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Costa Rica Siete Provincias De Miedo
Costa Rica Siete Provincias De Miedo
Costa Rica Siete Provincias De Miedo
Libro electrónico428 páginas4 horas

Costa Rica Siete Provincias De Miedo

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COSTA RICA, Siete Provincias de Miedo es una mezcla nica de historias, las cuales nacieron a travs de la gran cantidad de leyendas que cada ao florecen dentro de las fronteras de este territorio. El pas cuenta con siete provincias, por ende, mi deseo como escritor es tomar una leyenda de cada provincia y expandirla, llevndola hacia las profundidades del terror que se esconde dentro de cada una de ellas, y donde no hay lmites.

IdiomaEspañol
EditorialAuthorHouse
Fecha de lanzamiento4 ago 2011
ISBN9781463404789
Costa Rica Siete Provincias De Miedo
Autor

H. Richard Slichter

Acerca del autor. H. Richard Slichter, estadounidense, jubilado del departamento de policía del sur de la Florida de los Estados Unidos, actualmente vive en San Ramón de Alajuela en Costa Rica. En su período de trabajo en el sur de la Florida recibió un postgrado en ciencias del comportamiento humano en la Universidad Nova Southastern y en el New York Institute of Technology. En este momento se dedica a la creación de historias de ficción para el placer y el entretenimiento de sus lectores. Su más reciente obra es “Costa Rica Siete Provincias de Miedo” la cual consta de siete historias cortas diseñadas para aterrorizar al lector, transformando viejas legendas de miedo que ha recopilado por sus viajes en las provincias de Costa Rica, en nuevas versiones más terroríficas, ayudado por los mismos residentes de cada pueblo. Cada provincia es representada en el libro produciendo diferentes oportunidades para llevar al lector a los límites del miedo. Al leer este libro comprobará por usted mismo que es lo que asusta a los residentes de este pequeño, pero hermoso país de Centroamérica. H. Richard Slichter es autor también de otras obras tales como, La serie El Guerrero Fantasma, Willer House, la serie The President’s Judge y Dance of the Iguana. Le invitamos a que disfrute de esta obra.

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    Vista previa del libro

    Costa Rica Siete Provincias De Miedo - H. Richard Slichter

    © 2011 by H. Richard Slichter. All rights reserved.

    No part of this book may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted by any means without the written permission of the author.

    First published by AuthorHouse 07/25/2011

    ISBN: 978-1-4634-0480-2 (sc)

    ISBN: 978-1-4634-0479-6 (hc)

    ISBN: 978-1-4634-0478-9 (ebk)

    Library of Congress Control Number: 2011911554

    Printed in the United States of America

    Any people depicted in stock imagery provided by Thinkstock are models, and such images are being used for illustrative purposes only.

    Certain stock imagery © Thinkstock.

    This book is printed on acid-free paper.

    Because of the dynamic nature of the Internet, any web addresses or links contained in this book may have changed since publication and may no longer be valid. The views expressed in this work are solely those of the author and do not necessarily reflect the views of the publisher, and the publisher hereby disclaims any responsibility for them.

    Copyrights:

    2008 (USA) H. Richard Slichter

    2011 (Costa Rica) H. Richard Slichter

    Contents

    Leyendas

    Primer Relato Provincia De San Joséleyenda Del Cerro De La Muerte

    Segundo Relato Provincia De Guanacasteleyenda De Los Duendes Y La Mica

    Tercer Relato Provincia De Limonbrujas, Magia Negra Y Demonios

    Cuarto Relato Provincia De Cartagoel Sanatorio Durán

    Quinto Relato Provincia De Puntarenasla Isla De San Lucas

    Sexto Relato Provincia De Alajuelaleyenda De El Puente De Piedra

    Sétimo Relato Provincia De Herediael Creador De Máscaras

    Índice

    LEYENDAS

    Leyendas, ¿qué son y por qué existen? Todas parecen tener una naturaleza tenebrosa. Por ejemplo, la leyenda que habla de la mujer hermosa y agredida quien persigue hombres infieles y borrachos para hacerlos reflexionar sobre su comportamiento. Luego de seducirlos, se convierte en una horrible criatura con cara de caballo que lanza llamas por sus ojos y, de esta manera, aterroriza a sus víctimas masculinas.

    Esta historia se remonta al pasado y ha calado en los costarricenses por algún motivo. Quizás fue la idea de una esposa celosa quien quería que su marido se comportara correctamente o quizá fue la fuerza misma de la naturaleza, diseñada para cambiar el comportamiento de los individuos. En la leyenda de La Segua, sobre hombres alcohólicos, las mujeres encontraban la manera de disuadir a sus esposos del vicio del licor. Tal vez estas leyendas surgieron mucho antes que estos problemas sociales se produjeran, pues tras esta existe algo más que una historia de miedo que se convierte en leyenda.

    Esta leyenda es típica en Costa Rica y, aunque en particular no está incluida en el libro, tiene el fin de endulzar su paladar antes de servir la entrada principal.

    COSTA RICA, Siete Provincias de Miedo es una mezcla única de historias, las cuales nacieron a través de la gran cantidad de leyendas que cada año florecen dentro de las fronteras de este territorio. El país cuenta con siete provincias, por ende, mi deseo como escritor es tomar una leyenda de cada provincia y expandirla, llevándola hacia las profundidades del terror que se esconde dentro de cada una de ellas, y donde no hay límites.

    Este trabajo es ficcional. Los nombres, lugares y eventos son producto de la imaginación del autor y se utilizan sólo con ese fin. Cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia

    Este libro de relatos breves está dedicado a mis amigos costarricenses, quienes me ayudaron a reunir la información sobre muchas leyendas y supersticiones existentes en este hermoso país. Gracias a todos ellos, pues-sin su valiosa ayuda-, este trabajo no sería una realidad.

    ¿Usted cree en fantasmas? Es muy fácil decir que son simple producto de la imaginación de un niño. Esto, hasta que llega el momento usted va manejando por una calle angosta en una noche lluviosa en medio de la nada. De repente, a través de las escobillas de su parabrisas observa una joven de vestido blanco caminar al lado de la carretera. En ese momento la ve, pero ¡después no la ve más!.

    ¡Un momento!, estoy seguro que vi a alguien caminar por la carretera. ¿A dónde se fue?

    ¿Se bajaría del carro para corroborarlo o más bien apretaría el acelerador para alejarse tan rápido como pueda de ese fantasma?¡Bueno!, ahora que el sol brilla y usted se encuentra a salvo en su casa se dice a sí mismo:

    Los fantasmas no existen.

    Primer Relato

    Provincia de San José

    Leyenda del Cerro de la Muerte

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    PRIMER RELATO

    PROVINCIA DE SAN JOSÉ

    LEYENDA DEL CERRO DE LA MUERTE

    El doctor Robert Howard se bajó del avión y suspiró.

    -¡Ah, grandioso! Por fin estoy en Costa Rica y tengo dos semanas para probar que esta leyenda mística es una porquería y nada más que eso. Esta gente es fácil de atemorizar y necesito ayudarlos. Rió mientras se dirigía a la terminal.

    Bob Howard, como era conocido por sus colegas y amigos, estudió la ciencia de lo paranormal y había logrado tener una buena reputación en la parte noreste de los Estados Unidos, donde en un periodo relativamente corto recibió su doctorado en Estudio de Fenómenos Paranormales. Asimismo, fue en esa región donde condujo numerosas pruebas e investigaciones en el estudio de fantasmas y otras actividades paranormales relacionadas con esos espíritus. Ahora, a sus 32 años, seguía siendo un soltero sin compromisos, con un trabajo a tiempo completo como profesor que no le dejaba espacio para otra cosa. No tenía tiempo para una esposa o una familia, solía decirle a la gente. Sin embargo, tuvo citas ocasionales, siempre y cuando la mujer demostrara un nivel intelectual que le permitiera mantener una conversación con él. Sus exigencias significaban un reto para las mujeres y, hasta la fecha, no había otra mujer que llenara sus expectativas como su asistente Sally Jacobs.

    Sally Jacobs medía un metro sesenta y ocho, tenía cabello corto, café y un poco descuidado, así como un problema de peso que dejaba ver un exceso de quizás unas quince o veinte libras. De una u otra manera, ella era la única mujer que le parecía aceptable. Sally era una de las mejores investigadoras con quien él hubiera trabajado, a pesar de tener el molesto hábito de colocarse sus lentes de los años 60, con forma de ojo de gato, sobre la punta de su nariz.

    El profesor constantemente le decía:

    -Por el amor de Dios, Sally, ¡cómprese unos lentes que le queden mejor y que estén a la moda!

    Y la usual respuesta de ella:

    -No veo que sea necesario, Doctor, estos funcionan bien.

    ¿Por qué molestarse? -pensaba el doctor Howard-, "ella podrá ser la típica nerd, pero su trabajo es incuestionable, realmente puedo vivir con los horribles lentes de gato".

    -Sally, por favor muévase, tenemos que llegar a la aduana y encontrar nuestras maletas-le dijo sin detener su paso.

    Sally caminaba detrás del Doctor-como ella lo llamaba-, tratando de soportar el peso de tres maletas de mano, dos de ella y una de él.

    -Estoy justo detrás de usted. ¿Sabía que había dejado su maletín en el avión? -dijo Sally.

    Él bajó la mirada hacia sus manos y se dio cuenta que cargaba el bolso de su computadora portátil y que, de hecho, había olvidado su maletín. Se sonrió un poco y, sin volverse atrás para mirarla, le dijo:

    -Sí, eso parece. Pero yo sabía que todo está bajo control en sus manos. ¿Puede seguir o debo detenerme a ayudarle con las maletas?

    -No, todo está bien. Tengo todo bajo control, como de costumbre-respondió Sally con voz cansada.

    -Bueno, pues entonces vamos a inmigración sin más demora-respondió el hombre delgado de metro ochenta centímetros para quien Sally trabajaba.

    Sally cursaba el último año de sus estudios de posgrado en la misma universidad donde Bob impartía lecciones en el Departamento de Ciencias. Tenía 24 años de edad y estaba a punto de obtener su doctorado. Haber sido escogida por el profesor Howard para ser su asistente era para ella una bendición. Había trabajado para el profesor de cabellos rubios, fuerte barbilla y ojos color miel por dos años. Lo tenía en un pedestal. No estaba enamorada de él, pero lo admiraba más que a cualquier otra persona que hubiera conocido. Era inteligente y siempre sabía cómo resolver todo. Si él decía algo, ese algo tenía que ser cierto.

    El profesor le ofreció la oportunidad de acompañarlo en esta aventura, durante las vacaciones del semestre, y ella aceptó alegremente sin dudarlo un solo segundo.

    -Negocios. ¡Nada de fiesta! Voy a estudiar algunas de las leyendas latinoamericanas en Costa Rica. Se trata de un viaje de trabajo, si le interesa-dijo severamente.

    Por supuesto, Sally se sentía orgullosa de que la incluyera en un proyecto del cual él tanto habló por mucho tiempo. El profesor se comunicaba muy bien en español. Había pasado mucho tiempo vacacionando en Centroamérica, donde se obsesionó con llegar a la raíz de algunas de esas absurdas leyendas, como él las llamaba, las cuales parecían no desprenderse de las mentes de los habitantes de esos países.

    Captó su atención, de manera especial, un lugar en Costa Rica llamado Cerro de La Muerte, el cual pertenece a la provincial de San José, en el cantón de Pérez Zeledón. Le decía a Sally que había quedado fascinado con ese lugar en las montañas luego de haberlo visitado años atrás y de haber escuchado las narraciones de habitantes de algunos pequeños pueblos vecinos. Le parecía extraño que todos los lugares ubicados en las faldas de la montaña rocosa tuvieran nombres de santos cristianos.

    -Allá arriba todo tiene que ver con religión. Creo que es porque los habitantes están asustados por un tonto folklore o leyenda vieja.

    Cuando el doctor Howard preguntaba por qué se llama el Cerro de La Muerte, realmente nadie quería dar una respuesta, solo se decía que era porque, supuestamente, había muertos que vagaban en esa montaña. En un principio, el doctor Howard pensaba que se debía a la gran cantidad de accidentes automovilísticos que ocurren con frecuencia en sus carreteras traicioneras, pero, luego de investigar descubrió que el apodo Cerro de la Muerte se le había dado desde antes que existieran los carros. De hecho, se remontaba a tiempos coloniales de españoles, indígenas, caballos y carruajes. No es necesario decir que el profesor aún debía encontrar el motivo por el cual esa montaña se denominaba así.

    -Tal vez esta sea una razón importante para estas vacaciones paranormales-se dijo Sally a sí misma, mientras continuaban caminando hacia la terminal de inmigración.

    Pasaron rápidamente por inmigración y luego fueron por sus maletas.

    -No hay mucha gente por acá hoy. Debe ser por la época lluviosa que siempre afecta el turismo-dijo el profesor Bob, reflexionando como costarricense.

    -¡Bueno!, pues eso es bueno para nosotros-dijo Sally, en tanto pasaban su maleta por los Rayos X-, quiero decir, significa que habrá menos gente husmeando en el lugar donde vamos a trabajar y el hospedaje en el hotel será más barato. ¿O no?

    -¿Por qué se preocupa por el costo del hotel si yo estoy pagando la cuenta, Sally? Usted está aquí para ayudarme a pensar en lo paranormal y no en los aspectos técnicos de este viaje-replicó Bob Howard.

    -Sí, profesor. Sólo pensaba en usted, únicamente-respondió en tono amable pero gracioso a la vez.

    -Está bien. ¡Bueno!, tomemos las maletas y salgamos a buscar un bus que nos lleve a nuestro hotel-contestó el profesor en uno de sus tonos de voz más profesional.

    -Cierto. Según la información que tengo, nos hospedaremos en una cadena de hoteles, en un lugar llamado Irazú. ¿Estoy en lo correcto? -preguntó Sally.

    -Es el Hotel Irazú y se ubica en la Uruca-respondió Bob, mientras retiraba una de las maletas de equipo especializado que había registrado en el avión-. ¡Bueno!, parece que nada sufrió daño durante el vuelo-continuó diciendo al tiempo que revisaba las condiciones de su equipo infrarrojo para visión nocturna.

    Sally, con mucha dificultad, colocaba el resto del equipaje en el carrito, en tanto que el profesor revisaba una y otra vez su equipo.

    -Parece que eso es todo. Podemos continuar e ir a tomar ese bus hacia el lugar donde se encuentra el hotel-dijo Sally, sin conseguir una respuesta o tan siquiera llamar la atención del profesor.

    Quince minutos después, Sally observó un autobus azul con blanco que decía Hotel Irazú a un costado y le hizo señas al chofer. El bus se detuvo y la puerta se abrió; el chofer se levantó de su asiento para ayudarlos a subir las maletas. Media hora después, se encontraban en la recepción del hotel registrando las dos habitaciones previamente reservadas.

    -¡Bueno!, señor-dijo con un inglés casi perfecto el señor detrás del escritorio de madera-, acá dice que tiene reservadas dos habitaciones por dos noches y luego regresan en dos semanas por una noche más. ¿Es así?

    -Sí, es correcto-respondió Bob, impresionado por el buen inglés del hombre y por su acento extranjero casi imperceptible.

    Sally, a la derecha del profesor, se mostraba perpleja. Finalmente, preguntó:

    -Profesor, ¿eso es cierto? Quiero decir, ¿estaremos acá por dos noches y luego saldremos del hotel?

    -Sí, es cierto. ¿Cuál es el problema?

    -¡Bueno!, yo pensé que iríamos de día a esa montaña encantada y volveríamos acá. ¿Dónde nos vamos a quedar? -preguntó Sally.

    -No, no, querida. No podemos estudiar situaciones para normales desde un hotel en la ciudad. Debemos estar en el corazón de esta supuesta montaña encantada-respondió el profesor en un tono sarcástico.

    -En el Cerro de la Muerte hay un hotel, supongo. ¿Tenemos reservaciones o algo? -preguntó tímidamente.

    -No. Planeaba preguntarle al recepcionista sobre el hospedaje en esa zona. Si me da un minuto voy y le pregunto-dijo Bob algo molesto.

    El hombre de la recepción los miraba sin decir palabra alguna. Luego de unos segundos, preguntó:

    -Señor, ¿usted y la joven planean quedarse en el Cerro de la Muerte?

    -Sí, así es. ¿Por qué lo pregunta? ¿Qué hay de malo en ello? -preguntó con curiosidad.

    -No, señor. Pero, ¿no sería mejor rentar un carro y hacer viajes al lugar como la joven le sugirió? -dijo amistosamente.

    -¡No, no sería mejor! -dijo en un tono tan alto que atrajo las miradas de otros huéspedes e, incluso del personal de seguridad-. ¡Ahora bien!, ¿conoce usted una pensión u hostal cerca del Cerro, donde podamos hospedarnos?

    Luego de pensar un momento, respondió con lentitud:

    -No, señor. No manejo esa información. Nunca me he quedado allá. Para ser franco, ese lugar me asusta. Voy a pregunta por acá, tal vez para cuando ustedes hayan rentado un carro y se encuentren instalados en sus habitaciones, les tenga una respuesta.

    -Eso sería bueno-respondió Sally con una sonrisa, mientras Bob le entregaba la llave de su respectiva habitación.

    -Gracias, caballero. Volveré en un par de horas para corroborar con usted-dijo Bob con voz amable como queriendo disculparse por la manera como se había dirigido a él minutos antes.

    Mientras los dos norteamericanos caminaban hacia el elevador seguidos por el conserje, el recepcionista se volvió hacia el guarda que se acercaba al escritorio principal:

    -No puedo creer que esos dos gringos quieran ir al Cerro de la Muerte y conseguir un hotel. ¿Vos conocés alguna pensión por allá? -preguntó en español el guarda.

    -¿Me estás hablando en serio? ¡Yo allá no subo! Esos gringos no saben que la muerte se pasea de noche por las calles de ahí. Yo viajo por ese lugar únicamente porque es la carretera más rápida para llegar a Golfito, cuando mi esposa quiere ir a ver a la familia. ¡Ah! y sólo paso de día, nunca de noche, si puedo evitarlo. Mi primo dice que vio a una muchacha. La novia que habían matado allá hace varios años. Quedó impactado por eso. Dice que iba manejando solo y ella estaba a la orilla del camino, con su vestido de novia y diciendo adiós con la mano. Lo único que pudo hacer fue cerrar los ojos y alejarse-contó el recepcionista.

    -Sí, yo sé. Yo tampoco subo, a no ser que en serio tenga que ir por alguna razón especial. Un vecino jura haber visto al chiquito que habían matado en un choque. Dice que el chiquito estaba jugando en la carretera y lo vio al salir de la curva. Del susto, se salió de la calle y se fue en un caño. Corrió con suerte de no salir volando por la montaña. Ahora no sube por allá nunca, y si tiene que ir al sur, se va por otro lado-narró el guarda.

    Luego de pensarlo un momento, el recepcionista agregó:

    -Voy a seguir buscando para ver si encuentro a alguien que sepa de un lugar allá. Estos gringos tienen muchas ganas de ir a buscar fantasmas.

    -Buena suerte. Espero que encontrés a alguien que viva allá arriba, esté vivo y aún le quede un poco de cordura. ¿Sabías que esos muertos pueden adueñarse de tu mente, aunque no te maten? -dijo el guarda con cara de terror, mientras se alejada de la recepción.

    El recepcionista asintió con la cabeza ante la pregunta del guarda, mientras deslizaba sus dedos por las páginas amarilla de la guía telefónica.

    -Veo unos hoteles grandes en el área, pero me parece que este gringo chiflado quiere estar en el centro de los hechos-murmuraba para sí en su lengua materna y seguía pasando las páginas para encontrar una pensión.

    Sally se sobresaltó cuando escuchó que tocaban a su puerta.

    -Sí, un momento-respondió a la vez que se apresuraba a abrochar la blusa que se estaba cambiando.

    -¡Ah!, hola profesor. ¿Ya estamos listos para ir a rentar el auto? -preguntó con inocencia

    -No, ya hice eso. Como ha estado aquí por casi una hora y media, pensé que ya estaría lista-exclamó presuntuoso.

    -Mi tiempo parece volar. Tomé una ducha muy agradable. Siempre suelo hacerlo luego de viajar tanto rato en avión-dijo ella en tono agradable, pero defensivo a la vez.

    -¡Bien! Vamos por algo de comer. Hay un restaurante aquí y tal vez podemos preguntarle a alguien acerca del Cerro-dijo Bob ignorando lo que acababa de decir Sally.

    -Voy por mi cartera. Deme un segundo-respondió Sally-. El profesor sin esperar, ya se encaminaba al elevador.

    En el restaurant no había mucha clientela, sin embargo, Bob y Sally se detuvieron al ver el letrero en la entrada que decía: Por favor, espere a ser atendido.

    -Vaya, esto es como estar en casa. Creo que en nuestra ciudad hay un restaurante similar a este"-exclamó Bob, echando un vistazo al enorme lugar, sus mesas y cubículos, sin mencionar los letreros de áreas de fumado y no fumado.

    -Sí, profesor. Por supuesto, tenemos uno de estos en la ciudad. Es una cadena muy conocida-interrumpió Sally mientras que el mesero se acercaba.

    Les preguntó en inglés si preferían el área de fumado o no fumado

    -Creo que estamos como en casa-dijo el profesor señalando una mesa en la sección de no fumado.

    Resultó que el mesero manejaba un inglés muy bueno a la hora de hablar de fumado y no fumado. No obstante, el resto de la conversación se dio en español. A Bob esto le parecía bien, de hecho estaba esperando la oportunidad. Por su parte, Sally-quien no tenía buenas habilidades con el castellano-estaba teniendo problemas con el menú. Rápidamente, el mesero se dio cuenta que le había dado un menú en español y se lo cambió al instante.

    -Dos cocas, por favor, mientras vemos el menú-dijo el profesor en el idioma del mesero.

    -Sé que eso es lo que usted pide por lo general. Por eso me tomé la libertad de ordenar las bebidas. Dígame qué quiere ordenar y le digo al mesero. A no ser que quiera hacerlo usted misma en español-dijo Bob con una sonrisa.

    -No, profesor, estoy bien así. Quiero la ensalada de pechuga con aderezo ranch.

    -Muy bien. Por otra parte yo voy a ordenar algo muy grasoso-dijo entre sonrisas él.

    Cuando el mesero volvió, Bob ordenó la ensalada de Sally y luego, sonriendo a más no poder, ordenó una hamburguesa con queso, hongos y aros de cebolla. El mesero anotó la orden y se dirigió a la cocina

    -Eso va a mantener a los fantasmas alejados-rió él cuando iba a tomar un sorbo de su refresco.

    -Entonces, ¿usted piensa que no existen fantasmas en el Cerro? -preguntó Sally preocupada.

    -Mi querida Sally, he estudiado lo paranormal toda mi vida adulta. De niño le decía a los fantasmas y espíritus que se aparecieran ante mis ojos. Solo he obtenido lo que la gente dice ver y escuchar, o los movimientos extraños que mi equipo monitorea. Yo pienso que los vivos, en sus mentes, sí poseen poderes extraños e increíbles. Desafortunadamente, la gente suele decir patrañas en algún momento de sus vidas y, por eso, surgen en todos lados las leyendas y los fantasmas, o como quieran llamarlos. La gente ama tener fantasmas alrededor para pasar sus vidas temiendo a algo. Para eso viven los humanos, para alimentar sus miedos y luego sufrir. Por otra parte, enséñeme un verdadero fantasma y pruébeme que existen. Entonces, yo lo documentaré y lo creeré. Hasta ese momento, todo lo que llena mi libro es una porquería, diseñado para asustar, al igual que el Cerro de la Muerte.

    -¡Bueno!, creo que eso lo dice todo. ¡Ah!, ya viene la comida-sonrió al colocar la servilleta en su regazo.

    Ambos disfrutaban el almuerzo y planeaban la estrategia para probar la inexistencia de los fantasmas en el Cerro, cuando de repente el profesor dio un brinco.

    -¡Demonios! ¿Quién es usted y cómo llegó hasta acá? -le dijo el profesor a la jorobada anciana que se encontraba de pie al lado de su mesa.

    Sally, boquiabierta, miraba perpleja a la mujer quien, a su juicio, parecía tener al menos cien años de edad. Medía a lo mucho metro y medio, podría pesar unos cuarenta y cinco kilos, tenía unos ojos negros penetrantes, su cara era oscura y arrugada y sus manos eran callosas. El vestido que traía era negro y largo, quizás tan viejo como ella. Este atuendo no dejaba entrever más que unos zapatos altos de botones y unas medias rotas. Los ojos de Sally volvieron a enfocarse en el rostro arrugado, pero delicado, de la anciana. Notó que llevaba una andrajosa bufanda en sus cabellos delgados y grises.

    La vieja no se inmutó cuando el profesor le gritó. Se quedó de pie apoyándose con su mano derecha en un viejo bordón café. Su mano izquierda se mantenía con la palma hacia arriba y suavemente; en inglés preguntó:

    -¿Podrían darle alguna ayuda a esta anciana?

    -Señora usted no puede entrar acá a pedir limosna. ¿Cómo la dejó pasar el guarda? -le reprochaba el profesor, sin hacer ningún gesto que indicara que iba a ofrecerle dinero a la señora.

    Sally buscó en su cartera y sacó tres billetes de un dólar y se los entregó a la anciana.

    -¿Cuál es su nombre, querida? -preguntó Sally con su habitual voz amable.

    La anciana, cuyos ojos negros habían estado mirando al suelo cuando Sally sacaba el dinero de su cartera, elevó su mirada lentamente y sonrió.

    -Me llamo Teresa. Gracias por ayudarme.

    -No se preocupe-interrumpió Bob quien sonaba irritado-. ¿Es usted de por acá, Teresa? -preguntó este con el mismo tono de voz.

    Teresa volvió su cabeza lentamente hacia el profesor, sonreía y temblaba.

    -Nací en España hace muchos años. Mis padres me trajeron al sur de San José. Las cosas eran tan diferentes en ese entonces-dijo ella, quien parecía recrear su pasado mientras hablaba.

    -¡Um, hace mucho años! Entonces, exactamente ¿qué edad tiene usted? -preguntó el profesor con frialdad.

    Sally le lanzó una mirada de desaprobación al profesor, al tiempo que volvía su mirada a la anciana.

    -No lo sé señor. Yo soy vieja y lo único que hago es caminar por las calles buscando ayuda, pero en estos tiempos la gente no ayuda-respondió y sus labios temblaron al hablar.

    -Eso es muy triste-dijo Sally de corazón.

    -No siga, Sally. Esto es parte de una rutina que he visto una y otra vez. Está tratando de obtener más de usted. Es el plan que tienen-dijo el profesor despectivamente al mirar a las dos mujeres-. Llamaré al guarda para que la saquen de aquí-continuó diciendo cuando se dirigía hacia donde se encontraba el guarda.

    -Van para el Cerro de la Muerte,¿no es así? -dijo la vieja, sonriendo-. ¿No creen que las almas en pena deambulen por allá, o sí? -continuó suavemente-. Ustedes las buscan, pero no se dan cuenta que ellas los buscan a ustedes también. Tienen que ir a Santa María, al hostal cerca de la iglesia y el cementerio. Las ánimas les están llamando, no les fallen, quizá ustedes las puedan liberar. ¡Que Dios los acompañe!

    Cuando la anciana hablaba, Sally y Bob se miraban mutuamente, un escalofrío les recorría la espalda.

    Segundos después, el profesor se volvió hacia la anciana y, desconcertado, se dio cuenta que ella se había esfumado. Ambos, sin medir sus acciones, empezaron a buscarla por todo el restaurante. Sally observó que los tres dólares que le había dado a la mujer estaban sobre la mesa.

    -Profesor, ella no tomó el dinero y desapareció.

    -¡Bueno!, eso me dice que es estúpida por no tomar el dinero. Además, la gente no desaparece así porque así-dijo secamente en tanto le hacía señas al mesero. Disculpe, ¿a dónde fue la anciana vestida de negro?

    El mesero los miró por un momento y respondió:

    -Señor, no había ninguna anciana vestida de negro en el restaurante. Hay muy pocos clientes y puedo decir que yo la habría visto. ¿Qué estaba haciendo?

    -Mendigaba de mesa en mesa, supongo. Se dirigió hacia nosotros y nos pidió dinero y al final no lo tomó.

    -Permítame preguntarle al guarda de la entrada, pero le aseguro que él no le habría permitido entrar a un mendigo a este lugar-dijo el mesero y se dirigió a hablar con el guarda.

    Sally y el profesor observaban cuando el mesero conversaba con el guarda. Luego, miraron como fue a preguntar a otras mesas si alguna mujer les estuvo pidiendo dinero. Al volver, les aseguró que no había nadie mendigando en el restaurante.

    -¿Qué diablos sucede? -murmuró Bob cuando el mesero se alejaba-. No fui sólo yo, usted también la vio. ¿Verdad?

    -Sí, profesor, yo la vi. Pero, no puedo explicar a dónde se fue, ni por qué nadie más la vio.

    -¡Bueno!, olía tan mal que alguien tuvo que haberla notado. Vaya a fijarse si se esconde en el baño de mujeres-le indicó el profesor a Sally.

    Sally se levantó pensativa.

    -¿Qué hago si la encuentro ahí? Para ser sincera, profesor, ella me asustó con lo de las ánimas y esas cosas.

    -Por Dios, Sally, es una anciana. Dígale que olvidó el dinero. La desagradable señora debe de estar en el baño de hombres, de todas formas.

    Sally se levantó e hizo lo que pidió el profesor pero regresó pronto para decir que no había nadie en el baño de mujeres: que incluso abrió al baño de hombres y había llamado, pero nadie le contestó.

    -Lo que tenemos que hacer es terminar nuestro almuerzo y agradecer que tenemos tres dólares a nuestro favor-concluyó burlonamente Bob.

    -Pero ¿qué hay de los espíritus sobre los que ella habló? -interrogó Sally cuando se sentaba.

    -¡Almas, almas!Sally, somos profesionales con años de estudio y equipo profesional. Deje de espantarse por esa estupidez de asustemos a los niños.

    -¿Qué pasa si hay almas y fantasmas allá arriba?

    -Entonces las encontramos y las registramos con nuestro equipo. Seremos la noticia en el campus cuando se publiquen los hallazgos en la próxima edición informativa-dijo de arrogantemente.

    Un rato después del almuerzo decidieron sentarse cerca de la piscina y realizar una inspección del equipo. Al día siguiente harían todas las investigaciones posibles y buscarían una pensión en la montaña.

    De vuelta, caminaban por el vestíbulo con rumbo hacia sus respectivas habitaciones cuando el hombre del escritorio les hizo una seña para que se detuvieran.

    -Señor Howard, parece que ustedes andan de suerte. Existen varios hoteles en la montaña que realizan excursiones a caballo hacia el Cerro. Pero encontré el hospedaje que usted buscaba, tipo pensión u hostal-dijo el recepcionista entusiasmado.

    El profesor le hizo señas al joven para que se detuviera un momento. Miró a Sally y luego al hombre.

    -Ahora me va a decir que ese hospedaje está localizado en Santa María, cerca del cementerio y la iglesia. ¿Verdad?

    -¿Cómo lo supo? -dijo impresionado el recepcionista.

    Sally y el profesor se miraban el uno al otro, desconcertados.

    -¿En serio la pensión es ahí? -exclamó Sally.

    -Cálmese, Sally, es sólo una coincidencia. Iremos ahí en la mañana a echar un vistazo y veremos si realmente es lo que buscamos-dijo Bob en un tono muy seguro, por el cual era famoso-. ¿Cuál es el nombre del lugar? -le preguntó al recepcionista.

    -¡Buen, señor!, aquí en las páginas amarillas dice que se llama Santa María Inn, pero el teléfono debe ser algo viejo porque no me entra la llamada. Solo sí oigo son ruidos y como a alguien tratando de hablar. Aquí se ve el número-dijo el joven mostrando las página del directorio y arrastrando su dedo por la página una y otra vez, con rostro sorprendido-. ¡Qué curioso!, yo vi el número por acá, pero ahora no le encuentro. De todas formas, Santa María es un pueblo pequeño y no tendrán dificultades en encontrarlo. Estoy seguro.

    -¡Eso es todo! -exclamo el profeso-r. No sabemos con certeza si hay vacantes. Deme la guía y yo mismo lo busco-dijo, tomando la guía telefónica de las manos del joven.

    Sally y el profesor se sentaron durante media hora en el vestíbulo. Hojeaban la guía para encontrar Santa María Inn. Llamaron al servicio de información turística, pero la operadora no tenía información sobre ese lugar.

    -De todas maneras no importa. Si es un pueblo pequeño podemos llegar mañana y preguntar nosotros mismo. Todo parece estar cerca, entonces, no será complicado-agregó Sally, con mucha seguridad.

    -Tiene razón. Luego del desayuno nos marchamos. Según mis cálculos, se tardan unas dos horas desde acá-señaló Bob al examinar las páginas amarillas con concentración-. Es muy raro que esa anciana mencionara Santa María, al igual que el recepcionista, y que ahora no lo encuentre, si él me dijo que lo leyó en esta misma guía—añadió-. ¡Bueno!, cosas más extrañas han ocurrido. Vamos a nadar y luego nos metemos en el jacuzzi-indicó Bob señalando la ventana con vista hacia la piscina.

    -Me parece una buena idea. Nos vemos en la piscina en veinte minutos-dijo Sally con mucho ánimo, cuando se disponían a salir de la antesala y se dirigía a su habitación.

    La noche transcurrió rápidamente y a las siete en punto de la mañana Sally se despertó cuando llamaron a su puerta.

    -Está bien profesor. Ya salgo y lo veo en quince minutos en la recepción-gritó desde su cama con su mejor voz mañanera.

    Esperó, pero no hubo respuesta. Eso no le extrañó y se dirigió al baño.

    Cumpliendo su palabra, Sally salió del elevador exactamente a los quince minutos y se dirigió al vestíbulo. Se detuvo y miró al profesor, quien se encontraba de pie sosteniendo dos tazas de café y en medio de dos valijas llenas de equipo.

    -Pensé que podríamos irnos un poco más temprano si nos llevábamos el café y luego nos deteníamos a desayunar en la montaña. ¿Qué le parece? -inquirió en el instante que le daba una taza de café y se agachaba por una valija.

    -Está bien. Metamos estas cosas al auto-contestó ella con una sonrisa poco convencida, la cual dejaba ver que hubiera preferido desayunar en el hotel antes de partir.

    -Vamos Sally, será divertido. Podremos parar en Cartago, en un restaurante popular, a desayunar el verdadero desayuno típico y, quizás, conversar con los lugareños-exclamó el profesor con voz entusiasmada.

    Como si la suerte lo hubiera planeado, llegaron a la carretera principal en medio de la hora pico.

    -¡Bueno!, esto no es exactamente un panorama agradable-dijo Sally al mirar ambos la gran fila de carros delante de ellos-. ¡Qué curioso!, no veo dónde empieza la fila de carros delante de nosotros continuó. Por un momento sentí que avanzábamos, pero debió haber sido mi imaginación-prosiguió Sally, en pero tono sarcástico, queriendo expresar su enojo por el apuro de la mañana, pero sin querer a su vez sonar fastidiada.

    -Ya entendí, Sally. Está bien, mañana empezaremos un poco más tarde, luego del desayuno y la hora pico-respondió el profesor en una voz un tanto apenada.

    Casi cuatro horas después de que Sally había salido del elevador, se encontraban en un pequeño restaurante familiar en Cartago.

    -¡Vaya!, este pueblo es hermoso-dijo Sally mirando a través de la ventana-. Esta vista parece como de postal. ¿Le parece? La siento religiosa, si es que eso tiene sentido-agregó.

    -Claro que tiene sentido. Cartago es la ciudad más religiosa de Costa Rica. Se podría decir que la más religiosa de América Central-acotó Bob-. En agosto, el dos, para ser exacto, cada año la gente de todo el país camina hasta la Basílica de Los Ángeles y pide cosas a la Virgen de los Ángeles.

    Por alguna razón, Sally no le quitaba la vista al profesor cuando él hablaba. Este lugar la había impactado y ahora sólo veía los labios del profesor moverse, mas no escuchaba sus palabras. A Sally le gustó Cartago, se sentía segura y cálida en esa ciudad llena de ángeles. Nuevamente volvió su mirada hacia la basílica y pensó en

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