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Armario de letras 2
Armario de letras 2
Armario de letras 2
Libro electrónico1155 páginas16 horas

Armario de letras 2

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Información de este libro electrónico

El armario sigue abierto, las letras no dejan de volar, anhelan ser descubiertas y de distintos países llegan muchas más. En él se encuentran letras de: Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, Uruguay y Venezuela.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 ago 2019
ISBN9780463635421
Armario de letras 2

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    Armario de letras 2 - Caza De Versos

    El último abrazo

    Andrea Antón

    Facebook: Andrea Antón

    Instagram: aanton.03

    Guatemala

    El sonido de la ambulancia se acercaba cada vez más, hasta que paró, en frente de mi casa. Mientras veía como la ingresaban a la ambulancia alguien se acercó a mí, me abrazó y dijo: Todo va a estar bien Andreita, ella va a volver.

    Recuerdo algunas cosas que decía mi mamá acerca de su muerte, como la manera en que quería morir, para ella la mejor sería irse a dormir y nunca más despertar; o que prefería que su cuerpo fuera incinerado para que no generara gusanos dentro de la tumba. Su muerte no fue tan larga, pero duele saber que sufrió para consumarla, todo pasó en una semana, empezando de un dolor de oído hasta detectarle Meningitis Bacterial. Aún recuerdo el día en que empezó esto, fue un sábado; su enfermedad fue creciendo al pasar de los días. Para el miércoles se veía mejor, al menos eso pensaba yo.

    Esos momentos aún se pasean por mi mente. Aquella tarde del jueves ella estaba acostada en su cama mientras yo me peinaba, me había puesto una blusa rosada y una pantaloneta de vacas que ella me había regalado, me miró a través del espejo.

    —Que linda está mi mona –me dijo y le sonreí. Después volví para abrazarla y decirle mostrarle mi amor.

    Su enfermedad fue esparciéndose, ese mismo día en la noche ella ya ni nos reconocía, llegó a un punto grave en el que tuvieron que llamar a emergencias, mientras esperábamos su llegada orábamos por ella, confiábamos en que sanaría, rogamos por su salud, cada palabra salida desde el fondo de nuestro corazón.

    El sonido de la ambulancia se acercaba cada vez más, hasta que paró. Mientras veía como la ingresaban a la ambulancia, alguien se acercó a mí para abrazarme.

    —Todo va a estar bien, Andreita, ella va a volver.

    Y si, ella volvió… pero sin vida. Murió en el hospital un viernes, en la sala de espera se oyeron llantos, los  nuestros, las lágrimas salían sin control, estaban sacando el dolor que el corazón sentía, el dolor era como un río y se estaba desbordando. A pesar de eso estoy segura de que ninguno de nosotros sabía lo que significaba perderla, lo que vendría después de eso, la vida que nos esperaba, todo lo que conllevaba su ausencia. Fue entonces cuando comprendí que todo sería un desastre, todo se estaba derrumbando o poco a poco en nuestras caras, pero… ¿Qué haríamos? Nos quedaríamos de brazos cruzados o lucharíamos por esto.

    También comprendí lo hipócrita que pueden llegar a ser las personas, resulta que ahora las que te juzgaban, que te trataban mal o incluso a las que apenas y conocías, se acercaban a mí, con sus falsas palabras

    —Lo siento, te quiero, puedes contar con nosotros, todo va a estar bien.

    Mienten. Es decir, ¿acaso sentían el dolor por el que yo estaba pasando? No, nadie lo sabrá, puede que haya personas que alguna vez pasaron por algo parecido, pero el sentimiento nunca será el mismo, jamás sentirán lo que siento y sí, todos sufrimos, pero nunca de la misma manera. 

    Al pasar seis años pude comprender aún más lo que estaba sucediendo en nuestras vidas, viviendo en una casa sin hogar. Me puse a pensar en aquel miércoles cuando creí que ella estaba mejorando, ese día en la vi feliz por última vez, cuando le dije que la quería, cuando la abracé, si tan solo hubiera sabido lo que pasaría al día siguiente, no la hubiera soltado, me hubiera aferrado a su abrazo, a su calor, hubiera expresado cada sentimiento hacía ella, lo mucho que la quería, pero no… Ella se fue y mi oportunidad también. Lo único que queda es un vacío en el corazón, que nadie nunca va llenar.

    Hay días en los que paseo por mi mente tan solo para poder verla en recuerdos, me tengo que conformar con eso. Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, yo tuve que perderla para saber cuánto la necesitaba, el valor que poseía, la dicha de tenerla a mi lado.

    En esta vida todo es efímero, somos efímeros. Hay que valorar lo que tengamos, valorar a cada persona que nos acompaña en la vida, porque un día todo esto acabará… ¿Y qué habrás hecho con tu vida?

    Como si fuese ayer

    Andrés Castillo Gamboa

    Facebook: Andrés castillo gamboa. 

    Twitter: @leviatanatomico

    Colombia

    La brisa del mar bailaba  sobre su hermosa cabellera rizada, olas pululantes escribían historias sobre la arena de la playa y sus ojos negros no se dilataban, solo yacían cual guerreros en guardia inermes y magnos  en su naturaleza, y ella delicada olía la espuma del mar mientras  releía  aquel viejo poema de Percy Bysshey Shelley llamado ozimandias oda al gran Ramsés, faraón de Egipto,  y sobre su espalda vasto y ínfimo se erigía el faro de la ciudad fuente de luz sobre las tinieblas del océano, prisma en las oscuras noches de  pescas, luna llena que brilla sobre los navíos perdidos. 

    Sus labios silbaban las letras de ese viejo libro de bolsillo que acompañaba a ala pequeña Sara todas las tardes bajo el  antiguo faro, tardes llenas de luz de magia, de letras; cuántos días cuántas horas, que tanto tiempo ha pasado se preguntaba; los lustros la han llevado a su mayoría de edad, debe marchar a estudiar fuera de la ciudad pero sobre su alma siempre llevará consigo esos instantes de paz, de compañía bajo el viejo faro; la planta que ayer se sembró hoy es árbol.

    —Qué habrás visto, qué ojos te han admirado, qué manos te han tocado, qué barcos has iluminado, qué cielos te han alumbrado y qué lluvias te habrán mojado. ¡Oh! Faro viejo, faro amigo, fiel gracias por tu compañía en mis tardes gracias por tu sombra por tu protección. Qué será de ti, qué vientos te mecerán, qué lluvias te mojarán. Deja que tu luz me alumbre allá lejos donde mis pies posarán, me iré iluminada de tu brillo; sigue siempre firme siempre orgulloso, alumbra la oscuridad de estas vastas tinieblas.

    Sus ojos se aguaron al observar toda la belleza de esa tarde gris otoñal, guardó, bajo el jardín que cubría el faro, su libro, su tesoro, su sombra en los días más tensos. Segura de que allí estaría resguardado por su imponente amigo, caminó lentamente y miró hacia atrás y se despidió con una sonrisa.

    Los vientos mecieron, las lluvias cayeron y los lustros pasaron. Aquel imponente faro yacía igual cual Guerrero de los siglos sin un signo de los años sobre él, esperando algún día ver a su fiel amiga: Sara.

    Veinte años no fueron nada, pasaron como plantas rodantes uno tras otro y el otoño llegó. Una mañana alguien vio a una señora cavando alrededor del faro,  abrió un hoyo enorme y sacó una bolsa con un libro derruido y mojado, dicen que sonreía y se sentó durante horas a leer ese libro. Su cabello bailaba con el viento y su rostro reflejaba una alegría infinita, mientras la sombra del faro se posó sobre ella como abrazándola, como  sintiendo su compañía.

    ¿Qué es amar?

    Ángel Gutiérrez

    Instagram: @isprinceangel

    México

    Sabía que no era algo especial, yo lo sabía con certeza pura. Toda mi vida me fui yendo inclinando hacia el ámbito de la familia y responsabilidades. Desde pequeña en lo único que podría pensar era en cómo estaría mi mamá, esto les agradara a mis hermanos. Mi madre se preocupó por mí una vez mientras otras más se preocupaban porque sus hijos salieran de sus casas con frecuencia. Ella se preocupaba porque no llegara a tener una vida plena, amar, llorar, pensar como un adolecente normal. Pero a temprana edad mi mente se había desecho de aquellas absurdas cosas, el amor es solo una relación amorosa donde dos personas se besan y procrean. Estaba tan equivocada…  mis frías manos pasaron por el rostro de mi pequeña hija, esa cosa hermosa y delicada que había traído al mundo por inseminación artificial. Sabía que no necesitaba de un padre que me ayudara o cuidara de ella. Nunca lo necesite. Recuerdo esa tarde de invierno en la casa de la playa privada. El cielo estaba nublado y el frio raspaba en la piel, recosté a mi hija sobre mi regazo y acaricié su cabello de oro. En ese momento el calor de mi corazón se expandió cubriendo todo este por completo, todo parecía bien… ¿por qué tuvo que cambiar de la nada?

    Abril del 2017, esa fue la fecha exacta donde me llamaron de la escuela de mi pequeña diciendo que sus compañeras la habían golpeado agresivamente, con solo catorce años de edad ya se encontraba en un hospital local por lesiones leves. Eso me rompió el corazón, no entendía por qué esas niñas lo habían hecho. Pero eso solo fue lo primero, esas gotas que comienzan a caer antes de la tormenta. Las comidas de mi pequeña se fueron disminuyendo, su voz haciendo un eco en las paredes, se apagó como fuego en la lluvia. Me preocupe por ella, no me gustaba que se encerrara, que no tuviera vida, amigos. Un día entré a su cuarto por la madrugada y la vi recostada, la luz de la calle iluminaba su habitación. En sus brazos desnudos observe cortadas, pero no esas que se hacen con una caída, estaban en serie, seguidas y profundas. 

    Pero qué era lo que hice mal, porque ella estaba haciendo eso… no lo entiendo. Dos semanas después fuimos a un hotel de vacaciones, ella no salió en todo el día, se quedó en su cuarto con aquel vestido blanco que yo me colocaba todos los días en mi juventud.  Esa misma noche escuché pasos, estos salían del cuarto, caminé para seguirlos, sin embargo, me guiaron a la azotea del hotel, el punto más alto a trece pisos del suelo.  Ese momento quedó grabado en mi mente de forma específica. Su vestido blanco ondeaba con el viento y ella levantaba los brazos llenos de cortadas, miraba al suelo mientras caminaba al borde.  Mi corazón detuvo todos sus latidos en seco, comencé a correr hacia mi hija con las lágrimas saliendo de mis ojos. Tomé con un fuerte abrazo su cuerpo, tenía sudor en mí, mi ritmo cardiaco había aumentado. 

    —¿Por qué lo haces?, yo… yo te amo mi niña.

    Ese fue el día en que entendí una cosa muy importante, lo que en realidad era amar. No es más que querer a alguien más que a ti mismo, es dar tu aliento y esfuerzo por la gente que quieres, es el hecho de saber que están bien y anhelar que una sonrisa se dibuje en su rostro. Entendí que no es necesario tener una relación para amar a alguien, amaba a mi madre… amaba a mi hija. Pero el problema radica en eso. Amar puede ser la aventura más hermosa y emocionante del mundo, pero… te romperás el corazón en algún punto, se te caerá el teatro y no podrás seguir adelante. Sin embargo, nunca dije que el amor fuera malo… si lo fuera, nadie amaría.

    Te invito a una gran fiesta

    Ángel Malpica

    Twitter: @ngelMalpica4

    Instagram: epiphaniko_music_

    Facebook (página): EpiphanikOficial 

    Wattpad: @Epiphaniko

    Youtube: Epiphaniko Music

    México

    ¡Ven!, ¡vamos!, te invito a una gran fiesta, se dará lugar en tu conciencia, los anfitriones son tu espíritu y tu esencia; te invitan para que los conozcas mejor, para que se unan, sean amigos, sean amor, te darán varios presentes, un gran abrazo y un poco de calor. De comer habrá bastante variedad, un poco de inocencia que de niño olvidaste, servida con la pasión que por decidía dejaste, aderezada con el perdón que debes a quien insultaste, y con el que no recibiste cuando aun así perdonaste. De tomar habrá para aventar hacia arriba; un poco de jugo o un poco de cerveza, un poco de tequila, un poco de pulque para afinar la garganta. Si crees que eso es todo espérate y aguanta, ya entradito en copas conocerás a una muchacha, se llama soledad, ten cuidado que te puede dejar mancha, te darás cuenta que sus besos son sabrosos y se disfrutan mucho, pero ya envuelto en su regazo duele estar con ella como si una pistola te vaciara su cartucho.

    Después de dejar a soledad, te irás con unos buenos amigos, se llaman autoestima y cariño, ambos estarán peleados y los tendrás que ayudar, les dirás que si se unen nadie los podrá frenar, le dirás a cariño que levante a autoestima cuando esté en el piso y a autoestima le dirás que con todos los demás haga lo mismo. Esa fiesta estará muy animada pues invite a alegría, te dará un consejo que te alegrará el día: Cuando sientas que tu vida no va bien, sonríe, alguien está peor y no sabes quién. Saliendo de la fiesta encontrarás a unos malandros en la esquina, se llaman miedo, tristeza y envidia, pero si los enfrentas, sonriendo e ignorando, ¡felicidades saldrás ganando!

    Inteligencia nos llevará a nuestras casas, él nunca se ha llevado bien con corazón por sus arrebatos, pero qué le vamos a ser, si ni uno ni otro se intercambian los zapatos.

    Ya estando en casa dormirás alegre, pues mañana hay otra fiesta, también será en tu conciencia, los anfitriones son de nuevo tu espíritu y tú esencia, tendrás más inteligencia y los conocerás mejor, volverán a comer, estarán felices y dándose amor.

    Tu vida será de fiestas diarias, nunca dejarás de descubrir lo que puede suceder dentro de ti. ¿Entonces, que dices?, ¿te acompañas?, ¡Ven!, ¡Vamos! Te invito a un gran festín.

    Mi pañuelo

    Angie Hernández

    Instagram: angie97h

    Colombia

    Seis de diciembre, el día más oscuro y silencioso de toda mi vida; el aire está más pesado y es más difícil llevarlo hasta mis pulmones, la noche está muy fría y aunque creo que ya todo terminó mis piernas no responden, debe de ser por el lodo, quizás debo esperar un poco más. 

     Aún con la vista muy nublada por mis lágrimas y el fango que llevo en mi cara, puedo distinguir algunos rostros de mis compañeros en este océano de sangre; de hecho, encuentro más cuerpos aquí que peces en el rio Sinú. Mi ciénaga ahora es una ciénaga de sangre, mi corazón late muy fuerte como queriéndose salir, los pavorosos disparos le han aturdido y no es al único, quiero cerrar mis ojos y ausentarme de aquí. Hace tan solo unas horas sentía gran valentía y tenía muchas ganas de que llegara este momento, porque creí que sería diferente que lograríamos algo; tenía mi fe intacta pero nunca había deseado tanto regresar en el tiempo como en este momento; Siempre se hacen infinidades de planes, pero muchas veces alguien más ya tiene otros planes, porque no somos dueños ni de nuestra vida, no elegimos cuándo llegar y mucho menos cuándo partir, como mis compañeros que no tuvieron tiempo de despedirse. 

    No sé cómo es que algunos son destruidos   para que unos pocos sobresalgan, pero es la realidad y se vive con la mayor naturalidad posible. Aún puedo escuchar cada palabra de Erasmo alentándonos a todos, motivando a cientos de hombres valerosos, iguales a él, que solo deseaban recibir lo que merecían.  La ambición y la crueldad de la humanidad no tiene límites, en este momento la noche lleva consigo un olor de terror y desolación insoportable, la esperanza se desvaneció con el paso de las horas, el sonido del crujir del viento, el eco del llanto y los gritos de mis hermanos caídos provocan más melancolía que G menor, la modificación del preludio de Bach hecha por Luo Ni. 

    Aunque no me queden muchas fuerzas para seguir respirando y arrastrarme sobre los míos me llegue a robar el aliento dejando mi alma como el espejo que se rompe en mil pedazos; mi pluma no deja de moverse sobre mi viejo pañuelo manchado de sangre, porque si pude refugiarme en el fondo del lodo siendo invisible para los adversos insensibles que no conocen la piedad ni la misericordia, debo intentar alzar mi voz por medio de mi pañuelo, me aferro a él porque es lo único que me queda, con la ilusión de que quien lo encuentre no sea inclemente ante la desventura de los suyos y haga lo posible para que tanta inmolación no sea en vano. Nunca imaginé que la vida de mi gente fuera más insignificante que unos cuantos racimos de banano que no se cortaron. Aunque sea lo último que haga, plasmaré mi dolor y los horrores que padece mi ser en mi pañuelo, en memoria de todos los hombres gentiles que perdieron su vida luchando por sus derechos.

    15 de enero de 1929 – 10:30 a.m. Crónicas de un hombre inmolado

    Periódico el comunicador. Redacción periodística por: Abril Hernández.

    La dama y el águila

    Anik Roxi

    Instagram: @anikroxi

    Perú

    Había una vez una dama y un águila. La dama estaba llena de fe, esperanza y amor, pero no sabía amar a alguien más que a sí misma. Estaba llena de ego y vanidad, pero no sabía admirar la belleza de los demás. Y, al mostrarse tal cual, a todos sus amigos lograba ahuyentar. En cuanto ella salía fuera de su gran burbuja de oro, todo aquel que la veía llegar bajaba la mirada, escondía su sonrisa y se esfumaba para no cruzarse en su camino. Cierto día, la dama decidió que era hora de mudarse, decidió que había llegado la hora de volar, de conocer y disfrutar de otro ambiente. Y fue así que se dirigió a las montañas, su ego hacía que se sintiera superior a los demás, por ello eligió la montaña más alta. Una tarde fría de invierno, mientras regresaba a casa luego de un largo paseo por las montañas, la dama se encontró con una tormenta, en medio de los truenos y de la lluvia decidió refugiarse en una cueva. Al adentrarse en ella, vio un pequeño nido con un águila al borde de la muerte junto a un huevo y una víbora. La dama se compadeció del águila, y la mató, pensando que de esa manera su muerte sería menos dolorosa. Luego, tomó el huevo y lo llevó. Pasada la tormenta, pudo volver a casa sana y salva, y con algo para cenar. Al llegar a casa la dama inmediatamente sacó el huevo de su bolsillo y se dispuso a cocinarlo. Mientras se alistaba para prepararlo el huevo empezó a partirse, la dama se llevó la sorpresa de que el águila que ella mató era la madre del aguilucho que estaba naciendo, y que, ésta murió defendiendo a su cría. La conciencia de la dama la torturó inmediatamente, y no tuvo más remedio que dejar vivir al aguilucho. Entonces, pasaron dos otoños, y el águila cada vez estaba más grande. La dama se había encariñado mucho con el animal que ella misma había domesticado.

    Una mañana, mientras la dama había salido a dar uno de sus paseos diarios, el águila yacía en una rama del árbol más alto en el jardín de la casa. Llegó un ave y le preguntó ¿por qué no sales a cazar? y el águila respondió ¿cómo puedo hacer eso?, el ave alzó vuelo y dijo Así, el águila solo agitó las alas, pero no se pudo soltar de la rama, y solo dijo No sé volar. El ave se marchó burlándose y gritando Conocí un águila que no sabe volar. El águila que al principio no prestó atención, se quedó con la intriga, y, en cuanto llegó la dama, el águila le pidió que le enseñara a volar, pero la dama solo le dijo que las águilas no solían hacer eso, ató una soga a la pata del águila y al árbol, y con comida la hizo callar. El águila pasó varios meses atada, dejó de comer y solo trataba de llamar a algún ave que se compadeciera y le enseñase a volar, le ayudase a huir. Pero, un día el águila se cansó, se cansó de estar atado, secuestrado, de no tener libertad y no poder volar. Y en medio de su tristeza y desesperación empezó a dañar la cuerda, para romperla y escapar. Sin embargo, en medio de ese lío, la dama llegó y vio todo. La dama se molestó mucho, porque sentía que el águila era suyo, que le pertenecía y quería tenerlo con ella por siempre, sin importar que el águila ya no fuese feliz a lado suyo. Así que, tomó un fierro con el que movía las brasas del carbón en la chimenea de la casa y quemó la pata del águila, luego la cabeza y cuando iba a quemar los ojos del águila, este con sus garras tiró de la mano de la dama y con su pico logró arrancarle la piel de las manos y dejarle sin un dedo. El águila llena de rabia, dolor y confusión alzó vuelo y se marchó muy lejos, lo más lejos posible para nunca volver a ver a la dama y recordar el dolor y las cicatrices del cuerpo y del alma que ella le causó. En cambio, la dama, volvió a su casa antigua y juró no volver nunca más a las montañas.

    Las personas que veían a la dama la creían héroe, pues ella les solía contar que de un águila malévola, salvaje y feroz, de ser comida, se escapó, y que además, a un tierno polluelo suyo intentó salvar. Y fue así que la dama de valiente y gentil se coronó. Y el águila como ser temible y malvado vivió. Es como dicen por ahí, en la historia el lobo es el malo si caperucita es quien cuenta la historia. Por favor, tú que me leíste y llegaste hasta aquí, no dejes que nadie ni nada te arrebate los sueños y la idea de hacerlos realidad, especialmente no dejes que nadie te quite la libertad y las ganas de volar, porque libre naciste y libre siempre serás.

    Amarse a sí mismo

    Aquiles Mora

    Instagram, Facebook, Wattpad y Twitter: @AquilesRGMora

    Venezuela

    Ella me había llamado, después de tanto tiempo no pensé que su llamada haría que mi corazón latiese con fuerza, haciendo que mi voz sonara temblorosa por teléfono.

    Quería verme, que fuera a su casa esa misma noche, dijo que me esperaría con ansias, no podía evitar que su llamada me hiciera sonreír de gusto, después de tanto tiempo sin tenerla cerca quería que nos viéramos, siempre tan traviesa, hermosa y de ojos brillantes, que cuando la mirabas solo querías perderte en ellos.

    No tarde mucho en salir de casa y encaminarme a la suya, si ella quería verme debía ser algo importante, algo por lo que no podía esperar, y si me había llamado, era porque me necesitaba, estaría ahí para ella, como lo había hecho ya tantas veces.

    No tardé mucho en llegar a su edificio, a lo lejos podía escucharse el tronar de la tormenta que se avecinaba en esa fría noche, llamé al intercomunicador y el timbre de la puerta fue su respuesta para que yo entrara, sabía en qué piso vivía, solo tenía que subir, y tocar la puerta.

    Pero la puerta ya estaba abierta, me pareció muy extraño que estuviera abierta así que entre con pasos cautelosos, mirando bien todo lo que había a mi alrededor. El pasillo de entrada estaba bien iluminado, podía ver el cuarto principal al fondo, a la izquierda la entrada a la cocina y la sala a mi derecha, cerré la puerta y la llamé.

    Una sombra se acercó a mí desde la sala, era ella, cabello ondulado y largo, que caía hacia su espalda justo por detrás de sus hombros. Su piel canela brillaba bajo la luz del pasillo, vestía una bata de seda muy fina que dejaba adivinar su silueta, me veía sonriente, complacida por mi presencia.

    —Sabía que vendrías —me dijo.

    —Para ti, cuando quiera —le respondí, ya atrapado en el brillo de sus ojos.

    —Te estábamos esperando.

    —¿Qué?

    Oí pasos provenientes de la habitación, era él, descalzo y en jeans, su novio como siempre aparecía en el momento más inoportuno, pero esta vez, parecía ser yo el inesperado. Ella caminó hasta él y dándole la espalda dejo que él la abrazara.

    —Vaya... Sí vino —dijo él.

    —¿Qué está pasando aquí? –pregunté.

    —Hay algo que quiero hacer y que, según ella, tu serías el indicado. 

    —¿Qué?

    —Estás enamorado de ella ¿no es así? Siempre lo has estado, desde el primer momento. Desde hace años.

    Bajo sus manos y la tomó por la cintura, su mano derecha pasó más arriba y pegándola a su cuerpo acarició su seno por debajo de la bata.

    —Hacer lo que yo hago con ella todas las noches. Imagino cuántas veces pudo pasar por tu cabeza.

    Ella no decía nada, al igual que yo, solo me miraba mientras él la acariciaba, rosaba su mejilla junto a la de ella mientras me hablaba.

    —¿Y si te dijera que puede ser tuya esta noche?

    En ese instante la soltó, arrebatándole la bata de un tirón y empujándola hacia mí, desnuda, con la textura de un durazno que suspiraba profundamente.

    —Yo te daré esa oportunidad, sé que lo deseas, tanto como ella. Quiero que la diviertas.

    Ella no dijo nada, solo se acercaba a mí, caminando lentamente, no miraba su cuerpo, que ya de por si era una obra en movimiento, veía sus ojos que me tenían hipnotizados desde el momento en el que entré al apartamento.

    —¿Me deseas? — susurró, ya estando delante de mí. Embriagándome en su olor.

    —Sí — mi voz fue solo un suspiro al decirlo.

    Ella se acercó más a mí y cuando sus labios estuvieron a centímetros de los míos una frase retumbo en mi mente.

    Entonces giré mi rostro y su beso terminó en mi mandíbula, luego de un segundo ella se apartó sorprendida, extrañada.

    —¿Qué sucede? —preguntó ella.

    Mi rostro inexpresivo estaba fijo en la pared donde colgaba un retrato, una foto que le había regalado, la única foto mía que ella tenía. Por algún motivo, nunca llegamos a tomarnos fotos juntos a pesar de que siempre estuve con ella, y para ella, pero… ¿Había rastro de esa amistad en su propia casa? No la había.

    Entonces lo vi a él, parecía triunfante, aunque sorprendido, y luego a ella a la que en sus ojos no podía dejar de ver confusión y desconcierto. Levanté una mano y acaricié su mejilla, como muchas veces lo había hecho antes.

    — ¿Qué? —me preguntó.

    Me alejé de ella, dando un par de pasos hacia atrás, sus ojos abiertos de par en par me veían desconcertados, pero yo gire sobre mis talones y abrí la puerta, prometiéndome a mí mismo que no dejaría que la frase que retumbó en mi mente se repitiera de nuevo...

    Solo eres un juguete.

    Llegué a la entrada del edificio, las nubes negras ya se posaban encima de mí, y fue entonces que me di cuenta de que a la noche le dio por llorar por mí.

    Lugar común

    Aranza Ramos Peña

    Facebook: Aranza Bouquets

    Instagram: aranzirlz y el.armario.de.libros

    México

    El incendio que causó mi vecina en su casa quemó mi árbol. Su corteza ahora es un pan tostado: negro y endeble. Alrededor hay cenizas que revolotean entre las ramas marchitas,  sobrantes. Lorena recarga su espalda en la puerta de su auto y prende un cigarrillo. Me acerco, tímido. La saludo; no obtengo respuesta. Quiero intentar de nuevo, pero interrumpe su voz entre el humo.

    —¿También bromearás sobre el accidente?

    —No. Sólo quiero acompañarte a fumar.

    Mi penosa mirada toca nuestros pies. Sí había pensado en tontear para quemar el silencio como ella hizo con su casa.

    —¿Esperas a que te ofrezca un cigarro?

    —Tal vez…

    —Si creas alienígenas y caos, una caja de cigarros no te cuesta nada—dijo al cielo, o al espacio, o a la nada. No sé a quién le habla. Tal vez a alguien que mis ojos no alcanzan a ver. Lore me regresa su mirada fulminante y recorre todo mi cuerpo de una pasada. 

    —Eres otro de sus títeres, ¿eh?

    —¿Mande?

    —¿Cuál es tu intención?, ¿platicar conmigo, enamorarme, pelear a causa de una infidelidad para que al final nos demos cuenta de nuestro amor, declararlo al mundo entero y vivir juntos para siempre?—enmudece para calar de su cigarrillo. Parece que su don es ver el futuro. 

    Hablar no es lo ideal en este momento; sólo rasco mi nariz.

    —Ah, él no lo sabe. ¿Cuándo piensas confesárselo?—le grita a la presencia ausente.

    —Oye, estás ocupada, así que…—comencé a avanzar hacia mi auto.

    —¿Quieres que vaya tras él, otra vez, y lo detenga? Deberías hacer algo más original—sigo caminando. Sé que sus palabras no son para mí.—¡Oye!, ¿cuándo narrarás? Es más, te ayudaré. Empecemos: las nubes blancas como la nieve cubren al brillante sol. Lorena es hermosa; sus ojos brillan más que las estrellas. ¡Vamos, el día cae!—mi vecina no deja de saltar desesperada y levantar la voz— Ahora eres mudo. ¿Será que alguien más es el narrador? Ah, ya sé. ¿Es él, verdad? ¿En serio?, ¿él? —me señaló; después caminó hacia mí. Ella es un escándalo.

    —¡Oye, personaje!, ¡sí, tú! —dijo sacando el humo de su boca enojada. La ignoro. Subo al asiento de mi auto y, antes de poder cerrar la puerta, Lorena se interpone. 

    —¿Eres tú, verdad? —se abalanzó sobre mí— ¡Dilo!, ¡dilo!

    —¿Ser qué?

    —El narrador. Eres quien narra. ¿No escuchas la voz que relata en tu cabeza?

    —¿Qué dices?

    —¿No te cansa que alguien ajeno a ti conduzca tu historia? Es lo mismo siempre: se sufre una historia de amor, o al final matan a alguien inesperado, o se intercambia el odio por el amor, o queda un final inconcluso, o los villanos logran su objetivo, o a los malvados les nace la bondad y no sé qué más. Reciclan nuestro cuerpo de barro y lo transforman en otro similar o diferente. Me he nombrado la prostituta de los autores, pues he estado con la mayoría. Me hacen hecho y llaman a su gusto: Lorena, Medea, Julieta, Sherezade, Dulcinea, Jane Eyre, Justina, entre muchos otros nombres de una lista interminable. 

    —Te puedo dar el número de mi terapeuta, si quieres…

    —¡No! No eres más que un eslabón inútil. Así como a mí me rehúsan, también a ti. Visualizo en tus ojos antiguos nombres: Sancho Panza, Watson, Auguste Dupin, Nick Carraway y ahora Oscar. 

    —No te entiendo.

    —Sólo debo de advertirte que últimamente nuestro creador nunca acaba la historia. Ten por seguro que hará trizas esto y nos convertirá en personas que ni en tu imaginación has visto.

    Trato de digerir en mi estómago hambriento toda esta labia. Volteo hacia arriba para tratar de observar a nuestro creador, pero lo único que veo es una sombra puntiaguda que se acerca. Parpadeo un par de veces y, de pronto, todo oscurece.

    Lombrices

    Arturo Rojas Alvarado

    https://www.instagram.com/librosmephisto

    https://www.facebook.com/mephisto.libros.1

    Costa Rica

    En esos antiguos tiempos, donde prácticamente se vivía en un estado natural, donde el derecho es equivalente al poder, y donde bajo la ley de Parásitos vivían muchos, ganándose la tierra a costa de trabajo. Se ve entre los altos montes llegar en su caballo a don Claudio, un viejo alto y delgado, con bigote gris y de piel seca, su camisa blanca deja ver su pecho y a falta de botones lleva un nudo que la cierra. 

    Un niño y una niña se acercan corriendo al padre al ver que ya está de regreso, se pelean por la rienda del caballo y el padre con el ceño fruncido los mira, y esto basta para que la revuelta cese. 

    —Teresa, lleve la bestia al corral —dice el padre a la pequeña niña que toma las riendas y camina alegremente junto al caballo. 

    Braulio, el otro niño, se siente decepcionado y se enfada cruzando los brazos, lo cual le recuerda a don Claudio su propio carácter. 

    —Tome, lleve el saco con las cosas para dentro —manda don Claudio al niño, y éste lo realiza tan alegremente que su hermana estuvo a punto de dejar las riendas del caballo para ir a disputar la encomienda del otro. 

    Los tres entran al hogar, una casa de madera y piso de tierra. Estaba situada a varios kilómetros del pueblo más cercano, pero la distancia no era tan importante como la mala calidad del camino fangoso y riesgoso, tanto que viajar para comprar víveres era algo poco frecuente. Don Claudio había tenido que hacer un viaje imprevisto, ya que su hijo menor, también llamado Claudio, se había enfermado gravemente del estómago, y era bien sabido que algunos niños en las montañas morían por los parásitos, cuando las lombrices salían por su boca y nariz y terminaban por asfixiarlos. Por esto, don Claudio había hecho el viaje de dos días a caballo para poder comprar lo necesario para purgarlo. 

    Don Claudio puso sobre la mesa los fósforos sobrantes de la rueda que había llevado para el viaje, les dio a Braulio y Teresa un poco de la libra de azúcar que había sobrado en su bolsillo y que llevaba como golosina, pero que la urgencia le había hecho olvidarla. Los dos hermanos se la disputaron hasta que la azúcar se disolvió por el suelo y ninguno pudo probarla, excepto las gallinas que llegaron a picotear. 

    Doña Terencia vivía con ellos, y aunque no era la madre de los niños ellos la obedecían como una madre, era una señora de unos cuarenta años, pequeña y regordeta, de tez algo rojiza y de cabello muy negro. Tomó el saco y lo puso sobre la mesa, de él sacó un envase con aceite de castor —lo cual realmente era aceite de ricino o Castor Oil— que el niño debía tomar inmediatamente; y media libra de sal Inglaterra, la cual darían de tomar a Claudio el siguiente día para terminar de purgarlo. 

    Claudio estaba acostado sobre la cama, con sus calzoncillos hechos de saco de manta, y se revolcaba del dolor de estómago, el sudor lo empapaba por completo, y al ver el medicamento empezó a llorar. Doña Terencia abrió el envase con el aceite y dentro de la misma tapa vertió parte de su contenido. Braulio empezó a burlarse de su hermano, sacaba la lengua y hacía todo tipo de muecas, Claudio estuvo a punto de lanzarse contra su hermano por la rabia, pero cuando tuvo la tapa llena de aceite rozándole los labios, recordó la vez que Braulio tuvo que comer carne de zorro para curarse la tosferina, y dio tal carcajada que doña Terencia aprovechó para hacerlo beber el aceite. 

    Un rato después, las largas y blancuzcas lombrices eran regurgitadas, Teresa brincaba de la emoción y Braulio estaba completamente absorto ante la escena. Las gallinas se acercaron presurosas a comer las lombrices que caían al suelo, pero los tres hermanos lanzaban patadas para ahuyentarlas. Claudio las ahuyentaba con mayor dificultad, debido a su estado y a que no paraba de vomitar, pero a pesar de eso no quería perderse del juego. 

    San José, 2018

    En alta mar

    Austria Colín Cortés

    México

    Era un barco sin rumbo, clandestino, saliendo de la niebla, solo se veía al sargento y a la chica del vestido escarlata. Nadie creería que aquello fuera real.

    —Déjame ir.

    —Nunca.

    I

    Y a fuerza de sentir su sangre caliente en las manos se aventó directo al mar.

    ¿Quién baila y se embriaga en soledad en la pista? ¿Quién es el fantasma  que se aparece de repente al voltear las esquinas o atrás de un espejo? Dicen que el mar es más salado por las lágrimas derramadas ese día, pero los fantasmas no lloran y los muertos en vida no tienen remordimientos.

    Si hacía calor, eso no lo recuerda, lo que no lo deja dormir es su corazón que no ha dejado de latir a ese ritmo desde ese día. Corrió de la costa con la camisa llena de sangre y el arma desenfundada.

    El cuerpo en el pasillo hacía el bar y la pista de baile, le hace perder la respiración, mientras se le nubla la vista. El grito de ella se escucha en su nuca. Voltea solo para saber que sus ojos lo engañarán desde ese momento. Unas grandes lágrimas salen de los ojos de ambos. Nunca se habían visto tan desamparados.

    Pero ya es otro día y hay más desobedientes que matar. Es imposible vivir en la tierra y eso es ley. Quien no se suba a un barco para perderse en el mar, solo tiene un destino: una muerte sin dolor.

    A él no le importa, enfunda su arma, retiene las lágrimas y deja intacto el vestido rojo en la cama. Descansa en el suelo, pues no merece otro lugar. No más manchas, lo único rojo será su vestido.

    II

    Pasea distraída por los pasillos, ahora está en los dos turnos. En el día se pasa por todos los cuartos, removiendo el polvo y por las noches entrega alcohol a los remordimientos y culpas.

    Pero al encender las primeras luces en el barco, lo ve llegar, más salvaje y más loco que el día anterior, pero vivo. Corre para acercarse a él y se detiene. Tienen que guardar el secreto, el secreto que desde hace meses los ha obligado a dejar la soledad de las noches en sus dormitorios. Los días libres de peleas y botellas bailan hasta el amanecer y hablan de las olas y la espuma y como es que el ruido parece murmurar sus nombres.

    Hay días en los que no se pueden evitar las miradas intensas a través del vacío para encontrar un cuerpo, ni se pueden evitar las risas de las alucinaciones en los pasillos mientras se resbalan por las paredes hasta quedar en el suelo. Se cubren los ojos con sus manos, mientras la carcajada se convierte en jadeo de dolor.

    III

    La ve a lo lejos, en la bahía, no toleraría la escena dos veces y como uno de sus puños en combate, se lanza hacia ella, con fuerza y sin posibilidad de fallar. Se coloca frente al cuchillo y la imagen de la chica. El filo corta todas las capas del cuerpo hasta que llega al hielo que habita dentro de él, que en un momento de prodigioso milagro diabólico le llena de llamas el cuerpo, convulsiona y cae.

    Vuelve a escuchar su grito en la nuca, está vez no puede voltear y murmura:

    —Ya estamos a mano.

    Ella lo sostiene en suaves y frescos brazos, lo ve a los ojos. Lo único que hay en medio es luz y agua.

    —Dejé el vestido donde antes solía amarte.

    —Esta noche bailaremos la última pieza y beberemos la última copa.

    Con la herida de quince centímetros en el abdomen se pone su traje de gala, peina su cabello y se dispone al encuentro en la pista de baile. Todo está desierto, ni un alma que merezca el cielo en los pasillos ni en el bar. El vestido escarlata brilla en una esquina, ella camina hacia él con una botella de Perrier— jouët. Bailan.

    Camina por los pasillos del barco

    Fantasma él, no quiere despertar. De un lado se sostiene de lo único seguro: una botella. Su izquierda sangra directo de la herida de su corazón.

    Ve para enfrente, seguro de su destino. No es la muerte quien lo espera, es Ella. Siempre ha sido ella.

    IV

    Delante de las olas y el infinito mar:

    —Quien vive en la tierra está condenado a una muerte sin dolor.

    —Que el azul absorba los restos de lo sagrado que queda en mi sangre, que sin ti, ni en la tierra ni en el mar.

    —Déjame ir… o aviéntate conmigo.

    Después de nueve meses de espanto el coronel toma la mano de su amada, sonríe y cae al mar.

    Dicen los que corrieron para detenerlo que solo se vio un manchón rojo, que era el mejor coronel de la flota, que se volvió loco de no verla, y a la vez, verla en cada esquina. Que bebía solo y daba vueltas hasta caerse. Dicen que fue su culpa que ella muriera, y ella nunca lo dejo en paz: ¿Cómo podría? si él le quitó las ataduras de la falsa libertad cuando la recogió de la bahía, para internarse en un profundo mar azul.

    Al 1%

    Carlos Valdivieso

    Instagram: @eljugoso

    Ecuador

    Raúl pasea en su ataúd viviente junto a Luperca, su robot asistente. Un rostro hermoso sobre un cuerpo tan inhumano que dejaba claro lo artificial de su creación. Una forma esférica con extremidades que simulan una araña, muy funcional en diseño.

    El cementerio por donde pasean está lleno de flores coloridas, árboles robustos, todo muy natural salvo las maquinas que lo podan y dan mantenimiento. Pequeños y medianos robots con la única función de tener este campo santo en perfectas condiciones. 

    Detalles de cristal con tonos azulados adornan las tumbas, tan hermoso que descansar por toda la eternidad en un lugar como este sería una victoria. 

    Raúl con leves movimientos de su cabeza buscaba con la mirada a Luperca. 

    —¿Ya está corriendo el algoritmo corregido?—pregunta Raúl, una momia viviente dentro de esta máquina que lo mantiene vivo y que sobre todo lo mantiene pensando. 

    Luperca se acerca, despegando la cabeza de su cuerpo robótico impulsado por flotadores de anti gravedad.

    —Todo el algoritmo está corriendo, está emulando todo el conocimiento de la humanidad. Una simulación hereditaria, una cadena de programación vivencial, mejora con cada comando, con cada función y neurona escrita. La programación inicial ha sido borrada por partes y la reemplaza por mejoras. 

    La red neuronal funciona y la potencia de la ciudad pone en marcha todos los escenarios. Una cuna mental que, como lo predijo, evoluciona y solo falta 1%.—  dijo ella sin expresión en su fino rostro, tan rápido que parecía que las palabras no tenían ningún significado para ella.

    Con mucho esfuerzo Raúl mira a Luperca y mueve su boca junto a una barba abundante pero maltratada, un balbuceo de un hombre que parecía hacerse polvo, la decadencia lo acompañaba con cada palabra. El ataúd viviente emite una voz tan joven y humana que sabe que no le pertenece. 

    —Hoy moriré, mis funciones cesarán. Mis colegas murieron en máquinas como la que me mantiene vivo, todo por el gran objetivo. Estoy contento porque esta inteligencia artificial que dejo es un regalo. Es mi legado y está lista para ser la nueva guía de la humanidad —una leve pero molesta tos lo interrumpe, una tos que salía de su deteriorada garganta, que era una oscura caverna en medio de su rostro viejo y arrugado. 

    Al dejar de toser se apresura a hablar.

    —Computadora, reproduce el recuerdo archivado como beso —una de las pantalla de su ataúd se va a negro y luego vemos el recuerdo de Raúl, un recuerdo perfecto y brillante de su memoria. Un joven Raúl de 20 años besa a una mujer encantadora. Que para curiosidad de Luperca se parece mucho a ella. 

    —¿Por qué la mujer del recuerdo se parece a mí?—pregunta Luperca con cierta calidez. 

    —No, mi niña, no se parece a ti, tú te pareces a ella. Y por lo que escucho ahora sabes que ese soy yo.

    Luperca no entiende por qué la salvación de la humanidad tiene que tener un rostro tan de ella. Raúl desde su posición casi que recostado la mira como diciendo ¿qué has descubierto?

    Luperca vuelve a unir su cabeza a su cuerpo y se acerca a Raúl.

    —La humanidad no existe desde hace 300 años en la luna, y la gente en la tierra  necesita una salvación, la nueva inteligencia es la paz para el mundo, pero ¿por qué se tiene que parecer a tu recuerdo?

    Raúl con mucho esfuerzo responde.

    —Los muertos, muertos están. Pero la esperanza del mundo no solo está en estadísticas y súper inteligencias, en los recuerdos de los que amamos hay esperanza y he usado eso como motor.

    Casi sin aliento, Raúl muere, un cadáver sostenido por una máquina que se creó en su propia ciudad para darle más tiempo de vida, para darle más tiempo para de crear.

    Luego una alarma suena, las pantallas cercanas y las de Luperca marcan el 100% de la tarea que ha sido completada. Ella con la rapidez que sus extremidades arácnidas le proporcionan, llega a la sala de creación, donde para su asombro, sale un cuerpo humano de la incubadora, una mujer…es la del recuerdo de Raúl, la esperanza de la humanidad. 

    —Llegaste como salvación, como la última esperanza. Lástima que el creador no estuvo un poco más para verte —Luperca dice esto con algo de pena mientras la admira y la analiza con cuidado— ¿Cuál es la primera tarea para salvar a la humanidad? —pregunta Luperca con una emoción que jamás pensó sentir. 

    La joven mujer con ojos de curiosidad mira lentamente para todas direcciones y luego mira a los ojos a Luperca.

    —Quisiera otro beso para empezar ¿Dónde está Raúl?

    Antes y después de mí

    César Yohan Aldana

    Facebook: César Aldana Maza

    Instagram: cesar_yohan13

    Colombia

    Cuando llegué a mi adolescencia solía comer mucho, lo hacía a toda hora incluso antes de dormir, eso causó que tuviera muchas pesadillas; recuerdo que un 3 de abril había fiestas en mi pueblo, ese día comí más de lo usual, me fui a casa y me acosté en mi cama.

    Esa noche cambió mi forma de pensar, muchos dicen que sólo fue una pesadilla, pero yo estoy seguro que alguien me estaba diciendo algo; esa noche soñé que me encontraba en una granja, yo era el dueño, estaba cuidando a mis animales y veía borroso a mi familia, se sentía muy bien estar allí y se notaba que la época en la que estaba era muy antigua.

    De repente todo el escenario cambió, ya no estaba en la granja, ahora me encontraba escondido en una trinchera, era muy joven y tenía un uniforme como del ejército, pero era muy raro; de repente sentí algo caliente en mi pecho, me habían herido y enseguida todo se apagó.

    Volvió a cambiar el escenario, ahora me encontraba en un bar sirviendo y todos me trataban con respeto, la decoración del bar era clásica y la gente vestía como lo hacían siglos atrás y de golpe desperté.

    Todo fue tan raro, demoré días pensando en ese sueño, hasta que un día en la calle escuché un llamado, era una voz de hombre y lo hacía casi susurrando, no les niego que me espanté mucho, porque miré y no había nadie cerca de mí.

    No le presté atención y continué con mi vida lo más normal y de nuevo volvió la voz acompañada de un ruido como de botellas, ese día dijeron mi nombre y de nuevo no había nadie, en ese instante si me empecé a preocupar, ya todo era muy extraño.

    Pasaron un par de años y mi vida seguía como siempre, todo lo rutinario. Ya había pasado de ser adolescente y me convertí en adulto, los compromisos crecieron y el estrés también.

     Un día me quedé dormido en mi trabajo y volvió la pesadilla; esta vez estaban todos reunidos (el granjero, el soldado y el señor del bar) estábamos todos en el bar tomando una gran botella de whisky. El soldado me preguntó ¿qué tal es tu nueva vida? a lo que respondí que todo normal, nada extraordinario; de seguido el granjero comentó algo.

    —Ustedes los que viven en la ciudad llevan una vida muy loca —el dueño del bar se echó a reír y tomó un trago, fue una charla que duró un buen rato.

    Cuando llegó la parte de la despedida el soldado mencionó de nuevo otras palabras.

    —No se asuste cuando lo llamemos al oído, solo queremos saber qué tal le está yendo, nos preocupamos por ti.

    —Intentaré no asustarme —dije nervioso. 

    Desperté y sentí que había hecho un viaje, me sentía muy agotado; terminé mi rutina en el banco donde trabajaba y me dirigí a casa. Abriendo la puerta de mi casa escuché un sonido en mi cuarto así que rápidamente me dirigí hacia allá y no había nada, me senté en la cama, me quité los zapatos y me acosté de espalda. Rápidamente me dormí y sentí una música romántica, era de una banda en vivo, abrí mis ojos y estaba bailando con una muchacha muy bonita, sentí el suave vestido de ella en mis manos mientras tenía mi mano en su espalda, terminamos de bailar y nos fuimos a caminar, puesto a esto llegamos al bar, sí, otra vez; ya yo estaba un poco aburrido, sentía que ese bar estaba en todos lados. Entrando lo primero que vi en la barra fue al señor del bar y al granjero, pregunté que en dónde estaba el soldado, cuando en eso el granjero me dijo que no fuera de nuevo a la guerra, esta vez si vas no volverás a ver a esa linda chica, sólo la cara de estos dos viejos por el resto de la eternidad.

    La muchacha se había dirigido al baño mientras yo hablaba con mis amigos cuando el de la granja me dijo eso me pareció extraño, pero me miré en un espejo y yo era el soldado. 

    Enseguida desperté de nuevo, ya había amanecido yo sentía en mí algo raro, me estaba volviendo loco. Escuchaba que me llamaban, soñaba con esos señores a cada rato. Ya me daba pereza dormir porque siempre era lo mismo.

    Una vez en el trabajo sentí un dolor de cabeza muy fuerte, me desmayé y de nuevo estaba con los señores del sueño, pero esta vez en la granja sentados en unos troncos de madera en el patio, el soldado me preguntó si ya me había dado cuenta de lo que eran ellos y yo le dije que no; seguido respondió el señor del bar.

    —Tonto, todos nosotros somos tú, pero de diferentes épocas, primero fue el granjero, segundo el del bar y por último antes de que nacieras tú, el soldado, el día que murió el soldado en la guerra empezaste a existir tú.

    —Estás metido en un lío muy grave —expresó el granjero— Estás en el hospital, tienes algo en el cerebro y dudo mucho que regreses allá.

    Sentí el verdadero temor cuando dijo eso, se me cayó el mundo, pero comencé a pensar que allá no tenía amigos, sólo un trabajo que me daba para comer y vivir. 

    —Lo siento, ya tu corazón se detuvo —mencionó el soldado.

    Sufrí un derrame cerebral, en ese momento vi como mi alma se dirigía a otro ser que nació el mismo día. Me dijeron que nadie en el mundo se podía comunicar con sus vidas pasadas pero que yo sí pude porque estaba un poco más muerto que vivo. 

    Ahora estoy aquí en este espacio, viendo cómo crece mi nuevo yo. De vez en cuando le susurro su nombre al oído y él voltea, pero nunca puede verme.

    Cuatro paredes

    Constanza García

    Constanza Garcia (Facebook)

    constanza.garcia.395 (Instagram)

    Argentina)

    ¿Qué pasa cuando la belleza de la naturaleza se enfrenta con lo salvaje del mundo moderno? El verde contra el gris, la creación contra la invención. La naturaleza nos acompaña, lo salvaje nos enfrenta. ¿Nos comeremos entre nosotros, o aún peor, a nosotros mismos? ¿O volveremos a ver la belleza? Todas esas reflexiones le venían a la cabeza cada vez que miraba por esa ventana. Se encontraba en una oficina alta, demasiado alta para ser el edificio de un pequeño pueblo. Y la vista daba justo a la calle principal, una de las pocas que ese pueblo tenía. Era una de las primeras oficinas que habían surgido desde hace algunos años. 

    Desde el segundo piso, podía contemplar cómo los rayos del sol tocaban los fríos edificios y cómo las nubes se movían muy lentamente con el correr de las horas. Aún teniendo mucho trabajo por hacer, no podía dejar de mirar y replantearse muchas cosas. Al estar ahí pensó pucha, ¡cómo ha crecido este pueblo! a lo que después le seguía un suspiro. Y pensó en todas las cosas que a veces eran necesarias para llegar hasta ahí, y de lo que el ser humano puede ser capaz de hacer por poder o por envidia. Ahora ya estoy acá se decía para sí mismo. 

    Estaba en las alturas, admirando el paisaje, pero sabía que eso no le pertenecía. Durante esos días, el recuerdo de lo que había pasado volvía a su mente una y otra vez 

    Recordaba esa semana, hacía un par de meses, cuando su jefe le dijo que él podría llegar a ascender. Pero había también otra opción para el puesto: Alfonso. Ambos habían estado en la oficina muchísimos años. Solo que su rival no era tan responsable como él, ni había hecho la mitad de las cosas que él había logrado. Además, su familia crecía: su esposa embarazada, cuentas por pagar y una casa hipotecada. El trabajo debía ser suyo. Pero por alguna razón el dueño de la empresa no lo prefería. No lo soportaba y él sabía que le daría el trabajo a Alfonso, solo porque era más agradable y carismático. Alfonso se regodeaba con gente influyente y tenía mejor porte. Le daba mucha impotencia no ganar solo por un concurso de popularidad. En los siguientes días se le notó distraído, mirando puntos fijos, pensando por las noches sin poder dormir. No podía dejar que Alfonso ganara, ya había ganado muchas cosas en su vida. Alfonso había elegido el éxito, quedándose solo y sin hijos. En cambio, él había tenido cuatro hijos, con uno en camino y muchas deudas. Tenía que hacer algo... 

    Contemplando aún por la ventana, recordó cuando Alfonso subió de puesto. Le hacía la vida imposible, haciéndole realizar todos sus caprichos y tomándolo como cadete, secretario, y a veces, se podría decir, hasta como un esclavo. Llegaba a su casa y todo lo sobrepasaba. No daba más. Una noche, sentado al borde de la cama, con su cabeza entre sus manos, incapaz de llorar para que no lo viera su familia, se quedó un largo rato en silencio. A la mañana siguiente, antes de llegar a la oficina, entró en un local y salió rápidamente, guardándose algo en el bolsillo. Cuando llegó a la oficina, Alfonso le pidió un café como todos los días. Siempre eran los primeros en la oficina y Alfonso aprovechaba esta situación para tortúralo aún más. Cuando le llevó el café, le pidió otro café porque ese estaba horrible. Ahí fue cuando no pudo soportarlo más, no pudo más y le gritó toda clase de insultos. Alfonso lo cortó en seco:

    — ¿Quién te crees que sos? Estás despedido, ándate —dijo Alfonso, dándose la vuelta mirando hacia esa gran ventana, sin querer negociar más. Él, por otra parte, se quedó pasmado por unos instantes, dándose cuenta de lo que había hecho. Tardó un minuto en analizar la situación. Es increíble cómo el cerebro analiza todo en cuestión de segundos.

    —Te pido disculpas Alfonso, ya te hago el café y te lo voy a hacer más rico. Bancame, ahí vengo.

    Y, antes de la negativa, fue directo a la cocina. Y le preparó un café. Volvió a la oficina y se lo ofreció, dándole toda clase de adulaciones para que lo aceptara. Alfonso, a quien le encantaban los halagos, lo tomó, para poder decirle Está asqueroso y volvió a decirle que se fuera. Él, sin más remedio, se dio la vuelta y se fue, considerándose despedido. 

    Al día siguiente, el diario tenía como titular la muerte de Alfonso. Había muerto al llegar a su casa, y lo habían encontrado en su baño, tirado y desnudo a punto de entrar a bañarse. Una vecina había llamado a emergencias después de escuchar gritos de dolor y un golpe seco. Decían en el diario que había sido un ataque cardiaco. En ese momento, mientras él leía el diario, el teléfono comenzó a sonar y atendió. Era su jefe, quien le ofrecía el puesto de Alfonso a él. 

    Ahora se encontraba admirando el paisaje desde las alturas, con un vacío en sus ojos, y aunque su situación había mejorado notablemente, no podía dejar de pensar. Pero sabía que con el tiempo todo cambiaría y que él, a la larga, se transformaría en Alfonso para otra persona.

    Ella (s)

    Cristian Baquero

    Instagram: cristianbaquero_

    Colombia

    No estoy seguro de cual de todas ellas es la que está encerrada allí. Conocí tantas que nunca fui capaz de identificar a ninguna a simple vista. Entre resoplos y murmullos, los presentes evocan su inmaculado y cristalino recuerdo, pues todos allí estaban seguros de que el único pecado realizado por ella en vida había sido el de nacer sin su pan bajo el brazo. Para mí era necesario observar meticulosamente los ademanes de su caminar o las declaraciones de su rostro mientras contaba cuentos y cantaba canciones. Es difícil reconstruirlas en mi memoria, es difícil diferenciarlas, pues sus difuminados espectros se funden entre sí, amalgamados y quebrantados juntos y cada uno por separado, no permiten bajo ningún pretexto acercarse a su imagen.

    Recuerdo a una mujer tímida y silenciosa que cuando se sentía cómoda era poco serena y en exceso inquieta. Le gustaba contar una a una las fresas que recogía, decía que era una de sus maneras preferidas de asesinar el tiempo.  También recuerdo a otra mujer alegre, con una sonrisa gigantesca y delicada cada vez que se movía al son del triple y la guitarra. Está también la mujer que no se guardaba nada, la que decía lo que pensaba sin importar a quién hiriera, ni a quién se enfrentara. Existió también una temerosa y sensible, que se atragantaba entre lágrimas saladas, sentada justo al lado del espantapájaros de la huerta o mientras acariciaba la panza de su perro, Plumas; ella la que huía de la oscuridad o de los caballos, pues nunca se acercaba sola al establo de techo podrido y paredes de madera maltrechas por el tiempo, la lluvia, el sol o los años.

    Estaba ella, la que desbordaba cariños a su madre y a su abuela, pero casi siempre rehuía a cualquier clase de contacto conmigo o con cualquier otro hombre. Muy rara vez, cuando su agobiada razón era vencida por sus dolosos recuerdos, se refugiaba cerca, muy cerca, y aproximaba despacito su cabeza hasta mi pecho, como si quisiera escuchar el retumbar que allí ocurría, como queriendo saber si realmente estaba vivo. También en ocasiones optaba por sembrar un sabor amargo en los labios, gracias a los besos escondidos que soltaba como chispazos de fogón, ardientes, luminosos, inesperados, agrios como el sabor de los caramelos calientes y deformados que traía consigo luego de pasar horas e incluso días sin salir de su casa. 

    Está atravesada en mi memoria la que contaba esa historia triste sin final alguno. Tal vez la más auténtica, la que recuerdo con más claridad, o mejor recuerdo su historia, historia que contaba como si hubiera sido una realidad sufrida en carne, sangre y lágrimas. Contaba entre dientes cómo un hombre sin rostro irrumpía en la casa de una mujer enjuta que por culpa de su padre había perdido el favor de Dios y estaba destinada a los propósitos maltrechos de aquel ser que hacía carrera para convertirse en demonio; disfrazaba su violencia con caricias suplicias, susurraba dulces atrocidades envueltas en un aliento cenizo y alcoholizado. Él suplicaba al espíritu blanco del recuerdo, que habitaba la caballeriza a la que la traía de los pelos, que esta vez pudiera entrar sin desgarrar, que su luciferina fuerza no abusara de los designios de sus ropas claras manchadas por el fraguar del nefasto momento que la enterraba en borbotones de sudor gélido y tembleques funestos. Ella, resignada al devenir, no luchaba ya, ni gritaba, se sometía.  Relataba los detalles a fondo, describía paso a paso el hilo de las acciones que al parecer se habían convertido en un

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