Campo Religioso y Campo Político - (Bernardo Campos)
Campo Religioso y Campo Político - (Bernardo Campos)
Campo Religioso y Campo Político - (Bernardo Campos)
Bernardo Campos
Teólogo Pentecostal
CAMPO RELIGIOSO Y CAMPO POLÍTICO
La lucha por el espacio sagrado
Introducción
Ambos son consecuencia de la época. La desesperanza, que se produjo entre los años
80 y 90 fue hija del desencanto, tras la crisis del bloque socialista (crisis de utopías) y el
optimismo infundado producto de un avivamiento religioso caracterizado por
apartarse del mundo en un movimiento hacia Jesús, con reclusión hacia la esfera
privada en la búsqueda de un movimiento espiritual con experiencias intimistas.
I
TENSIONES ENTRE EL CAMPO RELIGIOSO
Y EL CAMPO POLÍTICO
Podemos definir el campo religioso como una porción del espacio social o el lugar el
que actores e instituciones religiosas se organizan alrededor de un sistema simbólico
con características peculiares. En el caso del campo religioso: lo sagrado marcado por
eventos sobrenaturales y el intercambio de bienes simbólicos de salvación, manteniendo
relaciones de transacción u oposición con los otros campos de las realidad social: el
campo económico, el campo político, el campo social, el campo médico, etc.
La teoría de los campos es útil en la medida que permite explorar por separado diversos
ámbitos de la realidad, a condición que se tenga conciencia de la interacción con las
otras esferas del quehacer social así como de la interdependencia entre ellos.
Por su parte el campo político puede ser entendido como el espacio en el que tiene
lugar la búsqueda y el ejercicio de poder en el ámbito de lo público, que abarca tanto al
Estado y sus instituciones de gobierno, como la “lógica, racionalidad, pasión, mito,
producidos por el pueblo”. G. Balandier define lo político como el dispositivo
estructural que organiza la dinámica de una sociedad en función de las desigualdades
presentes en todo cuerpo social, para organizar las oposiciones y la cooperación dentro
del grupo bajo los principios de autoridad y poder.
Hasta muy estrada la modernidad, por lo menos en occidente, religión y política eran
dos formas de un mismo ejercicio de poder. Con la modernidad los procesos de
secularización y el nacimiento de las ciencias sociales y políticas se logra una división
del trabajo humano diferenciando esferas o campos de acción, donde lo religioso fue
quedando relegado a la esfera privada y lo político al ámbito de lo público.
Especialmente en Europa, donde los procesos de modernización capitalista produjeron
un secularismo extremo, pronosticando al mismo tiempo sino la desaparición total , al
menos el ocaso paulatino de la religión en el futuro contemporáneo. En América,
especialmente en América latina, la realidad ha sido adversa a tales pronósticos y, por el
contrario, se produjo un afianzamiento de la religión, al punto del pluralismo religioso.
La Iglesia católica Romana, como uno de los actores mayoritarios de la religión
cristiana en América latina, ejerció con intervalos y no sin escándalo, un poder detrás
del trono. Ella llegó incluso a ser favorecida por quienes elaboraron la Constitución de
los países con tradición cristiana, mayormente católicos, afirmando su hegemonía
mediante la firma de concordatos entre el Estado Vaticano y el Estado peruano.
Ahora bien una vez establecida las similitudes, habría que discutir, como sugiere
Fortunato Malimachi para el caso argentino, si no estamos ante un “ensanchamiento”
del campo religioso hacia el campo político, como podría serlo también hacia el campo
medico. Según Malimachi:
De la propuesta del Malimachi podemos inferir que las posibles ”limitaciones” o tal vez
las “posibilidades” de intervención, están reguladas de un lado por “especialidad” y por
otro por la tradición, sin mediar ninguna legislación laboral que limite el cuidado de la
salud, pues de hecho la intervención –la manipulación- de la enfermedad por parte de
una diversidad de especialistas de distinta formación y con distintos modos de conocer,
se da en la cultura a vista y paciencia de los gobiernos y con el consentimiento dela
sociedad civil. Por el contrario, lo que observamos en los últimos años es la
incorporación – asimilación_ de los conocimientos de medicina tradicional en el acerbo
de la medicina científica o clínica.
¿Habrá en esta comprensión de los alcances del ministerio (trabajo religioso) una
comprensión implícita de los límites del campo religioso ¿ ¿ Cuáles son los posibles
intercambios simbólicos entre el lenguaje religioso y el lenguaje político? ¿ Son
“mezclas semánticas” como ha sugerido la epistemología de Clodovis Boff en su
teología de lo político, o son, como lo demuestran las ciencias de la religión actuales,
necesarias implicaciones mutuas? ¿ Hasta que punto ambos campos el religioso y el
político deben mantenerse separados, es decir demarcados limítrofemente?. En caso
afirmativo ¿Quién tiene la potestad de normarlo? ¿No será esta una imposición de la
modernidad que a lo mejor no tiene cabida en América latina, donde los procesos de
modernización capitalista no derivaron en un secularismo a ultranza como en Europa?.
Lo que en realidad viene a convulsionar el campo político actual son los estilos de hacer
política de los practicantes religiosos. Estos han incursionado en la vida política
trasladando preocupaciones prácticas y proyectos eclesiales a la arena política
provocando en los críticos la acusación de ingenuidad o folklorismo político. ¿Es que
los creyentes no conocen otros modos de participación política que los modos rituales
de la religión o es que creen que los modos actuales son profanos? ¿Por qué los
congresistas elegidos esgrimen solo reivindicaciones religiosas o moralistas? ¿Qué esta
revelando esta práctica sacramental de nuestros políticos evangélicos? ¿ Será a caso que
la participación de los religiosos están transformando el campo político, o estamos
frente a una reducción del campo político y por ello mismo de un vaciamiento del
contenido político?
II
PROTESTANTISMO Y POLITICA
Para mostrar màs claramente las relaciones internas entre campo religioso y campo
polìtico, propongo estudiar la pràctica pentecostal en relaciòn con la bùsqueda de la
democracia. Creo que es en esa bùsqueda donde una configuraciòn religiosa
premilenarista como la pentecostal puede mostrar las tensiones que vive la religiòn y los
conflictos que plantea para el campo polìtico.
Como pastor pentecostal los conflictos se trasladan, entonces, a mi propio terreno, pues
hablar del pentecostalismo en el Perú es hablar de una experiencia religiosa
heterogénea, disimétrica, harto compleja ya que nos referimos a un espectro bastante
amplio de sociedades religiosas en estados de desarrollo muy dispares. Quiero decir
que los pentecostalismos se encuentran en diferentes estadios de desarrollo, que van
desde su irrupción carismática hasta su institucionalización. Se mueven, por usar una
figura, desde el polo "secta" hasta el polo "iglesia", pasando por la "Denominación".
Los pentecostalismos más recientes, se hallan por lo general en estado de secta1 Los
más desarrollados, están en situación de Denominación; y otros, altamente
institucionalizados y burocratizados pueden ser reconocidos como iglesias, para utilizar
las caracterizaciones de Ernest Troelch quien distingue entre estos tres tipos ideales de
organización religiosa (sectas, denominación, iglesia).
1 Nótese, por favor, que no se utiliza aquí la categoría secta en sentido teológico y menos en sentido
peyorativo. La categoría ha sido usada por la sociología para distinguirlas de las iglesias por su carácter
institucional, inclusivo y pluralista. A diferencia de las sectas que son sociedades cerradas, homogéneas,
con un líder carismático con conciencia de elección divina, infalible e incapáz de dialogar con la sociedad y
las iglesias institucionales.
Así que, mal que me pese, decido abordar la relación pentecostalismo y democracia
desde un plano mas bien hipotético, a falta de investigaciones empíricas previas que
respalden nuestras afirmaciones o conjeturas.
2. La segunda cuestión tiene que ver con la democracia propiamente tal, pues las
dificultades para entenderla provienen de la práctica, ya que como conjunto, las
sociedades pentecostales en cuando están conformadas por clases populares
(campesinos, proletarios urbanos, pobladores de barriadas) nunca han participado de
hecho de la democracia en este país.
a. La aproximación genética o histórica que busca explicarlas desde las causas o los
condicionamientos socio-históricos. según esta aproximación la pregunta fundamental
se orientaría a determinar hasta qué punto las condiciones sociales democráticas o la
ausencia de ellas condicionan a las sociedades religiosas en su organización social;
2 Sigo aquí la estructura propuesta por J. Sepúlveda para las relaciones entre Pentecostalismo y
Democracia en Chile. Sepúlveda sigue, en realidad la estructura propuesta por Otto Maduro. Cf. Juan
Sepúlveda, "Pentecostalismo y Democracia: Una interpretación de sus relaciones" en Varios, Democracia y
Evangelio. Chile: RehueComunidad Teológica de Chile, 1988: 229250. Véase también, Otto Maduro,
Religión y Conflicto Social. México: CEE, 1980
estos en sociedades de substitución allí donde el estado niega la real participación de los
oprimidos.
Para validarse, esta aproximación deberá verificar por lo menos cuatro grandes etapas
en la evolución del pentecostalismo peruano.
Aquí tiene gran significación el hecho de que los pencostalismos crecen y se desarrollan
plenamente inmediatamente después de la Revolución Cubana. Es durante los 60,
cuando cuaja en el Perú la conciencia nacionalista antiimperialista y cuando los
pentecostalismos se convierten en un peligro para las disidencias políticas
(izquierdismo) pues son vistos como el brazo extendido del imperialismo yanqui,
porque su expansión coincidente con la recomposición del sistema neocapitalista.
Esta etapa, que comprende también la década de los 70, será la afirmación de los
militarismos en América Latina, así como corrientes de pensamiento contestatarios a los
regímenes de facto: la defensa de los Derechos Humanos especialmente de los más
pobres la teología de la liberación; y el inicio de movimientos subversivos para quienes
la alternativa democrática formal y hasta la misma ideología de izquierda socialista
resultaron serviles al capitalismo de la época y donde tal vez renuncian definitivamente
al juego democrático formal para militarizarse y tratar de imponer un régimen de facto
comunista.
Esta etapa está marcada, como sabemos, por la subversión del orden social; los
desplazamientos forzados de campesinos; la crisis de los partidos tradicionales; la crisis
profunda del Estado peruano y un tremendo desborde popular que se expresa
creadoramente en la emergencia y participación de nuevos actores sociales, en los que
los pentecostalismos asumen un nuevo rostro: más maduro en relación al protestantismo
histórico, y más consecuente en relación con la sociedad civil.
La aproximación estructural
Aquí me parece importante subrayar el hecho de que las estructuras religiosas se forman
precisamente en el seno de estructuras mayores que la condicionan a veces de por vida.
Todos conocemos, por ejemplo, el caso del pentecostalismo chileno que quedó
estructurado en su organización interna por el metodismo que obró como Iglesia Madre
heredándole el sistema de gobierno episcopal.
No fue así en el caso peruano, cuyo sistema congregacional, es una herencia de las
Asambleas de Dios de los Estados Unidos. El nuestro, aún cuando es de origen
americano, se forma justamente en el seno de una sociedad marcada por el catolicismo
romano, más bien jerárquico, patriarcal y hegemónico. Por eso son posibles dos tipos de
estructura y organización religiosa: el congregacional y el episcopal.
En los últimos 5 años, una tendencia más patriarcalista, y a veces autárquica, bajo el
signo de la “investidura apostólica”, se viene imponiendo en los medios pentecostales,
especialmente en los sectores fuertemente influenciados por el movimiento carismático
católico que debe su estructura más profunda al catolicismo romano. El problema de la
sucesión apostólica, otrora característico del catolicismo primitivo, ha sido revivido en
la forma pentecostal de liderazgo apostólico y profético.
En este esquema, no existe más la elección democrática del pastor de la iglesia. Es más,
toda búsqueda democrática de ejercicio de la gobernabilidad pastoral es ampliamente
criticada como antibíblica o extemporánea.
La aproximación funcional
Dejo para los talleres la posibilidad de una tercer aproximación a las relaciones posibles
entre pentecostalismo y democracia. La aproximación funcional plantea la pregunta de
cómo el pentecostalismo influye, favorece o impide el proceso de democratización de la
sociedad peruana en esta coyuntura de transición.
Son muchos ya los casos en que las iglesias pentecostales en el Perú y el resto de
América Latina se involucran cada vez en acciones sociales. Gestores de una nueva
participación social, los pentecostales cuyos miembros pertenecen a las capas sociales
bajas, campesinos, proletarios urbanos y las nuevas generaciones de estudiantes y
profesionales, van influyendo relativamente en diversos sectores de la sociedad civil.
Puede decirse, por ello, que los pentecostalismos denominacionales y eclesiales son
relativamente funcionales a la gestión de nuevas formas de participación democrática.
d) Con todo, para que una sociedad religiosa a sea realmente funcional al Estado,
no sólo debe ser numéricamente significativo sino también políticamente
poderoso. Para que esto sea una realidad en el país, los pentecostales no deben
caer en la ingenuidad de creer que vasta sólo el número. Deberán hacer alianzas
con otros miembros de la comunidad evangélica con relativa experiencia
política y que sean capaces de diálogo.
Para el caso me referiré concretamente a la Iglesia pentecostal del Perú. Aquí los
pastores pueden ser reelegidos durante dos o mas períodos consecutivos, si es la
voluntad de la Asamblea Local.
Los miembros pueden elegir y ser elegidos para los cargos y funciones propios de una
Iglesia Local, entre los que figuran:
Para abordar con alguna precisión la tipología del liderazgo pentecostal, me valdré de la
tipología Weberiana de la triple jefatura. Según Weber pueden distinguirse tres tipos de
jefes: 1) El "jefe Carismático", considerado infalible y que se rodea de un misterio
distanciador; 2) El "jefe Tradicional" a la vez autoritario y protector; y 3) El jefe
democrático" o de carácter racional, legal, cuya autoridad se establece sobre bases
consultivas y racionales.
El tipo de jefe democrático más que una relación o una aptitud es una función que
tiene lugar o por lo menos es exigido por el grupo con mayor arraigo `institucional'
durante las asambleas o sesiones electorales o deliberativas. Como tal, esa función si
alguna vez es ejercida en el pentecostalismo, lo es en su estadio de "iglesia" y casi
nunca en su estadio de "secta".
En las asambleas se espera que el líder adopte una actitud democrática que permita
reflejar la voluntad soberana de la congregación. En circunstancias, la calidad del
"carisma" de conducción o la investidura del rol "democrático" es así puesto a prueba,
como si el "juego de ese rol" se constituyera, aunque sea por un momento, en una
especie de criterio social de verificación del poder del grupo y de la vocación del líder.
La influencia social que ejercen los tipos de Jefe "carismático" y "tradicional" en el
pentecostalismo, tienen lugar desde el momento mismo en el que el grupo nace o renace
como tal. De suerte que es absolutamente necesario hablar simultáneamente de grupos o
sociedades carismáticas y de grupos o sociedades tradicionales.
Ahora bien, la permanencia del líder en el poder varía según el tipo de líder y grupo.
Mientras el grupo carismático promueve líderes vitalicios, el grupo tradicional
promoverá líderes electivos. Por lo general, los líderes fundadores que son producto
de una emergencia espontánea, ejercen un liderazgo del tipo patriarcal sea éste
honorario o activo; en tanto que los líderes promovidos o convocados por el grupo,
deben someterse bien a la autoridad del líder patriarcal o a la autoridad de la
congregación que los constituyó como tal.
Precisamente, ambos estadios, de secta y de movimiento, son los más propicios para la
aparición de los "grandes líderes" cuyo influjo sobre los grupos es vertical y monolítico.
Se da una tal simbiosis entre el líder y el grupo "seguidor" que las relaciones se vuelven
cuasi-racionales, pues descansa mas bien en la confianza de que el líder es infalible.
El grupo responde "como autómata" a la voz del líder como si estuviera influido por la
necesidad imperiosa de responder a su estímulo. La voluntad del líder es equiparada a la
Voluntad de Dios: "Vox arbitrii, vox Dei".
A diferencia del líder carismático, el líder tradicional es dependiente del grupo, y aún
cuando esté revestido de cierta investidura y de un status que lo diferencia del grupo,
debe manejarse bajo la consigna gubernamental en la que , la voz del pueblo es la voz
de Dios ("Vox populi, vox Dei" ).
A estas alturas uno se pregunta si hay lugar en el pentecostalismo para el tercer tipo
Weberiano de "Jefe democrático" y si, de última, puesto que se mueven dentro de una
sociedad "democrática", los pentecostales no terminarían reproduciéndola.
4 La nominación ha sido tomada de Roger Mehl de su Tratado de Sociología del Protestantismo.
Madrid: Taurus, 1984.
A mi juicio, la cuestión debe resolverse según el contexto social del grupo y según su
ideología escatológica. El pentecostalismo, basado fundamentalmente en la literalidad
de la Biblia, ha pensado y desarrollado una ética social cuyos arquetipos procuran
reproducir el modelo de "iglesia primitiva" y el modelo de sociedad teocrática del Israel
premonárquico.
Resulta, pues, casi imposible pensar en el tipo de jefe democrático dentro de las
organizaciones pentecostales en su estadio de formación.
Desde el punto de vista de la psicología social se puede decir que tanto en uno como en
el otro caso, siempre es el grupo el que confiere autoridad. La diferencia radica en los
mecanismos de apelación, como veremos a continuación.
El líder carismático ejerce poder (y también abusa de el) gracias a que el grupo que lo
sigue ha sido mentalizado en la creencia de que si el mismo Dios ha erigido al líder,
nadie, sino el mismo Dios puede destituirlo. El grupo carismático no tiene, así, poder
de censura sobre el líder. Si disiente con el líder, puede a lo más desligarse de su tutela,
pero de ningún modo socavar los cimientos ideológico-religiosos del "poder divino" del
líder.
Aquí la congregación es la que controla el poder; ella unge, consagra, ordena y sanciona
al "sacerdote". Si hay disenso, es el líder el llamado a retirarse de la congregación. El
grupo, no obstante, es infalible.
Se ubicarían dentro del tipo de Jefe carismático los "apóstoles", los "profetas" y los
"evangelistas" pentecostales y cuantas personas desarrollen los dones espirituales (1
Cor. 12.810) y afirmen ser investidos de una autoridad divina otorgada por revelación o
llamado profético, sin mediar necesariamente el juicio del grupo.
Bernardo Campos
iper@terra.com.pe