El Carbó de Mis Recuerdos...
El Carbó de Mis Recuerdos...
El Carbó de Mis Recuerdos...
“Estación Carbó”
A escasos ocho kilómetros de la carretera internacional, en el punto llamados “E
l Oasis”, se sigue el camino hacia el poblado en un valle amplio y fértil, que
tiene como fondo la Sierra de Rayón hacia el Oriente y el resto de sus alrededor
es son vasta llanuras, ahora convertidas en vergeles a partir de los años sesent
as y setentas en que se establecieron las instalaciones del centro de investigac
ión Cipes y en el cual un destacado sonorense, Alfonso Reina Celaya tuvo primord
ial intervención. Ahora jóvenes entusiastas algunos carbonenses y otros empresar
ios de Hermosillo, cultivan en gran escala variedades de hortalizas y frutales q
ue han dado al poblado una fisonomía diferente. El Carbó de mis recuerdos, y del
que quiero intentar una semblanza, más de sus habitantes que de su fisonomía co
mo poblado ya que ésta es bastante llana.
Retrocedamos en el tiempo muchos años que aunque los he vivido felizmente dejan
un lugar a los recuerdos infantiles que siempre están impregnados de la sencille
z y naturalidad de la propia tierna edad.
Mi escuela, aquella escuela, “Francisco I. Madero” es una escuela de regular tam
año, de ladrillos sin sacar a plano y de ventanas chicas. Al director le decían
el Pirulí, era delgado, no muy alto, de bigote recortado, mi primera maestra fu
e María de Socorro Dávila Carranza y era mi prima.
Al profesor Pirulí se le llamaba así porque trajo a Carbó la novedad de esos dul
cecitos que vendía en la escuela. Su nombre era o es, no sé si aún viva, Luis Sá
nchez de la Vega y fue el primer esposo de la afamada Claudia Ahumada, bella mu
chacha a la que de niña admiré tanto que así se llamó la favorita de mis muñecas
. Ella después se casó con un gringo. Si hubo alguien que sin proponérselo contr
apunteó en mi mente los eternos conceptos del bien y del mal, fue ella. No disti
ngo bien que me impresionaba más: su belleza o su fama.
Carbó es un pueblo dividido por los rieles, como se le dice allí por la vía del
ferrocarril, y el carbón, los aceites, silvatos, conductores , fogoneros, maquin
istas y pósters, eran en esa época, a mediados de los treintas, los acontecimie
ntos y personajes que regían la vida económica del pueblo. Puedo afirmar que mi
abuelo materno, Silvestre Tobin Murphy fue uno de los fundadores del pueblo, qu
e como sabemos se originó a la entrada del ferrocarril, en el último cuarto del
siglo pasado, pues él llegó allí procedente de San Francisco a dirigir la const
rucción de la vía y después fue empleado de confianza de los directivos de la em
presa fundadora. Era originario del condado de Wesford en Irlanda, se casó en Sa
n Miguel de Horcasitas con Dolores Rodríguez y procrearon una gran familia.
La vida social del Carbó de entonces era activa y movía un gran número de famil
ias con sus paseos a San Miguel, de donde eran muchos de sus pobladores, sus con
ciertos de aficionados a beneficio de alguna obra colectiva y sus bailes que ame
nizaban la orquesta de Magallanes.
El jefe de la estación era don José Shapperd, persona agradabilísima y fina. Sie
mpre vestido impecable de blanco, acompañado de su esposa la navojoense Luisa Ro
mo, iniciaba los bailes amén de terminarlos.
Uno de los personajes inolvidables en la vida de mi pueblo, fue el profesor Fran
cisco Navarro, aunque no lo recuerdo en la escuela si en las tertulias, donde er
a imprescindible dado su carácter alegre que todo lo resumía espontáneo con una
carcajada, era alto y grueso y tenía una expresión: ‘ahí está’, que usaba para
todo. Su mujer, Carlota, era una personita retraída pero amable que tenía una ca
sa limpísima y bonita cuyo fin trágico fue injusto. Su suicidio en un flamazo de
petróleo conmovió a propios y extraños. La hija de ambos, Olga, heredó el carác
ter alegre de su padre y reside aún (murió hace muchos años) en Carbó.
El profesor Navarro, siendo una persona de buen vivir y aspecto por demás inocen
te, fue el primer “empresario” que organizó y regenteó en un pueblo de costumbre
s sanas y vivir pacífico el primer “congal” palabra de reminiscencias segurament
e afrocubanas y de sentido por demás comprensible, que escuché por primera vez.
Lo llamó Xochimilco y su nombre llamativo y alegre vino a degenerar por obra de
la plebe en “la cochi” o “bachimba”. Es de imaginarse el revuelo y la especula
ción que entre los hombres causó la estupenda noticia, y en corrillos alegres, e
n las esquinas y changarros, comentaban con carcajadas, murmullos y codazos el
suceso del día. Entre las mujeres las expresiones eran las consabidas, “lo que n
os faltaba, de por sí hay más flojos y borrachos que gente de trabajo entre la h
ombrada y ahora con esa fregadera del demonio, menos los vamos a ver. Ya verás T
elésfora, ahora sí sabremos lo que es andar en trapos de jeringa, pa’ avisarles
si se enferma o se mueren los buquis. Y con otra, la llegada de esas cuscas le p
egará un ayudón a una que otra pajuela solapada por aquello de la competencia”.
Mientras el profesor Navarro se frotaba las manos : “ay stá, ay stá”.
No crean que esta definiciones las saqué del “canillitas” de don Artemio del Val
le Arizpe, son del más puro lenguaje carbonense.
Recuerdo a muchas personas que formaban el engranaje de la vida diaria del Carbó
de entonces. Mi tía Dolores, mi querida tía bolita, tenía unos vecinos muy sing
ulares en la personas del Sr. Echeverría y su esposa Virginia, a quienes con tod
a y su números descendencia se les conocía como los “momos”. Doña Virginia y sus
hijas se sentaban todas las tardes en la “banqueta”, en la saludable tarea del
“despiojo”, formando una escalera de cinco o seis empiojados. También tenían la
particularidad de estrenar y no quitarse el estreno hasta que se les caía a peda
zos. Por eso en mi familia la que se repite un estreno se les dice: está como la
s “momas”.
El almacén o express es una construcción de piedra que se eleva bastante del su
elo para proteger tanto la carga, correspondencia y otros enseres como a los pr
opios moradores del pueblo en caso de inundación, ya que el río Zanjón corre a s
ólo unos cuantos metros de la vía. Recuerdo al encargado de los pantalones atado
s con una piola a la cintura, bastantes años encima, de los cuales hacía muchos
que no tocaba el agua, al que todo Carbó conocía como don José Express.
Entonces no había restaurantes por lo que las “mesitas” que ponían a ambos lados
de los rieles eran lugar de reunión de parejas y novios a la llegada del tren.
Las reinas de esta sabrosa vendimia eran la Porfiria y la Nacha que con gran d
esparpajo y salero ofrecían a gritos el sabroso pollo con papas que le dio fama
al pueblo. En este ambiente festivo se esperaba el tren del sur con su carga d
e viajeros, plátanos pasados y frescos de Nayarit, mangos y dulces.
Numerosas familias de extranjeros han sido siempre residentes de Carbó, como Fer
nando y Carmelita Forté, los Arnold, los Martens, doña Carlota de Campillo y sus
hermanos Hugo y Enrique Martens, este último esposo de mi tía Ernestina Carran
za, en cuyo rancho cerca de fondeo “Los Pápagos” que era la casa de mis tíos abu
elos paternos, oí por primera vez un fonógrafo, y en las voces cantarinas de los
Hermanos Aguila : “Cisne que Dios pintó en cristal, dame el marfil, de tu perfi
l ritual”.
La Tinita chiquita, dueña del fonógrafo fue esposa de Hugo Arnold hijo.
Don Juan Higginberg y su esposa Mercedes mujer austera y amable vivían enfrente
de la escuela. El era un hombrón alto y fuerte, vestido a la inglesa con ropa gr
uesa y sarakof; era minero, y usaba unas botas descomunales, atadas con unos cor
dones también descomunales, que cerraba no en ojillos sino en una especie de gan
chos de metal. Y por esa razón seguramente todos lo conocían por el “higginbota
”.
Su hijo Lorenzo era el galanazo del pueblo. Residía en Los Ángeles California, y
venia a romper corazones ocasionalmente. En una de tantas visitas se enamoró, o
ella de él, de Bertha Campillo, esposa de mi tío Adalberto Carranza, era alto o
jos azules y perdulario, el caso es que Bertha se fue con él, abandonando a mi t
ío, que por haber sufrido un envenenamiento quedó paralítico y sólo lo recuerdo
muy blanco y delgado balbuceante y enfermo, atendido por sus hermanos en Los Páp
agos.
De Lorenzo y Bertha y su vida en común no tengo datos. El fin de ella fue muy tr
iste, separada de él y trabajando en una tintorería de Tucsón, una caldera le pr
endió fuego. Había sido una joven bonita y resuelta, que dio pie para que sus fa
miliares y amigos de mi casa atribuyeran la enfermedad y muerte de mi tío a sus
malas artes y abandono.
Uno de estos inolvidables personajes, fue para mi y para todos los que lo conoc
ieron muy querido. El doctor Francisco de Paula Molina antiguo residente de Herm
osillo, donde tuvo consultorio por la calle Yáñez casi esquina con Obregón, fue
esposo de mi tía Carmen Carranza que murió muy joven. Su segunda esposa fue Loli
ta Loustaunau, también hermosillense que al separarse de él vivió siempre en Los
Ángeles con sus hijos: César, René, Amalia, Lolita Armando y Consuelo, quienes
en esos años nos visitaban seguido y en el rancho de mi familia se organizaban c
acerías y barbacoas para agasajarlos.
Su última esposa era una muchacha muy joven llamada Anita. Para nosotros fue sie
mpre mi tío Poncho; nos hacia parodias de canciones de moda con las que reíamos
encantados una muchedumbre de sobrinos, recuerdo una melodía americana llamada “
Buffalo”, un foxtrot muy rítmico y con su música nos cantaba: