Libro electrónico220 páginas2 horas
El leñador
Calificación: 0 de 5 estrellas
()
Información de este libro electrónico
«He pasado mis mejores años tratando de contar la verdad hasta donde fuera posible buscarla, pero la vida no deja de ser como la escalera de un gallinero: corta y llena de mierda, y con su realidad te persigue…».
El protagonista de esta novela negrísima, un periodista jubilado con un pasado glorioso como reportero de sucesos, escribe a toda velocidad El leñador, su última novela policiaca, mientras hace balance de su vida e investiga por su cuenta «el crimen de Raspai». Sangre derramada, hachas en ristre y negocios infames. En su novela, el inspector-jefe José Pulido debe enfrentarse a su peor caso: el asesinato, a golpes de hacha, del alcalde de una pequeña población mediterránea. Un crimen de una violencia feroz que le hará descender a los sótanos de su propio infierno cuando se tope con el muro de la verdad y del gran dinero.
El leñador nos sumerge en una trama de espejos que reflejan, con una irónica lucidez, realidad y ficción. La verdad de un crimen trasladado a la ficción y, sobre todo, la realidad del propio Mariano Sánchez Soler, que a través de su narrador, ese periodista de sucesos jubilado, nos habla de sus recuerdos, de su carrera y de su experiencia en el tratamiento de casos reales de crimen y corrupción de la España de los últimos cincuenta años que nadie conoce mejor que él.
Una novela emocionante, intensa y adictiva que es, también, una aguda reflexión sobre lo que queda de esos años de la Transición y el periodismo de investigación con nombres propios, sin concesiones, con sinceridad descarnada.
Mariano Sánchez Soler nos deja una joya que pone a cada uno en su sitio. A él mismo también.
El protagonista de esta novela negrísima, un periodista jubilado con un pasado glorioso como reportero de sucesos, escribe a toda velocidad El leñador, su última novela policiaca, mientras hace balance de su vida e investiga por su cuenta «el crimen de Raspai». Sangre derramada, hachas en ristre y negocios infames. En su novela, el inspector-jefe José Pulido debe enfrentarse a su peor caso: el asesinato, a golpes de hacha, del alcalde de una pequeña población mediterránea. Un crimen de una violencia feroz que le hará descender a los sótanos de su propio infierno cuando se tope con el muro de la verdad y del gran dinero.
El leñador nos sumerge en una trama de espejos que reflejan, con una irónica lucidez, realidad y ficción. La verdad de un crimen trasladado a la ficción y, sobre todo, la realidad del propio Mariano Sánchez Soler, que a través de su narrador, ese periodista de sucesos jubilado, nos habla de sus recuerdos, de su carrera y de su experiencia en el tratamiento de casos reales de crimen y corrupción de la España de los últimos cincuenta años que nadie conoce mejor que él.
Una novela emocionante, intensa y adictiva que es, también, una aguda reflexión sobre lo que queda de esos años de la Transición y el periodismo de investigación con nombres propios, sin concesiones, con sinceridad descarnada.
Mariano Sánchez Soler nos deja una joya que pone a cada uno en su sitio. A él mismo también.
Lee más de Mariano Sánchez Soler
El pintor ciego: Ilustraciones de Mario-Paul Martínez Fabre Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con El leñador
Títulos en esta serie (100)
El capitán Veneno Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Vida fingida Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl amigo de la muerte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesJuan de la Rosa: Memorias del último soldado de la Independencia Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Huérfanos de Dios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesClara de Asís: Elogio de la desobediencia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas mentiras inexactas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos años rotos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuerpo feliz: Mujeres, revoluciones y un hijo perdido Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCortos americanos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa isla de las palabras desordenadas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDos ángeles caídos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa viña de uvas negras Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo aceptes caramelos de extraños Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Convivir con el genio Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl año de Spitzberg Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuentos amatorios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTempus fugit Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa misión de Pablo Siesta Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa ciudad de Dios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos canallas y otros relatos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa raya oscura Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Regenta II Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl sombrero de tres picos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMarcas en la pared Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVidas de tinta Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa cultivadora de orquídeas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSensación de vértigo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBasti Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl final de Norma Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Libros electrónicos relacionados
Anatomía del crimen: Guía de la novela y el cine negros Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Ruido de cañerías Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas vísceras del mal Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl azul sobrante Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Asesinos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTu nombre envenena mis sueños Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl misterioso candor de los trenes Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEdificio España Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPor amor al arte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa opción Wesser Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMuerte en la quinta octava Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl ruido y la furia: Conversaciones con Manuel Vázquez Montalbán, desde el planeta de los simios. Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl último tiburón Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesInsomnios de la memoria: Cuentos póstumos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMorir despacio Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los Profesionales Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl paraiso de las mujeres Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl peor de los tiempos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos héroes de Yakutia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRelatos cautivos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLes mans d'Orlac Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMás allá de la noche: Crónica de lo salvaje y lo precario Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Monstruo De Tres Brazos Y Los Satanistas De Turín: Dos Cuentos Largos - Tercera Edición Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEmilia Pardo Bazán y su fascinación por la criminología Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl hombre del cartapacio: Y otros relatos con humor Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTe quiero porque me das de comer Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNadie corre más que el plomo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesA quemarropa: La época clásica de la novela negra y policíaca Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFrancisco Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVolver al laberinto Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Biografías y autoficción para usted
También esto pasará Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La rosa y la esvástica: Vida y muerte de Eva Braun Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los nombres propios Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El brazo de Pollak Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Fortuna Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La facultad de sueños Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl libro secreto de Frida Kahlo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Amor libre Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La muerte es mi oficio Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Ceniza en la boca Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Confesiones de una bruja: Magia negra y poder Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Del color de la leche Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Casas vacías Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Beckomberga. Oda a mi familia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesellas hablan Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Desmorir Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El fin de la novela de amor Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Mi madre Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Atlas descrito por el cielo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLibre: El desafío de crecer en el fin de la historia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Babuino Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPunto de cruz Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Basada en hechos reales Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cuentas pendientes Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cartas a Felice Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Última Oportunidad: Tu mirada en el tiempo, #2 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesA las dos serán las tres Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Albert Speer, un día Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuando mi cuerpo dejó de ser tu casa: Memorias de Ilse en Colonia Dignidad Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Perderse Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Categorías relacionadas
Comentarios para El leñador
Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
El leñador - Mariano Sánchez Soler
Abajo, abajo, abajo.
La estrella está gritando
debajo de las mentiras:
¡Mentira! ¡Mentira!
Cuidado con esa hacha, Eugene.
Las estrellas están gritando fuerte.
PINK FLOYD,
Careful With That Axe, Eugene
No me importó si el misterio era bastante obvio, pero me preocupé por la gente, por este extraño mundo corrupto en el que vivimos, y cómo al final cualquier hombre que trata de ser honesto parece sentimental o directamente idiota.
RAYMOND CHANDLER,
Carta a Bernice Baumgarten (14 de mayo de 1952)
En la fantástica espesura del claro del bosque, donde pulula la prodigiosa población de minúsculos seres maravillosos, nada acontece porque el tiempo se ha petrificado. Todo el dinamismo de miradas y gestos está atrapado en el opresivo laberinto de la expectativa. El hacha ha de romper el fruto, de lo contrario la naturaleza no volverá a fluir.
JOSÉ LUIS ZERÓN,
A salto de mata, 2023. A propósito del cuadro El golpe maestro del duende leñador (1855-1864), del pintor parricida Richard Dadd
Un libro debe ser el hacha que quiebre
el mar helado dentro de nosotros.
FRANZ KAFKA,
Carta a Oskar Pollak (27 de enero de 1904)
Un pequeño encargo
He pasado mis mejores años tratando de contar la verdad hasta donde fuera posible buscarla, pero la vida es breve y, con su realidad, me persigue. Ayer, sin ir más lejos, vi en la televisión un western en el que el bandido regenerado Link Jones advertía al viejo forajido Doc Tobin: «Has rebasado tu tiempo», y pensé que la carrera profesional de un periodista es demasiado corta (eso se empieza a comprender más tarde) y demasiado sucia. En cuanto te descuidas, no hay marcha atrás ni segundas oportunidades y el paso del tiempo te convierte en un mequetrefe.
Estaba sumergido en esta certeza, paralizado delante de la pantalla apagada del ordenador, cuando el delegado de El País en Valencia, Pep Torrent, me telefoneó para encargarme un artículo de fondo que complementara la crónica marchita del caso Raspai, al que su periódico iba a destinar dos páginas enteras. Era una novedad que, a estas alturas, alguien recurriera a un «plumilla» jubilado como yo, que había dejado el oficio a finales del milenio y que me había reciclado, en los últimos años, como profesor universitario en precario cuando todas las redacciones me dieron con la puerta en las narices. Mis antiguos colegas miraban hacia otro lado mientras yo aguantaba el vendaval como podía y me anestesiaba de vez en cuando a golpe de ron, como un pirata de novela juvenil. Realmente, había sido el periodismo el que me había abandonado, y lo había hecho sin piedad.
Desde que cumplí los sesenta y cinco años, me dedicaba a escribir novelas de crímenes con las que mejorar mi paupérrima pensión de crápula.
—Hoy ha salido la sentencia del caso Raspai. Quiero un artículo como veterano escritor de novela negra y como periodista curtido. Quiero tu mirada desde la distancia, como narrador.
Me conocía muy bien. No era la primera vez que colaboraba con su periódico y, en los tiempos duros de la «Batalla de Valencia», había escrito para él, en el Levante, un par de reportajes dinamiteros sobre los Grupos de Acción Valencianista.
—De acuerdo.
—En torno a mil palabras. Lo necesito para esta tarde a las seis. Nosotros ponemos el título: «Más que una novela negra». —Y pronunció las palabras mágicas—: Doscientos euros.
—Hecho.
Y comencé a escribir.
«Por favor, que no se trate de un loco. Por favor, que sea un individuo normal el que los mató, por un motivo plausible», reflexiona angustiado el comisario Carella, al frente de la 87th. Precint, personaje central en la serie policiaca de Ed McBain. En sus novelas, construidas con una minuciosa carga realista, McBain siempre fue cuidadoso al explicar cómo trabajan los policías de verdad y por qué se cometen los crímenes en una sociedad cambiante. Cómo y por qué. El método de investigación y el móvil del crimen. Estas siguen siendo las dos grandes incógnitas del caso Raspai, el origen de todas las preguntas sin respuesta frente al asesinato a hachazos de Eugenio Aracil. ¿Por qué lo ejecutaron de un modo tan despiadado?
Han pasado nueve años desde aquel 19 de octubre de 2007 en que mataron al alcalde Aracil en la puerta de su domicilio, en Raspai, un lugar tan sereno que cuando paseas por él tienes la sensación de estar invadiendo la intimidad de otros. Pero ¿qué se oculta bajo la superficie de un crimen que parece cometido fuera de contexto, en uno de los paisajes más hermosos de la Marina?
A pocos escritores se les hubiera ocurrido inventar un argumento como este: un concejal de urbanismo, que antes fue director de una caja de ahorros, está enfrentado por negocios y odios personales con el alcalde de su mismo partido y que en otro tiempo fue su padrino político. El concejal decide acabar con él. Una noche, en un reservado del puticlub que frecuenta cerca de Benidorm, se reúne con otras cinco personas: el dueño del establecimiento, su lugarteniente, un oscuro empresario zapatero dedicado a otros menesteres y dos antiguos pistoleros checos con experiencia en muertes, que asumen el encargo por 50.000 euros. Queda la cuestión de las armas. No hay problema. Los checos contactan con un delincuente afincado en Finestrat, con antecedentes por tráfico de drogas y tenencia ilícita de armas. Él les proporciona dos pistolas manipuladas y de pequeño calibre, imposibles de identificar. Sin embargo, en vez de a tiros, los asesinos matan al alcalde con hachazos certeros y profundos, propinados con destreza de leñador. Pero han cometido una imprudencia, existe un portero portugués que les ha escuchado urdir su plan y que se convertiría posteriormente en «testigo protegido».
Y hasta aquí la novela.
Lo ocurrido con la cansina investigación del caso tampoco hubiera encajado en la mecánica narrativa de un novelista especializado en género negro. En cualquier ficción literaria, la narración es orden, causa-efecto, un acontecimiento conduce inexorablemente al siguiente. Por el contrario, la realidad es desorden, dispersión, casualidad. En una novela policiaca la trama avanza irremediablemente hacia la solución final. En el mundo real no ocurre así. La realidad se parece más a un rompecabezas desconcertado donde la investigación depende del compromiso y la actuación individual de cada funcionario, y no de la maquinaria burocrática policial y judicial, lenta y torpe en su funcionamiento orgánico.
Los ingredientes del caso Raspai son propios de una novela negra moderna. En cuanto arañas la superficie e indagas más allá de la apariencia de las cosas, surge la verdad más sucia. Frente al laberinto, los buenos novelistas policiacos, en sus desvelos para construir tramas creíbles y contar historias verosímiles, tratan de respetar el procedimiento de la investigación, cada dato, cada paso, cada murmullo. Pero estamos en el mundo real, y aquí, si no te das prisa…
Un hombre solitario con una bolsa de tela
A las nueve y media, el Mercado Central aún no albergaba el bullicio del mediodía, cuando la agitación rodea los puestos y la prisa empuja a las hormigas compradoras. El sol calentaba sin molestar y el ruido era un susurro tranquilo antes de que las voces en alto, las colas y el chirrido de los cláxones de la avenida de Alfonso el Sabio lo ocuparan todo. «La Plaza», para los más viejos, el corazón de la ciudad desde 1929, multicolor, con su fauna característica.
Crucé a varios metros del semáforo de Oliveretes. Siempre esperaba a que se pusiera en rojo para los coches. Entonces, los sorteaba con lentitud de sexagenario amenazado por la artrosis. Vivir solo no tiene ninguna ventaja, sobre todo cuando se ha tenido una familia, y la rutina diaria se convierte en tu único salvoconducto: reconocer los rostros cotidianos que te rodean; la cafetería Chocolat donde saben lo que vas a desayunar sin que lo digas, el Transilvano con su cerveza checa y sus patatas a la brava, la librería alternativa Fahrenheit 451, el taller de motos, la fotocopiadora, el bazar chino, el estanco… El paisaje de mi existencia retirada en la casa donde nací y a la que regresé cuando me despidieron de Tiempo, la revista madrileña en la que fui periodista de investigación hasta el año 2000.
Por las mañanas, los hombres solos como yo van al Mercado Central con una bolsa de tela sobresaliendo en uno de los bolsillos laterales de su pantalón cómodo, gastado, de un color sufrido que disimula las manchas y soporta bien la lavadora. Mi bolsa tiene inscrita la leyenda: «El espectáculo DEBE continuar». Es casi una declaración de principios. Además, es fácil reconocernos por las zapatillas deportivas o las alpargatas que demuestran nuestra marginalidad, pero que siempre acaban siendo un signo de libertad y dejadez, con el convencimiento de que a nadie le importa nuestra presencia y que, para nosotros, el suelo de hormigón es blando y el asfalto amable. Mi soledad después de una existencia agitada en la tribu, un retiro laboral de pensión mínima envuelto en el silencio de las carnicerías pasadas y los cementerios futuros.
En la calle era fácil reconocer a los oficinistas y a los trabajadores bancarios que caminaban con prisa en busca del café y la tostada. Eran los únicos que llevaban traje. El resto, incluidos los funcionarios displicentes, siempre deambulábamos como abejas en torno al viejo edificio del Mercado, con su muestrario de tullidos sin prótesis y vagabundos maquillados de pobreza con sus mochilas al hombro, vendedores del cupón de los ciegos y gitanas en las puertas posteriores con sus ristras de ajos de Las Pedroñeras a un euro, rumberos mugrientos con guitarras desafinadas tratando de resucitar a Los Chichos. Antesala de la agitación en los puestos de pescado, de fruta, de carne, en las panaderías, entre salazones y vinos de la tierra; y coches mal aparcados, furgonetas de reparto, embotellamiento casi permanente en la avenida. El otoño siempre ha sido una estación que prácticamente no existe en Alicante; el verano se alarga, ya sin la presencia multitudinaria de turistas invasores, y todos los días parecen iguales.
Después del café descafeinado y la media tostada con aceite en el Chocolat, un corto paseo entre calles dominadas por la zona azul me conducía hasta la plaza del 25 de Mayo, también llamada de las Flores, con su olor a tallos rotos.
Había dejado atrás la terraza del quiosco del Mercado, con sus mesas abarrotadas como un soleado abrevadero, cuando una voz a mi espalda gritó mi nombre:
—¡Carlos! ¡Carlos Albert!
Me giré en redondo, sorprendido, y vi cómo un hombre, cargado con una voluminosa mochila, se levantaba del banco metálico junto a la estatua sentada del pintor Gastón Castelló, y avanzaba hacia mí con paso ligero.
—¡Eh, insigne escritor!
Me detuve en seco, molesto por aquel ataque frontal a mi anonimato. Era Ximo, un chico que había conocido en mis tiempos de las Juventudes Socialistas a mediados de los años setenta, antes de mi regreso a Madrid para buscarme la vida como periodista.
La calvicie había reemplazado su pelo rubio, pero mantenía su aire juvenil y su regusto antiguo por la retórica.
—Quiero felicitarte por tus novelas.
—Gracias.
—Eres el mejor escritor de Alicante. Si no el único que merece la pena y un periodista excepcional.
—No exageres, Ximo.
—Te admiro.
—¿Quieres tomar algo?
—No he desayunado todavía.
Ocupamos una mesa del quiosco La Rotonda, bajo la sombra del toldo. Las mesas estaban ocupadas por grupos de señoras maduras, guiris rubios en pantalón corto, mujeres nórdicas ligeras de ropa y clientes del mercado que hacían una parada antes de la compra. El sol calentaba el hormigón del suelo y los rostros blanquecinos de los intrusos. Los puestos de flores ofrecían en ramos todos los colores del arco iris. Era lo más parecido al paraíso si no fuera por el grupo de mendigos arremolinados en torno a la figura de bronce de Gastón Castelló.
Tardaron varios minutos en servirnos. Cambiaban de camarera continuamente. «Contratos basura», pensé, «la explotación en estado puro, la realidad que no queremos ver mientras disfrutamos de nuestro propio tiempo».
—Tú eres un gran escritor y no sabes lo que ha sido mi vida. Podrías escribir una novela con lo que me ha pasado, con lo que estoy pasando.
Pronunciaba las palabras con parsimonia y me miraba directamente a los ojos.
—Duermo todas las noches en los bajos de la Escuela de Idiomas, junto a la puerta principal, en un rincón tranquilo, recogido del relente.
—Sigues en la calle —dije con cierta decepción—. La última vez que nos vimos hace dos o tres años…
—Yo te vi hace unos meses, pero te hiciste el longui.
—No creo…
—Te llamé y aceleraste el paso.
—¿Y qué haces…? —No sabía cómo continuar la conversación.
—Pido, vivo con lo poco que me dan. He perdido la vergüenza. Ya soy un miserable. He pasado la frontera. Acabas adaptándote a vivir al raso y con la casa a cuestas. —Señaló su mochila.
La camarera nos puso sobre la mesa las dos tazas, el salero, la botella de aceite de oliva virgen y la tostada quemada en los bordes. Ni siquiera nos miró a la cara.
—Simplemente has tenido mala suerte —proseguí, sin demasiada convicción.
—¿Mala suerte? Ya sabes que me peleé con mi familia hace ya más de cuatro años… —añadió mientras devoraba con avidez su tostada y la mojaba en el café con leche—, y me he convertido en una sombra. Para la mayoría de la gente, no existo.
—¿Tus padres siguen viviendo al lado de la Estación?
—Donde siempre. No quieren saber nada de mí. —Hizo una pausa para dar un sorbo al café—. No fui precisamente un buen chico y no les importa que duerma en la calle, a poca distancia de nuestra casa. Y, además, desde que murió mi hermano me he quedado más solo que la una.
Se hizo un pequeño silencio. Ximo era un vagabundo aseado, vestido con ropa discreta. Sobrio. Aparentaba la edad que tenía: poco más de cincuenta años.
—¿Acabaste la carrera?
—La dejé en cuarto, cuando empecé a tener problemas. Fui metiendo la pata con auténtico ahínco.
La taza y el plato estaban vacíos.
—¿Qué vas a hacer… ahora?
—Seguir, a la deriva, merodeando con mi cruz, mientras el cuerpo aguante. —Su rostro se oscureció al decir con sinceridad—: Oye, me enteré de lo de tu mujer. Lo siento. El cáncer sí que es mala suerte.
El puñal volvió a clavárseme hondo, pero no dije nada. Pagué la consumición, le di el único billete de veinte euros que tenía suelto y nos estrechamos la mano como despedida. La próxima vez que me topara con él volvería a acelerar el paso para que no me viera. Demasiada melancolía.
Antes de entrar en el edificio del Mercado, sorteé el monumento con la inscripción: «Alicante por las más de trescientas víctimas civiles en el bombardeo fascista del 25
de mayo de
¿Disfrutas la vista previa?
Página 1 de 1