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La Brújula del Amor
La Brújula del Amor
La Brújula del Amor
Libro electrónico317 páginas6 horas

La Brújula del Amor

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Información de este libro electrónico

Este, es un Manual anti-fracasos para el Amor.

¿Usted entraría a una selva sin un Guía, sólo impulsada por la curiosidad o la fascinación de los colores, los misterios y los ruidos? ¿Por qué nos aventuramos a entrar al territorio desconocido del amar a otro, pensando que el Amor nos salvará de todo, pensando que sólo ese sentimiento basta para lograr la travesía de la pareja?

Nos capacitamos para un trabajo, a veces con 5 años de estudios, nos sometemos a pruebas, a exámenes y a titulaciones y así todo nos sentimos inseguros, que sabemos poco, al enfrentar nuestro primer trabajo. Ni para el Amor ni para Educar hijos recibimos capacitación, vamos a ciegas, sólo orientados por el impulso de la atracción y envueltos en la fantasía de que todo irá bien, sólo por el hecho de sentirse amando. Este libro es una Guía, varios Mapas para que no se pierda en los laberintos del Amor. Quizás le evite algún sufrimiento.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 feb 2021
ISBN9789569946516
La Brújula del Amor

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    La Brújula del Amor - Jaime Larraín Ayuso

    1° PARTE

    Advertencias

    Desde afuera…

    ¿Cómo escribir en un libro especialmente dedicado a mujeres que, pudiera compatibilizar mi experiencia como terapeuta, con mi proceso personal de transformación luego de 25 años de matrimonio, que terminó el año 2000, y al mismo tiempo que sea un texto que represente la visión común que los hombres tienen de las mujeres? Un 85% de mis pacientes y de quienes van a mis talleres son mujeres, y ya son recurrentes las quejas que tienen respecto de los hombres. Pero no siempre una misma queja responde a una misma causa, ni tampoco la causa está necesariamente en el Otro. Despejar las generalizaciones que se tienen del sexo opuesto, matizar, y finalmente entregar un nuevo punto de vista para comprender el por qué usted no está siendo lo feliz que desea, es uno de los objetivos que me propuse al zambullirme en este desafío de escribir este libro dedicado a mujeres.

    ¿Por qué?

    He podido comprobar que es prácticamente imposible pensar y reaccionar como lo hace el género opuesto. A lo más, ambos géneros desarrollamos, con la experiencia y el tiempo, una supuesta capacidad para interpretar lo que piensa, lo que dice, lo que hace el otro género, intentando comprender lo que naturalmente no comprendemos. De allí que ese conocimiento, asolado por sufrimientos, caídas, abandonos, sea tan complicado e indescifrable. Por ello, he querido contribuir en acortar ese tránsito con este Manual que ayuda a comprender al otro más allá de su género, apuntando a la persona como un todo que habita en la tipología de personalidad, encontrando allí elementos transversales para hombres y mujeres.

    ¿Cómo nuestra cultura puede superar algunos mandatos ya instalados? El más arraigado, y el que causa mayores estragos puede comprobarse a la luz de los duelos por separación o divorcia, en el escenario de la desgracia, de la ira, del resentimiento y, muchas veces, de la venganza. Es sabido que el duelo tras una separación es diferente en el caso de los hombres y de las mujeres. Las mujeres tienen duelos más largos, eligen estar solas mientras lo superan y si hay sucesivos duelos, algunas optan por renunciar a la idea de una pareja. Los hombres no pueden estar solos dice el rumor popular. ¿Quizás, no puede estar solos porque el instinto cazador lo domina o bien porque el tema del amor no tiene la misma importancia que para una mujer? Quizás de estas afirmaciones culturales se desprenden otras: A los hombres no les interesa el amor, sólo el sexo; más que una pareja, los hombres buscan una mamá que los cuide; etc. Estas explicaciones, curiosamente, son todas despectivas, son despreciables si las comparamos con el amor romántico de ellas. Es un tema a revisar ya que subyace que ellas" sienten algo genuino y bello mientras que ellos actúan (no sienten) condicionados por un instinto animal. Extraño, ¿no? ¿Cuándo y desde cuándo se instaló esta creencia en la cultura? ¿Serán ellas tan románticas y ellos tan bestias? Cuando ellos sufren por amor, se argumenta que fueron abandonados porque fueron infieles, o maltratadores, después de mucha paciencia femenina hasta e culminar en el hartazgo liberado, r y cuando ellas sufren por amor, se explica que ellos fueron infieles. Ellos, los malos, ellas las víctimas. ¿No será el momento en que nuestra sociedad sea menos en blanco y negro y nos abramos a comprender que somos dos géneros diferente, que debieran potenciarse, comprenderse, sin que los machistas enarbolen la bandera de la razón ni ellas la del romanticismo?

    ¿Cómo escribir un libro que sea ecuánime, que no plantee el tema de amor como una guerra, donde hay dominadores y dominadas, que no contraponga Amor y Sexo, que acepte la diferencia de género sin culpa o sin resentimiento? Debería yo, por un lado, ser fiel a mi género desde la más absoluta sinceridad a fin de dar algunas pistas masculinas a las lectoras y, por otra parte, debería entregar herramientas prácticas, más allá de una interpretación personal, por más recorrido que tenga a mis 71 años y a mis 20 años como terapeuta.

    ¿Cómo sería la reacción del típico macho, ante tal desafío? Probablemente, sería la defensa corporativa de género, tan menoscabado en el mundo femenino. Quizás, aclarar y demostrar que no todos los hombres somos iguales, que no todos somos unos descomprometidos, que también tenemos sentimientos y a veces algunos ataques de romanticismo, que no todo es sexo en nuestra vida, que también miramos el alma más allá del escote, que no somos tan deleznables como nos pintan a escondidas en algunas reuniones de mujeres. Aterrantes reuniones dónde seremos disecados, incluso por las esposas, y seremos motivo de diversas burlas: por ver futbol o por lo fantaseosos que somos cuando nos emocionamos con el Señor de los Anillos. Son como niños, son tan básicos, tan predecibles, serán algunos de los epítetos que compartirán entre ellas sin siquiera que uno se entere de que gastan tanto tiempo en hablar de nosotros, los hombres. En medio de una confidencia femenina, debí enterarme de la vida íntima de un amigo y cómo esa información circulaba en un grupo de mujeres que justificaban eso como un acto de solidaridad femenina a fin de prevenir a sus amigas del peligro. No veo en el mundo masculino ese mecanismo.

    En estricto rigor, debiéramos comparar las reuniones de mujeres, hablando de los hombres, con reuniones de hombres hablando de mujeres. Efectivamente he escuchado a hombres vanagloriarse de algunos logros, trofeos de guerra, que no pasan más allá de una muesca en el revólver (chiste masculino). Ellas no son tema, el tema soy yo y mis éxitos. Egocentrismo, por cierto, pero pocas veces descalificación, burla o detalles íntimos. Simplemente diferente. A lo más, los machistas depredadores fanfarronean con el trofeo, con la cantidad más que con la calidad.

    En conclusión, no parece ni pertinente ni tampoco inteligente el entrar en la defensa del género masculino ni menos aún en destacar las virtudes propias y exclusivas de ese género. Todo podría parecer una disculpa o una justificación muy poco creíble. Superada esta primera tentación, la de la defensa y exaltación de mi propio género, recordé lo de los pasteles y me pregunté si las mujeres saben sobre los calificativos despectivos que los hombres hacen de ellas. Pero no es importante comenzar a analizar las descalificaciones de la bruja, la buenita, la mami, la interesada, la depre, la perseguida, la tanque,la florero, la densa, entre otras. Lo interesante es observar cómo mujeres y hombres tiene la tendencia a descalificar al sexo opuesto. ¿Curioso no? ¿Será que la incomprensión del cómo es ese Otro, del sexo opuesto, nos lleva a la descalificación y a la intolerancia? Curiosamente, y tal como veremos más adelante, tales descalificaciones provienen, precisamente, de algún rasgo propio de la tipología de personalidad. Un rasgo que caricaturizado termina por definir a toda le persona. Es evidente que ese rasgo es aquel que más molesta a los demás. Una persona se gana el apodo de bruja cuando en su personalidad manifiesta un alto nivel de crítica o de dar instrucciones para todo. Cada una de las estigmatizaciones antes mencionadas tiene algo de verdad y, en el caso del Amor, tiene directa relación con aquello que impide tener una relación sana y, en muchos casos, es la causa para no tener relaciones. Obviamente, para la tal bruja a que nos referimos, el calificativo es un insulto ya que no se considera bruja. Ve a su espíritu crítico como una muestra de amor, de preocupación por el otro: te lo digo por tu bien. No es necesario ser muy astuto o astuta para descubrir la rabia que hay detrás de tales descalificaciones, de frustración por no lograr el Amor, por no comprender cómo es el sexo opuesto o, finalmente, aceptar que estamos fracasando en ésta ámbito de la vida. Obviamente, el humor popular, la burla, que hay tras estas descalificaciones será la forma de sublimar tu soledad y de obtener cómplices del mismo género que refuercen tus juicios sobre los hombres, y que te confirmen que la culpa no es tuya.

    Este grafismo es sin duda divertido para las mujeres, no así para los hombres, que lo perciben como peyorativo, humillante. Pero si usted lo observa verá que, en el grafismo de la mujer, el corazoncito está ubicado en la cabeza y no en el corazón. Ninguno tiene el Amor en el lugar correcto. ¿Divertido no?

    ¿No será, entonces, más práctico el pensar que, simplemente, hombres y mujeres somos diferentes y que lo inteligente sería conocer a fondo el cómo son los hombres, para luego valorar la diversidad, el complemento?

    Son muchos los estudios que demuestran lo diferente que somos entre mujeres y hombres. La historia, la antropología, la psicología, la neurociencia, entre otras disciplinas, marcan diferencias, que a pesar de la cultura y de la civilización, aún continúan, siglo tras siglo, en el sustrato conductual de cada género. Entre algunas, los roles de recolectora (hembra) y cazador (macho) de hace miles de años, marcan a mujeres y hombres del siglo XXI: las mujeres pueden hacer muchas cosas al mismo tiempo, los hombres sólo una. Focalizarse en la cacería llevó al hombre a concentrarse, a no distraerse con nada y a coordinar acciones con sus compañeros de cacería, respetando absolutamente al líder. Mientras esto ocurría, las mujeres intercambiaban experiencias, sabiduría, sobre los alimentos y en cómo salvar a los hijos de las enfermedades. La empatía, el intercambio de información, el diálogo largo y detallado para aprender, la solidaridad como madres y la preocupación por atesorar semillas y preservarlas, son hábitos ancestrales propios del género femenino, que la cultura aún no ha logrado variar. El pensamiento estratégico del macho en una cacería es lo que hoy, siglo 21, busca el hombre cuando ve un partido de futbol, evalúa al líder en relación a su equipo, premia la coordinación de acciones, valora el esfuerzo, la audacia y la técnica de cada jugador. Los hombres, cuando ven futbol, ojalá entre amigos y con cerveza y carne para celebrar, no están viendo a 11 idiotas corriendo o persiguiendo una pelota, y a otros tantos, intentando quitársela. Menos aún, si hay 80.000 personas en un estadio viendo y disfrutando de semejante estupidez en torno a una simple pelota. El futbol no es más ni menos que una manifestación de su género, como lo es para las mujeres una conversación entre amigas. Si relacionamos el futbol con el trabajo del hombre, también veremos los mismos componentes de la cacería ancestral y que finalmente permitirán que el macho sea un proveedor, antes, de un muslo de mamut, y hoy de unos billetes: la competitividad, el poder, el liderazgo.

    Usted dirá pero hoy las mujeres también son proveedoras y sin embargo los hombres no asumen este rol empático y amoroso con los hijos, con el hogar, como nosotras sí continuamos haciéndolo. Es cierto, salvo en algunos países europeos, el género masculino no se ha puesto a la altura de las circunstancias. El anonimato de los roles tradicionalmente femeninos (dueña de casa, por ejemplo) que no producen dinero, no son valorados, ni en status ni tampoco en dinero, ese dios-dinero que entre todos hemos adorado. Pero, más allá de las culpas y del deseo de la pareja que asume la vida en común como un equipo, con solidaridad, con empatía, comprensión, es importante diferenciar entre lo que la sociedad nos impone (machismo) y una nueva visión de la pareja que se corresponda con mayores niveles de desarrollo (solidaridad). Hoy, las mujeres no necesitan a un hombre para sobrevivir, pero muchos hombres aún, en Chile al menos, si necesitan mujeres a su servicio. Todo eso está cambiando y requiere una reformulación del encuentro entre géneros. Ni la superwoman, estresada por sus múltiples roles ni el macho que exige retribución por su aporte en dinero son la solución.

    No es materia de este texto el desarrollar las diferencias entre mujeres y hombres desde la perspectiva neurológica ni desde la cultural, pero sí es materia el conocer y comprender que hay varios tipos de personas, ya sean hombres o mujeres, que interactúan en todo momento, como una coreografía en que las diversas tipologías de personalidad intentan relacionarse. Si bien, cada persona es diferente del resto de la humanidad, podemos agrupar tipos de personas que tienen algo en común y que les caracteriza. Y cuando esa tipología se refiere a la Personalidad, encontramos grupos que comparten rasgos de personalidad que son transversales en todo el mundo y que van más allá de las características culturales. Según la Clasificación MBTI son 16 y según el Eneagrama, 9 (eneatipos). En una misma tipología de persona, podremos diferenciar la versión femenina de la masculina y comprobar que el género es menos relevante que la Tipología de Personalidad, si bien es cierto, que el género es más llamativo y por ello, muchas veces desorientador a fin de comprender las dinámicas femenino-masculino. Obviamente, el contexto cultural tendrá su particular relevancia, pero por hora pondremos el foco en esas 9 Tipologías de Personalidad (desde el Eneagrama) y su particularidad en la versión femenina. Sobre estas tipologías hablaremos en las siguientes páginas, y usted comprenderá qué es el Eneagrama y cómo este instrumento puede ponerse al servicio del Amor, no sin antes tocar brevemente algunos temas que darán marco a lo que nos ocupa.

    Equívocos

    Cuando una mujer dice todos los hombres son iguales no se está refiriendo a algo positivo. Ella está convencida de su afirmación e incluso es capaz de argumentar apasionadamente para demostrar que está en lo cierto, que es una realidad objetiva.

    Pero ¿Cuál es la función inconsciente de tal afirmación, para qué? Esta afirmación sirve, a nivel inconsciente, para justificar una creencia que aloja en su interior, quizás como resultado de experiencia difíciles o traumáticas: No encontraré un hombre cómo el que me gustaría, deberé conformarme. El sustrato emocional interno de dicha afirmación es Rabia por la frustración y Tristeza por la insatisfacción de su sentimiento amoroso. Hacia los demás, se manifestará con un orgulloso tono de voz que dice ni se te ocurra discutírmelo, es objetivo, todos son iguales. (si todos son iguales, ¿para qué seguir buscando, para qué ilusionarse?) En este contexto, cada hombre, cuando conoce a una mujer, debe, de una u otra forma, demostrar que es diferente a los hombres. Tan ancestral es esta práctica que cada hombre, intuitivamente sabe que deben mostrar algo diferente para ser aceptado. Ellos investigan lo que más molesta a ella y se muestran como el antídoto salvador. ¿Quiere decir que los hombres son unos mentirosos, falsos y manipuladores? Sí, al igual que las mujeres que utilizan todos los recursos para activar la testosterona cuando les interesa un hombre. En este juego de mentiras, apariencias y estrategias, por ambos géneros, están presentes e interactuando un cúmulo de Creencias que cada parte asume como la Realidad. En este juego de creencias en curso es que se desarrolla el rito del cortejo, del mostrar lo mejor que tengo y ocultar mis defectos. Todos los animales practican ese ritual de cortejo, pero en la especie humana este acto está teñido por creencias, creencias sobre la vida, los valores y sobre todo por lo que creo Ser, mi auto-imagen y su respectivo auto-relato, el cómo me defino a mí mismo: de que me enorgullezco, de qué me avergüenzo, de que siento culpa, de qué me vanaglorio, etc.

    La cultura ha asumido como Realidad que las mujeres son Románticas y que los hombres sólo piensan en Sexo. A ellas les guía el Amor y a ellos la Penetración. Hasta hace poco, las mujeres creían que tener sexo es la culminación de un sentimiento amoroso (y se le llamaba hacer el Amor, ya que tener sexo parece algo puramente animal, primitivo, sólo instinto). Para los hombres, el tener sexo es la primera etapa para el Amor, no la culminación de este, es el primer paso, el sentirse Aceptado, elegido, ya que intuitivamente los hombres sabemos que ellas eligen. Actualmente, algunas mujeres han optado por la actitud masculina (iniciativa), pero sin el tono masculino de sentir la necesidad de aceptación. Estas mujeres, influidas quizás por un feminismo mal entendido, se salen del sabio mandato de la evolución que indica que la mujer debe elegir bien, al mejor, entre los muchos hombres disponibles y para ello, deben tomarse su tiempo hasta comprobar que lo que le atrae también es lo que necesita. ¿Hombres disponibles dijo? ¿Dónde están? Los que hay son pasteles, los mejores están casados, afirman muchas mujeres.

    En mi libro Big Bang Sex, explico en detalle el tema del Mandato que la evolución ha instalado en cada género y cómo se manifiestan hasta el día de hoy. Dichos mandatos son complementarios y muy funcionales a la reproducción de la especie, de una especie sana y evolutivamente en progreso. Ninguno de los dos mandatos, asociados a la reproducción de la especie y su supervivencia, es mejor o peor per se. Ha ocurrido que, culturalmente, el mandato femenino se haya instalado como algo más evolucionado y recientemente, hace no más de 200 años, se haya asociado al Amor. Así, el mandato femenino de atraer para elegir ha tomado el apellido de Romántico (para desapegarse de lo masculino, asociado a lo carnal) y el mandato masculino de inseminar se quedó sin apellido, reducido a lo animal, lo básico, lo instintivo, sin un valor agregado como ocurre con el género femenino, con lo romántico.

    Muchos hombres debieron hacerse los románticos para ponerse a tono y ser elegidos y, en estos tiempos, las mujeres se han ido poniendo más sexuales para atraer más eficientemente, en un terreno cada vez más competitivo. Sin embargo, y paradojalmente, la atracción, como estrategia, no les está funcionando a las mujeres para elegir y consolidar una relación. Tan sexuado se ha vuelto el atraer que ha terminado por volverse en contra de las propias mujeres. Por un lado, muchas confirman que a los hombres sólo les interesa el sexo y por otro, se ven envueltas en una competencia brutal entre ellas mismas, a tal punto que quien no compite en este ámbito sexuado, termina por tener una autoestima muy baja y su consecuente desesperanza al proponerse una relación de pareja.

    Al parecer, y sin saberlo, las mujeres le están entregando a los hombres el poder de elegir. Y, en ese contexto, están exacerbando, en ellos, el mandato inconsciente del inseminar por sobre el compromiso de armar pareja. ¿Si soy elegida ¿cómo podría exigir compromiso?

    Al parecer, se está instalando un Neo-machismo como resultado de la irrupción femenina en los roles masculinos. Lo que fue positivo para el género femenino en cuanto a participación en la vida laboral, en la toma de decisiones, acceso a trabajos, no lo ha sido tan positivo en el ámbito del amor. El poder de elegir, propio de lo femenino, ha perdido terreno y hoy, las mujeres parecen estar en un callejón sin salida. Han cedido el poder de elegir y, en consecuencia, si han ganado en lo laboral, pero están perdiendo en el amor. Obviamente, usted argumentará que las mujeres nunca han elegido y eso es cierto. Si no fueron los padres los que decidieron el destino amoroso de sus hijas, sea por razones de conveniencia o de abierto intercambio comercial, fue la presión social la que marcaba las pautas de cómo elegir. En definitiva, la ilusión de elegir dio paso a la ilusión de ser elegida. Antiguamente, por virtudes femeninas – bordar, tocar el piano, compañía de una conversación, para la clase alta, y cocinar y cuidar a los hijos en la clase baja, hoy han dado paso a un escenario en que algunas mujeres han optado a ser elegidas mostrando atributos de lo masculino y renegando de lo llamado femenino de otras épocas, asumiendo que femenino es sinónimo de sumisión. Se han invertido los roles y las mujeres sienten que son elegidas. Esto, sin duda, desata la competencia femenina por ser elegida. Algunas, asumen esta lucha atrayendo desde lo sexual y

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