Cuentos de Misterio - David Rosero
Cuentos de Misterio - David Rosero
Cuentos de Misterio - David Rosero
Autor:
David Rosero E.
ISBN
978-9942-02-925-6
Edición:
Alba Serrano
Corrección de texto:
Estuardo Vallejo
Gráficas Iberia
Tel. 2 521 529
Derechos Reservados.
2010
Permanec er
en el rayo de Tu Luz:
te confío mi oscu ridad ante-
rior,
solo tengo una hoja en
blanco
y una idea aun no conocida
para a mar.
Mi nada, mi límite,
no c uentan más;
eres palabra, manc ha,
idea, verso,
aroma del aire que respiro,
eres tú :
hoja en blanco que me es-
peras.
David Rosero E.
Con amor
para:
Juanda, Theit o,
Ale y Cec y,
luceros
que g uía n
mi ex ist encia.
DAVID M. ROSERO ENRÍQUEZ
HORMIGAS
Y OTROS RELATOS
CUENTOS DE MISTERIO
DAVID MODERO
TRANSFORMACIÓN
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dificultad, lleno de un terror que lo mantenía casi pa-
ralizado. Más por instinto que por otra cosa se volteó
hasta quedar frente al espejo y quedó absorto, sin en-
tender lo que le estaba ocurriendo.
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que sentían. En vez de los bellos ojos de color azul
claro se dejaba ver una melancólica y rojiza mirada.
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Antes que la luz de la mañana siguiente lo sorpren-
diera, imaginó huir de aquel lugar, de sí mismo y de
ese tormento de sentirse engañado.
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Se incorporó, por fin, y se despojó de la capa, que
depositó con delicadeza sobre la cama. Se quitó los
guantes negros y quedaron al descubierto los dedos re-
torcidos que hábilmente, comenzaron a retirar el ma-
quillaje y las prótesis mientras le rondaban por la mente
los cálidos momentos vividos en esa ciudad junto a
ella. Despojado de su apariencia humana, con un im-
pulso casi animal y sintiéndose mucho más ágil con su
actual figura, decidió salir a buscarla. De un gran salto
llegó hasta la ventana, trepó agilmente por las paredes
deslizándose hasta el techo. Brincó diestramente por
los muros volviendo a atrepar por los tejados. Sobre las
paredes podían verse las sombras de una figura entre
humana y reptil que trataba de alcanzar la ventana de
la habitación de Susy, la hija menor de los Conrado. Le
acompañó el ladrido casi sordo de un perro que con
solo percatarse de esa extraña presencia, permaneció
atrapado en el pánico que le había hecho ocultarse de-
bajo de las gradas; así permaneció sumido en un tem-
blor que ahogaba sus gemidos.
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ojos, ya se había percatado de su fantasmagórica pre-
sencia.
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HORMIGAS
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Mientras Max escribía, las ideas comenzaban a
mezclarse en recuerdos cargados de impotencia. Re-
cordó que años atrás, él había sospechado del problema
que se avecinaba, cuando cada día las hormigas tenían
que ser retiradas, aplastadas y muertas, una y otra vez.
Recordó que al comienzo sus vecinos trataron de solu-
cionar esa desagradable molestia con un poco de agua
y jabón. Un día también él lo hizo, tomó un trapeador
y abundante agua con detergente: fue largo el camino
de espuma que trazó desde la cocina hasta el patio, pa-
sando por las gradas y por el garaje hasta llegar a la
calle… Mas en esta ocasión pudo darse cuenta que ya
no eran las mismas, tan pequeñas, de hasta hace algu-
nas semanas atrás. Ahora eran más grandes; incluso,
su color había cambiado del negro habitual de los ini-
cios, a un raro color gris pardo que les permitía camu-
flarse fácilmente entre muebles, paredes, corredores,
objetos y alacenas de la casa, devorándolo todo.
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encontrado en su cocina algunos años atrás. Una noche,
al llegar a su apartamento y entrar en la cocina, se topó
con una enorme mancha negra en movimiento, en
torno a algún alimento que pensó había dejado fuera
por descuido. Al encender la luz, la gran mancha se
descompuso en varios puntitos negros que se esparcie-
ron en retirada buscando la hilera que, hábilmente, cru-
zaba toda la casa y la mantenía en comunicación con
millones de ellas en el exterior. Las pocas que todavía
quedaban, contorneaban los huesos de su perro que
yacía tirado entre los objetos destrozados por todo el
lugar, fruto de una loca invasión de hormigas que lo
llevó a una penosa y angustiosa muerte.
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medios suficientes para hacerles frente decidieron
quedarse en el pueblo sin advertir la verdadera mag-
nitud del problema. La feroz plaga crecía tomándose
casas, mercados y plazas, atacando con feroces pica-
duras a quienes por desgracia o descuido pisaban
algún hormiguero o se cruzaban por sus caminos, cada
vez eran más dueñas de la ciudad.
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nes, no hacía otra cosa que seguir escribiendo frente
al ordenador, tratando de encontrar una respuesta.
¿Cuál fue la verdadera causa de la mutación? ¿Cómo
podría evitar que esa rara plaga que cual voraz man-
cha crecía día a día se propague sin fin? Para romper
con la posición estática que lo tenía paralizado, giró
su rostro cubierto con una especie de escafandra por
cuyo cristal casi cubierto por el vaho de su propia
transpiración, pudo ver borrosamente a través de la
ventana. Una gran columna de humo se elevaba pro-
ducto de la incauta acción de un vecino desesperado
y alcoholizado, quien había echado gasolina y en-
cendido fuego a uno de los nidos de hormigas y un
descuido dejó una casa en escombros y casi toda una
manzana envuelta en llamas.
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piosa ración de veneno. Esa noche no podía conciliar
el sueño pese a la agitada y fatigosa jornada por él vi-
vida, luchando en una desigual batalla contra un ene-
migo casi indestructible que se había tomado ya todo
el lugar en los últimos meses. Santiago Quintero
abrazó con fuerza a su esposa, como queriendo encon-
trar en su caluroso afecto la esperanza de que al día
siguiente esa pesadilla por fin acabase.
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ataque de esa masa voraz y vengativa que acabó con
todos, incluso con las impotentes mascotas que no pu-
dieron defender a sus amos mientras eran devorados.
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Ahora Max, rodeado de millones de hormigas gi-
gantes, las mira pasearse por todo su cuerpo, aguar-
dando en ese paisaje urbano y desolado la séptima
fumigación…
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EL TOLDO ROSA
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ante la mirada burlona de la muchacha que, oculta
tras las rendijas de las guaduas, lo veía alejarse tam-
baleante por los matorrales, mientras sacaba de entre
el busto, un labial para retocar su fresca y maliciosa
sonrisa.
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una pareja de enamorados. Se interrumpió su confu-
sión interior y más aún, cuando el hombre lanzó vio-
lentamente un golpe hacia el rostro de la chica; cerca
de ellos, un indigente de aspecto demencial reía escu-
chando las feas frases de humillación, en tanto hur-
gaba en los desperdicios tirados en la esquina de la
calle jugueteando con un viejo toldo color rosa.
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Un día, lleno de orgullo y terquedad se marchó de-
finitivamente de su hogar, cargando un pequeño bulto
y envuelto en la pesada situación que rodeaba su pro-
blemática existencia. Encontró en Betty y en el alcohol
un absorbente refugio.
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CUARTO
DE ALQUILER
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moscas grandes, negras, bastante torpes y pesadas,
que se congregaban a los lados de las cuarteadas y hú-
medas paredes. Un día cruzó la puerta del pequeño
cuarto de estudiante, dejó las pocas compras sobre
la improvisada mesa que hacía las veces de escrito-
rio y sacando el tarro de insecticida comenzó a va-
ciarlo con toda su furia apuntando a todo lo que a su
paso revoloteaba.
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pedir sus ataques desesperados. Me contó que, in-
cluso, alcanzó a oír una risa satírica que se alejaba
presurosamente por las escaleras de la vieja casa.
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cuartucho donde sentía que las paredes se juntaban
haciendo más angustiosa su salida mientras todo pa-
recía indicar que hasta su respiración en algún mo-
mento acabaría.
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De pronto, la sombra siniestra que furiosamente se
agitaba comienza a quedarse quieta, callada. Ese ruido
ensordecedor da paso al silencio, mientras las extrañas
criaturas comienzan a retroceder misteriosamente y a
desaparecer entre las ranuras del viejo entablado a me-
dida que las múltiples moscas sobrevivientes de esta
extraña batalla pelean entre ellas por escurrirse bus-
cando la oscuridad por entre los espacios del piso de
la casa. Ahora, solo se escuchan algunos golpes cada
vez más fuertes en la vieja puerta. Sin poder gritar,
presa del pánico, corre desesperado hacia la puerta y
con todo lo que le queda de fuerzas golpea con sus
puños cerrados mientras siente que sus sentidos lo
abandonan al momento que cae de bruces sobre el piso.
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patio junto al cuarto de Gilberto, enterradas algunas
partes de cuerpos, probablemente, de algunos inqui-
linos a quienes la demencial anciana habría sepul-
tado algún tiempo atrás.
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