Astrologia y Alquimia en La Obra de Quevedo
Astrologia y Alquimia en La Obra de Quevedo
Astrologia y Alquimia en La Obra de Quevedo
Francisco de Quevedo y Villegas vivi en una poca en que la sociedad espaola reposaba sobre
dos columnas: el honor y el dinero. La hidalgua, la actividad desinteresada y la pureza de
sangre, junto con la religin, eran los valores ms apreciados entre las clases cultas y
adineradas, y de los que aspiraban a serlo, todos ellos bajo la mirada escrutadora del Santo
Oficio. El dinero era la otra gran preocupacin de los espaoles, especialmente si con l se podan
comprar ttulos y prebendas.
La base del prestigio social y la propia estructura de la sociedad barroca pivotaba sobre el
principio de pureza de sangre. Haba los limpios y los manchados; los hispanorabes y los
hispanohebreos todos ellos cristianos nuevos no eran limpios y, por tanto, eran ciudadanos
de segunda clase. Los judos se haban dedicado tradicionalmente a las tareas cientficas y
tcnicas, por lo que dichas actividades fueron despreciadas por un sector importante de la
sociedad porque eran identificados con el judasmo (1). La Iglesia, por medio de la Inquisicin,
sancionaba legalmente las pruebas genealgicas de pureza de sangre, aceptado como algo lgico
y normal entre el comn de los espaoles. En este mundo, cristiano era sinnimo de hombre y,
por otra parte, el catolicismo vena afirmando desde haca bastante ms de un milenio que los
judos haban matado a Cristo.
El 1559 el rey Felipe II (muy interesado en la alquimia) prohibi que los espaoles fuesen a
estudiar o ensear al extranjero, pero Espaa no era un pas aislado de Europa, aunque s es
verdad que imperaba una mstica religiosa muy nacionalista, unida a un hispanismo militante que
cultivaban con gusto la mayora de literatos e intelectuales. El siglo XVII fue tambin el de la
Revolucin cientfica, en que empezaron a prosperar las tesis de aquellos que aplicaban el
racionalismo materialista a todas las cosas y realidades, primer paso para exiliar a Dios del
mundo y colocar al hombre en su lugar. Queran desencantar el mundo por medio de la razn y la
tcnica, pero Espaa no se dejaba desencantar, a pesar de que aqu tambin lleg la novedad, el
eco tmido de la nueva ciencia y el recin estrenado gusto por lo nuevo. El atesmo no exista,
puesto que los sectarios y los herejes simplemente crean en otro Dios o practicaban sistemas
errneos de cristianismo.
Quevedo vivi y escribi en esa Espaa, fuertemente espiritual y tradicional, donde la
preeminencia de la mentalidad antigua se reflejaba en todos los aspectos de la realidad. As, el
mito de Hrcules y sus doce trabajos estaba grandemente popularizado y se deca que el hroe
haba fundado ciudades como Sevilla, Tarazona, Sagunto o Mrida, entre otras. En Catalua la
tradicin quera que hubiese fundado Barcelona, Balaguer, Vic, La Seu dUrgell y Manresa (2). Las
columnas de Hrcules estaban situadas al Sur de la Pennsula y muchos identificaban la vieja
Hesperia con el jardn de las Hesprides y sus manzanas de Oro (3).
Por otra parte, no debe olvidarse que, entre los pases occidentales, Espaa es el nico de los
actualmente vivos que ha explicado su historia a partir de un mito clsico fundamental, como es
el Siglo de Oro, porque, en palabras de J. M. Rozas, siempre ha tenido presente la temporalidad y
la dualidad de un tiempo de oro y un tiempo de hierro (4).
La astrologa y la alquimia se popularizaron entre el vulgo al convertirse en un elemento adscrito
a la picaresca y su mundo, que constituye un fenmeno social de la Espaa barroca,
estrechamente unida al Camino de Santiago. Ya desde mucho antes nuestro pas haba sido
objeto de peregrinacin por parte de un nmero muy elevado de europeos que cruzaban la
frontera y la mayora de ellos se dirigan a Santiago de Compostela. Esa tradicin convirti las
tierras y pueblos por donde pasaba el Camino de Santiago en un mundo singular. All proliferaban
los desocupados, los marginales de la poca y los vividores, confundidos con los autnticos
peregrinos, todo lo cual qued plasmado en el mundo de la picaresca.
Abundaban tambin ciertos personajes a los que se atribua extravagancias sin cuento, como los
supuestos magos, los charlatanes astrlogos y los falsos alquimistas, todos ellos dedicados a
engaar incautos y a excitar la imaginacin de las gentes. C. Prez de Herrera refiere que
muchos franceses prometan a sus hijas, como dote, lo que consiguiesen en un viaje a Santiago,
como si fueran a las Indias (5). En el siglo XVII, el Hospital Real de Burgos albergaba anualmente
entre ocho y diez mil peregrinos extranjeros, a los que se daba cobijo y alimentacin durante dos
o tres das. Muchos de ellos se pasaban media vida dando vueltas por Espaa y no pocos hijos de
buena familia abandonaban su casa para vivir una temporada de aventuras en el Camino de
Santiago.
Pero tambin hombres como Paracelso y E. Cornelio Agrippa viajaron a Espaa y ste ltimo fue
el cronista del rey Carlos V (6). La figura del alquimista embaucador de avariciosos e ingenuos se
populariz hasta el punto que pas a convertirse en un cuch literario usado en el gnero
picaresco, donde tambin aparecan los magos de pacotilla, los pseudo-astrlogos, quiromnticos
y sanadores de dudosa fiabilidad. Todo ello, junto al inters que desde antiguo demostraron por
el Arte de Hermes reyes, nobles e incluso Alguaciles del Santo Oficio, como Luis de Aldrete y
Soto, populariz la alquimia, exalt la fantasa popular acerca de sus misterios y algunos de sus
trminos, como alambicar, pasaron a incorporarse a la lengua castellana.
Creemos de inters sealar que la alquimia, la astrologa e incluso ciertos postulados de la magia
no eran considerados opuestos a la religin catlica, siempre y cuando no hiciesen apologa del
judasmo o del Islam, o no fuesen expuestos de manera que contradijesen los dogmas cristianos,
puesto que la venida de Cristo anulaba el poder de los astros y su fuerza salvadora estaba por
encima de cualquier manipulacin humana de la materia y de sus fuerzas e influencias.
Que la frontera de lo permisible no siempre estuvo bien determinada, es evidente, puesto que si
bien es cierto que la literatura sobre esos temas circulaba con profusin, por otra parte en las
crceles espaolas de la Inquisicin abundaban los herejes dedicados a esas actividades y en
1600 Giordano Bruno fue muerto en la hoguera por el Santo Oficio italiano.
No obstante, los rigores inquisitoriales no impidieron que, desde su siglo de hierro, un sector de
la inteligencia espaola soara y laborara por recuperar el Siglo de Oro, cuyo punto de referencia
lo constituy la Antigedad clsica y sus discpulos del Renacimiento, como Petrarca, empeados
en devolver su pureza a la lengua latina y restaurar as aquella poca dorada de la romanitas
universal embebida de helenismo. Y como sea que no hay Edad de Oro sin Lengua de Oro,
renacentistas y barrocos, tambin en Espaa, se afanaron en limpiar, pulir y enriquecer la lengua
castellana.
Quevedo particip de esos valores y por medio de la Stira, la burla despiadada y la inspiracin
potica, dej magistralmente escrito lo que odiaba, lo que amaba y lo que esperaba de este
mundo y del mundo por venir, sabedor de que el Siglo de Oro era en realidad el Siglo del Hombre
en el Reino de Dios.
Quevedo fue poeta, telogo, poltico, maestro de la escritura y, como afirma J. L. Borges, slo
estudioso de la verdad (7). En su obra, la presencia de la muerte es constante, pero recurdese
que es muy salutfero tenerla presente si se busca en verdad a Dios. La vida es una enfermedad,
cuya nica medicina es la buena muerte, afirma nuestro autor y lo repite en muchas ocasiones:
No hay otro camino para pasar a vida sin muerte(8). Este es uno de los grandes temas
Quevedo sabe que Dante ha escrito La Divina Comedia para explicar el misterio de la muerte y la
resurreccin, y no para hacer literatura, puesto que sta es tan slo el soporte. Ello no impide,
sin embargo, que se pueda hacer de dicha obra una lectura formal, ideolgica o poltica.
Aunque el poeta espaol se ocupe de astrlogos y alquimistas en tono burlesco o en stiras
despiadadas, sabe muy bien de quin se burla, como tambin a quines otorga callando. No
queremos decir con ello que Quevedo sea un Adepto, pero tampoco podemos dudar de que fue un
ferviente buscador que habl incesantemente de su bsqueda y de la esperada unin con Dios,
como slo un conocedor de la tradicin hermtica poda hacerlo.
A continuacin, extraeremos de sus escritos algunos ejemplos de lo que afirmamos, as como de
su posicin acerca de la alquimia y la astrologa. Empezaremos por sta ltima.
QUEVEDO Y LA ASTROLOGIA
En su obra Los Sueos, sita a los astrlogos en el infierno. El espaol, a semblanza de Dante,
tambin hace un descenso a los infiernos por medio de una pieza satrica con crtica social
incluida en la que nigromantes, embaucadores y falsos alquimistas comparten morada con
astrlogos, alguaciles, boticarios, clrigos, etc.
Pero los astrlogos no estn en el infierno porque no crea Quevedo en las influencias de los
astros como pronto veremos, sino por ser supersticiosos, porque estn ms atentos de los
astros que de Dios. El epgrafe de un soneto suyo dedicado a la venida de Cristo es bien
expresivo: Al Nacimiento. Mostrando que la astrologa misteriosa admira a la celeste. Como dir
en otra parte, el astrlogo va al infierno porque ha tratado muchos cielos en vida, cuand en
realidad, por falta de uno solo ser condenado(16). Evidentemente, ese nico cielo salvador es el
de nuestro nuevo nacimiento, el que verdaderamente cuenta y el que reivindica y espera
Quevedo. Dicho sea de paso, en eso consiste la llamada astrologa esotrica y no en mucho de
lo que se escribe y explica en nuestros das.
Es as como esos desviados astrlogos pueblan el infierno, ya que tan slo son lectores vulgares
y exteriores del cielo sublunar; no son Filsofos... Y por tanto, Quevedo los ridiculiza con toda su
divertida irona y mordacidad. En Las zahurdas de Plutn hace exclamar a uno de ellos: Vive
Dios que, si me pariera mi madre medio minuto antes, que me salvo!
En El Sueo del infierno, otro lector de los astros llega al lugar donde se celebra el juicio final
dando voces y cargado de mapas, astrolabios, globos.., y un diablo observa que se ha llevado
consigo toda la madera necesaria para su propia hoguera (17).
Otro supersticioso pide con insistencia a los diablos que se cercioren si es verdad que l ha
muerto, lo cual no puede ser, puesto que tena a Jpiter por ascendente y a Venus en la casa de
la vida, sin aspecto ninguno malo... (18)
Veremos a continuacin diversos fragmentos de poemas en los que el tema astrolgico est
tratado con profundidad y sentido, siendo algunos de ellos verdaderos testimonios tanto de sus
conocimientos sobre la materia, como de su actitud frente a las influencias astrales en este
mundo. He aqu algunos versos del Himno a las estrellas:
A vosotras, estrellas (...)
que por campaas de zafir marchando
como de Robert Fludd, Oswald Croll, Marsilio Ficino, la Clavis Artis lullianae, de Lugduni y el
Almagestum, as como numerosas obras de astrologa, ciencias aplicadas, medicina, historia
natural y matemticas. Posea, adems, un cierto nmero de tratados de magia, quiromancia,
fisiognoma, y algunos sobre piedras preciosas (27).
Como veremos a continuacin, Quevedo deja claro su respeto por la alquimia verdadera y,
aunque en su prosa se refiera a ella y en particular a sus falsos discpulos en tono burlesco, su
poesa est llena de referencias ms o menos veladas al Arte Real, gracias a ese continuo juego
de palabras que tan bien practica y a esa sugerente ambigedad que sabe imprimir a sus versos.
Y recordemos que la ambigedad y el doble sentido son caractersticos de los escritos
hermticos.
Antes de continuar, es preciso aclarar una importante cuestin terminolgica respecto a la
palabra alquimista. Desde la Antigedad clsica hasta el siglo XVIII stos se llaman a s
mismos Adeptos, Sabios, discpulos de la ciencia de Hermes, del Arte Real, Filsofos del Fuego o
simplemente Filsofos Annimos, como Ireneo Filaleteo. Y si bien la palabra alquimia es bastante
usual en los textos, entendida como uno de los nombres del Arte, se define al falso adepto como
alquimista, es decir, lo que los franceses llaman souffleurs. He aqu dos ejemplos:
En el Rosarium Philosophorum, (escrito en la primera mitad del siglo XIV, editado a partir de
1550 y del que se hicieron varias versiones en castellano) se establece claramente la distincin
entre los buenos y los malos discpulos del Arte: Les Philosophes disent en effet: Mon fis, les
alchimistes et ceux qui croient toutes leurs dissolutions, sublimations, conjuctions, etc. Qu'ils
se taisent, ceux que annoncent un autre or que le notre, une autre eau que la notre, (...) qui
sefont feu doux...(28).
Esa misma prevencin contra los farsantes de la poca hace escribir a Alvaro Alonso Barba, en su
obra Arte de los metales (1690): Los Alquimistas (odioso nombre por la multitud de ignorantes,
que con sus embustes lo han desacreditado)...(29).
Bien seguro que Quevedo comparta el parecer de los textos citados. Resumiendo la cuestin
podramos decir que los falsos adeptos son aquellos que esperan encontrar la piedra filosofal con
su nico recurso y sin la previa ayuda de Dios, mientras que los buenos discpulos convierten el
Arte en una disciplina desinteresada, renunciando del todo al mundo y entregndose del todo a
Dios; stos son en verdad los nicos que podrn realizar la Gran Obra. Esa es la diferencia
abismal entre unos y otros.
Y volviendo a los escritos quevedescos, podemos leer en El Sueo del Infierno que Demcrito
Abderita en su Arte Sacra, Avicena, Gber y Ramn Llull no son alquimistas, porque ellos
escribieron cmo de los metales se poda hacer oro y no lo hicieron ellos, y, si lo hicieron, nadie
lo ha sabido hacer despus ac (30). As pues, en el infierno no estn los Filsofos, sino los
alquimistas, haciendo compaa a otros que, como ellos, no hacan en vida ms que soplar. Por
esa razn estn all tambin los saludadores -curanderos que, andan siempre soplando (31). El
juego burln de Quevedo se basa aqu en que uno de los mtodos comunes de sanar en la poca
era soplar al enfermo. Quevedo tiene inters en colocar en el infierno a todos los sopladores y
por ello tambin estn all los odiados alguaciles, as como los llamados corchetes o
porquerones.
En el Sueo del infierno se dice (y se repite en otra parte) que la piedra filosofal se hace con la
cosa ms vil, que en este caso son los corchetes, aunque un diablo considera que tienen
demasiado aire para poder hacer la piedra. Es bueno saber que, en la poca se denominaba
corchetes a los ayudantes de los alguaciles quienes estaban en permanente relacin con
prostitutas y delincuentes.
En otro lugar los diablos encienden el fuego inmortal con corchetes, en lugar de fuelles,
porque soplaban mucho ms (32).
De todos ellos viene a decir Quevedo: Cmo es posible que se halle virtud en gente que anda
siempre soplando? (33).
Es necesario recordar respecto a los sopladores que, en trminos hermticos, stos constituyen
los malos alquimistas que no hacen ms que excitar de forma perversaprostituir el fuego, que
entonces slo quema violentamente, en lugar de cocer dulcemente (34).
En un soneto, que es una alegora del cohete, Quevedo nos habla del fuego de los discpulos
desviados:
pues no siempre quien sube llega al cielo (...)
mira que hay fuego artificial farsante,
que es humo y representa las estrellas (35).
En contraposicin a ese Fuego farsante, nuestro autor se refiere en otra parte al que es
patrimonio de los Filsofos, y que denomina e/fuego no fuego de Raimundo (36). Con ese
trmino ambiguo alude al fuego filosofal, del que Raimundo Llull era considerado el ms grande
de los maestros. Y para dejar bien sentada la diferencia entre unos y otros, Quevedo afirma en
Las zahurdas de Plutn que los verdaderos alquimistas son los boticarios, que tienen el infierno
lleno de bote en bote (...) porque hacen oro de las moscas, del estircol, (...) ni hay piedra que
no les d ganancia (37).
Como es sabido, los textos alqumicos afirman que la Obra se hace a partir de una cosa al alcance
de todos, sin valor y muy vil, lo cual sirve al autor para burlarse y acusar una vez ms a los
sopladores. Siguiendo esa misma lnea, en el Infierno de Quevedo un diablo pregunta a los
presentes. Queris saber cul es la cosa ms vil? Los alquimistas. Y as, porque se haga la
piedra, es menester quemaros a todos.
Dironles fuego y ardan casi de buena gana slo para ver la piedra filosofal
(38).
En otro pasaje de la misma obra se dice que naturaleza con la naturaleza se contenta y con ella
misma se ayuda, (39) repitiendo un conocido axioma hermtico. Cuando en uno de sus juegos
verbales dice que los alquimistas miraban ya al negro blanco y le aguardaban colorado, no hace
ms que indicar los colores bsicos que designan el proceso de la Obra (40). Y cuando afirma
siempre con ese juego feliz de palabras: Oh, qu de voces o sobre el padre muerto ha
resucitado y tornarlo a matar!, entendemos que, bajo esa frase jocosa, se hace alusin a otro
principio alqumico, segn el cual aquellos que no saben matar y resucitar que abandonen elArte.
En su receta para escribir libros de alquimia, nuestro poeta vuelve a referirse a la Gran Obra en
los mismos trminos:
Recibe el rubio y mtale y resuctale el negro. Item, tras el rubio toma lo de abajo y sbelo y baja
lo de arriba y jntalos y tendrs lo de arriba. Y para que veas si tiene dificultad el hacer la piedra
filosofal, advierte que lo primero que has hacer es tomar el sol, y esto es dtficultoso, por estar
tan lejos (41).