El mundo de Odiseo
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- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Shows how Homer reflects a time closer to his own century than to the time several hundred years earlier that the real events actually occurred.Read in Samoa Mar 2003
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Ah, for the golden age of academic writing. Is it beautiful? No. But it is clear, concise and argumentative. No 'pointing out a problem' stuff here; Finley just gives you the answers as he sees them. You'll be in no doubt as to what he thinks at any stage in your reading. For instance, "the historian of ideas and values has no more Satanic seducer to guard against than the man on the Clapham omnibus." Love it.
But this isn't popular history by any means, for good and bad. There are no catchy anecdotes, no sex and murder stories. It's just a solid suggestion of what a world looked like, in this case, the 'Dark Ages' in the eastern Mediterranean, after the Mycenaeans and before the time the Homeric poems were coming together. Basically, not very attractive.
As a side note, I should say that I was biased in favor of liking this book after I found out some of Finley's life story. According to wikipedia:
"He taught at Columbia University and City College of New York, where he was influenced by members of the Frankfurt School who were working in exile in America. In 1952, during the Red Scare, Finley was fired from his teaching job at Rutgers University; in 1954, he was summoned by the United States Senate Internal Security Subcommittee and asked whether he had ever been a member of the Communist Party USA. He invoked the Fifth Amendment and refused to answer."
He was fired at the end of the year and could never work in the U.S. again. A political martyr who ended up becoming a British citizen and getting knighted, after hanging out with the Frankfurters in New York? That's my kind of man. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5I read this after rereading Homer...great commentary..wish I had this when in college.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Excellent and seminal introduction into the world of Homer's poems. At times, Finley draws conclusions on scant evidence.
Vista previa del libro
El mundo de Odiseo - Moses I. Finley
BREVIARIOS
del
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
158
M. I. Finley
El mundo
de Odiseo
Traducción de
Mateo Hernández Barroso
Fondo de Cultura EconómicaFONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición en inglés, 1954
Segunda edición, revisada, 1956
Primera edición en español, 1961
Segunda edición, de la segunda
en inglés, 1978
Tercera edición, conmemorativa del
60 aniversario de Breviarios, 2008
Segunda reimpresión, 2021
[Primera edición en libro electrónico, 2023]
© 1954, 1956, M. I. Finley
Esta edición se publica por acuerdo conViking, una editorial de Penguin Publishing Group, una división de Penguin Random House LLC.
Todos los derechos reservados, incluido el derecho de reproducción
total o parcial en cualquier forma
Título original: The World of Odysseus
D. R. © 1978, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
www.fondodeculturaeconomica.comComentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com
Tel.: 55-5227-4672
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere
el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-2079-8 (rústico)
ISBN 978-607-16-7673-3 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
SUMARIO
Prólogo
Prefacio, por Mark van Doren
I. Homero y los griegos
II. Bardos y héroes
III. Riqueza y trabajo
IV. El hogar, el parentesco
y la comunidad
V. Ética y valores
Apéndice. Breve nota sobre Homero y las tablillas micénicas
Bibliografía utilizada
Obras de consulta en español
A Mary
imagenPRÓLOGO
Los treinta y tantos cambios que hice a esta edición son todos pequeños, y en ninguno de los casos abarcan más de una frase; he añadido además algunos títulos al ensayo bibliográfico.
El constante progreso en el descifre de la escritura llamada Lineal B —publicado por primera vez a fines de 1953 en el Journal of Hellenic Studies— ha confirmado, según creo, el punto de vista que expresé en una breve nota en la página 43 de la edición original: que las tablillas encontradas en Pilos, Micenas y Cnosos, escritas en griego en el periodo que va de 1400 a 1200 a.C., revelan un mundo bastante diferente del homérico, y contribuyen poco a nuestra comprensión del mundo de Odiseo. Por desgracia, el escrupuloso cuidado de Ventris, Chadwick y otros eruditos que colaboraban con ellos en el arduo trabajo del descifre no fue practicado por todos. Se han publicado varias opiniones acerca de qué es lo que revelan (o revelarán) las tablillas, opiniones que se caracterizan más por su entusiasmo y hasta sensacionalismo que por su agudeza. Y como tales opiniones han tendido a crear la impresión —enteramente falsa— de que es el mundo de Homero el que encontramos ahora descrito en los textos micénicos, he añadido una nota un poco más larga sobre este asunto en la presente edición.
Soy deudor del profesor Karl Polanyi, de la Universidad de Columbia, por numerosas discusiones estimulantes acerca del estudio comparado de las instituciones y por sus siempre valiosas e interesantes sugestiones; de los profesores C. M. Arensberg y Martin Ostwald de Columbia, del profesor Friedrich Solmsen de Cornell, del doctor Herbert Marcuse de Harvard, de Nathan Harper, todos los cuales leyeron el manuscrito de este libro y me dieron muchos sabios consejos.
Las traducciones de los himnos homéricos se hicieron de la versión de H. G. Evelyn-White, publicada por la Loeb Classical Library, mediante permiso de los editores de la Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts.
A Pascal Covici, de The Viking Press, debo especial gratitud por su interés personal en mi obra y por su gran estímulo.
M. I. F.
29 de junio de 1955
PREFACIO
Los lectores de Homero han recibido un servicio de M. I. Finley que puede estimarse más todavía por la modestia y cautela que empleó en hacerlo. Es un servicio esencial; pero nunca ha pretendido Finley hacer más de lo que prometió: bosquejar la sociedad humana de la que Homero hizo formar parte a sus héroes. Es necesario conocer cosas como éstas siempre que leamos narraciones referentes a días que no son los nuestros; es necesario, por consiguiente, darse cuenta de los motivos y principios morales que difieren, en género o en grado, de los que suponemos existen en nuestros contemporáneos. Podemos, sin embargo, sentirnos abrumados por cierto tipo de erudito que emprende esa tarea y que, orgulloso de su saber, da por hecho que sin ayuda no entenderíamos la historia o no nos daríamos cuenta de su fuerza. Finley posee la erudición, pero no el orgullo. No comete nunca el error de suponer que nuestro más grande narrador presenta en su descripción una serie de motivos y conceptos morales que sólo la arqueología puede explicar en términos comprensibles. Sabe que si esto hubiera sido verdadero, Homero no seguiría siendo nuestro más grande poeta. Sabe que Odiseo y Aquiles eran diferentes de nosotros en grado, pero no en género; que ambos eran y permanecen hombres extraños a quienes, no obstante, podemos comprender; que de hecho siempre existió en ellos ese elemento de singularidad que exigimos a los héroes de leyenda —incluso en narraciones contemporáneas—, acompañado de aquel otro elemento de familiaridad, sin el cual serían monstruos o quimeras. Finley ha tratado esa singularidad en forma tal que no olvida ni aminora la familiaridad. Su preocupación es la diferencia, acertadamente; pero nunca pone en duda la similitud, que es donde yace la grandeza.
Nos recuerda que Homero, igual que Shakespeare posteriormente, fija su libre imaginación en un mundo anterior al suyo propio, sin que en modo alguno esté separado de aquél. Shakespeare, en sus obras de teatro históricas, sean inglesas o romanas, reconstruyó una sociedad desaparecida que, a pesar de todo, era todavía visible, tan parecida como distinta a la sociedad de la reina Isabel. Un poeta inferior se habría limitado a lo diferente y muy pronto habría caído en el olvido. Pero Falstaff está al mismo tiempo muy lejano y al alcance de la mano, como lo están Ricardo II, y Bolingbroke. Acaso, como se ha insinuado, algo así debe poder decirse de todo poeta que espere mantener su reputación; y esto es igualmente válido cuando se ocupa de tipos contemporáneos: el soldado, el detective, el político, la cortesana o la verdadera dama. La guerra y la paz de Tolstoi trata sólo de una generación anterior, o dos a lo más: de los Rostovs y los Bolkonskis, que en ciertos casos eran inclusive antepasados del autor. Y ¿en qué se convierten en las manos de Tolstoi? Son a la vez remotos y reconocibles, románticos y reales: grandes figuras, y quizá no haya otra manera de hacerlas grandes.
Pero hay además el arte de narrar, arte cuyas reglas jamás han cambiado. Una visión justa del pasado, o incluso del presente, o finalmente de ambos, no es suficiente en sí misma. Proporción, orden, compasión, énfasis e incertidumbre son cosas que ha de dominar el poeta, tanto si se refieren al tiempo en que acaecen como si afectan al tiempo en que las escribe; y Homero las dominó de modo extraordinario. Finley nunca oscurece este hecho de primer orden. Asombra pensar cuán pocas historias han sido narradas de manera perfecta. Lo fueron las de Homero, porque él sabía hacerlo; y acaso esto sea lo primero tanto como lo último que deba decirse de él. Es el mejor poeta porque es el mejor artista. Y nosotros debemos agradecer a Finley que en ningún momento supone que ignoramos este hecho, o que —como lectores (lectores comunes y corrientes)— no somos los jueces competentes que, naturalmente, sí somos. Somos los únicos que saben si nos interesa realmente o no lo que leemos. Así fueron muchas generaciones antes que nosotros, y así serán las que nos sigan.
Lo que Finley quiere evitar es que esperemos que los héroes de Homero se comporten exactamente como pensamos que podríamos comportarnos nosotros en circunstancias semejantes, o como podríamos habernos comportado de haber estado allí. Hay ciertas cosas acerca del mundo de Homero, del mundo especial de Homero, que el autor cree que tenemos derecho a saber, para que no acusemos a Homero de injusticia o simplemente de rareza. Y nos explica estas cosas con la mayor claridad y buen sentido. Era aquel un mundo aristocrático, por ejemplo, como el de Shakespeare y como el de Tolstoi en La guerra y la paz (desde luego, no como en los cuentos posteriores de artesanos y campesinos). Era un mundo con visiones singulares de la hospitalidad; un mundo cuyos dioses se parecían más a los hombres que todos los dioses que existieran antes o desde entonces. Era un mundo exclusiva o casi exclusivamente de guerreros y reyes, un mundo en el que pocas cosas contaban excepto las riquezas, las proezas y el honor. Era un mundo principalmente de hombres, no de mujeres y niños. Era un mundo de guerra, con esclavos y cautivos, con capitanes y cabezas de familia. Todo esto lo expone Finley con la mayor claridad; y luego nos deja con un poeta que, de tal manera condicionado y circunscrito, se dedicó a darnos obras maestras en las cuales nuestra propia imaginación se siente como en su casa. Ésta es la maravilla final, tal como la conocieron los griegos un siglo después de la muerte de Homero, y como todos los lectores la han conocido desde entonces, cualquiera que fuese el siglo o la sociedad en que hubiesen nacido.
MARK VAN DOREN
I. HOMERO Y LOS GRIEGOS
POR CONVENIO general de los críticos —escribió el doctor Johnson—, la primera alabanza al genio le es debida al escritor de un poema épico, porque éste requiere la reunión de todas las fuerzas que son, cada una por separado, suficientes para otras composiciones.
Estaba pensando en John Milton cuando dijo eso, y terminó su biografía del poeta inglés con las siguientes palabras: Su obra no es el más grande de los poemas heroicos únicamente porque no es el primero
. Ese título lo ha ocupado para siempre Homero, a quien los griegos llamaron simplemente el poeta
.
Ningún otro poeta, ninguna otra figura literaria en toda la historia ocupó, por tal motivo, un lugar en la vida de su pueblo como lo hizo Homero. Fue su símbolo preeminente de nacionalidad, la autoridad intachable de su historia primitiva, y una figura decisiva en la creación de su Panteón, e igualmente su más amado y constantemente citado poeta. Nos dice Platón que había griegos que creían firmemente que Homero ha formado a Grecia; que leyéndolo se aprende a gobernar y dirigir bien los negocios humanos, y que no puede hacerse cosa mejor que regirse por sus preceptos
.¹ Frente a tal juicio, se empieza viendo la Iliada o la Odisea como una Biblia o como un gran tratado de filosofía, para encontrarse solamente con dos largos poemas narrativos, uno de ellos dedicado a unos pocos días de la guerra de diez años entre griegos y troyanos, y el otro a los contratiempos de Odiseo (a quien los romanos llamaron Ulises) durante el regreso a su patria.
Homero era el nombre de un hombre, no el equivalente griego de anónimo
, y éste es el único dato cierto sobre él. Quién era, dónde vivió, cuándo hizo sus composiciones poéticas, son cuestiones que no podemos contestar con seguridad, como no pudieron hacerlo los mismos griegos. En verdad, es probable que la Iliada y la Odisea que leemos fueran obra de dos personas, y no de una sola. Están en el comienzo de la existencia de la literatura griega (y por consiguiente de las letras europeas), acompañadas de los escritos de Hesíodo, quien vivió en Grecia central, en el distrito llamado Boecia. Los eruditos modernos piensan que seguramente la Iliada, y probablemente también la Odisea, no fueron compuestas en la Grecia continental, sino en una de las islas del Mar Egeo, o quizás más lejos hacia Oriente, en la península del Asia Menor (actualmente Turquía). Y creen que el periodo entre los años 750 y 650 a.C. fue el siglo de esta primera literatura suya.
Acerca de la larga historia de los griegos, anterior a los tiempos de Homero y Hesíodo, solamente quedan los restos de las tablillas micénicas recientemente descifradas, de los siglos XIV y XIII a.C. y el mudo testimonio de las piedras, la alfarería y los objetos metálicos desenterrados por los arqueólogos. El análisis intrincado de los restos y de los nombres de lugares ha demostrado que el pueblo que hablaba la lengua griega, pero que ignoraba el arte de la escritura, apareció en la escena hacia el año 2000 a.C. Nadie sabe de dónde vinieron originalmente. En los días de Platón, unos mil quinientos años más tarde, se habían extendido en un inmenso territorio, desde Trebisonda, cerca del extremo oriental del Mar Negro, hasta las costas mediterráneas de Francia y del norte de África, contando entre todos quizá cinco o seis millones de almas. Aquellos inmigrantes no fueron en modo alguno los primeros habitantes de Grecia, ni vinieron como conquistadores altamente civilizados a dominar tribus salvajes. Los arqueólogos han descubierto datos reveladores de civilizaciones pregriegas avanzadas, algunas mostrando huellas pertenecientes a la Edad de Piedra, anteriores al año 3000 a.C. Con mucho, el nivel del progreso social y material en aquella región superaba al de los recién llegados. Cuando llegó el pueblo que hablaba la lengua griega, no era una emigración en masa, ni era una horda que todo lo arrasaba, ni un gran convoy de carretas atravesando el difícil terreno montañoso de la Grecia septentrional, así como tampoco una expedición colonizadora organizada, sino que más bien se trató de un proceso de infiltración, quizá con uno o dos movimientos en masa, que duró casi mil años.
La mente humana sufre extraños errores en las perspectivas del tiempo cuando se somete a consideración el pasado remoto: los siglos se convierten en años y los milenios en décadas. Exige un esfuerzo consciente rectificar esta idea para apreciar que una infiltración a través de varios siglos no les parece a los participantes un simple movimiento organizado. Dicho de otro modo: ni los griegos, ni los nativos en cuyo mundo entraron aquéllos, tuvieron probablemente idea alguna de que algo grande e histórico estaba ocurriendo. En lugar de esto, veían presentarse pequeños grupos, algunas veces pacíficos y de ninguna manera dignos de tomarse en cuenta, otras veces perturbadores e incluso violentos destructores de vidas y modos de vida. Tanto biológica como culturalmente aquellos siglos fueron de constante mezcla. Se recuerda esto claramente en la Odisea, cuando dice Odiseo, mezclando nombres griegos y aborígenes:
En medio del sombrío ponto, rodeada del mar, existe una tierra hermosa y fértil, Creta; donde hay muchos, innumerables hombres, y noventa ciudades. Allí se oyen mezcladas varias lenguas, pues viven en aquel país los aqueos, los magnánimos cretenses indígenas, los cidones, los dorios, que están divididos en tres tribus, y los divinales pelasgos.²
Los restos de esqueletos muestran la fusión biológica; el lenguaje y la religión aportan la prueba principal con respecto a la cultura. El producto final, después de mil años poco más o menos, fue el pueblo histórico que llamamos los griegos. En el sentido verdadero, los emigrantes originales no eran griegos; pero el pueblo que hablaba griego y que llegó a ser elemento único en un compuesto posterior es el que puede reclamar con razón ese nombre. Los anglos y los sajones en la Gran Bretaña presentan una analogía adecuada: no eran ingleses, pero habían de hacerse algún día ingleses.
Tardaron los griegos más de mil años en adquirir un nombre suyo propio: y actualmente tienen dos. En su propio lenguaje son helenos y su nación es la Hélade. Graeci es el nombre que les dieron los romanos y que adoptó más tarde toda Europa. Por otra parte, en la Antigüedad sus vecinos orientales usaban además un tercer nombre para llamarlos: jonios, los hijos de Javán del Antiguo Testamento. Y los tres son tardíos, porque no encontramos ninguno de ellos en Homero. Él llamó a su