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Benson - La Amistad de Cristo

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La Amistad

de Cristo
Robert Hugh Benson

The Friendship
of Christ
by
ROBERT HUGH BENSON

Longmans, Green,
and Co.
Fourth Avenue & 30th Street, New York
London, Bombay, and Calcutta
1912

Nihil Obstat
Remigius Lafort, D.D.
Censor.
Imprimatur
+ John Cardinal Farley
Archbishop of New York.
New York
February 28, 1912.

Edicin sin valor comercial.


Jorge Benson
Moldes 1157 Buenos Aires.

La Amistad
de Cristo

p. Robert Hugh Benson


Inglaterra, 1912.

Traduccin y adaptacin
p . Jorge Benson
Argentina, 2012.

Robert H. Benson naci en Inglaterra en 1871.


Hijo del entonces Arzobispo de Canterbury y Primado de la
Iglesia de Inglaterra, estudi en Eton y Cambridge, y en 1895
se consagr como ministro anglicano.
Cuando descubri las maravillas de la Iglesia Catlica adhiri
a ella con toda libertad y determinacin, superando no pocos
obstculos, desde inconvenientes prcticos hasta dolorosas
incomprensiones.
Fue ordenado sacerdote catlico en 1904.
Destac como predicador, escritor, conferencista en Europa y
Estados Unidos. De sus ms de cuarenta obras, Lord of the
World (Seor del mundo) es una de las ms conocidas.
Muri a los cuarenta y dos aos de edad en 1914, y despus
de la Gran Guerra, lamentablemente, muy pocos se acordaban
de l.
Presentamos, de entre sus obras, esta pequea joya de la espiritualidad. Hemos intentado hacerla accesible para todos los
que, sensibles a la amistad, quieran hacerse amigos del mejor
Amigo de todos. Y para todos los que, conociendo a Cristo, se
animen a acercarse ms a l. Benson nos ayuda a ver a Cristo
delante nuestro, con los brazos abiertos, esperndonos

Originalmente estos captulos fueron sermones, predicados


entre los aos 1910 y 1911, publicados en Nueva York un ao
despus, hace exactamente un siglo.
El texto en ingls puede encontrarse en la Biblioteca de la
Universidad de Notre Dame, EEUU, en el sitio
http://archives.nd.edu/episodes/visitors/rhb/fc.htm.
Slo nos queda desear que, al traducirlo y adaptarlo a nuestros
lectores, hayamos sido fieles transmisores de la expresin
clara y convincente, de la argumentacin lgica e inteligente,
del fervor y piedad de Monseor Robert Hugh Benson.

En Buenos Aires, octubre de 2012.

Descubriendo
al Cristo Amigo
No es bueno que el hombre est solo.1
La amistad es una de las vivencias ms fuertes y misteriosas
de la vida humana.
Los filsofos materialistas suelen reducir las emociones ms
sublimes, como el arte, la religin, el romance, a los instintos
puramente carnales de propagacin o conservacin de la vida
fsica; pero sus teoras no alcanzan para explicar las formas de
amistad que se dan entre varones, entre mujeres, o entre varn
y mujer.
La amistad no es una mera manifestacin del sexo, y as David puede decir a Jonathan: Tu amistad era para m ms maravillosa que el amor de las mujeres;2 ni es una simpata
derivada necesariamente de intereses comunes, porque el sabio
y el loco pueden formar una amistad tan fuerte como puede
darse entre dos sabios o dos locos; ni es una relacin basada en
el intercambio de ideas, porque las amistades ms profundas
prosperan mejor en el silencio que en la conversacin. Y as
dice Maeterlinck: Ningn hombre es realmente mi amigo,
hasta que no aprendimos a estar juntos en silencio.
Y decimos que es una realidad tan poderosa como misteriosa.
Es capaz de elevarse a un nivel de pasin mayor que el de las
1
2

Gen 2: 18
2 Sam 1, 26

relaciones entre los sexos, ya que es independiente de los elementos fsicos necesarios para el amor entre esposo y esposa.
La amistad no busca ganar ni producir nada. Al contrario,
puede sacrificarlo todo. Incluso donde no pareciera haber un
motivo sobrenatural, podra reflejar en un plano natural las
caractersticas de la caridad divina, incluso ms claramente
que el amor matrimonial sacramental. As, como dice san Pablo, en la amistad tambin el amor es paciente, es servicial;
el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envaneceno
procede con bajeza, no busca su propio inters El amor
todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta3. Por eso, aunque puede prescindir de la sexualidad, la
amistad podra ser la sal del matrimonio perfecto.
La amistad es uno los aspectos supremos de la experiencia
humana, como el arte, como lo fuera la caballera, incluso
como la religin, y no es ciertamente el menos noble.
Por otro lado, casi no hay una experiencia ms sujeta a la
desilusin. Puede endiosar bestias, y decepcionarse al encontrar que son humanas. No hay peor amargura en esta vida que
cuando un amigo nos falla, o cuando le fallamos a l. Aunque
la amistad tiene en s misma un cierto aire de eternidad, que
aparenta trascender todos los lmites naturales, no hay emocin tan a merced del tiempo. Somos capaces de forjar una
amistad, pero podemos crecer fuera de ella, y estamos continuamente haciendo nuevos amigos. Como puede ocurrirnos en
la religin, en la que progresamos en el conocimiento del verdadero Dios mientras vamos formando imgenes e ideas inadecuadas de la divinidad, que en su momento adoramos,
pero que vamos cambiando por otras. Mientras estamos en la
infancia vamos descartando cosas infantiles.
La amistad es una de las pasiones ms sublimes, de esas que
se alimentan de las cosas terrenales, pero que son continuamente insatisfechas con ellas. Pasiones que nunca se consu3

I Cor. 13, 4-7

men, pasiones que hacen historia, que miran siempre hacia el


futuro y no hacia el pasado.
Pero la amistad es una pasin que, tal vez sobre todas las dems, ya que no se agota en elementos terrenales, apunta a la
eternidad para su satisfaccin y al amor divino para responder
de sus necesidades humanas. No hay sino una explicacin
inteligible para los deseos que genera y que nunca cumple; hay
una amistad Suprema a la que apunta toda amistad humana; un
Amigo Ideal en el que encontramos de un modo perfecto y
completo aquello que buscamos entre sombras en los rostros
de nuestros amores humanos.
I. Esto es, a la vez, un privilegio y una responsabilidad de los
catlicos, que conocen tanto a Jesucristo.
Es su privilegio, ya que un conocimiento inteligente de la
persona, los atributos y las obras del Dios encarnado es una
sabidura infinitamente mayor que el resto de las ciencias en
su conjunto. Conocer al Creador es incalculablemente ms que
conocer su Creacin.
Pero es tambin una responsabilidad; porque el resplandor de
este conocimiento puede ser tan grande como para impedirnos
ver el valor de sus detalles. El brillo de la divinidad de Cristo
puede eclipsar Su humanidad, como podramos perder la unidad del bosque si nos quedamos en la perfeccin de los rboles.
Los catlicos entonces, ms que otros, son propensos, con
todos sus conocimientos de los misterios de la fe, de Jesucristo
como su Dios, Sumo Sacerdote, Vctima, Profeta y Rey, a
olvidar que Sus delicias son estar con los hijos de los hombres
ms que reinando sobre los serafines; a olvidar que, si la Majestad divina lo mantena sentado en el trono de su padre, su
Amor lo hizo venir a transformar a Sus siervos en Sus amigos.
As, por ejemplo, hay personas muy piadosas que a menudo
se quejan de su soledad en la tierra. Rezan, frecuentan los sacramentos, hacen todo lo posible para cumplir con los precep-

tos cristianos; y, cuando cumplieron con todos sus deberes, se


sienten solas. Eso es prueba evidente de que no entendieron
uno de los grandes motivos de la Encarnacin. Adoran a Cristo
como Dios, se alimentan de l en la Comunin, se purifican
con su preciosa Sangre, esperan verlo cuando venga como su
Juez. Y, sin embargo, no experimentaron nada o casi nada de
ese conocimiento ntimo y ese compartir con El en que consiste la Amistad divina.
Quisieran alguien a su lado y a su nivel, que no slo les alivie
un sufrimiento sino que sea capaz de sufrir con ellos, alguien a
quien expresar en silencio los pensamientos que no pueden
expresar con palabras. Y no se dan cuenta que ese es precisamente el lugar que Jesucristo mismo quiere ganarse. No ven
que el supremo anhelo de su Sagrado Corazn es ser admitido,
no solamente en el trono del alma o en el tribunal de conciencia, sino tambin en ese secretsimo lugar del corazn donde
uno es ms verdaderamente uno mismo, y donde uno est, por
lo mismo, ms completamente solo.
Los Evangelios abundan en expresiones de este deseo de
Jesucristo! Es cierto que hay momentos en los que el Dios
hecho Hombre manifiesta Su Gloria. Momentos en los que la
ropa que vesta Jess resplandece por Su divinidad. Momentos
de manifiesto poder divino, cuando ojos que estaban ciegos se
abran a la luz, cuando odos que estaban sordos para los ruidos terrenales oan la voz divina, cuando los muertos irrumpan de sus tumbas para mirar a Quien primero les haba dado la
vida y ahora se la recuperaba.
Pero tambin hubo momentos terribles, cuando Jess se apartaba, a solas con Dios, en el desierto o en el huerto, cuando
Dios clamaba, a travs de los labios de Su humanidad desolada, por qu me has abandonado?
Pero los evangelios nos hablan, sobre todo, de la humanidad
de Cristo. Esa que lloraba a su semejante, esa que fue tentada,
esa que senta como nosotros: Jess quera mucho a Marta, a

10

su hermana y a Lzaro.4; Jess lo mir, y lo am.5 Lo am,


parecera, con una emocin distinta del Amor divino, que ama
ciertamente a todo lo que hizo. Lo am por el ideal que ese
joven poda realizar, ms que por el simple hecho de existir,
como existan tantos otros como l. Lo am como yo amo a mi
amigo, como l me ama a m.
Tal vez en esos momentos, ms que en otros, Jess estim
an ms Su humanidad, y se mostr ms claramente como uno
de nosotros.
Jess quiere atraernos, no cuando es elevado en la gloria de
Su divinidad que triunfa, sino cuando se anonada en Su humanidad humillada.
Sus obras portentosas nos llenan de asombro y suscitan nuestra adoracin. Pero cuando leemos cmo se sent, cansado, en
el borde del pozo, mientras sus amigos iban a buscar comida;
o cuando, en el Huerto, reproch en agona a aquellos de quienes esperaba consuelo: no pudieron permanecer despiertos ni
una hora conmigo? 6; o cuando mir y llam por ltima vez,
con ese nombre sagrado, al que haba perdido para siempre el
derecho a serlo: Amigo, para eso has venido? 7. Entonces nos
damos cuenta que Jess aprecia, mucho ms todava que la
adoracin de todos los ngeles en la gloria, la ternura, el amor
y la compasin, es decir los sentimientos propios de la amistad.
Ms todava, Jesucristo nos habla ms de una vez en las Escrituras, y no meramente de manera implcita, sino clara y deliberadamente, de este deseo suyo de ser nuestro amigo. Por ejemplo, cuando describe esa casa solitaria, al anochecer, a la que
llega y golpea a la puerta, esperando compartir afectuosamente
una comida: Y si alguien me abre (alguien!), vendr y cena4

Jn. 11: 5.
Mc. 10: 21.
6
Mt. 26: 40.
7
Mt. 25: 50.
5

11

remos juntos.8 l consuela a aqullos cuyo corazn est triste


por la separacin que se aproxima: Ya no los llamar servidores, sino amigos,9 y les promete Su Presencia continua,
ms all de las apariencias: donde estn dos o tres reunidos
en mi Nombre, all estoy yo, en medio de ellos. 10 Estar
con ustedes todos los das. 11 cuando lo hicieron con alguno de los ms pequeos de estos mis hermanos, me lo hicieron
a m.12.
Si hay algo claro en los Evangelios es esto: Jesucristo primero
y ante todo desea nuestra amistad. Y su reproche al mundo, no
es tanto que el Salvador lleg a los que estaban perdidos, y que
stos se apartaron de l ms todava de lo que estaban; no
tanto que el Creador vino a su criatura y que sta lo rechaz;
sino que el Amigo vino a los Suyos, y los suyos no lo recibieron.13
Ahora bien, la certeza de esta Amistad de Jesucristo es el
verdadero secreto de los Santos. Porque uno puede vivir una
vida regular, es decir sin demasiada oposicin a la voluntad de
Dios, por muchos motivos menores. As, cumplimos los mandamientos para no perdernos el Cielo; evitamos el pecado para
escapar del Infierno; tratamos de no ser mundanos, aunque
cuidando que el mundo nos respete.
Pero nadie puede avanzar dos pasos en el camino de perfeccin, si no es caminando al lado de Jesucristo. Y esto es lo que
distingue la manera de vivir de un Santo. Y es lo que le da ese
aire, por as decir, extrao. Como no hay nada ms grotesco, a
los ojos de este mundo sin imaginacin, que el xtasis de un
enamorado. El sentido comn todava no hizo a nadie hacer
locuras. Al contrario, es lo que caracteriza la cordura. Por eso
8

Apoc. 3: 20.
Jn 15: 15.
10
Mt. 18: 20.
11
Mt. 28: 20.
12
Mt. 25: 40.
13
Jn. 1: 11.
9

12

el sentido comn nunca escal montaas, y menos todava se


lanz al mar. Pero es esa alegra arrebatadora de la compaa
de Jesucristo la que ha producido esos enamorados, que fueron, por lo mismo, los grandes de la Historia. Es la progresiva
y apasionada amistad de Jesucristo la que ha inspirado esas
vidas, las que el mundo, pusilnime, llama antinaturales, y la
Iglesia, con todo entusiasmo, llama sobrenaturales. Este sacerdote, exclama santa Teresa en uno de sus momentos ms
confidenciales con el Seor, este sacerdote es una persona
muy adecuada para hacerla un amigo nuestro.
II. Con todo, hay que recordar que, aunque esta amistad con
Cristo es, desde ese punto de vista, perfectamente comparable
a la amistad entre dos hombres cualesquiera, desde otro punto
de vista no tiene comparacin. Sin duda es una amistad entre
Su alma y la nuestra; pero el alma de Jess est unida a la
divinidad. Por lo tanto una amistad individual con l no se
limita a Su capacidad humana. Es hombre, pero no simplemente un hombre. l es el Hijo del hombre, pero es ms que
eso. l es la Palabra Eterna por Quien todas las cosas fueron
hechas y siguen existiendo
Como tal, l se nos acerca por medio de diversos caminos,
siendo la misma Presencia que quiere llegar a cada uno. Por
eso, no es suficiente conocerlo slo interiormente: l espera
ser conocido (si su relacin con nosotros va a ser la que l
desea) en todas aquellas manifestaciones en la que l se nos
presenta.
Por eso, quien lo conoce nicamente como un compaero y
gua interior, todo lo querible y adorable que se quiera, pero no
lo conoce en el Santsimo Sacramento; o quien siente arder su
corazn al caminar junto a Jess, pero no lo reconoce en la
Fraccin del Pan, no conoce ms que una perfeccin entre
miles. Y nuevamente, aqul que llama a Jess su Amigo en la
Comunin, pero cuya devocin es tan limitada y restringida
que no lo reconoce en ese Cuerpo Mstico en el que habita y

13

habla sobre la tierra; o que es un devoto individualista que no


entiende la realidad de una religin comunitaria, lo que es la
esencia del Catolicismo; o que lo reconoce en todos estos aspectos, pero no en su Vicario, o en su Sacerdote o en su Madre; o, incluso, que lo reconoce y es un buen catlico, pero que
no reconociera el derecho del pecador a pedir misericordia, o
el del mendigo a mendigar, en el nombre de Jess; o que lo
reconoce en circunstancias sensacionales, pero no en las opacas y tristes; en sntesis, aqul que reconoce a Cristo en alguno
de esos aspectos, pero no en todos (ni siquiera en aqullos de
los que el mismo Cristo habla explcitamente), nunca va a
elevarse a ese grado de intimidad y conocimiento del Amigo
ideal que l quiere ser para nosotros, siempre a nuestro alcance.
Vamos, pues, a considerar la Amistad de Cristo en algunos de
estos aspectos, sabiendo que no podemos vivir sin Jess, porque l es la Vida. Que es imposible llegar al Padre si no es por
l, que es el Camino. Que es intil buscar la verdad, si l no
nos gua. Que hasta las experiencias ms sagradas de la vida
sern infecundas a menos que Su Amistad las santifique.
El amor ms sagrado es oscuro si no arde en Su sombra. El
afecto ms puro -ese afecto que me une a mis ms queridos
amigos- es una falsificacin y una usurpacin, a menos que
ame a mis amigos en Cristo, a menos que l, el Amigo Ideal y
Absoluto, sea el lazo que nos una.

14

Respondiendo al Amigo
que te conozcan a ti. 14
La realizacin plena de una verdadera Amistad con Cristo nos
parece, a primera vista, inconcebible. Nos parece ms lgico y
realizable adorarlo, obedecerle, servirlo e incluso imitarlo.
Y es as, mientras no recordemos que Jesucristo tom un alma
humana como la nuestra, un alma capaz de alegras y tristezas, abierta a los ataques de la tentacin, un alma que realmente experiment tanto pesadez como xtasis, tanto oscuridad
como las alegras de la Visin. Y ser as mientras todo esto
no se convierta, para nosotros, no solo en un hecho dogmtico
aprehendido por la fe, sino en un hecho vital percibido por la
experiencia.
Porque, como en el caso habitual de dos personas cuya amistad radica en una comunin espiritual, as se da entre Cristo y
nosotros. Su alma, ese principio vital que llamamos el corazn, es el punto de contacto entre su divinidad y nuestra
humanidad. Recibimos su cuerpo con nuestros labios; nos
postramos enteros delante de Su divinidad; y abrazamos Su
sagrado Corazn con el nuestro.
I. Las amistades humanas suelen despertarse con algunos pequeos detalles externos. Escuchamos una frase, o una inflexin de voz, notamos la mirada de unos ojos, o un gesto. Y
14

Jn 6: 3.

15

esa pequea experiencia nos parece el descubrimiento de un


pequeo mundo. Tomamos ese detalle como el smbolo de lo
que est detrs; Y pensamos que hemos detectado una personalidad bien adaptada a la nuestra, un temperamento que, sea
por su parecido con el nuestro, o sea por una armoniosa desemejanza, est precisamente indicado para ser nuestro compaero. Entonces comienza el proceso de la amistad: nos mostramos, con nuestras caractersticas; apreciamos las suyas, y
paso a paso encontramos lo que esperbamos encontrar, y
verificamos nuestras conjeturas. Y ese proceso es mutuo. Hasta que descubrimos que nos hemos equivocado (como ocurre
en muchos casos, aunque no en todos, gracias a Dios), o que el
proceso simplemente termin, como un verano que vino y se
fue, y no hay ms fruto en esa relacin para ninguno de los
dos.
Pues bien, la Amistad divina, es decir la conciencia de que
Cristo desea nuestro amor y nuestra intimidad, y se nos ofrece
como Amigo l mismo, generalmente comienza de la misma
manera. Puede ser en la recepcin de algn Sacramento, o al
arrodillarnos ante el pesebre en Navidad, o al acompaar a
nuestro Seor en el Via Crucis. Quizs ya habamos hecho
estas cosas y realizado esas ceremonias muy fervorosamente
una y otra vez. Pero, de pronto, se nos ofrece una nueva experiencia. Entendemos, por ejemplo, por primera vez, que el
Nio est estirando sus bracitos desde ese pesebre no slo para
abrazar el mundo sino para buscar nuestro afecto en particular.
Entendemos, al ver a Jess ensangrentado y cansado levantndose de Su tercera cada, que l nos est pidiendo a nosotros,
muy personalmente, que lo ayudemos con Su carga. La mirada
de esos divinos ojos se fija en la nuestra, y pasa de l a nosotros una emocin o un mensaje que nunca antes habamos
asociado a nuestro trato con Jess. Y ese pequeo detalle
ocurri! Golpe a nuestra puerta y le abrimos; llam y le respondimos. A partir de ahora, pensamos, l es nuestro y somos
Suyos. Aqu, por fin, nos decimos a nosotros mismos, est el

16

Amigo que hemos buscado tanto tiempo: aqu est el Corazn


que entiende perfectamente el nuestro; la nica Personalidad
que podemos permitir que nos domine. Jesucristo dio un salto
de dos mil aos, y se puso al lado nuestro; l, por as decir, se
baj del cuadro; se levant del pesebre. Mi Amado es mo y yo
soy Suyo...
II. La Amistad ha comenzado. Ahora sigue su proceso. Y,
como en toda amistad, es esencial que cada amigo se revele
completamente al otro, dejando de lado cualquier reserva, y se
muestre tal cual es. Por eso, el primer paso en la Amistad divina es la revelacin que Jesucristo hace de S mismo. Hasta ese
momento, por ms consciente u obediente que puede haber
sido nuestra vida espiritual, ha habido un elemento predominante de irrealidad. Es cierto que hemos obedecido, que nos
esforzamos por evitar el pecado, que hemos recibido, perdido
y recuperado la gracia, que ganamos y perdimos mritos, que
tratamos de cumplir nuestro deber, que cultivamos la esperanza, que quisimos amar.
Todo esto es real, delante de Dios. Pero no ha sido tan real
para nosotros mismos. Dijimos nuestras oraciones? S. Pero
tal vez no nos hemos comunicado con l. Hicimos bien la
meditacin, es decir que propusimos los puntos, reflexionamos, hicimos propsitos y llegamos a una conclusin; pero el
reloj estaba delante marcando el tiempo, no sea que meditramos demasiado.
Pero despus de esta experiencia nueva y maravillosa, todo
cambia. Jess comienza a mostrarnos, no slo las perfecciones
de Su pasado, sino tambin las glorias de Su presencia. Empieza a vivir ante nuestros ojos; l se despoja de las formalidades con las que nuestra imaginacin lo haba revestido. l
vive, se mueve, habla, acta, se desenvuelve. Comienza a revelarnos los secretos escondidos en Su propia humanidad. Y si
ya conocamos Sus hechos, y podamos repetir el Credo, y
habamos asimilado bastante teologa, ahora pasamos de un

17

conocimiento acerca de l, a conocerlo a l. Empezamos a


comprender que la vida eterna comienza en este momento
presente, porque ella consiste en que te conozcan a ti, el nico Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo.15. Nuestro
Dios se est convirtiendo en nuestro Amigo.
Por otro lado, l exige de nosotros lo que l mismo nos ofrece. Si l se nos muestra tal cual es, pide que hagamos lo mismo. Como nuestro Dios, l conoce de nosotros cada clula del
cuerpo que l ha creado. Como nuestro Salvador, conoce cada
instante en el que lo hemos desobedecido; pero, como nuestro
Amigo, l espera que se lo digamos.
Por lo general, la diferencia entre nuestro comportamiento
frente a un simple conocido y frente a un amigo, es que, en el
primer caso, buscamos ms bien presentar una imagen conveniente y agradable de nuestra personalidad, empleando el lenguaje como buena presentacin, y utilizando la conversacin
como podramos usar un aparato; pero en el segundo caso
dejamos de lado caretas y convencionalismos, y tratamos de
expresarnos como somos, sin buscar que nuestro amigo piense
de nosotros lo que no somos en realidad.
Y esto es lo que se requiere de nosotros en la Amistad divina.
Hasta ahora nuestro Seor se conform con muy poco: acept
un diezmo de nuestro dinero, una hora de nuestro tiempo, un
poco de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos,
todo eso que le ofrecemos en los actos de culto. l acept todo
eso en lugar de a nosotros mismos. Pero en lo sucesivo exige
que todas esas formalidades cesen; exige que seamos completamente abiertos y sinceros con l, que nos mostremos tal cual
somos. Es decir, en una palabra, que dejemos de lado todas
esas cortesas fciles con las que queremos quedar bien con l,
y seamos totalmente autnticos.
Es muy probable que cada vez que alguien se aleja, desilusionado, de la Amistad divina, no es necesariamente porque trai15

Jn. 6: 3.

18

cion al Seor, o lo ofendi, o no estuvo a la altura de Sus


exigencias; sino porque nunca trat a Jess como un amigo.
Porque no tuvo el coraje de cumplir con esa condicin absolutamente necesaria de toda verdadera amistad, es decir, una
completa y sincera franqueza con l. Es mucho menos ofensivo para la amistad decir abiertamente: no puedo hacer esto
que me peds, porque me da miedo, que andar buscando excusas para no hacerlo.
III. A grandes trazos, este es el curso que debe tomar la Amistad divina.
Luego debemos considerar ms detalladamente los diferentes
sucesos que la caracterizan. Sucesos e incidentes que, para
nuestro consuelo, han sido experimentados ya por muchos
otros. Este Camino del Amor divino ha sido recorrido ya muchas veces. Y siempre ha seguido, en gran medida, las lneas
habituales de toda amistad.
As, hay momentos de sorprendente felicidad, en la Comunin
o en la oracin, que nos parecen (como de hecho lo son) la
suprema experiencia de la vida. Momentos cuando todo el ser
es sacudido e invadido de amor, cuando el Sagrado Corazn
ya no es simplemente un objeto de adoracin, sino algo que
nos golpea y late dentro del nuestro; cuando sentimos que el
Amado nos besa y nos abraza.
Hay tambin perodos de serena calidez, de tranquilidad, de
un afecto fuerte pero razonable, de una admiracin que sacia a
la vez la inteligencia, la voluntad y la sensibilidad.
Y hay periodos, tambin, que pueden durar meses, o aos, de
miseria y sequedad; tiempos en los que necesitamos paciencia
con nuestro Amigo divino, que parece tratarnos con frialdad o
desdn. En esos momentos vamos a necesitar nuestra mxima
lealtad, para no renegar de l como de alguien inconstante y
falaz, y perseverar a pesar de oscuridades y tinieblas.
Sin embargo, al pasar el tiempo, y al salir de cada una de estas
crisis, nos afirmaremos ms y ms en la decisin de seguir

19

abrazados a nuestro Amigo. Porque sabemos que sta es la


nica Amistad en la que es imposible equivocarnos y desilusionarnos. Y que l es el nico Amigo que no nos puede fallar. Se trata de la Amistad por la cual no podramos anonadarnos lo suficiente, ni llegaramos a exponernos demasiado o
a excedernos en ntimas confidencias, ni por la cual ofreceramos sacrificios demasiado grandes. Fue por este Amigo y por
Su Amistad que dijo uno de sus ntimos: vale la pena tener
todas las cosas como desperdicio, con tal de ganar a Cristo.16

16

Flp. 3: 8.

20

Haciendo lugar a Jess


Lvame de mis culpas. 17
La etapa inicial de la Amistad que se va formando con Jesucristo es de una felicidad extraordinaria. Porque se ha encontrado el compaero perfectamente solidario y siempre presente. No es preciso que estemos pendientes de nuestro nuevo
Amigo, as como tampoco prescindimos totalmente de l.
Mientras atendemos las ocupaciones habituales, poniendo en
cada detalle tanta atencin como siempre, nunca olvidamos
que l est interiormente presente: l est all como la luz del
sol o el aire, iluminando, refrescando e inspirando todo lo que
hacemos. De vez en cuando podemos dirigirnos a l con una
palabra o dos; a veces l nos habla suavemente. Tendemos a
verlo todo desde Su punto de vista; o ms bien desde nuestro
punto de vista pero estando en l; as las cosas lindas nos aparecen todava ms encantadoras debido a Su belleza; las cosas
tristes y dolorosas son menos angustiantes debido a Su consuelo. Nada nos es indiferente, porque l est presente. Incluso
cuando dormimos, nuestro corazn est despierto para l.
Sin embargo, esta es slo la etapa inicial del proceso; y se nos
hace dulce en gran medida porque todo es nuevo. Habremos
experimentado un hecho tremendo, pero recin estamos comenzando. Delante de nosotros se abre un camino que termina

17

Sal 51: 4.

21

slo en la Visin beatfica; pero hay que superar innumerables


etapas, antes de lograr ese fin.
Porque la amistad, as formada, no es un fin en s mismo. El
deseo de Cristo es, ciertamente, perfeccionarla tan pronto como sea posible. Pero no puede ser consumada por Su simple
deseo. Necesitamos ser purificados y educados perfectamente,
como para estar unidos con l por Su gracia. Purgados y luego iluminados; primero despojados de nosotros mismos y luego adornados con Sus dones, y as estaremos dispuestos para
la unin final. Estas dos etapas son llamadas, por los escritores
espirituales, la Va Purgativa y la Va Iluminativa, respectivamente.
I. Al principio uno encuentra gran placer en esas cosas exteriores que parecen estar santificadas por la Presencia de Cristo,
y que estn ms directamente relacionadas con Su gracia. Por
ejemplo, si estamos recin iniciados en esta Amistad, sea por
nuestra conversin, o por que recin despertamos a las glorias
del Catolicismo (o en alguna forma imperfecta del Cristianismo a travs de la cual Cristo se nos hizo presente), encontramos una alegra inmensa incluso en los detalles ms superficiales. La organizacin humana de la Iglesia, sus mtodos, sus
formas de culto, su msica y su arte, todas estas cosas nos
parecen enteramente celestiales y divinas.
Pero de pronto aparece la primera seal de que estamos entrando realmente en la va purgativa, con una especie de desilusin, que puede darse de diferentes maneras.
Por ejemplo, con una catstrofe en esas ayudas exteriores. Un
sacerdote indigno, una congregacin desunida, o un escndalo
en ese nivel en el que Cristo nos pareca precisamente ms
intangible y supremo. Pensbamos que la Iglesia era perfecta,
porque es la Iglesia de Cristo, o que el Sacerdocio era intachable porque es del orden de Melquisedec. Pero, muy para nuestra consternacin, vemos que hay un lado humano incluso en
las cosas ms asociadas con la divinidad.

22

El desencanto puede venirnos, tal vez, en relacin con las


formas del culto. La novedad comienza a desgastarse, antes de
formar hbitos de dulce familiaridad; y empieza a parecernos
que esas cosas, que veamos como las ms directamente relacionados con nuestro nuevo Amigo, son en s mismas transitorias. Siendo nuestro amor por Cristo tan grande, todos esos
elementos exteriores, que tenamos en comn con l, nos parecan como maravillosamente baados en oro; ahora el dorado comienza a palidecer, y todo aquello empieza a mostrrsenos muy terrenal. Y, cuanto ms aguda fue la ilusin de nuestro amor al comienzo, tanto ms agudo es ahora el desencanto.
Esta es, normalmente, la primera etapa de esta va purgativa:
desilusionados con las cosas humanas, encontramos que despus de todo, por ms cristianas que sean, no son Cristo.
Inmediatamente se presenta el primer peligro; no hay ningn
proceso de limpieza que no tenga en s mismo un cierto poder
destructivo. Una persona ms bien superficial perder su
Amistad con Cristo (la que pudo llegar a tener), junto con los
regalos y alicientes con los que l quiso atraerla y conquistarla. Hay muchos que han fracasado en esta prueba; que han
confundido con un romance humano este profundo amor; que
dieron la espalda a Cristo tan pronto como l quiso despojarse
de Sus ornamentos.
Pero, si resistimos, habremos aprendido nuestra primera gran
leccin: que la divinidad no est en estas cosas terrenales, que
el amor de Cristo es algo ms profundo que los regalos que
hace a Sus nuevos amigos.
II. La siguiente etapa de purificacin radica en una cierta desilusin con las cosas divinas. Lo terrenal nos ha fallado, como
si hubiera desaparecido. Ahora nos parece que lo divino nos
falla tambin.
Una frase brillante de Faber describe bien un elemento de esta
desilusin, cuando habla de la monotona de la piedad. Llega
un momento, tarde o temprano, cuando no slo las cosas ex-

23

ternas de la religin: msica, arte, liturgia, o las cosas externas


de la vida terrenal: la compaa de los amigos, el trato con la
gente, los negocios, cosas que al comienzo de la amistad divina nos parecan iluminadas con el amor de Cristo, comienzan a
cansarnos. Todo lo que nos inspiraba comienza a perder valor.
Por ejemplo, el ejercicio de la oracin se convierte en algo
pesado; la emocin de la meditacin, tan exquisita en sus comienzos, cuando cada meditacin era una mirada a los ojos de
Jess, comienza a apagar sus vibraciones. Los Sacramentos,
que como sabemos obran ex opere operato (es decir, confieren
su gracia sin depender, para ello, del fervor de quien los recibe), se convierten en algo montono y cansador y, en la medida en que uno puede verlo, no cumplen lo que prometen. Las
mismas cosas que nos ayudaban parecen convertirse en una
carga adicional.
Entonces, uno se afirma en alguna gracia, en algn don o
virtud que sabemos que el Amigo querra darnos, y cuando lo
pedimos, ms an, lo suplicamos, no hay respuesta. Nadie
responde. Vuelven las tentaciones de siempre, como que nada
ha cambiado en nuestra naturaleza humana. Si habamos pensado que esta nueva Amistad con Cristo haba cambiado para
siempre nuestro hombre viejo, y nuestras relaciones con l,
ay!, somos los mismos de siempre. Y uno puede pensar que
Cristo nos engaa con promesas que no puede o no quiere
cumplir. Incluso en esos temas en los cuales tal vez ms nos
habamos confiado, y en aquello en lo que Cristo todo lo puede, nos parece que l se comporta con nosotros igual que antes
de ser tan amigos
Esta etapa puede ser muchsimo ms peligrosa que la anterior.
Porque, as como es relativamente ms fcil distinguir entre
Cristo y, por ejemplo, la msica litrgica, no es tan fcil distinguir entre Cristo y la gracia, o ms bien entre Cristo y nuestras propias impresiones de lo que la gracia debera ser y obrar
en nosotros.

24

Si uno se deja vencer por el desaliento, corre el peligro de ir


perdiendo, poco a poco, todo sentido religioso. Brotan amargos reproches al Amigo que se mantiene en silencio y no responde. - Confi en Vos, cre en Vos. Pens que por fin haba
encontrado mi Amado. Y ahora Vos tambin me fallaste.
Un cristiano en este estado pasa fcilmente, en un ataque de
resentimiento y desilusin, sea a otra religin (esas modernas
modas pasajeras que prometen regalos espirituales rpidos y
sensibles), sea a ese mismo estado en el que estaba antes de
conocer a Cristo (aunque, recordemos, aqul que descubri a
Cristo nunca va a quedar como antes de conocerlo).
O, peor an, queda en ese estado, ms brutal y desvergonzado, del cristiano desilusionado y cnico. El que es capaz de
decirle a algn alma fervorosa: - S, yo tambin estuve una vez
as como vos. Yo tambin, en mi entusiasmo juvenil, cre haber
encontrado el secreto Pero, con el tiempo, vas a ver que ese
romance no es real, y vas a volver a la normalidad, como yo.
Tal vez, entre tanto misterio, la nica verdad sea la propia
experiencia
Sin embargo, si a pesar de todo somos lo suficientemente
fuertes como para seguir adhiriendo a lo que ahora parece un
mero recuerdo; si confiamos en que esa iniciacin en la Amistad de Cristo, lejana pero de admirable belleza, no puede terminar en aridez, cinismo y desolacin; si podemos seguir dicindonos a nosotros mismos que es mejor arrodillarse eternamente ante la tumba de Jess, que volver atrs a una vida
mundana; entonces aprenderemos que, cuando lo veamos resucitado (porque va a resucitar) no podremos abrazarlo como
antes. Porque l an no ascendi a Su Padre. 18 Aprenderemos que el objeto de la religin es amar y servir a Dios, y no
que Dios nos sirva a nosotros.

18

Cfr. Jn 20, 17

25

III. Y ahora empieza una tercera etapa, para completar esta


etapa de purificacin. El amigo de Jess ya sabe que las cosas
exteriores no son Cristo, y que las realidades interiores tampoco son Cristo. Primero nos desilusionamos, por as decir, con
el marco de la imagen, y despus con la imagen misma, aun
antes de llegar al original. Ahora tenemos que aprender la
ltima leccin, y desilusionarnos de nosotros mismos.
Hasta ahora, uno siempre crey, an humildemente, que haba
algo en uno mismo y de s mismo que atrajo a Cristo. Pensamos, o al menos fuimos tentados a pensar, que Cristo nos haba fallado. Ahora tenemos que aprender que somos nosotros
los que le habamos fallado a Cristo, y todo el tiempo, a pesar
de profesarle ese amor algo infantil. Y esto es, a la vez, la
verdadera esencia y el objeto de esta purificacin. Una vez
despojados de todo lo que nos cubra, de adornos y ropajes,
ahora tenemos que ser despojados de nosotros mismos, para
ser los discpulos que quiere Jess.
As aprendemos, en esta tercera etapa, nuestra propia ignorancia y nuestro pecado, nuestro sorprendente orgullo y autocomplacencia. Si hasta ahora pensbamos poseer a Cristo como un amante y un amigo, y conservarlo, ahora tenemos que
aprender que no slo debemos renunciar a todo lo que no es
Cristo, sino que debemos renunciar a poseerlo. Debemos contentarnos con ser posedos y sostenidos por l.
Mientras uno mantenga una pizca de s mismo, tratar de
mantener una amistad mutua, en el sentido de darle a Jess al
menos algo de lo que uno recibe. Ahora uno enfrenta el hecho
de que Cristo debe hacerlo todo, de que uno no puede hacer
nada sin l, que uno no tiene otro poder que el que l nos
concede. Y comienza a ver que lo que estuvo mal, hasta ahora,
no est tanto en lo que uno hizo o dej de hacer, sino simplemente en el hecho de siempre era uno mismo el que buscaba
poseer, y no ser posedo. Que nuestro propio yo se interpona
al no desaparecer totalmente en Cristo. Queramos curar los
sntomas de nuestra enfermedad, pero sin tocar la enfermedad

26

ni de lejos. Por primera vez, uno ve que no hay nada bueno, en


s mismo, que no sea Cristo; que l debe ser todo y nosotros
nada.
Ahora bien, si el cristiano ha llegado hasta aqu, es muy raro
que encuentre su ruina en el puro orgullo. El mismo autoconocimiento que ha logrado es una cura eficaz contra cualquier
autocomplacencia, ya que ha visto claramente, al menos por el
momento, su propia limitacin e inutilidad.
Sin embargo, otros peligros esperan. Uno de ellos puede ser el
orgullo disfrazado muy sutilmente de sospechosa humildad. Y
vamos a estar tentados de decir: - Ya que soy tan intil, nunca
ms debera emprender esas luchas ni alimentar esas aspiraciones de amistad con Dios. Tengo que renunciar, de una vez
por todas, a esos sueos de perfeccin y a esas esperanzas de
unin con Dios, y bajar nuevamente a un nivel comn y aceptable. Debo volver a mi lugar, sin buscar ms una intimidad
con Cristo de la cual, evidentemente, soy indigno.
Esa actitud puede llevar a la desesperacin, y hasta a alterar
las facultades mentales. Y a decir, finalmente, sin la excusa del
orgullo pero sin renunciar a l: - He perdido la Amistad de
Cristo para siempre. Y habiendo gustado regalos del cielo no
tengo perdn. l me eligi y yo le fall. l me am, y yo he
amado solo a m mismo. Por eso voy a alejarme de Su Presencia. Aljate de m, Seor, porque soy un pecador.19
Pero no hay que desesperar, ya que a esto nos iban llevando
las etapas anteriores (alguno podr pensar: si lo hubiera sabido!). Porque ahora el cristiano, amado por Jess, habiendo
aprendido su ltima leccin de la va purgativa, est en condiciones de echarse al agua 20 para llegar a l. Y esto es lo que
haremos, si aprendimos la leccin. Si somos conscientes de
nuestra nada, Cristo puede ser todo para nosotros. El orgullo,
19
20

Lc. 5: 8.
Cfr. Jn 21: 7.

27

ni entero ni herido, ya no podr separarnos de Jess, porque el


orgullo, por fin, ya no estar herido sino muerto.
El camino de la vida espiritual est lleno de huellas de frustrados, que podran haber sido amigos de Cristo. De los que
fallaron porque Cristo, de pronto, se present sin Sus ornamentos; de los que no supieron distinguir entre las gracias de
Cristo y el mismo Cristo; y de los que por su orgullo herido se
cerraron en su propia vergenza, en lugar de abrirse a la gloria
de Dios.
Todos estos procesos y etapas son conocidos, y tratados por
los autores espirituales una y otra vez, desde este punto de
vista o de otro. Pero la conclusin de todos ellos es la misma:
Cristo purifica a Sus amigos de todo lo que no es Suyo; l no
les deja nada de s mismos, a fin de darse a ellos totalmente;
porque nadie puede aprender la fuerza y el amor de Dios, hasta
que se echa en Sus brazos, completamente.

28

Iluminados por Cristo


Seor, Dios mo, ilumina mis ojos! 21
Como hemos visto, Jess, en su deseo de unirnos completamente consigo, nos va despojando de todo lo que obstaculizara la perfeccin de esa unin, para que, una vez vacos de nosotros mismos y viendo nuestra propia nada, nos abandonemos
en Aqul que es el nico que puede sostenernos.
Pero este proceso, casi puramente negativo, permite continuar
con un gradual revestimiento de dones y gracias con que Jess
quiere adornarnos. Ya nos sacamos de encima el hombre viejo;
ahora hay que revestirse del nuevo.
I. La primera etapa del camino de purificacin, como hemos
visto, concierne a las cosas que son en realidad exteriores a la
religin: el cristiano se va haciendo ms profundo, y al ser
probado aprende que esas cosas, y las emociones que despiertan, en s mismas no valen nada.
Pues bien, paradjicamente, el primer paso de la va iluminativa va a consistir en descubrir su utilidad (la gracia, recordemos, es an ms paradjica que la naturaleza). Y si en el camino de purificacin aprendimos que las realidades exteriores
no pueden, en s mismas, sostenernos, en el camino de iluminacin aprenderemos cmo utilizarlas razonablemente y a
darles verdadero valor.

21

Sal 13, 4.

29

Por ejemplo, a veces nos quejamos por problemas y obstculos que surgen y nos molestan innecesariamente: la presencia
constante de alguna persona con la que chocamos inevitable y
continuamente; o una permanente tentacin u ocasin de pecado de la que no podemos escapar; o una espina en la carne,
o una alteracin mental. O la prdida de alguien, que nos dej
como sin luz y sin fuerza, con las alas cortadas para elevarnos
a Dios.
Pero en esta etapa comenzamos a ver, con esa la luz que nos
regala nuestro Seor, el valor de esas cosas. Vemos que no
podramos lograr paciencia sobrenatural, o compasin, o la
grandeza de la caridad, a menos de tener cerca alguien que nos
exija practicarlas. Nuestra natural irritacin ante esa inevitable
compaa es clara seal de que necesitamos ese ejercicio. La
exigencia de un constante esfuerzo de autocontrol, y finalmente de verdadera compasin, es precisamente el medio por el
cual logramos la virtud.
En lo que hace a las tentaciones, hay gracias que solo se reciben con ocasin de ellas, como las gracias de inocencia y
abandono, completo y persistente, en las manos de Dios. Fueron estmulos como estos los que le ensearon al mismo San
Pablo a entender,22 como l mismo lo confiesa, que es slo
cuando la debilidad humana es ms consciente de s misma
que la Gracia divina es ms eficaz, o, como l dice, perfeccionada.
Y en cuanto a esas prdidas que parecen destrozar toda una
vida, que dejan a una persona, que se haba aferrado a otra ms
fuerte, como indefensa, desconcertada y herida, es por este
medio y slo por este medio que ella aprende a adherirse totalmente a Dios.
El primer paso de la va iluminativa, entonces, consiste, no
simplemente en experimentar estas cosas, ya que tentaciones y
prdidas ocurren en todas las etapas de la vida espiritual, sino
22

Cfr. 2 Cor. 12: 7-9.

30

en percibir su valor, ntima y claramente, sin rebeldas ni resentimientos (excepto quizs en cadas momentneas). Ms
bien, comprendiendo su valor, aceptndolas y tomndolas
como voluntad de Dios. Y es ahora que uno deja de inquietarse ante el problema del dolor; porque si bien es cierto que no
se puede intelectualmente resolver el problema, se lo enfrenta
en la nica forma en que es posible, a saber, tomndolo o a lo
sumo aceptndolo, vindolo prcticamente razonable, y tratando, en lo sucesivo, de actuar de acuerdo a esa intuicin.
II. El segundo paso de esta etapa iluminativa, que se corresponde con el de la va purgativa, consiste en un ver mejor la
realidad de las cosas interiores.
Por ejemplo, las verdades de la religin. A muchos les ocurre que, en los albores de la fe, adhieren a una cantidad de
dogmas de los que no tienen ninguna experiencia. Y quieren
vivir de acuerdo a ellos, por el simple hecho de saber que los
reciben de una Autoridad divina. No entienden muchos de
ellos, ni tienen lo que las Escrituras llaman discernimiento
espiritual.23 Reciben la fe como nuestro Seor nos dice que
debemos recibirla, como un nio,24 sosteniendo firmemente el
conjunto del Credo, guiando su vida por su luz, profesando
morir antes que abandonarlo, y santificando y salvando el
alma por simple fidelidad a l. Pero sin soar con desentraarlo, y siguiendo adelante en total oscuridad.
Alguien as gana indulgencias, por ejemplo, cumpliendo las
debidas condiciones; y quizs hasta es capaz de explicar bastante bien lo que son las indulgencias. Pero la naturaleza de
esta especie de transaccin espiritual es tan impenetrable, a sus
ojos, como una joya en un estuche cerrado. Lo mismo le ocurre con la doctrina del castigo eterno, o los privilegios de Mara, o la Presencia Real. Adhiere a estas cosas y vive de acuerdo
23
24

Cfr. I Jn 4: 1; I Cor. 12, etc


Cfr. Mc 10: 15; Lc 18: 17.

31

a sus efectos y consecuencias. Pero estos misterios no le aportan la ms mnima luz. Si camina en la fe, no es en base a verificaciones. Si sostiene los dogmas de la fe, es incapaz de compararlos con hechos naturales y de ver los numerosos puntos
en que ellos encajan con otros hechos de su experiencia.
Pero cuando llega la iluminacin, tiene lugar un cambio extraordinario. No es que los Misterios dejen de ser misterios, ni
que se pueda expresar en lenguaje humano exhaustivo, o concebir en imgenes completas, esos hechos de la Revelacin
que estn ms all de la razn. Pero, iluminada por el cirio de
Dios, de algn modo empieza a brillar para su percepcin espiritual cada una de esas joyas de verdad que, hasta entonces,
haban sido opacas e incoloras. Y entonces puede explicar las
indulgencias, o la justicia del infierno. Tal vez no mejor que
antes; pero ya no desde una impenetrable oscuridad.
El cristiano en vas de iluminacin comienza a manejar lo
que antes slo tocaba, y a comprender mejor lo que dice. Encuentra, por un determinado e inexplicable proceso de verificacin espiritual, que aquellas cosas que ya tena por verdaderas son verdaderas para l, tanto como lo son en s mismas; el
sendero por donde caminaba a oscuras se hace ms patente a
sus ojos. Hasta que, si por la gracia y la perseverancia llega a
la santidad, pueda experimentar por el favor divino esas luminosas intuiciones, o mejor dicho esa infusin de conocimiento
que es caracterstica de los Santos.
III. La tercera fase de la iluminacin, correspondiente a la de
la va purgativa, trata de las relaciones entre Cristo y el cristiano que disfruta de la Amistad divina. Vimos que el ltimo
paso de la va purgativa era ese abandono en los brazos de
Cristo, que slo es posible cuando el alma ya no se cree autosuficiente. El paso correspondiente en la va iluminativa es,
por tanto, la luz que recibe el alma para apreciar la presencia
constante de Cristo en ella, o su presencia constante en Cristo.

32

Y es en este punto que la Amistad divina se convierte en el


objeto de su consideracin y contemplacin. En adelante, no
slo va a disfrutarla sino que va a comprenderla mejor. Esto
no es otra cosa que la Contemplacin ordinaria.
La Contemplacin extraordinaria, con sus gracias y manifestaciones sobrenaturales y milagrosas, es un favor otorgado por
Dios motu proprio (pedirlo sera presuncin). Es un estado
que, en sus etapas iniciales, siempre hay que tomar con desconfianza.
Pero la Contemplacin ordinaria no slo puede pedirse en la
oracin, sino que todo cristiano sincero y devoto puede aspirar
a ella, ya que est perfectamente a su alcance con la ayuda de
gracias ordinarias. Ella consiste en una conciencia de Dios tan
eficaz y tan continua que Dios nunca est totalmente ausente
de sus pensamientos, al menos subconscientemente. Es un
estado que el cristiano, como hemos dicho, en los comienzos
de su amistad con Cristo disfruta muy intensamente, aunque
con cierta inestabilidad. Su vida, sus relaciones son alteradas
por ella; Cristo comienza a ser la Luz que ilumina todo lo que
ve: todo lo ve ahora a travs de l, o con l de teln de fondo.
La contemplacin ordinaria va a afirmarlo en ese estado, a la
vez por su esfuerzo y por la gracia. No va a tener una continua
conciencia de la presencia interior de Cristo hasta que no haya
sido purificado e iluminado respecto de todas las cosas exteriores e interiores. Pero cuando estos procesos se han llevado a
cabo, es decir cuando Cristo ha entrenado a Su nuevo amigo
en los deberes y las recompensas que conlleva la Amistad
divina, la contemplacin ordinaria es, por decirlo as, la atencin que l espera de nosotros. El pecado, por supuesto, en
este estado, se convierte en subjetivamente mucho ms grave:
pecados materiales se convierten fcilmente en formales. Pero,
por otro lado, la virtud es mucho ms fcil, ya que es difcil
pecar alevosamente cuando se siente en la propia mano la
presin de la mano de Jess.

33

IV. Por supuesto, as como cada avance en la vida espiritual


tiene sus correspondientes peligros (cada paso que nos eleva a
Dios aumenta la altura desde la que podemos caer), aqul que
ha alcanzado esta etapa de la va iluminativa, que hemos denominado contemplacin comn, tiene una responsabilidad
mucho mayor. El peligro supremo es el del individualismo, por
el que, habindose librado del orgullo ms simple, llega a un
nivel en el que se encuentra el verdadero orgullo espiritual y,
con l, toda otra forma de orgullo, como el orgullo intelectual
o emocional.
Uno puede fcilmente infatuarse cuando llega a un punto
donde puede decir con verdad: T eres mi lmpara, Seor.25
Y puede fcilmente terminar en el orgullo a menos que uno
pueda completar la cita y aadir, suplicante: Dios mo, ilumina mis tinieblas!26 Todas las herejas y sectas que quebraron la unidad del Cuerpo de Cristo surgieron de un iluminado
amigo de Cristo. Prcticamente todos los grandes heresiarcas
alcanzaron un alto grado de conocimiento interior, porque de
otro modo no habran podido atraer y desviar a otros seguidores de Jess. Lo que es absolutamente necesario, entonces, si
la iluminacin no quiere terminar en desunin y destruccin,
es que, a ese aumento de la vida espiritual interior, lo acompae un aumento de devocin y sumisin a la Voz exterior con
que Dios habla en Su Iglesia. Porque nada es tan difcil de
discernir como la diferencia entre las inspiraciones del Espritu
Santo y las propias aspiraciones o imaginaciones.
Para los no-catlicos es casi imposible evitar esta infatuacin,
esta dependencia de la experiencia interior. Y es lo que mantiene activo al Protestantismo, y sigue subdividiendo sin cesar
sus energas, desde que carecen de esa Voz exterior con la que
puedan verificar sus propias experiencias. Pero es posible,
tambin, que an catlicos formados e inteligentes sufran de
25
26

Sal. 18: 29.


Ibid.

34

esta enfermedad de esoterismo, e imaginen que lo interior


debe evitar lo exterior, y que son ms capaces de interpretar a
la Iglesia que la Iglesia misma. Vae soli!: Ay del que est
solo!27 Ay de aqul que, habiendo recibido el don de la Amistad de Cristo y su consiguiente iluminacin, crea que disfruta,
en su interpretacin, de esa infalibilidad que l le niega al
Vicario de Cristo! Cuanto ms fuerte sea la vida interior, y
cuanto ms alto sea el grado de iluminacin, ms necesaria se
hace la mano firme de la Iglesia, y mayor debe ser el reconocimiento de su funcin.
No debemos olvidar que es desde el crculo de los ntimos de
Cristo, de aqullos que conocen Sus secretos y saben encontrar
la puerta del jardn secreto donde l camina a su gusto con los
Suyos, de donde salen los Judas de la historia.

27

Ecl. 4:10

35

36

Cristo en la Eucarista
Yo soy el Pan de vida. 28
Hemos considerado la realidad interior de la Amistad de Cristo. Amistad, hay que recordarlo, que se ofrece no slo a los
catlicos, sino a todos los que conocen el nombre de Jess y,
si se quiere, a todo ser humano. Porque nuestro Seor es la luz
que ilumina a todo hombre,29 y es Su voz la que habla a travs
de la conciencia, ms all de lo defectuoso que pueda encontrarse ese instrumento. Es l, el nico Absoluto, la Presencia
que buscan a tientas tantos corazones; como lo buscaban Marco Aurelio, Gautama, Confucio y Mahoma, con todos sus
discpulos sinceros, aunque nunca hubieran escuchado el
nombre histrico de Jess, o habindolo odo lo rechazaron
pero sin culpa. Y esto que decimos de la Amistad de Cristo,
que se brinda tambin a los no-catlicos e incluso a los nocristianos, sera terrible que no fuese as; porque en ese caso
no podramos afirmar que nuestro Salvador es, realmente, el
Salvador del mundo.
El Cristo del que los catlicos sabemos que se encarn, y
vivi esa Vida contada en los Evangelios, est siempre presente en el corazn humano. As se cuenta de un anciano hind
que, despus de escuchar un sermn sobre la Vida de Cristo,
pidi el bautismo. -Pero cmo puede usted pedirlo tan pronto?, le pregunt el predicador. -Haba escuchado antes
28
29

Jn. 6: 35.
Cfr. Jn 1: 9.

37

hablar de Jess? - No, respondi el anciano, pero saba que


exista, y lo estuve buscando durante toda mi vida.
Cristo se encarn y sufri la muerte en la Cruz tambin para
hacernos entender la verdadera naturaleza de los pecados contra la conciencia, a nosotros que no sabamos lo que hacamos.30 Esto, nos dice el Crucificado, es lo que me has hecho,
interiormente, toda tu vida.
Ahora debemos considerar otro camino por el cual Cristo
viene a buscar nuestra amistad. Otro modo y otros regalos que
nos ofrece. No basta con conocer a Cristo de una sola manera:
estamos obligados, si deseamos conocerlo en Sus propios
trminos y no en los nuestros, a reconocerlo en cada una de las
formas en que l elige presentarse. No basta con decir: - l es
mi amigo, por lo tanto no necesito nada ms. No es de leales
amigos Suyos rechazar como innecesarios, por ejemplo, la
Iglesia o los Sacramentos, sin investigar primero si l realmente instituy estas cosas como formas mediante las cuales
l quiere venir a nosotros. Y, en particular, debemos recordar
que en el Santsimo Sacramento l nos trae regalos que no
podemos pretender de otra manera. A saber, nos acerca y une a
nosotros, no slo Su divinidad, sino tambin esa misma amable y adorable naturaleza humana que asumi en la tierra, y
que asumi para eso mismo, para estar con nosotros.
Si miramos hacia atrs, a lo largo de la Historia, el primer
pensamiento que se nos ocurre en relacin con el Santsimo
Sacramento es el de la Majestad en la que Cristo se ha manifestado, y cmo, a travs de Su Presencia sacramental, afirm
abiertamente y vvidamente Su Real soberana sobre este
mundo.
Los que vieron monarcas terrenales seguir, con la cabeza descubierta, a Jesucristo en la Eucarista; aquellos que pudieron
vivir momentos inolvidables como la bendicin al pueblo fiel
30

Cfr. Lc. 23:34.

38

desde lo alto de las grandes Catedrales, o la elevacin del


Santsimo, al aire libre, para la adoracin de cien mil personas;
o aquellos que, en menor escala, alguna vez fueron testigos,
quizs en algn pueblito, de una procesin de Corpus Christi,
todos aquellos que han visto los homenajes debidos no slo a
la Divinidad, sino a una soberana terrenal, no pueden sino
maravillarse de la forma en que, bajo Su propia direccin, ese
Sacramento que fue instituido en las ms pobres condiciones
exteriores, en una pequea habitacin ante unos pocos hombres muy sencillos, ha llegado a ser el medio por el cual se
hace visible al mundo, para adoracin u hostilidad, no slo Su
humildad y condescendencia, sino tambin su inseparable
Majestad.
Pero a nosotros nos interesa ahora, ms particularmente, la
manera increble en la que Cristo, en su Sacramento, se nos
hace tan accesible a todo lo largo de nuestro camino y a nuestro propio nivel de comprensin; y cmo l nos ofrece Su
Amistad de una manera inconfundible para quienes se le acercan con sencillez.
I. La devocin abierta y manifiesta a Jess en el Sagrario es,
como sabemos, de desarrollo relativamente tardo. Sin embargo, es un progreso tan positivo y seguro, y querido por Dios,
como el esplendor terrenal que lo ha ido revistiendo, tanto
como las conclusiones dogmticas que, aunque no explcitamente elaboradas en los primeros siglos, estn irrefutablemente contenidas en las mismas palabras de Cristo y estuvieron
presentes implcitamente en las mentes de Sus primeros amigos.
De hecho, como en muchos otros aspectos, la vida eucarstica
de Jess ofrece un sugerente y maravilloso paralelo con Su
vida sobre la tierra. En efecto, Aquel que era toda sabidura y
todo poder creca en sabidura y en estatura,31 es decir,
31

Lc 2: 52.

39

manifestaba gradualmente las caractersticas de la divinidad:


Su vida y Su conocimiento, inherentemente presentes desde
siempre en Su personalidad. Aquel que trabajaba en el taller
del carpintero era, efectivamente, Dios desde el principio.
Lo mismo ocurre en Su Vida eucarstica. Ese Sacramento,
acerca del cual toda la doctrina Catlica elaborada hasta el da
de hoy ha siempre sido verdadera y bien fundada, fue aumentando su propia expresin, y gradualmente fue desplegando lo
que siempre haba contenido.
Jesucristo, entonces, habita hoy en nuestros Sagrarios tan
ciertamente como l vivi en Nazaret, y en la misma naturaleza humana; y l est ah, principalmente, para hacerse accesible a todos los que lo conocen interiormente y quieren conocerlo ms perfectamente.
Es esta Presencia la que provoca esa pasmosa diferencia de
atmsfera, reconocida incluso por muchos no-catlicos, entre
las iglesias catlicas y las dems. Tan marcada es esta diferencia que se ofrecen mil supuestas explicaciones para ello: es el
detalle, tan sugerente, de ese punto de luz ardiendo al frente!
Es la habilidad artstica fuera de lo comn con que adornan
las iglesias! Es el aroma del antiguo incienso! Es todo eso, y
no es eso: es lo que los catlicos sabemos que es. Es la Presencia corporal del ms hermoso de los hijos de los hombres,
32
atrayendo a S a Sus amigos!
Delante de esta Presencia, por ejemplo, la novia ante el altar
presenta la nueva vida que se le abre. Delante de ella el hombre cercano a su muerte ofrece la vida que se le acaba. Los que
sufren, como los que estn felices, el sabio, como el simple o
el insano; el anciano, como el nio, personas de distinto temperamento, nivel intelectual, nacionalidad, todos se unen en lo
nico que puede unirlos: la Amistad de Aquel que los ama a
todos.

32

Cfr. Sal. 45:3.

40

Podra haber algo ms tpico del Jess de los Evangelios que


esta accesibilidad con la que l est esperando a todo el que
quiera venir a l, que esa ternura universal que no discrimina
ni rechaza a nadie? Podra haber algo ms caracterstico del
Cristo que habita en los corazones, que Aqul que es interiormente tan sencillo, Aquel que permanece tan pacientemente en
nuestras almas, tambin se quede en donde lo encontremos al
desear reconocerlo no slo dentro nuestro, pero tambin fuera;
no slo en el interior de la conciencia, sino tambin, por as
decir, en el espacio y el tiempo, ah donde tan a menudo parece eclipsarse Su presencia en el mundo?
Es de esta manera, entonces, que l cumple ese requisito de la
verdadera amistad, que llamamos humildad. l mismo se pone
a merced de ese mundo que quiere conquistar. Se ofrece en
una apariencia an ms pobre que en los das de su carne. 33
Sin embargo, por la fe, y por la enseanza de Su Iglesia, por
las ceremonias con que ella saluda Su presencia, y por el reconocimiento por parte de sus amigos, l indica, a los que lo
buscan y lo aman, aun sin saberlo, que es l mismo, el que
est all, el que todos los pueblos aoran, el Amante de todos
los corazones.
II. Jess no viene directamente al Sagrario. Antes se presenta
en el altar, en la palabra de Su sacerdote, y en la forma de una
vctima. En el sacrificio de la misa se presenta al mundo, as
como a los ojos del eterno Padre, realizando lo mismo que
cuando estaba en la Cruz, lo mismo que hizo una vez y para
siempre, el mismo acto por el cual nos muestra la fuerza de Su
Amistad en cuyo nombre reclama nuestros corazones. Nos
muestra el punto culminante de ese Amor, el ms grande de
todos, por el que lleg a dar la vida por sus Amigos.34
Ciertamente, el Sacrificio del Calvario no est tan terminado
y cerrado como un libro se termina y se guarda. Ni tampoco,
33
34

O durante Su vida terrena: Heb. 5: 7 (N. del T.)..


Jn 15: 13.

41

como pretenden algunos, la doctrina del sacrificio continuo de


la Misa disminuye la perfeccin del Calvario.
Al que goza de la Amistad de Cristo, este Sacrificio lo conecta, casi dira inevitablemente, con ese Jess que es el mismo
ayer y hoy y para siempre.35 Y ese final de Jess en la Cruz
es en realidad un nuevo comienzo. En ese acto inaugural y
supremo todos los sacrificios convergen y, a su vez, l se proyecta en todas sus futuras representaciones; en tal sentido que
Cristo permanece siempre el que fue en el Calvario, la eterna
Vctima de cada altar, a travs del cual, nicamente, tenemos
acceso al Padre.36
El Sagrario, entonces, nos presenta a Cristo como Amigo; y el
altar nos lo muestra realizando, ante nuestros ojos, ese acto
eterno por el cual l obtiene en Su humanidad el derecho a
exigir nuestra amistad.
III. Y todava hay un ltimo peldao, an ms profundo, que
l desciende en Su humillacin hacia nosotros. El paso por el
cual nuestra Vctima y nuestro Amigo viene a ofrecerse como
nuestro Alimento.
Porque, tan grande es Su amor para con nosotros, que no es
suficiente para l permanecer como un objeto de adoracin, ni
es suficiente para l estar all como el que carg con nuestros
pecados, ni tampoco, sobre todo, morar en nuestras almas en
una amistad interior que slo los iluminados pueden apreciar.
Sino que, en la Comunin, l desciende generosamente por ese
camino que nosotros muchas veces intentamos remontar. Y
aunque estamos todava lejos,37 l corre a nuestro encuentro. All, haciendo a un lado esos pobres signos de realeza con
que nos esforzamos por honrarlo, dejando las telas bordadas,
las flores y las luces, l no slo se une a nosotros con el alma,
35

Heb. 13: 8.
Ef.2: 18.
37
Lc 15: 20.
36

42

en la intimidad de la oracin, sino tambin con el cuerpo, en la


forma sensible de Su vida sacramental.
Este es el ltimo signo, y el ms grande, que l poda ofrecer.
Tan propio de Jess! El mismo que se sent a comer con los
pecadores, se da a S mismo como alimento. Aquel en cuya
mesa quisiramos servir, se adelanta El mismo a servir a Sus
amigos. Quien vive secretamente en el corazn, pero que se
encarn a la vista de todos, repite una y otra vez ese acto culminante de amor y Se presenta bajo apariencias visibles ante
esos ojos que desean verlo. Si la humildad es lo esencial de la
amistad, aqu est, sin duda, el Amigo supremo.
Aquellos que todava no lo reconocen al partir el pan,38
por ms grande que pueda ser su conocimiento interior de
Cristo, no conocen todava ni una dcima de sus perfecciones.
Si Jess, en su naturaleza humana, se limitara a vivir en el
Cielo a la derecha del Padre, no sera el Cristo de los Evangelios. Si viviera, en Su naturaleza divina, nicamente en los
corazones de quienes lo recibieren, no sera el Cristo de Cafarnam y Jerusaln.
Pero el Creador del mundo, que Se hizo una vez criatura; El
que habitaba en una luz inaccesible y descendi a nuestra oscuridad, ese es nuestro Dios, el que tan apasionadamente deseaba la amistad de los hijos de los hombres que Se hizo a
nuestra imagen y semejanza.
Y ese es Jesucristo, el del Evangelio y el de la vida interior. El
que, despus de resucitar ya no muere ms. 39 El que elev
nuestra naturaleza humana hasta esa gloria de la que una vez
lo despojramos los individuos de esa misma especie. El que,
estando sobre todas las leyes naturales utiliza esas leyes para
sus propios fines, y se presenta no una vez sino diez mil veces
como nuestra Vctima, no una vez sino diez mil veces como
nuestra Comida, y no una sola vez, sino eternamente e inmu38
39

Lc 24: 35.
Rm. 6: 9.

43

tablemente, como nuestro Amigo. Ese es, decididamente, el


Jess que hemos conocido en los Evangelios y en nuestros
corazones, ese es, con todo derecho y para siempre, nuestro
Amigo.
Aprendamos, entonces, algo de Su humildad ante el Sacramento que es l mismo. As como l se desnuda de esa gloria
que le corresponde, nosotros debemos quitarnos ese orgullo
que no nos corresponde; debemos desvestirnos de lo que no
son ms que harapos de auto complacencia y egocentrismo,
los ms grandes obstculos a los designios de Su amor. Debemos humillarnos hasta el polvo ante Sus pies, esos pies divinos
que, no slo en Jerusaln dos mil aos atrs, sino hoy mismo y
en estas ciudades en que vivimos, viajan tan lejos para buscarnos y salvarnos.

44

Cristo en la Iglesia
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos.40
Hasta aqu, hemos considerado la Amistad de Cristo en cuanto a nuestra relacin directa con l, el Dios que habita en el
corazn, y que est tambin presente en el Santsimo Sacramento. Es decir, hemos examinado nuestra vida espiritual
cultivada por la Amistad de cada uno con nuestro Seor.
I. Ahora bien, pocas cosas son tan difciles de diagnosticar y
tan fcilmente malinterpretados como ciertos impulsos e instintos de la vida espiritual. Psiclogos modernos nos recuerdan
lo que San Ignacio ense en su momento, con respecto a la
desconcertante dificultad para diferenciar la accin de Dios de
la accin de esa parte oculta de nosotros que no est bajo la
directa atencin de la conciencia.
De pronto sentimos impulsos y deseos que parecen llevar la
marca de un origen divino; slo cuando son obedecidos o
complacidas descubrimos que a menudo no surgieron sino de
nosotros mismos, por nuestra formacin, o por una cierta asociacin o recuerdo, o incluso de un cierto orgullo, y que podran llevarnos a un desastre espiritual. Es necesaria una intencin muy pura y un gran discernimiento espiritual para reconocer en cada caso la voz divina, y para ser siempre capaces
de penetrar el disfraz de quien, en las etapas superiores del
40

Jn 15: 5.

45

progreso espiritual, tan a menudo se presenta a s mismo como


un ngel de luz.
Pueden ocurrir, y de hecho ocurren, tremendos naufragios, o
al menos lamentables equivocaciones, entre muchos que con
enorme empeo haban cultivado su vida interior. No hay peor
obstinacin que la obstinacin religiosa. Porque una persona
espiritual se alienta a s misma en el camino equivocado, convencida de que est siguiendo una inspiracin de lo Alto. No
se ve a s misma como obstinada o perversa. Al contrario, est
convencida de que es una seguidora obediente de su gua divino. No hay fantico tan extravagante como un fantico religioso.
A propsito, las crticas ms agudas al Catolicismo vienen
principalmente de parte de quienes han cultivado seriamente
su vida interior. Y as, dicen que los catlicos han sustituido
una Persona por una Institucin; que son demasiado exteriores,
demasiado formales, y todo para ellos es demasiado oficial.
Porque - si ya tengo a Jesucristo en mi corazn, dice esa crtica, qu ms necesito? Si tengo a Dios dentro de m: por qu
tengo que ir a buscar un Dios fuera de m? Ya s que hay un
Dios: importa tanto conocer acerca de l? Un nio no est
ms cercano a su padre que su bigrafo? Ser 'ortodoxo' no es,
despus de todo, tan importante: prefiero antes amar a Dios
que poder disertar acerca de la Santsima Trinidad
Y as acusan al Catolicismo de ser tirnico y torpe:
- No necesitamos ms gua que una conciencia iluminada por
la Presencia de Jesucristo en el corazn. Cualquier intento de
establecer un sistema, nos dicen, fijar lmites, o pretender
guiar las almas autoritariamente, "atar y desatar," todo eso,
finalmente, es una negacin prctica de la autoridad suprema
de Cristo en nuestro interior.
Qu podemos responder?
Nuestra primera observacin es un argumento innegable: los
cristianos que ms insisten en lo sagrado de la vida interior y
su eficacia como nica gua, son habitualmente los menos

46

inclinados a ponerse de acuerdo sobre cuestiones religiosas.


De hecho, cada nueva secta que aparece se basa en este reclamo (incesante desde el siglo XVI). Sin embargo, esa pretensin nunca se vio acreditada por la total unidad entre sus defensores, como debera ser el resultado si ella fuera verdadera.
Si Jesucristo hubiera querido fundar el Cristianismo sobre Su
sola presencia en los corazones, como una gua suficiente
hacia la verdad, evidentemente habra fracasado en Su misin.
En realidad, la Iglesia catlica, acusada por algunos de usurpar el lugar y los exclusivos derechos de Cristo, es mucho ms
que un organismo o corporacin. Es, en cierto sentido, el mismo Jesucristo, obrando exterior y autoritativamente de esa
manera que no podra darse en la vida interior, sujeta como
est a mil engaos, malentendidos y complicaciones, para los
que no habra otro remedio.
II. En los Evangelios, hemos visto, Cristo proclama una y otra
vez su deseo de ser nuestro Amigo. Y los Evangelios no dejan
dudas de que no se trata de una relacin meramente interior.
Sin duda l quiere llegar al corazn de cada hombre que lo
desea, pero hace promesas an ms explcitas a quienes no se
aslan con l, sino que se unen con otras almas.
Su presencia donde hay dos o tres reunidos en Su nombre, 41
su generosidad para con aquellos que se unan en la tierra para
pedir algo,42 Sus promesas acerca de guiar a quienes Lo buscan comunitariamente, son mucho ms firmes que las que hace
a cualquier individuo.
Y todava hay algo ms importante. Porque al decir Yo soy la
vid, ustedes los sarmientos43, anuncia Jess no slo Su presencia sino una cierta identidad de S mismo con aqullos que
lo representan institucionalmente. Y lo dice, finalmente, en
esas frases impresionantes: el que los escucha, a M me escu41

Cfr. Mt. 18:20.


Cfr ibid. 18:19.
43
Jn 15: 5.
42

47

cha.44 .... Como el padre Me envi a m, Yo tambin los envo


a ustedes.45 ... Lo que aten en la tierra, quedar atado en
cielo.46.... Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis
discpulos.47... Yo estar siempre con ustedes, hasta el fin
del mundo.48
Esta es la perspectiva Catlica; y no solo la exige el sentido
comn, sino que ha sido declarada con palabras de nuestro
Seor an ms explcitas que cualquiera de Sus promesas de
habitar en un individuo. A ninguno le dijo explcitamente:
Estoy contigo siempre, exceptuando a Pedro, constituido Su
Vicario en la tierra.
Aqu, entonces, tenemos la manera de reconciliar el hecho,
por un lado, de que Cristo viene a cada uno y nos habla a cada
uno, y, por otro lado, el hecho de que nos es extremadamente
difcil, incluso en cuestiones de vida o muerte, tener una certeza total de que es realmente la Voz de Cristo la que nos habla,
y no algn impulso meramente nuestro, o del ngel de luz. A
saber, la respuesta catlica es que hay otra Presencia de Cristo,
accesible para todos, a la que l prometi garantas que nunca
ofreci a nadie individualmente. En una palabra, l prometi
Su Presencia en la tierra en un Cuerpo Mstico, y es a travs de
ese Cuerpo que la voz de Cristo nos habla, exteriormente y
autoritativamente. Y es slo por la subordinacin a esa Voz
que podemos comprobar si esas insinuaciones e ideas particulares son o no efectivamente Suyas.
Es obvio, entonces, que un alma que busca la Amistad de
Cristo no puede encontrarla solamente en la vida interior. Esta
puede llegar a ser fuerte e intensa, y cultivndola podramos
disfrutar realmente la Presencia del divino Amigo, de manera
muy personal, aun sabiendo poco o nada de Su accin en el
44

Lc 10: 16.
Jn 20: 21.
46
Mt. 18: 18. Cfr. ibid. 16: 19.
47
Mt. 28: 19.
48
Ibid. 20.
45

48

mundo. Pero aumentan enormemente las posibilidades de crecer en la Amistad de Cristo para el que, no slo lo conoce y
estudia Su personalidad en el Evangelio (que nos ofrece el
testimonio escrito de lo que fue Su vida en la tierra), sino que
abre los ojos al asombroso hecho de que Cristo todava vive y
acta y habla sobre la tierra a travs de la vida de Su Cuerpo
mstico. Y esa personalidad divina, esbozada en pocas lneas
hace dos mil aos, es explicitada a travs del tiempo, siguiendo Su propia orientacin y en los trminos de esa naturaleza
humana que l ha unido msticamente a s mismo.
III. (i) Un catlico, teniendo en cuenta todo esto, debe desarrollar su Amistad con Cristo, pero con el Cristo-en-elCatolicismo. De hecho, uno de los hechos ms notables de la
religin Catlica es la manera en la cual esto es hecho casi
instintivamente por personas que, quiz, nunca han meditado
sobre el motivo para hacerlo. Intuimos que la Iglesia es algo
ms que el Imperio ms grande de la tierra, ms que la Sociedad ms venerable de la historia; ms que la Embajadora de
Dios; ms, incluso, que la Esposa del Cordero. Todas estas
metforas, an las ms sagradas, no agotan, ni mucho menos,
esta realidad divina. Porque la Iglesia es Cristo mismo.
De aqu proviene esa especie de familiaridad que sentimos
para con la Iglesia. Todo catlico, por ejemplo, incluso aqul
que apenas practica su religin, sabe que nunca est totalmente
desamparado o en el exilio. Se siente, no slo como puede
sentirse el sbdito de un Reino o de un Imperio protegido por
la bandera de su pas, sino como uno que est acompaado por
un Amigo. As, si visita iglesias en el extranjero, no es slo
para visitar el Santsimo Sacramento, ni para confirmar el
horario de la misa, sino para entrar en la compaa de una
misteriosa y reconfortante Personalidad, impulsado por un
instinto que apenas puede explicar. Pero lo que hace es perfectamente razonable, porque Cristo, su Amigo, est ah. l est

49

presente en ese centro de la Humanidad cuyos miembros son


Suyos.
(ii) Pero esto no es todo. En una verdadera amistad entre dos
personas, el ms dbil de los dos se adapta a los hbitos de
vida y de pensamiento del ms fuerte. Poco a poco el proceso
contina, hasta que se alcanza ese estado de entendimiento
mutuo que llamamos simpata perfecta.
En la Amistad personal con Cristo esto es esencial. Debemos
vivir y sentir con l, como nos dice Su Apstol, sometiendo
nuestra inteligencia humana para que obedezca a Cristo.49
As superamos nuestra manera limitada y personal de mirar las
cosas, nuestros esquemas e ideas. Y as nuestra vida est
desde ahora oculta con Cristo en Dios,50 Y ya no vivimos; es
Cristo quien vive en nosotros.51
Este es, exactamente, el objetivo de nuestra amistad con Cristo-en-el-Catolicismo.
Cuando un convertido comienza su vida Catlica, o cuando
alguien que ha sido catlico desde la cuna se despierta a una
madura reflexin de lo que significa su religin, es suficiente
con creer todo lo que la Iglesia ensea expresamente, y conformar su vida con esa enseanza. Como en la primera etapa
de una nueva relacin, es suficiente ser corts y deferente,
evitando caer en lo ofensivo. Pero a medida que pasa el tiempo, y la relacin se profundiza, esto ya no es suficiente. Y lo
que era cortesa en la primera etapa, sera frialdad en la segunda. Cuanto ms se profundiza esa relacin, ser absolutamente
necesario, si no se quiere estropearla, no slo armonizar mutuamente palabras y acciones, sino sintonizar pensamientos; y,
no slo pensamientos, sino instintos e intuiciones. Dos amigos
ntimos saben, cada uno, cul sera el juicio del otro ante una
nueva situacin, an antes de cualquier pregunta o intentos de
49

II Cor. 10: 5.
Col. 3: 3.
51
Cfr. Gal. 2: 20.
50

50

explicacin. Cada uno conoce los gustos y disgustos del amigo, an antes de decirse nada.
Esto es precisamente a lo que un catlico debe apuntar. La
Amistad con Cristo en la Iglesia debe ser realmente tal. Y sin
este progresivo conocimiento de Cristo nuestras relaciones con
l no pueden ser como l las quiere. Debemos tender, no slo
a una escrupulosa obediencia externa y bien formulados actos
de fe, sino a un modo de mirar las cosas en general, a una actitud instintiva, a una atmsfera intuitiva, como lo viven muchos
catlicos fieles, an incultos. Los hay que, sabiendo poco o
nada de teologa dogmtica o moral, pueden detectar con rapidez casi milagrosa tendencias sospechosas, quizs antes o
mejor que un telogo formado.
No hay camino ms directo para alcanzar esta ntima sintona
con el Catolicismo que la paralela intimidad con Cristo.
Humildad, obediencia y sencillez son las virtudes sobre las
que la Amistad divina, as como cualquier amistad humana,
puede solamente prosperar.
Y, sin embargo, aun conociendo esta realidad muy bien, podemos sentir alguna especie de repugnancia a esta actitud que
podra parecerse al servilismo. Y hasta podramos objetar que,
habiendo sido dotados de un temperamento y un juicio independiente, y con preferencias personales y hasta el don divino
de la originalidad, no podemos simplemente sacrificarlos y
abandonarlos
Sin embargo, no nos dieron libre albedro para que, con l,
elijamos no tener otra voluntad que la de Dios? Y no tenemos
la inteligencia para ir aprendiendo a ponerla en armona con la
sabidura divina? Y el corazn, no debe amar y odiar aquellas
cosas que el Sagrado Corazn ama y odia? Porque, en la unin
con Dios, nada de lo que unimos con l se pierde. Por el contrario, cada talento es transformado, glorificado y elevado a
una naturaleza superior. Nuestra alma verdaderamente ya no
vive; sino que es Cristo quien vive en ella.

51

Y si esto es cierto de la unin con Dios, lo es de la unin con


l en cualquier forma que Dios elige presentarse. Y no habr
vida ms sublime, sobre la tierra, que la de la imitacin total y
abnegada de la vida de Jesucristo. No hay libertad ms grande
que la de los hijos de Dios ligados por la perfecta Ley de
Amor y Libertad.
Una vez que hemos captado, por lo tanto, que la Iglesia Catlica es la expresin histrica que Cristo nos da de S mismo;
una vez que vimos en sus ojos la mirada de Dios, y a travs de
su rostro el del mismo Cristo; una vez que omos de sus labios
la Voz que habla siempre como quien tiene autoridad52;
entonces comprenderemos que no hay aspiracin ms noble
que perderse a s mismo53 en esa gloriosa Comunidad que es
Su Cuerpo; no hay mayor sabidura que sentir con ella; no hay
amor ms puro que el que arde en el corazn de la Iglesia, es
ese Amor que, siendo Cristo el que la anima, es el mismo Salvador del mundo.

52
53

Mt. 7: 29.
Cfr. Mt. 10: 39.

52

Cristo en Su Sacerdote
La Gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.54
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, de modo que aqul que anhela la Amistad de Cristo debe buscarla tanto en la Iglesia como en s mismo, o sea tanto exteriormente como interiormente.
Ciertas caractersticas de Cristo, por ejemplo, cuyo conocimiento es esencial para un verdadero entendimiento con l: Su
autoridad, Su infalibilidad, Su ardor incansable, etc., son apreciadas plenamente slo en el marco de un ferviente catolicismo.
Ahora bien, la Iglesia Catlica es una comunidad tan amplia,
que para muchos es imposible formarse de ella una imagen
completa. Tienen, s, una idea, y la respetan interiormente; sin
embargo, como la Iglesia se presenta prcticamente a travs
del sacerdote, les parece que ella exalta demasiado la humanidad del sacerdote, a quien ni ella misma cree infalible. No
objetaran que fuera simplemente esa Comunidad Ideal la que
fuera exaltada; pero les parece excesivo que sea el sacerdote,
un ser humano individual, el que se presente a los ojos de los
catlicos con el ropaje de Cristo, revestido de Sus prerrogativas.
Esto es bastante cierto. Y la nica respuesta es que Cristo
realmente lo quiso as; e instaur un Sacerdocio que no slo lo
representa y toma Su lugar, sino que, en cierto sentido, es l
mismo. Es decir, que Cristo debe ejercer Sus poderes divinos a
travs de su ministerio; y que la devocin y reverencia hacia el
54

Jn. 1: 17.

53

sacerdote deben ser un homenaje directo al Sacerdocio eterno


del cual participa el Ministro humano. Y si esto es as, resulta
claro que el sacerdote, como la Iglesia misma, es uno de esos
canales a travs de los cuales debemos desarrollar nuestra
intimidad personal con el Seor.
I. No es necesario extenderse acerca de la muy obvia humanidad del sacerdote. Ningn sacerdote es tan despistado como
para olvidarlo siquiera por un instante. An si su vanidad le
impidiera ver sus propios defectos, los malos ejemplos de
otros se lo recordaran muy pronto. Muy frecuentemente algn
desdichado sacerdote, aparentando elevarse paso a paso en la
vida espiritual, extendiendo su influencia y su reputacin y
reuniendo admiradores a su alrededor, repentinamente ofrece
al mundo una escandalosa y dolorosa muestra de su debilidad.
No hablamos necesariamente de una cada moral, lo que, gracias a Dios, ocurre rara vez. Ms comnmente puede tratarse
de un repentino decaimiento del celo apostlico, o de un ataque de orgullo, lo que zarandea a aquellos que se haban apoyado en l. Y el mundo recibe un ejemplo ms del hecho de
que los Sacerdotes son hombres despus de todo Sin duda,
los sacerdotes no son ms que hombres. Por qu ser, entonces, que el mundo parece tan conmocionado cuando los ve tan
humanos, si no es porque sabe, al menos subconscientemente,
que son mucho ms que eso?...
Y as es. En primer lugar, son embajadores de Cristo. l est
presente en ellos como un rey est presente en su representante
acreditado. Cristo los delega expresamente cuando l manda a
Sus apstoles que vayan por todo el mundo y anuncien el
Evangelio a toda la creacin.55
Esta misin, que se atribuye todo ministro o pastor cristiano,
ya implica una enorme extensin de la Presencia virtual de
Cristo en la tierra. Qu hermosos son, en las montaas, ex55

Mc 16: 15.

54

clamaba el profeta de la Antigua Alianza, los pasos del que


trae la buena nueva y anuncia la paz!.56 Son hermosos ya
que traen el mensaje de amor del ms hermoso de los hombres.57
Sealemos, de paso, que el sacerdote, en la medida que trate
de ser original en lo que es substancial al mensaje que debe
transmitir, es infiel a esta misin. Cristo no enva a su embajador a inventar nuevos acuerdos o alianzas de reconciliacin,
sino a transmitir la divina alianza.
A veces se dice que la Iglesia Catlica es enemiga del pensamiento; que ella no ofrece ningn estmulo, sino ms bien al
contrario, al que investiga lcidamente en los dominios de la
verdad; que ella calla o repudia a sus ministros en el instante
en que stos empiezan a pensar o hablar por s mismos.
Y esto es exactamente cierto, en el sentido de que ella no cree
que la Revelacin de Dios pueda ser mejorada ni siquiera por
el ms brillante intelecto humano.
Ella no censura a sus ministros que buscan originalidad en la
forma de comunicar su mensaje, siempre y cuando el mensaje
no sea oscurecido por esa originalidad. Ella no silencia a quienes presentan antiguos dogmas en frases modernas. Ella repudia si, enfticamente, a quienes pretenden, como algunos lo
han intentado, presentar dogmas nuevos revestidos de lenguaje
tradicional.
Cristo, presente en Su sacerdote, se sirve de sus labios para el
mensaje divino. Y esto requiere, agreguemos, gracias extraordinarias en el enviado. Porque, por un lado, no hay nada tan
irreprimible, nada que anhele tanto imponerse como la naturaleza humana. Y por otro lado, nada en lo que la mente humana
encuentre mayor placer especulando y dogmatizando que en la
teologa. Sin embargo, las gracias con que Cristo ha fortalecido su Iglesia son tan admirables, que ha llegado a ser un reproche en todo el mundo el que todos los sacerdotes ensean
56
57

Is 52: 7.
Sal 45:3

55

los mismos dogmas. Es un reproche por el que tenemos que


dar gracias a Dios.
II. Desde que el divino Maestro Jesucristo ya no habla en la
tierra con sus propios labios humanos, l necesita, por lo que
respecta a la predicacin de la Revelacin, utilizar otros labios
humanos para ese propsito. Si la gracia y la Verdad nos han
llegado por Jesucristo;58 la predicacin de esa Verdad es
continuada por l a travs de la boca de Sus ministros autorizados.
Pero si la comunicacin de la Verdad por ministros humanos
no quita nada a la prerrogativa de Cristo como Profeta, la comunicacin de la Gracia por ministros humanos tampoco atenta a la prerrogativa de Cristo como Sacerdote. Y esto es esencial a la doctrina Catlica del sacerdocio. Cristo vino a traer la
Vida, a sostenerla y a restaurarla cuando se haya perdido: porque l solo, el Prncipe de la Vida, posee su remedio, el elixir
de la Vida.
Los fariseos tenan algo de razn, cuando argumentaban acerca de quin puede perdonar los pecados, sino slo
Dios?.59 Cmo puede este hombre darnos Su carne para
comer?.60 Pero fallaban en sus premisas, ya que Cristo era
ms que hombre. Cristo, la Fuente de la Vida, es el nico que
puede dar la Gracia. Como Cristo, que es la Verdad, es el nico que puede darnos Su Revelacin. Porque la Gracia es a la
Vida, lo que la Revelacin es a la Verdad. Y esa es la idea
subyacente del Sacerdocio Catlico, que l participa y capacita en ambos aspectos, como un ministerio humano para ejercer
las prerrogativas divinas.
Por eso, as como el sacerdote predica diciendo con Jess: Yo
les digo que: as en el confesionario susurra: Yo te absuelvo, y en el altar proclama: esto es mi Cuerpo.
58

Jn 1: 17
Lc 5: 21.
60
Jn 6: 52.
59

56

Esto es, entonces, esencial para entender de qu manera Cristo est presente en Su sacerdote.
En primer lugar Cristo est presente en l cuando entrega,
aunque sea ms o menos mecnicamente, el mensaje que le es
confiado. El divino Profeta utiliza labios humanos para ensear y declarar la verdad.
Pero cuando pensamos que el divino Sacerdote utiliza labios
humanos para realizar funciones sacerdotales, vemos que la
Presencia es mucho ms ntima que la de un rey en su embajador. Porque el mero embajador no ensea. El mero embajador
no reconcilia.
Los embajadores de Cristo, en cambio, en virtud de la expresa
misin que han recibido en palabras como esto es Mi cuerpo
... Hagan esto en memoria Ma.61 Reciban el Espritu Santo. Los pecados sern perdonados,62 estn facultados para
hacer lo que no puede hacer ningn embajador meramente
terrenal. Ellos producen lo que declaran: ellos administran la
misericordia que predican.
Podemos, entonces, decir con toda verdad que Cristo est
presente en Su sacerdote. Presente no como est presente en
un santo, por ms santo que sea, o en un ngel, por ms cerca
que est del rostro de Dios. El supremo privilegio del sacerdote, as como su tremenda responsabilidad, consiste en que, en
esos momentos durante los cuales ejerce su ministerio, en un
sentido l es Cristo mismo. l no dice que Cristo te absuelva;
sino yo te absuelvo; no dice: Este es el cuerpo de Cristo, sino:
Esto es mi cuerpo. Entonces no es simplemente el enunciado
de los labios lo que Cristo utiliza, sino que l subordina Su
intencin y Su voluntad para que ese acto divino se realice. l
se hace presente en el sacerdote, entonces, si Su sacerdote lo
permite. Depende no de la pronunciacin mecnica de palabras, sino de la decisin del sacerdote, de la unin de su libertad y su intencin con la de su Creador, si, aqu y ahora, el
61
62

Lc 22: 19.
Jn 20: 22, 23.

57

Santsimo Sacramento es consagrado (y es realizada la culminante maravilla de la misericordia de Cristo); si, aqu y ahora,
ese triste pecador se va perdonado; si, en una palabra, Dios, en
este o aquel lugar, en este o aquel momento, acta como Dios.
III. Parecera que nos fuimos lejos de nuestro tema, la Amistad
con Cristo, pero en realidad no lo hemos dejado ni por un
momento. Hemos considerado distintos modos en los que la
Amistad de Cristo se nos hace accesible, y hemos visto cmo
ella no consiste solamente en una adhesin interior a l, sino
tambin en un reconocimiento y una acogida exterior de Jesucristo. De Jesucristo con Su naturaleza humana, y con Su Autoridad.
Ahora bien, Su naturaleza humana llega a nosotros en el Sacramento del Altar; Su Autoridad divina viene en la naturaleza
humana de quienes componen Su Iglesia y tienen potestad
para hablar en Su nombre. Sin estos modos en los que l se
nos hace Presente, no podemos recibir a Cristo, y por ende la
Amistad con Cristo no puede darse como l lo quiere. Y una
de esas modalidades es, insistimos, Su Presencia en el Sacerdote.
l habita aqu en la tierra, hablando a travs de los labios de
Su sacerdote, en la medida en que ese sacerdote transmite la
enseanza autoritativa e infalible del Cuerpo Mstico del cual
es portavoz.
l ejerce Su poder aqu en la tierra, en esos actos divinos del
sacerdote que slo el poder divino puede realizar, desplegando
la prerrogativa de misericordia que pertenece nicamente a
Dios, hacindose presente en Su naturaleza humana bajo las
formas del Sacramento que l mismo instituy. Y adems de
todo esto, en ese clima que en torno al sacerdocio crean los
fieles instintivamente (ms que por instrucciones precisas de la
Iglesia), l exhibe atributos de Su divinidad, atributos que
alimentan la amistad con aquellos que lo aman.

58

Porque qu otra cosa es ese espritu desprendido y como


distante, tan caracterstico del sacerdocio catlico, sino el perfume de la inaccesible santidad de Dios, el Santsimo, cuyo
rostro no se atreven a mirar los ngeles, traducido en trminos
de vida comn?
Pero tambin, qu es esa sorprendente accesibilidad del
sacerdote para aqullos que lo buscan (ms como sacerdote
que como hombre), sino el modo humano de la divina disposicin para recibir a todos los que estn afligidos y agobiados..?63
La misma pureza del sacerdote, su renuncia a crear lazos
familiares, su privarse, como hombre, de lo que normalmente
hace al hombre, esto tambin es como un lejano reflejo de la
radiante Personalidad de Aqul que era el hijo de la Virgen,
que eligi a alguien Virgen como Su precursor y a alguien
Virgen como Su amigo, que en la Corte celestial es seguido
dondequiera que vaya por sus elegidos que no se han contaminado con mujeres y son vrgenes. 64
Por eso, la devocin al sacerdocio, el respeto por su funcin,
la exigencia de alto nivel en quienes van a cumplirla, el celo
en la defensa de su honor, todo eso no son ms que manifestaciones de esa Amistad de Cristo de la que estamos tratando, y
del reconocimiento de Cristo en su Ministro y representante.
No se trata de apoyarse sobre el sacerdote, ya que ningn
hombre es capaz de soportar todo el peso de otra alma. Pero
contar con el Sacerdocio es confiar en Cristo. Si vamos al
sacerdote, sabiendo qu es lo que buscamos en l, y distinguiendo el hombre de su funcin, llegamos al Sacerdote eterno
que vive en l, llegamos al que es sacerdote para siempre a
la manera de Melquisedec.65

63

Mt. 11:28
Ap. 14: 4.
65
Sal. 110: 4.
64

59

60

Cristo en los Santos


Ustedes son la luz del mundo.66
Cristo, hemos recordado, est presente en Su sacerdote mediante el carcter y la misin recibida de l. Cristo es quien
habla a travs de su boca cuando entrega el mensaje del Evangelio; es Cristo quien, sirvindose de la voluntad y la intencin
del sacerdote, as como de sus palabras y acciones, realiza los
actos sobrenaturales de los ritos sacramentales y sacerdotales.
Por ltimo, las caractersticas universales del sacerdocio, como
su separacin del mundo y, simultneamente, su accesibilidad,
no son nada ms que las caractersticas del mismo Cristo, activado, por as decirlo, en un medio humano.
Pero hay otra santidad en el mundo, adems de la que se encuentra en esa consagracin exterior, ministerial. A saber, la
santidad personal o moral. Veamos ahora esta presencia de
Cristo en el Santo.
I. En la religin catlica los Santos y, sobre todo, Mara, reina
de los Santos, son elementos muy vitales y fundamentales. En
cuanto a la Virgen, no hubo nadie, nacido de padres humanos,
que ejerza, o al menos que se le atribuya, una influencia tan
grande sobre la humanidad como Mara, la madre de nuestro
Seor. Es imposible ni siquiera imaginar lo que su personalidad ha significado para los hombres, de acuerdo al testimonio
de infinidad de cultos en su honor, los rosarios recitados para
66

Mt. 5: 14.

61

su alabanza e intercesin, las invocaciones de su nombre, en


fin, el lugar que ocupa en la conciencia humana. Su nombre
resuena a travs de la historia cristiana tan inherente e inseparablemente como el santo nombre de Jess. No hay circunstancia en la vida, no hay una alegra o una afliccin en la que,
en un momento u otro, Mara no ha sido llamada a participar.
Hasta el siglo XVII su imagen estaba presente en todas las
iglesias cristianas del mundo entero; en la actualidad se encuentra en la gran mayora de ellas, y se las est reinstalando
en las dems. Para una mente catlica pensar en Mara es pensar en Jess, casi tan indisolublemente unidos como lo estn
las dos naturalezas de Cristo; despus de todo, una de esas
naturalezas proviene de ella.
Los crticos protestantes objetan que es en eso, precisamente,
donde nos equivocamos, porque Cristo Jess vino a llamar a
todos los hombres directamente a S mismo, y nosotros ponemos a Mara en su lugar. Pero casi no hace falta responder, ya
que todo catlico sabe que toda la adoracin y el honor dado a
Mara tienen por nico objeto nuestra unin con ese fruto bendito de su vientre 67 que ella extiende a nosotros en cada imagen, sea la del Nio de la alegra o la del Varn de dolores.
Slo alguien que no est muy convencido de la divinidad de
Cristo puede pensar que confundimos a Cristo con su madre, o
equiparamos el Creador y la criatura.
Cuando buscamos en el Evangelio los designios de Dios para
la humanidad, encontramos que, salvadas las distancias, Mara
ocupa un lugar de dignidad al lado de Jess maravillosamente
proporcional a su lugar en el Catolicismo; ya que, cuando su
Hijo llega a un momento de humana crisis, o cuando va a ser
revelado sobre l algo nuevo y fundamental, Mara est a Su
lado y en actitud muy significativa:

67

Cfr. Lc. 1: 42.

62

El ngel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen ... el


nombre de la virgen era Mara.68 Con estas palabras se describe el primer paso de la Encarnacin, en correspondencia
perfecta con el primer paso en el proceso de la Cada original.
En ambos casos vemos igualmente una doncella y una invitacin a elegir, de la que depender el futuro. En el primer caso,
la desobediencia y el amor propio de Eva precedieron al pecado por el cual cay la humanidad. En el otro caso, la obediencia y amor a Dios de Mara fueron previos al proceso por el
cual la misma humanidad fue redimida.
Y una y otra vez, cuando el Nio reposa en Beln, recibiendo
por primera vez como Dios-hecho-hombre la adoracin de la
humanidad, es Mara la que est arrodillada junto a l; cuando
Cristo aprende a obedecer 69 como Hijo del Hombre, es de
Mara de quien recibe rdenes. Cuando se acerca el momento
de salir al mundo para comenzar esa transformacin de lo
ordinario en lo divino, es por el pedido de Mara que, como
adelanto de Su misin, convierte el agua en vino. Y al momento de cerrar su Ministerio por ese signo todava ms sorprendente, al cual apuntaban todos los dems, Su propia muerte en
el Calvario, junto a la cruz estaba su madre70, as como,
siglos antes, Eva, la madre de los cados, haba estado al pie de
ese rbol de la Muerte en el que caa el primer Adn.
Si consideramos tanto la Tradicin, o sea la mente y la memoria imperecedera de la Iglesia, de la que ella extrae continuamente "lo nuevo y lo antiguo",71 como el registro escrito de esa
Vida durante la cual Mara tuvo a su cuidado al que era su vida
y su tesoro, en ambos casos encontramos que Mara est siempre al lado de Jess. Y vemos que cuando Jess es el Nio
recin nacido, slo podemos encontrarlo "con Mara su ma68

Lc. 1: 26-27.
Cfr. Heb 5:8.
70
Jn. 19:25.
71
Mt. 13:52.
69

63

dre; 72 cuando lo adoramos como hombre, obediente como l


quiere hacernos obedientes, es en la casa de Mara donde l
est; cuando vamos a la Cruz para lavarnos en Su preciosa
sangre, Mara est mirndonos desde un costado. Y lo mismo
nos dice la Historia, que cuando Mara es amada, Jess es
adorado; donde Mara, la madre de Su humanidad, es despreciada o subestimada, se apaga la luz de Su divinidad....
II. Lo que es verdad de Mara, lo es tambin de los Santos. Es
decir, dondequiera que Cristo Jess es adorado como Dios,
all, como las flores de la tierra, Sus amigos surgen de a miles;
y donde su divinidad es negada o puesta en duda, la marea de
lo sobrenatural desciende sensiblemente.
Y, adems, todo catlico sabe que la devocin a los Santos
aumenta la devocin a su Amigo divino. Muchsimos aprendieron a conocer y amar a Jesucristo a travs de Su amistad
con ellos, a travs de los sacrificios que hicieron por l, de la
manera en que ellos fueron capaces de reproducir Su imagen
en sus vidas, mostrando en su humanidad cada la sagrada
humanidad de Cristo. Cmo es posible hacerse amigo de los
amigos de Cristo, sin buscar tambin la Amistad divina que los
ha inspirado?
Ahora bien, de qu modo podemos decir que Cristo est
presente en Su madre o en sus Santos? Porque l no est en
ellos como est en la Eucarista, o como est en la Iglesia
Catlica, Su Cuerpo, o como est en el sacerdote que hace
presente Su sacerdocio eterno.
Ellos tienen sus vidas, y l tiene la suya. Y esas vidas de los
Santos son como espejos de la Luz divina, en la que podemos
ver Sus perfecciones. Sin embargo esto no es todo. Jess est
en ellos como una llama en un farol. Sus vidas no son meras
imitaciones o reflejos de la Suya, sino, ms an, son manifestaciones de la vida de Cristo. Las gracias que muestran son
72

Mt. 2:11.

64

realmente las mismas gracias que colmaban Su humanidad


sagrada; su horror al pecado es el Suyo; los poderes que ejercen son Suyos. Ellos son "la luz del mundo",73 ya que arde en
ellos la suprema Luz del mundo.
La vida de cada uno de ellos est "escondida con Cristo en
Dios".74 Con la ayuda de la gracia ellos fueron cincelando la
piedra de su naturaleza humana, con oracin, con esfuerzo,
con mortificacin, incluso con los golpes finales del martirio,
hasta que, poco a poco, o de una vez por repentino herosmo,
pudo surgir de ese rstico material, no el ngel de Miguel
ngel, no una simple copia del Modelo perfecto, sino el Modelo mismo. Es l quien ha vivido en ellos tan realmente, aunque de otra manera, como en el Sacramento del altar. Es l
quien aparece ahora en ellos en la culminacin de su santidad,
patente para todos los que tienen ojos para ver.
Por supuesto que no es l mismo, pura y simplemente, ya que
an permanece en cada Santo esa ptina o pelcula de la propia
identidad personal que Dios le dio y no puede quitarle. Precisamente, el Santo ha sido creado y santificado con esa identidad personal que pondr al servicio de la misin de Cristo
sobre la tierra. Querer mirar directamente al sol es quedarse
ciego, o al menos deslumbrados por el exceso de luz. El Santo
nos ayuda, como una lente especial, a ver a travs de su personalidad la toda santa de Jess, la blancura radiante de Su perfeccin absoluta, no distorsionada ni disminuida, sino como
detallada en sus diversas facetas, para que podamos apreciarla
mejor.
En el Santo de la penitencia se manifiesta Su tristeza por el
pecado; en el mrtir, su heroica y dolorosa pasin; en el doctor
de la Iglesia, los tesoros de Su sabidura; en la Virgen, Su pureza.

73
74

Mt. 5:14.
Col. 3:3.

65

En Mara, la que es Virgen, Madre, Dolorosa, la que es Causa


de nuestra alegra, la del Corazn traspasado, la del Magnficat, la Inmaculada Concepcin, en Ella vemos, en una sola
persona humana, la plenitud y la perfeccin de todas las virtudes y gracias de que una sola alma es capaz. "Toda hermosa
eres, amada ma, y no hay mancha alguna en ti.75
As, entonces, Cristo viene a nosotros, proyectndose en esa
Corte de Sus amigos que rodean Su trono. A tu diestra una
Reina la hija del Rey, con vestidos tejidos en oro,76 y a
cada lado, en su orden, aquellos que aprendieron a llamarlo su
Amigo. Es verdad, fueron concebidos y nacieron en pecado,
pero "a travs de muchas tribulaciones"77 restauraron primero
y luego conservaron esa Imagen segn la cual fueron creados,
y se identificaron con Cristo en tal medida que se puede decir
de ellos que, aunque siendo ellos mismos, ahora es Cristo el
que vive en ellos.78
Por eso, tratar de separar a Cristo de Sus amigos los Santos, y
desterrar a la Reina Madre de la cercana del trono de su Hijo,
no sea que ella reciba demasiado amor y homenaje, es una
extraa manera de buscar la Amistad de aqul que es todo para
ellos.
Una amistad con Cristo puramente individual se reduce a algo
aislado, pobre, dbil y casi carente de amor, comparndola con
la que se puede apreciar en el esplendor de la Fe y la prctica
catlica, de las que surgen, como innumerables rayos, nuevos
modos de amar a nuestro Seor.
Porque l est presente en todos Sus santos, aunque en cada
uno a su manera, como la luz del sol est presente, diversamente, en el ardor del medioda, en las tiernas luces del amanecer, en un espejo de agua, en el rojizo resplandor de una
75

Cant. 4:7
Sal. 45: 10-14.
77
Cfr. Hch. 14:22; Apoc. 7: 15.
78
Gal. 2:20. (12)
76

66

puesta de sol, en el plateado de la luna y en el color de una


flor.
Debemos aprender de una vez que Cristo es Todo, y no slo
uno entre diez mil. Es decir, que l es Todo, y que no hay
gloria o gracia en ninguna parte que no sea Suya, ni hay perfeccin que no sea relativa a Su Absoluto, ni color que no sea
un elemento de Su blancura, ni sonido que no est en la escala
de Su msica. Y una vez que estemos a la altura de lo que
queremos decir cuando lo llamamos Dios, y llenos de esperanza de ver Su humanidad, entonces s!, lo encontraremos en
todas partes. Y no temeremos nada ms que lo que pueda separarnos de l.
Recordemos: todo es de ustedes, ustedes son de Cristo, y
Cristo es Dios.79

79

I Cor. 3: 22-23.

67

68

Cristo en el Pecador
Este hombre recibe a los pecadores
y come con ellos80.
Cristo se nos hace accesible, ofrecindonos Su amistad bajo
diversas formas y apariencias. As nos permite acercarnos a
varios aspectos de Su personalidad, admirar Sus virtudes y
recibir Sus gracias.
Por ejemplo, nos extiende Su sacerdocio en Sus sacerdotes, y
Su propia santidad en los Santos. Ambas representaciones
Suyas son fcilmente aceptables para todos. Cualquiera que
sepa algo de la divinidad de Jess tendra que tener grandes
prejuicios o estar bastante ciego para no reconocer la voz del
Buen Pastor en las palabras que Su sacerdote est autorizado a
pronunciar, o la santidad del Santsimo en la vida sobrehumana de sus amigos ms fieles.
Pero no es tan fcil reconocerlo en el pecador, ya que ste, en
cuanto tal, no puede ser asumido por Cristo. Incluso para Sus
discpulos ms queridos fue difcil y fueron tentados a fallarle
cuando en la Cruz, y ms an en Getseman, El que no conoci pecado fue hecho pecado por nosotros.81
I. Sin embargo hay que recordar, en primer lugar, que entre
sus ms marcadas caractersticas, tal como consta en los
Evangelios, est Su amistad con los pecadores, Su extraordina80
81

Lc. 15: 2.
Cfr. 2 Cor 5: 21.

69

ria simpata por ellos y Su aparente comodidad en su compaa. A tal punto que acusaron de eso, precisamente, al que deca
ensear, como lo hizo, una doctrina de perfeccin. Y sin embargo, si lo pensamos, esta actitud de Jess es una garanta y
prueba de Su divinidad, ya que slo el Altsimo poda descender tan bajo, y nadie sino el mismo Dios poda mostrarse tan
humano.
Por un lado, no los trata con desdn: "este hombre recibe a los
pecadores",82 ni se conforma con predicarles: l come con
ellos,83 descendiendo a su nivel. Pero, por otro lado, no hay en
l nada de esa tonta y moderna actitud de indiferente amoralidad: Su mensaje final es siempre, "en adelante no peques
ms".84
Tan ostensible, de hecho, es Su benevolencia hacia los pecadores que, a primera vista, da la impresin que se ocupara ms
de ellos que de los Santos: "No he venido a llamar a los justos," dice, "sino a los pecadores.".85 En un mismo sermn,
insiste tres veces sobre lo mismo, con otras tantas parbolas
dirigidas a quienes, por sus prejuicios, estn naturalmente
tentados de caer en el principal peligro de las almas religiosas,
el farisesmo. 86 A saber: la moneda de plata perdida en la casa
parece tener ms valor que las nueve que siguen guardadas; la
oveja caprichosa perdida en el desierto vale ms que las noventa y nueve en el corral; el hijo rebelde perdido en el mundo
es ms querido que el mayor, el que haba permanecido en la
casa.
Pero notemos cmo actuaba eso que enseaba. Porque no se
trataba de una benevolencia abstracta, sino de una amabilidad
muy especial para con cada pecador. Hasta parece elegir y
acercar a l los tres prototipos de pecador. As, al tosco mal82

Lc. 15: 2.
Ibid.
84
Jn 8: 11.
85
Mt. 9: 13.
86
Cfr. Lc. 15.
83

70

hechor le promete el paraso; a la apasionada y sensible Magdalena le da la absolucin y un elogio; y al an ms repugnante de todos, el traidor fro y calculador, que prefiere treinta
monedas antes que a su Maestro, Jess lo recibe, en el mismo
momento y clmax de su traicin, de la manera ms afectuosa:
Amigo, a qu has venido?".87
Hay algo que surge del relato del Evangelio con suficiente
claridad. Y es que conocemos a Cristo en su aspecto ms caracterstico cuando lo encontramos entre los pecadores.
II. Y cul ser el sentido de esta realidad, que desconcierta al
mundo? Porque es claro que podemos reconocer a nuestro
Sumo Sacerdote cuando se ofrece en su Altar; a nuestro Rey
de los Santos cuando se transfigura; hasta podemos reconocerlo cuando se ocupa de los pecadores, como de cada uno de
nosotros. Pero podemos decir, razonablemente, que l se
identifica con ellos al punto que tenemos que buscarlo no slo
entre ellos, sino en los pecadores?
As lo hicieron y lo hacen los Santos, y su ejemplo es claro e
inequvoco. Totalmente unidos a Cristo, buscan nada ms que
a l. Tanto si se retiran del mundo para consagrarse a l en la
penitencia y la oracin, como si le dedican todos sus esfuerzos
en medio del mundo, lo hacen buscando, no slo las cosas
ajenas a Cristo que puedan convertirlas en Suyas, sino a ese
cristo que todava no es Suyo, para reconciliarlo con l.
Despus de todo, no es tan complicado. Porque Cristo es la
"luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo",88 y
la Presencia de Cristo es lo que da valor a un ser humano.
Ciertamente, en cierto sentido, el que prefiri el pecado perdi
a Cristo, en cuanto que l ya no est en su alma por la gracia.
Pero en otro sentido, terriblemente real y trgico, Cristo est
todava all. Si un pecador ech a Cristo por su pecado, podr87
88

Mt. 26: 50.


Jn 1: 9.

71

amos dejarlo seguir su camino. Pero como, en frase tremenda


de San Pablo, el que est en pecado todava tiene a Cristo,
crucificndolo y burlndose de l,89 no podemos abandonarlo.
Todava no entr al infierno. Todava no perdi definitiva y
eternamente la Presencia de Dios. Sigue en un estado de libertad condicional y, por lo tanto, todava mantiene a su Salvador
como atado a l, msticamente. All, entonces, nuestro Amigo
no slo est buscndolo externamente, sino tambin interiormente: en la voz casi sofocada de su conciencia est la Voz de
Jesucristo rogndole a travs de labios otra vez silenciados a
golpes. Ah est la Luz del mundo, reducida, por el peso de las
cenizas, a una pequea chispa. Ah est la Verdad absoluta,
casi silenciada por la Falsedad. Ah est la Vida del mundo,
empujada al borde de la muerte por una vida que todava est
en este mundo y es de este mundo.
Desde el fondo de esta alma llora nuestro Amante con la mayor amargura. Tengan piedad de m, mis amigos! Con las
palabras de mi sacerdote an puedo hacer grandes maravillas
y gestos de misericordia; en la vida de mis Santos puedo vivir
nuevamente en la tierra una vida Santa. En los corazones en
gracia estoy, por lo menos, tolerado y en paz, si no realmente
bienvenido. Pero en el alma de este pecador soy impotente.
Hablo, pero no soy escuchado. Lucho y me derriban. Miren y
vean si hay dolor como mi dolor. 90 Escchenme!, tengo
sed 91
Ah est Cristo, oculto y presente en alguien que lo ha rechazado.
III. Ahora bien, este reconocimiento de Cristo en el pecador es
fundamental para ser capaces de ayudarlo. Debemos creer en
sus posibilidades. Y su nica posibilidad es Cristo. Tenemos
89

Cfr. Heb. 6: 6.
Lam 1: 12.
91
Jn. 19: 28.
90

72

que reconocer que bajo su aparente ausencia de fe todava


existe una chispa de esperanza; bajo su falta de esperanza, al
menos un destello de caridad. Discusiones y reprimendas seran intiles. Ms bien, tenemos que hacer, en la medida de
nuestras capacidades, algo de lo que Cristo hizo en Su omnipotente amor: identificarnos con el pecador, penetrar, a travs
de su falta de amor y sus oscuridades, hasta el amor y luz de
Cristo, que seguramente todava no lo ha dejado. En una palabra, tenemos que hacer que surja lo mejor de l y no lo peor
(como nuestro Seor hace con nosotros cada vez que perdona
nuestros pecados), y perdonar sus ofensas como esperamos
que Dios perdonar las nuestras. Reconocer a Cristo en el pecador es no slo un servicio a Cristo, sino tambin al pecador.
Sin embargo, qu pena dan los cristianos que no lo comprenden, o que no lo viven! Es ms fcil hacerlos participar en una
funcin litrgica en honor a Cristo; o hacer que lo adoren en
el Santsimo Sacramento; o que reconozcan Su Presencia en
sus sacerdotes; o que celebren la fiesta de un Santo. Pero es
terriblemente difcil persuadirlos para trabajar con aquellos
que en principio deshonran a Cristo, paganos y pecadores.
Estamos ms dispuestos a mirarnos a nosotros mismos, en
nuestra propia prctica religiosa, y a dejar a los pecadores
librados a s mismos, poniendo barreras, haciendo comentarios
quizs ofensivos, y olvidando que no reconocer el clamor de
los paganos y del publicano es no reconocer al Seor a quien
decimos servir, que se presenta bajo esa apariencia en la que
l desea ms urgentemente nuestra amistad.
Miremos el crucifijo. Luego miremos al pecador. Ambos son,
en s mismos, repugnantes y horribles a los ojos de una perfeccin fra y sin Dios. Pero ambos son amables y deseables desde que Cristo est en ambos. Uno y otro son infinitamente
patticos y atractivos, porque en ambos El que no conoci
pecado es hecho pecado. 92 Y porque el crucifijo y el pecador
92

Cfr. 2 Cor. 5: 21.

73

son profundamente, y no slo superficialmente, semejantes en


esto: que ambos son lo que la voluntad rebelde del hombre ha
hecho de la Imagen de Dios; y por lo tanto, deben ser objeto
de la ms profunda devocin de todos los que desean ver esa
Imagen gloriosamente restaurada, de todos los que pretenden
sentir alguna simpata por Aquel que no slo es el Amigo de
los pecadores, sino que eligi identificarse con ellos.
Por eso, no reconocer a Cristo en el pecador es no reconocer a
Cristo cuando l es, ms inconfundible y plenamente, l mismo. Toda la devocin en el mundo a la blanca Hostia en la
custodia; toda la adoracin al inmaculado Nio en los brazos
de Su inmaculada Madre, todo eso fracasa totalmente en su
finalidad, a menos que lo acompae una pasin por las almas
de quienes todava no honran a Jess, ya que, bajo toda la
suciedad y la corrupcin de sus pecados, El que est en el
Santsimo Sacramento y en el Pesebre habita tambin ah, y
pide a gritos nuestra ayuda.
Por ltimo, es necesario recordar que, si tenemos que sentir
lstima por Cristo en el pecador, por lo mismo debemos sentir
lstima por Cristo en nosotros mismos

74

10

Cristo en los dems


Lo que hiciste con uno de estos mis hermanos,
lo hiciste conmigo.93.
Es cierto, es relativamente fcil reconocer a Cristo en el sacerdote y en el Santo. En el sacerdote l ofrece el sacrificio;
en el Santo l se transfigura, o ms bien transfigura la humanidad una vez ms con Su propia gloria.
La dificultad en reconocer a Cristo en el pecador es la misma
que nos hace difcil verlo en el Crucifijo, aunque esta dificultad, una vez superada, se ilumina con el resplandor del divino
Crucificado.
Hemos visto, tambin, que quienes no ven a Cristo en esos
modos de presencia pierden, de hecho, incalculables oportunidades de acercarse a l y apreciar la plenitud y la variedad de
esa Amistad que Jess nos ofrece.
Pero Cristo toma otra apariencia todava ms extraa que
cualquiera de las que hemos visto. Y lo ms desconcertante de
todo es lo que nos dice acerca de Su presencia, no en tal o cual
hombre en particular, sino en el hombre comn y ordinario
que tenemos al lado. Cuando nos ensea que nuestro prjimo
es tan representante y vicario Suyo en la tierra como el sacerdote o el Pontfice, aunque en otro sentido, como veremos a
continuacin.
I. As lo ensea en la parbola que describe Su propio regreso
para juzgar a la humanidad. 94 A Su derecha estarn los justos,
93

Mt. 25: 40.

75

los que se han salvado; y a Su izquierda los que se han condenado. Y la nica razn que asigna en Su particular discurso,
para esa eterna separacin, es que los primeros lo sirvieron en
su prjimo y los segundos no lo hicieron. Lo que hicieron a
uno de estos mis hermanos, a m me lo hicieron.95 Y segn
eso, unos entran en la Vida, otros en la muerte.
No deja de sorprendernos la ignorancia, aparentemente genuina y sincera, de unos y otros, acerca del mrito o demrito de
sus vidas. Ambos parecen discutir la sentencia de absolucin y
condena, respectivamente: "Seor, cundo Te vimos hambriento o sediento, desnudo ... o enfermo o en la crcel?" 96
Nunca te hemos servido, parecen decir de un lado. Nunca te
hemos descuidado, 97 parecen decir los del otro.
En respuesta el Seor repite el hecho de que, al atender o al
descuidar a su prjimo, lo atendieron o lo descuidaron a l.
Curiosamente Jess no explica cmo acciones realizadas en la
ignorancia pueden, a Sus ojos, acarrear mritos o demritos.
Pero la explicacin no es tan difcil. Es que la ignorancia nunca es completa. Y es un hecho de experiencia universal que
todos sentimos una inclinacin instintiva hacia nuestro prjimo, que no podemos rechazar sin un cierto sentido de culpabilidad moral.
Es posible que, sea por ignorancia o por un rechazo deliberado de la luz, alguien pueda no entender o aceptar la paternidad
de Dios y las exigencias de Jesucristo. Y hasta es posible que
alguien pretenda sinceramente estar intelectualmente justificado al negar explcitamente esas verdades.
Pero nadie vivi una vida totalmente egosta desde el principio, ni nadie rehus deliberadamente amar a su vecino o neg

94
95

96
97

Cfr. Mt. 25: 31ss.


Cfr Mt. 25: 40.
Mt. 25: 37.
Cfr. Mt 25: 38-44.

76

la fraternidad humana sin tener conciencia, en algn momento,


de estar atentando contra lo mejor de s mismo.
Los cristianos sabemos que el segundo gran mandamiento
extrae su fuerza del primero. Sin embargo, a pesar de ello es
un hecho perfectamente cierto que, aunque algunos no perciben, por una razn u otra, la fuerza del primero, nadie rechaza
el segundo sin un cierto sentido de culpabilidad.
Cristo es la Luz que ilumina a todo hombre98, la Voz de la
Palabra eterna. Y aunque Su nombre y Sus acciones histricas
pueden ser desconocidos, es l quien llama en la voz de la
conciencia. Por eso, al desor las necesidades del prjimo,
estamos desatendiendo los llamados del Hijo del hombre. No
sera ninguna excusa la ignorancia sobre la figura histrica de
ese Cristo que exige nuestro culto y obediencia. Aqu lo que
interesa es que descuidar al prjimo es rechazar un impulso
interior, imperioso y obligatorio, el cual, por eso mismo, apela
a nuestro sentido de lo que es moralmente bueno, a pesar de la
posible ignorancia acerca del origen de ese impulso y su referencia a la Voz que hablaba en Judea.
Pilato no es condenable por no saber los artculos del credo de
Nicea, o por no reconocer al Prisionero que tena delante de l,
sino por rechazar el reclamo de la justicia y el derecho de un
hombre inocente a ser absuelto. Lo suyo fue una afrenta a la
Verdad Encarnada porque agravi a la Justicia.
Aqu, entonces, hay un hecho innegable. Aqul que no cumpla el segundo mandamiento no puede ni siquiera implcitamente cumplir el primero: aqul que rechaza Cristo en la
humanidad, no puede aceptar a Cristo en la divinidad. "El que
no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a
quien no ve".99
II. As es que no es tan difcil reconocer a Cristo en los que
podramos llamar sus aspectos ms elocuentes. La admiracin
98
99

Cfr. Jn. 1: 9.
I Jn. 4: 20.

77

que sentimos por las heroicas hazaas de los Santos, as como


la fuerte repulsin que nos provoca la degradacin de los pecados ms feos son, al menos, un homenaje inconsciente de
nuestra parte a la divina imagen y Presencia en de ellos, bien
manifiesta en el primer caso, y tan ultrajada en el segundo.
Pero no es tan fcil reconocer a Cristo en el hombre comn,
as como no lo es reconocer la divina voluntad y orientacin
en las circunstancias ms ordinarias. Cmo es posible, nos
preguntamos, que Aqul que es nico se oculte en lo ordinario? Cmo es posible que el ms Hermoso de los hijos de los
hombres se esconda en el menos atractivo? Cmo es posible
que el elegido entre miles100 se disimule entre los que no salen
de lo comn?
Sin embargo, si el amor al prjimo significa algo, significa
exactamente esto. "Cristo en el corazn de cada uno que piensa en m... as como en el corazn de quien nunca me recuerda. Cristo en la boca de todo aquel que habla de m. Cristo en
todo ojo que me mira. Cristo en cada odo que me escucha.101
El marido, por ejemplo, tiene que ver a Cristo en su esposa,
aunque sta sea una frvola que gasta la mitad de su fortuna y
la totalidad de sus energas en la ms vaca ambicin social.
La esposa tiene que ver a Cristo en el marido, aunque ste no
tenga otro mundo que sus negocios durante la semana y su
diversin los domingos. La joven que vive en su casa tiene que
encontrar a Cristo entre sus padres, aunque la atosiguen, y en
esas tareas que le aburren: y sus padres tienen que encontrar a
Cristo en esa hija que tal vez sea indolente y antiptica. El
monje benedictino tiene que ver, en cada husped que llega al
monasterio, nada menos que al mismo y adorable Seor y
Maestro. Todos tenemos que verlo en nuestro prjimo, es decir que en ese ambiente comn en el que nos movemos, en el
100
101

Cfr. Cant. 5: 10.


San Patricio. "Breastplate of St. Patrick."

78

edificio, en el asiento de al lado, en donde estemos,102 tenemos


que encontrar a Aquel que habita en la Eternidad, o no podemos afirmar que lo conocemos tal cual es.
III. Hacerlo siempre perfectamente es la Santidad. Encontrarlo
as es encontrarlo en todas partes. Y si lo encontramos en el
prjimo, cunto ms fcilmente lo encontraremos en el Santo,
en el pecador, en el sacerdote, en la Iglesia y el Santsimo
Sacramento. Y no hay ningn atajo hacia la santidad.
Dos consideraciones, sin embargo, se imponen:
(i) tenemos que recordarnos constantemente este llamado, y
permanecer descontentos con nosotros mismos hasta que al
menos estemos intentando responderle.
Porque hay un riesgo. Todo lo que nos encanta y fascina en lo
que usualmente se conoce como religin, trae consigo este
extraordinario peligro de que lo tomemos como la religin
misma. Apenas hay peligro tan grande como ste, en estos
tiempos en que la religin cuenta con la ayuda a tantas bellezas del arte y devocin. Podemos ir todava ms lejos, y decir
que los consuelos divinos, dados para nuestra bien, pueden
convertirse para nosotros en una ocasin de pecado. Cristo nos
acaricia, nos atrae y nos encanta, especialmente en las primeras etapas de la vida espiritual, con el fin de alentar nuestros
esfuerzos. Y corremos el riesgo de confundir los dones de
Cristo con el mismo Cristo, la religiosidad con la religin, y
las posibles alegras en la tierra con la alegra que nos espera
en el cielo. En otras palabras, podramos confundir el mero
decir Seor. Seor! con el verdadero hacer la voluntad del
padre que est en los cielos. 103
Por eso tenemos que verificar continuamente nuestro progreso
con resultados prcticos. Me resulta cada vez ms fcil adorar
a Cristo en el sagrario, y, por lo mismo, servir a Cristo en mi
102
103

Ibid. En el original: "in the fort, in the chariot-seat, in the ship".


Cfr. Mt. 7: 25.

79

prjimo? Porque si no, no estoy haciendo ningn progreso en


absoluto. No estoy avanzando en toda la lnea, sino solamente
en un aspecto, en desmedro de los dems. En realidad no estoy
cultivando mi Amistad con Cristo, sino ms bien mi propia
concepcin de Su Amistad. Estoy cayendo en la peor de las
trampas interiores. "Lo encuentro en el resplandor de las estrellas. Lo encuentro en el florecer de los campos. Pero entre
los hombres, no lo encuentro.104 Y, por lo tanto, no lo estoy
encontrando tal como l quiere que lo encontremos.
(ii) Tambin ayuda, para este reconocimiento de Cristo, el
conocimiento de s mismo. Porque, al querer ver al que es
nico en el ms comn y ordinario de los hombres, mi mayor
dificultad es meramente superficial e imaginativa. Por eso,
conocindome mejor a m mismo, y reconocindome tambin
a m en ese nivel, y viendo cmo Cristo todava me soporta,
me tolera y sigue habitando en m, me resulta ms fcil reconocer Su presencia en los dems.
Al profundizar en el conocimiento de mi propio carcter, al ir
descubriendo cmo el amor propio lo impregna todo, viendo
en m tan poco celo por la gloria de Dios y tanto por la ma
propia, y cmo mis mejores acciones son contaminadas por los
peores motivos, y al notar que a pesar de todo Cristo sigue
condescendiendo a habitar en m y a brillar en un corazn tan
ensombrecido como el mo, todo eso me hace cada vez ms
fcil entender que l puede, con mayor facilidad an, morar
dentro de esa apariencia de mi prjimo ms insoportable,
aqul de cuya indignidad nunca voy a estar tan seguro como
de la ma propia.
Empez a tallar esa madera, la de tu cabeza dura, y me encontrars. Levant esa piedra, la de eso tan duro e insensible
que llams tu corazn, y vers que estoy all. 105 Y luego,
habiendo encontrado a Cristo en vos mismo, podrs encontrarlo en tu prjimo.
104
105

Morte d'Arthur, Tennyson.


Cfr. Logia of Jesus.

80

11

Cristo en el que sufre


Completo en mi carne
lo que falta a los sufrimientos de Cristo. 106
Cristo, la Llave de la Casa de David, es la solucin para las
dificultades que encuentran muchos no catlicos en las enseanzas de la Iglesia. Y es la respuesta para los que dicen, por
ejemplo, que los catlicos predicamos la Iglesia en lugar de
Cristo, que somos supersticiosos, si no idlatras, en nuestra
adoracin del Santsimo Sacramento o en nuestra reverencia a
los Santos, que sobrevaloramos el Sacerdocio cristiano, que
somos demasiado benvolos con los pecadores y fciles con la
absolucin.
Pero cuando la mente capta que la solucin est en Cristo, la
dificultad se desvanece en un resplandor de luz. Al percibir
que la Iglesia es el Cuerpo en el que Cristo habita y comunica
Su gracia, que el Santsimo Sacramento es l mismo en la
misma naturaleza humana en la que vivi en la tierra y ahora
triunfa en el cielo, que la santidad de los Santos es Suya, que
las palabras y acciones sacerdotales son las palabras y las acciones del Sacerdote eterno, y que el clamor supremo de los
pecadores es el clamor de Cristo maltratado y crucificado o
abandonado dentro de ellos, en ese mismo instante que se ven
estas cosas y a Cristo como prolongado en cada una de esas
presencias, en cada uno de un modo particular, no slo las
dificultades desaparecen, sino que se abren nuevos y sorpren106

Col 1: 24.

81

dentes caminos por los que Cristo se acerca y se nos ofrece


como el Amante y el Amigo que slo quiere ser conocido y
amado.
Concentrmonos en uno de esos aspectos, que se relaciona
con un hecho que va ms all del catolicismo dogmtico, un
hecho presente en cada filosofa y en cada religin, y preguntmonos si Cristo no es la clave tambin para el problema
del dolor.
I. En el corazn de cada intento de resolver el misterio del
universo aparece la pregunta de por qu el dolor es, o parece
ser, el acompaante inseparable de la vida.
Entre los miles de intentos est el del monismo, que pretende
que no hay un Dios trascendente, de infinito poder y amor,
sino que todo es Dios, un Dios incoado que sufre, y nosotros
en l, en su esfuerzo por realizarse.
Otra respuesta es la del Budismo, que ve al dolor como la
consecuencia inevitable del pecado personal de cada uno, que
sufre ahora el castigo de las culpas de una vida anterior.
No falta alguna secta que sostiene que no existe tal problema
del dolor, porque en realidad no hay tal sufrimiento, sino una
mera ilusin que surge de pensar en eso. Pero no explican por
qu nuestro pensamiento tiene que convertirse en algo tan
triste, ni por qu nos ilusionamos precisamente con eso.
El problema sigue presente. Y clama por una solucin en cada
nio que sufre inocentemente en su cuerpo, tal vez por culpa
de sus padres; en cada corazn atormentado a causa de alguien
o de delitos de los cuales no es responsable; y, sobre todo, en
cada alma agobiada y ensombrecida al creer que ofendi irremediable y mortalmente a ese Dios al que ella siempre procur
servir.
En todo caso, lo que se nos hace difcil de entender no es tanto la consecuencia directa y evidente que sufre el pecador por
sus pecados personales. Ni nos asombra demasiado cuando un
asesino es condenado o un marido golpeador es castigado.

82

Hasta ah, nuestra idea de la justicia coincide con el plan de


Dios.
Lo que nos desconcierta totalmente es ver, por ejemplo, a un
nio que sufre por un pecado que an no puede comprender; o
a una personalidad naturalmente dulce que es, aparentemente,
perturbada y amargada por un dolor que no cree haber merecido; o que el dolor ataca una y otra vez a personas que mereceran disfrutar de una permanente alegra, mientras que, por otro
lado, los malvados son tambin altamente ensalzados. 107
II. En primer lugar, hay que notar que la principal razn por la
cual el intelecto no puede analizar satisfactoriamente este supremo problema es porque no est para eso. Sera tonto intentar poner el amor de una madre bajo un microscopio, o rastrear
el universo con un telescopio con la esperanza de encontrar a
Dios. El dolor es uno de esos hechos fundamentales que deben
ser encarados por la totalidad del hombre: su corazn, su voluntad y su experiencia, adems de su cabeza. Estrictamente
hablando, el intelecto tiene por objeto las abstracciones intelectuales hechas desde el mbito de los hechos concretos.
Podemos sumar dos ms dos infaliblemente, porque dos ms
dos es una abstraccin que mi intelecto se hace desde el mundo que me rodea. Pero nunca voy a poder poner juntas de esa
manera a dos personas, y calcular exactamente los resultados
en el futuro.
Si el problema de dolor puede resolverse ha de ser encarado
por la totalidad del hombre, y no por una parte.
Y cuando nos volvemos a Cristo crucificado, sabiendo quien
es y lo que l es, el problema se coloca ante nosotros en su
forma ms aguda. No es un mero hombre el que est ah, es el
Hombre sin culpa. Y no es meramente un hombre sin culpa: es
Dios encarnado. Ciertamente esto no nos resuelve el problema
acerca de cmo puede ser justo que uno pueda sufrir por los
107

Cfr. Sal. 37: 35.

83

pecados de otro; pero nos muestra inconfundiblemente que


uno puede sufrir consciente y voluntariamente. Ms an, que
este principio de expiacin es tan amplia y fundamentalmente
efectivo que el mismo Legislador divino puede aprovecharlo.
Eso nos da, como cristianos, la tranquilidad que necesitamos,
ya que nos demuestra que el dolor no es una infeliz ilusin, ni
necesariamente el pago por un descuido culpable, ni es parte
del dolor de parto de un embrin de Dios que va creciendo;
sino una excelsa y fecunda parte de la vida que, desde que el
mismo Creador quiso abrazarla, ha de formar parte de esa idea
divina de justicia a la que nuestras propias ideas deben adaptarse.
Esto, por cierto, no explica el problema; hace el trabajo de
entenderlo quizs ms complicado que antes. Sin embargo,
nos muestra a los cristianos el objeto de ese empeo bien realizado y expuesto ante nuestros ojos, como dira san Pablo.108
Aceptando este dato, que la expiacin forjada por Cristo est
en conformidad con esta ley de expiacin, podemos volver a
mirar a los otros inocentes que sufren: el nio lisiado, o una
madre agonizante, o el que pasa por la ms oscura depresin.
Claro que si los aislamos del resto de la raza humana, si los
tomamos fuera del contexto y los consideramos individualmente, renace el desconcierto. Pero si, por otro lado, tal como
lo hemos intentado a lo largo de estas consideraciones, recordamos que es posible ver a Cristo en ellos, entonces se hace la
luz.
Vimos que la Iglesia, el rgano santo de la humanidad, dice
ser el cuerpo en el que Cristo habita. En la medida en que lo
es, as como vemos en la autoridad de la Iglesia la autoridad de
Cristo, Su santidad en la suya, Su Sacerdocio en el de sus ministros, as vemos en los sufrimientos de la Iglesia los de Cristo en el Calvario. Y todos los que sufren, entonces, son como

108

Proegrath. Cfr. Gal. 3: 1.

84

extensiones de Cristo crucificado, as como los sacerdotes son


Sus representantes.
Lo que l hizo en el Calvario, esa misteriosa reparacin en la
que la vctima era la Humanidad unida a Dios, lo representa,
como sabemos, en el Sacrificio de la Misa. Ahora podemos
ver cmo ofrece una y otra vez ese mismo sacrificio, aunque
de otro modo, con la sangre y las lgrimas de quienes estn
unidos a l. Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo, 109 dice San Pablo . Yo estoy ofreciendo,
podra decir el que sufre, desde mi humanidad, esa expiacin
que l ofreci desde la Suya. Yo soy el ministro de Cristo,
como lo es Su sacerdote en una forma, como lo es Su santo en
otra, como lo es Su Iglesia entera en otra. No afecta gran cosa
a esta realidad si el que sufre est o no consciente de ella, porque su dolor tiene ese valor en virtud de la humanidad comn
a s mismo y a Cristo. As como el sacerdote consagra en el
altar el Cuerpo del Seor an si es infiel, o si est totalmente
distrado, as un enfermo podra rebelarse, y estallar en febriles
quejas y lamentos, y sin embargo sigue siendo Cristo paciente
el que sufre en l.
El sacrificio voluntario tiene ese gran valor, y es que resuelve,
de manera prctica y satisfactoria, el problema del dolor. Porque al decir sacrificio voluntario estamos hablando de alguien
que solucion el problema haciendo lo que su inteligencia sola
no le permitira hacer. A saber, elevndose con la totalidad de
sus capacidades (con la ayuda de esa divinidad que cuenta con
la ley de la expiacin), a esa dimensin en la que Cristo entrega Su alma al Padre. Y abrazando y silenciando para siempre,
al menos en s mismo, esa pregunta que tortura perpetuamente
a quienes nos quedamos mirando desde afuera...
III. Cmo asombra y resplandece la dignidad del que sufre,
que, vindose como otro-Cristo, une su dolor con el Suyo! O,
109

Col 1: 24.

85

mejor an, siendo Cristo el nico que puede cargar con los
pecados del mundo, ofrece su dolor como un nuevo instrumento de la expiacin de Cristo. Estos crucifijos vivientes permanecen firmes, por encima de ese pequeo mundo en el que
perdemos tiempo en disputas y querellas. Levantando los ojos
hacia ellos, y mirando ms all de un cuerpo en agona al Cristo que sigue en ellos crucificado, aprendemos algo ms acerca
de la amistad de Cristo, y tal vez la ltima leccin: que Aquel
que en Su Cuerpo Mstico nos pide obediencia, en Su cuerpo
Sacramental nuestra adoracin, en Su sacerdote nuestra reverencia, en sus Santos nuestra admiracin, y para Sus queridos
pecadores nuestro perdn, pide tambin, en los que se identifican con l interiormente y tambin exteriormente, en los que
soportan su dolor nicamente porque l lo sufre por ellos, pide
tambin eso que es lo ms delicado de la amistad, nuestro
amor hecho ternura y compasin.
Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de
Cristo. 110
Apurmonos pues, y sirvmosle por fin, a nuestro Amigo que
lo est pidiendo, no ya vinagre, sino el mejor vino.

110

Col 1: 24.

86

12

Nuestro Amigo Crucificado


"Padre, perdnalos".111
Hemos estado considerando la Amistad de Jesucristo y los
distintos modos en que l nos la ofrece, sea interiormente o
exteriormente, sea en lo ntimo de nuestra conciencia, o a
travs de quienes, de un modo u otro, lo hacen Presente en la
tierra.
Ahora nos volvemos a los Evangelios para admirar el compromiso supremo de amistad que nos dio de una vez para
siempre, la manifestacin del ms grandes de los amores, el
que lo llev a dar la vida por Sus amigos.
Y al verlo as, crucificado, nos asombra la variedad de funciones que l cumple por nosotros en la Cruz. Porque como un
Jefe mximo ostenta, sobre Su pecho herido, las insignias que
slo l puede llevar: la del Sacerdocio, la de la Realeza, la de
la Profeca, la del Sacrificio, la del Martirio.
Y todas y cada una de estas joyas l las comparte con aquellos que lo siguen, y a la manera de cada uno.
Pero preferimos concentrarnos en ese aspecto en el que Jess
se nos est mostrando desde el principio: como nuestro Amigo, el que confa en nosotros y al que hemos retribuido con
una corona de espinas. El que lo acepta, y sufrira todava mil
pasiones si al final pudiera convencernos de que nos ama.
Jess habl siete palabras, colgado como estaba en el Calvario, y en cada una de ellas nos habla de Su amistad.
111

Lc 23: 34.

87

"Padre, perdnalos, porque no saben lo hacen".112


Nuestro Amigo ya subi la colina. Fue despojado de su ropa y
extendido sobre esa Cruz que llev desde los escalones del
Pretorio. Los verdugos preparan todo, eligen los clavos La
gente, cuyo amor l vino a buscar, se agacha a mirar ese rostro
que se alza para verlos. En ellos ve a todos aquellos a quienes
ellos estn representando, esos incontables corazones que l
quisiera conquistar. Un martillo se alza, y, al caer, Jess pronuncia su primera palabra: "Padre, perdnalos, porque no
saben lo hacen".113
I. Pero puede decirlo, realmente? Puede decir alguien, incluyendo al Dios de Caridad infinita, que no lo saban? Jess
haba vivido con ellos, abiertamente, durante tres aos, como
su sirviente y amigo. Haba ayudado a todos los que haban
venido a l, alimentando al hambriento, sanando a los enfermos, aliviando a los atribulados. Saban que no rechaz nunca
a ninguno de los que acudieron a l. Aun aquellos a quienes el
mundo despreciaba, las ltimas ruinas de la humanidad, el
publicano y la prostituta, los cados en desgracia, todos encontraban en l un amigo. Todo esto era innegable; era pblico y
notorio. No podan pretender que el mundo lo rechazaba porque l haba rechazado al mundo, o que ignoraban la obra de
Su incansable e inmensa caridad. Haba sido un amigo para
todos.
Entonces se invent la excusa de que no era amigo del Csar.
Pero tambin es cierto que haba algo que no saban. Y lo
afirma la misma caridad divina para perdonarlos. Y es que era
su Dios el que haca todas esas buenas obras. Era el Creador el
que haba sido tan compasivo con Su criatura. Era al Seor de
la vida al que tenan en ese momento en sus manos. Pensaban
que eran ellos los que estaban quitndole la vida; no saban
112
113

Lc 23: 34.
Id.

88

que era l mismo el que se anonadaba. Crean terminar con


una especie de filntropo que les molestaba; pero no saban
que estaban cooperando con la obra culminante de la misericordia divina.
Ellos no saban lo que estaban haciendo.
Saban, entonces, que estaban acabando de la peor manera
con un amigo, pero no que estaban asesinando a un Amigo
divino. Saban que estaban traicionando a un compaero, que
estaban pecando contra los cdigos ms elementales de la
gratitud, la justicia y la dignidad humana; saban, como Pilato,
que estaban matando a un justo, a un santo, que estaban
echando sobre sus cabezas la sangre de un inocente. Pero no
saban que estaban crucificando al Seor de la Gloria, que
pretendan silenciar al Verbo eterno de Dios.
Esto, por lo menos, se puede decir en su favor. Saban que lo
que hacan era horrendo, pero no conocan la magnitud de ese
horror. Por eso, Padre, perdnalos.
II. Como era en el principio, ahora y siempre El mundo,
casi como Jesucristo, es el mismo ayer, hoy y para siempre. Y
hay una Institucin en el mundo en el que Cristo Jess mora
perpetuamente. Y es, como Jesucristo, a la vez divina y humana. Ella lleva a cabo incesantemente obras divinas y humanas.
Y, como Jesucristo mismo (y como toda actividad bienhechora), encuentra una asombrosa ingratitud. Al punto que no hay
momento en la Historia en el que no sea crucificada por aqullos cuyo auxilio y salvacin quiere lograr. Es, de hecho, una
realidad que va a durar tanto cuanto el mundo siga siendo lo
que es, aunque en algunos perodos sea ms manifiesto que en
otros.
Y no puede decirse que no saben, al menos en parte, lo que
estn haciendo. Por ejemplo, saben que toda la civilizacin
europea tiene fundamentos catlicos. Saben que la Iglesia
aliment a los hambrientos, ense a los ignorantes, acogi a
los marginados e hizo la vida ms soportable para los enfer-

89

mos, y todo eso siglos antes de que el Estado soara con


hacerlo, y an antes de que existiera algo llamado Estado que
pudiera hacerlo. Ellos saben que ella ha sido madre de ideales,
de las artes ms nobles y de la belleza ms pura. Hoy se usan
en todos los pases de Europa, sea para fines seculares o semisagrados, edificios que ella levant para el propio culto de su
Dios. Ellos saben que la moral de los hombres, en definitiva,
se aprende en su enseanza, y que cuando sta se eclipsa campea la delincuencia. Y aqu, nuevamente, el nico cargo contra
ella es que ella no es amiga del Csar, ni de ningn rgimen
que pretenda organizar la sociedad apartndose de Dios.
Pero, gracias a Dios!, la caridad divina todava puede alegar,
a favor de los hombres, que no conocen todo el horror de lo
que hacen, que todava piensan que mutilar y torturar a la Iglesia de Dios es hacer un gran servicio. Porque no saben que ella
es Su preferida, y la Amada de Su Hijo; que ella es la Ciudad
Eterna que viene de Dios, que desciende del cielo; y que, en
sus sufrimientos, ella participa y aplica la divina expiacin por
los pecados de aquellos que la crucifican.
Ellos saben que atentan contra la justicia humana, que tocan a
una comunidad mundial de una manera en la que no se atreveran a lidiar con cualquier nacin. Saben que estn cortando
la misma rama en la que ellos mismos se apoyan. Pero no saben que en este caso la tal justicia es en realidad el Derecho
divino; que esa Institucin que atacan es un Cuerpo que incorpora, no las vidas de los hombres, sino la Vida encarnada de
Dios; que estn matando, no un profeta o un siervo de Dios,
sino al mismo Hijo engendrado del Padre.
Esta oracin tenemos que aprender a hacerla nuestra. Y en el
preciso momento de nuestra ltima agona saber decir: Perdnalos, porque no saben lo hacen.
III. Por ltimo, en esa oracin estamos incluidos tambin nosotros, ya que tambin nosotros hemos pecado en clamorosa
ignorancia. Porque aqu estamos nosotros, catlicos, a quienes

90

se confiaron los tesoros de la verdad y de la gracia; y ah est


el mundo a quien no se lo hemos transmitido. Bien podemos
confesarnos de pereza y letargo, de avaricia y falta de generosidad. Nosotros sabemos lo que hacemos, en buena medida:
sabemos que no somos fieles a nuestras altas inspiraciones,
sabemos que no hemos hecho todo lo que hubiramos podido.
Mientras tanto, y en el fondo, no sabemos lo que hacemos. No
llegamos a apreciar el apremio de la necesidad de Dios, ni la
magnitud de lo que l hizo por nosotros, ni la enormidad del
valor de cada alma, as como de cada acto, de cada palabra, de
cada pensamiento que ayuden a forjar su destino eterno.
No conocemos tampoco la tensa expectativa con la que el
cielo est pendiente de nuestros impulsos. Ni cmo aqu, en
estas pequeas oportunidades de cada da, se esconden los
grmenes de nuevos mundos que pueden nacer para Dios, o
para ser aplastados, en embrin, por nuestro descuido. Jugueteamos con las joyas que l nos dio, olvidando su valor incalculable; correteamos como nios en medio del jardn, pisoteando las flores que Dios podra, s, reemplazar, pero ya nunca
restaurar
As crucificamos todos los das el Plan divino, y as insultamos la honra y el nombre de Dios. Y Jess, en medio de nosotros, nos muestra las marcas de Su agona y espera compasin,
114
y alguno que lo consuele, pero no encuentra ninguno.115
Nosotros miramos, murmuramos y seguimos nuestro camino,
mientras el drama de Jess sigue ocurriendo, mientras l sigue
pendiendo entre el cielo y la tierra, habiendo descendido de
uno y habiendo sido rechazado por la otra, y mientras Jess, a
quien tratamos como a un nuestro esclavo, sigue queriendo ser
nuestro Amigo.
Por eso, Padre, por esta oracin de Tu Hijo crucificado perdnanos tambin, porque no sabemos lo que hacemos.
114
115

Cfr. Sal 69: 21.


Cfr. Ibid.

91

Y cuntas cosas ignoramos, acerca de la vida espiritual. Cuntas veces ignoramos a Jess que viene a nosotros como un
Amigo. Y a cuntos les ha ocurrido que, sea en la juventud,
sea en la madurez, de pronto despiertan al hecho de que Cristo
desea, ms que mera obediencia, simple fe o sola adoracin,
una verdadera amistad con l. Y eso produce, rpidamente,
una primera y efectiva conversin moral. Es tan admirable y
hermoso ver a alguien que, como una joven que se entera que
es amada, descubre con el corazn encendido que Dios es su
enamorado! Tan admirable y hermoso como ver que, tantas
veces, Dios vino a los Suyos, y los Suyos lo recibieron.
Y sin embargo muchas veces ocurre lo mismo que en los
amores humanos, en este romance divino. El amor puede enfriarse, en la misma persona que pocos aos atrs centraba
todo en Cristo Jess, y haba reformado su vida hasta en los
detalles, con el nico objeto de parecerse cada vez ms a su
Amigo. Puede sucederle al mismo cristiano que haba hecho
de la devocin su principal ocupacin, que haba concentrado
sus capacidades, hasta su sentido esttico, sus intereses, sus
emociones, su entendimiento, nicamente en l, que haba
empezado una nueva vida centrada en l, y que haba como
extinguido sus pecados, casi sin un esfuerzo, en la luz de Su
Presencia. Puede ocurrir en esa misma persona que, cuando
comienzan a sacudirla las pruebas de la va purgativa, ve que
se fatigan sus ilusiones, que la madurez enfra los ardientes
entusiasmos de la adolescencia, y que la rutina mundana reitera su pretensin de ser el nico objeto adecuado de consideracin. Esa persona, poco a poco, en lugar de agarrarse ms
fuerte que nunca a su Amigo, en vez de afirmarse en una fe
casi desesperada, en vez de sostenerse en esa que ha sido la
experiencia ms real y vital de su vida, en lugar de tratar de
transferir la imagen de Jess, desde ese romanticismo tal vez
apagado, al estado maduro en el que se ha encontrado, en lugar
de aferrarse a l desde su debilidad, cuando las fuerzas naturales la abandonaron, por el contrario, empieza a situar semejan-

92

te realidad vivida entre los cuentos de hadas de la juventud, y


termina por reducir la Amistad con Cristo, y a l mismo, a
una de esas ilusiones que, aunque naturales en esos aos inexpertos, deben dejar lugar a las nuevas experiencias de la vida.
Y aunque todava ve a Jess como Dios, y como el ideal y el
Salvador de los hombres, ya no lo trata como el Amante que la
prefiere entre miles, como el prncipe que la despert con un
beso, y a quien en adelante ella debe enteramente pertenecer.
Ir enfrindose sin mucha conciencia de ello y tal vez lamentndolo, y sintiendo all en el fondo que hubiera sido ms
perfecto perseverar, y hasta envidiando a aquellos que han
perseverado.
Este cristiano sabe que fall, pero no sabe cunto, ni se da
cuenta de que est renunciando a la posibilidad de ser santo, y
que est dejando pasar oportunidades que pueden no volver
ms, y que, si no fuera por la misericordia de Dios, habra
perdido ciertamente incluso la probabilidad de su salvacin.

93

94

13

Cristo vuelve a Sus amigos


No me toques,
porque todava no he subido al Padre.116
Durante la Semana Santa presenciamos la suprema tragedia
de la historia del mundo, presentada en nuestros templos con
toda la ayuda posible del arte litrgico y simblico. Nuestro
Amigo es, ciertamente, la figura central de ese drama, rodeado
de un coro de sacerdotes y soldados, mujeres y nios, enemigos y amigos, es decir por representantes de toda la familia
humana de la cual l se hizo parte, y cada uno actuando su
papel y reviviendo el misterio, con un primer plano del pequeo grupo cuya silueta oscura se recorta contra la Cruz. Con esa
y con otras escenas, encendidas con el resplandor de la gloria,
la Iglesia quiere mostrarnos los efectos espirituales eternos de
la Pasin y Muerte de Cristo.
Desde el lado divino esa historia es un triunfo; desde el lado
humano, es el relato de un fracaso. Como lo es, de hecho, toda
la historia del mundo a lo largo de su curso.
Uno tras otro los poderes seculares se enfrentaron a l, y, por
ms que hayan tenido al principio intereses antagnicos, terminaron muy amigos unindose contra l: el Nacionalismo
que niega la unidad de la Familia humana; el Imperialismo que
niega la unidad de la Familia divina; y, por ltimo, la Religin
mundana que niega el recurso a lo sobrenatural y la trascen-

116

Jn. 20: 17.

95

dencia de Dios. Herodes, Pilato y Caifs juntos, al final, frente


a Jess, el comn enemigo.
Esta es la tragedia del mundo, que l vino a los Suyos, y los
Suyos no lo recibieron,117 y hasta, como un insulto final,
sellaron la piedra y pusieron custodios. No por temor a que
Cristo resucitara (para ellos los milagros no existen!), sino
por temor a que sus desacreditados discpulos pretendan que
as sucedi, y vuelvan a alterar la paz del mundo con otro
fraude religioso.
Pero dejmoslos, si quieren seguir con sus explicaciones. Lo
que nos interesa ahora no es tanto el momento en que Cristo
pondr a Sus enemigos bajo sus pies,118 sino ms bien el momento en que Cristo volver a reunirse con Sus amigos; el del
reencuentro con Cristo como el Amigo divino en quien hemos
confiado y que no nos ha decepcionado; el que, quieran o no,
va a manifestarse a todos al final de la Historia.
Tratemos de recorrer ese camino a travs de los ojos de una
persona que es, tal vez, la ms humilde de todos Sus amigos,
la menos dotada de esa serena lucidez de Mara la Madre, o de
esa confianza increblemente tranquila del discpulo amado.
De aqulla que, a pesar de sus pecados contra la Voz interior e
incluso contra de la decencia del mundo, al menos am mucho, y, tambin, hizo lo que pudo,119 dos simples virtudes a las
que puede aspirar an el ms pequeo de Sus amigos.
Tres grandes momentos colmaron de una emocin insuperable la vida de Mara Magdalena, desde el da en que la llevaron a Jess. Y en ellos su esperanza fue primero elevada al
cielo, y luego precipitada hasta el borde mismo del infierno.
(i) En primer lugar, Cristo la recibe y perdona. La escena se ha
reproducido una y otra vez en el arte y la literatura. Largas
117

Jn. 1: 11.
Cfr I Cor. 15:25
119
Cfr Lc. 7: 37 ss.
118

96

mesas estn dispuestas sobre la plataforma colocada frente a la


calle, y los invitados estn sentados. Con Sus pies an polvorientos de tanto andar esos caminos, Su cabello seco y enredado con el viento, est tambin ah el Amigo de todo el mundo,
el joven carpintero que vino del norte. Fue invitado no tanto
para ser honrado como para ser conocido y estudiado, ya que
se hizo famoso en algunos ambientes. Tambin estn los grandes doctores de la ley, hombres de aspecto venerable, serios y
prudentes, conversando vivamente entre ellos o con el anfitrin. Los sirvientes van y vienen, entran y salen, trayendo los
platos y sirviendo el vino.
Y ah viene por la calle la marginada, muy penitente pero no
perdonada, sobre los hombros su cabellera larga y desordenada, la ropa fina pero desarreglada, un pote de perfume en sus
manos. Llega pensando que tal vez esta es su ltima oportunidad de ver a Jess. Quiere una mirada compasiva de parte de
Aqul que ya una vez puso en ella unos ojos penetrantes y
muy amables.
Lo dems fue rpido. Casi antes de que los servidores lo noten, ella est en el piso a los pies de Jess, gimiendo suavemente en su miseria, observada una vez ms por esa mirada
especial de los ojos divinos. Un gran silencio cae sobre ellos
mientras ella, slo pendiente de lo que est haciendo, inclina
su cabeza y deja caer lgrimas sobre los pies de Jess. Como
sorprendida por lo que est haciendo, empieza a secarlos apuradamente con su largo cabello, y luego, como compensando
esas lgrimas, abre el frasco y el perfume de nardo lo llena
todo. Mientras, en los lugares de honor del banquete se dejan
or mundanos comentarios.
Jess levanta la cabeza, y con un par de frases alcanza:
- Ustedes ven esta mujer. Al menos ella ha hecho lo que t, mi
anfitrin, no hiciste. Ella am mucho. Por eso sus pecados ya

97

estn perdonados. Levntate, mi hija y mi amiga. Anda, y no


peques ms. 120
(ii) Recordando vivamente todo esto, al mirar hacia atrs unos
meses ms tarde, meses de una nueva vida, limpia y dulce por
fin, ella sufre ahora, entre angustias y esperanzas, mientras
sigue, paso a paso, los tormentos y la desgracia de aquel que la
haba absuelto y la haba llenado de esperanza. Ella ha seguido
desde el amanecer cada detalle de Su sufrimiento, entre esa la
multitud rugiente, escuchando lo que hablaban y rean a su
lado mientras l, su Amigo, apareca en los primeros escalones. Lo vio envuelto en el manto roto del soldado, con la caa
en sus manos atadas y esa burla hecha de espinas en Su cabeza. Escuch en silencio la dolorosa bofetada del horror
Y lo sigui por las calles, saliendo fuera de la ciudad, subiendo la colina. Hasta que todo estuvo consumado. Y cuando l
qued all colgado, desnudo, humillado y torturado, y los soldados abrieron finalmente el cerco y se mezclaron con la gente, ella avanz a duras penas hasta el pie de ese tronco impresionante, una vez ms haciendo lo que poda Una vez ms
lavaba los pies con sus lgrimas. Y all, fluyendo juntos hacia
el suelo, brotaba una vertiente ms dulce que cualquiera de las
que baan el Paraso: las lgrimas del pecador perdonado en la
sangre del Salvador.
Cmo debe haber esperado, contra toda esperanza, que el
drama no terminara tan trgicamente! Ya lo haba visto antes
en manos de enemigos y se haba librado. Incluso ahora, mientras permaneca agachada al pie de la Cruz, no era demasiado
tarde. Todava no estaba muerto! Dnde estaban esas legiones de ngeles de las cuales l haba hablado? Y. sobre todo,
dnde estaba ese Poder divino que la haba consolado, un
poder tan evidentemente sobrehumano e ilimitado? Al escuchar el rugido de la multitud: "Si eres el hijo de Dios, baja de
120

Cfr. Lc. 7: 36 ss.

98

la Cruz y te creeremos",121 cmo habr clavado su mirada en


ese rostro silencioso y atormentado que, con los ojos cerrados,
se recortaba contra el cielo.
Y ms an, cuando ese rugido fue acallndose y de las dos
cruces a los lados se escuch el clamor de esos dos hombres
que, a causa de su miseria, podan hacer el reclamo supremo al
Amigo de los pecadores, cuando vino de ellos el mismo grito
de auxilio con esa terrible expresin: "Si eres el Cristo, slvate
a ti mismo y a nosotros"122, en ese preciso momento seguramente su corazn dio un brinco de esperanza: ahora s, l
ira a responder! Ahora s ese Poder se iba a reivindicar, aunque fuera a ltimo momento, los clavos se convertiran en
perlas y al rbol de la Cruz se lo vera florecer, y l, su Amigo, otra vez radiante, bajara de Su pedestal para recibir la
adoracin del mundo!
Mientras estaba all de pie, buscando en Mara y en Juan una
mirada de aliento, tal vez volvi a mirar a Jess susurrando en
su agona: ya que verdaderamente eres el Cristo, slvate a Ti
mismo, y a m. 123
"Jess grit con voz fuerte, y exhal Su espritu."124
(iii) Hay una cosa que le queda por hacer. Jess, el que la
perdon, se fue. Su rey est muerto. Pero queda todava lo
suficiente de su Amigo como para seguir llorndolo y acompandolo. Y hasta para disfrutarlo, ya que no hay llanto que
ahogue la alegra ms profunda. Y una vez ms ella, que am
mucho, hace lo que puede. Por ltima vez lo lav con sus
lgrimas y vio los leos derramados sobre Su cuerpo inerte, y
vio la piedra rodar sobre esa profunda oscuridad, la que envuelve desde ahora eso que para siempre har de ese jardn su
santuario de amistad.
121

Mt. 27,40
Lc. 23:39
123
Cfr. ibid.
124
Mt. 27: 50.
122

99

Ms tarde, despus de una noche y un da y una noche, ella


viene en la madrugada para visitar su santuario.
El mundo le quit toda felicidad. No slo se tornaron imposibles para ella las alegras del mundo, sino que incluso ese glorioso hallazgo de fe y esperanza y amor se le ha ensombrecido
y eclipsado, desde el momento en que Aquel que lo haba encendido demostr ser incapaz de salvarse a S mismo.
Sin embargo, hay una cosa que nunca le podr ser quitada, y
es el recuerdo de una amistad tan entraable que se le hace un
suplicio. Pero es una amistad perdurable. Porque mientras ella
tenga el jardn donde yace Su cuerpo, ella est contenta de
seguir viviendo. Aqu ella puede venir cada semana como al
santuario de un Dios; puede ver transcurrir las estaciones, y los
pastos rodear la tumba. Ella todava posee algo ms querido
que todo lo que alguna vez am en el mundo.
Ella va a verlo, esa maana, por ltima vez. Camina rpidamente, muy silenciosa, teniendo en sus manos una vez ms los
perfumes para ungirlo. Y es entonces que, para coronar sus
disgustos, ve que la piedra que cerraba la tumba no est, y que
la losa de adentro, apenas iluminada, est vaca. Desesperada,
no le interesan los ngeles que descubre a travs de las lgrimas. Ni los ngeles pueden consolarla por la prdida del cuerpo del Amigo.
-"Se han llevado a mi Seor," solloza, "y no s dnde lo han
puesto!"125 Alguien avanza atrs de ella; y ella, pensando que
era el jardinero, vuelca el mismo lamento de su roto corazn
sobre ese desconocido: "Seor, si t lo has llevado, dime
dnde lo has puesto, y yo ir a buscarlo."
"Mara!"
"Rabboni!" 126
Pero todava hay una leccin ms para ella.

125
126

Jn. 20:13.
Jn. 20: 13-16.

100

Sin poder decir palabra, se abalanza hacia esos pies que conoca bien, como para asegurarse hasta tocndolos que eran
los mismos pies que haba besado en la casa del fariseo y en la
Cruz del Calvario. Que era l mismo, y no un fantasma.
- No me toques, porque todava no he subido al Padre 127
No me toques. Esa amistad ya no es lo que era. Es infinitamente superior. No es lo que era, ya que desaparecieron las
limitaciones de esa Humanidad sagrada, por ejemplo el estar
aqu y no all, el sufrir y cansarse, y tener hambre, y llorar,
limitaciones que atraan a los que lo amaban ya que podan
atenderlo, consolarlo, sostenerlo.
Pero no se haba consumado an su total elevacin en la Gloria: Todava no he subido a Mi Padre. Todava no haba tenido
lugar Su Ascensin a travs de la jerarqua de los Cielos, desde la posicin "un poco inferior a los ngeles" 128 hasta la
Coronacin a la derecha de la divina Majestad, esa elevacin
cuya confirmacin es la venida del Espritu Santo, y cuyo resultado es la presencia Sacramental de esa misma Humanidad
en todos los altares del mundo.
Y entonces, Mara, la amistad se te dar en muy buena medida, rebosante. 129 Entonces, lo que conociste en la tierra limitado por el tiempo y el espacio se te dar otra vez, incluso para
la vista y el tacto, y tu Amigo volver a ser tu Amigo. El
Creador de la naturaleza estar presente en esa naturaleza, ya
sin sus limitaciones. Quien asumi la humanidad estar presente en Su Humanidad. Quien habl sobre la tierra "como
quien tiene autoridad"130 hablar nuevamente en el mismo
tono. Quien sanaba a los enfermos los sanar en la Puerta llamada Hermosa. Quien resucit a los muertos resucitar a Dorcas en Joppa 131.
127

Jn. 20: 17.


Sal 8: 5.
129
Cfr. Lc. 6: 38.
130
Mt. 7: 29.
131
Cfr. Hch. 9: 36-43.
128

101

Quien llam a Pedro en Galilea, llamar a Pablo en Damasco.


Volver a ser el Amigo, como nunca antes: una criatura ejerciendo el poder del Creador: un Creador lleno de simpata
hacia la criatura; Dios sufriendo en la tierra, y el Hombre reinando en el Cielo. Pero un Amigo, el primero y el ltimo, de un
extremo al otro; un Amigo que se entreg hasta la muerte, en
el acto de humildad de toda amistad, y que resucit y reina en
su Poder eterno.

102

14

Vivir con el Amigo


Jesucristo ayer, hoy y por los siglos 132,
Si hemos considerado a Jesucristo como nuestro Amigo, recordemos brevemente lo que significa Su entrega por nosotros.
Primero, es el Amigo interior que nos ilumina, como una luz
que primero nos ciega y luego enciende esos ojos que lo contemplan como para que ellos tambin brillen con el que es la
Luz del mundo.
Pero esa amistad interior es solo una parte de lo que l nos
ofrece. Porque as como vino hace ms de dos mil aos al gran
escenario de la Historia, hoy sigue presente en ella. El Cristo
que est dentro de nosotros clama a ese Cristo exterior, para
que l sea todo en todos.
As, l vive en el Sacramento de Su amor como nuestro Amigo, nuestro Sacrificio y nuestro Alimento, todo por nuestra
amistad.
Luego l vive, de otro modo, en Su Iglesia en la tierra. El que
la escucha lo escucha, y el que la desprecia lo desprecia a l,
ya que ella es el Cuerpo que l anima. Ella tiene la mente de
Cristo133, habla (como l lo hizo) como quien tiene autoridad, 134 y realiza incluso obras mayores 135 que las que l hizo
132

Heb. 13, 8.
Cfr I Cor. 2:16
134
Cfr. Mt.7: 29.
135
Cfr. Jn. 1: 50.
133

103

porque l subi al Padre136 y por lo tanto puede vivir en ella.


En ella Sus amigos escuchan a los labios de su Cabeza. Porque
es a esta Cabeza humana a quien el Buen Pastor encomend el
pastoreo de Su rebao, a quien la Puerta ha confiado las llaves; a quien el Fundamento llam la Roca.137
Luego, en otro modo vive en Sus Santos y sobre todos ellos
en Su santsima Madre. A estos elegidos Amigos de Dios acudimos para aprender lo que es esta Amistad. A su madre, para
aprender acerca de su Hijo; a la Reina del Cielo, para aprender
las disposiciones del Rey.
Tambin vive en Sus queridos pecadores; en aquellos que
desde su oscuridad nos muestran la luz que hay en aquellos
que, llorando en el desierto del pecado, buscan al Pastor que
viene a buscarlas.
Y vive tambin, por representacin, en "el menor de sus hermanos", 138 a quien l enva a mendigar y a pasar hambre en
Su Nombre. l est en esos hombres de apariencia ordinaria,
pero que estn hechos a Su imagen y que, al parecerse al que
se llama a S mismo l Hijo del Hombre, son verdaderos representantes Suyos.
Y vive en el que sufre, y en los nios. Y est en la tarea cotidiana y rutinaria. Y en la luz del sol y en la suave brisa, en la
tormenta y en la calma, en los diminutos rincones de la tierra y
el esplendor ilimitado de espacio; en el grano de arena al igual
que en el sol; en el roco de la maana y en la inmensidad del
mar.
No hay un pensamiento ni una sensibilidad sin la Presencia de
Cristo. No hay una actividad posible al hombre en la que no
est presente el "hijo del carpintero"139, en el corazn de la
madera, en la piedra, en lo que sea. Cuanto ms minuciosa es
136

Cfr. Jn. 20: 17.


Cfr. Mt. 16: 18.
138
Mt. 25: 40.
139
Mt. 13: 55.
137

104

nuestra bsqueda, ms delicada es Su presencia. Cuanto ms


amplia nuestra visin, ms ilimitado es su Poder.
Y as vamos por la vida, entre un centenar de infidelidades y
mil desatinos, con abiertos desafos y secretos pecados, pero
siguiendo a Cristo como Pedro lo sigui, sea a travs de los
resplandores del Sumo Sacerdote, o en la penumbra de la penitencia donde siempre brillan Sus divinos ojos. Y mientras
avanzamos, como Magdalena, cegados por nuestro propio
dolor, hacia el xtasis de Su alegra, pensando encontrarlo
muerto, con la esperanza de vivir de Su recuerdo, en lugar de
confiar en que l est vivo y de buscarlo en ese Hoy en el que
l est an ms que ayer, poco a poco descubrimos que no hay
jardn donde l no ande, no hay puertas que puedan encerrarlo, no hay ningn camino donde nuestros corazones no pueden
arder en Su compaa.
Y al encontrarlo cada vez ms fuera de nosotros, en los ojos
de los que amamos, en la Voz que nos ensea, en la lanza que
nos atraviesa, en los amigos que nos traicionan, y en la tumba
que nos espera, as como lo encontramos en Sus Sacramentos,
en Sus Santos, en todas esas cosas maravillosas que l mismo
prepar para encontrarnos con l, en seguida lo encontramos
ms y ms dentro de nosotros, envuelto en cada fibra de nuestra vida, actuando en cada lindo recuerdo, latiendo en lo ms
profundo de ese corazn nuestro que parece querer ignorarlo.
As, pues, l afirma su dominio en cada una de nuestras capacidades, reclamando una por una las potencias que habamos
pensado que eran exclusivamente nuestras. Para nuestra inteligencia, l es el ms perfecto. Para nuestra imaginacin, l es
nuestro sueo hecho realidad. Para nuestras esperanzas, l es
la mejor recompensa. Hasta que, por fin, cultivando Su gracia
hacia la gloria, llegaremos a ser totalmente Suyos. Ningn
pensamiento quedar separado de la sabidura divina. Ningn
acto de amor podr vibrar separado del Sagrado Corazn.
Nuestra voluntad ser totalmente Suya.

105

Para m, entonces, vivir es Cristo; y morir una ganancia.140


Porque ya no vivo yo, es Cristo quien vive en m. 141
Mi Amigo es mo, por fin. Y yo soy Suyo.

140
141

Fil. I: 21.
Gal. 2: 20.

106

Temas
Presentacin del Autor 4
Descubriendo al Cristo Amigo 7
Respondiendo al Cristo Amigo 15
Haciendo lugar a Jess 21
Iluminados por Cristo 29
Cristo en la Eucarista 37
Cristo en la Iglesia 45
Cristo en Su Sacerdote 53
Cristo en los Santos 61
Cristo en el Pecador 69
Cristo en los dems 75
Cristo en el que sufre 81
Nuestro Amigo Crucificado 87
Cristo vuelve a Sus amigos 95
Vivir con el Amigo
103

107

108

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