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Yurick Sol - The Warriors (Los Amos de La Noche)

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Annotation

Ismael, el carismtico lder de los Tronos de Delancey, la banda juvenil ms poderosa de Nueva York, convoca una reunin de representantes de todas las bandas de la ciudad,
en un parque del Bronx. A la inusual cita acuden siete miembros de los Dominadores de Coney Island (Pap Arnold, Hctor, Lunkface, Dewey, Bimbo, El Peque y Hinton). Ismael
propone una idea muy ambiciosa (e inquietante): si todas las bandas callejeras de Nueva York se unieran, seran un ejrcito ms numeroso que la Polica y la mafia y podran dominar
la ciudad...
Pero la reunin sale mal, las tensiones son excesivas y estalla la violencia... La tregua se rompe, y en esa larga y calurosa noche del 4 de julio los Dominadores tienen que volver
hasta su territorio, al sur de Brooklyn, cruzando la ciudad y atravesando los territorios hostiles de otras bandas...

THE WARRIORS
(Los amos de la noche)
Sol Yurick
GRIJALBO

Ttulo original THE WARRIORS


Traducido por
J. M. ALVAREZ FLREZ y NGELA PREZ
de la 1.a edicin de Dell Publishing Co., Inc., Nueva York, 1979
(publicado de acuerdo con Georges Borchardt Inc., Nueva York)
1965, SOL YURICK
1979, EDICIONES GRIJALBO, S. A. Du i Mata, 98, Barcelona-29
Primera edicin
Reservados todos los derechos
PRINTED IN SPAIN
ISBN: 84-253-1182-9
Depsito Legal: B. 25.517-1979
Cubierta: cedida por CINEMA INTERNATIONAL CORPORATION

Soldados, no debis dejaros abatir por los recientes acontecimientos. Os aseguro


que lo ocurrido tiene tantas ventajas como desventajas.
Amigos mos, sos que veis frente a nosotros son el ltimo obstculo que nos impide
estar donde tanto hemos luchado por estar. As que, si es posible, debemos comerles
vivos.
JENOFONTE, Anabasis

4 de julio, 11:10 de la noche


Haba seis guerreros agachados a la sombra de una tumba. Jadeaban tras su larga carrera. Sobre ellos brillaba la luna; todos los espacios entre las lpidas y las tumbas estaban
iluminados, pero las sombras eran intensas y profundas. Desde los aleros de la tumba les sonrean querubines mofletudos y benvolos, con los brazos abiertos. Lejos, empezando
desde el sur y corriendo hacia el noroeste, un slido banco de nubes iluminadas por la luna evocaba la imagen de una cadena de montaas. El cementerio estaba en una colina. A sus
pies se extendan racimos de lpidas, una verja de barrotes de hierro puntiagudos, una autopista, un estrecho ro resplandeciente, una larga extensin de prados, una hilera de casas
de apartamentos a unos ochocientos metros de distancia y, entre las casas, vas elevadas sobre las que traqueteaba alegre una hilera de vagones brillantemente iluminados.
Escucharon. No oan nada ms que el retumbar del tren al otro lado del valle. Oan sus propias respiraciones jadeantes mezcladas con los rumores de hojas rozadas y
aplastadas.
No falta nadie? murmur uno de los guerreros.
Sssss, ssssss murmuraron los otros.
Se miraron unos a otros, recelosos, y se movieron un poco, todos salvo Hinton, que haba encontrado un sitio en el rincn ms oscuro y sombreado de la tumba. Estaba sentado
all, con los pies apoyados en un lado y la espalda en el otro.
Qu hacemos ahora?
Lo pensaron un rato; miraban a su alrededor mientras se recuperaban de la carrera, atentos a cualquier sonido extrao y procurando determinar lo que poda significar. Habra
ms guerreros all? Andaba la polica rondando? Se preguntaban cmo podran cruzar el valle hasta el tren.
Estamos todos aqu?
Calma, calma podra haber un vigilante.
Hinton se acurruc ms en la sombra. No se estaba tan mal all, pens. Casi le venca el sueo, protegido como se senta por la presencia de los otros entre l y el exterior.
Estaba cansado, la carrera le haba dejado deshecho. Llevaba dos das sin dormir bien... a causa de la tensin. Ay, si pudiese al menos dormir un rato! Por qu no podan quedarse
all? Era un lugar agradable. Haca fresco y la yerba ola deliciosamente.
Desde detrs del bloque de apartamentos ascendi lentamente hacia el cielo una lnea de fuego que explot en una temblorosa bandera norteamericana. Los sonrientes
querubines de piedra adquirieron un aire malvolo bajo aquella luz centelleante. De pronto, todo aquel tedioso lugar les espant. Iluminados, cambiaron de posiciones, volvindose,
tropezando, aplastndose contra la tumba, embutindose en las ms profundas sombras. La bandera plane durante un segundo, el viento la atrap y empez a arrastrarse
perezosamente hacia el sur, hasta que se disolvi en una sombra de chispas tricolores. En este estallido final, vieron que faltaba Pap Arnold. Alguien solt un gruido. Empezaron a
contar.
Yo.
Lunkface.
Bimbo.
El Peque.
Dewey.
Dnde est Hinton? Cogieron tambin a Hinton?
Estoy aqu tena las rodillas alzadas hasta casi tocarle la barbilla, y los labios pegados a los nudillos de las manos cruzadas.
Fijaos en ese Hinton. Est casi dormido. Vamos, hombre dijo El Peque.
Aquel Hinton era capaz de dormir en cualquier sitio. Lunkface intent mostrarse adormilado porque eso indicara que era un tipo muy fro. Alz la mano para echarse el sombrero
sobre los ojos, pero el sombrero haba desaparecido. Solt un taco y se dirigi hacia la zona iluminada por la luna para buscarlo. En seguida le chistaron, instndole a regresar a las
sombras. Sonaron a lo lejos una serie de pequeas explosiones: petardos que eran como el traqueteo de ametralladoras. De dnde llegaba el sonido? Hinton cerr los ojos con ms
fuerza; apret la barbilla contra las rodillas; su pulgar se dirigi hacia la boca, pero se rasc la nariz con la ua en vez de meterlo. Algo roz en la yerba. Todos se inmovilizaron. No
pas nada. Un animal, quizs una rata. Las ratas comen cadveres. Esto les hizo sentirse mejor. Todos conocan y comprendan a las ratas.
Bueno, tenemos que quedarnos aqu un rato dijo Hctor. Puede que Pap Arnold consiga llegar hasta aqu.
Y cmo va a saber que estamos aqu? pregunt Bimbo.
Si no viene, iremos hasta ese tren y volveremos a casa.
El Peque cambi de postura y sac la mano a la luz de la luna para mirar el reloj; era el nico que tena reloj.
A este hermano eso no le parece una buena idea. Pronto ser medianoche.
Y?
Bueno, amigo, no se puede estar en un cementerio despus de medianoche dijo El Peque, y en su voz haba un tono histrico.
Todos saban lo que poda pasar en un cementerio despus de medianoche. Algunos lo crean; otros no. Pero a todos les inquietaba; salvo a Hinton, que enterr an ms su cara
entre las piernas encogidas. Qu agradable sera simplemente quedarse all, pensaba. Se estaba fresco, probablemente fuese el nico sitio fresco de toda la ciudad. Le pareca un
esfuerzo excesivo tener que levantarse, volver a saltar las verjas y recorrer todo aquel espacio abierto hasta el tren, hasta el otro lado del valle. Sonaron unas cuantas explosiones
sordas.
Tenemos que salir de aqu. Pueden venir y engancharnos dijo El Peque.
Era una estupidez, pens Hinton.
Bueno, tengo que encontrar mi sombrero dijo Lunkface. Me cost mucho.
Tenemos que salir de aqu. Salen de sus tumbas. Todo el mundo lo sabe.
Nos quedaremos aqu un rato dijo Hctor.
Nadie te eligi Padre ahora el tono de El Peque era estridente.
Quieres armar lo por eso? pregunt Hctor; el otro no contest. Alguien tiene que ser Padre hasta que volvamos al barrio. Escuchadme. Saldremos de aqu antes de las
doce. Tenemos tiempo de sobra.
Esperaron. Escucharon. Escrutaron la posible aparicin de los polis, de las otras bandas, del vigilante, mientras Hctor intentaba dar con un plan para volver al barrio.

4 de julio, 3:00-4:30 de la tarde


Empez aquella tarde.
Seis Tronos de Delancey se dedicaban a jugar a las cartas en su club. Llevaban uniforme de verano: pantalones ajustados color crema y niquis rojos de manga corta. Haca
mucho calor. Pareca un da cualquiera de verano, pero era el cuatro de julio. Cuando estaban as (reducidos al aburrimiento y al juego de cartas), la polica se pona nerviosa y los
funcionarios del Comit de la Juventud locuaces, porque las cosas se desmandaban, y llegaba el lo. Fuera, en la calle, golfos y chavales empezaban a lanzar petardos. Pareca como
si hubiesen estado siempre en aquella posicin, como si no pudiesen volver a moverse jams, salvo para probar suerte con una carta, soltar un taco o murmurar: Hombre!,
mientras lo hacan una y otra vez. De pie tras ellos, con los vientres apretados contra los duros hombros de sus muchachos, unas cuantas chicas miraban el juego; se rozaban
lentamente para que nadie pudiera ver, o saber. Estaban todos calientes porque Ismael, el presidente, haba prohibido las relaciones sexuales durante una semana. Siempre las
prohiba antes de un lo. Quera que todo el mundo estuviese de mal humor. Un transistor atronaba rock-and-roll, gimiendo amor perdido, citas incumplidas, traicin, congoja.
Agradecan la voz animosa del discjokey entre los lamentos de cada cancin, porque arrastraba el tiempo.
El club haba sido antes saln de baile. Del techo colgaba un candelabro de esos que dan vueltas, de los que en tiempos lanzaban romnticas y centelleantes luces sobre las
parejas de baile. Hacia el fondo del saln, montado sobre un pedestal de contrachapado, haba un puesto de limpiabotas de tres asientos. En el asiento de la derecha, junto al
ventanal que ocupaba toda la pared, con las gafas de sol reflejando la luminosa y sofocante calle, estaba sentado Ismael Rivera. Ismael tena el rostro impasible de un grande de
Espaa, el color entre prpura y negro de un africano no contaminado y los sueos de un Alejandro, un Ciro o un Napolen. No se permita ningn pensamiento: slo un esperar vaco e
inmvil, contemplando el fro reflejo de sus propios ojos en los cristales azules.
Alguien ech una carta. Rechin una silla. La carta golpe en la mesa. Una de las chicas solt un taco y su chico le hundi el codo en el muslo; estaba indicndole que tena malas
cartas. Sentado en el pedestal, junto al pie derecho de Ismael, estaba Consejero de Guerra. Se pona siempre muy nervioso antes de la accin, pero no haba otro en la ciudad ms
fro que l, una vez que la accin empezaba. Secretario, el hombre de Ismael, segua mirando una y otra vez su reloj suizo de esfera negra, murmurando, movindose nerviosa y
acompasadamente. Son un ruido afuera; todos se detuvieron y miraron hacia la puerta. Entr un emisario que recorri todo el saln hasta donde estaba Consejero de Guerra, que se
inclin hacia adelante. Los otros volvieron a las cartas, procurando mostrar indiferencia. El emisario inform, acuclillado. Las palabras quedaron ahogadas por las gemebundas
palpitaciones de la radio. Consejero de Guerra cabece y alz los ojos hacia Ismael, que a su vez podra estar o no mirndole. El emisario se fue.
El segundero del reloj elctrico de pared corra lentamente, alentado en medio del calor por los ritmos de la radio. Nadie lo miraba. No mirar era cuestin de honor. Saban que
an faltaban horas y horas para El Momento. Entraron ms hombres de Ismael y se sentaron por el saln. Alguien cogi unos bongos y empez a arrancarle ritmos con los dedos,
aunque no lo bastante fuerte para ahogar la radio; pero s ms de prisa, como para acelerar el tiempo, y con ms alegra, como para hacer que todos se sintiesen un poco ms
cmodos. Nadie deca nada. Tenan calor y procuraban aparentar aburrimiento, como en una tarde normal. Haba ya unos treinta Tronos en el gran saln, y el calor aumentaba. Poco a
poco, el da se convirti en atardecer. El calor caa sobre ellos mientras en el exterior creca el ritmo de las explosiones.
Alguien llam a la puerta. Era su Funcionario del Comit de la Juventud, Mannie Bernstein. Nadie le quera all, pero saban que vendra; ya haban pensado en ello. La cara
redonda de Mannie asom por el borde de la puerta. Esper all porque, aunque les haba conseguido el club a travs de la Asociacin de Comerciantes de la zona, y aunque haba
hecho mucho por ellos, el protocolo era un asunto delicado. Tena que esperar hasta que le invitasen a pasar. Era slo cuestin de cortesa, pues estaba seguro de que se haba
ganado de sobra el derecho a entrar..., pero eran los muchachos quienes tenan que decidir. Violar aquella regla producira resentimiento. La virilidad de aquellos muchachos era algo
delicado y fcil de herir. Mannie esper unos largos segundos... medio minuto. Le hacan esto a veces; as mantenan su identidad. Mannie sonri; que desahoguen su hostilidad. En
realidad, no saban qu hacer y esperaban que Ismael les diese la seal. La sonrisa de Mannie se inmoviliz. Cuando ya estaba a punto de marcharse, alguien dijo: Pasa hombre,
pasa. El funcionario no supo cmo dio la seal Ismael. No le haba perdido de vista y no haba podido ver nada. Sin embargo, la seal haba salido de aquella silla de limpiabotas de
la derecha del pedestal de contrachapado, recorriendo luego toda la cadena de mando hasta llegar a la puerta. Tena la camisa empapada de sudor. Entr, procurando sonrer.
Ahora haba que invertir la cadena de mando, saludando a los muchachos. Mannie cruz el saln repartiendo sonrisas a todo el mundo, incluidas las chicas, hasta llegar al trono.
Pero cuando lleg al Presidente, advirti que pasaba algo. Sobre su suave piel negra brillaba agradablemente un pequeo aro de oro, a modo de pendiente, que le daba un aire
extico y peligroso pese a aquel elegante atuendo veraniego.
Bueno, qu hay, cmo van las cosas, hombre? pregunt Mannie.
El Hombre no contest de inmediato, una prueba ms de que algo iba mal. Pero de nuevo el protocolo se impona: Mannie no insisti.
Ech un vistazo alrededor e identific las seales: el juego de cartas que siempre preceda al folln, la frialdad forzada, el aburrimiento fingido, los bostezos, las chicas detrs
mostrando su ansiosa sexualidad, los bongos murmurando como tambores de guerra. Se volvi a Ismael. Secretario hizo un gesto invitando a Mannie a sentarse. Mannie arrim una
silla al pedestal y se ech hacia atrs en ella para poder mirar la cara de dolo de Ismael. Intent iniciar una conversacin, tratando de romper la frialdad y poder adivinar qu pasaba.
Ismael sigui mirando fijamente hacia la calle, pero eso no quera decir nada. Ismael nunca se centraba en nada. Alguien subi la radio. Atronaron los bongos con ms fuerza.
Consejero de Guerra alz la voz para contestar a Mannie.
Mannie estaba especialmente orgulloso de Ismael, que era la joya de su carrera, el mejor y ms espectacular resultado de seis aos de trabajo social con delincuentes. Pero,
cuntas veces se tropieza uno con un Ismael? Si lograba mantener a Ismael derecho otro ao o as, el muchacho acabara los estudios medios y puede que llegara a interesarse por
la universidad. Porque Ismael haba sido la estrella ms brillante del firmamento de la Escuela Pblica y el genio rebelde del Instituto de Enseanza Media Baruck Laporte Jr., donde
durante dos aos haba constituido el mayor motivo de conversacin, desesperacin y odio de todos los profesores. Mannie haba redimido poco a poco a Ismael, abrindole a las
mejores cosas de la vida (inters por el trabajo, libros), e incluso llevndole a su propia casa. Mannie haba canalizado los impulsos subjetivos de Ismael por pautas socialmente
aceptables. Ismael segua manteniendo, por supuesto, la jefatura de los Tronos de Delancey: un poder demasiado dulce para dejarlo. Pero los Tronos de Delancey ya eran un club
casi social. Tiempo, pensaba Mannie, hay que darle tiempo. Esperaba que ahora no retrocediese y lo estropease todo.
El Funcionario tante delicadamente, lo ms delicadamente que poda, sin preguntas directas. Todo indicaba que se fraguaba un lo. Pero no haba ningn conflicto manifiesto
con ningn otro ejrcito. Nada haba a alterado el pacto del ao, aunque algunos peridicos intentaron iniciar algo publicando murmuraciones falsas y ofensivas. Pero nadie pic.
Mannie agot la charla convencional sobre el tiempo, deportes, bailes, Cuatro de Julio... era como si hablase a un mudo, a la cara de piedra de un dolo. Tambin identificaba aquel
papel. Le enfureci y procur mantener su sentido de la comunicacin. Paciencia, pens... los finos labios de Ismael no se movan. Procura no desperdiciar las fuerzas con el calor,
pens Mannie. A las cuatro menos diez, las chicas empezaron a irse. A las cuatro slo quedaban los hombres. La radio comunic, en aquel tono frentico y desmadrado: ...y ahora,
para todos los chicos y chicas del Club Social Paradise, estos surcos... se trata de los Beatles, muchachos, en...
Nadie dijo que la partida de cartas deba concluir. Simplemente se acab. Algunos chicos se levantaron. Salieron en pequeos grupos, procurando mostrarse indiferentes.
A las cuatro y cuarto no quedaban en el club ms que Ismael, Consejero de Guerra, el hombre de Ismael, Secretario y un corpulento guardin que estaba apoyado contra la pared.
Ismael se levant. Secretario dijo a Mannie:
Creo que nos largamos. Hace calor. Iremos al cine.
S, claro... lo comprendo, hombre. En qu otro sitio se puede estar fresco? repuso Mannie a Secretario, esperando que le invitasen a acompaarles. Pero nadie dijo nada
. Ahora recuerdo aquel viaje en barca de que hablamos hace una semana coment, dirigindose a Ismael.
Ms tarde, hombre dijo Consejero de Guerra.
Ismael recorri el saln seguido de su escolta y sali, dejando solo a Mannie. No haba conseguido nada. Ismael ni siquiera haba hablado con l. Fue a la pastelera del barrio, en
busca de alguno de los muchachos, de alguien a quien pudiese sacarle lo que pasaba. Pero no haba por all nadie de entre catorce y veinte aos. En la confitera consigui calderilla
para ponerse en contacto con funcionarios del Comit de la Juventud de ejrcitos vecinos y con el cuartel general del Comit de la Juventud. Quizs ellos supiesen lo que pasaba.
Cuando entraba en la cabina, un chaval lanz un petardo justo detrs de l.

4 de julio, 7:00-10:30 de la noche


Cuando Arnold form su Familia, los Dominadores de Coney Island, tena pensados dos lemas. Procedan de los carteles del metro. Uno era: Cuando cesa la vida familiar,
empieza la delincuencia. El otro: S un hermano para l. Si ellos eran una familia, razonaba Arnold, entonces no podan ser delincuentes. As que se convirti en el Padre de todos
ellos. El segundo en el mando era el To; los otros pasaron a ser hermanos. Estaban ms unidos entre s que con sus propias familias; esta familia les liberaba. Donde vivan con sus
padres era siempre La Crcel. La mujer de Arnold se convirti en la Madre. Las otras mujeres del crculo ms ntimo, en hermanas-hijas. Los del crculo externo eran primos, sobrinas
y sobrinos. Cuando ingresaban en la Familia, todos hacan voto de fidelidad.
Arnold dijo a su Familia que no se dejaran caer por el lugar de reunin, la confitera, aquel da. Slo los que tenan que ir como plenipotenciarios: l, Hctor el To, Bimbo el
Porteador, Lunkface el Forzudo, Hinton el Artista, Dewey y el Peque. Pero la Familia insista en despedirles. An no les haba atizado para meterles en cintura; no le obedecan como
deba obedecerse a un padre.
Cuando lleg el momento, salieron, dejando aliviado al propietario de la confitera. El temor del confitero les diverta. Siempre amenazaban con armar bronca porque perciban
sus temores; esto les haca sentirse grandes. Todos deban temerles; todos les temeran. Los siete elegidos haban tomado licor (dos tragos por barba) para animarse. La consigna
lleg por la radio: el disco de los Beatles. Era el momento.
Salieron, un grupo de unos veinte: Pap, Mam, los tos y las tas, los hijos, las hijas y los primos, recorriendo su calle. Los hombres llevaban camisas con el cuello y todos los
botones abrochados, de tela estampada de vivos colores entre los que predominaba el azul, pantalones negros demasiado ceidos y sombreros de paja de copa alta y ala estrecha
con sus insignias: adornos de tapacubos de coches Mercedes Benz (difciles de conseguir) con imperdibles soldados en el taller del instituto a las estrellas-halos de tres rayos. Los
del grupo de plenipotenciarios llevaban chaquetas, salvo Bimbo, que llevaba un impermeable y, fijadas a l con esparadrapo, dos botellas de Seagram para mantener a los hombres
en forma. Los peatones, el Otro, se asustaban ante aquel desfile de la Familia y les dejaban amplio paso. Los hijos de Arnold eran gente dura y defendan su territorio contra todos,
tanto contra los polis como contra las bandas. Pocas veces salan as, en batalln, a una hora tan temprana del da. Avanzaban bambolendose, haciendo eses, gastando bromas,
invitando a otros, vamos, hombre. La banda de la Familia, dos primos, con los transistores aullando, iban en los flancos proporcionando msica al desfile.
Llegaron al final del territorio y se detuvieron. Nadie lo haba trazado, como en los mapas del instituto, y no haba guardias fronterizos visibles. La nica seal de divisin
permanente era la masa habitual de pringue de aceite de coche, papeles sucios, lneas blancas cruzadas... Pero la frontera estaba all, tan buena como cualquier cuartelillo de los que
aparecen en los noticiarios cinematogrficos, con su puerta giratoria. Los ojos del Seor Colonial tenan un brillo duro y hostil, aunque les permitiese pasar libremente aquel da. No
podan dejar de experimentar aquel viejo nerviosismo que precede al combate. Sentan picores en la espalda y se les iban los hombros en ese encogimiento que significa viejohombre-duro-no-vas-a-achantarme; sus estmagos se agitaban; sudaban, con los prietos pantalones pegados a la entrepierna. De un momento a otro podan empezar a llover
ladrillos de los tejados, a brotar cadenas de las puertas a su paso, o bates de bisbol, o cuchillos...
Los delegados se pusieron sus chaquetas; eran las de nuevo diseo, cortas, abotonadas hasta el cuello y ajustadas como chaquetillas. Se las enfundaron, meneando los
hombros, estirando los faldones para que ajustasen mejor, sacudiendo motas de polvo, subindose los cuellos de la camisa, comprobando que todos los botones estuviesen
abotonados y todas las hebillas prietas y relucientes, mientras sus mujeres se movan, ayudando. Bimbo verific que las botellas estuviesen bien sujetas y que sus incmodas botas
hasta el tobillo, de elstico a los lados, resplandeciesen. Llevaban los sombreros chulescamente ladeados, pero bien encasquetados en la cabeza.
Pap dio la orden: sacaron todos los alfileres de los sombreros y los metieron en los bolsillos interiores; no tena objeto mostrarse hostil. El corpulento Bimbo, porteador, armero y
tesorero, ech un vistazo alrededor, no vio ningn poli de azul y, medio rodeado por la Familia, le entreg a Pap A. el paquete envuelto en papel de regalo. Era su regalo para Ismael.
Arnold se meti el paquetito de brillantes rayas, irregular, en el bolsillo, donde sobresala. Todos los dems (Madre, primos, hermanas, acompaantes) se esparcieron a corta
distancia, calle arriba y abajo, para no parecer un destacamento y tambin para no asustar a ninguno de los Seores Coloniales. El ms prximo insisti en tocar a Arnold y darle una
palmada en la espalda al To Hctor, el caudillo de guerra.
Vamos, Padre.
Calma, To, hombre.
No les aguantes nada, hermano. No confes; no te dejes liar. No dejes que te insulten, entendido? Demustrales quines somos, pero bien.
Cruzaron la calle. El terreno daba una sensacin distinta. Era otro pas. El pas del Otro. El sol brillaba igual, haca tanto calor all como en su territorio. Pero la contaminacin ola
diferente, el aire era ms asfixiante. La gente era igual que los de su propio territorio, pero de algn modo no era lo mismo. Las sombras que arrojaban los duros rayos del sol de
atardecer les producan la sensacin de haberse sumergido en la misteriosa oscuridad de un bosque. Desde todos los lugares extraos caan sobre ellos miradas inquisitivas. Ellos
respondan a aquellas miradas con la suya, desde el otro lado de la calle, donde sus hombres se haban abierto en abanico, dispuestos a la accin. Algunos seguan el ritmo de la
msica rock emitida por la radio de bolsillo; estaban pendientes de la aparicin de los Seores Enemigos, o de que los coches patrulla bajasen aullando por la calle hacia ellos para
desbaratar el asunto. Pero, sobre todo, los Dominadores se vigilaban a s mismos, atentos al primer indicio de miedo.
Un emisario de los Seores Coloniales sali de una tienda, caminando muy despacio, sin ocultarse, para mostrarles que todo era digno, amistoso, como entre iguales. Un cro
solt una hilera de petardos y los dos jefes saltaron. Arnold sonri. El Primero de los Seores respondi con otra sonrisa. Intercambiaron cigarrillos y se los encendieron uno al otro.
Arnold sac la invitacin impresa de Ismael, con el horario, as como el salvoconducto, y se los ense al Primero, quien cortsmente dijo que, hombre, a l le bastaba con la palabra
de Arnold. No siempre era as. Aparecieron unos cuantos Seores ms con sus mujeres, y all se quedaron, viendo cmo Arnold buscaba en el bolsillo el brillante paquete y se lo daba
a To Hctor, invistindole as con la jefatura, pues la situacin era tregua, pero guerra. Hctor, flaco, nervudo y con cara de hielo, cogi el paquete e hizo una sea a Arnold. Decidi
llevar el paquete abiertamente.
Willie, uno de los Seores Coloniales, un pequeo psicpata, siempre presionando para que hubiese un poco de diversin, empez a decir: Maricas... una consigna para
luchar. Ma... ma... ma..., y sonri con una mueca, al ver que los puos de Lunkface se cerraban maquinalmente.
Vaya, hombre, as que me han trado un regalito dijo, burln.
Las chicas chillaron y sealaron. A Lunkface empezaba a ponrsele carne de gallina y no dejaba de apretar y aflojar, apretar y aflojar los puos. Un lugarteniente dio a Willie un
codazo fuerte.
No lo hace con mala intencin. Es slo charla justific, procurando dar a entender que la amistad no significaba debilidad.
Pero Willie, an insatisfecho, dijo:
No, no pretendo nada con esto. Es slo charla, ya sabis lo que dice el consejero de orientacin. Dice que Willie est trastornado y tenis que comprenderlo.
De nuevo le empujaron. Lunkface, que era un tipo de poco aguante y bastante estpido, segua rgido y con los puos tensos. Hctor le dio un toquecito con el hierro tan
vistosamente envuelto y Lunkface se tranquiliz un poco. Algunas de las mujeres de los Seores, amigas siempre de camorra, no paraban de sealarles e insultarles, riendo como
brujas y con las caras transfiguradas por un odio de arpas.
Pero amigo, vas a dejarles pasar as, tan tranquilos?
Vas a dejarles rerse de ti as?
Fjate; est llamndote marica con la mirada.
Evidentemente, a ellas no les haban dicho nada. Uno de los Seores le peg un revs a una en la cara.
Tranquila, mujer y eso fue suficiente para satisfacerles.
Las mujeres ya se sabe dijo el Primero con aire aburrido. Siempre andan con los.
El Peque cabece, asintiendo; no podan ser muy hombres cuando no eran capaces de controlar a las mujeres, pero no lo dijo.
Los Dominadores menospreciaban a los Seores porque luchaban mal; tenan entre ellos a psicpatas y yonquis, y sus mujeres eran poco ms que acompaantes.
Todos se quedaron quietos unos segundos. La familia de Arnold observaba desde el otro lado de la calle. El Primero les hizo una sea, pero, qu significaba? Seguir?
Esperar? Atizar? Arnold decidi que tena que ser Seguir y que pasaran en paz por primera vez en dos aos, desde que Arnold haba formado su familia y marcado su territorio.
To Hctor inici la marcha. Sus hermanos y el Padre le seguan. Caminaban con frialdad, mostrando que no tenan sentimientos hostiles y que siempre estaban, como debe
exigirse a los hombres, fros y preparados para la lucha. Quedaban seis manzanas difciles hasta la estacin, bajo la luz del sol. Vieron a muchos hombres que podan ser Seores
Coloniales, pero ninguno les cort el paso. Su disciplina les mantena fros y enteros. Unas manzanas a su izquierda estaba el paseo entarimado y tras l, la playa. An bajaba gente a
la orilla del mar, pero la mayora la abandonaban pronto, cargados con equipo playero. Las parejas se dirigan a los centros de atracciones, miraban, rean. Un viejo con un cesto de
mimbre y una caa de pescar pas junto a ellos, y Hctor pens qu gran arma resultara. Oyeron el desmayado rgano de vapor, el estruendo de las montaas rusas, el plcido
oleaje y el rumor de la multitud que vean de la playa. A Hinton le pareca raro que en un da de tanto calor y de tanto peligro como aqul, la gente se dedicase a tomar el sol, beber
bebidas frescas enlatadas, comer perros calientes, maz con mantequilla, patatas fritas y knishes, sin preocuparse de otra cosa que no fuese cmo componrselas para llegar a casa
en un autobs atestado de baistas; en realidad, no saban cmo era el mundo. l estaba ya cansado. Llevaba dos das sin aparecer por casa. Deseaba que fuese Despus, y estar
en las fras sombras de debajo del paseo entarimado, o quiz durmiendo con una chica entre los brazos, hasta que estallaran en el cielo los gigantescos fuegos artificiales. Nada ms.
Permanecer tranquilo en la apacible y fresca oscuridad. Slo eso.
Llegaron a la estacin. Arnold y Hctor hablaron de la posibilidad de dividir el grupo, para un mejor camuflaje, yendo hacia la parte alta de la ciudad en dos trenes distintos, pero
no se atrevieron. La Familia no conoca aquel terreno. Quin poda controlar a Lunkface? Hacan falta dos para manejarle, y los dos tenan que ser Jefes. Pero era importante que
hubiese un jefe con cada grupo, y Lunkface era demasiado fuerte para prescindir de l. Subieron las escaleras del metro en perfecto orden. Nadie gast bromas. Nadie salt para

tocar el techo de la escalera, nadie arranc trozos de carteles de anuncios, nadie los emborron ni escribi en ellos su nombre. De cualquier modo, aqul era trabajo de Hinton. l era
el artista de la Familia. Bimbo, el Porteador, compr catorce porros, siete para la ida y siete para la vuelta. En la estacin, Bimbo les compr goma de mascar para mantenerles
serenos mientras esperaban el tren. Distribuy tambin migas de pan del depsito de pan: siete dlares por cabeza, por si se separaban.
En el Bronx, ocho muchachos vestidos con jerseys a pesar del calor y con expresiones burlonas en sus asesinos rostros irlandeses, subieron al autobs que cruzaba la ciudad.
Depositaron el importe del billete en la mquina, se dirigieron hacia la parte trasera, que estaba vaca, y all se sentaron tranquilamente. El conductor del autobs sinti que se le
congelaba la nuca. Identific en seguida aquellas largas patillas y aquel pelo a cepillo. Golfos, sucios golfos. Problemas. Estaran all sentados un rato, tranquilamente, hasta que
alguno viese algo divertido (slo Dios saba lo que poda divertir a aquellos animales!) y entonces hara una sea a los dems, que comenzaran a mirar, sealar, murmurar, rerse y,
por ltimo, gritar. Luego, empezara el lo. Podran, por ejemplo, apretar la seal de parada y no soltarla. Cuando el autobs parase, se pondran a saltar en la plataforma de la puerta
trasera. Se insultaran unos a otros, bajaran y subiran de golpe los cristales de las ventanillas. Alguien se quejara, alguna vieja de cara arrugada como una pasa, y entonces l tendra
que hacer algo, tendra que parar el autobs, ir all atrs para decirles que se callaran y, si no le escuchaban, ojal que por lo menos no le zurraran.
A veces, sorprendentemente, hacan caso. Otras le insultaban, dicindole cosas increbles. No es que a l le hubiesen pegado alguna vez, pero conoca conductores a los que s
haban apaleado. l procuraba mantener la mirada fija en la ruta y en los golfos al mismo tiempo. Conduca angustiado, moviendo el cuerpo, eludiendo coches y peatones,
preocupado obsesivamente por el inminente problema que iba a plantearse.
Cuando l era joven, los chavales no se comportaban as. Eran duros, s, pero decentes. Entonces nadie mataba. El mundo estaba desmoronndose. Si por lo menos los polis
utilizasen la tralla. Los golfos seguan all sentados tranquilamente. Haba uno que no haca ms que cruzar y descruzar las manos, embutindoselas en los sobacos, como si tuviera
fro. Otro jugueteaba con los botones de su jersey mientras su pierna se agitaba arriba y abajo incontrolablemente. Hubo uno que incluso se mostr educado y dej sitio a un hombre
para que pasara. Y, por una vez, no se espatarraron insolentemente en sus asientos. El conductor esper durante media hora la inevitable explosin golfa, pero nada ocurri. Por
ltimo, cuando el autobs ya estaba llegando al final de trayecto, uno de los muchachos toc la campanilla de parada. Ahora, pens el conductor. Pero los muchachos se limitaron a
bajar. Se quedaron all tranquilamente, hablando, mientras l se alejaba. Quiz se haba equivocado. Quiz no eran ms que un grupo de estudiantes.
El mocoso que era hijo del propietario del Cadillac grande iba sentado, blando y estpido, entre los dos duros sargentos, en el asiento trasero. Al confiscar el tanque se haban
llevado tambin al hijo del propietario, un esclavo que no perteneca a nadie, porque no queran tener problemas... aquella noche. Le haban medio forzado y medio convencido,
prometindole que figurara en posicin destacada en sus consejos si se una voluntariamente. El chico pareca preocupado, e intentaba poner cara de duro para mostrarse tan
valiente como los dems. Se perciba muy claro que haca todo lo posible por parecer como ellos, los dos que le flanqueaban, los dos que estaban sentados en el suelo y los tres del
asiento delantero. Pero, en realidad, saba muy bien que slo le dejaban ir all porque les haba proporcionado el gran Cadillac de su padre y porque les dejaba conducirlo. Pero
estaba preocupado; era aficionado a pisar el acelerador, pero no tanto ni de modo tan salvaje y aterrador como el chaval que conduca. El general, mirando hacia el sol que colgaba al
borde de la orilla de Jersey, se preguntaba si no deberan deshacerse de aquel esclavo estpido antes de llegar al lugar de cita con Ismael. El general pensaba en lo bien que deban
verse all, en el tanque; sac la invitacin de Ismael, mir el reloj y consult la hora. Llegaban con tiempo.
Luego, el general le dijo al conductor por quinta vez que se controlara, que condujese suave y normal porque, si les enganchaban, amigo, les meteran en el saco, por lo que t
sabes, hombre. El conductor dijo que bueno, que ya lo saba, pero sus manos golpearon la suave piel negra del volante y su pie disminuy la presin sobre el acelerador; aadi como
para justificarse, que no poda evitarlo porque, hombre, basta con que des un toquecito, hombre, para que se dispare el pedal, y en seguida te das cuenta porque todo parece
quedarse quieto al pasar: Comprenda esto el general?
El general inspeccion al conductor para ver si iba gaseado, fumado o bebido. Uno de los hombres de atrs, ansioso, pregunt si poda conducir l. El general quiso saber si el
conductor quera que uno de los machacacrneos de azul le arrease unos cuantos en el pico. Quera eso? Porque en cuanto los parase un poli, sera la porra acaricindoles el culo y
los riones y las pantorrillas, y ellos con las piernas abiertas y apoyados contra una pared o contra el coche. Entonces qu? No haba ninguna chica por all que pudiera largarse con
el lindo regalo de Ismael entre las piernas. Lo saba, lo saba, suspir el conductor, y baj un poco ms la marcha. Por qu no iba a poder l divertirse un poco y conducir tambin,
suplic Ansioso desde atrs. El general no contest.
Pero unos cuantos pipiolos, unos lindos mocosos de la escuela con el pelo a cepillo, aparecieron detrs de ellos a toda velocidad y les pasaron, mirando desde su trasto trucado
con el estruendo oculto bajo la rada capota roja, contemplando las sobrias lneas del Cadillac. Se dieron cuenta de que all tenan unos rivales y empezaron a rerse y a burlarse de la
suave masa negra de resplandeciente hierro de Detroit, sealndoles, insultndoles y rebajndoles. No era cuestin de cazarles y de machacarles. Aquellos tipos saban lo que era un
coche y el suyo tosi y gru, cobrando vida su motor trucado y lanzndose autopista del West Side arriba delante de ellos, amenazando con desvanecerse a lo lejos, pasado el
puente George Washington.
El conductor no poda eludir el desafo. Era cuestin de no quedar mal. El conductor apret el pedal procurando parecer fro, tranquilo, aburrido. Se dijo s mismo: Ah, s?
Vamos, amigo. Y ri entre dientes. El coche canturre un poco y se lanz hacia adelante. El conductor sinti aquella sutil y emocionante caricia de energa transmitirse a sus dedos,
cosquilleando en ellos. Todos queran que su tanque derrotara al trasto trucado, y ninguno pudo evitar los gritos, ni siquiera el general. Sera delicioso alcanzarles y machacarles sin
ms, que vieran con quin estaban tratando. Qu sorpresa se llevaran. Ansioso iba atrs, inclinado hacia adelante, sujetando un volante imaginario, que giraba violentamente en
curvas imaginarias, mascullando ruidos y estruendos de motor.
Al principio, el trasto trucado pareci no alejarse ya ms. Y luego fueron aproximndose a l mientras los lados de la autopista, la orilla y el ro empezaron a pasar corriendo ms
de prisa. Los que estaban sentados en el suelo tuvieron que alzar la cabeza para ver qu pasaba. A pesar de que iban ocho, el coche avanzaba sin esfuerzo, con tremenda energa,
de modo que el conductor senta como si tuviese all toda la fuerza del mundo, y la senta dentro de s, y casi tena ms poder y ms energa de aquel gnero, ms incluso que el propio
general. Los ruidos del que imitaba el estruendo de un motor atrs se hicieron ensordecedores, mientras sus ojos seguan pendientes de su propia carretera particular. Pero el
general record la situacin y le dijo al conductor: tranquilo, tranquilo, tranquilo! El conductor segua discutiendo... pero hombre... diciendo est bien, est bien, ya disminuyo la
velocidad, pero no puedo hacerlo de golpe porque imagnate lo que podra pasarle al coche, o a uno que viniese detrs. Y durante un prolongado segundo ms, su pie sigui hundido
en el acelerador, dndole un ltimo toque antes de alzarse, incapaz de liberarse de la palpitante sensacin que le produca.
El general lade el cuerpo, busc en el bolsillo de la chaqueta y sac el paquete de Ismael, envuelto en papel de regalo a cuadros. Lo hundi con fuerza contra la cadera del
conductor dicindole, hombre, la prxima vez va a caer donde t sabes. Acaso quera el conductor discutir su autoridad? Por que l, el general, estaba dispuesto (en aquel mismo
momento) a bajarse y a demostrarle en un sitio seguro quin mandaba all. Y el conductor aminor la marcha, prometindose una pequea juerga ms tarde. Y lo hizo justo a tiempo,
porque al doblar la curva all estaba aparcado el cacharro trucado. Los del pelo de cepillo estaban fuera, mientras les pona una multa un poli de uniforme azul, casco, botas y extraos
bombachos. Las cabezas de los hombres que iban en el suelo se hundieron rpidamente por debajo del borde de la ventanilla, y el conductor de coche imaginario fren sus labios. Se
preguntaban qu pasara si les paraban. Eran muchas las cosas que dependan de que no les cogieran.
El poli, al doblar la esquina, casi se dio de narices con ellos. Eran unos diez. Parecieron brotar de las sombras, y tenan un aspecto incongruente y brutal bajo los copudos y
frondosos rboles. Caminaban bordeando los cuidados pradillos, avanzando hacia l como la noche misma. Qu hacan aquellos negros en aquel barrio? Seran un grupo de
integracin? Les machacara el crneo con la porra. Todos tenan la misma cara hostil y l slo poda diferenciarlos por el tamao. Seran un grupo de musulmanes negros? Empez
a apretar la porra con la mano izquierda. Seran una banda? Haba ledo que nunca abandonaban su barrio, pero nunca lo haba credo. Aquel grupo era una banda en lucha. Intent
que pareciese que estaba balanceando inocentemente la porra.
No era tanto el miedo lo que le alteraba como la brbara anarqua implcita en el hecho. Nunca haba visto tales grupos en aquel barrio casi residencial. Habran fallado la ley y el
orden? Nunca haban llegado all. Poda detenerles por reunin ilegal. Por qu estaban all? Habra otros ocultos detrs de los rboles y al otro lado de la calle? Qu iran a hacer?
A pegar a los chavales de aquel barrio? Echaran abajo las puertas de las casas y violaran a las mujeres? Lanzaran explosivos para deslucir la fiesta del Cuatro de Julio?
Todos llevaban muchas hebillas de bronce en los impermeables y zapatos de punta afilada. El pelo estirado y liso, pero muy largo, sujeto con cintas anchas, negras y brillantes.
Qu se ocultara debajo de aquellos impermeables negros y cortos: cadenas de bicis, escopetas de caones recortados, cuchillos, sacos de ladrillos, bates de bisbol? Apret con
ms fuerza la porra.
La estrechez de las aceras les oblig a desfilar ante el de dos en dos, como una aterradora parodia de formacin militar. El poli casi se dej arrastrar por el pnico y a punto
estuvo de pasarse la porra a la mano derecha. Pero ninguno de ellos se pavone, ninguno se burl. Siguieron su camino. Pasaron ante l y se alejaron, tranquilamente, sin mirarle
siquiera. Procur mirarles a los ojos, para ver si estaban cargados. Era lo nico que poda hacer sin ponerse en evidencia con algn movimiento en falso, pues entonces saba que se
enfureceran y que sin duda esgrimiran sus armas traicioneras. Se lanzaran sobre l, le pegaran, le patearan. Se abstuvo de mirar atrs. Estaba seguro de que no le perdan de vista
ni un instante. Oa sus pisadas, alejndose, resonando firmemente. Mientras les oyese, estaba seguro. Pero, habra saltado alguno a la yerba? Aquellos zapatos relumbrantes
resultaban indecentes en los cuidados pradillos. Agarr la porra con la mano derecha. La tirilla de cuero se le enganch en la mueca. Era el momento. Tir con fuerza, seguro de que
algn proyectil volaba ya hacia su trasero o su cabeza. Por fin se solt la tirilla y logr agarrar con ms firmeza la porra. No poda soportarlo ms y volvi la cabeza.
Todo el grupo segua su ruta. Continuaban en bastante buen orden, y siguieron hacindolo hasta que le costaba ya trabajo distinguirlos en la penumbra mientras entraban y salan
en las charcas de sombra de los rboles. Mir fijamente en la direccin en que se haban ido. Lo ltimo que vio fue el destello de las hebillas de sus zapatos. Cuando desaparecieron,
camin lentamente tras ellos, golpeando con la porra su mano izquierda. Se preguntaba si debera informar de su presencia al cuerpo de guardia cuando telefonease.
El coche en el que estaba sentado Ismael Rivera no era ni viejo ni nuevo, ni grande ni pequeo. No era, desde luego, demasiado ostentoso. Haba sido conducido cuidadosa y
hbilmente desde Manhattan. La distancia hasta el lugar de cita no era excesiva, pero se haban dirigido hacia el sur, cruzando el puente de Brooklyn y atravesando luego Brooklyn,
para seguir por la cadena municipal de autopistas hacia Queens. Haban bajado por calles laterales, pasando tneles, pasos elevados y cementerios frente a los que pudieron ver los

altos edificios que parecan brotar de las tumbas como mayores y ms distantes mausoleos. Pararon varias veces, pero slo unos segundos, un minuto a lo ms. Intercambiaban
rpidamente informacin y seguan su ruta. A veces se limitaban a intercambiar signos con el centinela, sin parar. La gente estaba celebrando el Cuatro de Julio y el rumor de las
explosiones aumentaba lentamente. El sol colgaba ardiente y firme, equilibrado sobre las cimas de los edificios. Consejero de Guerra mir a Ismael, cabece y dijo: Pronto sabrn lo
que es bueno.
Estaban haciendo tiempo, recorriendo tranquilas calles flanqueadas por casas grandes y apacibles, con pradillos; slo se vean pjaros. Por aqu vive la gente ms rica del
mundo, dijo Secretario. Escuchaban la radio del coche que emita msica de pachanga. Si hubiese algn problema, el locutor transmitira una peticin. Pronto habra la suficiente
oscuridad como para poder dirigirse hacia el Bronx, donde cruzaran la ciudad hasta el lugar de cita, el parque Van Cortlandt.
Ismael iba sentado atrs, relajado, fumando un cigarrillo, impvido tras sus gafas. Los lados de los ojos le quedaban sombreados por las pobladas y largas patillas. Pero lo haba
observado y visto todo: las calles, los cementerios, los rboles, las magnficas casas, las aguas del canal de Long Island y el limpio arco del puente que llevaba hacia el Bronx.
Consejero de Guerra repasaba afanoso los preparativos. Haba muchas cosas a tener en cuenta: algunas bandas se haban asustado; acudiran representantes inesperados; poda
emplazrseles en el mismo lugar que a los soldados suprimidos? Sigui examinando planos y cuadernos de consulta. Hubiese preferido haberlo pensado todo personalmente, pero l
era el Consejero e Ismael el Presidente. As haba sido desde el da en que le conoci, haca cinco aos.
Secretario, que iba sentado junto al conductor, haba estado contemplando por la ventanilla vistas inslitas y maravillosas, mirando asombrado el esplendor de la ciudad, soando
sueos, acariciando la esperanza de cosas que algn da podra tener, con un poco de suerte. Desde luego, pensaba, si las cosas iban bien y el gran plan de Ismael sala segn lo
previsto (cundo haba fracasado Ismael?), podra, sencillamente podra, conseguirlo, triunfar.
Amigo dijo. Eso es vivir. Yo quiero una igual y seal una casa de muros de entramado de madera ante la que pasaban.
Consejero de Guerra mir a Ismael, cabece y dijo:
Tendras que estar deseando tirar piedras contra esa casa.
Secretario comprendi lo que pensaba Ismael y sinti aquel resentimiento que siempre acechaba bajo la superficie. Se vio a s mismo destrozando la casa con sus manos. Aun
as, en secreto, lament que a Ismael no le hubiese parecido bien y no pudo evitar sentir otra vez aquel deseo, anhelante, e imaginarse vagamente con las prendas ms elegantes y
ms caras, pasendose por una indefinida pero impresionante casa con un rico interior televisivo. Fuera habra un coche largo, largo, y resplandeciente, slido, con un montn de
cromo. Tendra una esposa esbelta de inmensos pechos, una rubia, incrustada de piedras preciosas y enfundada en vestidos deslumbrantes; tendra varios nios, nios todos, pues l
era un hombre, un macho, y a pesar de eso ella siempre seguira siendo atractiva y deseable. Habra, adems, mucho dinero, montones de billetes y de piedras preciosas. Todo sera
limpio y satisfactorio.
Pero tienes que admitir, amigo, que saben vivir replic Secretario dirigindose a Ismael.
Admito eso, pero nada ms dijo Consejero de Guerra a Ismael, sabiendo la manera como deba alimentar su odio.
Giraron por la amplia rampa de acceso que suba en arco y conduca hasta el puente.
Oscureci. Poco a poco, todos acudan a la cita, confluyendo en el Parque Van Cortlandt. Llegaban en metro, en coche, en autobs e incluso, algunos, andando. Seguan el plan
de Ismael y a los guas que ste les haba asignado, los cuales, vestidos con pantalones color crema, estaban apostados en los puntos estratgicos. Evitaban las entradas habituales
del parque. Si los policas vean un montn de pantalones crema... bueno, haca calor, no?, y era la moda del ao. Los polis tenan bastante trabajo con cuidarse de que la fiesta no se
les fuese de las manos. Haba ya un chaval en el hospital por unos petardos que le haban estallado en la cara, y an era temprano.
Llegaban guerreros de todos los barrios de la ciudad, de Nueva Jersey y de Westchester. Los guas de Ismael les esperaban en puntos determinados y les encaminaban por
rutas elegidas que discurran, siempre que ello era posible, por senderos ocultos que cruzaban el bosque entre colinas y matorrales, siempre lejos de los paseos. Cuando se saba
que dos bandas estaban en guerra, se les asignaban rutas distintas, lo ms alejadas posibles. Uno tras otro, los guas les acompaaban a travs de aquellas lneas de comunicacin
establecidas de antemano, orientndoles cuidadosamente bajo la cobertura de oscuridad en que slo eran visibles los pantalones crema de los hombres de Ismael.
Mientras avanzaban inquietos por rutas invisibles, cruzando negros campos, les consolaba el saber que simultneamente a ellos iban confluyendo en el lugar de reunin
representantes de la mayora de las bandas de la ciudad.
Benny el explorador, uno de los hombres de Ismael, permaneca al borde de la autopista que cortaba el parque pendiente de la seal del gua del otro lado, que montaba guardia
a la espera de los coches. Cuando haba una disminucin del trfico, transmita la seal a Benny haciendo parpadear su linterna, y entonces ste conduca a los hombres que
esperaban al otro lado. Estaba acuclillado detrs de unos matorrales, mirando fijamente hacia la slida oscuridad, en espera de la seal. Tras l se acurrucaban seis delegados de
los Serafines de Morningside, potentes y mortferos, con un excelente historial de guerra. Sus rostros brillaban levemente bajo la luz de la linterna que llegaba del otro lado. Llevaban
gorras grandes y voluminosas, ladeadas. Uno de ellos, mientras contemplaba los arcos de fuego del Cuatro de Julio que se alzaban en la oscuridad y escuchaba las explosiones,
coment:
No creis que sera sta una buena ocasin para ellos de tirar a matar y arrojar esa famosa bomba A? Quiero decir, bum, pero de verdad. Nadie se dara cuenta.
Eres demasiado imbcil, amigo. Eso es algo que ni se ve ni se oye siquiera, entiendes? Nada. Te mueres antes de que el bum termine. As: Buuu-muerto-um. Puede que ms
rpido.
Bueno, a m qu ms me da? Les estara bien empleado. Todos los cabrones quedaran liquidados. Quiero decir, todos, incluso nosotros, estaramos en el mismo barco.
Menudo espectculo. No te gustara ver esa vieja bomba? Eh, amigo?
- T no la veras.
Bueno, puede que la viese un segundo o as. Menudo estruendo. Buuuum!
Djalo ya, amigo. No seas imbcil.
Al otro lado de la calle parpade la linterna. Benny comunic el mensaje y los Serafines se lanzaron, agachados, corriendo ferozmente mientras sostenan rifles imaginarios como
soldados de cine. En dos segundos estuvieron al otro lado y desaparecieron en la oscuridad. Benny esper a que llegara el siguiente grupo. Ms all de los matorrales, los coches
pasaban silbando, con las luces de sus faros taladrando hojas y ramas.
Arnold y la Familia fueron conducidos a travs de la tierra oscura. Arnold iba en la retaguardia, previniendo cualquier ataque por sorpresa. Chapotearon a travs de una zona
fangosa: haba llovido unos das atrs y Hinton pisaba con toda cautela. Dnde conseguira dinero para otro par de zapatos? Lunkface protega su sombrero de las ramas bajas,
Hctor no haca ms que limpiarse la ropa. Aquel era un ambiente raro, que daba miedo. Los efectos de la bebida se desvanecan y todos se sentan nerviosos e irritables.
El centinela les condujo hasta Benny y volvi a por el grupo siguiente. Benny se volvi y vio a Hctor, con quien haba tenido problemas cuando ambos vivan en el territorio de
Ismael. Pero haca ya mucho tiempo de aquello, pues entonces los dos eran cros. Al ver a Hctor se sorprendi; se la tena jurada. Hctor, por su parte, crea tambin que deba a
justar le las cuentas a Benny de hombre a hombre. Benny era un tipo duro. Nunca ceda ante nadie, salvo sus oficiales; aunque eso perteneca al captulo de la disciplina y no trabajaba
su virilidad. Sin embargo, pens, ahora no era el momento. Ni el lugar.
Se miraron. Benny tuvo que apartar la vista por la seal. Lunkface, que estaba ms cerca, se dio cuenta de lo que pasaba y se ech a rer, burlndose de que Benny desviase los
ojos. Hubo una pausa en el trfico, Benny les hizo seas de que siguieran. Hctor no se movi. Saba que Lunkface lo haba visto. Pap Arnold avanz unos pasos hacia la autopista,
pero retrocedi. Lunkface les observaba detenidamente.
Venga, hombre, t. Muvete dijo Benny a Hctor. Quieres estropearlo todo? Quieres que se nos echen encima los polis?
Hctor empez a moverse, pero Lunkface le puso a mano en el hombro para retenerle. Y entonces Hctor dijo:
A m nadie me manda moverme. Cuando me d la gana, me mover.
Ests paralizando toda la operacin le recrimin Benny.
Haba decidido aguantar, aunque Hctor se burlase de l y rebajase su virilidad delante de los dems. Ya habra tiempo de ajustar cuentas ms tarde. l era un hombre, y en
aquel momento lo ms importante de su virilidad consista en ser miembro del ejrcito de Ismael. Eso significa disciplina, y aguantar cuando tengas que aguantar, o acaso no
conocan todos a Ismael? Benny se dio cuenta entonces de que era ya demasiado tarde para cruzar; haban aparecido ms coches. Lunkface dio la vuelta, se coloc al lado de Benny
y se acomod all. Arnold cogi a Lunkface por un brazo.
Deja que tu to se las arregle solo.
Las luces de los faros centelleaban sobre los matorrales y se filtraban por ellos, salpicando sus caras bruscamente con cambiantes formas de hojas. A lo lejos sonaban los
petardos, y una hilera de sordas explosiones recorri el horizonte. Hctor y Benny se miraron. Hctor esper y luego empez a cruzar la autopista, satisfecho de que su honor no se
hubiese visto menoscabado. Benny le cogi por la manga y le dijo que se estuviese quieto, que esperase la seal. Hctor mir a Benny a la cara. Baj luego los ojos hacia la ofensiva
mano que sujetaba su manga. Volvi a mirar a Benny a la cara. Lunkface daba saltitos murmurando algo que nadie poda or, algo casi animalesco, excitndose para ese momento.
Bimbo se aproxim, mir atentamente a ambos a la cara y esper.
A m no me da rdenes nadie dijo Hctor.
Te las da Ismael replic Benny, invocando su autoridad y dejando por fin la manga de Hctor, dndose cuenta de que haba cometido un error.
No le hagas caso dijo Lunkface. Vamos.
T, muchacho, cierra el pico gru Arnold. Cllate. No digas ni palabra.
Tras ellos llegaba ya otra columna.
Ahora no podis hacer nada cuchiche Bimbo. Calma, hombre.
Yo le conozco dijo Hctor. Y l me conoce a m.

Te conozco repiti Benny.


Vamos, basta de charla. Vamos, hombre azuz Lunkface.
Arnold golpe a Lunkface en el costado, con los dedos tiesos. Lunkface solt un gruido.
La prxima vez te dar en los ojos, entendido? dijo Pap.
Aguantaron all lo suficiente para que su honor quedase satisfecho. Arnold saba que toda la operacin poda resultar amenazada y dijo, muy serio:
Vale, ya lo arreglaris ms tarde. Ahora vamos, muchachos.
Escapas? quiso saber Lunkface.
Te har escapar a ti replic Arnold, mientras Dewey le indicaba a Lunkface para que se estuviese quieto y esperase.
El centinela del otro lado de la autopista haca seales frenticamente, queriendo saber qu pasaba. Estaba dispuesto a soltar la bengala azul de alarma, pero cuando hubo otro
parn en el trfico, Benny dio la seal. Cruzaron corriendo. Doblando la lejana curva, la siguiente hilera de faros enfilaba la autopista. Ms abajo pudieron ver otros grupos que tambin
cruzaban, rpidos y furtivos. Bajaron por una pequea ladera, ms all del centinela, y les recogi otro de pantalones crema que les condujo a travs de un campo negro. Delante,
lejos y un poco ms arriba, discurra otra autopista barrida por las luces de los faros. Se acomodaron en sus sitios en la llanura hmeda. El cielo cobraba vida con los fuegos
artificiales.
Un resplandor rojo ascendi lentamente desde el centro del campo y qued suspendido en el aire. Significaba que ya estaban todos all.
El coche de Ismael Rivera haba recorrido la red de vas del parque buscando un espacio despejado entre los grupos de coches en movimiento. Pas por el lugar de reunin dos
veces, y al no ver otra cosa que la llanura negra y lisa, pens que aquello era bueno. No haba nadie visible. Nadie haba encendido luces, ni fogatas, obedeciendo su orden de que no
se hiciesen notar. Y era un triunfo de su organizacin el que ninguno de sus centinelas ni de los grupos hubiesen sido vistos cruzando las autopistas. Ismael saba lo que tena que
encontrar y an no lo haba visto. Podan salir mejor las cosas?
El conductor se adelant a los coches que le rodeaban y se adentr en la limpia oscuridad. Era la tercera vuelta que daba. Pronto quedaron como medio kilmetro atrs los faros
ms prximos. Medio kilmetro ms all, retroceda un grupo de lucecitas rojas, que danzaban en formacin al pasar por los baches. El coche de Ismael dobl una curva y las luces
rojas desaparecieron tras l.
Ismael hizo una sea a Consejero de Guerra, quien transmiti la consigna a Secretario y ste, a su vez, al chfer. El chfer se desvi hacia el borde de la carretera a toda prisa y
sus luces parpadearon un mensaje. Unos veinte centinelas salieron a la carretera, siendo iluminados por los faros; all estaban plantados, a unos veinte metros de distancia. El coche
fren y se detuvo. Uno de los centinelas abri las puertas. Salieron tres hombres. El coche arranc de nuevo, tan de prisa que por un momento, sus ruedas patinaron en el pavimento,
pero en seguida desapareci.
Los tres hombres fueron escoltados hasta el terrapln, siguiendo el camino marcado por los pantalones de un blanco opaco. Aunque la oscuridad slo pareca contener los olores
extraos y hmedos de la vegetacin, el zumbar ronroneante de los insectos y el rumor de la yerba y de las hojas, Ismael saba que todos estaban all. Un millar. Mientras avanzaba, iba
recibiendo los informes cuchicheados de los centinelas. Haba embajadores de casi todas las bandas importantes de la ciudad y alrededores.
Ismael fue conducido a su sitio. Empez.

4 de julio, 10:30-10:50 de la noche


El glorioso Cuatro de Julio alcanzaba un nuevo crescendo. Aunque estaban prohibidos los explosivos, alrededor del parque ardan cirios, llameaban haces de luces multicolores y
resonaban estruendos pirotcnicos en lo que pareca casi una barrera de fuego estrepitosa y continuada. Se oan ametrallar rosarios de petardos atenuados que parpadeaban y
desaparecan. Las candelinas ardan unos segundos como estrellas. Explotaban con mil formas patriticas: hroes de la historia norteamericana, presidentes (Washington iluminando
al oeste, Lincoln alboreando en nebulosas nubes hacia el sur, Kennedy bailando en el nordeste). Flameaban banderas histricas. La estatua de la libertad rielaba en una corriente de
aire.
Ismael estaba sobre una pequea elevacin (como el montculo de un lanzador de bisbol), frente a unos matorrales que le ocultaban de cuantos pudiesen pasar por las
carreteras. Haba clavado a su alrededor un crculo de linternas enfocadas hacia arriba, de modo que l pudiese estar iluminado. Sus ojos miraban fijamente a travs de las gafas
azules y tena la sensacin de que todos le miraban. Record un anuncio... algo sobre cmo se haba salvado la vida de alguien con bateras de linterna: La vida de quin salvaran
aquella noche? Oy un murmullo que llegaba de la oscuridad, pero en realidad podra tratarse de un cambio en la direccin del viento. All estaba l, apuesto y fro, con aquellas ropas
limpias y sencillas de universitario rico, pues no le gustaban ni las prendas demasiado apretadas ni el exceso de hebillas con que se adornaban casi todos. Llevaba el sombrero
limpia y correctamente asentado en la cabeza, y, salvo por un pendiente que le brillaba en la oreja, podra haber pasado por un ejecutivo. Comprendan ellos lo que haba hecho l?
Esperaban en el lago de oscuridad. Frenndoles, se desataron dos hileras de luces de autopista, y los coches pasaron rpidos, apenas audibles, perceptibles ms que nada por
el parpadeo y el giro de las luces de los faros que se lanzaban hacia la noche sobre sus cabezas. Ms atrs estaban las luces de los edificios de apartamentos. All estaba El Hombre
con la Idea, de quien se rumoreaba que tena veintin trajes caros en su armario e igual nmero de pares de zapatos. El Hombre que tena un arsenal como para armar a un batalln.
Quin no conoca a Ismael?
Ismael saba que tena unos diez minutos para transmitirles El Mensaje. No podra retener su atencin ms tiempo. Oa las palmadas contra los mosquitos. Tena que exponerlo
con sencillez y con espectacularidad, y tena que decirles justo lo suficiente para que salieran de all bufando. En cuanto lograse ponerles en marcha, sus mandos les mantendran as
mucho tiempo. Haba imaginado aquel instante en multitud de ocasiones, haba pensado una y otra vez todo lo que tena que decirles, haba ensayado cmo verter su sabidura en
aquel momento al que les haba llevado la Idea. Aunque su rostro se mantena, como siempre, impasible, senta el tremendo impulso del poder, aquella palpitacin que deba liberar en
un grito. Las gafas de sol le protegan. Saba que no poda soltarles un discurso. Les haban soltado demasiados y haca mucho que haban aprendido a no escuchar. Por otra parte,
no tena una voz potente. Gritando, no habra alcanzado siquiera hasta el extremo de aquel campo oscuro. Delante del espejo, s, haba discurseado y gesticulado a su antojo, pero
saba muy bien que no podra farolear delante de ellos como un Castro. Lo que les dijese tena que ser simple, pues la mayora de ellos no eran rpidos de entendimiento. Y deba
decrselo de prisa, pues casi ninguno tena paciencia. Deba hablar, adems, con firmeza; deba representar ms que decir, pues tena que conseguir engancharles bien para que se
estuviesen quietos y le escucharan. Saba que se agitaban all, en la oscuridad, asustados, en aquel medio desconocido, con ganas de echar a correr y largarse, pues siempre
estaban nerviosos cuando se encontraban lejos de su propio terreno.
A doscientos metros de distancia, Lunkface se agitaba inquieto en la oscuridad, deseoso de saber cundo iba a empezar el Hombre; es que iba a tenerlos all toda la noche,
contemplndole a la luz de las linternas? El estlido Bimbo susurr que esperara. El nervioso Hinton cambi de postura, incapaz de mantenerse acuclillado, sintindose raro y extrao
all en la oscuridad. Cunto ms podra aguantar? Estaba al borde del pnico y slo la sensacin de sentirse rodeado de su Familia le haca conservar el control.
Ismael apunt con el ndice hacia las luces de la ciudad que les rodeaban y dio una vuelta completa, con el brazo rgido sealando acusadoramente.
Oigamos al hombre susurr Hctor.
Ismael empez. An no podan or nada de lo que deca, slo vean moverse sus brazos.
Ismael hablaba. Hablaba con firmeza y suavidad, como haca siempre. Hablaba a los tres centinelas que estaban acuclillados frente a l; hablaba a la hormigueante oscuridad, a
los lejanos y cambiantes faros de los coches, a las luces de la ciudad, a los tontos e infantiles fuegos artificiales que florecan en el cielo y a las guiantes luces de un avin que
cruzaba en lo alto, desafindolo todo. Los tres centinelas oan sus palabras, se volvan y se las transmitan a los otros comunicadores que repetan el Mensaje, transmitindolo, en tono
coloquial, cada vez ms en lo profundo de la noche. No se oa ya otra cosa.
Ismael les dijo quin era l. Ellos le conocan. Haba organizado y reconstruido una banda independiente que llevaba diez aos agonizando por cambios de personal. Tena fama
de ser feroz luchador y hbil estratega. Quin diriga mejor sus fuerzas? l haba desafiado, conquistado y asimilado a muchas otras bandas, ganando prestigio para l y reputacin
para sus luchadores. Luego haba convertido a sus hombres en mercenarios, alquilando su ejrcito para ayudar a otras bandas en sus pleitos. Qu ejrcito tena ms experiencia?
Qu ejrcito era ms disciplinado? Haba dado a sus hombres smbolos nuevos y mgicos, dotados de fuerza. Poda contar ya con trescientos guerreros, incluyendo ayudantes.
Qu ejrcito tena ms equipo y ms dinero?
Ellos le conocan. All estaba su cara para que todos la vieran. Sus grandes gafas azules se burlaban de todos ellos con audaz ecuanimidad.
Todos asintieron en la oscuridad.
Por qu estaban all? Hizo un gesto de nuevo, sealando con el dedo y el brazo rgidos, girando sobre el montculo. Les dijo que estaban all a causa del Enemigo.
Les record al Enemigo, los adultos, el mundo del Otro, los que les humillaban. Los tribunales, las crceles y los reformatorios; esas cosas que les humillaban, les repriman y les
rebajaban. Y tambin los peridicos. Hasta los hombres de las grandes bandas organizadas les repriman, porque no queran admitirles en el sindicato, en sus negocios. Los que
cobraban demasiado por todo les rebajaban. Los traficantes que procuraban que la gente quedase enganchada, les rebajaban. Los que acaparaban todas las cosas buenas de la
vida y la hacan miserable (vida mezquina, con televisiones para soar, coches excesivamente caros y fciles de reponer, ropas de mala calidad y otras muchas cosas que deban
ganarse a costa de doblar el espinazo durante el resto de sus vidas), todos ellos les rebajaban. Y los peores eran los que tericamente parecan sus amigos: los funcionarios del
auxilio social, los hombres del Comit de la Juventud, los maestros y profesores. Todos los orientadores que pronunciaban palabras como centros comunitarios, bailes organizados,
deportes, excursiones, lecturas, la Movilizacin de la Juventud, la Carrera, la mierda aquella del Haryou, los maricas del Cuerpo de la Paz... Promesas como la iglesia... Todos
recordaban qu gran tipo era su hermano mayor. Y ahora unos pjaros de la Iglesia de Pentecosts haban enganchado a su hermano; su mujer soltaba un nio al ao y l aplauda y
saltaba con aquella mierda de salve Jess; no fumaba, se lamentaba de que le machacasen, trabajaba como un perro y sonrea como un imbcil continuamente. Aquello era peor que
la yerba; era un ensueo peor que el de la herona. Guerra a la pobreza? l saba cul era la verdadera guerra y seal de nuevo, lanzando el puo, con el codo rgido, apuntando con
un dedo y girando lentamente en el montculo.
Todos saban. Todos asentan.
Les dijo que todos estaban perdidos, perdidos todos desde el principio y perdidos ahora. Perdidos hasta la muerte. Si tenan suerte, podran conseguir un fin rpido, pero si no,
tendran que arrastrarse, rodeados de hijos como sus padres, siendo ni ms ni menos que mseras piezas de una mquina. Algunos acabaran yonquis, otros chiflados; saban lo que
eso significaba Podan, claro est, hacerse traficantes, o confidentes, pero eso no dejaba de ser algo que alimentaba tambin a la mquina.
Todos asentan. Lo saban.
O crean que iban a poder hacer la gran escapada robando, escalando puestos en el sindicato? Ellos no tenan acceso al sindicato del crimen; el trabajo duro no se pagaba; lo
nico que podran hacer seran pequeos robos hasta que les cazaran, les machacaran y pasaran un tercio de su vida en el Talego. Y si la polica no les enganchaba, les engancharan
los muchachos del sindicato. Crean de veras que iban a poder salir del agujero? Ismael se les adelant. Les record que si ellos eran tipos duros, dnde estaban ahora los tipos
duros mayores que haban conocido? Dnde estaban todos sus hermanos destrozados y sus hroes pisoteados? Acaso no era mucho ms hombre un hombre en un grupo que un
hombre solo? Lo saban muy bien, sin duda.
Casi todos estaban de acuerdo. Algunos tercos y unos cuantos chiflados seguan moviendo la cabeza porque ellos saban que estaban hechos de una pasta especial y que
podran salir del agujero hacia un nuevo destino. Lo conseguiran por la dureza de sus puos, por la demencia de sus impulsos o quiz porque eran muy hombres: no estaba
Norteamrica llena de historias as? Incluso los llameantes cielos pintaban hroes que haban logrado abrirse camino pese a las dificultades y que les hablaban del poder de la
violencia. Un poco de suerte... eso era lo nico que haca falta.
Pero Ismael les record que no haba esperanza... a menos que le escuchasen. Arnold asinti sabiamente y pens que ojal se le hubiese ocurrido a l todo aquello. Pensaba
que podra convencer a sus hijos. El Peque segua encogindose y ladeando la cabeza ante las palabras que le transmita el centinela. No las entenda y sacuda la cabeza con
violencia, diciendo a aquel hombre que l no entenda nada de toda aquella chchara, y, ms an, que no quera or ms chchara. Arnold dio un codazo al Peque. Arnold y Hctor
estaban de acuerdo. Hinton luchaba con su descontrolado terror, pero consegua parecer tan fro como se mostraba Ismael all, congelado en aquel estanque de luz en la oscuridad del
parque. Lunkface escuchaba las palabras y empezaba a ver de qu iba la cosa y a entender que aqul era el Hombre, el caudillo que todos haban estado esperando. Su rostro
empez a crisparse de emocin y no haca ms que cabecear asintiendo al comps de los mviles labios cuyo mensaje captaba con dificultad. Hctor, siempre alerta a las amenazas
exteriores y a la disciplina interna, medio escuchaba las palabras, oyndolas a duras penas, y vigilaba tanto a sus hombres como a los grupos de alrededor, apenas visibles en la
oscuridad.
Dewey escuchaba.
Qu se poda hacer?, preguntaba Ismael. Afirm que haba en aquel momento y en cualquiera, veinte mil miembros veteranos, cuarenta mil contando los afiliados regulares,
sesenta mil contando los no organizados, pero dispuestos a luchar. Eso significaba cuatro divisiones de un ejrcito. Se daban cuenta de lo que significaba aquello? Se lo explic.
Con las mujeres seran unos cien mil. Cien mil! Tenan sus arsenales. Les explic el gran sueo de su vida. Con el tiempo, una banda podra controlar la ciudad. Saban ellos lo que
significaban cien mil personas? Los polis slo eran unos veinte mil. Por qu la fuerza ms importante, cien mil individuos, tena que dejarse humillar y reprimir por el Enemigo, por el
Otro? Ellos podran controlar la ciudad y poner impuestos a la ciudad y a los sindicatos del crimen. Qu haba que hacer?, pregunt Ismael, y agit la mano con la palma hacia abajo

sobre la gran rea de oscuridad.


Solidaridad y fraternidad, dijo. Eran cien mil entre hermanos y hermanas. Y antes de or los murmullos de protesta, les dijo:
Y todos somos hermanos, a pesar de lo que digis. Ellos nos hacen pensar que somos distintos para que as nos dividamos en bandas de gente de color, bandas de blancos,
bandas de portorriqueos, bandas de polacos, bandas de irlandeses, bandas de italianos, bandas mau mau y bandas nazis. Pero los puos que nos machacan la cabeza en la
comisara son los mismos; y cuando ese juez baja los ojos hacia nosotros y dice reformatorio, crcel, nos trata a todos igual; nos tratan como si nosotros, todos y cada uno de
nosotros, tuvisemos la misma madre, y ellos jodiesen a nuestra madre y eso nos hiciese hermanos a todos.
Lanz el brazo al frente, con el puo cerrado. Puso la otra mano sobre el brazo en el gesto y se volvi, ms lentamente que antes, girando en una vuelta completa para sealar al
mundo entero que les rodeaba.
Y, por un instante, todos fueron uno. El Peque, a doscientos metros de distancia, lo sinti; formaba parte de una masa inmensa y confortante, y, por un momento, el miedo a estar
en un lugar extrao no fue tan aterrador. Lunkface se imagin a los revientacabezas machacados en sus propias celdas. Hctor pudo pensar ya en manejar grandes pelotones,
compaas, batallones de hombres, que pudiesen lanzarse a incursiones rpidas y devastadoras. Hinton podra recorrer grandes distancias sin tener que luchar. Bimbo soaba con
convertirse en Representante. Dewey pensaba que quiz terminase el vagar por ah, esperando durante todo el da a que llegase la noche, aburrido, aburrido siempre. Pap Arnold se
preguntaba cmo podra aproximarse a Ismael. La gente se puso a gritar e Ismael les dej, por un segundo. Formaban una confortante burbuja de poder, y una cordial comunidad.
Gritaban todos juntos, y se levantaron e hicieron el Gesto en todas direcciones. Pero aquello slo poda durar un segundo; eran demasiadas las cosas que agujereaban aquella piel
que les una a todos. Lo que Ismael deca se alteraba sensiblemente en la transmisin, porque comunicadores y oyentes del Mensaje apenas podan comprender su fuerza o su
significado; pero el formularlo correctamente o el orlo con detenimiento no resultaba tan importante. Los elementos disidentes no podan soportarlo. Algunas bandas tenan
demasiada reputacin. Unas demasiada y otras demasiada poca.
A los nazis les reventaba que aquel maldito negro estuviese cabrioleando y farfullando all arriba. Las bandas de musulmanes le consideraban un traidor, un portorriqueo y, en
consecuencia, un autntico blanco. Y quin poda confiar en un hombre blanco? Sus crudos odios slo podan apaciguarse un segundo y luego tenan que estallar, pues lo nico que
ellos saban era ofrecer violencia antes de que se la ofrecieran a ellos. Los psicpatas eran incapaces de mantener la disciplina, incapaces de estar agrupados con otros demasiado
tiempo; eran excesivamente inquietos. La mayora restante nunca podra atreverse a ir ms all de sus soados anhelos de emociones, poder, mujeres, ropas, coches y honores;
algunos haban sido ya casi recuperados para el mundo, empezaban a creer en las cosas y eran incapaces de atreverse a sacrificar el gozo de la pertenencia. Los asustados
rechazaban el mensaje porque casi podan ver, palpable all fuera, tras los lmites del parque, la forma aterradora de la oposicin, aquellas luces de los amontonados bloques de
apartamentos, los inocentes fuegos artificiales que retumbaban y llameaban en el aire. Aquello no era ms que un pequeo indicio de cmo podra caer el mundo sobre ellos.
Alguien aplast un mosquito de una bofetada. Un guerrero nervioso interpret mal el signo y contest. Estall una lucha. Los grupos empezaron a aporrearse en la oscuridad.
Muchos de ellos, que no se fiaban del todo del asunto, haban llevado sus propias linternas y empezaron a usarlas. Se desat una espiral de violencia que se fue expandiendo. Las
bandas se reagruparon, destrozando aquel sagrado instante de unidad universal. Unos cuantos, siempre preparados, sacaron los cinturones guarnecidos y se dispusieron a utilizarlos,
con las hebillas sueltas. Alguien insult a la madre de otro. Los que iban armados empezaron a desenvolver el papel de regalo en que llevaban envueltas las pistolas simblicas para
sentirse protegidos.
Apuntaban con ellas, an con miedo a utilizarlas, atisbando la envolvente oscuridad.
Las peleas eran an de grupos dispersos y los contactos intentaban disolverlas. Algunas se paralizaron momentneamente, pero los centinelas tenan que seguir discutiendo y
razonando para que el Honor no quedase ultrajado. Cualquier movimiento se interpretaba como un acto hostil, que provocaba golpes puramente defensivos. Las peleas siguieron
apacigundose y resucitando de nuevo por todo el campo.
Padre Arnold orden a sus hijos que se agruparan a su alrededor. Formaron los siete un crculo, mirando hacia fuera. Lunkface, como siempre, quera violar la disciplina y
lanzarse a la oscuridad, a aporrear y machacar, pero Arnold y Harold le sujetaron y se lo impidieron. Se limitaban a esperar que el ruido y el conflicto se calmasen, confiando en no
tener que luchar.
Alguien, perdi el control e hizo un disparo. Un trozo de hoja se desprendi de los arbustos que haba detrs de Ismael. Secretario intent conseguir que se agachase. Ismael,
guerrero y caudillo, no quiso cubrirse. No haba en su rostro la menor crispacin; su fra sonrisa se burlaba de ellos y desafiaba su estupidez. Los cristales azules de las gafas miraban
hacia la oscuridad mvil, iluminada por las linternas; escuchaba los gritos apagados, el estruendo de los golpes, despectivamente. Su calma, pensaba, posea efectos apaciguadores.
Recuperaran el sentido.
Pero las cosas haban ido demasiado lejos para que un solo hombre pudiese pararlas. Ya se haba generalizado la lucha. La paz y la organizacin universal eran irrecuperables
en aquella violenta oscuridad. Los hijos de Arnold se mantenan agrupados, bajo el control de Hctor. Algunos grupos se negaban a romper la paz y a luchar, pero se mantenan firmes
y los dems chocaban con ellos en la oscuridad. Los luchadores empezaron a atacar a los hombres de Ismael y a identificarles por los pantalones color crema. Algunos de los ms
salvajes, los que no respetaban pactos y nunca haban confiado en el asunto, adems de envidiar a Ismael, comenzaron a utilizar las cadenas que llevaban ocultas en la cintura. Haba
ms armas de las previstas. Todos los paquetes envueltos en papeles de regalo fueron deshechos, y stos flotaron entre los parpadeos de luz, dando a la noche un tono caramelo
claro. Algunos bromistas prendieron petardos y los tiraron al aire.
Y alguien llam a los polis. Quizs un automovilista lo hubiera visto todo al pasar; o los preocupados funcionarios del Comit de la Juventud haban percibido lo que ocurrira, o un
guerrero asustado, o una de sus mujeres, sintiendo ese viejo miedo de la pelea, lo haba dicho. Y all llegaban con sus coches. Oyeron una sirena a lo lejos; pero, al contrario que en la
ciudad, all no haba ningn lugar hacia el que correr y donde ocultarse, ningn portal por el que desaparecer; slo aquel campo desconocido, sumido en la oscuridad, o la autopista
iluminada. El sonido de la sirena se intensific y multiplic; era un sonido familiar (lo haban odo muchas veces), pero paralizante. No podan escapar..., por qu camino, hacia
dnde? Slo los hombres de Ismael conocan el medio de salir de all. Las luces rojas de los coches patrulla parpadeaban. Por las dos carreteras que les flanqueaban fueron llegando
un coche patrulla tras otro. Y quin poda haberles traicionado si no Ismael? Quin poda haberles llevado hasta all a todos, para que fuesen fcil presa, si no Ismael?
En consecuencia, utilizaron las pruebas de fidelidad y pertenencia de un modo distinto al previsto. Desde todas las partes del campo apuntaron con sus armas al crculo de luz.
Dispararon. Desde tan lejos, y con aquella confusa iluminacin, slo dos proyectiles alcanzaron el blanco. Ismael cay a travs del halo de luz y qued prendido entre los arbustos.
Tena un agujero en la tela oscura de su camisa. El otro proyectil haba destrozado uno de los cristales azules de sus gafas, de modo que su cara pareci hacerles un guio despectivo
antes de derrumbarse. Las linternas que iluminaban a Ismael palidecieron bruscamente al caer sobre ellos, desde todas direcciones, un gran resplandor de faros y focos.
Debatindose en viscosa angustia, culebreando, alterados por la lluvia de luz, todos se lanzaron, por unos instantes, a una lucha furiosa. Se machacaban mutuamente, no slo los
enemigos, sino tambin los amigos, como si lo nico que pudiese aliviar su miedo fuese aquella accin aterradora. La luz les baaba. Hasta las bandas ms disciplinadas vacilaban.
Algunos perdieron totalmente el control. Echaron a correr, y en su carrera tropezaban con otros, se detenan a golpearles. Otros corran en crculo. La luz les inundaba. Llegaban ms
coches de la polica por las carreteras paralelas, girando hacia el campo en medio del chirriar de las ruedas, parando y apuntndoles con focos y faros hasta que result insoportable.
Todos estaban envueltos en la luz. Lentamente, empezaron a inmovilizarse. Hicieron una pausa. Esperaron. Y las luces inmovilizaron un campo lleno de jadeantes muchachos que slo
tenan conciencia de la luz cegadora que caa sobre ellos, ahogndoles y de la completa y aterradora costa de seguridad que se extenda ms all de aquellas luces.

4 de julio, 10:45-11:10 de la noche


Por un momento, todos quedaron quietos. Las luces de los coches de la polica seguan girando y lanzando manchas de rojo en la masa de luz. El cuerpo de Ismael se derrumb
lentamente, perdindose de vista, desapareciendo como si hubiera sido arrastrado a las profundidades del mar. Algunos muchachos lloraban; el rumor burbujeaba, destacando
claramente a travs de la gran extensin de silenciosa claridad. Luego, alguien que haba visto demasiadas pelculas intent asustar a los polis con unos cuantos tiros, poniendo en
prctica aquel viejo truco de apagar las luces a balazos. Los machacacrneos contestaron con un aviso por el altavoz. Pero el incontrolado, un psicpata a quien nadie haba invitado,
sintindose seguro entre la masa, tuvo que demostrar su coraje y dispar otra vez; la bala alcanz uno de los focos y lo destroz, pero eso no pareci causar el menor efecto en la
claridad cegadora, que sigui como antes. Los polis lanzaron una andanada de aviso esta vez, procurando que las balas pasasen esparcidas no muy lejos de sus cabezas. El altavoz,
segua aullando advertencias, pero un poli asustado, intentando asustarles de verdad, dispar directamente contra la masa de muchachos y uno, herido, lanz un grito.
El grito les dispar. La masa aull y todos empezaron a correr. Corran de un lado a otro y volvan al mismo sitio, tropezando entre s. Las bandas empezaron a dispersarse. Un
guerrero sujetaba el extremo de una cadena de bicicleta de afilados eslabones y, sonriendo vesnicamente, giraba y giraba, seguro en el centro de un plateado radio de tres metros.
La mayora se dispersaron en las direcciones por las que crean haber llegado. Algunos corrieron hacia el sur y tropezaron con destacamentos de polica que se abran camino a
travs del campo para cortarles la retirada por aquel flanco. Un pequeo grupo, intentando abrirse paso hacia el oeste, hacia el metro de Broadway, fue a dar con una formacin de
polis y coches. Los polis se metieron entre ellos y empezaron a aporrearles a discrecin, hacindoles retroceder hacia el campo. Un altavoz segua diciendo: Estad absolutamente
quietos y no os pasar nada. Estad absolutamente quietos y no os pasar nada. Otro deca: Alineaos. Con las manos en alto, Alineaos. Una masa se lanz hacia el este, irrumpi
en la claridad y qued atrapada por la formacin de policas, que se dedic a zurrarles; pero algunos consiguieron pasar y perderse en la oscuridad. La polica no se molest en
seguirles. Un grupo intent fingir que se rendan y luego, cuando los polis se aproximaron, cargaron contra ellos. Pero unos cuantos disparos quebraron su disciplina y les paralizaron.
Llegaban ms coches patrulla y ms coches celulares. Los fuegos artificiales continuaban.
Muchos conductores haban parado y salido de sus coches para ver el espectculo. Los polis intentaban hacerles seguir. Estaba empezando a paralizarse el trfico. Los mirones
se apiaban detrs de los policas. Un musulmn negro que llevaba una cinta en el pelo y que iba esposado camino del coche celular, empujado por un polica, vio a la multitud de
chismosos, perdi el control y se lanz contra los mamones, chillando al verse tan en ridculo ante sus ojos. Derrib a una anciana y estaba machacando a alguien cuando el poli le tir
al suelo y le pate en el asfalto, dejndole la cara ensangrentada, mientras alguien deca: Que ese pequeo salvaje sepa lo que es bueno. El chfer de Ismael intent abrirse paso
lanzando el coche para recoger al Jefe, pues no saba que haba muerto. Derrib y mat a un Serafn, golpe a un polica y cay luego en un sector fangoso, donde embarranc hasta
que los polis le sacaron del coche y le machacaron el crneo un rato. Un Trono de Delancey, con los pantalones color crema hechos jirones y mostrando sus vergenzas, le deca a un
polica que le soltase. Estaba dispuesto a ir donde fuese, pero, qutame esas cochinas manos de encima. Le metieron a bofetadas en el coche celular.
Los Dominadores de Arnold esperaron, agrupados, junto a Hctor. Estaban sobrecogidos por la gran pelea, inmovilizados por una doble hilera de luces policiales.
Permanecieron quietos cuando se oyeron los disparos. Se mantuvieron quietos tambin cuando la multitud perdi el control. Esperaban la orden de moverse. Hctor, que tena un aire
tranquilo y peligroso bajo las luces, lleno de valor, segua con la mano alzada, pese a que Lunkface estaba deseando empezar a luchar y El Peque ansioso por echar a correr sin ms.
Pas un minuto. El alboroto era general. Cuando Hctor tuvo la conviccin de que la polica estaba ocupada, hizo con la mano la seal de salir de all. Hctor se coloc en vanguardia y
Arnold en retaguardia. Enfilaron hacia el norte, hacia los matorrales donde haba estado Ismael. En su avance, caminaban medio acuclillados pero de prisa, segn les haban
enseado Pap Arnold y To Hctor. Otro altavoz empez a dar rdenes a los muchachos, avisando a los grupos que intentaban huir, dicindoles que era intil; estaban rodeados.
Por que corremos, entonces? Nos tienen cazados, hombre dijo Hinton.
Hijo, no sabes nada. Eso es pura palabrera. Agchate y sigue avanzando argument Arnold desde la retaguardia. Sigue a tu to.
Lunkface avanzaba con los puos cerrados, al acecho, deseoso de que alguien, cualquiera, se interpusiera en su camino, o de que se le acercara algn poli aislado para poder
atizarle unas cuantas veces antes de que les cazaran. Hinton se preguntaba si no sera mejor parar y esperar con los otros a que les cogieran. Los polis tendran que dejarles libres:
cmo iban a meter tanta gente en la crcel? Un cuarto altavoz empez a dar rdenes. Los polis gritaban instrucciones y se avisaban unos a otros para vigilar a este o aquel grupo
que intentaba huir. Las voces chocaban, se fundan en un estruendo general, y las frases perdan sentido; eran simple ruido.
La Familia de Arnold segua avanzando hacia el norte, protegida en casi todo el trayecto por los que esperaban a que los polis fuesen a por ellos. Consiguieron llegar a los
matorrales. Pasaron a un grupo de hombres de Ismael que rodeaban el cuerpo de su jefe. Aunque desearon detenerse y mirar, Hctor les grit que siguieran avanzando. Arnold, que
iba en retaguardia, no debera haber sido tan imprudente, pero l tena que detenerse y mirar a Ismael a la cara. Uno de los hombres de Ismael le pregunt qu demonios miraba, y
antes de que Arnold pudiese abrir la boca, le rodearon y empezaron a atizarle. Bimbo, que era el que iba delante de Arnold, no se dio cuenta de nada, por el ruido. Se adentraron
todos en las masas oscuras de arbustos y matorrales, saliendo por fin de aquella terrible claridad cegadora. All haca ms fro. Era un alivio verse libre de la luz y aceleraron el paso.
Las ramas les golpeaban en las rodillas, pero corran alejndose cada vez ms de aquella zona de luz. Y luego, desaparecieron los matorrales y los arbustos y siguieron tras Hctor, a
quien perfilaban vagamente los faros de los coches bloqueados delante, en el cruce de la autopista.
Llegaron al terrapln donde se unan las autopistas. Hctor, perfilado por la luz de los coches que temblequeaban en las lmparas de mercurio, les indic que bajasen. No tena
ningn sentido esperar por all. Hctor dio la orden; cruzaran entre los coches parados y seguiran hacia la izquierda, hacia el oeste, en la oscuridad. Hctor les dijo que no se
asustasen, que permanecieran agrupados, y que cuando llegaran al otro lado de la autopista se cogeran de la mano y se adentraran en la oscuridad. Hctor saba, vagamente, que
haban llegado all por aquella direccin. De cualquier modo, el parque tena que terminar en algn sitio y pronto saldran de l.
Cruzaron corriendo la autopista, bajaron el terrapln del otro lado y se hundieron en la oscuridad. Tras ellos, al verles correr, los automovilistas empezaron a tocar insistentemente
las bocinas con el propsito de avisar a la polica. Ellos, aterrados, corrieron ms de prisa. El terreno estaba hmedo e iba hacindose ms suave, y tuvieron la sensacin de estar
metindose en un pantano. Todos haban visto hroes de pelculas hundindose en arenas movedizas. Habra all arenas movedizas? Claro que, como todos saban, si alguien
empezaba a hundirse slo tena que coger una rama grande y hacer con ella un puente sobre las arenas. Pero, quin tendra el valor de parar? Su calzado no era el adecuado para
correr y, adems, estaba empapado. Lunkface quiso parar y encender un cigarrillo, pero Hctor se lo arranc de los labios de un manotazo; estaba loco? sa era la palabra que
enfureca a Lunkface, y pareca casi dispuesto a pelear, pero Hctor dio orden de que todos se cogiesen de la mano y le siguieran. A Lunkface le mantena cerca de l.
Avanzaban rpido, casi corriendo a travs de la oscuridad, alejndose ms y ms de la gran burbuja de luz, sin saber adonde iban, siguiendo hacia el norte, luego al este, y
vindose, por ltimo, perdidos, subiendo y bajando colmas, por un terreno pantanoso, jadeando. Los sonoros zumbidos de grandes insectos les asustaron. Empezaron a dar
manotazos a aquellos bichos molestos. Habra all animales salvajes? Gatos monteses? Lobos quiz? Desde luego, tena que haber serpientes. De qu tipo? No estaban
seguros. Pitones? Cascabeles? Croaban las ranas, cantaban los grillos, ms fuerte que los petardos y los cohetes. Dewey meti el pie en un charquito de agua y lanz un grito. Le
chistaron para que se callase y corrieron hacia l, sacndole a rastras de all; Dewey tena miedo de los cocodrilos. Tambin las ramas les golpeaban y les azotaban en la cara.
Lunkface se vio de pronto con un montn de hojas hmedas en la boca. Hctor casi lanz un grito al tropezar con una tela de araa; hizo frenticos gestos de sacudrsela en el aire
oscuro. Haba odo hablar de las viudas negras, e incluso de unas araas inmensas devoradoras de hombres, pero mantuvo la boca cerrada y aguant el tipo, agarrando otra vez la
mano de Lunkface. Bimbo sinti que el impermeable se le enganchaba en algn sitio, quiso parar a desengancharlo, pero le empujaron y el impermeable se rasg. Tante las
botellas. Estaban seguras.
Tenan la sensacin de llevar mucho tiempo corriendo; deseaban descansar. Pero Hctor no quera dejarles. Jadeaban, les dolan los costados. Se lanzaron por una loma rocosa,
resbalando, cayendo, incorporndose y subiendo de nuevo. El Peque se rasg los pantalones por la rodilla. Llegaron arriba, cruzaron corriendo un campo de deportes de suelo firme y
el parque termin de pronto en una acera y una calle. Era una calle larga y tranquila, con rboles de gruesos troncos, no demasiado concurrida. Pasaban algunas personas a pie. Al
otro lado de la calle, tras una valla de rejas, haba un cementerio. Avanzaba hacia ellos un autobs, y ms all Bimbo vio el ojo rojizo y giratorio de un coche patrulla, comunicndoselo
a los dems. Hctor tuvo una idea y les hizo una sea. Se lanzaron a cruzar la calle y saltaron la valla del cementerio. Avanzando cautelosamente, culebrearon entre las tumbas hasta
que la calle qued cubierta por ellas y por las lpidas. Hctor hizo la seal de descanso, dejndose caer de rodillas. Todos se derrumbaron, jadeando, y descansaron a la sombra de
la gran tumba que haba en la cima de la herbosa y empinada colina.

4 de julio, 11:10-11:45 de la noche


El Peque estaba nervioso. Por su parte, Lunkface estaba furioso porque haba perdido el sombrero y porque El Peque le irritaba con aquello de hablar de fantasmas. Dewey se
preguntaba si sera cierto... si saldran... cosas... de las tumbas.
Bueno dijo Hctor, ahora descansaremos aqu unas horas y luego, cuando esta mierda haya terminado...
Pero El Peque gimi entonces con voz aterrada:
Pero de verdad. No podemos quedarnos aqu. Se abrirn las tumbas y...
Y todos se apretujaron, aunque la proximidad no les traa consuelo. Arnold podra haber ayudado; Arnold era su Padre. Pero ahora el Padre se haba ido.
Llevaba casi una hora, u hora y media, segn como anduviera el servicio de metro, llegar desde el extremo del Bronx a Coney Island. Pero esa medida no serva ahora, porque
ellos permanecan acuclillados bajo la sombra oscura de una tumba, mientras los pequeos querubines mofletudos les sonrean cada vez ms maliciosamente, a medida que se
aproximaba la medianoche; porque todos los policas de la ciudad podan estar alerta y haber establecido puestos de vigilancia, porque el pacto entre las bandas de la ciudad haba
terminado ya y podan empezar a atacarse mutuamente de un momento a otro. Coney Island quedaba a unos veinticinco kilmetros de distancia. Pero lo mismo podran ser veinticinco
mil, pues entre aquel punto y su barrio poda sucederles todo. Y si no hubiese ningn plan, si dejasen de ser una familia porque el Padre haba desaparecido, y tuviesen que estar
all? Entonces... bueno, entonces la distancia a recorrer resultara infinita. Y se era el motivo de que Hinton, que no crea en fantasmas, no viese la necesidad de abandonar aquella
noche un sitio tan agradable y tan fresco para recorrer toda aquella distancia de espacio vaco, a la luz de la luna, hasta la estacin del metro. Haba tiempo de sobra.
Pues bueno, yo me ir por mi cuenta dijo Lunkface. No pienso quedarme aqu esperando.
Son otro ruido. Haba un vigilante. Estaran acercndose furtivamente los polis? No, los polis se acercaban siempre armando bulla, les daba igual. Era otra banda? A quin
pertenecera aquel territorio? Nadie lo saba.
Bueno, si lo que os molestan son los espectros, chicos, por qu no salimos de aqu y lo resolvemos de otro modo? Hctor hablaba con frialdad, con sarcasmo, confiando en
que no fuesen estpidos y aceptasen quedarse. Pero hasta Bimbo dijo que no quera quedarse.
Cuando Hctor vio cmo estaban las cosas, razon un poco y accedi; se reorganizaran, elegiran, continuaran como una familia (porque de no hacerlo as ya saban lo que les
esperaba)... todos dijeron que s.
Pero, bueno, tenemos que darnos prisa dijo El Peque.
Eligieron. No hubo discusin en cuanto a que To Hctor se convirtiese en padre provisionalmente. Lunkface quera ser el Padre y se vot a s mismo; por eso les mir furioso al
no salir elegido. Los otros no eligieron siquiera a Lunkface para To, porque no podan fiarse de lo que fuera a hacer. Votaron a Bimbo, que era fro, calculador, seguro; un buen pen
para tenerlo al lado en caso de pelea o de lo. Lunkface se convirti en el tercer mandams, en el hijo mayor, y esto, en cierto modo, le satisfizo. Darle un puesto ms bajo habra trado
problemas. Tena diecisis aos, estaba casi siempre medio achispado, pero meda ms de dos metros y era ancho y fuerte. El segundo hermano era Dewey; tena diecisiete aos,
llevaba mucho tiempo en la Familia y era de fiar. El tercer hermano era Hinton, a quien consideraban un artista porque tena talento para la caricatura y dibujaba letras muy guapas. l
era quien llevaba el Lpiz Mgico y dejaba la seal de los Dominadores por donde pasaban. Todos le crean un poco chiflado porque cuando le daba la locura de la pelea, hasta
Lunkface le tena un poco de miedo. Pero se era el secreto de Hinton: al no tener fuerza o coraje suficientes, saba que todos teman a un chiflado, por lo que se haca el loco de vez
en cuando y as le respetaban. El hermano ms pequeo era El Peque, una especie de mascota, en realidad todava un mocoso, pero con coraje. Les gustaba enzarzarlo con las
mascotas de las otras bandas, para ver luchar a los pequeos. No slo era el ms pequeo del grupo sino que se llamaba realmente Peque. Llevaba siempre un tebeo o dos en el
bolsillo. Despus de la eleccin, Hctor mand a Bimbo que pasase la botella para beber todos una ronda. Lunkface tom dos tragos, pues estaba furioso por lo de su sombrero y
por lo de la eleccin. Hctor les dijo que fumasen, pero que encendiesen el cigarrillo tapndose con las chaquetas para que no se viese la llama, tambin les dijo que no fumasen ms
de un cigarrillo, mientras l intentaba elaborar un plan de accin. Lunkface pens que lo ms lgico era discutir democrticamente los planes, pero Hctor indic que l era el Padre y
que el deber de Lunkface, como hijo mayor, era obedecer. Lunkface estaba furioso, pero no dijo nada ms.
Lo que haba que hacer era bajar la colina, saltar la valla, cruzar la calle, atravesar aquella autopista y el ro, seguir luego hacia arriba, hasta el prado grande, cruzar la barrera de
casas de apartamentos, bajar al metro y encaminarse a casa. ste era un modo de hacerlo. El otro era telefonear al funcionario del Comit de la Juventud que tenan asignado, Wallie,
decirle que estaban en un lo, hacerle subir hasta all y que les recogiera en su coche. Entonces, les dijo Hctor, como aquel carca de Wallie intentaba conseguir un xito con los
Dominadores, pensara, ah, al fin ha llegado el momento de hacer un favor a la Familia. Ellos lo enfocaban de otro modo, por supuesto, porque Wallie era uno de los Otros, as que,
por qu no utilizarle? En esto estaban todos de acuerdo. Bajaran, se acercaran al metro, llamaran a aquel tipo y le haran venir. Si no vena, cogeran el tren y se iran a casa. No
estaban seguros de dnde se encontraban. No estaban seguros de hacia dnde iba el tren, si hacia abajo o hacia arriba; con eso era suficiente. El Peque comenzaba a ponerse
nervioso por tener que seguir all e intent apurarles para que acabasen los cigarrillos.
Lunkface pregunt quin tena Poder, quin iba armado. Nadie. Padre Arnold tena la pistola del 22 que haba que darle a Ismael como prueba, pero Arnold probablemente
estuviese ya en el coche celular. Nadie haba ido armado porque haban obedecido las instrucciones del pacto al pie de la letra. Eso haca que la distancia pareciese an mayor.
Cmo podran cruzar todo aquel territorio sin ir equipados para cualquier accin? Y si aquel majadero del Comit de la Juventud no apareca? Entonces qu? Hinton pregunt por
qu no podan quedarse all un poco ms. No le hicieron caso...
No viste a Ismael, amigo? Ahora ya no es tan grande. Zas. Justo por el ojo derecho dijo Lunkface.
Ismael era un gran hombre y tuvo una gran idea replic Hctor, bajando la cabeza en seal de tributo.
Lunkface no pensaba lo mismo; la idea no le pareca gran cosa; era incluso una perogrullada.
No deberamos largarnos de aqu. Podra venir Arnold insisti Hinton.
Pero hombre, aunque consiguiese escapar, cmo va a saber que estamos aqu? pregunt Hctor. Usa la cabeza.
Y luego les dijo que sacaran sus insignias. Llevaran las insignias. Eran la Familia.
Hinton plante si sera prudente andar por la ciudad identificndose y dejando que todo el mundo supiese quines eran y qu eran.
Hctor se enfad y dijo que viajaban como una familia y que eso significaba llevar las insignias; a Hctor le pareci que era justamente algo muy propio de Hinton decir aquello.
Hinton an era nuevo. Llevaba poco tiempo en el barrio. En la banda slo unos ocho meses. Mir a Hinton entre las sombras: la expresin de Hinton era suficientemente fra; apoyaba
la cabeza en la piedra, pareca casi aburrido por todo el asunto, tena los ojos cerrados, tamborileaba con los dedos en el mrmol. Bueno, probablemente fuese slo que Hinton no
tena suficiente sentido de la tradicin y de la Familia, pens Hctor. Lo adquirira con el tiempo. Lunkface dijo que si Hinton tena miedo, poda quedarse all a pasar la noche y dejar
que otras bandas o los polis le cazaran, o que las ratas le confundiesen con uno de los cadveres y acabaran con l. Hctor replic a Lunkface que no deba tomarse el consejo por
cobarda, y que no deba ofender as a su hermano menor, salvo que quisiese vrselas con l. Lunkface afirm que lo senta, como hijo, pero haba un tono de burla en su voz. Hctor lo
acept como una disculpa para evitar problemas en aquel momento.
Hinton dijo que no era cuestin de miedo, sino de que ellos, los Otros, les reconoceran.
No eres tan famoso, hijo. No eres Ismael, hombre.
Pero llevamos las insignias de una banda.
Y cmo van a saber de qu banda somos?
Eso da igual, hombre. Andan detrs de todas las bandas de este territorio. Despus de lo que vieron, cogern a todos los que tengan entre catorce y veinte aos y parezcan
malos. Y quin va a parecer bueno esta noche?
Hctor dijo que llevaran las insignias, y que quien no lo hiciese as poda recorrer el camino de vuelta solo. Hinton comprendi que la discusin haba terminado.
Sacaron las insignias y se las dieron a Hctor. Luego se arrodillaron ante l para que se las colocase en los sombreros. Lunkface estaba furioso porque haba perdido el
sombrero y no quera estropear su chaqueta con marcas de alfileres, pero Dewey dijo que Lunkface poda llevar un pauelo atado a la cabeza y prender en l la insignia. Hctor
llevaba la insignia en la parte delantera del sombrero, los dems a un lado.
Hctor les dijo que, si el funcionario del Comit de la Juventud no acuda en su ayuda, podran ir como una expedicin de guerra, porque significara que se haban acabado todas
las treguas, que el lo era gordo y que la polica estaba por todas partes. Y acabara cayendo sobre ellos. Uno no poda confiar ya ni en su padre. Todos se echaron a rer. Era un viejo
chiste de La Familia.
Hctor orden a Hinton que dejase la marca de la banda. Hinton sac el Lpiz Mgico, traz sobre la tumba el signo de la Familia, Dominadores, y le dijo al Peque:
Esto lo dejo para los fantasmas.
El banco de nubes se haba aproximado un poco ms. Hctor palme el hombro a Hinton y ste, sabiendo que Dewey estaba vigilando la zona por si haba enemigos, sali de la
tranquilizadora oscuridad, agachado. Corri colina abajo en breves carreras hasta desaparecer en una sombra. Luego, Hctor dio una palmada en el hombro de Lunkface, quien
tambin se lanz colina abajo.

4-5 de julio, 11:40-12:45 de la noche


Al fondo de la colina, junto a la valla, las tumbas estaban ms juntas.
Vaya, aqu parece que los tienen codo con codo coment Dewey.
Hctor se coloc detrs del Peque para tomarle el pelo: se aproxim a l y le dijo:
No digas esas cosas, hombre.
Iban bajando. El Peque soltaba un respingo cada vez que tena que pisar una tumba para no caer. Se le hundan un poco los pies en la tierra fresca. Agachndose, podan avanzar
sin tener que correr mucho de sombra en sombra, protegidos ahora por las tumbas.
Mirad eso dijo Bimbo.
A la desvada luz de la luna, pudieron ver que alguien haba escrito Spahies a lo largo de una larga hilera de tumbas, justo sobre los RIP.
El cementerio terminaba sobre una calle. Haba un desnivel de unos cuatro metros. Hctor mand a Hinton que recorriese la valla para ver si haba un sitio por el que la Familia
pudiese bajar sin problemas. Estaba ponindole a prueba porque haba dicho que era mejor no llevar las insignias. Es que no se daban cuenta de que era un disparate?, pensaba
Hinton. Iba siguiendo la ltima hilera de tumbas, mirando por encima de ellas hacia la valla y la calle de abajo. La luz de la luna iluminaba unas vas frreas, un ro estrecho, el
aparcamiento y la larga extensin verde de yerba que suba hacia las casas de apartamentos. Las vas elevadas quedaban justo al otro lado. Hinton haba vivido por aquella zona; su
familia estaba siempre cambindose, nunca permanecan en un barrio ms de dos aos. Hacia la izquierda, a unos ochocientos metros, haba un puente que cruzaba el ro.
Hinton no encontr ninguna abertura en la valla. Tendran que escalarla. No pasaba nadie por la calle. Slo algn coche de vez en cuando. Si saltaban desde la parte ms alta, la
gente de los coches no les vera apostados en el terrapln. Encontr un sitio mejor para escalar la valla. La altura era como tres veces la de un hombre, pero pareca superior. Volvi e
inform a Hctor.
Luego gui a Hctor y a los otros al lugar.
Por que desde tan alto, hombre? Nos podemos lesionar al saltar.
Si saltamos desde ms abajo, pueden vernos, Hctor.
Pero podramos hacernos dao. No podemos llevar a cuestas a uno con el tobillo roto. Busca un sitio mejor, hombre.
Tal como yo lo veo...
... no ser como lo hagamos le cort Hctor.
De acuerdo, Pap replic Hinton, furioso.
Pap sabe ms canturre Hctor. No es as?
Hinton no contestaba.
No es as?
Hinton asinti y sonri.
Mrame cuando te hablo.
Hinton mir a Hctor.
Sonre mejor.
Hinton sonri mejor.
No me ensees los dientes cuando sonres, hijo.
Hinton modific su sonrisa.
Esperaron unos quince minutos; cuando pas el coche patrulla, Hinton fue el primero en bajar. Hctor an estaba probndole y saba que no poda mostrar ningn signo de temor
o resentimiento. Y si le dejaban all? Lo hizo todo con frialdad, procurando mostrarse lo ms indiferente posible. La valla fue fcil. Cuntas vallas haba escalado, algunas de ellas de
hasta siete metros? Se sostuvo all, en equilibrio sobre una losa de hormign de unos ocho centmetros. Casi poda sentir la valla caer sobre l. Pareca demasiada altura, aunque slo
fuesen cuatro metros. As que no mir, sabiendo que cuando ests asustado es mejor pensar despus en lo que vas a hacer. Sostenindose en la losa, mir a la calle, a uno y otro
lado, hasta que no pasaron coches. Se volvi hacia el cementerio; los muchachos estaban ocultos. Por un segundo se sinti aterrado y pens que se haban escapado, pero
recapacit. Se descolg y se dej caer. Qued sin resuello y estuvo a punto de caer de rodillas. La parte de atrs del zapato derecho se le abri, pero el zapato qued sujeto por el
cordn de cuero. Se volvi y cruz corriendo la calle, a saltos, para no perder el zapato. Le dolan las piernas de la larga carrera. Se hundi corriendo entre las sombras de los rboles
de la acera. Detrs de los rboles, al pie de una pequea colina, haba un gran tanque de agua que arrojaba grandes sombras negras. Ms all, al fondo del declive, junto al pequeo
ro, vio las vas.
Luego se volvi y pudo ver a Lunkface en la pared, de espaldas a la valla. Hinton sali de entre las sombras y le hizo una sea. Lunkface no se molest en descolgarse. Sonri,
salt y, luego, cruz tranquilamente la calle. As fueron saltando uno a uno. El ltimo fue el Peque. Salt un momento antes de la seal, porque estaba asustado. Todos se rean.
Aterriz de bruces sobre las palmas de sus manos, arandoselas; adems, le cay el tebeo del bolsillo y se rompi el reloj. Empez a cruzar la calle corriendo, pero todos le
sealaron el tebeo y le gritaron. Se volvi, lo vio, vacil en medio de la calle... y tuvo que volver y cogerlo. Los dems empezaron a sealar el cementerio y a gritarle que salan los
fantasmas, riendo a carcajadas al verle correr aterrado, hasta que Hctor les calm.
Empezaron a caminar rumbo al norte, hacia el pequeo puente, procurando permanecer ocultos entre las sombras. Quedaba ms lejos de lo que haban calculado y caminaron
largo rato hasta llegar a la esquina y girar a la izquierda. Caminando, a Hinton no le molestaba tanto el zapato. Estaban en la Calle 233 Este. El Peque dijo que aquello quedaba muy
lejos de casa. Hinton haba vivido en la Calle 221, pero no poda recordar si haba sido en el Bronx, en Manhattan o en Queen. Haba vivido en todas partes.
Bimbo plante la cuestin de si deban ir de uno en uno. Hctor dijo que era mejor seguir juntos. En realidad, si les paraba la polica... bueno, nada iban a hacer, de todos modos,
no? Pero Hinton saba que lo primero que inspeccionara la polica seran sus carnets de DJ (Delincuente Juvenil), y cmo podan explicar qu estaban haciendo all, tan lejos de
casa? Ahora el calor era mayor, pues all abajo no corra la brisa como arriba, en el cementerio. Tras cruzar el puente, la zona de parque y la autopista, y subir la colina, llegaron a las
casas de dos plantas y a los edificios de apartamentos. Unas cuantas manzanas ms y estaran debajo de la va frrea elevada. La calle apareci vaca, todas las tiendas haban
cerrado ya. Haba una cabina telefnica junto a un quiosco de peridicos, tambin cerrado, en la esquina. Hctor dijo que iba a llamar desde all a Wallie, el funcionario del Comit de
la Juventud.
Crees que es oportuno, amigo? pregunt Bimbo. Quiero decir, despus de lo de esta noche no nos van a tratar igual. Eso fue muy gordo. Demasiado. Y ahora saben que
tienen motivos para preocuparse.
Lunkface era tambin contrario a la idea de llamar:
Para qu le necesitamos?
Pero Hinton pens que Wallie, el funcionario que les haban asignado haca poco, era un buen hombre.
Wallie habla mucho, pero se molesta dijo Hinton.
Lunkface insisti en que no haba ninguno bueno, La Familia no necesitaba a ninguno. Hinton explic que estando, como sin duda estaran, alertados todos los policas y todos los
guerreros, posiblemente con bloqueos de calles, puestos de control, territorios enemigos muy vigilados, etc., podan tener que abrirse paso luchando slo con los puos, porque no
llevaban armas, salvo el Poder de Arnold, que ya tampoco contaba. Tenan que recorrer toda la ciudad antes de llegar a casa. Hinton pens que los otros no comprendan lo que tenan
por delante. Ya veran. Estaban siendo unos estpidos; se dedicaban a farolear, a exhibirse. No era vergonzoso ser prudente, cauto, como Arnold. Hctor siempre andaba intentando
demostrar que era mucho ms grande que Lunkface. Pero Lunkface era el ms fuerte. No poda achicrsele abiertamente, a menos que uno estuviese dispuesto a pelear. Eran muy
pocos los que podan enfrentarse fsicamente a Lunkface, as que lo mejor era liarle por otros procedimientos, como haca Arnold.
En consecuencia, Hinton se limit a decir que tenan que telefonear para hacer un viaje cmodo.
Necesitamos a Wallie porque este hermano pequeo no tiene ganas de un viaje de dos horas en un vagn de metro apestoso, amigo. Soy partidario del estilo y la comodidad.
Adems, cmo va a rehabilitarnos si no le damos la oportunidad de ayudarnos y entendernos? puntualiz Dewey.
A Lunkface le gust esto. Y Hinton aadi que Wallie era su hombre, casi como un miembro de la pandilla ya, no? Hctor estaba seguro de que deba telefonear. Coloc a los
hombres en sitios resguardados.
Wallie no pareca sooliento cuando contest, lo cual significaba que estaba despierto... como si esperase la llamada. Eso a Hctor le preocup un poco Wallie quiso saber
dnde estaban.
Estamos en el Bronx, hombre dijo Hctor.
Hctor, qu estis haciendo en el Bronx?
Se oan muchos ruidos por el telfono. Hctor se senta sudoroso y desnudo como un pavo, all, bajo las luces de la cabina; afuera estaba oscuro y podan verle muy claramente.
Abri la puerta y se sinti un poco ms reconfortado al apagarse la luz de la cabina. Se pregunt si los ruidos significaban que el telfono estaba controlado. Haba ledo sobre ello en
los peridicos. Cierto tipo de ruidos significaban que estaban escuchando, pero no pudo recordar qu tipo de ruido era exactamente.
Hemos salido a tomar un poco el aire, hombre; nos entraron ganas de dar una vuelta por el pas esta noche, debido al calor. En el norte siempre hace ms fresco, as que
fuimos hacia el norte.

No poda estar controlado; cmo iban a saber que l iba a llamar precisamente desde aquella cabina?
Estuvisteis en ese lo de todas las bandas? Estuvisteis mezclados en eso, Hctor? Dnde est Arnold?
As que ya saban del lo. Eso no era bueno. Se pregunt si debera explicar a Wallie lo de Arnold. El Padre, pens Hctor, probablemente estuviese sentado en una comisara,
sometido al viejo juego de las veinte preguntas que empiezan por qu hiciste... y luego, zas, con el dorso de la mano, y no creas que ests tratando con esos blandengues del
Comit de la Juventud, cabroncete. Plaf, plaf, plaf, bofetada tras bofetada. O estara metido en una miserable celda llena de gente donde habra tenido que luchar para conseguir un
pequeo espacio en el que poder echarse a dormir. Hctor decidi no contrselo a Wallie.
Estamos en una calle que se llama Dos, tres, tres, hombre, al final. Bueno, nos gustara echar un vistazo a la ciudad en el viaje de vuelta. Podras llevarnos?
Era imposible que supiesen que iba a llamar desde aquella cabina.
Estis bien? Quin est contigo? Estn contigo los muchachos? pregunt Wallie.
Qu inquisitivo eres, Wallie. Me parece que no nos aceptas, hombre.
No me vengas con cuentos, Hctor dijo Wallie con voz dura.
Hctor hizo una mueca; estaban apretndole las tuercas, no haba duda.
Estamos aqu unos pocos, uno o dos, y es la calle doscientos treinta y tres, vas a venir? senta un escozor en la garganta; tena que salir de aquella cabina telefnica.
Doscientos treinta y tres y qu ms?
Fuera, los hombres se haban esfumado, estaban ocultos en las sombras; no poda ver a ninguno. Pas un coche patrulla de ronda y Hctor les dio la espalda, pero sin prisa y sin
nervios. Justo lo suficiente para que no vieran la insignia que le brillaba en el sombrero. Pudo apreciar que le lanzaban la mirada dura al pasar, pero era un hombre llamando por
telfono; qu haba de malo en ello? El coche pas sin ms novedad.
Es junto a un tren elevado dijo Hctor a Wallie.
Pero, qu calle es?
Qu preguntn eres, hombre.
Quieres que vaya o no?
Te he llamado, no?
Cmo voy a sacaros de ah si no s dnde estis?
Esto me parece que se llama Calle de las Llanuras Blancas.
Cmo es que habis acabado en el final del Bronx? Habis estado metidos en ese lo, verdad? Tenis algn problema? Hicisteis alguna cosa? Algunos chicos han
muerto.
No. Nada serio. Nosotros no hicimos nada.
Alguien en la crcel?
O podran controlar cualquier cabina a voluntad?
Por amor de Dios, deja de hacer tanta pregunta. Tenemos problemas grit Hctor, e inmediatamente se avergonz de haber dado rienda suelta a su nerviosismo. Ya le
arreglara las cuentas a aquel Wallie por hacerle mostrar debilidad.
Voy para all. No os movis. Hay alguien herido? No os movis. Quedaos donde estis y ya llegar. Una hora. No os movis. Entendido? Si tardo un poco ms, no os
preocupis. Ir.
No estoy preocupado. Espero. Vamos, querido.
No os movis... deca Wallie mientras Hctor colgaba el telfono.
Cuando sali de la cabina telefnica estaba sudando. Entre un edificio y las vas del ferrocarril elevado, pudo ver que el frente de nubes haba cubierto la lima y que los bordes de
puntas blancas de las nubes estaban tragndose la luz. Qu haba querido decir Wallie con lo de si tardaba un poco ms? Cunto ms? Por qu tendra que haber una espera
extra?
El hombre llegar pronto con el autobs de las excursiones dijo Hctor a los muchachos.
Estaban colocados donde pudieran verse unos a otros. Pas por arriba un tren, hacia la parte alta de la ciudad. Otro pas hacia el sur. Se agitaron entre las sombras. Hctor se
haba agazapado donde pudiese ver todos los dems escondites. Al cabo de un rato, sali del suyo y se acerc al Peque para preguntarle la hora. El reloj del Peque tena las once
cuarenta y uno, pero eso pareca un disparate. Escucharon y descubrieron que el reloj no andaba. Eso lo joda todo, pens Hctor. Cunto tiempo haba pasado? Volvi a su
escondite. Se pregunt si tendran que esperar mucho e intent descubrir un medio de saber cunto tiempo haba pasado. Intent contar, pero era demasiado pesado. Dos de los
hombres, Dewey y El Peque, empezaron a hacer el payaso por la acera. Hctor cruz la calle y les orden que se estuviesen quietos. Dewey pregunt cunto llevaban esperando;
estaba seguro de que llevaban horas. Le aburra dar tantas vueltas. Cunto ms iba a durar aquello? El Peque dijo que no poda pretenderse obligar a otro a estar absolutamente
quieto. Adems, no haba polis. Hctor dijo que haba que mantener la disciplina. Por culpa de quin haban tenido que salir del cementerio? Esto calm al Peque, pues estaba algo
avergonzado.
Hctor inspeccion el escondrijo de Hinton. Estaba sentado en un pequeo pasadizo oscuro entre dos tiendas, con la barbilla apoyada en las rodillas, mirando la pared de
enfrente. Sobre su cabeza, un letrero de pintura dorada luminiscente proclamaba que el territorio perteneca a los Jenzaros Dorados.
No deben ser gran cosa coment Hinton. Tienen una pintura muy mala.
Hctor no haba odo hablar de ellos nunca. Pregunt cmo estaban las cosas. Hinton dijo que el asunto estaba en marcha. Lunkface se mova inquieto en la puerta de una tienda,
deseando largarse de all, saltando entre las sombras. No haca ms que pasear y acercarse a los dems para hablar. Hctor le orden que volviese a su sitio. Bimbo se acerc y
pregunt a Hctor cunto crea l que se tardara en llegar hasta all desde donde estaba Wallie. Hctor dijo que no estaba seguro, pero que no poda quedar muy lejos.
Tardamos ms de una hora en llegar aqu.
Pero en metro.
Bueno, l tiene coche. Eso significa que tendra que tardar la mitad, no?
No exactamente.
Quiero decir que un coche tardara la mitad.
As debera ser, pero el camino no es recto. Clmate. Vendr y record lo que haba dicho Wallie de que quiz tardase un rato y que no se preocuparan. Hizo que Bimbo
sacara la botella. Hctor bebi un trago; tambin bebi Bimbo. Luego fue ofreciendo a todos. Esto dej liquidada la botella, pero Bimbo volvi a colocarla dentro del impermeable. A
lo mejor poda necesitarla.
Esperaron. Pas otro tren. Pas una media hora. Pasaron dos parejas. Los chicos apoyados en las chicas, toquetendoles las fachadas. Una pareja caminaba con los labios
pegados y los ojos cerrados. A todos les pareci muy divertido. Los amantes ni siquiera se daban cuenta de que les observaban. Una de las chicas llevaba una radio porttil que
emita canciones de amor bailables. Lunkface tuvo que hacerse el gracioso y sali de entre las sombras pavonendose y bailando muy cerca de ellos, mirando a las chicas meticulosa
e insolentemente. Los chicos dejaron a las chicas para mirarle. Lunkface segua bailoteando. Los muchachos queran dar a Lunkface lo que andaba buscando, pero las chicas les
calmaron. Un da tendra su merecido, pens Hctor, y la Familia le dejara para que supiese lo que era bueno. El da menos pensado sucedera. Lunkface dobl la esquina y
desapareci, y los muchachos se tranquilizaron y siguieron caminando con las chicas. La mano de una de ellas estaba posada en el trasero de su chico y lo apretaba, cosa que
excitaba a la Familia. El otro muchacho no haca ms que volver la cabeza, mirando en la direccin que haba tomado Lunkface. Aquel payaso, pens otra vez Hctor; tendra que
castigar a Lunkface cuando volviesen al territorio. Y si apareca Wallie sin que Lunkface hubiese vuelto? Y si aparecan los polis?
El tiempo segua arrastrndose. No pasaron ms trenes en un buen rato. Dejaran de pasar a partir de cierta hora? Empez a preguntarse si no habra sido un error llamar a
Wallie. Ya casi podran estar de vuelta. Y hasta qu punto podan confiar en l, en cualquier Otro, en realidad? Si Wallie saba dnde estaban despus de lo sucedido aquella noche,
podran los Otros desentenderse de ellos? Hasta qu punto podan fiarse de Wallie? Podan estar seguros de que aquello no era una trampa? Y si estaban avisados los polis?
Y si estuviesen all mismo, a la vuelta de la esquina? Y si Lunkface hubiese cado en sus brazos bailando? Despus de todo, el metro iba hacia el centro de la ciudad. All era donde
estaba su territorio. En aquel tren siempre podran ver en qu direccin deban ir, qu transbordos deban hacer. En realidad, era fcil. Y para colmo Lunkface se pona a llamar la
atencin. Y si aquellos muchachos formaban parte de algn ejrcito, de aquellos Spahies o aquellos Jenzaros, y volvan con refuerzos? Se oy a lo lejos la sirena de un coche
patrulla y Hinton se puso nervioso hasta que se desvaneci. Por qu haba insistido Wallie en que no se movieran de all? Sera una trampa? No. Los del Comit de la Juventud no
actuaban as. Pero, y si haban decidido acabar con ellos de una vez por todas? Y si todo aquello no haba sido ms que una especie de trampa para atrapar a todos los jefes de
banda, a todos los peces gordos, en una red...? Entonces, qu? Bueno, si se era el caso, Ismael haba recibido su merecido. Sera cuestin de acabar con todos los que haban
conseguido escaparse.
Lunkface volvi rindose. Se acerc al escondite de Hctor y dijo que haba dado la vuelta a la manzana y que haba vuelto a pasar a las parejas. Ni siquiera me vieron. Pas muy
cerca y ni siquiera me vieron. Estn todos sentados en un portal, sabes, cayndoles la baba y con los ojos cerrados, y uno de ellos tiene la mano metida en las bragas de su chica y
est palpando el viejo yasabesqu, hombre. Podramos llevarnos a esas chicas.
Vuelve a tu agujero y espera le orden Hctor.
No nos llevara apenas tiempo, hombre dijo Lunkface. Estn a la vuelta de la esquina. Lo nico que tenemos que hacer es acercarnos despacio, atizarles y coger a las tas.
Podramos volver al parque a hacerlo y estar de vuelta antes de que llegase Wallie. Se lo debemos a esas chicas, tenemos que ensearles cmo actan los hombres, no?
Vuelve a tu sitio y espera. Ya tenemos bastantes problemas.

Vamos, hombre, llevmoslas con nosotros! Podemos hacerlo. Si a ese Wallie no le gusta, bueno, y qu, en ltimo caso podemos coger el coche nosotros.
Hctor dijo a Lunkface que se consolase con la mano y que se tranquilizase en su escondite, esperando en la oscuridad. Lunkface hizo lo que le dijo Hctor, pero estaba excitado
y no le gust mucho.
Esperaron. Hctor empez a desconfiar cada vez ms de la palabra de Wallie, quizs porque no debe confiarse en la palabra de nadie. Y cuanto ms esperaban, ms peligrosos
parecan sus escondites. Hctor vio pasar un coche de la patrulla de ronda, a unas dos manzanas; en direccin contraria, a una manzana o as, hacia abajo, pas otro coche patrulla.
Parecan bastante despreocupados, pero, por otra parte, quizs estuviesen cercndoles. Arnold habra esperado, pens Hctor. Y ahora que l era el Padre, obrara con prudencia y
con calma. Las nubes empezaban a flotar sobre la luna, y por un rato pudieron verla. Pero su luz era tenue, y cada vez ms dbil, hasta que al cabo de un rato la luna qued
completamente cubierta. Lentamente, todo pareci ms asfixiante, ms agobiante, y Hctor pudo olfatear algo vagamente relacionado con el humo... contaminacin, quizs.
Hctor tena calor y sudaba; el sudor le haca sentirse incmodo, pero no se quitaba la chaqueta porque tena que moverse rpidamente. Esperaba. Un sbito arroyuelo de sudor
le baj por el costado hacindole dar un respingo. Advirti que llevaba mucho rato sin or los fuegos artificiales. Significaba aquello que haban dejado de lanzarlos porque el barrio
se estaba llenando de policas? Hctor procur convencerse de que todo iba bien; el trfico estaba reteniendo a Wallie. Pero, por otra parte, dnde estaba el trfico a aquella hora
de la noche? Si Wallie les denunciaba, en seguida estara tendida la red, rodendoles, atrapndoles, sin posible salida. Oy de pronto el sonido de un tren que pasaba lejos, en la
parte alta de la ciudad. Hctor pens que esperara hasta que pasara el prximo tren... eso sera tiempo suficiente para Wallie. Si Wallie no estaba all por entonces, sabran
claramente que algo iba mal y se largaran.
Pas el coche patrulla, pero pareci como si estuviesen una manzana ms cerca. O era un coche distinto, que iba ms de prisa de lo que l crea que debiera ir? Pasaron unos
cuantos viejos, sin advertir dnde estaba oculta la Familia... o quizs fingiendo no darse cuenta. Seran polis disfrazados.
Cuando el tren lleg, Hctor ya no pudo soportarlo ms; sali de su escondite e hizo la seal.
Todos surgieron de las sombras, corrieron, subieron traqueteando las escaleras y saltaron las puertas de molinete mientras el furioso taquillero les gritaba, agitando el puo
detrs de las rejas de la cabina.
Se volvieron y le hicieron un corte de manga. El taquillero se dispuso a salir de la cabina. Bimbo blandi la botella. El esclavo se agach en su jaula.
Subieron corriendo el segundo tramo de escaleras hasta el ferrocarril y llegaron cuando ste se dispona a cerrar las puertas. Lunkface se plant entre ellas y las tuvo abiertas
mientras los otros, riendo, se colaban por debajo de sus brazos, uno tras otro, en el vagn.
Pero Hinton se volvi, sac el Lpiz Mgico, y regres adonde estaban los anuncios para escribir el nombre de la Familia, grande, por encima de las marcas de todos los
dems... humillando as a los Jenzaros Dorados y a los Spahies. Acto seguido corri hacia el vagn y se col por debajo del brazo de Lunkface, mientras el conductor, unos vagones
ms all gritaba que dejasen en paz las puertas.

5 de julio, 12:45-1:30 de la noche


Pensaban que bastara con hacer aquel viaje largo y aburrido en un vagn vaco. All no habra problemas; el metro era territorio relativamente neutral. El nico peligro era la
polica. Podran incluso dormir un poco. Pero el vagn estaba atestado. Todos los asientos estaban ocupados. Y los pasillos llenos de gente.
Puede que sea el consabido turno de noche murmur Dewey al Peque.
Pero algo les pasaba a los pasajeros... a todos. Eran extraos, increbles, como algo distinto. De qu se trataba? Se cerraron las puertas. Las ropas eran de mala calidad, pero
no en todos los casos; las caras eran... raras, pero no las de todos; tanto los que iban sentados como los que iban de pie parecan dormidos todos... pero tenan los ojos abiertos...
aunque cerrados. Los Dominadores avanzaban juntos. Se posaban entre ellos miradas extraas y demenciales. Se agruparon defendiendo su espacio, rechazando al Otro para
sentirse ms seguros. La gente se agarraba a las barras y a las manillas; las mujeres permanecan recostadas, el pelo revuelto, mirando vagamente al vaco, con las piernas flccidas
y abiertas. Se apoyaban unos en otros y haba grupos de dos o tres amontonados; unos se concentraban en el espacio vaco; otros atisbaban peridicos; algunos estaban inclinados
sobre hojas con hileras de cifras, muy concentrados, haciendo marcas con un lpiz murmurando para s. Tardaron unos cuantos segundos en ver a la Familia; les miraron ceudos y
cambiaron de posicin, apartando la vista como queriendo olvidar que les haban empujado.
El lugar impresion a la Familia. Miraron al vagn siguiente; tambin estaba lleno. Intentaron ver qu haba delante, pero la masa humana se lo impeda. Hctor le pregunt a un
hombre bajo y corpulento, de nariz achatada y entrecejo carnoso, que estaba de pie junto a l, si aquel tren iba a Coney Island. El hombre se volvi lentamente, alzando la vista de una
hoja llena de cifras impresas y escritas a lpiz, como si le sacasen a la fuerza de algo muy importante, como si apenas hubiese odo el sonido, no digamos ya las palabras... y mir a
Hctor a la cara, centrando la vista lentamente, muy lentamente; sus ojos parecieron dejar de estar muertos, quizs reconociendo incluso otra cara, y el individuo dio sntomas de
intentar pensar con gran esfuerzo en la pregunta, pero sin entenderla y sin inquietarse por ello. Hctor repiti la pregunta. El tipo pareci entender al fin lo que se quera de l, movi la
cabeza, no tanto respondiendo a la pregunta como porqu le costaba demasiado trabajo contestar, lo supiese o no, y luego apart la vista.
Junto a ellos se sentaba una mujer. Apoyaba la cabeza en una mano y su mirada demencial les examinaba, pero ella era Otra Cosa; no les vea. Se preguntaron de nuevo qu era
aquello, consultaron entre s, intentando descubrirlo. Haba dos cabezas inclinadas, muy juntas, el pelo casi tocndose, sobre una hoja llena de cuadros; calculaban cuidadosamente,
comprobando los nmeros, mientras movan los labios como en una oracin, aunque los sonidos se perdan en el estruendo del tren.
Luego, de pronto, Hinton cay en la cuenta: venan todos del hipdromo. Norbert, el novio de su madre, siempre andaba metiendo algo de lo suyo, o algo del cheque del auxilio
social de su madre, o cualquier cosa a la que pudiese echar el guante (robos incluso) en los caballos. Alonso, el hermanastro de Hinton, que era yonqui, tena un aspecto bastante
parecido despus de haber montado su Caballo.
Esta gente est enganchada amigo dijo a los otros. Pero casi han liquidado ya su dosis. Son de los que apuestan a los caballos aadi, y entonces lo entendieron. Les
chocaba slo porque nunca haban visto tantos mamones juntos, sin el corredor de apuestas al lado.
Vuelven de la carrera. De Yonkers. Trotones. Y, amigo, si son del estilo del viejo Norbert, estn calculando las prdidas del da y planeando cmo conseguir hacerse ricos
maana.
Demonios, tan chiflados les tiene ese asunto? pregunt Dewey.
Si son como Norbert, s les dijo Hinton. Dos pistas, carreras normales de da y trotones de noche, un corredor de apuestas, y quizs dos, tres nmeros de la lotera ilegal al
da, segn lo que digan los sueos. Y una partida de dados o de cartas por la maana temprano. Eso es lo que le gusta a Norbert, s.
Bueno, no hay duda de que parecen Algo Diferentes cuchiche El Peque. La Familia miraba a su alrededor despectiva; ellos estaban libres de hbitos de esclavos.
El tren lleg a una estacin. Calle 225. Dnde quedaba aquello? Hctor indic al Peque, el lector, que se acercara al plano y determinase dnde estaban, adonde iban y cmo
conseguiran volver a Coney Island. El Peque se abri paso a codazos entre dos hombres que tena la ropa manchada de grasa y olan a ajo. Haca calor all y los traqueteantes
ventiladores no eran capaces de despejar el calor ni los olores. El Peque se estir sobre la cabeza de una mujer-mono de cara arrugada; llevaba un sombrero de paja de vieja con
flores artificiales alrededor de la copa, un vestido con sucio estampado de flores y, sobre la nariz, unos quevedos; el Peque pens que ola a pis seco. La mujer miraba fijamente a un
punto del techo y balanceaba la cabeza sobre el delgado cuello al comps de los movimientos del tren; pero su mano sujetaba firme la hoja de las apuestas, en la que marcaba
interminables e intrincados signos, llenando por completo los mrgenes mientras hablaba sola, con una picara sonrisilla. Los hombres identificaron la sonrisa del yonqui cuando se
promete a s mismo una dosis. Dewey se abri paso hasta donde estaba el Peque y la mir atentamente. Los ojos de la mujer, ampliados por las gafas, miraron directamente a
Dewey, que sostuvo la mirada un segundo con sus gafas de gruesa montura, y todos se echaron a rer por los ocho ojos que se miraban. Pero la mujer ni siquiera vea a Dewey. ste
hizo una reverencia. Ella no vea. Movi la mano delante de la cara de la mujer. Los hombres se rean y Bimbo enterr la cara en el hombro de Lunkface porque era de mala educacin
rerse as de una vieja. Luego, Dewey hizo un par de muecas, pero ella slo vea un futuro secreto.
Fijaos en la duquesa observ Hinton. Est diciendo: Bueno, pondr dos a Paso, y Paso entrar el primero y yo ganar cuarenta y cinco. Y luego lo pondr todo a Llega, y
Llega, pasar. La vieja est realmente volando alto con ese caballo. Slo que las cosas salen de otro modo al final.
Dewey se cans del juego y le volvi la espalda.
El Peque tena problemas con el plano. No era el primer plano de la ciudad con que se enfrentaba, pero no se pareca a ninguno de los que haba visto. Era abstracto, como si los
contornos de la ciudad estuviesen gastados. Las rayas e indicaciones eran confusas, y el Peque no tena ninguna seguridad de que las relaciones que estableca fuesen correctas;
aquello pareca un diagrama errneo, no un plano. Dnde estaba Coney Island? Pero pronto descubri dnde haban montado y descubri a dnde queran ir. Poda, si tena tiempo
suficiente, partir de los extremos, siguiendo cuidadosamente con los dedos las lneas del metro, diferenciando cada una de ellas, BMT, IND y IRT, porque estaban impresas en colores
distintos. Acab deduciendo que estaban en una de las lneas IRT. Llegaron a otra estacin. No subi ni baj nadie.
Lunkface vio al Hombrecillo al que Todos Empujan, tena los ojos desorbitados y pareca subnormal, con aquellos labios gruesos y plidos que se cerraban sobre su mvil boca,
como si estuviese mascando el aire que respiraba. Su sombrero negro era demasiado grande y lo llevaba encasquetado hasta las cejas. Lunkface hizo una sea a los dems y todos
rieron del aspecto del Memo.
El Peque tena dificultades con la parte central del plano. Haba deducido que se haban equivocado de lnea; tenan que cambiar en algn sitio, pues de lo contrario llegaran a
donde no queran ir. Todas las lneas se encontraban en el centro de la ciudad, entremezclndose all y saliendo luego otra vez, para finalizar todo donde deba terminar. Sin embargo,
El Peque tena problemas para desentraarlo; mova los ndices lentamente a lo largo de las lneas, intentando ver dnde se unan, pero las sacudidas del tren le desplazaban los
dedos. Procur darse prisa para no quedar como un imbcil a ojos de la Familia.
La cara que haba bajo la barbilla del Peque hablaba hacia arriba, hacia l. Por los sonidos que emita, la mujer pareca Otra Cosa, porque no deca palabras, sino que emita un
agudo canturreo. El Peque murmur, qu pasa, seora?, a la Duquesa que apestaba a pis, pero ella sigui con su canturreo, y esto asust al Peque. Volvi la vista hacia la
Familia, que segua agrupada, esperndole, y tuvo la certeza de que se estaban riendo de l, que en teora era el gran lector; as que dej el plano antes de haber logrado orientarse, y
se abri paso de nuevo hacia la Familia.
Hctor pregunt al Peque si haba determinado el trayecto. El Peque dijo que por supuesto, que saba lo que tenan que hacer; si hubiera dicho lo contrario habra quedado mal.
El tren empez a aminorar la marcha y se detuvo en un sitio en el que no haba estacin. Luego se movi un poco. Empez a avanzar centmetro a centmetro, ganando impulso,
sacudindoles, y por fin se detuvo otra vez bruscamente. Slo la Familia pareci advertirlo. Los dems viajeros seguan en su limbo porque, segn pudo comprobar Hilton, an
continuaban calculando, intentando triunfar con la imaginacin a base de cifras, conseguir as lo que la vida no les proporcionaba, porque las cifras no mentan nunca... Nuevos
nmeros estableceran lo que deban hacer la prxima vez, les diran en qu se haban equivocado. Pero ni la lgica ni los clculos servan de nada. Hinton lo saba perfectamente.
Nadie volvera a casa millonario. Norbert, el novio de su madre, apareca siempre sin blanca despus de haberse gastado todo el dinero, y le explicaba a Minnie que en realidad
debera haber ganado si no hubiese sido porque... Y luego le atizaba una paliza por sus reproches, porque, en realidad, debera haber ganado, pero... Hinton se saba de memoria la
historia. An se oan algunos petardos fuera. Los jugadores no se volvan a mirar ni se interesaban lo ms mnimo. Su fiesta haba sido en el hipdromo, y las nicas chispas que a
ellos les interesaban eran las que pudiesen salir de los cascos de los caballos. Sus explosiones estaban siempre en el futuro (ay, si pudiesen preverlo), cuando no existiera ningn si
no fuese por..., cuando no existiera ms algn da. Hinton conoca muy bien todo aquello.
Dewey hizo un gesto y seal: El Profesor, dijo. Todos miraron. Se trataba de un viejo que llevaba un sombrero sucio, cuello de pajarita, corbata a rayas, chaqueta de astrosas
solapas y un abrigo abierto con cuello de terciopelo, pese al calor. Descansaba la cabeza en sus nudosas manos, que se apoyaban en un paraguas enrollado.
Cmo puede uno vestirse as? pregunt Dewey. Habis visto a ese capullo?
El tren se haba parado de nuevo. Bajo sus pies, el motor segua ronroneando errticamente. Los ventiladores giraban, pero cada vez haca ms calor, porque no entraba la brisa
como cuando el tren se mova. Los guerreros sudaban en sus ropas sucias. Miraban hacia la oscuridad.
Por qu est parado este tren aqu? quiso saber Lunkface.
S, para qu pagamos tantos impuestos? coment Dewey.
Quieres rerte de m?
No, hermano mayor dijo Dewey en tono burln. Pero t recibes casi todas las cosas de tu familia... me refiero a los carceleros, no?
Bueno, tambin consigo cosas de otras formas.
Pero la mayora viene de tus viejos de la crcel. No?
Y qu? pregunt Lunkface en tono amenazador.
Bueno, que ellos son los que pagan los impuestos. El dinero que t recibes es dinero al que ya han descontado los impuestos, as que tienes derecho a un servicio de primera.

No es cierto eso? Pregntale a tu Padre. Tengo razn, Pap Hctor?


Hctor pareci pensrselo.
Tienes razn dijo al fin.
Nunca me lo haba planteado de ese modo.
Cmo iba a burlarme yo de mi hermano dijo Dewey.
Hinton asinti muy serio. Hctor se volvi e hizo una mueca burlona mirando al Profesor.
Pero el tren llevaba parado unos cinco minutos y empezaron a ponerse nerviosos. Quizs hubiese corrido ya la noticia; quizs hubiese una redada general; quizs estuviesen
comprobando todos los trenes que pasasen, esperando cazar a todos los guerreros que haban conseguido huir.
Haca ya ms de dos horas del asunto, pero podran seguir al acecho, esperando cazarles. Hinton volvi a pensar que si se quitaran las insignias y se dispersaran por el tren, no
les identificaran, pero no lo dijo. No quera quedar mal. Los yonquis del caballo de carreras no se daban cuenta de nada. Estaban en plena bajada, ahogados en la amargura de la
prdida, y tenan esos temblores de la abstinencia y el bolsillo vaco. Y ellos, los Hombres Duros, pensaban en lo que podra estar aguardndoles en la prxima estacin, consideraban
qu deberan hacer si...
Cul es la prxima estacin, Peque? Dnde estamos, hombre?
No estoy seguro.
Hctor lanz al Peque aquella mirada de desprecio que haba intentado evitar desde el principio. Pero el tren se puso de nuevo en marcha, avanzando centmetro a centmetro,
parando y arrancando, sacudindoles, hacindoles chocar con los dems. Los Otros se dejaban sacudir sin la menor resistencia, entregndose al movimiento del tren porque les
daba igual lo que pudiese pasarles. Pero la Familia se agrup unida, todos con los pies separados, luchando contra las sacudidas porque ellos tenan orgullo. Dewey no poda apartar
la vista de la Duquesa que segua all, debajo del plano, asombrado por el aspecto de su cara alzada y por cmo hablaba con un Dios-Que-No-Haba-Cumplido-Su-Promesa. Una
mujer grande, que llevaba una cazadora a cuadros, de leador, y tena la cara gruesa deforme, con ojos y nariz como botones, se meti una chocolatina en la boca dejando caer
fragmentos de chocolate sobre las hojas de apuestas. Lunkface no poda evitar mirar al Memo del gran sombrero negro y le dio un codazo al Peque para que mirase tambin. Pero
Lunkface desconoca su propia fuerza y le hizo dao al Peque con el codazo, aunque ste mir, de todos modos.
Arranc el tren. Avanzaba muy despacio. Empezaron a pasar hileras de luces de emergencia, precipitadamente instaladas. Haba obreros en la va. Dejaron de trabajar para ver
pasar el convoy, que sigui lentamente a lo largo de dos hileras de ral. El resto de los rales haban sido quitados y fuera no se vea nada ms que el desnivel que daba a la calle. A los
lados se alzaban inmensas gras balanceantes, llameaban pistolas de soldar y ascendan columnas de humo. Las caras de los obreros tenan un aire extrao bajo aquellas luces
cambiantes. Ningn rostro permaneca completo mucho tiempo; los rasgos cambiaban de tamao, bailaban. Los obreros miraban hacia el tren malvolamente, y hacan seas y
parecan burlarse. La Familia se puso nerviosa. El tren par con un chirrido en una estacin; un altavoz gritaba confusamente algo que an no tena sentido, dicindoles qu tenan que
hacer. El tono era enrgico e imperativo. Qu era lo que deca? Hctor se pregunt si no sera una especie de control para que los polis pudiesen cogerles. Quiz los obreros que
haban visto no fuesen sino policas disfrazados. Se abrieron las puertas.
Ahora las palabras llegaron ms claramente. Haba pasado algo en las vas y las estaban reparando. Tenan que hacer trasbordo hasta unas cuantas estaciones ms all, adonde
les llevaran unos autobuses dispuestos al efecto fuera, o bien seguir por otra lnea. El nombre de la estacin no tena ningn sentido para ellos, porque no saban en qu zona se
encontraban ni dnde estaba aquella parada. Significaba algo, aquello?
Los de los caballos suban lentamente, como sonmbulos, camino de las puertas, y se colocaban en fila; pareca que ya tuviesen previsto aquello o que no les importase. Si se
trataba de una emboscada, no tenan ms que parapetarse detrs de los sonmbulos hasta que subiese la Familia, pensaba Hctor. Quiz fuese mejor quedarse sencillamente
donde estaban, aunque los polis podan engancharles tambin all. O quiz fuese mejor volver al sitio de donde haban venido. A Dewey se le escap la mano hacia arriba y acarici la
insignia que llevaba en el sombrero; deban haber tenido la misma idea casi todos, porque Bimbo tambin dirigi a Hctor una mirada inquisitiva. Hctor frunci el ceo y la mano de
Dewey se limit a hacer movimientos de ajuste mientras mova y colocaba bien su insignia.
Salieron del tren. Todos se dirigan al mismo sitio. La multitud se arracimaba en las salidas, hormigueante, comprimida en una tupida masa. Las puertas del tren se cerraron tras
ellos y, les gustase o no, estaban atrapados. Avanzaron lentamente. El altavoz segua dando rdenes una y otra vez, en frases incomprensibles. Siguieron avanzando lentamente. La
gente se apretujaba detrs de la Familia y la empujaba. Los durmientes empezaban a ponerse un poco nerviosos y parecan volver a la vida. Avanzaban ya un poco ms de prisa.
Delante, junto a la salida (aunque slo Lunkface era lo bastante alto para ver qu pasaba all), todo el mundo se mostraba un poco desquiciado. Haba muchos empujones, voces,
y todos intentaban pasar a la vez por dos estrechas puertas por las que slo podan pasar de uno en uno. Sin embargo, alrededor de la Familia, no haba ningn lo. Lunkface grit
salgamos de aqu, y la Familia intent pasar agrupada, como una falange, como una lanza. Los durmientes continuaban movindose, algunos calculando an en sus hojas de
sueos, con las cifras ante los ojos bajo las tenues y temblorosas luces del andn.
Al principio los Dominadores se abrieron paso un poco ms de prisa, conservando su formacin. Pero la oleada de nerviosismo que se originaba en la salida de la estacin
empez a extenderse a lo largo de la tupida fila de gente. Todos los que rodeaban a la Familia, parecieron agitarse y excitarse, empezando a empujar con ms energa.
No corra ni una brizna de viento; haca mucho calor. Todos queran salir de una vez. La gente empezaba a gritar, irritada: Por qu hay este atasco? y Vamos, vamos, una y
otra y otra vez.
Este canturreo pona an ms nerviosa a la Familia. Ellos no saban nada. No lograban abrirse paso con suficiente rapidez; cuanto ms tiempo se demoraran all, ms pronto
podran caer sobre ellos los polis.
Luego, desde una barandilla superior situada al nivel de la estacin, unos golfillos asomaron la cabeza en hilera y empezaron a insultarles en espaol y en ingls. Los chicos
hacan ruidos de tambores y cornetas con la boca, y luego decidieron lanzarles petardos como si fuesen granadas. Todos prorrumpieron en insultos dirigidos a los gamberros, pero
ellos, seguros como estaban tras aquella barrera elevada, no hicieron el menor caso. Y entonces, la masa que haba tras la Familia, empujada por los petardos, empez a presionar y
a echarse sobre ellos.
La Familia se vio obligada a desviarse. Se abrieron paso a codazos y a empujones, con Lunkface haciendo de cabeza de cua. Consiguieron as avanzar ms rpido,
mantenindose agrupados y sintiendo una clida seguridad al verse fundidos en una slida unidad entre las dispersas partculas de los Otros que chocaban contra ellos. Se llevaron
por delante al Memo, al Profesor y a la Duquesa, arrastrndoles unos cuantos metros. Todos empezaban ya a protestar. El Memo tena los ojos todava ms desencajados, lo que
acrecentaba ms si caba su aire de subnormal; le bailaba el sombrero en la cabeza, sin llegar a caer, y se volvi del todo, con una mueca cada vez ms acentuada con los
empujones. El Memo tropez con el Profesor y, con el empujn, el bocadillo que ste an segua mordisqueando se aplast contra su cara. El Profesor inici un largo discurso con un
extrao acento, mientras las migas le caan de la boca. El Memo choc contra Lunkface, intent responder, pero no pudo liberar las manos. El impulso de los Dominadores slo se
prolong durante unos metros, pues en seguida fueron a chocar con un slido arrecife de individuos atascados que chillaban sin ninguna razn determinada. Empujado, el Otro gritaba
y rea furiosamente. La angustia segua corriendo a lo largo de la multitud como un oleaje que pasase, les cubriese y continuase tras ellos para recorrer toda la cola, haciendo que la
masa se lanzase hacia delante y se aplastase contra sus espaldas. El Peque, que haba quedado rezagado, intent volverse con Bimbo para hacer frente a la presin, pero, cogido
de lado, poco falt para que le derribasen. Hinton, desvalido, se vio empujado y arrastrado durante un momento, y qued con las piernas en el aire sin poder hacer nada. Hasta
Lunkface se asust. A medida que se acercaban a las puertas de la estacin, aumentaba el caos.
Estaban todos apelotonados en la estacin. El gritero era ensordecedor. Multitud de manos se agitaban en el aire. Tenan que ponerse en fila todos entre la taquilla y una
barandilla para tomar el trasbordo, a menos que quisiesen largarse y dejarlo. Pero en realidad, nadie poda largarse sin pasar por all. Y all haba un viejo taquillero con una visera de
celuloide, la cabeza hacia atrs, mirando con los ojos entornados como si considerase cul de las manos suplicantes que se extendan hacia l a travs del espacio que haba bajo el
enrejado, era ms digna de su atencin, y luego soltaba los volantes desdeoso, como si fuesen limosnas, seguro all en su jaula, indiferente a los rostros crispados que se
apretujaban contra la rejilla.
La cara del Memo estaba ya totalmente crispada; un hilillo de baba le chorreaba por la barbilla. Por alguna razn, haba abrazado a la Duquesa y sta estaba chillando. La cara
del Profesor, que necesitaba con urgencia un afeitado y estaba tambin crispada, deca algo que pareca, ms o menos: Comportmonos como seres humanos, tengamos un poco
de dignidad, utilicemos la razn. Mientras, el estruendo del interior de la estacin se haca insoportable, y aquel viejo, tranquilo detrs de la rejilla pareca querer demostrar que tena
bajo control, no slo la situacin, sino tambin a s mismo, negndose a or las maldiciones e insultos que le lanzaban y lanzando al vaco sonrisas triunfantes.
Hctor se daba cuenta de que era prcticamente intil intentar el trasbordo. Estaban todos locos. Era demasiado aterrador. Grit a sus hijos que se desviaran y no se molestaran
en seguir hasta la taquilla. Pero apenas si podan liberarse. El asustado Lunkface logr abrir paso para todos a puetazos hasta las puertas y bajaron las escaleras cada vez ms de
prisa, empujando a la gente, huyendo del alarido atronador que se alzaba tras ellos. Una voz indignada dijo: Malditos delincuentes juveniles!
En la calle haba una gran cola que se iba filtrando lentamente en los autobuses dispuestos para llevar a los pasajeros a donde el metro reanudaba el servicio. Apoyados en un
quiosco, rindose de los esclavos, haba unos cuantos soldados. Vieron a los hombres salir y por cmo se les congelaron inmediatamente las risas, la Familia se dio cuenta de que
estaban alerta; el enemigo haba entrado en su territorio. Slo haba tres soldados, as que no planteaban problemas; pero uno de ellos se separ del grupo como quien no quiere la
cosa, dio unos cuantos pasos y luego se perdi rpidamente en la oscuridad, desapareciendo. Hctor saba muy bien lo que significaba aquello: refuerzos. Los otros dos quedaron all
plantados, tensos pero fros, mostrando su valor.
No saban donde estaban, no saban a quin perteneca aquel territorio, pero saban que se haban metido en un lo. Se haban acabado ya los pactos en toda la ciudad y su
identificacin era sencilla, porque iban de uniforme y llevaban sus insignias.
Hctor llam al Peque y le pregunt:
Hacia dnde vamos?
No s.

T eras el encargado de mirar las estaciones.


No saba que pararamos aqu.
Haca qu lado vamos?
No s.
Ya ajustaremos cuentas ms tarde.
Hctor decidi que saldran de all y bajaran siguiendo las vas. No podan esperar el autobs porque tendran que quedarse en la cola que daba la vuelta a la manzana, con
aquellos desquiciados Otros. Quin saba lo que podra pasar antes de que salieran de all. Quizs estuviesen ya de camino ms soldados. Hctor decidi que lo que deban hacer
era parlamentar para que les dejasen pasar sin problemas.

5 de julio, 1:30-2:30 de la madrugada


En la calle haca ms calor. Los edificios bloqueaban el aire por los lados y las vas de los pasos elevados lo encajonaban por arriba. Se oan por doquier series de petardos y
cohetes; el ruido les llegaba desde las oscuras calles laterales. De cuando en cuando, tambin se oa material ms pesado. Los dos soldados que estaban plantados en el quiosco,
frente a la confitera, iban muy engalanados con flamantes pantalones y brillantes camisas a rayas; sus zapatos altos, con la parte delantera de tela, tenan botones perlados; llevaban
sombreros de paja de ala ancha, tipo propietario de plantacin, encasquetados de modo que tenan que echar la cabeza hacia atrs para mirar a la persona con quien hablasen. Se
vea claramente, pens Hctor, que acababan casi de bajar del avin que les haba trado de la isla madre. Hctor se dijo que ojal hablasen lo suficientemente bien el ingls porque
l, Bimbo y Lunkface no hablaban muy bien el espaol. Ellos haban nacido en la ciudad y saban lo suficiente para no andar con pantalones tan flamantes como aqullos.
Una pandilla de miras recin llegados cuchiche Hctor a sus hombres. Los miras les dirigan la mirada fra porque los uniformes de los Dominadores estaban destrozados
debido a la batalla que haban tenido que librar. Los indgenos les lanzaban miradas... como diciendo quines son estos forasteros andrajosos para invadir nuestro territorio sin el
correspondiente permiso y sin parlamentar. Se miraban de arriba abajo recprocamente, pero todos procuraban no sonrer; Bimbo vigilaba a Lunkface para que no armase lo, pero
hasta Lunkface saba lo suficiente para no ponerse a demostrar que tena ms valor que sentido... No era el momento ni el lugar para una cosa as. El Otro, en la cola, no se daba
cuenta de nada en absoluto y segua llenando bovinamente los autobuses que esperaban.
Mientras estaban mirndose, sali de la confitera una chica y se uni a los dos miras. Llevaba una falda blanca plisada que no le llegaba ms que a medio camino entre las
rodillas y esa famosa tierra prometida, medias oscuras y zapatos de cuero rojos que le cubran los tobillos, con hebilla de bronce y altos y puntiagudos tacones que hacan destacar los
msculos de las pantorrillas. Llevaba tambin una blusa de flores, sin mangas, que no le llegaba a la cintura y dejaba ver una franja de piel, morena y prieta. Tena la cara pintada: los
ojos grandes perfilados con material negro de puta, los labios embadurnados con carmn blanco brillante, las cejas pintadas hacia arriba en arcos de alegra perpetua, y flotantes y
grandes pestaas, probablemente postizas, pens Hctor, porque tenan maquillaje pegado. Pese a su piel marrn, tena los ojos grises; la Familia percibi, casi de inmediato, ese
estremecimiento, pero procuraron que no se les notara. El pelo de la chica estaba levantado con grandes rizadores y tapado con un pauelo blanco que deca: RECUERDO DE
PUERTO RICO.
Hctor se acerc solo a parlamentar. El ms pequeo de los miras se apart del quiosco como si le costase un gran esfuerzo; de sus labios colgaba un cigarrillo. Con los
pulgares metidos en el cinturn, los hombros adelantados y los codos un poco hacia afuera avanz para recibir a Hctor a mitad de camino entre la Familia y la confitera. Se
examinaron mutuamente los uniformes y pensando ambos que el otro no mostraba ninguna hostilidad, pero siguieron mantenindose serios. Hctor empez a hablar; no poda
permitirse el juego de demorar las cosas, de esperar a que el otro hablara primero y perdiese prestigio. Despus de todo, estaban en pas enemigo. Hctor explic que haban tenido
que salir del metro por las obras; que queran cruzar por all hacia Brooklyn y que no buscaban camorra. Los Dominadores volvan a casa de la Gran Asamblea... Todos saban ya lo de
la Asamblea que haba organizado Ismael. Pedan permiso para cruzar aquel territorio hasta el siguiente tren, que no saban dnde quedaba, como un grupo pacfico. Despus de
todo, haba una tregua en toda la ciudad, no? Hctor no dijo que sus hombres iban desarmados.
El otro dio una buena chupada al cigarrillo y lanz a Hctor una mirada firme, de reojo, mientras lo pensaba con una expresin de astucia y de prudencia tras el humo. Hctor se
dio cuenta de que tena largas patillas. El mira dijo, con mucho acento, que no saba nada de que hubiese una tregua en toda la ciudad; as como tampoco de la Gran Asamblea de
todas las bandas. Si haba una asamblea de ese tipo, por qu no haban invitado a sus hombres, los Incendiarios Borinqueos? Acaso los jefes crean que sus hombres no eran lo
suficientemente machos? Hctor advirti que haba cometido un error al hablar de la Asamblea. Dijo al borinqueo que todo el mundo haba odo hablar de los Incendiarios, pero que,
en primer lugar no haban sido ellos quienes haban hecho los arreglos, y en segundo lugar, el asunto haba acabado mal. Detrs del pequeo jefe, la chica miraba a los Dominadores
de arriba abajo, intentando determinar cun hombres eran. Aunque su cara, sus piernas y aquel relampagueo de cintura desnuda le excitaban, Hctor, percibi en ella el conocido aire
del buscalos: era una zorra.
Parlamentaron un rato sobre el asunto. El pequeo jefe dijo que no saba si poda dejar pasar a la Familia. En realidad, el asunto debera discutirse en asamblea. Hablaron un rato
sobre la fama de unos y otros, con qu bandas hermanas estaban en buenas relaciones, qu afiliaciones interterritoriales tenan, a quin conocan. Pero, aunque los Dominadores y
los Incendiarios no haban odo hablar nunca unos de otros, tuvieron buen cuidado en admitir la fama del otro. Sacaron recortes de peridicos: los de Hctor eran del Daily News los
del pequeo jefe de La Prensa, donde se explicaban las incursiones y las hazaas de su banda. Se ufanaron ambos del nmero de hombres de que podan disponer. Hctor dijo que
tenan un funcionario del Comit de la Juventud. El pequeo borinqueo hubo de admitir que ellos an no tenan funcionario, pero que estaban movindose mucho y que cualquier da
les asignaran uno. Hctor se apresur a decir que el Comit de la Juventud tena demasiado trabajo y muy poco personal, y que el que no les hubiese asignado ya funcionario se
deba a la poca vista del Comit, que no era ninguna ofensa.
La chica mascaba chicle y fumaba un cigarrillo mirando con frialdad a los diplomticos, observando detenidamente a la Familia, volvindose a hablar dulcemente con el otro
borinqueo y girndose de cuando en cuando de modo que pudiesen ver dnde se hunda en sus muslos el extremo de sus medias enrolladas. Hizo unos pasos de baile. El
repiqueteo de los tacones en la acera les puso nerviosos.
Hctor ofreci un cigarrillo al jefecillo. El borinqueo lo cogi. Buena seal... compararon sus reputaciones respectivas y se concedieron mutuamente pleno crdito como buenos
guerreros. Los parlamentarios se relajaron un poco, pero la Familia se preguntaba por qu se prolongaba tanto la cosa. Y si estaban entretenindoles mientras llegaban los
refuerzos? Bimbo tosi dos veces para avisar a Hctor. La chica volvi a entrar en la confitera y sali con una cocacola. Se la meti lentamente en la boca, apretando los labios
alrededor del cuello, y alz la botella un poco hacia un lado para poder seguir desafindoles con la mirada. Bimbo mir a Lunkface, que no haca nada; segua controlndose. El
pequeo jefe decidi que no haba ningn problema para que la Familia pasase por el territorio de los borinqueos, siempre que lo hiciesen en son de paz. Hctor extendi los dedos,
con las palmas hacia arriba. El borinqueo le dijo que no tenan ms que seguir las vas elevadas hacia abajo dos, tres paradas, no estaba seguro. All iban los autobuses y all se
reanudaba el servicio del metro.
Pero la chica estaba aburrida. Llevaba todo el da por all sin que hubiese pasado nada interesante. Unos chavales le haban llevado un poco de vino, s. Y se haba divertido un
poco con alguno de ellos. Pero, en conjunto, haba sido un da muy aburrido; incluso le dola un poco la cabeza, porque los efectos del vino se disipaban. Bostez, pensando que era
demasiado temprano para ir a casa y que, despus de todo, a quin le diverta lo de tirar petardos? Una chiquillada. Los invasores parecan interesantes, casi hombres. Si pudiera
procurarse una pequea emocin... en fin, las cosas podran animarse un poco. Adems, eso le permitira presumir de sus poderes; luchaban por ella ejrcitos enteros.
Se acerc al pequeo jefe, y todos se dieron cuenta de que habra problemas. Ojal el pequeo jefe tuviese el dominio suficiente sobre s mismo para no perder la calma, se dijo
Hctor. Tambin el pequeo jefe se daba cuenta del asunto, y decidi que no habra lo; en realidad era absurdo planterselo. Le superaban en nmero; an no haban llegado los
refuerzos. Quizs Chuch tuviese problemas para encontrar a los otros a aquellas horas, o quiz todos estuviesen divirtindose con los explosivos.
La chica mir a Hctor de arriba abajo, se volvi un poco, alz la botella de cocacola, rode el cuello con los labios, golpeteando los dientes contra el cristal. Su audacia
desconcert un poco a los parlamentarios, pero el pequeo jefe no tuvo el sentido, o la hombra suficiente para pararla. Hctor la habra quitado de en medio de una bofetada. La
chica se volvi y examin las ropas sucias de la Familia de ese modo fro que siempre significa venga. El borinqueo, que crea controlar la situacin, se sinti irritado sin saber por
qu. Hctor desvi la cara cautelosamente y mir a la Familia. Ninguno se mova, ni siquiera Lunkface.
El pequeo jefe dijo a la Familia que se apresuraran, que se fueran; les advirti que tendran que cruzar un sector de territorio estrecho, una manzana, que se estaba disputando
con los Castro Stompers, y que despus pasaran a territorio borinqueo, pero que tuviesen cuidado con los Masais de la calle Jackson, dos manzanas antes de volver a coger el
metro.
Estaban ya a punto de irse cuando la chica dijo, sealando el sombrero de Hctor:
Dnde conseguiste esa insignia?
Hctor contest que la haba hecho l.
Ella dijo que le gustara tener una.
Hctor replic que slo ellos tenan la insignia.
Qu significa eso?
Es la insignia de nuestra Familia.
Nunca vi otra igual. Me gustara tener una.
No tenemos ninguna de sobras.
Dame la tuya.
No puedo. Es la insignia de nuestros hombres. Yo soy el jefe.
Entonces dame una de las de tus hombres.
Deja de fastidiar le increp el borinqueo.
Yo no fastidio a nadie. Pero, dime, hombre, vas a dejarles pasar desfilando por nuestro territorio con su insignia? Eso es un insulto.
T slo quieres una. Deja de armar los.
Yo no armo los. Pero, qu me dices si corre por ah que dejaste pasar por nuestro territorio a un ejrcito...? Qu dirn de ti entonces? Qu pensarn del asunto? Pronto
vendrn ac los Stompers y los Masasi a machacarnos.
T slo quieres una insignia para ti.
La zorra sonri, tacone y agit su falda blanca hasta que se le subi por encima del final de las medias otra vez.

Vaya hombre que ests hecho.


Muy bien dijo el pequeo jefe. Deja de tocarme los cojones.
T no tienes cojones y volvi a rodear con los labios el cuello de la botella, chupando dos o tres veces. Mir a la Familia entrecerrando las largas y negras pestaas.
El pequeo jefe hizo ademn de atizarle; ella acerc la cara, con la botella bajada, ofrecindole la mejilla para que le pegase, pero l no lo hizo. Cualquier Dominador le habra
atizado.
De acuerdo dijo el pequeo jefe. No voy a caer en tu juego y no vas a conseguir la insignia. Pero te demostrar que Jess Mndez tiene huevos. T le dijo a Hctor, si
os quitis los alfileres podris pasar por este territorio sin ningn problema. Incluso os daremos escolta. Pero no podis pasar como un ejrcito.
Las insignias son nuestro distintivo. No significa que estamos en guerra. Slo indica quines somos.
Si pasis como civiles no hay problema. Pero si pasis como soldados... no puede ser. Tendremos que atacaros. Quitaos las insignias. No las queremos, pero ella tiene razn.
No podis pasar por nuestro territorio sin mostrar respeto.
Vas a dejar que sea ella quien diga lo que hay que hacer, hombre?
Y entonces el jefecillo se enfad; haca calor, no quera pasarse toda la noche hablando, estaba nervioso porque no llegaban los refuerzos.
Escucha, ste ejrcito no lo dirige ninguna mujer. Los Borinqueos somos todos hombres y todos fuertes, y hemos tenido muchas ocasiones de demostrarlo... puedes
preguntar a quien quieras por aqu. Pero, qu pensar el enemigo si os dejamos pasar por aqu tranquilamente? Se reirn de nosotros y nos atacarn.
Hinton pensaba que quiz no fuese mala idea lo de quitarse las insignias. Y lo mismo Dewey. Pero no dijeron nada.
Adems, la actitud del pequeo jefe era irritante; se vea claro, por sus posturas y por cmo meneaba el culo, que quien mandaba all era la zorra. Pero Hctor no se atrevi a
hacer nada respecto a ella. Si la Familia la cogiese por su cuenta un rato, la ensearan lo que era bueno. All seguan plantados bajo el calor. Arriba, el tren empezaba a salir de la
estacin atronando, de nuevo hacia la parte alta de la ciudad. No dijeron nada ms hasta que el ruido se desvaneci. An se oan petardos y cohetes. Bueno, era simple, pens
Hctor: zurrar un poco al jefecillo y largarse, llevndose consigo a la ta..., eso no estara mal. Pero quin saba lo que poda tener ella. Quizs (y pareca justamente la chica capaz de
eso) llevase la herramienta de un chico... un cuchillo entre las tetas, una pistola escondida entre las piernas.
Bueno, amigo, vete al carajo dijo Hctor. Nosotros no somos esclavos, somos guerreros. Vamos a pasar. Vamos a pasar en paz, recurdalo, amigo. Pero los
Dominadores de Coney Island somos una Familia que va con sus insignias. Quiero decir que no vamos a marcharnos por una calientapollas...
El jefecillo dio la espalda a Hctor y volvi junto a la confitera. Hctor se dio cuenta de que era el momento de largarse.
Recurdalo: vamos en son de paz dijo.
Oye, guapo le dijo la zorra a Hctor, por qu no me das esa insignia y yo lo arreglo todo?
Cllate, zorra le dijo l.
No me hables como si fuera una puta. Ya te ensear yo a ti cmo tienes que hablarme, cabrn.
Hctor se volvi e indic a la Familia que le siguiera a paso ligero, en la direccin de las vas elevadas. Recorrieron una manzana, cruzaron la calle, e iban a meterse ya por la
siguiente cuando vieron que el otro borinqueo y la chica les seguan. Hctor les mand acelerar el paso. Estaban empezando a asustarse. Recorrieron media manzana y Hctor alz
la mano y todos se detuvieron. El rastreador y la zorra tambin se detuvieron, se ocultaron en un escaparate y esperaron. La Familia estaba nerviosa. Se despegaban la ropa del
cuerpo, de la sudada entrepierna. Estaban cogiendo miedo, s, estaban inquietos e impacientes, con ganas de echar a correr hacia el centro de la ciudad.
Bien, hijos les dijo Hctor. Si las cosas van a tener que ser as, seguiremos como un grupo de guerra, y si vienen a por nosotros, les machacaremos.
Ojal tuviese artillera se lament el Peque.
No suees replic Hctor. Nosotros queramos paz. Todos sabis que queramos paz.
S corearon todos.
Pero ellos no la quisieron.
No.
No nos dejan en paz. Nos siguen. Es agobiante, no te dejan respirar.
No respondieron todos. Estaban empezando a enfadarse.
Lo intentamos, lo intentamos. No nos dejan en paz.
No nos dejan en paz.
Bimbo!
Bimbo, el Porteador, se acerc. Saba qu significaba la llamada. Sac del bolsillo una pitillera roja. La suave piel con refuerzo de cartn, estaba tachonada de clavitos con
cabeza de cristal que brillaban como diamantes. La abri. Dentro haba cigarrillos de papel negro con la punta blanca. Todos se agruparon. Bimbo sac seis cigarrillos y se los dio a
Hctor. Hctor se puso uno en la boca. Bimbo lo encendi. Hctor inhal profundamente, retuvo el humo, lo expuls, y todos exclamaron aaaah. Hctor termin la punta. Los otros le
observaban atentamente; no se tambale ni retrocedi. Los dems asintieron con un cabeceo. Hctor se coloc luego la colilla, con la punta blanca hacia arriba, en la cinta del
sombrero. Bimbo le dio la segunda botella de whisky y Hctor bebi. Luego se meti los otros cinco cigarrillos en la boca y Bimbo los encendi todos. Hctor devolvi cuatro a Bimbo.
Chup del quinto cigarrillo. Bimbo se arrodill ante Hctor, recibi de l el cigarrillo y dijo: Este hermano servir a su Familia hasta la muerte. Apag el cigarrillo, meti la colilla a un
lado de la cinta del sombrero, y bebi tambin un trago.
Lunkface, cuyo sentido de la tradicin estaba reido con su paciencia, dijo: De prisa, hombre, van a echrsenos encima. Pero todos dirigieron a Lunkface una mirada fra,
porque aqul era el momento importante. Bimbo cogi el tercer cigarrillo, le dio una chupada e hizo una sea a Lunkface. ste se arrodill delante de Bimbo y recibi de l el
cigarrillo. A continuacin dijo las palabras, se meti el cigarrillo apagado detrs de la oreja y bebi su trago. Empezaban a sentirse ya un poco mejor, ms tranquilos y seguros; el
miedo se haba transformado en rabia, y se movan y daban saltitos para entrar en calor.
Los otros pasaron tambin por el ceremonial, colocando luego los cigarrillos, apagados, en la parte de atrs de los sombreros. Cuando cada uno deca que servira a su Familia
hasta la muerte, sentan que el espritu de lucha les funda en uno, hasta el punto de poder enfrentarse a cualquiera. Esta sensacin les una cada vez ms, padre, to, hijos y hermanos,
agrupados todos, porque todos haban chupado de los labios del otro, porque eran uno, banda-persona-familia, unidos por la sangre, dispuestos y capaces de enfrentarse a cualquier
jodido Otro de todo el maldito mundo. Hctor, con voz sonora, canturre furioso:
Que quede claro que vinimos aqu en son de paz, que no somos ningunos comunistas que se dedican a insultar a los dems y que ellos fueron los que quisieron la guerra por
culpa de esa ta.
S dijeron todos.
Bueno, ahora seguiremos como un grupo de guerra, aunque queramos paz. Nadie podra decir que no queramos la paz. Pero, en fin, ya es demasiado tarde para eso.
S! Queramos la paz gritaron.
La botella estaba vaca. Bimbo la lanz por el aire hacia el sitio donde estaban escondidos el rastreador y la zorra. Hizo un arco y brill en lo alto, estallando cerca del objetivo. La
zorra y el borinqueo tuvieron que saltar para que no les alcanzasen los fragmentos, que se extendieron por la acera.
Entonces todos avanzaron rpidamente, jefe y hermanos, sabiendo exactamente qu hacer, fundidos en uno; tensos los msculos, arqueando un poco el cuerpo para que los
bceps se hincharan y los trceps se tensaran, cerrados los puos, adelantados los hombros, flexionadas las piernas, el tronco suelto, todos los sentidos alerta.
La Familia consider el meterse por una de las calles laterales y seguir en direccin paralela a la calle principal hasta que llegaran a la estacin. Pero las calles laterales eran
ms pequeas. Si los borinqueos disponan de un tanque, podran lanzarse sobre la Familia, atraparles, y quien saba si habra portales donde cubrirse... si les hostigaban desde las
azoteas con ccteles molotov. Todo era cuestin de concentrarse en el centro de la calle, bajo las vas elevadas, donde estaran protegidos. Un explorador, el Peque, se adelant de
un trote hasta situarse a una manzana por delante. Nadie se lo dijo; l saba. Hinton se retras como una manzana, para proteger la retaguardia.
Vanguardia y retaguardia iban por lados opuestos de la calle para poder controlar ms espacio como los ojos del grupo de guerra. La zorra y el rastreador les seguan. Podan
ver su falda blanca en la penumbra, entrando y saliendo de los charcos de luz de las farolas. A su izquierda reson una serie de petardos; les sobresaltaron; agacharon la cabeza y se
volvieron, con el corazn latiendo ms de prisa y el sudor brotando en sbitos chorros.
Ante ellos se alz un viento suave y clido, lanzndoles con una corriente de aire hmedo. Siguieron corriendo, ms agachados. Los ojos de la Familia seguan atisbando
vidamente cualquier cosa que pudiera convertirse en un arma en caso de ataque. Si los asaltantes llegaban en un tanque, o les superaban en nmero, la Familia podra recurrir a una
alarma de incendios y tirar de la palanca; llegaran policas y bomberos y podran salvarse; pero eso slo poda hacerse en ltimo extremo. Estaban atentos a las luces anaranjadas
que indicaban el emplazamiento de los aparatos de alarma.
La Familia vea coches; en ltimo caso, las antenas de los coches podan servir como ltigos. Por todas partes haba cubos de basura... las tapas valan como escudos. Era intil
correr. Quin saba lo que tendran que correr y no podan perder la cara bajo el fuego enemigo. La vanguardia no vea nada sospechoso delante; la retaguardia indicaba que an les
seguan. La Familia sudaba profusamente; el aire que les azotaba era cada vez ms pegajoso y ola a enemigo prximo. El viento les lanzaba a la cara un aroma de polvo y papeles.
La tensin empezaba a crisparles; cada vez que pasaba un coche alguien saltaba y miraban cautelosamente para ver si el conductor era viejo o joven. Observaban a todos los que
pasaban, pero, aunque hubiesen preferido las calles llenas, circulaban pocos.
Pasaron ante un edificio de apartamentos. A su alrededor, en la calle, haba un montn de muebles rotos. Esto inquiet a la Familia. Poda significar lugar de reunin y
aprovisionamiento: mesas con patas apenas fijas que podan arrancarse fcilmente, muelles de sofs para hacer ltigos de alambre, pistolas escondidas en los mullidos brazos de
sillones destripados, tapas de cubos de basura para servir de escudo y latas de ceniza llenas de botellas rotas de cocacola para tirar, piedras, bombillas fundidas, trozos de caera,
barrotes de una valla, pies de lmparas de hierro colado que eran flechas, ladrillos y paquetes de virutas empapados de gasolina para prenderles fuego y tirarlos desde las azoteas.

Lo nico que tena que hacer el enemigo era salir de los portales, brotar de los entrantes de los escaparates, y todo el arsenal (nada que los polis pudiesen llamar armas) estaba all
listo para ellos. La Familia no tendra ninguna posibilidad. Pero las casas eran muy viejas, y haba motivos para tirar muebles. Una calle tan ancha nunca era buen sitio para tender una
emboscada. No poda bloquearse por los dos extremos; y en realidad tampoco poda ser controlada desde las azoteas. Por otra parte, los polis podran caer fcilmente sobre todos,
con su fuerza mvil superior, acordonar todo el campo de batalla y meterlos a todos en el talego.
Lunkface rompi la formacin, corri hacia la pila y empez a arrancar la pata de una mesa.
Hctor le dijo que lo dejara y le record que an seguan pacficamente.
No hay que dar a los Borinqueos ningn motivo.
Pero bueno, hombre, crees que van a pensar ellos eso? pregunt Lunkface.
La Familia an no ha roto las hostilidades.
La Familia se senta ya ms segura en aquel territorio. No estaban nerviosos; era slo la tensin del combate, diferenciaban los sonidos en inocentes y peligrosos. Les fastidiaba
el viento. Llegaron a la estacin de la calle Freeman, pero estaba cerrada, y siguieron.
Hinton haba vivido por all, pero ya no le resultaba familiar. Esperaban que all terminase el territorio de los Borinqueos, pero las marcas de las paredes, hechas con tiza, les
recordaron que an estaban en pleno territorio enemigo. Les pas un autobs lleno de locos del hipdromo camino del tren. Lunkface seal y vieron al Profesor all, de pie; pareca
como si an estuviese discurseando sin ningn oyente.
Hctor tuvo una idea. Si pudieran capturar al Borinqueo y retenerlo como rehn. O mejor, le dejaran marchar y eso demostrara a los Borinqueos que sus intenciones eran
honradas. No tocaran siquiera a la ta. Le hiciesen lo que le hiciesen, por muy inocente que fuese, aquella zorra iba a decir que la haban sobado, insultado, y que haban ofendido el
honor de los Borinqueos. Pero no podan pararse a aclarar las cosas, porque tenan que seguir avanzando a ritmo de incursin, siempre alerta, vigilando que no cayese sobre ellos
un grupo. Cmo podran atrapar al rastreador?, se preguntaba Hctor. Si llegaran al territorio contiguo, podran alterar su estrategia y tenderle una emboscada. Pero, dnde estaba
la frontera?
Pasaron ante unos hombres en camiseta sentados a la entrada de una casa de apartamentos. An haba mocosos jugando en la calle. Los hombres haban sacado sillas y cajas
y tenan montada una mesa de bridge. Tambin haban instalado dos lmparas conectadas a sendos cables que salan de un apartamento de la planta baja y que iluminaban una
animadsima partida de cartas. Un beb dorma en un carricoche; uno de los jugadores le acunaba con una mano y sostena las cartas con la otra. Los hombres dejaron de jugar para
mirar a la Familia, cautelosamente, sin atisbo de ofensa. La radio emita msica de pachanga para animar la partida: tambores, bongos y cencerros resonaban en el silencio profundo
de la calle. Cuando pasaron, oyeron que los jugadores empezaban a hablar.
Esperaban el ataque mientras seguan su camino. La tensin se hizo de nuevo ms intensa. Les dolan los msculos, tenan los sentidos embotados por la tensin de estar tan
atentos tanto tiempo, y atisbaban ansiosos la peligrosa noche. Amain el viento. Se asent el polvo. Creci el silencio. Haba ya menos explosiones. El aire se hizo casi palpable; el
sudor empapaba sus camisas y empezaba a empapar tambin las chaquetas. De pronto, cuando pasaban otra estacin cerrada los sonidos que se haban acostumbrado a
interpretar como no hostiles, empezaron de nuevo a parecerles peligrosos. Una explosin como el silbido y el zambombazo de un cctel molotov que se inflama, les sobresalt.
Alguien iba a empezar a rociarles con una pistola de grasa, y Dewey estaba ya para tirarse al suelo cuando se dio cuenta de que se trataba de una traca. Al no ir armados para lo que
pudiese pasar (no tenan siquiera un cuchillo entre todos), les preocupaba la posibilidad de no lograr hacerse con un arma defensiva a tiempo para repeler cualquier agresin.
Adems, si aparecan en coche... todo estara perdido. El modo que tena el Peque de volver la cabeza, en sbitos tirones, significaba que todo le asustaba. Si perda el control y
echaba a correr, todos se desmandaran. Hctor deba impedirlo a toda costa. No saba cunto territorio les quedaba an por recorrer. Misteriosas ventanas abiertas se alzaban
negras, sobre ellos, en los edificios de apartamentos. Alguien podra estar acechando en cualquiera de aquellas ventanas, dispuesto a cazarles. No era como una incursin en
territorio de sus enemigos tradicionales, que conocan tan bien como el suyo propio; saban cmo regresar a casa sin problemas y en qu escondrijos estar seguro si haba una caza.
Pero, all, dnde podran refugiarse?
Entonces, a Hctor se le ocurri la idea. Transmiti la orden a Bimbo, Lunkface y Dewey. Bimbo se retras para comunicrsela a Hinton. Al mismo tiempo, Dewey se adelant e
hizo lo propio con El Peque. La falda blanca de la chica an se agitaba tras ellos; y aunque el rastreador tuviese tentaciones de renunciar y dejar el asunto, aquella ta le obligara a
seguir para que defendiera su honor. Ella quera conseguir una insignia aquella noche, pens Hctor. Bimbo y Dewey volvieron.
El Peque empez a avanzar a paso ligero. Hctor, Bimbo, Lunkface y Dewey aceleraron tambin. Pero Hinton demor el paso un poco. Empezaron a perder de vista a sus
seguidores. Y an ms cuando las vas doblaron una esquina y la ruta del tren dej el Bulevar Southern y sigui bajando por la Avenida Westchester. En cuanto doblaron la esquina, se
abrieron en abanico y se escondieron en las entradas de las tiendas. Luego pas Hinton y alcanz al Peque, que haba aminorando el paso. Unos minutos despus, aparecieron la
zorra y el Borinqueo. En cuanto dejaron atrs el sitio donde estaban emboscados los otros, el Peque y Hinton se volvieron y se lanzaron hacia los perseguidores, que se volvieron y
echaron a correr en direccin contraria, justo cuando los cuatro Dominadores salan de sus escondrijos. Les rodearon, les capturaron y les sujetaron. El rastreador saba lo bastante
como para estarse quieto, pero la chica no dejaba de moverse, insultarles y gritarles que le quitaran las manos de encima, mientras Dewey deca, riendo y enseando unos
grandsimos dientes a lo japons Segunda Guerra Mundial:
Aaah, sss, capitn Valiente! Est sssorprendido?
La chica empez a gritar hasta que Lunkface, que era quien la tena cogida, le tap la boca con su manaza.
Si sigues levantando la voz le dijo Hctor, te haremos algo que te har gritar de verdad. Estate callada delante de esta Familia, entendido?
Ella dej de forcejear.
Luego, Hctor les dijo que no quera guerra, lo entendan? La zorra dijo que ellos no necesitaban ninguna guerra. Por qu no le daban una de las insignias y ya estaba? El
rastreador le dijo que se callase y ella le llam estpido por haberse dejado atrapar de un modo tan tonto.
Hctor intent explicarlo otra vez y les pregunt si estaban dispuestos a volver para decirles a los otros que pasaban en son de paz, o si les iban a obligar a llevrselos como
rehenes, como medida de seguridad. Lunkface quera quitarle el sombrero al Borinqueo, pero Hctor no le dej. El rastreador dijo que, por su parte, no le importaba que siguiesen en
son de paz, y que as se lo dira a los otros. La chica dijo que qu clase de hombre era para rendirse a aquellos palurdos que no se saba de dnde eran. El rastreador tena que
mantenerse firme y no ceder. Le orden que cerrase la boca porque ya se estaba cansando. Pero ella, aunque ahora sin alzar la voz, sigui insultando a todos, dicindoles que no
valan nada, que eran medio hombres, y que si queran llegar a casa enteros no tenan ms que complacerla dndole una de sus insignias.
La Familia solt la carcajada y todos pensaron que ojal tuviesen tiempo para ensearle lo que hacan ellos con las tas bocazas y descaradas... algo que ella estaba pidiendo a
gritos. Aun as, y ellos haban conocido a muchas buenas, deban admitir que no les tena ningn miedo, ni una pizca, y que su coraje superaba con creces el del rastreador, que
permaneca quieto y no abra la boca. Le registraron, descubrieron que llevaba un cuchillo, y se lo quitaron. Botn de guerra. Quisieron registrarla a ella tambin, pero vieron la cara que
pona el rastreador. No tena objeto crear problemas innecesarios. Queran interrogar al rastreador, preguntarle cuntos soldados les seguan; si tenan tanques; por qu lado
apareceran. Pero el rastreador invoc el honor de su banda y se neg a hablar. Mir a la Familia de arriba abajo, a su modo fro e hispano, irritndoles. Desearon darle una leccin
para que aprendiera, con unos cuantos cortes de su propio cuchillo, pero no tena objeto hacerlo.
Mientras tanto, la zorra segua insultndoles a todos, pero sobre todo al rastreador. Qu poda hacer l?, se preguntaba Bimbo. Ella le llam mediapolla, mediohuevo, imbcil, y
no sudaba de calor la ta, no, sino de odio; l le dara una buena paliza cuando la cogiese otra vez, por hacerle quedar como un imbcil a los ojos de aquellos extraos sonrientes. Por
su parte, La Familia despreciaba a aquellos Borinqueos; ninguno de ellos controlaba a sus mujeres.
Y entonces, a Bimbo se le ocurri la idea: y si estuviesen montando una comedia para retenerles all? Era hora de continuar la marcha y dejar aquel territorio asfixiante y
peligroso. Bimbo transmiti los avisos de marcha rpida. Hctor transmiti la seal a los que sujetaban a los prisioneros, y stos soltaron al rastreador.
Andando, amigo dijo Hctor y no digas ms que esto: cruzamos en son de paz.
El Peque se desplaz para ocupar su posicin de vanguardia. La zorra les insult y el rastreador empez a arrastrarla para llevrsela, pero ella se solt, le abofete y se lanz a
por la insignia de Lunkface. Sin embargo, Lunkface se agach un poco y ella err.
La Familia empez a ponerse en marcha, con Hinton a la retaguardia, cuando Lunkface dijo:
Si tanto quieres una de estas insignias, chica, no tienes ms que venir con nosotros. Nosotros somos los hombres, sabes. Nosotros, sabes, somos los que mejor lo hacemos, y
somos los ms grandes de toda esta gran ciudad. Todo el mundo conoce a los Dominadores. Seras como una hermana para nosotros, entiendes?
Fue lo peor que poda decir, porque el rastreador les lanz una mirada que, en otras circunstancias, podra haberle costado uno o dos cortes, una quemadura de bala o un
cadenazo en los morros. Hasta el cauto Bimbo dese borrar aquel irritante orgullo hispano de su cara, pero Hctor le contuvo.
T le dijo a la zorra. Lrgate.
La zorra ni se inmut. Le hizo una mueca sonriente a Hctor y le dijo:
Qu pasa, chico, es que te parece que no eres suficiente hombre para m?
Pero Hctor era templado y estaba acostumbrado a que le provocaran, as que ni siquiera se molest en contestarle. Hizo una sea y los hombres iniciaron la marcha.
Me dars tu insignia? pregunt la zorra a Lunkface.
l contest que s, que se la dara. Ella les dijo que ira con ellos. El rastreador advirti a la zorra que recibira su merecido. Que le estara bien lo que iba a pasarle. Ella replic
que no pensaba volver a aquel territorio de castrados y capones, y sigui a la Familia. Recorrieron una manzana, ya ms tranquilos, ms de prisa; pero al cabo de un rato
descubrieron que el rastreador an les segua y esto les puso un poco nerviosos otra vez. La zorra dijo que no tenan que preocuparse porque los Borinqueos apenas tenan tropa
aquella noche. Casi todos los guerreros estaban con las tracas y los cohetes, esparcidos por un sitio y por otro, y dudaba que pudiesen localizar a ms de cinco o seis hombres.
Adems, de cualquier modo, ya casi estaban en el lmite del territorio.
Al pasar vieron que, en las paredes, los enfrentados Castro Stompers y Borinqueos se insultaban con tizas multicolores, mientras que los Lesbos de la Avenida Intervale decan

que ellos tenan ms hombra que nadie.


Despus de otras dos manzanas de zona borinquea, entraron en un nuevo territorio. La zorra dijo que haba un pacto entre los Borinqueos y los Masai de la calle Jackson.
Pronto llegaran a la estacin, en la que podran coger el tren.
No dejes que esos memos de los Masai os asusten, porque los Borinqueos les tienen sometidos aconsej la zorra.
Dewey la mir furioso.
Lunkface dijo de nuevo a la chica que poda ser una hermana para ellos, y ella le lanz una mirada. Pero l le explic lo que era ser una hermana, y ella le explic que lo sera,
hermano, siempre y cuando l le diese la insignia para demostrarle que la quera de veras como a una hermana. Todos se echaron a rer con esto. Hctor pensaba que ojal no fuese
con ellos slo para fastidiar a los otros.
Ya casi estaban llegando, pero no acababan de relajarse. Se mantenan tensos, con los puos cerrados. Corran sofocados por el calor, deseosos de aporrear y machacar
cualquier cosa, para soltar vapor, para desahogar la tensin acumulada para la lucha. Bimbo se dio cuenta de que la chica le miraba y peg un puetazo a un letrero. La sonrisilla de
la chica le gratific. Pero Lunkface, celoso, se propuso aporrear algo ms espectacular, para desahogar el asfixiante espasmo, para exhibirse ante ella, para emular el propio valor de
ella. El Peque segua volvindose a mirarlos. Hinton mantena la retaguardia demasiado cerca. Dewey estaba ceudo y distanciado, irritado an. Hctor vigilaba: una mujer en una
incursin era siempre un problema. Ojal fuese Lunkface el que iniciase la cosa. Le habra guiado un ojo ya ella? Lunkface mir ceudo a Hctor y la arrim ms a s. Haba que
librarse de aquella chica lo antes posible. Hctor hizo furiosas seales al Peque y a Hinton para que vigilasen atentos. No saba cmo podra quitrsela de encima, porque sin duda
Lunkface luchara por conservar la presa. Quiz lo mejor fuese dejarlos a los dos.
Vieron la siguiente estacin unas manzanas a lo lejos, la estacin en la que podran coger el tren y llegar a casa. Un hombre se les qued mirando un momento al pasar. Lunkface,
que rodeaba con un brazo el cuello de la chica, la dej y se acerc al hombre, cogindole del brazo para obligarle a volverse.
Qu mirabas t? le pregunt.
Qutame las manos de encima, golfo piojoso dijo el hombre.
Pareca fuerte, ancho de cuello, como si usase las manos para ganarse la vida y supiera lo que era una pelea.
Por qu miras as a mi hermana? quiso saber Lunkface. Se haba colocado frente al hombre. Los otros, excitados por la charla, les rodeaban.
Vais a dejar que este esclavo ofenda mi honor? grit la chica.
Tambin Hinton se acercaba, y el Peque abandon su posicin de vanguardia.
Vosotros, golfos, os creis que la calle es vuestra. Dejad paso.
Con quin te crees que ests hablando? le recrimin Hctor.
Y entonces el hombre actu rpido, intentando pasar. Le lanz un viaje a Lunkface, quien, alcanzado en el pecho, retrocedi tambalendose. Alguien grit. Luego, todos cayeron
sobre el hombre para pegarle. l intent retroceder hacia la pared, pero le tenan rodeado. Bimbo sac la primera botella de whisky vaca y le lanz un golpe a la cabeza; err, peg
en la cabeza del hombre con la mueca y se le fue de la mano la botella, que se rompi en el suelo. Alguien peg una patada a Bimbo en la canilla. Por fin consiguieron derribar al
hombre a golpes y empezaron a patearle. La zorra bailaba dando vueltas a su alrededor, Bien. Bien. Bien, bien. Bienbienbien, deca, casi en un grito, que les inundaba a todos y les
excitaba. Ahora estaban de pie ante el hombre tendido, patendole, pisndole brazos y piernas. El hombre intentaba escurrirse. Esto les enfureci y le pegaron ms fuerte en los
costados, en el estmago, en las piernas; el hombre se qued quieto, lo que les desquici y se agacharon para aporrearle el vientre, la cara, la ingle. El hombre se volvi... Los
cristales le haban cortado y tena la camisa ensangrentada. Le patearon la cabeza, le atizaron en los hombros, en la espalda, donde podan, y l se dio otra vez la vuelta, quedando
boca arriba. La voz de la chica se elev ms y ms hasta convertirse en un grito palpitante mientras saltaba y saltaba. Luego, el cuchillo del Borinqueo apareci en la mano de
Bimbo. Lunkface y Dewey, pisaron las manos del hombre, sujetndoselas al suelo. Bimbo se agach. El hombre lanz un grito. Dio una violenta sacudida. Los pies sobre las manos
mantenan sujeto el cuerpo; su grito les desquici an ms. Bimbo alz el cuchillo y el hombre empez a sacudir la cabeza. Tena la cara ensangrentada, la nariz rota; sangraba por la
boca. Bimbo grit Cgelo y lanz el cuchillo al aire, con la punta hacia abajo. La mano de Lunkface se lanz a cogerlo por el mango y prolong la cada; el hombre se movi un poco
y el cuchillo le entr por el costado, a la derecha del corazn; la zorra lanz otro chillido. Tena los ojos semicerrados, la boca muy abierta y jadeaba entre gritos, revolvindose. Yo.
Yo. Yo. Ddmelo a m. Yo tambin, yo. Lunkface, incorporndose, lanz el cuchillo de nuevo al aire, y Hctor lo cogi y lo baj, calmosamente, haciendo un corte en la cara al hombre;
la piel se abri en la rasgada mejilla. La zorra chill y Hctor alz el cuchillo y lo arroj al aire, ms alto an, y esta vez lo cogi El Peque, que ensart al hombre cuando intentaba
librarse de los pies que le sujetaban las manos. El Peque le alcanz en la cadera. Luego alz el cuchillo y lo lanz al aire. La zorra vio brillar en el aire las desvadas luces de las
farolas, sobre el acero y la sangre, e intent saltar entre los hombres para cogerlo, pero estaban demasiados amontonados. Esta vez fue Dewey quien lo cogi, alcanzando al hombre
en el corazn; el hombre gimi, un gemido que fue largo y prolongado que les excit an ms. La chica deca: Dadme el cuchillo, dadme el cuchillo. Pero Dewey lo tir al aire y grit:
Te toca, Hinton. ste lo cogi y lo hundi por ensima vez en el cuerpo del hombre.
La zorra estaba apoyada en la pared, con las piernas abiertas para mantener el equilibrio, y mova el vientre; tena los ojos vidriosos, la boca abierta crispada en una mueca, y
jadeaba.
Amigos, mirad a esta hermana dijo Lunkface, al tiempo que la coga e intentaba echarla al suelo.
No dijo ella, dbilmente. Ya est bien, ya he sentido, hombre.
Lunkface, sujetndola por los hombros, le barri las piernas y la hizo caer; luego le levant la falda, le baj las bragas, y estaba ya metindosela cuando ella dijo suavemente:
No, hombre. He dicho que ya es bastante. Ya basta.
Los hombres les rodearon y se agarraron por los hombros formando corro, mirando hacia abajo, empezando a patear rtmicamente.
Ella no dejaba de moverse y de decir que ya haba tenido bastante, pero su ansia de placer aumentaba a medida que ellos iban acelerando poco a poco el ritmo del taconeo.
Lunkface termin en seguida, se levant, y luego, uno tras otro, la fueron tomando, mientras los dems seguan dando vueltas y taconeando a ritmo.
Hinton fue el ltimo que lo hizo, aunque para entonces ella ya tena la cara completamente rgida, sus ojos no vean nada en absoluto y estaba casi inconsciente de tanto gozo, una
emocin tan grande. Hinton la mir a la cara y casi se asust, porque vio que haba algo ms en aquel rostro: locura. Hinton aceler el ritmo, pero casi no senta nada. Aun as, sigui
dndole al comps del zapateo. Pero como no pasaba nada, fingi que alcanzaba el climax y se levant.
Bimbo, el porteador, se arrodill sobre ella, meti la mano por debajo del extremo de las medias y limpi la hoja del cuchillo entre el pulgar y el ndice.
Se largaron, corriendo, y dejaron a la chica atrs. Recorrieron rpidos la manzana que les separaba de la estacin y subieron corriendo las escaleras. Bimbo puso las fichas en el
torniquete para todos y pregunt la direccin que tenan que tomar. El taquillero les dijo dnde tenan que hacer trasbordo para el tren de Coney Island, en Calle 42. Se dieron cuenta
de que el taquillero miraba con recelo a la Familia, como si esperase que le atracaran. Siguieron hacia el andn. No haba ningn tren esperando. Caminaron hasta el fondo del andn
y miraron abajo. Bajo las tenues luces de las farolas pudieron ver el cuerpo all tendido. Pudieron ver la falda blanca y las caderas desnudas, el vientre y los muslos. An segua all, con
la cabeza apoyada en el cadver.
Se quedaron mirando, apoyados en la barandilla. La chica estuvo unos cinco minutos sin moverse. Luego se volvi. Lentamente, se puso de pie y se tambale un poco.
Permaneci quieta un segundo; luego, se sacudi la falda y empez a decir algo. Al principio no podan entenderse sus palabras, que poco a poco se hicieron audibles: estaba
maldicindoles. Sacudi el puo hacia el centro de la ciudad. Baj la mano. Se qued inmvil. Dej de gritar. Finalmente, se volvi con lentitud, se tambale, consigui equilibrarse y
se alej despacio, muy estirada, siguiendo el camino por el que haba venido.
Deberamos haberla trado con nosotros, hombre dijo Lunkface. Era divertida.

5 de julio, 2:30-3:00 de la madrugada


Estaban apoyados en una barandilla, bajo las luces de la estacin, esperando que llegara el tren. Les venca el cansancio y miraban fijamente, con aire ausente; Lunkface tena la
boca abierta y los ojos semicerrados. Bostez.
Ahora ya saben la clase de hombres que somos dijo Hctor. Nadie pisa a los Dominadores.
Yo an creo que deberamos habernos trado a la zorra insisti Lunkface.
Pero hombre, si era una guarra. En fin, una chica que hace eso... las mujeres... slo les satisface la sangre dijo Bimbo sonriendo.
El Peque ri entre dientes.
Dewey empez a bostezar, pero su bostezo se convirti en una risa tenue e histrica. No poda dejar de rerse, lo cual contagi al Peque y tambin a Lunkface. Hinton se senta
dbil y tuvo que sentarse en el suelo. Las risas se apagaron. Alguien empez otra vez. Tras un largo rato, la cosa fue desvanecindose lentamente, pues estaban demasiado
cansados para rer.
Va a saber lo que es bueno cuando vuelva. Le van a sacar la piel a tiras coment Dewey.
Yo ya no me preocupara ms de sa, hombre dijo Hctor. Ni una pizca. Ella se lo ha buscado.
S. Con el coraje que derrocha, apuesto a que los tiene metidos en un puo en seguida. No hay que preocuparse por ella, ya sabe arreglrselas. Pero era divertida... se
lament Lunkface.
Bueno, hombre Dewey se ech a rer otra vez. Cmo ibas a saberlo, hombre? Ella ni siquiera saba que t estabas dentro.
Cuando entr yo, ella solt un grito. Se dio cuenta de quien entraba puntualiz Lunkface.
No hombre, no. El que la hizo gritar fue El Peque, no t. No es verdad, Peque, no es cierto?
El Peque solt una risilla.
Quieres decir que no soy un hombre, hermanito? pregunt Lunkface.
He dicho eso acaso?
No dijo eso, Lunkface.
O lo que dijo. Y si se cree que no soy un hombre, bueno, pues hay medios de demostrarlo. Entendido? Lunkface estaba ceudo.
No hay por qu enfadarse; este hermano pequeo slo hablaba por hablar.
Enfadarse? Quin se enfada? Es slo que no me gusta que me tomen el pelo.
Tomarte el pelo? Quin te toma el pelo? Es slo que yo la o... pero no acab, al ver que Hctor le haca una sea de que lo dejara.
Pero Lunkface ya estaba furioso.
Te demostrar quin es aqu un hombre dijo, y se baj la cremallera de la bragueta. La tienes ms grande, eh? La tienes ms grande que sta?
Dewey dej que cruzara su rostro una expresin de disgusto ante la absoluta estupidez de Lunkface.
Pero, por Dios, sa no es forma de demostrar quin es el ms hombre. El tamao no significa nada. Eso lo sabe todo el mundo.
Qu quieres decir con eso de que el tamao no significa nada? Qu es entonces lo importante?
Lo importante es la forma de hacerlo, no el tamao del chisme. Verdad que tengo razn, Peque? Verdad, Hinton? Hay otros modos de saberlo. Lo sabe todo el mundo. To
Bimbo, te lo pregunto a ti, es el tamao lo ms importante?
Bimbo, que no quera verse envuelto en el asunto, se encogi de hombros y dijo:
No s. Lo nico que s es que a m me gusta. Eso es lo que cuenta, hombre. Me gusta. Mi mujer, me gusta. Nos gusta, hacerlo. El tamao, pues eso es cosa de otros, no ma,
hombre. A ella le gusta y me lo demuestra. Eso me hace Hombre.
No, pero yo hablo de la discusin. El tamao no significa nada, nada en absoluto.
S, s, t eres muy listo y hablas muy bien. Pero dime, la tienes t tan grande? La tienes? grit Lunkface.
Ya te lo dije.
Bueno, de qu se trata?
Hay formas de saberlo.
Cmo? Demustrame cmo.
Bueno, no tenemos una mujer. sa es una manera. Otra es ver quin mea ms lejos. Eso es siempre una seal segura.
Cuando quieras, hombre. Cuando quieras. Ahora mismo.
Lunkface se acerc al borde del andn y se puso a mear. El chorro de orina se curv hacia arriba y lleg hasta el ral exterior.
Bueno, listo, a ver si superas eso.
Bueno, la verdad, no veo por qu tengo que hacerlo, eso es escndalo pblico, lo sabas? Si aparecen los polis te pueden enchironar por eso. S, seor. Y entonces tendrs
tiempo de mear todo lo que quieras. Especialmente cuando te machaquen tu porra con la suya.
Amigo, has estado aburrindome con tu palabrera y ahora vas a tener que respaldar tus palabras con hechos; de lo contrario, te las vers conmigo, sabes?
As que hicieron la prueba. Todos, salvo Lunkface, se alinearon al borde del andn y mearon sobre las vas. Gan Hinton, que lleg justo un poco ms all, alcanzando el tercer
ral. Lunkface lo discuti porque, segn dijo, Hinton tena las puntas de los pies pisando el borde.
Llegaba ms gente al andn. Se apartaban de la Familia, concentrndose en el otro extremo. Tenan miedo a aquellos Hermanos, lo cual hizo sentirse a stos un tanto orgullosos.
Hctor se cans de la discusin y mand a Bimbo a comprar chocolatinas; empezaba a sentir hambre. Bimbo volvi con seis chocolatinas. Hctor se las meti en el bolsillo de la
chaqueta.
Ah se te derretirn, hombre dijo Dewey, pero Hctor no le hizo caso.
Terminada la discusin, se apoyaron un rato en la baranda. Estaban ya demasiado cansados para preocuparse de si aparecan los polis o de si aquella zorra volvera con su
banda. Dewey tuvo que sentarse en el suelo. Tena la chaqueta rasgada por atrs. Observaban cmo se iba llenando el andn, sin poder dejar de bostezar. Dewey casi se dorma.
Intentaron animarse un poco a base de fastidiarse mutuamente, pero nadie tena energas bastantes. Al cabo de unos quince minutos, un tren entr lentamente en la estacin. Una
muchedumbre de pasajeros pas por el mismo proceso que se haba desarrollado en la otra estacin, pero de modo ms ordenado. La Familia se lanz al interior del tren y encontr
asientos. Cinco se sentaron a un lado del pasillo; el sexto, Hctor, se sent al otro lado, frente a ellos.
Se acomodaron, bostezaron y esperaron; el tren no se mova. Se quejaban unos a otros por ello. El Peque sac su tebeo y empez a leer. El Peque no segua las palabras
demasiado bien, a menos que estuviesen impresas en letras grandes u oscuras, pero segua toda la accin por los dibujos. Era sobre antiguos soldados, griegos, hroes que tenan
que abrirse camino luchando a travs de numerosos obstculos para volver a su tierra, pero que al fin lo lograban Haba disfrutado tanto leyndolo que era la tercera vez que lo haca.
En el tren haca calor y ola a aislante quemado. Algunos de los ventiladores estaban rotos. No entraba ni una brizna de aire por las ventanillas. Fuera, por encima de las azoteas,
los fogonazos de la fiesta eran cada vez menos frecuentes.
Hctor sac del bolsillo una de las chocolatinas. Los otros le miraron expectantes, todos salvo el Peque, que estaba concentrado en su tebeo. Dewey hizo un poco el payaso, se
puso a dar palmadas y a soltar gruidos de foca. Lunkface estaba inmvil, con los brazos cruzados sobre el pecho; empezaba a cargarse. Dos o tres pasajeros sentados al otro
extremo del vagn les miraban recelosos, sin saber con certeza si estaban bromeando o eran peligrosos. La Familia se asegur de que las miradas no eran ofensivas ni malignas en
ningn sentido. Despus de todo, eran hombres con una reputacin y haban hecho grandes cosas, sobre todo aquella noche, y el saber que les miraban con respeto proporcionaba a
la Familia una sensacin de orgullo.
Hctor comi la primera chocolatina. Los otros le miraban suplicantes. Dewey sac la lengua y todo. Hctor mastic muy despacio para demostrarles quin era el Padre. Luego,
volvi a meter la mano en el bolsillo y sac la segunda chocolatina. Estaba blanducha. La alz en el aire. Todos la miraron. Hctor chup vidamente. Lunkface contemplaba la escena
con ojos ausentes y soadores, escarbndose la nariz a conciencia con su grueso ndice, sin ver la chocolatina porque recordaba a la chica. Bimbo le dio un codazo para que
estuviese ms atento. Hctor meti el dedo por el extremo del envoltorio blanco interior de la chocolatina y empuj lentamente hacia arriba, a travs del envoltorio exterior. Los dems
palmoteaban y rean mientras Hctor sonrea bobaliconamente, imitando a un marica. Dewey se levant y empez a hacer el payaso con las manos en las caderas, fingiendo que era
marica y que la chocolatina era el gran vmonos. Dewey intent coger la chocolatina y Hctor la puso fuera de su alcance, pegndole un manotazo en la mueca. Dewey se hizo ms
el marica y sigui suplicando por la chocolatina, jadeando como un perro mientras los dems se daban codazos y empujones, riendo. Hasta el Peque tuvo que abandonar la pgina en
la que aparecan los rostros sonrientes de los hroes griegos cuando vean El Mar. El Mar.
Dewey mir por encima de la cabeza de Hctor, fingiendo ver fuegos artificiales y grit:
Mira ese cohete, hombre.
Hctor se volvi. Dewey sac entonces delicadamente la chocolatina de la envoltura exterior, regres de un salto a su asiento y ocult su presa a la espalda.
Cuando Hctor se volvi y vio lo que haba pasado, todos le sealaron riendo. Dewey pate el suelo y se dio palmadas en los muslos. Hctor tuvo que rer tambin, pero todos se
dieron cuenta de que el asunto le molestaba, as que Dewey le devolvi la chocolatina.
Hctor quit la envoltura blanca de la chocolatina; todos se inclinaron hacia el pasillo. Hctor brome, gritando:

Esto es lo que se llama la circuncisin dijo, y todos rompieron a rer de nuevo.


Hctor parti un trozo de chocolatina e hizo como si se lo comiera. Todos se pusieron a gruir y a protestar. Entonces, Hctor mir a Lunkface, pero le tir el trozo de chocolatina
a Bimbo. Bimbo lo cogi sin moverse, abriendo tranquilamente la mano y dejando que cayera en ella. Todos manifestaron en un murmullo su aprobacin. Hctor parti otro trozo y lo
tir mirando en la direccin de Hinton, pero lanzndoselo a Lunkface. ste intent cogerlo con elegancia, fall, se incorpor para sujetarlo y alguien se ri de su torpeza. Lunkface se
volvi rpidamente y todos le miraron muy serios. Slo Hctor, que saba quin se haba redo, sonri.
Se cerraron las puertas del tren. El siguiente trozo era para Dewey. Surc el aire. El tren dio una sacudida y empez a avanzar muy despacio. El trozo de chocolatina cay en el
tebeo del Peque y de all se desliz al suelo. Todos rieron. Hinton cogi el trozo de chocolatina rpidamente, manejndolo como si estuviese contaminado, y lo tir tranquilamente al
aire, hacia Dewey. ste solt un grito, se encogi y lo lanz ligeramente hacia la izquierda. El trozo de chocolatina vol entonces en la direccin de Bimbo, quien salt de su asiento
como si un repugnante insecto se dirigiera hacia l. El trozo de chocolatina pas ante Dewey hacia Lunkface, que hizo torpes y frenticos movimientos para intentar librarse de l,
como si estuviese vivo, y el trozo de chocolatina volvi a caer al suelo. Lunkface busc en el bolsillo el pauelo para limpiarse, olvidando que lo llevaba a la cabeza con la insignia de la
Familia.
Se limpi con la mano, pero luego estir el brazo y arranc un trozo del tebeo del Peque, limpindose con l la mancha invisible de los dedos. No hizo el menor caso del furioso
grito del Peque.
Pero Hinton lanz de nuevo el trozo de chocolatina en la direccin de Lunkface, de una patada. Lunkface dio un salto y se apart. Hinton recogi el trozo arrugado de tebeo que
Lunkface haba arrancado y lo alis; mostraba la llegada de los hroes al mar. Luego se inclin, cogi el trozo de chocolatina con el papel y se acerc a Lunkface, sujetndolo
cuidadosamente con ambas manos, se inclin y se lo ofreci, casi casi tocndole con l.
Lunkface se apart y le dijo:
Quita eso de ah.
Por qu, oh hermano mayor dijo Hinton. Hay que mantener limpia la ciudad. Cgelo, hombre.
Y acerc el trozo de chocolatina un poco ms a Lunkface, obligndole a retroceder ms. El Peque sonrea, pero mantena la cabeza recta, contemplando la escena con el rabillo
del ojo. Haba que tener cuidado de cmo sonrea uno a Lunkface.
Quita eso de ah, hombre. Qutalo de una vez dijo Lunkface.
Pero si es de Dewey. De Dewey, de tu hermano pequeo, l te lo ofrece. Es de Dewey.
Qutame eso de delante. Qutamelo, hombre. Te atizar. Ten cuidado.
Hinton se volvi a Hctor, quien dej de sonrer y se puso serio. Algunos de los pasajeros sonrean en su direccin; Hctor decidi que no haba nada ofensivo en las sonrisas.
No lo quiere, pap. Oblgale a cogerlo, pap grit Hinton.
No lo coger contest Hctor, y se encogi de hombros.
Dewey se coloc junto a Hinton, se inclin y mir el trozo de chocolatina.
Polvo dijo. Y algunos pelos. Un poco de holln. Algo de moco. Slo una pizca de escupitajo. Mirad, mirad dijo, y se lo pas al Peque, depositndolo sobre el tebeo.
El Peque puso gran cuidado en no tocar el trozo de chocolatina. Se lo acerc a la cara, lo examin y dijo a Dewey:
No est tan sucio. No est tan sucio, Lunkface grit luego.
No os riis de m. No me fastidies.
Lunkface cerr los puos. Mir a Hctor. ste procur mostrarse serio, hacer ver que juzgaba todo el asunto imparcialmente. El tren entr en el tnel; el calor les envolvi. La brisa
que penetraba por las ventanillas era ms caliente, hmeda, y traa extraos olores y sonidos. El hedor del aislante quemado lo impregnaba todo, irritndoles narices y ojos.
Los ventiladores agitaban el polvo del suelo de los pasillos. El tren se detuvo. Subi ms gente, que diriga a la Familia aquella mirada, como si advirtiesen con quin tenan que
tratar, y procuraban acomodarse al otro extremo del vagn. Como saban que les observaban, los muchachos se comportaban un tanto disparatadamente, fingiendo que no haba
nadie ms en el mundo. Se cerraron las puertas. El tren intent arrancar, dio unas cuantas sacudidas y se qued quieto, el motor vibrando bajo sus pies. Empez a preocuparles un
poco la posibilidad de tener que pasar otra vez por la operacin autobs. Al fin, el tren arranc y todos volvieron a centrar la atencin en la comedia de la chocolatina.
Hinton alz el papel con el trozo de chocolatina. Lunkface lo ech a un lado.
Qu ests ensuciando la ciudad, contaminando, hombre! dijo Dewey. Eso es ilegal, entiendes, es una falta; pueden ponerte una multa por ello. Supongo que no querrs
que te pongan una multa, eh?
Lunkface le miraba con aquella mirada estpida y bovina, a punto de empezar a bufar en cualquier momento. El asunto era ver hasta dnde podan llegar en lo de tomarle el pelo
sin que se lanzara sobre ellos. Hinton y Dewey se volvieron, como si hubiesen perdido inters en el juego; Lunkface se sent. El tren pas ante hombres que trabajaban en el tnel.
Lunkface se volvi a mirar. Hinton puso entonces el trozo de papel con el trozo de chocolatina sobre el regazo de Lunkface con tanta suavidad que ste no se dio cuenta.
Cuando Lunkface se volvi, ni siquiera se dio cuenta de lo que haban hecho. El Peque se tap la cara con el tebeo para que no se viese que se estaba riendo.
Cuando el tren lleg a la siguiente parada, el trozo de chocolatina resbal, cay, y Lunkface se dio cuenta entonces de lo que le haban hecho.
Todos se echaron a rer, menos Hctor, que calm la cosa colocndose la mscara de jefe imparcial. Lunkface comprendi que haba hecho el ridculo. Se levant, les mir
furioso a todos, intentando decidir quin haba sido el que lo haba hecho. Todos procuraron mirar a Lunkface con la conocida expresin soy-inocente-oficial, pero Bimbo no pudo
aguantarse y se le escap la risa. Lunkface se plant delante de Bimbo, se llev la mano a la oreja, sac su cigarrillo de guerra y lo sostuvo horizontal con ambas manos a unos ocho
centmetros de los ojos de Bimbo. Lo rompi, tir, los trozos a los pies de Bimbo y los pisote. Se volvi luego y se alej hacia el otro extremo del vagn, frente a la ventanilla, dando la
espalda a la Familia, como si dijese a su superior inmediato, su To, y en consecuencia a todos los dems, que se fueran al carajo. Bimbo no saba qu hacer; se encogi de
hombros. En circunstancias normales, aquello exiga un castigo por parte del grupo, y toda la Familia caera sobre el infractor. Bimbo sigui all sentado, confuso, mirando a Hctor,
esperando la decisin de su Pap.
Hctor comprendi que la cosa se haba puesto seria y que tena que hacer algo. Se levant. Los otros le vieron acercarse a Lunkface y echarle un brazo por los hombros. Vieron
cmo intentaba hablar con Lunkface, pero ste no haca caso. Hctor le dio unas palmadas en los hombros. Luego le ofreci chocolatina. Lunkface dio media vuelta y cruz los brazos
sobre el pecho, Hctor volvi a ponerse delante de l; le cogi del brazo y le habl al odo, mientras miraba a la Familia. Todos vieron que sonrea detrs de Lunkface, y que cada vez
que Lunkface se volva a mirarle, atisbando receloso con sus ojillos perrunos, Hctor se pona muy serio y grave.
Luego, de pronto, Lunkface cabece, se volvi y empez a regresar hacia ellos por el pasillo. Hctor le acompaaba, medio sujetndole, calmndole, dndole palmadas en la
espalda como si se tratase de un animal, aplacando a aquel salvaje. Todos estaban un poco nerviosos porque saban cmo poda ponerse Lunkface. Los dems pasajeros del vagn
sonrean, tras presenciar todo aquel juego. Lunkface se par delante de uno, se puso en jarras, como diciendo: De qu te res?, y el tipo dej de sonrer. Despus de todo, iban a
dejar que la Familia sirviese de espectculo al Otro? El tren lleg a una estacin y Lunkface se par mientras la gente entraba y sala. El vagn se estaba llenando. Cuando el tren
arranc, Lunkface volvi a reunirse con la Familia. Hctor le sigui.
Lunkface se detuvo delante de Hinton. Eso significaba que Hctor haba elegido a Hinton para el castigo. Hinton se dio cuenta de que era por lo que haba dicho sobre la insignia.
En cuanto se plantaron all, delante de l, Hinton se puso muy serio porque ya no era cosa de broma y haba llegado la hora del lo. Pero si Lunkface le pona la mano encima, estaba
preparado para convertirse en Otra Cosa. Todo el mundo respetaba al hombre salvaje porque le daba igual todo y era capaz de hacer lo que fuera. Hinton haba aprendido esto haca
mucho tiempo. Lunkface hurg en la cinta del sombrero de Hinton y sac el cigarrillo de guerra de ste. Una vez hecho esto, Hinton, como respuesta, busc en el bolsillo de la
chaqueta, sac la caja de cerillas, encendi una y la coloc como para encender el cigarrillo. Lunkface se puso en la boca el cigarrillo de guerra de Hinton y ste se lo encendi de
inmediato. Lunkface chup una vez, dos, echando el humo despectivamente hacia arriba, donde los ventiladores lo dispersaron. Luego, tir la brasa al suelo y lo pis cuidadosamente,
girando el zapato una vez, dos veces.
El agradable rostro de Hinton estaba hmedo, tena los labios perlados de sudor, pero no dara a Lunkface la satisfaccin de otra expresin, aunque la ofensa que le haba hecho
su hermano mayor era muy grave. Como hermano mayor, Lunkface tena derecho a hacerlo, porque era el tercero, despus de Bimbo y de Hctor. Hinton procuraba mostrar la
expresin adecuada. Nadie sonrea ni le miraba con burla, aunque tenan derecho a hacerlo. Lunkface volvi a colocar el cigarrillo de guerra en la cinta del sombrero de Hinton, pero
con la punta hacia abajo, ensuciando deliberadamente el sombrero.
Hctor dio a Lunkface otro cigarrillo de guerra y ste se lo llev a Bimbo, quien no se molest en castigar a Lunkface, sino que se lo coloc otra vez en la oreja. Lunkface se volvi
a Hinton, y todos se dieron cuenta de que no haba quedado satisfecho.
Pero Hctor tena previsto algo para Lunkface. Propuso un juego para ver quin era el ms Hombre del grupo. Jugaran a un juego de valientes, que consistira en sacar la cabeza
por la ventanilla y el que se acercase ms a la pared del tnel sera el ganador y el Hombre de ms coraje. Esto emocion a todos, en especial a Lunkface, porque vea en ello un
nuevo medio de demostrar a todos que era el ms grande; no slo el que tena ms corazn, sino tambin el que tena ms cojones.
En cuanto se volvieron a la ventanilla, se olvid de Hinton. Todos participaron, salvo Hctor, que era el juez, y el Peque, que haba vuelto ya a su tebeo.
Gan Hinton. Tena que ganar a la fuerza, y su pelo en caracolillo qued raspado en las puntas y le qued una mancha gris donde el pelo haba rozado la pared del tnel. Todos
tuvieron que admitir que era una gran prueba de valor, porque el pelo rizado de Hinton era el que ms cerca quedaba del cuero cabelludo.
El Peque segua las aventuras de los hroes del tebeo. Se haban abierto camino luchando y estaban ya muy cerca de su patria. Los hroes, segn pudo apreciar el Peque, eran
los hombres ms duros de un mundo duro, gente admirable; sin embargo, pensaba el Peque, a l no le hubiese gustado estar en su lugar, aunque envidiaba sus aventuras. Con un
suspiro, volvi a empezar, mientras el tren cruzaba el tnel retumbando y la estruendosa oscuridad era cada vez ms agobiante.

5 de julio, 3:00-3:10 de la madrugada


El tren lleg a la Calle 96. Se abrieron las puertas. El tren esper. Todo sala mal.
La estacin de la Calle 96 es punto de trasbordo. Se juntan all dos lneas: la local de la Calle 242 de Broadway y la del expreso de la Sptima Avenida. Hay dos andenes que
flanquean cada lnea. Si llega primero el tren local, espera al expreso; y viceversa. Como haba llegado primero el expreso esperaba al local. Pocas veces llegaban a un tiempo ambos
trenes. Un enlace inferior une los extremos norte de los andenes, mientras que por el lado sur no hay ms que subir las escaleras para salir a la calle. En cambio, por el otro extremo
hay que bajar las escaleras primero, recorrer luego el paso inferior y subir las escaleras hasta el otro lado. Como hay un enlace de cuatro lneas, la estacin siempre est llena de
gente, aglomeracin que suele producir peleas y, en consecuencia, exigir la presencia de policas en el lugar.
El calor se haca ms y ms insoportable; las mquinas parecan desprender ms calor de sus motores. La Familia estaba agotada; se sentan demasiado cansados y
demasiado incmodos para dormir sobre los pegajosos asientos de vinilo y gomaespuma. Se sentaron, esperando inquietos que el tren arrancara, demasiado agotados para
quejarse. Un luminoso a cuatro colores y tridimensional, colgado sobre el andn, les anunci por deferencia del Chase-Manhattan Bank, en prueba de confianza y amistad, que ya
eran las tres de la madrugada. Qu agradable sera haber llegado ya al enlace de Times Square con la lnea de Coney Island, haber hecho ya aquel largo trayecto y estar de nuevo en
casa (aunque fuese La Crcel), durmiendo! A Dewey le molestaban las picaduras de los mosquitos. El Peque se rascaba el sudor seco. Ahora ya todo era cuestin de soportar el
viaje.
Hctor contempl medio dormido a su Familia. Todos tenan los ojos casi cerrados, salvo el Peque, que lea su tebeo. Por la puerta abierta pas un polica que observ a los
seis, all tumbados. Apenas si le vieron, pero el Peque percibi la fugaz presencia del enemigo y cometi un error, hacindole a Hinton la seal de alarma. Hinton la transmiti
maquinalmente a los dems. El poli vio la agitacin que recorra al grupo; hubo una leve vacilacin en su paso. Sigui, luego se detuvo y les mir por una de las ventanillas. Bimbo
transmiti a Hctor la seal; Hctor se volvi e intent observar al poli por la sucia ventanilla. Lunkface se encogi de hombros. Dewey cruz las manos en el regazo como un buen
escolar. Bimbo se apart los pantalones de la sudada entrepierna.
El poli se perdi de vista, pero su cara apareci bordeando la puerta, al fondo del vagn, y les ech un rpido vistazo. Cuntos habra? Estaran buscando a todos los que
haban participado en la Asamblea? Sabran lo de... habran encontrado el cadver? Habra hablado la chica? Bueno, si lo haba hecho, iba a lamentarlo tanto como ellos, porque
todos haban participado. Aun as, cmo iban a saber los polis quin haba sido? Las insignias! Estaran buscando a la Familia? Quin poda saberlo... Lo que tenan que hacer era
aguantar hasta que la cosa estallase o se calmase de nuevo. Que fuesen los polis quienes se acercasen a ellos e interrogarles.
Quines sois vosotros?, pensaba la Familia, montndose la historia...
Nadie, nadie. Slo seis chavales que hemos salido a dar una vuelta en una noche de calor, seor.
Bueno, dnde habis estado?
Por ah, dando vueltas. Eso no es malo, oficial, verdad?
Claro que no, hijito, dira el polica, mirando a la Familia con cara del poli de la esquina de las pelculas, amistoso y cordial, que da palmaditas en la cabeza a los chicos.
Decidme... podis confiar en m..., de dnde vens?
De dar unas vueltas por ah.
De dnde sois? Sois una banda?
Nada de banda. Somos un club social, seor.
A qu escuela vais? Cul es vuestro territorio?
Territorio? Territorio? Qu es eso, oficial?
Dnde vivs? Enseadme vuestras tarjetas de delincuentes juveniles... quiero decir, vuestros carnets de identidad. Y t (a Lunkface), t pareces tener edad para estar en el
ejrcito. Dnde est tu tarjeta de reclutamiento?
Pero si soy todava un nio.
Por qu estis tan lejos de casa?
Pero oficial, salimos slo a ver mundo, a dar una vuelta. Wallie, nuestro funcionario del Comit de la Juventud, no hace ms que decirnos que tenemos que salir del barrio, de
ese ambiente. Salir, ampliar horizontes, dice l, dar vueltas por ah.
Cmo? Tenis un funcionario del Comit de la Juventud? Y no sois una banda? Veamos, veamos, por casualidad estis relacionados con esa asamblea y ese lo que
hubo hace unas horas?
Si haban pasado ya unas cuantas horas y los polis seguan buscando, la cosa era grave. Pero no podan saber todava lo de la muerte de aquel cabrn... por supuesto... era
demasiado pronto para que lo supieran. Y se encontraban demasiado lejos de all.
Slo estbamos echando un vistazo por ah, oficial, no hacamos nada.
Y qu podis ver a las tres de la maana? El paisaje en metro? No, muchachos, no puedo creeros.
Bueno, es que nos equivocamos de tren...
Empezaran a ponerse nerviosos.
No sera mejor dira el poli, no sera mejor hacerlo a mi modo...? Quiero decir, no deseo herir vuestros sentimientos, jovencitos, pero, de todas formas, y supongo que
entenderis mis recelos, con las cosas terribles que se oyen en estos tiempos sobre la delincuencia juvenil.
Oh s, lo comprendemos; es perfectamente normal, oficial...
Ahora ya estaran alerta.
S, caballeros dira el poli. No sera mejor que os pusierais en la posicin del golfo, apoyados contra ese banco ah fuera, en el andn, con las manos a la espalda, los pies
bien atrs y las piernas abiertas, para que no me podis atacar, y que yo pueda cachearos y...
El cuchillo! Quin tiene el cuchillo? Quin tiene ese maldito cuchillo? Este pensamiento cay sobre ellos como un mazazo y una mirada frentica revolote de uno a otro.
Hctor dio la seal. Bimbo se levant, se acerc a la puerta y mir hacia el andn. Haba unas cuantas personas por all; una mujer que llevaba bolsas de compra las haba
posado y se separaba el vestido de los pechos con una mano, mientras se abanicaba con un astroso ejemplar atrasado del Daily News. Bimbo se apoy en la puerta, medio dentro
medio fuera, con aire despreocupado, para poder controlar el interior y el exterior. Mir andn abajo, al poli, que estaba de espaldas unos dos vagones ms all, mirando al interior,
intentando mostrarse despreocupado y sin hacer ni un gesto que pudiese alertar a alguien. Pero algo le hizo volverse. Bimbo se lanz al interior, pero no pudo evitar que le viese.
Volvi al centro del vagn e intent ver por las ventanillas del fondo si el poli an segua mirndole. No vio nada. Volvi a la puerta y se asom. All estaba el poli, con los brazos en
jarras, agitando la porra que le colgaba de la mueca, mirando directamente a los ojos de Bimbo. Y Bimbo intent convertir su mirada atenta en ojeada despreocupada, volviendo la
cabeza con aire ausente, como si no hubiera nada interesante en el andn. Los ojos de Bimbo no vean nada en absoluto, ni la gente, ni siquiera el otro lado del andn. Toda su
atencin se centraba en el poli, que le observaba, y a quien su comedia no engaaba en absoluto. Algo ocurra. Hinton se levant, fue hasta la parte delantera del vagn y se situ all,
en un punto desde donde poda ver los vagones de delante y el andn. Dewey se coloc al fondo del vagn, vigilando por el otro lado, y Lunkface hizo lo propio en el centro, vigilando
el otro lado de las vas y el andn que iba en direccin contraria por si los polis aparecan por all. En aquel momento lleg el tren de la lnea local. Hctor y el Peque seguan sentados.
Hctor sac una moneda, se levant y sali; tom un chicle de la mquina y volvi a entrar en el vagn. Saba que le observaban y empez a preguntarse si, en realidad no habra
sido mejor quitarse la insignia. Resultaba demasiado fcil localizarles. Pero tal idea le fastidi y la rechaz. Aun as, segua molestndole el pensar que estaba haciendo una
estupidez. El tren se detuvo y la gente empez a pasar de un tren a otro. Hctor se quit el sombrero y se asom. El poli, cuatro vagones ms all, an les observaba, ya claramente
receloso, moviendo impaciente la cabeza para ver entre la gente que pasaba delante. Hctor volvi a entrar. Empezaron a cerrarse las puertas. Hctor hizo una seal. Lunkface se
acerc y sujet la puerta para que no se cerrase. Hinton, que estaba delante, vio que el poli entraba en el tren y dio la seal. Todos salieron corriendo, por debajo de los brazos de
Lunkface. Se cerr la puerta. Todos se echaron a rer porque haban conseguido burlar a aquel estpido poli.
Pero de algn modo el poli deba haber dado la alarma, porque, mientras el burlado se alejaba en el tren, apareci otro polica que corra en su direccin y que tena el aspecto de
un payasete gordo al que cualquiera de ellos podra liquidar; pero era peligroso, porque era la Ley. Decidieron escapar: se volvieron y corrieron hacia la otra parte del andn. El poli, al
ver la maniobra, les sigui a toda prisa.
Hinton, que era el ms rpido, iba el primero. Corra demasiado rpido para coger la salida del paso inferior, as que sigui hasta el final de la plataforma, salt a las vas y sigui
por el tnel, corriendo hacia el norte por la va de direccin sur.
Dewey y el Peque salieron disparados hacia el extremo norte, bajaron corriendo las escaleras del paso inferior, tres, cuatro, cinco cada vez, doblaron la esquina por la derecha,
casi tropezando con la pared del pasillo, y desaparecieron.
Hctor, Lunkface y Bimbo corrieron en la misma direccin, pero, al final, siguiendo a Hctor, saltaron a las vas, cruzaron a la derecha por detrs de las columnas de hierro,
procurando no tropezar con los rales, saltaron al andn del tren que iba en direccin norte, enfilaron en direccin sur hasta el final del andn, y luego subieron las escaleras y salieron a
la calle.

5 de julio, 3:10-3:35 de la madrugada


Hinton corra en direccin norte en la oscuridad; corra tan de prisa como poda, siguiendo las traviesas de la va, sin ver apenas por dnde iba, huyendo de la estacin, de las
luces de los andenes, de la polica. Se le desprendi el tacn del zapato derecho al enganchrselo en una traviesa; sigui corriendo. Apenas poda ver delante; el corazn le lata cada
vez ms fuerte; pronto quedara sin resuello. Jadeaba y le dola el costado derecho. Le palpitaban las sienes y se le nublaban los ojos; vea las luces del tnel fragmentadas en
agitados intervalos. Pas ante una luz verde a toda velocidad, luego ante una luz azul, y sigui corriendo durante otros cien metros antes de parar. Se volvi y mir hacia atrs. Estaba
solo. Los dems no le haban seguido. Pudo ver las luces de la estacin de la Calle 96; estaban muy lejos, no crea haber corrido tanto. Qu les habra pasado a los otros? Dnde
estaran?
Esper, jadeante, procurando recuperar el aliento. Si le seguan, le habran capturado ya. No haba nadie all. Qu poda hacer? Volver atrs? Eso sera entregarse en los
brazos de los machacacabezas, que deban haber ocupado ya la estacin. Conoca a aquellos polis: todos aparecan siempre cuando ya era demasiado tarde. Deba esperar all un
rato y volver luego? O deba seguir hasta la siguiente estacin? La oscuridad le daba miedo. Poda aparecer un tren y aplastarle. Dnde estaba el tercer ral? Pero los polis le
daban an ms miedo. Poda quedarse all quieto, dormir, no moverse nunca ms. No poda. Empez a caminar, cojeando por el zapato y por la distancia extraa que haba entre
traviesa y traviesa.
Cada poco se paraba a escuchar, por si venan trenes. En el calcetn derecho tena un agujero cada vez mayor y el zapato empezaba a rozarle el dedo. Escuch. Oy su jadeante
respiracin deformada por el eco del tnel. Todo retumbaba con firmeza, pero pareca demasiado desvado para significar que se aproximaba un tren. Qu era entonces? Algo
goteaba. Luego, oy un roce. Ratas? A eso estaba acostumbrado. Siempre haba ratas donde l viva. Aminor la marcha. Haba nichos en forma de atad pintados de blanco a los
lados. Si llegaba un tren poda refugiarse all. An sudaba por la carrera, pero al menos all haca fresco y no era tan desagradable moverse. Al cabo de un rato, empez a sentir la
frialdad del aire en la piel, empez a araarle, y esto le dio la certeza de que algo pasaba, aunque no supiese el qu... Era como si aquel lugar estuviera hechizado. Tonteras. Cosas
del Peque. Solt una carcajada. El eco de aquella carcajada le estremeci; tard unos segundos en identificar el sonido.
Sigui caminando. Se volvi. An poda ver la estacin all al fondo. Cunto habra hasta la siguiente estacin? No poda recordar cunto haba tardado en llegar aquel tren.
Decidi que el camino no poda ser muy largo. Pero el tnel pareca cada vez ms oscuro. El fro aumentaba; en cambio, el firme estruendo no se intensific. No era como si algo se
acercase a l, sino como si toda la tierra vibrase, haciendo extraos ruidos.
Le habran visto los polis correr por el tnel? Habran avisado a la otra estacin para que le estuvieran esperando? No sera una estupidez seguir? Toda aquella caminata
para caer en sus manos al final. Cmo se reiran de l. Qu poda hacer... parar? Esperar? Dormir un poco? De cualquier modo, pensaba Hinton, no poda estar seguro de nada.
Se pregunt qu les habra pasado a los otros. Quizs hubiesen seguido sin darse cuenta de la direccin que haba tomado l. Quiz creyeran que los polis le haban cazado. La idea
hizo que le temblasen las rodillas; se senta lo bastante cansado para tumbarse. Acarici la insignia y el cigarrillo del sombrero y pens: No, pap Hctor nunca permitira esto. Si
estaban libres, le aguardaran en algn sitio. Dnde? Desde luego, no en la estacin de la Calle 96. En la Calle 42, donde tenan que hacer el trasbordo para coger el tren de Coney
Island. Se levant y sigui.
Pero si les haban capturado a todos, la cosa era seria. Entonces, estaba realmente solo. Llevaran a la Familia a la comisara, les zurraran un rato y luego les tomaran nombres y
direcciones, se enteraran de todo el asunto, de que l se haba escapado, quizs incluso de lo del hombre al que haban matado. Cuando llegara a casa le estaran esperando, lo
mismo que haban esperado ms de una vez a su hermanastro Alonso. Quiz fuese ms fcil volver y entregarse sin ms.
Eso contara en su favor... pero hacerlo no era propio de un hombre. Se burlaran de l, le llamaran traidor y le expulsaran de la banda; se quedara solo. Y si se quedaba solo,
estaran fastidindole y asedindole siempre. Ya le haba costado bastante poder entrar en la banda y convertirse en hermano e hijo. No renunciara a aquello. Sigui caminando.
Algo le toc en el sombrero. Murcilagos! Siempre haba murcilagos en las cuevas y en los tneles. Eso lo saba todo el mundo. Pero podan ser vampiros! chupadores de
sangre! Alz la vista. Lanz un grito... Haba racimos de ellos! El grito retumb con el eco, apagndose lentamente, como los chillidos de millones de murcilagos. Se encogi, se
arrodill sobre una traviesa, incapaz de moverse. Pero no cayeron sobre l. Esper. De pronto, se lanz a la carrera. No caan sobre su espalda. Se detuvo, de nuevo, sin aliento y
alz la vista, poniendo las manos delante de la cara. Vio grandes costras de pintura colgando, yeso desmigajado, estalactitas. Se quit el sombrero. Haba en l una gran mancha
hmeda, le haba cado un gotern de agua cenagosa. Quizs el tnel se derrumbase. Sacudi la cabeza para apartar los temores y sigui caminando de prisa, tambalendose y
tropezando. Todo era cuestin de seguir, de conservar la calma. Pronto llegara a aquella estacin, cogera el tren y seguira hasta el punto de trasbordo donde se reunira con la
Familia. Limpi el sombrero. La insignia estaba un poco ladeada e intent ajustara. Sigui caminando, haciendo grandes inspiraciones para mantener el control. Le dolan el tobillo y
el dedo gordo del pie, a causa del zapato roto.
Al cabo de un rato vio que las vas se perdan relampagueando en una curva. El tnel se sumerga en una oscuridad an peor. Peor porque ya no vera las luces de la estacin. Y
si se acercaba en aquel momento un tren y no poda orlo por impedrselo la pared del tnel? Se atrevera a seguir? Dio media vuelta. Las luces de la estacin de la Calle 96
quedaban muy lejos, ya apenas eran visibles. Era una masa alegre, festiva, que vibraba como un racimo de chispas. Haba llegado ya tan lejos que hasta las luces laterales que
iluminaban el tnel se fundan en una al fondo. Entonces, no haba duda, pens Hinton, de que la estacin tena que estar cerca, quiz nada ms doblar la curva. Pero se qued all un
rato, temeroso, indeciso, sin ganas de seguir, con miedo a abandonar definitivamente las luces de la estacin. Era una estupidez. Se estaba comportando como un cro. Todo era
cuestin de seguir hasta llegar a la estacin. No poda estar llegando un tren; lo habra odo. Sigui avanzando.
La curva era ms larga de lo que pareca; se despleg lentamente mientras l avanzaba. Sigui volviendo la cabeza para mirar la estacin de la Calle 96. Tropez, cay sobre las
palmas de las manos, se levant y sigui. Al cabo de un rato, todas las luces haban desaparecido. Se senta solo en una oscuridad como jams haba visto. La oscuridad se cerraba
ms y ms a su alrededor mientras l segua corriendo. Distingui una lucecita a lo lejos. Poco a poco, fue aproximndose a ella, procurando mantenerse cerca de las columnas del
centro. Lleg y pas ante un cuarto de ventanas de cristal que haba a la derecha, del lado de las vas que iban en direccin norte. Haba hombres vestidos con monos y sentados
alrededor de una mesa, jugando a las cartas. Dos se rean. Sobre la mesa haba unas cuantas latas de cerveza. El lugar pareca fresco y agradable. Tropez, haciendo un ruido, y se
inmoviliz tras una columna. Al parecer no oyeron nada, pues no se volvieron a mirar. Casi dese que le hubieran odo, que le cogiesen, que le diesen un vaso de cerveza. Pero
rechaz la idea. No, eran todos hombres blancos, el Otro. Aunque el lugar pareca agradable, cmo poda estar seguro de ellos? Se oblig a seguir caminando y dej atrs la luz.
Canturrearon los rales. El goteo se hizo ms sonoro, ms frecuente, hasta convertirse en rumor de agua corriente. Haca ms fro, y senta el aire ms spero en la cara. Vena
hacia l un tren? La sensacin de soledad aument. Jams se haba sentido tan solo, tan aislado. Fueron acumulndose pequeos sonidos que se transformaron en un murmullo
constante, que le segua acompasadamente. Tuvo que decirse a s mismo que su miedo era estpido, que era impropio de un hombre porque no era miedo a algo concreto, sino el
miedo de un nio, un terror por algo inexistente. Un miedo propio del Peque. Tena que ser un hombre duro, como los dems, como Arnold, Hctor, Bimbo, Lunkface, Dewey, Ismael.
Ellos nunca tenan miedo. Despus de todo, record orgulloso, a l no le haban asustado todos aquellos cuentos de cadveres y espectros en el cementerio, como al Peque... No, no
se haba asustado por aquello!
Pero lo cierto era que debera haber llegado ya a la estacin. Cunto faltara para llegar? Aceler la marcha. El eco de las paredes multiplicaba el rumor de las pisadas. Tras l
pareca caminar mucha gente o algo con muchos pies. Se detuvo una fraccin de segundo. Silencio, salvo el constante canturreo. Sinti como si una gran multitud se hubiese detenido
tambin con l. Escuch para ver si oa respirar a alguien; slo oy su propia respiracin. Continu: continuaron con l. Se record de nuevo que era cuestin de conservar la calma y
pensar en lo que deba hacer despus: contactar con los dems, por ejemplo. Y, de cualquier modo, brome consigo mismo, probablemente estuviese en la parte ms fra de la
ciudad. Esto le hizo gracia y se ech a rer, pero se contuvo inmediatamente. Alguien poda orle. Sonri. Procur animarse imaginando cmo se asombraran todos los hermanos
cuando les contase: Dejadme que os cuente dnde estuve y lo que hice.
Un estruendo inund el tnel. Mir a su alrededor intentando localizar la causa. Pasaba un tren por la va de direccin norte. Lleg a su altura, y el estruendo, el traqueteo y el eco
le envolvieron torturantes, mientras saltaba rpidamente a uno de los nichos. Era infantil, se dijo, reprendindose a s mismo. El tren iba por el otro lado, y si hubiese aparecido por el
suyo le habra matado antes de darle tiempo a asustarse. Sali de nuevo y se situ entre los rales para ver las luces que pasaban al otro lado de las columnas. Vio gente all sentada
bajo las luces; vio sus nucas, y empez a correr tras el tren, gritndole. Pero nadie se volvi a escucharle. Luego, el tren desapareci.
Dej de correr. Sigui caminando de nuevo. S, no haba duda, all haba algo. Pens en cantar, pero slo se le ocurrieron ritmos quejumbrosos de un himno rockanrollero y le
pareci infantil. Adems, si los polis estaban esperndole al final del trayecto, por qu delatarse? Y, en realidad, quin crea en aquella mierda religiosa? Su madre deca cosas
evanglicas continuamente, pero eso era cuando quera algo de alguien.
Se le ocurri otra idea: Y si no haba seguido la misma direccin que haban seguido ellos en el tren? Y si haba cogido algn tnel que no acababa nunca o que se bifurcaba
en varios? Se perdera irremisiblemente, quedara solo en aquella oscuridad, salvo, claro est, por las ratas: ellas s estaban all, oa perfectamente sus rumores. Salvo por aquello...
aquello fuese lo que fuera, que se mova, se mova continuamente al moverse l, se detena cuando l se paraba.
Pas una luz azul. Todo pareca azul. Qu significaban las luces azules? l saba lo que significaban las rojas y las verdes y las amarillas. Bajo aquella luz, la piel de sus manos
adquiri un aspecto extrao, de vieja piel cubierta de sudor azul. Se pregunt cmo seran las cosas si la gente tuviese la piel azul. Sera como estar muerto, pens, como no ser
personas. As que quizs l estuviese muerto y se hubiese vuelto azul. El tnel segua girando... Habra dado ya la vuelta y estara andando en crculo? Era eso posible? Corri un
trecho, pero en seguida se qued sin resuello. Habra all algn tipo de gas, algn tipo de gas venenoso secreto e imperceptible? Ola raro. Los ruidos eran ms estridentes. O quiz
las ratas tuviesen un ejrcito all dentro. Aquel era su territorio. Lucharan tambin en bandas? Quizs estuviesen concentrndose para caer sobre l y devorarle. No haba sitio donde
esconderse.
Oy un rumor de gemidos. Los gemidos se multiplicaban por todas partes, hasta que el mundo entero se llen de un coro gemebundo. Quin lloraba all? Se detuvo. Y grit
luego, chill, y esper a que AQUELLO cayera sobre l. Pero si gritaba se delatara, AQUELLO sabra exactamente dnde estaba y caera rpidamente sobre l. Ech a correr,

resbal, cay, se levant y sigui corriendo como antes, en la misma direccin. Pero el rumor de gemidos y llantos le sigui, paso a paso, burln, inundando el tnel con una risa
gemebunda al mismo tiempo. Y aquel rumor le delataba ante el mundo como un cobarde, como un ser dbil. Qu habra hecho pap Arnold? Qu habra hecho Hctor? l era un
hombre, se dijo. Un hombre! No haba peleado y aguantado? No se haba emborrachado? No haba conservado el temple? No haba robado sin que le cogiesen? No se haba
tirado a aquella zorra... tambin? No haba liquidado a aquel tipo? Y por qu un hombre como l se converta tan fcilmente en un nio? No haba aprendido haca ya mucho que si
uno lloraba los dems se rean de l, incluso tu propia madre, o aquel hijoputa de Norbert, el novio de su madre? Lo mejor en este mundo era secar las lgrimas antes de que brotaran
de los ojos, y ahogar los gemidos desde el principio, porque, de lo contrario slo se consegua hacer el ridculo.
Pero AQUELLO no renunciaba tan fcilmente. No haba modo de superarlo. No haba nadie all... Nada en absoluto. Slo la oscuridad... y formaba parte de ella. Jams, en toda
su vida, haba estado tan solo. Aquello le converta en un nio pequeo, un quejica, cosa que jams se haba permitido ser. Se prometa que, en cuanto recuperara el aliento,
empezara a rerse a carcajadas de s mismo por la clase de Dominador que no haba sido. Y si los otros tambin hubiesen escapado y estuviesen detrs suyo, rindose,
espindole, probndole como le haban probado al entrar en la banda? Esto le hizo detenerse. Se volvi y mir atrs. Grit:
Bueno, ya est bien. Ya s que estis ah. Salid. Estaba bromeando.
Contuvo el aliento y escuch. Slo oy rumores y susurros. Slo vio unas cuantas pulgas de agua muy grandes que entraban y salan de los crculos de luz.
Que se vayan a la mierda, a la mierda, a la mierda murmur.
Se senta cada vez ms furioso. De pronto empez a gritar, fuera de s, por lo que aquella Familia le estaba haciendo; se arranc el sombrero y lo tir, lo pisote, junto con la
insignia; corri a la pared y escribi con el dedo en la costra de polvo: Hinton D. se caga en los Dominadores desde el padre y la madre hasta el ltimo hijo y todos los hermanos.
Y pens, vale, se metera en un nicho y esperara. No saba qu, pero esperara. Se acurrucarra all, metera la cabeza entre las rodillas y esperara a que llegasen los polis o su
Familia o AQUELLO y le cogiesen.
Hara eso y slo eso porque ya llevaba das y das sin estar en un sitio tranquilo.
Pero lo que acababa de hacer le aterr de pronto, porque le aislaba terriblemente. Y aunque los dems no pudiesen verlo, era como si de algn modo la Familia supiese lo que
haba hecho y eso significaba que quedaba fuera, para siempre. Cogi el sombrero, lo arregl, limpi la insignia, volvi a colocarla en el sombrero, recompuso el estrujado cigarrillo
de guerra, borr con la manga lo que haba escrito y sac el Lpiz Mgico para escribir, esta vez, el nombre de su Familia; con esto quera demostrar que no haba sitio en aquella
ciudad, ni siquiera aquel tnel, donde no estuviese, o hubiese estado, su Familia. Este acto le tranquiliz, le confort, y ya pudo seguir.
Al cabo de un rato, dobl otra curva y all estaba la estacin. Aminor la marcha y avanz con ms cautela, mirando para ver si haba polis en el andn o si alguien poda
localizarle. Observ atentamente, y cuando las pocas personas que haba no miraban hacia all, subi la escalerilla del extremo del andn y al fin, se vio en la estacin de la Calle 110.
Ahora todo era ya cuestin de llegar a la estacin de Times Square y trasbordar al tren que iba a Coney Island. All encontrara a la Familia. Si haban escapado, aqul era el lugar
para encontrarse. Estaba seguro.
Se senta nervioso y un poco avergonzado de s mismo. Le haba pasado algo que no comprenda. Se alegraba de que nadie le hubiese visto, pero tena la sensacin de que
aquello estaba all, escrito en su cara, en su ropa, para que todo el mundo supiese lo que l era. Se pregunt cuntos de los otros habran sido capaces de hacer lo que l haba
hecho, caminar por aquella oscuridad solo... La respuesta no le tranquiliz.
Al cabo de un rato lleg el tren que iba en direccin sur y lo cogi. Bajo la clara luz del tren, en el cristal de una ventanilla, vio que sus ropas estaban manchadas de agua sucia, de
yeso, llenas de salpicaduras como de tiza. No se sent. El taln del calcetn derecho haba desaparecido con el roce y tena en carne viva el tobillo. El zapato an se sostena por la
estrecha tira de cuero y tena que mantener los dedos encogidos al andar para que no se le saliera. Tena la palma de una mano rozada y ensangrentada. Se quit el sombrero.
Estaba manchado de agua sucia. La insignia no brillaba, y el cigarrillo estaba parcialmente roto, habindose desprendido tabaco por la cinta. Record lo que Lunkface le haba hecho.
Se pregunt si Lunkface sera lo bastante hombre para recorrer aquel tnel oscuro como l. Por supuesto: Lunkface lo habra recorrido sin ningn problema, sin vacilaciones. Ser
como Lunkface era lo mejor del mundo.
Hinton se sent. Se retrep en el asiento, pesaroso, incmodo, sin atreverse a dormir por miedo a pasarse de estacin.

5 de julio, 3:10-3:35 de la madrugada


Dewey y el Peque escaparon del polica bajando a saltos las escaleras. Se desviaron a la izquierda por un corto paso inferior que apestaba a orines. Saltaron Unas cuantas
escaleras y se desviaron de nuevo a la derecha, pasando de las escaleras al andn. Oan a Hctor, Bimbo y Lunkface correr tras ellos. Por el otro lado de las vas, en la lnea que iba
hacia el sur, haba salido el tren. Pudieron ver al polica correr tras ellos jadeante, a un ritmo lento y torpe. Era milagroso que no les hubiesen visto.
Haba un tren esperando en las vas locales direccin norte. Entraron y se sentaron lejos de las puertas, de espaldas a la ventanilla, medio encogidos para evitar que les viesen y
sin volverse a mirar. El Peque sac el tebeo y se puso a leerlo, intentando aparentar que llevaba horas hacindolo. En realidad, no vea nada, no poda pasar del dibujo que mostraba
a un guerrero griego tricolor con la lanza enarbolada, dispuesto a clavarla en el cuello de un enemigo vestido con pieles, segua esperando ver, por el rabillo del ojo, los grandes pies
planos y negros de los machacacabezas acercndose a l. Dewey apretaba los labios como si fuese a silbar, pero sin emitir ningn sonido. Permaneca quieto all, sentado, soplando.
Procuraba mantener los brazos cruzados como en la escuela, pero no poda dejar de moverlos; todo le picaba, encontraba manchas de polvo que limpiar en la ropa o arrugas que
estirar. Dnde estaran los dems? Probablemente en uno de los otros vagones.
Las puertas se cerraron. Arranc el tren. No saban adonde iban, no se atrevan siquiera a mirar el cartel de destino. El asunto era no hacer nada durante un rato. Aparecera
Hctor, sin duda. El tren lleg a la siguiente estacin, la Calle 103. El Peque se pregunt si aquella ruta les llevara al sur de la ciudad. Llegaron a la Calle 101. El Peque estaba
desorientado. La siguiente parada fue la 116, y el Peque tuvo ya la certeza de que iban en una direccin equivocada. Pero la tercera parada era la Calle 125. Saban que haban
pasado aquella estacin a la ida, pero aqulla era una estacin descubierta, sobre un puente. Se sentan confusos y desorientados. Salieron y fueron de vagn en vagn, buscando a
los otros, pero descubrieron que estaban solos. Habran cogido los polis a los dems?; Se sentaron e intentaron determinar qu podan hacer.
Dewey pens que lo mejor sera seguir viaje un rato y luego dar la vuelta. Despus de todo, le explic al Peque, saban que lo que tenan que hacer era trasbordar en Times
Square a la lnea de Coney Island, que era la BMT. Seguiran un rato en direccin sur y encontraran a los otros en el sitio donde se toma el tren de Coney Island. Esperaran all un rato.
Si los otros no llegaban slo podra significar que los machacacabezas haban conseguido cogerles y, en tal caso, seguiran hasta casa. Continuaron all, sentados, un rato. Se sentan
seguros y el Peque se pudo concentrar de nuevo. Haba olvidado lo ledo hasta entonces y volvi atrs, al punto en que los guerreros griegos, musculosos y de potente pecho, hundan
las puntas de sus lanzas en las tripas del enemigo. El Peque se imaginaba tirando su lanza contra los polis enemigos, contra un poli de uniforme azul y casco de acero, que corra
andn abajo parapetado tras un escudo con el sello de la ciudad de Nueva York, a por ellos. Los hroes griegos escalaban montaas desde cuyas cumbres les atacaban sus
enemigos. stos tenan montones de piedras metidas en redes y troncos listos para echar a rodar lomas abajo despus de haberles prendido fuego. El jefe de los griegos, fro y
templado, con su relampagueante yelmo dorado y su penacho ondeando al viento, intentaba parlamentar con el jefe de los salvajes, de los trideos montaeses; pero stos no
aceptaban negociar. Y entonces el hroe deca: est bien, hemos venido en son de paz y queremos pasar en paz; seguiremos nuestra ruta, y si tenemos que zurraros, os zurraremos.
Si nos atacis, veris lo que es bueno, y la culpa ser vuestra, porque nosotros desebamos paz. Recordadlo.
El Peque alz la vista y vio que la estacin era la de la Calle 137. Dio un codazo a Dewey y le pregunt si sera el momento de dejar aquel tren. Sin embargo, Dewey no era de
gran ayuda; era el hermano mayor, y debera haberle aconsejado, pero en vez de eso le dijo que siquiera leyendo su literatura mientras l intentaba decidir. El Peque trat de interesar
a Dewey en el libro, pero Dewey solt un bufido y le mir burln tras sus gruesas gafas de montura de concha.
Pero hombre, qu me dices? Lanzas? Quin usa lanzas? Lo mo es el Hombre Atmico, que le arranca los brazos a un tipo con rayos csmicos... cosas as. O el Hombre
Cohete, que te abre en el cuerpo un agujero como un meln. Lanzas? Pero hombre! y se volvi, apartando la vista de l.
El Peque pregunt si no sera prudente sacar del sombrero los cigarrillos de guerra y las insignias. Dewey pareci vacilar y al fin no dijo nada. No podan decidirlo ellos, pero
saban que su situacin poda ser desesperada. Y si les hubiesen localizado? Dewey dijo al fin que si lo hacan y no pasaba nada... recuerda lo que le pas a Hinton cuando lo
propuso. Aquellas insignias eran el distintivo de la Familia, y tenan que aguantar o caer con sus insignias; sa era la prueba de que formaban parte de... de que todos eran uno.
Quitrselas era ser como cualquier estpido esclavo sin coraje, incapaz de correr riesgos, carente de afiliaciones importantes. As pues, deban seguir con sus insignias. Eso les
haca hombres. El Peque cabece, asintiendo. Era como aquellos griegos y sus absurdos yelmos con penacho de crin de caballo. Qu maravilla si la Familia llevase yelmos como
aqullos! En fin, el Peque dijo que s, que de acuerdo, y que l slo lo haba dicho por decirlo, que l era un patriota.
El Peque tena catorce aos, razon Dewey, y eso significaba que si le cogan no poda pasarle gran cosa. l lo saba. Dewey en realidad tena diecisis, pero adems, qu
podan probar en realidad? Qu? Ninguno de ellos llevaba encima el cuchillo.
Qu es lo que saben? pregunt Dewey. En fin, hombre, realmente, qu saben ellos?
Nada dijo el Peque. Yo slo hablaba por hablar.
Se sentan algo mejor despus de haber decidido no quitarse las insignias. Aquello demostraba que eran hombres, y adems, hombres en peligro; que defendan su honra y su
reputacin y que esa reputacin consista, entre otras cosas, en haber matado a aquel hombre.
Mira esto dijo el Peque, mostrndole el tebeo a Dewey.
Pero hombre, eso es cosa de cros dijo Dewey, aunque como no tena nada mejor que hacer, se puso a leer el tebeo con el Peque. Siguieron la historia. Los hroes cruzaban
desiertos, pasaban montaas, continuaban su marcha bajo las lluvias y las nieves. Se abran paso luchando metro a metro. El dibujante era bueno, porque el tono plateado de las
espadas casi relumbraba, y el rojo de la sangre destacaba con toda claridad.

5 de julio, 3:10-3:35 de la madrugada


Hctor y Lunkface saltaron las barras giratorias, Bimbo pas despus, agachndose y metindose por bajo de ellas. Subieron las escaleras, dos y tres a la vez, y salieron a la
Calle 93 esquina Broadway. Como era el camino ms fcil de seguir, giraron a la derecha y corrieron cuesta abajo, hacia el ro Hudson, aunque no saban dnde estaban ni adonde
iban. Pasaron ante signos escritos con tiza que indicaban de quin era aquel territorio, pero no se detuvieron a leer. Bimbo gir hacia atrs para ver si les segua aquel poli. Nadie les
segua. Dejaron de correr, para no llamar la atencin de los polis. Despus de cruzar la calle, Lunkface se quit el pauelo de la cabeza, tir el cigarrillo guerra, dobl el pauelo
alrededor de la insignia y lo guard en el bolsillo. Hctor quiso saber qu era que Lunkface se propona.
Pues ya ves, hombre, me lo quito; eso es lo que hago, quitrmelo. No quiero que me localicen dijo Lunkface a Hctor.
Pero no puedes hacerlo.
Crees que voy a andar por ah exhibindome para que me cacen? Crees que voy a andar por ah diciendo eh, t, poli, aqu est Lunkface? Hale, ya puedes venir y echarme
el guante. Crees que voy a llevar la insignia para que los ejrcitos de este territorio se nos echen encima? No, hombre, no.
Tena la cara crispada por la clera. Lunkface estaba almacenando furia, una furia que poda desatarse en cualquier momento.
Calma, hombre; calma, hijo le dijo Hctor.
Soy un hombre de temple. Qu quieres decir con eso de calma? Soy como el hielo.
Cre que habas jurado... Somos una familia, un grupo de guerra. Vamos como un ejrcito.
Pero hombre, no hay por qu exhibirse. Nos puede costar muy caro, hombre.
Quin da las rdenes aqu? No es el Padre quien ms sabe?
Esta alusin no afect lo ms mnimo a Lunkface.
Hctor...
Llmame padre, oyes?
No pretendo desafiarte, hombre, pero mira... No podremos andar ni diez minutos sin que los polis nos localicen y nos sigan. Lo saben, entiendes? Saben todo lo de esta
noche. Y estn vigilando por todas partes. No es la primera vez que me enganchan. Crees que tengo ganas de verme en sus manos? Padre dices? Estoy cansado de que me
lleven de un lado para otro, y lo que quiero es volver a nuestro territorio, volver a casa.
Hctor se dio cuenta de que cuanto ms hablase, ms se enfurecera Lunkface. Era intil razonar y explicar que el que les persiguiesen no tena nada que ver con las insignias, ni
con la asamblea y el subsiguiente alboroto, ni con el tipo al que haban liquidado..., en realidad, nadie poda estar seguro: quizs hubiese realmente una orden de busca y captura.
Quizs anduviesen tras ellos. Bimbo mir a uno y luego al otro para ver quin haba ganado, con lo cual Hctor se dio cuenta de que tena que procurar que pareciese como si l
hubiese dado la orden, porque si no perdera su posicin de autoridad. Cruzaron la calle y llegaron a un parque. Estaban en una pequea elevacin. Delante, ms all del parque,
suban y bajaban coches por la autopista del Westside.
Quiz tengas razn, pero sa no es la forma de hacer las cosas le dijo a Lunkface. Hay otras formas de decidirlo...
No tenemos tiempo para conferenciar...
Ya hablaremos ms tarde de esto, entendido, hijo? y Hctor dijo hijo con un retintn especial.
Te comprendo, Padre contest Lunkface, aplicando parecido retintn a la palabra Padre. Te entiendo perfectamente. Quiero decir, t eres un hombre, yo soy un hombre. Yo
te conozco y t me conoces. Vale. Lo arreglaremos ms tarde.
Hctor se volvi y salt una valla baja de hierro que corra a lo largo de la yerba. Camin unos pasos y se volvi.
De acuerdo, hijo, nos quitaremos las insignias sentenci.
Bimbo sigui a Hctor, pero Lunkface no. Se limit a esperar. Bimbo volvi la vista hacia Lunkface, que se encogi de hombros y se gir. Bimbo se arrodill delante de Hctor;
se senta ridculo porque era el nico. Hctor sac el cigarrillo de la cinta del sombrero de Bimbo y lo guard en la pitillera roja. Luego, sac su propio cigarrillo y tambin lo guard.
Fuera la insignia le dijo a Bimbo.
Bimbo pareca un poco incmodo, pero se encogi de hombros. Hctor le quit la insignia y se quit luego su propio sombrero y desprendi de l la estrella de tres puntas de
Mercedes-Benz. Las guard en el bolsillo. Volvieron adonde estaba Lunkface, que intentaba mostrarse distanciado y despectivo, esperando. Lunkface lamentaba un poco lo que
haba provocado. No haba pensado que lo afectase tanto. Por supuesto, aquello no habra pasado si l fuese el Padre. Pero, por otra parte, l no tena la clase de ingenio que haca
falla para eso, aquel poder especial. No era capaz de ser tan listo como Hctor o Arnold. Ni era aqul el momento ni el lugar de hacerse con la paternidad. Si se hubiese hecho l con
el control, habra significado una lucha, y una lucha habra atrado a los polis.
Entraron todos en el parque y siguieron en direccin sur, slo porque sa era la direccin que haba tomado Hctor. Haban perdido la identidad, la sensacin de unidad, y eran
casi como tres carcas, tres esclavos, tres hombres que ya no posean ningn poder especial. Se sentan todos incmodos, distanciados, algo as como... desnudos; como tres
individuos que casualmente se conociesen y fuesen vestidos igual. No hablaban. Al otro lado de la autopista podan ver el Ro Hudson, un ancho y tembloroso sendero de luces
flotantes; y los palenques, ms oscuros, alzndose al otro lado del agua; y el terrapln salpicado de luces. A la izquierda se alineaban sobre ellos los edificios de apartamentos.
Sonaron cansinas tracas; se fragmentaron en el cielo cohetes defectuosos.
Hctor dijo que seguiran caminando en direccin sur, se desviaran siguiendo la direccin en la que haban venido, cogeran el tren ms all, seguiran y se reuniran con los otros,
si no les haba cogido la poli, en Times Square. Cada poco haba un banco bajo una farola, pero no haba nadie sentado en ellos. Haba nombres grabados en todos los bancos:
nombres de bandas, nombres de miembros de bandas, instrucciones y avisos. El parque pareca desierto.
Ella estaba sentada como media manzana delante de ellos. Su banco estaba protegido del ro por matorrales, pero desde all poda verse el cielo. Estaba un poco borracha y
medio dormida. Cabeceaba en el banco, dormitando y despertando. Haba visto explotar en el cielo grandes haces de fuego, florecientes frutos de fuego, tallos de llamas esparcidas,
hojas ardientes que brotaban del cielo. No saba muy bien si haba realmente algo all o si, debido a que llevaba sus gafas para leer con montura de plata, las floridas luces brotaban
de su imaginacin, disparatadas y deformes a travs de aquellos cristales. En conjunto haba sido un magnfico Cuatro de Julio. De vez en cuando, recordaba que era muy tarde,
tardsimo, y que deba irse ya a casa, porque si no, se preocuparan por ella.
Y record, de nuevo, que era el Cuatro de Julio, el glorioso Cuatro de Julio, el seguro y sano Cuatro de Julio, el beodo Cuatro de Julio. No es que estuviese borracha, porque slo
haba bebido unos tragos en el hospital, donde trabajaba como enfermera. Haba bebido muy poco, apenas nada. Y luego, antes de darse cuenta, se haba visto all sentada, en aquel
banco del parque, junto al ro, para despejarse un poco. La brisa que suba del ro quedaba bloqueada por arbustos y matorrales, con lo que el lugar resultaba caluroso, tranquilo, y ola
a pescado, al aceite de las barcazas y a la basura del ocano. Pens, soolienta, en trasladarse a otro banco al que llegase la brisa fresca del ro, donde no hubiese matorrales ni
arbustos que bloqueasen la vista, donde una mujer pudiese tomar el fresco y dejar que la brisa juguetease a su alrededor. Pero, cada vez que se dispona a levantarse, le costaba un
trabajo excesivo hacerlo. Sus piernas no funcionaban bien; el gran libro de bolsillo era demasiado pesado. Quiz fuese su paga de la semana; quiz fuese la pequea botella de
whisky medicinal. Ri entre dientes, se movi; el banco rechin. Era una mujer grande.
El primero en verla fue Bimbo, que dio un codazo a Hctor, sealndola. Bajo la luz de la farola del parque pudieron ver que cabeceaba y que tena los ojos cerrados. Le haban
resbalado las gafas por la chata nariz, y una estpida sonrisa deformaba sus mejillas, grandes y lisas. Tena las piernas estiradas y las abra y cerraba como en una constante
ondulacin. Moviendo levemente la cabeza, sonrea sin cesar, como si se estuviese contando a s misma un chiste muy gracioso. Vieron que tena gruesas pantorrillas, pero que los
tobillos eran estrechos, flacos casi; la falda apenas le cubra la mitad de los muslos, enfundados en unas medias blancas. Llevaba el gorro de enfermera sujeto con un imperdible al
pelo rubio o blanco (no podan diferenciarlo) y cado sobre la frente.
Lunkface se puso tenso; se senta incmodo en sus ceidos pantalones. Mir alrededor... no se vea a nadie por parte alguna. Bimbo, conociendo a Lunkface, no haca ms que
observarle y sonrer. A Lunkface bastaba ensearle un poco para que perdiera el control, pensaba Bimbo. Eso era porque no tena una mujer fija. Slo Hctor estaba serio. No le
gustaba nada aquel asunto.
Lunkface se adelant. Los otros le siguieron. Se plantaron delante de ella. No pareci advertirlo. Lunkface se agach y mir por debajo de la falda. Se levant y sacudi la mano
arriba y abajo, dejando suelta la mueca. Hctor movi la cabeza. Bimbo mir a uno y a otro. Cuchichearon. Hctor dijo que sera una estupidez. Adems, para qu meterse con
aquella vieja, que tena aos suficientes para ser su madre?
Yo no puedo aguantarme, amigo, tengo que hacerlo ahora, ya dijo Lunkface.
Pero es que nunca tendrs bastante? Calma. Te parece que hemos tenido pocos problemas? Calma, hombre.
Calma, calma remed Lunkface. Es muy fcil decirlo para ti. T tienes una mujer y puedes hacerlo cuando quieres.
Esta ta vieja debera estar en casa, hombre dijo Bimbo. Si est aqu es que est pidindolo. Es que no sabe que los parques no son seguros despus de oscurecer?
Est pidindolo y lo va a conseguir, desde luego dijo Lunkface.
Vamos, calma replic Hctor.
Vamos, hombre, vamos. Crees que vas a convencerme con tu palabrera? dijo Lunkface. Si quieres largarte, lrgate. Pero yo voy a hacerlo y se acab.
La mujer abri los ojos y vio confusamente a los tres de pie ante ella. Hombres. Muchachos. Jvenes. Slo que el del medio pareca tener la cara iluminada. Era porque se
mantena ms erguido que los otros. Le gust su apostura. Vio, por encima de las gafas, que era muy guapo, con el pelo rubio y los rizos asomndole bajo el sombrero.
Eres muy guapo le dijo a Hctor. Un chico muy guapo y sacudi la cabeza, cerrando los ojos.

Est usted bien, seora? pregunt Hctor.


Y tienes una voz muy bonita tambin, una voz muy suave dijo ella, abriendo los ojos y sonriendo al chico de en medio.
Esta vez se fij en sus dos amigos. Tenan la piel ms oscura. El bajo y fornido era de un marrn claro barroso, con un bigotillo rizado y cara de indio. El otro era grande y fuerte,
de piel muy oscura, feo, con cara de negro.
Bimbo hizo de nuevo seas a Hctor, quien movi la cabeza e hizo ademn de seguir su camino; pero Lunkface no se movi. Hctor se daba cuenta del rumbo que tomaran las
cosas. Saba que cuando Lunkface se pona as, era incontrolable. Aunque le pegaran un tiro, ni se enteraba. Para no arriesgarse otra vez a quedar mal, Hctor decidi anticiparse a
Lunkface y lo que aqul quera hacer.
Bueno dijo: la Familia que jode unida, permanece unida.
Bimbo ri entre dientes.
Pero aqu no cuchiche Hctor a los otros dos.
Lunkface se coloc el pene hacia arriba, contra el vientre, y se ajust de nuevo los pantalones.
Necesita usted ayuda, seora? dijo cortsmente Hctor.
Ella abri los ojos y mir al muchacho guapo del centro. Palme el banco a su lado y le indic que se sentase junto a ella. Hctor le brind su sonrisa breve y rpida; siempre era
muy suave; nunca las asustaba; nunca pona aquella estpida expresin lujuriosa de Lunkface. Empezaba a sentirse tambin un poco excitado. Se sent a su lado. Lunkface se sent
al otro lado de ella. Bimbo dio la vuelta y se coloc tras el banco. Ella rode a Hctor con un trazo y apretndolo contra su cuerpo le dijo:
Tengo dos sobrinos, sabes. Uno ms guapo que el otro. Y t me lo recuerdas.
Y lo acerc ms hacia s, bajndole un poco la cabeza. El brazo carnoso se hinchaba en el borde de la prieta manga corta, aplastndose contra la mejilla de Hctor; el cuerpo de
la mujer era clido; a Hctor le sorprendi lo fuerte que era.
Lunkface le puso una mano en el muslo, justo encima de la rodilla, y empez a amasar all. Ella se dio cuenta, mir hacia abajo, vio la mano oscura sobre su media blanca, y dijo:
Quita esa mano; qu clase de mujer crees que soy?
Bimbo sonrea detrs de ella. Lunkface no retir la mano, sino que pas a deslizara por la parte interior del muslo. Ella se volvi a Hctor, pero dijo a Lunkface, sin mirarle:
Quita esa mano.
Se siente bien, seora? Necesita usted ayuda? pregunt Lunkface, procurando adoptar el mismo tono suave de Hctor.
Apuesto a que no hay chica que se te resista, siendo un joven tan guapo le dijo a Hctor, abrazndole por el cuello; pero tan fuerte que Hctor empez a sentirse incmodo
. Debes volverlas locas, eh? Un chico tan guapo como t.
A Hctor no le gustaba que le sujetasen. El olor a alcohol del aliento de la mujer le molestaba; de cerca, se vea que era an ms vieja de lo que haban supuesto. Intent
separarse de ella. Lunkface desliz el otro brazo, rodendola por la cintura con el propsito de tocarle por debajo un pecho. Bimbo estaba inclinado sobre ella, intentando ver por el
escote del uniforme.
La mujer se incorpor bruscamente e hizo unos gestos con la mano, como si estuviese espantando insectos. Se puso de pie, sin soltar a Hctor, que se vio alzado con ella.
Lrgate, negro le dijo a Lunkface, que se qued all sentado, anonadado, durante un segundo. Al levantarse, vieron que era una mujer enorme, como cinco centmetros ms
alta que Lunkface y mucho ms corpulenta. Bimbo solt una carcajada. Lunkface se levant lentamente, dispuesto a empezar a atizarle en la cara por la injusticia del insulto. l era
norteamericano, portorriqueo de origen hispano. Pero ella se haba vuelto y le estaba diciendo a Hctor, an sin soltarle:
Vamos, niito, ven conmigo a un sitio donde podamos estar solos y puedas explicarme tus aventuras con las chicas.
Y solt una risilla, tambalendose un poco pero en seguida se estabiliz, se apoy en Hctor y a punto estuvo de derribarle. Le arrastr unos pasos por el camino y luego por la
yerba, hasta cruzar entre los arbustos y llegar a otra parte del prado. Lunkface hizo seas a Hctor de que siguiese adelante. Bimbo se lo indic tambin. Les siguieron
A la mujer le fallaban un poco las piernas en la yerba, y sus blancos zapatos brillaban en la oscuridad.
Se apoyaba en Hctor, apretndole contra s cada vez ms fuerte. Tena el cuerpo muy caliente. Con la otra mano le acariciaba el brazo, se lo palpaba a travs de la chaqueta,
una y otra vez, dicindole cun lindo era, mientras se dirigan hacia un bosquecillo semioculto y herboso. Bimbo y Lunkface les seguan, mirando a todas partes para cerciorarse de
que no haba ms gente en el parque. Los dos tenan una sonrisa crispada, pero ni siquiera se daban cuenta de que estaban sonriendo. En cuanto estuviesen un poco apartados, ya le
ensearan a aquella ta... ya le ensearan lo que era un negro; iba a ver cmo eran los hombres. Aquella vieja zorra. Llegaron a un claro.
Bimbo y Lunkface se separaron y se acercaron a ella por dos ngulos distintos y por detrs. Lunkface estaba decidido a ser el primero. Hctor, que en realidad no la deseaba en
absoluto, sabiendo que los otros se acercaban se haba vuelto hacia ella y se haba quedado quieto, mientras ella le acariciaba el pecho y empezaba a decir cosas como que no
estaba bien tener relaciones con aquellas jovencitas. Ella lo saba, ella era enfermera. Todas eran malas hoy en da y tenan enfermedades, y eran unas viciosas, y hacan cosas
horribles. Haba hecho l aquellas cosas, aquellas cosas francesas tan sucias, con aquellas zorritas enfermas, y segua siendo un hombre pese a todo?
Hctor le dijo que era un hombre, mirndola muy serio, muy templado, y aadi que tena el coraje de un hombre y todo lo dems que deba tener un hombre. Ella dijo que claro,
que s, que l era un hombre, adems un hombre muy guapo, pero que a ella su valor no le importaba. Y se ech a rer sin poder parar de rer, cosa que enfureci a Hctor, pues no
estaba seguro de si aquella vieja zorra se rea de l. Pero ella le apret contra s, le rode con los brazos, le aplast la cara contra sus pechos, que olan a talco, y le restreg contra
ella; y l no poda liberarse para hacer algo por su cuenta, aunque quisiese, y empez a intentar soltarse para hacerlo, porque l era el hombre, y era el hombre quien haca cosas, no
la mujer, no una mujer a la que iban a hacrselo de todos modos. Grandes oleadas de calor brotaban del cuerpo de ella, cuyo rostro brillaba hasta hacerla parecer ms joven; Hctor
no haba sentido nunca tanto calor en un ser humano.
Le cogi una mano entre las suyas y empez a frotrsela contra sus grandes pechos, mientras l intentaba soltarse; pero ella era muy fuerte. Segua dicindole qu estupendo
era para un joven como l hacer cosas con una mujer madura y sana como ella. Con la otra mano le mantena pegado a ella y le acariciaba la espalda de arriba abajo, desde la nuca
hasta el trasero, apretndole las nalgas hasta hacerle casi dao, porque era una mujer muy fuerte y su mano le cubra todo el culo, como si fuese un niito; adems, tena enganchado
el bolso a aquella mueca y le daba con l en la espalda al subir y bajar la mano. Luego empez a lanzar el cuerpo de Hctor contra el de ella, y a moverse cada vez ms, rozndole, y
l se dio cuenta de que estaba empalmado y se sinti incmodo con aquellos pantalones tan prietos, pero no poda soltarse para bajrselos y demostrarle que era un hombre. Ella
estaba tan desquiciada que no le dejaba moverse y le enfureca cada vez ms porque casi le asfixiaba, le haca sudar y le empapaba con su propio sudor.
Lunkface se haba colocado detrs de ella, a su derecha, y la miraba con unos ojillos malvolos, casi borracho de excitacin, con la cara crispada en una mueca de lujuria. Bimbo
estaba al otro lado, con una expresin casi vesnica. Lunkface indic a Hctor que le dejase el camino libre. Pero Hctor, cada vez ms furioso, pens que quin era Lunkface para
indicarle a l que le dejase va libre... es que no haba un orden natural en aquellos casos, una jerarqua que iba del Padre al ltimo hijo? Furioso, fingi que le gustaba la mujer, puso
sus labios sobre los de ella y empez a moverse al comps suyo, arriba y abajo, balancendose con ella. Lunkface se dio la vuelta, puso las manos en un hombro de Hctor e intent
apartarle. Bimbo rea entre dientes. Giraban todos en la oscuridad, tropezando en el terreno irregular. La oscuridad no era completa all, porque haba demasiadas luces brillando
alrededor, en los edificios del cerro, en la otra orilla del ro, en las farolas de la calle y en el parque. Ella segua murmurando palabras cariosas a Hctor, e intentaban hacer algo, pero
no lograban conectar bien. A l le repugnaba un poco la mujer, porque sudaba a mares, emanaba un calor insoportable y los polvos de talco apestaban a hospital, aparte del olor a
alcohol de su aliento. Bimbo estaba seguro de que deba tener una botella en el bolso, e intent cogerlo. Ella sinti el tirn y se separ bruscamente de Hctor, lanzando un viaje a
Bimbo. Bimbo se agach con una risilla, esquivando.
Pero el movimiento de la mujer haba desplazado un poco a Hctor, por lo que al agarrarle de nuevo le dijo:
Por qu no echas a estos negros, cario?
Lunkface, decidido ya, se lanz a por ella. Nada poda detenerle, ninguna jerarqua, ninguna lealtad, ninguna nocin de bien y mal; slo el poder taladrarla era capaz de calmarle.
Se baj la cremallera de los pantalones y se lanz a por ella. La mujer intent abrirse paso, pero la sujetaron entre todos y empezaron a tirarle de la ropa, soltndole de un tirn los
botones del uniforme, los tres al unsono... Bimbo intentaba echarla al suelo, Hctor sujetarle los brazos, y Lunkface joderla... La sujetaban, la acariciaban, intentaban maniobrar. Y ella
estaba medio furiosa y medio complacida, pues la necesidad de sexo se haba mezclado con la borrachera; en realidad tambin se senta embriagada por la lujuria. Y as, dej que
los muchachos la empujasen, se dej caer suavemente sobre la mullida yerba y, de espaldas, empez a alzar las piernas al tiempo que las abra y deca, con una leve risilla:
No me rompis la ropa, queridos; no, la ropa no.
Estir un brazo y agarr a Lunkface como jams le haba agarrado ninguna mujer: una mano en la solapa de la chaqueta, desgarrndosela un poco, y la otra, poderosa, sobre los
pantalones; se los baj de un sorprendente tirn, rasgando la parte en que estaba el corchete que los sujetaba.
Hctor estaba sentado junto a ellos con las piernas cruzadas, y el pene en la mano, dispuesto a echarse encima en cuanto acabase Lunkface. Bimbo estaba tumbado, con la cara
a unos centmetros de la de Lunkface y la enfermera, mirndoles. Tambin tena el pene fuera. Arqueaba el culo y rozaba con el pene la yerba hmeda por el roco. Ya estaban a punto
de conectar. La mujer, con sus grandes y poderosas piernas abiertas, intentaba librarse de la ropa interior para que el chico pudiera hacerlo; pero l no pareca acertar y se mova
demasiado, y ella se rea, sintiendo que, borracha o no, quizs aquello estuviera mal, aunque su excitacin era tan fuerte que tena unas ganas tremendas de hacerlo, y saba que iba a
hacerlo con los tres, y que volvera a hacerlo luego otra vez con los tres, y que luego... bueno, con eso ya sera suficiente.
Pero Bimbo no poda dejar as las cosas. Pens que quizs ella llevase dinero o alcohol en el bolsillo. Tena la cabeza apoyada en una mano y alarg la otra para quitrselo,
haciendo deslizar la correa a lo largo del brazo de ella. Cuando hubo conseguido su propsito, lo abri. La mujer oy el clic, se enfureci, sacudi la mano rpidamente y se volvi
hacia Bimbo, de costado, tirando casi a Lunkface.
Deja en paz el bolso, ladroncete! grit.
Lunkface, muy frustrado, se incorpor, apoyndose en un brazo, y atiz en la cara a la mujer con la otra mano, para que se estuviera quieta. Ella se volvi, alz la rodilla, golpe a
Lunkface en un costado y le derrib. Tras lo cual se incorpor, lanz el brazo y alcanz a Lunkface con el dorso de la mano, hacindole caer otra vez sobre la yerba. Cuando intentaba

ponerse de pie, Bimbo se le ech encima. Ella se levant de todos modos. Con Bimbo sujeto en los hombros, se volvi, hizo un movimiento brusco y se lo sacudi. Hctor estaba
rindose, pero ella se volvi en su direccin y le atiz con el libro de bolsillo, derribndole, al tiempo que prorrumpa en un largo y gemebundo lamento diciendo que una mujer no
estaba segura en ningn sitio y que aquellos hispanos, aquellos negros, aquellos extranjeros, no respetaban la edad ni la maternidad ni el cabello gris ni el decoro, lo que inmoviliz a
los tres muchachos un segundo, en el que se quedaron all como nios pequeos mientras ella les rea, y a punto estuvieron de ceder y marcharse.
Pero la voz empez a hacerse ms aguda, y no podan permitir que les dejasen en ridculo de aquel modo, adems una mujer. Lunkface intent atizarle en la boca, para que la
cerrara de una vez, pero en la oscuridad medio err el golpe y ella cay de rodillas por el impacto. Entonces empez a gritar QUE ME VIOLAN!, con una voz ms retumbante que
los explosivos de la fiesta y que sin duda llegaba al otro lado del Hudson. Si haba algn poli en unas cuantas manzanas a la redonda, por fuerza la oira; tendra que or los gritos de
aquella vieja zorra.
Hctor se incorpor. Bimbo estaba levantndose y Lunkface intentaba recuperarse del impacto para atizarle de nuevo. Ella enarbol el bolso, golpe a Bimbo en la cara y ste
empez a sangrar por las narices. La sangre pronto empap el bigote de Bimbo, cosa que le sac de quicio y le hizo llevarse la mano al bolsillo para sacar el cuchillo. Quin era
aquella ta para hacerle aquello a l, a un hombre, a un hombre como l?
La mujer estaba all, de pie, con el uniforme abierto, la enagua rota y enrollada en la cintura, y un gran pecho fuera del sostn, balancendose rtmicamente mientras gritaba sin
parar QUE ME VIOLAN!. Y Hctor intentaba sacar de all a Lunkface, que an no se haba subido los pantalones e intentaba lanzarse sobre ella. La mujer tena las gruesas piernas
muy separadas, y cuando Bimbo se acerc por detrs para meterle el cuchillo, o al menos parte de la hoja, el bolso le alcanz de nuevo detrs de la oreja, volvi a derribarle y le hizo
perder el cuchillo entre la yerba, de modo que al agacharse para buscarlo, aquellas grandes piernas empezaron a pisotearle.
QUE ME VIOLAN! aullaba ella, con el gorrito de enfermera saltando en su pelo canoso, an sujeto por el imperdible. QUE ME VIOLAN!
Hctor se lanz hacia ella, de cabeza, pero recibi un golpe en la cara con la mano abierta y rod por el suelo.
Que ME VIOLAN! gritaba, y los tres comprendieron que era hora de largarse.
Hctor se alej arrastrndose, luego se incorpor e intent alejarse de all cuanto antes. Grit a los otros que le siguieran. Bimbo corra alrededor de la mujer agitando un puo,
pero pronto se uni a Hctor. En cambio, Lunkface no se daba por vencido. Ella se lanz a por l. Le abofete, una, dos veces, aullando QUE ME VIOLAN sin parar, y le derrib,
cosa fcil, porque an tena los pantalones en los tobillos. Intent escapar arrastrndose.
QUE ME VIOLAN! grit ella, y le dio una patada con sus zapatos blancos. QUE ME VIOLAN, QUE ME VIOLAN, QUE ME VIOLAN!
Te matar. Te matar gritaba Lunkface mientras ella segua atizndole, bailando alrededor de l, dndole patadas en el culo desnudo, agitando los brazos, haciendo girar el
bolso, con una teta brincndole. Los otros volvieron uno por cada lado y le atizaron, cosa que le quit algo de fuelle. De todos modos, continu aullando un que me violan sordo.
Cogieron a Lunkface, le pusieron en pie y echaron a correr. Pero ella recuper el aliento y empez a gritar de nuevo. Se le haban cado las gafas y segua tras aquellas formas que
slo confusamente distingua. Bimbo y Hctor iban ahora delante de Lunkface. No podan quedarse all y esperar que llegasen los machacacabezas. Lunkface saltaba, intentando
correr, tratando de subirse los pantalones, queriendo escapar de ella. Pero no podan.
Adems, los polis lo haban odo y llegaban coches patrulla por todas partes. Bimbo y Hctor se vieron ante un poli que le atiz a Bimbo con la porra en el plexo solar, hacindole
caer al suelo y vomitar a cuatro patas. El otro poli le quit de un manotazo a Hctor el sombrero, le agarr por el pelo y le alz; qued en el aire, rozando el suelo con las puntas de los
pies, con los ojos cerrados y sujeto por el puo de la ley.
Otro poli meti el coche patrulla en la yerba tras ellos, sali corriendo, agarr a Lunkface, le atiz en el trasero con el can de la pistola y le hizo levantarse y quedarse all quieto,
con las manos en la cabeza y los pantalones an en los tobillos.
Sbete los pantalones orden un poli.
Lunkface se agach. Otro poli le atiz una patada. Cay de bruces. Un tercer poli le alz por un brazo y le lanz hacia los otros, llegaron ms coches y les iluminaron con los faros.
Todo estaba lleno de policas. Preguntaron a la mujer qu pasaba. Ella estaba deshecha en lgrimas. Su mano temblorosa sujetaba las solapas del uniforme mientras contaba el
cuento de que haba salido a tomar el aire y que la haban asaltado aquellos golfos obsesos. Es que una mujer, una mujer sencilla, una madre incluso, una abuela, no poda ya andar
segura por la ciudad? Es que nadie iba a poner coto a aquellas bestias? El poli oli el alcohol de su aliento, pero al ver a Lunkface all de pie de aquella manera se enfureci y
cabece cordialmente, dando una palmada en el hombro a la mujer y dicindole que bueno, que no se preocupara, que ahora ya estaba segura. Aquellos golfos tendran su merecido.
Ni Bimbo ni Lunkface decan nada. Saban que era intil. Pero Hctor intent largar una explicacin a un poli, el cual lo golpe hacindole sangrar por la boca y rompindole la
nariz y un diente. Otro poli dijo que le dejara, pero los dems estaban furiosos... Aquellos chavales asaltando a una mujer as. Y les atizaron un poco ms al meterles en los coches. Los
chicos no dijeron nada. Les llevaban a la comisara, donde todo sera mucho peor.

5 de julio, 3:35-4:30 de la madrugada


Vaya, qu insignia tan chula llevas dijo una dulce voz al odo de Hinton cuando pas. Era como arrojar polvo en la insignia de un guerrero: miel sucia. Vio de reojo al marica,
le cort y sigui su camino. Siempre andaban fastidindole. Nunca le dejaban en paz. Pronto llegara otro tren de la lnea BMT. Si la Familia no vena en l, se ira solo a casa.
Probablemente la Familia hubiera cado en manos de la polica y quedase slo l. O quiz se hubiesen ido directamente a casa sin esperar. No poda seguir all con aquella gente
fastidindole. Continu.
Vag por las galeras subterrneas, entrando y saliendo en los laberintos subterrneos de Times Square, mirando a su alrededor, observando las seales de direcciones. Era tan
fcil perderse all. Cuatro lneas de trenes, largos pasillos azulados, espacios ocultos. Se pregunt si el marica que le susurrara en el odo, y que pareca formar parte de la multitud que
pasaba, sera el mismo marica que se le haba insinuado dos veces aquella noche. Se pregunt si no debera quitarse la insignia; pero era su seal, su distintivo. Mostraba que l no
era como el Otro. Ahora la llevaba con orgullo. Aun as, deba tener cuidado porque la pasma andaba por todas partes: haba patrulleros que iban en pareja balanceando las porras,
sabuesos de paisano dispuestos a echrsete encima... Aquel marica bien podra ser un cebo de la ley para engrosar su historial de arrestos. Eran capaces de cazar a cualquier
extrao sospechoso.
Haba bajado la Calle 110 sin problemas, hasta llegar a la parada de la derecha, donde pregunt por el tren hacia Coney Island de la BMT. Le dijeron dnde tena que hacer el
trasbordo y se dirigi al andn de la derecha, pero an no haba llegado ningn miembro de la Familia. Estuvo un rato en aquel andn casi vaco, procurando pasar inadvertido.
Despus de que pasaron unos cuantos trenes, tuvo la seguridad de que un machacacabezas le estaba mirando con recelo. Y la Familia no llegaba. Le entr hambre y se llen los
bolsillos con artculos de las mquinas automticas. Llevaba comidas unas quince chocolatinas de a centavo y dos barras de caramelo de fruta y nuez, pero no era bastante. Tom
dos cocacolas en vasos de papel de una mquina automtica para tragar el caramelo, y luego se qued sin monedas. El quiosco del andn estaba cerrado. No poda conseguir
cambio en ningn sitio. Se sent, se levant y pase, cojeando a causa del pie derecho, de un extremo del andn al otro, atento, siempre alerta. Y si la Familia estaba all,
buscndole, y l no les vea? Y si estaban por all detrs de unas columnas o de un quiosco, por cualquier sitio? Una banda de chavales andrajosos, ms bien chusma, pas,
lanzndole una mirada ofensiva. Qu poco estilo tenan y qu indisciplinados eran, pens. Eran como los esclavos, el Otro... Pero desvi la vista porque podan ser peligrosos. Eran
otra cosa, como brasas que en cualquier momento podan romper a andar y caer sobre l si sospechaban desprecio.
Haca cada vez ms calor, y le resultaba desagradable moverse, porque tena la ropa pegada por una pelcula de sudor que le cubra todo el cuerpo. Perciba su propio olor
rancio; el nico aire que se mova era el que alzaban los trenes al pasar. Al cabo de un rato, el calor casi le haca bailar de picores.
Luego, alguien solt una traca de petardos al fondo del andn y la gente empez a correr y a chillar, atrayendo a un montn de polis; tuvo que salir a toda prisa porque los
machacacabezas atizaban a todo el que pareciese sospechoso de haberlo hecho. No poda correr bien por culpa del zapato y porque tena el taln ensangrentado, as que se alej
saltando y dicindose que ojal no se le cayese el zapato, pues en calcetines no podra seguir. Subi un tramo de escaleras, gir una vez, corri por un pasillo azulejado y luego se vio
en un callejn sin salida con una puerta al fondo que deca MUJERES. Pero en vez de estar cerrada estaba entreabierta, y se col all para esconderse. Aquello estaba atestado.
Haba gente de todas clases: hombres, mujeres, chavales, maricas, chicas, lesbianas, jvenes y viejos. La atmsfera era muy densa y haba un olor dulzn a humo que en seguida
identific: marihuana. Alonso sola fumarla antes de pasar a cosas mejores. Alguien tena una radio porttil que emita aquel material salvaje, disparatado y agudo, con coros en falsete
y mucho ritmo y gritos; canciones tribales, directamente de la selva. Pero haba all un extrao frescor, quiz debido a las paredes alicatadas. Pareca como si todos fuesen otra cosa,
de otro mundo. Hinton no poda situar aquello; no eran slo las ropas. Adems, no se atreva a mirar directamente, porque podran interpretarlo como una ofensa, y entonces...
Haba un tipo inmenso, de patillas rubias hasta el extremo interior de las saltonas orejas, apoyado en la pared. Era una especie de bestia de ms de dos metros, muy ancho, con
una expresin feroz. Pareca un ser del pasado, pues llevaba una arcaica cazadora negra de cuero decorada con barras, estrellas y cremalleras. Tambin llevaba una gorra con
visera, de corredor, botazas de ingeniero, unos vaqueros pasados de moda y unos guantes metidos en las charreteras de la cazadora. Nadie vesta as ya, pens Hinton, burlndose,
aunque aquel tipo era demasiado grande para burlarse de l. Junto al gigante haba un chaval muy sonriente, con un traje negro; Hinton tard un segundo en darse cuenta de que en
realidad era una chica.
Todos se detuvieron y se volvieron a mirar a Hinton, sin decir nada. Hubo un gruido, un sorbeteo, un jadeo, todos estos sonidos continuados, como si los profiriese una mquina.
Corri el agua de las cisternas y son un grito hueco de dolor o de placer que repiquete en las paredes. Hinton entr como si hubiese llegado all el primero. Tena miedo, pero
procur no demostrarlo, porque si lo demostraba le machacaran.
Aqu hay uno dijo una voz.
Bueno contest alguien. La querr blanca.
El gigante se separ de la pared azulejada, se acerc a l y le cogi por el codo, llevndole hacia el fondo. Al pasar la primera cabina, la puerta estaba abierta. Haba una chica
negra, desnuda, que permaneca sentada en el inodoro con las piernas cruzadas, un codo en la rodilla y la cara, que mova arriba y abajo mascando chicle, apoyada en la mano.
Luego haba cinco o seis cabinas cerradas.
A Hinton le llevaron a una cabina en la que haba una chica blanca de aire cansino. Era muy flaca; se le notaban todos los huesos del pecho y apenas respiraba. El pelo rubio tena
manchas negras all donde se haba desteido. Sonri y se levant; tena el vello del pubis pintado de color platino. Llevaba zapatillas bajas de lam dorado. Sonrea. El gigante abri
la mano y dijo:
Tres.
Hinton meti la mano en el bolsillo y sac tres dlares slo porque habra sido una estupidez ensear ms. Aunque no quera, no tendra ms remedio que pasar por aquello, y, de
cualquier modo, tena que demostrarles que era un hombre.
Una mano le empuj al interior. Se cerr la puerta tras l; dentro haba una atmsfera de penumbra. Hubo un rpido manipuleo. Se sujetaron. Era asfixiante; haba orines
derramados por todas partes; Hinton se ahogaba; le resbalaban los pies; apart la cabeza y vio que las ropas de ella colgaban de un gancho a un lado. La muchacha dijo unas
palabras, jade y empez a emitir unos rpidos gemidos. Hinton sinti un mareo y le resbalaron los pies en el fangoso suelo de arenisca. Crey que iba a vomitar, pero cuando al fin
consigui terminar, ella se apart, se sent en la taza del inodoro y cogi papel higinico, empezando a limpiarse. l no estaba seguro del todo de lo que haba pasado. Se volvi
para irse. Ella le tir del faldn de la chaqueta. Le sonrea. Frunci los labios, lade la boca e hizo una mueca mimosa. Luego le subi la cremallera de los pantalones, le dio una
palmadita en la bragueta y dijo:
No puedes irte as, por las buenas.
Sonrea como un ama de casa de televisin que dice adis a su maridito por la maana. Hinton quiso decir algo, pero haca demasiado calor y el hedor era insoportable;
adems, no saba qu decir, y estaba seguro de que si intentaba hablar se echara a llorar sin remedio. Palp la puerta tras l, gir la manilla y sali. El gigante estaba apoyado en la
pared, frente a la puerta de la cabina, mirndole fijamente.
Se volvi para irse; el chico-chica del traje negro le pregunt si quera un trago, un porro, un pico, cualquier cosa para volar un poco. Pero le haban tentado antes con drogas y
saba a lo que llevaban. Significaba quedar fuera, porque en la Familia no toleraban adictos. Cmo confiar en alguien que tuviese un hbito? Siempre poda traicionarte, lo saba de
sobra: no en vano haba visto lo que le ocurri a su hermanastro Alonso. Se abri paso y la voz se hizo malvola, un par de octavas ms baja que la suya, para preguntarle si quera
jaleo. l no dijo nada y sigui su camino.
Y entonces fue cuando el marica, que tena aspecto casi normal, le pregunt por primera vez: Cmo te llamas? Continu andando, pero el tipo se puso a su lado. Salieron
juntos. Estaba libre por fin de nuevo. El marica le pregunt:
Cmo te llamas?
Hinton replic l.
Un nombre precioso dijo el otro. Piel como chocolate y ojos grises. Chocolate con leche Hinton.
Pero Hinton sigui su camino, metindose por una y otra galera, y se deshizo del marica pasando por una de las barras giratorias grandes y subiendo unas escaleras. Haba all
un montn de individuos deformes, con sus extraas caras fijas, sentados en las escaleras como si estuviesen en las gradas de un estadio. Miraban al frente, como si contemplasen
una especie de espectculo. Hinton estuvo a punto de volverse para ver qu estaban mirando. No poda retroceder, as que se oblig a pasar entre ellos, caminando con mucho
cuidado y siempre temiendo pisar a uno, no tropezar con otro, o perder el zapato y tener que agacharse a cogerlo, con lo cual le tiraran al suelo y le obligaran a unirse a ellos.
Luego, por fin, lleg arriba y sali a la calle. Libre. Pero no saba bien dnde estaba. Pudo darse cuenta de que a una manzana brillaban todas las disparatadas luces de
Broadway. Camin en aquella direccin porque tena que haber otra entrada al metro por all. El aire era casi caliente fuera, slo que ola a humos de gasolina en vez de a orina. Le
temblaban un poco las piernas. Sudaba sin parar. Tena hambre y sed. Lleg a la esquina de la Calle 42 con Broadway y dobl a la izquierda, hacia las luces. Las arracimadas luces
de los cines y de las salas de juego, as como la gente que pasaba, aumentaban la sensacin de calor.
Lleg a un puesto de comidas y el olor de los fritos le hizo sentir ms hambre. Los dulces no le haban satisfecho en absoluto. Par y pidi un perro caliente y una naranjada. Al
primer bocado, la boca se le inund de saliva y el estmago se le contrajo y agit. Slo haba comido caramelos y dulces desde la maana, y entonces slo haba tomado un plato de
judas cocidas fras en casa de uno de los primos de la Familia. Consumi el perro caliente y la naranjada apoyado de espaldas en el mostrador. Contempl la calle a travs de una
cortina de luces calientes. La gente pasaba en ambas direcciones. No importaba que fuese tarde, que fuesen ya casi las cuatro, ms quiz. Sigui all, mirando. En una poca haba
vivido cerca, por la Novena o la Dcima Avenida, pero haca demasiado tiempo para recordarlo. Su hermanastro Alonso no estara lejos ahora. Alonso llamaba a la calle noterritorio. Los tipos fros, los buenos chicos, los ms listos, todos iban all, segn Alonso. Hinton no los vea. Desde luego no haba guerreros. Todos tenan un aire raro. Otra Cosa.
Pequeos fragmentos desprendidos de la multitud, arrastrados por ella. Matones solitarios apoyados en las paredes junto a los escaparates de las tiendas. Chiquitas con pauelo y

falda corta, seguidas de vagabundos hambrientos, suban y bajaban en grupos, chillando, abrindose paso entre el calor y entre su propio agobio. An se oan por all pequeas
explosiones; en aquella zona la gente segua celebrando el Cuatro de Julio. Termin la naranjada y el perro caliente, pero no qued satisfecho. Senta an ms hambre. Pidi una
hamburguesa y un zumo de uvas. El chico del mostrador le dijo:
Pdeme todo lo que quieres de una vez, entendido? No puedo andar yendo y viniendo por tu culpa toda la noche.
Hinton dese tener valor suficiente para contestarle como se mereca. No haba matado l a su hombre? No se haba hecho ya con una reputacin? Pero record tambin el
tnel y se sinti avergonzado. Aun as, quin lo saba?, se pregunt. l lo saba, se respondi. Comi la hamburguesa, bebi el zumo de uvas y pens que, si la Familia hubiese
estado all con l, aquel esclavo no se habra atrevido a hablarle as, porque le hubiesen destrozado el negocio y ahogado en su propia naranjada, por cabrn. S, lo habran hecho.
Pero Hinton saba que solo no poda darle su merecido. An no.
Pasaban tambin maricas escandalosos de caras empolvadas, que parecan flotar en vez de caminar; meneaban el culo, llevaban el pelo teido y se pintaban los ojos. Les
seguan sonrientes marineros y, por su expresin, veas claramente que buscaban camorra. Iban a darles su merecido a aquellos maricas en cuanto se insinuaran... En fin, a Hinton
tampoco le gustaban los maricas, y record la voz que le haba cuchicheado, tentadoramente. En aquello te convertan si conseguan cazarte.
Termin de comer y se alej de all. Pas ante un quiosco de peridicos. Un titular deca algo sobre la reanudacin de las pruebas con la bomba atmica. Pas los locales de
Pokerino, donde haba gente jugando toda la noche. Chavales aburridos esperaban algo que les pusiese en accin. Hinton saba muy bien lo que era aquel tipo de espera. En los
escaparates, elctricos muecos de hula-hula con grandes cabezas meneaban sus traseros; miles de relojes suizos tictaqueaban distintas horas; pjaros siempre sedientos bajaban
sus largos picos delicadamente y beban sin cesar de la pila con agua imaginaria (Hinton pens en comprar uno); grandes muecas de ojos inocentes y con vestidos de gasa miraban
impertrritas lo que se pona frente a sus ojos azules... un cartel colgado de un rollo de alambre que iba de un extremo a otro deca: MOVIMIENTO PERPETUO. CMO SE LOGRA?
Y, detrs del cartel, una hilera de naipes mostraba fotos de chicas desnudas de grandes tetas. Vio ms tipos andrajosos, muchos mendigando, y stos eran los ms aterradores
porque tenan extraas y deformes caras, y sus cuerpos parecan mal ensamblados. Aunque Hinton haba odo que todos eran farsantes, que todo era fingido, por ello no dejaba de
horrorizarse.
Se le acerc un chaval, no mucho ms joven que l, y le pidi:
Seor, dme veinte centavos para poder pagar un sitio donde dormir.
Hinton no le contest y el chaval grit:
Vete a tomar por el culo.
Pero no demasiado furioso, ms bien como si fuese lo que tuviese que decir, y continu.
Pasaban turistas, que en realidad no vean lo que les rodeaba. Te dabas cuenta por su mirada de asombro y sus cabezas en constante movimiento, y porque, como tenan que
verlo todo, no vean nada y eso haca que pareciesen tambin locos y disparatados. Pas una chica gorda, de pelo naranja, ofrecindose por dinero y con aire de estar muy satisfecha
de s misma; sin duda por ser gorda, pens Hinton, no como la chica del urinario. Los polis patrullaban, balanceando las porras, siempre alerta, pero dispuestos slo a ver lo que no se
pagaba. Claro que eso no era nuevo, pens Hinton; eso pasaba siempre, fueses adonde fueses. Y pudo ver tambin a los traficantes distribuyendo toda clase de sueos. Saba que
all poda comprarse cualquier tipo de viaje, incluso algunos de los que l nunca haba odo hablar siquiera. Pero no estaba dispuesto a que le pasase a l lo que le haba pasado a
Alonso.
Lleg al final de la manzana, dobl a la derecha en la Novena Avenida, cruz la Calle 92 y dio la vuelta de nuevo hacia Broadway. Tuvo que parar y tomar unos trozos de pizza y un
zumo de pia porque volva a morderle el hambre. Termin y sigui su camino. Pas por delante de varios cines y mir los ttulos y las fotografas que haba detrs de los cristales. En
uno de los cines proyectaban pelculas nudistas toda la noche. Pens en la posibilidad de entrar. Pero podra perder el contacto con la Familia. Pas por delante de una lechera y
entr a tomarse un vaso de leche. Esto no le calm del todo el hambre, as que pidi adems un malteado de chocolate. De seguir as se quedara sin dinero en seguida, pero qu
poda hacer, era inevitable, tena que comer. Sac el dinero y empez a contarlo. Un viejo vagabundo, hambriento y desdentado, le mir con los ojos achicados, y Hinton volvi a
guardar la pasta. Estaba seguro de que an le quedaba bastante. Tena cada vez ms hambre. Camin un poco ms, entr en un estanco y compr un puro barato y unos caramelos.
Encendi el puro, se puso a fumarlo, chup el caramelo y sali a pasear un poco ms.
Entr otra vez en el metro. Pas por un saln de juegos que tena en medio un gran mostrador de comidas. Se detuvo en l y pidi patatas fritas, una empanadilla y un zumo de
tomate para poder pasarlo todo. Dej el puro en el borde del mostrador, junto al codo, mientras coma. Una mquina automtica tocaba los ltimos xitos una y otra vez, pero Hinton
no poda entender bien la letra con el rumor de los que hablaban, el retumbar de los trenes, el tiro al blanco, el ruido de los juegos y los pitidos. Se balanceaba y masticaba al ritmo de
la msica. Cuando termin, se volvi a recoger el puro pero no estaba. Alguien lo haba robado.
Se acerc al quiosco de peridicos de la galera de de juegos y mir a las chicas de grandes pechos de las portadas de las revistas; pero el quiosquero le observaba con
suspicacia, as que compr un montn de dulces, llenndose el bolsillo de chocolatinas, barras de anacardo, pasas cubiertas de chocolate, frutos escarchados. Uno de los peridicos
deca que alguien haba demandado a una actriz famosa por divorcio, alegando adulterio, y apareca una imagen a toda plana de una hermosa rubia de inocente sonrisa.
Dio una vuelta por la sala de juegos, observndolos. Vio pasar a alguien por el rabillo del ojo y se volvi, comprobando que le segua un extrao y pequeo esclavo andrajoso.
Mir con ms detenimiento y vio que era l mismo. Se reconoci por la insignia. Se contempl detenidamente, pensando que podra ser uno de esos espejos deformantes, pero no lo
era. Su aspecto se deba a las cosas que haban pasado durante la noche, a la huida, a la lucha; sa era la causa de que su ropa estuviese sucia y andrajosa. No era extrao que los
dems le mirasen como si fuera un esclavo, como todos los dems esclavos con los que se haba cruzado all. Mir de nuevo y se irgui hasta ver en el espejo un guerrero, un
Dominador, un miembro de la Familia. Luego continu su camino.
Prob una ametralladora contra luces parpadeantes que tericamente eran pilotos japoneses y alemanes. Dispar a una luz que parpadeaba cruzando un marcador y que
pretenda ser un avin en el cielo. A su lado haba un altavoz y poda or el rumor de las ametralladoras y el estruendo de los cazas que perseguan a los aviones enemigos; pero
sonaba como muy lejano y no quedaba bien, aunque logr acertar muchas veces y consigui una buena puntuacin; el arma ni siquiera le haca temblar la mano. Dej aquello y sigui
dando vueltas por la galera, comiendo dulces, preguntndose por qu seguira teniendo hambre. No poda dejar de comer. Haba por all gente deambulando que le lanzaba la mirada
dura, calibrndole y situndole, intentando ver si poda ser presa fcil. No se atreva a demorarse en ningn sitio demasiado tiempo. Procuraba mantener un aire fro, lo ms fro y duro
posible, a pesar de su ropa, para demostrar que era un cazador y no una presa. Le miraban y miraban su insignia. Saba que la insignia era una provocacin, un motivo de lucha. Todo
el mundo vea que pertenecas, que tenas algo, que eras alguien. Eso les volva locos y queran arrebatrselo y hacerte como ellos. No poda quitarse la insignia porque el hacerlo le
reducira a la misma condicin que los otros.
Pas ante una cabina. Haba alguien de pie al fondo de un estrecho pasillo, mirndole, y se volvi. El vaquero meda ms de dos metros, era ancho de hombros y tena las armas
perpetuamente colocadas en la posicin de saque rpido. Era joven, viril, limpio. Los ojos azules e inocentes, el sombrero sobre los ojos. Llevaba una camisa vaquera a cuadros
azules chillones con cordoncillo blanco, pauelo de seda escarlata, un gran sombrero blanco y las cartucheras bajas, con sendas cuarenta y cincos grandes y amenazadores. Luca
una insignia. Era el sheriff.
El sheriff estaba colocado a poco ms de tres metros del mostrador y un letrero deca: PRUEBE SU SUERTE CON EL HOMBRE MS RPIDO DEL OESTE. SOLO DIEZ
CENTAVOS. Haba un pueblo pintado alrededor, entres paneles, detrs del sheriff. Su imponente figura bloqueaba la calle principal. Las luces de arriba caan como la luz del sol en la
parte ms prxima de aquel pueblo pintado de amarillo, dando al conjunto una sensacin de calor y de oeste. Detrs del sheriff el ambiente era ms fresco, verde, invitador. Haba una
barandilla delante de la cabina, y en ella un control para echar las monedas y una canana curvada en la que podas colocarte como si fueses llevndola. De la canana colgaban dos
revlveres con una conexin elctrica.
Hinton se lo pens un rato mientras coma una barra de caramelo. Poda olerse el caf caliente y sentirse el calor de las rocas calcinadas por el sol, o de los tablones de madera
reseca. Ms all del sheriff todo pareca fresco y verde: haba un bar donde tomar un trago y descansar un buen rato. El sheriff le miraba; sus ojos azules sin vida miraban a todas
partes. Si aquel sheriff estuviese vivo, qu duro sera, pensaba Hinton; mucho ms duro que ningn machacacabezas, pese a aquella cara tan suave.
Hinton lo saba todo; haba visto. El Duelo, lo haba visto desde nio. En las pelculas, en las calles, en los noticiarios. Hablaban de l en la escuela, lo haba representado mil
veces. Y revivir ahora al sheriff slo costaba diez centavos. Por supuesto, las balas no eran reales. El riesgo era falso, se dijo Hinton. Pero, aun as... Hinton sac los diez centavos del
bolsillo y se coloc donde estaba la canana. Como era baja, poda sacar sin problemas. Ech las monedas en la ranura.
Los ojos se iluminaron. La cara le mir amenazadora. El sheriff cobr vida. Las luces se intensificaron, haciendo as ms real e insoportable la vieja escena, y ms atractiva an la
tierra que el sheriff bloqueaba. Las clidas luces empezaron a nublar la imagen del sheriff, resultando difcil verla ntidamente bajo tanta claridad. El sheriff habl:
Yo soy la ley de este pueblo y estoy aqu para protegerlo. Si piensas que cualquier canalla como t va a venir aqu a armar jaleo, ests muy confundido, porque no pienso
dejarte entrar.
Las palabras enfurecieron a Hinton (haba un tono tan burln y despectivo en ellas), pues se le insultaba sin que an hubiese hecho nada.
Bueno, contar hasta tres y antes de que termine de hacerlo quiero que hayas salido de este lugar. Si no lo has hecho, ser mejor que empieces a disparar. Saca las pistolas,
amartllalas y, cuando yo diga Fuego, dispara. Ya veremos quin gana en este desafo. A tres tiros.
Ests listo? pregunt el sheriff; y luego, ms alto, ms enfurecido: En las calles de El Dorado no hay sitio para la gente de tu calaa. En este pueblo se respeta la ley y
queremos que siga respetndose. As que lrgate ya, indeseable, pues de lo contrario vas a saber lo que es bueno. No quieres irte? Entonces, muy bien. Una. Dos. Tres.
Y los brazos del sheriff sacaron las pistolas de las fundas, las alzaron y apuntaron a Hinton. Los ojos del sheriff ardan. Mir los dos revlveres. Fue suficiente para hacerle temblar.
Ya se dispona casi a apartarse; por un segundo, se olvid de sacar l.
Fuego dijo el sheriff.
Hinton sac, amartill, pero las pistolas del sheriff dispararon antes de que las suyas estuviesen a medio camino. Hinton se agach y dispar. Hubo un retumbar de balas cerca.
Y la voz del sheriff dijo:

Te alcanc, canalla. Ests liquidado... necesitas otra leccin? Pues preprate para sacar otra vez.
Los brazos devolvan los revlveres a sus fundas. Hinton volvi a enfundar los suyos y se dispuso a disparar de nuevo. La gente miraba detrs y a los lados. Hinton no hizo caso,
concentrndose en sacar, mirando con dureza al sheriff, controlando su juego.
Los ojos duros y colricos del sheriff intentaban hacer que Hinton bajara los suyos: pero no lo lograron. La voz atronaba, intentando acobardarle: Hinton apret con fuerza los
labios. Tena que aguantar firme.
Ya dijo el sheriff.
Hinton sac, amartill, dispar y dese que el proyectil atravesase el corazn del sheriff.
El sheriff se desplomara hacia atrs, con el pecho abierto, y correra la sangre del hombre que haba humillado a Hinton. Oy el informe de los revlveres. La voz del sheriff se
burl de Hinton dicindole que tampoco lo haba conseguido. Quedaba un tiro.
Hinton volvi a enfundar. Tena ya todo el cuerpo tenso. Haba olvidado el calor. Haba olvidado el cansancio. Haba olvidado el taln rozado. Se encasquet bien el sombrero.
Toc la insignia, coloc el cigarrillo de guerra. Encogi los hombros rpidamente una vez, dos, y despeg los sudorosos pantalones de la entrepierna. Alrededor poda ver las caras
deformadas, los ojos vidriosos, el anhelo de ver a un hombre bueno humillado. Un marica gordo haca comentarios sobre l. Tipos raros y disparatados le miraban. Les vea de reojo.
Se ech hacia delante. Siguiendo la orden, amartill y dispar. Quin poda sacar ms rpido que Hinton?
Las balas silbaron de nuevo y rebotaron. La burlona voz del sheriff le deca que se largara del pueblo y siguiera su camino. Haba perdido la lucha.
Hinton se irgui. Tena los msculos agarrotados por lo tenso de la postura. Por supuesto, siempre trucaban las mquinas contra uno. Te humillaban siempre y t tenas que darles
una leccin, una buena leccin, demostrarles lo que era bueno. Pero no podas hacerlo si lo intentabas a su modo. Volvi a meter los revlveres en las fundas pesaroso. Le resultaban
slidos y consoladores, y lamentaba tener que dejarlos. Dese que fuesen reales... Entonces les demostrara. Meti la mano en el bolsillo, sac un paquetito de pasas cubiertas de
chocolate, alz la cabeza y verti todo el contenido en la boca. Se alej despacio, cojeando, masticando las pasas y tragndolas. Pens que deba volver al andn de la estacin para
ver si haba llegado ya la Familia. Dio una vuelta por la galera y estuvo mirando los otros puestos de tiro y las mquinas. Haba matones y chulos por all. El Otro pasaba apresurado
sin ver nunca nada. Hinton pas ante el quiosco en el que haba comprado los dulces. Los titulares decan algo sobre una muerte que, por la forma, pareca obra de una banda. El
titular de otro peridico deca que haba habido mucho jaleo al norte de la ciudad, un lo en el que haban participado miles. Volvi la pgina para leer lo que deca del asunto, pero le
exiga demasiado tiempo el enterarse de lo que deca. El quiosquero dijo que dejase el peridico en paz y que siguiese su camino si no pensaba comprarlo. Hinton bostez y se
pregunt si no debera comprar ms dulces.
Se le acerc un chaval de unos siete aos y le pidi veinte centavos, pero le ignor. Pas ante un escaparate donde haba fotos de chicas desnudas tamao natural y se detuvo a
mirarlas. Debajo haba una pila de polvorientas revistas de astrologa, a cinco centavos el ejemplar. Su madre siempre andaba mirando el horscopo para saber lo que era un buen
augurio y lo que era un mal augurio, as poda saber lo que tena que hacer y lo que no. Hinton no crea lo ms mnimo en estas cosas. Norbert andaba siempre diciendo que si l
supiese lo que le reservaba el futuro, hombre, qu no podra hacer l, cuntas carreras podra ganar. Un sueo estpido. Hinton dio la espalda a las chicas desnudas, mirando sus
grandes pechos resplandecientes de papel satinado. El chaval volvi a la carga y le pidi otra vez veinte centavos para poder irse a casa porque estaba perdido. Hinton le mir, vio su
expresin astuta y burlona, y decidi que aquel chaval no necesitaba dinero para irse a casa: estaba en casa. Su casa era all. El chaval, al ver la expresin escptica de Hinton, le dijo
que en realidad necesitaba dinero para un trago. Hinton movi la cabeza. El chaval fingi temblores y dijo que necesitaba un pico. Hinton movi la cabeza. Luego, el chico le mir, vio
la insignia del sombrero de Hinton, y quiso saber si Hinton quera algo de l, porque por un dlar, l estara dispuesto a hacer lo que Hinton quisiese. Hinton estuvo a punto de atizarle,
pero vio que uno de aquellos tipos de aire feroz le miraba, esperando ver lo que haca, y en vez de atizarle, le dio la espalda y se alej.
Sigui caminando hasta llegar de nuevo adonde estaba el sheriff, plantado all, bajo las clidas luces, bloqueando la calle polvorienta, a la espera de Hinton.
Ech otra moneda en la ranura y se enfrent de nuevo al sheriff; pero volvi a perder. En fin, pens, expulsado otra vez: era lo esperado, lo previsto. Todo el mundo lo entenda. Le
dola la palma de la mano rozada de tanto apretar la culata de la pistola. Comi ms caramelos, luego otro perro caliente con patatas fritas, y se apoy en el mostrador del puesto
para tomar a sorbos un t helado con siete cucharadas de azcar; mastic unos cuantos dulces. Pareca que miraba a la gente que pasaba, pero en realidad miraba por encima de
ella a aquel maldito sheriff. Nadie ms se animaba a jugar. Eso significaba que todos saban que la cosa estaba trucada. Entonces tuvo una idea. Cuando termin de comer, volvi a
intentarlo.
El herido Hinton, el magullado Hinton, el cansado y desorientado Hinton, Hinton el marginado, se enfrent de nuevo al pueblo y a su sheriff. Luchaba por su Familia; luchaba por su
insignia; luchaba por s mismo. Mientras el sheriff le ofenda y presuma, ufanndose su reputacin (no haba liquidado l acaso a un millar de miserables forajidos?), Hinton sac los
revlveres y los amartill, y cuando lleg la orden de fuego dispar, justo una fraccin de segundo antes que el sheriff. Esta vez son un grito de dolor y la voz dijo que de acuerdo, que
esta vez haba ganado. Pero haba dos oportunidades ms, tena que ganar otras dos veces.
El sheriff se alzaba ante l. Se inclinaba quizs un poco hacia un lado? Manaba la sangre del agujero del hombro tiendo el pecho de la charra camisa del oeste? Turbaba
acaso una expresin de dolor aquel rostro impasible hacindolo un poco ms plido an? Temblaba el sheriff? Hinton tena los revlveres amartillados y esperaba que llegase la
orden de saca-amartilla-dispara. Gan por un segundo, porque el revlver salt en su mano y escupi fuego primero: el plomo caliente cruz el espacio que les separaba y alcanz al
hombre que le haba derrotado antes, que le haba echado y que no le dejaba vivir. Haba otro agujero abierto en aquella carne? El grito de dolor llen de gozo a Hinton, que sonri.
El chaval le tiraba de nuevo de la chaqueta, pidindole otra vez veinte centavos, y Hinton enfund de nuevo el humeante revlver, le dio al chico los veinte centavos y se prepar para la
tercera vez. Volvi a ganar: le meti una bala a aquel mamn en un ojo.
Hinton, muy cansado, se estir lentamente, hizo una profunda inspiracin y se sinti como nuevo... Se sinti un hombre. Se haba enfrentado al sheriff y le haba derrotado. Poda
ganar otra vez, pero tuvo el buen sentido de dejar ya los revlveres, aunque tena derecho a una pelea gratis. Se volvi y se alej, cruzando la galera de juegos y saliendo de ella. Era
hora de ir a ver si haba llegado la Familia.
El marica se le insinu una vez ms y l se pregunt si no debera ir con l y divertirse un poco antes de atizarle y quitarle la pasta. Pero el marica no era ningn chaval flacucho,
sino un tipo bastante grande, que pareca muy capaz de saber defenderse; detrs de aquel aspecto dulce y suplicante se emboscaba algo duro. Sigui su camino, pag otro billete y
baj al andn. Haba una pareja en un rincn; no pudo apreciar si eran hombres o mujeres, pero estaban protegidos por un impermeable y haciendo algo. La gente que pasaba no les
cohiba lo ms mnimo. Cerca haba un poli, pero no vea nada.
Cuando lleg, Dewey y el Peque estaban all, mirando por todas partes, nerviosos, dispuestos ya a marcharse. Queran saber dnde estaban los otros. Hinton no lo saba. Todos
se haban separado. Les dijo que volveran a casa en el primer tren que pasase hacia Coney Island. Esto les hizo sentirse un poco incmodos, con la sensacin de que estaban
desertando, pero, en realidad, se alegraban mucho de poder largarse a casa. Hinton les dio la orden, sintindose ya bien, sintindose fuerte, y ellos la aceptaron porque eso les
quitaba responsabilidades. Percibieron en Hinton una fuerza nueva. Y percibieron que ahora estaban sometidos a l, a sus rdenes, aun cuando Dewey fuese el hermano mayor de
Hinton.
Cuando lleg su tren, subieron y se sentaron. Hinton cay dormido casi de inmediato. El Peque abri el tebeo, pero se le cerraban los ojos mientras intentaba empezarlo otra vez,
pese a las veces que ya lo haba ledo.

5 de julio, 4:30-5:20 de la madrugada


Todo era ya cuestin de llegar a casa. El agotamiento los relajaba. Pero pasaron otras dos cosas en ruta.
El tren, como siempre a esa hora, iba despacio. Dewey, sentado entre Hinton y el Peque, se qued dormido. Estaban sentados en un rincn, debajo de esos anuncios Lo
HACE o NO LO HACE?, en que haba una hermosa joven inclinada sobre un muchacho, casi besndole en la boca. El anuncio se refera a un tinte para el pelo. A la Familia siempre le
haba hecho mucha gracia aquel anuncio.
Hinton segua adormilado. El Peque, sin poder concentrarse demasiado en la lectura, segua intentndolo; segua con aquella parte de la gran batalla que se haba librado a las
puertas de Babilonia, en la que haba perecido el jefe del ejrcito rebelde y los hroes griegos intentaban decidir lo que deban hacer. Subieron al tren dos parejas; pelo rubio, cortado
a cepillo ellos, y ellas con ojos de muecas. Llevaban elegante ropa de noche, como si acabasen de salir de un baile... un baile de fin de curso, quizs. Los muchachos eran grandes,
tipo jugador de rugby, y les miraron con dureza, aunque ellos no haban hecho nada. Hinton medio los vio en sueos y despert frente a aquellas miradas fras y despectivas. Qu
derecho tenan aquellos carcas a mirarles as? Qu les haba hecho la Familia? Ellos se ocupaban de sus asuntos y no se metan con nadie, no?
Las dos parejas se sentaron enfrente. Las chicas apoyaron la cabeza en los hombros de los chicos y cerraron los ojos. Los chicos seguan mirando a los agotados guerreros con
expresin belicosa, dispuestos a lo que fuese. Por qu?, se preguntaba Hinton. Ellos no haban hecho nada. l slo poda pensar ya en dormir.
Hinton mir a las chicas con los ojos casi cerrados. Tenan un aire limpio, inocente, el tipo ideal de adolescentes a punto de convertirse en jvenes hermosas, jvenes de las que
veas continuamente en televisin, y con las que soabas. De vez en cuando vea incluso alguna de aquel tipo en la escuela, pero no con demasiada frecuencia. Una era rubia, de nariz
delicada y un poco respingona, que le levantaba el labio inferior un poco. Tena las largas piernas muy juntas. Pareca muy limpia. Sera estupendo tener una chica. Sera estupendo
dejar la Familia, dejar las peleas, dejar la lucha. Hinton se senta cansadsimo. Quiz pudiese conseguir una chica. No exactamente como aquella... rubia, aunque no realmente rubia;
blanca, pero no blanca..., de piel clara y pelo largo. Sera una chica inocente y dulce, de otra parte de la ciudad, que se vistiese con prendas sencillas y limpias; una chica guapa y
esbelta... S, sera estupendo casarse, establecerse, tener una familia. Conseguira un trabajo, una oportunidad. El poder casarse con una chica as le dara ambicin. Tendran una
casa y un perro. Ascendera en el mundo y se convertira en... no estaba seguro qu. Algo que significase estar detrs de una mesa: sera un ejecutivo. Eso significara dar rdenes a
los dems, porque l sera una persona importante, muy importante, y no tendra que pelear para que le obedeciesen. Dira: Llmale. Acepto eso. Firmar el contrato, y hablara por
el intercomunicador con la secretaria... Todos se inclinaran ante l y le dejaran controlar, como hacan los gngsteres ahora, de un modo limpio. Nada de violencias. Soaba con esto.
El ensueo se hizo ms imperativo y sus ojos miraban fijo, pero apenas vea a las parejas de enfrente. Dewey haba resbalado en el asiento y tena la cabeza apoyada en el
hombro de Hinton. ste vio el anuncio junto a su cabeza. La cara de la chica era encantadora, dulce y joven, tambin inalcanzable. Una madre-sueo. Alz la mano y acarici la
imagen, recorriendo la mejilla y el mentn con ternura, palpando con las yemas de los dedos como si fuese carne y no papel. Suspir, se ech hacia atrs y mir. Vio que los dos
rubitos le observaban, medio sonriendo. No les mir directamente porque eso habra sido reconocer lo que sus miradas significaban, y habra tenido que desafiarles, lo cual habra
significado un pequeo lo; y ningn miembro de la Familia iba armado. ltimamente ni siquiera con aquellos nios litris podas estar seguro. Todo el mundo llevaba un cuchillo o una
navaja. S, todo el mundo. No se rean abiertamente de l, as que se tranquiliz y fingi dormir. De pronto, al cabo de cinco o seis paradas, las parejas salieron. Al irse, se volvieron y
dirigieron a la Familia la mirada ofensiva, pero Hinton fingi no verles; y entonces supo que jams lograra realizar aquel sueo; no de aquel modo. As que lo conseguira de otro
modo, pens. En fin, que se vayan a tomar por el culo esos cabrones, pens. Avenida J. Recordara aquella estacin y algn da, cualquier da, podra dirigir a los hombres y hacer una
incursin por all, buscndoles, porque, quines eran ellos para ofender a la Familia?
El incidente le enfureci y no poda dormir. El Peque segua cerrando los ojos y cabeceando sobre el tebeo. Hinton tuvo que ponerse en pie de un salto, porque la rabia no le
dejaba descansar. Al levantarse, golpe con el hombro a Dewey en la cabeza. Le miraron. Pase por el pasillo vaco. Tena que desafiar a aquellos esclavos cabrones.
Cuando llegaron a su parada, salieron. Tenan que recorrer unas cuantas manzanas, cruzando el territorio de los Seores Coloniales. Estaba casi amaneciendo; a aquella hora,
no habra nadie despierto. Hinton se pregunt si los plenipotenciarios de los Seores Coloniales habran vuelto de la gran asamblea. Los otros le seguan soolientos, pero a Hinton el
odio le haca saltar. Quera hacer algo. Y entonces se le ocurri la gran idea.
Sacudi al Peque, hizo una sea a Dewey y les dijo indicando el cigarrillo que llevaban en las cintas de los sombreros:
Somos un grupo de guerra y tenemos que acabar como un grupo de guerra, entendis? Tenemos que hacer una ltima incursin.
Hombre, hazla t. Yo estoy cansado. Demasiado cansado gimote Dewey.
El Peque se limit a mirar a Hinton, estupefacto.
Pero hombre les dijo Hinton. Tenemos que hacerlo, porque si no perderemos el respeto por nosotros mismos.
Ahora? Llevamos toda la noche por ah. Has perdido el juicio? Te has convertido en otra cosa, como ese Willie, hombre.
Pero Hinton empez a hablar, recordndoles que haban perdido la parte bsica de su ejrcito. El enemigo lo sabra y caeran sobre ellos, a menos que la Familia atacase
primero y le ensease lo que era bueno. Ahora. Ahora! Como accin defensiva. La Familia era ms fuerte de lo que ellos crean. Ms que antes. Quin se crean aquellos cabrones
que eran? La Familia caera sobre ellos y les machacara de una vez por todas. Estaran esperndoles? Dewey intent discutir, pero Hinton estaba cada vez ms emocionado con la
idea y la rabia le arrastraba; su furia empez a despertar a Dewey y al Peque. Hinton enumer antiguas ofensas, los insultos y ataques inminentes, les record las tradicionales luchas
por el territorio, les predijo lo que pasara y les explic que una incursin les proporcionara una gran reputacin de valientes. Toda aquella parte del mundo sabra, y todas las dems
bandas les respetaran, acudiran a ellos, querran aliarse con los Dominadores. Tenan que hacerlo, de una vez por todas. Pero, adems, lo mejor sera que sorprendera a todos,
porque nadie lo esperaba.
Pero hombre, y la tregua? pregunt Dewey.
Esa tregua no significa nada, hombre, y t lo sabes muy bien. Se rompi all en la Asamblea, ya no significaba nada, y cada banda debe actuar por su cuenta. Pues bien, eso
vamos a hacer nosotros ahora. Ahora! Os aseguro que maana sera demasiado tarde.
Y les puso en marcha a paso ligero. De pasada, arrancaron dos antenas de coche para hacer las veces de ltigos, y encontraron una silla tirada y la despiezaron para utilizar una
de las patas como garrote. E irrumpieron en el corazn mismo del territorio de los Seores Coloniales.
Casi todos los Seores Coloniales vivan en una urbanizacin. La Familia irrumpi all con las primeras luces del alba, buscando a uno o dos Seores, o a una de sus mujeres,
pero no haba nadie. Mientras los otros se divertan un poco en el terreno de juegos (el Peque en un laberinto y Dewey en un tobogn), Hinton se desplaz hasta el centro de la
urbanizacin. Se plant all en el csped, en el centro de un amplio crculo formado por ocho edificios de apartamentos de catorce plantas que se alzaban a su alrededor. El jefe de los
Seores Coloniales viva en uno de ellos. Hinton le desafi a voces a que bajase y se atreviese a luchar de hombre a hombre, e insult a todo lo que se relacionase con l, aliados y
familia personal. Las voces de Hinton se alzaban estridentes, llegando ms all de las zonas difusamente iluminadas, rebotando contra los inmensos edificios y volviendo, por obra del
eco, ms tenues, agudas y tintineantes. Nadie sala. Cuanto ms quieto pareca todo, ms gritaba Hinton. Pero nada se mova. Nada en absoluto. Sigui as un rato, y pudo darse
cuenta de que el Peque y Dewey le tenan un enorme respeto. Aquello le granjeaba una gran reputacin. Se alej muy ufano y los otros le siguieron hasta las pistas de frontn.
Hinton sac su Lpiz Mgico. Los Seores Coloniales haban escrito sus smbolos y marcas por toda la pared del frontn.
Hinton escribi que los Dominadores haban estado all, que se cagaban en los Seores Coloniales, cuyas madres eran, todas y cada una, putas, y que no haba un solo hombre
entre todos los Seores que no fuese un cabrn. Y luego, mientras Dewey y el Peque le sujetaban sobre los hombros, hizo un dibujo, muy arriba. Le sali muy bien. Utiliz slo unas
lneas, pero esas lneas lo reflejaban todo, porque acaso no era l el artista de la familia? Dibuj una mujer en cpula oral con un hombre. Debajo del hombre escribi: Padre de los
Dominadores; y debajo de la mujer: Madre de los Seores. Y luego, a un lado, dibuj una mujer a la que violaba un gigante con un rgano inmenso al que llam el hombre de Los
Dominadores; debajo de la mujer escribi: las chicas de los Seores. Procur hacer muy fea la cara de la chica, escribiendo debajo todos los nombres de chicas de los Seores que
pudo recordar. Dibuj luego alrededor un montn de hombrecillos que observaban con la lengua fuera. Y a aquellos hombrecillos les llam Los Seores.
Luego, decidi emprender una carga. Se lanzaron a correr por las calles de la urbanizacin, agitando las antenas como ltigos y los garrotes, trompeteando, insultando de nuevo
a los Seores, desafindoles a salir y luchar, pisoteando todo su territorio sagrado.
Nadie sala. A Hinton le dola la garganta. Dio orden de retirada. Y, lanzando burlas e insultos, salieron de aquel territorio.

5 de julio, 5:20-6:00 de la maana


Antes de ir a casa, Hinton llev al Peque y a Dewey calle abajo, hacia la playa. Le seguan; se haba convertido en el Padre. Les llegaba del mar la brisa matutina. An haca calor,
pero cada paso les acercaba a zonas ms frescas. Haba ms luz sobre las azoteas, pero abajo an estaba oscuro.
Siguieron caminando hacia el paseo de entablado. Al llegar a la ltima manzana, Hinton les par antes de cruzar la calle. Se qued con la mano alzada, mirando arriba y abajo.
Slo haba un camin de basura que desbordaba de desperdicios, ms amarillo que la amarillenta luz que bajaba del amanecer encapotado. Las farolas eran de un tono plido y
tenan azules bordes fosforescentes. Hinton indic con la mano que siguieran, como hacan los jefes de patrulla. Cruzaron la calle, con paso tranquilo, pero pendientes de cualquier
sorpresa. Calle arriba patrullaba un machacacabezas, de espaldas a ellos. Estaban ya en su territorio; todo emanaba una familiaridad inmensa y confortante. Conocan aquel territorio
en todos sus confines: seis manzanas cortas por cuatro largas. Podran cubrirlo en muy poco tiempo: conocan perfectamente todos los ladrillos, todas las manchas, todas las seales,
todas las huellas de balas que haba en las aceras, todos los escondites. Era como conocer un espacio sin lmites que liberaba el alma, donde nunca poda haber autntico peligro. No
haba tanto espacio en todo el resto de la ciudad. Lo sorban vidamente, sorban cada centmetro de fisurado asfalto y todo el espacio desde all hasta la destacada masa de la
montaa rusa que se alzaba sobre los edificios. Estaban all. All. Confortndose despus de su noche. Recorrieron la ltima manzana que preceda al paseo de entablado.
Hinton oli la fresca brisa marina, empez a sentir una alegre emocin y de nuevo aceler el paso. Los chicos tambin se apresuraron. Hinton inici un trote. Los otros trotaron
tras l. Empez a gritar, sin decir nada determinado, dejando que lo que tena atragantado en el gaznate hallase una salida sin palabras. Empez a correr. Corrieron tras l, riendo
tontamente, sin poder controlarse. Era en esto slo en lo que consista ser un hombre?, se preguntaba Hinton mientras corra. Era as como te convertas en Jefe, en Padre? Corri
rampa arriba hasta el paseo de tablas. Los otros corrieron tras l. Sus pies repiquetearon en la madera, acompasadamente. Unas cuantas personas recorran la extensin vaca del
paseo de tablas, que desapareca por ambos lados y se desvaneca en la roja neblina del amanecer. Algunos pescadores llegaban para aprovechar la primera marea. A lo lejos, una
familia cargada de mantas y equipo de playa cruzaba el entablado con direccin a la orilla. El sol matutino asomaba entre la niebla, a la derecha, rojo y redondo. La arena manchada y
el agua enrojecida, calma bajo el viento, se extendan ante ellos.
Hinton seal y grit:
El ocano!
El ocano, el ocano! gritaron los otros dos, y todos rieron histricamente.
Hinton baj corriendo las escaleras hasta la arena y luego sigui playa adelante hacia el agua, virando bruscamente a la izquierda para deslizarse, tocar la suave hinchazn de la
ola y percibir que la humedad penetraba por las aberturas de sus zapatos. Sinti un ardor intenso y fro en las rozaduras, y luego una sensacin fresca y agradable. Sumergi su mano
rozada en el agua y sacudi las gotas en el aire.
Corrieron. No podan dejar de rer ya, intentando impedir por todos los medios que la alegra degenerase en risillas infantiles. Cacareaban, aullaban y gritaban. Algunas gaviotas
alzaron el vuelo al aproximarse ellos; el viento levant trozos de papel en el aire. Sus veloces pies se hundan en la playa provocando nubes de arena. El viento del mar era fresco
ahora, casi fro, y el asfixiante aire de la noche pareca despejarse y disiparse; era como si por fin se viesen libres de una pesadez y un espesor palpables. Cada paso que daban era
ms leve, ms ligero, y sentan que la alegra les iba embargando hasta hacerles olvidar casi su cansancio. A Hinton ya no le preocupaba el destrozo de sus elegantes zapatos
italianos, que se haba iniciado en el parque; qu lejos pareca lo del parque, como si no hubiese sucedido ni mucho menos aquel da ni aquella semana, ni nunca en realidad! De
dnde iba a sacar l otros quince pavos para unos zapatos como aqullos? Daba igual. No importaba lo ms mnimo.
Dewey dio una voltereta y la insignia del sombrero brill en un crculo. El Peque lo intent, y se le cay del sombrero el cigarrillo de guerra. Lo recogi, y a punto estaba ya de
volver a colocarlo en la cinta del sombrero, cuando tuvo una idea. Se volvi, corri hacia Hinton, se arrodill y se lo dio. Hinton lo cogi, lo sostuvo un segundo en la mano y se lo puso
en la boca. El Peque se lo encendi. Hinton aspir el humo una, dos veces, firme y fro, y luego dej que el humo fuera saliendo de su boca, de su nariz para que la brisa marina lo
capturase y dispersase en la nada. Apag el cigarrillo y volvi a colocarlo en la cinta del sombrero del Peque. Dewey les contemplaba y asenta. Luego, Dewey y el Peque sacaron los
cigarrillos de guerra de las cintas de sus sombreros y se los dieron a Hinton, quien los guard en un paquete semivaco de cigarrillos que tena. La expedicin de guerra haba
terminado. Hinton se volvi y empez a caminar de nuevo hacia el paseo de tablas. Los otros dos le siguieron. No haca falta decirlo. Ahora el Padre era Hinton.
Siguieron por la playa unas cuantas manzanas. Luego se desviaron hacia el interior y se encaminaron a casa. Eran cerca de las seis y en la playa era ya completamente de da.
Las calles an estaban sumidas en intensas y oscuras sombras. La brisa marina levantaba polvo. All el viento ola a sal, a algas podridas, a casas en ruinas, a madera vieja y podrida,
a las basuras de los estercoleros del interior.
Siguieron caminando hasta llegar a la confitera donde se reunan siempre. Haba all algunas chicas, unas sentadas y otras apoyadas en el quiosco. Les haban estado
esperando toda la noche: la mujer de Hctor, la mujer de Bimbo, la mujer de Dewey y la mujer del Peque. Hablaron y las hijas les dijeron que Arnold haba regresado haca unas horas.
Arnold les haba explicado que Ismael haba desaparecido; nadie saba qu le haba pasado. Ellos dijeron a las mujeres de Hctor y Bimbo lo que saban de sus hombres. Las chicas
cabecearon, procuraron mostrarse fras, encendieron cigarrillos y echaron el humo por las narices. Todos se dieron la mano y se separaron.
La mujer de Bimbo se ech a llorar. La chica de Hctor le ech un brazo por los hombros y se alejaron juntas. Dewey y el Peque se marcharon con sus mujeres, abrazados. Hinton
esper a que todos se fueran y entonces se encamin hacia La Crcel.
An estaban ambos lados de la calle cubiertos por la sombra matutina. Haba muchas casas viejas de madera, sin pintar, desvencijadas, que se tenan en pie slo porque se
apoyaban unas en otras. Al final no sera Padre, pens Hinton; a menos que quisiese pelear con Arnold. Pensaba que poda ganarle; no haba matado ya a su hombre y no haba
dirigido una expedicin? Dese tener una chica que le esperase, como los otros. Una chica que le viera luchar contra Arnold y derrotarle como haba derrotado al sheriff. Una chica
que se enamorase de l. Pens de nuevo en una chica. Se vio conquistndola, yendo con ella, al igual que los dems. Se imagin haciendo el amor con ella. No se lo imagin para
excitarse, sino como... algo limpio... dignificado. Si consegua una mujer saba que, en realidad, no le importara lo de ser el Padre, porque si uno tena lo que deseaba, para qu
luchar? No mereca la pena. Por lo menos haba ganado reputacin, y ahora saban que era un hombre capaz de dirigir, aunque no siempre quisiese luchar... y desde luego no por la
jefatura de la Familia. Pero, no haba llevado a casa a los otros dos? Arnold no lo haba hecho; y tampoco Hctor, ni Bimbo, ni Lunkface haban sido capaces de hacerlo. Bastara ser
un hombre importante en el territorio, y llegar a ser, quiz, To. Entonces, podra conseguir una chica fija en vez de tener que ir con el tipo de chicas que eran de todos.
Entr en La Crcel. Era una casa de apartamentos de ladrillo, de cuatro plantas. Vivan en la ltima. Les haba encontrado el apartamento, como siempre, la oficina de auxilio
social, y era el vigsimo lugar en que viva desde su nacimiento, o cinco lugares ms que aos tena. Casi todas las luces del vestbulo aparecan apagadas. Las escaleras estaban
medio desprendidas de las paredes. Alonso las llamaba de flotacin libre. Se detuvo junto a la puerta de entrada y escuch. Deban haber cogido a Hctor, a Bimbo y a Lunkface, y
quizs hubieran hablado. Los policas podan estar esperndole. Slo oy a la juda loca dando vueltas por su casa de la planta baja. Pareca que aquella mujer nunca dorma, siempre
hablando sola... era una bruja. No podas mirarla porque tena un ojo de cristal, una mano como una garra y deca extraas palabras. Haba quien aseguraba, por ejemplo su madre,
que poda hechizarte; pero l no crea en esas cosas.
Esper. No oy nada. Corri el riesgo y empez a subir corriendo las escaleras. Estaba molido. Lo nico que se oa era el crujir de aquellas escaleras de La Crcel... tan duras
de subir.
La ltima planta tena cuatro apartamentos, dos a la derecha y dos a la izquierda. Haba dos retretes en el centro, uno por cada dos apartamentos. Antes de entrar en casa, fue al
retrete. Siempre evacuaba medio de pie, porque no quera sentarse all, pero aquel da no pudo. Estaba demasiado cansado. Las paredes, apenas visibles a causa de la excesiva
oscuridad, estaban llenas de inscripciones; en el poco tiempo que llevaban viviendo en la casa tambin l, sus hermanos, sus hermanas, todos, haban aadido sus propias
consignas. Haba cucarachas inmviles en las paredes. El rumor de la orina cayendo era sonoro, pero familiar y confortante. Sinti una sensacin de relajamiento que impregnaba su
cuerpo; un relajamiento que parta de sus entraas al vaciarse. Apoy la cabeza en la pared y casi se qued dormido. Cuando termin, entr en la celda.
No haba bombilla al final del pasillo. Encendi una cerilla. En la pared, junto a su puerta, escribi un nuevo Norbert a la mierda al final de una larga lista de Norberts a la mierda.
Abri la puerta. Daba directamente a la cocina. Estaba muy oscuro. Dorman all tres de sus hermanos pequeos y una hermana, tambin ms pequea. Nadie se movi en la
oscuridad. En la cocina haba una pila de ropa en el suelo, unas cazuelas con comida fra ya, sobre el fogn, unas cuantas latas de cerveza vacas, alguna lata de comida amediada
que su madre haba olvidado guardar y platos sucios en la mesa y en el fregadero. Cruz la cocina. Al cruzar aquella atmsfera clida e inmvil algunas moscas empezaron a
revolotear. El nio dorma en una cuna con ruedas y lloraba. Hinton le acun una, dos veces, luego le dej y sigui.
La siguiente habitacin era un dormitorio-comedor. Por la puerta abierta de la habitacin delantera penetraba un poco de claridad. Su madre, Minnie, gorda, sudando en el
asfixiante agobio de aquel aire empapado de olor a orines de beb, estaba jodiendo con su hombre, Norbert, que viva espordicamente con ellos desde haca ya unos dos aos. Al
pasar Hinton, aunque sus caras miraban en su direccin y aunque tenan los ojos completamente abiertos, parecieron no verle en absoluto; slo miraban vagamente perdidos en su
direccin. La cara fofa y redonda de Minnie rebosaba placer, pese a que cualquiera hubiese jurado que la estaban torturando de tanto como gema. Tambin Norbert tena la cara
redonda, pero Hinton no la vea claramente; saba que Norbert tena los labios crispados y sonrea, pero en realidad no era una sonrisa. Norbert emita jadeos como si estuviese
exhortando a un caballo a llegar a la meta. La cama rechinaba, con un rumor-placer montono y discordante.
Lrgate de aqu o te atizo dijo Norbert, que siempre deca lo mismo.
Dnde has estado? Me matas a disgustos le interpel Minnie, al tiempo que gritaba, frunca el ceo y cerraba los ojos, rompiendo a llorar.
Hinton entr en la habitacin de atrs. All haba ms claridad. La luz y el polvo de las ventanas apagaban la maana convirtindola en una sbana lisa y gris. Alonso y su hermana
ms pequea estaban juntos en la cama. Alonso llevaba dos semanas sin aparecer por casa. Permanecan all tumbados, desnudos, tapados slo con una sbana. Ella dorma de
espaldas, con la boca abierta y los prpados inferiores tambin abiertos aunque no vea. Alonso tena apoyada la flaca mejilla en la mano y miraba en la oscuridad hacia donde su
madre y Norbert estaban jodiendo. La otra mano colgaba a un lado de la cama y con los dedos jugueteaba en el bongo, porque Alonso andaba siempre con el bongo a cuestas para

que le diese ritmo. Los dedos seguan el comps del crujir de la cama. Hinton miraba a Alonso y oa el crujir de la cama, el gemir del nio, el jadear de Norbert y el suave tamborileo
del bongo una y otra vez. Alonso no mir siquiera a Hinton, pero su flaco rostro tena aquella sonrisa que te haca odiarle; una sonrisa que te deca que l saba todas las respuestas,
que lo haba visto todo y que todo lo que hicieses era estpido, demasiado infantil para malgastar palabras en ello. En fin, qu poda esperarse de un yonqui?, pens malvolamente
Hinton.
Pero, incapaz de contener la emocin de poder mostrarle a Alonso lo que haba hecho aquella noche, dijo:
Sabes lo que pas esta noche, hombre? Sabes dnde estuve? Sabes lo que hice?
Hinton se acuclill junto al bongo, junto a Alonso, para contrselo.
Ves a Minnie y a Norbert? Tic-tac. Tic-tac. Predecible dijo Alonso.
Hinton empez a explicarle su noche.
As que has estado jugando a los soldados, eh Jim? Cundo aprenders, cundo dejars esas cosas de golfillo?
Hinton, tal como haba hecho muchas veces, intent hablarle a Alonso de la Familia y de lo que significaba, de todo lo que les haba pasado aquella noche.
Pero Alonso segua con aquella sonrisa, y nada tena sentido con aquella sonrisa mirndote a la cara.
Jim, no me cuentes eso, hermanomierda. Sabes, yo tambin he pasado por todo eso. Sigue mi consejo, hombre. Slo hay una cosa: gozar. El Ahora. Lo dems no cuenta.
Aprovecha. Aprovecha, porque, sabes, a nadie le importa y, al final, siempre te machacarn. Jim. La nica palabra que cuenta, sabes, es Ahora. Porque si no sube todo en, digamos,
veinte minutos, si no sube, oyes, desaparece todo lo bueno y entonces ellos te hunden y no te dejan levantarte. Lo importante es Ahora.
Era una vieja discusin. Hinton no poda discutirle. No poda decirle a Alonso que l era un yonqui y nada ms, que era una cosa terrible ser yonqui y que por eso no poda
comprender lo que significaba tener una Familia. Pero Alonso pona aquella sonrisa de qu-sabes-t-de-eso, y contra aquella sonrisa no haba nada que hacer. Sin embargo, Hinton
se lo cont de todos modos. Los dedos de Alonso seguan el ritmo. Hinton vio una burbuja de saliva en la comisura de los labios de su hermana y perlas de sudor entre sus pechos.
Cuando termin su relato, la sonrisa de Alonso no haba variado lo ms mnimo, lo que le convenci de que la burla de su hermano no tena lmites.
Se incorpor. El beb an lloraba, pero Norbert y Minnie haban terminado. Hinton pas de nuevo por su habitacin hasta la cocina. Meci un rato al beb, que no dejaba de llorar
ni un segundo. Luego mir a su alrededor y se acerc a ver qu haba en la cacerola que estaba en el fogn; quedaban unas cuantas patatas fritas. Cogi una, se acerc con ella
hasta la cuna y la puso en la boca del nio. El nio dej de llorar y empez a chupar. Hinton cruz de nuevo la habitacin de Minnie. All estaban tumbados, pegados los mofletes,
sonriendo, y la luz les daba ahora un aire dulce y anglico, mientras descansaban para el baile siguiente. Volvi a pasar ante la sonrisa de Alonso y rode la cama, abri la ventana y
sali a la escalera de incendios. Se sent all, con la espalda apoyada en la pared.
Poda ver hasta el fondo de la calleja por detrs de las fachadas posteriores de las casas. La luz era clida, espesa, uniforme, y se derramaba como algo que estuviese hirviendo
en los espacios que haba entre las casas. Los rboles de los patios traseros colgaban cojos y agostados, con las hojas polvorientas. Hinton encogi las rodillas juntas, hasta que todo
su cuerpo qued hecho un ovillo, y sus ojos miraron fijamente por encima de los rboles y de los tendederos de ropa, hacia donde estara el mar si no lo bloquease un gran hotel.
Y al cabo de un rato se ech de costado, con la cabeza sobre el aplastado sombrero y el pulgar en la boca. As se qued dormido.

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