este periodo se produjo la emergencia de especies comunes de Japón, como el ciervo japonés, el jabalí y una serie de animales de menor tamaño. La turbulenta geografía de Japón, su transformación de una media luna terrestre en un archipiélago, orientó su historia –en el caso de los modernos homínidos, sus patrones de asentamiento, disposiciones de alojamiento y circuitos de caza; en el del lobo, la forma y tamaño de su cráneo–, pero los posteriores colonos humanos, en especial tras la fase Yayoi, demostraron ser más eficaces a la hora de modificar su hogar insular para adaptarlo a sus necesidades de subsistencia y culturales.

Alrededor de 12.700 años A.P., mientras el creciente terrestre pasaba a ser un archipiélago, los cazadores descubrieron, o se encontraron con (aún está pendiente de veredicto entre los arqueólogos), un monumental avance tecnológico: la alfarería. Los fragmentos más antiguos proceden de la cueva de Fukui, en el noroeste de Kyushu, una zona que sirvió de canal para el intercambio con el continente. Con el agravante de que nada tan antiguo ha sido desenterrado en China, e incluso podríamos decir que en ninguna otra parte. Los arqueológos se refieren a ese pueblo como Jômon (dibujo de cuerda), porque las piezas están a menudo adornadas con elaboradas marcas de cuerda en torno al borde y otras partes en las vasijas. Este adelanto tecnológico permitió que esos cazadores se hiciesen más sedentarios, ya que ahora podían preparar verduras y mariscos antes no comestibles, así como hervir agua del mar para obtener sal para el consumo y el comercio. Los cultígenos se convirtieron en recurso durante la última fase del periodo Jômon, pero la agricultura simple resultó más limitada que en otros grupos neolíticos. El primer hombre Jômon, el Adán japonés, descubierto en 1949 sepultado en posición flexionada en el conchero de Hirasaki, medía 163 cm de alto, aproximadamente 3 cm más que la media, y las mujeres eran considerablemente más bajas. Las muelas del juicio sin desgaste y otras evidencias sugieren una corta expectativa de vida, en torno a los veinticuatro años para las mujeres y quizá una década más para los hombres. A lo largo de los siglos, los estilos de la alfarería Jômon variaron, aunque continuó siendo ornamentada, con dibujos e impresiones en remolino, asas elaboradas y otros motivos decorativos, y formas delicadas de base estrecha y poco práctica. Las bases puntiagudas habrían sido muy adecuadas para la vida nómada, ya que permitirían mantener en pie la jarra en tierra suelta o arena, pero poco prácticas para un hogar de suelo compactado. No obstante, la creciente sofisticación de la alfarería apunta a fines rituales y empleo doméstico, lo que nos ofrece un primer vistazo de la vida religiosa de los primitivos habitantes del archipiélago.

Los cazadores de la fase Jômon desarrollaron arcos, que lanzaban mortíferos proyectiles a mayor velocidad que las anteriores lanzas. Los perros salvajes, que probablemente migraron a la media luna creciente con los primeros cazadores paleolíticos, cazaban piezas pequeñas con los Jômon. Los restos de esqueletos de perros similares a lobos de los conchales de Natsushima, en la prefectura de Kanagawa, datan de 9.500 años A.P. Los arqueólogos han descubierto sofisticados sistemas de trampas en forma de pozos, sin duda utilizados para atrapar y empalar jabalíes y otras presas. Los Jômon también subsistían a base de frutos y nueces, bulbos y tubérculos amiláceos, moluscos, almejas y ostras, pescados como el besugo y otras fuentes de alimento. Cabezas de arpones y anzuelos de hueso de las pozas conchíferas de Numazu apuntan a que eran pescadores razonablemente habilidosos. Pero esto no era suficiente: los restos de esqueletos muestran que los Jômon vivían en un estado de malnutrición casi constante, en la cúspide de la inestabilidad reproductiva. Una dieta a base de frutos secos con elevado contenido calórico determina que los dientes de la mayoría se pudrían dolorosamente. En los asentamientos Jômon más grandes las viviendas estaban dispuestas según un plano circular, con un espacio común central para enterramientos, almacenamiento de alimentos y funciones ceremoniales. Las mejores moradas, con postes interiores que sustentaban tejados de paja, permitieron a los Jômon acumular más posesiones, incluyendo dogû, o figuritas de barro cocido (figura 1). Con frecuencia, estas figuritas representan mujeres con pechos exuberantes, lo que apunta a que su finalidad ritual tenía que ver con la reproducción y los partos seguros. Los objetos fálicos sugieren rituales de fertilidad. Los motivos en forma de cabeza de serpiente ofrecen tentadoras evidencias de ceremonias relacionadas con estos reptiles, tal vez conducidas por los chamanes de la aldea. Los esqueletos a los que faltan dientes adultos indican la extracción ritualizada de piezas, es probable que como un rito de mayoría de edad. Algunas de las vasijas más grandes de barro, llamadas «ollas de placenta», contienen restos placentarios e incluso restos de bebés, lo que demuestra elaborados sistemas de enterramiento y ceremonia.

Figura 1. Figurita de la fase Jômon, prefectura de Miyagi.

Por muy sofisticada que llegase a ser la vida de los Jômon, siempre estaban en el límite de la supervivencia y su sociedad resultó estar mal preparada para los cambios del entono y la merma de la caza. En torno a 4.500 años A.P., un descenso en las temperaturas del globo provocó un aluvión de especies herbáceas que llevó a la reducción de las poblaciones de mamíferos y de frutos secos. Muy pronto, los Jômon fueron vulnerables a la escasez de comida y al hambre. Hasta para el fino olfato de los fiables perros de caza era difícil encontrar jabalíes y ciervos, por lo que los Jômon pasaron a matar piezas más pequeñas y muchos asentamientos del interior se desplazaron a áreas costeras para mejorar las posibilidades de recolección y pesca. Algunos sostienen que la población de 260.000 habitantes de Japón hace 4.500 años A.P. pudo descender a 160.000 en el transcurso del siguiente milenio. El pueblo Jômon había alcanzado los límites de su adecuación a la naturaleza cambiante de su tierra.

LA LLEGADA DE LA AGRICULTURA

Hablando en sentido estricto, han sobrevivido en el registro arqueológico evidencias de una incipiente agricultura neolítica desde el Jômon Medio (3000 a.E.C.-2400 a.E.C.). Los Jômon cultivaban ñame y taro, que probablemente provenían del sur de China; también manipularon el crecimiento de bulbos de lirio, castaños de Indias y otras plantas cruciales para su supervivencia. El almidón de los bulbos de taro y lirio cocido en bandejas de mimbre producía un pan básico, cuyos restos preservados han desenterrado los arqueólogos en la prefectura de Nagano. En la alfarería del Jômon Tardío (1000 A.P.-250 A.P.) los arqueólogos observan trazas de impresiones de granos de arroz. Así pues, el pueblo Jômon mantenía cultivos sencillos, pero no modificó el medio ambiente por motivos agrícolas más allá de la deforestación localizada. La ingeniería ambiental de los cultivos corresponde a la cultura de la fase Yayoi (300 a.E.C.-300 E.C.). Los primeros emplazamientos Yayoi fueron excavados en 1884 en el campus de la Universidad de Tokio; posteriores hallazgos en 1943 en la prefectura de Shizuoka ayudan a esclarecer los rasgos distintivos del periodo Yayoi.

Al inicio, la agricultura Yayoi se restringió probablemente al alforfón y la cebada cultivados en el sur, en la isla de Kyushu. Se cree que ambos cereales tuvieron su origen en el continente y fueron llevados por emigrantes Yayoi. A juzgar por los restos de cráneos, representan una nueva oleada de migración al archipiélago, ya conviviesen con los Jômon neolíticos o los desplazasen poco a poco. Al parecer eran originarios del norte de Asia, mientras que se cree que la mayoría de los Jômon procedían del Sudeste Asiático. Estos emigrantes eran más altos y tenían caras más largas, pero a lo largo de la fase Yayoi perdieron parte de su estatura, quizá como resultado de las persistentes deficiencias nutricionales. No obstante, una vez en el archipiélago se reprodujeron a un ritmo más rápido. De hecho, las tasas de reproducción de los Yayoi fueron tales que algunos opinan que 300 años después de su llegada al archipiélago constituían alrededor del 80 por 100 de la población. Sencillamente, resultaron ser más saludables y fecundos que los anteriores cazadores-recolectores.

Los nuevos colonos trajeron también los conocimientos y capacidades técnicas para el cultivo de arrozales. La fase Yayoi se corresponde con las dos dinastías Han en China (206 a.E.C.- 220 E.C.), que en sus registros se refieren al archipiélago como el «reino de Wa». Con los nuevos emigrantes, las técnicas del cultivo del arroz se extendieron por el reino de Wa, abarcando aproximadamente el oeste y el centro de Japón. La primitiva ingeniería de los arrozales Yayoi era sofisticada: elaborados sistemas de canales de irrigación, presas, terrazas y compuertas de entrada y salida del agua garantizaban que el arroz fuese correctamente irrigado. Gracias a la agricultura del arroz, los arqueólogos estiman que la población Yayoi pudo oscilar entre 600.000 y 1 millón en los primeros siglos de la Era Común. Resulta interesante que algunos historiadores sostengan que la génesis de la esfera cultural de Asia Oriental se produjo entre 221 a.E.C. y 907 E.C., al mismo tiempo que el humanismo confucionista, la teología budista y la escritura kanji china se extendían por el continente y más allá. Podríamos incluir también los arrozales como una característica definitoria de la civilización de Asia Oriental. El confucianismo aún había de reestructurar el enfoque japonés de la familia, la sociedad y el gobierno, pero con la llegada de la agricultura del arroz, Japón quedó ya atrapado en la atracción gravitacional de Asia Oriental.

La influencia cultural Yayoi entró en el archipiélago a través de la península Coreana, como resultado de la conquista por parte de la dinastía Han del reino de Gojoseon (233 a.E.C.-108 a.E.C.). En el 108 a.E.C., el emperador Wu de la dinastía Han estableció en la península de Corea cuatro puestos avanzados para gobernar la región y a su gente, y el archipiélago se benefició de este nuevo canal abierto con China. Espejos de bronce chinos, objetos coreanos, fragmentos de armas de hierro y bronce apuntan a un comercio más o menos intenso con el continente. Se puede seguir la pista a los procedimientos japoneses para el cultivo de arroz hasta el delta del Yangtzé. Es probable que el arroz resultase atractivo para los agricultores Yayoi porque podía ser almacenado, tostado y consumido cuando hiciese falta. Fueron los Yayoi quienes diseñaron graneros elevados para contrarrestar las amenazas a los suministros almacenados de mohos, polillas y ratones. En los inicios de la fase Yayoi el arroz era una de tantas plantas cultivadas en el noroeste de Kyushu, en lugares como Itazuke en la prefectura de Fukuoka; durante el Yayoi Medio y Tardío estaba entre las cosechas dominantes. Estacas de madera señalaban los límites de los campos de arrozales en Itazuke y el emplazamiento está plagado de pozos de almacenamiento característicos y enterramientos. Por esos asentamientos vagaban perros y algunos pequeños caballos, mientras que los huesos de jabalíes dan testimonio de la presencia de carne en la dieta Yayoi. El dique que rodea Itazuke pudo estar destinado a la irrigación de arrozales, o quizá sirviese como foso defensivo. Itazuke también ha revelado el enterramiento en vasijas, la mayoría ocupadas por niños. En el Yayoi Medio las vasijas se colocaban en posición horizontal; en el Yayoi Tardío adoptaron la posición vertical, con la boca hacía abajo. Obviamente, algunas de ellas eran de mayor tamaño y sugieren un alto grado de especialización. Cerca de estas tumbas los arqueólogos han descubierto tal abundancia de objetos chinos y coreanos que han especulado con la posibilidad de que el noroeste de Kyushu fuese el centro del legendario Yamato, el primer reino de Japón. Volveremos sobre esta cuestión en un momento.

Toro, una aldea junto al río Abe, fue otro desarrollado emplazamiento Yayoi. Contenía unos 50 arrozales, hasta que la inundación repentina del río los barrió. Este lugar con un alto grado de ingeniería contenía represas, acequias de riego, pozos e instalaciones de un tipo que recuerda a lo que más tarde fueron santuarios sintoístas. Los arqueólogos especulan con que la vida en Toro era en parte comunal: una casa excavada presenta una variedad de herramientas de madera y sugiere propiedad cooperativa de algún tipo. Pero la competencia por los enclaves más atractivos condujo a la guerra y los restos de esqueletos –una mujer de Nejiko, en la prefectura de Nagasaki, tiene una cabeza de flecha de bronce clavada en el cráneo– atestiguan enfrentamientos violentos. Algunos restos Yayoi procedentes de Yoshinogari, un asentamiento fortificado en el norte de Kyushu, apuntan la posibilidad de que la gente fuera decapitada (aunque esta evidencia está en entredicho). El bronce se convirtió en una importación decisiva. Más adelante se produjo metal local, con el que se forjaron armas y valiosas reliquias familiares como campanas. Los moldes de arenisca demuestran la fabricación de armas y campanas en el siglo I a.E.C. La producción del bronce presenta interesantes problemas logísticos, entre los cuales no es el menor la fuente del cobre. Los arqueólogos creen que los artesanos Yayoi reciclaban el bronce procedente del continente e importaban lingotes de plomo, ya que existen pocas pruebas de explotaciones de cobre en superficie en el archipiélago hasta el siglo VII.

LA VIDA YAYOI EN DOCUMENTOS

Las observaciones de enviados chinos han permitido una ojeada a la vida, los rituales y la forma de gobierno en la fase tardía del periodo Yayoi. La dinastía oriental de los Han despachó mensajeros al reino de Wa en el 57 E.C. y volvió a hacerlo en el 107 E.C. Graves revueltas en la dinastía china desembocaron en la pérdida y eventual recuperación de los puestos avanzados coreanos, que en otro tiempo habían sido una vía para el flujo de bronce, cultígenos y técnicas de ingeniería agrícola al archipiélago. El Wei zhi (Registros de los Tres Reinos, 297 E.C.) es la más reveladora de esas descripciones chinas. La dinastía Han Oriental, o Posterior, cayó en el siglo III E.C. y Cao Wei (220-265) gobernaba la mayor parte de China desde su capital en Luoyang. No sólo visitaron el reino de Wa los enviados de Wei, sino que en el año 238, dignatarios de Wa, más concretamente el gran maestro Natome y sus acompañantes, devolvieron la visita. Rindieron tributo a Cao Rui, emperador Wei, y recibieron a cambio un sello de oro que decía: «Himiko, reina de Wa, es amiga de Wei», una muestra de la posición que el reino de Wa ocupaba en el orden de subordinación para los dirigentes chinos. «En verdad, reconocemos esta lealtad y devoción filial», aclara el Wei zhi. Los generales de Wei animaron al gran maestro Natome a «hacer lo posible por traer paz y una vida más cómoda para la gente, y persistir en la devoción filial». Es obvio que a los habitantes del archipiélago empezaba a resultarles difícil resistirse al tirón gravitacional de Asia Oriental.

El principal conducto para los desplazamientos diplomáticos a Wa era a través de otra de las avanzadillas Han, la de Daifang, también en la península Coreana. Desde allí emprendieron viaje hasta el reino de Wa los delegados de Wei. En el año 297, representantes de unos 30 caciques de Wa fueron del archipiélago a la capital de Cao Wei y viceversa. Los enviados Wei cuentan que visitaron a varios jefes durante su periplo, incluida la reina de los wa, a la que se alude en el texto como «principal líder de Yamaichi». Muchos piensan que se trata de un error de trascripción y que sería algo más parecido a «Yamatai». El nombre de la reina era Himiko, quien nos ofrece un primer esbozo del sistema de reinado japonés.

Hay que tener presente la óptica cultural, definida por las relaciones tributarias, a través de la cual los mensajeros chinos contemplarían el minúsculo reino de Wa, pero las descripciones son igualmente valiosas. Confirman, por ejemplo, la evidencia arqueológica de la Guerra Yayoi al referirse al «caos mientras combaten los unos contra los otros» y a un palacio «parecido a una empalizada, fuertemente protegido por guardias armados». En el año 247, la reina Himiko de Wa envió mensajeros a los puestos avanzados coreanos para informar de un conflicto con «Himitoko, el gobernante varón de Kona». La reina del país de Wa en persona se ocupaba del «Camino de los Demonios y mantenía todo controlado bajo su hechizo». Además, figura este fragmento acerca de la existencia de dirigentes de ambos géneros: «Un hermano más joven la ayuda a gobernar el reino». De hecho, el gobierno compartido por ambos sexos era común entre los primeros «grandes reyes» de Japón, los conocidos como ôkimi.

Uno queda impresionado por la evidente admiración del mensajero de Wei hacia el reino de Wa. «Sus costumbres no son indecentes», escribe el enviado. Y explica: «Tanto aristócratas como plebeyos [tienen] tatuajes en sus cuerpos y rostros». Los buceadores de Wa, prosigue, «decoran sus cuerpos con dibujos para que no les importunen los grandes peces y las aves acuáticas». Con el tiempo los tatuajes se hicieron más «decorativos» y distinguían entre categorías, «algunos [en] aristócratas y algunos [en] plebeyos, según la posición». Que no existiesen diferencias «entre padres e hijos o entre hombres y mujeres por sexo» iba en contra de las normas confucianas chinas, que ponían el énfasis en la devoción filial y la jerarquía. Lo mismo vale para la manera de saludar: es probable que los delegados de Wei enarcasen las cejas cuando los nobles juntaban sus manos en vez de arrodillarse o inclinar la cabeza. Pese a la ausencia de normas confucianas en las relaciones sociales, «las mujeres no son moralmente disolutas ni celosas». El reino de Wa es retratado como un sitio próspero, con graneros llenos y animados mercados bajo supervisión estatal. Existían distinciones de clase –cosa que también sabemos por los hábitos de enterramiento durante el periodo Yayoi–, al igual que formas de vasallaje.

Por último, el Wei zhi refleja una rica vida espiritual, expresada en prácticas adivinatorias y elaborados enterramientos, el más destacado de los cuales fue el de la propia Himiko. La adivinación predecía el futuro: «Es costumbre, con ocasión de un viaje o un acontecimiento, se trate de lo que se trate, augurar mediante huesos de los deseos la futura buena o mala fortuna. Las palabras son las mismas que para la adivinación con conchas de tortugas. Se analizan los chasquidos del fuego en busca de signos». La referencia sitúa estas prácticas adivinatorias en un contexto propio de Asia Oriental, porque esta modalidad de adivinación ya era practicada en China durante la dinastía Shang (1600 a.E.C.-1046 a.E.C.). Es muy posible que llegase a Japón junto con los muchos objetos de bronce y las técnicas agrícolas transmitidas entre la península Coreana y el noroeste de Kyushu. Resultaba crucial para vaticinar el resultado de las guerras, los viajes y la agricultura. La habilidad para ejercer la adivinación de Himiko probablemente tuvo algo que ver con su reinado y, en consecuencia, con su legitimación política.

El Wei zhi también trata las prácticas de enterramiento Yayoi:

En caso de muerte emplean un ataúd sin caja exterior de sellado. La tierra se dispone en un montón. Cuando acontece la muerte mantienen más de diez días de exequias, durante los cuales no comen carne. El plañidero principal se lamenta entre gemidos y otros cantan, danzan y beben sake. Después del enterramiento la familia se reúne para dirigirse al agua en busca de purificación, como en forma de abluciones.

El registro arqueológico guarda evidencias de vasijas de enterramiento en las comunidades Yayoi, pero los «ataúdes» del Wei zhi eran probablemente de madera. Atrae la atención la referencia al agua para la «purificación» justo después del duelo, porque esta práctica recuerda a posteriores rituales sintoístas. Junto con los graneros sobreelevados y los baños de purificación, evolucionaron en el contexto de la vida ritual Yayoi algunos de los primeros elementos de lo que después sería el sintoísmo.

Cuando falleció Himiko, «se levantó un gran túmulo de tierra de más de 100 pasos de diámetro. Se inmolaron más de 100 sirvientes, hombres y mujeres. Luego se nombró un dirigente varón, pero en las protestas que siguieron en el reino hubo un baño de sangre y fueron asesinadas más de 1.000 personas [...] Para sustituir a Himiko se nombró a un familiar de trece años de edad llamada Iyo (Toyo)». La fortaleza política del reino de Wa quedó reflejada en la elaborada tumba de la reina que, tras su muerte, conmemoró su vida relatando sus triunfos en la tierra y su vida en el más allá. La construcción de la tumba de la reina de Wa fue el preludio de la siguiente fase arqueológica importante en el archipiélago: el periodo Kofun o de las Tumbas (250-700).

LAS TUMBAS Y EL ESTADO YAMATO

Himiko emergió en la conflictiva fase tardía del periodo Yayoi como una reina unificadora, que sofocó años de enfrentamientos e inició relaciones tributarias formales con China. Los investigadores postulan muchas teorías sobre la llegada del periodo de las Tumbas y el ascenso de la Confederación Yamato (250-710), que se afianzó en algún momento cercano a la fecha de la muerte de Himiko. Una atrayente teoría hace alusión, una vez más, al cambio climático y el medio ambiente. Los historiadores saben, a través de registros chinos, que los convulsos cambios en el clima al final del periodo Yayoi y la fase inicial del periodo de las Tumbas, más concretamente en torno al 194 E.C., causaron hambruna, canibalismo y posiblemente una desilusión generalizada hacia las deidades protectoras. Himiko pudo haber estado al frente de dicha insurrección religiosa ante los dioses nativos, desechando armas y campanas asociadas con las viejas deidades para adoptar otras nuevas asociadas con espejos (figura 2). Al menos así es como se interpretan algunas de las evidencias arqueológicas. Himiko y los nuevos dioses, con los que se comunicaba mediante teurgia –su práctica de la brujería y el «Camino de los Demonios»–, se convirtieron en punto focal. La gente levantaba tumbas, adoraba espejos y, podríamos conjeturar, confiaba en la promesa de días mejores. En la prefectura de Hyôgo, por ejemplo, los arqueólogos descubrieron una campana rota en 117 piezas. Alguien la rompió con tanto cuidado que los expertos están prácticamente seguros de que fue hecho a propósito, como rechazo a los viejos e impotentes dioses asociados con campanas. Podemos especular también con que Himiko practicara la brujería como un medio de comunicación con las nuevas deidades, la principal de las cuales sería la diosa del Sol Amaterasu Ômikami, divinidad tutelar de la casa imperial.

Figura 2. Espejo de bronce del periodo de las Tumbas, prefectura de Gunma.

Además, Himiko representó la aparición de una nueva clase militar forjada en el conflicto bélico del periodo Yayoi Tardío. Esta elite militar prosperó gracias a los crecientes excedentes agrícolas de la sociedad Yamato, que se tradujeron en impresionantes pilas funerarias en forma de ojos de cerradura. Los herreros trabajaban el hierro y fabricaban mejores armas, muchas de las cuales siguieron a sus propietarios hasta sus tumbas. Los asentamientos del periodo de las Tumbas son más elaborados que los de la fase Yayoi, a menudo con estructuras de madera más grandes con fosos o barricadas de piedra. La agrupación de casas y viviendas-foso, parcialmente excavadas en el suelo y techadas, sugiere que cohabitaban familias extensas. Las mujeres jugaban un papel especialmente destacado en la política y la producción: casi la mitad de las tumbas descubiertas contienen restos femeninos, una prueba de su acceso a los recursos, incluidas las armas de hierro, y su peso político, quizá derivado de la práctica de formas de brujería con espejos. Las tumbas contienen joyas de oro, incluyendo pendientes y hebillas de cinturón.

Himiko encarna también el nacimiento de un nuevo tipo de regentes, que se convirtieron en pieza central del Estado Yamato y, como veremos, en los primeros emperadores de Japón. Cabría describir el reino de Yamato como una especie de confederación, en la que los soberanos ejercían control sobre los jefes vasallos y donde la entrega simbólica de presentes y la homogeneidad ceremonial cimentaron las relaciones entre el centro y la periferia. Los estudiosos todavía debaten la ubicación exacta del núcleo de Yamato, pero es muy posible que estuviese en el oeste de Honshu o, menos probable, en el norte de Kyushu, quizá con el enclave militarizado de Yoshinogari como capital. Las tumbas en forma de ojo de cerradura, que dan nombre a este periodo, aportan pruebas enfrentadas sobre la sede del poder político Yamato. Menos contradictoria es la evidencia respecto al modo en que los reyes Yamato manipulaban los rituales de enterramiento para reafirmar su control sobre el reino y, suponemos, la otra vida. Un historiador ha definido esto como la «jerarquía de la tumba en forma de cerradura», o «jerarquía kofun», según la cual las tumbas más grandes y sofisticadas se construyeron en el centro de Yamato y las pequeñas y menos elaboradas en la periferia. La cuestión decisiva, no obstante, es que el estilo ojo de cerradura se usó de manera bastante consistente en todo el archipiélago, lo que apunta a cierto grado de homogeneidad en las sepulturas impuesta por el núcleo político. Esas primeras tumbas, como la de Makimuku Ishizuka en la prefectura de Nara, son un testimonio de la estratificación social en el archipiélago, la intensificación del comercio y el ascenso de reyes. De hecho, las tumbas escenifican la autoridad y el poder locales en la confederación Yamato y hacen pensar claramente que la prefectura de Nara, más que el norte de Kyushu, se erigió en núcleo político durante la fase Yamato.

Una sucesión de regentes fortaleció el poder del centro y las tumbas no fueron el único medio para lograrlo. Yûryaku, que gobernó en el siglo I, escribió en una carta al emperador chino que era el rey de Wa, y alardeaba de sus proezas marciales en su país y en la península Coreana. «Desde antiguo, nuestros antepasados se revistieron con armadura y casco y atravesaron los montes y cruzaron las aguas sin perder tiempo en descansar», escribe. «En el este, conquistaron 55 países de hombres peludos; y en el oeste pusieron de rodillas a 65 países de distintos bárbaros. Al otro lado del mar, hacia el norte, sometieron a 95 países.» Los reyes Yamato y sus predecesores se habían convertido en líderes militares. Inscripciones en espadas desenterradas en tumbas de la zona central de Japón, como la espada de Inariyama, revelan la relación de vasallaje de Yûryaku con los jefes locales. Esta inscripción en particular reza: «Cuando la corte del gran rey Wakatereku estaba en Shiki, le ayudé a gobernar el reino y esta espada cien veces forjada registra el historial de mi servicio».

Junto con la cultura marcial y el vasallaje, destaca la regencia compartida por ambos sexos en el reino de Wa como pautas para el comportamiento real en Yamato. No sólo la reina Himiko reinó con su hermano, sino que grandes regentes posteriores, como Kitsuhiko y Kitsuhime, Suiko y el príncipe Shôtoku, Jitô y Tenmu, compartieron el gobierno. Presumiblemente, estas parejas de gobernantes situaron el reino de Wa en conformidad geomántica con los elementos opuestos del yin y el yang de la cosmología inspirada por China, que, a medida que aumentó el contacto con el este de Asia, se coló poco a poco en la mentalidad política de los Wa. Parece que las mujeres como Himiko desempeñaban tareas consideradas sagradas en el reino de Wa. No obstante, el incremento de los vínculos con Asia Oriental se tradujo en una mayor definición masculina de la regencia.

Una convincente prueba del desplazamiento del reino de Wa hacia el predominio masculino es el despliegue de Suiko del budismo como herramienta para combatir el patriarcado a principios del siglo VII. Suiko estudió el budismo, en particular textos como «El rugido de león de la reina Srimala», que habla de una brillante y piadosa reina india y explica que un Bodhisattva (ser de supremo conocimiento) habitó el cuerpo de una mujer. También dirigió la construcción del buda de Hôjôki (608), una representación de 5 metros de Shakyamuni (el príncipe indio que se transformó en el Buda). El texto debió resultar atrayente para una mujer cuyo gobierno confederado –la «sagrada corte» que presidía– cayó bajo el confucianismo, que restablecía nociones más patriarcales de política y poder sagrado. Suiko erigió la primera capital del reino de Wa en Oharida (603), con un sofisticado mercado, caminos hacia el interior e instalaciones portuarias.

Al mismo tiempo que Suiko exploraba el concepto budista de reinado femenino, el príncipe Shôtoku, con el que había compartido el gobierno de Wa, importaba los conceptos confucianos para fortalecer a los Yamato en el poder. Fue esta tendencia la que Suiko combatió. El príncipe Shôtoku redactó el borrador de la «Constitución de los diecisiete artículos» (604), que acentuaba la burocracia y los principios confucianos. Además, legitimaba la autoridad Yamato con la autoridad moral inherente en la naturaleza. «El soberano es comparable al cielo», explicaba el príncipe Shôtoku, «y sus súbditos son comparables a la tierra». La Constitución también insistía en el «decoro» y el «bien público» que corresponden a la función burocrática. Este documento, en combinación con las posteriores reformas Taika (645) y los códigos Taihô-Yôrô (702 y 718), sentó los cimientos para la formación del sistema ritsuryô en Japón, que remite a una burocracia legal definida por códigos penales y administrativos. Esta norma de burocracia administrativa se introdujo en el reino de Wa durante los siglos VII y VIII.

Tenmu, que gobernó a mediados del siglo VII, era equiparado con un divinidad o «un verdadero dios», como lo describe uno de los poemas del Man’yôshu (Colección de las diez mil hojas, o Miríada de poemas, del siglo VIII). Otro poema dice: «Gobernó como un dios en el palacio Kiyomihara de Asuka», subrayando poco a poco la emergente divinidad de los gobernantes Yamato, un legado que persistiría hasta el siglo XX. Los reyes Yamato pasaron de ser meros controladores de lo sagrado a sagrados. Tenmu levantó el mayor centro ceremonial hasta esa fecha en Kiyomihara: contenía un jardín de sacerdotes, un salón del trono, una sala de recepciones y un pabellón interior. En el año 689, Tenmu promulgó los códigos Kiyomihara, que perfilaban la supervisión de las órdenes monásticas, las relaciones judiciales de vasallaje y la promoción de funcionarios. Jitô, que gobernó a finales del siglo VII, fue el primer rey al que se menciona como «soberano celestial», o tennô, título del emperador japonés. Jitô transfirió la sede ceremonial a una nueva capital a Fujiwara, al oeste de Kiyomihara, una ciudad modelada de acuerdo con las grandes capitales chinas y que se ajustaba a los principios filosóficos del clásico Zhouli (Los ritos de Zhou). En el centro de Fujiwara, cerca del imponente bulevar del Pájaro Rojo, se alzaba el palacio. En la nueva capital tenían lugar ceremonias con un marcado estilo teatral, como las celebraciones del Año Nuevo, el Festival de los Primeros Frutos y otros rituales. En el año 669 el reino de Wa pasó a ser conocido como Nihon, o Nippon, el actual nombre de Japón.

CONCLUSIÓN

En los albores del siglo VIII, Japón y sus soberanos celestiales emergieron de tierras sometidas a la ingeniera agrícola por una sociedad asentada. Aunque evolucionaron a causa de repentinos cambios en el clima, carestías de alimento, guerras entre jefes, caos e incluso agitación religiosa. Asimismo, deben mucho al contacto continuo con el este de Asia y la legitimidad que acumuló el título a partir de la relación con la corte china. Se engalanaron a sí mismos con mitos, enjoyados tocados y otros atributos; se rodearon de guardias armados y fortificaciones. Sus partidarios los enterraron, a

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