BAYLY La Foto de Mi Padre
BAYLY La Foto de Mi Padre
BAYLY La Foto de Mi Padre
Autor: Jaime Bayly Compartir Enviar Cuando mi padre muri hace casi tres aos, no sent nada parecido a la tristeza. Sent un alivio profundo y una tranquilidad culposa. Mi madre me llam al celular a las cinco de la maana para darme la noticia. Estaba llorando. Mi padre haba muerto en sus brazos y le haba pedido que me diera un abrazo, el abrazo que l no pudo darme, o eso fue lo que me dijo mi madre. Yo haba dejado el celular prendido porque saba que mi padre no pasara de esa noche. Pude ir a la clnica a acompaarlo en sus ltimas horas, pero varios de mis hermanos estaban con mi madre en el cuarto, y no me pareci una buena idea ver morir a mi padre. Adems, esa madrugada yo vena saliendo de la televisin, haba terminado el programa, estaba en terno y corbata, y quera estar a solas, en silencio. Antes de que mi madre me llamase, sent que alguien me tocaba la espalda, dndome dos palmadas (yo estaba durmiendo tendido bocabajo). Despert sobresaltado, pensando que haba un intruso en la habitacin. No haba nadie. Pero con seguridad alguien me haba tocado. Minutos despus, son el celular y mi madre me confirm la muerte de mi padre. No soy creyente, pero tal vez mi padre me toc la espalda aquella noche para despedirse de m. Mi madre estaba tranquila en el telfono, ya todos sabamos que la muerte de mi padre era inminente. No llor. Regres a la cama y segu durmiendo. Saba que si no segua durmiendo, terminara llorando, y no quera llorar, no quera llorar por mi padre. Por eso me obligu a seguir durmiendo. Tom unas pastillas y dorm hasta el medioda, temeroso de que alguien me tocase la espalda de nuevo. Aquella tarde de diciembre pas por la casa de mi madre y contempl a mi padre muerto dentro de un atad instalado en el comedor. Estaba de traje y corbata, muy elegante, y le haban puesto su Rolex preferido. Se vea apuesto y sereno, como si estuviera cmodo all, a pesar de la sauda devastacin a la que el cncer lo haba sometido. He visto fotos de mi padre de joven y era muy guapo. Fumaba, andaba en moto, era corpulento, vesta pantalones vaqueros apretados, pasaba por ser el James Dean de la ciudad. Nunca imagin que su hijo mayor, el que llevaba su nombre, le saldra tan distinto a l. Yo odiaba todo lo que a l le gustaba: las pistolas, los revlveres, las escopetas, las motos, los safaris, las linternas, los relojes de lujo, los cuchillos, las borracheras, las rancheras, las marineras. Y l me odiaba, o me detestaba, o me tena una cierta alergia, porque no era tan despistado como para no darse cuenta de que le haba salido un hijo mariquita, y para colmo de males, su hijo mayor y el que llevaba su nombre. Tal vez por eso, para desahogar la rabia o la frustracin, o porque simplemente nunca fue bueno controlando su lado animal, tuvo siete hijos ms, todos hombres, todos heterosexuales que se sepa, aunque nunca se sabe bien (o yo nunca he sabido bien ser una cosa o la otra). Mir a mi padre muerto, finalmente muerto, finalmente derrotado, y no sent nada. Me
haba despedido de l unos das antes, en la clnica, cuando ya estaba inconsciente y yo no saba si me poda escuchar. Le di un beso en la frente, le dije que haba sido un buen padre, lo tom de la mano y bes su mano. Fue un gesto corts, una despedida caballerosa. No me emocion ni sent que estuviera diciendo rigurosamente la verdad (pero a veces la cortesa consiste en escamotear la verdad). Porque conmigo no fue un buen padre o no pudo serlo o su padre lo program para que repitiera los abusos que l padeci y de los que nunca se recuper. Puedo entender que me insultase y en ocasiones me pegase con una correa: era comprensible que, estando borracho, y teniendo tantos hijos dscolos y chillones, y arrastrando esa cojera desde nio, odiase al mundo y, en particular, a su hijo marica o amariconado o amanerado; lo que no puedo entender (o perdonar) es que me humillase en presencia de sus amigos, rindose todos de m como unas hienas: esas burlas envenenadas, esos apodos desdeosos con los que me llamaba, las cosas que les contaba a su amigos, haciendo escarnio de m (por ejemplo, que me gustaba escuchar el programa Ovacin de Pocho Rospigliosi, o que me gustaban las canciones de Julio Iglesias, o que me gustaba la cancin Don Diablo de Miguel Bos), me parecan una traicin. Que mi padre se deleitara empequeecindome ante sus amigos me dola ms que cualquiera de sus correazos. Y que sus amigos, esos pusilnimes, esos mequetrefes, se rieran junto con mi padre, rebajndome, ridiculizndome, celebrando lo afeminado e idiota que yo les pareca, encenda una llamarada en mi estmago, un fuego que nunca acabara por extinguirse, y me haca pensar que algn da me vengara de todos esos mediocres de pacotilla, que algn da esos gallinazos que se rean de m sabran bien quin era yo, quin era capaz de volar ms alto. En casa de mi madre, al lado del atad donde empezaba a corromperse el cadver de mi padre, la gente me daba el psame. Nadie saba bien cmo darme el psame. Algunos decan mis condolencias o mis ms sentidas condolencias o mi sentido psame o te acompao en tu dolor. Todo me pareca falso, no solo por el modo en que lo decan, sino porque algunos de los que me daban las condolencias eran los mismos gallinazos que treinta aos atrs se haban redo de m, en complicidad con mi padre (ahora los gallinazos tal vez saban quin volaba ms alto y me saludaban con respeto, al tiempo que yo los miraba como si fueran translcidos, como si no existieran). Yo no senta ningn dolor, en todo caso senta un alivio considerable. Poda respirar mejor. Era como si me hubieran quitado un peso de encima, un lastre que casi acab por hundirme en el pantano con lagartos y caimanes que fue la vida con mi padre. Ahora poda caminar tranquilo, el viejo ya no seguira dicindome que mis libros eran una basura (la ltima vez que me lo dijo fue en presencia de su buen amigo, el gran Pepe Valle Riestra: dijo que cierta novela ma le haba parecido deleznable, al punto que la haba dejado, disgustado, tras las primeras pginas, y enseguida pas a elogiar sin reservas una novela que Pepe haba escrito) y que mis programas eran una vergenza (la ltima vez que me lo dijo fue en la clnica, y cuando lo cont en una crnica, se enfureci conmigo porque haba revelado que estaba enfermo) y que la familia estaba asqueada, abochornada, harta de m. Al da siguiente les pregunt a mis hijas si queran ir al funeral de mi padre. Me dijeron que s, que les daba curiosidad. Nunca haban asistido a un funeral. Aunque a duras penas conocan a su abuelo muerto, queran fisgonear el mrbido espectculo. Por eso fuimos al sepelio en el sur.
Subimos a la camioneta mis dos hijas, dos empleadas domsticas y yo. Mi hija menor no estaba contenta con su vestido. Quera otro vestido, uno ms lindo, uno que le quedase mejor. Nos detuvimos en un centro comercial, el Jockey Plaza, y compr un vestido que le pareci apropiado para la ocasin. Luego conduje a toda prisa, tan rpido que las empleadas iban asustadas, pidindome que bajase la velocidad, vaya ms despacio, joven Jaime, que nos vamos a morir toditas machucadas y nos van a enterrar antes que a su papito. A medio camino en la autopista al sur, sobrepasamos la caravana de autos que seguan al vehculo de la funeraria que llevaba el cadver de mi padre. Mis hijas parecan contentas y yo tambin. Escuchamos canciones de Coti, de Calamaro, de Drexler, de Julieta Venegas. Mi padre estaba muerto, rumbo al cementerio, y, sin embargo, era un da feliz. En el cementerio, mis siete hermanos cargaron el atad. Yo me mantuve distante, como distante me mantuve durante tantos aos sin hablar con mi padre. Mis hermanos me miraron con severidad, reprochndome esa ltima, predecible desercin. Pero yo no quera cargar a mi padre porque ya haba soportado esa carga durante cuarenta aos y ahora senta que me tocaba descansar. El cura habl las pomposas zarandajas de siempre y nadie pareci entender nada ni prestarle siquiera atencin. Algunos de mis hermanos lloraban. Yo me senta tranquilo y hasta risueo, tomado de la mano por mis hijas, que se vean preciosas. Antes de que empezaran a echar tierra sobre el atad de caoba, mi madre y mis hermanos se acercaron y dejaron flores. Sent que deba estar a la altura de la refinada hipocresa en la que se me educ. Me acerqu, bes el atad y me retir con gesto adusto, simulando una tristeza profunda. Pero no estaba triste. Era solo una demostracin de mi talento histrinico. De regreso en la camioneta, mis hijas y yo cantamos algunas canciones de Coti y Calamaro y sent que una extraa forma de jbilo o euforia se haba apoderado de nosotros, como si un veterano enemigo se hubiese marchado para siempre, como si hubiese conseguido ganar la guerra ms despiadada, como si por fin hubiera derrotado a un adversario que en algn momento me haba parecido indestructible, invulnerable. No he vuelto al cementerio ni volver. No he rezado por mi padre ni rezar. No creo que volver a verlo y ciertamente no tengo ganas de verlo y si volviera a verlo en otra vida quiz fingira que no lo conozco. Tengo en la casa de Miami una foto suya que me regal mi madre. Mi padre aparece sonriendo. Es por eso una foto falsa, forzada: as nunca me sonri a m. Ese seor que sonre con aire beatfico no es mi padre, o no es el que yo recuerdo. Ahora que estoy mudndome a Bogot, tal vez debera deshacerme de esa foto.