Yurick Sol - The Warriors (Los Amos de La Noche)
Yurick Sol - The Warriors (Los Amos de La Noche)
Yurick Sol - The Warriors (Los Amos de La Noche)
Ismael, el carismtico lder de los Tronos de Delancey, la banda juvenil ms poderosa de Nueva York, convoca una reunin de representantes de todas las bandas de la ciudad,
en un parque del Bronx. A la inusual cita acuden siete miembros de los Dominadores de Coney Island (Pap Arnold, Hctor, Lunkface, Dewey, Bimbo, El Peque y Hinton). Ismael
propone una idea muy ambiciosa (e inquietante): si todas las bandas callejeras de Nueva York se unieran, seran un ejrcito ms numeroso que la Polica y la mafia y podran dominar
la ciudad...
Pero la reunin sale mal, las tensiones son excesivas y estalla la violencia... La tregua se rompe, y en esa larga y calurosa noche del 4 de julio los Dominadores tienen que volver
hasta su territorio, al sur de Brooklyn, cruzando la ciudad y atravesando los territorios hostiles de otras bandas...
THE WARRIORS
(Los amos de la noche)
Sol Yurick
GRIJALBO
tocar el techo de la escalera, nadie arranc trozos de carteles de anuncios, nadie los emborron ni escribi en ellos su nombre. De cualquier modo, aqul era trabajo de Hinton. l era
el artista de la Familia. Bimbo, el Porteador, compr catorce porros, siete para la ida y siete para la vuelta. En la estacin, Bimbo les compr goma de mascar para mantenerles
serenos mientras esperaban el tren. Distribuy tambin migas de pan del depsito de pan: siete dlares por cabeza, por si se separaban.
En el Bronx, ocho muchachos vestidos con jerseys a pesar del calor y con expresiones burlonas en sus asesinos rostros irlandeses, subieron al autobs que cruzaba la ciudad.
Depositaron el importe del billete en la mquina, se dirigieron hacia la parte trasera, que estaba vaca, y all se sentaron tranquilamente. El conductor del autobs sinti que se le
congelaba la nuca. Identific en seguida aquellas largas patillas y aquel pelo a cepillo. Golfos, sucios golfos. Problemas. Estaran all sentados un rato, tranquilamente, hasta que
alguno viese algo divertido (slo Dios saba lo que poda divertir a aquellos animales!) y entonces hara una sea a los dems, que comenzaran a mirar, sealar, murmurar, rerse y,
por ltimo, gritar. Luego, empezara el lo. Podran, por ejemplo, apretar la seal de parada y no soltarla. Cuando el autobs parase, se pondran a saltar en la plataforma de la puerta
trasera. Se insultaran unos a otros, bajaran y subiran de golpe los cristales de las ventanillas. Alguien se quejara, alguna vieja de cara arrugada como una pasa, y entonces l tendra
que hacer algo, tendra que parar el autobs, ir all atrs para decirles que se callaran y, si no le escuchaban, ojal que por lo menos no le zurraran.
A veces, sorprendentemente, hacan caso. Otras le insultaban, dicindole cosas increbles. No es que a l le hubiesen pegado alguna vez, pero conoca conductores a los que s
haban apaleado. l procuraba mantener la mirada fija en la ruta y en los golfos al mismo tiempo. Conduca angustiado, moviendo el cuerpo, eludiendo coches y peatones,
preocupado obsesivamente por el inminente problema que iba a plantearse.
Cuando l era joven, los chavales no se comportaban as. Eran duros, s, pero decentes. Entonces nadie mataba. El mundo estaba desmoronndose. Si por lo menos los polis
utilizasen la tralla. Los golfos seguan all sentados tranquilamente. Haba uno que no haca ms que cruzar y descruzar las manos, embutindoselas en los sobacos, como si tuviera
fro. Otro jugueteaba con los botones de su jersey mientras su pierna se agitaba arriba y abajo incontrolablemente. Hubo uno que incluso se mostr educado y dej sitio a un hombre
para que pasara. Y, por una vez, no se espatarraron insolentemente en sus asientos. El conductor esper durante media hora la inevitable explosin golfa, pero nada ocurri. Por
ltimo, cuando el autobs ya estaba llegando al final de trayecto, uno de los muchachos toc la campanilla de parada. Ahora, pens el conductor. Pero los muchachos se limitaron a
bajar. Se quedaron all tranquilamente, hablando, mientras l se alejaba. Quiz se haba equivocado. Quiz no eran ms que un grupo de estudiantes.
El mocoso que era hijo del propietario del Cadillac grande iba sentado, blando y estpido, entre los dos duros sargentos, en el asiento trasero. Al confiscar el tanque se haban
llevado tambin al hijo del propietario, un esclavo que no perteneca a nadie, porque no queran tener problemas... aquella noche. Le haban medio forzado y medio convencido,
prometindole que figurara en posicin destacada en sus consejos si se una voluntariamente. El chico pareca preocupado, e intentaba poner cara de duro para mostrarse tan
valiente como los dems. Se perciba muy claro que haca todo lo posible por parecer como ellos, los dos que le flanqueaban, los dos que estaban sentados en el suelo y los tres del
asiento delantero. Pero, en realidad, saba muy bien que slo le dejaban ir all porque les haba proporcionado el gran Cadillac de su padre y porque les dejaba conducirlo. Pero
estaba preocupado; era aficionado a pisar el acelerador, pero no tanto ni de modo tan salvaje y aterrador como el chaval que conduca. El general, mirando hacia el sol que colgaba al
borde de la orilla de Jersey, se preguntaba si no deberan deshacerse de aquel esclavo estpido antes de llegar al lugar de cita con Ismael. El general pensaba en lo bien que deban
verse all, en el tanque; sac la invitacin de Ismael, mir el reloj y consult la hora. Llegaban con tiempo.
Luego, el general le dijo al conductor por quinta vez que se controlara, que condujese suave y normal porque, si les enganchaban, amigo, les meteran en el saco, por lo que t
sabes, hombre. El conductor dijo que bueno, que ya lo saba, pero sus manos golpearon la suave piel negra del volante y su pie disminuy la presin sobre el acelerador; aadi como
para justificarse, que no poda evitarlo porque, hombre, basta con que des un toquecito, hombre, para que se dispare el pedal, y en seguida te das cuenta porque todo parece
quedarse quieto al pasar: Comprenda esto el general?
El general inspeccion al conductor para ver si iba gaseado, fumado o bebido. Uno de los hombres de atrs, ansioso, pregunt si poda conducir l. El general quiso saber si el
conductor quera que uno de los machacacrneos de azul le arrease unos cuantos en el pico. Quera eso? Porque en cuanto los parase un poli, sera la porra acaricindoles el culo y
los riones y las pantorrillas, y ellos con las piernas abiertas y apoyados contra una pared o contra el coche. Entonces qu? No haba ninguna chica por all que pudiera largarse con
el lindo regalo de Ismael entre las piernas. Lo saba, lo saba, suspir el conductor, y baj un poco ms la marcha. Por qu no iba a poder l divertirse un poco y conducir tambin,
suplic Ansioso desde atrs. El general no contest.
Pero unos cuantos pipiolos, unos lindos mocosos de la escuela con el pelo a cepillo, aparecieron detrs de ellos a toda velocidad y les pasaron, mirando desde su trasto trucado
con el estruendo oculto bajo la rada capota roja, contemplando las sobrias lneas del Cadillac. Se dieron cuenta de que all tenan unos rivales y empezaron a rerse y a burlarse de la
suave masa negra de resplandeciente hierro de Detroit, sealndoles, insultndoles y rebajndoles. No era cuestin de cazarles y de machacarles. Aquellos tipos saban lo que era un
coche y el suyo tosi y gru, cobrando vida su motor trucado y lanzndose autopista del West Side arriba delante de ellos, amenazando con desvanecerse a lo lejos, pasado el
puente George Washington.
El conductor no poda eludir el desafo. Era cuestin de no quedar mal. El conductor apret el pedal procurando parecer fro, tranquilo, aburrido. Se dijo s mismo: Ah, s?
Vamos, amigo. Y ri entre dientes. El coche canturre un poco y se lanz hacia adelante. El conductor sinti aquella sutil y emocionante caricia de energa transmitirse a sus dedos,
cosquilleando en ellos. Todos queran que su tanque derrotara al trasto trucado, y ninguno pudo evitar los gritos, ni siquiera el general. Sera delicioso alcanzarles y machacarles sin
ms, que vieran con quin estaban tratando. Qu sorpresa se llevaran. Ansioso iba atrs, inclinado hacia adelante, sujetando un volante imaginario, que giraba violentamente en
curvas imaginarias, mascullando ruidos y estruendos de motor.
Al principio, el trasto trucado pareci no alejarse ya ms. Y luego fueron aproximndose a l mientras los lados de la autopista, la orilla y el ro empezaron a pasar corriendo ms
de prisa. Los que estaban sentados en el suelo tuvieron que alzar la cabeza para ver qu pasaba. A pesar de que iban ocho, el coche avanzaba sin esfuerzo, con tremenda energa,
de modo que el conductor senta como si tuviese all toda la fuerza del mundo, y la senta dentro de s, y casi tena ms poder y ms energa de aquel gnero, ms incluso que el propio
general. Los ruidos del que imitaba el estruendo de un motor atrs se hicieron ensordecedores, mientras sus ojos seguan pendientes de su propia carretera particular. Pero el
general record la situacin y le dijo al conductor: tranquilo, tranquilo, tranquilo! El conductor segua discutiendo... pero hombre... diciendo est bien, est bien, ya disminuyo la
velocidad, pero no puedo hacerlo de golpe porque imagnate lo que podra pasarle al coche, o a uno que viniese detrs. Y durante un prolongado segundo ms, su pie sigui hundido
en el acelerador, dndole un ltimo toque antes de alzarse, incapaz de liberarse de la palpitante sensacin que le produca.
El general lade el cuerpo, busc en el bolsillo de la chaqueta y sac el paquete de Ismael, envuelto en papel de regalo a cuadros. Lo hundi con fuerza contra la cadera del
conductor dicindole, hombre, la prxima vez va a caer donde t sabes. Acaso quera el conductor discutir su autoridad? Por que l, el general, estaba dispuesto (en aquel mismo
momento) a bajarse y a demostrarle en un sitio seguro quin mandaba all. Y el conductor aminor la marcha, prometindose una pequea juerga ms tarde. Y lo hizo justo a tiempo,
porque al doblar la curva all estaba aparcado el cacharro trucado. Los del pelo de cepillo estaban fuera, mientras les pona una multa un poli de uniforme azul, casco, botas y extraos
bombachos. Las cabezas de los hombres que iban en el suelo se hundieron rpidamente por debajo del borde de la ventanilla, y el conductor de coche imaginario fren sus labios. Se
preguntaban qu pasara si les paraban. Eran muchas las cosas que dependan de que no les cogieran.
El poli, al doblar la esquina, casi se dio de narices con ellos. Eran unos diez. Parecieron brotar de las sombras, y tenan un aspecto incongruente y brutal bajo los copudos y
frondosos rboles. Caminaban bordeando los cuidados pradillos, avanzando hacia l como la noche misma. Qu hacan aquellos negros en aquel barrio? Seran un grupo de
integracin? Les machacara el crneo con la porra. Todos tenan la misma cara hostil y l slo poda diferenciarlos por el tamao. Seran un grupo de musulmanes negros? Empez
a apretar la porra con la mano izquierda. Seran una banda? Haba ledo que nunca abandonaban su barrio, pero nunca lo haba credo. Aquel grupo era una banda en lucha. Intent
que pareciese que estaba balanceando inocentemente la porra.
No era tanto el miedo lo que le alteraba como la brbara anarqua implcita en el hecho. Nunca haba visto tales grupos en aquel barrio casi residencial. Habran fallado la ley y el
orden? Nunca haban llegado all. Poda detenerles por reunin ilegal. Por qu estaban all? Habra otros ocultos detrs de los rboles y al otro lado de la calle? Qu iran a hacer?
A pegar a los chavales de aquel barrio? Echaran abajo las puertas de las casas y violaran a las mujeres? Lanzaran explosivos para deslucir la fiesta del Cuatro de Julio?
Todos llevaban muchas hebillas de bronce en los impermeables y zapatos de punta afilada. El pelo estirado y liso, pero muy largo, sujeto con cintas anchas, negras y brillantes.
Qu se ocultara debajo de aquellos impermeables negros y cortos: cadenas de bicis, escopetas de caones recortados, cuchillos, sacos de ladrillos, bates de bisbol? Apret con
ms fuerza la porra.
La estrechez de las aceras les oblig a desfilar ante el de dos en dos, como una aterradora parodia de formacin militar. El poli casi se dej arrastrar por el pnico y a punto
estuvo de pasarse la porra a la mano derecha. Pero ninguno de ellos se pavone, ninguno se burl. Siguieron su camino. Pasaron ante l y se alejaron, tranquilamente, sin mirarle
siquiera. Procur mirarles a los ojos, para ver si estaban cargados. Era lo nico que poda hacer sin ponerse en evidencia con algn movimiento en falso, pues entonces saba que se
enfureceran y que sin duda esgrimiran sus armas traicioneras. Se lanzaran sobre l, le pegaran, le patearan. Se abstuvo de mirar atrs. Estaba seguro de que no le perdan de vista
ni un instante. Oa sus pisadas, alejndose, resonando firmemente. Mientras les oyese, estaba seguro. Pero, habra saltado alguno a la yerba? Aquellos zapatos relumbrantes
resultaban indecentes en los cuidados pradillos. Agarr la porra con la mano derecha. La tirilla de cuero se le enganch en la mueca. Era el momento. Tir con fuerza, seguro de que
algn proyectil volaba ya hacia su trasero o su cabeza. Por fin se solt la tirilla y logr agarrar con ms firmeza la porra. No poda soportarlo ms y volvi la cabeza.
Todo el grupo segua su ruta. Continuaban en bastante buen orden, y siguieron hacindolo hasta que le costaba ya trabajo distinguirlos en la penumbra mientras entraban y salan
en las charcas de sombra de los rboles. Mir fijamente en la direccin en que se haban ido. Lo ltimo que vio fue el destello de las hebillas de sus zapatos. Cuando desaparecieron,
camin lentamente tras ellos, golpeando con la porra su mano izquierda. Se preguntaba si debera informar de su presencia al cuerpo de guardia cuando telefonease.
El coche en el que estaba sentado Ismael Rivera no era ni viejo ni nuevo, ni grande ni pequeo. No era, desde luego, demasiado ostentoso. Haba sido conducido cuidadosa y
hbilmente desde Manhattan. La distancia hasta el lugar de cita no era excesiva, pero se haban dirigido hacia el sur, cruzando el puente de Brooklyn y atravesando luego Brooklyn,
para seguir por la cadena municipal de autopistas hacia Queens. Haban bajado por calles laterales, pasando tneles, pasos elevados y cementerios frente a los que pudieron ver los
altos edificios que parecan brotar de las tumbas como mayores y ms distantes mausoleos. Pararon varias veces, pero slo unos segundos, un minuto a lo ms. Intercambiaban
rpidamente informacin y seguan su ruta. A veces se limitaban a intercambiar signos con el centinela, sin parar. La gente estaba celebrando el Cuatro de Julio y el rumor de las
explosiones aumentaba lentamente. El sol colgaba ardiente y firme, equilibrado sobre las cimas de los edificios. Consejero de Guerra mir a Ismael, cabece y dijo: Pronto sabrn lo
que es bueno.
Estaban haciendo tiempo, recorriendo tranquilas calles flanqueadas por casas grandes y apacibles, con pradillos; slo se vean pjaros. Por aqu vive la gente ms rica del
mundo, dijo Secretario. Escuchaban la radio del coche que emita msica de pachanga. Si hubiese algn problema, el locutor transmitira una peticin. Pronto habra la suficiente
oscuridad como para poder dirigirse hacia el Bronx, donde cruzaran la ciudad hasta el lugar de cita, el parque Van Cortlandt.
Ismael iba sentado atrs, relajado, fumando un cigarrillo, impvido tras sus gafas. Los lados de los ojos le quedaban sombreados por las pobladas y largas patillas. Pero lo haba
observado y visto todo: las calles, los cementerios, los rboles, las magnficas casas, las aguas del canal de Long Island y el limpio arco del puente que llevaba hacia el Bronx.
Consejero de Guerra repasaba afanoso los preparativos. Haba muchas cosas a tener en cuenta: algunas bandas se haban asustado; acudiran representantes inesperados; poda
emplazrseles en el mismo lugar que a los soldados suprimidos? Sigui examinando planos y cuadernos de consulta. Hubiese preferido haberlo pensado todo personalmente, pero l
era el Consejero e Ismael el Presidente. As haba sido desde el da en que le conoci, haca cinco aos.
Secretario, que iba sentado junto al conductor, haba estado contemplando por la ventanilla vistas inslitas y maravillosas, mirando asombrado el esplendor de la ciudad, soando
sueos, acariciando la esperanza de cosas que algn da podra tener, con un poco de suerte. Desde luego, pensaba, si las cosas iban bien y el gran plan de Ismael sala segn lo
previsto (cundo haba fracasado Ismael?), podra, sencillamente podra, conseguirlo, triunfar.
Amigo dijo. Eso es vivir. Yo quiero una igual y seal una casa de muros de entramado de madera ante la que pasaban.
Consejero de Guerra mir a Ismael, cabece y dijo:
Tendras que estar deseando tirar piedras contra esa casa.
Secretario comprendi lo que pensaba Ismael y sinti aquel resentimiento que siempre acechaba bajo la superficie. Se vio a s mismo destrozando la casa con sus manos. Aun
as, en secreto, lament que a Ismael no le hubiese parecido bien y no pudo evitar sentir otra vez aquel deseo, anhelante, e imaginarse vagamente con las prendas ms elegantes y
ms caras, pasendose por una indefinida pero impresionante casa con un rico interior televisivo. Fuera habra un coche largo, largo, y resplandeciente, slido, con un montn de
cromo. Tendra una esposa esbelta de inmensos pechos, una rubia, incrustada de piedras preciosas y enfundada en vestidos deslumbrantes; tendra varios nios, nios todos, pues l
era un hombre, un macho, y a pesar de eso ella siempre seguira siendo atractiva y deseable. Habra, adems, mucho dinero, montones de billetes y de piedras preciosas. Todo sera
limpio y satisfactorio.
Pero tienes que admitir, amigo, que saben vivir replic Secretario dirigindose a Ismael.
Admito eso, pero nada ms dijo Consejero de Guerra a Ismael, sabiendo la manera como deba alimentar su odio.
Giraron por la amplia rampa de acceso que suba en arco y conduca hasta el puente.
Oscureci. Poco a poco, todos acudan a la cita, confluyendo en el Parque Van Cortlandt. Llegaban en metro, en coche, en autobs e incluso, algunos, andando. Seguan el plan
de Ismael y a los guas que ste les haba asignado, los cuales, vestidos con pantalones color crema, estaban apostados en los puntos estratgicos. Evitaban las entradas habituales
del parque. Si los policas vean un montn de pantalones crema... bueno, haca calor, no?, y era la moda del ao. Los polis tenan bastante trabajo con cuidarse de que la fiesta no se
les fuese de las manos. Haba ya un chaval en el hospital por unos petardos que le haban estallado en la cara, y an era temprano.
Llegaban guerreros de todos los barrios de la ciudad, de Nueva Jersey y de Westchester. Los guas de Ismael les esperaban en puntos determinados y les encaminaban por
rutas elegidas que discurran, siempre que ello era posible, por senderos ocultos que cruzaban el bosque entre colinas y matorrales, siempre lejos de los paseos. Cuando se saba
que dos bandas estaban en guerra, se les asignaban rutas distintas, lo ms alejadas posibles. Uno tras otro, los guas les acompaaban a travs de aquellas lneas de comunicacin
establecidas de antemano, orientndoles cuidadosamente bajo la cobertura de oscuridad en que slo eran visibles los pantalones crema de los hombres de Ismael.
Mientras avanzaban inquietos por rutas invisibles, cruzando negros campos, les consolaba el saber que simultneamente a ellos iban confluyendo en el lugar de reunin
representantes de la mayora de las bandas de la ciudad.
Benny el explorador, uno de los hombres de Ismael, permaneca al borde de la autopista que cortaba el parque pendiente de la seal del gua del otro lado, que montaba guardia
a la espera de los coches. Cuando haba una disminucin del trfico, transmita la seal a Benny haciendo parpadear su linterna, y entonces ste conduca a los hombres que
esperaban al otro lado. Estaba acuclillado detrs de unos matorrales, mirando fijamente hacia la slida oscuridad, en espera de la seal. Tras l se acurrucaban seis delegados de
los Serafines de Morningside, potentes y mortferos, con un excelente historial de guerra. Sus rostros brillaban levemente bajo la luz de la linterna que llegaba del otro lado. Llevaban
gorras grandes y voluminosas, ladeadas. Uno de ellos, mientras contemplaba los arcos de fuego del Cuatro de Julio que se alzaban en la oscuridad y escuchaba las explosiones,
coment:
No creis que sera sta una buena ocasin para ellos de tirar a matar y arrojar esa famosa bomba A? Quiero decir, bum, pero de verdad. Nadie se dara cuenta.
Eres demasiado imbcil, amigo. Eso es algo que ni se ve ni se oye siquiera, entiendes? Nada. Te mueres antes de que el bum termine. As: Buuu-muerto-um. Puede que ms
rpido.
Bueno, a m qu ms me da? Les estara bien empleado. Todos los cabrones quedaran liquidados. Quiero decir, todos, incluso nosotros, estaramos en el mismo barco.
Menudo espectculo. No te gustara ver esa vieja bomba? Eh, amigo?
- T no la veras.
Bueno, puede que la viese un segundo o as. Menudo estruendo. Buuuum!
Djalo ya, amigo. No seas imbcil.
Al otro lado de la calle parpade la linterna. Benny comunic el mensaje y los Serafines se lanzaron, agachados, corriendo ferozmente mientras sostenan rifles imaginarios como
soldados de cine. En dos segundos estuvieron al otro lado y desaparecieron en la oscuridad. Benny esper a que llegara el siguiente grupo. Ms all de los matorrales, los coches
pasaban silbando, con las luces de sus faros taladrando hojas y ramas.
Arnold y la Familia fueron conducidos a travs de la tierra oscura. Arnold iba en la retaguardia, previniendo cualquier ataque por sorpresa. Chapotearon a travs de una zona
fangosa: haba llovido unos das atrs y Hinton pisaba con toda cautela. Dnde conseguira dinero para otro par de zapatos? Lunkface protega su sombrero de las ramas bajas,
Hctor no haca ms que limpiarse la ropa. Aquel era un ambiente raro, que daba miedo. Los efectos de la bebida se desvanecan y todos se sentan nerviosos e irritables.
El centinela les condujo hasta Benny y volvi a por el grupo siguiente. Benny se volvi y vio a Hctor, con quien haba tenido problemas cuando ambos vivan en el territorio de
Ismael. Pero haca ya mucho tiempo de aquello, pues entonces los dos eran cros. Al ver a Hctor se sorprendi; se la tena jurada. Hctor, por su parte, crea tambin que deba a
justar le las cuentas a Benny de hombre a hombre. Benny era un tipo duro. Nunca ceda ante nadie, salvo sus oficiales; aunque eso perteneca al captulo de la disciplina y no trabajaba
su virilidad. Sin embargo, pens, ahora no era el momento. Ni el lugar.
Se miraron. Benny tuvo que apartar la vista por la seal. Lunkface, que estaba ms cerca, se dio cuenta de lo que pasaba y se ech a rer, burlndose de que Benny desviase los
ojos. Hubo una pausa en el trfico, Benny les hizo seas de que siguieran. Hctor no se movi. Saba que Lunkface lo haba visto. Pap Arnold avanz unos pasos hacia la autopista,
pero retrocedi. Lunkface les observaba detenidamente.
Venga, hombre, t. Muvete dijo Benny a Hctor. Quieres estropearlo todo? Quieres que se nos echen encima los polis?
Hctor empez a moverse, pero Lunkface le puso a mano en el hombro para retenerle. Y entonces Hctor dijo:
A m nadie me manda moverme. Cuando me d la gana, me mover.
Ests paralizando toda la operacin le recrimin Benny.
Haba decidido aguantar, aunque Hctor se burlase de l y rebajase su virilidad delante de los dems. Ya habra tiempo de ajustar cuentas ms tarde. l era un hombre, y en
aquel momento lo ms importante de su virilidad consista en ser miembro del ejrcito de Ismael. Eso significa disciplina, y aguantar cuando tengas que aguantar, o acaso no
conocan todos a Ismael? Benny se dio cuenta entonces de que era ya demasiado tarde para cruzar; haban aparecido ms coches. Lunkface dio la vuelta, se coloc al lado de Benny
y se acomod all. Arnold cogi a Lunkface por un brazo.
Deja que tu to se las arregle solo.
Las luces de los faros centelleaban sobre los matorrales y se filtraban por ellos, salpicando sus caras bruscamente con cambiantes formas de hojas. A lo lejos sonaban los
petardos, y una hilera de sordas explosiones recorri el horizonte. Hctor y Benny se miraron. Hctor esper y luego empez a cruzar la autopista, satisfecho de que su honor no se
hubiese visto menoscabado. Benny le cogi por la manga y le dijo que se estuviese quieto, que esperase la seal. Hctor mir a Benny a la cara. Baj luego los ojos hacia la ofensiva
mano que sujetaba su manga. Volvi a mirar a Benny a la cara. Lunkface daba saltitos murmurando algo que nadie poda or, algo casi animalesco, excitndose para ese momento.
Bimbo se aproxim, mir atentamente a ambos a la cara y esper.
A m no me da rdenes nadie dijo Hctor.
Te las da Ismael replic Benny, invocando su autoridad y dejando por fin la manga de Hctor, dndose cuenta de que haba cometido un error.
No le hagas caso dijo Lunkface. Vamos.
T, muchacho, cierra el pico gru Arnold. Cllate. No digas ni palabra.
Tras ellos llegaba ya otra columna.
Ahora no podis hacer nada cuchiche Bimbo. Calma, hombre.
Yo le conozco dijo Hctor. Y l me conoce a m.
No poda estar controlado; cmo iban a saber que l iba a llamar precisamente desde aquella cabina?
Estuvisteis en ese lo de todas las bandas? Estuvisteis mezclados en eso, Hctor? Dnde est Arnold?
As que ya saban del lo. Eso no era bueno. Se pregunt si debera explicar a Wallie lo de Arnold. El Padre, pens Hctor, probablemente estuviese sentado en una comisara,
sometido al viejo juego de las veinte preguntas que empiezan por qu hiciste... y luego, zas, con el dorso de la mano, y no creas que ests tratando con esos blandengues del
Comit de la Juventud, cabroncete. Plaf, plaf, plaf, bofetada tras bofetada. O estara metido en una miserable celda llena de gente donde habra tenido que luchar para conseguir un
pequeo espacio en el que poder echarse a dormir. Hctor decidi no contrselo a Wallie.
Estamos en una calle que se llama Dos, tres, tres, hombre, al final. Bueno, nos gustara echar un vistazo a la ciudad en el viaje de vuelta. Podras llevarnos?
Era imposible que supiesen que iba a llamar desde aquella cabina.
Estis bien? Quin est contigo? Estn contigo los muchachos? pregunt Wallie.
Qu inquisitivo eres, Wallie. Me parece que no nos aceptas, hombre.
No me vengas con cuentos, Hctor dijo Wallie con voz dura.
Hctor hizo una mueca; estaban apretndole las tuercas, no haba duda.
Estamos aqu unos pocos, uno o dos, y es la calle doscientos treinta y tres, vas a venir? senta un escozor en la garganta; tena que salir de aquella cabina telefnica.
Doscientos treinta y tres y qu ms?
Fuera, los hombres se haban esfumado, estaban ocultos en las sombras; no poda ver a ninguno. Pas un coche patrulla de ronda y Hctor les dio la espalda, pero sin prisa y sin
nervios. Justo lo suficiente para que no vieran la insignia que le brillaba en el sombrero. Pudo apreciar que le lanzaban la mirada dura al pasar, pero era un hombre llamando por
telfono; qu haba de malo en ello? El coche pas sin ms novedad.
Es junto a un tren elevado dijo Hctor a Wallie.
Pero, qu calle es?
Qu preguntn eres, hombre.
Quieres que vaya o no?
Te he llamado, no?
Cmo voy a sacaros de ah si no s dnde estis?
Esto me parece que se llama Calle de las Llanuras Blancas.
Cmo es que habis acabado en el final del Bronx? Habis estado metidos en ese lo, verdad? Tenis algn problema? Hicisteis alguna cosa? Algunos chicos han
muerto.
No. Nada serio. Nosotros no hicimos nada.
Alguien en la crcel?
O podran controlar cualquier cabina a voluntad?
Por amor de Dios, deja de hacer tanta pregunta. Tenemos problemas grit Hctor, e inmediatamente se avergonz de haber dado rienda suelta a su nerviosismo. Ya le
arreglara las cuentas a aquel Wallie por hacerle mostrar debilidad.
Voy para all. No os movis. Hay alguien herido? No os movis. Quedaos donde estis y ya llegar. Una hora. No os movis. Entendido? Si tardo un poco ms, no os
preocupis. Ir.
No estoy preocupado. Espero. Vamos, querido.
No os movis... deca Wallie mientras Hctor colgaba el telfono.
Cuando sali de la cabina telefnica estaba sudando. Entre un edificio y las vas del ferrocarril elevado, pudo ver que el frente de nubes haba cubierto la lima y que los bordes de
puntas blancas de las nubes estaban tragndose la luz. Qu haba querido decir Wallie con lo de si tardaba un poco ms? Cunto ms? Por qu tendra que haber una espera
extra?
El hombre llegar pronto con el autobs de las excursiones dijo Hctor a los muchachos.
Estaban colocados donde pudieran verse unos a otros. Pas por arriba un tren, hacia la parte alta de la ciudad. Otro pas hacia el sur. Se agitaron entre las sombras. Hctor se
haba agazapado donde pudiese ver todos los dems escondites. Al cabo de un rato, sali del suyo y se acerc al Peque para preguntarle la hora. El reloj del Peque tena las once
cuarenta y uno, pero eso pareca un disparate. Escucharon y descubrieron que el reloj no andaba. Eso lo joda todo, pens Hctor. Cunto tiempo haba pasado? Volvi a su
escondite. Se pregunt si tendran que esperar mucho e intent descubrir un medio de saber cunto tiempo haba pasado. Intent contar, pero era demasiado pesado. Dos de los
hombres, Dewey y El Peque, empezaron a hacer el payaso por la acera. Hctor cruz la calle y les orden que se estuviesen quietos. Dewey pregunt cunto llevaban esperando;
estaba seguro de que llevaban horas. Le aburra dar tantas vueltas. Cunto ms iba a durar aquello? El Peque dijo que no poda pretenderse obligar a otro a estar absolutamente
quieto. Adems, no haba polis. Hctor dijo que haba que mantener la disciplina. Por culpa de quin haban tenido que salir del cementerio? Esto calm al Peque, pues estaba algo
avergonzado.
Hctor inspeccion el escondrijo de Hinton. Estaba sentado en un pequeo pasadizo oscuro entre dos tiendas, con la barbilla apoyada en las rodillas, mirando la pared de
enfrente. Sobre su cabeza, un letrero de pintura dorada luminiscente proclamaba que el territorio perteneca a los Jenzaros Dorados.
No deben ser gran cosa coment Hinton. Tienen una pintura muy mala.
Hctor no haba odo hablar de ellos nunca. Pregunt cmo estaban las cosas. Hinton dijo que el asunto estaba en marcha. Lunkface se mova inquieto en la puerta de una tienda,
deseando largarse de all, saltando entre las sombras. No haca ms que pasear y acercarse a los dems para hablar. Hctor le orden que volviese a su sitio. Bimbo se acerc y
pregunt a Hctor cunto crea l que se tardara en llegar hasta all desde donde estaba Wallie. Hctor dijo que no estaba seguro, pero que no poda quedar muy lejos.
Tardamos ms de una hora en llegar aqu.
Pero en metro.
Bueno, l tiene coche. Eso significa que tendra que tardar la mitad, no?
No exactamente.
Quiero decir que un coche tardara la mitad.
As debera ser, pero el camino no es recto. Clmate. Vendr y record lo que haba dicho Wallie de que quiz tardase un rato y que no se preocuparan. Hizo que Bimbo
sacara la botella. Hctor bebi un trago; tambin bebi Bimbo. Luego fue ofreciendo a todos. Esto dej liquidada la botella, pero Bimbo volvi a colocarla dentro del impermeable. A
lo mejor poda necesitarla.
Esperaron. Pas otro tren. Pas una media hora. Pasaron dos parejas. Los chicos apoyados en las chicas, toquetendoles las fachadas. Una pareja caminaba con los labios
pegados y los ojos cerrados. A todos les pareci muy divertido. Los amantes ni siquiera se daban cuenta de que les observaban. Una de las chicas llevaba una radio porttil que
emita canciones de amor bailables. Lunkface tuvo que hacerse el gracioso y sali de entre las sombras pavonendose y bailando muy cerca de ellos, mirando a las chicas meticulosa
e insolentemente. Los chicos dejaron a las chicas para mirarle. Lunkface segua bailoteando. Los muchachos queran dar a Lunkface lo que andaba buscando, pero las chicas les
calmaron. Un da tendra su merecido, pens Hctor, y la Familia le dejara para que supiese lo que era bueno. El da menos pensado sucedera. Lunkface dobl la esquina y
desapareci, y los muchachos se tranquilizaron y siguieron caminando con las chicas. La mano de una de ellas estaba posada en el trasero de su chico y lo apretaba, cosa que
excitaba a la Familia. El otro muchacho no haca ms que volver la cabeza, mirando en la direccin que haba tomado Lunkface. Aquel payaso, pens otra vez Hctor; tendra que
castigar a Lunkface cuando volviesen al territorio. Y si apareca Wallie sin que Lunkface hubiese vuelto? Y si aparecan los polis?
El tiempo segua arrastrndose. No pasaron ms trenes en un buen rato. Dejaran de pasar a partir de cierta hora? Empez a preguntarse si no habra sido un error llamar a
Wallie. Ya casi podran estar de vuelta. Y hasta qu punto podan confiar en l, en cualquier Otro, en realidad? Si Wallie saba dnde estaban despus de lo sucedido aquella noche,
podran los Otros desentenderse de ellos? Hasta qu punto podan fiarse de Wallie? Podan estar seguros de que aquello no era una trampa? Y si estaban avisados los polis?
Y si estuviesen all mismo, a la vuelta de la esquina? Y si Lunkface hubiese cado en sus brazos bailando? Despus de todo, el metro iba hacia el centro de la ciudad. All era donde
estaba su territorio. En aquel tren siempre podran ver en qu direccin deban ir, qu transbordos deban hacer. En realidad, era fcil. Y para colmo Lunkface se pona a llamar la
atencin. Y si aquellos muchachos formaban parte de algn ejrcito, de aquellos Spahies o aquellos Jenzaros, y volvan con refuerzos? Se oy a lo lejos la sirena de un coche
patrulla y Hinton se puso nervioso hasta que se desvaneci. Por qu haba insistido Wallie en que no se movieran de all? Sera una trampa? No. Los del Comit de la Juventud no
actuaban as. Pero, y si haban decidido acabar con ellos de una vez por todas? Y si todo aquello no haba sido ms que una especie de trampa para atrapar a todos los jefes de
banda, a todos los peces gordos, en una red...? Entonces, qu? Bueno, si se era el caso, Ismael haba recibido su merecido. Sera cuestin de acabar con todos los que haban
conseguido escaparse.
Lunkface volvi rindose. Se acerc al escondite de Hctor y dijo que haba dado la vuelta a la manzana y que haba vuelto a pasar a las parejas. Ni siquiera me vieron. Pas muy
cerca y ni siquiera me vieron. Estn todos sentados en un portal, sabes, cayndoles la baba y con los ojos cerrados, y uno de ellos tiene la mano metida en las bragas de su chica y
est palpando el viejo yasabesqu, hombre. Podramos llevarnos a esas chicas.
Vuelve a tu agujero y espera le orden Hctor.
No nos llevara apenas tiempo, hombre dijo Lunkface. Estn a la vuelta de la esquina. Lo nico que tenemos que hacer es acercarnos despacio, atizarles y coger a las tas.
Podramos volver al parque a hacerlo y estar de vuelta antes de que llegase Wallie. Se lo debemos a esas chicas, tenemos que ensearles cmo actan los hombres, no?
Vuelve a tu sitio y espera. Ya tenemos bastantes problemas.
Vamos, hombre, llevmoslas con nosotros! Podemos hacerlo. Si a ese Wallie no le gusta, bueno, y qu, en ltimo caso podemos coger el coche nosotros.
Hctor dijo a Lunkface que se consolase con la mano y que se tranquilizase en su escondite, esperando en la oscuridad. Lunkface hizo lo que le dijo Hctor, pero estaba excitado
y no le gust mucho.
Esperaron. Hctor empez a desconfiar cada vez ms de la palabra de Wallie, quizs porque no debe confiarse en la palabra de nadie. Y cuanto ms esperaban, ms peligrosos
parecan sus escondites. Hctor vio pasar un coche de la patrulla de ronda, a unas dos manzanas; en direccin contraria, a una manzana o as, hacia abajo, pas otro coche patrulla.
Parecan bastante despreocupados, pero, por otra parte, quizs estuviesen cercndoles. Arnold habra esperado, pens Hctor. Y ahora que l era el Padre, obrara con prudencia y
con calma. Las nubes empezaban a flotar sobre la luna, y por un rato pudieron verla. Pero su luz era tenue, y cada vez ms dbil, hasta que al cabo de un rato la luna qued
completamente cubierta. Lentamente, todo pareci ms asfixiante, ms agobiante, y Hctor pudo olfatear algo vagamente relacionado con el humo... contaminacin, quizs.
Hctor tena calor y sudaba; el sudor le haca sentirse incmodo, pero no se quitaba la chaqueta porque tena que moverse rpidamente. Esperaba. Un sbito arroyuelo de sudor
le baj por el costado hacindole dar un respingo. Advirti que llevaba mucho rato sin or los fuegos artificiales. Significaba aquello que haban dejado de lanzarlos porque el barrio
se estaba llenando de policas? Hctor procur convencerse de que todo iba bien; el trfico estaba reteniendo a Wallie. Pero, por otra parte, dnde estaba el trfico a aquella hora
de la noche? Si Wallie les denunciaba, en seguida estara tendida la red, rodendoles, atrapndoles, sin posible salida. Oy de pronto el sonido de un tren que pasaba lejos, en la
parte alta de la ciudad. Hctor pens que esperara hasta que pasara el prximo tren... eso sera tiempo suficiente para Wallie. Si Wallie no estaba all por entonces, sabran
claramente que algo iba mal y se largaran.
Pas el coche patrulla, pero pareci como si estuviesen una manzana ms cerca. O era un coche distinto, que iba ms de prisa de lo que l crea que debiera ir? Pasaron unos
cuantos viejos, sin advertir dnde estaba oculta la Familia... o quizs fingiendo no darse cuenta. Seran polis disfrazados.
Cuando el tren lleg, Hctor ya no pudo soportarlo ms; sali de su escondite e hizo la seal.
Todos surgieron de las sombras, corrieron, subieron traqueteando las escaleras y saltaron las puertas de molinete mientras el furioso taquillero les gritaba, agitando el puo
detrs de las rejas de la cabina.
Se volvieron y le hicieron un corte de manga. El taquillero se dispuso a salir de la cabina. Bimbo blandi la botella. El esclavo se agach en su jaula.
Subieron corriendo el segundo tramo de escaleras hasta el ferrocarril y llegaron cuando ste se dispona a cerrar las puertas. Lunkface se plant entre ellas y las tuvo abiertas
mientras los otros, riendo, se colaban por debajo de sus brazos, uno tras otro, en el vagn.
Pero Hinton se volvi, sac el Lpiz Mgico, y regres adonde estaban los anuncios para escribir el nombre de la Familia, grande, por encima de las marcas de todos los
dems... humillando as a los Jenzaros Dorados y a los Spahies. Acto seguido corri hacia el vagn y se col por debajo del brazo de Lunkface, mientras el conductor, unos vagones
ms all gritaba que dejasen en paz las puertas.
Lo nico que tena que hacer el enemigo era salir de los portales, brotar de los entrantes de los escaparates, y todo el arsenal (nada que los polis pudiesen llamar armas) estaba all
listo para ellos. La Familia no tendra ninguna posibilidad. Pero las casas eran muy viejas, y haba motivos para tirar muebles. Una calle tan ancha nunca era buen sitio para tender una
emboscada. No poda bloquearse por los dos extremos; y en realidad tampoco poda ser controlada desde las azoteas. Por otra parte, los polis podran caer fcilmente sobre todos,
con su fuerza mvil superior, acordonar todo el campo de batalla y meterlos a todos en el talego.
Lunkface rompi la formacin, corri hacia la pila y empez a arrancar la pata de una mesa.
Hctor le dijo que lo dejara y le record que an seguan pacficamente.
No hay que dar a los Borinqueos ningn motivo.
Pero bueno, hombre, crees que van a pensar ellos eso? pregunt Lunkface.
La Familia an no ha roto las hostilidades.
La Familia se senta ya ms segura en aquel territorio. No estaban nerviosos; era slo la tensin del combate, diferenciaban los sonidos en inocentes y peligrosos. Les fastidiaba
el viento. Llegaron a la estacin de la calle Freeman, pero estaba cerrada, y siguieron.
Hinton haba vivido por all, pero ya no le resultaba familiar. Esperaban que all terminase el territorio de los Borinqueos, pero las marcas de las paredes, hechas con tiza, les
recordaron que an estaban en pleno territorio enemigo. Les pas un autobs lleno de locos del hipdromo camino del tren. Lunkface seal y vieron al Profesor all, de pie; pareca
como si an estuviese discurseando sin ningn oyente.
Hctor tuvo una idea. Si pudieran capturar al Borinqueo y retenerlo como rehn. O mejor, le dejaran marchar y eso demostrara a los Borinqueos que sus intenciones eran
honradas. No tocaran siquiera a la ta. Le hiciesen lo que le hiciesen, por muy inocente que fuese, aquella zorra iba a decir que la haban sobado, insultado, y que haban ofendido el
honor de los Borinqueos. Pero no podan pararse a aclarar las cosas, porque tenan que seguir avanzando a ritmo de incursin, siempre alerta, vigilando que no cayese sobre ellos
un grupo. Cmo podran atrapar al rastreador?, se preguntaba Hctor. Si llegaran al territorio contiguo, podran alterar su estrategia y tenderle una emboscada. Pero, dnde estaba
la frontera?
Pasaron ante unos hombres en camiseta sentados a la entrada de una casa de apartamentos. An haba mocosos jugando en la calle. Los hombres haban sacado sillas y cajas
y tenan montada una mesa de bridge. Tambin haban instalado dos lmparas conectadas a sendos cables que salan de un apartamento de la planta baja y que iluminaban una
animadsima partida de cartas. Un beb dorma en un carricoche; uno de los jugadores le acunaba con una mano y sostena las cartas con la otra. Los hombres dejaron de jugar para
mirar a la Familia, cautelosamente, sin atisbo de ofensa. La radio emita msica de pachanga para animar la partida: tambores, bongos y cencerros resonaban en el silencio profundo
de la calle. Cuando pasaron, oyeron que los jugadores empezaban a hablar.
Esperaban el ataque mientras seguan su camino. La tensin se hizo de nuevo ms intensa. Les dolan los msculos, tenan los sentidos embotados por la tensin de estar tan
atentos tanto tiempo, y atisbaban ansiosos la peligrosa noche. Amain el viento. Se asent el polvo. Creci el silencio. Haba ya menos explosiones. El aire se hizo casi palpable; el
sudor empapaba sus camisas y empezaba a empapar tambin las chaquetas. De pronto, cuando pasaban otra estacin cerrada los sonidos que se haban acostumbrado a
interpretar como no hostiles, empezaron de nuevo a parecerles peligrosos. Una explosin como el silbido y el zambombazo de un cctel molotov que se inflama, les sobresalt.
Alguien iba a empezar a rociarles con una pistola de grasa, y Dewey estaba ya para tirarse al suelo cuando se dio cuenta de que se trataba de una traca. Al no ir armados para lo que
pudiese pasar (no tenan siquiera un cuchillo entre todos), les preocupaba la posibilidad de no lograr hacerse con un arma defensiva a tiempo para repeler cualquier agresin.
Adems, si aparecan en coche... todo estara perdido. El modo que tena el Peque de volver la cabeza, en sbitos tirones, significaba que todo le asustaba. Si perda el control y
echaba a correr, todos se desmandaran. Hctor deba impedirlo a toda costa. No saba cunto territorio les quedaba an por recorrer. Misteriosas ventanas abiertas se alzaban
negras, sobre ellos, en los edificios de apartamentos. Alguien podra estar acechando en cualquiera de aquellas ventanas, dispuesto a cazarles. No era como una incursin en
territorio de sus enemigos tradicionales, que conocan tan bien como el suyo propio; saban cmo regresar a casa sin problemas y en qu escondrijos estar seguro si haba una caza.
Pero, all, dnde podran refugiarse?
Entonces, a Hctor se le ocurri la idea. Transmiti la orden a Bimbo, Lunkface y Dewey. Bimbo se retras para comunicrsela a Hinton. Al mismo tiempo, Dewey se adelant e
hizo lo propio con El Peque. La falda blanca de la chica an se agitaba tras ellos; y aunque el rastreador tuviese tentaciones de renunciar y dejar el asunto, aquella ta le obligara a
seguir para que defendiera su honor. Ella quera conseguir una insignia aquella noche, pens Hctor. Bimbo y Dewey volvieron.
El Peque empez a avanzar a paso ligero. Hctor, Bimbo, Lunkface y Dewey aceleraron tambin. Pero Hinton demor el paso un poco. Empezaron a perder de vista a sus
seguidores. Y an ms cuando las vas doblaron una esquina y la ruta del tren dej el Bulevar Southern y sigui bajando por la Avenida Westchester. En cuanto doblaron la esquina, se
abrieron en abanico y se escondieron en las entradas de las tiendas. Luego pas Hinton y alcanz al Peque, que haba aminorando el paso. Unos minutos despus, aparecieron la
zorra y el Borinqueo. En cuanto dejaron atrs el sitio donde estaban emboscados los otros, el Peque y Hinton se volvieron y se lanzaron hacia los perseguidores, que se volvieron y
echaron a correr en direccin contraria, justo cuando los cuatro Dominadores salan de sus escondrijos. Les rodearon, les capturaron y les sujetaron. El rastreador saba lo bastante
como para estarse quieto, pero la chica no dejaba de moverse, insultarles y gritarles que le quitaran las manos de encima, mientras Dewey deca, riendo y enseando unos
grandsimos dientes a lo japons Segunda Guerra Mundial:
Aaah, sss, capitn Valiente! Est sssorprendido?
La chica empez a gritar hasta que Lunkface, que era quien la tena cogida, le tap la boca con su manaza.
Si sigues levantando la voz le dijo Hctor, te haremos algo que te har gritar de verdad. Estate callada delante de esta Familia, entendido?
Ella dej de forcejear.
Luego, Hctor les dijo que no quera guerra, lo entendan? La zorra dijo que ellos no necesitaban ninguna guerra. Por qu no le daban una de las insignias y ya estaba? El
rastreador le dijo que se callase y ella le llam estpido por haberse dejado atrapar de un modo tan tonto.
Hctor intent explicarlo otra vez y les pregunt si estaban dispuestos a volver para decirles a los otros que pasaban en son de paz, o si les iban a obligar a llevrselos como
rehenes, como medida de seguridad. Lunkface quera quitarle el sombrero al Borinqueo, pero Hctor no le dej. El rastreador dijo que, por su parte, no le importaba que siguiesen en
son de paz, y que as se lo dira a los otros. La chica dijo que qu clase de hombre era para rendirse a aquellos palurdos que no se saba de dnde eran. El rastreador tena que
mantenerse firme y no ceder. Le orden que cerrase la boca porque ya se estaba cansando. Pero ella, aunque ahora sin alzar la voz, sigui insultando a todos, dicindoles que no
valan nada, que eran medio hombres, y que si queran llegar a casa enteros no tenan ms que complacerla dndole una de sus insignias.
La Familia solt la carcajada y todos pensaron que ojal tuviesen tiempo para ensearle lo que hacan ellos con las tas bocazas y descaradas... algo que ella estaba pidiendo a
gritos. Aun as, y ellos haban conocido a muchas buenas, deban admitir que no les tena ningn miedo, ni una pizca, y que su coraje superaba con creces el del rastreador, que
permaneca quieto y no abra la boca. Le registraron, descubrieron que llevaba un cuchillo, y se lo quitaron. Botn de guerra. Quisieron registrarla a ella tambin, pero vieron la cara que
pona el rastreador. No tena objeto crear problemas innecesarios. Queran interrogar al rastreador, preguntarle cuntos soldados les seguan; si tenan tanques; por qu lado
apareceran. Pero el rastreador invoc el honor de su banda y se neg a hablar. Mir a la Familia de arriba abajo, a su modo fro e hispano, irritndoles. Desearon darle una leccin
para que aprendiera, con unos cuantos cortes de su propio cuchillo, pero no tena objeto hacerlo.
Mientras tanto, la zorra segua insultndoles a todos, pero sobre todo al rastreador. Qu poda hacer l?, se preguntaba Bimbo. Ella le llam mediapolla, mediohuevo, imbcil, y
no sudaba de calor la ta, no, sino de odio; l le dara una buena paliza cuando la cogiese otra vez, por hacerle quedar como un imbcil a los ojos de aquellos extraos sonrientes. Por
su parte, La Familia despreciaba a aquellos Borinqueos; ninguno de ellos controlaba a sus mujeres.
Y entonces, a Bimbo se le ocurri la idea: y si estuviesen montando una comedia para retenerles all? Era hora de continuar la marcha y dejar aquel territorio asfixiante y
peligroso. Bimbo transmiti los avisos de marcha rpida. Hctor transmiti la seal a los que sujetaban a los prisioneros, y stos soltaron al rastreador.
Andando, amigo dijo Hctor y no digas ms que esto: cruzamos en son de paz.
El Peque se desplaz para ocupar su posicin de vanguardia. La zorra les insult y el rastreador empez a arrastrarla para llevrsela, pero ella se solt, le abofete y se lanz a
por la insignia de Lunkface. Sin embargo, Lunkface se agach un poco y ella err.
La Familia empez a ponerse en marcha, con Hinton a la retaguardia, cuando Lunkface dijo:
Si tanto quieres una de estas insignias, chica, no tienes ms que venir con nosotros. Nosotros somos los hombres, sabes. Nosotros, sabes, somos los que mejor lo hacemos, y
somos los ms grandes de toda esta gran ciudad. Todo el mundo conoce a los Dominadores. Seras como una hermana para nosotros, entiendes?
Fue lo peor que poda decir, porque el rastreador les lanz una mirada que, en otras circunstancias, podra haberle costado uno o dos cortes, una quemadura de bala o un
cadenazo en los morros. Hasta el cauto Bimbo dese borrar aquel irritante orgullo hispano de su cara, pero Hctor le contuvo.
T le dijo a la zorra. Lrgate.
La zorra ni se inmut. Le hizo una mueca sonriente a Hctor y le dijo:
Qu pasa, chico, es que te parece que no eres suficiente hombre para m?
Pero Hctor era templado y estaba acostumbrado a que le provocaran, as que ni siquiera se molest en contestarle. Hizo una sea y los hombres iniciaron la marcha.
Me dars tu insignia? pregunt la zorra a Lunkface.
l contest que s, que se la dara. Ella les dijo que ira con ellos. El rastreador advirti a la zorra que recibira su merecido. Que le estara bien lo que iba a pasarle. Ella replic
que no pensaba volver a aquel territorio de castrados y capones, y sigui a la Familia. Recorrieron una manzana, ya ms tranquilos, ms de prisa; pero al cabo de un rato
descubrieron que el rastreador an les segua y esto les puso un poco nerviosos otra vez. La zorra dijo que no tenan que preocuparse porque los Borinqueos apenas tenan tropa
aquella noche. Casi todos los guerreros estaban con las tracas y los cohetes, esparcidos por un sitio y por otro, y dudaba que pudiesen localizar a ms de cinco o seis hombres.
Adems, de cualquier modo, ya casi estaban en el lmite del territorio.
Al pasar vieron que, en las paredes, los enfrentados Castro Stompers y Borinqueos se insultaban con tizas multicolores, mientras que los Lesbos de la Avenida Intervale decan
resbal, cay, se levant y sigui corriendo como antes, en la misma direccin. Pero el rumor de gemidos y llantos le sigui, paso a paso, burln, inundando el tnel con una risa
gemebunda al mismo tiempo. Y aquel rumor le delataba ante el mundo como un cobarde, como un ser dbil. Qu habra hecho pap Arnold? Qu habra hecho Hctor? l era un
hombre, se dijo. Un hombre! No haba peleado y aguantado? No se haba emborrachado? No haba conservado el temple? No haba robado sin que le cogiesen? No se haba
tirado a aquella zorra... tambin? No haba liquidado a aquel tipo? Y por qu un hombre como l se converta tan fcilmente en un nio? No haba aprendido haca ya mucho que si
uno lloraba los dems se rean de l, incluso tu propia madre, o aquel hijoputa de Norbert, el novio de su madre? Lo mejor en este mundo era secar las lgrimas antes de que brotaran
de los ojos, y ahogar los gemidos desde el principio, porque, de lo contrario slo se consegua hacer el ridculo.
Pero AQUELLO no renunciaba tan fcilmente. No haba modo de superarlo. No haba nadie all... Nada en absoluto. Slo la oscuridad... y formaba parte de ella. Jams, en toda
su vida, haba estado tan solo. Aquello le converta en un nio pequeo, un quejica, cosa que jams se haba permitido ser. Se prometa que, en cuanto recuperara el aliento,
empezara a rerse a carcajadas de s mismo por la clase de Dominador que no haba sido. Y si los otros tambin hubiesen escapado y estuviesen detrs suyo, rindose,
espindole, probndole como le haban probado al entrar en la banda? Esto le hizo detenerse. Se volvi y mir atrs. Grit:
Bueno, ya est bien. Ya s que estis ah. Salid. Estaba bromeando.
Contuvo el aliento y escuch. Slo oy rumores y susurros. Slo vio unas cuantas pulgas de agua muy grandes que entraban y salan de los crculos de luz.
Que se vayan a la mierda, a la mierda, a la mierda murmur.
Se senta cada vez ms furioso. De pronto empez a gritar, fuera de s, por lo que aquella Familia le estaba haciendo; se arranc el sombrero y lo tir, lo pisote, junto con la
insignia; corri a la pared y escribi con el dedo en la costra de polvo: Hinton D. se caga en los Dominadores desde el padre y la madre hasta el ltimo hijo y todos los hermanos.
Y pens, vale, se metera en un nicho y esperara. No saba qu, pero esperara. Se acurrucarra all, metera la cabeza entre las rodillas y esperara a que llegasen los polis o su
Familia o AQUELLO y le cogiesen.
Hara eso y slo eso porque ya llevaba das y das sin estar en un sitio tranquilo.
Pero lo que acababa de hacer le aterr de pronto, porque le aislaba terriblemente. Y aunque los dems no pudiesen verlo, era como si de algn modo la Familia supiese lo que
haba hecho y eso significaba que quedaba fuera, para siempre. Cogi el sombrero, lo arregl, limpi la insignia, volvi a colocarla en el sombrero, recompuso el estrujado cigarrillo
de guerra, borr con la manga lo que haba escrito y sac el Lpiz Mgico para escribir, esta vez, el nombre de su Familia; con esto quera demostrar que no haba sitio en aquella
ciudad, ni siquiera aquel tnel, donde no estuviese, o hubiese estado, su Familia. Este acto le tranquiliz, le confort, y ya pudo seguir.
Al cabo de un rato, dobl otra curva y all estaba la estacin. Aminor la marcha y avanz con ms cautela, mirando para ver si haba polis en el andn o si alguien poda
localizarle. Observ atentamente, y cuando las pocas personas que haba no miraban hacia all, subi la escalerilla del extremo del andn y al fin, se vio en la estacin de la Calle 110.
Ahora todo era ya cuestin de llegar a la estacin de Times Square y trasbordar al tren que iba a Coney Island. All encontrara a la Familia. Si haban escapado, aqul era el lugar
para encontrarse. Estaba seguro.
Se senta nervioso y un poco avergonzado de s mismo. Le haba pasado algo que no comprenda. Se alegraba de que nadie le hubiese visto, pero tena la sensacin de que
aquello estaba all, escrito en su cara, en su ropa, para que todo el mundo supiese lo que l era. Se pregunt cuntos de los otros habran sido capaces de hacer lo que l haba
hecho, caminar por aquella oscuridad solo... La respuesta no le tranquiliz.
Al cabo de un rato lleg el tren que iba en direccin sur y lo cogi. Bajo la clara luz del tren, en el cristal de una ventanilla, vio que sus ropas estaban manchadas de agua sucia, de
yeso, llenas de salpicaduras como de tiza. No se sent. El taln del calcetn derecho haba desaparecido con el roce y tena en carne viva el tobillo. El zapato an se sostena por la
estrecha tira de cuero y tena que mantener los dedos encogidos al andar para que no se le saliera. Tena la palma de una mano rozada y ensangrentada. Se quit el sombrero.
Estaba manchado de agua sucia. La insignia no brillaba, y el cigarrillo estaba parcialmente roto, habindose desprendido tabaco por la cinta. Record lo que Lunkface le haba hecho.
Se pregunt si Lunkface sera lo bastante hombre para recorrer aquel tnel oscuro como l. Por supuesto: Lunkface lo habra recorrido sin ningn problema, sin vacilaciones. Ser
como Lunkface era lo mejor del mundo.
Hinton se sent. Se retrep en el asiento, pesaroso, incmodo, sin atreverse a dormir por miedo a pasarse de estacin.
ponerse de pie, Bimbo se le ech encima. Ella se levant de todos modos. Con Bimbo sujeto en los hombros, se volvi, hizo un movimiento brusco y se lo sacudi. Hctor estaba
rindose, pero ella se volvi en su direccin y le atiz con el libro de bolsillo, derribndole, al tiempo que prorrumpa en un largo y gemebundo lamento diciendo que una mujer no
estaba segura en ningn sitio y que aquellos hispanos, aquellos negros, aquellos extranjeros, no respetaban la edad ni la maternidad ni el cabello gris ni el decoro, lo que inmoviliz a
los tres muchachos un segundo, en el que se quedaron all como nios pequeos mientras ella les rea, y a punto estuvieron de ceder y marcharse.
Pero la voz empez a hacerse ms aguda, y no podan permitir que les dejasen en ridculo de aquel modo, adems una mujer. Lunkface intent atizarle en la boca, para que la
cerrara de una vez, pero en la oscuridad medio err el golpe y ella cay de rodillas por el impacto. Entonces empez a gritar QUE ME VIOLAN!, con una voz ms retumbante que
los explosivos de la fiesta y que sin duda llegaba al otro lado del Hudson. Si haba algn poli en unas cuantas manzanas a la redonda, por fuerza la oira; tendra que or los gritos de
aquella vieja zorra.
Hctor se incorpor. Bimbo estaba levantndose y Lunkface intentaba recuperarse del impacto para atizarle de nuevo. Ella enarbol el bolso, golpe a Bimbo en la cara y ste
empez a sangrar por las narices. La sangre pronto empap el bigote de Bimbo, cosa que le sac de quicio y le hizo llevarse la mano al bolsillo para sacar el cuchillo. Quin era
aquella ta para hacerle aquello a l, a un hombre, a un hombre como l?
La mujer estaba all, de pie, con el uniforme abierto, la enagua rota y enrollada en la cintura, y un gran pecho fuera del sostn, balancendose rtmicamente mientras gritaba sin
parar QUE ME VIOLAN!. Y Hctor intentaba sacar de all a Lunkface, que an no se haba subido los pantalones e intentaba lanzarse sobre ella. La mujer tena las gruesas piernas
muy separadas, y cuando Bimbo se acerc por detrs para meterle el cuchillo, o al menos parte de la hoja, el bolso le alcanz de nuevo detrs de la oreja, volvi a derribarle y le hizo
perder el cuchillo entre la yerba, de modo que al agacharse para buscarlo, aquellas grandes piernas empezaron a pisotearle.
QUE ME VIOLAN! aullaba ella, con el gorrito de enfermera saltando en su pelo canoso, an sujeto por el imperdible. QUE ME VIOLAN!
Hctor se lanz hacia ella, de cabeza, pero recibi un golpe en la cara con la mano abierta y rod por el suelo.
Que ME VIOLAN! gritaba, y los tres comprendieron que era hora de largarse.
Hctor se alej arrastrndose, luego se incorpor e intent alejarse de all cuanto antes. Grit a los otros que le siguieran. Bimbo corra alrededor de la mujer agitando un puo,
pero pronto se uni a Hctor. En cambio, Lunkface no se daba por vencido. Ella se lanz a por l. Le abofete, una, dos veces, aullando QUE ME VIOLAN sin parar, y le derrib,
cosa fcil, porque an tena los pantalones en los tobillos. Intent escapar arrastrndose.
QUE ME VIOLAN! grit ella, y le dio una patada con sus zapatos blancos. QUE ME VIOLAN, QUE ME VIOLAN, QUE ME VIOLAN!
Te matar. Te matar gritaba Lunkface mientras ella segua atizndole, bailando alrededor de l, dndole patadas en el culo desnudo, agitando los brazos, haciendo girar el
bolso, con una teta brincndole. Los otros volvieron uno por cada lado y le atizaron, cosa que le quit algo de fuelle. De todos modos, continu aullando un que me violan sordo.
Cogieron a Lunkface, le pusieron en pie y echaron a correr. Pero ella recuper el aliento y empez a gritar de nuevo. Se le haban cado las gafas y segua tras aquellas formas que
slo confusamente distingua. Bimbo y Hctor iban ahora delante de Lunkface. No podan quedarse all y esperar que llegasen los machacacabezas. Lunkface saltaba, intentando
correr, tratando de subirse los pantalones, queriendo escapar de ella. Pero no podan.
Adems, los polis lo haban odo y llegaban coches patrulla por todas partes. Bimbo y Hctor se vieron ante un poli que le atiz a Bimbo con la porra en el plexo solar, hacindole
caer al suelo y vomitar a cuatro patas. El otro poli le quit de un manotazo a Hctor el sombrero, le agarr por el pelo y le alz; qued en el aire, rozando el suelo con las puntas de los
pies, con los ojos cerrados y sujeto por el puo de la ley.
Otro poli meti el coche patrulla en la yerba tras ellos, sali corriendo, agarr a Lunkface, le atiz en el trasero con el can de la pistola y le hizo levantarse y quedarse all quieto,
con las manos en la cabeza y los pantalones an en los tobillos.
Sbete los pantalones orden un poli.
Lunkface se agach. Otro poli le atiz una patada. Cay de bruces. Un tercer poli le alz por un brazo y le lanz hacia los otros, llegaron ms coches y les iluminaron con los faros.
Todo estaba lleno de policas. Preguntaron a la mujer qu pasaba. Ella estaba deshecha en lgrimas. Su mano temblorosa sujetaba las solapas del uniforme mientras contaba el
cuento de que haba salido a tomar el aire y que la haban asaltado aquellos golfos obsesos. Es que una mujer, una mujer sencilla, una madre incluso, una abuela, no poda ya andar
segura por la ciudad? Es que nadie iba a poner coto a aquellas bestias? El poli oli el alcohol de su aliento, pero al ver a Lunkface all de pie de aquella manera se enfureci y
cabece cordialmente, dando una palmada en el hombro a la mujer y dicindole que bueno, que no se preocupara, que ahora ya estaba segura. Aquellos golfos tendran su merecido.
Ni Bimbo ni Lunkface decan nada. Saban que era intil. Pero Hctor intent largar una explicacin a un poli, el cual lo golpe hacindole sangrar por la boca y rompindole la
nariz y un diente. Otro poli dijo que le dejara, pero los dems estaban furiosos... Aquellos chavales asaltando a una mujer as. Y les atizaron un poco ms al meterles en los coches. Los
chicos no dijeron nada. Les llevaban a la comisara, donde todo sera mucho peor.
falda corta, seguidas de vagabundos hambrientos, suban y bajaban en grupos, chillando, abrindose paso entre el calor y entre su propio agobio. An se oan por all pequeas
explosiones; en aquella zona la gente segua celebrando el Cuatro de Julio. Termin la naranjada y el perro caliente, pero no qued satisfecho. Senta an ms hambre. Pidi una
hamburguesa y un zumo de uvas. El chico del mostrador le dijo:
Pdeme todo lo que quieres de una vez, entendido? No puedo andar yendo y viniendo por tu culpa toda la noche.
Hinton dese tener valor suficiente para contestarle como se mereca. No haba matado l a su hombre? No se haba hecho ya con una reputacin? Pero record tambin el
tnel y se sinti avergonzado. Aun as, quin lo saba?, se pregunt. l lo saba, se respondi. Comi la hamburguesa, bebi el zumo de uvas y pens que, si la Familia hubiese
estado all con l, aquel esclavo no se habra atrevido a hablarle as, porque le hubiesen destrozado el negocio y ahogado en su propia naranjada, por cabrn. S, lo habran hecho.
Pero Hinton saba que solo no poda darle su merecido. An no.
Pasaban tambin maricas escandalosos de caras empolvadas, que parecan flotar en vez de caminar; meneaban el culo, llevaban el pelo teido y se pintaban los ojos. Les
seguan sonrientes marineros y, por su expresin, veas claramente que buscaban camorra. Iban a darles su merecido a aquellos maricas en cuanto se insinuaran... En fin, a Hinton
tampoco le gustaban los maricas, y record la voz que le haba cuchicheado, tentadoramente. En aquello te convertan si conseguan cazarte.
Termin de comer y se alej de all. Pas ante un quiosco de peridicos. Un titular deca algo sobre la reanudacin de las pruebas con la bomba atmica. Pas los locales de
Pokerino, donde haba gente jugando toda la noche. Chavales aburridos esperaban algo que les pusiese en accin. Hinton saba muy bien lo que era aquel tipo de espera. En los
escaparates, elctricos muecos de hula-hula con grandes cabezas meneaban sus traseros; miles de relojes suizos tictaqueaban distintas horas; pjaros siempre sedientos bajaban
sus largos picos delicadamente y beban sin cesar de la pila con agua imaginaria (Hinton pens en comprar uno); grandes muecas de ojos inocentes y con vestidos de gasa miraban
impertrritas lo que se pona frente a sus ojos azules... un cartel colgado de un rollo de alambre que iba de un extremo a otro deca: MOVIMIENTO PERPETUO. CMO SE LOGRA?
Y, detrs del cartel, una hilera de naipes mostraba fotos de chicas desnudas de grandes tetas. Vio ms tipos andrajosos, muchos mendigando, y stos eran los ms aterradores
porque tenan extraas y deformes caras, y sus cuerpos parecan mal ensamblados. Aunque Hinton haba odo que todos eran farsantes, que todo era fingido, por ello no dejaba de
horrorizarse.
Se le acerc un chaval, no mucho ms joven que l, y le pidi:
Seor, dme veinte centavos para poder pagar un sitio donde dormir.
Hinton no le contest y el chaval grit:
Vete a tomar por el culo.
Pero no demasiado furioso, ms bien como si fuese lo que tuviese que decir, y continu.
Pasaban turistas, que en realidad no vean lo que les rodeaba. Te dabas cuenta por su mirada de asombro y sus cabezas en constante movimiento, y porque, como tenan que
verlo todo, no vean nada y eso haca que pareciesen tambin locos y disparatados. Pas una chica gorda, de pelo naranja, ofrecindose por dinero y con aire de estar muy satisfecha
de s misma; sin duda por ser gorda, pens Hinton, no como la chica del urinario. Los polis patrullaban, balanceando las porras, siempre alerta, pero dispuestos slo a ver lo que no se
pagaba. Claro que eso no era nuevo, pens Hinton; eso pasaba siempre, fueses adonde fueses. Y pudo ver tambin a los traficantes distribuyendo toda clase de sueos. Saba que
all poda comprarse cualquier tipo de viaje, incluso algunos de los que l nunca haba odo hablar siquiera. Pero no estaba dispuesto a que le pasase a l lo que le haba pasado a
Alonso.
Lleg al final de la manzana, dobl a la derecha en la Novena Avenida, cruz la Calle 92 y dio la vuelta de nuevo hacia Broadway. Tuvo que parar y tomar unos trozos de pizza y un
zumo de pia porque volva a morderle el hambre. Termin y sigui su camino. Pas por delante de varios cines y mir los ttulos y las fotografas que haba detrs de los cristales. En
uno de los cines proyectaban pelculas nudistas toda la noche. Pens en la posibilidad de entrar. Pero podra perder el contacto con la Familia. Pas por delante de una lechera y
entr a tomarse un vaso de leche. Esto no le calm del todo el hambre, as que pidi adems un malteado de chocolate. De seguir as se quedara sin dinero en seguida, pero qu
poda hacer, era inevitable, tena que comer. Sac el dinero y empez a contarlo. Un viejo vagabundo, hambriento y desdentado, le mir con los ojos achicados, y Hinton volvi a
guardar la pasta. Estaba seguro de que an le quedaba bastante. Tena cada vez ms hambre. Camin un poco ms, entr en un estanco y compr un puro barato y unos caramelos.
Encendi el puro, se puso a fumarlo, chup el caramelo y sali a pasear un poco ms.
Entr otra vez en el metro. Pas por un saln de juegos que tena en medio un gran mostrador de comidas. Se detuvo en l y pidi patatas fritas, una empanadilla y un zumo de
tomate para poder pasarlo todo. Dej el puro en el borde del mostrador, junto al codo, mientras coma. Una mquina automtica tocaba los ltimos xitos una y otra vez, pero Hinton
no poda entender bien la letra con el rumor de los que hablaban, el retumbar de los trenes, el tiro al blanco, el ruido de los juegos y los pitidos. Se balanceaba y masticaba al ritmo de
la msica. Cuando termin, se volvi a recoger el puro pero no estaba. Alguien lo haba robado.
Se acerc al quiosco de peridicos de la galera de de juegos y mir a las chicas de grandes pechos de las portadas de las revistas; pero el quiosquero le observaba con
suspicacia, as que compr un montn de dulces, llenndose el bolsillo de chocolatinas, barras de anacardo, pasas cubiertas de chocolate, frutos escarchados. Uno de los peridicos
deca que alguien haba demandado a una actriz famosa por divorcio, alegando adulterio, y apareca una imagen a toda plana de una hermosa rubia de inocente sonrisa.
Dio una vuelta por la sala de juegos, observndolos. Vio pasar a alguien por el rabillo del ojo y se volvi, comprobando que le segua un extrao y pequeo esclavo andrajoso.
Mir con ms detenimiento y vio que era l mismo. Se reconoci por la insignia. Se contempl detenidamente, pensando que podra ser uno de esos espejos deformantes, pero no lo
era. Su aspecto se deba a las cosas que haban pasado durante la noche, a la huida, a la lucha; sa era la causa de que su ropa estuviese sucia y andrajosa. No era extrao que los
dems le mirasen como si fuera un esclavo, como todos los dems esclavos con los que se haba cruzado all. Mir de nuevo y se irgui hasta ver en el espejo un guerrero, un
Dominador, un miembro de la Familia. Luego continu su camino.
Prob una ametralladora contra luces parpadeantes que tericamente eran pilotos japoneses y alemanes. Dispar a una luz que parpadeaba cruzando un marcador y que
pretenda ser un avin en el cielo. A su lado haba un altavoz y poda or el rumor de las ametralladoras y el estruendo de los cazas que perseguan a los aviones enemigos; pero
sonaba como muy lejano y no quedaba bien, aunque logr acertar muchas veces y consigui una buena puntuacin; el arma ni siquiera le haca temblar la mano. Dej aquello y sigui
dando vueltas por la galera, comiendo dulces, preguntndose por qu seguira teniendo hambre. No poda dejar de comer. Haba por all gente deambulando que le lanzaba la mirada
dura, calibrndole y situndole, intentando ver si poda ser presa fcil. No se atreva a demorarse en ningn sitio demasiado tiempo. Procuraba mantener un aire fro, lo ms fro y duro
posible, a pesar de su ropa, para demostrar que era un cazador y no una presa. Le miraban y miraban su insignia. Saba que la insignia era una provocacin, un motivo de lucha. Todo
el mundo vea que pertenecas, que tenas algo, que eras alguien. Eso les volva locos y queran arrebatrselo y hacerte como ellos. No poda quitarse la insignia porque el hacerlo le
reducira a la misma condicin que los otros.
Pas ante una cabina. Haba alguien de pie al fondo de un estrecho pasillo, mirndole, y se volvi. El vaquero meda ms de dos metros, era ancho de hombros y tena las armas
perpetuamente colocadas en la posicin de saque rpido. Era joven, viril, limpio. Los ojos azules e inocentes, el sombrero sobre los ojos. Llevaba una camisa vaquera a cuadros
azules chillones con cordoncillo blanco, pauelo de seda escarlata, un gran sombrero blanco y las cartucheras bajas, con sendas cuarenta y cincos grandes y amenazadores. Luca
una insignia. Era el sheriff.
El sheriff estaba colocado a poco ms de tres metros del mostrador y un letrero deca: PRUEBE SU SUERTE CON EL HOMBRE MS RPIDO DEL OESTE. SOLO DIEZ
CENTAVOS. Haba un pueblo pintado alrededor, entres paneles, detrs del sheriff. Su imponente figura bloqueaba la calle principal. Las luces de arriba caan como la luz del sol en la
parte ms prxima de aquel pueblo pintado de amarillo, dando al conjunto una sensacin de calor y de oeste. Detrs del sheriff el ambiente era ms fresco, verde, invitador. Haba una
barandilla delante de la cabina, y en ella un control para echar las monedas y una canana curvada en la que podas colocarte como si fueses llevndola. De la canana colgaban dos
revlveres con una conexin elctrica.
Hinton se lo pens un rato mientras coma una barra de caramelo. Poda olerse el caf caliente y sentirse el calor de las rocas calcinadas por el sol, o de los tablones de madera
reseca. Ms all del sheriff todo pareca fresco y verde: haba un bar donde tomar un trago y descansar un buen rato. El sheriff le miraba; sus ojos azules sin vida miraban a todas
partes. Si aquel sheriff estuviese vivo, qu duro sera, pensaba Hinton; mucho ms duro que ningn machacacabezas, pese a aquella cara tan suave.
Hinton lo saba todo; haba visto. El Duelo, lo haba visto desde nio. En las pelculas, en las calles, en los noticiarios. Hablaban de l en la escuela, lo haba representado mil
veces. Y revivir ahora al sheriff slo costaba diez centavos. Por supuesto, las balas no eran reales. El riesgo era falso, se dijo Hinton. Pero, aun as... Hinton sac los diez centavos del
bolsillo y se coloc donde estaba la canana. Como era baja, poda sacar sin problemas. Ech las monedas en la ranura.
Los ojos se iluminaron. La cara le mir amenazadora. El sheriff cobr vida. Las luces se intensificaron, haciendo as ms real e insoportable la vieja escena, y ms atractiva an la
tierra que el sheriff bloqueaba. Las clidas luces empezaron a nublar la imagen del sheriff, resultando difcil verla ntidamente bajo tanta claridad. El sheriff habl:
Yo soy la ley de este pueblo y estoy aqu para protegerlo. Si piensas que cualquier canalla como t va a venir aqu a armar jaleo, ests muy confundido, porque no pienso
dejarte entrar.
Las palabras enfurecieron a Hinton (haba un tono tan burln y despectivo en ellas), pues se le insultaba sin que an hubiese hecho nada.
Bueno, contar hasta tres y antes de que termine de hacerlo quiero que hayas salido de este lugar. Si no lo has hecho, ser mejor que empieces a disparar. Saca las pistolas,
amartllalas y, cuando yo diga Fuego, dispara. Ya veremos quin gana en este desafo. A tres tiros.
Ests listo? pregunt el sheriff; y luego, ms alto, ms enfurecido: En las calles de El Dorado no hay sitio para la gente de tu calaa. En este pueblo se respeta la ley y
queremos que siga respetndose. As que lrgate ya, indeseable, pues de lo contrario vas a saber lo que es bueno. No quieres irte? Entonces, muy bien. Una. Dos. Tres.
Y los brazos del sheriff sacaron las pistolas de las fundas, las alzaron y apuntaron a Hinton. Los ojos del sheriff ardan. Mir los dos revlveres. Fue suficiente para hacerle temblar.
Ya se dispona casi a apartarse; por un segundo, se olvid de sacar l.
Fuego dijo el sheriff.
Hinton sac, amartill, pero las pistolas del sheriff dispararon antes de que las suyas estuviesen a medio camino. Hinton se agach y dispar. Hubo un retumbar de balas cerca.
Y la voz del sheriff dijo:
Te alcanc, canalla. Ests liquidado... necesitas otra leccin? Pues preprate para sacar otra vez.
Los brazos devolvan los revlveres a sus fundas. Hinton volvi a enfundar los suyos y se dispuso a disparar de nuevo. La gente miraba detrs y a los lados. Hinton no hizo caso,
concentrndose en sacar, mirando con dureza al sheriff, controlando su juego.
Los ojos duros y colricos del sheriff intentaban hacer que Hinton bajara los suyos: pero no lo lograron. La voz atronaba, intentando acobardarle: Hinton apret con fuerza los
labios. Tena que aguantar firme.
Ya dijo el sheriff.
Hinton sac, amartill, dispar y dese que el proyectil atravesase el corazn del sheriff.
El sheriff se desplomara hacia atrs, con el pecho abierto, y correra la sangre del hombre que haba humillado a Hinton. Oy el informe de los revlveres. La voz del sheriff se
burl de Hinton dicindole que tampoco lo haba conseguido. Quedaba un tiro.
Hinton volvi a enfundar. Tena ya todo el cuerpo tenso. Haba olvidado el calor. Haba olvidado el cansancio. Haba olvidado el taln rozado. Se encasquet bien el sombrero.
Toc la insignia, coloc el cigarrillo de guerra. Encogi los hombros rpidamente una vez, dos, y despeg los sudorosos pantalones de la entrepierna. Alrededor poda ver las caras
deformadas, los ojos vidriosos, el anhelo de ver a un hombre bueno humillado. Un marica gordo haca comentarios sobre l. Tipos raros y disparatados le miraban. Les vea de reojo.
Se ech hacia delante. Siguiendo la orden, amartill y dispar. Quin poda sacar ms rpido que Hinton?
Las balas silbaron de nuevo y rebotaron. La burlona voz del sheriff le deca que se largara del pueblo y siguiera su camino. Haba perdido la lucha.
Hinton se irgui. Tena los msculos agarrotados por lo tenso de la postura. Por supuesto, siempre trucaban las mquinas contra uno. Te humillaban siempre y t tenas que darles
una leccin, una buena leccin, demostrarles lo que era bueno. Pero no podas hacerlo si lo intentabas a su modo. Volvi a meter los revlveres en las fundas pesaroso. Le resultaban
slidos y consoladores, y lamentaba tener que dejarlos. Dese que fuesen reales... Entonces les demostrara. Meti la mano en el bolsillo, sac un paquetito de pasas cubiertas de
chocolate, alz la cabeza y verti todo el contenido en la boca. Se alej despacio, cojeando, masticando las pasas y tragndolas. Pens que deba volver al andn de la estacin para
ver si haba llegado ya la Familia. Dio una vuelta por la galera y estuvo mirando los otros puestos de tiro y las mquinas. Haba matones y chulos por all. El Otro pasaba apresurado
sin ver nunca nada. Hinton pas ante el quiosco en el que haba comprado los dulces. Los titulares decan algo sobre una muerte que, por la forma, pareca obra de una banda. El
titular de otro peridico deca que haba habido mucho jaleo al norte de la ciudad, un lo en el que haban participado miles. Volvi la pgina para leer lo que deca del asunto, pero le
exiga demasiado tiempo el enterarse de lo que deca. El quiosquero dijo que dejase el peridico en paz y que siguiese su camino si no pensaba comprarlo. Hinton bostez y se
pregunt si no debera comprar ms dulces.
Se le acerc un chaval de unos siete aos y le pidi veinte centavos, pero le ignor. Pas ante un escaparate donde haba fotos de chicas desnudas tamao natural y se detuvo a
mirarlas. Debajo haba una pila de polvorientas revistas de astrologa, a cinco centavos el ejemplar. Su madre siempre andaba mirando el horscopo para saber lo que era un buen
augurio y lo que era un mal augurio, as poda saber lo que tena que hacer y lo que no. Hinton no crea lo ms mnimo en estas cosas. Norbert andaba siempre diciendo que si l
supiese lo que le reservaba el futuro, hombre, qu no podra hacer l, cuntas carreras podra ganar. Un sueo estpido. Hinton dio la espalda a las chicas desnudas, mirando sus
grandes pechos resplandecientes de papel satinado. El chaval volvi a la carga y le pidi otra vez veinte centavos para poder irse a casa porque estaba perdido. Hinton le mir, vio su
expresin astuta y burlona, y decidi que aquel chaval no necesitaba dinero para irse a casa: estaba en casa. Su casa era all. El chaval, al ver la expresin escptica de Hinton, le dijo
que en realidad necesitaba dinero para un trago. Hinton movi la cabeza. El chaval fingi temblores y dijo que necesitaba un pico. Hinton movi la cabeza. Luego, el chico le mir, vio
la insignia del sombrero de Hinton, y quiso saber si Hinton quera algo de l, porque por un dlar, l estara dispuesto a hacer lo que Hinton quisiese. Hinton estuvo a punto de atizarle,
pero vio que uno de aquellos tipos de aire feroz le miraba, esperando ver lo que haca, y en vez de atizarle, le dio la espalda y se alej.
Sigui caminando hasta llegar de nuevo adonde estaba el sheriff, plantado all, bajo las clidas luces, bloqueando la calle polvorienta, a la espera de Hinton.
Ech otra moneda en la ranura y se enfrent de nuevo al sheriff; pero volvi a perder. En fin, pens, expulsado otra vez: era lo esperado, lo previsto. Todo el mundo lo entenda. Le
dola la palma de la mano rozada de tanto apretar la culata de la pistola. Comi ms caramelos, luego otro perro caliente con patatas fritas, y se apoy en el mostrador del puesto
para tomar a sorbos un t helado con siete cucharadas de azcar; mastic unos cuantos dulces. Pareca que miraba a la gente que pasaba, pero en realidad miraba por encima de
ella a aquel maldito sheriff. Nadie ms se animaba a jugar. Eso significaba que todos saban que la cosa estaba trucada. Entonces tuvo una idea. Cuando termin de comer, volvi a
intentarlo.
El herido Hinton, el magullado Hinton, el cansado y desorientado Hinton, Hinton el marginado, se enfrent de nuevo al pueblo y a su sheriff. Luchaba por su Familia; luchaba por su
insignia; luchaba por s mismo. Mientras el sheriff le ofenda y presuma, ufanndose su reputacin (no haba liquidado l acaso a un millar de miserables forajidos?), Hinton sac los
revlveres y los amartill, y cuando lleg la orden de fuego dispar, justo una fraccin de segundo antes que el sheriff. Esta vez son un grito de dolor y la voz dijo que de acuerdo, que
esta vez haba ganado. Pero haba dos oportunidades ms, tena que ganar otras dos veces.
El sheriff se alzaba ante l. Se inclinaba quizs un poco hacia un lado? Manaba la sangre del agujero del hombro tiendo el pecho de la charra camisa del oeste? Turbaba
acaso una expresin de dolor aquel rostro impasible hacindolo un poco ms plido an? Temblaba el sheriff? Hinton tena los revlveres amartillados y esperaba que llegase la
orden de saca-amartilla-dispara. Gan por un segundo, porque el revlver salt en su mano y escupi fuego primero: el plomo caliente cruz el espacio que les separaba y alcanz al
hombre que le haba derrotado antes, que le haba echado y que no le dejaba vivir. Haba otro agujero abierto en aquella carne? El grito de dolor llen de gozo a Hinton, que sonri.
El chaval le tiraba de nuevo de la chaqueta, pidindole otra vez veinte centavos, y Hinton enfund de nuevo el humeante revlver, le dio al chico los veinte centavos y se prepar para la
tercera vez. Volvi a ganar: le meti una bala a aquel mamn en un ojo.
Hinton, muy cansado, se estir lentamente, hizo una profunda inspiracin y se sinti como nuevo... Se sinti un hombre. Se haba enfrentado al sheriff y le haba derrotado. Poda
ganar otra vez, pero tuvo el buen sentido de dejar ya los revlveres, aunque tena derecho a una pelea gratis. Se volvi y se alej, cruzando la galera de juegos y saliendo de ella. Era
hora de ir a ver si haba llegado la Familia.
El marica se le insinu una vez ms y l se pregunt si no debera ir con l y divertirse un poco antes de atizarle y quitarle la pasta. Pero el marica no era ningn chaval flacucho,
sino un tipo bastante grande, que pareca muy capaz de saber defenderse; detrs de aquel aspecto dulce y suplicante se emboscaba algo duro. Sigui su camino, pag otro billete y
baj al andn. Haba una pareja en un rincn; no pudo apreciar si eran hombres o mujeres, pero estaban protegidos por un impermeable y haciendo algo. La gente que pasaba no les
cohiba lo ms mnimo. Cerca haba un poli, pero no vea nada.
Cuando lleg, Dewey y el Peque estaban all, mirando por todas partes, nerviosos, dispuestos ya a marcharse. Queran saber dnde estaban los otros. Hinton no lo saba. Todos
se haban separado. Les dijo que volveran a casa en el primer tren que pasase hacia Coney Island. Esto les hizo sentirse un poco incmodos, con la sensacin de que estaban
desertando, pero, en realidad, se alegraban mucho de poder largarse a casa. Hinton les dio la orden, sintindose ya bien, sintindose fuerte, y ellos la aceptaron porque eso les
quitaba responsabilidades. Percibieron en Hinton una fuerza nueva. Y percibieron que ahora estaban sometidos a l, a sus rdenes, aun cuando Dewey fuese el hermano mayor de
Hinton.
Cuando lleg su tren, subieron y se sentaron. Hinton cay dormido casi de inmediato. El Peque abri el tebeo, pero se le cerraban los ojos mientras intentaba empezarlo otra vez,
pese a las veces que ya lo haba ledo.
que le diese ritmo. Los dedos seguan el comps del crujir de la cama. Hinton miraba a Alonso y oa el crujir de la cama, el gemir del nio, el jadear de Norbert y el suave tamborileo
del bongo una y otra vez. Alonso no mir siquiera a Hinton, pero su flaco rostro tena aquella sonrisa que te haca odiarle; una sonrisa que te deca que l saba todas las respuestas,
que lo haba visto todo y que todo lo que hicieses era estpido, demasiado infantil para malgastar palabras en ello. En fin, qu poda esperarse de un yonqui?, pens malvolamente
Hinton.
Pero, incapaz de contener la emocin de poder mostrarle a Alonso lo que haba hecho aquella noche, dijo:
Sabes lo que pas esta noche, hombre? Sabes dnde estuve? Sabes lo que hice?
Hinton se acuclill junto al bongo, junto a Alonso, para contrselo.
Ves a Minnie y a Norbert? Tic-tac. Tic-tac. Predecible dijo Alonso.
Hinton empez a explicarle su noche.
As que has estado jugando a los soldados, eh Jim? Cundo aprenders, cundo dejars esas cosas de golfillo?
Hinton, tal como haba hecho muchas veces, intent hablarle a Alonso de la Familia y de lo que significaba, de todo lo que les haba pasado aquella noche.
Pero Alonso segua con aquella sonrisa, y nada tena sentido con aquella sonrisa mirndote a la cara.
Jim, no me cuentes eso, hermanomierda. Sabes, yo tambin he pasado por todo eso. Sigue mi consejo, hombre. Slo hay una cosa: gozar. El Ahora. Lo dems no cuenta.
Aprovecha. Aprovecha, porque, sabes, a nadie le importa y, al final, siempre te machacarn. Jim. La nica palabra que cuenta, sabes, es Ahora. Porque si no sube todo en, digamos,
veinte minutos, si no sube, oyes, desaparece todo lo bueno y entonces ellos te hunden y no te dejan levantarte. Lo importante es Ahora.
Era una vieja discusin. Hinton no poda discutirle. No poda decirle a Alonso que l era un yonqui y nada ms, que era una cosa terrible ser yonqui y que por eso no poda
comprender lo que significaba tener una Familia. Pero Alonso pona aquella sonrisa de qu-sabes-t-de-eso, y contra aquella sonrisa no haba nada que hacer. Sin embargo, Hinton
se lo cont de todos modos. Los dedos de Alonso seguan el ritmo. Hinton vio una burbuja de saliva en la comisura de los labios de su hermana y perlas de sudor entre sus pechos.
Cuando termin su relato, la sonrisa de Alonso no haba variado lo ms mnimo, lo que le convenci de que la burla de su hermano no tena lmites.
Se incorpor. El beb an lloraba, pero Norbert y Minnie haban terminado. Hinton pas de nuevo por su habitacin hasta la cocina. Meci un rato al beb, que no dejaba de llorar
ni un segundo. Luego mir a su alrededor y se acerc a ver qu haba en la cacerola que estaba en el fogn; quedaban unas cuantas patatas fritas. Cogi una, se acerc con ella
hasta la cuna y la puso en la boca del nio. El nio dej de llorar y empez a chupar. Hinton cruz de nuevo la habitacin de Minnie. All estaban tumbados, pegados los mofletes,
sonriendo, y la luz les daba ahora un aire dulce y anglico, mientras descansaban para el baile siguiente. Volvi a pasar ante la sonrisa de Alonso y rode la cama, abri la ventana y
sali a la escalera de incendios. Se sent all, con la espalda apoyada en la pared.
Poda ver hasta el fondo de la calleja por detrs de las fachadas posteriores de las casas. La luz era clida, espesa, uniforme, y se derramaba como algo que estuviese hirviendo
en los espacios que haba entre las casas. Los rboles de los patios traseros colgaban cojos y agostados, con las hojas polvorientas. Hinton encogi las rodillas juntas, hasta que todo
su cuerpo qued hecho un ovillo, y sus ojos miraron fijamente por encima de los rboles y de los tendederos de ropa, hacia donde estara el mar si no lo bloquease un gran hotel.
Y al cabo de un rato se ech de costado, con la cabeza sobre el aplastado sombrero y el pulgar en la boca. As se qued dormido.