Los poetas malditos
Por Paul Verlaine
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Los poetas malditos - Paul Verlaine
Índice
I. Tristan Corbière
II. Arthur Rimbaud
III. Stéphane Mallarmé
IV. Marceline Desbordes-Valmore
V. Villiers de l'Isle Adam
VI. Pobre Lelian
I. Tristan Corbière
Índice
Tristan Corbière era un bretón, un marino y el desdeñoso por excelencia, caudal triple. Era un bretón sin asomo de práctica católica, pero creyente endiablado. Nada tenía de marinero ni de militar, menos aún de mercader; tan sólo, furioso amante del mar, era el jinete de su excesivo ímpetu, y en la más briosa de las grupas montaba en horas de tormenta. (Cuéntanse de él prodigios de loca imprudencia.) Despreciaba el Éxito y la Gloria hasta el punto de aparentar retarles, y creía eran imbéciles en cuanto al poder de moverle a compasión, tan sólo fuera un instante.
Dejemos al hombre que tan alto estuvo, y hablemos del poeta.
Como rimador y prosista, nada tiene de impecable, es decir, de abrumador y cargante. Ninguno de los Grandes como él ha sido impecable, desde Homero, que dormita a veces, hasta Goethe, el muy humano (digan lo que quieran), pasando por Shakespeare, algo más que irregular... Los impecables son Fulano y Zutano. Tarugos y leños. Corbière era un ser de carne y hueso. Así como suena.
Sus versos viven, ríen, lloran poco, se mofan a las mil maravillas y se chancean aún mejor. Además es salobre y amargo como su muy querido Océano, y a diferencia de este su turbulento amigo, no breza a ningún momento, sino que revuelve siempre los rayos del sol, los de la luna y los de estrellas en la fosforescencia de la marejada y de las enfurecidas olas.
Llegó un momento en que se hizo hombre de París, pero sin espíritu sucio y mezquino. ¡Hipos, vómitos, ironía feroz y rozagante, conversión de la fiebre y de la bilis, exasperadas en genio, alegría suprema e inverosímil!
Ejemplo:
AUXILIO
Si tú, guitarra mal templada,
kriss indio, bárbaro tres veces,
caja en los suplicios versada,
con mi pobre voz no enalteces
la dulzura de mi martirio,
y tú, cigarro, si a otros yerros
no me llevas, cual faro o cirio...
– ¡Maldito este oficio de perros...!
Si la tromba de mi amenaza
pasajera cuando maldigo,
todo lo enturbia o deslavaza,
– La mudez sea conmigo...
Y si es mi alma un encendido
mar que no tiene ola ni brisa,
– Por estar helado y cocido...
escurro el bulto a toda prisa.
Antes de pasar al Corbière que preferimos –aun cuando estemos chiflados por todos sus aspectos–, es menester insistir en el Corbière parisiense, en el Desdeñoso y el Chancero de todo y de todos, incluso de sí mismo.
Leed todavía este
EPITAFIO
Se extinguió de entusiasmo y murió de pereza;
si vive es por olvido; no ser en una pieza
él mismo y su querida fue su única tristeza.
No nació de ningún modo;
va donde el viento le deja;
es cual bazofia compleja,
mezcla adúltera de todo.
Hecho de qué se yo
. Un lince
en cuanto a vista. Oro y poco dinero.
Muchos alimentos y... un esguince
si el brío ha de ser duradero.
Un alma inmensa para quien no tiene violón.
Demasiado amor para un mal garañón.
Muchos hombres y... ninguna demostración.
…………………………………………………..
Omitimos trozos de los más regocijantes.
…………………………………………………..
Sin empaque. Sólo engreído
por lo único. Cínico y bobo.
Creyendo a todos, descreído.
Gustó el hastío con arrobo.
…………………………………………………..
Alma seca, beoda mollera.
Tan suyo, que a sí mismo era
fuerza el poderse tolerar;
murió mirándose vivir,
y por no saber acabar
vivió dejándose morir.
Aquí yace este corazón,
flor de fracaso y perfección.
Desde luego, sería menester citar toda la parte correspondiente del volumen, o el tomo entero, o mejor aún, reeditar la obra única, Los amores amarillos (Glady frères), publicada en 1873, hoy difícil o imposible de hallar (reedición Messein), en la cual Villon y Piron se solazarían viendo un rival a menudo afortunado, y los más ilustres de los verdaderos poetas contemporáneos encontrarían un maestro, cuando menos de su talla.
¡Y eso que aún no queremos abordar al bretón y al marino sin poner de manifiesto algunos versos sueltos de la parte de Los amores amarillos a que hacemos mención!
Acerca de un amigo a quien mató la bebida, el postín o la tisis, dijo: Aquel que tan alto silbó el falsete de su cancioncilla
.
Probablemente, a propósito del mismo era aquello:
Cuán exacto a