Benson - La Amistad de Cristo
Benson - La Amistad de Cristo
Benson - La Amistad de Cristo
de Cristo
Robert Hugh Benson
The Friendship
of Christ
by
ROBERT HUGH BENSON
Longmans, Green,
and Co.
Fourth Avenue & 30th Street, New York
London, Bombay, and Calcutta
1912
Nihil Obstat
Remigius Lafort, D.D.
Censor.
Imprimatur
+ John Cardinal Farley
Archbishop of New York.
New York
February 28, 1912.
La Amistad
de Cristo
Traduccin y adaptacin
p . Jorge Benson
Argentina, 2012.
Descubriendo
al Cristo Amigo
No es bueno que el hombre est solo.1
La amistad es una de las vivencias ms fuertes y misteriosas
de la vida humana.
Los filsofos materialistas suelen reducir las emociones ms
sublimes, como el arte, la religin, el romance, a los instintos
puramente carnales de propagacin o conservacin de la vida
fsica; pero sus teoras no alcanzan para explicar las formas de
amistad que se dan entre varones, entre mujeres, o entre varn
y mujer.
La amistad no es una mera manifestacin del sexo, y as David puede decir a Jonathan: Tu amistad era para m ms maravillosa que el amor de las mujeres;2 ni es una simpata
derivada necesariamente de intereses comunes, porque el sabio
y el loco pueden formar una amistad tan fuerte como puede
darse entre dos sabios o dos locos; ni es una relacin basada en
el intercambio de ideas, porque las amistades ms profundas
prosperan mejor en el silencio que en la conversacin. Y as
dice Maeterlinck: Ningn hombre es realmente mi amigo,
hasta que no aprendimos a estar juntos en silencio.
Y decimos que es una realidad tan poderosa como misteriosa.
Es capaz de elevarse a un nivel de pasin mayor que el de las
1
2
Gen 2: 18
2 Sam 1, 26
relaciones entre los sexos, ya que es independiente de los elementos fsicos necesarios para el amor entre esposo y esposa.
La amistad no busca ganar ni producir nada. Al contrario,
puede sacrificarlo todo. Incluso donde no pareciera haber un
motivo sobrenatural, podra reflejar en un plano natural las
caractersticas de la caridad divina, incluso ms claramente
que el amor matrimonial sacramental. As, como dice san Pablo, en la amistad tambin el amor es paciente, es servicial;
el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envaneceno
procede con bajeza, no busca su propio inters El amor
todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta3. Por eso, aunque puede prescindir de la sexualidad, la
amistad podra ser la sal del matrimonio perfecto.
La amistad es uno los aspectos supremos de la experiencia
humana, como el arte, como lo fuera la caballera, incluso
como la religin, y no es ciertamente el menos noble.
Por otro lado, casi no hay una experiencia ms sujeta a la
desilusin. Puede endiosar bestias, y decepcionarse al encontrar que son humanas. No hay peor amargura en esta vida que
cuando un amigo nos falla, o cuando le fallamos a l. Aunque
la amistad tiene en s misma un cierto aire de eternidad, que
aparenta trascender todos los lmites naturales, no hay emocin tan a merced del tiempo. Somos capaces de forjar una
amistad, pero podemos crecer fuera de ella, y estamos continuamente haciendo nuevos amigos. Como puede ocurrirnos en
la religin, en la que progresamos en el conocimiento del verdadero Dios mientras vamos formando imgenes e ideas inadecuadas de la divinidad, que en su momento adoramos,
pero que vamos cambiando por otras. Mientras estamos en la
infancia vamos descartando cosas infantiles.
La amistad es una de las pasiones ms sublimes, de esas que
se alimentan de las cosas terrenales, pero que son continuamente insatisfechas con ellas. Pasiones que nunca se consu3
10
Jn. 11: 5.
Mc. 10: 21.
6
Mt. 26: 40.
7
Mt. 25: 50.
5
11
Apoc. 3: 20.
Jn 15: 15.
10
Mt. 18: 20.
11
Mt. 28: 20.
12
Mt. 25: 40.
13
Jn. 1: 11.
9
12
13
14
Respondiendo al Amigo
que te conozcan a ti. 14
La realizacin plena de una verdadera Amistad con Cristo nos
parece, a primera vista, inconcebible. Nos parece ms lgico y
realizable adorarlo, obedecerle, servirlo e incluso imitarlo.
Y es as, mientras no recordemos que Jesucristo tom un alma
humana como la nuestra, un alma capaz de alegras y tristezas, abierta a los ataques de la tentacin, un alma que realmente experiment tanto pesadez como xtasis, tanto oscuridad
como las alegras de la Visin. Y ser as mientras todo esto
no se convierta, para nosotros, no solo en un hecho dogmtico
aprehendido por la fe, sino en un hecho vital percibido por la
experiencia.
Porque, como en el caso habitual de dos personas cuya amistad radica en una comunin espiritual, as se da entre Cristo y
nosotros. Su alma, ese principio vital que llamamos el corazn, es el punto de contacto entre su divinidad y nuestra
humanidad. Recibimos su cuerpo con nuestros labios; nos
postramos enteros delante de Su divinidad; y abrazamos Su
sagrado Corazn con el nuestro.
I. Las amistades humanas suelen despertarse con algunos pequeos detalles externos. Escuchamos una frase, o una inflexin de voz, notamos la mirada de unos ojos, o un gesto. Y
14
Jn 6: 3.
15
16
17
Jn. 6: 3.
18
19
16
Flp. 3: 8.
20
17
Sal 51: 4.
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18
Cfr. Jn 20, 17
25
26
Lc. 5: 8.
Cfr. Jn 21: 7.
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28
21
Sal 13, 4.
29
Por ejemplo, a veces nos quejamos por problemas y obstculos que surgen y nos molestan innecesariamente: la presencia
constante de alguna persona con la que chocamos inevitable y
continuamente; o una permanente tentacin u ocasin de pecado de la que no podemos escapar; o una espina en la carne,
o una alteracin mental. O la prdida de alguien, que nos dej
como sin luz y sin fuerza, con las alas cortadas para elevarnos
a Dios.
Pero en esta etapa comenzamos a ver, con esa la luz que nos
regala nuestro Seor, el valor de esas cosas. Vemos que no
podramos lograr paciencia sobrenatural, o compasin, o la
grandeza de la caridad, a menos de tener cerca alguien que nos
exija practicarlas. Nuestra natural irritacin ante esa inevitable
compaa es clara seal de que necesitamos ese ejercicio. La
exigencia de un constante esfuerzo de autocontrol, y finalmente de verdadera compasin, es precisamente el medio por el
cual logramos la virtud.
En lo que hace a las tentaciones, hay gracias que solo se reciben con ocasin de ellas, como las gracias de inocencia y
abandono, completo y persistente, en las manos de Dios. Fueron estmulos como estos los que le ensearon al mismo San
Pablo a entender,22 como l mismo lo confiesa, que es slo
cuando la debilidad humana es ms consciente de s misma
que la Gracia divina es ms eficaz, o, como l dice, perfeccionada.
Y en cuanto a esas prdidas que parecen destrozar toda una
vida, que dejan a una persona, que se haba aferrado a otra ms
fuerte, como indefensa, desconcertada y herida, es por este
medio y slo por este medio que ella aprende a adherirse totalmente a Dios.
El primer paso de la va iluminativa, entonces, consiste, no
simplemente en experimentar estas cosas, ya que tentaciones y
prdidas ocurren en todas las etapas de la vida espiritual, sino
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en percibir su valor, ntima y claramente, sin rebeldas ni resentimientos (excepto quizs en cadas momentneas). Ms
bien, comprendiendo su valor, aceptndolas y tomndolas
como voluntad de Dios. Y es ahora que uno deja de inquietarse ante el problema del dolor; porque si bien es cierto que no
se puede intelectualmente resolver el problema, se lo enfrenta
en la nica forma en que es posible, a saber, tomndolo o a lo
sumo aceptndolo, vindolo prcticamente razonable, y tratando, en lo sucesivo, de actuar de acuerdo a esa intuicin.
II. El segundo paso de esta etapa iluminativa, que se corresponde con el de la va purgativa, consiste en un ver mejor la
realidad de las cosas interiores.
Por ejemplo, las verdades de la religin. A muchos les ocurre que, en los albores de la fe, adhieren a una cantidad de
dogmas de los que no tienen ninguna experiencia. Y quieren
vivir de acuerdo a ellos, por el simple hecho de saber que los
reciben de una Autoridad divina. No entienden muchos de
ellos, ni tienen lo que las Escrituras llaman discernimiento
espiritual.23 Reciben la fe como nuestro Seor nos dice que
debemos recibirla, como un nio,24 sosteniendo firmemente el
conjunto del Credo, guiando su vida por su luz, profesando
morir antes que abandonarlo, y santificando y salvando el
alma por simple fidelidad a l. Pero sin soar con desentraarlo, y siguiendo adelante en total oscuridad.
Alguien as gana indulgencias, por ejemplo, cumpliendo las
debidas condiciones; y quizs hasta es capaz de explicar bastante bien lo que son las indulgencias. Pero la naturaleza de
esta especie de transaccin espiritual es tan impenetrable, a sus
ojos, como una joya en un estuche cerrado. Lo mismo le ocurre con la doctrina del castigo eterno, o los privilegios de Mara, o la Presencia Real. Adhiere a estas cosas y vive de acuerdo
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a sus efectos y consecuencias. Pero estos misterios no le aportan la ms mnima luz. Si camina en la fe, no es en base a verificaciones. Si sostiene los dogmas de la fe, es incapaz de compararlos con hechos naturales y de ver los numerosos puntos
en que ellos encajan con otros hechos de su experiencia.
Pero cuando llega la iluminacin, tiene lugar un cambio extraordinario. No es que los Misterios dejen de ser misterios, ni
que se pueda expresar en lenguaje humano exhaustivo, o concebir en imgenes completas, esos hechos de la Revelacin
que estn ms all de la razn. Pero, iluminada por el cirio de
Dios, de algn modo empieza a brillar para su percepcin espiritual cada una de esas joyas de verdad que, hasta entonces,
haban sido opacas e incoloras. Y entonces puede explicar las
indulgencias, o la justicia del infierno. Tal vez no mejor que
antes; pero ya no desde una impenetrable oscuridad.
El cristiano en vas de iluminacin comienza a manejar lo
que antes slo tocaba, y a comprender mejor lo que dice. Encuentra, por un determinado e inexplicable proceso de verificacin espiritual, que aquellas cosas que ya tena por verdaderas son verdaderas para l, tanto como lo son en s mismas; el
sendero por donde caminaba a oscuras se hace ms patente a
sus ojos. Hasta que, si por la gracia y la perseverancia llega a
la santidad, pueda experimentar por el favor divino esas luminosas intuiciones, o mejor dicho esa infusin de conocimiento
que es caracterstica de los Santos.
III. La tercera fase de la iluminacin, correspondiente a la de
la va purgativa, trata de las relaciones entre Cristo y el cristiano que disfruta de la Amistad divina. Vimos que el ltimo
paso de la va purgativa era ese abandono en los brazos de
Cristo, que slo es posible cuando el alma ya no se cree autosuficiente. El paso correspondiente en la va iluminativa es,
por tanto, la luz que recibe el alma para apreciar la presencia
constante de Cristo en ella, o su presencia constante en Cristo.
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27
Ecl. 4:10
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Cristo en la Eucarista
Yo soy el Pan de vida. 28
Hemos considerado la realidad interior de la Amistad de Cristo. Amistad, hay que recordarlo, que se ofrece no slo a los
catlicos, sino a todos los que conocen el nombre de Jess y,
si se quiere, a todo ser humano. Porque nuestro Seor es la luz
que ilumina a todo hombre,29 y es Su voz la que habla a travs
de la conciencia, ms all de lo defectuoso que pueda encontrarse ese instrumento. Es l, el nico Absoluto, la Presencia
que buscan a tientas tantos corazones; como lo buscaban Marco Aurelio, Gautama, Confucio y Mahoma, con todos sus
discpulos sinceros, aunque nunca hubieran escuchado el
nombre histrico de Jess, o habindolo odo lo rechazaron
pero sin culpa. Y esto que decimos de la Amistad de Cristo,
que se brinda tambin a los no-catlicos e incluso a los nocristianos, sera terrible que no fuese as; porque en ese caso
no podramos afirmar que nuestro Salvador es, realmente, el
Salvador del mundo.
El Cristo del que los catlicos sabemos que se encarn, y
vivi esa Vida contada en los Evangelios, est siempre presente en el corazn humano. As se cuenta de un anciano hind
que, despus de escuchar un sermn sobre la Vida de Cristo,
pidi el bautismo. -Pero cmo puede usted pedirlo tan pronto?, le pregunt el predicador. -Haba escuchado antes
28
29
Jn. 6: 35.
Cfr. Jn 1: 9.
37
38
Lc 2: 52.
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40
41
Heb. 13: 8.
Ef.2: 18.
37
Lc 15: 20.
36
42
Lc 24: 35.
Rm. 6: 9.
43
44
Cristo en la Iglesia
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos.40
Hasta aqu, hemos considerado la Amistad de Cristo en cuanto a nuestra relacin directa con l, el Dios que habita en el
corazn, y que est tambin presente en el Santsimo Sacramento. Es decir, hemos examinado nuestra vida espiritual
cultivada por la Amistad de cada uno con nuestro Seor.
I. Ahora bien, pocas cosas son tan difciles de diagnosticar y
tan fcilmente malinterpretados como ciertos impulsos e instintos de la vida espiritual. Psiclogos modernos nos recuerdan
lo que San Ignacio ense en su momento, con respecto a la
desconcertante dificultad para diferenciar la accin de Dios de
la accin de esa parte oculta de nosotros que no est bajo la
directa atencin de la conciencia.
De pronto sentimos impulsos y deseos que parecen llevar la
marca de un origen divino; slo cuando son obedecidos o
complacidas descubrimos que a menudo no surgieron sino de
nosotros mismos, por nuestra formacin, o por una cierta asociacin o recuerdo, o incluso de un cierto orgullo, y que podran llevarnos a un desastre espiritual. Es necesaria una intencin muy pura y un gran discernimiento espiritual para reconocer en cada caso la voz divina, y para ser siempre capaces
de penetrar el disfraz de quien, en las etapas superiores del
40
Jn 15: 5.
45
46
47
Lc 10: 16.
Jn 20: 21.
46
Mt. 18: 18. Cfr. ibid. 16: 19.
47
Mt. 28: 19.
48
Ibid. 20.
45
48
mundo. Pero aumentan enormemente las posibilidades de crecer en la Amistad de Cristo para el que, no slo lo conoce y
estudia Su personalidad en el Evangelio (que nos ofrece el
testimonio escrito de lo que fue Su vida en la tierra), sino que
abre los ojos al asombroso hecho de que Cristo todava vive y
acta y habla sobre la tierra a travs de la vida de Su Cuerpo
mstico. Y esa personalidad divina, esbozada en pocas lneas
hace dos mil aos, es explicitada a travs del tiempo, siguiendo Su propia orientacin y en los trminos de esa naturaleza
humana que l ha unido msticamente a s mismo.
III. (i) Un catlico, teniendo en cuenta todo esto, debe desarrollar su Amistad con Cristo, pero con el Cristo-en-elCatolicismo. De hecho, uno de los hechos ms notables de la
religin Catlica es la manera en la cual esto es hecho casi
instintivamente por personas que, quiz, nunca han meditado
sobre el motivo para hacerlo. Intuimos que la Iglesia es algo
ms que el Imperio ms grande de la tierra, ms que la Sociedad ms venerable de la historia; ms que la Embajadora de
Dios; ms, incluso, que la Esposa del Cordero. Todas estas
metforas, an las ms sagradas, no agotan, ni mucho menos,
esta realidad divina. Porque la Iglesia es Cristo mismo.
De aqu proviene esa especie de familiaridad que sentimos
para con la Iglesia. Todo catlico, por ejemplo, incluso aqul
que apenas practica su religin, sabe que nunca est totalmente
desamparado o en el exilio. Se siente, no slo como puede
sentirse el sbdito de un Reino o de un Imperio protegido por
la bandera de su pas, sino como uno que est acompaado por
un Amigo. As, si visita iglesias en el extranjero, no es slo
para visitar el Santsimo Sacramento, ni para confirmar el
horario de la misa, sino para entrar en la compaa de una
misteriosa y reconfortante Personalidad, impulsado por un
instinto que apenas puede explicar. Pero lo que hace es perfectamente razonable, porque Cristo, su Amigo, est ah. l est
49
II Cor. 10: 5.
Col. 3: 3.
51
Cfr. Gal. 2: 20.
50
50
explicacin. Cada uno conoce los gustos y disgustos del amigo, an antes de decirse nada.
Esto es precisamente a lo que un catlico debe apuntar. La
Amistad con Cristo en la Iglesia debe ser realmente tal. Y sin
este progresivo conocimiento de Cristo nuestras relaciones con
l no pueden ser como l las quiere. Debemos tender, no slo
a una escrupulosa obediencia externa y bien formulados actos
de fe, sino a un modo de mirar las cosas en general, a una actitud instintiva, a una atmsfera intuitiva, como lo viven muchos
catlicos fieles, an incultos. Los hay que, sabiendo poco o
nada de teologa dogmtica o moral, pueden detectar con rapidez casi milagrosa tendencias sospechosas, quizs antes o
mejor que un telogo formado.
No hay camino ms directo para alcanzar esta ntima sintona
con el Catolicismo que la paralela intimidad con Cristo.
Humildad, obediencia y sencillez son las virtudes sobre las
que la Amistad divina, as como cualquier amistad humana,
puede solamente prosperar.
Y, sin embargo, aun conociendo esta realidad muy bien, podemos sentir alguna especie de repugnancia a esta actitud que
podra parecerse al servilismo. Y hasta podramos objetar que,
habiendo sido dotados de un temperamento y un juicio independiente, y con preferencias personales y hasta el don divino
de la originalidad, no podemos simplemente sacrificarlos y
abandonarlos
Sin embargo, no nos dieron libre albedro para que, con l,
elijamos no tener otra voluntad que la de Dios? Y no tenemos
la inteligencia para ir aprendiendo a ponerla en armona con la
sabidura divina? Y el corazn, no debe amar y odiar aquellas
cosas que el Sagrado Corazn ama y odia? Porque, en la unin
con Dios, nada de lo que unimos con l se pierde. Por el contrario, cada talento es transformado, glorificado y elevado a
una naturaleza superior. Nuestra alma verdaderamente ya no
vive; sino que es Cristo quien vive en ella.
51
52
53
Mt. 7: 29.
Cfr. Mt. 10: 39.
52
Cristo en Su Sacerdote
La Gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.54
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, de modo que aqul que anhela la Amistad de Cristo debe buscarla tanto en la Iglesia como en s mismo, o sea tanto exteriormente como interiormente.
Ciertas caractersticas de Cristo, por ejemplo, cuyo conocimiento es esencial para un verdadero entendimiento con l: Su
autoridad, Su infalibilidad, Su ardor incansable, etc., son apreciadas plenamente slo en el marco de un ferviente catolicismo.
Ahora bien, la Iglesia Catlica es una comunidad tan amplia,
que para muchos es imposible formarse de ella una imagen
completa. Tienen, s, una idea, y la respetan interiormente; sin
embargo, como la Iglesia se presenta prcticamente a travs
del sacerdote, les parece que ella exalta demasiado la humanidad del sacerdote, a quien ni ella misma cree infalible. No
objetaran que fuera simplemente esa Comunidad Ideal la que
fuera exaltada; pero les parece excesivo que sea el sacerdote,
un ser humano individual, el que se presente a los ojos de los
catlicos con el ropaje de Cristo, revestido de Sus prerrogativas.
Esto es bastante cierto. Y la nica respuesta es que Cristo
realmente lo quiso as; e instaur un Sacerdocio que no slo lo
representa y toma Su lugar, sino que, en cierto sentido, es l
mismo. Es decir, que Cristo debe ejercer Sus poderes divinos a
travs de su ministerio; y que la devocin y reverencia hacia el
54
Jn. 1: 17.
53
Mc 16: 15.
54
Is 52: 7.
Sal 45:3
55
Jn 1: 17
Lc 5: 21.
60
Jn 6: 52.
59
56
Esto es, entonces, esencial para entender de qu manera Cristo est presente en Su sacerdote.
En primer lugar Cristo est presente en l cuando entrega,
aunque sea ms o menos mecnicamente, el mensaje que le es
confiado. El divino Profeta utiliza labios humanos para ensear y declarar la verdad.
Pero cuando pensamos que el divino Sacerdote utiliza labios
humanos para realizar funciones sacerdotales, vemos que la
Presencia es mucho ms ntima que la de un rey en su embajador. Porque el mero embajador no ensea. El mero embajador
no reconcilia.
Los embajadores de Cristo, en cambio, en virtud de la expresa
misin que han recibido en palabras como esto es Mi cuerpo
... Hagan esto en memoria Ma.61 Reciban el Espritu Santo. Los pecados sern perdonados,62 estn facultados para
hacer lo que no puede hacer ningn embajador meramente
terrenal. Ellos producen lo que declaran: ellos administran la
misericordia que predican.
Podemos, entonces, decir con toda verdad que Cristo est
presente en Su sacerdote. Presente no como est presente en
un santo, por ms santo que sea, o en un ngel, por ms cerca
que est del rostro de Dios. El supremo privilegio del sacerdote, as como su tremenda responsabilidad, consiste en que, en
esos momentos durante los cuales ejerce su ministerio, en un
sentido l es Cristo mismo. l no dice que Cristo te absuelva;
sino yo te absuelvo; no dice: Este es el cuerpo de Cristo, sino:
Esto es mi cuerpo. Entonces no es simplemente el enunciado
de los labios lo que Cristo utiliza, sino que l subordina Su
intencin y Su voluntad para que ese acto divino se realice. l
se hace presente en el sacerdote, entonces, si Su sacerdote lo
permite. Depende no de la pronunciacin mecnica de palabras, sino de la decisin del sacerdote, de la unin de su libertad y su intencin con la de su Creador, si, aqu y ahora, el
61
62
Lc 22: 19.
Jn 20: 22, 23.
57
Santsimo Sacramento es consagrado (y es realizada la culminante maravilla de la misericordia de Cristo); si, aqu y ahora,
ese triste pecador se va perdonado; si, en una palabra, Dios, en
este o aquel lugar, en este o aquel momento, acta como Dios.
III. Parecera que nos fuimos lejos de nuestro tema, la Amistad
con Cristo, pero en realidad no lo hemos dejado ni por un
momento. Hemos considerado distintos modos en los que la
Amistad de Cristo se nos hace accesible, y hemos visto cmo
ella no consiste solamente en una adhesin interior a l, sino
tambin en un reconocimiento y una acogida exterior de Jesucristo. De Jesucristo con Su naturaleza humana, y con Su Autoridad.
Ahora bien, Su naturaleza humana llega a nosotros en el Sacramento del Altar; Su Autoridad divina viene en la naturaleza
humana de quienes componen Su Iglesia y tienen potestad
para hablar en Su nombre. Sin estos modos en los que l se
nos hace Presente, no podemos recibir a Cristo, y por ende la
Amistad con Cristo no puede darse como l lo quiere. Y una
de esas modalidades es, insistimos, Su Presencia en el Sacerdote.
l habita aqu en la tierra, hablando a travs de los labios de
Su sacerdote, en la medida en que ese sacerdote transmite la
enseanza autoritativa e infalible del Cuerpo Mstico del cual
es portavoz.
l ejerce Su poder aqu en la tierra, en esos actos divinos del
sacerdote que slo el poder divino puede realizar, desplegando
la prerrogativa de misericordia que pertenece nicamente a
Dios, hacindose presente en Su naturaleza humana bajo las
formas del Sacramento que l mismo instituy. Y adems de
todo esto, en ese clima que en torno al sacerdocio crean los
fieles instintivamente (ms que por instrucciones precisas de la
Iglesia), l exhibe atributos de Su divinidad, atributos que
alimentan la amistad con aquellos que lo aman.
58
63
Mt. 11:28
Ap. 14: 4.
65
Sal. 110: 4.
64
59
60
Mt. 5: 14.
61
67
62
Lc. 1: 26-27.
Cfr. Heb 5:8.
70
Jn. 19:25.
71
Mt. 13:52.
69
63
Mt. 2:11.
64
73
74
Mt. 5:14.
Col. 3:3.
65
Cant. 4:7
Sal. 45: 10-14.
77
Cfr. Hch. 14:22; Apoc. 7: 15.
78
Gal. 2:20. (12)
76
66
79
I Cor. 3: 22-23.
67
68
Cristo en el Pecador
Este hombre recibe a los pecadores
y come con ellos80.
Cristo se nos hace accesible, ofrecindonos Su amistad bajo
diversas formas y apariencias. As nos permite acercarnos a
varios aspectos de Su personalidad, admirar Sus virtudes y
recibir Sus gracias.
Por ejemplo, nos extiende Su sacerdocio en Sus sacerdotes, y
Su propia santidad en los Santos. Ambas representaciones
Suyas son fcilmente aceptables para todos. Cualquiera que
sepa algo de la divinidad de Jess tendra que tener grandes
prejuicios o estar bastante ciego para no reconocer la voz del
Buen Pastor en las palabras que Su sacerdote est autorizado a
pronunciar, o la santidad del Santsimo en la vida sobrehumana de sus amigos ms fieles.
Pero no es tan fcil reconocerlo en el pecador, ya que ste, en
cuanto tal, no puede ser asumido por Cristo. Incluso para Sus
discpulos ms queridos fue difcil y fueron tentados a fallarle
cuando en la Cruz, y ms an en Getseman, El que no conoci pecado fue hecho pecado por nosotros.81
I. Sin embargo hay que recordar, en primer lugar, que entre
sus ms marcadas caractersticas, tal como consta en los
Evangelios, est Su amistad con los pecadores, Su extraordina80
81
Lc. 15: 2.
Cfr. 2 Cor 5: 21.
69
ria simpata por ellos y Su aparente comodidad en su compaa. A tal punto que acusaron de eso, precisamente, al que deca
ensear, como lo hizo, una doctrina de perfeccin. Y sin embargo, si lo pensamos, esta actitud de Jess es una garanta y
prueba de Su divinidad, ya que slo el Altsimo poda descender tan bajo, y nadie sino el mismo Dios poda mostrarse tan
humano.
Por un lado, no los trata con desdn: "este hombre recibe a los
pecadores",82 ni se conforma con predicarles: l come con
ellos,83 descendiendo a su nivel. Pero, por otro lado, no hay en
l nada de esa tonta y moderna actitud de indiferente amoralidad: Su mensaje final es siempre, "en adelante no peques
ms".84
Tan ostensible, de hecho, es Su benevolencia hacia los pecadores que, a primera vista, da la impresin que se ocupara ms
de ellos que de los Santos: "No he venido a llamar a los justos," dice, "sino a los pecadores.".85 En un mismo sermn,
insiste tres veces sobre lo mismo, con otras tantas parbolas
dirigidas a quienes, por sus prejuicios, estn naturalmente
tentados de caer en el principal peligro de las almas religiosas,
el farisesmo. 86 A saber: la moneda de plata perdida en la casa
parece tener ms valor que las nueve que siguen guardadas; la
oveja caprichosa perdida en el desierto vale ms que las noventa y nueve en el corral; el hijo rebelde perdido en el mundo
es ms querido que el mayor, el que haba permanecido en la
casa.
Pero notemos cmo actuaba eso que enseaba. Porque no se
trataba de una benevolencia abstracta, sino de una amabilidad
muy especial para con cada pecador. Hasta parece elegir y
acercar a l los tres prototipos de pecador. As, al tosco mal82
Lc. 15: 2.
Ibid.
84
Jn 8: 11.
85
Mt. 9: 13.
86
Cfr. Lc. 15.
83
70
hechor le promete el paraso; a la apasionada y sensible Magdalena le da la absolucin y un elogio; y al an ms repugnante de todos, el traidor fro y calculador, que prefiere treinta
monedas antes que a su Maestro, Jess lo recibe, en el mismo
momento y clmax de su traicin, de la manera ms afectuosa:
Amigo, a qu has venido?".87
Hay algo que surge del relato del Evangelio con suficiente
claridad. Y es que conocemos a Cristo en su aspecto ms caracterstico cuando lo encontramos entre los pecadores.
II. Y cul ser el sentido de esta realidad, que desconcierta al
mundo? Porque es claro que podemos reconocer a nuestro
Sumo Sacerdote cuando se ofrece en su Altar; a nuestro Rey
de los Santos cuando se transfigura; hasta podemos reconocerlo cuando se ocupa de los pecadores, como de cada uno de
nosotros. Pero podemos decir, razonablemente, que l se
identifica con ellos al punto que tenemos que buscarlo no slo
entre ellos, sino en los pecadores?
As lo hicieron y lo hacen los Santos, y su ejemplo es claro e
inequvoco. Totalmente unidos a Cristo, buscan nada ms que
a l. Tanto si se retiran del mundo para consagrarse a l en la
penitencia y la oracin, como si le dedican todos sus esfuerzos
en medio del mundo, lo hacen buscando, no slo las cosas
ajenas a Cristo que puedan convertirlas en Suyas, sino a ese
cristo que todava no es Suyo, para reconciliarlo con l.
Despus de todo, no es tan complicado. Porque Cristo es la
"luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo",88 y
la Presencia de Cristo es lo que da valor a un ser humano.
Ciertamente, en cierto sentido, el que prefiri el pecado perdi
a Cristo, en cuanto que l ya no est en su alma por la gracia.
Pero en otro sentido, terriblemente real y trgico, Cristo est
todava all. Si un pecador ech a Cristo por su pecado, podr87
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Cfr. Heb. 6: 6.
Lam 1: 12.
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Jn. 19: 28.
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los que se han salvado; y a Su izquierda los que se han condenado. Y la nica razn que asigna en Su particular discurso,
para esa eterna separacin, es que los primeros lo sirvieron en
su prjimo y los segundos no lo hicieron. Lo que hicieron a
uno de estos mis hermanos, a m me lo hicieron.95 Y segn
eso, unos entran en la Vida, otros en la muerte.
No deja de sorprendernos la ignorancia, aparentemente genuina y sincera, de unos y otros, acerca del mrito o demrito de
sus vidas. Ambos parecen discutir la sentencia de absolucin y
condena, respectivamente: "Seor, cundo Te vimos hambriento o sediento, desnudo ... o enfermo o en la crcel?" 96
Nunca te hemos servido, parecen decir de un lado. Nunca te
hemos descuidado, 97 parecen decir los del otro.
En respuesta el Seor repite el hecho de que, al atender o al
descuidar a su prjimo, lo atendieron o lo descuidaron a l.
Curiosamente Jess no explica cmo acciones realizadas en la
ignorancia pueden, a Sus ojos, acarrear mritos o demritos.
Pero la explicacin no es tan difcil. Es que la ignorancia nunca es completa. Y es un hecho de experiencia universal que
todos sentimos una inclinacin instintiva hacia nuestro prjimo, que no podemos rechazar sin un cierto sentido de culpabilidad moral.
Es posible que, sea por ignorancia o por un rechazo deliberado de la luz, alguien pueda no entender o aceptar la paternidad
de Dios y las exigencias de Jesucristo. Y hasta es posible que
alguien pretenda sinceramente estar intelectualmente justificado al negar explcitamente esas verdades.
Pero nadie vivi una vida totalmente egosta desde el principio, ni nadie rehus deliberadamente amar a su vecino o neg
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Cfr. Jn. 1: 9.
I Jn. 4: 20.
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Col 1: 24.
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Col 1: 24.
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mejor an, siendo Cristo el nico que puede cargar con los
pecados del mundo, ofrece su dolor como un nuevo instrumento de la expiacin de Cristo. Estos crucifijos vivientes permanecen firmes, por encima de ese pequeo mundo en el que
perdemos tiempo en disputas y querellas. Levantando los ojos
hacia ellos, y mirando ms all de un cuerpo en agona al Cristo que sigue en ellos crucificado, aprendemos algo ms acerca
de la amistad de Cristo, y tal vez la ltima leccin: que Aquel
que en Su Cuerpo Mstico nos pide obediencia, en Su cuerpo
Sacramental nuestra adoracin, en Su sacerdote nuestra reverencia, en sus Santos nuestra admiracin, y para Sus queridos
pecadores nuestro perdn, pide tambin, en los que se identifican con l interiormente y tambin exteriormente, en los que
soportan su dolor nicamente porque l lo sufre por ellos, pide
tambin eso que es lo ms delicado de la amistad, nuestro
amor hecho ternura y compasin.
Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de
Cristo. 110
Apurmonos pues, y sirvmosle por fin, a nuestro Amigo que
lo est pidiendo, no ya vinagre, sino el mejor vino.
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Col 1: 24.
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Lc 23: 34.
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Lc 23: 34.
Id.
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Y cuntas cosas ignoramos, acerca de la vida espiritual. Cuntas veces ignoramos a Jess que viene a nosotros como un
Amigo. Y a cuntos les ha ocurrido que, sea en la juventud,
sea en la madurez, de pronto despiertan al hecho de que Cristo
desea, ms que mera obediencia, simple fe o sola adoracin,
una verdadera amistad con l. Y eso produce, rpidamente,
una primera y efectiva conversin moral. Es tan admirable y
hermoso ver a alguien que, como una joven que se entera que
es amada, descubre con el corazn encendido que Dios es su
enamorado! Tan admirable y hermoso como ver que, tantas
veces, Dios vino a los Suyos, y los Suyos lo recibieron.
Y sin embargo muchas veces ocurre lo mismo que en los
amores humanos, en este romance divino. El amor puede enfriarse, en la misma persona que pocos aos atrs centraba
todo en Cristo Jess, y haba reformado su vida hasta en los
detalles, con el nico objeto de parecerse cada vez ms a su
Amigo. Puede sucederle al mismo cristiano que haba hecho
de la devocin su principal ocupacin, que haba concentrado
sus capacidades, hasta su sentido esttico, sus intereses, sus
emociones, su entendimiento, nicamente en l, que haba
empezado una nueva vida centrada en l, y que haba como
extinguido sus pecados, casi sin un esfuerzo, en la luz de Su
Presencia. Puede ocurrir en esa misma persona que, cuando
comienzan a sacudirla las pruebas de la va purgativa, ve que
se fatigan sus ilusiones, que la madurez enfra los ardientes
entusiasmos de la adolescencia, y que la rutina mundana reitera su pretensin de ser el nico objeto adecuado de consideracin. Esa persona, poco a poco, en lugar de agarrarse ms
fuerte que nunca a su Amigo, en vez de afirmarse en una fe
casi desesperada, en vez de sostenerse en esa que ha sido la
experiencia ms real y vital de su vida, en lugar de tratar de
transferir la imagen de Jess, desde ese romanticismo tal vez
apagado, al estado maduro en el que se ha encontrado, en lugar
de aferrarse a l desde su debilidad, cuando las fuerzas naturales la abandonaron, por el contrario, empieza a situar semejan-
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Jn. 1: 11.
Cfr I Cor. 15:25
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Cfr Lc. 7: 37 ss.
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Mt. 27,40
Lc. 23:39
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Cfr. ibid.
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Mt. 27: 50.
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Jn. 20:13.
Jn. 20: 13-16.
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Sin poder decir palabra, se abalanza hacia esos pies que conoca bien, como para asegurarse hasta tocndolos que eran
los mismos pies que haba besado en la casa del fariseo y en la
Cruz del Calvario. Que era l mismo, y no un fantasma.
- No me toques, porque todava no he subido al Padre 127
No me toques. Esa amistad ya no es lo que era. Es infinitamente superior. No es lo que era, ya que desaparecieron las
limitaciones de esa Humanidad sagrada, por ejemplo el estar
aqu y no all, el sufrir y cansarse, y tener hambre, y llorar,
limitaciones que atraan a los que lo amaban ya que podan
atenderlo, consolarlo, sostenerlo.
Pero no se haba consumado an su total elevacin en la Gloria: Todava no he subido a Mi Padre. Todava no haba tenido
lugar Su Ascensin a travs de la jerarqua de los Cielos, desde la posicin "un poco inferior a los ngeles" 128 hasta la
Coronacin a la derecha de la divina Majestad, esa elevacin
cuya confirmacin es la venida del Espritu Santo, y cuyo resultado es la presencia Sacramental de esa misma Humanidad
en todos los altares del mundo.
Y entonces, Mara, la amistad se te dar en muy buena medida, rebosante. 129 Entonces, lo que conociste en la tierra limitado por el tiempo y el espacio se te dar otra vez, incluso para
la vista y el tacto, y tu Amigo volver a ser tu Amigo. El
Creador de la naturaleza estar presente en esa naturaleza, ya
sin sus limitaciones. Quien asumi la humanidad estar presente en Su Humanidad. Quien habl sobre la tierra "como
quien tiene autoridad"130 hablar nuevamente en el mismo
tono. Quien sanaba a los enfermos los sanar en la Puerta llamada Hermosa. Quien resucit a los muertos resucitar a Dorcas en Joppa 131.
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Heb. 13, 8.
Cfr I Cor. 2:16
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Cfr. Mt.7: 29.
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Cfr. Jn. 1: 50.
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Fil. I: 21.
Gal. 2: 20.
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Temas
Presentacin del Autor 4
Descubriendo al Cristo Amigo 7
Respondiendo al Cristo Amigo 15
Haciendo lugar a Jess 21
Iluminados por Cristo 29
Cristo en la Eucarista 37
Cristo en la Iglesia 45
Cristo en Su Sacerdote 53
Cristo en los Santos 61
Cristo en el Pecador 69
Cristo en los dems 75
Cristo en el que sufre 81
Nuestro Amigo Crucificado 87
Cristo vuelve a Sus amigos 95
Vivir con el Amigo
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