Suplícame
Por Jessa James
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Mi hermanastro, Aiden, era todo lo que me quedaba. Después de que él heredara la compañía multimillonaria de su padre, nosotros comenzamos una sociedad. No fue lo que esperaba. Él quería que yo hiciera uso de mis atributos y desfilara en frente de sus socios de negocios.
Ahí lo vi. Lucas Ferris. No era como los otros, que eran de mediana edad y gordos. Él era sexo con piernas. Un metro noventa, cabello negro. Juro que él se encendía cuando me miraba. Hice mi trabajo para Aiden esa noche y me fui, regresé a mi habitación y me metí a la cama. La puerta se abrió y descubrí que mi hermanastro había vendido mi virginidad al señor Ferris, y él estaba ahí para recoger lo que había comprado.
Mi venganza hacia Aiden, cuando llegue, será brutal y él descubrirá cuánto ha subestimado a su “hermana”. Y el señor Ferris, bueno, él estuvo haciéndole cosas a mi cuerpo que nunca pensé que querría concretar en la realidad, pero las deseaba tanto…
Si estás buscando una lectura que te derrita las bragas con un hombre muy caliente, con una mujer luchadora y un atrapante giro en la historia que no vas a poder creer, ¡sigue leyendo! Nota: Esta es una novela de romance súper sexy que te hará sonrojar y derretirá tus bragas. El final feliz está garantizado.
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- Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Horrible, escribir un libro sobre una violacion, sea fingida o no, es algo terriblemente bajo.
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Suplícame - Jessa James
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Capítulo 1
—¿Por qué estás aquí, Aiden?
Esta es la cabaña de nuestra familia, donde compartimos recuerdos con mamá y papá, no un lugar para concretar negocios —preguntó ella en la puerta, lista para irse a nadar. Su hermanastro le dio una mirada de regaño mientras camionaba y entraba al vestíbulo de la multimillonaria cabaña.
—No quiero tener que decírtelo de nuevo, Reagan. Sabes muy bien por qué estamos aquí. Este es el mayor trato de mi maldita vida, de nuestras vidas, y tenemos que cerrarlo. Vas a cumplir con tu parte… ¡sin preguntas! ¿Comprendes?
Sus ojos miraron hacia el suelo para evitar el contacto con la mirada enojada de él. Odiaba ser un peón en los negocios de su hermano, odiaba ser usada como un bien, pero al final, siempre lo aceptaba. Entró en la habitación que tenía ventanas desde el piso hasta el techo y miró hacia el impactante lago que había más abajo.
Reagan Kade, normalmente, no practicaba la lujuria con los socios de negocios de su hermano, aunque él suponía que los hombres estaban tan excitados y distraídos con ella que los convencería más fácilmente para firmar sociedades. Era un trato que había comenzado hacía solo un año.
Regla número uno: siempre obtén el mejor provecho de tus bienes, Reagan
, diría su hermano. Sus bienes
eran su aspecto y su cuerpo, que se destacaban particularmente. Reagan tenía curvas lujuriosas y grandes senos, que siempre atraían la atención de hombres y mujeres, y podría pasar como una modelo de pasarela gracias a su extrema belleza. Cuando los socios de su hermano quedaban hipnotizados ante sus tetas alegres, siempre perdían la concentración en todo lo relativo al negocio. Al principio, no había sido así. Aiden siempre le pedía a Reagan que estuviera presente durante las reuniones, hasta que ella se cansó y manifestó su descontento, diciéndole que no sería más su juguete. Una noche, él la sentó y le dio un ultimátum: o ella servía como distracción o estaría fuera del negocio familiar que él controlaba. Para Reagan fue una decisión fácil, en definitiva no estaría lastimando a nadie y no había necesidad de contacto físico. Desafortunadamente, no tuvo opción.
Sin embargo, este fin de semana era diferente. Ambos normalmente se quedaban en la mansión de la familia en La Jolla, California, pero cuando Aiden le dijo a Reagan que viajarían al lago Tahoe para alojarse en la cabaña de la familia, ella comenzó a sospechar. La cabaña no era un sitio para negociaciones, solo era un lugar de recuerdos y anécdotas familiares. Lucas Ferris se quedaría con ellos durante el fin de semana para hablar de negocios, así que Reagan tendría que actuar como anfitriona.
Una vez allí, su hermano Aiden hizo un gran alboroto por sus ropas y eligió las que ella usaría durante el fin de semana, algo que era completamente fuera de lo común. Sin embargo, Reagan no discutió.
Cuando su madre, Carey, se volvió a casar, ella solo tenía diez años y amaba a su nueva familia, especialmente a Aiden, su hermano doce años mayor. Aiden y su nuevo padrastro, Sean, siempre la habían tratado como si fueran de la misma sangre, desde el comienzo. Carey y Sean fallecieron hacía dieciocho meses en un accidente automovilístico. Reagan quedó destruida y aterrorizada. Ya había perdido a su padre biológico cuando era una bebé, y ahora solo tenía a su hermanastro mayor para cuidarla. No obstante, eso no sería un problema ya que Aiden había heredado la compañía multimillonaria de desarrollo de tierras. El mayor miedo de Reagan era estar sola, sin familia, y le juró a Dios que eso no sucedería.
El señor Ferris no era como los otros hombres de negocios que su hermano usualmente invitaba a la casa. Sus socios de negocios, por lo general, eran mayores, gordos y estaban listos para desplomarse o, al menos, ya tenían un pie en la tumba, pero Ferris no parecía mayor de treinta años. De acuerdo, quizás treinta y cinco. Reagan lo había visto un par de veces en su hogar en California; estaba muy en forma, era musculoso y tenía el cabello negro lo suficientemente largo como para poder delizar las manos. Mediría, al menos, un metro noventa y tenía un aspecto perfecto para el sexo. Apuesto
no alcanzaba para describir su apariencia, con ese bronceado profundo y esos ojos ardientes que eran orbes de un azul oscuro.
Reagan se percató de que era extraño; él no parecía estar ahí por negocios, además, ¿quién demonios traía un guardaespaldas? —Dios mío, el tipo parado afuera parecía un gorila enorme—. Ella había estado observando al señor Ferris desde que habían llegado y ni él ni su hermano habían hablado sobre negocios ni habían visto ni un solo papel. Después de pensarlo en eso, solo se encogió de hombros.
El hermoso día se convirtió en noche y Reagan notó que el señor Ferris también había estado observándola. Algunas veces, parecía que él la estaba devorando con sus ojos y ella no podía evitar notarlo. Cuando se volteó a mirarlo nuevamente, notó que él no hizo ningún esfuerzo para esconder su mirada que estaba puesta en cada centímetro de ella. Una sonrisa diabólica apareció en sus labios y él inclinó su cabeza un poco. Reagan lo encontró halagador, pero al mismo tiempo extraño y perturbador.
Después de una cena tardía, pasaron al salón familiar, y su hermano y el señor Ferris se sentaron y comenzaron a conversar, mientras Reagan les servía otra ronda de bebidas detrás del bar. Sus ojos miraban frecuentemente a los dos hombres, pretendiendo estar en su juego, pero ella estaba totalmente exhausta y solo quería irse a la cama. Después de alcanzar los tragos a los dos hombres, regresó al bar para admirar el físico del señor Ferris mientras se levantaba y se estiraba. Sus ojos fueron a sus amplios hombros, y luego a su cuello, posteriormente fueron a su cara, y se asombró al ver la intensidad en sus ojos mientras le devolvía la mirada. Él lucía como un animal listo para atacar a su presa y, un segundo después, la inquietante mirada desapareció como si no hubiera existido y fue reemplazada por una sonrisa genuina que hizo que el corazón de Reagan se acelerara y ella comenzara a sentirse muy incómoda.
Reagan se volteó en su asiento para evitar el contacto. ¿Qué diablos le sucedía? Estaba acostumbrada a que los hombres la miraran, pero esa mirada… la mirada de Lucas era diferente. Era casi depredadora y eso la asustaba porque seguía siendo virgen y acababa de cumplir diecinueve la semana pasada. No estaba muy acostumbrada a las emociones sexuales. Si bien había salido con varios chicos en la universidad, sabía que la querían por su dinero o por su cuerpo, y no iba a entregar su maldita virginidad a un chico de fraternidad que no tenía idea lo que hacía. ¡No! Estaba guardándose para el hombre adecuado. Un hombre que la deseara realmente y nada más. Quería que su primera vez fuera mágica y una noche para recordar por el resto de su vida. No era mucho pedir, pensaba.
Unos minutos pasaron y Reagan se volteó para mirar a su hermano y se le escapó un bostezo, sin poder evitar disculparse mientras los dos la miraban.
—Ha sido un largo día, hermana. Ve a la cama y te veremos por la mañana —dijo Aiden con una sonrisa.
—¿Estás seguro? —preguntó Reagan elevando una ceja y levantándose de su asiento. Advirtió que Lucas se levantó.
—Aiden tiene razón. Ve a descansar mientras nosotros seguimos conversando. Mañana será otro día —dijo el señor Ferris mientras le lanzaba un guiño. Reagan comenzó a subir por la larga escalera de cedro y se detuvo haciendo un giro.
—Buenas noches. Los veré en la mañana para el desayuno —dijo sonriendo. Mientras caminaba, escuchó que el señor Ferris dijo duerme bien
.
Cuando terminó de subir las escaleras, caminó por el pasillo hasta su habitación, cerró la puerta y se quitó la ropa, quedándose solo con una camiseta y en bragas. Después de pasar todo el día nadando y al sol, estaba totalmente exhausta. Solo dos días más y eso terminaría, pensó. Se metió en la cama, se cubrió hasta la cintura con la sábana y se durmió profundamente.
Capítulo 2
Lucas avanzó por las escaleras a las dos y media de la madrugada y caminó por el pasillo con un pequeño morral en su hombro izquierdo. Cuando llegó a la habitación de Reagan, él giró hacia su guardaespaldas.
—Nadie entra —le susurró.
—Sí, señor —dijo Frankie y asintió a su empleador.
Lucas abrió silenciosamente la puerta de la habitación de Reagan y entró cerrándola sigilosamente detrás de él. Sus ojos miraban a su alrededor mientras la luz de la luna que entraba por la ventana le daba la luz suficiente para ver y moverse con libertad. Caminó hasta el borde de la cama mientras la tenue luz iluminaba la hermosa figura de Reagan acostada. Comprendió que ella estaba durmiendo profundamente, y él no quería despertarla. Todavía no. Ella estaba en el lado derecho de una cama California king con dosel, con sus brazos estirados entre las almohadas. Su mirada recorrió su cuerpo, que se delineaba escondido debajo de la delgada sábana, y su suave y largo cabello rubio estaba tendido sobre la almohada. Instantáneamente, sintió crecer su pene al imaginar la sensación de agarrar su cabello con sus puños y se lamió los labios, anticipándose. Todavía no
, se dijo a sí mismo.
Abrió la pequeña mochila que llevaba y amarró algo a cada