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Valparaíso Zombi: Apocalipsis
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Valparaíso Zombi: Apocalipsis
Libro electrónico239 páginas7 horas

Valparaíso Zombi: Apocalipsis

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Información de este libro electrónico

Un turista nórdico muere en las calles del puerto. Mientras le dan los primeros auxilios, se levanta para morder a los bomberos que lo asisten. El apocalipsis zombi se esparce lento, rampante y silencioso, explotando en las narices de las autoridades que no alcanzan a declarar estado de emergencia. En medio del, Javier, un escolar de catorce años, intentará llegar a su hogar poniendo en práctica el plan de contingencia Zombi, trabajado y perfeccionado durante los recreos con su mejor amigo, Weiping, hijo de los dueños de un restaurant chino.
Al otro extremo de la ciudad, Claudia, ejecutiva de una multinacional, escapa de su lugar de trabajo junto a Shannon y Pedro, dos colegas a quienes apenas conoce. Juntos lucharán por llegar a Valparaíso y sobrevivir a las oleadas de no muertos que intentarán devorarlos. Valparaíso Zombie, Apocalipsis, te mantendrá tan tenso y alerta como a sus protagonistas. Una novela dispuesta a morderte y contagiarte con el virus de la lectura.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 dic 2022
ISBN9789560988492
Valparaíso Zombi: Apocalipsis

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    Valparaíso Zombi - Martín Muñoz Kaiser

    © Valparaíso Zombi - Apocalipsis

    Colección: Zombis Chilenos

    Primera edición, Septiembre 2019

    Sello: Abysal

    © Martín Muñoz Kaiser 2019

    Edición General: Martín Muñoz Kaiser

    Portada: José Canales

    Corrección de textos: Rodrigo Muñoz Cazaux

    Diagramación: Martin Muñoz Kaiser.

    © Mantícora Ediciones

    www.manticora.cl

    @manticoraediciones

    contacto@manticora.cl

    Esmeralda 973 depto 502, Valparaíso, Chile

    Registro Nacional Propiedad Intelectual Nº: A-306153

    ISBN digital: 978-956-09884-9-2

    Toda modificación o promoción debe ser aprobada directamente por el autor, de lo contrario se vera expuesto a reclamación legal.

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    A la memoria de Mariana

    Para Javier e Iñigo.

    Para que aprendan a no rendirse.

    El hombre es el lobo del hombre

    Thomas Hobbes.

    Lo grande está en medio de la tempestad

    Martin Heidegger

    Prólogo

    En la mesa hay cuatro platos con langostas partidas a la mitad de forma sagital, de modo que el interior está expuesto, dos salsas y dos mitades de limón acompañan una guarnición de lechuga hidropónica salpicada con alcaparras, aceite de oliva y queso parmesano rallado.

    −¿Tuviste buen viaje? −inquiere un vejete calvo y demacrado, de frente prominente y nariz bulbosa sentado a la cabecera, mientras con un par de palillos de acero toma un trozo de la blanca carne del crustáceo que tiene en frente y lo unta en salsa. Tras suyo, un inmenso ventanal opaco deja ver el amplio horizonte en el cual destaca la isla Robinson Crusoe.

    −Dejé todo preparado −responde Gabriel con la boca llena de pan con mantequilla−, los contenedores están en el punto de recolección, y los hangares están asegurados para cuando llegue el momento, los agentes que querías congelados están bajo tierra, el centro de comando y control ha sido desarticulado, la semilla está plantada, solo hace falta verla crecer y luego disfrutar de sus jugosos frutos.

    −Podridos frutos querrás decir −sonríe el delgado anciano de traje negro, que con finos movimientos toma la servilleta de lino de su muslo izquierdo, se limpia los labios y bebe un sorbo de Chardonnay Las Pizarras, cuya botella yace incrustada en una cubeta de hielo al lado de la mesa−. Lo mejor de este país, Gabriel, son sus mariscos y sus vinos. Por eso pedí que se me asignara esta zona del planeta.

    −¿Usted es el responsable?

    −J, esta es mi sobrina, sobrevivió al outbreak de Valparaíso sin armas de fuego. Con un poco de entrenamiento se convertirá en un excelente agente. Claudia, estás ante la presencia del legendario agente J, él es el jefe de seguridad de la isla y el encargado de supervisar nuestras operaciones en todo el cono sur.

    −Me refiero a si usted es el responsable del apocalipsis −insiste Claudia.

    −Mi niña −sonríe el enjuto anciano dando un bocado, cuya vivaz mirada no se condice con el aspecto cetrino de su piel−. No sería mi primer apocalipsis, esta vez somos muchos los que hemos estado trabajando para que esto suceda, en esta ocasión yo solo soy un subalterno, tal como tu tío es subalterno mío. Aprenderás que, en este negocio, hacer muchas preguntas puede ser perjudicial para tu salud mental, en un trabajo que de por sí ya es bastante peligroso −Claudia nota con extrañeza que la irreverente Betzy come en silencio al lado del Soviet, parece intimidada por la presencia del viejo que tras una breve pausa continua−. Estamos a punto de erradicar la contaminación, el maltrato animal, la sobreexplotación de recursos, el machismo, la pobreza y la esclavitud −explica el anciano, sirviéndole vino a Gabriel, frente a quién ya han puesto un plato de cordero magallánico con papas salteadas y quínoa−. El mundo necesita un respiro, la humanidad debe hacerse responsable por el desastre al cual está llevando el ecosistema, nuestros patrocinadores se han puesto una meta tan noble como ambiciosa, está de más decir que solo personas con el dinero y el poder suficientes podrían haberse puesto tal titánico objetivo y haber asumido tal divina responsabilidad. Nuestra institución, que comparte aquellos sueños, solo ha provisto la manera de purgar el mundo de los débiles y los irresponsables. Estás a punto de ser parte de un Nuevo Orden Mundial −el vejete hace una pausa, toma otro sorbo de vino y sonríe con los finos labios apretados antes de proseguir−. Si estás de acuerdo en participar, claro está, nosotros no obligamos a nadie.

    −No parece que tenga muchas alternativas.

    −Claro que las tienes −interviene Gabriel−, siempre tenemos alternativas, solo los borregos no ven la muerte, el sacrificio o la lucha como alternativas. Eso es parte del nuevo orden. Cuando avanzabas por las calles infestadas de zombis tú hiciste una elección, la muerte era una de las alternativas, pero tú elegiste la lucha, el dolor y el sacrificio, y triunfaste sobre las fuerzas que se te opusieron. Eso es lo que el nuevo mundo necesita, personas que entiendan que es necesario tomar decisiones difíciles.

    −Un sacrificio como nunca antes fue visto sobre la faz del mundo −exclama el anciano con sus brillantes ojos y levanta la copa−. Un brindis por los holocaustos, que despertarán a los verdaderos dueños de la tierra.

    −A la salud del señor D. −lo secunda Gabriel.

    −Por las voluntades primigenias −exclama el vejete y bebe todo el contenido de su copa.

    Capítulo 1.

    El Bombero

    Javier bajaba el cerro vistiendo su uniforme escolar, con la mochila colgando a su espalda. Había salido recién del colegio cuando la radio portátil que tenía colgada en la cintura dio los tonos que estaba esperando, no es que quisiera que sucediese una desgracia, pero deseaba un acontecimiento en dónde poder aplicar lo que había aprendido en las últimas semanas en la brigada juvenil de Bomberos.

    Javier corrió calle abajo por Bellavista hasta llegar al centro, sin dificultad encontró la calle Huito en donde un hombre caucásico de unos cuarenta y cinco años, pelo castaño claro, ojos azules, tez bronceada y sin afeitar; había sido atropellado. El infortunado peatón vestía una camisa floreada, unas bermudas beige y sandalias. Un par de voluntarios de la Tercera compañía de bomberos habían arribado ya al lugar y comenzaban a prestarle los primeros auxilios al herido.

    −¡Soy ayudante de la Brigada juvenil de la Quinta compañía de bomberos! −exclamó el muchacho abriéndose paso entre los curiosos−, mi nombre es Javier y estoy aquí para ayudar.

    −Muy bien, Javier −contestó Galdámez, el voluntario de mayor rango−, mantén a los curiosos a raya mientras constatamos las lesiones de los tripulantes del vehículo y la víctima. La ambulancia está en camino, lo mismo que carabineros.

    Acto seguido, Galdámez evaluó la situación general para descartar posibles peligros latentes en la escena. Una vez constatado que era posible trabajar con seguridad, se arrodilló al lado de la víctima y le examinó; el hombre no reaccionaba a ningún estímulo, la rodilla presentaba una fractura expuesta, pero no sangraba. Carecía de pulso y no respiraba, además, todo indicaba que tenía un traumatismo encéfalo-craneano grave.

    −¿Está muerto? −preguntó Carmona, el segundo voluntario en llegar a la escena.

    −¡No, aún no lo está! −respondió Galdámez, negándose a aceptar la evidencia−. ¡Voy a aplicarle el protocolo de Reanimación Cardio-Pulmonar!

    Galdámez revisó que no hubiese nada obstruyendo las vías respiratorias, localizó el esternón y trazó una línea a la altura de las tetillas. Colocó la mano derecha justo en el punto donde se cruzan, posó la segunda mano encima y entrelazada sobre la otra e inició las compresiones. Treinta compresiones seguidas de dos ventilaciones para luego repetir el ciclo, hundiendo el esternón cinco centímetros, soplando con fuerza dentro de sus pulmones, en un intento desesperado por salvarle la vida.

    Javier miraba atento la maniobra cuando, de forma sorpresiva; el reanimado levantó la mano izquierda, sostuvo la cabeza de Galdámez y le dio un mordisco que le sacó un enorme trozo del labio inferior. El voluntario reaccionó aterrado tratando de zafarse. Carmona acudía corriendo en su ayuda. El hombre, que hacía pocos minutos estaba clínicamente muerto, resucitó para atrapar a su salvador y agradecerle sus esfuerzos mordiéndole la cara.

    La sangre manaba a borbotones del labio desgarrado del voluntario que luchaba por salir del mortal abrazo. Solo con el trabajo de los tres bomberos en conjunto pudieron inmovilizar al hombre que había mordido al voluntario Sergio Galdámez, quien fue retirado del sitio y recostado en asfalto, unos metros más allá, en estado de shock, bañado en sangre y con el rostro desgarrado. Al ver la cruenta escena, una mujer se acercó a Galdámez y le entrego un pañuelo, con el cual el joven se presionó las heridas tratando de detener la hemorragia, al tiempo que los otros luchaban con el agresor que lanzaba dentelladas y manotones, emitiendo rugidos sin sentido.

    En ese momento llegó la ambulancia y se llevó a los dos heridos. El demente fue amarrado a la camilla con la ayuda de la policía y el voluntario fue atendido de inmediato, luego de eso, la policía se hizo cargo de la situación, la mujer del vehículo fue citada a declarar y la gente dispersada.

    Javier estaba atónito, lo que se suponía era un procedimiento rutinario, terminó por convertirse en un espectáculo brutal y sangriento. Consternado, pero sin poder reaccionar de ninguna manera en específico, se dirigió a su hogar, no pretendía más emociones ese día.

    Llegó a su casa temblando y, cuando por fin se decidió a contarle a su madre lo ocurrido, lloró. Su actitud le dio vergüenza y se enojó consigo mismo; para ser voluntario del Cuerpo de bomberos, él debería estar preparado para presenciar situaciones así de cruentas o peores y mantener la sangre fría para reaccionar de forma adecuada.

    Estuvo conversando con su madre, ella le trajo un vaso de leche tibia y galletas para tranquilizarlo.

    −Tengo miedo mamá −dijo Javier.

    −Te amo hijo −lo confortó ella−, aunque tengas miedo, tú lo sabes.

    −Si mamá, pero es que no podré convertirme en voluntario y salvar vidas si tengo miedo.

    −Todos tenemos miedo de lo desconocido, a mí también me hubiese dado miedo lo que viste.

    −Pero es que yo quiero ser bombero, no puedo paralizarme.

    −¿Te paralizaste?

    −No, pero me dio terror la idea de quedar congelado en el momento de ser yo quien haga el rescate o la resucitación.

    −Te entiendo, y sabes que cuentas con todo mi apoyo, no sé cómo ayudarte ahora, pero si me necesitas, yo estoy aquí para ti. A mí también me da miedo que te pase algo cuando te conviertas en bombero, pero confío en que sabrás hacer lo correcto cuando llegue el momento −la mano de su madre se paseó por sus cabellos con ternura y Javier guardó silencio antes de contestar.

    −Gracias mamá.

    Para cuando su padre llegó al hogar, Javier ya estaba dormido.

    Eran las doce y media de la tarde cuando la modorra comenzó a liberar su cuerpo, la guitarra y los amigos lo habían tenido despierto hasta tarde. Por medio de su computador y una conexión a internet se hacía fácil juntar un grupo de jóvenes de su edad y cantar como si estuviesen en la playa. Javier tenía solo catorce años.

    Su madre lo había llamado para almorzar, se levantó aún mareado, se lavó la cara y las manos y bajó a reunirse con sus padres que ya atacaban la pasta humeante; se sentó, tomó la sal y sazonó los huevos fritos, que le brindarían las proteínas necesarias para un día de entrenamiento intenso en la Brigada juvenil de la Quinta compañía de bomberos de Valparaíso.

    Valparaíso era una ciudad costera, tenía playas populares y un terminal de cruceros donde embarcaban y desembarcaban cada semana una buena cantidad de personas de diferentes nacionalidades que acudían a ver la particular ciudad, donde aún existían y transitaban viejos trolleys y funcionaban varios funiculares públicos, que tenían como objetivo acercar a las personas desde el centro hacia sus barrios, encaramados y escondidos entre los cerros. Jamás fundada, Valparaíso nació como un pequeño puerto en torno al cual, en un proceso caótico y desordenado, carente de toda planificación urbanística, se construyeron sus distintas casas y edificios generando un paisaje de pasadizos, escaleras y callejones estrechos, en donde se mezclaron estilos arquitectónicos sin ninguna lógica o escrúpulo. El resultado fue un mosaico único y decadente que atrajo a los visitantes, a los bohemios y a los poetas y fue nombrado por la ONU Patrimonio de la Humanidad.

    Luego del almuerzo, Javier se metió a la ducha y se preparó para el entrenamiento. A los doce ya había obtenido su licencia de radioaficionado, lo cual complementaba su interés por ser parte del cuerpo de bomberos, e ingresó a la brigada juvenil de la quinta compañía de Valparaíso a los trece años por voluntad propia.

    Bajó el cerro caminando, era un perfecto día de primavera; las hojas reverdecían en los árboles y el sol, aunque estaba alto en el cielo, no calentaba demasiado. El azul prístino del cielo se reflejaba en un millar de brillos sobre las olas del mar. Mientras descendía, observaba como un crucero era llevado hasta el puerto por cuatro remolcadores; una lancha de la guardia costera parecía escoltar la maniobra.

    Ese día practicaron rescate y resucitación, los instructores gritaban las órdenes y les indicaban a los jóvenes dónde tenían que colocarse para simular la situación, Javier y sus compañeros se esmeraban para que el ejercicio tuviese éxito. Cuando terminó el entrenamiento, y después de cambiarse el uniforme, mientras los compañeros se gastaban las pullas comunes de esa edad, el joven se dirigió de vuelta a casa, para preparar un par de exámenes para el lunes. Mientras estudiaba, tenía encendido su aparato de radio de transmisión portátil, monitoreando cualquier incendio o accidente al cual los bomberos fuesen llamados. Mientras su padre y su madre discutían las finanzas del hogar, el noticiero local hablaba de una nueva epidemia que había comenzado en la isla de Haití. La pequeña isla en el medio del caribe había exportado su virus a América central, la Polinesia y al mundo, sin embargo, según la autoridad sanitaria, todos los focos habían sido controlados. La política contingente reemplazó aquella noticia.

    El día lunes, Javier se subió sin tomar desayuno a la camioneta de su padre y se fue contándole chistes sin gracia para ver si despertaba, a esa hora su papá era un autómata que manejaba en piloto automático hacia el colegio. Solo despertaba cuando llegaba al gimnasio, minutos después que él se bajase.

    −Tu mamá me contó lo del mordisco −lo interpeló su padre.

    −Sí, me asusté un poco −confesó Javier.

    −¿Y por eso fuiste a llorar a los brazos de tu madre?

    −Bueno, yo...

    −Tu deber es proteger a tu madre y luego a tu mujer cuando tengas una, no al revés, no puedes tener ese tipo de actitudes si pretendes convertirte en un hombre.

    −Las cosas ya no son como antes papá, ahora las mujeres se cuidan solas, además la violencia y el machismo están mal vistos.

    −La sociedad es muy frágil hijo ¿Recuerdas lo que pasó para el terremoto en Concepción, las pandillas, los saqueos y las violaciones?, eso puede pasar en cualquier momento y cuando la autoridad no sea capaz de detener a la turba, la violencia será la única forma de salvar a los que más amas. Si no estás preparado, la vida te va a tomar por sorpresa ¿Por qué crees que te insistí tanto en que tomaras clases de defensa personal?

    −Pero a las mujeres de ahora no les gustan los hombres mandones, papá, les gustan los millenials veganos. Los hombres sensibles.

    −Eso es una ilusión, Javier, las mujeres necesitan un hombre que les dé estabilidad a su lado, un protector. Ellas no saben lo que quieren, menos lo que necesitan. Es fácil dejar que las mujeres tomen las decisiones por uno, pero cuando el hombre se deja manejar por la mujer, se está dejando manejar por sus sentimientos, se somete a los caprichos y los cambios de ánimo de las hembras. Tu abuelo me dijo una vez, cuando aún vivíamos en la unión soviética: un hombre que se deja mandar por su mujer, es como un pollo que corre sin cabeza, está muerto, pero aún no se ha dado cuenta.

    −Lo planteas como si fuese un juego de poder.

    −Es un juego de poder, Javier. Los hombres-hembra son seres castrados, sin ánimo, sin poder interior. Tu mujer debe verte siempre hacia arriba, admirarte, idolatrarte... o temerte. Ese es el secreto de la libido masculina. El hombre que se somete a los caprichos femeninos es mirado por su hembra como un igual o como un ser inferior y eso es fatal en una relación.

    −¿Por eso a las mujeres les pagan menos por hacer el mismo trabajo que a un hombre?

    −Así es.

    −Pero eso no está bien, no es justo.

    −Cuando tengas a tu primera mujer lo vas a entender, ahora concéntrate en tus compañeras que están bastante interesantes −acotó su padre catando a las escolares que se precipitaban hacia la entrada del colegio.

    −Me tengo que bajar, adiós papá...

    −¡Adiós hijo, que tengas un buen día!

    El adolescente abrió la puerta antes de que la camioneta se detuviese y echó a correr para que el inspector no le cerrase la puerta en las narices al sonar la campana, que marcaba el comienzo de la jornada escolar.

    A Javier no le costaban las materias, poniendo un mínimo de atención en clases le alcanzaba para obtener buenas notas, por lo que aprovechaba cada oportunidad para gastarle bromas a sus compañeros o a los profesores haciendo reír a todo su curso. La escuela a la cual asistía contaba con bancos pareados y su inseparable amigo Weiping se sentaba junto a él; el pequeño compañero de bromas de Javier era de origen chino y sus padres eran dueños del restaurant Pekín, localizado a escasas cuadras del colegio.

    Weiping, era uno de los más bajos de estatura de su clase, lo cual lo hacía vulnerable a los matones que merodeaban en los pasillos del colegio David Turner; llamado así por un pastor protestante que había llegado a predicar al puerto a principios de siglo. Javier que era un poco más fornido y había sido forzado a aprender a defenderse por su padre, se preocupaba de proteger al joven de ojos rasgados, también conocido como la naranja molesta. De carácter más bien retraído, pero

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