Codigo Rojo
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Fue una persona en el centro de atención y otra en la vida privada y experimentó una extraña dualidad de carácter que influyó en millones de personas.
A los ojos de la multitud, era un soberano, un ganador, alguien que, tras salir del anonimato, se convirtió en un mito.
¿Y si pudieras ver su ser más íntimo, escuchar sus c
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Codigo Rojo - Ana Cristina Vargas
Romance Espírita
CÓDIGO ROJO
ANA CRISTINA VARGAS
Dictado por el espíritu
José Antonio
Traducción al Español:
J.Thomas Saldias, MSc.
Trujillo, Perú, Febrero, 2024
Título Original en Portugués:
Código Vermelho
© Ana Cristina Vargas, 2019
Traducido al Español de la 1ra edición portuguesa, Junio 2019
World Spiritist Institute
Houston, Texas, USA
E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org
Del Traductor
Jesús Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.
Desde los años 80s conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.
Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.
Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.
Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 300 títulos, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.
Índice
CAPÍTULO I
AGONÍA
CAPÍTULO II
CÓDIGO ROJO
CAPÍTULO III
NUEVA VISITA
CAPÍTULO IV
¿PARA QUÉ VIVIR?
CAPÍTULO V
ESPERAR
CAPÍTULO VI
ESTABLECIENDO RELACIONES
CAPÍTULO VII
LA JUVENTUD
CAPÍTULO VIII
EL TEATRO
CAPÍTULO IX
SOBREVIVIENDO
CAPÍTULO X
EL APRENDIZAJE EN EL SEMINARIO
CAPÍTULO XI
¿NOBLE O ESCLAVO?
CAPÍTULO XII
FORTALEZA O DEBILIDAD MORAL
CAPÍTULO XIII
LA VISTA DESDE EL PALCO
CAPÍTULO XIV
EL CAMINO DEL PODER
CAPÍTULO XV
LEVANTANDO LOS CIMIENTOS
CAPÍTULO XVI
ENFRENTAR LOS RESULTADOS ADVERSOS
CAPÍTULO XVII
ASCENSIÓN
CAPÍTULO XVIII
REINANDO
CAPÍTULO XIX
CUANDO SE LIBERA LA FURIA
CAPÍTULO XX
EL PACIENTE
CAPÍTULO XXI
TERAPIA
CAPÍTULO XXII
OBSERVACIONES
CAPÍTULO XXIII
EL SACERDOTE
CAPÍTULO XXIV
EL PROFESOR
CAPÍTULO XXV
IRENA
CAPÍTULO XXVI
¿MARÍA O MUJER?
CAPÍTULO XXVII
LA VIDA OCULTA
CAPÍTULO XXVIII
REVELACIÓN
CAPÍTULO XXIX
PREMIO
CAPÍTULO XXX
RUMBO AL PODER
CAPÍTULO XXXI
PODER Y PASIÓN
CAPÍTULO XXXII
CONFESIONES
CAPÍTULO XXXIII
PADRE PÍO
CAPÍTULO XXXIV
CONFESIONES II
CAPÍTULO XXXV
ENFRENTAMIENTOS
CAPÍTULO XXXVI
PERSONA ACTUADORA
CAPÍTULO XXXVII
PERSONA ACTIVA EN POLÍTICA
CAPÍTULO XXXVIII
¡NO TENGAN MIEDO!
CAPÍTULO XXXIX
MI REINADO
CAPÍTULO XL
LA SOLUCIÓN
A VECES, NOSOTROS SOMOS NUESTROS PROPIOS DEMONIOS CUANDO NO CUESTIONAMOS LOS HECHOS BAJO NUESTROS OJOS Y ACEPTAMOS CIEGAMENTE LA OPINIÓN GENERAL.
DEDICO ESTE LIBRO A QUIENES SE ATREVEN A CUESTIONAR.
CAPÍTULO I
AGONÍA
- Sombrío - le dije a Ricardo que caminaba con Georges y conmigo por la amplia avenida del ala más compleja de la institución. Ricardo arqueó levemente las cejas y se encogió de hombros, expresando con gestos lo que pensaba de mi breve observación: ¡Buenas noticias!
Conocía bien la mente aguda e irónico de su parte, pude entenderlo fácilmente.
- Resultado inevitable - nos dijo Georges -. La vida es lógica. No hay dobles raseros. La conciencia despierta y se manifiesta en todos nosotros, en algunos antes, en otros después; sin embargo, siempre se manifiesta. Cuanto mayor sea la desconexión entre nuestros pensamientos y acciones, y esta fuente universal, mayor será el sufrimiento y el dolor en este inevitable despertar. Creo que lo está haciendo muy bien. Pudo haber creado mecanismos de escape, de negación, de locura, o permanecer atrapado en las creencias que albergaba y que resultaron en el presente bajo nuestra observación. Puede ser peor.
-¡Ah, Georges! ¿Podrías, por un momento, ser menos sensato? - Pregunté en broma -. Confieso que me conmueve lo que vi.
-¡Ah, José! ¿Podrías ser menos por un momento... cómo diría... me faltan las palabras - se rio Georges, perdiéndose en el intento de imitarme y luego pinchándome:
- Compasivo con los famosos.
- La sabiduría popular dice que a mayor altura, mayor caída. Conozco esta verdad - me recordó Ricardo en mi defensa -. Georges, fuiste preciso en tu análisis. La vista de su condición me apenó. Es una tortura indescriptible la que enfrenta.
Serio, con el ceño fruncido, Georges miró a Ricardo, quien sonrió, le dio una palmada amistosa en el hombro y le corrigió:
-Auto tortura, lo sé. Fue una fuerza de expresión. Allí se señala, se castiga. Espero que no sea inútil. Pero, como dije, tienes razón, Georges. A pesar de todo, su estado es bueno.
- Y – estuve de acuerdo, pensativo, todavía impresionado por su agonía.
Inesperadamente, mi mirada se posó en el manojo de llaves que Ricardo tenía atado a su sotana. Él todavía lo usaba también el círculo eclesiástico. Eran llaves viejas, gastadas y grandes que parecían de cobre y hierro pesado. En algunos lugares brillan, en otros están oxidados. Eran simbólicos y representaban sus múltiples errores y vicios morales convertidos en llaves para abrir jaulas interiores. Experiencia transformada en aprendizaje, en herramienta de trabajo para otros. Hay esperanza.
- Se quedó en silencio, José. ¿Por qué? Ya he estado en esta ala algunas veces de las que puedo recordar. Sé que a veces es tu musa inspiradora, aunque su belleza sea paradójica: cruda y sensible. Algunas de las historias de tus novelas provienen literalmente de aquí.
- Es hermoso tener un nervio expuesto – respondí, mirando hacia la mencionada sala -. Esta visita me dejó introspectivo.
¡La piedad es un sentimiento complejo! Todavía no lo tengo puro, no me acerco a los ángeles, ¿sabes? Esta experiencia me mostró cuánto necesito todavía purificarla. Me puse en su lugar. Estas ondas de vibraciones que emanan de la multitud que lo rodea son horribles. ¡Enloquecedoras! No pude ver lo mismo que tú, Georges. No estaré tranquilo contigo, Ricardo.
- Sí, yo entiendo. En una palabra, ¿cómo describirías lo que viste? - Me preguntó Georges.
- Dolor - dije sin dudarlo.
¡Sí! Era exactamente la diferencia entre él y los otros casos que conocí en esa sala y convertí en novelas. Sí. Allí me había enfrentado a la huida, a la negación; el dolor, las reacciones enfermizas; sin embargo, él no encajaba en esas situaciones; sintió y experimentó el dolor conscientemente. Se castigaba a sí mismo. Creía que necesitaba sufrir mucho.
- Definición exacta: es el dolor de una conciencia expuesta - resumió Georges -. Él es inteligente...
- Testarudo, astuto y frío - añadió Ricardo, refiriéndose al paciente que habíamos visitado.
- Eso ya no me importa - le dijo Georges a Ricardo -. Esto requiere más tiempo y sabiduría de la que tengo. Las leyes de la vida se encargarán de ellos a su debido tiempo. Mi trabajo es intentar rescatarlos de este estado mental de flagelo y aislarlos, en la medida de lo posible, de estas vibraciones.
- Lo molestan, pero también lo atraen - dijo Ricardo -. Les da de comer. Por increíble que parezca, ¡simplemente le gusta! Hay momentos en los que disfrutas escuchándolos y parece que retomas la identidad de la que te liberaste hace poco.
Llegamos al portón que dividía el espacio entre esa zona y los jardines de la institución. Solícitos, dos conserjes abrieron.
No intercambiaron palabras amistosas con Georges.
Avanzamos al taller de Georges en la institución. Sobre la mesa había un extenso expediente y reconocí la firma de Ricardo. Sin pedir ni esperar aprobación, me acerqué al mueble y recogí el material. El título "Código Rojo" captó inmediatamente mi interés. Sabía que se trataba del nuevo paciente. Solo podría ser.
CAPÍTULO II
CÓDIGO ROJO
- ¿Lo leerás? - Le pregunté a Georges.
- No ahora no. Prefiero conocerlo tal como se presenta ante mí. Los toques culturales de la humanidad encarnada me bastan.
No puedo decir que no sepa nada sobre él, pero espero desterrar estos restos de mi mente. Él ya no está, la persona que era. Este trabajo lo solicité a Ricardo de manera preventiva. Veo mejoras en él; sin embargo, aun no tiene las condiciones para afrontar un viaje al alma. En este momento vemos cuánto sufre. Enfrentarse a sí mismo... todavía puede llevar un tiempo.
- Dialogar con él no es fácil - intervino Ricardo, parado frente al gran ventanal que daba al jardín. En un gesto muy característico, mantuvo la mano en la barbilla y reflexionó. Lo noté en la mirada perdida en el horizonte. Mientras permanecíamos en silencio, Ricardo volvió a hablar:
- Pero tiene conciencia, lucidez e inteligencia. El día no es fácil, pero sí productivo. Él sufre mucho. Curar el dolor moral no es sencillo. No es un dolor físico. No hay posibilidad de conformarse y aceptar lo que no tiene otra forma de ser. El dolor moral empuja, las fuerzas cambian. Ellas son intolerables.
Los más inconscientes de sí mismos niegan el dolor, huyen a la locura; sin embargo, son conscientes. Este dolor apuñala. Con cada golpe, una parte de nosotros se muestra. No me sorprendería una mejora repentina de su estado de ánimo. Después de este trabajo y por haber acompañado algunos años de su última encarnación, diría que es capaz de reacciones inesperadas. El gran riesgo para esto es la posibilidad de una reacción favorable y repentina, como imagino que podría suceder, es la personalidad dudosa.
- ¿Cómo lo encontraste, Ricardo? - Pregunté, mientras hojeaba el dossier y leía información al azar.
- Bueno, bueno, José Antonio, en el lugar obvio: en los palacios de la Santa Madre. Viví allí durante siglos y seguí muchas cosas, en el campo y fuera de él. Su última temporada allí fue triste. Lo vi huir y regresar innumerables veces. No encuentra ni paz ni silencio. Lo seguí. Ha soportado años de intensa auto tortura, sin tregua, agravada por el clamor de una legión de fans y seguidores fanáticos, que no saben lo que hacen ni en qué creen. Son irreflexivos. Los múltiples que aprenden de otros algunos artículos de fe, pero que no piensan en ellos, no cuestionan los límites.
- Entiendo. Repiten rituales, algunos conceptos, creencias superficiales. Un chino sabio diría que son criaturas confusas - comenté recordando una llamada de Confucio -. Y nuestro Código Rojo piensa y aprende de los demás, ¿o no?
- En el pasado reciente pensó mucho - respondió Ricardo -. Con otros aprendió el arte de la manipulación. Era un maestro; Como sabes, ese entorno es propicio. Los corderos no se reproducen entre lobos. Ahora sufre las consecuencias. Mientras estuvo encarnado, profundizó en la experiencia del ego. No había lugar para nada más. Resultado: quedó sorprendido por el conjunto de sus acciones y pensamientos, que fueron compartidos entre la multitud. Ahora gritan lo que les hicieron creer, el fomento de un comportamiento irreflexivo, y les sale el tiro por la culata.
- Mecanismo automático de justicia. ¡Perfecto! - Le comenté.
- Emitimos y recibimos devoluciones en proporción exacta. ¡Sabías leyes de la vida! Ningún tribunal o legislación humana sirve de comparación con la acción y comprensión de la justicia divina.
No hay juez, ni acusado, ni víctima indefensa. No hay castigo ni absolución, no hay carceleros ni presos. Solo nosotros mismos, ajustados o desadaptados a las leyes de la vida. Movimientos de conciencia en busca de evolución y armonía.
Él es el dolor personificado en este momento; sin embargo, nadie lo juzga ni lo castiga. Es la cosecha de uno mismo lo que tiene lugar.
Me callé. Durante unos segundos nos quedamos en silencio, pensando en él y en todo lo que contenía su historia reciente, y ciertamente no los cubrimos todos. Para cada uno de nosotros, un aspecto de ese drama llamó más la atención y, aun juntándolos, no agotamos el contenido.
- Cuando entendemos que este proceso comienza y termina dentro de nosotros, el cambio se impone como la única solución - reforzó Ricardo -. Por eso digo que no me sorprende una mejora repentina. Es inteligente, no aguanta más la tortura en que vive. Lo traje porque creo que, lejos del clamor y viviendo un tiempo de descanso, comprendería este proceso y abrazaría la necesidad de un cambio interior.
Georges escuchó nuestra conversación, absteniéndose de abordar cualquier pregunta sobre su nuevo paciente y el ejercicio de lo que dijo que haría: lo conocería por sí mismo.
Pero tengo demasiada curiosidad y mi trabajo es divertido. me sentí una atracción irresistible para aquel hombre que lloraba y aullaba ruidosamente en el suelo de la solitaria y oscura habitación del ala en cuyas paredes del largo pasillo Georges había hecho pintar la provocativa frase Cuando el dolor enseña.
Desde que comencé a seguirlo, entonces, no vi a nadie preguntarle por qué esas imágenes de tanto sufrimiento humano. La respuesta estaba en la pared.
- Como no necesitarás este material para tu trabajo, ¿podrías prestármelo, Georges?
Un brillo travieso iluminó los ojos oscuros de Ricardo, y su expresión decía: Sabía que no me resistiría.
Georges miró y yo sentí lo mismo y me sentí como un niño pequeño rogando a sus mayores que le dieran un juguete. Me reí para mis adentros, abracé el expediente del Código Rojo y dije:
- Confieso que necesito conocer esta historia. Ahórrame el trabajo de investigarlo nuevamente.
-Te cuento que mi trabajo es objetivo. Hay una gran red de personas y hechos que permean su historia y que no activo - me advirtió Ricardo -. Está incompleto.
- ¡Excelente! - Respondí.
Georges meneó la cabeza y, sonriendo, dijo:
-¡Ligero!
Le di las gracias y me fui sin despedirme. Mi voluntad fue suprema y me llevó directamente a mi taller. Olvidado de todo y de todos, solo el Código Rojo ocupaba mi mente, despertando reflejos en mí. Mi nuevo trabajo fue diseñado.
CAPÍTULO III
NUEVA VISITA
Vi pasar el tiempo. Conocía los días y las horas y, aunque era inmune a sus efectos materiales, el expediente de Ricardo me había fascinado. Una vida llena de misterios, secretos y batallas mentales. El hombre era un soldado, un excelente estratega. Construye un ego duro y crea, tal vez, una persona y un yo real.
El trabajo de Ricardo fue meticuloso, preciso, pero aun faltaban asas en ese rompecabezas. Pude ver la línea principal que conducía a los hechos, pude deducir razones, objetivos y sentimientos; sin embargo, esto fue insuficiente. Georges había optado por el camino opuesto. Preferiría que las personas revelen sin sus motivos, sus sentimientos, objetivos y pensamientos internos, ya que son la causa de los acontecimientos externos. Conociéndolos, es fácil predecir acciones, ya que revelan intenciones, voluntad. Tenía mucha información, que a pesar de estar incompleta, fue útil.
Ahora sabía el motivo de la tortura y medí adecuadamente el sufrimiento actual. No era una forma de locura; era real, claro, cálido e intenso como la luz del Sol en los trópicos. Ser testigo de su sufrimiento me había apenado. Después de leer el dossier, vi la magnitud abismal de ese sufrimiento y la magnitud de los errores cometidos por ese espíritu. Emitió esa energía, esas ideas, que se difundieron a su antojo, sin frenos, en ondas místicas crecientes. La ley dice que todo lo que emitimos vuelve a nosotros. Bueno, se enfrentó a la ley del retorno. Había creado un monstruo y creado a sus cuidadores. En relación con este trabajo, reconozco que fueron y seguirán siendo muy competentes. Por mucho que él fuera, los cuidadores del monstruo no pensaban en el mañana, en la vida después de la muerte. Conozca la ley del retorno, no lo que se rieron al ser informados y lo tiraron a costa de los místicos y supersticiosos.
¡Oh, si pudieran ver! Si vislumbraran la acción de esta ley en las experiencias de su amigo del pasado, seguramente cambiarían el curso de sus propias existencias. Diariamente y con celo, el monstruo, alimentado por los cuidadores, creció incluso después de la muerte física del creador y se volvió contra él, al otro lado de la vida, devorando su fuerza y voluntad.
Romper este ciclo era fundamental para él y para todo aquel que quisiera ser libre: liberarse del dolor, del sufrimiento y ser tan feliz como la Tierra lo permitiera. Reinventarse a sí mismo. Cambiar. Tomar conciencia que somos el foco emisor y generador de todo lo que nos rodea. Sabiendo esto, necesitamos alinear nuestros pensamientos, sentimientos y acciones en la dirección que deseamos y fortalecer la voluntad de romper el viejo patrón, destruyéndolo, rechazándolo, no acogerlo, ya que las viejas ondas emitidas regresan a nosotros en algún momento, oprimiéndonos e induciendo en nosotros la necesidad de cambiar. Esto se llama inclinaciones, tendencias.
Me levanté, recogí el material y me dirigí hacia la sala de Georges. He recorrido este camino tantas veces que creo que hay un rastro magnético que conecta nuestras habitaciones.
Me acerqué, como de costumbre, y la puerta estaba abierta.
Escuché a Georges tararear suavemente y entré en la habitación.
- ¡Hola, Georges!
- ¡Oh! ¡He aquí que vuelves al mundo social otra vez!
¿Cómo estás, José?
- ¡Fantástico! Mi mente se repone.
-¡Ah! ¡Qué bueno! ¡Déjame adivinar! Devoraste la vida del nuevo interno. Puedo ver el Código Rojo corriendo hacia tus ojos, pero recuerda, no quiero saber lo que lees. Los hechos me interesan poco, ya que son inmutables. Lo que cambia es el corazón y la mente del hombre.
- De eso quiero hablarte, Georges. Necesito seguir tu trabajo con él. Su experiencia es muy rica, pero, incluso con todos los misterios, secretos y duplicidades, no me satisfará si no puedo desvelar lo que íntimamente generó todo lo que leí y lo que veo. Y el puente, ya sabes, entre el pasado glorioso y éste presente miserablemente sufriente. Si tuviera que describir simplemente el momento actual y justificarlo con base en lo que sabemos del pasado, muchos interpretarían la justicia de la vida como un acto de castigo, como un castigo divino, no como un fruto directo de sí mismo, creado y cosechado por esto. Sabes que todavía hay mucha dificultad para comprender este mecanismo automático de justicia basado en la conciencia del ser y que funciona independientemente de su voluntad. La culpa consume a muchas personas, que no comprenden el motivo de ella. Algunos ni siquiera saben por qué se culpan a sí mismos, pero se culpan de todo y de todos. Otros todavía piensan que quien cometió un error realmente necesita luchar por ajustar cuentas con el pasado, y sabemos que no podemos y éste es el camino. Esto no puede servir como excusa para mantener la ignorancia o pereza.
- Oh, oh, oh, oh
- gimió Georges, burlonamente -. Entiendo, José. Hablas así significa grandes dosis de pasión por el trabajo que quieres realizar. Lo sé, pero no puedo garantizar nada. Sabes que también dependerá de si permite tu presencia. No sé cuándo, cómo o incluso si podré responder. A diferencia de ti, soy completamente ignorante cuando se trata de él.
- Exceso. Con solo mirar a alguien, obtenemos información sobre él – respondí sentándome en un sillón.
- Aquí, en esta sala, en las salas donde los atendidos son solo trabajo, aprendí y asimilé la conexión que la apariencia puede ser una ilusión. Realmente no creo lo que veo a priori, José. Recuerda a Johannes, a quien conociste con Antonio; Marieta, que se creía Rosa Caveira; de nuestro amiga Tiago, quien muchos todavía creen que es un esclavo.¹ Para bien o para mal, las apariencias dan información incompleta. Todo en él podría ser una fantasía, una creación mental. Reafirmo mi ignorancia; sin embargo, tiene mi permiso para seguir sus cuidados. Tienes el no interferir, lo cual es una gran virtud, amigo mío.
Sentí que la satisfacción me iluminaba. La sonrisa de Georges confirmó mis sospechas. No tenía como, no tenía forma de negar que la vida de aquel hombre había prendido fuego a mis pensamientos y despertado mis ganas de conocerlo, analizarlo y escribirlo.
- ¿Cuándo empezaremos? - Pregunté, con muchas ganas de disparar.
Busqué las manijas que me faltaban en ese rompecabezas. Sin saberlo, Georges había borrado una de mis sospechas:
- Todo en él podría ser una creación mental; sin embargo, era solo sospecha. El caso es que no sabía cuál era la verdad en esa vida, y solo él podía contarlo. Necesitábamos darle dichos, entonces le pregunté:
- ¿Cuál es tu plan terapéutico con él?
Georges se rio, me miró divertido y respondió:
- ¿Para él? No lo sé todavía. Para ti, podemos empezar ahora.
Riendo, levanté mis manos en alto y dije:
- Confieso que mi ansiedad es cien por cien curiosidad. Anhelo satisfacer un deseo y una manifestación infantil de pasión. ¿Qué puedo hacer? Todavía lo llevo conmigo. ¿Es una enfermedad grave, mi querido doctor?
- No. Expresaste correcta y coherentemente lo que sientes, por lo que hay esperanza para tu caso. Lidiarás solo con la frustración de esperar el momento adecuado.
Asentí con la cabeza en señal de acuerdo. Ese tiempo sería rico e importante para mí. Trabajo completo, sin frustraciones.
- Esperaré. Cuéntame sobre tu nueva visita, por favor - pregunté levantándome, ya que había escuchado pasos acercándose a la puerta.
-¡Gracias!
- ¡Ciertamente! Se te notificará.
Me despedí con un saludo y listo. En el pasillo me encontré con Chiara, intercambiamos algunas palabras y ella me despidió cortésmente:
- Lo siento, pero no puedo hablar ahora. Necesito a Georges. Vine a buscarlo. El nuevo alojamiento lo empeoró mucho.
- Vámonos – dije rápidamente -. Estoy siguiendo el servicio.
Georges abrió la puerta de la sala donde mi precioso caso. El sonido de un llanto angustiado y la visión de Ricardo parado frente a la entrada de una habitación me golpearon al mismo tiempo.
El ex obispo del Véneto tenía las manos entrelazadas delante de él y, con expresión paciente, miraba fijamente la habitación. Mueve la cabeza hacia nosotros, abre las manos y se va decaído, desolado.
Georges tomó la delantera y avanzó rápidamente y se detuvo junto a Ricardo. Mirando atentamente por la ventana cuadrada que había en medio de la puerta, preguntó:
- ¿Desde cuándo?
- Reciente, pero tiene la sensación del infinito y la eternidad del dolor - respondió Ricardo -.· Esperaba que él estaba ganando esta remontada, pero yo estaba equivocado. Es muy fuerte e intenso todo ello. Es un ego insepulto que actúa en la sociedad, que se renueva y empeora. Y él... todavía no lo ha logrado encontrar la fuerza interior para resistirse a sí mismo.
-¿No hay cambios en la manifestación de la crisis? - Preguntó Georges a Ricardo, observando atentamente las reacciones del hombre amparado en apuros. Su llanto perturbó algo en lo más profundo de mi ser. Aquel mito tirado en el suelo, temblando en un fuerte grito, decía mucho de los valores que aun cultiva la sociedad humana. ¡Oh, si tan solo pudieran verlo y oírlo!
- No. ¿Vas a entrar? - Cuestionó Ricardo mirando a Georges -. ¿Vas a intentar hablar con él? No logré nada, a pesar de nuestra facilidad para sintonizarnos.
- Entraré - respondió decididamente Georges. Ricardo inmediatamente le dio acceso a su amigo.
- ¡Éxitos! - Le deseó en el pasillo.
Georges escuchó y pasó. La persona protegida estaba en el suelo, en posición fetal, acurrucada en el ángulo que forma la unión de la pared del fondo y el lado izquierdo. Los muebles eran una cama intacta y una silla. Georges tomó la silla y se sentó, párate junto a él.
En medio del llanto, con voz ahogada, ronca, ahogada por la emoción, repitió su petición:
- ¡Haznos parar! ¡Haznos parar! ¡No puedo soportarlo más! ¡Haznos parar!
Volvió la cabeza de un lado a otro, se tapó los oídos y la desesperación se intensificó, llevándolo a gritar:
- ¡Haznos parar! ¡No soy un santo! No soy un santo… - repitió varias veces, pareciendo sentirse aliviado al escuchar su propia voz declarando: - ¡No soy un santo! - Habló cada vez más fuerte hasta que estalló de nuevo en un grito convulsivo y doloroso de pura agonía.
Georges se levantó de su silla, se acercó a él, se inclinó, tocó suavemente la cabeza del hombre y le dijo:
- No hay santos, ni tú ni ningún ser humano son santos.
El llanto mostraba signos de debilitamiento, de cansancio. Escuché sollozos y su respiración agitada, cuando Georges insistió:
- No hay santos. Tú no eres un santo, ninguno de nosotros lo somos.
Mientras lo acariciaba lentamente, sin importarle su aparente desconocimiento de sus cuidados, Georges repetía de vez en cuando: No hay santos.
Al notarlo más tranquilo o quizás agotado por la crisis emocional, lo invitó:
- ¿Te gustaría hablar conmigo?
Lo vi relajarse, recostado boca abajo sobre el té, estirando las piernas y sollozando, mientras intentaba recuperar algo de equilibrio. Con el rostro escondido entre las manos, respondió con voz sarcástica:
- No, quiero silencio. Necesito silencio. No soporto que la gente me llame de todas partes, grite, grite mi nombre. Esto me vuelve loco. No puedo pensar, descansar, nada. El infierno no puede ser peor. Las voces de esta multitud resuenan en mi mente. Quiero silencio.
Georges hizo una última caricia en la coronilla de la criatura torturada y estaba ensayando su respuesta, cuando volvió a hablar:
- ¿Se enteró que…? Comió de nuevo. ¡No! ¡No! No...
Golpeó con el pie y sentí su cuerpo rígido y tenso. No pasó mucho tiempo antes