Arango Angel Inesperado Visitante
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Arango Angel Inesperado Visitante
Angel Arango
Y su mano volvi a extenderse para sealar el lugar del cielo. El grupo lo contempl
en silencio. Quiz no comprendan su respuesta. Quiz no podan imaginarla tan
siquiera. Les pidi ropa prestada y se la dieron. Luego se sent con ellos y conversaron.
Ellos hablaban y l contestaba an con monoslabos. Supo que haba all otros hombres
que vestan de hierro y atravesaban a los nativos con sus lanzas.
Debo permanecer vivo hasta que llegue mi grupo de rescate, se dijo y fue a
refugiarse en el desierto, donde podra soportar hasta seis meses sin comer ni beber,
gracias a la energa de reserva que tena acumulada.
El desierto era silencioso y aburrido. Casi como el espacio interplanetario; mirar las
dunas era igual que contemplar los caprichosos diseos de las constelaciones. Durante
la noche, cuando las formas de la arena se perdan en la gran oscuridad y el nico
paisaje eran las estrellas, se senta adolorido y angustiado, porque era terrible verse
prisionero de una tierra extraa y ser incapaz de alterar el espectculo de aquellos
puntos fijos. No era como cuando dentro de su nave poda trazar un curso y cambiar el
panorama y aproximarse o alejarse de los distintos mundos.
- Terminar por volverme loco - grit al mes y se fue hacia la costa, donde encontr
una familia de pescadores con los cuales hizo amistad y aprendi a hablar perfectamente
el idioma. Luego se embarc con los pescadores para recuperar el equipo de seales.
Descendi a las aguas y recorri a pie el fondo del mar. Fue intil. Entonces emiti una
seal teleptica debajo del agua y sta atrajo a los peces, que llenaron las redes. Volvi
a la superficie, desplaz la atmsfera e hizo en torno suyo el vaco. Por su cuerpo no
corra la fuerza de la gravedad: era como un muerto inmvil y se desliz as sobre las
aguas, erguido sobre sus pies que descansaban en una delgada capa de aire sobre la
superficie del mar.
Los marineros que le vieron tenan unas terribles caras de asombro y comprendi que
haba ido demasiado lejos. Aquel mundo, o aquel lugar del mundo que visitaba, estaba
demasiado atrasado.
Comenzarn a hablar de m y no me conviene. Se lo dijo a los pescadores:
- No es nada. No lo digan a nadie.
Los pescadores fueron honrados. No dijeron absolutamente nada, pero le trajeron a
un amigo ciego para que l lo viese y procurase ayudarlo.
- Por piedad.
Era una voz conmovedora. El hombre estaba con los prpados cerrados y solamente
repeta aquello con conviccin definitiva.
- Por piedad, por piedad...
- Puedo usar mi voz - pens - y hacer que rompa el sello que quema su mirada. Pero
m energa est limitada y la que recibo de este mundo es pobre y no puede
recompensarme. Mi poder, mi poder debe durarme...
Sin embargo, el hombre ciego permaneca frente a l, y era algo que no poda
soportar porque en su mundo no existan esos males.
- Te ayudar... Acustate...
El ciego obedeci y l cubri sus ojos. Volvi a decirle las mismas palabras varias
veces. La vibracin de su voz destruy el virus. Hasta que el otro despert y vio la luz.
Leyendas e historias fueron tejindose en tomo a l y la vida de aquellos hombres se
fue cerrando alrededor de la suya, a pesar suyo.
Llamaba la atencin por su estatura y por lo fuerte de su mirada y tena ahora una
larga y suave barba y cabellos que le cubran la nuca. Su presencia era conocida
rpidamente y el pueblo se le acercaba y lo rodeaba.
- Extrao pueblo que no conoce el amor y vive siempre alucinado... Extrao pueblo
que no conoce el amor.
vida no debe perderse ms que para cambiar de cuerpo, de medio. Ustedes mueren
porque no han aprendido a querer vivir; no quieren vivir ms porque sus facultades son
poco evolucionadas y le dan una visin estrecha del mundo. Si pudieran disfrutarlo,
entonces desearan renovarse eternamente...
Uno le pregunt cmo haba logrado revivir a un muerto.
- Mi voz destruy los grmenes, repuso el movimiento y rehabilit la materia. Mi
palabra es natural y, sin embargo, da las vibraciones necesarias.
Los soldados marchaban por la carretera de cuatro en fondo. Cantaban un himno. Un
hombre salt al camino y les hizo seas. El grupo se detuvo a las rdenes que imparti
el oficial. Este se adelant al hombre y le pregunt:
- Es usted?
- S - respondi el otro temblorosamente.
- Bien; dganos dnde est.
El hombre apret sus manos con nerviosismo y le susurr al oficial:
- Es el ms alto. Tiene los ojos azules y brillantes.
El oficial desplaz a sus hombres y stos avanzaron en escuadra desplegada sobre el
campo para cerrarse alrededor del punto sealado.
Poco despus rodeaban al extranjero y el oficial le pregunt:
- Quin eres?
- Yo soy el hijo de un hombre - respondi el extranjero.
- Llvenselo! - dijo el oficial. E hizo seas de que le atasen las manos. Por un
instante, el hombre que quera aprovechar el tiempo que viva fuera de su tiempo para
ayudar a un pueblo mucho ms atrasado que el suyo contempl el pedazo de soga
colgando de las manos del legionario. Por un instante pens que podra deshacerse de
todos ellos con el resto de fuerza que an le quedaba de reserva. Pero entonces
comprendi tambin que de nada servira, pues haba hecho all ms de lo que poda y
nadie le conoca verdaderamente ni saba quin era. No ganara ahorrando unas horas
ms de vida. Su poder se haba consumido ayudando al pueblo sometido, multiplicando
el alimento, rehabilitando a los enfermos. Tarde o temprano terminara agotndose.
Estaba desarraigado, fuera de los cielos que haba surcado a velocidades increbles,
cansado de esperar el resultado de una seal hecha con demasiada precipitacin. Una
seal demasiado pequea para un universo tan grande.
Extendi ambas manos y el soldado se las amarr.
Cuando llegaron a la ciudad comenzaron los interrogatorios. Aparecieron muchas
personas que decan conocerle y que le atribuyeron frases y hechos. Luego le quisieron
hacer confesar cosas que desconoca e insistan una y mil veces en averiguar de quin
era hijo.
- Eres prncipe? Eres rey?
- Yo slo soy el hijo de un hombre - volvi a repetir y entonces, sorpresivamente, le
escupieron el rostro y le entraron a golpes y garrotazos.
Era la primera agresin fsica. Quiso romper sus ataduras y pens en ellas,
nicamente en ellas, a pesar de todo lo que le rodeaba. Se concentr totalmente. Pero las
ligaduras no cedieron; estaba perdido, sus ltimas fuerzas superiores le haban
abandonado. Era un hombre indefenso como los dems, como los habitantes de aquel
pueblo sometido.
- T eres un conspirador - grit un viejo histrico al que secundaba todo el Consejo
de Ancianos -; te vamos a entregar al ejrcito...
Y as fue.
Le llevaron ante un militar vestido de hierro como los dems, pero que se envolva
en una capa roja.
Antes de llegar a l tuvo que cruzar entre dos filas de hombres con estandartes. Mir
a lado y lado y vio cmo, con el furor de su mirada, los estandartes se abatieron.
- An me queda energa.
Volvi a intentar romper las ligaduras. Pero nada, slo los estandartes se abatan; su
ltima energa los haca extraordinariamente pesados en las manos de los soldados.
- Quin eres? - pregunt el oficial.
El extranjero mir dudosamente al jefe de los soldados.
- Yo soy un hombre de...
El comandante le interrumpi:
- Eres t Cristo?
- Ese nombre me das - dijo el prisionero y pens que si hubiera tenido all su
identificacin se la habra mostrado con gusto al oficial.
- T eres el rey de esta gente?
- No entiendo lo que dices - respondi el extranjero -. Yo no soy de aqu.
- Tu reino entonces no es ste.
Se volvi a la multitud y les dijo que el hombre alto era inocente del cargo de
conspiracin.
Pero en primera fila delante de la multitud estaban los comerciantes de quienes el
extranjero se haba defendido. Y stos comenzaron a dar gritos de:
- Muerte! Muerte!
Y la palabra asust al gobernador, que lo entreg a la tropa.
Los soldados se lo llevaron a un stano donde lo patearon, lo golpearon y, por
ltimo, lo amarraron a una silla llenndolo de smbolos extraos como si fuese un
espantapjaros.
De all lo sacaron poco despus a la calle y le colocaron una enorme cruz de madera
de cedro sobre las espaldas. El hombre sostuvo el peso cuanto pudo, mientras le hacan
marchar hacia un monte prximo conocido por el lugar de la Calavera. A latigazos y
lanzazos, como hacan con aquel pueblo sometido, el inesperado visitante fue
arrastrndose.
Leg al monte y lo alzaron en la cruz.
Haba otros dos ajusticiados a su lado, pero l se vea mucho ms grande.
- Quizs hubiera tenido ms suerte en la forma de morir, si no hubiera sido por esta
costumbre de abrir los brazos...
Uno de los soldados le oy hablar y le clav su lanza.
Se relaj definitivamente para no sufrir.
Pero aunque lo consideraron muerto, su corazn lata an a un ritmo imperceptible
para el hombre de la Tierra.
Lo descendieron y lo introdujeron en un sepulcro.
Era mucho ms corto de estatura que cuando haba descendido del espacio.
Los soldados custodiaron el sepulcro por temor a que algunos curiosos del pueblo
pudieran sustraer el cadver.
La oscuridad vino sobre el mundo. El sol se escondi y el cielo apareci oscuro aun
siendo de da. Se vieron las estrellas. La luna, que era como sangre, no brill en toda la
noche.
La patrulla de rescate haba hecho dos o tres disparos de efecto sobre la tierra y los
edificios. En el cementerio se abrieron las fosas de los muertos. Mientras la nave se
mantena en el aire, prxima a la superficie de la tierra, creando un cielo de tormenta
con todos sus reflectores encendidos, dos de los hombres se aproximaron al sepulcro
ante el espanto de la guardia. Eran altos y de vistosos uniformes y con facilidad
retiraron la piedra que cubra la tumba.
El extranjero torturado se levant y, caminando por sus propios pasos, fue a reunirse
con los dos hombres.
- Vmonos - dijo.
Y desaparecieron en el cielo.
Luego, el pueblo comenz a contar la historia con grande emocin. Los detractores la
deformaron y los admiradores tambin. Los escritores tomaron todas estas
deformaciones e hicieron la obra literaria. Cada cual habl lo que quiso y la humanidad
continu repitindolo y sigue en ello. An hoy en el ao 3.000.
FIN