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La Regenta Clarin

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LA REGENTA

LEOPOLDO ALAS CLARN

La heroica ciudad dorma la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las
nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no haba ms
ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de
arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y persiguindose,
como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles.
Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban
en un montn, parbanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas,
dispersndose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles,
otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y haba pluma que llegaba a un
tercer piso, y arenilla que se incrustaba para das, o para aos, en la vidriera de un
escaparate, agarrada a un plomo.
Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, haca la digestin del cocido
y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueos el montono y familiar zumbido de
la campana de coro, que retumbaba all en lo alto de la esbelta torre en la Santa Baslica.
La torre de la catedral, poema romntico de piedra, delicado himno, de dulces lneas de
belleza muda y perenne, era obra del siglo diez y seis, aunque antes comenzada, de estilo
gtico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armona que modificaba
las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas
y horas aquel ndice de piedra que sealaba al cielo; no era una de esas torres cuya aguja
se quiebra de sutil, ms flacas que esbeltas, amaneradas, como seoritas cursis que
aprietan demasiado el cors; era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta
sus segundos corredores, elegante balaustrada, suba como fuerte castillo, lanzndose desde
all en pirmide de ngulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de
msculos y nervios la piedra enroscndose en la piedra trepaba a la altura, haciendo
equilibrios de acrbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de
caliza se mantena, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra ms
pequea, y sobre sta una cruz de hierro que acababa en pararrayos.
Cuando en las grandes solemnidades el cabildo mandaba iluminar la torre con faroles
de papel y vasos de colores, pareca bien, destacndose en las tinieblas, aquella romntica
mole; pero perda con estas galas la inefable elegancia de su perfil y tomaba los contornos
de una enorme botella de champaa. Mejor era contemplarla en clara noche de luna,
resaltando en un cielo puro, rodeada de estrellas que parecan su aureola, doblndose en
pliegues de luz y sombra, fantasma gigante que velaba por la ciudad pequea y negruzca
que dorma a sus pies.
Bismarck, un pillo ilustre de Vetusta, llamado con tal apodo entre los de su clase, no
se sabe por qu, empuaba el sobado cordel atado al badajo formidable de la Wamba, la
gran campana que llamaba a coro a los muy venerables cannigos, cabildo catedral de
preeminentes calidades y privilegios.
Bismarck era de oficio delantero de diligencia, era de la tralla, segn en Vetusta se
llamaba a los de su condicin; pero sus aficiones le llevaban a los campanarios; y por
delegacin de Celedonio, hombre de iglesia, aclito en funciones de campanero, aunque
tampoco en propiedad, el ilustre diplomtico de la tralla disfrutaba algunos das la honra de
despertar al venerando cabildo de su beatfica siesta, convocndole a los rezos y cnticos de
su peculiar incumbencia.

El delantero, ordinariamente bromista, alegre y revoltoso, manejaba el badajo de la


Wamba con una seriedad de arspice de buena fe. Cuando posaba para la hora del coro
as se deca Bismarck senta en s algo de la dignidad y la responsabilidad de un reloj.
Celedonio ceida al cuerpo la sotana negra, sucia y rada, estaba asomado a una
ventana, caballero en ella, y escupa con desdn y por el colmillo a la plazuela; y si se le
antojaba disparaba chinitas sobre algn raro transente que le pareca del tamao y de la
importancia de un ratoncillo. Aquella altura se les suba a la cabeza a los pilluelos y les
inspiraba un profundo desprecio de las cosas terrenas.
Mia t, Chiripa, que dice que pu ms que yo! dijo el monaguillo, casi
escupiendo las palabras; y dispar media patata asada y podrida a la calle apuntando a un
cannigo, pero seguro de no tocarle.
Qu ha de poder! respondi Bismarck, que en el campanario adulaba a
Celedonio y en la calle le trataba a puntapis y le arrancaba a viva fuerza las llaves para
subir a tocar las oraciones. T pus ms que toos los delanteros, menos yo.
Porque t echas la zancadilla, mainate, y eres ms grande... Mia, chico, quis que
l'atice al seor Magistral que entra ahora?
Le conoces t desde ah?
Claro, bobo; le conozco en el menear los manteos. Mia, ven ac. No ves cmo al
andar le salen pa tras y pa lante? Es por la fachenda que se me gasta. Ya lo deca el seor
Custodio el beneficiao a don Pedro el campanero el otro da: Ese don Fermn ti ms
orgullo que don Rodrigo en la horca, y don Pedro se rea; y vers, el otro dijo despus,
cuando ya haba pasao don Fermn: Anda, anda, buen mozo, que bien se te conoce el
colorete! Qu te paece, chico? se pinta la cara.
Bismarck neg lo de la pintura. Era que don Custodio tena envidia. Si Bismarck fuera
cannigo y dinidad (crea que lo era el Magistral) en vez de ser delantero, con un mote
sacao de las cajas de cerillas, se dara ms tono que un zagal. Pues, claro. Y si fuese
campanero, l de verdad, vamos don Pedro... ay Dios! entonces no se hablaba ms que con
el Obispo y el seor Roque el mayoral del correo.
Pues chico, no sabes lo que te pescas, porque deca el beneficiao que en la iglesia
hay que ser humilde, como si dijramos, rebajarse con la gente, vamos achantarse, y
aguantar una bofet si a mano viene; y si no, ah est el Papa, que es... no s cmo dijo...
as... una cosa como... el c riao de toos los criaos.
Eso ser de boquirris replic Bismarck. Mia t el Papa, que manda ms que el
rey! Y que le vi yo pintao, en un santo mu grande, sentao en su coche, que era como una
butaca, y lo llevaban en vez de mulas un tiro de carcas (curas segn Bismarck), y lo cual
que le iban espantando las moscas con un paraguas, que pareca cosa del teatro...
hombre... si sabr yo!
Se acalor el debate. Celedonio defenda las costumbres de la Iglesia primitiva;
Bismarck estaba por todos los esplendores del culto. Celedonio amenaz al campanero
interino con pedirle la dimisin. El de la tralla aludi embozadamente a ciertas bofetadas
probables pa en bajando. Pero una campana que son en un tejado de la catedral les llam
al orden.
El Laudes! grit Celedonio, toca, que avisan.
Y Bismarck empu el cordel y azot el metal con la porra del formidable badajo.
Tembl el aire y el delantero cerr los ojos, mientras Celedonio haca alarde de su
imperturbable serenidad oyendo, como si estuviera a dos leguas, las campanadas graves,
poderosas, que el viento arrebataba de la torre para llevar sus vibraciones por encima de

Vetusta a la sierra vecina y a los extensos campos, que brillaban a lo lejos, verdes todos,
con cien matices.
Empezaba el Otoo. Los prados renacan, la yerba haba crecido fresca y vigorosa con
las ltimas lluvias de Septiembre. Los castaedos, robledales y pomares que en hondonadas
y laderas se extendan sembrados por el ancho valle, se destacaban sobre prados y maizales
con tonos obscuros; la paja del trigo, escaso, amarilleaba entre tanta verdura. Las casas de
labranza y algunas quintas de recreo, blancas todas, esparcidas por sierra y valle reflejaban
la luz como espejos. Aquel verde esplendoroso con tornasoles dorados y de plata, se
apagaba en la sierra, como si cubriera su falda y su cumbre la sombra de una nube invisible,
y un tinte rojizo apareca entre las calvicies de la vegetacin, menos vigorosa y variada que
en el valle. La sierra estaba al Noroeste y por el Sur que dejaba libre a la vista se alejaba el
horizonte, sealado por siluetas de montaas desvanecidas en la niebla que deslumbraba
como polvareda luminosa. Al Norte se adivinaba el mar detrs del arco perfecto del
horizonte, bajo un cielo despejado, que surcaban como naves, ligeras nubecillas de un
dorado plido. Un girn de la ms leve pareca la luna, apagada, flotando entre ellas en el
azul blanquecino.
Cerca de la ciudad, en los ruedos, el cultivo ms intenso, de mejor abono, de mucha
variedad y esmerado, produca en la tierra tonos de colores, sin nombre, exacto,
dibujndose sobre el fondo pardo obscuro de la tierra constantemente removida y bien
regada.
osado?

Alguien suba por el caracol. Los dos pilletes se miraron estupefactos. Quin era el
Ser Chiripa? pregunt Celedonio entre airado y temeroso.
No; es un carca, no oyes el manteo?

Bismarck tena razn; el roce de la tela con la piedra produca un rumor silbante,
como el de una voz apagada que impusiera silencio. El manteo apareci por escotilln; era
el de don Fermn De Pas, Magistral de aquella santa iglesia catedral y provisor del Obispo. El
delantero sinti escalofros. Pens:
Vendr a pegarnos?
No haba motivo, pero eso no importaba. l viva acostumbrado a recibir bofetadas y
puntapis sin saber por qu. A todo poderoso, y para l don Fermn era un personaje de los
ms empingorotados, se le figuraba Bismarck usando y abusando de la autoridad de repartir
cachetes. No discuta la legitimidad de esta prerrogativa, no haca ms que huir de los
grandes de la tierra, entre los que figuraban los sacristanes y los polizontes. Se avena a
esta ley, cuyos efectos procuraba evitar. Si l hubiera sido seor, alcalde, cannigo,
fontanero, guarda del Jardn Botnico, empleado en casillas, sereno, algo grande, en suma,
hubiera hecho lo mismo dar cada puntapi! No era ms que Bismarck, un delantero, y saba
su oficio, huir de los mainates de Vetusta.
Pero all no haba modo de escapar. O tirarse por una ventana, o esperar el nublado.
El caracol estaba interceptado por el cannigo. Bismarck no tuvo ms recurso que hacerse
un ovillo, esconderse detrs de la Wamba, encaramado en una viga, y aguardar as los
acontecimientos.
Celedonio no extraaba aquella visita. Recordaba haber visto muchas tardes al seor
Magistral subir a la torre antes o despus de coro.
Qu iba a hacer all aquel seor tan respetable? Esto preguntaban los ojos del
delantero a los del aclito. Tambin lo saba Celedonio, pero callaba y sonrea
complacindose en el pavor de su amigo.

El continente altivo del monaguillo se haba convertido en humilde actitud. Su rostro


se haba revestido de repente de la expresin oficial. Celedonio tena doce o trece aos y ya
saba ajustar los msculos de su cara de chato a las exigencias de la liturgia. Sus ojos eran
grandes, de un castao sucio, y cuando el pillastre se crea en funciones eclesisticas los
mova con afectacin, de abajo arriba, de arriba abajo, imitando a muchos sacerdotes y
beatas que conoca y trataba.
Pero, sin pensarlo, daba una intencin lbrica y cnica a su mirada, como una
meretriz de calleja, que anuncia su triste comercio con los ojos, sin que la polica pueda
reivindicar los derechos de la moral pblica. La boca muy abierta y desdentada segua a su
manera los aspavientos de los ojos; y Celedonio en su expresin de humildad beatfica
pasaba del feo tolerable al feo asqueroso.
As como en las mujeres de su edad se anuncian por asomos de contornos turgentes
las elegantes lneas del sexo, en el aclito sin rdenes se poda adivinar futura y prxima
perversin de instintos naturales provocada ya por aberraciones de una educacin torcida.
Cuando quera imitar, bajo la sotana manchada de cera, los acompasados y ondulantes
movimientos de don Anacleto, familiar del Obispo creyendo manifestar as su vocacin,
Celedonio se mova y gesticulaba como hembra desfachatada, sirena de cuartel. Esto ya lo
haba notado el Palomo, empleado laico de la Catedral, perrero, segn mal nombre de su
oficio. Pero no se haba atrevido a comunicar sus aprensiones a ningn superior,
obedeciendo a un criterio, merced al cual haba desempeado treinta aos seguidos con
dignidad y prestigio sus funciones complejas de aseo y vigilancia.
En presencia del Magistral, Celedonio haba cruzado los brazos e inclinado la cabeza,
despus de apearse de la ventana. Aquel don Fermn que all abajo en la calle de la Ra
pareca un escarabajo qu grande se mostraba ahora a los ojos humillados del monaguillo y
a los aterrados ojos de su compaero! Celedonio apenas le llegaba a la cintura al cannigo.
Vea enfrente de s la sotana tersa de pliegues escultricos, rectos, simtricos, una sotana
de medio tiempo, de rico castor delgado, y sobre ella flotaba el manteo de seda, abundante,
de muchos pliegues y vuelos.
Bismarck, detrs de la Wamba, no vea del cannigo ms que los bajos y los
admiraba. Aquello era seoro! Ni una mancha! Los pies parecan los de una dama;
calzaban media morada, como si fueran de Obispo; y el zapato era de esmerada labor y piel
muy fina y luca hebilla de plata, sencilla pero elegante, que deca muy bien sobre el color de
la media.
Si los pilletes hubieran osado mirar cara a cara a don Fermn, le hubieran visto, al
asomar en el campanario, serio, cejijunto; al notar la presencia de los campaneros
levemente turbado, y en seguida sonriente, con una suavidad resbaladiza en la mirada y una
bondad estereotipada en los labios. Tena razn el delantero. De Pas no se pintaba. Ms bien
pareca estucado. En efecto, su tez blanca tena los reflejos del estuco. En los pmulos, un
tanto avanzados, bastante para dar energa y expresin caracterstica al rostro, sin afearlo,
haba un ligero encarnado que a veces tiraba al color del alzacuello y de las medias. No era
pintura, ni el color de la salud, ni pregonero del alcohol; era el rojo que brota en las mejillas
al calor de palabras de amor o de vergenza que se pronuncian cerca de ellas, palabras que
parecen imanes que atraen el hierro de la sangre. Esta especie de congestin tambin la
causa el orgasmo de pensamientos del mismo estilo. En los ojos del Magistral, verdes, con
pintas que parecan polvo de rap, lo ms notable era la suavidad de liquen; pero en
ocasiones, de en medio de aquella crasitud pegajosa sala un resplandor punzante, que era
una sorpresa desagradable, como una aguja en una almohada de plumas. Aquella mirada la
resistan pocos; a unos les daba miedo, a otros asco; pero cuando algn audaz la sufra, el
Magistral la humillaba cubrindola con el teln carnoso de unos prpados anchos, gruesos,
insignificantes, como es siempre la carne informe. La nariz larga, recta, sin correccin ni
dignidad, tambin era sobrada de carne hacia el extremo y se inclinaba como rbol bajo el

peso de excesivo fruto. Aquella nariz era la obra muerta en aquel rostro todo expresin,
aunque escrito en griego, porque no era fcil leer y traducir lo que el Magistral senta y
pensaba. Los labios largos y delgados, finos, plidos, parecan obligados a vivir comprimidos
por la barba que tenda a subir, amenazando para la vejez, an lejana, entablar relaciones
con la punta de la nariz claudicante. Por entonces no daba al rostro este defecto apariencias
de vejez, sino expresin de prudencia de la que toca en cobarde hipocresa y anuncia fro y
calculador egosmo. Poda asegurarse que aquellos labios guardaban como un tesoro la
mejor palabra, la que jams se pronuncia. La barba puntiaguda y levantisca semejaba el
candado de aquel tesoro. La cabeza pequea y bien formada, de espeso cabello negro muy
recortado, descansaba sobre un robusto cuello, blanco, de recios msculos, un cuello de
atleta, proporcionado al tronco y extremidades del fornido cannigo, que hubiera sido en su
aldea el mejor jugador de bolos, el mozo de ms partido; y a lucir entallada levita, el ms
apuesto azotacalles de Vetusta.
Como si se tratara de un personaje, el Magistral salud a Celedonio doblando
graciosamente el cuerpo y extendiendo hacia l la mano derecha, blanca, fina, de muy
afilados dedos, no menos cuidada que si fuera la de aristocrtica seora. Celedonio contest
c on una genuflexin como las de ayudar a misa.
Bismarck, oculto, vio con espanto que el cannigo sacaba de un bolsillo interior de la
sotana un tubo que a l le pareci de oro. Vio que el tubo se dejaba estirar como si fuera de
goma y se converta en dos, y luego en tres, todos seguidos, pegados. Indudablemente
aquello era un can chico, suficiente para acabar con un delantero tan insignificante como
l. No; era un fusil porque el Magistral lo acercaba a la cara y haca con l puntera.
Bismarck respir: no iba con su personilla aquel disparo; apuntaba el carca hacia la calle,
asomado a una ventana. El aclito, de puntillas, sin hacer ruido, se haba acercado por
detrs al Provisor y procuraba seguir la direccin del catalejo. Celedonio era un monaguillo
de mundo, entraba como amigo de confianza en las mejores casas de Vetusta, y si supiera
que Bismarck tomaba un anteojo por un fusil, se le reira en las narices.
Uno de los recreos solitarios de don Fermn De Pas consista en subir a las alturas.
Era montas, y por instinto buscaba las cumbres de los montes y los campanarios de las
iglesias. En todos los pases que haba visitado haba subido a la montaa ms alta, y si no
las haba, a la ms soberbia torre. No se daba por enterado de cosa que no viese a vista de
pjaro, abarcndola por completo y desde arriba. Cuando iba a las aldeas acompaando al
Obispo en su visita, siempre haba de emprender, a pie o a caballo, como se pudiera, una
excursin a lo ms empingorotado. En la provincia, cuya capital era Vetusta, abundaban por
todas partes montes de los que se pierden entre nubes; pues a los ms arduos y elevados
ascenda el Magistral, dejando atrs al ms robusto andarn, al ms experto montas.
Cuanto ms suba ms ansiaba subir; en vez de fatiga senta fiebre que les daba vigor de
acero a las piernas y aliento de fragua a los pulmones. Llegar a lo ms alto era un triunfo
voluptuoso para De Pas. Ver muchas leguas de tierra, columbrar el mar lejano, contemplar a
sus pies los pueblos como si fueran juguetes, imaginarse a los hombres como infusorios, ver
pasar un guila o un milano, segn los parajes, debajo de sus ojos, ensendole el dorso
dorado por el sol, mirar las nubes desde arriba, eran intensos placeres de su espritu
altanero, que De Pas se procuraba siempre que poda. Entonces s que en sus mejillas haba
fuego y en sus ojos dardos. En Vetusta no poda saciar esta pasin; tena que contentarse
con subir algunas veces a la torre de la catedral. Sola hacerlo a la hora del coro, por la
maana o por la tarde, segn le convena. Celedonio que en alguna ocasin, aprovechando
un descuido, haba mirado por el anteojo del Provisor, saba que era de poderosa atraccin;
desde los segundos corredores, mucho ms altos que el campanario, haba l visto
perfectamente a la Regenta, una guapsima seora, pasearse, leyendo un libro, por su
huerta que se llamaba el Parque de los Ozores; s, seor, la haba visto como si pudiera
tocarla con la mano, y eso que su palacio estaba en la rinconada de la Plaza Nueva, bastante
lejos de la torre, pues tena en medio de la plazuela de la catedral, la calle de la Ra y la de

San Pelayo. Qu ms? Con aquel anteojo se vea un poco del billar del casino, que estaba
junto a la iglesia de Santa Mara; y l, Celedonio, haba visto pasar a
l s bolas de marfil
rodando por la mesa. Y sin el anteojo qui! en cuanto se vea el balcn como un ventanillo
de una grillera. Mientras el aclito hablaba as, en voz baja, a Bismarck que se haba
atrevido a acercarse, seguro de que no haba peligro, el Magistral, olvidado de los
campaneros, paseaba lentamente sus miradas por la ciudad escudriando sus rincones,
levantando con la imaginacin los techos, aplicando su espritu a aquella inspeccin
minuciosa, como el naturalista estudia con poderoso microscopio las pequeeces de los
cuerpos. No miraba a los campos, no contemplaba la lontananza de montes y nubes; sus
miradas no salan de la ciudad.
Vetusta era su pasin y su presa. Mientras los dems le tenan por sabio telogo,
filsofo y jurisconsulto, l estimaba sobre todas su ciencia de Vetusta. La conoca palmo a
palmo, por dentro y por fuera, por el alma y por el cuerpo, haba escudriado los rincones
de las conciencias y los rincones de las casas. Lo que senta en presencia de la heroica
ciudad era gula; haca su anatoma, no como el fisilogo que slo quiere estudiar, sino como
el gastrnomo que busca los bocados apetitosos; no aplicaba el escalpelo sino el trinchante.
Y bastante resignacin era contentarse, por ahora, con Vetusta. De Pas haba soado
con ms altos destinos, y an no renunciaba a ellos. Como recuerdos de un poema heroico
ledo en la juventud con entusiasmo, guardaba en la memoria brillantes cuadros que la
ambicin haba pintado en su fantasa; en ellos se contemplaba oficiando de pontifical en
Toledo y asistiendo en Roma a un cnclave de cardenales. Ni la tiara le pareciera demasiado
ancha; todo estaba en el camino; lo importante era seguir andando. Pero estos sueos
segn pasaba el tiempo se iban haciendo ms y ms vaporosos, como si se alejaran. As
son las perspectivas de la esperanza, pensaba el Magistral; cuanto ms nos acercamos al
trmino de nuestra ambicin, ms distante parece el objeto deseado, porque no est en lo
porvenir, sino en lo pasado; lo que vemos delante es un espejo que refleja el cuadro
soador que se queda atrs, en el lejano da del sueo... No renunciaba a subir, a llegar
cuanto ms arriba pudiese, pero cada da pensaba menos en estas vaguedades de la
ambicin a largo plazo, propias de la juventud. Haba llegado a los treinta y cinco aos y la
codicia del poder era ms fuerte y menos idealista; se contentaba con menos pero lo quera
con ms fuerza, lo necesitaba ms cerca; era el hambre que no espera, la sed en el desierto
que abrasa y se satisface en el charco impuro sin aguardar a descubrir la fuente que est
lejos en lugar desconocido.
Sin confesrselo, senta a veces desmayos de la voluntad y de la fe en s mismo que
le daban escalofros; pensaba en tales momentos que acaso l no sera jams nada de
aquello a que haba aspirado, que tal vez el lmite de su carrera sera el estado actual o un
mal obispado en la vejez, todo un sarcasmo. Cuando estas ideas le sobrecogan, para
vencerlas y olvidarlas se entregaba con furor al goce de lo presente, del podero que tena
en la mano; devoraba su presa, la Vetusta levtica, como el len enjaulado los pedazos
ruines de carne que el domador le arroja.
Concentrada su ambicin entonces en punto concreto y tangible, era mucho ms
intensa; la energa de su voluntad no encontraba obstculo capaz de resistir en toda la
dicesis. l era el amo del amo. Tena al Obispo en una garra, prisionero voluntario que ni se
daba cuenta de sus prisiones. En tales das el Provisor era un huracn eclesistico, un
castigo bblico, un azote de Dios sancionado por su ilustrsima.
Estas crisis del nimo solan provocarlas noticias del personal: el nombramiento de un
Obispo joven, por ejemplo. Echaba sus cuentas: l estaba muy atrasado, no podra llegar a
ciertas grandezas de la jerarqua. Esto pensaba, en tanto que el beneficiado don Custodio le
aborreca principalmente porque era Magistral desde los treinta.

Don Fermn contemplaba la ciudad. Era una presa que le disputaban, pero que
acabara de devorar l solo. Qu! Tambin aquel mezquino imperio haban de arrancarle?
No, era suyo. Lo haba ganado en buena lid. Para qu eran necios? Tambin al Magistral se
le suba la altura a la cabeza; tambin l vea a los vetustenses como escarabajos; sus
viviendas viejas y negruzcas, aplastadas, las crean los vanidosos ciudadanos palacios y eran
madrigueras, cuevas, montones de tierra, labor de topo... Qu haban hecho los dueos de
aquellos palacios viejos y arruinados de la Encimada que l tena all a sus pies? Qu haban
hecho? Heredar. Y l? Qu haba hecho l? Conquistar. Cuando era su ambicin de joven
la que chisporroteaba en su alma, don Fermn encontraba estrecho el recinto de Vetusta; l
que haba predicado en Roma, que haba olfateado y gustado el incienso de la alabanza en
muy altas regiones por breve tiempo, se crea postergado en la catedral vetustense. Pero
otras veces, las ms, era el recuerdo de sus sueos de nio, precoz para ambicionar, el que
le asaltaba, y entonces vea en aquella ciudad que se humillaba a sus plantas en derredor el
colmo de sus deseos ms locos. Era una especie de placer material, pensaba De Pas, el que
senta comparando sus ilusiones de la infancia con la realidad presente. Si de joven haba
soado cosas mucho ms altas, su dominio presente pareca la tierra promet ida a las
cavilaciones de la niez, llena de tardes solitarias y melanclicas en las praderas de los
puertos. El Magistral empezaba a despreciar un poco los aos de su prxima juventud, le
parecan a veces algo ridculos sus ensueos y la conciencia no se complaca en repasar
todos los actos de aquella poca de pasiones reconcentradas, poco y mal satisfechas.
Prefera las ms veces recrear el espritu contemplando lo pasado en lo ms remoto del
recuerdo; su niez le enterneca, su juventud le disgustaba como el recuerdo de una mujer
que fue muy querida, que nos hizo cometer mil locuras y que hoy nos parece digna de olvido
y desprecio. Aquello que l llamaba placer material y tena mucho de pueril, era el consuelo
de su alma en los frecuentes decaimientos del nimo.
El Magistral haba sido pastor en los puertos de Tarsa y era l, el mismo que ahora
mandaba a su manera en Vetusta! En este salto de la imaginacin estaba la esencia de
aquel placer intenso, infantil y material que gozaba De Pas como un pecado de lascivia.
Cuntas veces en el plpito, ceido al robusto y airoso cuerpo el roquete, cndido y
rizado, bajo la seoril muceta, viendo all abajo, en el rostro de todos los fieles la
admiracin y el encanto, haba tenido que suspender el vuelo de su elocuencia, porque le
ahogaba el placer, y le cortaba la voz en la garganta! Mientras el auditorio aguardaba en
silencio, respirando apenas, a que la emocin religiosa permitiera al orador continuar, l oa
como en xtasis de autolatra el chisporroteo de los cirios y de las lmparas; aspiraba con
voluptuosidad extraa el ambiente embalsamado por el incienso de la capilla mayor y por las
emanaciones calientes y aromticas que suban de las damas que le rodeaban; senta como
murmullo de la brisa en las hojas de un bosque el contenido crujir de la seda, el aleteo de
los abanicos; y en aquel silencio de la atencin que esperaba, delirante, crea comprender y
gustaba una adoracin muda que suba a l; y estaba seguro de que en tal momento
pensaban los fieles en el orador esbelto, elegante, de voz melodiosa, de correctos ademanes
a quien oan y vean, no en el Dios de que les hablaba. Entonces s que, sin poder l
desechar aquellos recuerdos se le presentaba su infancia en los puertos; aquellas tardes de
su vida de pastor melanclico y meditabundo. Horas y horas, hasta el crepsculo, pasaba
soando despierto, en una cumbre, oyendo las esquilas del ganado esparcido por el cueto y
qu soaba? que all, all abajo, en el ancho mundo, muy lejos, haba una ciudad inmensa,
como cien veces el lugar de Tarsa, y ms; aquella ciudad se llamaba Vetusta, era mucho
mayor que San Gil de la Llana, la cabeza del partido, que l tampoco haba visto. En la gran
ciudad colocaba l maravillas que halagaban el sentido y llenaban la soledad de su espritu
inquieto. Desde aquella infancia ignorante y visionaria al momento en que se contemplaba el
predicador no haba intervalo; se vea nio y se vea Magistral: lo presente era la realidad
del sueo de la niez y de esto gozaba.

Emociones semejantes ocupaban su alma mientras el catalejo, reflejando con vivos


resplandores los rayos del sol, se mova lentamente pasando la visual de tejado en tejado,
de ventana en ventana, de jardn en jardn.
Alrededor de la catedral se extenda, en estrecha zona, el primitivo recinto de
Vetusta. Comprenda lo que se llamaba el barrio de la Encimada y dominaba todo el pueblo
que se haba ido estirando por Noroeste y por Sudeste. Desde la torre se vea, en algunos
patios y jardines de casas viejas y ruinosas, restos de la antigua muralla, convertidos en
terrados o paredes medianeras, entre huertos y corrales. La Encimada era el barrio noble y
el barrio pobre de Vetusta. Los ms linajudos y los ms andrajosos vivan all, cerca unos de
otros, aqullos a sus anchas, los otros apiados. El buen vetustente era de la Encimada.
Algunos fatuos estimaban en mucho la propiedad de una casa, por miserable que fuera, en
la parte alta de la ciudad, a la sombra de la catedral, o de Santa Mara la Mayor o de San
Pedro, las dos antiqusimas iglesias vecinas de la Baslica y parroquias que se dividan el
noble territorio de la Encimada. El Magistral vea a sus pies el barrio linajudo compuesto de
caserones con nfulas de palacios; conventos grandes como pueblos; y tugurios, donde se
amontonaba la plebe vetustense, demasiado pobre para poder habitar las barriadas nuevas
all abajo, en el Campo del Sol, al Sudeste, donde la Fbrica Vieja levantaba sus augustas
chimeneas, en rededor de las cuales un pueblo de obreros haba surgido. Casi todas las
calles de la Encimada eran estrechas, tortuosas, hmedas, sin sol; creca en algunas la
yerba; la limpieza de aquellas en que predominaba el vecindario noble o de tales
pretensiones por lo menos, era triste, casi miserable, como la limpieza de las cocinas pobres
de los hospicios; pareca que la escoba municipal y la escoba de la nobleza pulcra haban
dejado en aquellas plazuelas y callejas las huellas que el cepillo deja en el pao rado. Haba
por all muy pocas tiendas y no muy lucidas. Desde la torre se vea la historia de las clases
privilegiadas contada por piedras y adobes en el recinto viejo de Vetusta. La iglesia ante
todo: los conventos ocupaban cerca de la mitad del terreno; Santo Domingo solo tomaba
una quinta parte del rea total de la Encimada: segua en tamao las Recoletas, donde se
haban reunido en tiempo de la Revolucin de Septiembre dos comunidades de monjas, que
juntas eran diez y ocupaban con su convento y huerto la sexta parte del barrio. Verdad era
que San Vicente estaba convertido en cuartel y dentro de sus muros retumbaba la indiscreta
voz de la corneta, profanacin constante del sagrado silencio secular; del convento
ampuloso y plateresco de las Clarisas haba hecho el Estado un edificio para toda clase de
oficinas, y en cuanto a San Benito era lbrega prisin de mal seguros delincuentes. Todo
esto era triste; pero el Magistral que vea, con amargura en los labios, estos despojos de
que le daba elocuente representacin el catalejo, poda abrir el pecho al consuelo y a la
esperanza contemplando, fuera del barrio noble, al Oeste y al Norte, grficas seales de la
fe rediviva, en los alrededores de Vetusta, donde construa la piedad nuevas moradas para
la vida conventual, ms lujosas, ms elegantes que las antiguas, si no tan slidas ni tan
grandes. La Revolucin haba derribado, haba robado; pero la Restauracin, que no poda
restituir, alentaba el espritu que reedificaba y ya las Hermanitas de los Pobres tenan
coronado el edificio de su propiedad, tacita de plata, que brillaba cerca del Espoln, al Oeste,
no lejos de los palacios y chalets de la Colonia, o sea el barrio nuevo de americanos y
comerciantes del reino. Hacia el Norte, entre prados de terciopelo tupido, de un verde
obscuro, fuerte, se levantaba la blanca fbrica que con sumas fabulosas construan las
Salesas, por ahora arrinconadas dentro de Vetusta, cerca de los vertederos de la Encimada,
casi sepultadas en las cloacas, en una casa vieja, que tena por iglesia un oratorio mezquino.
All, como en nichos, habitaban las herederas de muchas familias ricas y nobles; haban
dejado, en obsequio al Crucificado, el regalo de su palacio ancho y cmodo de all arriba por
la estrechez insana de aquella pocilga, mientras sus padres, hermanos y otros parientes
regalaban el pere zoso cuerpo en las anchuras de los caserones tristes, pero espaciosos de la
Encimada. No slo era la iglesia quien poda desperezarse y estirar las piernas en el recinto
de Vetusta la de arriba, tambin los herederos de pergaminos y casas solariegas, haban
tomado para s anchas cuadras y jardines y huertas que podan pasar por bosques, con

relacin al rea del pueblo, y que en efecto se llamaban, algo hiperblicamente, parques,
cuando eran tan extensos como el de los Ozores y el de los Vegallana. Y mientras no slo a
los conventos, y a los palacios, sino tambin a los rboles se les dejaba campo abierto para
alargarse y ensancharse como queran, los mseros plebeyos que a fuerza de pobres no
haban podido huir los codazos del egosmo noble o regular, vivan hacinados en casas de
tierra que el municipio obligaba a tapar con una capa de cal; y era de ver cmo aquellas
casuchas, apiadas, se enchufaban, y saltaban unas sobre otras, y se metan los tejados por
los ojos, o sean las ventanas. Parecan un rebao de retozonas reses que apretadas en un
camino, brincan y se encaraman en los lomos de quien encuentran delante.
A pesar de esta injusticia distributiva que don Fermn tena debajo de sus ojos, sin
que le irritara, el buen cannigo amaba el barrio de la catedral, aquel hijo predilecto de la
Baslica, sobre todos. La Encimada era su imperio natural, la metrpoli del poder espiritual
que ejerca. El humo y los silbidos de la fbrica le hacan dirigir miradas recelosas al Campo
del Sol; all vivan los rebeldes; los trabajadores sucios, negros por el carbn y el hierro
amasados con sudor; los que escuchaban con la boca abierta a los energmenos que les
predicaban igualdad, federacin, reparto, mil absurdos, y a l no queran orle cuando les
hablaba de premios celestiales, de reparaciones de ultratumba. No era que all no tuviera
ninguna influencia, pero la tena en los menos. Cierto que cuando all la creencia pura, la fe
catlica arraigaba, era con robustas races, como con cadenas de hierro. Pero si mora un
obrero bueno, creyente, nacan dos, tres, que ya jams oiran hablar de resignacin, de
lealtad, de fe y obediencia. El Magistral no se haca ilusiones. El Campo del Sol se les iba.
Las mujeres defendan all las ltimas trincheras. Poco tiempo antes del da en que De Pas
meditaba as, varias ciudadanas del barrio de obreros haban querido matar a pedradas a un
forastero que se titulaba pastor protestante; pero estos excesos, estos paroxismos de la fe
moribunda ms entristecan que animaban al Magistral. No, aquel humo no era de
incienso, suba a lo alto, pero no iba al cielo; aquellos silbidos de las mquinas le parecan
burlescos, silbidos de stira, silbidos de ltigo. Hasta aquellas chimeneas delgadas, largas,
como monumentos de una idolatra, parecan parodias de las agujas de las iglesias...
El Magistral volva el catalejo al Noroeste, all estaba la Colonia, la Vetusta novsima,
tirada a cordel, deslumbrante de colores vivos con reflejos acerados; pareca un pjaro de
los bosques de Amrica, o una india brava adornada con plumas y cintas de tonos
discordantes. Igualdad geomtrica, desigualdad, anarqua cromticas. En los tejados todos
los colores del Iris como en los muros de Ecbtana; galeras de cristales robando a los
edificios por todas partes la esbeltez que poda suponrseles; alardes de piedra inoportunos,
solidez afectada, lujo vocinglero. La ciudad del sueo de un indiano que va mezclada con la
ciudad de un usurero o de un mercader de paos o de harinas que se quedan y edifican
despiertos. Una pulmona posible por una pared maestra ahorrada; una incomodidad segura
por una fastuosidad ridcula. Pero no importa, el Magistral no atiende a nada de eso; no ve
all ms que riqueza; un Per en miniatura, del cual pretende ser el Pizarro espiritual. Y ya
empieza a serlo. Los indianos de la Colonia que en Amrica oyeron muy pocas misas, en
Vetusta vuelven, como a una patria, a la piedad de sus mayores: la religin con las formas
aprendidas en la infancia es para ellos una de las dulces promesas de aquella Espaa que
vean en sueos al otro lado del mar. Adems los indianos no quieren nada que no sea de
buen tono, que huela a plebeyo, ni siquiera pueda recordar los orgenes humildes de la
estirpe; en Vetusta los descredos no son ms que cuatro pillos, que no tienen sobre qu
caerse muertos; todas las personas pudientes creen y practican, como se dice ahora. Pez,
don Frutos Redondo, los Jacas, Antolnez, los Argumosa y otros y otros ilustres Amrico
Vespucios del barrio de la Colonia siguen escrupulosamente en lo que se les alcanza las
costumbres distinguidas de los Corujedos, Vegallanas, Membibres, Ozores, Carraspiques y
dems familias nobles de la Encimada, que se precian de muy buenos y muy rancios
cristianos. Y si no lo hicieran por propio impulso los Pez, los Redondo, etc., etc., sus
respectivas esposas, hijas y dems familia del sexo dbil obligaranles a imitar en religin,

como en todo, las maneras, ideas y palabras de la envidiada aristocracia. Por todo lo cual el
Provisor mira al barrio del Noroest e con ms codicia que antipata; si all hay muchos
espritus que l no ha sondeado todava, si hay mucha tierra que descubrir en aquella
Amrica abreviada, las exploraciones hechas, las factoras establecidas han dado muy buen
resultado, y no desconfa don Fermn de llevar la luz de la fe ms acendrada, y con ella su
natural influencia, a todos los rincones de las bien alineadas casas de la Colonia, a quien el
municipio midi los tejados por un rasero.
Pero, entretanto, De Pas volva amorosamente la visual del catalejo a su Encimada
querida, la noble, la vieja, la amontonada a la sombra de la soberbia torre. Una a Oriente
otra a Occidente, all debajo tena, como dando guardia de honor a la catedral, las dos
iglesias antiqusimas que la vieron tal vez nacer, o por lo menos pasar a grandezas y
esplendores que ellas jams alcanzaron. Se llamaban, como va dicho, Santa Mara y San
Pedro; su historia anda escrita en los cronicones de la Reconquista, y gloriosamente se
pudren poco a poco vctimas de la humedad y hechas polvo por los siglos. En rededor de
Santa Mara y de San Pedro hay esparcidas, por callejones y plazuelas, casas solariegas,
cuya mayor gloria sera poder proclamarse contemporneas de los ruinosos templos. Pero
no pueden, porque delata la relativa juventud de estos caserones su arquitectura que revela
el mal gusto decadente, pesado o recargado, de muy posteriores siglos. La piedra de todos
estos edificios est ennegrecida por los rigores de la intemperie que en Vetusta la hmeda
no dejan nada claro mucho tiempo, ni consienten blancura duradera.
Don Saturnino Bermdez, que juraba tener documentos que probaban al inteligente
en herldica venirse el Bermdez del rey Bermudo en persona, era el ms perito en la
materia de contar la historia de cada uno de aquellos caserones, que l consideraba otras
tantas glorias nacionales. Cada vez que algn Ayuntamiento radical emprenda o proyectaba
siquiera el derribo de algunas ruinas o la expropiacin de algn solar por utilidad pblica,
don Saturnino pona el grito en el cielo y publicaba en El Lbaro, el rgano de los
ultramontanos de Vetusta, largos artculos que nadie lea, y que el alcalde no hubiera
entendido, de haberlos ledo; en ellos pona por las nubes el mrito arqueolgico de cada
tabique, y si se trataba de una pared maestra demostraba que era todo un monumento. No
cabe duda que el seor don Saturnino, siquiera fuese por bien del arte, menta no poco, y
abusaba de lo romnico y de lo mudjar. Para l todo era mudjar o si no romnico, y ms
de una vez hizo remontarse a los tiempos de Fruela los fundamentos de una pared fabricada
por algn modesto cantero, vivo todava. Estos lapsus del erudito no lastimaban su
reputacin, porque los pocos que podan descubrirlos los consideraban piadosas
exageraciones, anacronismos benemritos, y los dems vetustenses no lean nada de
aquello. Mas no por esto dejaba el sabio de sacar a relucir la retrica, en que crea,
ostentando atrevidas imgenes, figuras de gran energa, entre las que descollaban las ms
temerarias personificaciones y las epanadiplosis ms cadenciosas: hablaban las murallas
como libros y solan decir: tiemblan mis cimientos y mis almenas tiemblan; y tal puerta
cochera hubo que hizo llorar con sus discursos patticos; por lo cual sola terminar el artculo
del arquelogo diciendo: En fin, seores de la comisin de obras, sunt lacrimae rerum!
Ms de media hora emple el Magistral en su observatorio aquella tarde. Cansado de
mirar o no pudiendo ver lo que buscaba all, hacia la Plaza Nueva, a donde constantemente
volva el catalejo, separose de la ventana, redujo a su mnimo tamao el instrumento ptico,
guardolo cuidadosamente en el bolsillo y saludando con la mano y la cabeza a los
campaneros, descendi con el paso majestuoso de antes, por el caracol de piedra. En cuanto
abri la puerta de la torre y se encontr en la nave Norte de la iglesia, recobr la sonrisa
inmvil, habitual expresin de su rostro, cruz las manos sobre el vientre, inclin hacia
delante un poco con cierta languidez entre mstica y romntica la bien modelada cabeza, y
ms que anduvo se desliz sobre el mrmol del pavimento que figuraba juego de damas,
blanco y negro. Por las altas ventanas y por los rosetones del arco toral y de los laterales
entraban haces de luz de muchos colores que remedaban pedazos del iris dentro de las

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naves. El manteo que el cannigo mova con un ritmo de pasos y suave contoneo iba
tomando en sus anchos pliegues, al flotar casi al ras del pavimento, tornasoles de plumas de
faisn, y otras veces pareca cola de pavo real; algunas franjas de luz trepaban hasta el
rostro del Magistral y ora lo tean con un verde plido blanquecino, como de planta
sombra, ora le daban viscosa apariencia de planta submarina, ora la palidez de un cadver.
En la gran nave centra l del trascoro haba muy pocos fieles, esparcidos a mucha
distancia; en las capillas laterales, abiertas en los gruesos muros, sumidas en las sombras,
se vea apenas grupos de mujeres arrodilladas o sentadas sobre los pies, rodeando los
confesonarios. Aqu y all se oa el leve rumor de la pltica secreta de un sacerdote y una
devota en el tribunal de la penitencia. En la segunda capilla del Norte, la ms obscura, don
Fermn distingui dos seoras que hablaban en voz baja. Sigui adelante. Ellas quisieron ri
tras l, llamarle, pero no se atrevieron. Le esperaban, le buscaban, y se quedaron sin l.
Va al coro dijo una de las damas. Y se sentaron sobre la tarima que rodeaba el
confesonario, sumido en tinieblas. Era la capilla del Magistral. En el altar haba dos
candeleros de bronce, sin velas, sujetos con cadenillas de hierro. Delante del retablo estaba
un Jess Nazareno de talla; los ojos de cristal, tristes, brillaban en la obscuridad; los reflejos
del vidrio parecan una humedad fra. Era el rostro el de un anmico; la expresin
amanerada del gesto anunciaba una idea fija petrificada en aquellos labios finos y en
aquellos pmulos afilados, como gastados por el roce de besos devotos.
Sin detenerse pas el Magistral junto a la puerta de escape del coro; lleg al crucero;
la valla que corre del coro a la capilla mayor estaba cerrada. Don Fermn, que iba a la
sacrista, dio el rodeo de la nave del trasaltar flanqueada por otra cruja de capillas. Frente a
cada una de stas, empotrados en la pared del bside haba haces de columnas entre los
que se ocultaban sendos confesonarios, invisibles hasta el momento de colocarse enfrente
de ellos. All comnmente ataban y desataban culpas los beneficiados. De uno de estos
escondites sali, al pasar el Provisor, como una perdiz levantada por los perros, el seor don
Custodio el beneficiado, plido el rostro, menos las mejillas encendidas con un tinte crdeno.
Sudaba como una pared hmeda. El Magistral mir al beneficiado sin sonrer, pinchndole
con aquellas agujas que tena entre la blanda crasitud de los ojos. Humill los suyos don
Custodio y pas cabizbajo, confuso, aturdido en direccin al coro. Era gruesecillo, adamado,
tena aires de comisionista francs vestido con traje talar muy pulcro y elegante. El cuerpo
bien torneado se lo cea, debajo del manteo ampuloso, un roquete que pareca prenda
mujeril, sobre la cual ostentaba la muceta ligera, de seda, propia de su beneficio. Este don
Custodio era un enemigo domstico, un beneficiado de la oposicin. Crea, o por lo menos
propalaba todas las injurias con que se quera derribar al Provisor, y le envidiaba por lo que
pudiera haber de cierto en el fondo de tantas calumnias. De Pas le despreciaba; la envidia
de aquel pobre clrigo le serva para ver, como en un espejo, los propios mritos. El
beneficiado admiraba al Magistral, crea en su porvenir, se le figuraba obispo, cardenal,
favorito en la corte, influyente en los ministerios, en los salones, mimado por damas y
magnates. La envidia del beneficiado soaba para don Fermn ms grandezas que el mismo
Magistral vea en sus esperanzas. La mirada de ste fue en seguida, rpida y rastrera, al
confesonario de que sala el envidioso. Arrodillada junto a una de las celosas vio una joven
plida con hbito del Carmen.
No era una seorita; deba de ser una doncella de servicio, una costurera, o cosa as,
pens el Magistral. Tena los ojos cargados de una curiosidad maliciosa ms irritada que
satisfecha; se santigu, como si quisiera comerse la seal de la cruz, y se recogi, sentada
sobre los pies, a saborear los pormenores de la confesin, sin moverse del sitio, pegada al
confesonario lleno todava del calor y el olor de don Custodio.
El Magistral sigui adelante, dio vuelta al bside y entr en la sacrista. Era una
capilla en forma de cruz latina, grande, fra, con cuatro bvedas altas. A lo largo de todas las
paredes estaba la cajonera, de castao, donde se guardaba ropas y objetos del culto.

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Encima de los cajones pendan cuadros de pintores adocenados, antiguos los ms, y algunas
copias no malas de artistas buenos. Entre cuadro y cuadro ostentaban su dorado viejo
algunas cornucopias cuya luna reflejaba apenas los objetos, por culpa del polvo y las
moscas. En medio de la sacrista ocupaba largo espacio una mesa de mrmol negro, del
pas. Dos monaguillos, con ropn encarnado, guardaban casullas y capas pluviales en los
armarios. El Palomo, con una sotana sucia y escotada, cubierta la cabeza con enorme peluca
echada hacia el cogote, acababa de barrer en un rincn las inmundicias de cierto gato que,
no se saba cmo, entraba en la catedral y lo profanaba todo. El perrero estaba furioso. Los
monaguillos se hacan los distrados, pero l, sin mirarles, les aluda y amenazaba con
terribles castigos hipotticos, repugnantes para el estmago principalmente. El Magistral
sigui adelante fingiendo no parar mientes en estos pormenores groseros, tan extraos a la
santidad del culto. Se acerc a un grupo que en el otro extremo de la sacrista cuchicheaba
con la voz apagada de la conversacin profana que quiere respetar el lugar sagrado. Eran
dos seoras y dos caballeros. Los cuatro tenan la cabeza echada hacia atrs. Contemplaban
un cuadro. La luz entraba por ventanas estrechas abiertas en la bveda y a las pinturas
llegaba muy torcida y menguada. El cuadro que miraban estaba casi en la sombra y pareca
una gran mancha de negro mate. De otro color no se vea ms que el frontal de una
calavera y el tarso de un pie desnudo y descarnado. Sin embargo, cinco minutos llevaba don
Saturnino Bermdez empleados en explicar el mrito de la pintura a aquellas seoras y al
caballero que llenos de fe y con la boca abierta escuchaban al arquelogo. El Magistral
encontraba casi todos los das a don Saturnino en semejante ocupacin. En cuanto llegaba
un forastero de alguna importancia a Vetusta, se buscaba por un lado o por otro una
recomendacin para que Bermdez fuese tan amable que le acompaara a ver las
antigedades de la catedral y otras de la Encimada. Don Saturnino estaba muy ocupado
todo el da, pero de tres a cuatro y media siempre le tenan a su disposicin cuantas
personas decentes, como l deca, quisieran poner a prueba sus conocimientos
arqueolgicos y su inveterada amabilidad. Porque adems del primer anticuario de la
provincia, crea ser y esto era verdad el hombre ms fino y corts de Espaa. No era
clrigo, sino anfibio. En su traje pulcro y negro de los pies a la cabeza se vea algo que
Frgilis, personaje darwinista que encontraremos ms adelante, llamaba la adaptacin a la
sotana, la influencia del medio, etc.; es decir, que si don Saturnino fuera tan atrevido que se
decidiera a engendrar un Bermdez, ste saldra ya dicono por lo menos, segn Frgilis. Era
el arquelogo bajo, traa el pelo rapado como cepillo de cerdas negras; procuraba dejar
grandes entradas en la frente y se conoca que una calvicie precoz le hubiera lisonjeado no
poco. No era viejo: La edad de Nuestro Seor Jesucristo, deca l, creyendo haber
aventurado un chiste respetuoso, pero algo mundano. Como lo de parecer cura no estaba en
su intencin, sino en las leyes naturales, don Saturno as le llamaban despus de haber
perdido ciertas ilusiones en una aventura seria en que le tomaron por clrigo, se dejaba la
barba, de un negro de tinta china, pero la recortaba como el boj de su huerto. Tena la boca
muy grande, y al sonrer con propsito de agradar, los labios iban de oreja a oreja. No se
sabe por qu entonces era cuando mejor se conoca que Bermdez no se quejaba de vicio al
quejarse del pcaro estmago, de digestiones difciles y sobre todo de perpetuos
restriimientos. Era una sonrisa llena de arrugas, que equivala a una mueca provocada por
un dolor intestinal, aquella con que Bermdez quera pasar por el hombre ms espiritual de
Vetusta, y el ms capaz de comprender una pasin profunda y alambicada. Pues debe
advertirse que sus lecturas serias de cronicones y otros libros viejos alternaban en su
ambicioso espritu con las novelas ms finas y psicolgicas que se escriban por entonces en
Pars. Lo de parecer clrigo no era sino muy a su pesar. l se encargaba unas levitas de
tricot como las de un lechuguino, pero el sastre vea con asombro que vestir la prenda don
Saturno y quedar convertida en sotana era todo uno. Siempre pareca que iba de luto,
aunque no fuera. Sin embargo, pocas veces quitaba la gasa del sombrero porque se tena
por pariente de toda la nobleza vetustense, y en cuanto mora un aristcrata estaba de
psame. All, en el fondo de su alma, se crea nacido para el amor, y su pasin por la

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arqueologa era un sentimiento de la clase de sucedneos. Al ver en las novelas ms


acreditadas de Francia y de Espaa que los personajes de mejor sociedad sentan sobre poco
ms o menos las mismas comezones de que l era vctima, ya no vacil en pensar que lo
que le haba faltado haba sido un escenario. Las muchachas de Vetusta eran incapaces de
comprenderle, as como l se confesaba a solas que no se atrevera jams a acercarse a una
joven para decirle cosa mayor en materia de amores.
Tal vez las casadas, algunas por lo menos, podran entenderle mejor. La primera vez
que pens esto tuvo remordimientos para una semana; pero volvi la idea a presentarse
tentadora, y como en las novelas que saboreaba suceda casi siempre que eran casadas las
heronas, pecadoras s, pero al fin redimidas por el amor y la mucha fe, vino en averiguar y
dar por evidente que se poda querer a una casada y hasta decrselo, si el amor se contena
en los lmites del ms acendrado idealismo. En efecto, don Saturno se enamor de una
seora casada; pero le sucedi con ella lo mismo que con las solteras; no se atrevi a
decrselo. Con los ojos s se lo daba a entender, y hasta con ciertas parbolas y alegoras
que tomaba de la Biblia y otros libros orientales; pero la seora de sus amores no haca caso
de los ojos de don Saturno ni entenda las alegoras ni las parbolas; no haca ms que decir
a espaldas de Bermdez:
No s cmo ese don Saturno puede saber tanto: parece un mentecato.
Esta seora que llamaban en Vetusta la Regenta, porque su marido, ahora jubilado,
haba sido regente de la Audiencia, nunca supo la ardiente pasin del arquelogo. Este joven
sentimental y amante del saber se cans de devorar en silencio aquel amor nico y procur
ser veleidoso, aturdirse, y esto ltimo poco trabajo le costaba, porque nunca se vio hombre
ms aturdido que l en cuanto una mujer quera marearle con una o dos miradas. Cuatro
aos haca que no perda baile, ni reunin de confianza, ni teatro, ni paseo, y todava las
damas, cada vez que le vean bailando un rigodn (no se atreva con el wals ni con la polka)
repetan:
Pero este Bermdez est desconocido!
Todos, todos empeados en que era un cartujo! Esto le desesperaba. Cierto que
jams haba probado las dulzuras groseras y materiales del amor carnal; pero eso le
constaba al pblico? Cierto que primero faltaba el sol que don Saturnino a misa de ocho;
pero esta devocin, as como el comulgar dos veces al mes, en nada empeca (su estilo) a
los ttulos de hombre de mundo que l reclamaba. Y si las gentes supieran! Quin era un
embozado que de noche, a la hora de las criadas, como dicen en Vetusta, sala muy
recatadamente por la calle del Rosario, torca entre las sombras por la de Quintana y de una
en otra llegaba a los porches de la plaza del Pan y dejaba la Encimada aventurndose por la
Colonia, solitaria a tales horas? Pues era don Saturnino Bermdez, doctor en teologa, en
ambos derechos, civil y cannico, licenciado en filosofa y letras y bachiller en ciencias: el
autor ni ms ni menos, de Vetusta Romana, Vetusta Goda, Vetusta Feudal, Vetusta Cristiana
y Vetusta Transformada, a tomo por Vetusta. Era l, que sala disfrazado de capa y
sombrero flexible. No haba miedo que en tal guisa le reconociera nadie. Y a dnde iba? A
luchar con la tentacin al aire libre; a cansar la carne con paseos interminables; y un poco
tambin a olfatear el vicio, el crimen pensaba l, crimen en que tena seguridad de no caer,
no tanto por esfuerzos de la virtud como por invencible pujanza del miedo que no le dejaba
nunca dar el ltimo y decisivo paso en la carrera del abismo. Al borde llegaba todas las
noches, y sola ser una puerta desvencijada, sucia y negra en las sombras de algn callejn
inmundo. Alguna vez desde el fondo del susodicho abismo le llamaba la tentacin; entonces
retroceda el sabio ms pronto, ganaba el terreno perdido, volva a las calles anchas y
respiraba con delicia el aire puro; puro como su cuerpo; y para llegar antes a las regiones
del ideal que eran su propio ambiente, cantaba la Casta diva o el Spirto gentil o el Santo
Fuerte, y pensaba en sus amores de nio o en alguna herona de sus novelas.

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Ah, cunta felicidad haba en estas victorias de la virtud! Qu clara y evidente se le


presentaba entonces la idea de una Providencia! Algo as deba de ser el xtasis de los
msticos! Y don Saturno apretando el paso volva a su casa ebrio de idealismo, mojando los
embozos de la capa con las lgrimas que le haca llorar aquel bao de idealidad, como l
deca para sus adentros. Su enternecimiento era eminentemente piadoso, sobre todo en las
noches de luna.
Encerrado en su casa, en su despacho, despus de cenar, o bien escriba versos a la
luz del petrleo o manejaba sus librotes; y por fin se acostaba, satisfecho de s mismo,
contento con la vida, feliz en este mundo calumniado donde, dgase lo que se quiera, an
hay hombres buenos, nimos fuertes. Esta voluptuosidad ideal del bien obrar, mezclndose
a la sensacin agradable del calorcillo del suave y blando lecho, converta poco a poco a don
Saturno en otro hombre; y entonces era el imaginar aventuras romnticas, de amores en
Pars, que era el pas de sus ensueos, en cuanto hombre de mundo. Sola volver a sus
novelas de la hora de dormirse la imagen de la Regenta, y entablaba con ella, o con otras
damas no menos guapas, dilogos muy sabrosos en que pona el ingenio femenil en lucha
con el serio y varonil ingenio suyo; y entre estos dimes y diretes en que todo era
espiritualismo y, a lo sumo, vagas promesas de futuros favores, le iba entrando el sueo al
arquelogo, y la lgica se haca disparatada, y hasta el sentido moral se perverta y se
desplomaba la fortaleza de aquel miedo que poco antes salvara al doctor en teologa.
A la maana siguiente don Saturno despertaba mal humorado, con dolor de
estmago, llena el alma de pesimismo desesperado y de flato el cuerpo. Memento homo!
deca el infeliz, y se arrojaba del lecho con tedio, procurando una reaccin en el espritu
mediante agudos y terribles remordimientos y propsitos de buen obrar, que facilitaba con
chorros de agua en la nuca y lavndose con grandes esponjas. Tal vez era la limpieza, esa
gran virtud que tanto recomienda Mahoma, la nica que positivamente tena el ilustre autor
de Vetusta Transformada. Despus de bien lavado iba a misa sin falta, a buscar el hombre
nuevo que pide el Evangelio. Poco a poco el hombre nuevo vena; y por vanidad o por fe
crea en su regeneracin todas las maanas aquel devoto del Corazn de Jess. Por eso el
espritu no envejeca: era el estmago, el pcaro estmago el que no hac a caso de la
fervorosa contricin del pobre hombre. Y que le dijeran a don Saturno que la materia no es
vil y grosera!
Aquel da haba recibido antes de comer un billete perfumado de su amiguita Obdulia
Fandio, viuda de Pomares. Qu emocin! No quiso abrir el misterioso pliego hasta despus
de tomar la sopa. Por qu no soar? Qu era aquello? O. F. decan dos letras enroscadas
como culebras en el lema del sobre. De parte de doa Obdulia, haba dicho el criado.
Aquella seora, todo Vetusta lo saba, era una mujer despreocupada, tal vez demasiado; era
una original... Entonces... acaso... por qu no?... una cita... Ellos, al fin, se entendan algo,
no tanto como algunos maliciaban, pero se entendan... Ella le miraba en la iglesia y
suspiraba. Le haba dicho una vez que saba ms que el Tostado, elogio que l supo apreciar
en todo lo que vala, por haber ledo al ilustre hijo de vila. En cierta ocasin ella haba
dejado caer el pauelo, un pauelo que ola como aquella carta, y l lo haba recogido y al
entregrselo se haban tocado los dedos y ella haba dicho: Gracias, Saturno. Saturno,
sin don.
Una noche en la tertulia de Visitacin Olas de Cuervo, Obdulia le haba tocado con
una rodilla en una pierna. l no haba retirado la pierna ni ella la rodilla; l haba tocado con
el suyo el pie de la hermosa y ella no lo haba retirado... Una cucharada de sopa se le
atragant. Bebi vino y abri la carta.
Deca as:
Saturnillo: usted que es tan bueno querr hacerme el obsequio de venir a esta su
casa a las tres de la tarde? Le espero con... Hubo que dar vuelta a la hoja.

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Impaciencia pens el sabio. Pero deca: ...Le espero con unos amigos de
Palomares que quieren visitar la catedral acompaados de una persona inteligente... etc.,
etc. Don Saturno se puso colorado como si estuviera en ridculo delante de una asamblea.
No importa se dijo esta visita a la catedral es un pretexto.
Y aadi:
Bien sabe Dios que siento la profanacin a que se me invita!
Se visti lo ms correctamente que supo, y despus de verse en el espejo como un
Lovelace que estudia arqueologa en sus ratos de ocio, se fue a casa de doa Obdulia.
Tal era el personaje que explicaba a dos seoras y a un caballero el mrito de un
cuadro todo negro, en medio del cual se vea apenas una calavera de color de aceituna y el
taln de un pie descarnado. Representaba la pintura a San Pablo primer ermitao; el pintor
era un vetustense del siglo diecisiete, slo conocido de los especialistas en antigedades de
Vetusta y su provincia. Por eso el cuadro y el pintor eran tan notables para Bermdez.
El seor de Palomares vesta un gabn de verano muy largo, de color de pasa, y
llevaba en la mano derecha un jipijapa impropio de la estacin, pero de cuatro o cinco onzas
su precio en La Habana y por esto pensaba que poda usarlo todo el otoo. Se crea el
seor Infanzn en el caso de comprender el entusiasmo artstico del sabio mejor que las
seoras, quien por su natural ignorancia tenan alguna disculpa si no se pasmaban ante un
cuadro que no se vea. Busc alguna frase oportuna y por de pronto hall esto:
Oh! mucho! evidentemente! conforme!
Despus inclin la cabeza hacia el pecho, como para meditar, pero en realidad de
verdad estilo de Bermdez para descansar, con una reaccin proporcionada, de la
postura incmoda en que el sabio le haba tenido un cuarto de hora. Por fin el del jipijapa
exclam:
Me parece, seor Bermdez, que ese famossimo cuadro del ilustre...
Cenceo.
Pues; del ilustrsimo Cenceo; lucira ms si...
Si se pudiera ver interrumpi la esposa del seor Infanzn.
ste fulmin terrible mirada de reprensin conyugal y rectific diciendo:
Lucira ms... si no estuviera un poquito ahumado... Tal vez la cera... el incienso...
No seor; qu ahumado! respondi el sabio, sonriendo de oreja a oreja. Eso
que usted cree obra del humo es la ptina; precisamente el encanto de los cuadros antiguos.
La ptina! exclam el del pueblo convencido. S, es lo ms probable. Y se jur,
en llegando a Palomares, mirar el diccionario para saber qu era ptina.
En aquel momento el Magistral se acercaba a saludar a don Saturno; reconoci a
Obdulia y se inclin sonriente; pero menos sonriente que al saludar a Bermdez. Despus
dobl la cabeza y parte del cuerpo ante los de Palomares que le fueron presentados por el
sabio.
El seor don Fermn De Pas, Magistral y provisor de la dicesis...
Oh! oh! ya! ya! exclam Infanzn, que haca mucho admiraba de lejos al seor
Magistral. La seora del lugareo manifest deseos de besar la mano del Provisor, pero la
mirada del marido la contuvo otra vez, y no hizo ms que doblar las rodillas como si fuera a
caerse. El Magistral hablaba en voz alta de modo que sus palabras resonaban en las
bvedas, y los dems con el ejemplo se arrimaron tambin a gritar. Pronto las carcajadas de

15

Obdulia Fandio, frescas, perladas, como las llamaba don Saturno, llenaron el ambiente,
profanado ya con el olor mundano de que haba infestado la sacrista desde el momento de
entrar. Era el olor del billete, el olor del pauelo, el olor de Obdulia con que el sabio soaba
algunas veces. Mezclado al de la cera y del incienso le saba a gloria al anticuario, cuyo ideal
era juntar as los olores msticos y los erticos, mediante una armona o componenda, que
crea l deba de ser en otro mundo mejor la recompensa de los que en la tierra haban
sabido resistir toda clase de tentaciones.
Obdulia, que disimulaba mal su aburrimiento mientras se hablaba de cuadros, ojivas,
arcos peraltados, dovelas y otras tonteras que no haba entendido nunca, se anim con la
presencia del Magistral, de quien era hija de confesin, por ms que l haba procurado
varias veces entregarla a don Custodio, hambriento de esta clase de presas. Aquella mujer
le crispaba los nervios a don Fermn; era un escndalo andando. No haba ms que notar
cmo iba vestida a la catedral. Estas seoras desacreditan la religin. Obdulia ostentaba
una capota de terciopelo carmes, debajo de la cual salan abundantes, como cascada de
oro, rizos y ms rizos de un rubio sucio, metlico, artificial. Ocho das antes el Magistral
haba visto aquella cabeza a travs de las celosas del confesonario completamente negra!
La falda del vestido no tena nada de particular mientras la dama no se mova; era negra, de
raso. Pero lo peor de todo era una coraza de seda escarlata que pona el grito en el cielo.
Aquella coraza estaba apretada contra algn armazn (no poda ser menos) que figuraba
formas de una mujer exageradamente dotada por la naturaleza de los atributos de su sexo.
Qu brazos! qu pecho! y todo pareca que iba a estallar! Todo esto encantaba a don
Saturno mientras irritaba al Magistral, que no quera aquellos escndalos en la iglesia.
Aquella seora entenda la devocin de un modo que podra pasar en otras partes, en un
gran centro, en Madrid, en Pars, en Roma; pero en Vetusta no. Confesaba atrocidades en
tono confidencial, como poda referrselas en su tocador a alguna amiga de su estofa. Citaba
mucho a su amigo el Patriarca y al campechano obispo de Nauplia; propona rifas catlicas,
organizaba bailes de caridad, novenas y jubileos a puerta cerrada, para las personas
decentes... mil absurdos! El Magistral le iba a la mano siempre que poda, pero no poda
siempre. Su autoridad, que era absoluta casi, no consegua sujetar aquel azogue que se le
marchaba por las junturas de los dedos. La doa Obdulita le fatigaba, le mareaba. Y ella
que quera seducirle, hacerle suyo como al obispo de Nauplia, aquel prelado tan fino que no
se separaba de ella cuando vivieron en el hotel de la Paix, en Madrid, tabique en medio! Las
miradas ms ardientes, ms negras de aquellos ojos negros, grandes y abrasadores eran
para De Pas; los adoradores de la viuda lo saban y le envidiaban. Pero l maldeca de aquel
bloqueo.
Necia, si creer que a m se me conquista como a don Saturno?
A pesar de esta cordial antipata, siempre estaba afable y corts con la viuda, porque
en este punto no distingua entre amigos y enemigos. Era menester que una persona
estuviese debajo de sus pies, aplastada, para que don Fermn no usase con ella de formas
irreprochables. La urbanidad era un dogma para el Magistral lo mismo que para Bermdez,
pero sacaban de ella muy diferente partido.
Mientras se hablaba de lo mucho bueno que haba en la catedral y el lugareo se
pasmaba y su seora repeta aquellas admiraciones, Obdulia se miraba como poda, en las
altas cornucopias.
El Magistral se despidi. No poda acompaar a aquellas seoras, lo senta mucho...
pero le esperaba la obligacin... el coro. Todos se inclinaron.
Lo primero es lo primero dijo el de Palomares, aludiendo a la Divinidad y
haciendo una genuflexin (no se sabe si ante la Divinidad o ante el Provisor).
Afortunadamente, segn don Fermn, nada les servira su inutilidad, mientras que
Bermdez era una crnica viva de las antigedades vetustenses.

16

Don Saturno estir las cejas y dio seales de querer besar el suelo; despus mir a
Obdulia con mirada seria, penetrante, como con una sonda, como dicindole:
Ya lo oyes; soy yo, el primer anticuario de Vetusta, segn la opinin del mejor
telogo, quien se declara esclavo tuyo. Todo esto quiso decir con los ojos; pero ella no debi
de entenderlo porque se despidi del Magistral dejndole el alma, por conducto de las
pupilas, entre los pliegues amplios y rtmicos del manteo. De ste se despoj don Fermn,
despus de acercarse a un armario y muy gravemente visti el ajustado roquete, la seoril
muceta y la capa de coro.
Qu guapo est! dijo desde lejos Obdulia, mientras los lugareos admiraban con
la fe del carbonero otro cuadro que alababa don Saturnino.
Dieron vuelta a toda la sacrista. Cerca de la puerta haba algunos cuadros nuevos
que eran copias no mal entendidas de pintores clebres. A la Infanzn debieron de agradarle
ms que las maravillas de Cenceo, sin duda porque se vean mejor. Pero su prudente
esposo, considerando que Bermdez pasaba con afectado desdn delante de aquellos vivos
y flamantes colores, dio un codazo a su mujer para que entendiera que por all se pasaba sin
hacer aspavientos. Entre aquellos cuadros haba una copia bastante fiel y muy
discretamente comprendida del clebre cuadro de Murillo San Juan de Dios, del Hospital de
incurables de Sevilla. A la seora de pueblo le llam la atencin la cabeza del santo, que
desde que se ve una vez no se olvida.
Oh, qu hermoso! exclam sin poder contenerse.
Mir don Saturno con sonrisa de lstima y dijo:
S, es bonito; pero muy conocido.
Y volvi la espalda a San Juan, que llevaba sobre sus hombros al pordiosero enfermo,
entre las tinieblas.
El seor Infanzn dio un pellizco a su mujer; se puso muy colorado y en voz baja la
reprendi de esta suerte:
Siempre has de avergonzarme. No ves que eso no tiene... ptina?
Salieron de la sacrista.
Por aqu dijo Bermdez sealando a la derecha; y atravesaron el crucero no sin
escndalo de algunas beatas que interrumpieron sus oraciones para descoser y recortar la
coraza de fuego de Obdulia. La falda de raso, que no tena nada de particular mientras no la
movan, era lo ms subversivo del traje en cuanto la viuda echaba a andar. Ajustbase de
tal modo al cuerpo, que lo que era falda pareca apretado calzn ciendo esculturales
formas, que as mostradas, no convenan a la santidad del lugar.
Seores, vamos a ver el Panten de los Reyes murmur muy quedo el
arquelogo, que iba ya preparando sendos trocitos de su Vetusta Goda y de su Vetusta
Cristiana. Y en honor de la verdad se ha de decir que un rey se le iba y otro se le vena; esto
es, que los mezclaba y confunda, siendo la falda de Obdulia la causa de tales confusiones,
porque el sabio no poda menos de admirar aquella atrevidsima invencin, nueva en
Vetusta, mediante la que aparecan ante sus ojos graciosas y significativas curvas que l
nunca viera ms que en sueos. Con gran pesadumbre comprenda el devoto anticuario que
el contraste del lugar sagrado con las insinuaciones talares de la Fandio, en vez de apagar
sus fuegos interiores, era alimento de la combustin que deploraba, como si a una hoguera
la echasen petrleo...
Entraron en la capilla del Panten. Era ancha, obscura, fra, de tosca fbrica, pero de
majestuosa e imponente sencillez. El taconeo irrespetuoso de las botas imperiales, color
bronce, que enseaba Obdulia debajo de la falda corta y ajustada; el estrpito de la seda

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frotando las enaguas; el crujir del almidn de aquellos bajos de nieve y espuma que tal se le
antojaban a don Saturno, quien los haba visto otras veces; hubieran sido parte a despertar
de su sueo de siglos a los reyes all sepultados, a ser cierto lo que el arquelogo dijo
respecto del descanso eterno de tan respetables seores:
Aqu descansan desde la octava centuria los seores reyes don..., y pronunci los
nombres de seis o siete soberanos con variantes en las vocales, en sentir del lugareo, que
siguiendo corrupciones vulgares, deca ue en vez de oi y otros adefesios.
Estaba el del pueblo profundamente maravillado de la sabidura y elocuencia de don
Saturnino.
Dentro de una cripta cavada en uno de los muros, haba un sepulcro de piedra de
gran tamao cubierto de relieves e inscripciones ilegibles. Entre el sepulcro y el muro haba
estrecho pasadizo, de un pie de ancho y del otro lado, a la misma distancia, una verja de
hierro. En la parte interior la obscuridad era absoluta. Del lado de la verja quedaron los
lugareos. Bermdez, y en pos de l Obdulia, se perdieron de vista en el pasadizo sumido en
tinieblas. Despus de la enumeracin de don Saturno, hubo un silencio solemne. El sabio
haba tosido, iba a hablar.
Encienda usted un fsforo, seor Infanzn dijo Obdulia.
No tengo... aqu. Pero se puede pedir una vela.
No seor, no hace falta. Yo s las inscripciones de memoria... y adems, no se
pueden leer.
Estn en latn? se atrevi a decir la Infanzn.
No seora, estn borradas.
No se hizo la luz.
El arquelogo habl cerca de un cuarto de hora. Recit, fingiendo el pcaro que
improvisaba, los captulos 1., 2., 3. y 4. de una de sus Vetustas y ya iba a terminar con
el eplogo que copiaremos a la letra, cuando Obdulia le interrumpi diciendo:
Dios mo! Habr aqu ratones? Yo creo sentir...
Y dio un chillido y se agarr a don Saturno que, patrocinado por las tinieblas, se
atrevi a coger con sus manos la que le oprima el hombro; y despus de tranquilizar a
Obdulia con un apretn enrgico, concluy de esta suerte:
Tales fueron los preclaros varones que galardonaron con el alboroque de ricas
preseas, envidiables privilegios y pas fundaciones a esta Santa Iglesia de Vetusta, que les
otorg perenne mansin ultratelric a para los mortales despojos; con la majestad de cuyo
depsito creci tanto su fama, que presto se vio siendo emporio, y goz hegemona,
digmoslo as, sobre las no menos santas iglesias de Tuy, Dumio, Braga, Ira, Coimbra,
Viseo, Lamego, Celeres, Aguas Clidas et sic de caeteris .
Amn! exclam la lugarea sin poder contenerse; mientras Obdulia felicitaba a
Bermdez con un apretn de manos, en la sombra.

II

El coro haba terminado: los venerables cannigos dejaban cumplido por aquel da su
deber de alabar al Seor entre bostezo y bostezo. Uno tras otro iban entrando en la sacrista
con el aire aburrido de todo funcionario que desempea cargos oficiales mecnicamente,

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siempre del mismo modo, sin creer en la utilidad del esfuerzo con que gana el pan de cada
da. El nimo de aquellos honrados sacerdotes estaba gastado por el roce continuo de los
cnticos cannicos, como la mayor parte de los roquetes, mucetas y capas de que se
despojaban para recobrar el manteo. Se notaba en el cabildo de Vetusta lo que es ordinario
en muchas corporaciones: algunos seores prebendados no se hablaban; otros no se
saludaban siquiera. Pero a un extrao no le era fcil conocer esta falta de armona: la
prudencia disimulaba tales asperezas, y en conjunto reinaba la mayor y m s jovial
concordia. Haba apretones de mano, golpecitos en el hombro, bromitas sempiternas,
chistes, risas, secretos al odo. Algunos, taciturnos, se despedan pronto y abandonaban el
templo; no faltaba quien saliera sin despedirse.
Cuando entraba el Magistral, el ilustrsimo seor don Cayetano Ripamiln, aragons,
de Calatayud, apoyaba una mano en el mrmol de la mesa, porque los codos no llegaban a
tamaa altura, y exclamaba despus de haber olfateado varias veces, como perro que sigue
un rastro:
Hame dado en la nariz
olor de...
La presencia del Provisor contuvo al seor Arcipreste que, cortando la cita, aadi:
Parece que hemos tenido faldas por aqu, seor De Pas?
Y sin esperar respuesta hizo picarescas alusiones corteses, pero un poco verdes, a la
hermosura esplendorosa de la viudita.
Era don Cayetano un viejecillo de setenta y seis aos, vivaracho, alegre, flaco, seco,
de color de cuero viejo, arrugado como un pergamino al fuego, y el conjunto de su personilla
recordaba, sin que se supiera a punto fijo por qu, la silueta de un buitre de tamao natural;
aunque, segn otros, ms se pareca a una urraca, o a un tordo encogido y despeluznado.
Tena sin duda mucho de pjaro en figura y gestos, y ms, visto en su sombra. Era anguloso
y puntiagudo, usaba sombrero de teja de los antiguos, largo y estrecho, de alas muy
recogidas, a lo don Basilio, y como lo echaba hacia el cogote, pareca que llevaba en la
cabeza un telescopio; era miope y correga el defecto con gafas de oro montadas en nariz
larga y corva. Detrs de los cristales brillaban unos ojuelos inquietos, muy negros y muy
redondos. Terciaba el manteo a lo estudiante, sola poner los brazos en jarras, y si la
conversacin era de asunto teolgico o cannico, extenda la mano derecha y formaba un
anteojo con el dedo pulgar y el ndice. Como el interlocutor sola ser ms alto, para verle la
cara Ripamiln torca la cabeza y miraba con un ojo solo, como tambin hacen las aves de
corral con frecuencia. Aunque era don Cayetano cannigo y tena nada menos que la
dignidad de arcipreste, que le vala el honor de sentarse en el coro a la derecha del Obispo,
considerbase l digno de respeto y aun de admiracin no por estos vulgares ttulos, ni por
la cruz que le haca ilustrsimo, sino por el don inapreciable de poeta buclico y
epigramtico. Sus dioses eran Garcilaso y Marcial, su ilustre paisano. Tambin estimaba
mucho a Melndez Valds y no poco a Inarco Celenio. Haba venido a Vetusta de beneficiado
a los cuarenta aos; treinta y seis haba asistido al coro de aquella iglesia y poda tenerse
por tan vetustense como el primero. Muchos no saban que era de otra provincia. Adems de
la poesa tena dos pasiones mundanas: la mujer y la escopeta. A la ltima haba
renunciado; no a la primera, que segua adorando con el mismo pudibundo y candoroso
culto de los treinta aos. Ni un solo vetustense, aun contando a los librepensadores que en
cierto restaurant coman de carne el Viernes Santo, ni uno solo se hubiera atrevido a dudar
de la castidad casi secular de don Cayetano. No era eso. Su culto a la dama no tena que ver
nada con las exigencias del sexo. La mujer era el sujeto potico, como l deca, pues se
preciaba de hablar como los poetas de mejores siglos y al asunto sola llamarlo sujeto.
Senta desde su juventud imperiosa necesidad de ser galante con las damas, frecuentar su
trato y hacerlas objeto de madrigales tan inocentes en la intencin, cuanto llenos de picarda

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y pimienta en el concepto. Hubo en el Cabildo pocas de negra intransigencia en que se


persigui la mana de Ripamiln como si fuera un crimen, y se habl de escndalo, y de
quemar un libro de versos que public el Arcipreste a costa del marqus de Corujedo, gran
protector de las letras. Por este tiempo fue cuando se quiso excomulgar a don Pompeyo
Guimarn, personaje que se encontrar ms adelante.
Pas aquella galerna de fanatismo, y el Arcipreste, que no lo era entonces, sobrenad
con su cargamento de buclicas inocentadas, bienquisto de todos, menos de conejos y
perdices en los montes. Pero c un lejanos estaban aquellos tiempos! Quin se acordaba ya
de Melndez Valds, ni de las glogas y Canciones por un Pastor de Bilbilis, o sea don
Cayetano Ripamiln? El romanticismo y el liberalismo haban hecho estragos. Y haba pasado
el romanticismo, pero el gnero pastoril no haba vuelto, ni los epigramas causaban efecto
por maliciosos que fueran. No era don Cayetano uno de tantos cannigos laudatores
temporis acti, como deca l; no alababa el tiempo pasado por sistema, pero en punto a
poesa era preciso confesar que la revolucin no haba trado nada bueno.
Vivimos en una sociedad hipcrita, triste y mal educada sola l decir a los
jvenes de Vetusta, que le queran mucho. Ustedes, por ejemplo, no saben bailar.
Dganme si no, de dnde se sacan que puede ser buena crianza el coger a una seorita por
la cintura y apretarla contra el pecho?
Crea que se bailaba en los salones la polka ntima que l, aos atrs, haba visto
bailar en Madrid, con ocasin de cierto viaje curioso.
En mi tiempo bailbamos de otra manera.
El Arcipreste olvidaba de buena fe que l nunca haba bailado ms que con alguna
silla. Eso s; all, cuando seminarista, haba sido gran taedor de flauta y bailarn sin pareja.
De todas maneras, figurndose con la abundante y potica fantasa que Dios le haba dado,
los rigodones en que haba lucido garbo y talle, sola, en petit comit segn deca terciar
el manteo, colocar la teja debajo del brazo, levantar un poco la sotana y bailar unos solos
muy pespunteados y conceptuosos, llenos de piruetas, genuflexiones y hasta trenzados.
Reanse de todo corazn los muchachos y el buen Arcipreste quedaba en sus glorias,
logrando con los pies triunfos que ya su pluma no alcanzaba en los tiempos de prosa a que
habamos llegado.
Esto de los bailes sola acontecer en las tertulias adonde el setentn acuda sin falta,
porque desde que los mdicos le haban prohibido escribir y hasta leer de noche, no poda
pasar sin la sociedad ms animada y galante. El tresillo le aburra y los concilibulos de
cannigos y obispos de levita, como l deca siempre, le ponan triste. No era liberal ni
carlista. Era un sacerdote. La juventud le atraa y prefera su trato al de los ms sesudos
vetustenses. Los poetillas y gacetilleros de la localidad tenan en l un censor socarrn y
malicioso, aunque siempre corts y afable. Encontrbase en la calle, por ejemplo, con Trifn
Crmenes, el poeta de ms alientos de Vetusta, el eterno vencedor en las justas incruentas,
de la gaya ciencia; le llamaba con un dedo, acercaba su corva nariz a la ancha oreja del vate
y decale:
He visto aquello... No est mal; pero no hay que olvidar lo de versate mane. Los
clsicos, Trifoncillo, los clsicos sobre todo! Dnde hay sencillez como aquella:
Yo he visto un pajarillo
posars e en un tomillo?
Y recitaba la tierna poesa de Villegas hasta el ltimo verso, con lgrimas en los ojos
y agua en los labios. La mayora del cabildo absolva de esa falta de formalidad al Arcipreste
a condicin de que se le tuviera por chocho.

20

Y aun as y todo deca un cannigo muy buen mozo, nuevo en Vetusta y en el


oficio, pariente del ministro de Gracia y Justicia aun as y todo no se puede llevar en calma
la imprudencia con que habla de todo; suelta la sin hueso y juzga precipitadamente, y
emplea vocablos y alusiones impropias de una dignidad.
A este mismo seor cannigo que embozadamente le haba reprendido algunas veces
por la pimienta de sus epigramas, sola taparle la boca el Arcipreste diciendo:
Nada, nada, repito lo que mi paisano y queridsimo poeta Marcial dej escrito para
casos tales, es a saber:
Lasciva est nobis pagina, vita proba est.
Con lo cual daba a entender, y era verdad, que l tena los verdores en la lengua, y
otros, no menos cannigos que l, en otra parte. Y no era de estos das el ser don Cayetano
muy honesto en el orden aludido, sino que toda la vida haba sido un boquirroto en tal
materia, pero nada ms que un boquirroto. Y sta era la traduccin libre del verso de
Marcial.
El Arcipreste estaba muy locuaz aquella tarde. La visita de Obdulia a la catedral haba
despertado sus instintos anafrodticos, su pasin desinteresada por la mujer, dirase mejor,
por la seora. Aquel olor a Obdulia, que ya nadie notaba, sentalo an don Cayetano.
El Magistral contestaba con sonrisas insignificantes. Pero no se marchaba. Algo tena
que decir al Arcipreste. No era De Pas de los que solan quedarse al tertuln, como llamaban
a la sabrosa pltica de la sacrista despus del coro. Si haca bueno, los del tertuln
acostumbraban salir juntos a paseo por una carretera o ir al Espoln. Si llova o amenazaba,
prolongaban el palique hasta que el Palomo haca un discreto ruido con las llaves de la
catedral y cada cannigo se iba a su casa. No se crea por esto que eran ntimos amigos los
aficionados a platicar despus del coro. Aconteca all lo que es ley general de los corrillos.
Entre todos murmuraban de los ausentes, como si ellos no tuvieran defectos, estuvieran en
el justo medio de todo y en la vida hubieran de separarse. Pero marchaba uno, y los dems
le guardaban cierto respeto por algunos minutos. Cuando ya deba de estar en su casa el
temerario, alguno de los que quedaban, deca de repente:
Como ese otro...
Y todos saban que aquel gesto de sealar a la puerta y tales palabras signific aban:
Fuego graneado!
Y no le quedaba hueso sano a ese otro.
El Arcipreste no era de los que menos murmuraban. l le haba puesto el apodo que
llevaba sin saberlo, como una maza, al seor Arcediano don Restituto Mourelo. En el cabildo
nadie le llamaba Mourelo, ni Arcediano, sino Glocester. Era un poco torcido del hombro
derecho don Restituto por lo dems buen mozo, casi tan alto como el pariente del
ministro, y como este defecto incurable era un obstculo a las pretensiones de gallarda
que siempre haba alimentado, discurri hacer de tripas corazn, como se dice, o sea sacar
partido, en calidad de gracia, de aquella tacha con que estaba sealado. En vez de
disimularlo subrayaba el vicio corporal torcindose ms y ms hacia la derecha, inclinndose
c omo un sauce llorn. Resultaba de aquella extraa postura que pareca Mourelo un hombre
en perpetuo acecho, adelantndose a los rumores, avanzada de s mismo para saber
noticias, cazar intenciones y hasta escuchar por los agujeros de las cerraduras. Encontraba
el Arcediano, sin haber ledo a Darwin, cierta misteriosa y acaso cabalstica relacin entre
aquella manera de F que figuraba su cuerpo y la sagacidad, la astucia, el disimulo, la malicia
discreta y hasta el maquiavelismo cannico que era lo que ms le importaba. Crea que su
sonrisa, un poco copiada de la que usaba el Magistral, engaaba al mundo entero. S, era
cierto que don Restituto disfrutaba de dos caras: iba con los de la feria y volva con los del

21

mercado; disimulaba la envidia con una amabilidad pegajosa y finga un aturdimiento en que
no incurra nunca. Pero, deca el Arcipreste, ni su amabilidad engaa a todos, ni aunque
sea un redomado vividor es tan Maquiavelo como l supone.
Hablaba, siempre que poda, al odo del interlocutor, guiaba los ojos
alternativamente, gustaba de frases de segunda y hasta tercera intencin, como cubiletes de
prestidigitador, y era un hipcrita que finga ciertos descuidos en las formas del culto
externo, para que su piedad pareciese espontnea y sencilla. Todo se volva secretos. Deca
l que abra el corazn por nica vez al primero que quera orle.
Por la boca muere el pez, ya lo s. No soy yo de los que olvidan que en boca
cerrada no entran moscas; pero con usted no tengo inconveniente en ser explcito y franco,
acaso por la primera vez en mi vida. Pues bien, oiga usted el secreto.
Y lo deca. Hablaba en voz baja, con misterio. Entraba en la sacrista muchas veces
diciendo de modo que apenas se le oa:
Buen tiempo tenemos, seores! Mucho dure!
Ripamiln que aos atrs iba de tapadillo al teatro alguna rara vez, escondindose en
las sombras de una platea de proscenio o sea bolsa, vio una noche el drama titulado: Los
hijos de Eduardo, arreglado por Bretn de los Herreros, y en cuanto sali a escena
Glocester, el Regente jorobado y torcido y lleno de malicias, exclam:
Ah est el Arcediano!
La frase hizo fortuna y Glocester fue en adelante don Restituto Mourelo para toda
Vetusta ilustrada. All estaba, oyendo con fingida complacencia los chistes picarescos del
Arcipreste, cuya lengua tema, presente y ausente. Cuando don Cayetano volva la espalda,
pues hablaba girando con frecuencia sobre los talones, Glocester guiaba un ojo al Den y
barrenaba con un dedo la frente. Quera aludir a la locura del poeta buclico. El cual
continuaba diciendo:
No seores, no hablo a humo de pajas; yo s la vida que llevaba esta seora viuda
en la corte, porque era muy amiga del clebre obispo de Nauplia, a quien yo trat all con
gran intimidad. En una fonda de la calle del Arenal tuve ocasin de conocer bien a esa
Obdulia, a quien antes apenas saludaba aqu, a pesar de que ramos contertulios en casa
del Marqus de Vegallana. Ahora somos grandes amigos. Es epicurista. No cree en el sexto.
Hubo una carcajada general. Slo el Provisor se content con sonrer, inclinarse y
poner cara de santo que sufre por amor de Dios el escndalo de los odos. El Arcediano ri
sin ganas.
La historia de Obdulia Fandio profan el recinto de la sacrista, como poco antes lo
profanaran su risa, su traje y sus perfumes.
El Arcipreste narraba las aventuras de la dama como lo hubiera hecho Marcial, salvo
el latn.
Seores, a m me ha dicho Joaquinito Orgaz que los vestidos que luce en el Espoln
esa seora...
Son bien escandalosos... dijo el Den.
Pero muy ricos observ el pariente del ministro.
Y muchos; nunca lleva el mismo; cada da un perifollo nuevo aadi el
Arcediano; yo no s de dnde los saca, porque ella no es rica; a pesar de sus pretensiones
de noble, ni lo es ni tiene ms que una renta miserable y una viudedad irrisoria...

22

Pues a eso voy interrumpi triunfante don Cayetano. Me ha dicho el chico de


Orgaz, que acab la carrera de mdico en San Carlos, que estos ltimos aos Obdulita
serva en Madrid a su prima Tarsila Fandio, la clebre querida del clebre...
S qu?
Que le serva de trotaconventos, digmoslo as. Es decir, no tanto: pero vamos, que
la acompaaba y... claro, la otra, agradecida... le manda ahora los vestidos que deja, y
como los deja nuevos y tiene tantos y tan ricos...
El cabildo, que finga or por educacin, nada ms, al Arcipreste, se interesaba de
veras con la crnica. Ripamiln saboreaba la pltica lasciva slo por lo que tena de gracejo.
Los dems empezaron a estorbarse oyendo juntos aquellas murmuraciones. El Arcipreste
clavaba los ojuelos negros y punzantes en el Magistral, confesor de Obdulia; pareca buscar
su testimonio.
El Provisor no estaba all ms que para hablar a solas con don Cayetano. Sufra sus
impertinencias con calma. Le estimaba. Le perdonaba aquellos inocentes alardes de
erotismo retrico porque conoca sus costumbres intachables y su corazn de oro. Eran muy
buenos amigos, y Ripamiln el ms decidido y entusistico partidario de don Fermn en las
luchas del cabildo. Otros le seguan por inters, muchos por miedo; don Cayetano, incapaz
de temer a nadie, le serva y le amaba porque, segn l, era el nico hombre superior de la
catedral. El Obispo era un bendito, Glocester un taimado con ms malicia que talento; el
Magistral un sabio, un literato, un orador, un hombre de gobierno, y lo que vala ms que
todo, en su concepto, un hombre de mundo. Cuando se le hablaba de los supuestos
cohechos del Provisor, de su tirana, de su comercio srdido, se indignaba el anciano y
negaba en redondo hasta los casos de simona ms probables. Si le traan a cuento el
captulo de las aventuras amorosas, que no pasaban de ser rumores annimos, sin
fundamento que hiciera prueba, el Arcipreste sonrea al negar, dando a entender que aquello
era posible, pero importaba menos.
La verdad es que don Fermn es muy buen mozo, y, si las beatas se enamoran de
l vindole gallardo, pulcro, elegante y hablando como un Crisstomo en el plpito, l no
tiene la culpa ni la cosa es contraria a las sabias leyes naturales.
El Magistral saba todo lo que Ripamiln pensaba de l y le consideraba el ms fiel de
sus parciales. Por eso le esperaba. Tena que hacerle ciertas preguntas que, no tratndose
del Arcipreste, podran ser peligrosas. Glocester haba olido algo.
Cmo no se marchaba el Magistral? Cmo sufra aquella jaqueca? No, pues l
tampoco dejaba el puesto. Era el de Mourelo el ms cordial enemigo que tena el Provisor.
Precisamente el trabajo de maquiavelismo ms refinado del Arcediano consista en ma ntener
en la apariencia buenas relaciones con el dspota, pasar como partidario suyo y minarle el
terreno, prepararle una cada que ni la de don Rodrigo Caldern. Vastsimos eran los planes
de Glocester, llenos de vueltas y revueltas, emboscadas y laberintos, trampas y petardos y
hasta mquinas infernales. Don Custodio el beneficiado era su lugarteniente. ste le haba
dado aquella tarde la noticia de que la Regenta estaba en la capilla del Magistral esperndole
para confesar. Novedad estupenda. La Regenta, muy principal seora, era esposa de don
Vctor Quintanar, Regente en varias Audiencias, ltimamente en la de Vetusta, donde se
jubil con el pretexto de evitar murmuraciones acerca de ciertas dudosas
incompatibilidades; pero en realidad porque estaba cansado y poda vivir holgadamente
saliendo del servicio activo. A su mujer se la sigui llamando la Regenta. El sucesor de
Quintanar era soltero y no hubo conflicto; pas un ao, vino otro regente con seora y aqu
fue ella. La Regenta en Vetusta era ya para siempre la de Quintanar de la ilustre familia
vetustense de los Ozores. En cuanto a la advenediza tuvo que perdonar y contentarse con
ser: la otra Regenta. Adems, el conflicto durara poco; ya empezaba a usarse el nombre de
Presidente y pronto habra nombre distinto para cada cual. Entretanto la Regenta era la

23

de Ozores. La cual siempre haba sido hija de confesin de don Cayetano, pero ste, que de
algunos aos a esta parte slo confesaba a algunas pocas personas, seoras casi todas, de
alta categora, escogidsimos amigos y amigas, al cabo se haba cansado tambin de esta
leve carga, pesada para sus aos; y resuelto a retirarse por completo del confesonario,
haba suplicado a sus hijas de confesin que le librasen de este trabajo y hasta sealado
sucesor en tan grave e interesante ministerio; sucesor diferente segn las personas. Esta
especie de herencia, o mejor, sucesin inter vivos, era muy codiciada en el cabildo y por
todos los dependientes del clero catedral. Antes de la reaccin religiosa que en Vetusta,
como en toda Espaa, haban producido los excesos de los librepensadores improvisados
en tabernas, cafs y congresos, era el Arcipreste el confesor de la nata de la Encimada,
porque tena la manga ancha en ciertas materias; pero ya la moda haba cambiado, se
hilaba ms delgado en asuntos pecaminosos y el Magistral que se iba con pies de plomo era
preferido. Sin embargo, unas por costumbre, otras por no dar un desaire a don Cayetano, y
algunas por seguir contentas con aquel sistema de la manga ancha, algunas damas
continuaban asistiendo al tribunal del latitudinario, hasta que l mismo se cans y con
buenos modos empez a sacudirse las moscas.
Don Custodio, joven ardentsimo en sus deseos, crea demasiado en los milagros de
fortuna que hace la confesin auricular y atribua a ellos sin razn los progresos del
Magistral; por esto acechaba la sucesin del Arcipreste con ms avaricia que todos, con
pasin imprudente. Haba averiguado que doa Olvido, la orgullosa hija nica de Pez, uno
de los ms ric os americanos de La Colonia, haba pasado, tiempo atrs, del confesonario de
Ripamiln al de don Fermn. Esto era ya una gollera. Pero, oh escndalo!, ahora (don
Custodio lo haba averiguado escuchando detrs de una puerta), ahora el chocho del poeta
buc lico dejaba al Magistral la ms apetecible de sus joyas penitenciarias, como lo era sin
duda la digna y virtuosa y hermossima esposa de don Vctor Quintanar. Y don Custodio
senta la alegrica baba de la envidia manar de sus labios! Despus de haber tropezado en
el trasaltar con el Provisor, se haba dirigido hacia el trascoro, y dentro de la capilla del otro,
haba visto, mirando de soslayo, dos seoras; nuevas sin duda, pues no saban que aquella
tarde no se sentaba don Fermn. Haba vuelto a pasar, haba mirado mejor y con disimulo, y
pudo conocer, a pesar de las sombras de la capilla, que una de aquellas damas era la
Regenta en persona.
Entr en el coro, y se lo dijo a Glocester. El Arcediano aspiraba a esta sucesin
particular; crea pertenecerle por razn de su dignidad el honor de confesar a doa Ana
Ozores. Con el Obispo no haba que contar; el Den era un viejo que no haca ms que
comer y temblar; en una procesin de desagravios cuatro borrachos le haban dado un
susto, del que slo se repuso su estmago; digera muy bien, pero no discurra; no pensaba
ms que lo suficiente para seguir vegetando y asistiendo al coro; tampoco haba que contar
con l. El Arcipreste renunciaba a la Regenta, pues qu dignidad segua? la suya; la
jerarqua indicaba al Arcediano. Se trataba, pues, de un atropello, de una injusticia que
clamaba al cielo, y no poda clamar al Obispo, porque ste era esclavo de don Fermn. Esta
opinin de Glocester la aprobaba don Custodio; no tena el beneficiado la pretensin
excesiva de coger para s tan buen bocado, pero quera que a lo menos no se lo comiera su
enemigo. Adulaba a Glocester y le animaba a luchar por la justa causa de sus derechos.
Glocester, halagado, y con color de remolacha, dijo al odo del confidente:
Ser lib re eleccin de esa seora? Y separndose un poco, para ver el efecto de
su malicia, mir al beneficiado con ojos llenos de picaresca intencin, mientras los carrillos
crdenos e hinchados delataban un buche de risa, prxima a derramarse por las comisuras
de los labios.
Puede ser contest don Custodio, subrayando las palabras, para darse por
enterado de la intencin del otro.

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Mientras el Arcipreste profanaba los cuatro lados de la cruz latina, que era sacrista,
con el relato mundano de la vida y milagros de Obdulia Fandio, Glocester, sonriendo,
pensaba en los motivos que poda tener el Magistral para or a don Cayetano, en vez de
correr al confesonario al pie del cual le esperaba la ms codiciada penitente de Vetusta la
noble.
Se juraba a s mismo el Maquiavelo del cabildo no abandonar el puesto sin saber a
qu atenerse.
El Magistral haba resuelto no entrar aquel da en la capilla que llamaban suya.
Confesar aquella tarde hubiera sido una excepcin, motivo para dar que decir. Estaran all
todava aquellas seoras? Al bajar de la torre y pasar por el trascoro las haba visto, las
haba conocido, eran la Regenta y Visitacin; estaba seguro. Cmo haban venido sin
avisar? Don Cayetano deba de saberlo. Cuando una seora de las principales, como era la
Regenta, quera hacerse hija de confesin del Magistral, le avisaba en tiempo oportuno, le
peda hora. Las personas desconocidas, las mujeres de pueblo no se atrevan a tanto, y las
pocas de esta clase que confesaban con l acudan en montn a la capilla obscura cuyos
secretos envidiaba don Custodio; all esperaban el turno de las penitentes annimas. Estas
humildes devotas ya saban cules eran los das de descanso para el Magistral. Aqul era
uno y por eso la capilla estuvo desierta hasta que llegaron las dos seoras. Visitacin se
confesaba cada dos o tres meses, no conoca a punto fijo los das fastos y nefastos, ignoraba
cundo se sentaba el Provisor y cundo no. La Regenta vena por primera vez, por qu no
le haba avisado? El suceso era bastante solemne y haba de sonar lo suficiente para
merecer preliminares ms ceremoniosos. Era orgullo? Era que aquella seora pensaba que
l haba de beber los vientos para averiguar cundo vendra a favorecerle con su visita?...
Era humildad? Era que con una delicadeza y un buen gusto cristiano y no comn en las
damas de Vetusta, quera confundirse con la plebe, confesar de incgnito, ser una de
tantas? Esta hiptesis le halagaba mucho al Magistral. Le pareca un rasgo potico y
sinceramente religioso. Estaba cansado de Obdulias y Visitaciones. El poco seso de stas, y
otras damas, les haca ser irreverentes, groseras, s, groseras, con el sacramento y en
general con todo el culto. Se tomaban confianzas que eran profanaciones; adquiran pronto
una familiaridad importuna que daba ocasin a las calumnias de los necios y de los
malintencionados.
No era l un don Custodio, ignorante de lo que es el mundo, lleno de ensueos,
ambicioso de cierto oropel eclesistico, que tal vez se gana en el confesonario, para que le
halagasen todava revelaciones imprudentes, que slo servan para inundarle el alma de
hasto. Esperaba algo nuevo, algo ms delicado, algo selecto. Saba, por rumores, que el
Arcipreste haba aconsejado a la Regenta que acudiese a la capilla del Magistral, puesto que
l se retiraba del confesonario. Pero don Cayetano nada le haba dicho. Adems, como en
materia de confesin los buenos clrigos son muy reservados, Ripamiln, que saba tratar en
serio los asuntos serios, nunca haba hablado al Magistral de lo que poda ser la Regenta,
juzgada desde el tribunal sagrado. Aquella tarde esperaba De Pas saber algo. Pero Glocester
no se marchaba. Ya no se hablaba de Obdulia, ni de su prima la de Madrid, su modelo; se
hablaba del tiempo; y Glocester no se mova. Se haban ido despidiendo todos los seores
cannigos; quedaban los tres y el Palomo, que abra y cerraba cajones con estrpito y
murmuraba; maldiciones sin duda.
Don Cayetano contuvo su verbosidad, comprendi que algo deseaba decirle el
Magistral, que estorbaba Glocester; record de repente que l tambin quera hablar al
Provisor, y como en casos tales no se morda la lengua, cort la conversacin diciendo:
Ah! pcara memoria! don Fermn, una palabra, con permiso del seor Arcediano...
es decir, no es una palabra, tenemos que hablar largo... son intereses espirituales.

25

Glocester se mordi los labios; salud con el torcido tronco, hacindose un arco de
puente, y sali de la sacrista diciendo para su alzacuello morado y blanco:
Este vejete chocho y mal educado me las ha de pagar todas juntas!
El Arcipreste se burlaba de la diplomacia y del maquiavelismo del Arcediano con
salidas de tono, indirectas del Padre Cobos y otros expedientes por el estilo.
Si todos fueran como yo, Glocester no sabra qu hacer de su habilidad y disimulo.
Ay de los zorros, si las gallinas no fuesen gallinas!
Glocester sala siempre por la puerta del claustro, abierta al extremo Norte del
crucero; por all llegaba antes a su casa: pero esta vez quiso salir por la puerta de la torre,
porque as pasaba junto a la capilla del Magistral. Mir; no haba nadie. Entonces se detuvo,
volvi a mirar con ahnco, dio un paso dentro de la capilla; no haba nadie; estaba seguro.
Luego aquellas seoras se haban ido sin confesin; luego el Magistral se permita el lujo
de desairar nada menos que a la Regenta! El Arcediano vio un mundo de intrigas que
podan fundarse en este descuido del Provisor. Tom agua bendita en una pila grande de
mrmol negro, y mientras se santiguaba, inclinndose frente al altar del trascoro, deca para
s:
Este ser el taln de Aquiles. Ese desaire te costar caro. Lo explotar.
Y sali de la catedral haciendo clculos por los dedos, que se le antojaban cbalas,
asechanzas, espionaje, intrigas y hasta postigos secretos y escaleras subterrneas.
El Arcipreste haba abierto la boca al or a De Pas que la Regenta estaba en la
catedral, segn le haban dicho, y que l no haba corrido a saludarla y a confesarla, si a eso
vena, como era de suponer.
veras.

Pero qu pensar ese ngel de bondad? gritaba don Cayetano, asustado de

A ver, Rodrguez (el Palomo) corre a la capilla del seor Magistral, y si est all una
seora...
Era intil. Entraba en aquel momento Celedonio el aclito que se meti en la
c onversacin diciendo:
No seor, ya se han ido. Eran doa Visita y la seora Regenta. Se han ido. Yo habl
con ellas. Les dije que hoy no se sentaba el seor Magistral; y doa Visita que ya quera irse
antes, cogi del brazo a doa Ana y se la llev.
Y qu decan? pregunt don Cayetano.
Doa Ana callaba. Doa Visita estaba incomodada porque la seora Regenta haba
querido venir sin mandar antes un recado. Creo que fueron a paseo, porque doa Visita dijo
no s qu del Espoln.
Al Espoln! grit Ripamiln, cogiendo con una mano un brazo del Magistral y con
la otra la teja. Al Espoln!
Pero don Cayetano!
Es cuestin de honra para m; de ese desaire tengo yo culpa en cierto modo.
Pero si no fue desaire repeta el Provisor dejndose llevar, y con el rostro
hermoseado por una especie de luz espiritual de alegra que lo inundaba.
S, seor; y de todos modos, desaire o no, yo quiero dar una explicacin a mi
querida amiga... Al Espoln! Por el camino hablaremos; quiero que V. conozca bien a esa

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mujer, psicolgicamente, como dicen los pedantes de ahora; es una gran mujer, un ngel de
bondad como le tengo dicho; un ngel que no merece un feo.
Pero, si no hubo feo... Yo le explicar a V... Yo no saba...
Y hablaban en voz baja, porque ya iban andando por la nave Sur de la catedral,
dirigindose a la puerta. La ltima capilla de este lado era la de Santa Clementina. Era
grande, construida siglos despus que las otras capillas, en el diecisiete. Tena cuatro altares
en el centro; las paredes estaban adornadas con profusin de hojarasca, arabescos y otros
cosmticos del gnero decadente a que perteneca.
El Magistral y el Arcipreste oyeron voces dentro de la capilla. De Pas no par la
atencin en ellas, pero Ripamiln se detuvo, olfateando, y tendi el cuello en actitud de
escuchar.
As Dios me valga, son ellos! dijo pasmado.
Quin?
Ellos; la viudita y don Saturno; reconozco el chirrido de ese grillo destemplado.
Y el Arcipreste, que manifestara poco antes tanta prisa por salir del templo, se
empe en entrar en Santa Clementina. El Magistral le sigui, para ocultar su deseo de
llegar al Espoln cuanto antes.
Eran ellos, en efecto.
En medio de la capilla, don Saturnino sudando copiosamente, cubierta la levita de
telaraas y manchas de cal, rojo el rostro, crdenas las orejas, arengaba a su auditorio, con
un brazo extendido en direccin de la bveda. Estaba indignado, al parecer, y su indignacin
la comunicaba de grado o por fuerza a los Infanzones.
Seores exclamaba ya lo ven ustedes: esta capilla es el lunar, el feo lunar, el
borrn dir mejor, de esta joya gtica. Han visto ustedes el panten, de severa arquitectura
romnica, sublime en su desnudez; han visto el claustro, ojival puro; han recorrido las
galeras de la bveda, de un gtico sobrio y nada amanerado; han visitado la cripta llamada
Capilla Santa de reliquias, y han podido ver un trasunto de las primitivas iglesias cristianas;
en el coro han saboreado primores del relieve, si no de un Berruguete, de un Palma Artela,
desconocido, pero sublime artfice; en el retablo de la Capilla mayor han admirado y gustado
con delicia los arranques geniales, s, geniales puedo decir, del cincel de un Grijalte; y
reasumiendo, en toda la Santa Baslica han podido corroborar la idea de que este templo es
obra de arte severo, puro, sencillo, delicado... Empero, aqu, seores, forzoso es confesarlo,
el mal gusto desbordado, la hinchazn, la redundancia se han dado cita para labrar estas
piedras en las que lo amanerado va de la mano con lo extravagante, lo recargado con lo
deforme. Esta Santa Clementina, hablo de su capilla, es una deshonra del arte, la ignominia
de la catedral de Vetusta.
Call un momento para limpiar el sudor de la frente y del cogote con el pauelo
perfumado de Obdulia, porque el suyo estaba empapado tiempo haca en elocuencia
liquefacta.
Los Infanzones sudaban tambin. El marido tena en la cabeza una olla de grillos.
Haba odo en hora y media un curso peripattico a pie y andando todo el tiempo! de
arqueologa y arquitectura y otro curso de historia pragmtica. El desgraciado ya confunda a
los califas de Crdoba con las columnas de la Mezquita, y ya no saba cules eran ms de
ochocientos, si las columnas o los califas; el orden drico, el jnico y el corintio, los
mezclaba con los Alfonsos de Castilla, y ya dudaba si la fundacin de Vetusta se deba a un
fraile descalzo o al arco de medio punto; reasumiendo, como deca el sabio, senta nuseas

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invencibles y apenas oa al arquelogo, preocupndole ms sus esfuerzos por contener


impulsos del estmago cuya expansin hubiera sido una irreverencia.
Si estuviramos en un barco, no sera tan inoportuno pensaba pero en una
catedral!
El Infanzn estaba en rigor como en alta mar, y cada vez que oa decir la nave del
Norte, la nave del Sur, la nave principal, se crea al frente de una escuadra y se figuraba que
don Saturno apestaba a brea. Pero el pobre lugareo segua diciendo que s a todo.
Estaba conforme, aquello era una profanacin. Qu pesadez la de aquellos
doseletes, la de aquellas hornacinas! vaya si eran pesados! como que el Infanzn tema que
se le cayeran encima; porque se meneaban, sin duda. Pero, buen Dios!, aada para sus
adentros; si el gnero plateresco es cargante y pesadsimo, dnde habr cosa ms
plateresca que este seor don Saturnino?
Se le pas por la imaginacin si estara burlndose de ellos porque eran de un pueblo
de pesca. Pero, no; aquella cara no deba de mentir; hablaba de veras; era verdad lo del rey
Veremundo y lo de la emigracin de la pia prsica a las columnas rabes; slo que todo
aquello qu le importaba a l, que era un compromisario!
La digna esposa de Infanzn tambin estaba cansada, aburrida, despeada, pero no
aturdida. Haca ms de una hora que no oa palabra de cuanto hablaba aquel charlatn, sin
vergenza, libertino. Oh, si no fuera porque su marido todo lo consideraba inconveniencia
y falta de educacin! Si no fuera porque estaban en la casa de Dios!... Estaba
escandalizada, furiosa. Bonito papel iban representando ella y el bobalicn de su marido! Le
haba hecho seas, pero intilmente. l pensaba que aluda a lo de la arquitectura y se haca
el distrado. Y la doa Obdulita? No, y que pareca maestra en aquel teje maneje. No
haban desperdiciado ni una sola ocasin. Claro!, y as les haban trado y llevado por
desvanes y bodegas, muertos de cansancio. En cuanto estaba obscuro... claro!... se daban
la mano. Ella lo haba visto una vez y supuesto las dems. Y l la pisaba el pie... y siempre
juntos; y en cuanto haba algo estrecho queran pasar a la una... y pasaban qu
desenfreno! Pero de dnde le vena a su marido la amistad de aquella seorona? Hasta
celos senta la noble lugarea. No hablaba ni palabra; y si Obdulia y Bermdez hubieran
estado menos preocupados con el Renacimiento, hubiesen notado el ceo y la sequedad de
la antes amable y corts seora de pueblo. Don Saturno reanud su discurso. Se trataba de
probar sus injuriosas afirmaciones.
Vase si no continuaba lo que salta a los ojos, a los del alma quiero decir, de
toda persona de gusto. Malhaya el dignsimo Obispo, salvo el respeto debido, malhaya el
dignsimo Obispo don Garca Madrejn que consinti este confuso acervo de adornos y
follajes, quinta esencia de lo barroco, de la profusin manirrota y de la falsedad. Cartelas,
medallas, hornacinas (y sealaba con el dedo), capiteles, frontones rotos, guirnaldas,
colgadizos, hojarasca, arabescos, que pululis por las decoraciones de puertas, ventanas,
tragaluces y pechinas; en nombre del arte, de la santa idea de sobriedad y la no menos
inmortal e inmaculada de armona, yo os condeno a la maldicin de la historia!
Pues oiga usted se atrevi a decir la Infanzn sin mirar a su esposo; diga usted
lo que quiera, esta capilla me parece a m muy bonita; y me pare ce en cambio muy feo
profanar el templo... blasfemando as de Dios y sus santos!
Ea, se haba cansado; quera dar la batalla al libertino y escoga, con un pudor
evidente, el terreno neutral, del arte, puro y desinteresado. Adems le gustaba de veras la
capilla y no quera ms contemplaciones.
El lugareo crey que su mujer se haba vuelto loca.

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Estara mareada como l. Quiso hablar, pero no lo consigui en


Obdulia solt al aire una carcajada, que oy don Cayetano desde fuera.
cortado y sospechando algo del motivo de aquella inesperada oposicin, se
inclinarse a lo Magistral y torcer la boca y las cejas de una manera inventada
frente al espejo. Quera aquello decir que un Bermdez no disputaba con
contest:

cuanto quiso.
Don Saturno,
content con
por l mismo
seoras. Slo

Seora... yo no profano nada... El Arte...


S profana usted!
Pero mujer, pero Carolina!
Oh!, djela usted, seor Infanzn; yo respeto todas las opiniones.
Y temiendo que la lugarea llevase la mejor parte en lo de profanar o no profanar, se
apresur a aadir:
Por lo dems, ya usted comprender, amigo mo, que yo sigo los cnones de la
belleza clsica condenando enrgicamente el gusto barroco... Esto es plateresco...
Churrigueresco! exclam el compromisario queriendo as compensar la protesta
disparatada de su mujer.
Churrigueresco! repiti da nuseas! y se vio claramente que las senta.
Churrigueresco! pudo decir otra vez.
Rococ! concluy Obdulia.
En aquel momento el Arcipreste se inclinaba para saludarla como si fuera a besarle
las botas color bronce.
Salieron a la calle todos juntos.
Don Saturno se apresur a despedirse. De sus mejillas brotaba fuego. Iba a cuerpo y
tena mucho fro. El viento caliente le saba a cierzo.
Temo una pulmona! dijo, mientras escapaba abrochndose la levita por la
cintura.
Necesitaba saborear a solas las emociones de aquella tarde.
Amaba y crea ser amado.

III

Aquella tarde hablaron la Regenta y el Magistral en el paseo. El Arcipreste procur


que se encontraran y por su confianza con la Regenta facilit la entrevista.
Pocas veces haban cruzado la palabra la hermosa dama y el Provisor, y nunca haba
pasado la conversacin de los lugares comunes a que obliga el trato social.
Doa Ana Ozores no era de ninguna cofrada. Pagaba una cuota mensual en las
Escuelas Dominicales, pero no asista a las lecciones ni a las conferencias; viva lejos del
crculo en que el Provisor reinaba. Este visitaba poco a las personas que no podan o no
queran servirle en sus planes de propaganda. Cuando el seor don Vctor Quintanar era
Regente de Vetusta, el Magistral le visitaba en todas las solemnidades en que exigan este
acto de cortesa las costumbres del pueblo; estas visitas las pagaba con la exactitud que
usaba en estos asuntos el seor Quintanar, el ms cumplido caballero de la ciudad, despus

29

de Bermdez. Los cumplimientos del Magistral fueron escaseando, sin saber por qu, cuando
se jubil don Vctor, y por fin cesaron las visitas. Don Vctor y don Fermn se hablaban
algunas veces en la calle, en el Espoln; se saludaban siempre con la mayor amabilidad. Se
estimaban mutuamente. Las calumnias con que la maledicencia persegua a De Pas tenan
un aislador en don Vctor; por su conducto no se propagaban, y aun tomaba a su cargo
deshacer su perniciosa influencia. Doa Ana jams haba hablado a solas con el Magistral, y
despus que cesaron las visitas apenas volvi a verle de cerca. A lo menos ella no lo
recordaba. Don Cayetano, que saba esto, hizo un simulacro de presentacin diplomtica en
el tono jocoserio que nunca abandonaba. Ellos, la Regenta y el Magistral, haban hablado
poco; todo casi se lo haba dicho Ripamiln y lo dems Visitacin, que acompaaba a la de
Quintanar. Doa Ana volvi pronto a su casa. Se recogi temprano aquella noche.
De la breve conversacin de la tarde no recordaba ms que esto: que al da
siguiente, despus del coro, el Magistral la esperaba en su capilla. Le haba indicado, aunque
por medio de indirectas, que convena, al mudar de confesor, hacer confesin general.
Haba hablado con mucha afabilidad, con voz meliflua, pero poco, con cierto tono fro,
y algo distrado al parecer. No le haba visto los ojos. No le haba visto ms que los
prpados, cargados de carne blanca. Debajo de las pestaas asoma ba un brillo singular.
Cerca del lecho, arrodillada, rez algunos minutos la Regenta.
Despus se sent en una mecedora junto a su tocador, en el gabinete, lejos del lecho
por no caer en la tentacin de acostarse, y ley un cuarto de hora un libro devoto en que se
trataba del sacramento de la penitencia en preguntas y respuestas. No daba vuelta a las
hojas. Dej de leer. Su mirada estaba fija en unas palabras que decan: Si comi carne...
Mentalmente y como por mquina repeta estas tres voces, que para ella haban
perdido todo significado; las repeta como si fueran de un idioma desconocido.
Despus, saliendo de no saba qu pozo negro su pensamiento, atendi a lo que lea.
Dej el libro sobre el tocador y cruz las manos sobre las rodillas. Su abundante cabellera,
de un castao no muy obscuro, caa en ondas sobre la espalda y llegaba hasta el asiento de
la mecedora, por delante le cubra el regazo; entre los dedos cruzados se haban enredado
algunos cabellos. Sinti un escalofro y se sorprendi con los dientes apretados hasta
causarle un dolor sordo. Pas una mano por la frente; se tom el pulso, y despus se puso
los dedos de ambas manos delante de los ojos. Era aqulla su manera de experimentar si se
le iba o no la vista. Qued tranquila. No era nada. Lo mejor sera no pensar en ello.
Confesin general! S, esto haba dado a entender aquel seor sacerdote. Aquel
libro no serva para tanto. Mejor era acostarse. El examen de conciencia de sus pecados de
la temporada lo tena hecho desde la vspera. El examen para aquella confesin general
poda hacerlo acostada. Entr en la alcoba. Era grande, de altos artesones, estucada. La
separaba del tocador un intercolumnio con elegantes colgaduras de satn granate. La
Regenta dorma en una vulgarsima cama de ma trimonio dorada, con pabelln blanco. Sobre
la alfombra, a los pies del lecho, haba una piel de tigre, autntica. No haba ms imgenes
santas que un crucifijo de marfil colgado sobre la cabecera; inclinndose hacia el lecho
pareca mirar a travs del tul del pabelln blanco.
Obdulia, a fuerza de indiscrecin, haba conseguido varias veces entrar all.
Qu mujer esta Anita!
Era limpia, no se poda negar, limpia como el armio; esto al fin era un mrito... y
una pulla para muchas damas vetustenses.
Pero aada Obdulia:

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Fuera de la limpieza y del orden, nada que revele a la mujer elegante. La piel de
tigre, tiene un cachet ? Ps... qu s yo. Me parece un capricho caro y extravagante, poco
femenino al cabo. La cama es un horror! Muy buena para la alcaldesa de Palomares. Una
cama de matrimonio! Y qu cama! Una grosera. Y lo dems? Nada. All no hay sexo.
Aparte del orden, parece el cuarto de un estudiante. Ni un objeto de arte. Ni un mal bibelot;
nada de lo que piden el confort y el buen gusto. La alcoba es la mujer como el estilo es el
hombre. Dime cmo duermes y te dir quin eres. Y la devocin? All la piedad est
representada por un Cristo vulgar colocado de una manera contraria a las conveniencias.
Lstima conclua Obdulia, sin sentir lstima que un bijou tan precioso se
guarde en tan miserable joyero!
Ah!, deba confesar que el juego de cama era digno de una princesa. Qu sabanas!
Qu almohadones! Ella haba pasado la mano por todo aquello, qu suavidad! El satn de
aquel cuerpecito de regalo no sentira asperezas en el roce de aquellas sbanas.
Obdulia admiraba sinceramente las formas y el cutis de Ana, y all en el fondo del
corazn, le envidiaba la piel de tigre. En Vetusta no haba tigres; la viuda no poda exigir a
sus amantes esta prueba de cario. Ella tena a los pies de la cama la caza del len, pero
estampada en tapiz miserable!
Ana corri con mucho cuidado las colgaduras granate, como si alguien pudiera verla
desde el tocador. Dej caer con negligencia su bata azul con encajes crema, y apareci
blanca toda, como se la figuraba don Saturno poco antes de dormirse, pero mucho ms
hermosa que Bermdez poda representrsela. Despus de abandonar todas las prendas que
no haban de acompaarla en el lecho, qued sobre la piel de tigre, hundiendo los pies
desnudos, pequeos y rollizos en la espesura de las manchas pardas. Un brazo desnudo se
apoyaba en la cabeza algo inclinada, y el otro penda a lo largo del cuerpo, siguiendo la
curva graciosa de la robusta cadera. Pareca una impdica modelo olvidada de s misma en
una postura acadmica impuesta por el artista. Jams el Arcipreste, ni confesor alguno,
haba prohibido a la Regenta esta voluptuosidad de distender a sus solas los entumecidos
miembros y sentir el contacto del aire fresco por todo el cuerpo a la hora de acostarse.
Nunca haba credo ella que tal abandono fuese materia de confesin.
Abri el lecho. Sin mover los pies, dejose caer de bruces sobre aquella blandura
suave con los brazos tendidos. Apoyaba la mejilla en la sbana y tena los ojos muy
abiertos. La deleitaba aquel placer del tacto que corra desde la cintura a las sienes.
Confesin general! estaba pensando. Eso es la historia de toda la vida. Una
lgrima asom a sus ojos, que eran garzos, y corri hasta mojar la sbana.
Se acord de que no haba conocido a su madre. Tal vez de esta desgracia nacan sus
mayores pecados.
Ni madre ni hijos.
Esta costumbre de acariciar la sbana con la mejilla la haba conservado desde la
niez. Una mujer seca, delgada, fra, ceremoniosa, la obligaba a acostarse todas las
noches antes de tener sueo. Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre la almohada,
despus saltaba del lecho; pero no se atreva a andar en la obscuridad y pegada a la cama
segua llorando, tendida as, de bruces, como ahora, acariciando con el rostro la sbana que
mojaba con lgrimas tambin. Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con
que ella poda contar; no haba ms suavidad para la pobre nia. Entonces deba de tener,
segn sus vagos recuerdos, cuatro aos. Veintitrs haban pasado, y aquel dolor an la
enterneca. Despus, casi siempre, haba tenido grandes contrariedades en la vida, pero ya
despreciaba su memoria; una porcin de necios se haban conjurado contra ella; todo
aquello le repugnaba recordarlo; pero su pena de nia, la injusticia de acostarla sin sueo,
sin cuentos, sin caricias, sin luz, la sublebaba todava y le inspiraba una dulcsima lstima de

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s misma. Como aquel a quien, antes de descansar en su lecho el tiempo que necesita,
obligan a levantarse, siente sensacin extraa que podra llamarse nostalgia de blandura y
del calor de su sueo, as, con parecida sensacin, haba Ana sentido toda su vida nostalgia
del regazo de su madre. Nunca haban oprimido su cabeza de nia contra un seno blando y
caliente; y ella, la chiquilla, buscaba algo parecido donde quiera. Recordaba vagamente un
perro negro de lanas, noble y hermoso; deba de ser un terranova. Qu habra sido de
l? El perro se tenda al sol, con la cabeza entre las patas, y ella se acostaba a su lado y
apoyaba la mejilla sobre el lomo rizado, ocultando casi todo el rostro en la lana suave y
caliente. En los prados se arrojaba de espaldas o de bruces sobre los montones de yerba
segada. Como nadie la consolaba al dormirse llorando, acababa por buscar consuelo en s
misma, contndose cuentos llenos de luz y de caricias. Era el caso que ella tena una mam
que le daba todo lo que quera, que la apretaba contra su pecho y que la dorma cantando
cerca de su odo:
Sbado, sbado, morena,
cay el pajarillo en trena
con grillos y con cadenaaa...
Y esto otro:
Estaba la pjara pinta
a la sombra de un verde limn...
Estos cantares los oa en una plaza grande a las mujeres del pueblo que arrullaban a
sus hijuelos...
Y as se dorma ella tambin, figurndose que era la almohada el seno de su madre
soada y que realmente oa aquellas canciones que sonaban dentro de su cerebro. Poco a
poco se haba acostumbrado a esto, a no tener ms placeres puros y tiernos que los de su
imaginacin.
Pensando la Regenta en aquella nia que haba sido ella, la admiraba y le pareca que
su vida se haba partido en dos, una era la de aquel angelillo que se le antojaba muerto. La
nia que saltaba del lecho a obscuras era ms enrgic a que esta Anita de ahora, tena una
fuerza interior pasmosa para resistir sin humillarse las exigencias y las injusticias de las
personas fras, secas y caprichosas que la criaban.
Vaya una manera de hacer examen de conciencia! pens doa Ana algo
avergonzada.
Sali descalza de la alcoba, cogi el devocionario que estaba sobre el tocador y corri
a su lecho. Se acost, acerc la luz y se puso a leer con la cabeza hundida en las almohadas.
Si comi carne, volvieron a ver sus ojos cargados de sueo; pero pas adelante. Una, dos,
tres hojas... lea sin saber qu. Por fin, se detuvo en un rengln que deca:
Los parajes por donde anduvo...
Aquello lo entendi. Haba estado, mientras pasaba hojas y hojas, pensando, sin
saber cmo, en don lvaro Mesa, presidente del casino de Vetusta y jefe del partido liberal
dinstico; pero al leer: Los parajes por donde anduvo, su pensamiento volvi de repente a
los tiempos lejanos. Cuando era nia, pero ya confesaba, siempre que el libro de examen
deca pase la memoria por los lugares que ha recorrido, se acordaba sin querer de la
barca de Trbol, de aquel gran pecado que haba cometido, sin saberlo ella, la noche que
pas dentro de la barca con aquel Germn, su amigo... Infames! La Regenta senta rubor y
clera al recordar aquella calumnia. Dej el libro sobre la mesilla de noche otro mueble
vulgar que irritaba el buen gusto de Obdulia apag la luz... y se encontr en la barca de
Trbol, a medianoche, al lado de Germn, un nio rubio de doce aos, dos ms que ella. l
la abrigaba solcito con un saco de lona que haban encontrado en el fondo de la barca. Ella

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le haba rogado que se abrigara l tambin. Debajo del saco, como si fuera una colcha,
estaban los dos tendidos sobre el tablado de la barca, cuyas bandas obscuras les impedan
ver la campia; slo vean all arriba nubes que corran delante de la cara de la luna.
Tienes fro? preguntaba Germn.
Y Ana responda, con los ojos muy abiertos, fijos en la luna que corra, detrs de las
nubes:
No!
Tienes miedo?
Ca!
Somos marido y mujer deca l.
Yo soy una mam!
Y oa debajo de su cabeza un rumor dulce que la arrullaba como para adormecerla;
era el rumor de la corriente.
Se haban contado muchos cuentos. l haba contado adems su historia. Tena pap
en Colondres y mam tambin.
Cmo era una mam?
Germn lo explicaba como poda.
Dan muchos besos las mams?
S.
Y cantan?
S, yo tengo una hermanita que le cantan. Yo ya soy grande.
Y yo soy una mam!
Despus vena la historia de ella. Viva en Loreto, una aldea, algo lejos de la ra por
aquel lado, pero tocando con el mar por all arriba, por el arenal. Viva con una seora que
se llamaba aya y doa Camila. No la quera. Aquella seora aya tena criados y criadas y un
seor que vena de noche y le daba besos a doa Camila, que le pegaba y deca: Delante
de ella no, que es muy maliciosa.
Le decan que tena un pap que la quera mucho y era el que mandaba los vestidos y
el dinero y todo. Pero l no poda venir, porque estaba matando moros. La castigaban
mucho, pero no la pegaban; eran encierros, ayunos y el castigo peor, el de acostarse
temprano. Se escapaba por la puerta del jardn y corra llorando hacia el mar; quera
meterse en un barco y navegar hasta la tierra de los moros y buscar a su pap. Algn
marinero la encontraba llorando y la acariciaba. Ella le propona el viaje, el marinero se rea,
le deca que s, la coga en los brazos, pero el pcaro la llevaba a casa del aya y la volvan al
encierro. Una tarde se haba escapado por otro camino, pero no encontraba el mar. Haba
pasado junto a un molino; un perro le haba cerrado el paso al atravesar el puente de la
acequia, hecho con un tronco hueco de castao; Ana se haba echado sobre el tronco porque
se mareaba viendo el agua blanca que ladraba debajo como el perro enfrente de ella. El
perro haba pasado por encima de Anita; no haba querido morderla. Ella, entonces, desde la
otra orilla, le llam y le dijo:
Chito, toma, ah tienes eso.
Era su merienda que llevaba en un bolsillo; un poco de pan con manteca mojado en
lgrimas.

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Casi siempre coma el pan de la merienda salado por las lgrimas. Cuando estaba
sola lloraba de pena; pero delante del aya, de los criados y del hombre, lloraba de rabia.
Haba encontrado despus del molino un bosque y lo haba cruzado corriendo, cantando, y
eso que tena an los ojos llenos de llanto, pero cantaba de miedo. Al salir del bosque haba
visto un prado de yerba muy verde y muy alta...
Y all estaba yo, verdad? grit Germn.
Es verdad.
Y te dije si queras embarcarte en la barca de Trbol, que el barquero haba sido mi
criado, y yo era de Colondres, que est al otro lado de la ra.
Es verdad.
La Regenta recordaba todo esto como va escrito, incluso el dilogo; pero crea que,
en rigor, de lo que se acordaba no era de las palabras mismas, sino de posterior recuerdo en
que la nia haba animado y puesto en forma de novela los sucesos de aquella noche.
Despus se haban dormido. Ya era de da cuando los despert una voz que gritaba
desde la orilla de Colondres. Era el barquero que vea su barca en un islote que dejaba el
agua en medio de la ra al bajar la marea. El barquero los ri mucho. A ella la condujo a
Loreto un hijo de aquel hombre; pero en el camino los hall un criado del aya. Andaban
buscndola por todo el mundo. Crean que se haba cado al mar. Doa Camila estaba
enferma del susto, en cama. El hombre que besaba al aya cogi a Anita por un brazo y se lo
apret hasta arrancarle sangre. Pero ella no llor.
Le preguntaron dnde haba pasado la noche y no quiso contestar por temor de que
castigaran a Germn si se saba. La encerraron, no le dieron de comer aquel da, pero no
declar nada. A la maana siguiente el aya hizo llamar al barquero de Trbol. Segn aquel
hombre, los nios se haban concertado para pasar juntos una noche en la barca. Quin lo
dira? Ana confes al cabo que haban dormido juntos, pero que haba sido sin querer. Su
propsito haba sido hacerse dueos de la barca una noche, aunque los rieran en casa,
pasar de orilla a orilla ellos solos, tirando por la cuerda, y despus volverse l a Colondres y
ella a Loreto. Pero el agua de la ra se haba marchado, la barca tropez en el fondo con las
piedras en mitad del pasaje y por ms esfuerzos que haban hecho no haban conseguido
moverla. Y se haban acostado y se haban dormido. De haber podido romper la cuerda que
sujetaba la lancha se hubieran ido a la tierra del moro, porque Germn saba el camino por
el mar; ella hubiera buscado a su pap y l hubiera matado muchos moros; pero la cuerda
era muy fuerte. No pudieron romperla y se acostaron para contarse cuentos de dormir.
Lo mismo haba referido Germn al barquero, pero no se crey la historia.
Qu escndalo! Doa Camila cogi a Anita por la garganta y por poco la ahoga.
Despus dijo un refrn desvergonzado en que se insultaba a su madre y a ella, segn
comprendi mucho ms tarde, porque entonces no entenda aquellas palabras.
Doa Camila culpaba al hombre que le daba besos de las picardas de la nia.
T le has abierto los ojos con tus imprudencias.
Anita no entenda y el hombre, el seor del aya, rea a carcajadas.
Desde aquel da el hombre la miraba con llamaradas en los ojos, y sonrea, y en
cuanto sala de la habitacin el aya le peda besos a ella, pero nunca quiso drselos.
Vino un cura y se encerr con Ana en la alcoba de la nia y le pregunt unas cosas
que ella no saba lo que eran. Ms adelante, meditando mucho, acab por entender algo de
aquello. Se la quiso convencer de que haba cometido un gran pecado. La llevaron a la
iglesia de la aldea y la hicieron confesarse. No supo contestar al cura y ste declar al aya

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que no serva la nia para el caso todava, porque por ignorancia o por malicia, ocultaba sus
pecadillos. Los chicos de la calle la miraban como el hombre que besaba a doa Camila; la
cogan por un brazo y queran llevrsela no saba a dnde. No volvi a salir sin el aya. A
Germn no haba vuelto a verle.
He escrito a tu pap dicindole lo que t eres. En cuanto cumplas los once aos,
irs a un colegio de Recoletas.
Esta amenaza de doa Camila no pas de amenaza, pero Ana no senta salir de
Loreto, ir donde quiera.
Desde entonces la trataron como a un animal precoz. Sin enterarse bien de lo que
oa, haba entendido que achacaban a culpas de su madre los pecados que la atribuan a
ella...
Al llegar a este punto de sus recuerdos la Regenta sinti que se sofocaba, sus mejillas
ardan. Encendi luz, apart de s la colcha pesada y sus formas de Venus, algo flamenca, se
revelaron exagera das bajo la manta de finsima lana de colores ceida al cuerpo. La colcha
qued arrugada a los pies.
Aquellos recuerdos de la niez huyeron, pero la clera que despertaron, a pesar de
ser tan lejana, no se desvaneci con ellos.
Qu vida tan estpida! pens Ana, pasando a reflexiones de otro gnero.
Aumentaba su mal humor con la conciencia de que estaba pasando un cuarto de hora
de rebelin. Crea vivir sacrificada a deberes que se haba impuesto; estos deberes algunas
veces se los representaba como potica misin que explicaba el por qu de la vida. Entonces
pensaba:
La monotona, la insulsez de esta existencia es aparente; mis das estn ocupados
por grandes cosas; este sacrificio, esta lucha es ms grande que cualquier aventura del
mundo.
En otros momentos, como ahora, tascaba el freno la pasin sojuzgada; protestaba el
egosmo, la llamaba loca, romntica, necia y deca: Qu vida tan estpida!
Esta conciencia de la rebelin la desesperaba; quera aplacarla y se irritaba. Senta
cardos en el alma. En tales horas no quera a nadie, no compadeca a nadie. En aquel
instante deseaba or msica; no poda haber voz ms oportuna. Y sin saber cmo, sin querer
se le apareci el Teatro Real de Madrid y vio a don lvaro Mesa, el presidente del Casino, ni
ms ni menos, envuelto en una capa de embozos grana, cantando bajo los balcones de
Rosina:
Ecco ridente il ciel...
La respiracin de la Regenta era fuerte, frecuente; su nariz palpitaba ensanchndose,
sus ojos tenan fulgores de fiebre y estaban clavados en la pared, mirando la sombra
sinuosa de su cuerpo ceido por la manta de colores.
Quiso pensar en aquello, en Lindoro, en el Barbero, para suavizar la aspereza de
espritu que la mortificaba.
Si yo tuviera un hijo!... ahora... aqu... besndole, cantndole...
Huy la vaga imagen del rorro, y otra vez se present el esbelto don lvaro, pero de
gabn blanco entallado, saludndola como saludaba el rey Amadeo.
Mesa, al saludar, humillaba los ojos, cargados de amor, ante los de ella imperiosos,
imponentes.

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Sinti flojedad en el espritu. La sequedad y tirantez que la mortificaban se fueron


convirtiendo en tristeza y desconsuelo...
Ya no era mala, ya senta como ella quera sentir; y la idea de su sacrificio se le
apareci de nuevo; pero grande ahora, sublime, como una corriente de ternura capaz de
anegar el mundo. La imagen de don lvaro tambin fue desvanecindose, cual un cuadro
disolvente; ya no se vea ms que el gabn blanco y detrs, como una filtracin de luz, iban
destacndose una bata escocesa a cuadros, un gorro verde de terciopelo y oro, con borla, un
bigote y una perilla blancos, unas cejas grises muy espesas... y al fin sobre un fondo negro
brill entera la respetable y familiar figura de su don Vctor Quintanar con un nimbo de luz
en torno. Aqul era el sujeto del sacrificio, como dira don Cayetano. Ana Ozores deposit un
casto beso en la frente del caballero.
Y sinti vehementes deseos de verle, de besarle en realidad como al cuadro
disolvente.
Mala hora, sin duda, era aqulla.
Pero la casualidad vino a favorecer el anhelo de la casta esposa. Se tom el pulso, se
mir las manos; no vea bien los dedos, el pulso lata con violencia, en los prpados le
estallaban estrellitas, como chispas de fuegos artificiales, s, s, estaba mala, iba a darle el
ataque; haba que llamar; cogi el cordn de la campanilla, llam. Pasaron dos minutos. No
oan?... Nada. Volvi a empuar el cordn... llam. Oy pasos precipitados. Al mismo tiempo
que por una puerta de escape entraba Petra, su doncella, asustada, casi desnuda, se abri la
colgadura granate y apareci el cuadro disolvente, el hombre de la bata escocesa y el gorro
verde, con una palmatoria en la mano.
Qu tienes, hija ma? grit don Vctor acercndose al lecho.
Era el ataque, aunque no estaba segura de que viniese con todo el aparato nervioso
de costumbre; pero los sntomas los de siempre; no vea, le estallaban chispas de brasero
en los prpados y en el cerebro, se le enfriaban las manos, y de pesadas no le parecan
suyas... Petra corri a la cocina sin esperar rdenes; ya saba lo que se necesitaba, tila y
azahar.
Don Vctor se tranquiliz. Estaba acostumbrado al ataque de su querida esposa;
padeca la infeliz, pero no era nada.
No pienses en ello, que ya sabes que es lo mejor.
S, tienes razn; acrcate, hblame, sintate aqu.
Don Vctor se sent sobre la cama y deposit un beso paternal en la frente de su
seora esposa. Ella le apret la cabeza contra su pecho y derram algunas lgrimas.
Notadas que fueron las cuales por don Vctor exclam ste:
Ves? ya lloras; buena seal. La tormenta de nervios se deshace en agua; est
conjurado el ataque, vers como no sigue.
En efecto, Ana comenz a sentirse mejor. Hablaron. Ella manifest una ternura que l
le agradeci en lo que vala. Volvi Petra con la tila.
Don Vctor observ que la muchacha no haba reparado el desorden de su traje, que
no era traje, pues se compona de la camisa, un pauelo de lana, corto, echado sobre los
hombros, y una falda que, mal atada al cuerpo, dejaba adivinar los encantos de la doncella,
dado que fueran encantos, que don Vctor no entraba en tales averiguaciones, por ms que
sin querer aventur, para sus adentros, la hiptesis de que las carnes deban de ser muy
blancas, toda vez que la chica era rubia azafranada...

36

Con la tila y el azahar Anita acab de serenarse. Respir con fuerza; sinti un
bienestar que le llen el alma de optimismo.
Qu solcita era Petra! y su Vctor qu bueno!
Y haba sido hermoso, no caba duda. Verdad era que sus cincuenta y tantos aos
parecan sesenta; pero sesenta aos de una robustez envidiable; su bigote blanco, su perilla
blanca, sus cejas grises le daban venerable y hasta heroico aspecto de brigadier y aun de
general. No pareca un Regente de Audiencia jubilado, sino un ilustre caudillo en situacin de
cuartel.
Petra, temblando de fro, con los brazos cruzados, unos blanqusimos brazos bien
torneados, se retir discretamente, pero se qued en la sala contigua esperando rdenes.
Ana se empe en que Quintanar casi siempre le llamaba as bebiese aquella
poca tila que quedaba en la taza.
Pero si don Vctor no crea en los nervios! Si estaba sereno! Muerto de sueo, pero
tranquilo.
No importaba. Era un capricho. No lo conoca l, pero se haba asustado.
Que no, hija ma; que te juro...
Que s, que s...
Don Vctor tom tila y acto continuo bostez enrgicamente.
Tienes fro?
Fro yo!
Y pens que dentro de tres horas, antes de amanecer, saldra con gran sigilo por la
puerta del parque la huerta de los Ozores. Entonces s que hara fro, sobre todo, cuando
llegaran al Montico, l y su querido Frgilis, su Plades cinegtico, como le llamaba. Iban de
caza; una caza prohibida, a tales horas, por la Regenta. Anita no dej a Vctor tan pronto
como l quisiera. Estaba muy habladora su querida mujercita. Le record mil episodios de la
vida conyugal siempre tranquila y armoniosa.
No quisieras tener un hijo, Vctor? pregunt la esposa apoyando la cabeza en el
pecho del marido.
Con mil amores! contest el exregente buscando en su corazn la fibra del
amor paternal. No la encontr; y para figurarse algo parecido pens en su reclamo de
perdiz, escogidsimo regalo de Frgilis.
Si mi mujer supiera que slo puedo disponer de dos horas y media de descanso,
me dejara volver a la cama.
Pero la pobrecita lo ignoraba todo, deba ignorarlo. Ms de media hora tard la
Regenta en cansarse de aquella locuacidad nerviosa. Qu de proyectos! qu de horizontes
de color de rosa! Y siempre, siempre juntos Vctor y ella.
Verdad?
S, hijita ma, s; pero debes descansar; te exaltas hablando...
Tienes razn; siento una fatiga dulce... Voy a dormir.
l se inclin para besarle la frente, pero ella, echndole los brazos al cuello y hacia
atrs la cabeza, recibi en los labios el beso. Don Vctor se puso un poco encarnado; sinti
hervir la sangre. Pero no se atrevi. Adems, antes de tres horas deba estar camino del
Montico con la escopeta al hombro. Si se quedaba con su mujer, adis cacera... Y Frgilis

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era inexorable en esta materia. Todo lo perdonaba menos faltar o llegar tarde a un
madrugn por el estilo.
Slvense los principios pens el cazador.
Buenas noches, trtola ma!
Y se acord de las que tena en la pajarera.
Y despus de depositar otro beso, por propia iniciativa, en la frente de Ana, sali de
la alcoba con la palmatoria en la diestra mano; con la izquierda levant el cortinaje granate;
volvise, salud a su esposa con una sonrisa, y con majestuoso paso, no obstante calzar
bordadas zapatillas, se restituy a su habitacin que estaba al otro extremo del casern de
los Ozores.
Atraves un gran saln que se llamaba el estrado; anduvo por pasillos anchos y
largos, lleg a una galera de cristales y all vacil un momento. Volvi pies atrs, desanduvo
todos los pasillos y discretamente llam a una puerta.
Petra se present en el mismo desorden de antes.
Qu hay? se ha puesto peor?
No es eso, muchacha contest don Vctor.
Qu desfachatez! aquella joven, no consideraba que estaba casi desnuda?
Es que... es que... por si Anselmo se duerme y no oye la seal de don Toms
(Frgilis)... Como es tan bruto Anselmo... Quiero que t me llames si oyes los tres ladridos...
ya sabes... don Toms...
S, ya s. Descuide usted, seor. En cuanto ladre don Toms ir a llamarle. No hay
ms? aadi la rubia azafranada, con ojos provocativos.
Nada ms. Y acustate, que ests muy a la ligera y hace mucho fro.
Ella fingi un rubor que estaba muy lejos de su nimo y volvi la espalda no muy
cubierta. Don Vctor levant entonces los ojos y pudo apreciar que eran, en efecto, encantos
los que no velaba bien aquella chica.
Se cerr la puerta del cuarto de Petra y don Vctor emprendi de nuevo su
majestuosa marcha por los pasillos.
Pero antes de entrar en su cuarto se dijo:
Ea; ya que estoy levantando voy a dar un vistazo a mi gente.
En un extremo de la galera de cristales haba una puerta; la empuj suavemente y
entr en la casahabitacin de sus pjaros, que dorman el sueo de los justos.
Con la mano que llevaba libre hizo una pantalla para la luz de la palmatoria, y de
puntillas se acerc a la canariera. No haba novedad. Su visita inoportuna no fue notada ms
que por dos o tres canarios, que movieron las alas estremecindose y ocultaron la cabeza
entre la pluma. Sigui adelante. Las trtolas tambin dorman; all hubo ciertos murmullos
de desaprobacin, y don Vctor se alej por no ser indiscreto. Se acerc a la jaula del tordo
ms filarmnico de la provincia, sin vanidad. El tordo estaba enhiesto sobre un travesao,
con los hombros encogidos; pero no dorma. Sus ojos se fijaron de un modo impertinente en
los de su amo y no quiso reconocerle. Toda la noche se hubiera estado el animalejo mira
que te mirars, con aire de desafo, sin bajar la mirada; le conoca bien; era muy aragons.
Y cmo se pareca a Ripamiln! Sigui adelante. Quiso ver la codorniz; pero la salvaje
africana se daba de cabezadas, asustada, contra el techo de lienzo de su jaula chata y la
dej tranquilizarse. Ante el reclamo de perdiz qued extasiado. Si algn pensamiento impuro

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manchara acaso su conciencia poco antes, la contemplacin del reclamo, aquella obra
maestra de la naturaleza, le devolvi toda la elevacin de miras y grandeza de espritu que
convena al primer ornitlogo y al cazador sin rival de Vetusta.
Equilibrado el nimo, volvi don Vctor al amor de las sbanas.
En aquella estancia dorman aos atrs, en la cama dorada de Anita, l y ella,
amantes esposos. Pero... haban coincidido en una idea.
A ella la molestaba l con sus madrugones de cazador; a l le molestaba ella porque
le haca sacrificarse y madrugar menos de lo que deba, por no despertarla. Adems, los
pjaros estaban en una especie de destierro, muy lejos del amo. Traerlos cerca estando all
Anita sera una crueldad; no la dejaran dormir la maana. Pero l con qu deleite hubiera
saboreado el primer silbido del tordo, el arrullo voluptuoso de las trtolas, el montono
ritmo de la codorniz el chas, chas cacofnico, dulce al cazador, de la perdiz huraa!
No se recuerda quin, pero l piensa que Anita, se atrevi a manifestar el deseo de
una separacin en cuanto al tlamo quo ad thorum . Fue acogida con mal disimulado
jbilo la proposicin tmida, y el matrimonio mejor avenido del mundo dividi el lecho. Ella
se fue al otro extremo del casern, que era caliente porque estaba al Medioda, y l se
qued en su alcoba. Pudo Anita dormir en adelante la maana, sin que nadie interrumpiera
esta delicia; y pudo Quintanar levantarse con la aurora y recrear el odo con los cercanos
conciertos matutinos de codornices, tordos, perdices, trtolas y canarios. Si algo faltaba
antes para la completa armona de aquella pareja, ya estaba colmada su felicidad domstica,
por lo que toca a la concordia.
Y a este propsito sola decir don Vctor, recordando su magistratura:
La libertad de cada cual se extiende hasta el lmite en que empieza la libertad de
los dems; por tener esto en cuenta, he sido siempre feliz en mi matrimonio.
Quiso dormir el poco tiempo de que dispona para ello, pero no pudo. En cuanto se
quedaba trasvolado, soaba que oa los tres ladridos de Frgilis.
Cosa extraa! Otras veces no le suceda esto, dorma a pierna suelta y despertaba
en el momento oportuno.
Habra sido la tila! Volvi a encender luz. Cogi el nico libro que tena sobre la mesa
de noche. Era un tomo de mucho bulto. Caldern de la Barca, decan unas letras doradas
en el lomo. Ley.
Siempre haba sido muy aficionado a representar comedias, y le deleitaba
especialmente el teatro del siglo diecisiete. Deliraba por las costumbres de aquel tiempo en
que se saba lo que era honor y mantenerlo. Segn l, nadie como Caldern entenda en
achaques del puntillo de honor, ni daba nadie las estocadas que lavan reputaciones tan a
tiempo, ni en el discreteo de lo que era amor y no lo era, le llegaba autor alguno a la suela
de los zapatos. En lo de tomar justa y sabrosa venganza los maridos ultrajados, el divino
don Pedro haba discurrido como nadie y sin quitar a El castigo sin venganza y otros
portentos de Lope el mrito que tenan, don Vctor nada encontraba como El mdico de su
honra.
Si mi mujer deca a Frgilis fuese capaz de caer en liviandad digna de castigo...
Lo cual es absurdo aun supuesto...
Bien, pero suponiendo ese absurdo... yo le doy una sangra suelta.
Y hasta nombraba el albitar a quien haba de llamar y tapar los ojos, con todo lo
dems del argumento. Tampoco le pareca mal lo de prender fuego a la casa y vengar
secretamente el supuesto adulterio de su mujer. Si llegara el caso, que claro que no llegara,

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l no pensaba prorrumpir en preciosa tirada de versos, porque ni era poeta ni quera


calentarse al calor de su casa incendiada; pero en todo lo dems haba de ser, dado el caso,
no menos rigoroso que tales y otros caballeros parecidos de aquella Espaa de mejores das.
Frgilis opinaba que todo aquello estaba bien en las comedias, pero que en el mundo
un marido no est para divertir al pblico con emociones fuertes, y lo que debe hacer en tan
apurada situacin es perseguir al seductor ante los tribunales y procurar que su mujer vaya
a un convento.
Absurdo! absurdo! gritaba don Vctor jams se hizo cosa por el estilo en los
gloriosos siglos de estos insignes poetas.
Afortunadamente aada calmndose yo no me ver nunca en el doloroso
trance de escogitar medios para vengar tales agravios; pero juro a Dios que llegado el caso,
mis atrocidades seran dignas de ser puestas en dcimas calderonianas.
Y lo pensaba como lo deca.
Todas las noches antes de dormir se daba un atracn de honra a la antigua, como l
deca; honra habladora, as con la espada como con la discreta lengua. Quintanar manejaba
el florete, la espada espaola, la daga. Esta aficin le haba venido de su pasin por el
teatro. Cuando trabajaba c omo aficionado, haba comprendido en los numerosos duelos que
tuvo en escena la necesidad de la esgrima, y con tal calor lo tom, y tal disposicin natural
tena, que lleg a ser poco menos que un maestro. Por supuesto, no entraba en sus planes
matar a nadie; era un espadachn lrico. Pero su mayor habilidad estaba en el manejo de la
pistola; encenda un fsforo con una bala a veinticinco pasos, mataba un mosquito a treinta
y se luca con otros ejercicios por el estilo. Pero no era jactancioso. Estimaba en poco su
destreza; casi nadie saba de ella. Lo principal era tener aquella sublime idea del honor, tan
propia para redondillas y hasta sonetos. l era pacfico; nunca haba pegado a nadie. Las
muertes que haba firmado como juez, le haban causado siempre inapetencias, dolores de
cabeza, a pesar de que se crea irresponsable.
Lea, pues, don Vctor a Caldern, sin cansarse, y prximo estaba a ver cmo se
atravesaban con sendas quintillas dos valerosos caballeros que pretendan la misma dama,
cuando oy tres ladridos lejanos. Era Frgilis!
Doa Ana tard mucho en dormirse, pero su vigilia ya no fue impaciente, desabrida.
El espritu se haba refrigerado con el nuevo sesgo de los pensamientos. Aquel noble esposo
a quien deba la dignidad y la independencia de su vida, bien mereca la abnegacin
constante a que ella estaba resuelta. Le haba sacrificado su juventud: por qu no
continuar el sacrificio? No pens ms en aquellos aos en que haba una calumnia capaz de
corromper la ms pura inocencia; pens en lo presente. Tal vez haba sido providencial
aquella aventura de la barca de Trbol. Si al principio, por ser tan nia, no haba sacado
ninguna enseanza de aquella injusta persecucin de la calumnia, ms adelante, gracias a
ella, aprendi a guardar las apariencias; supo, recordando lo pasado, que para el mundo no
hay ms virtud que la ostensible y aparatosa. Su alma se regocij contemplando en la
fantasa el holocausto del general respeto, de la admiracin que como virtuosa y bella se le
tributaba. En Vetusta, decir la Regenta era decir la perfecta casada. Ya no vea Anita la
estpida existencia de antes. Recordaba que la llamaban madre de los pobres. Sin ser beata,
las ms ardientes fanticas la consideraban buena catlica. Los ms atrevidos Tenorios,
famo sos por sus temeridades, bajaban ante ella los ojos, y su hermosura se adoraba en
silencio. Tal vez muchos la amaban, pero nadie se lo deca... Aquel mismo don lvaro que
tena fama de atreverse a todo y conseguirlo todo, la quera, la adoraba sin duda alg una,
estaba segura; ms de dos aos haca que ella lo haba conocido, pero l no haba hablado
ms que con los ojos, donde Ana finga no adivinar una pasin que era un crimen.

40

Verdad era que en estos ltimos meses, sobre todo desde algunas semanas a esta
parte, se mostraba ms atrevido... hasta algo imprudente, l que era la prudencia misma, y
slo por esto digno de que ella no se irritara contra su infame intento... pero ya sabra
contenerle; s, ella le pondra a raya helndole con una mirada... Y pensando en convertir en
carmbano a don lvaro Mesa, mientras l se obstinaba en ser de fuego, se qued dormida
dulcemente.
En tanto all abajo, en el parque, miraba al balcn cerrado del tocador de la Regenta,
don Vctor, plido y ojeroso, como si saliera de una orga; daba pataditas en el suelo para
sacudir el fro y deca a Frgilis, su amigo...
Pobrecita! cun ajena estar, all en su tranquilo sueo, de que su esposo la
engaa y sale de casa dos horas antes de lo que ella piensa!...
Frgilis sonri como un filsofo y ech a andar delante. Era un seor ni alto ni bajo,
cuadrado; vesta cazadora de pao pardo; iba tocado con gorra negra con orejeras y por
nico abrigo ostentaba una inmensa bufanda, a cuadros, que le daba diez vueltas al cuello.
Lo dems todo era utensilios y atributos de caza, pero sobrios, como los de un Nemrod.
Don Vctor, al llegar a la puerta del parque, volvi a mirar hacia el balcn, lleno de
remordimientos.
Anda, anda, que es tarde murmur Frgilis.
No haba amanecido.

IV

La familia de los Ozores era una de las ms antiguas de Vetusta. Era el tal apellido de
muchos condes y marqueses, y pocos nobles haba en la ciudad que no fueran, por un lado o
por otro, algo parientes de tan ilustre linaje.
Don Carlos, padre de Ana, era el primognito de un segundn del conde de Ozores.
Don Carlos tuvo dos hermanas, Anunciacin y gueda, que con su padre habitaron mucho
tiempo el casern de sus mayores. La rama principal, la de los condes, viva aos haca
emigrada.
El primognito del segundn quiso tener una carrera, ser algo ms que heredero de
algunas caseras, unos cuantos foros y un palacio achacoso de goteras. Fue ingeniero
militar. Se port como un valiente; en muchas batallas demostr grandes conocimientos en
el arte de Vauban, construy duraderos y bien dispuestos fuertes en varias costas, y lleg
pronto a coronel de ejrcito, comandante del cuerpo. Cansado de casamatas, cortinas,
paralelas y castillos, procurose un empleo en la corte y fue perdiendo sus aficiones militares,
quedndose slo con las cientficas: prefiri la fsica, las matemticas a las aplicaciones de
tales ciencias, al arte, y cada da fue menos guerrero. Pero al mismo tiempo se entregaba a
las delicias de Capua, y por fin, despus de muchos amoros, tuvo un amor serio, una pasin
de sabio (o cosa parecida) que ya no es joven.
Loco de amor se cas don Carlos Ozores a los treinta y cinco aos con una humilde
modista italiana que viva en medio de seducciones sin cuento, honrada y pobre. Esta fue la
madre de Ana que, al nacer, se qued sin ella.
Menos mal! pensaban las hermanas de don Carlos all en su casern de
Vetusta.

41

Su matrimonio haba originado al coronel un rompimiento con su familia. Se


escribieron dos cartas secas y no hubo ms relaciones.
Si viviera mi padre pensaba Ozores de fijo perdonaba este matrimonio desigual.
Si viviera padre, morira del disgusto! decan las solteronas implacables.
Toda la nobleza vetustense aprobaba la conducta de aquellas seoritas, que vieron
un castigo de Dios en el desgraciado puerperio de la modista italiana, su cuada indigna.
El palacio de los Ozores era de don Carlos; sus hermanas se lo dijeron en otra carta
fra y lacnica:
Estaban dispuestas a abandonarlo, si l lo exiga; slo le pedan que pensase cmo
se haba de conservar aquel resto precioso de tanta nobleza.
El coronel contest que por Dios y todos los santos continuasen viviendo donde
haban nacido, que l se lo suplicaba por bien de la misma finca, que sin ellas se vendra a
tierra.
Las solteronas, sin contestar ni transigir en lo del matrimonio, se quedaron en el
palacio para que no se derrumbara.
A don Carlos le doli mucho que ni siquiera se le preguntase por su hija. La nobleza
vetustense opin que muerto el perro no se acabase la rabia; que la muerte providencial de
la modista no era motivo suficiente para hacer las paces con el infame don Carlos ni para
enterarse de la suerte de su hija.
Tiempo haba para proteger a la nia, sin menoscabo de la dignidad, si, como era de
presumir, la conducta loca de su padre le arrastraba a la pobreza. Adems, se corri por
Vetusta que don Carlos se haba hecho masn, republicano y por consiguiente ateo. Sus
hermanas se vistieron de negro y en el gran saln, en el estrado, recibieron a toda la
aristocracia de Vetusta, como si se tratara de visitas de duelo.
La estancia estaba casi a obscuras; por los grandes balcones no se dejaba pasar ms
que un rayo de luz; se hablaba poco, se suspiraba y se oa el aleteo de los abanicos.
Cunto mejor hubiese sido que se hubiera vuelto loco! exclam el marqus de
Vegallana, jefe del partido conservador de Vetusta.
Qu... loco! contest una de las hermanas, doa Anunciacin. Diga usted,
marqus, que ojal Dios se acordase de l, antes que verle as.
Hubo unnime aprobacin por seas. Muchas cabezas se inclinaron lnguidamente; y
se volvi a suspirar. Aquello del republicanismo no necesitaba comentarios.
Don Carlos, en efecto, se haba hecho liberal de los avanzados; y de los estudios
fsicos matemticos haba pasado a los filosficos; y de resultas era un hombre que ya no
crea sino lo que tocaba, hecha excepcin de la libertad que no la pudo tocar nunca y crey
en ella muchos aos. La vida de liberal en ejercicio en aquellos tiempos tena poco de
tranquila. Don Carlos se dedic a filsofo y a conspirador, para lo cual crey oportuno pedir
la absoluta.
Yo ingeniero, no podra conspirar nunca (crea en el espritu de cuerpo); como
particular puedo procurar la salvacin del pas por los medios ms adecuados.
No hay que pensar que era tonto don Carlos, sino un buen matemtico, bastante
instruido en varias materias. Pudo reunir una mediana biblioteca donde haba no pocos libros
de los condenados en el ndice. Amaba la literatura con ardor y era, por entonces, todo lo
romntico que se necesitaba para conspirar con progresistas.

42

Lo que pudiera haber de falso y contradictorio en el carcter de don Carlos era obra
de su tiempo. No le faltaba talento, era apasionado y se asimilaba con facilidad ideas que
entenda muy pronto, pero no se distingua por lo original ni por lo prudente. Su amor propio
de librepensador no haba llegado a esa jerarqua del orgullo en que slo se admite lo que
uno crea para s mismo. De todas maneras, era simptico.
De sus defectos su hija fue la vctima. Despus de llorar mucho la muerte de su
esposa, don Carlos volvi a pensar en asuntos que a l se le antojaban serios, como, v. gr.,
propagar el libre examen dentro de crculo determinado de espaoles; procurar el triunfo del
sistema representativo en toda su integridad. Tanto vala entonces esto como dedicarse a
bandolero sin proteccin, por lo que toca a la necesidad de vivir a salto de mata. Un
conspirador no puede tener consigo una nia sin madre. Le hablaron de colegios, pero los
aborreca. Tom un aya, una espaola inglesa que en nada se pareca a la de Cervantes,
pues no tena encantos morales, y de los corporales, si de alguno dispona, haca mal uso.
Esto lo ignoraba don Carlos, que admiti el aya en calidad de catlica liberal. Se le haba
dicho:
Es una mujer ilustrada, aunque espaola; educada en Inglaterra, donde ha
aprendido el noble espritu de la tolerancia.
Y adems, curaba el entendimiento y el corazn a los nios con pldoras de la Biblia y
pastillas de novela inglesa para uso de las familias. Era, en fin, una hipocritona de las que
saben que a los hombres no les gustan las mujeres beatas, pero tampoco descredas, sino,
as un trmino medio, que los hombres mismos no saben cmo ha de ser. La hipocresa de
doa Camila l egaba hasta el punto de tenerla en el temperamento, pues siendo su aspecto
el de una estatua anafrodita, el de un ser sin sexo, su pasin principal era la lujuria,
satisfecha a la inglesa: una lujuria que pudiera llamarse metodista si no fuera una
profanacin.
Tuvo que emigrar don Carlos, y Ana qued en poder de doa Camila, que por
imprudencia imperdonable de Ozores se vio disponiendo a su antojo de la mayor parte de
las rentas de su amo, cada vez ms flacas, pues las conspiraciones cuestan caras al que las
paga.
Aconsejaron los mdicos aires del campo y del mar para la nia y el aya escribi a
don Carlos que un su amigo, Iriarte, el que le haba recomendado a doa Camila, venda en
una provincia del Norte, limtrofe de Vetusta, una casa de campo en un pueblecillo
pintoresco, puerto de mar y saludable a todos los vientos. Ozores dio rdenes para que se
vendiese como se pudiera en la provincia de Vetusta la poca hacienda que no haba
malbaratado antes, y la mitad del producto de tan loca enajenacin la dedic a la compra de
aquella quinta de su amigo Iriarte. La otra mitad fue destinada al socorro de los patriotas
ms o menos autnticos. En Vetusta no le quedaba ms que su palacio que habitaban, sin
pagar renta, las solteronas. La casa de campo y los predios que la rodeaban y pertenecan,
valan mucho menos de lo que poda presumir el conspirador, si juzgaba por lo que le
costaban, pero l no paraba mientes en tal materia: se iba arruinando ni ms ni menos que
su patria; pero as como la lista civil le dola lo mismo que si la pagase l entera, de las
mangas y capirotes que hacan con sus bienes le importaba poco. No era todo
desprendimiento; vagamente vea en lontananza un porvenir de indemnizaciones patriticas
que aunque estaban en el programa de su partido, a l no le alcanzaron.
A las nuevas haciendas de don Carlos se fueron Anita, el aya, los criados y tras ellos
el hombre, como llam siempre la nia al personaje que turbaba no pocas veces el sueo de
su inocencia. Era Iriarte, el amante de doa Camila y antiguo dueo de la casa de campo.
El aya haba procurado seducir a don Carlos; saba que su difunta esposa era una
humilde modista, y ella, doa Camila Portocarrero, que se crea descendiente de nobles,
bien poda aspirar a la sucesin de la italiana. Crey que don Carlos se haba casado por

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compromiso, que era un hombre que se casaba con la servidumbre. Conoca este tipo y
saba cmo se le trataba. Pero fue intil. En el poco tiempo que pudo aprovechar para hacer
la prueba de su sabio y complicado sistema de seduccin, don Carlos no ech de ver siquiera
que se le tenda una red amorosa. Por aquella poca era l casi sansimoniano. Emigr
Ozores y doa Camila jur odio eterno al ingrato, y consagr, con la paciencia de los
reformistas ingleses, un culto de envidia pstuma a la modista italiana que haba conseguido
casarse con aquel estuco. Anita pag por los dos.
El aya afirmaba en todas partes, entre interjecciones aspiradas, que la educacin de
aquella seorita de cuatro aos exiga cuidados muy especiales. Con alusiones maliciosas,
vagas y envueltas en misterios a la condicin social de la italiana, daba a entender que la
ciencia de educar no esperaba nada bueno de aquel retoo de meridionales concupiscencias.
En voz baja deca el aya que la madre de Anita tal vez antes que modista haba sido
bailarina.
De todas suertes, doa Camila se rode de precauciones pedaggicas y prepar a la
infancia de Ana Ozores un verdadero gimnasio de moralidad inglesa. Cuando aquella planta
tierna comenz a asomar a flor de tierra se encontr ya con un rodrign al lado para que
creciese derecha. El aya aseguraba que Anita necesitaba aquel palo seco junto a s y estar
atada a l fuertemente. El palo seco era doa Camila. El encierro y el ayuno fueron sus
disciplinas.
Ana que jams encontraba alegra, risas y besos en la vida, se dio a soar todo eso
desde los cuatro aos. En el momento de perder la libertad se desesperaba, pero sus
lgrimas se iban secando al fuego de la imaginacin, que le caldeaba el cerebro y las
mejillas. La nia fantaseaba primero milagros que la salvaban de sus prisiones que eran una
muerte, figurbase vuelos imposibles.
Yo tengo unas alas y vuelo por los tejados, pensaba; me marcho como esas
mariposas; y dicho y hecho, ya no estaba all. Iba volando por el azul que vea all arriba.
Si doa Camila se acercaba a la puerta a escuchar por el ojo de la llave, no oa nada.
La nia con los ojos muy abiertos, brillantes, los pmulos colorados, estaba horas y horas
recorriendo espacios que ella creaba llenos de ensueos confusos, pero iluminados por una
luz difusa que centelleaba en su cerebro.
Nunca peda perdn; no lo necesitaba. Sala del encierro pensativa, altanera, callada;
segua soando; la dieta le daba nueva fuerza para ello. La herona de sus novelas de
entonces era una madre. A los seis aos haba hecho un poema en su cabecita rizada de un
rubio obscuro. Aquel poema estaba compuesto de las lgrimas de sus tristezas de hurfana
maltratada y de fragmentos de cuentos que oa a los criados y a los pastores de Loreto.
Siempre que poda se escapaba de casa; corra sola por los prados, entraba en las cabaas
donde la conocan y acariciaban, sobre todo los perros grandes; sola comer con los
pastores. Volva de sus correras por el campo, como la abeja con el jugo de las flores, con
material para su poema. Como Poussin coga yerbas en los prados para estudiar la
naturaleza que trasladaba al lienzo, Anita volva de sus escapatorias de salvaje con los ojos
y la fantasa llenos de tesoros que fueron lo mejor que goz en su vida. A los veintisiete
aos Ana Ozores hubiera podido contar aquel poema desde el principio al fin, y eso que en
cada nueva edad le haba aadido una parte. En la primera haba una paloma encantada con
un alfiler negro clavado en la cabeza; era la reina mora; su madre, la madre de Ana que no
pareca. Todas las palomas con manchas negras en la cabeza podan ser una madre, segn
la lgica potica de Anita.
La idea del libro, como manantial de mentiras hermosas, fue la revelacin ms
grande de toda su infancia. Saber leer! Esta ambicin fue su pasin primera. Los dolores
que doa Camila le hizo padecer antes de conseguir que aprendiera las slabas,
perdonselos ella de todo corazn. Al fin supo leer. Pero los libros que llegaban a sus manos,

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no le hablaban de aquellas cosas con que soaba. No importaba; ella les hara hablar de lo
que quisiese.
Le enseaban geografa; donde haba enumeraciones fatigosas de ros y montaas,
vea Ana aguas corrientes, cristalinas y la sierra con sus pinos altsimos y soberbios troncos;
nunca olvid la definicin de isla, porque se figuraba un jardn rodeado por el mar; y era un
contento. La historia sagrada fue el man de su fantasa en la aridez de las lecciones de
doa Camila. Adquiri su poema formas concretas, ya no fue nebuloso; y en las tiendas de
los israelitas, que ella bord con franjas de colores, acamparon ejrcitos de bravos
marineros de Loreto, de pierna desnuda, musculosa y velluda, de gorro cataln, de rostro
curtido, triste y bondadoso, barba espesa y rizada y ojos negros.
La poesa pica predomina lo mismo que en la infancia de los pueblos en la de los
hombres. Ana so en adelante ms que nada batallas, una Ilada, mejor, un Ramayana sin
argumento. Necesitaba un hroe y le encontr: Germn, el nio de Colondres. Sin que l
sospechara las aventuras peligrosas en que su amiga le meta, se dejaba querer y acuda a
las citas que ella le daba en la barca de Trbol.
Nada le deca de aquellas grandes batallas que le obligaba a ganar en el extremo
Oriente, en las que ella le asista haciendo el papel de reina consorte, con arranques de
amazona. Algunas veces le propuso, hablndole al odo, viajes muy arriesgados a pases
remotos que l ni de nombre conoca. Germn aceptaba inmediatamente, y estaba dispuesto
a convertirse en diligencia si Ana aceptaba el cargo de mula, o viceversa. No era eso. La
nia quera ir a tierra de moros de verdad, a matar infieles o a convertirlos, como Germn
quisiera. Germn prefera matarlos: y dicho y hecho se metan en la barca, mientras el
barquero dorma a la sombra de un cobertizo en la orilla. A costa de grandes sudores
conseguan un ligero balanceo del gran navo que tripulaban y entonces era cuando se crean
bogando a toda vela por mares nunca navegados.
Germn gritaba:
Orza!... a babor, a estribor! hombre al agua!... un tiburn!
Pero tampoco era aquello lo que quera Anita; quera marchar de veras, muy lejos,
huyendo de doa Camila. La nica ocasin en que Germn correspondi al tipo ideal que de
su carcter y prendas se haba forjado Anita, fue cuando acept la escapatoria nocturna para
ver juntos la luna desde la barca y contarse cuentos. Este proyecto le pareci ms viable
que el de irse a Morera y se llev a cabo. Ya se sabe cmo entendi la grosera y lasciva
doa Camila la aventura de los nios. Era de tal ndole la maldad de esta hembra, que daba
por buenas las desazones que el lance pudiera causarle, por la responsabilidad que ella
tena, con tal de ver comprobados por los hechos sus pronsticos.
Como su madre! deca a las personas de confianza improper! improper! Si
ya lo deca yo! El instinto... la sangre... No basta la educacin contra la naturaleza.
Desde entonces educ a la nia sin esperanzas de salvarla; como si cultivara una flor
podrida ya por la mordedura de un gusano. No esperaba nada, pero cumpla su deber.
Loreto era una aldea, y como doa Camila refera la aventura a quien la quisiera or,
llorando la infeliz, rendida bajo el peso de la responsabilidad (y ella poco poda contra la
naturaleza), el escndalo corri de boca en boca, y hasta en el casino se supo lo de aquella
confesin a que se oblig a la reo. Se discuti el caso fisiolgicamente. Se formaron
partidos; unos decan que bien poda ser, y se citaban multitud de ejemplos de precocidad
semejante.
Cranlo ustedes deca el amante de doa Camila el hombre nace naturalmente
malo, y la mujer lo mismo.
Otros negaban la verosimilitud del hecho cuando menos.

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Si ponen ustedes eso en un libro nadie lo creer.


Ana fue objeto de curiosidad general. Queran verla, desmenuzar sus gestos, sus
movimientos para ver si se le conoca en algo.
Lo que es desarrollada lo est y mucho para su edad... deca el hombre de doa
Camila, que saboreaba por adelantado la lujuria de lo porvenir.
En efecto, parece una mujercita.
Y se la devoraba con los ojos; se deseaba un milagroso crecimiento instantneo de
aquellos encantos que no estaban en la nia sino en la imaginacin de los socios del casino.
A Germn, que no pareci por Loreto, se le atribuan quince aos. Por este lado no
haba dificultad.
Doa Camila se crey obligada en conciencia a indicar algo a la familia. Al padre no;
sera un golpe de muerte. Escribi a las tas de Vetusta.
Era el ltimo porrazo! El nombre de los Ozores deshonrado! porque al fin Ozores
era la nia, aunque indigna.
Entonces doa Anuncia, la hermana mayor, escribi a don Carlos, porque el caso era
apurado. No le contaba el lance de la deshonra c por b, porque ni saba cmo haba sido, ni
era decente referir a un padre tales escndalos, ni una seorita, una soltera, aunque tuviese
ms de cuarenta aos, poda descender a ciertos pormenores. Se le escribi a don Carlos
nada ms que esto: que era preciso llevar consigo a Anita, pues si la nia no viva al lado de
su padre, corra grandes riesgos, si no estaba en peligro inminente, el honor de los Ozores.
Don Carlos entonces no poda restituirse a la patria, como l deca.
Pasaron aos, pudo y quiso acogerse a una amnista y volvi desengaado. Doa
Camila y Ana se trasladaron a Madrid y all vivan parte del ao los tres juntos, pero el
verano y el otoo los pasaban en la quinta de Loreto.
La calumnia con que el aya haba querido manchar para siempre la pureza virginal de
Anita se fue desvaneciendo; el mundo se olvid de semejante absurdo, y cuando la nia
lleg a los catorce aos ya nadie se acordaba de la grosera y cruel impostura, a no ser el
aya, su hombre, que segua esperando, y las tas de Vetusta. Pero se acordaba y mucho Ana
misma. Al principio la calumnia habale hecho poco dao, era una de tantas injusticias de
doa Camila; pero poco a poco fue entrando en su espritu una sospecha, aplic sus
potencias con intensidad increble al enigma que tanta influencia tena en su vida, que a
tantas precauciones obligaba al aya; quiso saber lo que era aquel pecado de que la
acusaban, y en la maldad de doa Camila y en la torpe vida, mal disimulada, de esta mujer,
se afil la malicia de la nia que fue comprendiendo en qu consista tener honor y en qu
perderlo; y como todos daban a entender que su aventura de la barca de Trbol haba sido
una vergenza, su ignorancia dio por cierto su pecado. Mucho despus, cuando su inocencia
perdi el ltimo velo y pudo ella ver claro, ya estaba muy lejos aquella edad; recordaba
vagamente su amistad con el nio de Colondres, slo distingua bien el recuerdo del
recuerdo, y dudaba, dudaba si haba sido culpable de todo aquello que decan. Cuando ya
nadie pensaba en tal cosa, pensaba ella todava y confundiendo actos inocentes con
verdaderas culpas, de todo iba desconfiando. Crey en una gran injusticia que era la ley del
mundo, porque Dios quera, tuvo miedo de lo que los hombres opinaban de todas las
acciones, y contradiciendo poderosos instintos de su naturaleza, vivi en perpetua escuela
de disimulo, contuvo los impulsos de espontnea alegra; y ella, antes altiva, capaz de
oponerse al mundo entero, se declar vencida, sigui la conducta moral que se le impuso,
sin discutirla, ciegamente, sin fe en ella, pero sin hacer traicin nunca.
Ya era as cuando su padre volvi de la emigracin. No le satisfizo aquel carcter.

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No se le haba dicho que la nia era un peligro para el honor de los Ozores? Pues l
vea, por el contrario, una muchacha demasiado tmida y reservada, de una prudencia
exagerada para sus aos. Ya le pesaba de haber entregado su hija a la gazmoera inglesa
que, segn l, no serva para la raza latina. Volva de la emigracin muy latino.
Afortunadamente all estaba l para corregir aquella educacin viciosa. Despidi a doa
Camila y se encarg de la instruccin de su hija. En el extranjero se haba hecho don Carlos
ms filsofo y menos poltico. Para Espaa no haba salvacin. Era un pueblo gastado.
Amrica se tragaba a Europa, adems. Le preocupaban mucho las carnes en conserva que
venan de los Estados Unidos.
Nos comen, nos comen. Somos pobres, muy pobres, unos miserables que slo
entendemos de tomar el sol.
l s era pobre, y ms cada da, pero achacaba su estrechez a la decadencia general,
a la falta de sangre en la raza y otros disparates. Le quedaban la biblioteca, que haba
mejorado, y los amigos, nuevos, por supuesto.
Todos los das se pona a discusin delante de Ana, al tomar caf, la divinidad de
Cristo. Unos le llamaban el primer demcrata. Otros decan que era un smbolo del sol y los
apstoles las constelaciones del Zodiaco.
Ana procuraba retirarse en cuanto poda hacerlo sin ofender la susceptibilidad de
aquel librepensador que era su padre. Con qu tristeza pensaba la nia, sin querer
pensarlo, que los amigos de su padre eran personas poco delicadas, habladores temerarios!
Y su mismo pap, esto era lo peor, y haba que pensarlo tambin, su querido pap que era
un hombre de talento, capaz de inventar la plvora, un reloj, el telgrafo, cualquier cosa, se
iba volviendo loco a fuerza de filosofar, y no saba vivir con una hija que ya entenda ms
que l de asuntos religiosos.
Aquella sumisin exterior, aquel sacrificio de la vida ordinaria, de las relaciones
vulgares a las preocupaciones y a las injusticias del mundo no eran hipocresa en Anita, no
eran la careta del orgullo; pero no poda juzgarse por tales apariencias de lo que pasaba
dentro de ella. As como en la infancia se refugiaba dentro de su fantasa para huir de la
prosaica y necia persecucin de doa Camila, ya adolescente se encerraba tambin dentro
de su cerebro para compensar las humillaciones y tristezas que sufra su espritu. No osaba
ya oponer los impulsos propios a lo que crea conjuracin de todos los necios del mundo,
pero a sus solas se desquitaba. El enemigo era ms fuerte, pero a ella le quedaba aquel
reducto inexpugnable.
Nunca le haban enseado la religin como un sentimiento que consuela; doa Camila
entenda el Cristianismo como la Geografa o el arte de coser y planchar; era una asignatura
de adorno o una necesidad domstica. Nada le dijo contra el dogma, pero jams la dulzura
de Jess procur explicrsela con un beso de madre. Mara Santsima era la Madre de Dios,
en efecto; pero una vez que Ana volvi del campo diciendo que la Virgen, segn le constaba
a ella, lavaba en el ro los paales del Nio Jess, doa Camila, indignada, exclam:
Improper! quin le inculcar a esta chiquilla estas sandeces del vulgo?
En este particular don Carlos aprobaba el criterio de doa Camila; precisamente l
crea que el Misterio de la Encarnacin era como la lluvia de oro de Jpiter; y remontndose
ms, en virtud de la Mitologa comparada, encontraba en la religin de los indios dogmas
parecidos.
Ana en casa de su padre dispona de pocos libros devotos. Pero en cambio, saba
mucha Mitologa, con velos y sin ellos.
Slo aquello que el rubor ms elemental manda que se tape, era lo que ocultaba don
Carlos a su hija. Todo lo dems poda y deba conocerlo. Por qu no? Y con multitud de

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c itas explicaba y recomendaba Ozores la educacin omnilateral y armnica, como la


entenda l.
Yo quiero conclua que mi hija sepa el bien y el mal para que libremente escoja
el bien; porque si no, qu mrito tendrn sus obras?
Sin embargo, si su hija fuese funmbula y trabajase en el alambre, don Carlos
pondra una red debajo, aunque perdiese mrito el ejercicio.
De las novelas modernas algunas le prohiba leer, pero en cuanto se trataba de arte
clsico, de verdadero arte, ya no haba velos, poda leerse todo. El romntico Ozores era
clsico despus de su viaje por Italia.
El arte no tiene sexo! gritaba. Vean ustedes, yo entrego a mi hija esos
grabados que representan el arte antiguo, con todas las bellezas del desnudo que en vano
querramos imitar los modernos. Ya no hay desnudo! Y suspiraba.
La Mitologa lleg a conocerla Anita como en su infancia la historia de Israel.
Honni soit qui mal y pense! repeta don Carlos; y lo otro de: Oh, procul, procul
estote prophani.
Y no tomaba ms precauciones.
Por fortuna en el espritu de Ana la impresin ms fuerte del arte antiguo y de las
fbulas griegas, fue puramente esttica; se excit su fantasa, sobre todo, y, gracias a ella,
no a don Carlos, aquel inoportuno estudio del desnudo clsico no caus estragos.
La muchacha envidiaba a los dioses de Homero que vivan como ella haba soado
que se deba vivir, al aire libre, con mucha luz, muchas aventuras y sin la frula de un aya
semiinglesa.
Tambin envidiaba a los pastores de Tecrito, Bion y Mosco; soaba con la gruta
fresca y sombra del Cclope enamorado, y gozaba mucho, con cierta melancola,
trasladndose con sus ilusiones a aquella Sicilia ardiente que ella se figuraba como un nido
de amores. Pero como de abandonarse a sus instintos, a sus ensueos y quimeras se haba
originado la nebulosa aventura de la barca de Trbol, que la avergonzaba todava, miraba
con desconfianza, y hasta repugnancia moral, cuanto hablaba de relaciones entre hombres y
mujeres, si de ellas naca algn placer, por id eal que fuese. Aquellas confusiones, mezcla de
malicia y de inocencia, en que la haban sumergido las calumnias del aya y los groseros
comentarios del vulgo, la hicieron fra, desabrida, huraa para todo lo que fuese amor,
segn se lo figuraba. Se la haba separado sistemticamente del trato ntimo de los
hombres, como se aparta del fuego una materia inflamable. Doa Camila la educaba como si
fuera un polvorn. Se haba equivocado su natural instinto de la niez; aquella amistad de
Germn haba sido un pecado, quin lo dira? Lo mejor era huir del hombre. No quera ms
humillaciones. Esta aberracin de su espritu la facilitaban las circunstancias. Don Carlos no
tena ms amistad que la de unos cuantos hongos, filosofastros y conspiradores; estos
caballeros deban de estar solos en el mundo; si tenan hijos y mujer, no los presentaban ni
hablaban de ellos nunca. Anita no tena amigas. Adems don Carlos la trataba como si fuese
ella el arte, como si no tuviera sexo. Era aquella una educacin neutra. A pesar de que
Ozores peda a grito pelado la emancipacin de la mujer y aplauda cada vez que en Pars
una dama le quemaba la cara con vitriolo a su amante, en el fondo de su conciencia tena a
la hembra por un ser inferior, como un buen animal domstico. No se paraba a pensar lo
que poda necesitar Anita. A su madre la haba querido mucho, le haba besado los pies
desnudos durante la luna de miel, que haba sido exagerada; pero poco a poco, sin querer,
haba visto l tambin en ella a la antigua modista, y la trat al fin como un buen amo,
suave y contento. Fuera por lo que fuere, l crea cumplir con Anita llevndola al Museo de
Pinturas, a la Armera, algunas veces al Real y casi siempre a paseo con algunos libre

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pensadores, amigos suyos, que se paraban para discutir a cada diez pasos. Eran de esos
hombres que casi nunca han hablado con mujeres. Esta especie de varones, aunque parece
rara, abunda ms de lo que pudiera creerse. El hombre que no habla con mujeres se suele
conocer en que habla mucho de la mujer en general; pero los amigotes de Ozores ni esto
hacan; eran pinos solitarios del Norte que no suspiraban por ninguna palmera del Medioda.
Aunque Ana llegaba a la edad en que la nia ya puede gustar como mujer, no
llamaba la atencin; nadie se haba enamorado de ella. Entre doa Camila y don Carlos
haban ajado las rosas de sus rostro; aquella turgencia y expansin de formas que al amante
del aya le arrancaban chispas de los ojos, haban contenido su crecimiento; Anita iba a
transformarse en mujer cuando pareca muy lejos an de esta crisis; estaba delgada, plida,
dbil; sus quince aos eran ingratos: a los diez tena las apariencias de los trece, y a los
quince representaba dos menos.
Como todava no se ha convenido en mantener a costa del Erario a los filsofos, don
Carlos, que no se ocupaba ms que en arreglar el mundo y condenarlo tal como era, se vio
pronto en apurada situacin econmica.
Ya estaba cansado; bastante haba combatido en la vida segn l, y no se le
ocurri buscar trabajo; no quera trabajar ms. Prefiri retirarse a su quinta de Loreto,
accediendo a las splicas de Anita, que se lo peda con las manos en cruz. La pobre
muchacha se aburra mucho en Madrid. Mientras a su imaginacin le entregaban a Grecia, el
Olimpo, el Museo de Pinturas, ella, Ana Ozores, la de carne y hueso, tena que vivir en una
calle estrecha y obscura, en un msero entresuelo que se le caa sobre la cabeza. Ciertas
vecinas queran llevarla a paseo, a una tertulia y a los teatros extraviados que ellas
frecuentaban. La pobreza en Madrid tiene que ser o resignada o cursi. Aquellas vecinas eran
cursis. Anita no poda sufrirlas; le daban asco ellas, su tertulia y sus teatros. Pronto la
llamaron el comino orgulloso, la mona sabia. Los seis meses de aldea los pasaba mucho
mejor, aun con ser aquel lugar el de su antiguo cautiverio y el de la aventura de la barca, y
la calumnia subsiguiente. Pero de cuantos podran recordarle aquella vergenza, slo vea
ella al seor Iriarte, el hombre del aya, que visitaba a don Carlos y miraba a la nia con ojos
de cosechero que se prepara a recoger los frutos.
Cuando don Carlos decidi vivir en Loreto todo el ao, para hacer economas, Ana le
bes en los ojos y en la boca y fue por un da entero la nia expansiva y alegre que haba
empezado a brotar antes de ser trasplantada al invernadero pedaggico de doa Camila.
Otros aos se llevaba a la aldea algn cajn de libros; esta vez se mand con el
maragato la biblioteca entera, el orgullo legtimo de don Carlos.
Un da de sol, en Mayo, Ana, que se preparaba a una vida nueva, por dentro, cantaba
alegre limpiando los estantes de la biblioteca en la quinta. Colocaba en los cajones los libros,
despus de sacudirles el polvo, por el orden sealado en el catlogo escrito por don Carlos.
Vio un tomo en francs, forrado de cartulina amarilla; crey que era una de aquellas
novelas que su padre le prohiba leer y ya iba a dejar el libro cuando ley en el lomo:
Confesiones de San Agustn.
Qu haca all San Agustn?
Don Carlos era un librepensador que no lea libros de santos, ni de curas, ni de
neos, como l deca. Pero San Agustn era una de las pocas excepciones. Le consideraba
como filsofo.
Ana sinti un impulso irresistible; quiso leer aquel libro inmediatamente. Saba que
San Agustn haba sido un pagano libertino, a quien haban convertido voces del cielo por
influencia de las lgrimas de su madre Santa Mnica. No saba ms. Dej caer el plumero
con que sacuda el polvo; y en pie, baados por un rayo de sol su cabeza pequea y rizada y

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el libro abierto, ley las primeras pginas. Don Carlos no estaba en casa. Ana sali con el
libro debajo del brazo; fue a la huerta. Entr en el cenador, cubierto de espesa enredadera
perenne. Las sombras de las hojuelas de la bveda verde jugueteaban sobre las hojas del
libro, blancas y negras y brillantes; se oa cerca, detrs, el murmullo discreto y fresco del
agua de una acequia que corra despacio calentndose al sol; fuera de la huerta sonaban las
ramas de los altos lamos con el suave castaeteo de las hojas nuevas y claras que brillaban
como lanzas de acero.
Ana lea con el alma agarrada a las letras. Cuando conclua una pgina, ya su espritu
estaba leyendo al otro lado. Aquello s que era nuevo. Toda la Mitologa era una locura,
segn el santo. Y el amor, aquel amor, lo que ella se figuraba, pecado, pequeez; un error,
una ceguera. Bien haba hecho ella en vivir prevenida. Record que en Madrid dos
estudiantes le haban escrito cartas a que ella no contestaba. Era su nica aventura,
despus de la vergenza de la barca de Trbol. El santo deca que los nios son por instinto
malos, que su perversin innata hace gozar y rer a los que los aman; pero sus gracias son
defectos: el egosmo, la ira, la vanidad los impulsan.
Es verdad, es verdad pensaba ella arrepentida.
Pero entonces haca falta otra cosa. Aquel vaco de su corazn iba a llenarse?
Aquella vida sin alicientes, negra en lo pasado, negra en lo porvenir, intil, rodeada de
inconvenientes y necedades, iba a terminar? Como si fuera un estallido, sinti dentro de la
cabeza un s tremendo que se deshizo en chispas brillantes dentro del cerebro. Pasaba
esto mientras segua leyendo; an estaba aturdida, casi espantada por aquella voz que
oyera dentro de s, cuando lleg al pasaje en donde el santo refiere que pasendose l
tambin por un jardn oy una voz que le deca Tole, lege y que corri al texto sagrado y
ley un versculo de la Biblia... Ana grit, sinti un temblor por toda la piel de su cuerpo y en
la raz de los cabellos como un soplo que los eriz y los dej erizados muchos segundos.
Tuvo miedo de lo sobrenatural; crey que iba a aparecrsele algo... Pero aquel pnico
pas, y la pobre nia sin madre sinti dulce corriente que le suavizaba el pecho al subir a las
fuentes de los ojos. Las lgrimas agolpndose en ellos le quitaban la vista.
Y llor sobre las Confesiones de San Agustn, como sobre el seno de una madre. Su
alma se haca mujer en aquel momento.
Por la tarde acab de leer el libro. Dej los ltimos captulos que no entenda.
De noche, en la biblioteca, discutan don Carlos, un clrigo de Loreto y varios
aficionados a la filosofa y a la buena sidra, que prodigaba el arruinado Ozores por tal de
tener contrincantes. Deca que pensar a solas es pensar a medias. Necesitaba una oposicin.
El capelln quera dejar bien puesto el pabelln de la Iglesia y pasar agradablemente las
noches que se hacan eternas en Loreto, aun en primavera.
Ana, sentada lejos, casi hundida y perdida en una butaca grande de gutapercha, de
grandes orejas, donde haba ella soado mucho despierta, soaba tambin ahora con los
ojos muy abiertos, inmviles. Pensaba en San Agustn; se le figuraba con gran mitra dorada
y capa de raso y oro, recorriendo el desierto en un frica que poblaba ella de fieras y de
palmeras que llegaban a las nubes. Era, como en la infancia, un delicioso imaginar; otro
canto de su poema. Slo con recordar la dulzura de San Agustn al reconciliarse en su
ctedra con un amigo que asisti a orle, del cual viva separado, senta Ana inefable ternura
que le haca amar al universo entero en aquel obispo.
En el mismo instante juraba don Carlos que el cristianismo era una importacin de la
Bactriana.

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No estaba seguro de que fuera Bactriana lo que haba ledo, pero en sus disputas de
la aldea era poco escrupuloso en los datos histricos, porque contaba con la ignorancia del
concurso.
El capelln no saba lo que era la Bactriana; y as le pareca el ms ridculo y gracioso
disparate la ocurrencia de traer de all el cristianismo.
Y muerto de risa deca:
Pero hombre, buena Batrania te d Dios; dnde ha ledo eso el seor Ozores?
El capelln no era un San Agustn pensaba Anita; no, porque San Agustn no
bebera sidra ni refutara tan mal argumentos como los de su padre. No importaba, el clrigo
tena razn y eso bastaba; deca grandes verdades sin saberlo. Don Carlos en aquel
momento se puso a defender a los maniqueos.
Menos absurdo me parece creer en un Dios bueno y otro malo, que creer en Jehov
Elom, que era un dspota, un dictador, un polaco.
Su padre era maniqueo! Buenos pona a los maniqueos San Agustn, que tambin
haba credo errores as. Pero su padre llegara a convertirse; como ella, que tena lleno el
corazn de amor para todos y de fe en Dios y en el santo obispo de Hiponax.
Despus, buscando en la biblioteca, hall el Genio del Cristianismo, que fue una
revelacin para ella. Probar la religin por la belleza, le pareci la mejor ocurrencia del
mundo. Si su razn se resista a los argumentos de Chateaubriand, pronto la fantasa se
declaraba vencida y con ella el albedro.
Valiente mequetrefe era el seor Chateaubriand, segn don Carlos. l tena sus
obras porque el estilo no era malo. Se hablaba muy mal de Chateaubriand por aquel
tiempo en todas partes.
Despus ley Ana Los Mrtires. Ella hubiera sido de buen grado Cimodocea, su padre
poda pasar por un Demodoco bastante regular, sobre todo despus de su viaje a Italia, que
le haba hecho pagano. Pero Eudoro? dnde estaba Eudoro? Pens en Germn. Qu
habra sido de l?
Difcil le fue encontrar entre los libros de su padre otros que hablasen, para bien se
entiende, de religin. Un tomo del Parnaso Espaol estaba consagrado a la poesa religiosa.
Los ms eran versos pesados, obscuros, pero entre ellos vio algunos que le hicieron mejor
impresin que el mismo Chateaubriand. Unas quintillas de Fray Luis de Len comenzaban
as:
Si quieres, como algn da,
alabar rubios cabellos,
alaba los de Mara,
ms dorados y ms bellos
que el sol claro al medio da.
El poeta eclesistico que olvidaba otros cabellos para alabar los de Mara, le pareci
sublime en su ternura; aquellos cinco versos despertaron en el corazn de Ana lo que puede
llamarse el sentimiento de la Virgen, porque no se parece a ningn otro. Y aquella fue su
locura de amor religioso.
Mara, adems de Reina de los Cielos, era una Madre, la de los afligidos. Aunque se le
hubiese presentado no hubiera tenido miedo. La devocin de la Virgen entr con ms fuerza
que la de San Agustn y la de Chateaubriand en el corazn de aquella nia que se estaba
convirtiendo en mujer. El Ave Mara y la Salve adquirieron para ella nuevo sentido. Rezaba
sin cesar. Pero no bastaba aquello, quera ms, quera inventar ella misma oraciones.

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Don Carlos tena tambin el Cantar de los cantares, en la versin potica de San Juan
de la Cruz. Estaba entre los libros prohibidos para Anita.
A m no me la dan deca don Carlos guiando un ojo; esta amada podr ser la
Iglesia, pero... yo no me fo... no me fo...
Y disparataba sin conciencia; porque l, incapaz de calumniar a sus semejantes,
cuando se trataba de santos y curas crea que no estaba de ms.
Ana ley los versos de San Juan y entonces sinti la lengua expedita para improvisar
oraciones; las recitaba en verso en sus paseos solitarios por el monte de Loreto, que ola a
tomillo y caa a pico sobre el mar.
Versos a lo San Juan, como se deca ella, le salan a borbotones del alma, hechos de
una pieza, sencillos, dulces y apasionados; y hablaba con la Virgen de aquella manera.
Notaba Anita, excitada, nerviosa y senta un dolor extrao en la cabeza al notarlo
una misteriosa analoga entre los versos de San Juan y aquella fragancia del tomillo que ella
pisaba al subir por el monte.
Verdad era que de algn tiempo a aquella parte su pensamiento, sin que ella
quisiese, buscaba y encontraba secretas relaciones entre las cosas, y por todas senta un
cario melanclico que acababa por ser una jaqueca aguda.
Una tarde de otoo, despus de admitir una copa de cumn que su padre quiso que
bebiera detrs del caf, Anita sali sola, con el proyecto de empezar a escribir un libro, all
arriba, en la hondonada de los pinos que ella conoca bien; era una obra que das antes
haba imaginado, una coleccin de poesas A la Virgen.
Don Carlos le permita pasear sin compaa cuando suba al monte de los tomillares
por la puerta del jardn; por all no poda verla nadie, y al monte no se suba ms que a
buscar lea.
Aquel da su paseo fue ms largo que otras veces. La cuesta era ardua, el camino
c omo de cabras; pavorosos acantilados a la derecha caan a pico sobre el mar, que deshaca
su clera en espuma con bramidos que llegaban a lo alto como ruidos subterrneos. A la
izquierda los tomillares acompaaban el camino hasta la cumbre, coronada por pinos entre
cuyas ramas el viento imitaba como un eco la queja inextinguible del ocano. Ana suba a
paso largo. El esfuerzo que exiga la cuesta la excitaba; se senta calenturienta; de sus
mejillas, entonces siempre heladas, brotaba fuego, como en lejanos das. Suba con una
ansiedad apasionada, como si fuera camino del cielo por la cuesta arriba.
Despus de un recodo de la senda que segua, Ana vio de repente nuevo panorama;
Loreto qued invisible. Enfrente estaba el mar, que antes oa sin verlo; el mar, mucho
mayor que visto desde el puerto, ms pacfico, ms solemne; desde all las olas no parecan
sacudidas violentas de una fiera enjaulada, sino el ritmo de una cancin sublime, vibraciones
de placas sonoras, iguales, simtricas, que iban de Oriente a Occidente. En los ltimos
trminos del ocaso columbraba un anfiteatro de montaas que parecan escala de gigantes
para ascender al cielo; nubes y cumbres se confundan, y se mandaban reflejados sus
colores. En lo ms alto de aquel cumulus de piedra azulada Ana divis un punto; saba que
era un santuario. All estaba la Virgen. En aquel momento todos los celajes del ocaso se
rasgaban brotando luz de sus entraas para formar una aureola a la Madre de Dios, que
tena en aquella cima su templo. La puesta del sol era una apoteosis. Las velas de las
lanchas de Loreto, hundidas en la sombra del monte, all abajo, parecan palomas que
volaban sobre las aguas.
Al fin lleg Ana a la hondonada de los pinos. Era una caada entre dos lomas bajas
coronadas de arbustos y con algunos ejemplares muy lucidos del rbol que le daba nombre.
El cauce de un torrente seco dejaba ver su fondo de piedra blanquecina en medio de la

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caada; un pjaro, que a la nia se le antoj ruiseor, cantaba escondido en los arbustos de
la loma de poniente. Ana se sent sobre una piedra cerca del cauce seco. Se crea en el
desierto. No haba all ruido que recordara al hombre. El mar, que ya no vea ella, volva a
sonar como murmullo subterrneo; los pinos sonaban como el mar y el pjaro como un
ruiseor. Estaba segura de su soledad. Abri un libro de memorias, lo puso en sus rodillas, y
escribi con lpiz en la primera pgina: A la Virgen.
Medit, esperando la inspiracin sagrada.
Antes de escribir dej hablar al pensamiento.
Cuando el lpiz traz el primer verso, ya estaba terminada, dentro del
primera estancia. Sigui el lpiz corriendo sobre el papel, pero siempre el alma
deprisa; los versos engendraban los versos, como un beso provoca ciento; de cada
amoroso y rtmico brotaban enjambres de ideas poticas, que nacan vestidas con
colores y perfumes de aquel decir potico, sencillo, noble, apasionado.

alma, la
iba ms
concepto
todos los

Cuando todava el pensamiento segua dictando a borbotones, tuvo la mano que


renunciar a seguirle, porque el lpiz ya no poda escribir; los ojos de Ana no vean las letras
ni el papel, estaban llenos de lgrimas. Senta latigazos en las sienes, y en la garganta mano
de hierro que apretaba.
Se puso en pie, quiso hablar, grit; al fin su voz reson en la caada; call el
supuesto ruiseor, y los versos de Ana, recitados como una oracin entre lgrimas, salieron
al viento repetidos por las resonancias del monte. Llamaba con palabras de fuego a su
Madre Celestial. Su propia voz la entusiasm, sinti escalofros, y ya no pudo hablar: se
doblaron sus rodillas, apoy la frente en la tierra. Un espanto mstico la domin un
momento. No osaba levantar los ojos. Tema estar rodeada de lo sobrenatural. Una luz ms
fuerte que la del sol atravesaba sus prpados cerrados. Sinti ruido cerca, grit, alz la
cabeza despavorida... no tena duda, una zarza de la loma de enfrente se mova... y con los
ojos abiertos al milagro, vio un pjaro obscuro salir volando de un matorral y pasar sobre su
frente.

V
La seorita doa Anunciacin Ozores haba llegado a los cuarenta y siete aos sin
salir de la provincia de Vetusta. Era por consiguiente una gran molestia, tal vez un peligro,
aventurarse a recorrer en veinte horas de diligencia la carretera de la costa que llegaba
hasta Loreto. La acompaaron en su viaje don Cayetano Ripamiln, cannigo respetable por
su condicin y sus aos, y una antigua criada de los Ozores.
Haba muerto don Carlos de repente, de noche, sin confesin, sin ningn sacramento.
El mdico deca que algn derrame, alg n vaso... Materialismo puro. Doa Anuncia vea la
mano de Dios que castiga sin palo ni piedra. Esto no impidi que durante el viaje
manifestase la seorita de Ozores, vestida de riguroso luto, un dolor apenas mitigado por la
resignacin cristiana.
Ana, la hija de la modista, haba cado en cama; estaba sola, en poder de criados;
no haba ms remedio que ir a recogerla. Ante aquella muerte concluan las diferencias de
familia.
Muerto el perro se acab la rabia, haba dicho uno de los nobles de Vetusta.
Doa Anuncia y don Cayetano encontraron a la joven en peligro de muerte. Era una
fiebre nerviosa; una crisis terrible, haba dicho el mdico; la enfermedad haba coincidido

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con ciertas transformaciones propias de la edad; propias s, pero delante de seoritas no


deban explicarse con la claridad y los pormenores que empleaba el doctor. Don Cayetano
poda orlo todo, pero doa Anuncia hubiera preferido metforas y perfrasis. El desarrollo
contenido, la crtica y misteriosa metamorfosis, la crislida que se rompe, todo eso
estaba bien; pero el mdico aada unos detalles que doa Anuncia no vacilaba en calificar
de groseros.
Qu gentes trataba mi hermano! deca poniendo los ojos en blanco.
Quince das haba vivido sola en poder de criados aquella pobre nia, hurfana y
enferma, pues doa Anuncia no se decidi a emprender el viaje de las veinte horas hasta
que se le pidi esta obra de caridad en nombre de su sobrina moribunda. Ana estaba ya
enferma cuando la sobrecogi la catstrofe. Su enfermedad era melanclica; senta tristezas
que no se explicaba. La prdida de su padre la asust ms que la afligi al principio. No
lloraba; pasaba el da temblando de fro en una somnolencia poblada de pensamientos
disparatados. Sinti un egosmo horrible lleno de remordimientos. Ms que la muerte de su
padre le dola entonces su abandono, que la aterraba. Todo su valor desapareci; se sinti
esclava de los dems. No bastaba la fuerza de sufrir en silencio, ni el refugiarse en la vida
interior; necesitaba del mundo, un asilo. Saba que estaba muy pobre. Su padre, pocos
meses antes de morir, haba vendido a vil precio a sus hermanas el palacio de Vetusta.
Aqul era el ltimo resto de su herencia. El producto de tan mala venta haba servido para
pagar deudas ant iguas. Pero quedaban otras. La misma quinta estaba hipotecada y su valor
no poda sacar a nadie de apuros. En manos del filsofo no haba hecho ms que ir
perdiendo.
Es decir, que estoy casi en la miseria.
Sus derechos de orfandad, que le dijeron que seran una ayuda irrisoria, poco ms
que nada, tardara en cobrarlos; no tena quien le explicase cmo y dnde se pedan. Estaba
sola, completamente sola; qu iba a ser de ella? Los amigos del filsofo no le sirvieron de
nada. No saban ms que discutir. El capelln no apareci por all; la muerte repentina de
don Carlos ola un poco a azufre.
Un da, tres o cuatro despus de enterrado su padre, Ana quiso levantarse y no pudo.
El lecho la sujetaba con brazos invisibles. La noche anterior se haba dormido con los dientes
apretados y temblando de fro. Haba querido escribir a sus tas de Vetusta y no haba
podido coordinar las palabras; hasta dudaba de su ortografa.
Tuvo pesadillas, y aunque hizo esfuerzos para no declararse enferma, el mal pudo
ms, la rindi. El mdico habl de fiebre, de grandes cuidados necesarios; le hizo preguntas
a que ella no saba ni quera contestar. Estaba sola y era absurdo. El doctor dijo que no tena
con quien entenderse; aadi pestes de la incuria de los criados.
La deja rn a usted morir, hija ma.
Ana dio gritos, se asust mucho, se sinti muy cobarde; llorando y con las manos en
cruz pidi que llamaran a sus tas, unas hermanas de su padre que vivan en Vetusta y que
tena entendido que eran muy buenas cristianas.
Las tas sentan un vago remordimiento por la compra del casern. Comprendan que
vala ms, mucho ms de lo que haban pagado por l, abusando de la situacin apurada de
don Carlos, que adems era un aturdido en materia de intereses. l, que haba renegado de
la fe de los Ozores! Por no ser vctima de una mixtificacin.
Se presentaba ocasin de tranquilizar la conciencia amparando a la desventurada hija
del hermano de sus pecados.
Doa Anuncia pudo apreciar mejor la grandeza de su buena obra cuando vio que Ana
estaba en la calle o poco menos. La quinta que ellas haban imaginado digna de un

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Ozores, aunque fuese extraviado, era una casa de aldea muy pintada, pero sin valor, con
una huerta de medianas utilidades. Y adems estaba sujeta a una deuda que mal se podra
enjugar con lo que ella vala. Estaba fresca Anita. Ni rico haba sabido hacerse el infeliz ateo.
Perder el alma y el cuerpo, el cielo y la tierra! Negocio redondo. Pero, en fin, a lo hecho
pecho.
Haba echado sobre sus hombros una carga bien pesada: mas quin no tiene su
cruz?
Ana tard un mes en dejar el lecho.
Pero doa Anuncia se aburra en Loreto, donde no haba sociedad; y el viaje, la
vuelta a Vetusta, se precipit contra los consejos del mediquillo grosero, que prodigaba los
trminos tcnicos ms transparentes.
En cuanto llegaron a Vetusta, la hurfana tuvo un retraso en su convalecencia,
segn el mdico de la casa, que era comedido y no llamaba las cosas por su nombre.
El retraso fue otra fiebre en que la vida de Ana peligr de nuevo.
Las seoritas de Ozores y la nobleza de Vetusta suspendieron el juicio que iba a
merecerles la hija de don Carlos y de la modista italiana hasta poder reunir datos
suficientes. Mientras la joven estuvo entre la vida y la muerte, doa Anuncia encontr
irreprochable su conducta.
En honor de la verdad, nada haba que decir contra su educacin ni contra su
carcter: haca muy buena enferma. No peda nada; tomaba todo lo que le daban, y si se le
preguntaba:
Cmo ests, Anita?
Algo mejor, seora contestaba la joven siempre que poda.
Otras veces no contestaba porque le faltaban fuerzas para hablar. Y a veces no oa
siquiera.
Durante la nueva convalecencia no fue impertinente.
No se quejaba; todo estaba bien; no se permita excesos.
En el crculo aristocrtico de Vetusta, a que pertenecan naturalmente las seoritas de
Ozores, no se hablaba ms que de la abnegacin de estas santas mujeres.
Glocester, o sea don Restituto Mourelo, cannigo raso a la sazn, deca con voz
meliflua y misteriosa en la tertulia del marqus de Vegallana:
Seores, esta es la virtud antigua; no esa falsa y grrula filantropa moderna. Las
seoritas de Ozores estn llevando a cabo una obra de caridad que, si quisiramos analizarla
detenidamente, nos dara por resultado una larga serie de buenas acciones. No slo se trata
de echar sobre s la enorme carga de mantener, y creo que hasta vestir y calzar, a una
persona que las sobrevivir, segn todas las probabilidades, carga que es de por vida o
vitalicia por consiguiente; sino que adems esa joven representa una abdicacin, que me
abstengo de calificar, una abdicacin de su seor padre...
Una abdicacin abominable se atrevi a decir un barn tronado.
Abominable aadi Glocester inclinndose. Representa una alianza nefasta en
que la sangre, a todas luces azul, de los Ozores, se mezcl en mal hora con sangre plebeya;
y lo que es lo peor... segn todos sabemos, representa esa nia la poco meticulosa
moralidad de su madre, de su infausta...

55

S, seor interrumpi la marquesa de Vegallana, que no toleraba los discursos de


Glocester; s seor, su madre era una perdida, corriente; pero la chica se presenta bien,
segn dicen sus tas; es muy dcil y muy callada.
Ya lo creo que calla; como que no puede hablar an de pura debilidad.
Esto lo dijo el mdico de la aristocracia, don Robustiano, que asista a Anita.
Aquella noche se acord en la tertulia acoger a la hija de don Carlos como una
Ozores, descendiente de la mejor nobleza. No se hablara para nada de su madre; esto
quedaba prohibido, pero ella sera considerada como sobrina de quien tantos elogios
mereca.
Gran consuelo recibieron doa Anuncia y doa gueda al saber por el mdico esta
resolucin de la nobleza vetustense.
Ana estaba muchas horas sola. Sus tas tenan costumbre de trabajar hacer calceta
y colcha en el comedor; la alcoba de la sobrina estaba al otro extremo de la casa.
Adems, las ilustres damas pasaban mucho tiempo fuera del triste casern de sus
mayores. Visitaban a lo mejor de Vetusta, sin contar la visita al Santsimo y la Vela, que les
tocaba una vez por semana. Asistan a todas las novenas, a todos los sermones, a todas las
cofradas, y a todas las tertulias de buen tono. Coman dos o tres veces por semana fuera de
casa. Lo ms del tiempo lo empleaban en pagar visitas. Esta era la ocupacin a que daban
ms importancia entre todas las de su atareada existencia. No pagar una visita de clase, les
pareca el mayor crimen que se poda cometer en una sociedad civilizada. Amaban la
religin, porque ste era un timbre de su nobleza, pero no eran muy devotas; en su corazn
el culto principal era el de la clase, y si hubieran sido incompatibles la Visita a la Corte de
Mara y la tertulia de Vegallana, Mara Santsima, en su inmensa bondad, hubiera
perdonado, pero ellas hubieran asistido a la tertulia.
La etiqueta, segn se entenda en Vetusta, era la ley por que se gobernaba el
mundo; a ella se deba la armona celeste.
Suprimida la etiqueta, las estrellas chocaran y se aplastaran probablemente. Qu
saba de estas cosas la sobrinita? Esta era la cuestin. Las miradas de doa gueda, algo
ms gruesa, ms joven y ms bondadosa que su hermana, iban cargadas de estas
preguntas cuando se clavaban en Anita al darle un caldo.
La hurfana sonrea siempre; daba a
l s gracias siempre. Estaba conforme con todo.
Las tas vean con impaciencia que se prolongaba aquel estado. La nia no acababa de
sanar, ni recaa; no se presentaba ninguna solucin. Adems, as no se poda conocer su
verdadero carcter. Aquella sumisin absoluta poda ser efecto de la enfermedad. Don
Robustiano dijo que eso era.
Una tarde, tal vez creyendo que dorma la sobrinilla o sin recordar que estaba cerca,
en el gabinete contiguo a su alcoba hablaron las dos hermanas de un asunto muy
importante.
Estoy temblando, a que no sabes por qu? deca doa Anuncia.
Si ser por lo mismo que a m me preocupa?
Qu es?
Si esa chica...
Si aquella vergenza...
Eso!
Te acuerdas de la carta del aya?

56

Como que yo la conservo.


Tena la chiquilla doce o catorce aos, verdad?
Algo menos, pero peor todava.
Y t crees... que...
Bah! Pues claro.
Si ser una Obdulita?
O una Tarsilita. Te acuerdas de Tarsila que tuvo aquel lance con aquel cadete, y
despus con Alvarito Mesa no s qu amo ros?
Todo era inocencia, decan los bobalicones de aqu.
Pues mira la inocencia; creo que en Madrid tiene as los amantes (juntando y
separando los dedos).
Si es claro, si genio y figura...
Cuando falta una base firme...
Si sabr una!...
Pues, Obdulita? Ya ves lo que se dijo el ao pasado; despus se neg, se asegur
que era una calumnia...
A m, que soy tambor de marina!
Si sabr una!
Si una hubiera querido!
Y suspir esta seorita de Ozores. Suspir su hermana tambin.
Ana que descansaba, vestida, sobre su pobre lecho, salt de l a las primeras
palabras de aquella conversacin. Plida como una muerta, con dos lgrimas heladas en los
prpados, con las manos flacas en cruz, oy todo el dilogo de sus tas.
No hablaban a solas como delante de los seores de clase; no eran prudentes, no
eran comedidas, no rebuscaban las frases. Doa Anuncia deca palabras que la hubieran
escandalizado en labios ajenos. La conversacin tard en volver al pecado de Ana, a la
vergenza de que les hablaba la carta de doa Camila. La hurfana oa, desde su alcoba,
historias que sublevaban su pudor, que le enseaban mil desnudeces que no haba visto en
los libros de Mitologa. Pero aquellas mujeres ya se haban olvidado de ella. Tarsila, Obdulia,
Visitacin, otro pimpollo que se escapaba por el balcn en compaa de su novio, la misma
marquesa de Vegallana, sus hijas, sus sobrinas de la aldea, todo Vetusta, la de clase
inclusive, sala all a la vergenza, en aquella venganza solitaria de las dos seoritas
incasables de Ozores. En aquel mundo de flaquezas, de escndalos, quin recordaba ya la
aventura, poco conocida al cabo, de la sobrinilla enferma?
Volvieron sin embargo las solteronas al punto de partida; segn ellas, se trataba de
un marinero que haba abusado de la inocencia o de la precocidad de la nia. Se discuti,
como en el casino de Loreto, la verosimilitud del delito desde el punto de vista fisiolgico.
Hablaron aquellas seoritas como dos comadronas matriculadas. Qu riqueza de datos!
Qu empirismo tan provisto de documentos! Doa Anuncia tena la boca llena de agua.
Buscaba a cada momento el recipiente de porcelana que estaba a los pies de su butaca.
En cuanto a la moral, tampoco era el caso grave, porque en Vetusta nadie deba de
saber nada. Lo malo sera que aquella muchacha hubiera seguido con vida tan disoluta. Pero

57

no haba motivo para creerlo. Nada ms haban sabido que la condenase. Sobre todo, pronto
se haba de ver.
Ana, que tuvo valor para sufrir hasta la ltima palabra, comprendi que sus tas lo
perdonaban todo menos las apariencias: que con tal de ser en adelante como ellas, se
olvidaba lo pasado, fuese como fuese. Cmo eran ellas ya lo iba conociendo. Pero estudiara
ms.
Haba habido algunos minutos de silencio.
Doa gueda lo rompi diciendo:
Y yo creo que la chica, si se repone, va a ser guapa.
Creo que era algo raqutica, por lo menos estaba poco desarrollada...
Eso no importa; as fui yo, y despus que... Ana sinti brasas en las mejillas
empec a engordar, a comer bien y me puse como un rollo de manteca.
Y suspir otra vez doa gueda, acordndose del rollo que haba sido.
Doa Anuncia haba tenido sus motivos para no engordar: unos amores romnticos
rabiosos. De aquellos amores le haban quedado varias canciones a la luna, en una especie
de canto llano que ella misma acompaaba con la guitarra. Una de las canciones comenzaba
diciendo:
Esa luna que brilla en el cielo
melanclicamente me inspira:
es el ltimo son de mi lira
que por ltima vez reson.
Se trataba de un condenado a muerte.
El bello ideal de doa Anuncia haba sido siempre un viaje a Venecia con un amante;
pero una vez que el siglo estaba metalizado y las muchachas no saban enamorarse, ella
quera utilizar, si era posible, la hermosura de Ana, que si se alimentaba bien sera guapa
como su padre y todos los Ozores, pues lo traan de raza. S, era preciso darle bien de
comer, engordarla. Despus se le buscaba un novio. Empresa difcil, pero no imposible. En
un noble no haba que pensar. Estos eran muy finos, muy galantes con las de su clase, pero
si no tenan dote se casaban con las hijas de los americanos y de los pasiegos ricos. Lo
saban ellas por una dolorosa experiencia. Los chicos innobles, que pudiera decirse, de
Vetusta, no eran grandes proporciones; pero aunque se quisiera apencar apencar deca
doa gueda en el seno de la confianza, con algn abogadote, ninguno de aquellos
bobalicones se atrevera a enamorar a una Ozores, aunque se muriese por ella. La nica
esperanza era un americano. Los indianos deseaban ms la nobleza y se atrevan ms,
confiaban en el prestigio de su dinero. Se buscara por consiguiente un americano. Lo
primero era que la chica sanase y engordase.
Ana comprendi su obligacin inmediata; sanar pronto.
La convalecencia iba siendo impertinente. Toda su voluntad la emple en procurar
cuanto antes la salud.
Desde el da en que el mdico dijo que el comer bien era ya oportuno, ella, con
lgrimas en los ojos, comi cuanto pudo. A no haber odo aquella conversacin de las tas, la
pobre hurfana no se hubiera atrevido a comer mucho, aunque tuviera apetito, por no
aumentar el peso de aquella carga: ella. Pero ya saba a qu atenerse. Queran engordarla
como una vaca que ha de ir al mercado. Era preciso devorar, aunque costase un poco de
llanto al principio el pasar los bocados.

58

La naturaleza vino pronto en ayuda de aquel esfuerzo terrible de la voluntad. Ana


quera fuerzas, salud, colores, carne, hermosura, quera poder librar pronto a sus tas de su
presencia. El cuidarse mucho, el alimentarse bien le pareci entonces el deber supremo. El
estado de su nimo no contradeca estos propsitos.
Aquellos accesos de religiosidad que ella haba credo revelacin providencial de una
vocacin verdadera, haban desaparecido. Ellos determinaron la crisis violenta que puso en
peligro la vida de Ana, pero al volver la salud no volvieron con ella: la sangre nueva no los
traa.
En los insomnios, en las exaltaciones nerviosas, que tocaban en el delirio, las visiones
msticas, las intuiciones poderosas de la fe, los enternecimientos repentinos le haban
servido de consuelo unas veces y de tormento otras. Haba notado con tristeza que aquella
fe suya era demasiado vaga; crea mucho y no saba a punto fijo en qu; su desgracia ms
grande, la muerte de su padre, no haba tenido consuelo tan fuerte como ella lo esperaba en
la piedad que haba credo tan firme y tan honda, aunque tan nueva. Para aquella ausencia,
para la necesidad que senta de creer que vera a su padre en otro mundo, servale sin
embargo la religin; pero muy poco para consuelo de los propios males, para remediar las
angustias del egosmo asustado, de los apuros del momento que nacan de la soledad y la
pobreza. El pnico de su abandono, que fue el sentimiento que venci a todos, no lo curaba
la fe.
La Virgen est conmigo pensaba Ana en el lecho, all en Loreto, y acababa por
llorar, por rezar fervorosamente y sentir sobre su cabeza las caricias de la mano invisible de
Dios; pero sobrevena un ataque nervioso, senta la congoja de la soledad, de la frialdad
ambiente, del abandono sordo y mudo, y entonces las imgenes msticas no acudan. Haca
falta un amparo visible. Por eso pens en sus tas a quien no conoca, de las que saba poco
bueno, y dese su presencia, crey firmemente en la fuerza de la sangre, en los lazos de la
familia.
Durante la convalecencia de la primera fiebre, las primeras fuerzas que tuvo las gast
el cerebro imaginando poemas, novelas, dramas y poesas sueltas. Comenzaba este
componer constante, este imaginar sin tregua por ser agradable entretenimiento y adems
halagaba su vanidad; pero al fin era un tormento. Todo lo que imaginaba le pareca
excelente, y al contemplar la belleza que acababa de crear, la admiraba tanto que lloraba
enternecida, lloraba lo mismo que cuando pensaba en el amor del Nio Jess y de su Santa
Madre. En algunos momentos de reflexin serena examinaba con disgusto la semejanza de
aquellas dos emociones. Tan profunda y sinceramente enternecida se senta al contemplar la
belleza artstica que ella creaba, como contemplando la hermosura de la idea de Dios. Sera
que uno y otro sentimiento eran religiosos? O era que en la vanidad, en el egosmo estaba
la causa de aquel enternecimiento? De todas suertes ella padeca mucho. Se le figuraba que
toda la vida se le haba subido a la cabeza; que el estmago era una mquina parada, y el
cerebro un horno en que arda todo lo que ella era por dentro. El pensar sin querer, contra
su voluntad, algo complicado, original, delicado, exquisito, lleg a causarle nuseas, y se le
antoj envidiar a los animales, a las plantas, a las piedras.
En la convalecencia de la segunda fiebre, en Vetusta, volvi esta actividad indomable
del pensamiento a molestarla; pero poco despus de comenzar a comer bien, mediante
aquellos esfuerzos supremos, not que unas ruedas que le daban vueltas dentro del crneo
se movan ms despacio y con armnico movimiento. Ya no imaginaba tantos hroes y
heronas, y los que le quedaban en la cabeza eran menos fantsticos, sus sentimientos
menos alambicados, y se complaca en describir su belleza exterior; los colocaba en parajes
deliciosos y pintorescos y acababan todas las aventuras en batallas o en escenas de amor.
Al despertar todas las maanas se sorprenda Anita con una sonrisa en el alma y una
plcida pereza en el cuerpo. Las tas le permitan levantarse tarde, y gozaba con delicia de

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aquellas horas. Para ella su lecho no estaba ya en aquel casern de sus mayores, ni en
Vetusta, ni en la tierra; estaba flotando en el aire, no saba dnde. Ella se dejaba columpiar
dentro de la blanda barquilla en aquel navegar areo de sus ensueos... Y mientras los
personajes de su fantasa se decan ternezas, ella les preparaba un suculento almuerzo en
un jardn de fragancias pursimas y penetrantes. Ana aspiraba con placer voluptuoso los
aromas ideales de sus visiones turgentes.
Algunas veces, por desgracia, el prncipe ruso vestido con pieles finas o el noble
escocs que luca torneada y robusta pantorrilla con media de cuadros brillantes, se
convert an de repente en un caballero enfermo del hgado, plido, delgado, tocado con
sombrero de jipijapa, que se despeda de la seora de sus pensamientos diciendo:
Adiosito. Ahorita vuelvo, con un balanceo de hamaca en los diminutivos. Era el
indiano que vean en lontananza ella y las tas.
Doa gueda era muy buena cocinera; conoca el empirismo del arte, y adems lo
profesaba por principios. Saba de memoria El Cocinero Europeo, un libro que contiene el
arte de confeccionar todos los platos de las cocinas inglesa, francesa, italiana, espaola y
otras. Pero sala por un ojo de la cara el guisar como el Europeo, segn doa gueda.
Cuando se trataba de una gran comida o merienda de la aristocracia, ella diriga las
operaciones en la cocina del marqus de Vegallana y entonces recurra al Europeo. En su
casa haba muy poco dinero y all se contentaba con las recetas que heredara de sus
mayores. Maravillas y primores de la cocina casera comi Anita en cuanto el estmago pudo
tolerarlas. Doa gueda con unos ojos dulzones, intilmente grandes, que nadie haba
querido para s, miraba extasiada a la convaleciente que iba engordando a ojos vistas, segn
las de Ozores. Mientras la joven saboreaba aquellos manjares tributando un elogio a la
cocinera a cada bocado, doa gueda, satisfecha en lo ms profundo de su vanidad, pasaba
la mano pequea y regordeta con dedos como chorizos llenos de sortijas, por el cabello
ondeado entre rubio y castao de la sobrinita de sus pecados, como ella deca. El artista y
su obra se dedicaban mutuas sonrisas entre plato y plato.
Doa Anuncia no cocinaba, pero iba a la compra con la criada y traa lo mejor de lo
ms barato. Ayudbala a comprar bien un antiguo catedrtico de psicologa, lgica y tica,
gran partidario de la escuela escocesa y de los embutidos caseros. No se fiaba mucho ni del
testimonio de sus sentidos ni de las longanizas de la plaza. Era muy amigo de doa Anuncia
y la ayudaba a regatear.
La solterona despus del mercado recorra las casas de la nobleza para pregonar
aquel exceso de caridad con que ella y su hermana daban ejemplo al mundo.
Si ustedes la vieran deca est desconocida; se la ve engordar. Parece un globo
que se va hinchando poco a poco. Verdad es que aquella gueda tiene unas manos... En fin,
ustedes saben por experiencia cmo guisa mi hermanita. Yo me desvivo por la nia. En casa
no entendemos la caridad a medias. Todos los das se ve recoger a un pariente pobre, para
qu? para ahorrar un criado o una doncella; se le arroja un mendrugo y no se le paga
soldada. Pero nosotras entendemos la caridad de otro modo. En fin, ustedes vern a la nia.
Y que va a ser guapa. Ya vern ustedes.
En efecto, la nobleza iba en romera a ver el prodigio, a ver engordar a la nia.
El elemento masculino not mucho antes que el femenino la extraordinaria belleza de
Anita. Pocos meses despus de la fiebre, Ana haba crecido milagrosamente, sus formas
haban tomado una amplitud armnica que tena orgullosa a la nobleza vetustense. La
verdad era que el tipo aristocrtico no se perda, pese a la chusma que no quiere clases.
Aquella nia en cuanto la haban separado de una vida vulgar, en poder de un padre
extraviado y liberalote, y la haban alimentado bien, haba recobrado el tipo de la raza. Se
vot por unanimidad que era hermossima. La plebe opinaba lo mismo que la nobleza, y la

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clase media era de igual parecer. En poco tiempo se consolid la fama de aquella hermosura
y Anita Ozores fue por aclamacin la muchacha ms bonita del pueblo. Cuando llegaba un
forastero, se le enseaba la torre de la catedral, el Paseo de Verano, y, si era posible, la
sobrina de las de Ozores. Eran las tres maravillas de la poblacin.
Doa gueda agradeca este triunfo como Fidias pudiera haber agradecido la
admiracin que el mundo tribut a su Minerva.
Es una estatua griega! haba dicho la marquesa de Vegallana, que se figuraba las
estatuas griegas segn la idea que le haba dado un adorador suyo, amante de las formas
abultadas.
Es la Venus del Nilo! deca con embeleso un pollastre llamado Ronzal, alias el
Estudiante.
Ms bien que la de Milo la de Mdicis rectificaba el joven y ya sabio Saturnino
Bermdez, que saba lo que quera decir, o poco menos.
Es un Fidias! exclamaba el marqus de Vegallana, que haba viajado y recordaba
que se deca: un Zurbarn, un Murillo, etc., etc., tratndose de cuadros.
Y Bermdez se atreva a rectificar tambin:
En mi opinin ms parece de Praxteles.
El marqus se encoga de hombros.
Sea Praxteles.
Las seoras eran las que podan juzgar mejor, porque muchas de ellas haban
conseguido ver a Anita como se ven las estatuas. No saban si era un Fidias o un Praxteles,
pero s que era una real moza; un bijou, deca la baronesa tronada que haba estado ocho
das en la Exposicin de Pars.
Su belleza salv a la hurfana. Se la admiti sin reparo en la clase, en la intimidad de
la clase por su hermosura. Nadie se acordaba de la modista italiana. Tampoco Ana deba
mentarla siquiera, segn orden expresa de las tas. Se haba olvidado todo, incluso el
republicanismo del padre, todo, era un perdn general. Ana era de la clase; la honraba con
su hermosura, como un caballo de sangre y de piel de seda honra la caballeriza y hasta la
casa de un potentado.
Las seoritas nobles no envidiaban mucho a Anita, porque era pobre. Para ellas la
hermosura era cosa secundaria; daban ms valor a la dote y a los vestidos, y crean que las
proporciones los novios aceptables haran lo mismo. Saban a qu atenerse. En las
tertulias, en los bailes, en las excursiones campestres no le faltaran a la sobrina
adoradores; los muchachos de la aristocracia eran casi todos libertinos ms o menos
disimulados; les atraera la hermosura de Ana, pero no se casaran con ella. Cada nia
aristcrata no necesitaba ms cuidado que prohibir a su novio formal el futuro esposo
hacer el amor a la hurfana, a lo menos en presencia de su futura. Si Anita se descuidaba,
pensaban las herederas, poda verse comprometida sin ninguna utilidad. Dentro de la
nobleza no era probable que se casara. Los nobles ricos buscaban a las aristcratas ricas,
sus iguales; los nobles pobres buscaban su acomodo en la parte nueva de Vetusta, en la
Colonia india, como llamaban al barrio de los americanos los aristcratas. Un indiano
plebeyo, un vespucio como tambin los apellidaban pagaba caro el placer de verse
suegro de un ttulo, o de un caballero linajudo por lo menos.
El clculo de las tas respecto al matrimonio de Ana no se haba modificado a pesar
de la gran hermosura de su sobrina. Por guapa no se casara con un noble; era preciso
abdicar, dejarla casarse con un ricacho plebeyo. Entretanto, se necesitaba mucha vigilancia
y tener advertida a la nia.

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En el gran mundo de Vetusta deca doa Anuncia es preciso un ten con ten muy
difcil de aprender.
Aunque la explicacin de este equilibrio o ten con ten era un poco embarazosa, y ms
para una seorita que oficialmente deba ignorarlo todo, y en este caso estaba doa
Anuncia, convinieron las hermanas en que era indispensable dar instrucciones a la chica.
Pocas veces se permita Ana manifestar deseos, gustos o repugnancias, y menos
stas, tratndose de los gustos y predilecciones de sus tas; pero una noche no pudo menos
de expresar su opinin al volver sola de la tertulia ntima de Vegallana.
Te has divertido mucho? pregunt doa Anuncia, que se haba quedado en el
comedor, junto a la gran chimenea, leyendo el folletn de Las Novedades. (Era liberal en
materia de folletines).
No, seora; no me he divertido. Y no quisiera volver all sin alguna de ustedes.
Cuando voy sola...
Qu? exclam doa Anuncia, invitando a su sobrina con el tono spero de aquel
monoslabo a que no profiriese censura de ningn gnero contra la tertulia de su
predileccin.
Cuando voy sola... me aburren demasiado aquellos caballeritos.
No era esto lo que quera decir. Bien lo comprendi su ta; pero quera ms claridad y
replic:
Aburren!Aburren! Explquese usted, seorita. Es que le parece poco fina la
sociedad de Vetusta?
Por el usted y la irona comprendi Ana que doa Anuncia se haba disgustado.
No es eso, ta; es que hay algunos... muy atrevidos... No s qu se figuran.
Ustedes no quieren que yo sea obscura, seria, huraa...
Claro que no...
Pues que no sean ellos atrevidos. Si Obdulia les consiente ciertas cosas... yo no
quiero, yo no quiero.
Ni yo quiero tampoco que t te compares con Obdulia. Ella es... una cualquier cosa,
que no s cmo la admiten en la tertulia; y por darse tono, por decir que es ntima de la
marquesa y de sus hijas, pasa por todo. T eres de la clase.
Es que no slo Obdulia es la que tolera... lo que yo no quiero tolerar. Las mismas
Emma, Pilar y Lola consienten confianzas...
No me toques a las hijas del marqus! grit la ta, ponindose en pie y dejando
caer el Werther sobre la rada alfombra.
Soy una bestia, pens; deb haber callado. Cada vez que faltaba a su propsito
de no contradecir a las tas, senta una especie de remordimiento, como el del artista que se
equivoca.
Entr doa gueda. Haba odo la conversacin desde el gabinete. Las dos hermanas
se miraron. Era llegada la ocasin de explicar lo del ten con ten.
Oye, Anita dijo con voz meliflua la perfecta cocinera; t eres una nia; y
aunque nosotras poco sabemos del mundo, tenemos alguna experiencia, por lo que se
observa.
Eso es; por lo que observamos en los dems.

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En el mundo en que has entrado, y al que perteneces de derecho, es necesario...


un ten con ten especial.
Un ten con ten, eso.
Sobre todo en el trato con los hombres. T habrs notado que en pblico los de la
clase jams faltan a la ms estricta y meticulosa... eso, decencia.
Que es lo principal dijo doa Anuncia, como quien recita el declogo.
Nunca habrs visto a Manolito, ni a Paquito, ni al baroncito, ni al vizconde, ni a
Mesa, que no es noble, pero anda con ellos, propasarse en lo ms mnimo... Pero en el trato
ntimo, el que no es ms que de la clase, ya es otra cosa.
Otra cosa muy distinta dijo doa Anuncia, comprendiendo que a ella, por mayor
en edad, le tocaba seguir explicando el ten con ten.
Como todos somos parientes continu de cerca o de lejos, nos tratamos como
tales; y ni porque te se acerquen mucho para hablarte, ni porque hagan alusiones
picarescas, y siempre llenas de gracia, a la hermosura de tus hombros, a lo torneado de lo
poco, poqusimo de pantorrilla que te hayan visto al bajarte del coche; por nada de eso, ni
aun por algo ms, con tal que no sea mucho, debes asustarte, ni escandalizarte, ni darte por
ofendida.
De ninguna manera apoy doa gueda.
Lo contrario es dar a entender una malicia que no debes tener. Tu inocencia te
sirve para tolerar todo eso.
As hacen Pilar, Emma y Lola.
Pero...
Pero, hija...
Pero, si lo que no es de esperar...
De ninguna manera...
Alguno se propasase a mayores, lo que se llama mayores, sobre todo, tomndolo
en serio y obsequindote (palabra de la juventud de doa Anuncia), obsequindote en regla,
entonces no te fes; djale decir, pero no te dejes tocar. Al que te proponga amores
formales, no le toleres pellizcos, ni nada que no sea inofensivo. Escandalizarse es ridculo, es
como no saber con qu se come alguna cosa...
Es una falta de educacin entre la clase...
Y tolerar demasiado es exponerse. T no te has de casar con ninguno de ellos...
Ni gana, ta dijo Anita sin poder contenerse, pesndole en seguida de haberlo
dicho.
Doa gueda sonri.
Eso de la gana te lo guardas para ti exclam doa Anuncia, puesta en pie otra
vez, y dejando caer el Werther al suelo.
Eres muy orgullosa aadi.
Djala; el que no se consuela...
Tienes razn; estn verdes. Pero lo que importa es que t no olvides lo que te digo.
Es necesario que dejes antes de entrar en casa de la marquesa ese aire displicente y ese
tonillo seco, porque es una impertinencia. Lo que est bien, muy bien, y ya ves como lo

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bueno se te alaba, es que en pblico mantengas el severo continente que merece no menos
elogios del pblico que tu palmito y buen talle.
S, hija ma interrumpi doa gueda. Es necesario sacar partido de los dones
que el Seor ha prodigado en ti a manos llenas.
Ana se mora de vergenza. Estos elogios eran el mayor martirio. Se figuraba sacada
a pblica subasta. Doa gueda y despus su hermana trataron con gran espacio el asunto
de la cotizacin probable de aquella hermosura que consideraban obra suya. Para doa
gueda la belleza de Ana era uno de los mejores embutidos; estaba orgullosa de aquella
cara, como pudiera estarlo de una morcilla. Lo dems, lo que se refera a la esbeltez, lo
haba hecho la raza, deca doa Anuncia, que se picaba de esbelta, porque era delgada.
Al ventilar semejante negocio, el tipo de la trotaconventos de saln, que slo se
diferencia de las otras en que no hace ruido, asomaba a la figura de aquellas solteronas,
como anuncio de vejez de bruja; la chimenea arrojaba a la pared las sombras contrahechas
de aquellas seoritas, y los movimientos de la llama y los gestos de ellas producan en la
sombra un embrin de aquelarre.
Lo que eran los hombres, y especialmente los indianos, lo que no les gustaba, la
manera de marearlos, lo que haba que conceder antes, lo que no se haba de tolerar
despus, todo esto se discuti por largo, siempre concluyendo con la protesta de que era
hija tanta sabidura de la observacin en cabeza ajena.
Por lo dems, ni tu ta gueda ni yo manifestamos nunca aficin al matrimonio.
As fue como se le explic a la hurfana lo del ten con ten.
Aquella noche llor en su lecho Ana como lloraba bajo el poder de doa Camila. Pero
haba cenado muy bien. Al despertar sinti la deliciosa pereza que era casi el nico placer en
aquella vida. Como entonces ya no haba motivo para no madrugar y el trabajo la reclamaba
en aquella casa desde muy temprano, procuraba despertar mucho antes de lo necesario
para gozar de aquellos sueos de la maana, rebozada con el dulce calor de las sbanas.
Uno a uno despreciaba todos los elogios que a su hermosura tributaban los seoritos
nobles y los abogadetes de Vetusta y cuantos la vean; pero al despertar, como una neblina
de incienso bien oliente envolvan su voluptuoso amanecer del alma aquellas dulces
alabanzas de tantos labios condensadas en una sola, y con deleite saboreaba Ana aquel
perfume. Y como la historia ha de atreverse a decirlo todo, segn manda Tcito, spase que
Anita, casta por vigor del temperamento, encontraba exquisito deleite en verificar la justicia
de aquellas alabanzas. Era verdad, era hermosa. Comprenda aquellos ardores que con
miradas unos, con palabras misteriosas otros, daban a entender todos los jvenes de
Vetusta. Pero el amor?, era aquello el amor? No, eso estaba en un porvenir lejano todava.
Deba de ser demasiado grande, demasiado hermoso para estar tan cerca de aquella
miserable vida que la ahogaba, entre las necedades y pequeeces que la rodeaban. Acaso el
amor no vendra nunca; pero prefera perderlo a profanarlo. Toda su resignacin aparente
era por dentro un pesimismo invencible: se haba convencido de que estaba condenada a
vivir entre necios; crea en la fuerza superior de la estupidez general; ella tena razn contra
todos, pero estaba debajo, era la vencida. Adems su miseria, su abandono, la preocupaban
ms que todo; su pensamiento principal era librar a sus tas de aquella carga, de aquella
obra de caridad que cada da pregonaban ms solemnemente las viejas.
Quera emanciparse; pero cmo? Ella no poda ganarse la vida trabajando; antes la
hubieran asesinado las Ozores; no haba manera decorosa de salir de all a no ser el
matrimonio o el convento.
Pero la devocin de Ana ya estaba calificada y condenada por la autoridad
competente. Las tas, que haban maliciado algo de aquel misticismo pasajero, se haban

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burlado de l cruelmente. Adems, la falsa devocin de la nia vena complicada con el


mayor y ms ridculo defecto que en Vetusta poda tener una seorita: la literatura. Era ste
el nico vicio grave que las tas haban descubierto en la joven y ya se le haba cortado de
raz.
Cuando doa Anuncia top en la mesilla de noche de Ana con un cuaderno de versos,
un tintero y una pluma, manifest igual asombro que si hubiera visto un revlver, una
baraja o una botella de aguardiente. Aquello era una cosa hombruna, un vicio de hombres
vulgares, plebeyos. Si hubiera fumado, no hubiera sido mayor la estupefaccin de aquellas
solteronas. Una Ozores literata!
Por all, por all asomaba la oreja de la modista italiana que, en efecto, deba de
haber sido bailarina, como insinuaba doa Camila en su clebre carta.
El cuaderno de versos se haba presentado a los padres graves de la aristocracia y del
cabildo.
El marqus de Vegallana, a quien sus viajes daban fama de instruido, declar que los
versos eran libres.
Doa Anuncia se volva loca de ira.
Con que indecentes, libres? Quin lo dijera! La bailarina...
No, Anuncita, no te alteres. Libres quiere decir blancos, que no tienen consonantes;
cosas que t no entiendes. Por lo dems, los versos no son malos. Pero ms vale que no los
escriba. No he conocido ninguna literata que fuese mujer de bien.
Lo mismo opin el barn tronado, que haba vivido en Madrid mantenido por una
poetisa traductora de folletines.
El seor Ripamiln, cannigo, dijo que los versos eran regulares, acaso buenos, pero
de una escuela romnticoreligiosa que a l le empalagaba.
Son imitaciones de Lamartine en estilo pseudoclsico; no me gustan, aunque
demuestran gran habilidad en Anita. Adems, las mujeres deben ocuparse en ms dulces
tareas; las musas no escriben, inspiran.
La marquesa de Vegallana, que lea libros escandalosos con singular deleite, conden
los versos por mojigatos. Que no se le mezclase a ella lo humano con lo divino. En la
iglesia como en la iglesia, y en literatura ancha Castilla. Adems, no le gustaba la poesa;
prefera las novelas en que se pinta todo a lo vivo, y tal como pasa. Si sabra ella lo que
era el mundo! En cuanto a la sobrinita, era indudable que haba que cortarle aquellos
arranques de falsa piedad novelesca. Para ser literata, adems, se necesitaba mucho
talento. Ella lo hubiera sido a vivir en otra atmsfera. Lo que haban visto aquellos ojos! Y
recordaba unas Aventuras de una cortesana, que haba ella proyectado all en sus verdores,
ricos de experiencia.
Tan general y viva fue la protesta del gran mundo de Vetusta contra los conatos
literarios de Ana, que ella misma se crey en ridculo y engaada por la vanidad.
A solas en su alcoba algunas noches en que la tristeza la atormentaba, volva a
escribir versos, pero los rasgaba en seguida y arrojaba el papel por el balcn para que sus
tas no tropezasen con el cuerpo del delito. La persecucin en esta materia lleg a tal
extremo, tales disgustos le caus su afn de expresar por escrito sus ideas y sus penas, que
tuvo que renunciar en absoluto a la pluma; se jur a s misma no ser la literata, aquel
ente hbrido y abominable de que se hablaba en Vetusta como de los monstruos asquerosos
y horribles.

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Las amiguitas, que haban sabido algo, y nunca tenan qu censurar en Ana,
aprovecharon este flaco para ponerla en berlina delante de los hombres, y a veces lo
consiguieron. No se saba quin pero se crea que Obdulia haba inventado un apodo
para Ana. La llamaban sus amigas y los jvenes desairados Jorge Sandio.
Mucho tiempo despus de haber abandonado toda pretensin de poetisa, an se
hablaba delante de ella con maliciosa complacencia de las literatas. Ana se turbaba, como si
se tratase de algn crimen suyo que se hubiera descubierto.
En una mujer hermosa es imperdonable el vicio de escribir deca el baroncito,
clavando los ojos en Ana y creyendo agradarla.
Y quin se casa con una literata? deca Vegallana sin mala intencin. A m no me
gustara que mi mujer tuviese ms talento que yo.
La marquesa se encoga de hombros. Crea firmemente que su marido era un idiota.
A qu llamarn talento los maridos! pensaba satisfecha de lo pasado.
Yo no quiero que mi mujer se ponga los pantalones aada el afeminado
baroncito. Y la marquesa, vengando en l lo de su marido, deca:
Pues hijo mo, sern ustedes un matrimonio sansculottte.
Fuera de estas defensas relativas de la marquesa, era unnime la opinin: la literata
era un absurdo viviente.
Tenan razn en este punto aquellos necios, lleg a pensar Ana; no escribira
ms. Pero ella se vengaba de las burlas, desprecindolas y desdeando los obsequios de
aquellos que su orgullo tena por majaderos aristocrticos. Admita el culto que se tributaba
a su hermosura, pero como algunos hombres eminentes desvanecidos, uno por uno
despreciaba a los fieles que se prosternaban ante el dolo. Para ella eran incompatibles el
amor y cualquiera de aquellos nobles audaces antes, cobardes ya ante su desdn supremo.
Era demasiado crdula en cuanto se refera a las cosas vanas y repugnantes del mundo en
que viva; para tales materias prefera las advertencias de doa Anuncia al propio criterio. Al
principio se le haba figurado que ella, con un poco de arte, hubiera podido conquistar a
cualquiera de aquellos nobles ricos que se divertan con todas y se casaban con la de mayor
dote. Pero le pareci una indignidad asquerosa semejante idea; ni una sola vez trat de
ensayar sus recursos y prefiri creer a su ta: aquellos aristcratas interesados no eran
maridos posibles. Se acostumbr a esta idea y miraba a sus amigos y parientes como a los
figurines de las sastreras: en efecto, los vea tan enclenques de espritu que se le antojaban
de papel marquilla.
Los pollos de la aristocracia acabaron por confesar que Ana era una excepcin; o
calculaba ms que sus mismas tas, o era una virtud efectiva.
Qu diablo, alguna haba de haber!
Los seductores de la clase media que anhelaban siempre meter la cabeza en la
aristocracia, declararon lo mismo: Ana era invulnerable.
Esperar algn prncipe ruso deca Alvarito Mesa, que viva entre plebeyos y
nobles. Alvarito no haba dicho nunca a Anita: buenos ojos tienes. Eran dos orgullos
paralelos.
Se fue a Madrid Mesa, a cepillar un poco el provincialismo. Dejaba ya en Vetusta
muchas vctimas de su buen talle y arte de enamorar, pero los mayores estragos pensaba
hacerlos a la vuelta.
La tarde en que lvaro tom la diligencia, Ana haba salido a paseo con sus tas por la
carretera de Madrid. Encontraron el coche. lvaro las vio y salud desde la berlina. Se

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encontraron los ojos de Ana y de Mesa. Se miraron como si hasta aquel momento nunca se
hubieran visto bien.
Buenos ojos pens el Tenorio no saba yo a lo que saben, hasta ahora.
Y continu:
Esa ser una de las primeras.
Ms de una hora fue viendo aquella nube de polvo que pareca de luz y en medio los
ojos de la sobrina.
La sobrina tambin llev a casa la imagen de don lvaro entre ceja y ceja.
Y pensaba:
Ese era de los menos malos. Pareca ms distinguido; y no era pesado; tena
cierta dignidad... era comedido... fro con elegancia... el menos tonto sin duda.
El pesimismo la hizo repetir muchos das seguidos:
Se ha ido el menos tonto.
Pero al mes ya no se acordaba de don lvaro; ni don lvaro de Ana en cuanto lleg a
Madrid.
Oh!, el convento, el convento; ese era su recurso ms natural y decoroso. El
convento o el americano.
El confesor de Anita, Ripamiln, oy la proposicin de la joven como quien oye llover.
Ta, ta, ta, ta! dijo en voz alta sin pensar que estaba en la iglesia. Hija ma, las
esposas de Jess no se hacen de tu maderita. Haz feliz a un cristiano, que bien puedes, y
djate de vocaciones improvisadas. La culpa la tiene el romanticismo con sus dramas
escandalosos de monjitas que se escapan en brazos de trovadores con plumero y capitanes
de forajidos. Has de saber, Anita ma, que yo tengo para ti un novio, paisano mo. Vulvete
a casa, que all ir yo y te hablar del asunto. Aqu sera una profanacin.
El candidato de Ripamiln era un magistrado, natural de Zaragoza, joven para oidor y
algo maduro, aunque no mucho, para novio. Tena entonces la seorita doa Ana Ozores
diecinueve aos y el seor don Vctor Quintanar pasaba de los cuarenta. Pero estaba muy
bien conservado. Ana suplic a don Cayetano que nada dijese a sus tas de aquella
proporcin, hasta que ella tratase algn tiempo a Quintanar; porque si doa Anuncia saba
algo, impondra al novio sin ms examen.
Nada ms justo; prefiero que estas cosas las resuelva el corazn; Moratn, mi
querido Moratn, nos lo ensea gallardamente en su comedia inmortal: El s de las nias.
Se qued en ello.
Quin hubiera dicho a doa Anuncia que aquel novio soado, que ya empezaba a
tardar, pasaba todos los das cerca de ellas, en el Espoln, el Paseo de invierno, o en la
carretera de Madrid, orlada de altos lamos que se juntaban a lo lejos!
Ana haba notado que todas las tardes se encontraban con don Toms Crespo, el
ntimo de la casa, y un caballero que se la coma con los ojos. Don Toms era una de las
pocas personas a quien ella estimaba de veras, por ver en l prendas morales raras en
Vetusta, a saber: la tolerancia, la alegra expansiva y la despreocupacin en materias
supersticiosas.
El caballero las miraba de lejos, mientras don Toms se detena a saludarlas. Aquel
seor era Quintanar; el magistrado. Efectivamente, no estaba mal conservado. Era muy
pulcro de traje y de aspecto simptic o.

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Era un forastero, palabra de sentido especial en Vetusta, para las seoritas de


Ozores, que no le haban visto an en ninguna casa de las suyas.
Es un magistrado les haba dicho Crespo un da; un aragons muy cabal,
valiente, gran cazador, muy pundonoroso y gran aficionado de comedias; representa como
Carlos Latorre. Sobre todo en el teatro antiguo es lo que hay que ver.
Esto era todo lo que las tas saban del novio que se les preparaba a escondidas.
Una tarde Crespo, enterado de que la nia ya saba algo, sin encomendarse a Dios ni
al diablo, detuvo a las de Ozores en la carretera de Castilla y les present al seor don
Vctor Quintanar, magistrado. Las acompaaron aquellos seores durante el paseo y hasta
dejarlas en el sombro portal del casern de Ozores. Doa Anuncia ofreci la casa a don
Vctor. ste pensaba que las tas conocan su honesta pretensin, y al da siguiente, de levita
y pantaln negros, visit a las nobles damas. Ana le trat con mucha amabilidad. Le pareci
muy simptico.
La nica persona con quien ella se atreva a hablar algo de lo que le pasaba por
dentro era don Toms Crespo, libre, deca l, de todas las preocupaciones, inclusive la de no
tenerlas, que era de las ms tontas.
Ana observaba mucho. Se crea superior a los que la rodeaban, y pensaba que deba
de haber en otra parte una sociedad que viviese como ella quisiera vivir y que tuviese sus
mismas ideas. Pero entretanto Vetusta era su crcel, la necia rutina, un mar de hielo que la
tena sujeta, inmvil. Sus tas, las jvenes aristcratas, las beatas, todo aquello era ms
fuerte que ella; no poda luchar, se renda a discrecin y se reservaba el derecho a
despreciar a su tirano, viviendo de sueos.
Pero Crespo era una excepcin, un amigo verdadero, que entenda a medias palabras
lo que las tas, el barn, etc., etc., no hubieran entendido en tomos como casas.
A don Toms le llamaban Frgilis, porque si se le refera un desliz de los que suelen
castigar los pueblos con hipcritas aspavientos de moralidad asustadiza, l se encoga de
hombros, no por indiferencia, sino por filosofa, y exclamaba sonriendo:
Qu quieren ustedes? Somos frgilis; como deca el otro.
Frgilis quera decir frgiles. Tal era la divisa de don Toms: la fragilidad humana.
l mismo haba sido frgil. Haba credo demasiado en las leyes de la adaptacin al
medio. Pero de esto ya se hablar en su da. Ocho aos ms adelante brillaba en todo su
esplendor su noble mana de perdonarlo todo.
Era sagaz para buscar el bien en el fondo de las almas, y haba adivinado en Anita
tesoros espirituales.
Mire usted, don Vctor le deca a su amigo esa nia merece un rey, y por lo
menos un magistrado que pronto ser Regente, como usted, v. gr. Figrese usted una mina
de oro en un pas donde nadie sabe explotar las minas de oro; eso es Anita en mi querida
Vetusta. En Vetusta lo mejor es el arbolado.
Deje usted la flora, don Toms.
Tiene usted razn, me pierdo... Deca que Anita es una mujer de primer orden. Ve
usted qu hermoso es su cuerpecito que le tiene a usted hecho un caramelo? Pues cuando
vea usted su alma, se derretir como ese caramelo puesto al sol. Debo advertir a usted que
para m un alma buena no es ms que un alma sana; la bondad nace de la salud.
Es usted un poco materialista, pero yo no me enfado. Deca usted que la nia...

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Soy cuerno! seor mo; y usted dispense. A m no hay que ponerme motes.
Aborrezco los sistemas. Lo que digo es que slo creo en la bondad que da la naturaleza; a
un rbol la salud ha de entrarle por las races... pues es lo mismo, el alma...
Y segua filosofando para venir a parar en que Anita era la mejor muchacha de
Vetusta.
Crespo, segn l dijo, tom un da por su cuenta a la joven para recomendarle al
seor Quintanar.
Era el nico novio digno de ella. Los cuarenta aos y pico eran como los de los
rboles que duran siglos, una juventud, la primera juventud. Ms viejo es un perro de diez
aos que un cuervo de ciento, si es cierto que los cuervos duran siglos.
Ana apreciaba en mucho los consejos de Frgilis. Admiti el trato de Quintanar, pero a
beneficio de inventario y con las dems condiciones que haba impuesto a don Cayetano; no
sabran nada las tas. Don Vctor acept aquella manera de ser pretendiente.
Mire usted deca Frgilis, el secretillo es la salsa de estos negocios; la chica
picar ms pronto... ya ver usted como pica...
Ana pasaba el tiempo sin sentir al lado de Quintanar.
Tena ideas puras, nobles, elevadas y hasta poticas.
No se tea las canas, era sencillo, aunque en el lenguaje algo declamador y
altisonante. Este vicio lo deba a los muchos versos de Lope y Caldern que saba de
memoria; le costaba trabajo no hablar como Sancho Ortiz o don Gutierre Alfonso.
Pero a solas se deca Anita:
No es una temeridad casarse sin amor? No decan que su vocacin religiosa era
falsa, que ella no serva para esposa de Jess porque no le amaba bastante? Pues si
tampoco amaba a don Vctor, tampoco deba casarse con l.
Consultado Ripamiln, contest:
Que entre un magistrado, que no es Presidente de Sala siquiera, y el Salvador del
mundo, haba mucha diferencia. No confesaba Anita que le agradaba don Vctor? S. Pues
cada da le encontrara ms gracia. Mientras que en el convento, la que empieza sin amor
acaba desesperada.
Don Cayetano, que saba ponerse serio, llegado el caso, procur convencer a su
amiguita de que su piedad, si era suficiente para una mujer honrada en el mundo, no
bastaba para los sacrificios del claustro.
Todo aquello de haber llorado de amor leyendo a San Agustn y a San Juan de la
Cruz no vala nada; haba sido cosa de la edad crtica que atravesaba entonces. En cuanto a
Chateaubriand, no haba que hacer caso de l. Todo eso de hacerse monja sin vocacin,
estaba bien para el teatro; pero en el mundo no haba Manriques ni Tenorios, que escalasen
conventos, a Dios gracias. La verdadera piedad consista en hacer feliz a tan cumplido y
enamorado caballero como el seor Quintanar, su paisano y amigo.
Ana renunci poco a poco a la idea de ser monja. Su conciencia le gritaba que no era
aqul el sacrificio que ella poda hacer. El claustro era probablemente lo mismo que Vetusta;
no era con Jess con quien iba a vivir, sino con hermanas ms parecidas de fijo a sus tas
que a San Agustn y a Santa Teresa. Algo se supo en el crculo de la nobleza de las
veleidades msticas de Anita, y las que la haban llamado Jorge Sandio no se mordieron la
lengua y criticaron con mayor crueldad el nuevo antojo.

69

Se confesaba que era virtuosa, en cuanto no se le conoca ningn trapicheo; pero


esto era poco para creerse con vocacin de santa.
Por ventura las dems eran unas tales?
Es guapa, pero orgullosa deca la baronesa tronada, que tena a su marido y a su
hijo enamorados en vano de la sobrinita.
No fue Ana quien apresur su resolucin, como esperaba Frgilis; fueron las tas que
descubrieron un novio para la nia. El nuevo pretendiente era el americano deseado y
temido, don Frutos Redondo, procedente de Matanzas con cargamento de millones. Vena
dispuesto a edificar el mejor chalet de Vetusta, a tener los mejores coches de Vetusta, a ser
diputado por Vetusta y a casarse con la mujer ms guapa de Vetusta. Vio a Anita, le dijeron
que aquella era la hermosura del pueblo y se sinti herido de punta de amor. Se le advirti
que no le bastaban sus onzas para conquistar aquella plaza. Entonces se enamor mucho
ms. Se hizo presentar en casa de las Ozores y pidi a doa Anuncia la mano de la sobrina.
Despus doa Anuncia se encerr en el comedor con doa gueda, y terminada la
conferencia compareci Anita. Doa Anuncia se puso en pie al lado de la chimenea pseudo
feudal: dej caer sobre la alfombra La Etelvina, novela que haba encantado su juventud, y
exclam:
Seorita... hija ma; ha llegado un momento que puede ser decisivo en tu
existenc ia. (Era el estilo de La Etelvina.) Tu ta y yo hemos hecho por ti todo gnero de
sacrificios; ni nuestra miseria, a duras penas disimulada delante del mundo, nos ha
impedido rodearte de todas las comodidades apetecibles. La caridad es inagotable, pero no
lo son nuestros recursos. Nosotras no te hemos recordado jams lo que nos debes (se lo
recordaban al comer y al cenar todos los das), nosotras hemos perdonado tu origen, es
decir, el de tu desgraciada madre, todo, todo ha sido aqu olvidado. Pues bien, todo esto lo
pagaras t con la ms negra ingratitud, con la ingratitud ms criminal, si a la proposicin
que vamos a hacerte contestaras con una negativa... incalificable.
Incalificable repiti doa gueda. Pero creo intil todo este sermn aadi
porque la nia saltar de alegra en cuanto sepa de lo que se trata.
Eso quiero; saber en qu puedo yo servir a ustedes a quien tanto debo.
Todo.
S, todo, querida ta.
Como supongo prosigui doa Anuncia que ya no te acordars siquiera de
aquella locura del monjo...
No seora...
En ese caso interrumpi doa gueda como no querrs quedarte sola en el
mundo el da que nosotras faltemos...
Ni tendrs ningn amorcillo oculto, que sera indecente...
Y como nosotras no podemos ms...
Y como es tu deber aceptar la felicidad que se te ofrece...
Te morirs de gusto cuando sepas que don Frutos Redondo, el ms rico del
Espoln, ha pedido hoy mismo tu mano.
Ana, contra el expreso mandato de sus tas, no se muri de gusto. Call; no se
atreva a dar una negativa categrica.

70

Pero doa Anuncia no necesit ms para dar rienda suelta al basilisco que llevaba
dentro de sus entraas. Su sombra en las sombras de la pared, pareca ahora la de una
bruja gigantesca; otras veces, multiplicndose por los salt os de la llama y por los saltos y
contorsiones de la vieja, figuraba todo el infierno desencadenado; haba momentos en que la
sombra de la seorita de Ozores tena tres cabezas en la pared y tres o cuatro en el techo, y
se dira que de todas ellas salan gritos y alaridos, segn lo que vociferaba doa Anuncia
sola.
Doa gueda misma estaba horrorizada.
La sobrina permaneci ocho das encerrada en su alcoba despus de aquella escena.
Al cumplirse el novenario de la encerrona, que algo tena de arresto, doa Anuncia se
present tranquila, digna, severa a leer la sentencia. No le faltara a la hija de la bailarina
quin dudaba ya que la modista haba bailado? no le faltara una cama en el palacio de
sus mayores; pero ellas, las tas, no tenan qu poner a la mesa; todo lo haba comido la
nia.
Ana escribi a Frgilis.
Y al da siguiente don Vctor Quintanar, de tiros largos, como el da de la primera
visita, entr en el estrado de los Ozores. Vena a pedir la mano de Ana, a quien crea no ser
indiferente.
Daba aquel paso antes de lo que pensaba, porque acababa de ser ascendido; iba a
Granada en calidad de Presidente de Sala y quera llevarse a su esposa, si su ardiente deseo
era cumplido. Contaba con su sueldo y algunas vias y no pocos rebaos en la Almunia de
don Godino. Nunca hubiera sido osado a pedir la mano de tan preclara, ilustre y hermosa
joven sin poder ofrecerle, ya que no la opulencia, una aurea mediocritas, como haba dicho
el latino.
Doa Anuncia qued deslumbrada... Don Godino... mediocritas... la cruz de Isabel la
Catlica!... Era mucha tentacin.
Frgilis haba advertido a don Vctor, al ponerle la cruz al pecho, que a doa Anuncia
la enamoraban los discursos que no entenda y las condecoraciones.
Quintanar mientras hablaba se senta en ridculo, pero la vieja estaba fascinada.
Don Frutos, pensaba ella, haba aplastado terrones en los suburbios de Vetusta,
doce aos antes; se acordaba de haberle visto en mangas de camisa.
La Ozores contest:
Que ella no poda disponer de la mano de su sobrina, aunque la joven consintiera,
sin consultar, sin tomar la venia de la nobleza, de la clase.
Los seores del margen, los de la Audiencia, eran la segunda aristocracia en Vetusta,
aunque no figuraban tanto como en otros das.
La justicia era respetada con un terror supersticioso heredado de muchos siglos. Los
ms soliviantados liberales de Vetusta que hablaban de anarqua y de quemarlo todo,
temblaban ante la voz de un ujier de la Sala de lo Criminal que gritaba porque un testigo
cruzaba las piernas:
Guarden ceremonia!
La aristocracia, la primera, opin que Anita haca una boda loca.
La hizo.
Don Frutos se volvi a Matanzas, prometiendo volver vengado, es decir, con muchos
ms millones. Cumpli su promesa.

71

Pas un mes, y Ana Ozores de Quintanar, con su caballeresco esposo sala por la
carretera de Castilla en la berlina de aquella diligencia en que haba visto marchar a don
lvaro Mesa por el mismo camino.
Toda Vetusta fue a despedirlos; la nobleza y la clase media. Frgilis tena lgrimas en
los ojos.
En cuanto puedan ustedes dar la vuelta... hay que darla deca con un pie en el
estribo y la cabeza dentro del coche. Ser usted la Regenta de Vetusta, Anita.
No lo permite la ley, por causa de las tas contestaba don Vctor.
Bah, bah! Ya se arreglara eso... Ser usted la Regenta.
Don Cayetano quiso tambin subir al estribo, pero no pudo.
Doa Anuncia y doa gueda haban quedado en el estrado, casi a obscuras,
suspirando, rodeadas de algunos amigos y amigas, quiz los mismos que les dieran en otra
ocasin aquel psame por la muerte civil de don Carlos.
Y ella va contenta deca el barn.
Uf! Ya lo creo.
La juventud es ingrata...
Seores, que va a arrancar, desapartarse grit el zagal de la diligencia.
Y parti el coche. Don Vctor oprima entre las suyas las manos de aquella esposa que
le envidiaba un pueblo entero.
Un adis! llen los mbitos de la Plaza Nueva: era un adis triste de verdad, era la
despedida de la maravilla del pueblo; Vetusta en masa vea marc har a la nueva Presidenta
de Sala como pudiera haber visto que le llevaban la torre de la catedral, otra maravilla.
Entretanto, Ana pensaba que tal vez no haba entre aquella muchedumbre que
admiraba su hermosura otro ms digno de poseerla que aquel don Vctor, a pesar de sus
cuarenta y pico, pico misterioso.
Cuando, ya cerca de la noche, mientras suban cuestas que el ganado tomaba al
paso, el nuevo Presidente de Sala le preguntaba si era l por su ventura el primer hombre a
quien haba querido, Ana inclinaba la cabeza y deca con una melancola que le sonaba al
marido a voluptuoso abandono:
S, s, el primero, el nico.
No le amaba, no; pero procurara amarle.
Cerr la noche. Ana, apoyada la cabeza en las sobadas almohadillas de aquel coche
viejo, cerraba los ojos, finga dormir y escuchaba el ruido atronador y confuso de vidrios,
hierro y madera de la diligencia desvencijada, y se le antojaba or en aquel estrpito los
ltimos gritos de la despedida.
Ni uno solo de aquellos hombres que quedaban all abajo le haba hablado de amor,
de amor cierto, ni se lo haba inspirado. Repasando todos los aos de la intil juventud,
recordaba, como la mayor delicia que pudiera cargarse al captulo de amor tal vez, alguna
mirada de algn desconocido en uno de aquellos paseos por las carreteras orladas de
rboles poblados de gorriones y jilgueros.
Entre ella y los jvenes de la sociedad en que viva, pronto haba puesto el orgullo de
Ana y la necedad de los otros un muro de hielo.

72

No se casaran con ella, haba dicho doa Anuncia, porque era pobre; pero ella les
tomaba la delantera, y los despreciaba por fatuos y adocenados.
Si alguno haba querido tratarla como a Obdulia, pronto haba encontrado un desdn
altivo y una irona cruel capaces de helar una brasa.
Tal vez, aunque no era seguro, ni mucho menos, entre aquellos hombres que la
admiraban de lejos, devorndola con los ojos, habra alguno digno de ser querido... pero las
tas se encargaban de mantener las distancias que exiga el tono, y los pobres abogadillos, o
lo que fueran, tal vez demcratas tericos, respetaban aquellas preocupaciones, y
participaban a su pesar, de ellas. No se acercaban. Todos los que haban producido en Ana
algn efecto, aunque no grande, hablando con los ojos, eran cualquier cosa menos
proporciones. En Vetusta la juventud pobre no sabe ganarse la vida, a lo sumo se gana la
miseria; muchachos y muchachas se comen a miradas, se quieren, hasta se lo dicen... pero
lo dejan; falta una posicin; las muchachas pierden su hermosura y acaban en beatas; los
muchachos dejan el luciente sombrero de copa, se embozan en la capa y se hacen
jugadores.
Los que quieren medrar salen del pueblo; all no hay ms ricos que los que heredan o
hacen fortuna lejos de la soolienta Vetusta.
Entre americanos, pasiegos y mayorazguetes fatuos, burdos y grotescos hubiera
podido escoger, segua pensando Ana. Que lo dijera don Frutos Redondo... Pero adems,
para qu engaarse a s misma? No estaba en Vetusta, no poda estar en aquel pobre
rincn la realidad del sueo, el hroe del poema, que primero se haba llamado Germn,
despus San Agustn, obispo de Hiponax, despus Chateaubriand y despus con cien
nombres, todo grandeza, esplendor, dulzura delicada, rara y escogida...
Y ahora estaba casada. Era un crime n, pero un crimen verdadero, no como el de la
barca de Trbol, pensar en otros hombres. Don Vctor era la muralla de la China de sus
ensueos. Toda fantstica aparicin que rebasara de aquellos cinco pies y varias pulgadas
de hombre que tena al lado, era un delito. Todo haba concluido... sin haber empezado.
Abri Ana los ojos y mir a su don Vctor, que a la luz de una lmpara de viaje,
calada hasta las orejas una gorra de seda, lea tranquilamente, algo arrugado el entrecejo,
El Mayor Monstruo los celos o el Tetrarca de Jerusaln, del inmortal Caldern de la Barca.

VI
El Casino de Vetusta ocupaba un casern solitario, de piedra ennegrecida por los
ultrajes de la humedad, en una plazuela sucia y triste cerca de San Pedro, la iglesia
antiqusima vecina de la catedral. Los socios jvenes queran mudarse, pero el cambio de
domicilio sera la muerte de la sociedad segn el elemento serio y de ms arraigo. No se
mud el Casino y sigui remendando como pudo sus goteras y dems achaques de
abolengo. Tres generaciones haban bostezado en aquellas salas estrechas y obscuras, y
esta solemnidad del aburrimiento heredado no deba trocarse por los azares de un porvenir
dudoso en la parte nueva del pueblo, en la Colonia. Adems, decan los viejos, si el Casino
deja de residir en la Encimada, adis Casino. Era un aristcrata.
Generalmente el saln de baile se enseaba a los forasteros con orgullo; lo dems se
confesaba que vala poco.
Los dependientes de la casa vestan un uniforme parecido al de la polica urbana. El
forastero que llamaba a un mozo de servicio poda creer, por la falta de costumbre, que

73

venan a prenderle. Solan tener los camareros muy mala educacin, tambin heredada. El
uniforme se les haba puesto para que se conociese en algo que eran ellos los criados.
En el vestbulo haba dos porteros cerca de una mesa de pino. Era costumbre
inveterada que aquellos seores no saludaran a los socios que entraban o salan. Pero desde
que era de la Junta Ronzal, que haba visto otros usos en sus cortos viajes, los porteros se
inclinaban al pasar un socio sin importancia, y hasta dejaban or un gruido, que bien
interpretado poda tomarse por un saludo; si era un individuo de la Junta se levantaban de
su silla cosa de medio palmo, si era Ronzal se levantaban un palmo entero y si pasaba don
lvaro Mesa, presidente de la sociedad, se ponan de pie y se cuadraban como reclutas.
Despus del vestbulo se encontraban tres o cuatro pasillos convertidos en salas de
espera, de descanso, de conversacin, de juego de domin, todo ello junto y como quiera.
Ms adelante haba otra sala ms lujosa, con grandes chimeneas que consuman mucha
lea, pero no tanta como decan los mozos. Aquella lea suscitaba graves polmicas en las
juntas generales de fin de ao. En tal estancia se prohiba el estridente domin, y all se
juntaban los ms serios y los ms importantes personajes de Vetusta. All no se deba
alborotar porque al extremo de oriente, detrs de un majestuoso portier de terciopelo
carmes, estaba la sala del tresillo, que se llamaba el gabinete rojo. En ste haba de reinar
el silencio, y si era posible tambin en la sala contigua. Antes estaba el tresillo cerca de los
billares, pero el ruido de las bolas y los tacos molestaba a los tresillistas que se fueron al
gabinete rojo, donde estaba entonces el de lectura. El gabinete de lectura se fue cerca de los
billares. La sala del tresillo jams reciba la luz del sol: siempre permaneca en tinieblas
caliginosas, que hacan palpables las tristes llamas de las bujas semejantes a lmparas de
minero en las entraas de la tierra.
Don Pompeyo Guimarn, un filsofo que odiaba el tresillo, llamaba a los del gabinete
rojo los monederos falsos. Se le figuraba que en aquel antro donde se penetraba con silencio
misterioso, donde se cont ena toda alegra, toda expansin del nimo, no se poda hacer
nada lcito. Los ms bulliciosos muchachos al entrar en el gabinete del tresillo se revestan
de una seriedad prematura; parecan sacerdotes jvenes de un culto extrao. Entrar all era
para los vetustenses como dejar la toga pretexta y tomar la viril. Jugando o viendo jugar
estaba siempre algn joven plido, ensimismado, que afectaba despreciar los vanos placeres
hastiado tal vez, y preferir los serios cuidados del solo y el codillo. Examinar con algn
detenimiento a los habituales sacerdotes de este culto ceremonioso y circunspecto de la
espada y el basto, es conocer a Vetusta intelectual en uno de sus aspectos caractersticos.
En efecto, aunque el jefe de Fomento aseguraba que todos los vetustenses eran unos
chambones, no era esto ms que un pretexto para subir al cuarto del crimen en busca de
ms pinges y rpidas ganancias; porque jugar se jugaba en el Casino de Vetusta con una
perfeccin que ya era famosa. No faltaban los inexpertos, y aun stos eran necesarios,
porque si no quin ganara a quin? Pero contra la afirmacin del jefe de Fomento
protestaban los hechos. De Vetusta y slo de Vetusta salieron aquellos insignes tresillistas
que, una vez en esferas ms altas, tendieron el vuelo y llegaron a ocupar puestos eminentes
en la administracin del Estado, debindolo todo a la ciencia de los estuches.
Hay cuatro mesas en sendas esquinas y otros dos pares en medio. De las ocho, la
mitad estn ocupadas. Alrededor, sentados o en pie varios mirones, los ms esclavos de su
vicio. Se habla poco. Las ms veces para pedir un cigarro de papel. Se dan pocos consejos.
No se necesitan o no sirven. Basilio Mndez, empleado del Ayuntamiento, es el mejor
espada de los presentes. Es plido y flaco. No se sabe si viste de artesano o de persona
decente, como dicen en Vetusta. El sueldo no le bastaba para sus necesidades; tiene mujer
y cinco hijos; se ayuda con el tresillo; se le respeta. Juega como quien trabaja sin gusto; de
mal humor; es brusco; apenas contesta si le hablan. l va a su negocio: una casa de tres
pisos que est construyendo a costa del tresillo junto al Espoln. A su lado est don Matas
el procurador: juega al tresillo para huir del monte. Cuando la suerte le es adversa arriba,

74

baja y se expone a ganar al tresillo todo lo que puede y a perder muy poco, porque si pierde
lo deja. El que descansa en este momento, porque acaba de repartir las cartas, y juegan
cuatro, es la gallina de los huevos de oro del Procurador y de don Basilio. Le van matando,
pero por consuncin. Es un mayorazgo de aldea; le llaman Vinculete. Antes vena de su
pueblo durante las ferias a jugar al tresillo; despus se hizo diputado provincial para venir a
jugar al tresillo tambin, y por fin se hizo vecino de Vetusta para no separarse nunca de
aquellos espadas a quien admiraba, de camino que les haca ricos sin sospecharlo. El tresillo
de su pueblo no le diverta. Vinculete jugaba desde las tres de la tarde hasta las dos de la
maana, sin ms descanso que el preciso para cenar de mala manera. Don Basilio y el
Procurador alternaban en el cuidado de desplumarle; se relevaban; pero a veces le
desplumaban a un tiempo. El cuarto jugador era cualquiera. En las otras mesas las partidas
eran ms iguales. Jugaban muchos forasteros, casi todos empleados.
Es un axioma que en el juego se conoce la buena educacin. Haba all muchas
personas muy bien educadas, pero como reinaba la mayor confianza sola orse frases como
stas:
Le digo a usted, que me lo ha dado usted.
Yo le digo a usted, que no.
Yo le digo a usted, que s.
Pues miente usted.
Valiente crianza tiene usted.
Mejor que la de usted...
Se trataba de un duro falso.
Para que la armona pudiera subsistir, por una especie de equilibrio que la naturaleza
estableca entre los temperamentos, resultaba que unos tresillistas eran temerones y de un
genio endiablado, y otros, v. gr. Vinculete, pacficos como corderos y miedosos como
palomas.
Don Basilio aseguraba que el mayorazguete no jugaba con toda la limpieza necesaria.
Vinculete sola sostener los fueros de su dignidad, y entonces gritaba el del
Ayuntamiento:
Conmigo nadie se insolenta!
Y daba un puetazo en la mesa.
Vinculete callaba y segua recibiendo codillos.
Estas disputas, nada frecuentes, interrumpan el silencio pocos instantes; la calma
renaca pronto y volva aquello a ser un templo jams profanado por ros de sangre.
El gabinete de lectura, que tambin serva de biblioteca, era estrecho y no muy largo.
En medio haba una mesa oblonga cubierta de bayeta verde y rodeada de sillones de
terciopelo de Utrecht. La biblioteca consista en un estante de nogal no grande, empotrado
en la pared. All estaban representando la sabidura de la sociedad el Diccionario y la
Gramtica de la Academia. Estos libros se haban comprado con motivo de las repetidas
disputas de algunos socios que no estaban conformes respecto del significado y aun de la
ortografa de ciertas palabras. Haba adems una coleccin incompleta de la Revue des deux
mondes, y otras de varias ilustraciones. La Ilustracin francesa se haba dejado en un
arranque de patriotismo; por culpa de un grabado en que aparecan no se sabe qu reyes de
Espaa matando toros. Con ocasin de esta medida radical y patritica se pronunciaron en
la junta general muchos y muy buenos discursos en que fueron citados oportunamente los

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hroes de Sagunto, los de Covadonga, y por ltimo los del ao ocho. En los cajones
inferiores del estante haba algunos libros de ms slida enseanza, pero la llave de aquel
departamento se haba perdido.
Cuando un socio peda un libro de aqullos, el conserje se acercaba de mal talante al
pedigeo y le haca repetir la demanda.
S seor, la crnica de Vetusta...
Pero usted sabe que est ah?
S, seor, ah est...
El caso es... y se rascaba una oreja el seor conserje como no hay costumbre...
Costumbre de qu?
En fin, buscar la llave.
El conserje daba media vuelta y marchaba a paso de tortuga.
El socio, que haba de ser nuevo necesariamente para andar en tales pretensiones,
poda entretenerse mientras tanto mirando el mapa de Rusia y Turqua y el Padre nuestro en
grabados, que adornaban las paredes de aquel centro de instruccin y recreo. Volva el
conserje con las manos en los bolsillos y una sonrisa maliciosa en los labios.
Lo que yo deca, seorito... se ha perdido la llave.
Los socios antiguos miraban la biblioteca como si estuviera pintada en la pared.
De los peridicos e ilustraciones se haca ms uso; tanto que aqullos desaparecan
casi todas las noches y los grabados de mrito eran cuidadosamente arrancados. Esta
cuestin del hurto de peridicos era de las difciles que tenan que resolver las juntas. Qu
se haca? Se les pona grillete a los papeles? Los socios arrancaban las hojas o se llevaban
papel y hierro. Se re solvi ltimamente dejar los peridicos libres, pero ejercer una gran
vigilancia. Era intil. Don Frutos Redondo, el ms rico americano, no poda dormirse sin leer
en la cama el Imparcial del Casino. Y no haba de trasladar su lecho al gabinete de lectura.
Se llevaba el peridico. Aquellos cinco cntimos que ahorraba de esta manera, le saban a
gloria. En cuanto al papel de cartas que desapareca tambin, y era ms caro, se tom la
resolucin de dar un pliego, y gracias, al socio que lo peda con mucha necesidad. El
conserje haba adquirido un humor de alcaide de presidio en este trato. Miraba a los socios
que lean como a gente de sospechosa probidad; les guardaba escasas consideraciones. No
siempre que se le llamaba acuda, y sola negarse a mudar las plumas oxidadas.
Alrededor de la mesa caban doce personas. Pocas veces haba tantos lectores, a no
ser a la hora del correo. La mayor parte de los socios amantes del saber no lean ms que
noticias.
El ms digno de consideracin, entre los abonados al gabinete de lectura, era un
caballero apopltico, que haba llevado granos a Inglaterra y se crea en la obligacin de leer
la prensa extranjera. Llegaba a las nueve de la noche indefectiblemente, tomaba Le Figaro,
despus The Times, que colocaba encima, se pona las gafas de oro y arrullado por cierto
silbido tenue de los mecheros del gas, se quedaba dulcemente dormido sobre el primer
peridico del mundo. Era un derecho que nadie le disputaba. Poco despus de morir este
seor, de apoplega, sobre The Times, se averigu que no saba ingls. Otro lector asiduo
era un joven opositor a fiscalas y registros que devoraba la Gaceta sin dejar una subasta.
Era un Alcubilla en un tomo: saba de memoria cuanto se ha hecho, deshecho, arreglado y
vuelto a destrozar en nuest ra administracin pblica.
A su lado sola sentarse un caballero que tena un vicio secreto: escribir cartas a los
peridicos de la corte con las noticias ms contradictorias. Firmaba El Corresponsal y

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siempre que un papel de Madrid deca Lo de Vestusta era cosa de l. Al da siguiente


desmenta en otro peridico sus noticias y resultaba que Lo de Vetusta no era nada. As
se haba hecho un redomado escptico en materia de prensa. Si sabra l cmo se hacan
los peridicos! Cuando franceses y alema nes vinieron a las manos, El Corresponsal dudaba
de la guerra: era cosa de los bolsistas acaso; no se convenci de que algo haba hasta la
rendicin de Metz.
El poeta Trifn Crmenes tambin acuda sin falta a la hora del correo. Pasaba revista
a varios peridicos con febril ansiedad y desapareca en seguida con un desengao ms en
el alma. Era que no se lo haban publicado. Se trataba de alguna poesa o cuento
fantstico que haba mandado a cualquier peridico y que no acababa de salir. Crmenes,
que en los certmenes de Vetusta se llevaba todas las rosas naturales, no poda conseguir
que sus versos tuvieran cabida en las prensas madrileas; y eso que empleaba en las cartas
con que recomendaba las composiciones, la finura del mundo. La frmula sola ser sta:
Muy seor mo y de mi ms distinguida consideracin: adjuntos le remito unos versos para
que, si los estima dignos de tan sealado honor, vean la luz pblica en las columnas de su
acreditado peridico. Escritos sin pretensiones... etc., etc. Pero, nada; no salan. Peda,
despus de un ao, que se los devolvieran. Pero no se devolvan los originales.
Aprovechaba el borrador y publicaba aquello en El Lbaro, el peridico reaccionario de
Vetusta.
Otro lector constante era un vejete semi idiota que a
j ms se acostaba sin haber
ledo todos los fondos de la prensa que llegaba al Casino. Deleitbale singularmente la prosa
amazacotada de un peridico que tena fama de hbil y circunspecto. Los conceptos estaban
envueltos en tales eufemismos, pretericiones y circunloquios, y tan se quebraban de sutiles,
que el viejo se quedaba siempre a buenas noches.
Qu habilidad! deca sin entender palabra.
Por lo mismo crea en la habilidad, porque si l la echara de ver ya no la habra.
Una noche despert a su esposa el lector de fondos diciendo:
Oye, Paca, sabes que no puedo dormir?... A ver si t entiendes esto que he ledo
hoy en el peridico. No deja de dejar de parecernos replensible... Lo entiendes t, Paca?
Es que les parece replensible o que no? Hasta que lo resuelva no puedo dormir...
Estos y otros lectores asiduos se pasan los peridicos de mano en mano, en silencio,
devorando noticias que leen repetidas en ocho o diez papeles. As se alimentan aquellos
espritus que antes de las once de la noche se van a dormir satisfechos, convencidos de que
el cajero de tal parte se ha escapado con los fondos. Lo han ledo en ocho o diez fuentes
distintas. Todos estos caballeros respetables y dignos de estima viven esclavos de tamaa
servidumbre, la servidumbre del noticierismo cortesano. Mucho ms de la mitad del caudal
fugitivo de sus conocimientos consiste en los recortes de la Correspondencia que los
peridicos pobres se van echando, como pelotas, de tijeras en tijeras.
Muchas veces, cuando reinaba aquel silencio de biblioteca, en que pareca orse el
ruido de la elaboracin cerebral de los sesudos lectores, de repente un estrpito de
terremoto haca temblar el piso y los cristales. Los socios antiguos no hacan caso, ni
levantaban los ojos; los nuevos, espantados, miraban al techo y a las paredes esperando ver
desmoronarse el edificio... No era eso. Era que los seores del billar azotaban el pavimento
con las mazas de los tacos. Era proverbial el ingenioso buen humor de los seores socios.
A las once de la noche no quedaba nadie en el gabinete de lectura. El conserje, medio
dormido, doblaba los papeles, daba media vuelta a la llave del gas, y dejaba casi en tinieblas
la estancia. Y se volva a dormir a la conserjera.

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Entonces era cuando entraba don Amadeo Bedoya, capitn de artillera, en traje de
paisano, embozado en un carrick de ancha esclavina. Miraba bien... no haba nadie... la
obscuridad le favoreca. Se acercaba al estante con mucha cautela; sacaba una llave, abra
el cajn inferior, tomaba un libro, dejaba otro que vena oculto bajo la esclavina, esconda el
primero entre sus pliegues y cerraba el cajn. Se acercaba a la mesa, despus de respirar
fuerte, silbaba la marcha real, y finga echar un vistazo a los peridicos. Peridicos a l! Por
hacer que hacemos estaba all cinco minutos, y sala triunfante. No era un ladrn, era un
biblifilo. La llave de Bedoya era la que el conserje haba perdido. Don Amadeo era el don
Saturnino Bermdez de tropa. Haba sido un bravo militar; pero como hubiera tenido el
honor aos atrs de ser elegido presidente de un Ateneo de infantera, y vstose en la
necesidad de estudiar y pronunciar un discurso, se encontr con gran sorpresa excelente
orador en su opinin y la de los jefes, y de una en otra vino a parar en hombre de letras,
hasta el punto de jurarse solemnemente y con la energa que tan bien sienta en los
defensores de la patria, ser un erudito. Empez a llamar la atencin de los vetustenses aquel
militar que saba de letras ms que muchos paisanos, y el mismo Bedoya se animaba al
trabajo con la gracia de lo que a l se le antojaba contraste de la artillera y la literatura.
Poco a poco lleg a ser miembro, ya correspondiente, ya de nmero, de muchas sociedades
cientficas, artsticas y literarias. Despuntaba en la Arqueologa y en la Botnica, sobre todo
en la relacin de sta a la Horticultura. Era un especialista en las enfermedades de la patata,
y tena un trabajo sobre el particular que no acababa de premiarle el Gobierno. Tambin le
daba el naipe por la biografa militar. Saba de varios tenientes generales que haban sido
otros tantos Farnesios y Spnolas, sin que lo sospechara el mundo; y sacaba a relucir la
historia de tal brigadier que si, conforme no mand, hubiera mandado la accin de tal parte,
hubiera conquistado la gloria de un Napolen, en vez de perder las posiciones, como en
efecto las haba perdido el general inepto.
De esta clase de biografas de personas que pudieron ser importantes, estaban las
fuentes en libros como aquellos que haba en el cajn inferior del estante del Casino. Ms
ejemplares habra por el mundo, pero no se saba de ellos, y Bedoya era de esa clase de
eruditos que encuentran el mrito en copiar lo que nadie ha querido leer. En cuanto l vea
en el papel de su propiedad los prrafos que iba copiando con aquella letra inglesa esbelta y
pulcra que Dios le haba dado, ya se le antojaba obra suya todo aquello. Pero su fuerte eran
las antigedades. Para l un objeto de arte no tena mrito aunque fuese del tiempo de No,
si no era suyo. As como Bermdez amaba la antigedad, por s misma, el polvo por el
polvo, Bedoya era ms subjetivo, como l deca, necesitaba que le perteneciera el objeto
amado. Si l pudiera hablar! Tamaitos se quedaran Bermdez y el Magistral y tutti
quanti. Pero no poda hablar. Ira a presidio probablemente, si hablara. En fin, en puridad,
tena... y miraba a los lados al decirlo tena un precioso manuscrito de Felipe II, un
documento poltico de gran importancia. Lo haba robado en el archivo de Simancas.
Cmo? ese era su orgullo. As es que Bedoya, seguro de aquella superioridad, miraba por
encima del hombro a los dems anticuarios y callaba. Callaba por miedo al presidio.
El cuarto del crimen, la sala de los juegos de azar, y ms concretamente de la ruleta
y el monte, estaba en el segundo piso. Se llegaba a ella despus de recorrer muchos pasillos
obscuros y estrechos. La autoridad no haba turbado jams la calma de aquel refugio
repuesto y escondido del arte aleatorio, ni en los tiempos de mayor moralidad pblica. A
ruegos de los gacetilleros, singularmente el del Lbaro, se persegua cruelmente la
prostitucin, pero el juego no se poda perseguir. En cuanto a las infames que comerciaban
con su cuerpo, como deca Crmenes escribiendo de incgnito los fondos del Lbaro, cmo
no haban de ser maltratadas, si diariamente se publicaban excitaciones de este gnero en la
prensa local?
Casi todos los das sala a luz una gacetilla que se titulaba, por ejemplo: Esas
palomas! o Fuego en ellas!, y en una ocasin el mismsimo don Saturnino Bermdez

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escribi su gacetilla correspondiente que se llamaba a secas: Meretrices, y acababa


diciendo: de la impdica scortum .
Volviendo al juego, si algn gobernador enrgico haba amenazado a los socios del
Casino con darles un susto, los jugadores influyentes le haban pronosticado una cesanta.
Lo ordinario siempre fue que hiciese la vista gorda, y no faltaron a veces subvenciones en la
forma ms decorosa posible, como decan las partes contratantes. Los jugadores
vetustenses tenan una virtud: no trasnochaban. Eran hombres ocupados que tenan que
madrugar. Tal mdico se recoga a las diez despus de perder las ganancias del da: se
levantaba a las seis de la maana, recorra todo el pueblo entre charcos y entre lodo,
desafiaba la nieve, el granizo, el fro, el viento: y despus de mprobo trabajo, volva, como
con una ofrenda ante el altar, a depositar sobre el tapete verde las pesetas ganadas.
Abogados, procuradores, escribanos, comerciantes, industriales, empleados, propietarios,
todos hacan lo mismo. En el tresillo, en el gabinete de lectura, en el billar, en las salas de
conversacin, de domin y ajedrez, haba siempre las mismas personas, los aficionados
respectivos; pero el cuarto del crimen era el lugar donde se reunan todos los oficios, todas
las edades, todas las ideas, todos los gustos, todos los temperamentos.
No en balde se afirmaba que Vetusta se distingua por su acendrado patriotismo, su
religiosidad y su aficin a los juegos prohibidos. La religiosidad y el patriotismo se
explicaban por la historia; la aficin al juego por lo mucho que llova en Vetusta. Qu
haban de hacer los socios, si no se poda pasear? Por eso propona don Pompeyo Guimarn,
el filsofo, que la catedral se convirtiera en paseo cubierto. Risum teneatis!, contestaba
Crmenes en la gacetilla del Lbaro.
La religiosidad, aunque en la forma lamentable de la supersticin, se manifestaba en
el mismo vicio de la tafurera. Se contaban en el Casino portentos de credulidad de los
jugadores ms famosos. Un comerciante, liberal y nada timorato, tena depositados en la
puerta de aquel centro de recreo un par de zapatos viejos. Llegaba al Casino, calzaba los
zapatos de suela rota y suba a probar fortuna. Juraba que jams llevando botas nuevas le
haba favorecido la suerte. Vena a ser un jugador de la orden de los descalzos. Entre su fe y
cierta maliciosa experiencia le daban ganancias seguras. Un ao hizo una esplndida novena
a San Francisco, a la cual acudi toda Vetusta edificada, como deca Bermdez.
Despus que Bedoya sala del Casino, pasando sin ser visto de los porteros, que
dorman suavemente, no quedaban all ms socios que ocho o diez trasnochadores jurados.
Pocos y siempre los mismos. Unos eran personajes averiados que haban c ontrado la
costumbre de trasnochar en Madrid, otros elegantes y calaveras de Vetusta que los
imitaban. Pero de esta tertulia de ltima hora tendremos que hablar ms adelante, porque a
ella asistan personajes importantes de esta historia.
Eran las tres y media de la tarde. Llova. En la sala contigua al gabinete viejo estaban
los socios de costumbre, los que no jugaban a nada y los seis que jugaban al ajedrez. Estos
haban colocado el respectivo tablero junto a un balcn, para tener ms luz. En el fondo de
la sala pareca que iba a anochecer. Sobre una mesa de mrmol brillaba entre humo espeso
de tabaco, como una estrella detrs de niebla, la llama de una buja que serva para dar
lumbre a los cigarros. Ocultos en la sombra de un rincn, alrededor de aquella mesa,
arrellanados en un divn unos, otros en mecedoras de paja, estaban media docena de socios
fundadores, que de tiempo inmemorial acudan a las tres en punto a tomar caf y copa.
Hablaban poco. Ninguno se permita jams aventurar un aserto que no pudiera ser admitido
por unanimidad. All se juzgaba a los hombres y los sucesos del da, pero sin
apasionamiento; se condenaba, sin ofenderle, a todo innovador, al que haba hecho algo que
saliese de lo ordinario. Se elogiaba, sin gran entusiasmo, a los ciudadanos que saban ser
comedidos, corteses e incapaces de exagerar cosa alguna. Antes mentir que exagerar. Don
Saturnino Bermdez haba recibido ms de una vez el homenaje de una admiracin
prudente en aquel crculo de seores respetables. Pero en general preferan a esto hablar de

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animales: v. gr., del instinto de algunos, como el perro y el elefante, aunque siempre
negndoles, por supuesto, la inteligencia: el castor fabrica hoy su vivienda lo mismo que en
tiempo de Adn; no hay inteligencia, es instinto. Hablaban tambin de la utilidad de otros
irracionales; el cerdo, del cual se aprovecha todo, la vaca, el gato, etc., etc. Y an les
pareca ms interesante la conversacin si se refera a objetos inanimados. El derecho civil
tambin les encantaba en lo que atae al parentesco y a la herencia. Pasaba un socio
cualquiera, y si no le conoca alguno de aquellos fundadores preguntaba:
Quin es se?
Ese es hijo de... nieto de... que cas con... que era hermana de...
Y como las cerezas, salan enganchados por el parentesco casi todos los vetustenses.
Esta conversacin terminaba siempre con una frase:
Si se va a mirar, aqu todos somos algo parientes.
La meteorologa tampoco faltaba nunca en los tpicos de las conferencias. El viento
que soplaba tena siempre muy preocupados a los socios benemritos. El invierno actual
siempre era ms fro que todos los que recordaban, menos uno.
Tambin a veces se murmuraba un poco, pero con el mayor comedimiento, sobre
todo si se hablaba de clrigos, seoras o autoridades.
A pesar de la amenidad de tales conversaciones, el grupo de venerables ancianos,
con los que slo haba un joven y ste calvo, prefera al ms grato palique el silencio; y a l
se consagraba principalmente aquella especie de siesta que dorman despiertos. Casi
siempre callaban.
No lejos de ellos, y por cierto molestndolos a veces no poco, haba dos o tres grupos
de alborotadores, y a lo lejos se oa el antiptico estrpito del domin, que haban
desterrado de su sala los venerables. Los del domin eran siempre los mismos: un
catedrtico, dos ingenieros civiles y un magistrado. Rean y gritaban mucho; se insultaban,
pero siempre en broma. Aquellos cuatro amigos, ligados por el seis doble, hubieran vendido
la ciencia, la justicia y las obras pblicas por salvar a cualquiera de la partida. En el saln de
baile, donde no se permita jugar ni tomar caf, se paseaban los seores de la Audiencia y
otros personajes, v. gr., el marqus de Vegallana, los das de mucha agua, cuando l no
poda dar sus paseos.
La animacin estaba en los grupos de alborotadores antes citados.
All no se respetaba nada ni a nadie decan los viejos del rincn. Aunque
estaban a dos pasos de ellos, rara vez se mezclaban las conversaciones. Los ancianos
callaban y juzgaban.
Qu atolondramiento! dijo un venerable en voz baja.
Observe usted, le respondieron que rara vez hablan de intereses reales de la
provincia.
nicamente cuando viene el seor Mesa...
Oh, es que el seor Mesa... es otra cosa.
S, es mucho hombre. Muy entendido en Hacienda y eso que llaman Economa
poltica.
Yo tambin creo en la Economa poltica.
Yo no creo, pero respeto mucho la memoria de Flrez Estrada, a quien he conocido.

80

Todo menos disputar; en cuanto asomaba una discusin, se le echaba tierra encima y
a callar todos.
En la mesa de enfrente, gritaba un seor que haba sido alcalde liberal y era usurero
con todos los sistemas polticos; malicioso, y enemigo de los curas, porque as crea probar
su liberalismo con poco trabajo.
Pero, vamo s a ver deca quin le ha asegurado a usted que el Magistral no ha
querido confesar a la Regenta?
Me lo ha dicho quien vio por sus ojos a doa Anita entrar en la capilla de don
Fermn y a don Fermn salir sin saludar a la Regenta.
Pues yo los he vis to saludarse y hablar en el Espoln.
Es verdad grit un tercero yo tambin los vi. De Pas iba con el Arcipreste y la
Regenta con Visitacin. Es ms, el Magistral se puso muy colorado.
Hombre, hombre! exclam el exalcalde fingiendo escandalizarse.
Pues yo s ms que todos ustedes vocifer un pollo que imitaba a Zamacois, a
Lujn, a Romea, el sobrino, a todos los actores cmicos de Madrid, donde acababa de
licenciarse en Medicina.
Baj la voz, hizo una sea que significaba sigilo; todos los del corro se acercaron a l,
y con la mano puesta al lado de la boca, como una mampara, dejando caer la silla en que
estaba a caballo, hasta apoyar el respaldo en la mesa, dijo:
Me lo ha contado Paquito Vegallana; el Arcipreste, el clebre don Cayetano, ha
rogado a Anita que cambie de confesor, porque...
Hombre, hombre!, qu sabes t por qu? interrumpi el enemigo del clero.
El secreto de la confesin!
Bueno, bueno! Yo lo s de buena tinta. Paquito me lo ha dicho. Mesa y baj
mucho ms la voz Mesa le pone varas a la Regenta.
Escndalo general. Murmullo en el rincn obscuro.
Aquello era demasiado.
Se poda murmurar, hablar sin fundamento, pero no tanto. Vaya por el Magistral y
el secreto de la confesin; pero tocar a la Regenta! Era un imprudente aquel sietemesino,
sin duda.
Seores, yo no digo que la Regenta tome varas, sino que lvaro quiere ponrselas;
lo cual es muy distinto.
Todos negaron la probabilidad del aserto.
Hombre... la Regenta... es algo mucho!
El pollo se encogi de hombros.
Estaba seguro. Se lo haba dicho el marquesito, el ntimo de Mesa.
Y, vamos a ver pregunt el seor Foja, el exalcalde qu tiene que ver eso de
las varas que Mesa quiere poner a la Regenta con el Magistral y la confesin?
No quera dejar su presa. No siempre en el Casino se poda hablar mal de los curas.
Pues tiene mucho que ver; porque el Arcipreste ha pedido auxilio al otro; quiere
dejarle la carga de la conciencia de la otra.

81

Muchacho, muchacho, que te resbalas advirti el padre del deslenguado, que


estaba presente y admiraba la desfachatez de su hijo, adquirida positivamente en Madrid, y
muy a su costa.
Quiero decir que Anita es muy cavilosa, como todos sabemos y segua bajando la
voz, y los dems acercndose, hasta formar un racimo de cabezas, dignas de otra Campana
de Huesca es cavilosa y tal vez haya notado las miradas... y dems eh? del otro... y
querr curarse en salud... y el Arcipreste no est para casos de conciencia complicados, y el
Magistral sabe mucho de eso.
El corro no pudo menos de sonrer en seal de aprobacin.
Al pap del maldiciente se le caa la baba, y guiaba un ojo a un amigo. No caba
duda que los chicos slo en Madrid se despabilaban. Caro cuesta, pero al fin se tocan los
resultados.
El desparpajo del muchacho sola suscitar protestas, pero luego venca la elocuencia
de sus maliciosos epigramas y del retintn manolesco de sus gestos y acento.
Empezaba entonces el llamado gnero flamenco a ser de buen tono en ciertos barrios
del arte y en algunas sociedades. El mediquillo vesta pantaln muy ajustado y combinaba
sabiamente los cuernos que entonces se llevaban sobre la frente con los mechones que los
toreros echan sobre las sienes. Su peinado pareca una peluca de marquetera.
Se llamaba Joaqun Orgaz y se timaba con todas las nias casaderas de la poblacin,
lo cual quiere decir que las miraba con insistencia y tena el gusto de ser mirado por ellas.
Haba acabado la carrera aquel ao y su propsito era casarse cuanto antes con una
muchacha rica. Ella aportara el dote y l su figura, el ttulo de mdico y sus habilidades
flamencas. No era tonto, pero la esclavitud de la moda le haca parecer ms adocenado de lo
que acaso fuera. Si en Madrid era uno de tantos, en Vetusta no poda temer a ms de cinco
o seis rivales importadores de semejantes maneras. En los meses de vacaciones
aprovechaba el tiempo buscando el trato de las familias ricas o nobles de Vetusta. Se haba
hecho amigo ntimo de Paquito Vegallana y, aunque de lejos, algo le tocaba del esplendor
que irradiaba el clebre Mesa, flor y nata de los elegantes de Vetusta. Orgaz le llamaba
lvaro por lo muy familiar que era el trato de Paco y de Mesa, y con l tuteaba a Paquito...
por eso.
Se anim Joaqun con el buen xito de sus murmuraciones y sostuvo que era cursi
aquel respeto y admiracin que inspiraba la Regenta.
Es una mujer hermosa, hermossima; si ustedes quieren, de talento, digna de otro
teatro, de volar ms alto... si ustedes me apuran dir que es una mujer superior si hay
mujeres as pero al fin es mujer, et nihil humani...
No saba lo que significaba este latn, ni a dnde iba a parar, ni de quin era, pero lo
usaba siempre que se trataba de debilidades posibles.
Los socios rieron a carcajadas.
Hasta en latn sabe maldecir el pillastre! pens el padre, ms satisfecho cada vez
de los sacrificios que le costaba aquel enemigo.
Joaquinito, encarnado de placer, y un poco por el ans del mono que haba bebido,
crey del caso coronar el edificio, de su gloria cantando algo nuevo. Se puso en pie, estir
una pierna, gir sobre un tacn y cant, o se cant, como l deca:
breme la puerta
puerta del postigo...

82

Era preciso acabar con las preocupaciones del pueblo. La Regenta! Dejara de
ser de carne y hueso? Y lvaro siempre haba sido irresistible... Orgaz hijo suspendi el
baile, que haba emprendido mientras haca observaciones. En la sala vecina haban sonado
unas pisadas que hacan temblar el pavimento.
Ah est el ingls dijo entre dientes el flamenco; y se puso un poco plido.
En efecto, era Ronzal.
Pepe Ronzal alias Trabuco, no se sabe por qu era natural de Pernueces, una
aldea de la provincia. Hijo de un ganadero rico, pudo hacer sus estudios, que ya se ver qu
estudios fueron, en la capital. Aficionado al monte, c omo Vinculete al tresillo, desde la
adolescencia, ni durante las vacaciones quera volver a Pernueces, ganoso de no perder ni
unas judas. No pudo concluir la carrera. No bast la tradicional benevolencia de los
profesores para que Trabuco consiguiera hacerse licenciado en ambos derechos.
Una vez le preguntaron en un examen:
Qu es testamento, hijo mo?
Testamento... ello mismo lo dice, es el que hacen los difuntos.
Adems de Trabuco le llamaban el Estudiante, por una antonomasia irnica que l no
c omprenda.
Pas el tiempo; muri el ganadero, Pepe Ronzal dej de ser el Estudiante, vendi
tierras, se traslad a la capital y empez a ser hombre poltico, no se sabe a punto fijo cmo
ni por qu.
Ello fue que de una mesa de colegio electoral pas a ser del Ayuntamiento, y de
concejal pas a diputado provincial por Pernueces. Si nunca pudo sacudir de s la prstina
ignorancia, en el andar, y en el vestir y hasta en el saludar, fue consiguiendo paulatinos
progresos, y se necesitaba ser un poco antiguo en Vetusta para recordar todo lo agreste que
aquel hombre haba sido. Desde el ao de la Restauracin en adelante pasaba ya Ronzal por
hombre de iniciativa, afortunado en amores de cierto gnero y en negocios de quintas. Era
muy decidido partidario de las instituciones vigentes. Se peinaba por el modelo de los sellos
y las pesetas, y en cuanto al calzado lo usaba fortsimo, blindado. Crea que esto le daba
cierto aspecto de noble ingls.
Yo soy muy ingls en todas mis cosas deca con nfasis sobre todo en las
botas.
Militaba en el partido ms reaccionario de los que turnaban en el poder.
Dadme un pueblo sajn, deca, y ser liberal.
Ms adelante fue liberal sin que le dieran el pueblo sajn, sino otra cosa que no
pertenece a esta historia.
Era alto, grueso y no mal formado; tena la cabeza pequea, redonda y la frente
estrecha; ojos montaraces, sin expresin, asustados, que no mova siempre que quera, sino
cuando poda. Hablar con Ronzal, verle a l animado, decidor, disparatando con gran energa
y entusiasmo, y notar que sus ojos no se movan, ni expresaban nada de aquello, sino que
miraban fijos con el pasmo y la desconfianza de los animales del monte, daba escalofros.
Era de buen color moreno y tena la pierna muy bien formada. En lo que se haba
adelantado a su tiempo era en los pantalones, porque los traa muy cortos. Siempre llevaba
guantes, hiciera calor o fro, fuesen oportunos o no. Para l siempre haba el guante sido el
distintivo de la finura, como deca, del seoro, segn deca tambin. Adems, le sudaban
las manos.

83

Aborreca lo que ola a plebe. Los republicanitos tenan en l un enemigo formidable.


Un da de San Francisco no puso colgaduras en los balcones del Casino el conserje. Ronzal,
que era ya de la Junta, quiso arrojar por uno de aquellos balcones al msero dependiente.
Seor gritaba el conserje si hoy es San Francisco de Paula!
Qu importa, animal? respondi Trabuco furioso. No hay Paula que valga: en
siendo San Francisco es da de gala y se cuelga!
As entenda l que serva a las Instituciones.
Con rasgos como ste fue hacindose respetar poco a poco.
Lo que es cara a cara ya nadie se rea de l. No le falt perspicacia para comprender
que el mundo daba mucho a las apariencias, y que en el Casino pasaban por ms sabios los
que gritaban ms, eran ms tercos y lean ms peridicos del da. Y se dijo:
Esto de la sabidura es un complemento necesario. Ser sabio. Afortunadamente
tengo energa tena muy buenos puos y a testarudo nadie me gana, y disfruto de un
pulmn como un manolito (monolito, por supuesto). Sin ms que esto y leer La
Correspondencia ser el Hipcrates de la provincia.
Hipcrates era el maestro de Platn, maestro al cual nunca llam Scrates Trabuco,
ni le haca falta.
Desde entonces ley peridicos y novelas de PigaultLebrun y Paul de Kock, nicos
libros que poda mirar sin dormirse acto continuo. Oa con atencin las conversaciones que
le sonaban a sabidura, y sobre todo procuraba imponerse dando muchas voces y quedando
siempre encima.
Si los argumentos del contrario le apuraban un poco, sacaba lo que no puede
llamarse el Cristo, porque era un rotin, y blandindolo gritaba:
Y conste que yo sostendr esto en todos los terrenos!, en todos los terrenos!
Y repeta lo de terreno cinco o seis veces para que el otro se fijara en el tropo y en el
garrote y se diera por vencido.
Comprenda que all las discusiones de menos compromiso eran las de ms bulto y de
cosas remotas, y as, era su fuerte la poltica exterior. Cuanto ms lejos estaba el pas cuyos
intereses se discutan, ms le convena. En tal caso el peligro estaba en los lapsus
geogrficos. Sola confundir los pases con los generales que mandaban los ejrcitos
invasores. En cierta desgraciada polmica hubo de venir a las manos con el capitn Bedoya
que le negaba la existencia del general Sebastopol.
Tambin crey que su fama de hombre de talento se afianzara probando sus fuerzas
en el ajedrez y aplic a este juego mucha energa. Una tarde que jugaba en presencia de
varios socios y llevaba perdidas muchas piezas, vio su salvacin en convertir en reina un
peoncillo.
Este va a reina! exclam clavando con los suyos los ojos del adversario.
No puede ser.
Cmo que no puede ser?
Y el contrario, por instinto, retir una pieza que estorbaba el paso del pen que deba
ir a reina.
A reina va, y lo hago cuestin personal aadi envalentonado Trabuco, dndose
un puetazo en el pecho.
Y el contrario, sin querer, le dej otra casilla libre.

84

Y as, de una en otra, jugndose la vida en todas ellas, convirti el pen en reina, y
gan el juego el enrgico diputado provincial de Pernueces.

VII
Estas y otras calidades distinguan a Pepe Ronzal, a quien Joaquinito Orgaz tena
mucho miedo. Tal vez saba el de Pernueces que Joaqun imitaba perfectamente sus
disparates y manera de decirlos. Adems, Ronzal aborreca a don lvaro Mesa y a cuantos
le alababan y eran amigos suyos. Joaqun era ua y carne del Marquesito el hijo del
marqus de Vegallana y ste el amigo ntimo de don lvaro.
Buenas tardes, seores dijo Ronzal sentndose en el corro.
Dej los guantes sobre la mesa, pidi caf y se puso a mirar de hito en hito a
Joaqun, que hubiera querido hacerse invisible.
De quin se murmura, pollo? pregunt el diputado dando una palmada en el
muslo no muy lucido del sietemesino.
Para piernas, Ronzal. En efecto, las estir al lado de las del joven para que pudiesen
comparar aquellos seores.
Joaqun contest:
De nadie.
Y encogi los hombros.
No lo creo. Estos madrileitos siempre tienen algo que decir de los infelices
provincianos.
As es la verdad dijo el exalcalde. Su amigo de usted el Provisor, era hoy la
vctima.
Ronzal se puso serio.
Hola! dijo tambin espifor? (espritu fuerte en el francs de Trabuco).
Se trataba aadi Foja de las varas que toma o no toma cierta dama, hasta hoy
muy respetada, y de los refuerzos espirituales que su atribulada conciencia busca o no busca
en la direccin moral de don Fermn... Je, je!...
Ronzal no entenda.
A ver, a ver; exijo que se hable claro.
Joaquinito mir a su pap como pidiendo auxilio.
El seor Orgaz se atrevi a murmurar:
Hombre, eso de exigir...
S, seor; exigir. Y hago la cuestin personal!
Pero qu es lo que usted exige? pregunt el muchacho agotando su valor en
este rasgo de energa.
Exijo lo que tengo derecho a exigir, eso es; y repito que hago la cuestin personal.
Pero qu cuestin?
Esa!

85

Joaquinito volvi a encogerse de hombros, plido como un muerto. Comprendi que


el tener razn era all lo de menos. A Ronzal ya le echaban chispas los ojos montaraces. Se
haba embrollado y esto era lo que ms le irritaba siempre, perder el discurso a lo mejor.
S, seor, esa cuestin; y quiero que se hable claro!
Ni l mismo saba lo que exiga.
Foja se encarg de poner las cosas claras.
El seor Ronzal quiere que se le explique si se piensa que es l quien pone las
varas que esa seora toma o deja de tomar.
Eso es! dijo Ronzal, que no pensaba en tal cosa, pero que se sinti halagado con
la suposicin.
Quiero saber aadi si se piensa que yo soy capaz de poner en tela de juicio la
virtud de esa seora tan respetable...
Pero qu seora?
Esa, don Joaquinito, esa; y de m no se burla nadie.
La disputa se acalor; tuvieron que intervenir los seores venerables del rincn
obscuro; tan grave fue el incidente. Se pusieron por unanimidad de parte del seor Ronzal,
si bien reconocan que se enfadaba demasiado. Le explicaron el caso, pues an no haba
dejado que le enterasen. No se trataba de Ronzal. Se haba dicho all con ms o menos
prudencia, que el seor Magistral iba a ser en adelante el confesor de la seora doa Ana de
Ozores de Quintanar, porque esta ilustre y virtuossima dama, huyendo de las asechanzas
de un galn, que no era el seor Ronzal...
Es Mesa interrumpi Joaqun.
Pues miente quien tal diga grit Trabuco muy disgustado con la noticia. Y ese
seor don Juan Tenorio puede llamar a otra puerta, que la Regenta es una fortaleza
inexpugnable. Y en cuanto al que trae tales cuentos a un establecimiento pblico...
El Casino no es un establecimiento pblico interrumpi Foja.
Y se hablaba entre amigos, en confianza aadi Orgaz, padre.
Y eso del don Juan Tenorio vaya usted a decrselo a Mesa grit Orgaz hijo desde
la puert a, dispuesto a echar a correr si la pulla pona fuera de s al brbaro de Pernueces.
No hubo tal cosa. Se puso como un tomate Trabuco, pero no se movi, y dijo:
Ni Mesa ni San Mesa me asustan a m! y yo lo que digo, lo digo cara a cara y a la
faz del mundo, surbicesorbi (a la ciudad y al mundo en el latn ronzalesco.) No parece sino
que don Alvarito se come los nios crudos, y que todas las mujeres se le... y dijo una
atrocidad que escandaliz a los seores del rincn obscuro.
Silencio! se atrevi a decir bajando la voz Joaquinito, sin dejar la puerta.
Cmo silencio? A m nadie... caballerito!
Se oy una carcajada sonora, retumbante, que hel la sangre del fogoso Ronzal. No
caba duda, era la carcajada de Mesa. Estaba hablando con los seore s del domin en la
sala contigua. Le acompaaban Paco Vegallana y don Frutos Redondo. Llegaron a donde
estaba Ronzal. ste haba vuelto a sentarse y se quejaba de que se le haba enfriado el caf,
que tomaba a pequeos sorbos. Haba hecho una sea a los del corro. Quera decir que
callaba por pura discrecin.

86

Don lvaro Mesa era ms alto que Ronzal y mucho ms esbelto. Se vesta en Pars y
sola ir l mismo a tomarse las medidas. Ronzal encargaba la ropa a Madrid; por cada traje
le pedan el valor de tres y nunca le sentaban bien las levitas. Siempre iba a la penltima
moda. Mesa iba muchas veces a Madrid y al extranjero. Aunque era de Vetusta, no tena el
acento del pas. Ronzal pareca gallego cuando quera pronunciar en perfecto castellano.
Mesa hablaba en francs, en italiano y un poco en ingls. El diputado por Pernueces tena
soberana envidia al Presidente del Casino.
Ningn vetustense le pareca superior al hijo de su madre ni por el valor, ni por la
elegancia ni por la fortuna con las damas, ni por el prestigio poltico, si se exceptuaba a don
lvaro. Trabuco tena que confesarse inferior a ste que era su bello ideal. Ante su fantasa
el Presidente del Casino era todo un hombre de novela y hasta de poema. Creale ms
valiente que el Cid, ms diestro en las armas que el Zuavo, su figura le pareca un figurn
intachable, aquella ropa el eterno modelo de la ropa; y en cuanto a la fama que don lvaro
gozaba de audaz e irresistible conquistador, reputbala autntica y el ms envidiable
patrimonio que pudiera codiciar un hombre amigo de divertirse en este pcaro mundo.
Aunque pasaba la vida propalando los rumores maliciosos que corran acerca del origen de la
regular fortuna que se atribua al Presidente, l, Ronzal, no crea que ni un solo cntimo
hubiese adquirido de mala fe.
Ronzal era reaccionario dentro de la dinasta y Mesa, dinstico tambin, figuraba
como jefe del partido liberal de Vetusta que acataba las Instituciones. En todas partes le
vea enfrente, pero vencedor. Mandaban los de Ronzal, ste era diputado de la comisin
permanente, y sin embargo, entraba don lvaro en la Diputacin, y l quedaba en la
sombra; no era Mesa de la casa, tena all una exigua minora, y desde el portero al
Presidente todos se le quitaban el sombrero, y don lvaro para aqu, y don lvaro para all;
y no haba alcalde de don lvaro que no viese aprobadas sus cuentas, ni quinto de Mesa
que no estuviera enfermo de muerte, ni en fin, expediente que l moviese que no volara.
Y sobre todo las mujeres!
Muchas veces en el teatro, cuando todo el pblico fijaba la atencin en el escenario,
un espectador, Ronzal, desde la platea del proscenio clavaba la mirada en el elegante Mesa,
aquel gallo rubio, plido, de ojos pardos, fros casi siempre, pero candentes para dar
hechizos a una mujer. Aquella pechera, aquel plastn (como deca Ronzal) inimitable, de un
brillo que no saban sacar en Vetusta, que no vena en las camisas de Madrid, atraa los ojos
del diputado provincial como la luz a las mariposas. Atribua supersticiosamente al plastn
gran parte en las victorias de amor de su enemigo.
l, Ronzal, tambin luca mucho la pechera, pero insensiblemente tenda al chaleco
cerrado y a la corbata acartonada. Volva a ver la pechera del otro, y volva l a los chalecos
abiertos. Miraba a Mesa Ronzal, y si aplauda su modelo aborrecido aplauda l, pero
pausadamente y sin ruido, como el otro. Pona los codos en el antepecho del palco y cruzaba
las manos, y se volva para hablar con sus amigos aquel don lvaro de una manera singular
que Trabuco no supo imitar en su vida. Si Mesa paseaba los gemelos por los palcos y las
butacas, segua Ronzal el movimiento de aquellos que se le antojaban dos caones cargados
de mortfera metralla: infeliz de la mujer a quien apuntara aquel asesino de corazones!
Seora o seorita, ya la tena Ronzal por muerta de amor o deshonrada cuando menos.
Mejor que todos conoca las vctimas que el don Juan de Vetusta iba haciendo, le
espiaba, segua, como sus miradas, sus pasos, interpretaba sus sonrisas, y ms de una vez
(antes morir que confesarlo), ms de una vez esper el tiempo que sola tardar el otro en
cansarse de una dama para procurar cogerla en las torpes y groseras redes de la seduccin
ronzalesca.
En tales ocasiones sola encontrarse con que aquellos platos de segunda mesa se los
coma Paco Vegallana, el Marquesito.

87

Todo esto saba Trabuco, pero no lo deca a nadie.


Negaba las conquistas de Mesa.
Ya est viejo sola decir; no digo que all en sus verdores, cuando las
costumbres estaban perdidas, gracias a la gloriosa... no digo que entonces no haya tenido
alguna aventurilla... Pero hoy por hoy, en el actual momento histrico el de Pernueces se
creca hablando de esto la moralidad de nuestras familias es el mejor escudo.
Estas conversaciones se repetan todos los das; el objeto de la murmuracin variaba
poco, los comentarios menos y las frases de efecto nada. Casi poda anunciarse lo que cada
cual iba a decir y cundo lo dira.
Don lvaro not que su presencia haba hecho cesar alguna conversacin. Estaba
acostumbrado a ello. Saba el odio que le consagraba el de Pernueces y la admiracin de que
este odio iba acompaado. Le diverta y le convena la inquina de Ronzal, gran
propagandista de la leyenda de que era Mesa el hroe; y aquella leyenda era muy til, para
muchas cosas. Tambin haba conocido la imitacin grotesca del Estudiante l le llamaba
as todava y se complaca en observarle como si se mirase en un espejo de la Rigolade.
No le quera mal. Le hubiera hecho un favor, siendo cosa fcil. Algunos le haba hecho tal
vez, sin que el otro lo supiera.
Aunque sin aludir ya a la Regenta, se volvi a hablar de mujeres casadas.
Ronzal, como otros das, defenda en tesis general la moralidad presente, debida a la
restauracin.
Vamos, que usted, Ronzalillo, en estos tiempos de moralidad... dijo el alcalde,
con su malicia de siempre.
Sonri un momento Trabuco, pero recobrando la serenidad exclam:
Ni yo ni nadie; cranme ustedes. En Vetusta la vida no tiene incentivos para el
vicio. No digo que todo sea virtud, pero faltan las ocasiones. Y la sana influencia del clero,
sobre todo del clero catedral, hace mucho. Tenemos un Obispo que es un santo, un
Magistral...
Hombre, el Magistral... no me venga usted a m con cuentos... Si yo hablara...
Adems, todos ustedes saben...
El que empleaba estas reticencias era Foja.
El seor Magistral dijo Mesa, hablando por primera vez al corro no es un
mstico que digamos, pero no creo que sea solicitante.
Qu significa eso? pregunt Joaquinito Orgaz.
Se lo explic Foja.
Se discuti si el Magistral lo era. Dijeron que no Ronzal, Orgaz padre, el Marquesito,
Mesa y otros cuatro; que s Foja, Joaquinito y otros dos.
Ganada la votacin, para contentar a la minora, el presidente del Casino declar
imparcialmente que el verdadero pecado del Provisor era la simona.
El Marquesito, licenciado en derecho civil y cannico, se hizo explicar la palabreja.
Segn don lvaro, la ambicin y la avaricia eran los pecados capitales del Magistral,
la avaricia sobre todo; por lo dems era un sabio; acaso el nico sabio de Vetusta; un
orador incomparablemente mejor que el Obispo.
No es un santo aada pero no se puede creer nada de lo que se dice de doa
Obdulia y l, ni lo de l y Visitacin; y en cuanto a sus relaciones con los Pez, yo que soy

88

amigo de corazn de don Manuel, y conozco a su hija desde que era as media vara
protesto contra todas esas calumniosas especies.
(Ronzal apunt la palabra: l crea que se deca especias).
Qu especies? pregunt el Marquesito, que para eso estaba all.
No lo sabes? Pues dicen que Olvidito est supeditada a la voluntad de don Fermn;
que no se casa ni se casar porque l quiere hacerla monja, y que don Manuel autoriza esto,
y...
Y yo juro que es verdad, seor don lvaro grit Foja.
Pero cree usted, tambin, que el Magistral haga el amor a la nia?
Eso es lo que yo no s.
Ni lo otro dijo Ronzal.
Mesa le mir aprobando sus palabras con una inclinacin de cabeza y una afable
sonrisa.
Seores aadi Trabuco, animndose esto es escandaloso. Aqu todo se
convierte en poltica. El seor Magistral es una persona muy digna por todos conceptos.
Djolo Blas.
Lo digo yo!
Como si lo dijera el gato.
Hubo una pausa. El exalcalde no era un Joaquinito Orgaz.
Aquello de gato peda sangre, Ronzal estaba seguro, pero no saba cmo contestar al
liberalote.
Por ltimo dijo:
Es usted un grosero.
Foja, que saba insultar, pero tambin perdonaba los insultos, no se tuvo por
ofendido.
Yo lo que digo lo pruebo replic; el Magistral es el azote de la provincia: tiene
embobado al Obispo, metido en un puo al clero; se ha hecho millonario en cinco o seis
aos que lleva de Provisor; la curia de Palacio no es una curia eclesistica sino una sucursal
de los Montes de Toledo. Y del confesonario nada quiero decir; y de la Junta de las Paulinas
tampoco; y de las nias del Catecismo... chitn, porque ms vale no hablar; y de la Corte de
Mara... pasemos a otro asunto. En fin, que no hay por dnde cogerlo. Esta es la verdad, la
pura verdad: y el da que haya en Espaa un gobierno medio liberal siquiera, ese hombre
saldr de aqu con la sotana entre piernas. He dicho.
El exalcalde entenda as la libertad; o se persegua o no se persegua al clero. Esta
persecucin y la libertad de comercio era lo esencial. La libertad de comercio para l se
reduca a la libertad del inters. Todava era ms usurero que clerfobo.
Aunque maldiciente, no sola atreverse a insultar a los curas de tan desfachatada
manera, y aquel discurso produjo asombro.
Cmo aquel socarrn, marrullero, siempre alerta, se haba dejado llevar de aquel
arrebato? No haba tal cosa. Estaba muy sereno. Bien saba su papel. Su propsito era
agradar a don lvaro, por causas que l conoca; y aunque el presidente del Casino fingiera
defender al cannigo, a Foja le constaba que no le quera bien ni mucho menos.

89

Seor Foja respondi Mesa, seguro de que todos esperaban que l hablase hay
cuando menos notable exageracin en todo lo que usted ha dicho.
Vox populi...
El pueblo es un majadero grit Ronzal. El pueblo crucific a Nuestro Seor
Jesucristo, el pueblo dio la cicuta a Hipcrates.
lvaro.

A Scrates corrigi Orgaz, hijo, vengndose bajo el seguro de la presencia de don


El pueblo continu el otro sin hacer caso mat a Luis diez y seis...
Adis! ya se desat interrumpi Foja.
Y cogiendo el sombrero aadi:
Abur, seores; donde hablan los sabios sobramos los ignorantes.
Y se aproxim a la puerta.

Hombre, a propsito de sabios dijo don Frutos Redondo, el americano, que hasta
entonces no haba hablado. Tengo pendiente una apuesta con usted, seor Ronzal... ya
recordar usted... aquella palabreja.
Cul?
Avena. Usted deca que se escribe con h...
Y me mantengo en lo dicho, y lo hago cuestin personal.
No, no; a m no me venga usted, con circunloquios; usted haba apostado unos
callos...
Van apostados.
Pues bueno ajaj! Que traigan el Calepino, ese que hay en la biblioteca.
Que lo traigan!
Un mozo trajo el diccionario. Estas consultas eran frecuentes.
Bsquelo usted primero con h dijo Ronzal con voz de trueno a Joaquinito, que
haba tomado a su cargo, con deleite, la tarea de aplastar al de Pernueces.
Don Frutos se baaba en agua de rosa. Un milln, de los muchos que tena, hubiera
dado l por una victoria as. Ahora veran quin era ms bruto. Guiaba los ojos a todos,
rea satisfecho, frotaba las manos.
Qu callada! qu callada!
Orgaz, solemnemente, busc avena con h. No pareci.
Ser que la busca usted con b; bsquela usted con v, de corazn.
Nada, seor Ronzal, no parece.
Ahora bsquela usted sin h exclam don Frutos, ya muy serio, queriendo tomar
un continente digno en el momento de la victoria.
Ronzal estaba como un tomate. Mir a Mesa, que fingi estar distrado.
Por fin Trabuco, dispuesto a jugar el todo por el todo, se puso en pie en medio de la
sala y cogi bruscamente el diccionario de manos de Orgaz, que crey que iba a arrojrselo
a la cabeza. No; lo lanz sobre un divn y gritando dijo:

90

Seores, sostenga lo que quiera ese libraco, yo aseguro, bajo palabra de honor,
que el diccionario que tengo en casa pone avena con h.
Don Frutos iba a protestar, pero Ronzal aadi sin darle tiempo:
El que lo niegue me arroja un ments, duda de mi honor, me tira a la cara un
guante, y en tal caso... me tiene a su disposicin; ya se sabe cmo se arreglan estas cosas.
Don Frutos abri la boca.
Foja, desde la puerta, se atrevi a decir:
Seor Ronzal, no creo que el seor Redondo, ni nadie, se atreva a dudar de su
palabra de usted. Si usted, tiene un diccionario en que lleva h la avena, con su pan se lo
coma; y aun calculo yo qu diccionario ser se... Debe de ser el diccionario de
Autoridades...
S seor; es el diccionario del Gobierno...
Pues ese es el que manda; y usted tiene razn y don Frutos confunde la avena con
la Habana, donde hizo su fortuna...
Don Frutos se dio por satisfecho. Haba comprendido el chiste de la avena que se
haba de comer el otro y fingi creerse vencido.
Seores dijo corriente, no se hable ms de esto; yo pago la callada.
Casi siempre pasaba l all por el ms ignorante, y el ver a Ronzal objeto de burla
general, le puso muy contento.
Se qued en que aquella noche cenaran todos los del corro a costa de don Frutos.
Raro desprendimiento en aquel corazn amante de la economa! Ronzal crey que una vez
ms se haba impuesto a fuerza de energa; y ahora delante de don lvaro! Acept la cena
y el papel de vencedor; por ms que estaba seguro de que en su casa no haba diccionario.
Pero ya que Foja lo deca...
Haba cesado la lluvia. Se disolvi la reunin, despidindose hasta la noche. Aquellos
eran, fuera de Orgaz padre, los ordinarios trasnochadores.
La cena sera a ltima hora. Mesa ofreci asistir a pesar de sus muchas ocupaciones.
Cunto envidi esta frase Ronzal! Comprendi que todos haban interpretado lo
mismo que l aquellas ocupaciones. Eran ay! cita de amor. Tal vez con la Regenta!,
pens el de Pernueces; y se prometi espiarlos.
Don lvaro Mesa, Paco Vegallana y Joaqun Orgaz salieron juntos. El Marquesito
comprendi que a don lvaro le estorbaba Orgaz.
Oye, Joaqun, ahora que me acuerdo, no sabes lo que pasa?
T dirs.
Que tienes un rival temible.
En qu... plaza?
Tienes razn, olvidaba tus muchas empresas... Se trata de Obdulia.
Hola, hola dijo Mesa, sonriendo de pura lstima; con que tiene usted en
asedio a la viudita?
S dijo Paco es... el Gran Cerco de Viena.
Joaqun, a pesar de lo flamenco, se turb, entre avergonzado y hueco. Saba
positivamente que don lvaro haba sido amante de Obdulia, porque ella se lo haba

91

confesado. El nico! segn la dama. Pero Orgaz sospechaba que haba heredado aquellos
amores Paco. Obdulia juraba que no.
Pues tu rival es don Saturnino Bermdez, el descendiente de cien reyes, ya sabes,
mi primo, segn l... Ayer creo que hubo un escndalo en la catedral, que el Palomo tuvo
que echarlos poco menos que a escobazos: qu creas t, que Obdulia slo tena citas en
las carboneras? Pues tambin en los palacios y en los templos...
Pauperum tabernas, regumque turres.
Joaquinito, fingiendo mal buen humor, pregunt:
Pero t, cmo sabes todo eso?
Es muy sencillo. La seora de Infanzn... ya sabe ste quin es.
S dijo Mesa la de Palomares...
Esa, fue a la catedral con Obdulia, los acompa el arquelogo, y en la capilla de
las reliquias, en los stanos, en la bveda, en todas partes creo que se daban unos...
apretones... La Infanzn se lo cont a mam, que se mora de risa; la lugarea estaba
furiosa... Hoy mi madre, para divertirse ya sabes lo que a la pobre le gustan estas cosas
quera ver a Obdulia y a don Saturno juntos, en casa, a ver qu cara ponan, aludiendo
mam a lo de ayer. La llam, pero Obdulia se disculp diciendo que esta tarde tena que
pasarla en casa de Visitacin para hacer las empanadas de la merienda... ya sabes, la de la
tertulia de la otra...
S, ya s.
Con que all las tienes, con los brazos al aire... y... ya sabes... en fin, que est el
horno para pasteles.
En honor de la verdad observ Mesa la viuda est apetitosa en tales
circunstancias. Yo la he visto en casa de ste, con su gran mandil blanco, su falda bajera
ceida al cuerpo, la pantorrilla un poco al aire y los brazos un todo al fresco... colorada,
excitadota...
El flamenco trag saliva.
Es la mujer X dijo sin poder contenerse. Y l? aadi.
Quin?
El sabihondo ese...
Ah! don Saturnino? Pues tampoco fue a casa. Contest muy fino en una esquela
perfumada, como todas las suyas, que parecen de cocotte de sacrista...
Qu contest?
Que estaba en cama y que hiciera mam el favor de mandarle la receta de aquella
purga tan eficaz que ella conoce. El pobre Bermdez sera feliz, dado que te desbanque, si
no fueran esas irregularidades de las vas digestivas.
Joaqun sigui algunos minutos hablando de aquellas bromas y se despidi.
Pobre diablo! dijo Mesa.
Es pesado como un plomo.
Callaron. Vegallana miraba de soslayo a su amigo de vez en cuando. Don lvaro iba
pensativo. Aquel silencio era de esos que preceden a confidencias interesantes de dos
amigos ntimos.

92

Aquella amistad era como la de un padre joven y un hijo que le trata como a un
camarada respetable y de ms seso. Pero adems, Paco vea en su Mesa un hroe. Ni el ser
heredero del ttulo ms envidiable de Vetusta, ni su buena figura, ni su partido con las
mujeres, envanecan a Paco tanto como su intimidad con don lvaro. Cuarenta aos y
alguno ms contaba el presidente del Casino, de veinticinco a veintisis el futuro Marqus, y
a pesar de esta diferencia en la edad congeniaban, tenan los mismos gustos, las mismas
ideas, porque Vegallana procuraba imitar en ideas y gustos a su dolo. No le imitaba en el
vestir, ni en las maneras, porque discretamente, al notar algunos conatos de ello, don
lvaro le haba hecho comprender que tales imitaciones eran ridculas y cursis. Burlndose
de Trabuco haba apartado a Paco, que tena instintos de verdadero elegante, de tales
propsitos. Y as era el Marquesito original, vesta a la moda, segn la entenda su sastre de
Madrid, que le tomaba en serio, que le cuidaba, como a parroquiano inteligente y de mrito.
No exageraba ni por ajustar demasiado la ropa ni por dejarla muy holgada, ni se exceda en
los picos de los cuellos, ni en las alas de los sombreros.
Procuraba tener estilo indumentario para no parecerse a cualquier figurn. No crea en
los sastres de Vetusta y ni unas trabillas compraba en su tierra. Nadie era sastre en su
patria. En verano prefera los sombreros blancos, los chalecos claros y las corbatas alegres.
La esencia del vestir bien estaba en la pulcritud y la correccin, y el peligro en la
exageracin adocenada. Era blanco, sonrosado, pero sin rastro de afeminamiento, porque
tena hermosa piel, buena sangre, mucha salud; las mujeres le alababan sobre todo la boca,
dientes inclusive, la mano y el pie. Hasta en aquellos lugares donde el hombre suele perder
todo encanto, porque es el deber, lograba conquistas verdaderas y de ello se pagaba no
poco el Marquesito, que trataba con desdn a las queridas ganadas en buena lid, y con
grandes miramientos y hasta cario a las que le costaban su dinero. Su literatura se haba
reducido a la Historia de la prostitucin por Dufour, a La Dama de las Camelias y sus
derivados, con ms algunos panegricos novelescos de la mujer cada. Crea en el buen
corazn de las que llamaba Bermdez meretrices y en la corrupcin absoluta de las clases
superiores. Estaba seguro de que si no vena otra irrupcin de Brbaros, el mundo se
pudrira de un da a otro. Lo lamentaba, pero lo encontraba muy divertido.
Adems, pensaba que el buen casado necesita haber corrido muchas aventuras. l
estaba destinado a cierta heredera tan esculida como virtuosa, y haba puesto por
condicin, para comprometer su mano, que le dejaran muchos aos de libertad en la que se
preparara a ser un buen marido.
La duda que le atormentaba y consultaba con Mesa era sta:
Debo casarme pronto para que mi mujer no llegue a mis brazos hecha una vieja?
Debo preferir tomarla vieja y ser libre ms tiempo para disfrutar de otras lozanas?
No pensaba l, por supuesto, abstenerse del amor adltero en casndose: pero y la
comodidad? y el andar a salto de mata, ocultndose como un criminal?
Prefera seguir preparndose para ser un buen esposo.
Despus de Mesa, pocos seductores haba tan afortunados como el Marquesito. La
vanidad sola ayudarle en sus conquistas; no pocas mujeres se rendan al futuro marqus de
Vegallana; pero otras veces, y esto era lo que l prefera, vencan sus ojos azules, suaves y
amorosos, su manera de entender los placeres.
Para gozar deca las de treinta a cuarenta. Son las que saben ms y mejor, y
quieren a uno por sus prendas personales.
Como una dama rica y elegante deja vestidos casi nuevos a sus doncellas, Mesa ms
de una vez dejaba en brazos de Paco amores apenas usados. Y Paco, por ser quien era el
otro, los tomaba de buen grado. Tanto le admiraba.

93

Paco era de mediana estatura y cogido del brazo de su amigo pareca bajo, porque
Mesa era ms alto que el buen mozo de Pernueces.
A dnde vamos? pregunt Vegallana, queriendo provocar as la confidencia que
esperaba.
Don lvaro se encogi de hombros.
Puede ser que est ella en mi casa.
Quin?
Anita. Bah!
Don lvaro sonri, mirando con cario paternal a Paco.
Le cogi por los hombros y le atrajo hacia s, mientras deca:
ti?...

Muchacho, t eres l'enfant terrible ! Qu ingenuidad! Pero quin te ha dicho a


Estos.
Y puso Paco dos dedos sobre los ojos.
Qu has visto? No puede ser. Yo estoy seguro de no haber sido indiscreto.
Y ella?
Ella... no estoy seguro de que sepa que me gusta.
Bah! Estoy seguro yo... Y ms; estoy seguro de que le gustas t.
Una mano de Mesa tembl ligeramente sobre el hombro de Vegallana.

El Marquesito lo sinti, y vio en el rostro de su amigo grandes esfuerzos por ocultar la


alegra. Los ojos fros del dandy se animaron. Chup el cigarro y arroj el humo para ocultar
con l la expresin de sus emociones.
Anduvieron algunos pasos en silencio.
Qu has visto t... en ella?
Hola, hola! Parece que pica.
Ya lo creo! Y dnde creers que pica?
Vegallana se volvi para mirar a Mesa.
ste seal el corazn con ademn jocoserio.
Puf! hizo con los labios Paco.
Lo dudas?
Lo niego.
No seas tonto. T no crees en la posibilidad de enamorarse?
Yo me enamoro muy fcilmente...
No es eso.
Y te pones colorado?
S; me da vergenza, qu quieres? Esto debe de ser la vejez.
Pero, vamos a ver, qu sientes?

94

Mesa explic a Paco lo que senta. Le enga como engaaba a ciertas mujeres que
tenan educacin y sentimientos semejantes a los del Marquesito. La fantasa de Paco, sus
costumbres, la especial perversin de su sentido moral le hacan afeminado en el alma en el
sentido de parecerse a tantas y tantas seoras y seoritas, sin malos humores, ociosas, de
buen diente, criadas en el ocio y el regalo, en medio del vicio fcil y corriente.
Era muy capaz de un sentimentalismo vago que, como esas mujeres, tomaba por
exquisita sensibilidad, casi casi por virtud. Pero esta virtud para damas se rige por leyes de
una moral privilegiada, mucho menos severa que la desabrida moral del vulgo. Paco, sin
pensar mucho en ello, y sin pensar claramente, esperaba todava un amor puro, un amor
grande, como el de los libros y las comedias; comprenda que era ridculo buscarlo y se
declaraba escptico en esta materia; pero all adentro, en regiones de su espritu en que l
entraba rara vez, vea vagamente algo mejor que el ordinario galanteo, algo ms serio que
los apetitos carnales satisfechos y la vanidad contenta. Necesitaba para que todo eso saliera
a la superficie, para darse cuenta de ello, que fantasa ms poderosa que la suya provocase
la actividad de su cerebro; la elocuencia de Mesa, insinuante, corrosiva, era el incentivo
ms a propsito. En un cuarto de hora, empleado en recorrer calles y plazuelas, don lvaro
hizo sentir al otro aquellos algos indefinidos del amor dosimtrico, que era la ms alta
idealidad a que llegaba el espritu del Marquesito.
S, todo aquello era puro. Se trataba de una mujer casada, es verdad; pero el amor
ideal, el amor de las almas elegantes y escogidas no se para en barras. En Pars, y hasta en
Madrid, se ama a las seoras casadas sin inconveniente. En esto no hay diferencia entre el
amor puro y el ordinario.
Importaba mucho al jefe del partido liberal dinstico de Vetusta que Paquito le
creyera enamorado de aquella manera sutil y alambicada. Si se convenca de la pureza y
fuerza de esta pasin, le ayudara no poco. La amistad entre los Vegallana y la Regenta era
ntima. Paco jams haba dicho una palabra de amor a su amiga Anita, y sta le estimaba
mucho; lo poco expansiva que era ella con Paco lo haba sido mejor que con otros; en la
casa del Marqus, adems, se la poda ver a menudo; en otras casas pocas veces. Si Mesa
quera conseguir algo, no era posible prescindir de Paquito. Supongamos que Ana consenta
en hablar con don lvaro a solas, dnde poda ser? En casa del Regente? Imposible,
pensaba el seductor; esto ya sera una traicin formal, de las que asustan ms a las
mujeres; semejantes enredos no poda admitirlos la Regenta: por lo menos al principio. La
casa de Paco era un terreno neutral; el lugar ms a propsito para comenzar en regla un
asedio y esperar los acontecimientos. Don lvaro lo saba por larga experiencia. En casa de
Vegallana haba ganado sus ms heroicas victorias de amor. Su orgullo le aconsejaba que no
hiciera en favor de Ana Ozores una excepcin que a todo Vetusta le parecera indispensable.
Por lo mismo, quera l vencer all para que vieran.
Haba de ser en el saln amarillo, en el clebre saln amarillo. Qu saba Vetusta de
estas cosas? Tan mujer era la Regenta como las dems; por qu se empeaban todos en
imaginarla invulnerable? Qu blindaje llevaba en el corazn? Con qu unto singular,
milagroso, haca incombustible la carne flaca aquella hembra? Mesa no crea en la virtud
absoluta de la mujer; en esto pensaba que consista la superioridad que todos le reconocan.
Un hombre hermoso, como l lo era sin duda, con tales ideas tena que ser irresistible.
Creo en m y no creo en ellas. Esta era su divisa.
Para lo que serva aquel supersticioso respeto que inspiraba a Vetusta la virtud de la
Regenta era, bien lo conoca l, para aguijonearle el deseo, para hacerle empearse ms y
ms, para que fuese poco menos que verdad aquello del enamoramiento que le estaba
contando a su amiguito.

95

l era, ante todo, un hombre poltico; un hombre poltico que aprovechaba el amor y
otras pasiones para el medro personal. Este era su dogma haca ms de seis aos. Antes
conquistaba por conquistar. Ahora con su cuenta y razn; por algo y para algo.
Precisamente tena entre manos un vastsimo plan en que entraba por mucho la seora de
un personaje poltico que haba conocido en los baos de Palomares. Era otra virtud. Una
virtud a prueba de bomba; del gran mundo. Pues bien, haba empezado a minar aquella
fortaleza. Era todo un plan! Esperaba en el buen xito, pero no se apresuraba. No se
apresuraba nunca en las cosas difciles. l, el conquistador a lo Alejandro, el que haba
rendido la castidad de una robusta aldeana en dos horas de pugilato, el que haba deshecho
una boda en una noche, para sustituir al novio, el Tenorio repentista, en los casos graves
proceda con la paciencia de un estudiante tmido que ama platnicamente. Haba mujeres
que slo as sucumban; a no ser que abundasen las ocasiones de los ataques bruscos con
seguridad del secreto; entonces se acortaban mucho los plazos del rendimiento. La seora
del personaje de Madrid era de las que exigan aos. Pero el triunfo en este caso aseguraba
grandes adelantos en la carrera, y esto era lo principal en Mesa, el hombre poltico. Ahora
se empezaba a hablar en Vetusta de si l pona o no pona los ojos en la Regenta.
Vergenza le daba confesrselo a s propio! Dos aos haca que ella deba creerle
enamorado de sus prendas! S, dos aos llevaba de prudente sigiloso culto externo, casi
siempre mudo, sin ms elocuencia que la de los ojos, ciertas idas y venidas y determinadas
actitudes ora de tristeza, ora de impaciencia, tal vez de desesperacin. Y mayor vergenza
todava! otros dos aos haba empleado en merecer el poeta Trifn Crmenes, enamorado
lricamente de la Regenta. Bien lo haba conocido don lvaro, y aunque el rival no le pareca
temible, era muy ridculo coincidir con tamao personaje en la fecha de las operaciones y en
el sistema de ataque. Pero al principio no haba ms remedio, haba que proceder as. Claro
es que el poeta se haba quedado muy atrs; no haba pasado de esta situacin, poco
lisonjera: la Regenta no saba que aquel chico estaba enamorado de ella. Le vea a veces
mirarla con fijeza y pensaba:
Qu distrado es ese poetilla de El Lbaro! deben de tenerle muy preocupado los
consonantes. Y en seguida se olvidaba de que haba Crmenes en el mundo. Entonces ya
no le quedaba al poeta ms testigo de su dolor que Mesa, la nica persona del mundo que
entenda el sentido oculto y hondo de los versos erticos de Crmenes. Aquellas elegas
parecan charadas, y slo poda descifrarlas don lvaro, dueo de la clave. Esta parte
ridcula, segn l, de su empeo, pona furioso unas veces al gentil Mesa y otras de muy
buen humor. Era chusco! l, rival de Trifn! Haba que dar un asalto. Ya deba de estar
aquello bastante preparado. Aquello era el corazn de la Regenta.
El presidente del Casino apreciaba el progreso de la cultura por la lentitud o rapidez
en esta clase de asuntos. Vetusta era un pueblo primitivo. Dgalo si no lo que a l le pasaba
c on Anita Ozores. Verdad era que en aquellos dos aos haba rendido otras fortalezas. Pero
ninguna aventura haba sido de las ruidosas; nada poda saber la Regenta de cierto y el
amor y la constancia del discreto adorador deban de ser para ella cosa poco menos que
segura. La prudencia y el sigilo eran dotes positivas de don lvaro en tales asuntos. Sus
aventuras actuales pocos las conocan; las que sonaban y hasta refera l siempre eran
antiguas. Con esto y la natural vanidad que lleva a la mujer a creerse querida de veras, la
Regenta poda, si le importaba, creer que el Tenorio de Vetusta haba dejado de serlo para
convertirse en fino, constante y platnico amador de su gentileza. Esto era lo que l quera
saber a punto fijo. Creera en l? le sacrificara la tranquilidad de la conciencia y otras
comodidades que ahora disfrutaba en su hogar honrado?
Algunas insinuaciones tal vez temerarias le haban hecho perder terreno, y con ellas
haba coincidido el cambio de confesores de la Regenta.

96

Todo se puede echar a perder ahora, haba pensado don lvaro. La devocin sera
un rival ms temible que Crmenes; el Magistral un cancerbero ms respetable que don
Vctor Quintanar, mi buen amigo.
No haba ms remedio que jugar el todo por el todo. Haba llegado la poca de la
recoleccin: seran calabazas? No lo esperaba; los sntomas no eran malos; pero, aunque
se lo ocultase a s mismo, no las tena todas consigo. Por eso le irritaba ms la supersticiosa
fe de Vetusta en la virtud de aquella seora; le irritaba ms porque l, sin querer,
participaba de aquella fe estpida.
Y con todo, yo tengo datos en contra, pensaba, ciertos indicios. Y adems, no crea
en la mujer fuerte. Seor, si hasta la Biblia lo dice! Mujer fuerte? quin la hallar?
Si hubiese conocido Paco Vegallana estos pensamientos de su amigo, que probaban
la falsedad de su amor, le hubiera negado su eficaz auxilio en la conquista de la Regenta.
Slo el amor fuerte, invencible, poda disculparlo todo. A lo menos as lo deca la moral de
Paco. Queriendo tanto y tan bien como deca don lvaro, nada de ms hara la Regenta en
corresponderle. Una mujer casada, peca menos que una soltera cometiendo una falta,
porque, es claro, la casada... no se compromete.
Esta es la moral positiva! deca el Marquesito muy serio cuando alguien le
opona cualquier argumento. S, seor, sta es la moral moderna, la cientfica; y eso que se
llama el Positivismo no predica otra cosa; lo inmoral es lo que hace dao positivo a alguien.
Qu dao se le hace a un marido que no lo sabe?
Crea Paco que as hablaba la filosofa de ltima novedad, que l estimaba excelente
para tales aplicaciones, aunque, como buen conservador, no la quera en las Universidades.
Por qu? Porque el saber esas cosas no es para chicos.
Cuando llegaron al portal del palacio de Vegallana, su futuro dueo tena lgrimas en
los ojos. Tanto le haba ablandado el alma la elocuencia de Mesa! Qu grande
contemplaba ahora a su don lvaro! Mucho ms grande que nunca. Con que el escptico
redomado, el hombre fro, el dandy desengaado, tena otro hombre dentro? Quin lo
pensara! Y qu bien casaban aquellos colores (aquellos matices delicados, quera decir
Paco), aquel contraste de la aparente indiferencia, del elegante pesimismo con el oculto
fervor ertico, un si es no es romntico! Si en vez de la Historia de la Prostitucin Paquito
hubiese ledo ciertas novelas de moda, hubiera sabido que don lvaro no haca ms que
imitar y de mala manera, porque l era ante todo un hombre poltico a los hroes de
aquellos libros elegantes. Sin embargo, algo encontraba Paco en sus lecturas parecido a
Mesa; era ste una Margarita Gauthier del sexo fuerte; un hombre capaz de redimirse por
amor. Era necesario redimirle, ayudarle a toda costa.
Y que perdonase don Vctor Quintanar, incapaz de ser escptico, fro y prosaico por
fuera, romntico y dulzn por dentro.
Cuando suban la escalera, Paco Vegallana, el muchacho de ms partido entre las
mozas del dem, estaba resuelto:
1. A favorecer en cuanto pudiese los amores, que l daba por seguros, de la
Regenta y Mesa. Y
2. A buscar, para uso propio, un acomodo neoromntico, una pasin verdad,
compatible con su aficin a las formas amplias y a las turgencias hiperblicas, que l no
llamaba as, por supuesto.
Quin est arriba? pregunt a un criado, seguro de que estara la Regenta
porque se lo daba el corazn.
Hay dos seoras.

97

Quines son?
El criado medit.
Una creo que es doa Visita, aunque no las he visto; pero se la oye de lejos... la
otra... no s.
Bueno, bueno dijo Paco, volvindose a Mesa. Son ellas. Estos das Visita no se
separa de Ana.
A Mesa le temblaron un poco las piernas, muy contra su deseo.
Oye dijo llvame primero a tu cuarto. Quiero que all me expliques, como si te
fueras a morir, la verdad, nada ms que la verdad de lo que hayas notado en ella, que
puede serme favorable.
Bien; subamos.
Paco se turb. La verdad de lo que haba notado... no era gran cosa. Pero bah! con
un poco de imaginacin... y precisamente l estaba tan excitado en aquel momento...
Las habitaciones del Marquesito estaban en el segundo piso. Al llegar al vestbulo del
primero, oyeron grandes carcajadas... Era en la cocina. Era la carcajada eterna de Visita.
Estn en la cocina! dijo Mesa asombrado y recordando otros tiempos.
Oye observ Paco no esperaba Visita a Obdulia en su casa para hacer
empanadas y no s qu mas?
S, ella lo dijo.
Entonces... cmo est aqu Visitacin?
Y qu hacen en la cocina?
Una hermosa cabeza de mujer, cubierta con un gorro blanco de fantasa, apareci en
una ventana al otro lado del patio que haba en medio de la casa. Debajo del gorro blanco
flotaban graciosos y abundantes rizos negros, una boca fresca y alegre sonrea, unos ojos
muy grandes y habladores hacan gestos, unos brazos robustos y bien torneados, blancos y
macizos, rematados por manos de mueca, mostraban, levantndolo por encima del gorro,
un pollo pelado, que palpitaba con las ansias de la muerte; del pico caan gotas de sangre.
Obdulia, dirigindose a los atnitos caballeros, hizo ademn de retorcer el pescuezo a
su vctima y grit triunfante:
Yo misma! he sido yo misma! As a todos los hombres!...
Era Obdulia! Obdulia! Luego no estaba la otra.

VIII
El marqus de Vegallana era en Vetusta el jefe del partido ms reaccionario entre los
dinsticos; pero no tena aficin a la poltica y ms serva de adorno que de otra cosa. Tena
siempre un favorito que era el jefe verdadero. El favorito actual era (oh, escndalo del
juego natural de las instituciones y del turno pacfico!) ni ms ni menos, don lvaro Mesa, el
jefe del partido liberal dinstico. El reaccionario crea resolver sus propios asuntos y en
realidad obedeca a las inspiraciones de Mesa. Pero ste no abusaba de su poder secreto.
Como un jugador de ajedrez que juega solo y lo mismo se interesa por los blancos que por
los negros, don lvaro cuidaba de los negocios conservadores lo mismo que de los liberales.

98

Eran panes prestados. Si mandaban los del Marqus, don lvaro reparta estanquillos,
comisiones y licencias de caza, y a menudo algo ms suculento, como si fueran gobierno los
suyos: pero cuando venan los liberales, el marqus de Vegallana segua siendo rbitro en
las elecciones, gracias a Mesa, y daba estanquillos, empleos y hasta prebendas. As era el
turno pacfico en Vetusta, a pesar de las apariencias de encarnizada discordia. Los soldados
de fila, como se llamaban ellos, se apaleaban all en las aldeas, y los jefes se entendan,
eran ua y carne. Los ms lis tos algo sospechaban, pero no se protestaba, se procuraba
sacar tajada doble, aprovechando el secreto.
Vegallana tena una gran pasin: la de tragarse leguas, o sea dar paseos de
muchos kilmetros.
Le aburran las intrigas de politiquilla.
Era cacique honorario; el cacique en funciones, su mano derecha, Mesa. Don lvaro
era al Marqus en poltica lo que a Paquito en amores, su Mentor, su Ninfa Egeria. Padre e
hijo se consideraban incapaces de pensar en las respectivas materias sin la ayuda de su
Pitonisa. Aqu estaba el secreto de la poltica de Vegallana, conocido por pocos.
Los ms, al salir de una junta del Saln de Antigedades, solan exclamar:
Qu cabeza la de este Marqus! Naci para amaos electorales, para manejar
pueblos.
No, y los aos no le rinden; siempre es el mismo.
Y todo lo que alababan era obra del otro, de Mesa.
Cuando ste quera castigar a alguno de los suyos, le pona enfrente de un candidato
reaccionario a quien haba que dejar el triunfo. El Marqus agradeca a don lvaro su
abnegacin, y le pagaba dicindole, por ejemplo:
Oiga usted, mi correligionario, Fulano quiere tal cosa, pero a m me carga ese
hombre; haga usted que triunfe el pretendiente liberal. Y entonces Mesa premiaba los
servicios de algn servidor fidelsimo.
Quin le hubiera dicho a Ronzal que l deba el verse diputado de la Comisin a una
de estas sabias combinaciones!
El Marqus deca que la fatalidad le haba llevado a militar en un partido
reaccionario; el nacimiento, los compromisos de clase; pero su temperamento era de
liberal. Tena grandes amistades personales en las aldeas, y reparta abrazos por el
distrito en muchas leguas a la redonda. Durante las elecciones, cuando muchos, casi todos,
le crean manejando la complicada mquina de las influencias, el nico servicio positivo y
directo que prestaba era el de agente electoral. Peda un puado de candidaturas a Mesa y
las reparta por las parroquias electorales que visitaba en sus paseos de Judo Errante.
Cuando emprenda una excursin por camino desconocido, contaba los pasos, aunque
hubiese medidas oficiales, porque no se fiaba de los kilmetros del Gobierno. Contaba los
pasos y los millares los sealaba con piedras menudas que meta en los bolsillos de la
americana. Llegaba a casa y descargaba sobre una mesa aquellos sacos para contar ms
satisfecho las piedras miliarias. Aquella noche en la tertulia se hablaba en primer trmino del
paseo de Vegallana.
A dnde bueno, Marqus? le preguntaba un amigo que le encontraba en el
campo.
A Cardona por la Carbayeda... mil ciento un... mil ciento dos... tres... cuatro... Y
segua marcando el paso, apoyndose en un palo con nudos y ahumado, como el de los
aldeanos de la tierra.

99

Aquel garrote, la sencilla americana y el hongo flexible de anchas alas eran la


garanta de su popularidad en las aldeas. Tena todo el orgullo y todas las preocupaciones de
sus compaeros en nobleza vetustense, pero afectaba una llaneza que era el encanto de las
almas sencillas.
Tena otra mana, corolario de sus paseos, la mana de las pesas y medidas. Saba en
nmeros decimales la capacidad de todos los teatros, congresos, iglesias, bolsas, circos y
dems edificios notables de Europa. Covent Garden tiene tantos metros de ancho por
tantos de largo, y tantos de altura; y hallaba el cubo en un decir Jess. El Real tiene tantos
metros cbicos menos que la Gran pera. Menta cuando quera deslumbrar al auditorio,
pero poda ser exacto, asombrosamente exacto si se le antojaba. A m hechos, datos,
nmeros deca; lo dem s... filosofa alemana.
En arquitectura le preocupaban mucho las proporciones. Para que hubiese proporcin
entre la catedral y la plazuela, convendra retirar tres o cuatro metros la catedral. Y l lo
hubiera propuesto de buen grado. Era el enemigo natural de don Saturnino Bermdez en
materia de monumentos histricos y ornato pblico. Todo lo quera alineado. Soaba con las
calles de Nueva York que nunca haba visto y si le sacaban este argumento.
Pero la nobleza se opone por su propia esencia a esas igualdades.
Contestaba:
Seor mo, distingue tempora... (no quera decir eso) no tergiversemos, no
involucremos, post hoc ergo propter hoc (tampoco quera decir eso). La verdadera
desigualdad est en la sangre, pero los tejados deben medirse todos por un rasero. As lo
hace Amrica, que nos lleva una gran ventaja.
La Colonia, la parte nueva de Vetusta, merced a la influencia poderosa del Marqus,
por un rasero se haba medido.
No haba una casa ms alta que otra.
Protestaban algunos americanos que queran hacer palacios de ocho pisos para ver
desde las guardillas el campanario de su pueblo; pero el Municipio, bajo la presin del
Marqus, nivelaba todos los tejados dejando para otras esferas de la vida las naturales
desigualdades de la sociedad en que vivimos, como deca el Marqus en un artculo
annimo que public en El Lbaro.
La Marquesa tena a su esposo por un grandsimo majadero, condicin que ella crea
casi universal en los maridos. Ella s que era liberal. Muy devota, pero muy liberal, por que
lo uno no quita lo otro. Su devocin consista en presidir muchas cofradas, pedir limosna
con gran descaro a la puerta de las iglesias, azotando la bandeja con una moneda de cinco
duros, regalar platos de dulce a los cannigos, convidarles a comer, mandar capones al
Obispo y fruta a las monjas para que hicieran conservas. La libertad, segn esta seora, se
refera principalmente al sexto mandamiento. Ella no haba sido ni mala ni buena, sino
como todas las que no son completamente malas, pero tena la virtud de la ms amplia
tolerancia. Opinaba que lo nico bueno que la aristocracia de ahora poda hacer era
divertirse. No poda imitar las virtudes de la nobleza de otros tiempos? Pues que imitara
sus vicios. Para la Marquesa no haba ms que Luis XV y Regencia. Los muebles de su
saln amarillo y la chimenea de su gabinete estaban copiados de una sala de Versalles,
segn aseguraban el tapicero y el arquitecto; pero el amor de la Marquesa a lo mullido y
almohadillado haba ido introduciendo grandes mo dificaciones en el saln Regencia.
El capitn Bedoya, el gran anticuario, murmuraba del saln amarillo diciendo:
La Marquesa se empea en llamar aquello estilo de la Regencia; por dnde?
como no sea de la regencia de Espartero... Los muebles eran lujosos, pero estaban

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maltratados y lo que era peor, desde el punto de vista arqueolgico, convertidos en


flagrantes anacronismos.
Les haba hecho sufrir varios cambios, aunque siempre sobre la base del amarillo,
cubrindolos con damasco, primero, con seda brochada despus, y ltimamente con raso
basteado, capiton que ella deca, en almohadillas muy abultadas y menudas, que a don
Saturnino se le antojaban impdicas. El tapicero protest en tiempo oportuno; en el saln
sentaba mal lo capiton, segn su dogma, pero la Marquesa se rea de estas imposiciones
oficiales. En los dems muebles del saln, espejos, consolas, colgaduras, etc., se haba
pasado de lo que entendiera el mueblista por Regencia a la mezcla ms escandalosa, segn
el capricho y las comodidades de la Marquesa. Si se le hablaba de mal gusto, contestaba que
la moda moderna era lo confortable y la libertad. Los antiguos cuadros de la escuela de
Cenceo sin duda, pero al fin venerables como recuerdos de familia, los haba mandado al
segundo piso, y en su lugar puso alegres acuarelas, mucho torero y mucha manola y algn
fraile pcaro; y con escndalo de Bedoya y de Bermdez hasta haba colgado de las paredes
cromos un poco verdes y nada artsticos. En el gabinete contiguo, donde pasaba el da la
Marquesa, la anarqua de los muebles era completa, pero todos eran cmodos; casi todos
servan para acostarse; sillas largas, mecedoras, marquesitas, confidentes, taburetes, todo
era una conjuracin de la pereza; en entrando all daban tentaciones de echarse a la larga.
El sof de panza anchsima y turgente con sus botones ocultos entre el raso, como pistilos
de rosas amarillas, era una muda anacrentica, acompaada con los olores excitantes de las
cien esencias que la Marquesa arrojaba a todos los vientos.
La excelentsima seora doa Rufina de Robledo, marquesa de Vegallana, se
levantaba a las doce, almorzaba, y hasta la hora de comer lea novelas o haca crochet,
sentada o echada en algn mueble del gabinete. La gran chimenea tena lumbre desde
Octubre hasta Mayo. De noche iba al teatro doa Rufina siempre que haba funcin, aunque
nevase o cayeran rayos; para eso tena carruajes. Si no haba teatro, y esto era muy
frecuente en Vetusta, se quedaba en su gabinete donde reciba a los amigos y amigas que
quisieran hablar de sus cosas, mientras ella lea peridicos satricos con caricaturas, revistas
y novelas. Slo intervena en la conversacin para hacer alguna advertencia del gnero de
los epigramas del Arcipreste, su buen amigo. En estas breves interrupciones, doa Rufina
demostraba un gran conocimiento del mundo y un pesimismo de buen tono respecto de la
virtud. Para ella no haba ms pecado mortal que la hipocresa; y llamaba hipcritas a todos
los que no dejaban traslucir aficiones erticas que podan no tener. Pero esto no lo admita
ella. Cuando alguno sala garante de una virtud, la Marquesa, sin separar los ojos de sus
caricaturas, mova la cabeza de un lado a otro y murmuraba entre dientes postizos, como si
rumiase negaciones. A veces pronunciaba claramente:
A m con esas... que soy tambor de marina.
No era tambor, pero quera dar a entender que haba sido ms fiel a las costumbres
de la Regencia que a sus muebles. Sus citas histricas solan referirse a las queridas de
Enrique VIII y a las de Luis XIV.
En tanto, el saln amarillo estaba en una discreta obscuridad, si haba pocos tertulios.
Cuando pasaban de media docena, se encenda una lmpara de cristal tallado, colgada en
medio del saln. Estaba a bastante altura; slo poda llegar a la llave del gas Mesa, el mejor
mozo. Los dems se quejaban. Era una injusticia.
Para qu poner tan alta la lmpara? decan algunos un tanto ofendidos.
Doa Rufina se encoga de hombros.
Cosas de ese responda aludiendo a su marido.
No era muy escrupuloso el Marqus en materia de moral privada; pero una noche
haba entrado palpando las paredes para atravesar el saln y llegar al gabinete, cuya puerta

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estaba entornada; su mano tropez con una nariz en las tinieblas, oy un grito de mujer
estaba seguro y sinti ruido de sillas y pasos apagados en la alfombra. Call por
discrecin, pero orden a los criados que colocaran ms alta la lmpara. As nadie podra
quitarle luz ni apagarla. Pero result una desigualdad irritante, porque Mesa, ponindose de
puntillas, llegaba todava a la llave del gas.
De las tres hijas de los marqueses, dos, Pilar y Lola, se haban casado y vivan en
Madrid; Emma, la segunda, haba muerto tsica. Aquella escasa vigilancia a que la Marquesa
se crea obligada cuando sus hijas vivan con ella, haba desaparecido. Era el nico consuelo
de tanta soledad. En tiempo de ferias, doa Rufina haca venir alguna sobrina de las muchas
que tena por los pueblos de la provincia. Aquellas lugareas linajudas esperaban con ansia
la poca de las ferias, cuando les tocaba el turno de ir a Vetusta. Desde nias se
acostumbraban a mirar como temporada de excepcional placer la que se pasaba con la ta,
en medio de lo mejorcito de la capital. Algunos padres timoratos oponan algunos
argumentos de aquella mo ralidad privada que no preocupaba al Marqus, pero al fin la
vanidad triunfaba y siempre tena su sobrina en ferias la seora marquesa de Vegallana. Las
sobrinitas ocupaban los aposentos de las hijas ausentes; el de Emma no volvi a ser
habitado, pero se entraba en l cuando haca falta. Las muchachas animaban por algunas
semanas con el ruido de mejores das aquellas salas y pasillos, alcobas y gabinetes,
demasiado grandes y tristes cuando estaban desiertos. De noche, sin embargo, no faltaba
algazara en el piso principal, hubiera sobrinas o no. En el segundo, de da y de noche haba
aventuras, pero silenciosas. Un personaje de ellas siempre era Paquito. Cuando estaba
sereno, juraba que no haba cosa peor que perseguir a la servidumbre femenina en la propia
casa; pero no poda dominarse. Videor meliora, le deca don Saturno sin que Paco le
entendiese. En la tertulia de la Marquesa, con sobrinas o sin ellas, predominaba la juventud.
Las muchachas de las familias ms distinguidas iban muy a menudo a hacer comp aa a la
pobre seora que se haba quedado sin sus tres hijas. Previamente se daba cita al novio
respectivo; y cuando no, esperaban los acontecimientos. All se improvisaban los noviazgos,
y del saln amarillo haban salido muchos matrimonios in extremis, como deca Paquito
creyendo que in extremis significaba una cosa muy divertida. Pero lo que sala ms veces
era asunto para la crnica escandalosa. Se respetaba la casa del Marqus, pero se
despellejaba a los tertulios. Se contaba cualquier aventurilla y se aada casi siempre:
Lo ms odioso es que esas... tales hayan escogido para sus... cuales una casa tan
respetable, tan digna. Los liberales avanzados, los que no se andaban con paos calientes,
sostenan que la casa era lo peor.
Sin embargo, los ma ldicientes procuraban ser presentados en aquella casa donde
haba tantas aventuras.
Aunque algo se haban relajado las costumbres y ya no era un crculo tan estrecho
como en tiempo de doa Anuncia y doa gueda (q. e. p. d.) el de la clase an no era para
todos el entrar en la tertulia de confianza de Vegallana. Los mismos tertulios procuraban
cerrar las puertas, porque se daban tono as, y adems no les convenan testigos. Estaban
mejor en petit comit. El espritu de tolerancia de la Marquesa haba contagiado a sus
amigos. Nadie espiaba a nadie. Cada cual a su asunto. Como el ama de la casa autorizaba
sobradamente la tertulia, las mams que nada esperaban ya de las vanidades del mundo,
dejaban ir a las nias solas. Adems, nunca faltaban casadas todava ganosas de cuidar la
honra de sus retoos o de divertirse por cuenta propia. Y quin duda que stas se haran
respetar? All estaba Visitacin, por ejemplo. Algunas madres haba que no pasaban por
esto; pero eran las ridculas, as como los maridos que seguan conducta anloga. Algn
cannigo sola dar mayores garantas de moralidad con su presencia, aunque es cierto que
no era esto frecuente, ni el cannigo paraba all mucho tiempo. El clero catedral prefera
visitar a la Marquesa de da. A los escrupulosos se les llamaba hipcritas y adelante.

102

La Marquesa saba que en su casa se enamoraban los jvenes un poco a lo vivo. A


veces, mientras lea, notaba que alguien abra la puerta con gran cuidado, sin ruido, por no
distraerla; levantaba los ojos; faltaba Fulanito: bueno. Volva a notar lo mismo, volva a
mirar, faltaba Fulanita, bueno y qu? Segua leyendo. Y pensaba: Todos son personas
decentes, todos saben lo que se debe a mi casa, y en cuestin de peccata minuta... all los
interesados. Y encoga los hombros. Este criterio ya lo aplicaba cuando vivan con ella sus
hijas. Entonces segua pensando: Buenas son mis nenas; si alguno se propasa, las conozco,
me avisarn con una bofetada sonora... y lo dems... nieras; mientras no avisan, nieras.
En efec to, sus hijas se haban casado y nadie se las haba devuelto quejndose de lesin
enormsima. Si haba habido algo, seran nieras. Y la otra haba muerto porque Dios haba
querido. Una tisis, la enfermedad de moda. Cuando se haba tratado de sus hijas, al notar
algn sntoma de peligro, siempre haba puesto con franqueza y maestra el oportuno
remedio, sin escndalo, pero sin rodeos.
Pero con las amiguitas que ahora iban a acompaarla por las noches, no tomaba
ninguna precaucin.
Madres tienen, deca o con su pan se lo coman.
Y aada siempre lo de:
Mientras no falten a lo que se debe a esta casa...
Uno de los que ms partido haban sacado de estas ideas de la Marquesa y de su
tertulia era Mesa.
Pero a aquel hombre se le poda perdonar todo. Qu tacto!, qu prudencia! qu
discrecin!
Entre monjas podra vivir este hombre sin que hubiera miedo de un escndalo.
A Paco, a su adorado Paco, le haba puesto cien veces por modelo la habilidad y el
sigilo de Mesa al sorprender al hijo de sus entraas en brazos de alguna costurera,
planchadora o doncella de la casa.
Su Paco era torpe, no saba...
Es indecente que yo te sorprenda en tus desmanes, muchacho!... No llegas al
plato y te quieres comer las tajadas... Aprende primero a ser cauto y despus... tu alma tu
palma.
Y aada, creyendo haber sido demasiado indulgente:
Adems, esas aventuras... no deben tenerse en casa... Pregunta a Mesa. Era su
madre quien haba iniciado al Marquesito en el culto que tributaba al Tenorio vetustense.
La Marquesa, viendo incorregible a su hijo, tom el partido de subir siempre al
segundo piso tosiendo y hablando a gritos.
En la poca en que venan las sobrinas, haba adems de tertulia conciertos, comidas,
excursiones al campo, todo como en los mejores tiempos. La alegra corra otra vez por toda
la casa; no haba rincones seguros contra el atrevimiento de los amigos ntimos; y en los
gabinetes, y hasta en las alcobas donde estaba an el lecho virginal de las hijas de
Vegallana, sonaban a veces carc ajadas, gritos comprimidos, delatores de los juegos en que
consista la vida de aquella Arcadia casera.
Aquella Arcadia la vea don lvaro con ojos acariciadores; en aquella casa tena el
teatro de sus mejores triunfos; cada mueble le contaba una historia en ntimo secreto; en la
seriedad de las sillas panzudas y de los sillones solemnes con sus brazos de dolos
orientales, encontraba una garanta del eterno silencio que les recomendaba. Pareca decirle
la madera de fino barniz blanco: No temas; no hablar nadie una palabra. En el saln

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amarillo vea el galn un libro de memorias, de memorias dulces y alegres, no cuando Dios
quera, sino ahora y siempre; las prendas por su bien halladas eran los tapices discretos, la
seda de los asientos, basteada, turgente, blanda y muda; la alfombra tupida que se pareca
al mismo Mesa en lo de apagar todo rumor que delatase secretos amorosos.
El Marqus pasaba por todo. Eran cosas de su mujer.
Si no haba podido moralizarla a ella, mal haba de moralizar a sus tertulios. l
viva en el segundo piso.
Haba comprendido que el saln amarillo haba ido perdiendo poco a poco la
severidad propia de un estrado, y se haba decidido a convertir en sala de recibir la del
segundo, que estaba sobre el saln Regencia.
La Marquesa jams suba al nuevo estrado. Toda visita, fuese de quien fuese, la
reciba abajo. Las del Marqus, cuando eran de cumplido, se moran de fro en el saln de
antigedades. El saln de antigedades y el despacho del Marqus, constituan, como l
deca, la parte seria de la casa. En el despacho todo era de roble mate; nada,
absolutamente nada, de oro; madera y slo madera. Vegallana tena en mucho la severidad
de su despacho; nada ms serio que el roble para casos tales. La sobriedad del mueblaje
rayaba en pobreza.
Mi celda! deca el Marqus con afectacin.
Daba fro entrar all y Vegallana entraba pocas veces. De las paredes del saln de
antigedades pendan tapices ms o menos autnticos, pero de notoria antigedad.
Era lo nico que al capitn Bedoya le pareca digno de respeto en aquel museo de
trampas, segn su expresin. El Marqus tena la vanidad de ser anticuario por su dinero;
pero le costaba mucha plata lo que resultaba al cabo obra de los truqueurs, palabra del
capitn. El implacable Bedoya, asiduo tertulio de la Marquesa, compadeca a Vegallana y
hasta le despreciaba; pero por no disgustarle, no haba querido darle pruebas inequvocas
de una triste verdad, a saber; que sus muebles Enrique II del saln de antigedades eran
menos viejos que el mismo Marqus. ste los tena por autnticos, por coetneos del hijo del
rey caballero; los haba comprado l mismo en Pars!... Pues Bedoya, al que le aduca este
argumento en casa de Vegallana, le llamaba aparte, y sin que nadie los viera, suba con l al
segundo piso; se encerraba en el saln de antigedades, y con el mismo sigilo de ladrn con
que sacaba libros del Casino, se diriga a una silla Enrique II, le daba media vuelta, buscaba
cierta parte escondida de un pie del mueble; all haba hecho l varios agujeros con un
cortaplumas y los haba tapado con cera del color de la silla; quitaba la cera con el
cortaplumas, raspaba la madera y... oh, triunfo!, sta no se deshaca en polvo; saltaba en
astillas muy pequeas, pero no en polvo.
Ve usted? deca Bedoya.
Qu?
La madera es nueva; si fuese del tiempo que el Marqus supone, se deshara en
polvo; la madera vieja siempre deja caer el polvo de los roedores; eso lo conocemos
nosotros, no los aficionados, que no tienen ms que dinero y credulidad; esto es truquage,
puro truquage!
Pona la cera en los agujeros, dejaba la silla en su sitio, y descenda triunfante
diciendo por la escalera:
Con que ya ve usted! Slo que al pobre Marqus, por supuesto, no hay que
decirle una palabra!
Mucho sinti Paco Vegallana en el primer momento, encontrar en su casa a Obdulia
aquella tarde. No estaba l para bromas. Las confidencias de don lvaro le haban

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enternecido, y su espritu volaba en una atmsfera ideal; aquel airecillo romntico le haca
en las entraas sabrosas cosquillas, ms punzantes por la falta de uso. Pocas veces se
hallaba l en semejante disposicin de nimo.
Obdulia y Visitacin, desde la ventana de la cocina que daba al patio, les llamaban a
grandes voces, riendo como locas.
Aqu! aqu! a trabajar todo el mundo! gritaba Visita chupndose los dedos
llenos de almbar.
Pero qu es esto, seoras? No estaban ustedes en casa de Visita preparando la
merienda?
Visita se ruboriz levemente.
Se celebr a carcajadas el chasco que se llevara el pobre Joaquinito Orgaz, que haba
ido a caza de Obdulia...
Obdulia lo explic todo. En casa de Visita faltaban los moldes de cierto flan invencin
de la difunta doa gueda Ozores; adems, el horno de la cocina no tena tanto hueco como
el de la cocina de la Marquesa; en fin, no le adornaban otras condiciones tcnicas, que no
entendan ellos. Vamos, que ni los emparedados, ni los flanes, ni los almbares se habran
podido hacer en la cocina de Visita, y sin decir agua va! haban trasladado su campamento
a casa de Vegallana.
La idea les haba parecido muy graciosa a Obdulia y a Visita. Haban sorprendido a la
Marquesa que dorma la siesta en su gabinete. Salvo el haberla despertado, todo le haba
parecido bien. Y sin moverse haba dado sus rdenes.
A Pedro (el cocinero), a Cols (el pinche) y a las chicas, que ayuden a estas
seoras y que vayan por todo lo que necesiten.
Y doa Rufina, volvindose a las damas, haba dicho sonriente:
Ea; ahora fuera gente loca; a la cocina y dejadme en paz.
Y se haba enfrascado en la lectura de Los Mohicanos de Dumas.
Visita haca muy a menudo semejantes irrupciones en casa de cualquier amiga. Ella
entenda as la amistad. Pero si su cocina era infernal! La chimenea devolva el humo; no se
poda entrar all sin asfixiarse, ni en el comedor, que estaba cerca. Pocos vetustenses podan
jactarse de haber visto ni el comedor ni la cocina de Visita. Y eso que tena tertulia, y se
representaban charadas y se corra por los pasillos. Pero ella cerraba ciertas puertas para
que no pasase el humo; y deca sealando a los estrechos y obscuros pasadizos:
Por ah corran ustedes lo que quieran, loquillas, pero nadie me abra esa puerta.
Toda su prodigalidad de seora que recibe de confianza, se reduca a entregar
vestidos y pauelos de estambre, todo viejo, para que los pollos de imaginacin se
disfrazasen de mujeres o de turcos. Aquellas prendas se depositaban en una alcoba donde
haba una cama de excusa, pero sin colchn ni ropa; con las cuerdas al aire. Aqul era el
vestuario de los actores y actrices de charadas. Se vestan todos juntos porque todo se
pona sobre el propio traje. Adems Visita no alumbraba el cuarto, para qu? Desde la sala
se oa a lo mejor, detrs de las cortinillas de tafetn verde:
Pepe, que le doy a usted un cachete.
Hola, hola, eso no estaba en el programa...
Nios, nios, formalidad.
Por qu no les da usted una luz, Visita?

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Seores, porque esos locos son capaces de quemar la casa...


Tiene razn Visita, tiene razn gritaban desde dentro Joaqun Orgaz o el Pepe de
la bofetada.
Donde Visitacin demostraba su intimidad con los amigos, su franqueza y trato
sencillsimo era en casa de los dems. All haca locuras.
Hablaba mucho, a gritos, con diez carcajadas por cada frase. Se le haba alabado su
aturdimiento gracioso a los quince aos, y ya cerca de los treinta y cinco an era un
torbellino, una cascada de alegra, segn le deca en el lbum Crmenes el poeta. Lo que era
una catarata de mala crianza, segn doa Paula, la madre del Provisor, que nunca haba
querido pagarle las visitas. Pero catarata, cascada, torbellino, todo lo era con cuenta y
razn. Su aturdimiento era obra de un estudio profundo y minucioso: se aturda mientras su
ojo avizor buscaba la presa... algn dije, una golosina, cualquier cosa menos dinero. Crea, o
mejor, finga creer, que las cosas no valen nada, que slo la moneda es riqueza.
Seora, le debo a usted dos cuartos de la limosna que dio usted por m el otro da.
Deje usted, Visita, vaya una cantidad... no me avergence usted.
No faltaba ms!... Tome usted... Y qu alfiletero tan mono!
No vale nada.
Es precioso!
Est a su disposicin.
No me lo diga usted dos veces...
Est a su disposicin... vaya una alhaja!
S? Pues me lo llevo... mire usted que yo soy una urraca...
Y s que era una urraca, como que as la llamaba doa Paula: la urraca ladrona.
Donde haca estragos era en los comestibles.
Llegaba a casa de una vecina riendo a carcajadas.
Sabes lo que me pasa? Nada, que no parece; hemos perdido la llave del armario o
de la alacena... y aqu me tienes muerta de hambre. A ver, a ver, dame algo, socarrona; o
meriendo, o me caigo de hambre.
Dos veces a la semana se jugaba en su casa a la lotera o a la aduana. Se dejaba un
fondo para una me rienda en el campo; se nombraba una comisin para que lo preparase
todo. Sus miembros eran invariablemente Visita y un primo suyo. Visita, por economa, y
porque le daban asco el pastelero y el confitero, fabricaba por su cuenta, y bajo su direccin,
los hojaldres, los almbares, todo lo que poda hacerse en su cocina. Despus resultaba que
en su cocina no se poda hacer nada. El pcaro humo! El casero, que no ensanchaba el
horno... diablos coronados! Dios la perdonara.
El caso es que recurra en el apuro a la cocina de Vegallana, u otra de buena casa, las
ms veces a aqulla. All se haca todo. Visita dispona de los criados del Marqus; previo el
consentimiento del cocinero, por lo que respecta a la cocina, sacaba algunas provisiones de
la despensa; mandaba a la tienda por azcar, pasas, pimienta, sal, diablos coronados!, si el
seor Pedro no abra los cajones de sus armarios; que viniera todo lo que se necesitaba.
Dinero? Deje usted, ah tengo yo cuenta. Despus todo aquello apareca en la cuenta del
Marqus. Equivocaciones; como haban ido sus criados a comprar... Se coman la merienda.
En la primera noche de tertulia se hacan los comentarios.
Visita, qu tal, nos hemos empeado?

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Poca cosa... un piquillo...


Pues a ver, a ver, que se pague.
Nada ms justo.
A escote.
Dejen ustedes, se quieren ustedes callar? No se hable de eso, no merece la pena.
Visita tena principio para algunas semanas y postres para meses. Su esposo era un
humilde empleado del Banco, pero de muy buena familia, pariente de ttulos. Si Visita no se
ingeniara, cmo se mantendra aquel decente pasar que era indispensable para continuar
siendo parientes de la nobleza?
Cuando Visitacin era soltera, se dijo de quin no se dice! si haba saltado o no
haba saltado por un balcn... no por causa de incendio, sino por causa de un novio que
algunos presuman que haba sido Mesa. Todas eran conjeturas; cierto nada. Como ella era
algo ligera... como no guardaba las apariencias...
Ya nadie se acordaba de aquello; segua siendo aturdida, tena fama de golosa y de
gorrona segn la expresin que se usaba en Vetusta como en todas partes pero nada
ms. Era insoportable con su alegra intempestiva; mas en materia grave, en lo que no
admite parvedad de materia, nadie la acusaba, a lo menos pblicamente. Por supuesto, que
no se cuenta tal o cual descuidillo...
Era alta, delgada, rubia, graciosa, pero no tanto como pensaba ella; sus ojos
pequeuelos que cerraba entornndolos hasta hacerlos invisibles, tenan cierta malicia, pero
no el encanto voluptuoso por lo picante, que ella supona. Al tocarla la mano cuando no tena
guante, notaba el tacto el pringue de alguna golosina que Visita acababa de comer.
Don lvaro en el seno de la confianza hablaba con desprecio de Visitacin y haca
gestos mal disimulados de asco. Aseguraba que tena un pie bonito y una pantorrilla mucho
mejor de lo que podra esperarse; pero calzaba mal... y enaguas y medias dejaban mucho
que desear... ya se le entenda. Y sola limpiar los labios con el pauelo despus de decir
esto.
Paco Vegallana juraba que usaba aquella seora ligas de balduque, y que l le haba
conocido una de bramante. Todo esto, por supuesto, se deca nada ms entre hombres, y
haban de ser discretos.
Los bajos de Obdulia, en cambio, eran irreprochables; no as su conducta: pero de
esto ya no se hablaba de puro sabido. Ella, sin embargo, negaba a cada uno de sus amantes
todas sus relaciones anteriores, menos las de Mesa. Eran su orgullo. Aquel hombre la haba
fascinado, para qu negarlo? Pero slo l. Era viuda y jams recordaba al difunto; pareca
la viuda de Alvarito; era su nico pasado!
Aquella tarde estaban guapas las dos; era preciso confesarlo. Por lo menos Paco
Vegallana lo confesaba ingenuamente. Y sin que renunciara a consagrar el resto del da al
idealismo, en buen hora despertado por las relaciones de su amigo, consinti el Marquesito
en pasar a la cocina de su casa, a oler lo que guisaban aquellas seoras.
En la cocina de los Vegallana se reflejaba su positiva grandeza. No, no eran nobles
tronados: abundancia, limpieza, desahogo, esmero, refinamiento en el arte culinario, todo
esto y ms se notaba desde el momento de entrar all.
Pedro, el cocinero, y Cols, su pinche, preparaban la comida ordinaria, y pareca que
se trataba de un banquete. Por toda la provincia tena esparcidos sus dominios el Marqus,
en forma de arrendamientos que all se llaman caseros, y a ms de la renta, que era baja,
por consistir el lujo en esta materia en no subirla jams, pagaban los colonos el tributo de

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los mejores frutos naturales de su corral, del ro vecino, de la caza de los montes. Liebres,
conejos, perdices, arceas, salmones, truchas, capones, gallinas, acudan mal de su grado a
la cocina del Marqus, como convocados a nueva Arca de No, en trance de diluvio
universal. A todas horas, de da y de noche, en alguna parte de la provincia se estaban
preparando las provisiones de la mesa de Vegallana; poda asegurarse.
A media noche, cuando los hornos estaban apagados y dorma Pedro, y dorma el
amo, y nadie pensaba en comer, all a dos leguas de Vetusta, en el ro Celonio velaba un
pobre aldeano tripulando miserable barca medio podrida y que haca mucha agua. Debajo de
pen sombro, que como torre inclinada amenaza caer sobre la corriente, y hace ms
obscura la obscuridad del ro en el remanso, acechaba el paso del salmn, empuando un
haz de paja encendida, cuya llama se refleja en las ondas como estela de fuego. Aquel
salmn que pescaba el colono del magnate a la luz de una hoguera porttil, era el mismo
que ahora estaba sangrando, todo lonjas, esperando el momento de entregarse a la parrilla,
sobre una mesa de pino, blanca y pulcra.
Tambin de noche, cerca del alba, emprenda su viaje al monte el casero que se
preciaba de regalar a su seor las primeras arceas, las mejores perdices; y all estaban las
perdices, sobre la mesa de pino, ofreciendo el contraste de sus plumas pardas con el rojo y
plata del salmn despedazado. All cerca, en la despensa, gallinas, pichones, anguilas
monstruosas, jamones monumentales, morcillas blancas y morenas, chorizos purpurinos, en
aparente desorden yacan amontonados o pendan de retorcidos ganchos de hierro, segn su
gnero. Aquella despensa devoraba lo ms exquisito de la fauna y la flora comestibles de la
provincia. Los colores vivos de la fruta mejor sazonada y de mayor tamao animaban el
cuadro, algo melanclico si hubiesen estado solos aquellos tonos apagados de la naturaleza
muerta, ya embutida, ya salada. Peras amarillentas, otras de asar, casi rojas, manzanas de
oro y grana, montones de nueces, avellanas y castaas, daban alegra, variedad y
armoniosa distribucin de luz y sombra al conjunto, suculento sin ms que verlo, mientras al
olfato llegaban mezclados los olores punzantes de la qumica culinaria y los aromas suaves y
discretos de naranjas, limones, manzanas y heno, que era el blando lecho de la fruta.
Y todo aquello haba sido movimiento, luz, vida, ruido, cantando en el bosque,
volando por el cielo azul, serpeando por las frescas ninfas, luciendo al sol destellos de todo
el iris, al pender de las ramas, en vega, prados, ros, montes... Indudablemente Vegallana
saba ser un gran seor!, pensaba suspirando Visita, que soaba muerta de envidia con
aquella despensa, exposicin permanente de lo ms apetecible que cra la provincia.
El Marqus sonrea cuando le hablaban de ampliar el sufragio. Y qu? no son casi
todos colonos mos? no me regalan sus mejores frutos? Los que me dan los bocados ms
apetitosos me negarn el voto insustancial, flatus vocis?
El ajuar de la cocina abundante, rico, ostentoso, despeda rayos desde todas las
paredes, sobre el hogar, sobre mesas y arcones; era digno de la despensa; y Pedro altivo,
displicente, ordenaba todo aquello con voz imperiosa; mandaba all como un tirano. Coma
lo mejor; mantena las tradiciones de la disciplina culinaria; vigilaba el servicio del comedor
desde lejos, pues no era un cocinero vulgar, egida slo de pucheros y peroles, sino un
capitn general metido en el fuego y atento a la mesa. No era viejo. Tena cuarenta aos
muy bien cuidados; amaba mucho, y se crea un lechuguino, en la esfera propia de su cargo,
cuando dejaba el mandil y se vesta de seorito.
Cols era un pinche de vocacin decidida, colorado y vivo, de ojos maliciosos y
manos listas. Los dos personajes, a ms de la robusta montaesa que tena a su servicio
Visita, ayudaban a las damas en su tarea. Pedro, sin dejar lo principal, que era la comida de
sus amos, colaboraba sabiamente. Haba empezado por tolerar nada ms aquella ri rupcin
de la merienda. La cocina daba espacio para todo; aquello no vala nada, y otorg el
cocinero su indispensable permiso con un desdn mal disimulado. Poco a poco pas del

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estado de tolerancia al de proteccin: primero se rebaj hasta dar algunos consejos a la


montaesa, despus le dio un pellizco. Se anim aquello.
Cols, ponte a la disposicin de esas seoras dijo Pedro con voz solemne.
Porque el mandato de la Marquesa no haba bastado; el pinche obedeca a Pedro y
Pedro a su deber. Si la Marquesa le hubiera exigido algo contrario a sus convicciones de
artista no hubiese conseguido ms que su dimisin. Era su lenguaje. Lea muchos peridicos
antes de convertirlos en cucuruchos.
Cuando Obdulia, picada por la frialdad del altivo cocinero, comenz a seducirle con
miradas de medio minuto y algn choque involuntario, Pedro se rindi, y de rato en rato
daba algunos toques de maestro a la merienda de Visita.
Lleg a ms; quiso enamorar a doa Obdulia con pruebas de su habilidad, y acuda
siempre que se presentaba una cuestin terica o una dificultad prctica.
Qu se echa ahora?
Qu se tuesta primero?
Cuntas vueltas se les da a estos huevos?
Cmo se envuelve esta pasta?
Lleva esto pimienta o no la lleva?
Ser una indiscrecin poner aqu canela?
El almbar est en su punto?
Cmo se baten estas claras?
A todo dieron cumplida respuesta la inteligencia y habilidad de Pedro. Cuando no
bastaba una explicacin, pona l la mano en el asunto y era cosa hecha.
Obdulia, que haba aprendido en Madrid de su prima Tarsila a premiar con sus
favores a los ingenios preclaros, a los hijos ilustres del arte y de la ciencia; no de otro modo
que la tarde anterior haba vuelto loco de placer y voluptuosidad al seor Bermdez, en
premio de su erudicin arqueolgica, ahora vino a otorgar fortuitos y subrepticios favores al
cocinero de Vegallana con miradas ardientes, como al descuido, al or una luminosa teora
acerca de la grasa de cerdo; un apretn de manos, al parecer casual, al remover una masa
misma, al meter los dedos en el mismo recipiente, v. gr., un perol. El cocinero estuvo a
punto de caer de espaldas, de puro goce, cuando, por motivo del punto que le convena al
dulce de melocotn, Obdulia se acerc al dignsimo Pedro y sonriendo le meti en la boca la
misma cucharilla que ella acababa de tocar con sus labios de rub (este rub es del cocinero).
Al personaje del mandil se le apareci en lontananza la conquista de aquella seora
como una recompensa final, digna de una vida entera consagrada a salpimentar la comida
de tantos caballeros y damas, que gracias a l haban encontrado ms fcil y provocativo el
camino de los dulces y sustanciales amores.
Pedro lleg a donde pocas veces; a consentir que las criadas de la casa intervinieran
en los asuntos de los negros pucheros de hierro. l amaba a la mujer, a todas las mujeres,
pero no crea en sus facultades culinarias; otro era su destino. La cocina y la mujer son
trminos antitticos, palabras que haba aprendido en sus cucuruchos de papel impreso. La
libertad y el gobierno son antitticos, haba ledo en un peridico rojo, y aplicaba la frase a
la cocina y a la mujer. Lo que pensaba todo Vetusta de las literatas, lo pensaba Pedro de las
cocineras. Las llamaba marimachos.
Si se le deca que los cocineros son ms caros y gastan ms, responda:

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Amigo, el que no sea rico, que no coma.


Por lo dems, l era socialista, pero en otras materias.
Cuando entraron en la cocina los seoritos, Pedro volvi a su continente habitual, al
gesto displicente que usaba con las criadas y con los caseros que traan las provisiones
desde la aldea, remota a veces. El fogn era un dios y l su Pontfice Mximo; los dems
sacrificaban en las aras del fogn y Pedro celebraba misteriosamente y en silencio. Volvi a
su gesto desdeoso, porque as entenda el respeto a los amos. Apenas contestaba si le
hablaban. No tard en ver por sus ojos que la donna mobile, como cantaba l a menudo.
Obdulia, en cuanto entraron los otros, le olvid por completo. Antes haba olvidado a don
Saturnino, que yaca en el lecho del dolor con sendos parches de sebo en las sienes,
entregado al placer de rumiar los dulces recuerdos de aquella tarde arqueolgica!
La conversacin de metafsica ertica que Mesa y Paco acababan de dejar no les
permita, al principio, participar de aquel entusiasmo gastronmico y culinario a que estaban
entregadas las damas. Verdad es que la hora de comer se acercaba y aquellos olores
excitaban el apetito. Pero el ideal no come. Mesa gozaba del arte supremo de entrar en
carboneras, cocinas y hasta molinos, sin coger tiznes, grasa, ni harina. Estaba en la cocina
del Marqus como en el saln amarillo, a sus anchas y sin tropezar con nada. All mismo
haba repartido l besos en muy distintas y apartadas pocas. No haba tal vez un rincn de
aquella casa libre de semejantes recuerdos para don lvaro. En cuanto a Paquito, no se
diga. Su primer amor haba sido una criada que tena su dormitorio en lo que hoy era
despensa. Saba el Marquesito andar por la cocina a obscuras, a gatas, y ya haba medido
con su agazapado cuerpo las dimensiones de la carbonera provisional que haba cerca del
fogn.
No tardaron los seoritos, a pesar del ideal, en tomar parte ms activa en el
entusiasmo alegre y expansivo de aquellas artistas. Tambin ellos eran pintores. Y, a pesar
de las burlas casi irrespetuosas del pinche y de la sonrisa insultante de Pedro, los dos
caballeros quisieron probar sus habilidades metiendo la mano en pastas y almbares y en
cuanto se preparaba. Paco se puso perdido. Mesa estaba como un armio metido a
marmitn.
Obdulia haba tropezado quinientas veces con el Marquesito; se rozaban sus brazos,
sus rodillas, las manos sobre todo, durante minutos, y fingan no pensar en ello. Un
movimiento brusco de la dama, que traa falda corta, recogida y apretada al cuerpo con las
cintas del delantal blanco, dej ver a Paco parte, gran parte de una media escocesa de un
gusto nuevo. Siempre haba considerado el joven aristcrata como una antinomia del amor
aquella preferencia que l daba a la escultura humana con velos, sobre el desnudo puro.
Por qu le excitaba ms el velo que la carne? No se lo explicaba. Vea la rolliza pantorrilla
de una aldeana descalza de pie y pierna y nada! Vea una media hasta ocho dedos ms
arriba del tobillo... y adis idealismo! Y as fue esta vez. Es ms; si la media de Obdulia no
hubiera sido escocesa, tal vez el mozo no hubiese perdido la tranquilidad de su reposo
idealista; pero aquellos cuadros rojos, negros y verdes, con listillas de otros colores, le
volvieron a la torpe y grosera realidad, y Obdulia not en seguida que triunfaba.
Para la viuda, uno de los placeres ms refinados era una sesin alegre con uno de
sus antiguos amantes; aquello de no principiar por los preliminares le pareca delicioso.
Despus, los recuerdos tenan un encanto! Saborear como cosa presente un recuerdo!
Qu mayor dicha? Paco haba sido su amante. Ella hubiera preferido a Mesa, que estaba en
las mismas condiciones y era mucho ms antiguo. Pero lvaro estaba hecho un salvaje! La
trataba como don Saturnino, antes de atreverse; con la finura del mundo y la miraba con la
indiferencia fra y honrada con que la miraba el seor Obispo. Estaba segura de que ni al
Obispo ni a Mesa les sugera su presencia jams un deseo carnal. Era intratable aquel don
lvaro. Tambin lo era el Obispo. Y sin embargo, bien lo saba Dios, ella le haba sido fiel a

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Mesa, por supuesto; todava le amaba o cosa parecida. Le hubiera preferido siempre a
todos. Pero l no quera ya. Aquello se haba acabado.
Se haban cansado de jugar a los cocineros. Visita era la que todava encontraba
placer en registrar cacerolas, y revolver vasares, armarios y alacenas. Siempre hablaba con
alguna golosina en la boca. Pedro not que guardaba en una faltriquera terrones de azcar y
papeles de azafrn puro, que se consuma en la cocina del Marqus, con gran envidia de la
urraca ladrona. Tambin almacen entre las faldas un paquete de t superior.
Cada uno de estos hurtos los amenizaba con carcajadas, explicac iones humorsticas
que ya no hacan rer. Todos saban que aquel era el vicio de doa Visita.
Las seoras dejaron a los criados el cuidado de la merienda y se fueron a lavar las
manos, y arreglar traje y peinado. Ya saban dnde estaba el tocador para tales casos. Era la
habitacin donde haba muerto la hija segunda de los Marqueses. Ya nadie pensaba en esto.
All estaba el lecho, pero no quedaba de la pobre nia ni una prenda, ni un recuerdo.
Mesa y Paco entraron con las seoras por qu no? Se conocan demasiado para
fingir escrpulos. Adems, no se les haba de ver nada, como dijo Obdulia. Paco y la viuda
se lavaron juntos las manos en una misma jofaina; los dedos se enroscaban en los dedos
dentro del agua. Era un placer muy picante, segn ella. Esto les record mejores das. El sol
que se acercaba al ocaso, entraba hasta los pies de la cama y envolva en una aureola a
aquella pareja de aturdidos. El calor del fogn, las bromas y la faena haban encendido
brasas en las mejillas de Obdulia; una oreja le echaba fuego. Estaba excitada, quera algo y
no saba qu. No era cosa de comer de fijo, porque haba probado de cien golosinas y hasta
algo de la comida del Marqus por chanza.
Visitacin y Mesa, ms tranquilos, conversaban al balcn, apoyados en el hierro fro
del antepecho. No volveran la cara; estaba ella segura. Entre estos camaradas, jams se
falta a ciertos pactos tcitos.
El Marquesito solt una carcajada.
De qu te res? dijo Obdulia.
De Joaquinito Orgaz, el flamenco que andar buscndote por todas partes. Es
chusco eh?
Obdulia medit y al fin ri a carcajadas. Era chusco en efecto. Se haba sentado
sobre la cama de la difunta. Los pies de la viuda se movan oscilando como pndulos. Se
vea otra vez la media escocesa. Ahora se vean dos. Obdulia suspir. Se habl de lo pasado.
En rigor, siempre se haban querido; haba algo que les una a pesar suyo. Se tronaba
porque la constancia es imposible y hasta al cabo; eran ridculas unas relaciones muy
largas; esto lo haban aprendido los dos en Madrid. Los matrimonios deben aburrirse a los
dos aos, a ms tardar; los arreglos pueden tirar algo ms, poco.
Pero, verdad dijo Obdulia, ponindose ms guapa que esto de encontrarse de
vez en cuando se parece un poco a un buen da de sol en invierno, en esta tierra maldita del
agua y la niebla?
Magnfico! exclam Paco es verdad; una cosa senta yo que no saba
explicarme... y era eso.
Y como le pareciera alambicado y potico este sentimiento, se consagr a enamorar
de todo corazn a la viuda por aquella tarde.
Era lo que llamaba ella saborear los recuerdos.
Visitacin tambin tena brasas en las mejillas y sus ojos pequeos los haban
hermoseado el calor de la cocina y la animacin de la broma, arrancndoles reflejos de

111

fingida pasi n. Su pelo de un rubio obscuro era rizoso y caa en mechones revueltos sobre
su frente. Hablaban ella y don lvaro como hermanos cariosos. l haba sido su primer
amor serio, es decir, el primero que le haba hecho cometer imprudencias, como, v. gr.,
saltar de noche por un balcn. Pero estaba ya tan lejos todo aquello! La vida haba puesto
por medio todos sus prosaicos cuidados.
La necesidad de acudir a cada paso con expedientes a restaar las heridas del
crdito, a conjurar la bancarrota, haba convertido el espritu de aquella loca al positivismo
vulgar, y haba atajado las demasas erticas de su fantasa juvenil.
Haca muy buena casada, en opinin de las gentes; esto es, atenda con gran esmero
y diligencia a la hacienda y a los quehaceres domsticos.
Mesa y Visita no tenan en el invierno de sus amores aquellos das de sol de que
hablaba Obdulia. Pero cuando se vean a solas y alguno de ellos tena algn cuidado o
preocupacin, de esos que piden confidentes y consejeros, se lo decan todo, o casi todo; se
hablaban en voz baja, muy cerca uno de otro, y volvan a llamarse de t como antao.
Parecan un matrimonio bien avenido, aunque sin amor ya a fuerza de aos.
Bah! deca Visitacin con un poco de tristeza verdadera, que daba inters al
ocaso de su hermosura; bah! t has cado esta vez de veras, te lo conozco yo. Pero
tambin te digo una cosa: que te va a costar tu trabajo...
Mesa hablaba de la Regenta con Visita con ms franqueza que con Paco. Su poltica
tena que ser diferente. Al Marquesito haba que hablarle de amor puro, por los motivos
explicados antes; a Visita de una conquista ms. Comprenda don lvaro que Visitacin
quera precipitar a la Regenta en el agujero negro donde haban cado ella y tantas otras.
Visita era amiga de Ana desde que sta haba venido a Vetusta con su ta doa Anunciacin
y con Ripamiln, el hoy Arcipreste. Admiraba a su amiguita, elogiaba su hermosura y su
virtud; pero la hermosura la molestaba como a todas, y la virtud la volva loca. Quera ver
aquel armio en el lodo. La aburra tanta alabanza. Toda Vetusta diciendo: La Regenta, la
Regenta es inexpugnable! Al cabo llegaba a cansar aquella cancin eterna. Hasta el modo
de llamarla era tonto. La Regenta! Por qu? No haba otra? Ella lo haba sido en Vetusta
poco tiempo. Su marido haba dejado la carrera muy pronto, a qu vena aquello de
Regenta por aqu, Regenta por all? Poco tiempo tena la mujer del empleado del Banco para
consagrarle a estas malas pasiones de pura fantasa y mala intencin; necesitaba la atencin
para la prosa de la vida que era bien difcil; pero algn desahogo haba de tener: pues bien,
ste, procurar que Ana fuese al fin y al cabo como todas. No se separaba de ella en cuanto
poda: a la iglesia, al paseo, al teatro, iban juntas casi siempre, aunque Ana iba pocas veces.
La del Banco, desde que haba descubierto algn inters por don lvaro en su amiga y en
Mesa deseos de vencer aquella virtud, no pensaba ms que en precipitar lo que en su
concepto era necesario. No crea a nadie capaz de resistir a su antiguo novio.
En cuanto estaban solos, hablaban de aquel asunto.
lvaro negaba que hubiese por su parte amor; era un capricho fuerte arraigado en l
por las dificultades.
Visita finga preferir que fuese una pasin verdadera; disimulaba el placer ntimo que
encontraba en las afirmaciones del otro.
Ya lo sabes, Visita; amar no es para todas las edades.
No hablemos de eso.
Se quiere una vez y despus... se las arregla uno como puede.

112

Mesa al decir esto encoga los hombros con un gesto de desesperacin humorstica
que a l y a sus adoratrices se les antojaba muy interesante, byroniano (si las adoratrices
saban de Byron).
Y ella es hermosa, Alvarn, hermosa; eso te lo juro yo.
S, eso a la vista est.
No, no todo est a la vista, como comprendes. Y como ella no hace lo que esa otra
(apuntaba con el dedo pulgar hacia atrs, donde se oa el cuchicheo de Paco y Obdulia),
como Ana jams se aprieta con cintas y poleas las enaguas y la falda... ni se embute... Si la
vieras!
Me lo figuro.
No es lo mismo.
Hubo una pausa. Y continu Visita:
Ves esa cara dulce, apacible, que slo tiene algo de pasin en los ojos, y sa,
como a la sombra debajo de las pestaas, contenida?...
Verdad que tiene razn Frgilis?
Qu dice ese sonmbulo?
Que la Regenta se parece mucho a la Virgen de la Silla.
Es verdad; la cara s...
Y la expresin; y aquel modo de inclinar la cabeza cuando est distrada; parece
que est acariciando a un nio con la barba redonda y pura...
Hola, hola! el pintor!
Las chispas de los ojos de la jamona saltaron como las de un brasero aventado.
Dice que no est enamorado y la compara con la Virgen!...
Creo que la pobre siente mucho no tener un hijo.
Visita encogi los hombros, y despus de pasar algo amargo que tena en la
garganta, dijo con voz ronca y rpida:
Que lo tenga.
Mesa disimul la repugnancia que le produjo aquella frase.
Pero, ay, Alvarn! si la pudieras ver en su cuarto, sobre todo cuando le da un
ataque de esos que la hacen retorcerse!... Cmo salta sobre la cama! Parece otra...
Entonces, no s por qu, me explico yo el capricho de la piel de tigre que dicen que la regal
un ingls americano. Te acuerdas de aquel baile fantstico que bailaban los Bufos que
vinieron el ao pasado?
S, qu?
Te acuerdas de aquella danza de las Bacantes? Pues eso parece, slo que mucho
mejor; una bacante como seran las de verdad, si las hubo all, en esos pases que dicen.
Eso parece cuando se retuerce. Cmo se re cuando est en el ataque! Tiene los ojos llenos
de lgrimas, y en la boca unos pliegues tentadores, y dentro de la remonsima garganta
suenan unos ruidos, unos ayes, unas quejas subterrneas; parece que all dentro se
lamenta el amor siempre callado y en prisiones, qu s yo! Suspira de un modo, da unos
abrazos a las almohadas! Y se encoge con una pereza! Cualquiera dira que en los ataques
tiene pesadillas, y que rabia de celos o se muere de amor... Ese estpido de don Vctor con

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sus pjaros y sus comedias, y su Frgilis el de los gallos en ingerto, no es un hombre. Todo
esto es una injusticia; el mundo no deba ser as. Y no es as. Sois los hombres los que
habis inventado toda esa farsa.
Call un poco, perdido el hilo del discurso, y aadi:
Yo me entiendo.
Despus de calmarse volvi a su asunto.
Si la vieras! Es que no es as como se quiera. Vers... tiene los brazos...
Y describa minuciosamente, con los pormenores que ella poda explicar a un hombre
que haba sido su amante y era su camarada, todas las turgencias de Ana, su perfeccin
plstica, los encantos velados, como deca Crmenes en el Lbaro. Pero les daba su nombre
propio unas veces, y cuando no lo tenan, o ella lo ignoraba, usaba caprichosos diminutivos
inventados en otro tiempo por lvaro en el entusiasmo de las ms dulces confianzas.
Aquellos nombres, afeminados aunque fuesen masculinos, estaban grabados como si fuesen
de fuego en la memoria de Visita; no salan a sus labios sino al hablar con lvaro y pocas
veces. Le saban a gloria a la del Banco. Pero despus le quedaba un dejo amargo... Todo
aquello ya como si no: el marido, los hijos, la plaza, los criados, el casero... diablos
coronados!
Visita iba sealando en su cuerpo, sin coquetera, sin pensar en lo que haca, las
partes correspondientes de la Regenta, que describa con entusiasmo; y dijo al terminar su
descripcin apuntando hacia atrs:
Se precia esa otra de buenas formas... Buena comparacin tiene!
La cita era sabia y oportuna. Visitacin supona a don lvaro enterado de lo que era
aquella otra y no haba comparacin!
Quien ahora tragaba saliva era el Presidente del Casino, colorado como una amapola.
Ya tena l en sus ojos, casi siempre apagados, las chispas que saltaban de los de Visita.
Pero te ha de costar mucho trabajo...
Puede que no tanto dijo Mesa, sin contenerse.
Ella tragar... ya trag el anzuelo.
Crees t?
S, estoy segura. Pero no te fes; puedes marcharte con una tajada y dejar el pez
en el agua.
Como yo vea el momento de tirar...
Mucho tiempo llevas pensndolo.
Quin te lo ha dicho?
stos.
Y puso los dedos sobre los ojos.
Y lo de ella, cmo lo sabes?
Curiosn! el que no est enamorado!...
Enamorado? ni por pienso... pero es natural que quiera saber cmo est ella...
para echar mis cuentas.
Ella no est como un guante, pero por dentro andar la procesin. Menudean los
ataques de nervios. Ya sabes que cuando se cas cesaron, que despus volvieron, pero

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nunca con la frecuencia de ahora. Su humor es desigual. Exagera la severidad con que juzga
a las dems, la aburre todo. Pasa unas encerronas!
Ta, ta, ta! eso no es decir nada.
Es mucho.
Nada en mi favor.
T qu sabes? Mira, si le hablan de ti palidece o se pone como un tomate,
enmudece y despus cambia de conversacin en cuanto puede hablar. En el teatro, en el
momento en que t vuelves la cara, te clava los ojos, y cuando el pblico est ms atento a
la escena y ella cree que nadie la observa, te clava los gemelos. Pero la observo yo; por
curiosidad, claro; porque a m, en ltimo caso, qu? Su alma su palma.
No eres su amiga ntima?
Su amiga, s. ntima? Ella no tiene ms intimidades que las de dentro de su
cabeza. Tiene ese defectillo; es muy cavilosa y todo se lo guarda. Por ella no sabr nunca
nada.
Un momento de silencio.
A no ser que ahora se lo cuente todo al Magistral... Ya sabrs que le ha tomado de
confesor.
S, eso dicen; creo que es cosa del Arcipreste, que se cansa de asistir al
confesonario.
No, es cosa de ella; tiene otra vez sus proyectos de misticismo.
Visita llamaba misticismo a toda devocin que no fuera como la suya, que no era
devocin.
Ana, cuando chica, all en Loreto, tuvo ya, segn yo averig, arranques as...
como de loca... y vio visiones... en fin, desarreglos. Ahora vuelve; pero es por otra causa (y
seal al corazn). Est enamorada, Alvarico, no te quepa duda.
Don lvaro sinti un profundo y tiernsimo agradecimiento. Le daban una fe en s
mismo aquellas palabras!
No quera saber ms: o mejor, comprendi que nada positivo poda aadir Visita.
Vio en el rostro de aquella mujer una amargura que revelaban ciertos msculos,
mientras otros luchaban por borrar aquel gesto. Su voz temblaba un poco. Daba lstima. A
lo menos la sinti Mesa.
Deja eso dijo acercndose a su amiga. No hablemos de otros; hablemos de
nosotros. Ests guapsima...
Ahora... con esas? (Pareca que hablaba con lengua metlica).
Tontina... si t no fueras tan desconfiada...
Qu novedades son stas? preguntaron los labios y la lengua de placas de acero.
Novedades... las llamas novedades... ingrata?
Don lvaro acerc su rostro al de la dama golosa. Nadie pasaba por la calle. Era de
las ms desiertas; creca yerba entre las piedras. Aquel silencio era el que llamaba solemne
y aristocrtico don Saturnino.
Los que estaban detrs, Obdulia y Paco, no vean; don lvaro estaba seguro. Se
aproxim ms a Visita.

115

Son una bofetada; y despus la carcajada estrepitosa de la del Banco, que dio un
paso atrs, huyendo de don lvaro.
Loca!...
pegajosa.

idiota!... gimi

Mesa,

limpiando su mejilla, que sinti hmeda y

Vuelve por otra! A m que soy tambor de marina, como dice la Marquesa.
boca.

La dama, completamente tranquila, sonriente, se meti un terrn de azcar en la

Era su sistema. Se prohiba a s misma, por desconfianza, las dulzuras de los engaos
de amor, y los compensaba con golosinas, que se pegaban al rin.
Mesa record con tristeza, mezclada de remordimiento, la noche en que aquella
mujer saltaba por un balcn, llena de fe y enamorada.
Por una esquina de la calle, del lado de la catedral, apareci una seora que los del
balcn reconocieron al momento. Era la Regenta. Vena de negro, de mantilla; la
acompaaba Petra, su doncella. Pronto estuvieron debajo de ellos. Ana iba distrada, porque
no levant la cabeza.
Anita, Anita grit Visitacin.
Entonces Mesa pudo ver el rostro de la Regenta, que sonrea y saludaba. Nunca la
haba visto tan hermosa. Traa las mejillas sonrosadas, y ella era plida; tambin pareca
haber estado al lado de un fogn como Visita y Obdulia; en sus ojos haba un brillo seco,
destellos de alegra que se difundan en reflejos por todo el rostro. Vena con cara de sonrer
a sus ideas.
Y adems de esto not Mesa que le haba mirado sin conmoverse, sin turbarse, como
a Visita, ni ms ni menos; hasta en su saludo, ms franco y expansivo que otras veces,
haba visto una especie de desaire, la expresin de una indiferencia que le irritaba. Era como
si le hubiera dicho: gozquecillo, t no muerdes, no te temo. Se vera. Por lo pronto aquella
afabilidad era desprecio. Qu haba pasado en la catedral? Qu hombre era aquel don
Fermn que en una sola conferencia haba cambiado aquella mujer?
Todo esto pens en un momento, irritado, con vehemente deseo de salir de dudas y
vacilaciones. Pero nada le sali al rostro. Salud con su aire grave, con aquel aire de
gentleman que tanto le envidiaba Trabuco, su admirador y mortal enemigo.
Has confesado?
S, ahora mismo.
Con el Magistral, por supuesto?
S, con l.
Qu tal? Excelente, verdad? Qu te deca yo? No subes?
No, ahora no puedo.
Obdulia oy la voz de Ana y corri al balcn, sin cuidarse de reparar el desorden de
su traje y peinado.
Ana, sube, anda, tonta! grit la viuda mientras devoraba a la Regenta con los
ojos de pies a cabeza.
Para Obdulia las dems mujeres no tenan ms valor que el de un maniqu de colgar
vestidos; para trapos ellas; para todo lo dems, los hombres.

116

Ana se excus otra vez;


adelante. Un momento se haban
turbado ni escondido como otras
evitar el contacto de aquellas
confundido con el deseo.

tena que hacer. Salud con graciosa sonrisa y sigui


encontrado sus ojos con los de Mesa, pero no se haban
veces; le haban mirado distrados, sin que ella procurase
pupilas cargadas de lascivia y de amor propio irritado,

Todos callaban en el balcn mientras la Regenta se alejaba y desapareca por la calle


desierta. Todos la siguieron con la mirada hasta que dobl la esquina. Obdulia dijo,
queriendo afectar un tono algo desdeoso:
Va muy sencilla.
Y se volvi al gabinete.
Cmetela!... grit al odo de lvaro Visita con voz en que asomaba un poco de
burla. Y aadi muy seria:
Cuidado con el Magistral, que sabe mucha teologa parda!...

IX
En la Plaza Nueva, en una rinconada sumida ya en la sombra est el palacio de los
Ozores, de fachada ostentosa recargada, sin elegancia, de sillares ennegrecidos, como los
del Casino, por la humedad que trepa hasta el tejado por las paredes.
Al llegar al portal Ana se detuvo; se estremeci como si sintiera fro. Mir hacia la
bocacalle prxima; por all el horizonte se abra lleno de resplandores. La calle del guila era
una pendiente rpida que dejaba ver en lontananza la sierra y los prados que forman su
falda, verdes y relucientes entonces. Cruzaban la plaza y pasaban sobre los tejados
golondrinas grrulas, inquietas, que iban y venan, como si hiciesen sus visitas de
despedida, prximo el viaje de invierno.
Oye, Petra, no llames; vamos a dar un paseo...
Las dos solas?
S, las dos... por los prados... a campo traviesa.
Pero, seorita, los prados estarn muy mojados...
Por algn camino... extraviado... por donde no haya gente. T que eres de esas
aldeas, y conoces todo eso, no sabes por dnde podremos ir sin que encontremos a nadie?
Pero si estar todo hmedo...
Ya no; el sol habr secado la tierra... Yo traigo buen calzado. Anda... vamos,
Petra!
Ana suplicaba con la voz como una nia caprichosa y con el gesto como una mstica
que solicita favores celestiales.
Petra mir asombrada a su seora. Nunca la haba visto as. Qu era de aquella
frialdad habitual, de aquella tranquilidad que pareca recelo y desconfianza disimulados?
Tena la doncella algo ms de veinticinco aos; era rubia de color de azafrn, muy
blanca, de facciones correctas; su hermosura poda excitar deseos, pero difcilmente
producir simpatas. Procuraba disimular el acento desagradable de la provincia y hablaba con
afectacin insoportable. Haba servido en muchas casas principales. Era buena para todo, y
se aburra en casa de Quintanar, donde no haba aventuras ni propias ni ajenas. Amos y

117

criados parecan de estuco. Don Vctor era un viejo tal vez amigo de los amores fciles, pero
jams haba pasado su atrevimiento de alguna mirada insistente, pegajosa, y algn piropo
envuelto en circunloquios que no le comprometan. El ama era muy callada, muy cavilosa; o
no tena nada que tapar o lo tapaba muy bien. Sin embargo, Petra haba adquirido la
conviccin de que aquella seora estaba muy aburrida. Aprovechaba la doncella las pocas
ocasiones que se le ofrecan para procurarse la confianza de la Regenta. Era solcita,
discreta, y finga humildad, virtud, la ms difcil en su concepto.
Un paseo a campo traviesa, despus de confesar, solas, en una tarde hmeda, daba
mucho en qu pensar a Petra. Ella no deseaba otra cosa, pero insista en su oposicin por
ver a dnde llegaba el capricho del ama. Otras haban empezado as.
Bajaron por la calle del guila. A su extremo, pasaba, perpendicular, la carretera de
Madrid.
Por ah no dijo el ama. Por aqu; vamos hacia la fuente de MariPepa.
A estas horas no hay nadie por estos sitios, y el piso ya estar seco; todava da el
sol. Mire usted, all est la fuente.
Petra mostr a su seora all abajo, en la vega, una orla de lamos que pareca en
aquel momento de plata y oro, segn la iluminaban los rayos oblicuos del poniente. El
camino era estrecho, pero igual y firme; a los lados se extendan prados de yerba alta y
espesa y campos de hortaliza. Huertas y prados los riegan las aguas de la ciudad y son ms
frtiles que toda la campia; los prados, de un verde fuerte, con tornasoles azulados, casi
negros, parecen de tupido terciopelo. Reflejando los rayos del sol en el ocaso deslumbran.
As brillaban entonces. Ana entornaba los ojos con delicia, como bandose en la luz
tamizada por aquella frescura del suelo.
Setos de madreselva y zarzamora orlaban el camino, y de trecho en trecho se ergua
el tronco de un negrillo, robusto y achaparrado, de enorme cabezota, como un as de bastos,
con algunos retoos en la calvicie, varillas dbiles que la brisa sacuda, haciendo resonar
como castauelas las hojas solitarias de sus extremos.
Mire usted, seora, cosa ms rara! a ninguna de esas ramas le queda ms hoja
que la ms alta, la de la punta...
Despus de esta observacin, y otras por el estilo, Petra se paraba a coger florecillas
en los setos, se pinchaba los dedos, se enganchaba el vestido en las zarzas, daba gritos,
rea; iba tomando cierta confianza al verse sola con su ama, en medio de los prados, por
caminos de mala fama, solitarios, que saban de ella tantas cosas dignas de ser calladas.
Petra no se fiaba de la piedad repentina de la Regenta.
Ms de una hora de confesin! La carita como iluminada al levantarse con la
absolucin encima... y ahora este paseo por los campos... y rer... y permitirle ciertas
libertades... No me fo; esperemos.
La doncella de Ana era amiga de llegar en sus clculos y fantasas a las ltimas
consecuencias. Ya vea en lontananza propinas sonantes, en monedas de oro. Pero aquel
sesgo religioso que tomaba la cosa daba por supuesto que haba algo traa
complicaciones que ofrecan novedad para la misma Petra, que haba visto lo que ella y Dios
y aquellos y otros caminos solitarios saban.
Llegaron a la fuente de MariPepa. Estaba a la sombra de robustos castaos, que
tenan la corteza acribillada de cicatrices en forma de iniciales y algunas expresando
nombres enteros. La orla de lamos que se vea desde lejos serva como de muralla para
hacer el lugar ms escondido y darle sombra a la hora de ponerse el sol; por oriente se
levantaba una loma que daba abrigo al apacible retiro formado por la naturaleza en torno

118

del manantial. Aunque situado en una hondonada, desde all se vea magnfico paisaje,
porque a la parte de occidente otras ondas del terreno que semejaban un oleaje de verdura,
dejaban contemplar los lejanos trminos, y all confundido con la neblina el Corfn, una
montaa que esconda sus crestas en las nubes y caa a pico sobre valles ocultos detrs de
colinas y mo ntes ms prximos. El sol sesgaba el ambiente en que pareca flotar polvo
luminoso, detrs del cual apareca el Corfn con un tinte crdeno.
Ana se sent sobre las races descubiertas de un castao que daba sombra a la
fuente. Contemplaba las laderas de la montaa iluminada como por luces de bengala, y casi
entre sueos oa a su lado el murmullo discreto del manantial y de la corriente que se
precipitaba a refrescar los prados. Sobre las ramas del castao saltaban gorriones y
pinzones que no cerraban el pico y no acababan nunca de cantar formalmente, distrados en
cualquier cosa, inquietos, revoltosos y vanamente grrulos. Hojas secas caan de cuando en
cuando de las ramas al manantial; flotaban dando vueltas con lenta marcha, y, acercndose
al cauce estrecho por donde el agua sala, se deslizaban rpidas, rectas, y desaparecan en
la corriente, donde la superficie tersa se converta en rizada plata. Una nevatilla (en Vetusta
lavandera) picoteaba el suelo y brincaba a los pies de Ana, sin miedo, fiada en la agilidad de
sus alas; daba vueltas, barra el polvo con la cola, se acercaba al agua, beba, de un salto
llegaba al seto, se esconda un momento entre las ramas bajas de la zarzamora, por pura
curiosidad, volva a aparecer, siempre alegre, pizpireta, qued inmvil un instante como si
deliberase; y de repente, como asustada, por aprensin, sin el menor motivo, tendi el
vuelo recto y rpido al principio, ondulante y pausado despus, y se perdi en la atmsfera
que el sol oblicuo tea de prpura. Ana sigui el vuelo de la lavandera con la mirada
mientras pudo. Estos animalitos, pens, sienten, quieren y hasta hacen sus reflexiones...
Ese pajarillo ha tenido una idea de repente; se ha cansado de esta sombra y se ha ido a
buscar luz, calor, espacio. Feliz l! Cansarse es tan natural! Ella misma, la Regenta,
estaba bien cansada de aquella sombra en que haba vivido siempre. Sera algo nuevo, algo
digno de ser amado aquello que el Magistral le haba prometido? Cuando ella le haba dicho
que en la adolescencia haba tenido antojos msticos, y que despus sus tas y todas las
amigas de Vetusta le haban hecho despreciar aquella vanidad piadosa qu haba
contestado el Magistral? Bien se acordaba; le zumbaban todava en los odos aquella voz
dulce que sala en pedazos, como por tamiz, por los cuadradillos de la celosa del
confesonario. Le haba dicho, con unas palabras muy elocuentes, que ella no poda repetir al
pie de la letra, algo parecido a esto: Hija ma, ni aquellos anhelos de usted, buscando a
Dios antes de conocerle, eran acendrada piedad, ni los desdenes con que despus fueron
maltratados tuvieron pizca de prudencia. Pizca haba dicho, estaba ella segura. La
elocuencia del Magistral en el confesonario no era como la que usaba en el plpito; ahora lo
notaba. En el confesonario aprovechaba las palabras familiares que dicen tan bien ciertas
cosas que jams haba visto ella en los libros llenos de retrica. Y le haba puesto una
comparacin: Si usted, hija ma, se baa en un ro, y revolviendo el agua al nadar, por
juego, como solemos hacer, encuentra entre la arena una pepita de oro, pequesima que
no vale una peseta, se creer usted ya millonaria? pensar que aquel descubrimiento la va
a hacer rica? que todo el ro va a venir arrastrando monedas de cinco duros con la carita
del rey y que todo va a ser para usted? Eso sera absurdo. Pero, por esto va a tirar con
desdn la pepita y a seguir jugueteando con el agua, moviendo los brazos y haciendo saltar
la corriente al azotarla con los pies y sin pensar ya nunca ms en aquel poquito de oro que
encontr entre la arena? Estaba muy bien puesta la comparacin. Ella se haba visto con su
traje de bao, sin mangas, braceando en el ro, a la sombra de avellanos y nogales, y en la
orilla estaba el Magistral con su roquete blanqusimo, de rodillas, pidindole, con las manos
juntas, que no arrojase la pepita de oro. La elocuencia era aquello, hablar as, que se viera
lo que se deca. Se haba entusiasmado con aquel fluir de palabras dulces, nuevas, llenas de
una alegra celestial; haba abierto su corazn delante de aquel agujero con varillas
atravesadas. Tambin ella haba dicho muchas palabras que no haba usado en su vida
hablando con los dems. Entonces el Magistral, all dentro, callaba; y cuando ella termin,

119

la voz del confesonario temblaba al decir: Hija ma, esa historia de sus tristezas, de sus
ensueos, de sus aprensiones merece que yo medite mucho. Su alma es noble, y slo
porque en este sitio yo no puedo tributar elogios al penitente, me abstengo de sealar
dnde est el oro y dnde est el lodo... y de hacerle ver que hay ms oro de lo que parece.
Sin embargo, usted est enferma; toda alma que viene aqu est enferma. Yo no s cmo
hay quien hable mal de la confesin; aparte de su carcter de instituci n divina, aun
mirndola como asunto de utilidad humana, no comprende usted, y puede comprender
cualquiera que es necesario este hospital de almas para los enfermos del espritu? El
Magistral haba hablado de las consultas que los peridicos protestantes establecen para
dilucidar casos de conciencia. Las seoras protestantes, que no tienen padre espiritual,
acuden a la prensa. No es esto ridculo? El Provisor haba sonredo con la voz.
Y haba continuado diciendo lo que en sustancia era esto: No deba ella acudir all,
slo a pedir la absolucin de sus pecados; el alma tiene, como el cuerpo, su teraputica y su
higiene; el confesor es mdico higienista; pero as como el enfermo que no toma la medicina
o que oculta su enfermedad, y el sano que no sigue el rgimen que se le indica para
conservar la salud, a s mismos se hacen dao, a s propios se engaan; lo mismo se engaa
y se daa a s propio el pecador que oculta los pecados, o no los confiesa tales como son, o
los examina de prisa y mal, o falta al rgimen espiritual que se le impone. No bastaba una
conferencia para curar un alma, ni acudir con enfermedades viejas y descuidadas era querer
sanar de veras. De todo esto se deduca racionalmente, aparte todo precepto religioso, la
necesidad de confesar a menudo. No se trataba de cumplir con una frmula: confesar no era
eso. Era indispensable escoger con cuidado el confesor, cuando se trataba de ponerse en
cura; pero una vez escogido, era preciso considerarle como lo que era en efecto, padre
espiritual, y hablando fuera de todo sentido religioso, como hermano mayor del alma, con
quien las penas se desahogan y los anhelos se comunican, y las esperanzas se afirman y las
dudas se desvanecen. Si todo esto no lo ordenase nuestra religin, lo mandara el sentido
comn. La religin es toda razn, desde el dogma ms alto hasta el pormenor menos
importante del rito.
Aquella conformidad de la fe y de la razn encantaba a la Regenta. Cmo tena ella
veintisiete aos y jams haba odo esto? No se haba atrevido a preguntrselo al Magistral,
pero tiempo habra.
Un gorrin con un grano de trigo en el pico, se puso enfrente de Ana y se atrevi a
mirarla con insolencia. La dama se acord del Arcipreste, que tena el don de parecerse a los
pjaros.
Era un buen seor Ripamiln; pero qu manera de confesar! Una rutina que nunca
le haba enseado nada. A no ser su matrimonio, nada haba sacado de aquellas
confesiones. Deca el pobre hombre que se saba de memoria los pecados de la Regenta y la
interrumpa siempre con su eterno: 'Bien, bien, adelante: qu ms? adelante... reza tres
Padrenuestros, una Salve y reparte limosnas'. Qu hombre tan raro! Cundo le haba
hablado don Cayetano de si tena ella este o el otro temperamento? Pues el Magistral en
seguida: le haba dicho que era un temperamento especial, que todo esto y ms haba que
tener en cuenta. Esto era completamente nuevo.
Adems, la haba halagado mucho el notar que don Fermn le hablaba como a
persona ilustrada, como a un hombre de letras: le haba citado autores, dando por supuesto
que los conoca, y al usar sin reparo palabras tcnicas se guardaba de explicrselas.
Y qu elevacin! Qu era la virtud? Qu era la santidad? Aquello haba sido lo
mejor. La virtud era la belleza del alma, la pulcritud, la cosa ms fcil para los espritus
nobles y limpios. Para un perezoso enemigo de la ropa limpia y del agua, la pulcritud es un
tormento, un imposible; para una persona decente (as haba dicho), una necesidad de las
ms imperiosas de la vida. La religin no presentaba como una senda ardua la de la virtud,

120

sino para los que viven sumidos en el pecado; pero el hombre nuevo siempre estaba
despierto en nosotros; no haba ms que darle una voz y acuda. La virtud comienza por un
esfuerzo ligero, si bien contrario al hbito adquirido; al da siguiente el esfuerzo era menos
costoso y su eficacia mayor por la velocidad adquirida, por la inercia del bien, esto era
mecnico (as lo haba dicho el seor De Pas). La virtud poda definirse; el equilibrio estable
del alma. Adems, era una alegra; un buen da de sol; rfagas de aire fresco embalsamado;
el alma virtuosa se converta en una pajarera donde gorjeaban alegres los dones del Espritu
Santo animando el corazn en las tristezas de la vida. Aquella melancola de que ella se
quejaba, era nostalgia de la virtud a que llegara, y por la que suspiraba su espritu como
por su patria. La virtud era cuestin de arte, de habilidad. No slo se consegua por el
ayuno, por el ascetismo; ste era un medio muy santo, pero haba otros. En la vida
bulliciosa de nuestras ciudades se puede aspirar tambin a la perfeccin. (En aquel
momento se figuraba la Regenta como una Babilonia aquella Vetusta que le pareciera
siempre tan pequea, tan montona y triste). Ella que haba ledo a San Agustn, no
recordaba que el santo Obispo gustaba de la msica religiosa, no por el deleite de los
sentidos, sino porque elevaba el alma? Pues as todas las artes, as la contemplacin de la
naturaleza, la lectura de las obras histricas, y de las filosficas, siendo puras, podan elevar
el alma y ponerla en el diapasn de la santidad al unsono de la virtud. Por qu no? Ah! y
despus, cuando se llegaba ms arriba, a la seguridad de s mismo, cuando ya no se tema
la tentacin sino con temor prudente, se encontraban edificantes muchos espectculos que
antes eran peligrosos. As, por ejemplo, la lectura de libros prohibidos, veneno para los
dbiles, era purga para los fuertes. Al que llega a cierto grado de fortaleza, la presencia del
mal le edifica a su modo por el contraste. El Magistral no haba dicho si l era tan fuerte
como todo eso, pero ella supona que s. De todas maneras, la virtud y la piedad eran cosas
bien diferentes de lo que le haban enseado sus tas y la devocin vulgar (as la llam para
sus adentros) que haba aprendido como una rutina. S, la religin verdadera se pareca en
definitiva a sus ensueos de adolescente, a sus visiones del monte de Loreto ms que a la
sosa y estpida disciplina que la haban enseado como piedad seria y verdadera. Y cuntas
ms lecciones le haba prometido el Magistral para otro da! Cuntas cosas nuevas iba a
saber y a sentir! Y qu dicha tener un alma hermana, hermana mayor, a quien poder hablar
de tales asuntos, los ms interesantes, los ms altos sin duda!
De la cuestin personal, esto es, de los pecados de Ana, se haba hablado poco; el
Magistral generalizaba en seguida. No tena datos, necesitaba conocer la mujer.
Al recordar esto sinti la Regenta escrpulos. Le haba dado la absolucin y ella no
haba dicho nada de su inclinacin a don lvaro! S, inclinacin. Ahora que consideraba
vencido aquel impulso pecaminoso, quera mirarlo de frente. Era inclinacin. Nada de
disfrazar las faltas. Haba hablado, sin precisar nada, de malos pensamientos, pero le
pareca indecoroso e injusto para con ella misma, hasta grosero, personificar aquellas
tentaciones, decir que se trataba de un solo hombre de tales prendas, y sealar los peligros
que haba. Pero deba haberlo hecho? Tal vez. Sin embargo, no hubiera sido poner en
berlina a don Vctor sin por qu ni para qu, puesto que ella le era fiel de hecho y de
voluntad y se lo sera eternamente? Y con todo, debi haber especificado ms en aquella
parte de la confesin. Estaba bien absuelta? Podra comulgar tranquila al da siguiente?
Eso no, de ningn modo; no comulgara; se quedara en la cama fingiendo una jaqueca; de
tarde ira a reconciliar, y al otro da la comunin. Este era el mejor plan. La resolucin de no
comulgar a la maana siguiente le dio una alegra de nia; era como un da de asueto. Poda
pasar la noche pensando en la religin, en la virtud en general, por aquel sistema nuevo, y
no preocuparse todava con el cuidado de recibir al Seor dignamente. Era una prrroga; un
respiro. Y ya no le pareca impropio dar rienda suelta a su alegra, aquella alegra causada
por fuerzas morales puramente y que tal vez era la alborada del da esplendoroso de la
virtud.

121

Qu feliz sera aquel Magistral, anegado en luz de alegra virtuosa, llena el alma de
pjaros que le cantaban como coros de ngeles dentro del corazn! As l tena aquella
sonrisa eterna, y se paseaba con tanto garbo por el Espoln en medio de perezosos del
alma, de espritus pequeos y... vetustenses. Y qu color de salud!
Vetusta, Vet usta encerraba aquel tesoro! Cmo no sera Obispo el Magistral?
Quin sabe! Por qu era ella, aunque digna de otro mundo, nada ms que una seora ex
regenta de Vetusta? El lugar de la escena era lo de menos; la variedad, la hermosura estaba
en las almas. Ese pajarillo no tiene alma y vuela con alas de pluma, yo tengo espritu y
volar con las alas invisibles del corazn, cruzando el ambiente puro, radiante de la virtud.
Se estremeci de fro. Volvi a la realidad. Todo qued en la sombra. El sol ocultaba
entre nubes pardas y espesas, detrs de la cortina de lamos, el ltimo pedazo de su lumbre
que se le haba quedado atrs, como un trapillo de prpura. La sombra y el fro fueron
repentinos. Un coro estridente de ranas despidi al sol desde un charco del prado vecino.
Pareca un himno de salvajes paganos a las tinieblas que se acercaban por oriente. La
Regenta record las carracas de Semana Santa, cuando se apaga la luz del ngulo
misterioso y se rompen las cataratas del entusiasmo infantil con estrpito horrsono.
Petra! Petra! grit.
Estaba sola. A dnde haba ido su doncella?
Un sapo en cuclillas miraba a la Regenta encaramado en una raz gruesa, que sala de
la tierra como una garra. Lo tena a un palmo de su vestido. Ana dio un grito, tuvo mi edo.
Se le figur que aquel sapo haba estado oyndola pensar y se burlaba de sus ilusiones.
Petra! Petra!
La doncella no responda. El sapo la miraba con una impertinencia que le daba asco y
un pavor tonto.
Lleg Petra. Vena sudando, muy encarnada, con la respiracin fatigosa. Le caan
hasta los ojos rizos dorados y menudos. Como haba visto tan ensimismada a la seora, se
haba llegado al molino de su primo Antonio que estaba all cerca, a un tiro de fusil.
Ana le fij los ojos con los suyos, pero ella desafi aquella mirada de inquisidor. Su
primo Antonio, el molinero, estaba enamorado de la doncella; el ama lo saba. Petra
pensaba casarse con l, pero ms adelante, cuando fuera ms rico y ella ms vieja. De vez
en cuando iba a verle para que no se apagase aquel fuego con que ella contaba para
calentarse en la vejez. Miraba el molino como una caja de ahorros donde ella iba
depositando sus economas de amor. Ana sin saber por qu, sinti un poco de ira. Cmo
seran aquellos amores de Petra y el mo linero? Qu le importaba a ella?... Pero la manera
de mirar a Petra, estudiando los pormenores de su traje, algo descompuesto, la fatiga que
no poda ocultar, el sudor, el color de sus mejillas, revelaba una curiosidad que quera
ocultar en vano la Regenta. Qu haba hecho en el molino aquella mujer? Este
pensamiento balad, obsesin estpida que era casi un dolor, absorba toda la atencin de
Ana, a su pesar.
Vamos, vamos, que es tarde.
S, seora; es tarde. Entraremos en casa cuando ya estn encendidos los faroles.
No, no tanto.
Ya ver usted.
Si no te hubieras detenido en la fragua de tu primo...
Qu fragua? Es un molino, seora.

122

A Petra le supo a malicia lo que era una equivocacin.


Cuando llegaban a las primeras casas de Vetusta, obscureca. La luz amarillenta del
gas brillaba de trecho en trecho, cerca de las ramas polvorientas de las raquticas acacias
que adornaban el boulevard, nombre popular de la calle por donde entraban en el pueblo.
Cmo me has trado por aqu?
Qu importa?
Petra se encogi de hombros. En vez de subir por la calle del guila haban dado un
rodeo y entraban por una de las pocas calles nuevas de Vetusta, de casas de tres pisos,
iguales, cargadas de galeras con cristales de colores chillones y discordantes. La acera de
tres metros de anchura, una acera hiperblica para Vetusta, estaba orlada por una fila de
faroles en columna, de hierro pintado de verde, y por otra fila de rboles, prisioneros en
estrecha caja de madera, verde tambin. Por esto se llamaba El boulevard, o lo que era en
rigor, Calle del Triunfo de 1836. Al anochecer, hora en que dejaban el trabajo los obreros, se
converta aquella acera en paseo donde era difcil andar sin pararse a cada tres pasos.
Costureras, chalequeras, planchadoras, ribeteadoras, cigarreras, fosforeras, y armeros,
zapateros, sastres, carpinteros y hasta albailes y canteros, sin contar otras muchas clases
de industriales, se daban cita bajo las acacias del Triunfo y paseaban all una hora,
arrastrando los pies sobre las piedras con estridente sonsonete.
Haba comenzado aquel paseo aos atrs como una especie de parodia; imitaban las
muchachas del pueblo los modales, la voz, las conversaciones de las seoritas, y los obreros
jvenes se fingan caballeros, cogidos del brazo y paseando con afectada jactancia. Poco a
poco la broma se convirti en costumbre y merced a ella la ciudad solitaria, triste de da, se
animaba al comenzar la noche, con una alegra exaltada, que pareca una excitacin
nerviosa de toda la pobretera, como decan los tertulios de Vegallana. Era la fuerza de los
talleres que sala al aire libre; los msculos se movan por su cuenta, a su gusto, libres de la
monotona de la faena rutinaria. Cada cual, adems, sin darse cuenta de ello, estaba
satisfecho de haber hecho algo til, de haber trabajado. Las muchachas rean sin motivo, se
pellizcaban, tropezaban unas con otras, se amontonaban, y al pasar los grupos de obreros
creca la algazara; haba golpes en la espalda, carcajadas de malicia, gritos de mentida
indignacin, de falso pudor, no por hipocresa, sino como si se tratara de un paso de
comedia. Los remilgos eran fingidos, pero el que se propasaba se expona a salir con las
mejillas ardiendo. Las virtudes que haba all saban defenderse a bofetadas. En general, se
mova aquella multitud con cierto orden. Se paseaba en filas de ida y vuelta. Algunos
seoritos se mezclaban con los grupos de obreros. A ellas les sola parecer bien un piropo de
un estudiante o de un hortera; pero la indignacin fingida era mayor cuando un levita se
propasaba y siempre acompaaba a la protesta del pudor el sarcasmo. Aquellas jvenes,
que no siempre estaban seguras de cenar al volver a casa, insultaban al transente que las
llamaba hermosas, suponiendo que el futraque tena carpanta, o sea hambre. A lo sumo
concedan que comera caamones. Los expertos no se aturdan por estos improperios
convencionales, que eran all el buen tono; insistan y acababan por sacar tajada, si la haba.
La virtud y el vicio se codeaban sin escrpulo, iguales por el traje, que era bastante
descuidado. Aunque haba algunas jvenes limpias, de aquel montn de hijas del trabajo
que hace sudar, sala un olor picante, que los habituales transentes ni siquiera notaban,
pero que era moleslo, triste; un olor de miseria perezosa, abandonada. Aquel perfume de
harapo lo respiraban muchas mujeres hermosas, unas fuertes, esbeltas, otras delicadas,
dulces, pero todas mal vestidas, mal lavadas las ms, mal peinadas algunas. El estrpito era
infernal; todos hablaban a gritos, todos rean, unos silbaban, otros cantaban. Nias de
catorce aos, con rostro de ngel, oan sin turbarse blasfemias y obscenidades que a veces
las hacan rer como locas. Todos eran jvenes. El trabajador viejo no tiene esa alegra.
Entre los hombres acaso ninguno haba de treinta aos. El obrero pronto se hace taciturno,
pronto pierde la alegra expansiva, sin causa. Hay pocos viejos verdes entre los proletarios.

123

Ana se vio envuelta, sin pensarlo, por aquella multitud. No se poda salir de la ac era.
Haba mucho lodo y pasaban carros y coches sin cesar; era la hora del correo y aqul el
camino de la estacin.
Los grupos se abran para dejar paso a la Regenta. Los mozalbetes ms osados
acercaban a ella el rostro con cierta insolencia, pero la belleza bondadosa de aquella cara de
Mara Santsima les impona admiracin y respeto.
Las chalequeras no murmuraban ni rean al pasar Ana.
Es la Regenta!
Qu guapa es!
Esto decan ellas y ellos. Era una alabanza espontnea, desinteresada.
Ol, salero! Viva tu mare! se atrevi a gritar un andaluz con acento gallego.
Su entusiasmo
respetuoso.

le

cost

una galleta un coscorrn de un su amigo, ms

So bruto, mira que es la Regenta!


Era popular su hermosura.
A Petra tambin le decan los pollastres que era un arcngel; iba contenta. Ana
sonrea y aceleraba el paso.
Dnde nos hemos metido...
Qu importa? Ya ve usted que no se la comen.
Muchas seoritas podran aprender crianza de estos pelagatos.
Alguna otra vez haba pasado la Regenta por all a tales horas, pero en esta ocasin,
con una especie de doble vista, crea ver, sentir all, en aquel montn de ropa sucia, en el
mismo olor picante de la chusma, en la algazara de aquellas turbas, una forma de placer del
amor; del amor que era por lo visto una necesidad universal. Tambin haba cuchicheos
secretos, al odo, entre aquel estrpito; rostros lnguidos, ceos de enamorados celosos,
miradas como rayos de pasin... Entre aquel cinismo aparente de los dilogos, de los roces
bruscos, de los tropezones insolentes, de la brutalidad jactanciosa, haba flores delicadas,
verdadero pudor, ilusiones puras, ensueos amorosos que vivan all sin conciencia de los
miasmas de la miseria.
Ana particip un momento de aquella voluptuosidad andrajosa. Pens en s misma,
en su vida consagrada al sacrificio, a una prohibicin absoluta del placer, y se tuvo esa
lstima profunda del egosmo excitado ante las propias desdichas. Yo soy ms pobre que
todas stas. Mi criada tiene a su molinero que le dice al odo palabras que le encienden el
rostro; aqu oigo carcajadas del placer que causan emociones para m desconocidas...
En aquel momento tuvieron que detenerse entre la multitud. Haba un drama en la
acera. Un joven alto, de pelo negro y rizoso, muy moreno, vestido con blusa azul, gritaba:
La mato! la mato! Dejadme, que quiero matarla.
Sus compaeros le sujetaban; queran llevrsela. El mozo echaba fuego por los ojos.
Qu es eso? pregunt Petra.
Nada dijo uno celucos.
S grit una joven pero si ella se descuida, la ahoga.
Bien merecido lo tiene; es una tal.

124

El joven de la blusa azul sali del paseo, a viva fuerza, casi arrastrado por sus
amigos. Al pasar junto a la Regenta la mir cara a cara, distrado, pensando en su
venganza; pero ella sinti aquellos ojos en los suyos como un contacto violento. Eran los
celucos! As miraban los celos! Era una belleza infernal, sin duda, la de aquellos ojos, pero
qu fuerte, qu humana!
Dejaron ama y criada por fin el boulevard y entraron en la calle del Comercio. De las
tiendas salan haces de luz que llegaban al arroyo iluminando las piedras hmedas cubiertas
de lodo. Delante del escaparate de una confitera nueva, la ms lujosa de Vetusta, un grupo
de pillos de ocho a doce aos discutan la calidad y el nombre de aquellas golosinas que no
eran para ellos, y cuyas excelencias slo podan apreciar por conjeturas.
El ms pequeo lama el cristal con xtasis delicioso, con los ojos cerrados.
Esa se llama pitisa dijo uno en tono dogmtico.
Ay qu farol! si eso es un pionono; si sabr yo...
Tambin aquella escena enterneci a la Regenta. Siempre senta apretada la
garganta y lgrimas en los ojos cuando vea a los nios pobres admirar los dulces o los
juguetes de los escaparates. No eran para ellos; esto le pareca la ms terrible crueldad de
la injusticia. Pero, adems, ahora aquellos granujas discutiendo el nombre de lo que no
haban de comer, se le antojaban compaeros de desgracia, hermanitos suyos, sin saber por
qu. Quiso llegar pronto a casa. Aquel enternecerse por todo la asustaba. Tema el ataque,
estaba muy nerviosa.
Corre, Petra, corre dijo con voz muy dbil.
Espere usted, seora... all... parece que nos hacen sea... s, a nosotras es. Ah,
son ellos, s...
Quin?
El seorito Paco y don lvaro.
Petra not que su ama temblaba un poco y palideca.
Dnde estn? A ver si podemos, antes que...
Ya no podan escapar. Don lvaro y Paco estaban delante de ellas. El Marquesito las
detuvo haciendo una cortesa exagerada, que era una de sus maneras de hacer esprit, como
deca ya el mismo Ronzal. Mesa salud muy formalmente.
De la confitera nueva salan chorros de gas que deslumbraban a los vetustenses, no
acostumbrados a tales despilfarros de gas. Don lvaro vea a la Regenta envuelta en aquella
claridad de batera de teatro y not en la primer mirada que no era ya la mujer distrada de
aquella tarde. Sin saber por qu, le haba desanimado la mirada plcida, franca, tranquila de
poco antes, y sin mayor fundamento, la de ahora, tmida, rpida, miedosa, le pareci una
esperanza ms, la sumisin de Ana, el triunfo. No sera tanto, pero l se alegraba de verse
animado. Sin fe en s mismo no dara un paso. Y haba que dar muchos y pronto.
En Vetusta llueve casi todo el ao, y los pocos das buenos se aprovechan para
respirar el aire libre. Pero los paseos no estn concurridos ms que los das de fiesta. Las
seoritas pobres, que son las ms, no se resignan a ensear el mismo vestido una tarde y
otra, y siempre. De noche es otra cosa; se sale de trapillo, se recorre la parte nueva, la calle
del Comercio, la plaza del Pan, que tiene soportales, aunque muy estrechos, el boulevard un
poco ms tarde, cuando ya est durmiendo la chusma. Y el pretexto es comprar algo. En
una casa hacen falta tantas cosas! Se entra en las tiendas, pero se compra poco. La calle del
Comercio es el ncleo de estos paseos nocturnos y algo disimulados. Los caballeros van y
vienen por la ancha acera y miran con mayor o menor descaro a las damas sentadas junto

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al mostrador. Con un ojo en las novedades de la estacin y con otro en la calle, regatean los
precios, y cazan lisonjas y seas al vuelo. Los mancebos son casi todos catalanes; pero
pronuncian el castellano con suficiente correccin. Son amables, guapos casi todos. Los ms
tienen la barba cortada a lo Jesucristo. Muchos ojos negros almibarados y rosas en las
mejillas. Inclinan la cabeza con una languidez entre romntica y cachazuda; aquello lo
mismo puede significar: Seorita, abrigo una pasin secreta, que... Seorita, ni la
paciencia de Job... pero tendr paciencia.
Oh, le estoy cansando a usted! dice Visitacin a un rubio con cuello marinero, a
quien ha hecho ya cargar con cincuenta piezas de percal.
Ah, no seora! Es mi obligacin... y adems lo hago con la mejor voluntad... El
mancebo ha de ser incansable, para eso est all.
Visitacin siempre tiene que hacer un mandiln para la criada, pero no se decide
nunca. Otras noches es ella la que est desnuda.
Me va a coger el invierno sin un hilo sobre mi cuerpo.
El mancebo sonre con amabilidad, figurndose de buen grado a la dama delgada,
pero de buenas formas, tiritando en camisa bajo los rigores de una nevada...
No sea usted malo! No sea usted tan material! responde ella, turbndose
como una nia aturdida que sospecha haber sido indiscreta, y clava en el mancebo los ojos
risueos, arrugaditos, que Visitacin cree que echan chispas. El cataln finge que se deja
seducir por aquellos ojos y en cada vara rebaja un perro chico.
Visitacin triunfa. Pero no sabe que el mismo percal se lo vendi a Obdulia rebajando
un perro grande, y con una ganancia superior a la que poda esperar el mancebo sonriente y
con barba de judo.
Las bellas vetustenses, como dice el gacetillero de El Lbaro, no saben salir de las
tiendas de modas. Lo ven todo, lo revuelven todo, y les queda tiempo para marear a los
horteras y tomar varas al sesgo (frase de Orgaz) de los seoritos que pasean por la acera
disputando en voz alta para anunciar su presencia. Domina all una alegra bulliciosa, la
alegra sin motivo que es la ms expansiva y contentadiza. Quin lo dira? No slo el
elemento joven de ambos sexos (de El Lbaro) sino las personas formales; magistrados,
catedrticos, autoridades, abogados, hasta clrigos, estn deseando todo el da, sin darse
cuenta, la hora de las tiendas, los das que hace bueno y pueden las damas
decorosamente coger la mantilla y echarse a la calle. Es aqulla una hora de cita que, sin
saberlo ellos mismos, se dan los vetustenses para satisfacer la necesidad de verse y
codearse, y or ruido humano. Es de notar que los vetustenses se aman y se aborrecen; se
necesitan y se desprecian. Uno por uno el vetustense maldice de sus conciudadanos, pero
defiende el carcter del pueblo en masa, y si le sacan de all suspira por volver. En el paseo
de la noche, que viene a ser subrepticio, a lo menos as lo llama don Saturnino, hay adems
el atractivo que le presta la fantasa. El gas no es para prodigado por un Ayuntamiento lleno
de deudas, y un farol aqu, otro a cincuenta pasos (si no hace luna; en las noches
romnticas no hay gas) no deslumbran ni quitan a la noche su misterio. Se ve lo que no hay.
Cada cual, segn su imaginacin, atribuye a los que pasan la figura que quiere.
Parecen otras las chicas dicen los pollos.
Los vetustenses gozan la ilusin de creerse en otra parte sin salir de su pueblo. Todo
se vuelve caras nuevas, que despus no son nuevas.
Quin son sas? Y resulta que son las de Mnguez, es decir, las eternas Mnguez,
las de ayer, las de antes de ayer, las de siempre. Pero mientras la ilusin dura!... En los
pueblos donde pocas veces se tienen espectculos gratuitos lo es y ms interesante el de

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contemplarse mutuamente. Un paseo, cogido por los cabellos, es un placer delicado, intenso
que gozan con delicia inefable las masas proletarias de la honrada clase media espaola.
Hay estudiante que se acuesta satisfecho con media docena de miradas recogidas ac
y all, en sus idas y venidas por el Espoln o por la calle del Comercio; y nia casadera que
tiene para ocho das con una flor amorosa que fingi desdear por impertinente y que
saborea a sus solas, mientras borda unas zapatillas durante siete das mortales, detrs del
cristal que azota la lluvia incansable. As se explica aquel entrar y salir en los comercios,
aquel rer por cualquier cosa, aquel encontrar gracia en cada frase de un hortera, en la
diablura de un estudiante que mete la cabeza por un escaparate abierto. Todo es
movimiento, risa, algazara. Este pueblo es el mismo que asiste silencioso, grave, estirado a
los paseos de solemnidad, y compungido, cabizbajo, lleno de uncin (de El Lbaro), a los
sermones, a las novenas, a los oficios de Semana Santa y hasta al miserere.
Ana crea ver en cada rostro la llama de la poesa. Las vetustenses le parecan ms
guapas, ms elegantes, ms seductoras que otros das: y en los hombres vea aire
distinguido, ademanes resueltos, corte romntico; con la imaginacin iba juntando por
parejas a hombres y mujeres segn pasaban, y ya se le antojaba que viva en una ciudad
donde criadas, costureras y seoritas, amaban y eran amadas por molineros, obreros,
estudiantes y militares de la reserva.
Slo ella no tena amor; ella y los nios pobres que laman los cristales de las
confiteras eran los desheredados. Una ola de rebelda se mova en su sangre, camino del
cerebro. Tema otra vez el ataque.
Qu era aquello, Seor, qu era aquello? Por qu en da semejante, cuando su
espritu acababa de entrar en vida nueva, vida de vctima, pero no de sacrificio estril, sin
testigos, sino acompaado por la voz animadora de un alma hermana; por qu en ocasin
tan importuna se presentaba aquel afn de sus entraas, que ella crea cosa de los nervios,
a mortificarla, a gritar guerra! dentro de la cabeza, y a volver lo de arriba abajo? No haba
estado en la fuente de MariPepa entregada a la esperanza de la virtud? No se abran
nuevos horizontes a su alma? No iba a vivir para algo en adelante? Oh! quin le hubiera
puesto al seor Magistral all! Su mano tropez con la de un hombre. Sinti un calor dulce y
un contacto pegajoso. No era el Magistral. Era don lvaro, que vena a su lado hablando de
cualquier cosa. Ella apenas le oa, ni quera atribuir a su presencia aquel cambio de
temperatura moral, que lamentaba para sus adentros, en tanto que vea a las jvenes y a
las jamonas vetustenses coquetear en la acera, y en las tiendas deslumbrantes de gas.
Don lvaro opinaba lo contrario, que bastaba su presencia y su contacto para
adelantar los acontecimientos. Para tener idea de lo que Mesa pensaba del prestigio de su
fsico, hay que figurarse una mquina elctrica con conciencia de que puede echar chispas.
l se crea una mquina elctrica de amor. La cuestin era que la mquina estuviese
preparada. Era fatuo hasta ese extremo, pero dgase en su abono que nadie lo saba, y que
poda citar numerosos hechos que acreditaban el motivo de aquella vanidad monstruosa. Se
crea hombre de talento l era principalmente un poltico; confiaba en su experiencia
de hombre de mundo, y en su arte de Tenorio, pero humildemente se declaraba a s mismo
que todo esto no era nada comparado con el prestigio de su belleza corporal. Para
seducir a mujeres gastadas, ahtas de amor, mimosas, de gustos estragados, tal vez no
basta la figura, ni es lo principal siquiera; pero las vrgenes honradas (conoca l otra clase)
y las casadas honestas se rinden al buen mozo.
No conozco seductores corcovados ni enanos deca, encogindose de hombros,
las pocas veces que con sus amigos ntimos hablaba de estas cosas: sola ser despus de
cenar fuerte. Se me habla de extravos del gusto? Eso es lo excepcional. Pero nadie
querr ser en el amor lo que es el asaftida en los olores; y sin embargo, las damas
romanas de la decadencia...

127

Paco Vegallana acuda entonces con el testimonio de las lecturas tcnico


escandalosas. Describa todas las aberraciones de la lubricidad femenil en lo antiguo, en la
Edadmedia y en los tiempos modernos. No haba nada nuevo. Lo mismo que hacen las
parisienses ms pervertidas, lo saban y hacan las meretrices de Babilonia y de Cerbatana.
Paco padeca distracciones cada vez que se remontaba a la historia antigua. Esta
Cerbatana era Ecbtana, pero l la llamaba as por equivocacin indudablemente. Ya saba a
qu ciudad se refera. Era una que tena muchas murallas de colores diferentes. Lo haba
ledo en la Historia de la prostitucin; en la de Dufour no, en otra que conoca tambin. Era
un sabio.
Yo he ledo aada don lvaro en casos tales que ha habido princesas y reinas
encaprichadas y metidas con monos, as como suena, monos.
S seor acuda Paco a decir lo afirma Vctor Hugo en una novela que en francs
se llama El hombre que re y en espaol De orden del rey.
Pero fuera de eso, que es lo excepcional continuaba Mesa diciendo hay que
desengaarse, lo que buscan las mujeres es un buen fsico.
Eso creo yo sola afirmar Ronzal la mujer es as urbicesorbi (en todas partes, en
el latn de Trabuco).
Adems, don lvaro era profundamente materialista y esto no lo confesaba a nadie.
Como en l lo principal era el poltico, transiga con la religin de los mayores de Paco y se
rea de la separacin de la Iglesia y el Estado. Es ms, le pareca de mal tono llevar la
contraria a los catlicos de buena fe. En Pars haba aprendido ya en 1867, cuando fue a la
exposicin, que lo chic era el creer como el carbonero. Sport y catolicismo, esto era la moda
que continuaba imperando. Pero es claro que lo de creer era decir que se crea. l no tena
fe alguna, ni bendita la falta, a no ser cuando le entraba el miedo de la muerte. Cuando
caa enfermo y se encontraba en la fonda solo, abandonado de todo cario verdadero,
entonces senta sinceramente, a pesar de haber corrido tanto, no ser un cristiano sincero.
Pero sanaba y deca: Bah! todo eso es efecto de la debilidad. Sin embargo, bueno era
ilustrarse, fundar en algo aquel materialismo que tan bien casaba con sus dems ideas
respecto del mundo y la manera de explotarlo. Haba pedido a un amigo libros que le
probasen el materialismo en pocas palabras. Empez por aprender que ya no haba tal
metafsica, idea que le pareci excelente, porque evitaba muchos rompecabezas. Ley
Fuerza y materia de Buchner y algunos libros de Flammarion, pero stos le disgustaron;
hablaban mal de la Iglesia y bien del cielo, de Dios, del alma... y precisamente l quera
todo lo contrario. Flammarion no era chic . Tambin ley a Moleschott y a Wirchow y a Wogt
traducidos, cubiertos con papel de color de azafrn. No entendi mucho pero se iba al
grano: todo era masa gris; corriente, lo que l quera. Lo principal era que no hubiese
infierno. Tambin ley en francs el poema de Lucrecio De rerum natura; lleg hasta la
mitad. Deca bien el poeta, pero aquello era muy largo. Ya no vea ms que tomos, y su
buena figura era un feliz conjunto de molculas en forma de gancho para prender a todas
las mujeres bonitas que se le pusieran delante. As estaba por dentro Mesa en punto a
creencias, pero a estos subterrneos no haba llegado el mismo Paco, que era buen catlico,
segn Mesa. Aquello era para l solo, mientras estaba en Vetusta. En sus viajes a Pars
sacaba el fondo del bal y el fondo del materialismo. A sus queridas, cuando no eran
demasiado beatas y estaban muy enamoradas, procuraba imbuirlas en sus ideas acerca del
tomo y la fuerza. El materialismo de Mesa era fcil de entender. Lo explicaba en dos
conferencias. Cuando la mujer se convenca de que no haba metafsica, le iba mucho mejor
a don lvaro.
Al recordar una hembra de las convertidas al epicuresmo sola decir don lvaro con
una llama en los ojos muy abiertos:

128

Qu mujer aqulla! Y suspiraba. Aquella mujer nunca haba sido una


vetustense. Las vetustenses tampoco crean en la metafsica, no saban de ella, pero no
pasaban por ciert as cosas.
Don lvaro iba al lado de Ana convencido de que su presencia bastaba para producir
efectos deletreos en aquella virtud en que l mismo crea. Las palabras eran por entonces,
y sin perjuicio, lo de menos. l tambin sola hablar con elocuencia, al alma vaya! pero en
otras circunstancias; ms adelante.
Paco iba detrs sin desdear la conversacin de Petra, que se mirlaba hablando con
el Marquesito. En materia de amor la criada no crea en las clases y conceba muy bien que
un noble se encaprichara y se casase con ella verbigracia. No deca que don Paquito
estuviera en tal caso, ni mucho menos; pero le alababa el pelo de oro y la blancura del cutis,
y por algo se empieza.
Debe de aburrirse usted mucho en Vetusta, Ana deca don lvaro.
Buscaba en vano manera natural de llevar la conversacin a un punto por lo menos
anlogo al que pensaba tratar muy por largo, llegada la ocasin oportuna.
S, a veces me aburro. Llueve tanto!
Y aunque no llueva. Usted no va a ninguna parte.
Ser que usted no se fija en m; bastante salgo.
Estas palabras, apenas dichas, le parecieron imprudentes. Era ella quien las haba
pronunciado? As hablaba Obdulia con los hombres; pero ella, Ana!
Don lvaro se vio en un apuro. Qu pretenda aquella seora? Provocar una
conversacin para aludir a lo que haba entre ellos, que en rigor no era nada que mereciese
comentarios? Deba l extraar aquella inadvertencia de Ana? Que no se fijaba en ella!
Era coquetera vulgar o algo ms alambicado que l no se explicaba? Quera dar por nulo
todo lo que ambos saban, las citas, sin citarse, en tal iglesia, en el teatro, en el paseo?
Quera negar valor a las miradas fijas, intensas, que a veces le otorgaba como favor
celestial que no debe prodigarse?
El primer impulso de Ana haba sido inconsciente.
Haba hablado como quien repite una frase hecha, sin sentido; pero despus pens
que aquella respuesta poda servir para desanimar a Mesa dndole a entender que ella no
haba entrado en aquel pacto de sordomudos. Pero esto mismo era inoportuno. Era
demasiado negar, era negar la evidencia.
Don lvaro tema aventurar mucho aquella noche, y crey lo menos ridculo hacerse
el interesante, segn el estilo que empleaban los vetustenses para tales materias. Y dijo
con el tono de una galantera vulgar, obligada:
Seora, usted donde quiera tiene que llamar la atencin, aun del ms distrado.
Y como esto le pareci cursi y algo anfibolgico, aadi algunas palabras, no menos
vulgares y fras.
No comprenda l todava que aquello de hacerse el interesante, si hubiera sido
ridculo tratndose de otras mujeres, era la mejor arma contra la Regenta. Ana lo olvid
todo de repente para pensar en el dolor que sinti al or aquellas palabras. Si habr yo
visto visiones? Si jams este hombre me habr mirado con amor; si aquel verle en todas
partes sera casualidad; si sus ojos estaran distrados al fijarse en m? Aquellas tristezas,
aquellos arranques mal disimulados de impaciencia, de despecho, que yo observaba con el
rabillo del ojo ay! s, esto era lo cierto, con el rabillo! seran ilusiones mas, nada ms
que ilusiones? Pero si no poda ser! Y senta sudores y escalofros al imaginarlo. Nunca,

129

nunca accedera ella a satisfacer las ansias que aquellas miradas le revelaban con muda
elocuencia; sera virtuosa siempre, consumara el sacrificio, su don Vctor y nada ms, es
decir, nada; pero la nada era su dote de amor. Mas renunciar a la tentacin misma! Esto
era demasiado. La tentacin era suya, su nico placer. Bastante haca con no dejarse
vencer, pero quera dejarse tentar!
La idea de que Mesa nada esperaba de ella, ni nada solicitaba, le pareca un agujero
negro abierto en su corazn que se iba llenando de vaco. No, no; la tentacin era suya,
su placer el nico! Qu hara si no luchaba? Y ms, ms todava, pensaba sin poder
remediarlo, ella no deba, no poda querer; pero ser querida por qu no? Oh de qu
manera tan terrible acababa aquel da que haba tenido por feliz, aquel da en que se
presentaba un compaero del alma, el Magistral, el confesor que le deca que era tan fcil la
virtud! S, era fcil, bien lo saba ella, pero si le quitaban la tentacin no tendra mrito,
sera prosa pura, una cosa vetustense, lo que ella ms aborreca...
Don lvaro, que si no era tan buen poltico como se figuraba, de diplomacia del
galanteo entenda un poco, comprendi pronto que, sin saber cmo, haba acertado.
En la voz de la Regenta, en el desconcierto
efecto la sequedad de la vulgarsima galantera.
maana va a comulgar! Qu mujer es sta?
materialista en sus adentros al mirarla a su lado
mejillas.

de sus palabras, not que le haba hecho


Esperaba ya una declaracin? Pero si
Una hermossima mujer! aadi el
con llamas en los ojos y carmn en las

Haban llegado al portal del casern de los Ozores, y se detuvieron. El farol dorado
que penda del techo alumbraba apenas el ancho zagun. Estaban casi a obscuras. Haca
algunos minutos que callaban.
Y Petra? Y Paco? pregunt la Regenta alarmada.
Ah vienen, ahora dan vuelta a la esquina.
Anita senta seca la boca; para hablar necesitaba humedecer con la lengua los labios.
Lo vio Mesa que adoraba este gesto de la Regenta, y sin poder contenerse, fuera de su
plan, natura naturans, exclam:
Qu monsima! qu monsima!
Pero lo dijo con voz ronca, sin conciencia de que hablaba, muy bajo, sin alarde de
atrevimiento. Fue una fuga de pasin, que por lo mismo importaba ms que una flor
inspida, y no era una desfachatez. Poda tomarse por una declaracin, por una brutalidad de
la naturaleza excitada, por todo, menos por una osada impertinente, imposible en el ms
cumplido caballero.
Ana fingi no or, pero sus ojos la delataron, y brillando en la sombra, buscando a
don lvaro que haba retrocedido un paso en la obscuridad, le pagaron con creces las
delicias que aquellas palabras dejaron caer como lluvia benfica en el alma de la Regenta.
Es ma pens don lvaro con deleite superior al que l mismo esperaba en el da
del triunfo.
Quieren ustedes subir a descansar? pregunt la dama a los caballeros, al ver
llegar a Paco.
No, gracias. Yo volver luego con mam a buscarte.
A buscarme?
S; no te lo ha dicho ese? Hoy vas al teatro con nosotros. Hay estreno; es decir,
un estreno de don Pedro Caldern de la Barca, el dolo de tu marido. No sabes? Ha venido
un actor de Madrid, Perales, muy amigo mo, que imita a Calvo muy bien. Hoy hacen La Vida

130

es Sueo... No faltaba ms! Tienes que venir. Una solemnidad! Mam se empea. Espera
vestida.
Pero, criatura, si maana tengo que comulgar...
Eso qu importa?
Vaya si importa!
Lo dejas para otro da. En fin, ya arreglars eso con mam; porque ella viene a
buscarte.
Y sin atender a ms, sali del portal el aturdido Marquesito.
Petra ya estaba dentro, en el patio, haciendo como que no oa. Ya saba a qu
atenerse; era aqul. Por lo menos aqul era uno. El Marquesito la haba entretenido a ella
para dejar solos a los otros. Se le conoca en que estaba tan fro. No le haba dado ni un mal
abrazo en lo obscuro. Escuch. Oy que don lvaro se despeda con una voz temblona y
muy humilde.
Ir usted al teatro?
No, de fijo no contest la Regenta, cerrando detrs de s la puerta y entrando en
el patio.

X
A las ocho en punto, la berlina de la Marquesa vena arrancando chispas por las mal
empedradas calles de la Encimada; llegaba a la Plaza Nueva y se detena delante del casern
arrinconado.
La Marquesa, de azul y oro, luciendo asomos de encantos que fueron, hoy mustios
collados, con las canas teidas de negro y el tinte empolvado de blanco, entraba en el
comedor de la Regenta abriendo puertas con estrpito.
Cmo? qu es esto? no te has vestido?
Qu terca! exclam Paquito, que acompaaba a su madre.
Don Vctor inclin la cabeza y encogi los hombros, dando a entender que no era
responsable de aquella terquedad.
l, s, estaba dispuesto. En efecto, se abrochaba los guantes y luca su levita de
tricot muy ajustada.
Ana sonri a la Marquesa.
Pero, seora, si es una locura. Por qu se ha molestado usted?
Cmo locura? Ahora mismo te vas a vestir. Pues ya que me he molestado, como
t dices, no ser en vano. Ea! arriba; o aqu mismo, delante de estos seores te peino, te
calzo y te visto.
Eso es dijo Paco te vestimos, te peinamos...
Don Vctor inst tambin.
La vida es sueo, hija ma, es el portento de los portentos del teatro... Es un drama
simblico... filosfico.
S, ya s, Quintanar...

131

Y Perales, que lo dice tan bien, mi amigo Perales.


Y que habr tanta gente aadi la Marquesa.
Por Dios, seora: con mil amores, si no fuera... No voy otras veces? Pero si
maana tengo que comulgar!
Ta, ta, ta, ta! Y qu tiene eso que ver? Lo sabe la gente? Vas t al teatro a
pecar?
El arte es una religin! advirti don Vctor consultando el reloj, temeroso de
perder lo de
Hipgrifo violento
que corriste parejas con el viento.
Despus supo que esto lo supriman. Qu escndalo!
Pero, nia prosigui demasiado nos honra la Marquesa.
Qu honra ni qu calabazas?... pero ha de venir.
No seora; es intil insistir.
Disputaron mucho tiempo; pero al fin doa Rufina, que tambin quera ver empezar,
cedi y se llev a don Vctor, que hizo algunos remilgos.
Ya que ella es tan terca, me quedar yo tambin.
No faltaba ms! exclam la Regent a asustada. No vas otras noches?
Don Vctor insisti otro poco en quedarse, en perder aquel drama de dramas.
Pero al fin Ana se vio sola en el comedor, cerca de aquella chimenea de campana,
churrigueresca, exuberante de relieves de yeso, pintada con colores de lagarto; la chimenea,
al amor de cuya lumbre leyera en otros das tantos folletines la seorita doa Anunciacin
Ozores, que en paz descansa. Ahora no haba all fuego; la hornilla, descubierta, era un
agujero de tristeza.
Petra recogi el servicio del caf. Andaba perezosa. Entr y sali muchas veces. El
ama no la vea siquiera, miraba, sin mover los prpados, a la hornilla negra y fra. La
doncella se coma con los ojos a la seora. No va al teatro! Aqu pasa algo. Estorbar?
Me necesitar?
Querr algo la seora? pregunt.
Sobresaltada la Regenta, respondi:
Yo?... qu?... Nada; vete.
Despus de todo, era una tontera haber dado aquel desaire a la Marquesa, estando
decidida a no comulgar al da siguiente. Pero, y por qu no haba de comulgar? Era ella
una beata con escrpulos necios? Qu tena que echarse en cara? En qu haba faltado?
Todo Vetusta en aquel momento estaba gozando entre ruido, luz, msica, alegra; y ella
sola, sola, all en aquel comedor obscuro, triste, fro, lleno de recuerdos odiosos o necios,
huyendo la ocasin de dar pbulo a una pasin que halagara a la mujer ms presuntuosa.
Era esto pecar? Nada tena ella que ver con don lvaro. Poda l estar todo lo enamorado
que quisiera, pero ella jams le otorgara el favor ms insignificante. Desde ahora, ni mirarle
siquiera. Estaba decidida. Qu haba que confesar? Nada. Para qu reconciliar? Para nada.
Poda comulgar sin miedo; s, madrugara, comulgara. Pero bastaba, bastaba por Dios, de
pensar en aquello! Se volva loca. Aquel continuo estudiar su pensamiento, acecharse a s
misma, acusarse, por ideas inocentes, de malos pensamientos, era un martirio. Un martirio
que aada a los que la vida le haba trado y segua trayendo sin buscarlos. Pero, qu

132

haba de hacer sino cavilar una mujer como ella? En qu se haba de divertir? En cazar con
liga o con reclamo como su marido? En plantar eucaliptus donde no queran nacer, como
Frgilis?
En aquel momento vio a todos los vetustenses felices a su modo, entregados unos al
vicio, otros a cualquier mana, pero todos satisfechos. Slo ella estaba all como en un
destierro. Pero ay! era una desterrada que no tena patria a dnde volver, ni por la cual
suspirar. Haba vivido en Granada, en Zaragoza, en Granada otra vez, y en Valladolid; don
Vctor siempre con ella; qu haba dejado ni a orillas del Ebro, el ro del Trovador, ni a
orillas del Genil y el Darro? Nada; a lo ms, algn conato de aventura ridcula. Se acord del
ingls que tena un carmen junto a la Alhambra, el que se enamor de ella y le regal la piel
del tigre cazado en la India por sus criados. Haba sabido ms adelante que aquel hombre,
que en una carta que ella rasg la juraba ahorcarse de un rbol histrico de los jardines
del Generalife; 'junto a las fuentes de eterna poesa y voluptuosa frescura', aquel pobre Mr.
Brooke se haba casado con una gitana del Albaicn. Buen provecho; pero de todas maneras
era una aventura estpida. La piel del tigre la conservaba, por el tigre, no por el ingls.
Esta historia no la saba bien Obdulia; crea que se trataba de un norteamericano; se lo
haba dicho Visitacin...
Por qu no haba ido al teatro? Tal vez all hubiera podido alejar de s aquellas
ideas tristes, desconsoladoras que se clavaban en su cerebro como alfileres en un acerico. Si
estaba siendo una tonta. Por qu no haba de hacer lo que todas las dems? En aquel
instante pensaba como si no hubiera en toda la ciudad ms mujeres honestas que ella. Se
puso en pie; estaba impaciente, casi airada. Mir a la llama de la lmpara suspendida sobre
la mesa... La ofenda aquella luz. Sali del comedor; entr en su gabinete; abri el balcn,
apoy los codos en el hierro y la cabeza en las manos. La luna brillaba enfrente, detrs de
los soberbios eucaliptus del Parque, plantados por Frgilis. Duraba aquel viento sur blando,
templado, perezoso; a veces rfagas vivas movan como sonajas de panderetas las hojas,
que empezaban a secarse y sonaban con timbre metlico. Eran como estremecimientos de
aquella naturaleza prxima a dormir su sueo de invierno.
Ana oa ruidos confusos de la ciudad con resonancias prolongadas, melanclicas;
gritos, fragmentos de canciones lejanas, ladridos. Todo desvanecido en el aire, como la luz
blanquecina reverberada por la niebla tenue que se cerna sobre Vetusta, y pareca el cuerpo
del viento blando y caliente. Mir al cielo, a la luz grande que tena enfrente, sin saber lo
que miraba; sinti en los ojos un polvo de claridad argentina; hilo de plata que bajaba desde
lo alto a sus ojos, como telas de araa; las lgrimas refractaban as los rayos de la luna.
Por qu lloraba? A qu vena aquello? Tambin ella era bien necia. Tena miedo de
estos enternecimientos que no servan para nada.
La luna la miraba a ella con un ojo solo, metido el otro en el abismo; los eucaliptus
de Frgilis inclinando leve y majestuosamente su copa, se acercaban unos a otros,
cuchicheando, como dicindose discretamente lo que pensaban de aquella loca, de aquella
mujer sin madre, sin hijos, sin amor, que haba jurado fidelidad eterna a un hombre que
prefera un buen macho de perdiz a todas las caricias conyugales.
Aquel Frgilis, el de los eucaliptus, haba tenido la culpa. Se lo haba metido por los
ojos. Y haca ocho aos y todava pensaba en esta mala pasada de Frgilis como si fuera una
injuria de la vspera. Y si se hubiera casado con don Frutos Redondo? Acaso le hubiera sido
infiel. Pero aquel don Vctor era tan bueno, tan caballero! Pareca un padre, y aparte la fe
jurada, era una villana, una ingratitud engaarle. Con don Frutos hubiera sido tal vez otra
cosa. No hubiera habido ms remedio. Sera tan brutal, tan grosero! Don lvaro entonces la
hubiera robado, s, y estaran al fin del mundo a estas horas. Y si Redondo se incomodaba,
tendra que batirse con Mesa. Ana contempl a don Frutos, el msero tendido sobre la

133

arena, ahogndose en un charco de sangre, como la que ella haba visto en la plaza de
toros, una sangre casi negra, muy espesa y con espuma...
Qu horror! Tuvo asco de aquella imagen y de las ideas que la haban trado.
Qu miserable soy en estas horas de desaliento!
Qu infamias estoy pensando!... Se ahogaba en el balcn. Quiso bajar a la huerta,
al Parque; sin pedir luz ni encenderla, alumbrada por la luna, atraves algunas habitaciones
buscando la escalera del parterre; pero al pasar cerca del despacho de Quintanar, cambi de
propsito y se dijo: Entrar ah; se debe de tener fsforos sobre la mesa. Voy a escribir al
Magistral; le dir que me espere maana de tarde; necesito reconciliar; yo no puedo recibir
la comunin as; se lo contar todo, todo, lo de dentro, lo de ms adentro tambin.
El despacho estaba a obscuras; all no entraba la luna. Ana avanz tentando las
paredes. A cada paso tropezaba con un mueble. Se arrepinti de haberse aventurado sin luz
en aquella estancia que no tena un pie cuadrado libre de estorbos. Pero ya no era cosa de
volverse atrs. Dio un paso sin apoyarse en la pared, sigui de frente, con las manos de
avanzada para evitar un choque...
Ay! Jess! Quin va? quin es? quin me sujeta? grit horrorizada.
Su mano haba tocado un objeto fro, metlico, que haba cedido a la opresin, y en
seguida oy un chasquido y sinti dos golpes simultneos en el brazo, que qued preso
entre unas tenazas inflexibles que opriman la carne con fuerza. Con toda la que le dio el
miedo sacudi el brazo para librarse de aquella prisin, mientras segua gritando:
Petra! luz! quin est aqu?
Las tenazas no soltaron la presa; siguieron su movimiento y Ana sinti un peso, y oy
el estrpito de cristales que se quebraban en el pavimento al caer en compaa de otros
objetos, resonantes al chocar con el piso. No se atreva a coger con la otra mano las tenazas
que la opriman, y no se libraba de ellas aunque segua sacudiendo el brazo. Busc la
puerta, tropez mil veces; ya sin tino, todo lo echaba a tierra; sonaba sin cesar el ruido de
algo que se quebraba o rodaba con estrpito por el suelo. Lleg Petra con luz.
Seora! seora! qu es esto? Ladrones!
No, calla! Ven ac, qutame esto que me oprime como unas tenazas.
Ana estaba roja de vergenza y de ira. Senta una indignacin tan grande como la
clera de Aquiles, el hijo de Peleo.
Petra intent arrancar el brazo de su ama de aquella trampa en que haba cado.
Era una mquina que, segn Frgilis y Quintanar, sus inventores, servira para coger
zorros en los gallineros en cuanto acabasen ellos de vencer cierta dificultad de mecnica que
retardaba la aplicacin del artefacto.
Era necesario que el hocico del animal tocase en un punto determinado; si tocaba,
inmediatamente caa sobre su cabeza una barra metlica y otra idntica le sujetaba por
debajo de la quijada inferior. La fuerza del resorte no era suficiente para matar al ladrn de
corral, pero s para detenerlo, merced a ciertos ganchos incruentos sabiamente preparados.
Ni Frgilis ni Quintanar queran sangre; no pretendan ms que tener bien sujeto al
delincuente cogido infraganti. Si estos inventores no hubieran sabido armonizar los intereses
de la industria con los estatutos de la sociedad protectora de animales, lo hubiera pasado
mal aquella noche la Regenta. Por fortuna, Quintanar era correccionalista; quera la
enmienda del culpable, pero no su destruccin. Los zorros que l cazara sobreviviran. No
faltaba para que la mquina fuese perfecta, ms que esto: que los ladrones de gallinas

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viniesen a tropezar con el botn del resorte endiablado, como haba tropezado aquella
seora.
Ni Petra ni su ama conocan el uso de aquel artefacto que tuvieron que destrozar y
buenos sudores les cost para separarlo del brazo que magullaba.
Petra contena la risa a duras penas. Se content con decir:
Qu estropicio! apuntando a los pedazos de loza, cristal y otras materias
incalificables que yacan sobre el piso.
Si hubiera sido yo, me despeda don Vctor... Ay, seora! si ha roto usted tres de
esos tiestos nuevos... y el cuadro de las mariposas se ha hecho pedacitos! y se ha roto una
vitrina de herbario! y...
Basta! deja esa luz ah, vete interrumpi la Regenta.
Petra insisti gozndose en la disimulada clera de su ama.
Quiere usted que traiga rnica, seora? Mire usted, tiene el brazo amoratado... ya
lo creo... apenas mordera con fuerza ese demonio de guillotina... pero qu ser eso?
usted lo sabe?
Yo... no... no; djame. Treme un poco de agua.
Ya lo creo; y tila, si est usted plida como una muerta. Pero por qu andaba
usted a obscuras, seora? Qu susto! pero qu susto!... Qu demonches de diablura ser
eso? Pues para cazar gorriones no es... Y lo hemos roto... mire usted... pero no hubo
remedio.
Petra sali, volviendo con rnica que no quiso aplicarse la Regenta; despus vino con
tila, recogi los restos de los cachivaches y los puso sobre mesas y armarios como si fueran
reliquias santas. Senta un jbilo singular viendo aquella ruina de objetos que ella tena que
considerar como vasos sagrados de un culto desconocido.
Si hubiera sido yo! repeta entre dientes, al juntar los ltimos pedazos, puesta
en cuclillas.
Gozaba con
irresponsabilidad.

delicia

de

aquella

catstrofe,

desde

el

punto

de

vista

de

su

Ana baj a la huerta, olvidada ya de la carta que quera escribir. Le dola el brazo. Le
dola con el escozor moral de las bofetadas que deshonran. Le pareca una vergenza y una
degradacin ridcula todo aquello. Estaba furiosa. Su don Vctor! Aquel idiota! S, idiota;
en aquel momento no se volva atrs. Qu dira Petra para sus adentros! Qu marido era
aquel que cazaba con trampa a su esposa? Mir a la luna y se le figur que le haca muecas
burlndose de su aventura. Los rboles seguan hablndose al odo, murmurando con todas
las hojas; comentaban con irnica sonrisilla el lance de la guillotina, como deca Petra.
Qu hermosa noche! Pero, quin era ella para admirar la noche serena? Qu
tena que ver toda aquella poesa melanclica de cielo y tierra con lo que le suceda a ella?
Si pensara Quintanar que una mujer es de hierro y puede resistir, sin caer en la
tentacin, manas de un marido que inventa mquinas absurdas para magullar los brazos de
su esposa. Su marido era botnico, ornitlogo, floricultor, arboricultor, cazador, crtico de
comedias, cmico, jurisconsulto; todo menos un marido. Quera ms a Frgilis que a su
mujer. Y quin era Frgilis? Un loco; simptico aos atrs, pero ahora completamente ido,
intratable; un hombre que tena la mana de la aclimatacin, que todo lo quera armonizar,
mezclar y confundir; que ingertaba perales en manzanos y crea que todo era uno y lo
mismo, y pretenda que el caso era adaptarse al medio. Un hombre que haba llegado en
su orga de disparates a ingertar gallos ingleses en gallos espaoles: Lo haba visto ella!

135

Unos pobrecitos animales con la cresta despedazada, y encima, sujeto con trapos un mun
de carne cruda, sanguinolenta qu asco! Aquel Herodes era el Plades de su marido. Y haca
tres aos que ella viva entre aquel par de sonmbulos, sin ms relaciones ntimas. Bastaba,
bastaba, no poda ms; aquello era la gota de agua que hace desbordar... caer en una
trampa que un marido coloca en su despacho como si fuera el monte! no era esto el colmo
de lo ridculo!
La exageracin de aquel sentimiento de clera injustsima, pueril, la hizo notar su
error. Ella s que era ridcula! Irritarse de aquel modo por un incidente vulgar,
insignificante! Y volvi contra s todo el desprecio. Qu culpa tiene l de que yo entre a
deshora, sin luz en su despacho? Qu motivo racional de queja tena ella? Ninguno Oh! no
haba pretexto, no haba pretexto para la ingratitud...
Pero no importaba; ella se mora de hasto. Tena veintisiete aos, la juventud hua;
veintisiete aos de mujer eran la puerta de la vejez a que ya estaba llamando... y no haba
gozado una sola vez esas delicias del amor de que hablan todos, que son el asunto de
comedias, novelas y hasta de la historia. El amor es lo nico que vale la pena de vivir, haba
ella odo y ledo muchas veces. Pero qu amor? dnde estaba ese amor? Ella no lo
conoca. Y recordaba entre avergonzada y furiosa que su luna de miel haba sido una
excitacin intil, una alarma de los sentidos, un sarcasmo en el fondo; s, s, para qu
ocultrselo a s misma si a voces se lo estaba diciendo el recuerdo?: la primer noche, al
despertar en su lecho de esposa, sinti junto a s la respiracin de un magistrado; le pareci
un despropsito y una desfachatez que ya que estaba all dentro el seor Quintanar, no
estuviera con su levita larga de tricot y su pantaln negro de castor; recordaba que las
delicias materiales, irremediables, la avergonzaban, y se rean de ella al mismo tiempo que
la aturdan: el gozar sin querer junto a aquel hombre le sonaba como la frase del mircoles
de ceniza, quia pulvis es! eres polvo, eres materia... pero al mismo tiempo se aclaraba el
sentido de todo aquello que haba ledo en sus mitologas, de lo que haba odo a criados y
pastores murmurar con malicia... Lo que aquello era y lo que poda haber sido!... Y en aquel
presidio de castidad no le quedaba ni el consuelo de ser tenida por mrtir y herona...
Recordaba tambin las palabras de envidia, las miradas de curiosidad de doa gueda (q. e.
p. d.) en los primeros das del matrimonio; recordaba que ella, que jams deca palabras
irrespetuosas a sus tas, haba tenido que esforzarse para no gritar: Idiota! al ver a su ta
mirarla as. Y aquello continuaba, aquello se haba sufrido en Granada, en Zaragoza, en
Granada otra vez y luego en Valladolid. Y ni siquiera la compadecan. Nada de hijos. Don
Vctor no era pesado, eso es verdad. Se haba cansado pronto de hacer el galn y
paulatinamente haba pasado al papel de barba que le sentaba mejor. Oh, y lo que es como
un padre se haba hecho querer, eso s!; no poda ella acostarse sin un beso de su marido en
la frente. Pero llegaba la primavera y ella misma, ella le buscaba los besos en la boca; le
remorda la conciencia de no quererle como marido, de no desear sus caricias, y adems
tena miedo a los sentidos excitados en vano. De todo aquello resultaba una gran injusticia
no saba de quin, un dolor irremediable que ni siquiera tena el atractivo de los dolores
poticos; era un dolor vergonzoso, como las enfermedades que ella haba visto en Madrid
anunciadas en faroles verdes y encarnados. Cmo haba de confesar aquello, sobre todo
as, como lo pensaba? y otra cosa no era confesarlo.
Y la juventud hua, como aquellas nubecillas de plata rizada que pasaban con alas
rpidas delante de la luna... ahora estaban plateadas, pero corran, volaban, se alejaban de
aquel bao de luz argentina y caan en las tinieblas que eran la vejez, la vejez triste, sin
esperanzas de amor. Detrs de los bellones de plata que, como bandadas de aves cruzaban
el cielo, vena una gran nube negra que llegaba hasta el horizonte. Las imgenes entonces
se invirtieron; Ana vio que la luna era la que corra a caer en aquella sima de obscuridad, a
extinguir su luz en aquel mar de tinieblas.

136

Lo mismo era ella; como la luna, corra solitaria por el mundo a abismarse en la
vejez, en la obscuridad del alma, sin amor, sin esperanza de l... oh, no, no, eso no!
Senta en las entraas gritos de protesta, que le pareca que reclamaban con
suprema elocuencia, inspirados por la justicia, derechos de la carne, derechos de la
hermosura. Y la luna segua corriendo, como despeada, a caer en el abismo de la nube
negra que la tragara como un mar de betn. Ana, casi delirante, vea su destino en aquellas
apariencias nocturnas del cielo, y la luna era ella, y la nube la vejez, la vejez terrible, sin
esperanza de ser amada. Tendi las manos al cielo, corri por los senderos del Parque, como
si quisiera volar y torcer el curso del astro eternamente romntico. Pero la luna se aneg en
los vapores espesos de la atmsfera y Vetusta qued envuelta en la sombra. La torre de la
catedral, que a la luz de la clara noche se destacaba con su espiritual contorno,
transparentando el cielo con sus encajes de piedra, rodeada de estrellas, como la Virgen en
los cuadros, en la obscuridad ya no fue ms que un fantasma puntiagudo; ms sombra en la
sombra.
Ana, lnguida, desmayado el nimo, apoy la cabeza en las barras fras
puerta de hierro que era la entrada del Parque por la calle de Traslacerca.
mucho tiempo, mirando las tinieblas de fuera, abstrada en su dolor, sueltas las
la voluntad, como las del pensamiento que iba y vena, sin saber por dnde, a
impulsos de que no tena conciencia.

de la gran
As estuvo
riendas de
merced de

Casi tocando con la frente de Ana, metida entre dos hierros, pas un bulto por la
calle solitaria pegado a la pared del Parque.
Es l! pens la Regenta que conoci a don lvaro, aunque la aparicin fue
momentnea; y retrocedi asustada. Dudaba si haba pasado por la calle o por su cerebro.
Era don lvaro en efecto. Estaba en el teatro, pero en un entreacto se le ocurri salir
a satisfacer una curiosidad intensa que haba sentido. Si por casualidad estuviese en el
balcn... No estar, es casi seguro, pero si estuviese? No tena l la vida llena de felices
accidentes de este gnero? No deba a la buena suerte, a la chance que deca don lvaro,
gran parte de sus triunfos? Yo y la ocasin! Era una de sus divisas. Oh! si la vea, la
hablaba, le deca que sin ella ya no poda vivir, que vena a rondar su casa como un
enamorado de veinte aos platnico y romntico, que se contentaba con ver por fuera aquel
paraso... S, todas estas sandeces le dira con la elocuencia que ya se le ocurrira a su
debido tiempo. El caso era que, por casualidad, estuviese en el balcn. Sali del teatro,
subi por la calle de Roma, atraves la Plaza del Pan y entr en la del guila. Al llegar a la
Plaza Nueva se detuvo, mir desde lejos a la rinconada... no haba nadie al balcn... Ya lo
supona l. No siempre salen bien las corazonadas. No importaba... Dio algunos paseos por
la plaza, desierta a tales horas... Nadie; no se asomaba ni un gato. Una vez all, por qu
no continuar el cerco romntico? Se rea de s mismo. Cuntos aos tena que remontar en
la historia de sus amores para encontrar paseos de aquella ndole! Sin embargo de la risa,
sin temor al barro que deba de haber en la calle de Traslacerca, que no estaba
empedrada, se meti por un arco de la Plaza Nueva, entr en un callejn, despus en otro y
lleg al cabo a la calle a que daba la puerta del Parque. All no haba casas, ni aceras ni
faroles; era una calle porque la llamaban as, pero consista en un camino maltrecho, de piso
desigual y fangoso entre dos paredones, uno de la Crcel y otro de la huerta de los Ozores.
Al acercarse a la puerta, pegado a la pared, por huir del fango, Mesa crey sentir la
corazonada verdadera, la que l llamaba as, porque era como una adivinacin instantnea,
una especie de doble vista. Sus mayores triunfos de todos gneros haban venido as, con la
corazonada verdadera, sintiendo l de repente, poco antes de la victoria, un valor inslito,
una seguridad absoluta; latidos en las sienes, sangre en las mejillas, angustia en la
garganta... Se par. Estaba all la Regenta, all en el Parque, se lo deca aquello que estaba
sintiendo... Qu hara si el corazn no le engaaba? Lo de siempre en tales casos; jugar el
todo por el todo! Pedirla de rodillas sobre el lodo, que abriera; y si se negaba, saltar la

137

verja, aunque era poco menos que imposible; pero, s, la saltara. Si volviera a salir la luna!
No, no saldra; la nube era inmensa y muy espesa; tardara media hora la claridad.
antes.

Lleg a la verja; l vio a la Regenta primero que ella a l. La conoci, la adivin


Es tuya! le grit el demonio de la seduccin; te adora, te espera.

Pero no pudo hablar, no pudo detenerse. Tuvo miedo a su vctima. La supersticin


vetustense respecto de la virtud de Ana la sinti l en s; aquella virtud, como el Cid,
ahuyentaba al enemigo despus de muerta acaso; l huir; lo que nunca haba hecho! Tena
miedo... la primera vez!
Sigui; dio tres, cuatro pasos ms sin resolverse a volver pie atrs, por ms que el
demonio de la seduccin le sujetaba los brazos, le atraa hacia la puerta y se le burlaba con
palabras de fuego al odo llamndole: Cobarde, seductor de meretrices!... Atrvete,
atrvete con la verdadera virtud; ahora o nunca!...
Ahora, ahora! grit Mesa con el nico valor grande que tena; y ya a diez
pasos de la verja volvi atrs furioso, gritando:
Ana! Ana!
Le contest el silencio. En la obscuridad del Parque no vio ms que las sombras de
los eucaliptus, acacias y castaos de Indias; y all a lo lejos, como una pirmide negra el
perfil de la Washingtonia, el nico amor de Frgilis, que la plant y vio crecer sus hojas, su
tronco, sus ramas.
Esper en vano.
Ana, Ana volvi a decir quedo, muy quedo; pero slo le contestaban las hojas
secas, arrastradas por el viento suave sobre la arena de los senderos.
Ana haba huido. Al ver tan cerca aquella tentacin que amaba, tuvo pavor, el pnico
de la honradez, y corri a esconderse en su alcoba, cerrando puertas tras de s, como si
aquel libertino osado pudiera perseguirla, atravesando la muralla del Parque. S, senta ella
que don lvaro se infiltraba, se infiltraba en las almas, se filtraba por las piedras; en aquella
casa todo se iba llenando de l, tema verle aparecer de pronto, como ante la verja del
Parque.
Ser el demonio quien hace que sucedan estas casualidades?, pens seriamente
Ana, que no era supersticiosa.
Tena miedo; vea su virtud y su casa bloqueadas, y acababa de ver al enemigo
asomar por una brecha. Si la proximidad del crimen haba despertado el instinto de la
inveterada honradez, la proximidad del amor haba dejado un perfume en el alma de la
Regenta que empezaba a infestarse.
Qu fcil era el crimen! Aquella puerta... la noche... la obscuridad... Todo se volva
cmplice. Pero ella resistira. Oh! s! aquella tentacin fuerte, prometiendo encantos,
placeres desconocidos, era un enemigo digno de ella. Prefera luchar as. La lucha vulgar de
la vida ordinaria, la batalla de todos los das con el hasto, el ridculo, la prosa, la fatigaban;
era una guerra en un subterrneo entre fango. Pero luchar con un hombre hermoso, que
acecha, que se aparece como un conjuro a su pensamiento; que llama desde la sombra; que
tiene como una aureola, un perfume de amor... esto era algo, esto era digno de ella.
Luchara.
Don Vctor volvi del teatro y se dirigi al gabinete de su mujer. Ana se le arroj a los
brazos, le ci con los suyos la cabeza y llor abundantemente sobre las solapas de la levita
de tricot.

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La crisis nerviosa se resolva, como la noche anterior, en lgrimas, en mpetus de


piadosos propsitos de fidelidad conyugal. Su don Vctor, a pesar de las mquinas infernales,
era el deber; y el Magistral sera la gida que la salvara de todos los golpes de la tentacin
formidable. Pero Quintanar no estaba enterado. Vena del teatro muerto de sueo no
haba dormido la noche anterior! y lleno de entusiasmo lricodramtico. Francamente,
aquellos enternecimientos peridicos le parecan excesivos y molestos a la larga. Qu
diablos tena su mujer?
Pero, hija, qu te pasa? t ests mala...
No, Vctor, no; djame, djame por Dios ser as. No sabes que soy nerviosa?
Necesito esto, necesito quererte mucho y acariciarte... y que t me quieras tambin as.
Alma ma, con mil amores!... pero... esto no es natural, quiero decir... est muy
en orden, pero a estas horas... es decir... a estas alturas... vamos... que... Y si hubiramos
reido... se explicara mejor... pero as sin ms ni ms... Yo te quiero infinito, ya lo sabes;
pero t ests mala y por eso te pones as; s, hija ma, estos extremos...
No son extremos, Quintanar dijo Ana sollozando y haciendo esfuerzos supremos
para idealizar a don Vctor que traa el lazo de la corbata debajo de una oreja.
Bien, vida ma, no sern; pero t ests mala. Ayer amag el ataque, te pusiste
nerviosilla... hoy ya ves cmo ests... T tienes algo.
Ana movi la cabeza negando.
S, hija ma; hemos hablado de eso en el palco la Marquesa, don Robustiano y yo.
El doctor opina que la vida que llevas no es sana, que necesitas dar variedad a la actividad
cerebral y hacer ejercicio, es decir, distracciones y paseos. La Marquesa dice que eres
demasiado formal, demasiado buena, que necesitas un poco de aire libre, ir y venir... y yo,
por ltimo, opino lo mismo, y estoy resuelto esto lo dijo con mucha energa estoy
resuelto a que termine la vida de aislamiento. Parece que todo te aburre; t vives all en tus
sueos... Basta, hija ma, basta de soar. Te acuerdas de lo que te pas en Granada?
Meses enteros sin querer teatros, ni visitas, ni ms que escapadas a la Alhambra y al
Generalife; y all leyendo y papando moscas te pasabas las horas muertas. Resultado: que
enfermaste y si no me trasladan a Valladolid, te me mueres. Y en Valladolid? Recobraste la
salud gracias a la fuerza de los alimentos, pero la melancola mal disimulada segua, los
nervios erre que erre... Volvemos a Vetusta, casi pasando por encima de la ley, y nos coge
el luto de tu pobre ta gueda que se fue a juntar con la otra, y con ese pretexto te
encierras en este casern y no hay quien te saque al sol en un ao. Leer y trabajar como si
estuvieras a destajo... No me interrumpas; ya sabes que rio pocas veces; pero ya que ha
llegado la ocasin, he de decirlo todo; eso es, todo. Frgilis me lo repite sin cesar: Anita no
es feliz.
Qu sabe l?
Bien sabes que l te quiere, que es nuestro mejor amigo.
Pero por qu dice que no soy feliz? En qu lo conoce?...
No lo s; yo no lo haba notado, lo confieso, pero ya me voy inclinando a su
parecer. Estas escenas nocturnas...
Son los nervios, Quintanar.
Pues guerra a los nervios, caracoles!
S...

139

Nada; fallo: que debo condenar y condeno esta vida que haces, y desde maana
mismo otra nueva. Iremos a todas partes y, si me apuras, le mando a Paco o al mismsimo
Mesa, el Tenorio, el simptico Tenorio, que te enamoren.
Qu atrocidad!...
Programa! grit don Vctor: al teatro dos veces a la semana por lo menos; a la
tertulia de la Marquesa cada cinco o seis das, al Espoln todas las tardes que haga bueno; a
las reuniones de confianza del Casino en cuanto se inauguren este ao; a las meriendas de
la Marquesa, a las excursiones de la high life vetustense, y a la catedral cuando predique
don Fermn y repiquen gordo. Ah!, y por el verano a Palomares, a baarse y a vestir batas
anchas que dejen entrar el aire del mar hasta el cuerpo... ea, ya sabes tu vida. Y esto no es
un programa de gobierno, sino que se cumplir en todas sus partes. La Marquesa, don
Robustiano y Paquito me han prometido ayudarme, y Visitacin, que estaba en la platea de
Pez, tambin me dijo que contara con ella para sacarte de tus casillas... S, seora,
saldremos de nuestras casillas. No quiero ms nervios, no quiero que Frgilis diga que no
eres feliz...
Qu sabe l?
Ni quiero llantos que me quitan a m el sueo. Cuando lloras sin saber por qu, hija
ma, me entra una comezn, un miedo supersticioso... Se me figura que anuncias una
desgracia.
Ana tembl, como sintiendo escalofros.
Ves? tiemblas; a la cama, a la cama, ngel mo; todos a la cama; yo me estoy
cayendo.
Bostez don Vctor y sali del gabinete despus de depositar un casto beso en la
frente de su mujer.
Entr en su despacho. Estaba de mal humor. Aquella enfermedad misteriosa de Ana
porque era una enfermedad, estaba seguro le preocupaba y le molestaba. No estaba l
para templar gaitas: los nervios le eran antipticos; estas penas sin causa conocida no le
inspiraban compasin, le irritaban, le parecan mimos de enfermo; l quera mucho a su
mujer, pero a los nervios los aborreca... Adems en el teatro haba tenido una discusin
acalorada: un majadero, un sietemesino que estudiaba en Madrid, haba dicho que el teatro
de Lope y de Caldern no deba imitarse en nuestros das, que en las tablas era poco natural
el verso, que para los dramas de la poca era mejor la prosa. Imbcil! que el verso es poco
natural! Cuando lo natural sera que todos, sin distincin de clases, al vernos ultrajados
prorrumpiramos en quintillas sonoras! La poesa ser siempre el lenguaje del entusiasmo,
como dice el ilustre Jovellanos. Figurmonos que yo me llamo Benavides y que Carvajal
quiere quitarme la honra
a obscuras, como el ladrn
de infame merecimiento;
pues dnde habr cosa ms natural que incomodarme yo, y exclamar con Tirso de
Molina (representando):
A satisfacer la fama
que me habis hurtado vengo:
mi agravio es len que brama;
un len por armas tengo,
y Benavides se llama.
De vuestros torpes amores
dar venganza a mi enojo,
mostrando a mis sucesores

140

la nobleza de un len rojo


en sangre de dos traidores...?
Don Vctor se fij en un velador, que era Carvajal, y ya iba a concederle la palabra,
para que dijese en son de disculpa:
Desde que sois mi cuado
ni de palabras me afrento..., etc.,
cuando vio con espanto sobre el mueble los restos de su herbario, de sus tiestos, de
su coleccin de mariposas, de una docena de aparatos delicados que le serva n en sus
variadas industrias de fabricante de jaulas y grilleras, artista en marquetera, coleccionador,
entomlogo y botnico, y otras no menos respetables.
Dios mo! qu es esto! grit en prosa culta quin ha causado esta
devastacin?... Petra! Anselmo! y se colg del cordn de la campanilla.
Entr Petra sonriente.
Qu ha sido esto?
Seor, yo no he sido... Habrn entrado los gatos.
Cmo los gatos! Por quin se me toma a m?
Don Vctor alborotaba pocas veces; pero si se tocaba a los cacharros de su museo,
como l llamaba aquella exposicin permanente de manas, se transformaba en un
Segismundo. En efecto, sin darse cuenta de ello, comenz a parodiar a Perales a quien
acababa de ver dando patadas en la escena y gritando como un energmeno.
A ver, Anselmo! que venga Anselmo que le voy a tirar por el balcn si no me
explica esto.
Anselmo compareci. Tampoco haba sido l.
En medio de su clera vio Quintanar en un rincn la trampa de los zorros,
despedazada, inservible.
Esto ms! Vive Dios! Yo que iba a dar en cara a Frgilis... Pero, seor, quin
anduvo aqu!
Acudi Ana, porque lleg a su cuarto el ruido.
Lo explic todo.
Pero t, Petra aadi por qu no le has dicho la verdad al seor?
Seora, yo... no saba si deba...
Si debas qu? pregunt don Vctor con expresin de no comprender.
Si deba...
Al amo no hay que ocultarle nunca nada dijo la Regenta clavando los ojos
altaneros en la criada.
Petra sonri torciendo la boca, y baj la cabeza.
Don Vctor miraba a todos con entrecejo de estupidez pasajera. Se qued solo en su
despacho meditando sobre las ruinas de sus inventos, mquinas y colecciones.
Dios mo! si estar loca la pobrecita! deca entre suspiros Quintanar, con las
manos en la cabeza. Se acost decidido a consultar seriamente lo de su mujer.

141

Pronto descansaban todos en la casa, menos Petra que en medio de un pasillo, con
una palmatoria en la mano, espiaba el silencio del hogar honrado con miradas cargadas de
preguntas.
Haba visto ella muchas cosas en su vida de servidumbre... En aquella casa iba a
pasar algo. Qu habra hecho la seora en la huerta? No se le haba figurado a ella or all,
hacia la puerta del Parque, una voz?... Sera aprensin... pero... algo, algo haba all. Qu
papel la reservaran? Contaran con ella? Ay de ellos si no! Y con una delicia morbosa, la
rubia lbrica olfateaba la deshonra de aquel hogar, oyendo a lo lejos los ronquidos de
Anselmo; otro estpido que jams haba venido a buscarla en el secreto de la noche...

XI

El Magistral era gran madrugador. Su vida llena de ocupaciones de muy distinto


gnero, no le dejaba libre para el estudio ms que las horas primeras del da y las ms altas
de la noche. Dorma muy poco. Su doble misin de hombre de gobierno en la dicesis y
sabio de la catedral le impona un trabajo abrumador; adems, era un clrigo de mundo;
reciba y devolva muchas visitas, y este cuidado, uno de los ms fastidiosos, pero de los
ms importantes, le robaba mucho tiempo. Por la maana estudiaba filosofa y teologa, lea
las revistas cientficas de los jesuitas, y escriba sus sermones y otros trabajos literarios.
Preparaba una Historia de la Dicesis de Vetusta, obra seria, original, que dara mucha luz a
ciertos puntos obscuros de los anales eclesisticos de Espaa. De este libro, sin conocerlo,
hablaba muy mal don Saturnino Bermdez, cuando estaba un poco alegre, despus de
comer. Uno de sus secretos era, que el Magistral mereca el nombre de sabio, pero no
precisamente el de arquelogo; nadie sirve para todo.
Don Fermn escriba a la luz tenue y blanca del crepsculo; la maana estaba fresca;
de vez en cuando, por va de descanso, De Pas se entretena en soplarse los dedos.
Meditaba. Tena los pies envueltos en un mantn viejo de su madre . Cubrale la cabeza un
gorro de terciopelo negro, rado; la sotana bordada de zurcidos, pardeaba de puro vieja, y
las mangas de la chaqueta que vesta debajo de la sotana relucan con el brillo triste del
pao muy rozado. Aquel traje srdido, que tal contraste mostraba con la elegancia, riqueza
y pulcritud que ante el mundo luca el Magistral, desapareca concluido el trabajo, al
aproximarse la hora de las visitas probables. Entonces vesta don Fermn un cmodo,
flamante y bien cortado balandrn, y en un rincn de la alcoba se escondan las zapatillas de
orillo y el gorro con mugre; el zapato que admiraba Bismarck, el delantero, y el solideo que
brillaba como un sol negro, ocupaban los respectivos extremos del importante personaje. En
su despacho slo reciba a los que quera deslumbrar por sabio; en Vetusta y toda su
provincia la sabidura no deslumbraba a casi nadie, y as la mayor parte de las visitas
pasaban al saln inmediato.
Pocos podan jactarse de conocer la casa del Provisor de arriba abajo; casi nadie
haba visto ms que el vestbulo, la escalera, un pasillo, la antesala y el saln de cortinaje
verde y sillera con funda de tela gris; y aun el saln medio se vea porque estaba poco
menos que a obscuras. Uno de los argumentos que empleaban los que defendan la
honradez del Provisor, consista en recordar la modestia de su ajuar y de su vida domstica.
Justamente se haba hablado de esto la tarde anterior en el Espoln, en un corrillo de
murmuradores, clrigos unos, seglares otros.
Entre su madre y l, puede que no gasten doce mil reales al ao deca muy serio
Ripamiln, el venerable Arcipreste. l viste bien, eso s, con elegancia, hasta con lujo, pero
conserva mucho tiempo la ropa, la cuida, la cepilla bien, y esta partida del presupuesto

142

viene a ser insignificante. Recuerden ustedes, seores, lo que nos duraba un sombrero de
teja en los ominosos tiempos en que no nos pagaba el Gobierno. Y en lo dems, qu
gastan? Doa Paula con su hbito negro de Santa Rita, total estamea, su mantn apretado
a la espalda, y su pauelo de seda para la cabeza, bien pegado a las sienes, ya est vestida
para todo el ao. Y comer? Yo no les he visto comer, pero todo se sabe; el catedrtico de
Psicologa, Lgica y tica, que saben ustedes que es muy amigo mo, aunque partidario de
no s qu endiablada escuela escocesa, y que se pasa la vida en el mercado cubierto, como
si aquello fuese la Stoa o la Academia, pues ese filsofo dice que jams ha visto a la criada
del Provisor comprar salmn, y besugo slo cuando est barato, muy barato. Pues y la
casa? La casa, todos ustedes lo saben, es una cabaa limpia, es la casa de un verdadero
sacerdote de Jess. Lo mejor es lo que conocemos todos, el saln; y vlgate Dios por saln!
A la moda del rey que rabi: solemne, pulcro, eso s; pero qu de trampas tapa aquella
obscuridad! Quin nos dice que las sillas de damasco verde no tienen abiertas las entraas?
Las han visto ustedes alguna vez sin funda? Y la consola panzuda, antiqusima, de un
dorado que fue, con su reloj de msica sin msica y sin cuerda? Seores, no se me diga: el
Magistral es pobre y cuanto se murmura de cohechos y simonas es infame calumnia.
Todo esto es verdad contest Foja, el exalcalde usurero, que estaba presente
siempre en conversaciones de este gnero. Pareca nacido para murmurar.
No se puede negar que viven como miserables, pero lo mismo hace el seor
Capalleja y se es millonario. Los avaros siempre son los ms ricos. Para tener dinero
tenerlo. Doa Paula esconde su gato, un gatazo! Y las casas que compra el Magistral por
esos pueblos? Y las fincas que ha adquirido doa Paula en Matalerejo, en Toraces, en
Caedo, en Somieda? Y las acciones del Banco?
Calumnia, pura calumnia! usted no ha visto las escrituras; usted no ha visto las
plizas; usted no ha visto nada...
Pero s quien lo ha visto.
Quin?
El mundo entero! grit don Santos Barinaga, que siempre acuda a maldecir de
su mortal enemigo el Provisor. El mundo entero!... Yo... yo... Si yo hablara!... pero ya
hablar!
Bah, bah, bah, don Santos; usted no puede ser juez ni testigo en este proceso.
Por qu?
Porque usted aborrece al Magistral.
Claro que s... Y enseaba los puos apretados.
Y ya me las pagar!
Pero usted le aborrece por aquello de quin es tu enemigo? El de tu oficio.
Usted vende objetos del culto: clices, patenas, vinajeras, lmparas, sagrarios, casullas,
cera y hasta hostias...
S, seor; y a mucha honra, seor Arcipreste.
Hombre, eso ya lo s; pero usted vende eso y...
Hola! hola! interrumpi Foja. Preciosa confesin! Dato precioso! Don
Cayetano confiesa que don Santos y don Fermn son enemigos porque son del mismo oficio.
Luego reconoce el eminente Ripamiln que es cierto lo que dice el mundo entero: que,
contra las leyes divinas y humanas, el Magistral es comerciante, es el dueo, el verdadero
dueo de La Cruz Roja, el bazar de artculos de iglesia, al que por fas o por nefas todos los

143

curas de todas las parroquias del obispado han de venir velis nolis a comprar lo que
necesitan y lo que no necesitan.
Permtame usted, seor Foja o seor diablo...
Y el vulgo, es claro, es malicioso; y como da la pcara casualidad de que La Cruz
Roja ocupa los bajos de la casa contigua a la del Provisor; y como da la picarsima
casualidad de que sabemos todos que hay comunicacin por los stanos, entre casa y
casa...
Hombre, no sea usted barulln ni embustero.
Poco a poco, seor cannigo, yo no soy barullero, ni miento, ni soy obscurantista,
ni admito ancas de nadie y menos de un cura.
No ser usted obscurantista, pero tiene la mollera a obscuras para todo lo que no
sea picarda. Qu tiene que ver que al seor Barinaga, al bueno de don Santos, se le haya
metido en la cabeza que su comercio de quincalla y cera va a menos por una competencia
imaginaria que, segn l, le hace el Provisor? Qu tiene que ver eso, alma de cntaro, con
que el bazar, como lo llama, de La Cruz Roja , tenga stanos y el Magistral sea comerciante
aunque lo prohban los cnones y el Cdigo de comercio? Sea usted liberal, que eso no es
ofender a Dios, pero no sea usted un boquirroto y mire ms lo que dice.
Oiga usted, don Cayetano; ni la edad, ni el ser aragons, le dan a usted derecho
para desvergonzarse...
Poco ruido! Poco ruido!, seor Fierabrs repuso el cannigo terciando el
manteo.
Es de advertir que el tono de broma en que estas palabras fuertes se decan les
quitaba toda gravedad y aire de ofensa. En Vetusta el buen humor consiste en soltarse
pullas y frescas todo el ao, como en perpetuo Carnaval, y el que se enfada desentona y se
le tiene por mal educado.
Es que yo grit el exalcalde mato un cannigo como un mosquito...
Ya lo supongo; con alguna calumnia. Venga usted ac, viborezno librepensador,
Voltaire de monterilla, Lutero con cascabeles; segn ese disparatado modo de pensar que
usa vuecencia, tambin se podr asegurar lo que dice el vulgo de los prstamos del
Magistral al veinte por ciento.
Non capisco respondi el exalcalde, que saba italiano de peras.
S me entiende usted, pero hablar ms claro. No es usted otro libelo infamatorio
con lengua y pies que viera yo cortados de los muchos que sacrifican la honra del
Magistral? Pues si don Santos le maldice porque le roba los parroquianos de su tienda de
quincalla, usted le aborrecer por lo de la usura; quin es tu enemigo?
Poco a poco, seor Ripamiln, que se me sube el humo a las narices.
Dir usted que se le baja, porque lo tiene usted en lugar de sesos.
Me ha llamado usted usurero!
Eso; clarito.
Yo empleo mi capital honradamente, y ayudo al empresario, al trabajador; soy uno
de los agentes de la industria y recojo la natural ganancia... Estas son habas contadas; y si
estos curas de misa y olla que ahora se usan, supieran algo de algo, sabran que la
Economa poltica me autoriza para cobrar el anticipo, el riesgo y, cuando hay caso, la prima
del seguro...

144

Del seguro se va usted, seor economista cascaciruelas...


Yo contribuyo a la circulacin de la riqueza...
Como una esponja a la circulacin del agua...
Y los curas son los znganos de la colmena social...
Hombre, si a znganos vamos...
Los curas son los mostrencos...
Si a mostrencos vamos, conoca yo un alcaldito en tiempos de la Gloriosa...
Qu tiene usted que decir de la Gloriosa? Me parece que la Revolucin le hizo a
usted Ilustrsimo seor...
Hizo un cuerno! Me hicieron mis mritos, mis trabajos, mis... seor ciruelo!
Djese usted de insultos y explique por qu he de ser yo enemigo personal del
Provisor. Reparto yo dinero por las aldeas al treinta por ciento? Y el dinero que yo presto
procede de capellanas cuyo soy el depositario sin facultades para lucrar con el inters del
depsito? Mis rentas proceden de los cristianos bobalicones que tienen algo que ver con la
curia eclesistica? Robo yo en esos montes de Toledo que se llaman Palacio?
De manera, que si usted empieza a disparatar y a pasarse a mayores, yo le dejo
con la palabra en la boca...
Con usted no va nada, don Cayetano o don Fuguillas; usted podr ser un viejecito
verde, pero no es un... un Magistral... un Provisor... un Candelas eclesistico.
Todos los presentes, menos don Santos, convinieron en que aquello era demasiado
fuerte:
Hombre, un Candelas!...
Don Santos Barinaga grit:
No seores, no es un Candelas, porque aquel espejo de ladrones caballerosos era
muy generoso, y robaba con exposicin de la vida.
Adems, robaba a los ricos y daba a los pobres.
S, desnudaba a un santo para vestir a otro.
Pues el Provisor desnuda a todos los santos para vestirse l. Es un pillo, a fe de
Barinaga, un pillo que ya s yo de qu muerte va a morir.
Barinaga ola a aguardiente. Era el olor de su bilis.
Don Cayetano se encogi de hombros y dio media vuelta. Y mientras se alejaba iba
diciendo:
Y stos son los liberales que quieren hacernos felices... Y ahora rabian porque no
les dejan decir esas picardas en los peridicos...
Conversaciones de este gnero las haba a diario en Vetusta; en el paseo, en las
calles, en el Casino, hasta en la sacrista de la Catedral.
De Pas saba todo lo que se murmuraba. Tena varios espas, verdaderos esbirros de
sotana. El ms activo, perspicaz y disimulado, era el segundo organista de la Catedral, que
ya haba sido delator en el seminario. Entonces iba al paraso del teatro a sorprender a los
aprendices de cura aficionados a Tala o quien fuese. Era un presbtero joven, chato, favorito
de la madre del Provisor, doa Paula. Se apellidaba Campillo.

145

A don Fermn no le importaba mucho lo que dijeran, pero quera saber lo que se
murmuraba y a dnde llegaban las injurias.
No pensaba en tal cosa el Magistral aquella maana fra de Octubre, mientras se
soplaba los dedos meditabundo.
Una cosa era lo que debiera estar pensando y otra lo que pensaba sin poder
remediarlo. Quera buscar dentro de s fervor religioso, acendrada fe, que necesitaba para
inspirarse y escribir un prrafo sonoro, rotundo, elocuente, con la fuerza de la conviccin;
pero la voluntad no obedeca y dejaba al pensamiento entretenerse con los recuerdos que le
asediaban. La mano fina, aristocrtica, trazaba rayitas paralelas en el margen de una
cuartilla, despus, encima, dibujaba otras rayitas, cruzando las primeras; y aquello
semejaba una celosa. Detrs de la celosa se le figur ver un manto negro y dos chispas
detrs del manto, dos ojos que brillaban en la obscuridad. Y si no hubiese ms que los ojos!
Pero aquella voz! Aquella voz transformada por la emocin religiosa, por el
pudor de la castidad que se desnuda sin remordimiento, pero no sin vergenza ante un
confesonario!...
Qu mujer era aqulla? Haba en Vetusta aquel tesoro de gracias espirituales,
aquella conquista reservada para la Iglesia, y l, el amo espiritual de la provincia, no lo
haba sabido antes?
El pobre don Cayetano era hombre de algn talento para ciertas cosas, para lo
formal, para las superficialidades de la vida mundana; pero qu saba l de dirigir un alma
como la de aquella seora?
Don Fermn no perdonaba al Arcipreste el no haberle entregado mucho antes aquella
joya que l, Ripamiln, no saba apreciar en todo su valor. Y gracias que, por pereza, se
haba decidido a dejarle aquel tesoro.
Don Cayetano le haba hablado con mucha seriedad de la Regenta.
Don Fermn le haba dicho usted es el nico que podr entenderse con esta
hija ma querida, que a m iba a volverme loco si continuaba contndome sus aprensiones
morales. Soy viejo ya para esos trotes. No la entiendo siquiera. Le pregunto si se acusa de
alguna falta y dice que eso no. Pues entonces? y sin embargo, dale que dale. En fin, yo no
sirvo para estas cosas. A usted se la entrego. Ella, en cuanto le indiqu la conveniencia de
confesar con usted, acept, comprendiendo que yo no daba ms de m. No doy, no. Yo
entiendo la religin y la moral a mi manera; una manera muy sencilla... muy sencilla... Me
parece que la piedad no es un rompecabezas... En suma, Anita ya sabe usted que ha
escrito versos es un poco romntica. Eso no quita que sea una santa; pero quiere traer a
la religin el romanticismo, y yo guarda, Pablo! no me encuentro con fuerzas para librarla
de ese peligro. A usted le ser fcil.
El Arcipreste se haba acercado ms al Provisor, y estirando el cuello, de puntillas,
como pretendiendo, aunque en vano, hablarle al odo, haba dicho despus:
Ella ha visto visiones... pseudomsticas... all en Loreto... al llegar la edad...
cosa de la sangre... al ser mujercita, cuando tuvo aquella fiebre y fuimos a buscarla su ta
doa Anuncia y yo. Despus... pas aquello y se hizo literata... En fin, usted ver. No es una
seora como estas de por aqu. Tiene mucho tesn; parece una malva, pero otra le queda;
quiero decir, que se somete a todo, pero por dentro siempre protesta. Ella misma se me ha
acusado de esto, que conoca que era orgullo. Aprensiones. No es orgullo; pero resulta de
estas cosas que es desgraciada, aunque nadie lo sospeche. En fin, usted ver. Don Vctor es
como Dios le hizo. No entiende de estos perfiles; hace lo que yo. Y como no hemos de
buscarle un amante para que desahogue con l aqu volvi a rer don Cayetano lo mejor
ser que ustedes se entiendan.

146

El Magistral al recordar este pasaje del discurso del Arcipreste se acord tambin de
que l se haba puesto como una amapola.
Lo mejor ser que ustedes se entiendan! En esta frase que don Cayetano haba
dicho sin asomos de malicia, encontraba don Fermn motivo para meditar horas y horas.
Toda la noche haba pensado en ello. Algn da, llegaran a entenderse? Querra
doa Ana abrirle de par en par el corazn?
El Magistral conoca una especie de Vetusta subterrnea: era la ciudad oculta de las
conciencias. Conoca el interior de todas las casas importantes y de todas las almas que
podan servirle para algo. Sagaz como ningn vetustense, clrigo o seglar, haba sabido ir
poco a poco atrayendo a su confesonario a los principales creyentes de la piadosa ciudad.
Las damas de ciertas pretensiones haban llegado a considerar en el Magistral el nico
confesor de buen tono. Pero l escoga hijos e hijas de confesin. Tena habilidad singular
para desechar a los importunos sin desairarlos. Haba llegado a confesar a quien quera y
cuando quera. Su memoria para los pecados ajenos era portentosa.
Hasta de los morosos que tardaban seis meses o un ao en acudir al tribunal de la
penitencia, recordaba la vida y flaquezas. Relacionaba las confesiones de unos con las de
otros, y poco a poco haba ido haciendo el plano espiritual de Vetusta, de Vetusta la noble;
desdeaba a los plebeyos si no eran ricos, poderosos, es decir, nobles a su manera. La
Encimada era toda suya; la Colonia la iba conquistando poco a poco. Como los observatorios
meteorolgicos anuncian los ciclones, el Magistral hubiera podido anunciar muchas
tempestades en Vetusta, dramas de familia, escndalos y aventuras de todo gnero. Saba
que la mujer devota, cuando no es muy discreta, al confesarse delata flaquezas de todos los
suyos.
As, el Magistral conoca los deslices, las manas, los vicios y hasta los crmenes a
veces, de muchos seores vetustenses que no confesaban con l o no confesaban con nadie.
A ms de un liberal de los que renegaban de la confesin auricular, hubiera podido
decirle las veces que se haba embriagado, el dinero que haba perdido al juego, o si tena
las manos sucias o si maltrataba a su mujer, con otros secretos ms ntimos. Muchas veces,
en las casas donde era recibido como amigo de confianza, escuchaba en silencio las reyertas
de familia, con los ojos discretamente clavados en el suelo; y mientras su gesto daba a
entender que nada de aquello le importaba ni comprenda, acaso era el nico que estaba en
el secreto, el nico que tena el cabo de aquella madeja de discordia. En el fondo de su alma
despreciaba a los vetustenses. Era aquello un montn de basura. Pero muy buen abono,
por lo mismo, l lo empleaba en su huerto; todo aquel cieno que revolva, le daba hermosos
y abundantes frutos.
La Regenta se le presentaba ahora como un tesoro descubierto en su propia heredad.
Era suyo, bien suyo; quin osara disputrselo?
Recordaba minuto por minuto aquella hora y algo ms de la confesin de la
Regenta.
Una hora larga! El cabildo no hablara de otra cosa aquella maana cuando se
juntaran, despus del coro, los seores cannigos del tertuln.
Don Custodio, el beneficiado, haba pasado la tarde anterior sobre espinas; primero
con el cuidado de ver llegar a la Regenta, despus espiando la confesin, que duraba,
duraba escandalosamente. Iba y vena, fingiendo ocupaciones, por la nave de la derecha
y pasaba ya lejos, ya cerca de la capilla del Magistral. Haba visto primero a otras mujeres
junto a la celosa y a doa Ana en oracin, junto al altar. Al pasar otra vez haba visto ya a
la Regenta con la cabeza apoyada en el confesonario, cubierta con la mantilla... y vuelta a
pasar y ella quieta... y otra vez... y siempre all, siempre lo mismo.

147

Don Custodio le deca Glocester, el ilustre Arcediano, que haba notado sus
paseos qu hay? ha venido esa dama?
Una hora! una hora!
Confesin general. Ya usted ve...
Y ms tarde:
Qu hay?
Hora y media!
Le estar contando los pecados de sus abuelos desde Adn.
Glocester haba esperado en la sacrista el final de aquel escndalo.
El arcediano y el beneficiado vieron a la Regenta salir de la catedral y juntos se
fueron hablando del suceso para esparcir por la ciudad tan descomunal noticia.
No pensaban hacer comentarios. El hecho, puramente el hecho. Dos horas!
En efecto, haba sido mucho tiempo. El Magistral no lo haba sentido pasar; doa Ana
tampoco. La historia de ella haba durado mucho. Y adems, haban hablado de tantas
cosas! Don Fermn estaba satisfecho de su elocuencia, seguro de haber producido efecto.
Doa Ana jams haba odo hablar as.
Aquel anhelo que senta De Pas, antes de conversar en secreto con aquella seora,
haba sido un anuncio de la realidad. S, s, era aquello algo nuevo, algo nuevo para su
espritu, cansado de vivir nada ms para la ambicin propia y para la codicia ajena, la de su
madre. Necesitaba su alma alguna dulzura, una suavidad de corazn que compensara tantas
asperezas... Todo haba de ser disimular, aborrecer, dominar, conquistar, engaar?
Record sus aos de estudiante telogo en San Marcos, de Len, cuando se
preparaba, lleno de pura fe, a entrar en la Compaa de Jess. All, por algn tiempo, haba
sentido dulces latidos en su corazn, haba orado con fervor, haba meditado con amoroso
entusiasmo, dispuesto a sacrificarse en Jess... Todo aquello estaba lejos! No le pareca ser
el mismo. No era algo por el estilo lo que crea sentir desde la tarde anterior? No eran las
mismas fibras las que vibraban entonces, all en las orillas del Bernesga, y las que ahora se
movan como una msica plcida para el alma? En los labios del Magistral asom una
sonrisa de amargura. Aunque todo ello sea una ilusin, un sueo, por qu no soar? Y
quin sabe si esta ambicin que me devora no es ms que una forma impropia de otra
pasin ms noble? Este fuego, no podr arder para un afecto ms alto, ms digno del
alma? No podra yo abrasarme en ms pura llama que la de esta ambicin? Y qu
ambicin! Bien mezquina, bien miserable. No valdr ms la conquista del espritu de esa
seora que el asalto de una mitra, del capelo, de la misma tiara?...
El Magistral se sorprendi dibujando la tiara en el margen del papel.
Suspir, arroj aquella pluma, como si tuviera la culpa de tales pensamientos, que ya
se le antojaban vanos, y sacudiendo la cabeza se puso a escribir.
El ltimo prrafo deca:
El suceso tan esperado por el mundo catlico, la definicin del dogma de la
infalibilidad pontificia, haba llegado por fin en el glorioso da de eterna memoria, el 18 de
Julio de 1870: haec dies quam fecit Dominus...
El Magistral continu:
Confirmbase al fin de solemne modo la doctrina del cuarto Concilio de
Constantinopla que dijo: Primu salus est rectae fidei regulam custodire; confirmbase la

148

doctrina que los griegos profesaron con aprobacin del segundo Concilio lionense, y se
declaraba y defina, sacro approbante Concilio, que el Romano Pontfice, quum ex cathedra
loquitur , goza plenamente, per assistentiam divinam, de aquella infalibilidad de que el Divino
Redentor ha querido proveer a su iglesia...
Don Fermn solt la pluma y dej caer la cabeza sobre las manos.
Ignoraba lo que tena, pero no poda escribir. Sera el asunto? Acaso no estara l
aquella maana para tratar materia tan sublime. La infalibilidad! Terrible, pero valentsimo
dogma: un desafo formidable de la fe, rodeada por la incredulidad de un siglo que se re.
Era como estar en el Circo entre fieras, y llamarlas, azuzarlas, pincharlas... Mejor! as deba
ser. El Magistral haba sido desde el principio de la batalla entusistico partidario de la
declaracin. Era el valor, la voluntad enrgica, la afirmacin del imperio, una aventura
teolgica, parecida a las de Alejandro Magno en la guerra y las de Coln en el mar.
Haba defendido el dogma heroico en Roma en el plpito, con elocuencia entonces
espontnea, con calor, como si el infalible fuera l. Llamaba a Dupanloup cobarde. En Madrid
haba llamado mucho la atencin predicando en las Calatravas, al volver de Roma con el
buen Obispo de Vetusta. El tema haba sido tambin la infalibilidad. Los peridicos le haban
comparado con los mejores oradores catlicos, con Monescillo, con Manterola, eclesisticos
como l, con Nocedal, con Vinader, con Estrada, legos.
Y nada, no haba pasado de ochavo. La Iglesia es as, pensaba De Pas, con la
cabeza apoyada en las manos y los codos sobre la mesa, olvidado ya del Papa infalible; la
Iglesia proclama la humildad y es humilde como ser abstracto, colectivo, en la jerarqua,
para contener la impaciencia de la ambicin que espera desde abajo. Yo me luc en Roma,
admir a los fieles en Madrid, deslumbro a los vetustenses y ser Obispo cuando llegue a los
sesenta. Entonces har yo la comedia de la humildad y no aceptar esa limosna. Los
intrigantes suben; los amigos, los aduladores, los lacayos medran sin necesidad de
sermones; pero nosotros, los que hemos de ascender por nuestro mrito apostlico, no
podemos ser impacientes, tenemos que esperar en una actitud digna de sumisin y respeto.
Farsa, pura farsa! Oh, si yo echase a volar mi dinero!... Pero mi dinero es de mi madre, y
adems yo no quiero comprar lo que es mo, lo que merezco por mi cabeza, no por mis
arcas. No quedbamos en que era yo una lumbrera? No se dijo que en m tena firme
columna el templo cristiano? Pues si soy una columna, por qu no me echan encima el peso
que me toca? Soy columna o palillo de dientes, seor Cardenal, en qu quedamos?
El Magistral, que estaba solo y seguro de ello, dio un puetazo sobre la mesa.
Voy, seorito grit una voz dulce y fresca desde una habitacin contigua.
El Magistral no oy siquiera. En seguida entr en el despacho una joven de veinte
aos, alta, delgada, plida, pero de formas suficientemente rellenas para los contornos que
necesita la hermosura femenina. La palidez era de un tono suave, delicado, que haca muy
buen contraste con el negro de andrina de los ojos grandes, soadores, de movimientos
bruscos; unos ojos que pareca que hacan gimnasia, obligados da y noche a las
contorsiones msticas de una piedad maquinal, mitad postiza y falsificada. Las facciones de
aquel rostro se acercaban al canon griego y casaba muy bien con ellas la dulce seriedad de
la fisonoma. En esta figura larga, pero no sin gracia, espiritual, no flaca, solemne, hiertica,
todo estaba mudo menos los ojos y la dulzura que era como un perfume elocuente de todo
el cuerpo.
Era la doncella de doa Paula, Teresina. Dorma cerca del despacho y de la alcoba del
seorito. Esta proximidad haba sido siempre una exigencia de doa Paula. Ella habitaba el
segundo piso, a sus anchas; no quera ruido de curas y frailes entrando y saliendo; pero
tampoco consenta que su hijo, su pobre Fermn, que para ella siempre sera un nio a quien
haba que cuidar mucho, durmiese lejos de toda criatura cristiana. La doncella haba de

149

tener su lecho cerca del seorito, por si llamaba, para avisar a la madre, que bajaba
inmediatamente.
En casa el Magistral era el seorito. As le nombraba el ama delante de los criados y
era el tratamiento que ellos le daban y tenan que darle.
A doa Paula, que no siempre haba sido seora, le sonaba mejor el seorito que un
usa. Las doncellas de doa Paula venan siempre de su aldea; las escoga ella cuando iba
por el verano al campo. Las conservaba mucho tiempo. La condicin de dormir cerca del
seorito, por si llamaba, se les impona con una naturalidad edemaca. Ni las muchachas ni
el Magistral haban opuesto nunca el menor reparo. Los ojos azules, claros, sin expresin,
muy abiertos, de doa Paula, alejaban la posibilidad de toda sospecha; por los ojos se le
conoca que no toleraba que se pusiese en tela de juicio la pureza de costumbres de su hijo
y la inocencia de su sueo; ni al mismo Provisor le hubiera consentido media palabra de
protesta, ni una leve objecin en nombre del qu dirn. Qu haban de decir? All la
castidad de ella, que era viuda, y la de su hijo, que era sacerdote, se tenan por
indiscutibles; eran de una evidencia absoluta; ni se poda hablar de tal cosa. Don Fermn
continuaba siendo un nio que jams crecera para la malicia. ste era un dogma en
aquella casa. Doa Paula exiga que se creyera que ella crea en la pureza perfecta de su
hijo. Pero todo en silencio.
Teresina entr abrochando los corchetes ms altos del cuerpo de su hbito negro (de
los Dolores) y en seguida at cerca de la cintura en la espalda el pauelo de seda tambin
negro que le cruzaba el pecho.
Qu quera el seorito? se siente mal? traer ya el caf?
Yo?... hija ma... no... no he llamado.
Teresina sonri. Se pas una mano mrbida y fina por los ojos, abri un poco la boca,
y aadi:
Apostara... haber odo...
No, yo no. Qu hora es?
Teresina mir al reloj que estaba sobre la cabeza del Magistral. Le dijo la hora y
ofreci otra vez el caf, todo sonriendo con cierta coquetera, contenida por la expresin de
piedad que all era la librea.
Y madre?
Duerme. Se acost muy tarde. Como estn con las cuentas del trimestre...
Bien; treme el caf, hija ma.
Teresina, antes de salir, puso orden en los muebles, que no pecaban de insurrectos,
que estaban como ella los haba dejado el da anterior; tambin toc los libros de la mesa,
pero no se atrevi con los que yacan sobre las sillas y en el suelo. Aqullos no se tocaban.
Mientras Teresina estuvo en el despacho, el Magistral la sigui impaciente con la mirada,
algo fruncido el entrecejo, como esperando que se fuera para seguir trabajando o
meditando.
Hasta que tuvo el caf delante no record que l sola decir misa; que era un seor
cura. La tena? Haba prometido decirla? No pudo resolver sus dudas. Pero la seguridad
con que Teresa proceda le tranquiliz.
Ni doa Paula ni Teresa olvidaban jams estos pormenores. Ellas eran las encargadas
de or la campana del coro, de apuntar las misas, de cuanto se refera a los asuntos del rito.
De Pas cumpla con estos deberes rutinarios, pero necesitaba que se los recordasen. Tena
tantas cosas en la cabeza! Sus olvidos eran dentro de casa, porque fuera se jactaba de ser

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el ms fiel guardador de cuanto la Sinodal exiga, y daba frecuentes lecciones al mismo


maestro de ceremonias.
Tom el caf y se levant para dar algunos paseos por el despacho; quera
distraerse, sacudir aquellos pensamientos importunos que no le permitan adelantar en su
trabajo.
Teresina entraba y sala sin pedir permiso, pero andaba por all como el silencio en
persona; no haca el menor ruido. Llev el servicio del caf, volvi a buscar un jarro de
estao y el cubo del lavabo; entr de nuevo con ellos y una toalla limpia. Entr en la alcoba,
dejando las puertas de cristales abiertas, y se puso a levantar la cama, operacin que
consista en sacudir las almohadas y los colchones, doblar las sbanas y la colcha y
guardarlas entre colchn y colchn, tender una manta sobre el lecho y colocar una sobre
otras las almohadas sacudidas, pero sin funda. El Magistral dorma algunos das la siesta, y
doa Paula, por economa, le preparaba as la cama. Hacerla formalmente hubiera sido un
despilfarro de lavado y planchado.
Don Fermn volvi a sentarse en su silln. Desde all vea, distrado, los movimientos
rpidos de la falda negra de Teresina, que apretaba las piernas contra la cama para hacer
fuerza al manejar los pesados colchones. Ella azotaba la lana con vigor y la falda suba y
bajaba a cada golpe con violenta sacudida, dejando descubiertos los bajos de las enaguas
bordadas y muy limpias, y algo de la pantorrilla. El Magistral segua con los ojos los
movimientos de la faena domstica, pero su pensamiento estaba muy lejos. En uno de sus
movimientos, casi tendida de brazos sobre la cama, Teresina dej ver ms de media
pantorrilla y mucha tela blanca. De Pas sinti en la retina toda aquella blancura, como si
hubiera visto un relmpago; y discretamente, se levant y volvi a sus paseos. La doncella
jadeante, con un brazo oculto en el pliegue de un colchn doblado, se volvi de repente, casi
tendida de espaldas sobre la cama. Sonrea y tena un poco de color rosa en las mejillas.
Le molesta el ruido, seorito?
El Magistral mir a la hermosa beata que en aquel momento no conservaba ningn
gesto de hipocresa. Apoyando una mano en el dintel de la puerta de la alcoba, dijo el amo
sonriente como la criada:
La verdad, Teresina... el trabajo de hoy es muy importante. Si te es igual, vuelve
luego, y acabars de arreglar esto cuando yo no est.
Bien est, seorito, bien est respondi la criada, muy seria, con voz gangosa y
tono de canto llano.
Y con mucha prisa, haciendo saltar la ropa cerca del techo, acab de levantar la cama
y sali de las habitaciones del seorito.
El cual pase tres o cuatro minutos entre los libros tumbados en el suelo, por los
senderos que dejaban libres aquellos parterres de teologa y cnones. Despus de fumar
tres pitillos volvi a sentarse. Escribi sin descanso hasta las diez. Cuando el sol se le meti
por los puntos de la pluma, levant la cabeza, satisfecho de su tarea.
Mir al cielo. Estaba alegre, sin nubes. El buen tiempo en Vetusta vale ms por lo
raro. El Magistral se frot las manos suavemente. Estaba contento. Mientras haba escrito,
casi por mquina, una defensa, calamo currente, de la Infalibilidad, con destino a cierta
Revista Catlica que lean catlicos convencidos nada ms, haba estado madurando su plan
de ataque.
Pensaba lo mismo que la Regenta: que haba hecho un hallazgo, que iba a tener un
alma hermana.

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l, que lea a los autores enemigos, como a los amigos, recordaba una potica
narracin del impo Renn en que figuraban un fraile de all de Suecia o Noruega, y una
joven devota, alemana, si le era fiel la memoria. De todas suertes, eran dos almas que se
amaban en Jess, a travs de gran distancia. No haba en aquellas relaciones nada de
sentimentalismo falso, pseudoreligioso; eran afectos puros, nada parecidos a los amores
de un Lutero, ni siquiera de un Abelardo; era la verdad severa, noble, inmaculada del amor
mstico; amor anafrodtico, incapaz de mancharse con el lodo de la carne ni en sueos.
Por qu recordaba ahora esta leyenda, piadosa y novelesca? Qu tena l que ver con un
monje romntico y fantico, mstico y apasionado, de la Edadmedia... y sueco? l era el
Magistral de Vetusta, un cura del siglo diecinueve, un carca, un obscurantista, un zngano
de la colmena social, como deca Foja el usurero...
Y al pensar esto, mirndose al espejo, mientras se lavaba y peinaba, De Pas sonrea
con amargura mitigada por el dejo de optimismo que le quedaba de sus reflexiones de poco
antes.
Estaba desnudo de medio cuerpo arriba. El cuello robusto pareca ms fuerte ahora
por la tensin a que le obligaba la violencia de la postura, al inclinarse sobre el lavabo de
mrmol blanco. Los brazos cubiertos de vello negro ensortijado, lo mismo que el pecho alto
y fuerte, parecan de un atleta. El Magistral miraba con tristeza sus msculos de acero, de
una fuerza intil. Era muy blanco y fino el cutis, que una emocin cualquiera tea de color
de rosa. Por consejo de don Robustiano, el mdico, De Pas haca gimnasia con pesos de
muchas libras; era un Hrcules. Un da de revolucin un patriota le haba dado el quin
vive! en las afueras, cerca de la noche. De Pas rompi el fusil de chispa en las espaldas del
aguerrido centinela, que le haba querido coser a bayonetazos, porque no se entregaba a
discrecin. Nadie supo aquella hazaa, ni el mismo don Santos Barinaga que andaba a caza
de las calumnias y verdades que corran contra La Cruz Roja, como l llamaba,
colectivamente, al Provisor y a su madre. En cuanto al miliciano, haba callado, jurando odio
eterno al clero y a los fusiles de chispa. Era uno de los que al murmurar del Magistral
aadan:
Si yo hablara!
Mientras estaba lavndose, desnudo de la cintura arriba, don Fermn se acordaba de
sus proezas en el juego de bolos, all en la aldea, cuando aprovechaba vacaciones del
seminario para ser medio salvaje corriendo por breas y vericuetos; el mozo fuerte y velludo
que tena enfrente, en el espejo, le pareca un otro yo que se haba perdido, que haba
quedado en los montes, desnudo, cubierto de pelo como el rey de Babilonia, pero libre,
feliz... Le asustaba tal espectculo, le llevaba muy lejos de sus pensamientos de ahora, y se
apresur a vestirse. En cuanto se abroch el alzacuello, el Magistral volvi a ser la imagen
de la mansedumbre cristiana, fuerte, pero espiritual, humilde: segua siendo esbelto, pero
no formidable. Se pareca un poco a su querida torre de la catedral, tambin robusta,
tambin proporcionada, esbelta y bizarra, mstica; pero de piedra.
Qued satisfecho, con la conciencia de su cuerpo fuerte, oculto bajo el manteo
epiceno y la sotana flotante y escultural.
Iba a salir.
Teresina apareci en el umbral, seria, con la mirada en el suelo, con la expresin de
los santos de cromo.
Qu hay?
Una joven pregunta si se puede ver al seorito.
A m?... Don Fermn encogi los hombros Quin es?
Petra, la doncella de la seora Regenta.

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Al decir esto los ojos de Teresina se fijaron sin miedo en los de su amo.
No dice a qu viene?
No ha dicho nada ms.
Pues que pase.
Petra se present sola en el despacho, vestida de negro, con el pelo de azafrn sobre
la frente, sin rizos ni ondas, con los ojos humillados, y con sonrisa dulce y candorosa en los
labios.
El Magistral la reconoci. Era una joven que se haba obstinado en confesar con l y
que lo haba conseguido a fuerza de tenacidad y paciencia; pero despus haba tenido que
desairarla varias veces, para que no le importunase. Era de las infelices que creen los
absurdos que la calumnia propala para descrdito de los sacerdotes. Confesaba cosas de su
alcoba, se desnudaba ante la celosa entre llanto de falso arrepentimiento. Era hermosa,
incitante; pero el Magistral la haba alejado de s, como hara con Obdulia, si las exigencias
sociales no lo impidiesen.
Petra se present como si fuese una desconocida; como si persona tan insignificante
debiera de estar borrada de la memoria de personaje tan alto. Tal vez en otras
circunstancias no hubiera tenido buen recibimiento; pero al saber que vena de parte de
doa Ana, sinti el clrigo dulce piedad, y perdon de repente a aquella extraviada criatura
sus insinuaciones vanas y perversas de otro tiempo. Fingi tambin no reconocerla.
Teresina los espiaba desde la sombra en el pasadizo inmediato. El Magistral lo
presuma y habl como si fuera delante de testigos.
Es usted criada de la seora de Quintanar?
S, seor; su doncella.
Viene usted de su parte?
S, seor; traigo una carta para Usa.
Aquel usa hizo sonrer al Provisor, que lo crey muy oportuno.
Y no es ms que eso?
No, seor.
Entonces...
La seora me ha dicho que entregara a Usa mismo esta carta, que era urgente y
los criados podran perderla... o tardar en entregarla a Usa.
Teresina se movi en el pasillo. La oy el Magistral y dijo:
En mi casa no se extravan las cartas. Si otra vez viene usted con un recado por
escrito, puede usted entregarlo ah fuera... con toda confianza.
Petra sonri de un modo que ella crey discreto y retorci una punta del delantal.
Perdneme Usa... dijo con voz temblorosa y ruborizndose.
No hay de qu, hija ma. Agradezco su celo.
Don Fermn estaba pensando que aquella mujer podra serle til, no saba l cundo,
ni cmo, ni para qu. Sinti deseos de ponerla de su parte, sin saber por qu esto poda
importarle. Tambin se le pas por la imaginac in decir a la Regenta que era poco edificante
la conducta de aquella muchacha. Pero todo era prematuro. Por ahora se content con
despedirla con un saludo seoril, corts, pero fro. Cuando Petra iba a atravesar el umbral,

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ocup la puerta por completo una mujer tan alta casi como el Magistral y que pareca ms
ancha de hombros; tena la figura cortada a hachazos, vesta como una percha. Era doa
Paula, la madre del Provisor. Tena sesenta aos, que parecan poco ms de cincuenta.
Debajo de un pauelo de seda negro que cubra su cabeza, atado a la barba, asomaban
trenzas fuertes de un gris sucio y lustroso; la frente era estrecha y huesuda, plida, como
todo el rostro; los ojos de un azul muy claro, no tenan ms expresin que la semejanza de
un contacto fro, eran ojos mudos; por ellos nadie sabra nada de aquella mujer. La nariz, la
boca y la barba se parecan mucho a las del Magistral. Un mantn negro de merino ceido
con fuerza a la espalda angulosa, caa sin gracia sobre el hbito, negro tambin, de
estamea con ribetes blancos. Pareca doa Paula, por traje y rostro, una amortajada.
Petra salud un poco turbada. Doa Paula la midi con los ojos sin disimulo.
Qu quera usted? pregunt, como pudo haberlo preguntado la pared.
Petra se repuso y, casi con altanera, contest:
Era un recado para el seor Magistral.
Y sali del despacho.
En la puerta de la escalera la recibi con afable sonrisa Teresina y se despidieron con
sendos besos en las mejillas, como las seoritas de Vetusta. Eran amigas, ambas de la
aristocracia de la servidumbre. Se respetaban sin perjuicio de tenerse envidia. Petra
envidiaba a Teresina la estatura, los ojos y la casa del Magistral. Teresina envidiaba a Petra
su desenvoltura, su gracia, su conocimiento de las maneras finas y de la vida de ciudad.
hijo.

Qu te quiere esa seora? pregunt doa Paula en cuanto se vio a solas con su
No s; an no he abierto la carta.
Una carta?
S, sa.

Don Fermn hubiera deseado a su madre a cien leguas. No poda ocultar la


impaciencia, a pesar del dominio sobre s mismo, que era una de sus mayores fuerzas;
ansiaba poder leer la carta, y tema ruborizarse delante de su madre. Ruborizarse? s, sin
motivo, sin saber por qu; pero estaba seguro de que, si abra aquel sobre delante de doa
Paula, se pondra como una cereza. Cosas de los nervios. Pero su madre era como era.
Doa Paula se sent en el borde de
de las llamadas de ministro, y emprendi
gordo como un dedo. Doa Paula fumaba;
secreto, slo delante de la familia y algunos

una silla, apoy los codos sobre la mesa, que era


la difcil tarea de envolver un cigarro de papel,
pero desde que eran de la catedral fumaba en
amigos ntimos.

El Magistral dio dos vueltas por el despacho y en una de ellas cogi disimuladamente
la carta de la Regenta y la guard en un bolsillo interior, debajo de la sotana.
Adis, madre; voy a dar los das al seor de Carraspique.
Tan temprano?
S, porque despus se llena aquello de visitas y tengo que hablarle a solas.
No la lees?
Qu he de leer?
Esa carta.
Luego, en la calle; no ser urgente.

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Por si acaso; lela aqu, por si tienes que contestar en seguida o dejar algn
recado; no comprendes?
De Pas hizo un gesto de indiferencia y ley la carta.
Ley en alta voz. Otra cosa hubiera sido despertar sospechas. No estaba su madre
acostumbrada a que hubiera secretos para ella. Adems, qu poda decir la Regenta?
Nada de particular.
Mi querido amigo: hoy no he podido ir a comulgar: necesito ver a usted antes;
necesito reconciliar. No crea usted que son escrpulos de esos contra los que usted me
prevena; creo que se trata de una cosa seria. Si usted fuera tan amable que consintiera en
orme esta tarde un momento, mucho se lo agradecera su hija espiritual y affma. amiga,
q.b.s.m.,
ANA DE OZORES DE QUINTANAR.
Jess, qu carta! exclam doa Paula con los ojos clavados en su hijo.
Qu tiene? pregunt el Magistral, volviendo la espalda.
Te parece bien ese modo de escribir al confesor? Parece cosa de doa Obdulita.
No dices que la Regenta es tan discreta? Esa carta es de una tonta o de una loca.
No es loca ni tonta, madre. Es que no sabe de estas cosas todava... Me escribe
como a un amigo cualquiera.
Vamos, es una pagana que quiere convertirse.
El Magistral call. Con su madre no disputaba.
Ayer tarde no fuiste a ver al seor de Ronzal.
Se me pas la hora de la cita...
Ya lo s; estuviste dos horas y media en el confesonario, y el seor Ronzal se cans
de esperar y no tuvo contestacin que dar al seor Pablo, que se volvi al pueblo creyendo
que t y Ronzal y yo y todos somos unos mequetrefes sin palabra, que sabemos explotarlos
cuando los necesitamos y cuando ellos nos necesitan los dejamos en la estacada.
Pero, madre, tiempo hay; el chico est en el cuartel, no se los han llevado; no
salen para Valladolid hasta el sbado... hay tiempo...
S, hay tiempo para que se pudra en el calabozo. Y qu dir Ronzal? Si t que
ests ms interesado te olvidas del asunto, qu har l?
Pero, seora, el deber es primero.
El deber, el deber... es cumplir con la gente, Fermo! Y por qu se le ha antojado
al espantajo de don Cayetano encajarte ahora esa herencia?
Qu herencia?
De Pas daba vueltas en una mano al sombrero de teja, de alas sueltas, y se apoyaba
en el marco de la puerta, indicando deseo de salir pronto.
Qu herencia? repiti.
Esa seora; esa de la carta, que por lo visto cree que mi hijo no tiene ms que
hacer que verla a ella.
Madre, es usted injusta.
Fermo, yo bien s lo que me digo. T... eres demasiado bueno. Te endiosas y no
ves ni entiendes.

155

Doa Paula crea que endiosarse vala tanto como elevar el pensamiento a las
regiones celestes.
El Arcediano y don Custodio prosigui hicieron anoche comidilla de la confesata
en la tertulia de doa Visitacin, esa tarasca; s seor, comidilla de la confesata de la otra; y
si haba durado dos horas o no haba durado dos horas...
El Magistral se santigu y dijo:
Ya murmuran? Infames!
S, ya! ya! y por eso hablo yo: porque estas cosas, en tiempo. Te acuerdas de la
Brigadiera? Te acuerdas de lo que me dio que hacer aquella miserable calumnia por ser t
noble y confiadote?... Fermo, te lo he dicho mil veces; no basta la virtud, es necesario saber
aparentarla.
Yo desprecio la calumnia, madre.
Yo no, hijo.
No ve usted cmo a pesar de sus dicharachos yo los piso a todos?
S, hasta hora; pero quin responde? Tantas veces va el cntaro a la fuente... Don
Fortunato es una malva, corriente; no es un Obispo, es un borrego, pero...
Le tengo en un puo!
Ya lo s, y yo en otro; pero ya sabes que es ciego cuando se empea en una cosa;
y si Su Ilustrsima polichinela da otra vez en la mana de que pueden decir verdad los que te
calumnian, ests perdido.
Don Fortunato no se mueve sin orden ma.
No te fes, es porque te cree infalible; pero el da que le hagan ver tus escndalos...
Cmo ha de ver eso, madre?
Bueno, ya me entiendes; creerlos como si los viera; ese da estamos perdidos; la
malva, el polichinela, el borrego ser un tigre, y del Provisorato te echa a la crcel de
corona.
Madre... est usted exaltada... ve usted visiones.
Bueno, bueno; yo me entiendo.
Doa Paula se puso en pie y arroj la punta del pitillo apurada y sucia.
Prosigui:
No quiero ms cartitas; no quiero conferencias en la catedral; que vaya al sermn
la seora Regenta si quiere buenos consejos; all hablas para todos los cristianos; que vaya
a orte al sermn y que me deje en paz.
Con que Glocester?...
S, y don Custodio.
Y a usted, quin le ha dicho?...
El Chato.
Campillo?
El mismo.

156

Pero qu han visto? Qu pueden decir esos miserables? cmo se habla de estas
cosas en una tertulia de seoras? cmo entiende esta gente el respeto a las cosas
sagradas?
Ta, ta, ta, ta! Envidia, pura envidia. Respeto? Dios lo d. El Arcediano querra
confesar a la de Quintanar, es natural, l es muy amigo de darse tono, y de que digan...
Dios me perdone! pero creo que le gusta que murmuren de l, y que digan si enamora a las
beatas o no las enamora... Es un faroln... y un malvado!
Madre, usted exagera; cmo un sacerdote?...
Fermo, t eres un papanatas; el mundo est perdido: por eso todos piensan mal y
por eso hay que andar con cien ojos... Hay que aparentar ms virtud que se tiene, aunque
se sea un ngel. No sabes que de nosotros dicen mil perreras? Glocester, don Custodio,
Foja, don Santos y el mismsimo don lvaro Mesa, con toda su diplomacia, pasan la vida
desacreditndote. Si hacemos y acontecemos en palacio (doa Paula empez a contar por
los dedos); si nos comemos la dicesis; si entramos en el Provisorato desnudos y ahora
somos los primeros accionistas del Banco; si t cobras esto y lo otro; si nuestros
paniaguados andan por ah como esponjas recogiendo el oro y el moro, para venir a soltarlo
en la alberca de casa; si el Obispo es un maniqu en nuestras manos; si vendemos cera, si
vendemos aras, si t hiciste cambiar las de todas las parroquias del Obispado para que te
compraran a ti las nuevas; si don Santos se arruina por culpa nuestra y no del aguardiente;
si t robas a los que piden dispensas; si te comes capellanas; si yo cobro diezmos y
primicias en toda la dicesis; si...
Basta, madre, basta, por Dios!
Y por contera tus amoros, tus abusos de consejero espiritual. T (vuelta a contar
por los dedos, pero adems con pataditas en el suelo, como llevando el comps) tienes
fanatizado a medio pueblo; las de Carraspique se han metido monjas por culpa tuya, y una
de ellas est muriendo tsica por culpa tuya tambin, como si t fueras la humedad y a
l
inmundicia de aquella pocilga; t tienes la culpa de que no se case la de Pez, la primera
millonaria de Vetusta, que no encuentra novio que le agrade... por culpa tuya.
Madre...
Qu ms? Hasta les parece mal que ensees la doctrina a las nias de la Santa
Obra del Catecismo...
Miserables!
S, miserables; pero van siendo muchos miserables, y el da menos pensado nos
tumban.
Eso no, madre grit el Magistral perdiendo el aplomo, con las mejillas crdenas y
las puntas de acero, que tena en las pupilas, erizadas como dispuestas a la defensa. Eso
no, madre! Yo los tengo a todos debajo del zapato, y los aplasto el da que quiero. Soy el
ms fuerte. Ellos, todos, todos, sin dejar uno, son unos estpidos; ni mala intencin saben
tener.
Doa Paula sonri, sin que su hijo lo notase. As te quiero pens, y sigui diciendo:
Pero el nico flaco que podemos presentarles es ste, Fermo; bien lo sabes;
acurdate de la otra vez.
Aqulla era una... mujer perdida.
Pero te enga verdad?
No, madre; no me enga; qu sabe usted?

157

Los ojos de doa Paula eran un par de inquisidores. Aquello de la Brigadiera nunca
haba podido aclararlo. Slo saba, por su mal, que haba sido un escndalo que apenas se
pudo sofocar antes que fuera tarde. A De Pas le repugnaban tales recuerdos. Eran cosas de
la juventud. Qu necedad temer que l volviese a descuidarse ahora, a los treinta y cinco
aos! Entonces, en la poca de la Brigadiera no tena l experiencia, le halagaba la
vanagloria, le seduca y mareaba el incienso de la adulacin.
Si mi madre me viera por dentro, no tendra esos temores con que ahora me
mortifica.
Doa Paula insisti en pintarle los peligros de la calumnia; saba que le lastimaba el
alma, pero a su juicio era un dolor necesario, porque tema para su hijo la cada de
Salomn.
La madre de don Fermn crea en la omnipotencia de la mujer. Ella era buen ejemplo.
No tema que las intrigas del Cabildo pudiesen gran cosa contra el prestigio de su Fermn,
que era el instrumento de que ella, doa Paula, se vala para estrujar el Obispado. Fermn
era la ambicin, el ansia de dominar; su madre la codicia, el ansia de poseer. Doa Paula se
figuraba la dicesis como un lagar de sidra de los que haba en su aldea; su hijo era la
fuerza, la viga y la pesa que expriman el fruto, oprimiendo, cayendo poco a poco; ella era el
tornillo que apretaba; por la espiga de acero de su voluntad iba resbalando la voluntad, para
ella de cera, de su hijo; la espiga entraba en la tuerca, era lo natural. Era mecnico, como
deca don Fermn explicando religin. Pero a una mujer otra mujer pensaba el tornillo.
Su hijo era joven todava, podan seducrselo, como ya otra vez haban intentado y acaso
conseguido. Ella crea en la influencia de la mujer, pero no se fiaba de su virtud. La
Regenta, la Regenta! dicen que es una seora incapaz de pecar, pero quin lo sabe? Algo
haba odo de lo que se murmuraba. Era amiga de algunas beatas de las que tienen un pie
en la iglesia y otro en el mundo; estas seoras son las que lo saben todo, a veces aunque no
haya nada. Le haban dicho, sobre poco ms o menos, y sin estilo flamenco, lo mismo que
Orgaz contaba en el Casino dos das antes: que don lvaro estaba enamorado de la
Regenta, o por lo menos quera enamorarla, como a tantas otras. Aquel don lvaro era un
enemigo de su hijo. Lo saba ella. Ni el mismo don Fermn le tena por enemigo, por ms
que varias veces haba adivinado en l un rival en el dominio de Vetusta. Pero doa Paula
tena superior instinto; vea ms que nadie en lo que interesaba al podero de su hijo.
Aquel don lvaro era otro buen mozo, listo tambin, arrogante, hombre de mundo; tena el
prestigio del amor, contaba con las mujeres respectivas de muchos personajes de Vetusta, y
a veces con los personajes mismos, gracias a las mujeres; era el jefe de un partido, el brazo
derecho, y la cabeza acaso, de los Vegallana... poda disputar a Fermn, con fuerzas iguales
acaso, el dominio de Vetusta, de aquella Vetusta que necesitaba siempre un amo y cuando
no lo tena se quejaba de la falta de carcter de los hombres importantes. Y por qu no
haba de estar ya Mesa disputando ese dominio? No caba en lo posible que la Regenta,
aquella santa, y el don Alvarito, se entendieran y quisieran coger en una trampa al pobre
Fermo? Estas malas artes, por complicadas y sutiles que fuesen, las supona fcilmente
doa Paula en cualquier caso, porque ella pasaba la vida entregada a combinaciones
semejantes. De estas sospechas no comunic a su hijo ms que lo suficiente para prevenirle
contra la Regenta y sus confesiones de dos horas. No cit el nombre de Mesa. En los labios
le retozaba esta pregunta:
Pero de qu demontres hablasteis dos horas seguidas?
No se atrevi a tanto. Al fin su hijo era un sacerdote y ella era cristiana.
Preguntar aquello le pareca una irreverencia, un sacrilegio que hubiera puesto a
Fermo fuera de s, y no haba para qu.
Adis, madre dijo don Fermn cuando doa Paula call por no atreverse con la
pregunta sacrlega.

158

Ya estaba en la escalera el Magistral cuando oy a su madre que deca:


De modo que hoy tampoco vas a coro?
Seora, si ya habr concluido...
Bueno, bueno! qued murmurando ella no ganamos para multas.
Por fin el Magistral se vio fuera de su casa, con el placer de un estudiante que escapa
de la frula de un dmine implacable.
El sol brillaba acercndose al cenit. Sobre Vetusta ni una sola nube. El cielo pareca
andaluz.
S, pero el buen humor del Magistral se haba nublado; su madre le haba puesto
nervioso, airado, no saba contra quin.
Aquel era su tirano: un tirano consentido, amado, muy amado, pero formidable a
veces. Y cmo romper aquellas cadenas? A ella se lo deba todo. Sin la perseverancia de
aquella mujer, sin su voluntad de acero que iba derecha a un fin rompiendo por todo qu
hubiera sido l? Un pastor en las montaas, o un cavador en las minas. l vala ms que
todos, pero su madre vala ms que l. El instinto de doa Paula era superior a todos los
raciocinios. Sin ella hubiera sido l arrollado algunas veces en la lucha de la vida. Sobre
todo, cuando sus pies se enredaban en redes sutiles que le tenda un enemigo quin le
libraba de ellas? Su madre. Era su egida. S, ella primero que todo. Su despotismo era la
salvacin; aquel yugo, saludable. Adems, una voz interior le deca que lo mejor de su alma
era su cario y su respeto filial. En las horas en que a s mismo se despreciaba, para
encontrar algo puro dentro de s, que impidiera que aquella repugnancia llegase a la
desesperacin, necesitaba recordar esto: que era un buen hijo, humilde, dcil... un nio, un
nio que nunca se haca hombre. l que con los dems era un hombre que sola convertirse
en len!
Pero ahora senta una rebelin en el alma. Era una injusticia aquella sospecha de su
madre. En la virtud de la Regenta crea toda Vetusta, y en efecto era un ngel. l s que no
mereca besar el polvo que pisaba aquella seora. Quin poda temer de quin?
En este momento comprendi la causa de su malhumor repentino. La madre haba
hablado de las calumnias con que le queran perder... de las demasas de ambicin, orgullo y
srdida codicia que le imputaban, de la influencia perniciosa en la vida de muchas familias
que se le achacaba... pero era todo calumnia? Oh, si la Regenta supiese quin era l, no le
confiara los secretos de su corazn. Por un acto de fe, aquella seora haba despreciado
todas las injurias con que sus enemigos le perseguan a l, no haba credo nada de aquello
y se haba acercado a su confesonario a pedirle luz en las tinieblas de su conciencia, a
pedirle un hilo salvador en los abismos que se abran a cada paso de la vida. Si l hubiera
sido un hombre honrado, le hubiera dicho all mismo: Calle usted, seora! yo no soy
digno de que la majestad de su secreto entre en mi pobre morada; yo soy un hombre que
ha aprendido a decir cuatro palabras de consuelo a los pecadores dbiles; y cuatro palabras
de terror a los pobres de espritu fanatizados; yo soy de miel con los que vienen a morder el
cebo y de hiel con los que han mordido; el seuelo es de azcar, el alimento que doy a mis
prisioneros, de acbar;... yo soy un ambicioso, y lo que es peor, mil veces peor,
infinitamente peor, yo soy avariento, yo guardo riquezas mal adquiridas, s, mal adquiridas;
yo soy un dspota en vez de un pastor; yo vendo la Gracia, yo comercio como un judo con
la Religin del que arroj del templo a los mercaderes... yo soy un miserable, seora; yo no
soy digno de ser su confidente, su director espiritual. Aquella elocuencia de ayer era falsa,
no me sala del alma, yo no soy el vir bonus, yo soy lo que dice el mundo, lo que dicen mis
detractores.

159

Como el pensamiento le llevaba muy lejos, el Magistral sinti una reaccin en su


conciencia, reaccin favorable a su fama.
Hagmonos ms justicia pens sin querer, por el instinto de conservacin que
tiene el amor propio.
Y entonces record que su madre era quien le empujaba a todos aquellos actos de
avaricia que ahora le sacaban los colores al rostro.
Era su madre la que atesoraba; por ella, a quien lo deba todo, haba l llegado a
manosear y mascar el lodo de aquella sordidez poco escrupulosa. Su pasin propia, la que
espontneamente haca en l estragos era la ambicin de dominar; pero esto no era noble
en el fondo? y no era justo al cabo? No mereca l ser el primero de la dicesis? El Obispo
no le reconoca de buen grado esta superioridad moral? Bastante haca l contentndose,
por ahora, con no mandar ms que en Vetusta. Oh! estaba seguro. Si algn da su amistad
con Ana Ozores llegaba al punto de poder l confesarse ante ella tambin y decirle cul era
su ambicin, ella, que tena el alma grande, de fijo le absolvera de los pecados cometidos.
Los de su madre, aquellos a que le haba arrastrado la codicia de su madre eran los que no
tenan disculpa, los feos, los vergonzosos, los inconfesables.
Mientras tales pensamientos le atormentaban y consolaban sucesivamente, iba el
Magistral por las aceras estrechas y gastadas de las calles tortuosas y poco concurridas de la
Encimada; iba con las mejillas encendidas, los ojos humildes, la cabeza un poco torcida,
segn costumbre, recto el airoso cuerpo, majestuoso y rtmico el paso, flotante el ampuloso
manteo, sin la sombra de una mancha.
Contestaba a los saludos como si tuviese el alma puesta en ellos, doblando la cintura
y destocndose como si pasara un rey; y a veces ni vea al que saludaba.
Este fingimiento era en l segunda naturaleza. Tena el don de estar hablando con
mucho pulso mientras pensaba en otra cosa.
Doa Paula haba vuelto a entrar en el despacho de su hijo. Registr la alcoba. Vio la
cama levantada, tiesa, muda, fresca, sin un pliegue; sali de la alcoba; en el despacho
repar el sof de reps azul, las butacas, las correctas filas de libros amontonados sobre sillas
y tablas por todas partes; se fij en el orden de la mesa, en el del silln, en el de las sillas.
Pareca olfatear con los ojos. Llam a Teresina; le pregunt cualquier cosa, haciendo en su
rostro excavaciones con la mirada, como quien anda a minas; se meti por los pliegues del
traje, correcto, como el orden de las sillas, de los libros, de todo. La hizo hablar para
apreciar el tono de la voz, como el timbre de una moneda. La despidi.
Oye volvi a decir... Nada, vete.
Se encogi de hombros.
Es imposible dijo entre dientes; no hay manera de averiguar nada.
Y, saliendo del despacho, dijo todava:
Qu capricho de hombres!
Y, subiendo la escalera del segundo piso, aadi:
Es como todos, como todos; siempre fuera!

160

XII
Don Francisco de Ass Carraspique era uno de los individuos ms importantes de la
Junta Carlista de Vetusta y el que hizo ms sacrificios pecuniarios en tiempo oportuno. Era
poltico porque se le haba convencido de que la causa de la religin no prosperara si los
buenos cristianos no se metan a gobernar. Le dominaba por completo su mujer, fantica
ardentsima, que aborreca a los liberales porque all en la otra guerra, los cristinos haban
ahorcado de un rbol a su padre sin darle tiempo para confesar. Carraspique frisaba con los
sesenta aos, y no se distingua ni por su valor ni por sus dotes de gobierno; se distingua
por sus millones. Era el mayor contribuyente que tena en la provincia la soberana
subrepticia de don Carlos VII. Su religiosidad (la de Carraspique) sincera, profunda, ciega,
era en l toda una virtud; pero la debilidad de su carcter, sus pocas luces naturales y la
mala intencin de los que le rodeaban, convertan su piedad en fuente de disgustos para el
mismo don Francisco de Ass, para los suyos y para muchos de fuera.
Doa Luca, su esposa, confesaba con el Magistral. ste era el Pontfice infalible en
aquel hogar honrado. Tenan cuatro hijas los Carraspique; todas haban hecho su primera
confesin con don Fermn; haban sido educadas en el convento que haba escogido don
Fermn; y las dos primeras haban profesado, una en las Salesas y otra en las Clarisas.
El palacio de Carraspique, comprado por poco dinero en la quiebra de un noble
liberal, que muri del disgusto, estaba enfrente del casern de los Ozores, en la Plaza
Nueva, podrida de vieja.
El Magistral se dej introducir en el estrado por una criada sesentona, que ladraba a
los pobres como los perros malos. A los curas les lamera los pies de buen grado.
Espere usted un poco, seor Magistral, haga el favor de sentarse; el seor est all
dentro y sale en seguida... (Con voz misteriosa y agria). Est ah el mdico... ese
empecatado primo de la seora.
S, ya, don Robustiano: pues qu hay, Fulgencia?
Creo que Sor Teresa est algo peor... pero no es para tanto alarmar a los
pobrecitos seores. Verdad, seor Magistral, que la pobre seorita no est de cuidado?
Creo que no, Fulgencia; pero qu dice el mdico? Viene de all?
S, seor, de all; y ah dentro daba gritos... viene furioso... es un loco. No s c mo
le llaman a l. El parentesco, es cosa del parentesco.
El saln era rectangular, muy espacioso, adornado con gusto severo, sin lujo, con
cierta elegancia que naca de la venerable antigedad, de la limpieza exquisita, de la
sobriedad y de la severidad misma. El nico mueble nuevo era un piano de cola de Erard.
Lleg al saln don Robustiano y sali Fulgencia hablando entre dientes.
El mdico era alto, fornido, de luenga barba blanca. Vesta con el arrogante lujo de
ciertos personajes de provincia que quieren revelar en su porte su buena posicin social. Era
una hermosa figura que se defenda de los ultrajes del tiempo con buen xito todava. Don
Robustiano era el mdico de la nobleza desde muchos aos atrs; pero si en poltica pasaba
por reaccionario y se burlaba de los progresistas, en religin se le tena por volteriano, o lo
que l y otros vetustenses entendan por tal. Jams haba ledo a Voltaire, pero le admiraba
tanto como le aborreca Glocester, el Arcediano, que no lo haba ledo tampoco. En punto a
letras, las de su ciencia inclusive, don Robustiano no poda alzar el gallo a ningn mediquillo
moderno de los que se moran de hambre en Vetusta. Haba estudiado poco, pero haba
ganado mucho. Era un mdico de mundo, un doctor de buen trato social. Aos atrs, para l
todo era flato; ahora todo era cuestin de nervios. Curaba con buenas palabras; por l nadie

161

saba que se iba a morir. Sola curar de balde a los amigos; pero si la enfermedad se
agravaba, se inhiba, mandaba llamar a otro y no se ofenda. l no serva para ver morir a
una persona querida.
Al lado de sus enfermos siempre estaba de broma.
Con que se nos quiere usted morir, seor Fulano? Pues vive Dios, que lo hemos
de ver..., etc.
Esta era una frase sacramental; pero tena otras muchas. As se haba hecho rico. No
usaba muchos trminos tcnicos, porque, segn l, a los profanos no se les ha de asustar
con griego y latn. No era pedante, pero cuando le apuraban un poco, cuando le
contradecan, invocaba el sacrosanto nombre de la ciencia, como si llamase al comisario de
polica.
La ciencia manda esto; la ciencia ordena lo otro.
Y no se le haba de replicar.
Aparte la ciencia, que no era su terreno propio, don Robustiano poda apostar con
cualquiera a campechano, alegre, simptico, y hasta hombre de excelente sentido y no
escasa perspicacia. Pecaba de hablador.
Al Magistral no le poda tragar, pero tema su influencia en las casas nobles y le
trataba con fingida franqueza y amabilidad falsa.
De Pas le tena a l por un grandsimo majadero, pero le tributaba la cortesa que
empleaba siempre en el trato, sin distinguir entre majaderos y hombres de talento.
Oh mi seor don Fermn! cunto bueno... Llega usted a tiempo, amigo mo; el
primo est inconsolable. Buen da de su santo! Le he dicho la verdad, toda la verdad; y, es
claro, ahora que la cosa no tiene remedio, se desespera... Es decir, remedio... yo creo que
s... pero estas ideas exageradas que... en fin, a usted se le puede hablar con franqueza,
porque es una persona ilust rada.
Qu hay, don Robustiano? Viene usted de las Salesas?
S, seor; de aquella pocilga vengo.
Cmo est Rosita?
Qu Rosita? Si ya no hay Rosita! Si ya se acab Rosita; ahora es Sor Teresa, que
no tiene rosas ni en el nombre ni en las mejillas.
Don Robustiano se acerc al Magistral; mir a todos los rincones, a todas las puertas,
y con la mano delante de la boca, dijo:
Aquello es el acabose!
El Magistral sinti un escalofro.
Usted cree?
S, creo en una catstrofe prxima. Es decir, distingo, distingo en nombre de la
ciencia. Yo, Somoza, no puedo esperar nada bueno; yo, hombre de ciencia, necesito
declarar, primero: que si la nia sigue respirando en aquel medio ... no hay salvacin, pero si
se la saca de all... tal vez haya esperanza; segundo: que es un crimen, un crimen de lesa
humanidad no poner los medios que la ciencia aconseja... Seor Magistral, usted que es una
persona ilustrada, cree usted que la religin consiste en dejarse morir junto a un albaal?
Porque aquello es una letrina; s seor, una cloaca.
Ya sabe usted que es una residencia interina. Las Salesas estn haciendo, como
usted sabe, su convento junto a la fbrica de plvora.

162

S, ya s; pero cuando el convento est edificado y las mujeres puedan trasladarse


a l, nuestra Rosita habr muerto.
Seor Somoza, el cario le hace a usted, acaso, ver el peligro mayor de lo que es.
Cmo mayor, seor De Pas? Querr usted saber ms que la ciencia? Ya le he
dicho a usted lo que la ciencia opina: segundo: que es un crimen de lesa humanidad... Oh!
Si yo cogiera al curita que tiene la culpa de todo esto! Porque aqu anda un cura, seor
Magistral, estoy seguro... y usted dispense... pero ya sabe usted que yo distingo entre clero
y clero; si todos fueran como usted... A que mi seor don Fermn no aconseja a ningn
padre que tenga cuatro hijas como cuatro soles, que las haga monjas una por una a todas,
como si fueran los carneros de Panurgo?
El Magistral no pudo menos de sonrer, recordando que los carneros de Panurgo no
haban sido monjas ni frailes. Pero don Robustiano repeta lo de los carneros de Panurgo, sin
saber qu ganado era aqul, como no saba otras muchas cosas. Ya queda dicho que l no
lea libros: le faltaba tiempo.
Don Fermn pensaba: Sern indirectas las necedades de este majadero?
Yo sospecho continu el doctor que mi pobre Carraspique est supeditado a la
voluntad de algn fantico, v. gr. el Rector del Seminario. No le parece a usted que puede
ser el seor Escosura, ese Torquemada pour rire, el que ha trado a esta casa tanta
desgracia?
No seor; no creo que sea se, ni que haya en esta casa tanta desgracia como
usted dice.
Van ya dos nias al hoyo!
Cmo al hoyo?
O al convento, llmelo usted hache.
Pero el convento no es la muerte; como usted comprende, yo no puedo opinar en
este punto...
S, s, comprendo y usted dispense. Pero en fin, ya que existen conventos, seor,
que los construyan en condiciones higinicas. Si yo fuera gobierno, cerraba todos los que no
estuvieran reconocidos por la ciencia. La higiene pblica prescribe...
El seor Somoza expuso latamente varias vulgaridades relativas a la renovacin del
aire, a la calefaccin, aeroterapia y dems asuntos de folletn semicientfico. Despus volvi
a la desgracia de aquella casa.
Cuatro hijas y dos ya monjas! esto es absurdo.
No, seor; absurdo no, porque son ellas las que libremente escogen...
Libremente! libremente! Rase usted, seor Magistral, rase usted, que es una
persona tan ilustrada, de esa pretendida libertad. Cabe libertad donde no hay eleccin?
Cabe eleccin donde no se conoce ms que uno de los trminos en que ha de consistir?
Don Robustiano hablaba casi como un filsofo cuando se acaloraba.
Si a m no se me engaa continu; si yo conozco bien esta comedia. No ve
usted, seor mo, que yo las he visto nacer a todas ellas, que las he visto crecer, que he
seguido paso a paso todas las vicisitudes de su existencia? Ver usted el sistema.
Don Robustiano se sent, y prosigui diciendo:
Hasta que tienen quinc e o diecisis aos las hijas de mis primos no ven el mundo.
A los diez o los once van al convento; all sabe Dios lo que les pasa; ellas no lo pueden decir,

163

porque las cartas que escriben las dictan las monjas y estn siempre cortadas por el mismo
patrn, segn el cual, aquello es el Paraso. A los quince aos vuelven a casa; no traen
voluntad; esta facultad del alma, o lo que sea, les queda en el convento como un trasto
intil. Para dar una satisfaccin al mundo, a la opinin pblica, desde los quince a los
dieciocho o diecinueve, se representa la farsa piadosa de hacerles ver el siglo... por un
agujero. Esta manera de ver el mundo es muy graciosa, mi seor don Fermn. Recuerda
usted el convite de la cigea? Pues eso. Las nias ven el mundo, dentro de la redoma, pero
no lo pueden catar. A los bailes? Dios nos libre. Al teatro? Abominacin. A la novena, al
sermn! y de Pascuas a Ramos un paseto con la mam por el Espoln o el Paseo de Verano;
los ojitos en el suelo; no se habla con nadie; y en seguida a casa. Despus viene la gran
prueba: el viaje a Madrid. All se ven las fieras del Retiro, el Museo de Pinturas, el Naval, la
Armera; nada de teatros ni de bailes, que an son ms peligrosos que en Vetusta: correr
calles, ver mucha gente desconocida, despearse y a casa. Las nias vuelven a su tierra
diciendo de todo corazn que se han aburrido en la Corte, que su convento de su alma, que
cunto ms se divertan all con las Madres y las compaeras. Vuelta a Vetusta. Un
mozalbete se enamora de cualquiera de las nias... Vade retro! Se le despide con cajas
destempladas. En casa se rezan todas las horas cannicas; maitines, vsperas... despus el
rosario con su coronilla, un padre nuestro a cada santo de la Corte Celestial; ayunos,
vigilias; y nada de balcn, ni de tertulia, ni de amigas, que son peligrosas... Eso s, tocar el
piano si se quiere y coser a discrecin. Como artculo de lujo se permite a las nias que se
ran a su gusto con los chistes del Arcediano, el diplomtico seor Mourelo, alias Glocester.
Suelta el buen mozo torcido una gracia babosa, las nias la ren, al pap se le cae la baba
tambin, msero Carraspique!, y tutti contenti. El Arcediano no es el cura que hay aqu
oculto, no; se representa la parte contraria, el demonio o el mundo; pero, como es natural,
a las nias les parece que el atractivo mundanal reducido al gracejo de Mourelo es poca
cosa; y en cambio, el claustro ofrece goces puros y cierta libertad, s seor, cierta libertad,
si se compara con la vida archimonstica de lo que yo llamo la Regla de doa Luca, mi
prima carnal. Oh, seor De Pas, fcil victoria la de la Iglesia! Las nias, en vista de que
Vetusta es andar de templo en templo con los ojos bajos; Madrid ir de museo en museo
rompindose los pies y tropezando; el hogar un cuartel mstico, con chistes de cura por todo
encanto, resuelven libremente meterse monjas, para gozar un poco de... de autonoma,
como dicen los liberalotes, que nos dan una libertad parecida a la que gozan las hijas de
Carraspique.
El Magistral oy con paciencia el discurso del mdico y, por decir algo, dijo:
No podr usted negar que en esta casa el trato es jovial, franco; a cien leguas de
toda gazmoera.
Otra farsa! No s quin diablos ha enseado a mi prima esta comedia. El que entra
aqu piensa que es calumnia lo que se cuenta de la rigidez monstica de este hogar honrado,
pero aburrido. Las apariencias engaan. Esta alegra sin saber por qu, estas bromitas de
clerigalla, y usted dispense, esta tolerancia formal, puramente exterior, son disimulos para
tapar la boca a los profanos.
El Magistral miraba al mdico con gran curiosidad y algo de asombro. Cmo aquel
hombre de tan escasas luces discurra as en tal materia? Saba Somoza que era l y nadie
ms el cura oculto, el jefe espiritual de aquella casa? Si lo saba cmo le hablaba as?
Tambin los tontos tenan el arte de disimular?
Entr Carraspique en el saln. Traa los ojos hmedos de recientes lgrimas. Abraz
al Magistral y le suplic fervorosamente que fuese a las Salesas a ver cmo estaba su hija;
l no tena valor para ir en persona. Don Fermn prometi ir aquel mismo da.
Somoza volvi a describir la falta de condiciones higinicas del convento.
Pero qu quieres que haga, primo mo?

164

Hijo, yo nada; yo no quiero nada, porque s cmo sois. Pero lo que digo es lo
siguiente: la nia est muy enferma, y no por culpa suya; su naturaleza era fuerte; en su
constitucin no hay vicio alguno; pero no le da el sol nunca y se la est comiendo la
humedad; necesita calor y no lo tiene; luz y all le falta; aire puro y all se respira la peste;
ejercicio y all no se mueve; distracciones y all no las hay; buen alimento y all come mal y
poco..., pero no importa; Dios est satisfecho por lo visto. Cul es la perfeccin? La vida
entre dos alcantarillas. El mundo est perdido? Pues vmonos a vivir metiditos en un...
inodoro.
Y como esta palabra, si bien le pareca culta, no expresaba lo que l quera, sino lo
contrario, aadi:
En un inodoro... que es la anttesis as dijo de un inodoro. En fin, seores
prosigui ustedes defienden el absurdo y ah no llega mi paciencia. Resumen; la ciencia
ofrece la salud de Rosita con aires de aldea, all junto al mar; vida alegre, buenos
alimentos, carne y leche sobre todo... sin estos... no respondo de nada.
Cogi el sombrero y el bastn de puo de oro; salud con una cabezada al Magistral
y sali murmurando:
A lo menos San Simen Estilita estaba sobre una columna, pero no era una
columna... de este orden; no era un estercolero.
Doa Luca se present y con un gesto displicente contest a las palabras de su
primo que haba odo desde lejos:
Es un loco, hay que dejarle.
Pero nos quiere mucho advirti Carraspique.
Pero es un loco... hacindole favor.
El Magistral, con buenas palabras, vino a decir lo mismo. No haba que hacer caso
de Somoza; era un sectario. Ciertamente, el convento provisional de las Salesas no era
buena vivienda, estaba situado en un barrio bajo, en lo ms hondo de una vertiente del
terreno, sin sol; all desahogaban las mal construidas alcantarillas de gran parte de la
Encimada, y, en efecto, en algunas celdas la humedad traspasaba las paredes, y haba
grietas; no caba negar que a veces los olores eran insufribles; tales miasmas no podan ser
saludables. Pero todo aquello durara poco; y Rosita no estaba tan mal como el mdico
deca. El de las monjas aseguraba que no, y que sacarla de all, sola, separarla de sus
queridas compaeras, de su vida regular, hubiera sido matarla.
Despus don Fermn consider la cuestin desde el punto de vista religioso. Haba
algo ms que el cuerpo. Aquellos argumentos puramente humanos, mundanos, que se
podan oponer a Somoza y otros como l, eran lo de menos. Lo principal era mirar si haba
escndalo en precipitarse y tomar medidas que alarmasen a la opinin. Por culpa de ellos,
por culpa de un excesivo cario, de una extremada solicitud, podan dar pbulo a la
maledicencia. Qu esperaban sino eso los enemigos de la Iglesia? Se dira que el convento
de las Salesas era un matadero; que la religin conduca a la juventud lozana a aquella
letrina a pudrirse... Se diran tantas cosas! No, no era posible tomar todava ninguna
medida radical. Haba que esperar. Por lo dems, l ira a ver a Sor Teresa...
S, don Fermn, por Dios! exclam doa Luca, juntando las manos segura
estoy de que recobrar la salud aquella querida nia, si usted le lleva el consuelo de su
palabra.
No se atreva a llamarla su hija. La crea de Dios, slo de Dios.
Despus se habl de otra cosa. Aunque no se haba tratado nunca directamente del
asunto, se haba convenido, por un acuerdo tcito, que las dos nias ltimas no seran

165

monjas, a no haber en ellas una vocacin superior a toda resistencia prudente y moderada.
Este implcito convenio era una imposicin de al conciencia, o del miedo a la opinin del
mundo. La mayor de aquellas dos nias tena un pretendiente. El Magistral vena a
desahuciarlo. Era un impo.
Un impo Ronzal? Su amigo de usted! se atrevi a decir Carraspique.
S; don Francisco, mi amig o; pero lo primero es lo primero. Yo sacrifico al amigo
tratndose de la felicidad de su hija de ustedes.
Una lgrima de las pocas que tena rod por el rostro de la seora de la casa. Ms
esttico y ms simtrico hubiera sido que las lgrimas fueran dos; pero no fue ms que una;
la del otro ojo debi de brotar tan pequea, que la sequedad de aquellos prpados, siempre
enjutos, la trag antes que asomara.
La lgrima era de agradecimiento. El Magistral les sacrificaba el nombre y hasta la
conveniencia de un amigo, de un gran amigo, de un defensor, de un partidario suyo, de todo
un Ronzal el diputado. Bien haca ella en entregar las llaves del corazn y de la conciencia a
tal hombre, a aquel santo, pensara mejor.
Ronzal, alias Trabuco, aspiraba a la mano de una Carraspique, fuere cual fuere,
porque su presupuesto de gastos aumentaba y el de ingresos disminua; y don Francisco de
Ass era un millonario que educaba muy bien a sus hijas. Pero el Magistral tena otros
proyectos.
Un impo Ronzal? pregunt asustado Carraspique.
S, un impo... relativamente. No basta que la religin est en los labios, no basta
que se respete a la Iglesia y hasta se la proteja; en la poltica y en el trato social es
necesario contentarse con eso muchas veces, en los tiempos tristes que alcanzamos, pero
eso es otra cosa. Ronzal, comparado con otros... con Mesa, por ejemplo, es un buen
cristiano; aun el mismo Mesa, que al cabo no se ha separado de la Iglesia, es catlico,
religioso... comparado con don Pompeyo Guimarn el ateo. Pero ni Mesa, ni Ronzal son
hombres de fe, y menos de piedad suficiente... Dara usted una hija a don lvaro?
Antes muerta!
Pues Ronzal, aunque se llama conservador y quiere la unidad catlica y otros
principios que contiene nuestra poltica, no es buen cristiano, no lo es como se necesita que
lo sea el marido de una Carraspique.
Aquel calor con que defenda los intereses espirituales de la familia, les llegaba al
alma a los amos de la casa.
Ronzal fue desahuciado.
El Magistral habl todava de otros asuntos. Haba que hacer nuevos desembolsos.
Limosnas, grandes limosnas para Roma; para las Hermanitas de los pobres, que iban a
comprar una casa; limosna para la Santa Obra del Catecismo; limosna para la novena de la
Concepcin, porque habra que pagar caro un predicador, jesuita, que vendra de lejos. Era
mucho, s; pero si los buenos catlicos que todava tenan algo no se sacrificaban, qu sera
de la fe? Si otros pudieran!
Suspir doa Luca al or esto. Haba comprendido. El Magistral quera decir que si l
fuese rico, su dinero sera de San Pedro y de las instituciones piadosas. Y pensar que
haba quien calumniaba a aquel santo suponindole cargado de oro!
Don Fermn antes de salir de aquella casa, donde su imperio no tena lmites, volvi a
prometer una visita a las Salesas.
Pero no haba que alarmarse, ni perder la paciencia.

166

En el ltimo trance, se atrevi a decir cuando ya lo crey oportuno, suceda lo que


Dios quiera; si es preciso sufrir por bien de la fe una prueba terrible, se sufrir; porque el
nombre de cristiano obliga a eso y a mucho ms.
All don Fermn no deca que la virtud era fcil.
Era poco menos que imposible. La salvacin se consegua a costa de mucho padecer,
y la alcanzaban muy pocos. La voz del Magistral en el estilo terrorista no era menos dulce
que cuando sus ideas eran tambin melosas. La de salvacin sonaba como la flauta del dios
Pan; al decir Dios misericordioso pero justo aquella lengua imitaba el susurro del aura
entre las flores...
Nunca hablaba del fuego del Infierno a los Carraspique. Eran tormentos de la
conciencia los que les ofreca para el caso probable de no salvarse, a pesar de tantos
disgustos.
Doa Luca encontraba a don Fermn algo flojo aquella maana. No hablaba con la
sublime uncin de otras veces. Su pesimismo piadoso le sala a duras penas de los labios.
Not la buena seora que su director espiritual hablaba como quien piensa en otra cosa.
Sali el Magistral.
Cuando se vio solo en el portal, sin poder contenerse, descarg un puetazo sobre el
pasamano de mrmol del ltimo tramo de la suntuosa escalera.
No hay remedio, no hay remedio! dijo entre dientes no he de empezar ahora
a vivir de nuevo. Hay que seguir siendo el mismo.
Otros das, al salir de aquella casa, haba gozado el placer fuerte, picante, del orgullo
satisfecho; el dominio de las almas, que all ejerca en absoluto, le daba al amor propio una
dulce complacencia... Pero ahora nada de eso. No sala contento. Haba procurado abreviar
la visita suprimiendo palabras en sus piadosas arengas.
Aquel idiota de don Robustiano le haba puesto de mal humor. Eso deba de ser.
Necesitaba arrojar la careta, dar rienda suelta a su mal nimo, pisar algo con ira...
Se dirigi a Palacio.
As se llamaba por antonomasia el del Obispo. Sumido en la sombra de la Catedral,
ocupaba un lado entero de la plazuela hmeda y estrecha que llamaban La Corralada. Era
el palacio un apndice de la Baslica, coetneo de la torre, pero de peor gusto, remendado
muchas veces en el siglo pasado y el presente. Con emplastos de cal y sinapismos de barro
pareca un invlido de la arquitectura; y la fachada principal, renovada, recargada de
adornos churriguerescos, sobre todo en la puerta y el balcn de encima, le daba un aspecto
grotesco de viejo verde.
El Magistral dej atrs el zagun, grande, fro y desnudo, no muy limpio; cruz un
patio cuadrado, con algunas acacias raquticas y parterres de flores mustias; subi una
escalera cuyo primer tramo era de piedra y los dems de castao casi podrido; y despus de
un corredor cerrado con mampostera y ventanas estrechas, encontr una antesala donde
los familiares del Obispo jugaban al tute. La presencia del Provisor interrumpi el juego. Los
familiares se pusieron de pie y uno de ellos hermoso, rubio, de movimientos suaves y
ondulantes, de pulqurrimo traje talar, perfumado, abri una mampara forrada de damasco
color cereza. De lo mismo estaba tapizada toda la estancia que se vio entonces y que
atraves De Pas sin detenerse.
Dnde estar, don Anaclet o?
Creo que tiene visitas respondi el paje. Unas seoras...
Qu seoras?

167

Don Anacleto encogi los hombros con mucha gracia y sonri.


Don Fermn vacil un momento, dio un paso atrs; pero en seguida volvi a
adelantarlo y abri una puerta de escape por donde desapareci.
Despus de cruzar salas y pasadizos lleg al saln claro, como se llamaba en Palacio
el que destinaba el Obispo a sus visitas particulares. Era un rectngulo de treinta pies de
largo por veinte de ancho, de techo muy alto cargado de artesones platerescos de nogal
obscuro. Las paredes pintadas de blanco brillante, con medias caas a cuadros doradas y
estrechas, reflejaban los torrentes de luz que entraban por los balcones abiertos de par en
par a toda aquella alegra. Los muebles forrados de damasco amarillo, barnizados de blanco
tambin, de un lujo anticuado, bonachn y simptico, rean a carcajadas, con sus
contorsiones de madera retorcida, ora en curvas panzudas, ora en columnas salomnicas.
Los brazos de las butacas parecan puestos en jarras, los pies de las consolas hacan
piruetas. No haba estera ni alfombra, a no contar la que renda homenaje al sof; era de
moqueta y representaba un canastillo de rosas encarnadas, verdes y azules. Era el gusto de
S. I. De las paredes del Norte y Sur pendan sendos cuadros de Cenceo, pero retocados con
colores chillones que daban gloria; los otros muros los adornaban grandes grabados ingleses
con marco de bano. All estaban Judit, Ester, Dalila y Rebeca en los momentos crticos de
su respectiva historia. Un Cristo crucificado de marfil, sobre una consola, delante de un
espejo, que lo retrataba por la espalda, miraba sin quitarle un ojo a su Santa Madre de
mrmol, de doble tamao que l, colocada sobre la consola de enfrente. No haba ms
santos en el saln ni otra cosa que revelase la morada de un mitrado.
El Ilustrsimo Seor don Fortunato Camoirn, Obispo de Vetusta, dejaba al Provisor
gobernar la dicesis a su antojo; pero en su saln no haba de tocar. Por esto haban valido
poco las amonestaciones de don Fermn para que Fortunato se abstuviese de adornar los
balcones con jaulas pobres, pero alegres, en que saltaban y alborotaban aturdiendo al
mundo, jilgueros y canarios, que, en honor de la verdad, parecan locos.
Gracias que no llevo mis pjaros a la catedral para que canten el Gloria cuando
celebro de Pontifical. Cuando yo era prroco de las Veguellinas, jilgueros y alondras y hasta
pardales cantaban y silbaban en el coro y era una delicia orlos.
Fortunato era un santo alegre que no poda ver una irreverencia donde se poda
admirar y amar una obra de Dios.
Glocester, el maquiavlico Arcediano, opinaba que el Obispo pero ste era su
secreto no estaba a la altura de su cargo.
No basta ser bueno deca para gobernar una dicesis. Ni los poetas sirven
para ministros, ni los msticos para Obispos.
Esta opinin era la ms corriente entre el clero del Obispado. Los seores de la junta
carlista crean lo mismo. Jams haban podido contar para nada con el Obispo!
Qu resultaba de aquella excesiva piedad? Que S. I. se abandonaba en brazos del
Provisor para todo lo referente al gobierno de la dicesis. Esto, segn unos, era la perdicin
del clero y el culto; segn otros una gran fortuna; pero todos convenan en que el bueno de
Camoirn no tena voluntad.
Era cierto que haba aceptado la mitra a condicin de escoger, sin que valieran
recomendaciones, una persona de su confianza en quien depositar los cuidados del gobierno
eclesistico. El Magistral era sin duda el hombre de ms talento que l haba conocido.
Adems, doa Paula, cuando su hijo era un humilde seminarista, haba servido en calidad de
ama de llaves a Camoirn, a la sazn cannigo de Astorga. Desde entonces aquella mujer de
hierro haba dominado al pobre santo de cera. El hijo, ayudado por la madre, continu la
tirana, y, como decan ellos, le tenan en un puo. Y l estaba as muy contento.

168

Cmo haba llegado a Obispo? En una poca de nombramientos de intriga, de


complacencias palaciegas, para aplacar las quejas de la opinin se busc un santo a quien
dar una mitra y se encontr al cannigo Camoirn.
Lleg a Vetusta echando bendiciones y recibindolas del pueblo. Con gran escndalo
de su corazn sencillo y humilde se contaban maravillas de su virtud y casi le atribuy eron
milagros. En cierta ocasin, cuando haca su visita a las parroquias de los vericuetos, en el
rin de la montaa, jinete en un borrico, bordeando abismos, entre la nieve, se le present
una madre desesperada con su hijo en los brazos. Una vbora haba mordido al nio.
Slvamelo, slvamelo! gritaba la madre, de rodillas, cerrando el paso al borrico.
Si yo no s! si yo no s! gritaba el Obispo desesperado, temiendo por la vida del
angelillo.
S, s, t que eres santo! replicaba la madre con alaridos.
El cauterio! el cauterio! pero yo no s...
Un milagro! un milagro!... repeta la madre.
La vida de Fortunato la ocupaban cuatro grandes cuidados: el culto de la Virgen, los
pobres, el plpito y el confesonario.
Tena cincuenta aos, la cabeza llena de nieve, y su corazn todava se abrasaba en
fuego de amor a Mara Santsima. Desde el seminario, y ya haba llovido despus, su vida
haba sido una oda consagrada a las alabanzas de la Madre de Dios. Saba mucha teologa,
pero su ciencia predilecta consista en la doctrina de los Misterios que se refieren a la Mujer
sine labe concepta. De memoria hubiera podido repetir cuanto han dicho los Santos Padres y
los Msticos en honor de la Virgen, y saba alabarla en estilo oriental, con metforas tomadas
del desierto, del mar, de los valles floridos, de los montes de cedros; en estilo romntico
que irritaba al Arcipreste y en estilo familiar con frases de cario paternal, filial y fraternal.
Tena escritos cinco libros, que primero se vendan a peseta y despus se regalaban,
titulados as: El Rosal de Mara (en verso) Flores de Mara La devocin de la
Inmaculada El Romancero de Nuestra Seora La Virgen y el dogma.
Nunca se le haba aparecido la Reina del Cielo, pero consuelos se los daba a manos
llenas; y el espritu se lo inundaba de luz y de una alegra que no podan obscurecer ni
turbar todas las desdichas del mundo, al menos las que l haba padecido.
En limosnas se le iba casi todo el dinero que le daba el gobierno y mucho de lo que l
haba heredado. Pero ay del sastre si le quera engaar cobrndole caros los remiendos de
sus pantalones! No saba l lo que eran remiendos? No haba zurcido su ropa y cosido
botones S. I. muchas veces? En cuanto al zapatero, que era de los ms humildes, aguzaba
el ingenio para que las piezas y medias suelas que pona a los zapatos del Obispo estuvieran
bien disimuladas.
Pero, seor gritaba el ama de llaves, doa rsula, heredera en el cargo de doa
Paula; si usted pide milagros. Cmo no se han de conocer las puntadas? Compre usted
unos zapatos nuevos, como Dios manda, y ser mejor.
Y quin te dice a ti, bachillera, que Dios manda comprar zapatos nuevos mientras
el prgimo anda sin zapatos? Si ese remendn supiera su oficio, pareceran stos una gloria.
El Obispo tena sus motivos para exigir que los remiendos del calzado no se
conocieran. El Provisor todos los das le pasaba revista, como a un recluta, mirndole de hito
en hito cuando le crea distrado: y si notaba algn descuido de indumentaria que acusara
pobreza indigna de un mitrado, le reprenda con acritud.

169

Esto es absurdo deca De Pas. Quiere usted ser el Obispo de Los miserables,
un Obispo de libro prohibido? Hace usted eso para darnos en cara a los dems que vamos
vestidos como personas decentes y como exige el decoro de la Iglesia? Cree usted que si
todos luciramos pantalones remendados como un afilador de navajas o un limpia
chimeneas, llegara la Iglesia a dominar en las regiones en que el poder habita?
No es eso, hijo mo, no es eso responda el Obispo sofocado, con ganas de
meterse debajo de tierra.
Si es una gloria veros vestidos de nuevo; si as debe ser; si ya lo s. Crees t que
no gozo yo mirndoos a ti y a don Custodio y al primo del ministro, tan buenos mozos, tan
relucientes, tan lechuguinos con vuestro sombrero de teja cortito, abierto, felpudo?..., pues
ya lo creo... si eso es una bendicin de Dios; si as debe ser... Pero sabes t quin es
Rosendo? Es un grandsimo pillo que me pide tres pesetas por unas medias suelas, y ni
siquiera tapa un agujerito que le puede salir a la piel... Estos son nuevos, palabra de honor
que son nuevos, pero se ren; qu le hemos de hacer si tienen buen humor?
Durante algunos aos Fortunato haba sido el predicador de moda en Vetusta. Su
antecesor rara vez suba al plpito, y el verle a l en la ctedra del Espritu Santo casi todos
los das, despert la curiosidad primero, despus el inters y hasta el entusiasmo de los
fieles. Su elocuencia era espontnea, ardiente; improvisaba; era un orador verdadero, vala
ms que en el papel, en el plpito, en la ocasin. Hablaba de repente, llamas de amor
mstico suban de su corazn a su cerebro, y el plpito se converta en un pebetero de
poesa religiosa cuyos perfumes inundaban el templo, penetraban en las almas. Sin pensar
en ello, Fortunato posea el arte supremo del escalofro; s, los senta el auditorio al or
aquella palabra de uncin elocuente y santa. La caridad en sus labios era la necesidad
suprema, la belleza suma, el mayor placer. Cuando Fortunato bajaba de la ctedra deseando
a todos la gloria por los siglos de los siglos, la uncin del prelado corra por el templo como
una influencia magntica; pareca que si se tocaban los cuerpos iban a saltar chispas de
caridad elctric a; el entusiasmo, la conversin, se lean en miradas y sonrisas; en aquellos
momentos los vetustenses tomaban en serio lo de ser todos hermanos.
Pero esto haba sido al principio. Despus... el pblico empez a cansarse. Decan
que el Obispo se prodigaba demasiado. El Magistral no se prodigaba.
Estudia ms los sermones decan unos.
Es ms profundo, aunque menos ardiente.
Y ms elegante en el decir.
Y tiene mejor figura en el plpito.
El Magistral es un artista, el otro un apstol.
Haca mucho tiempo que Glocester, el Arcediano, no se explicaba por qu gustaba el
Obispo como predicador. l confesaba que no entenda aquello. Era demasiado florido.
Para Glocester no pasaba de mera retrica aquello de abrasarse en amor del prjimo. Le
sonaba a hueco.
Y el dogma? Y la controversia? El Obispo nunca hablaba mal de nadie; para l
como si no hubiera un grosero materialismo ni una hidra revolucionaria, ni un satnico non
serviam libre pensador.
En concepto de Glocester,
sermones de la Audiencia. Todos
pagaba y oa con religiosa atencin
del plpito vetustense predicaba en

Camoirn haba comenzado a desacreditarse en los


los viernes de Cuaresma la Real Audiencia Territorial
o mstica somnolencia un sermn que alguna notabilidad
Santa Mara, la iglesia antiqusima.

170

Pues bien deca Glocester all no se habla por hablar, ni lo primero que viene a
la boca; all no basta abrasarse en fuego divino; es necesario algo ms, so pena de ofender
la ilustracin de aquellos seores. Se habla a jurisconsultos, a hombres de ciencia, seor
mo, y hay que tentarse la ropa antes de subir a la ctedra sagrada. El Obispo haba hablado
a los seores del margen, a la Audiencia Territorial ni ms ni menos que al comn de los
fieles.
El actual regente que no era Quintanar haba dicho, en confianza, a un oidor que
el sermn no tena miga. El oidor haba corrido la noticia, y el fiscal se atrevi a decir que el
Obispo no se iba al grano.
Para irse al grano Glocester. Aquel mismo ao en que Fortunato lo haba hecho tan
mal, en concepto de los seores magistrados, se luci en su sermn de viernes el sinuoso
Arcediano. Ya lo anunciaba l muchos das antes.
Seores, no llamarse a engao; a m hay que leerme entre lneas; yo no hablo
para criadas y soldados; hablo para un pblico que sepa... eso, leer entre lneas.
La musa de Glocester era la irona. Aquel viernes memorable, Mourelo se present en
el plpito sonriente, como sola (ocho das antes se haba desacreditado el Obispo), salud al
altar, salud a la Audiencia y se dign saludar al catlico auditorio. Su mirada escudri los
rincones de la Iglesia para ver si, conforme le haban anunciado, algn librepensadorzuelo
de Vetusta, de esos que estudian en Madrid y vuelven podridos, estaba oyndole. Vio dos o
tres que l conoca y pens: Me alegro; ahora veris lo que es bueno.
El regente que no era Quintanar con el entrecejo arrugado y la toga tersa,
sentado en medio de la nave en un silln de terciopelo y oro, contemplaba al predicador,
preparndose a separar el grano de la paja, dado que hubiera de todo. Otros magistrados,
menos inclinados a la crtica, se disponan a dormir disimuladamente, valindose de recursos
que les suministraba la experiencia de estrados.
Glocester se fue al grano en seguida. La antfrasis, el eufemismo, la alusin, el
sarcasmo, todos los proyectiles de su retrica, que l crea solapada y hbil, los arroj sobre
el impo Arouet, como l llamaba a Voltaire siempre. Porque Mourelo andaba todava a
vueltas con el pobre Voltaire; de los modernos impos saba poco; algo de Renn y de algn
apstata espaol, pero nada ms. Nombres propios casi ninguno: el grosero materialismo, el
asqueroso sensualismo, los cerdos de los establos de Epicuro y otras colectividades as
hacan el gasto; pero nada de Strauss ni de las luchas exegticas de Tubinga y Gtinga:
amigo, esto quedaba para el Magistral, con no poca envidia de Glocester.
Voltaire y a veces el extraviado filsofo ginebrino pagaban el pato. Pero no; otro
caballo de batalla tena el Arcediano: el paganismo, la antigua idolatra. Aquel da, el
viernes, estuvo oportunsimo burlndose de los egipcios. Al regente le cost trabajo
contener la risa, que procuraba excitar Glocester.
Aquellos grandsimos puercos que adoraban gatos, puerros y cebollas, le hacan
mucha gracia al orador sagrado. Con qu sandunga les tomaba el pelo a los egipcios!
segn expresin de Joaquinito Orgaz, religioso por buen tono y que crea sinceramente que
era un disparate la idolatra.
S, Seor Excelentsimo, s, cat lico auditorio, aquellos habitantes de las orillas del
Nilo, aquellos ciegos cuya sabidura nos mandan admirar los autores impos, adoraban el
puerro, el ajo, la cebolla. Risum teneatis! Risum teneatis! repeta encarndose con el
perro de San Roque, que estaba con la boca abierta en el altar de enfrente. El perro no se
rea.
Cerca de media hora estuvo abrumando a los Faraones y sus sbditos con tales
cuchufletas. Dnde tenan la cabeza aquellos hombres que adoraban tales inmundicias!

171

Ronzal, Trabuco, que admir aquel sermn, dos meses despus sacaba partido de las
citas de Glocester en las discusiones del Casino, y deca:
Seores, lo que sostengo aqu y en todos los terrenos, es que si proclamamos la
libertad de cultos y el matrimonio civil, pronto volveremos a la idolatra, y seremos como los
antiguos egipcios, adoradores de Isis y Busilis; una gata y un perro segn creo.
El regente opin, y con l toda la Territorial, que el seor Mourelo, arcediano, haba
estado a mayor altura que el seor Obispo. Esto cundi por las tertulias, corrillos y paseos, y
cuantos pretendan pasar plaza de personas instruidas, lamentaron que no hubiera ms
fondo en los sermones del prelado, que no se preparase y que se prodigara tanto.
Al cabo, la opinin lleg a decir esto, aunque ya sin el visto bueno de Glocester:
Que
Magistral.

haba

que

desengaarse;

el

verdadero

predicador

de

Vetusta

era

el

Pronto fue tal opinin un lugar comn, una frase hecha, y desde entonces la fama del
Obispo como orador se perdi irremisiblemente. Cuando en Vetusta se deca algo por rutina,
era imposible que idea contraria prevaleciese.
Y as, fue en vano que en cierto sermn de Semana Santa Fortunato estuviera
sublime al describir la crucifixin de Cristo.
Era en la parroquia de San Isidro, un templo severo, grande; el recinto estaba casi en
tinieblas; tinieblas como reflejadas y multiplicadas por los paos negros que cubran altares,
columnas y paredes; slo all, en el tabernculo, brillaban plidos algunos cirios largos y
estrechos, lamiendo casi con la llama los pies del Cristo, que goteaban sangre; el sudor
pintado reflejaba la luz con tonos de tristeza. El Obispo hablaba, con una voz de trueno
lejano, sumido en la sombra del plpito; slo se vea de l, de vez en cuando, un reflejo
morado y una mano que se extenda sobre el auditorio. Describa el crujir de los huesos del
pecho del Seor al relajar los verdugos las piernas del mrtir, para que llegaran los pies al
madero en que iban a clavarlos. Jess se encoga, todo el cuerpo tenda a encaramarse,
pero los verdugos forcejeaban; ellos venceran. Dios mo! Dios mo!, exclamaba el Justo,
mientras su cuerpo dislocado se rompa por dentro con chasquidos sordos. Los verdugos se
irritaban contra la propia torpeza; no acababan de clavar los pies... Sudaban jadeantes y
maldicientes; su aliento manchaba el rostro de Jess... Y era un Dios! el Dios nico, el
Dios de ellos, el nuestro, el de todos! Era Dios!..., gritaba Fortunato horrorizado, con las
manos crispadas, retrocediendo hasta tropezar con la piedra fra del pilar; temblando ante
una visin, como si aquel aliento de los sayones hubiese tocado su frente y la cruz y Cristo
estuvieran all, suspendidos en la sombra sobre el auditorio, en medio de la nave. La
inmensa tristeza, el horror infinito de la ingratitud del hombre matando a Dios, absurdo de
maldad, los sinti Fortunato en aquel momento con desconsuelo inefable, como si un
universo de dolor pesara sobre su corazn. Y su ademn, su voz, su palabra supieron decir
lo indecible, aquella pena. l mismo, aunque de lejos, y como si se tratara de otro,
comprendi que estaba siendo sublime; pero esta idea pas como un relmpago, se olvid
de s, y no qued en la Iglesia nadie que comprendiera y sintiera la elocuencia del apstol, a
no ser algn nio de imaginacin fuerte y fresca que por vez primera oa la descripcin de la
escena del Calvario.
A las pausas elocuentes, cargadas de efectos patticos, a que obligaba al Obispo la
fuerza de la emocin, contestaban abajo los suspiros de ordenanza de las beatas, plebeyas y
aldeanas, que eran la mayora del auditorio. Eran los sollozos indispensables de los das de
Pasin, los mismos que se exhalaban ante un sermn de cura de aldea, mitad suspiros,
mitad eruptos de la vigilia.
Las seoras no suspiraban; miraban los devocionarios abiertos y hasta pasaban
hojas. Los inteligentes opinaban que el prelado se haba descompuesto, tal vez se haba

172

perdido. Aquello era sacar el Cristo. El plpito no era aquello. Glocester, desde un rincn,
se escandalizaba para sus adentros. Pero eso es un cmico! pensaba, y pensaba repetirlo
en saliendo. Crea haber encontrado una frase: Pero eso es un cmico!
El Magistral no era cmico, ni trgico, ni pico. No le gustaba sacar el Cristo. En
general prescinda en sus sermones de la epopeya cristiana y pocas veces predic en la
Semana de Pasin. Rehua los lugares comunes, segn D. Saturnino Bermdez. La verdad
era que De Pas no tena en su imaginacin la fuerza plstica necesaria para pintar las
escenas del Nuevo Testamento con alguna originalidad y con vigor. Cada vez que necesitaba
repetir lo de: Y el Verbo se hizo carne, en lugar del pesebre y el Nio Dios vea, dentro del
cerebro, las letras encarnadas del Evangelio de San Juan, en un cuadro de madera en medio
de un altar: Et Verbum caro factum est.
En cierta poca, cuando era joven, al pensar en estas cosas la duda le haba
atormentado tantas veces con punzadas de remordimiento, si quera figurarse la vida de
Jess, que ya tena miedo de tales imgenes; hua de ellas, no quera quebraderos de
cabeza. Bastante tena l en qu pensar. Era un iconoclasta para sus adentros. Le faltaba
el gusto de las artes plsticas; y, sin atreverse a decirlo, opinaba que los cuadros, aunque
fuesen de grandes pintores, profanaban las iglesias. Del dogma le gustaba la teologa pura,
la abstraccin, y al dogma prefera la moral. La vocacin de la filosofa teolgica y el prurito
de la controversia haban nacido ya en el seminario; su espritu se haba empapado all de la
pasin de escuela, que suple muchas veces al entusiasmo de la verdadera fe. La experiencia
de la vida haba despertado su aficin a los estudios morales. Lea con deleite los Caracteres
de La Bruyre; de los libros de Balmes slo admiraba El Criterio y quien se lo hubiera
dicho al seor Carraspique! en las novelas, prohibidas tal vez, de autores contemporneos,
estudiaba costumbres, temperamentos, buscaba observaciones, comparando su experiencia
con la ajena.
Cuntas veces sonrea el Magistral con cierta lstima al leer en un autor impo las
aventuras ideales de un presbtero! Qu de escrpulos! qu de sinuosidades! cuntos
rodeos para pecar! y despus qu de remordimientos! Estos liberales, aada para s, ni
siquiera saben tener mala intencin. Estos curas se parecen a los mos como los reyes de
teatro se parecen a los reyes.
Los sermones de don Fermn tenan por asunto casi siempre o la lucha con la
impiedad moderna, la controversia de actualidad, o los vicios y virtudes y sus
consecuencias. l prefera esta ltima materia. De vez en cuando, para conservar su fama
de sabio entre las personas ilustradas de Vetusta, la emprenda con los infieles y herejes.
Pero no se remontaba a los egipcios, ni siquiera a Voltaire. Los herejes que descuartizaba el
Magistral eran frescos. Atacaba a los protestantes; se burlaba con gracia de sus discusiones,
buscaba con arte el lado flaco de sus doctrinas y de su disciplina eclesistica. Describiendo a
veces los Consistorios de Berln haca pensar al auditorio: Pero aquellos desgraciados
estn locos!
No era su afn pintar a los enemigos como criminales encenagados en el error, que
es delito, sino como duros de mollera. La vanidad del predicador comunicaba luego con la de
sus oyentes y se haca una sola; naca el entusiasmo cordial, magntico de dos vanidades
conformes.
Lstima que tantos y tantos millones de hombres como viven en las tinieblas de la
idolatra, de la hereja, etc., no tuviesen el talento natural de los vetustenses apiados en el
crucero de la catedral, alrededor del plpito! La salvacin del mundo sera un hecho.
El empeo constante del Magistral en la ctedra era demostrar matemticamente
la verdad del dogma. Prescindamos por un momento del auxilio de la fe, ayudmonos slo
de nuestra razn... Ella basta para probar... Gran inters pona en que la razn bastase!
La razn no explica los misterios, es verdad: pero explica que no se expliquen. Esto es

173

mecnico repeta, descendiendo gustoso al estilo familiar. En tales momentos su elocuencia


era sincera; cuando traa entre ceja y ceja un argumento, cuando se esforzaba en demostrar
por su a+b teolgicoracional cualquier artculo de fe, hablaba con calor, con entusiasmo.
Entonces, slo entonces se descompona un poco; dejaba los ademanes acompasados,
suaves, acadmicos, y encoga las piernas, se bajaba como un cazador en acecho, para
disparar sobre el argumento contrario, daba palmadas rpidas, sin medida sobre el plpito,
se arrugaba su frente, se erizaban las puntas de acero que tena en los ojos, y la voz se
transformaba en trompeta desapacible y algo ronca... Pero ay! esto era perderse. Su
pblico no entenda aquello... y De Pas volva a ser quien era, se ergua, doblaba las puntas
de acero y tornaba a descargar citas sobre lo s abrumados vetustenses, que salan de all con
jaqueca y diciendo:
Qu hombre! qu sabidura! cundo aprender estas cosas? Sus das deben de
ser de cuarenta y ocho horas!
Las damas, aunque admiraban tambin aquello de que Renn copia a los alemanes, y
lo de que no hay ms sabios que el P. Secchi y otros cinco o seis jesuitas, con lo dems de
Gtinga y de Tubinga y lo del orientalista Opper, etc., etc., preferan or al Magistral en sus
sermones de costumbres y l tambin prefera agradar a las seoras.
Si en los asuntos dogmticos buscaba el auxilio de la sana razn, en los temas de
moral iba siempre a parar a la utilidad. La salvacin era un negocio, el gran negocio de la
vida. Pareca un Bastiat del plpito. El inters y la caridad son una misma cosa. Ser bueno
es entenderla. Los muchos indianos que oan al Magistral sonrean de placer ante aquellas
frmulas de la salvacin.
Quin se lo hubiera dicho! despus de haber hecho su fortuna en Amrica, ahora en
el pas natal, sin moverse de casa, podan ganar fcilmente el cielo. Haban nacido de pies!
Segn De Pas, los malvados eran otros tontos, como los herejes. Y tambin aquello era
mecnico, tambin lo demostraba por a+b. Pintaba a veces, con rasgos dignos de Molire o
de Balzac, el tipo del avaro, del borracho, del embustero, del jugador, del soberbio, del
envidioso, y despus de las vicisitudes de una existencia msera resultaba siempre que lo
peor era para l.
Su estudio ms acabado era el del joven que se entrega a la lujuria. Le presentaba
primero fresco, colorado, alegre, como una flor, lleno de gracia, de sueos de grandezas,
esperanza de los suyos y de la patria... y despus, seco, fro, hastiado, mustio, intil.
Casi siempre se olvidaba de decir la que les esperaba a las vctimas del vicio en el
otro mundo. Aquella moral utilitaria la entendan las seoras y los indianos perfectamente.
El resumen que hacan de ella en sus adentros era ste:
Guarda Pablo!
Qu razn tiene! pensaban muchas damas al orle hablar del adulterio. Las ms de
stas eran mujeres honradas que no haban sido adlteras, que no haban hecho ms que
tontear, como todas. En ocasiones se les figuraba a las apasionadas de don Fermn que el
imprudente contaba desde el plpito lo que ellas le haban dicho en el confesonario.
Tambin en el tribunal de la penitencia haba derrotado el Provisor al Obispo.
Cuando Camoirn lleg a Vetusta, se vio acosado por el bello sexo de todas las
clases: todas queran al Obispo por padre espiritual. Pero en el confesonario se desacredit
antes que en el plpito. Era tan soso! Y tena la manga muy estrecha y sin gracia.
Preguntaba poco y mal. Hablaba mucho y a todas les deca casi lo mismo. Adems, era
demasiado madrugador y ni siquiera guardaba consideraciones a las seoras delicadas. Se
pona en el confesonario al ser de da.

174

Se le fue dejando poco a poco. Aquello de tener que mezclarse en la capilla de la


Magdalena (del trasaltar) con multitud de criadas y beatas pobres, tena poca gracia. Y el
Obispo las iba llamando por rigorosa antigedad, como en una peluquera, sin tener en
cuenta si eran amas o criadas. Era demasiado hacer el apstol. Se le dej.
Pronto se vio rodeado nada ms de populacho madrugador. Canteros, albailes,
zapateros y armeros carlistas, beatas pobres, criadas tocadas de misticismo ms o menos
autntico, chalequeras y ribeteadoras, ste fue su pueblo de penitentes bien pronto. Por
eso l se quejaba, muy afligido, de las malas costumbres y de los muchos nacimientos
ilegtimos que deba de haber, segn su cuenta. Si tratara con seoritas!
En una ocasin lleg a decirle al Gobernador civil:
Hombre, no estara en sus atribuciones de usted prohibir el paseo de la zapatilla?
Aluda el Obispo al paseo de los artesanos en el Boulevard, entre luz y luz.
Crea que de all y de los bailes peseteros del teatro naca la corrupcin creciente de
Vetusta.
As era el buen Fortunato Camoirn, prelado de la dicesis exenta de Vetusta la muy
noble excorte; aquel humilde Obispo a quien el Provisor en cuanto entr en el saln
reprendi con una mirada como un rayo.
El Obispo estaba sentado en un silln y las dos seoras en el sof.
Eran Visita, la del Banco, y Olvido Pez, la hija de Pez el Americano, el segundo
millonario de la Colonia.
El Obispo al ver al Magistral se ruboriz, como un estudiante de latn sorprendido por
sus mayores con la primera tagarnina.
Qu era aquello? quera decir la mirada del Magistral, que salud a las seoras
inclinndose con gracia y coquetera inocente. Unas seoras con el Obispo! Y ningn
caballero las acompaaba! Esto era nuevo.
Cosas de Visitacin. Se trataba de seducir a su Ilustrsima para que fuese a honrar
con su presencia el solemne reparto de premios a la virtud, organizado por cierto circulo
filantrpico. El crculo se llamaba La Libre Hermandad, nombre feo, poco espaol y con olor
nada santo. En tal sociedad haba una junta de caballeros y otra agregada de damas
protectrices (gramtica del Presidente del crculo).
La Libre Hermandad se haba fundado con ciertos aires de institucin independiente
de todo yugo religioso, y su primer presidente fue el seor don Pompeyo Guimarn, que de
milagro no estaba excomulgado y que no comulgaba jams.
Era el crculo algo como una oposicin a Las Hermanitas de los Pobres, a la Santa
Obra del Catecismo, a las Escuelas Dominicales, etc., etc. Desde luego se le declar la
guerra por el elemento religioso y a los pocos meses no haba un pobre en todo el
Ayuntamiento de Vetusta que quisiera las limosnas, los premios, ni la enseanza de La Libre
Hermandad.
Las nias de las Escuelas Dominicales y los chiquillos del Catecismo, que cantaban
por las calles en vez de coplas profanas el
Santo Dios, Santo Fuerte,
Santo Inmortal,
y lo de
Venid y vamos todos
flores a Mara,

175

inventaron un cantar contra el Crculo. Deca as:


Los nios pobres no quieren
ir a la Libre Hermandad,
los nios pobres prefieren
la Cristiana Caridad.
La cristiana caridad y la perfeccin de la rima revelaban el estilo de don Custodio el
beneficiado, que era a tanto haba llegado director de las Escuelas Dominicales de nias
pobres.
La Libre Hermandad se hubiera muerto de consuncin sin el valeroso sacrificio de su
Presidente. Comprendi el seor Guimarn que los tiempos no estaban para secularizar la
caridad y las primeras letras y present su dimisin sacrificndose, deca, no a las
imposiciones del fanatismo, sino al bien de los nios abandonados. Con la dimisin de don
Pompeyo y la feliz idea de crear la junta agregada de damas protectrices gan algo la
sociedad benfica, y ya no se la hizo guerra sin cuartel. Pero an no haba lavado su pecado
original que llevaba en el nombre. El Provisor despreciaba el tal crculo.
Visitacin fue la primera dama agregada, por su prurito de agregarse a todo.
Actualmente era la tesorera de las protectrices.
Se trataba ahora de borrar los ltimos vestigios de hereja o lo que fuese,
congracindose con la catedral y rogando al seor Obispo que presidiera el solemne reparto
de premios aquel ao. Pero quin le pona el cascabel al gato? Visitacin, la del Banco.
Quin ms a propsito para tales atrevimientos? Por el bien parecer pidi que en su visita
le acompaase otra dama de viso. Ninguna quiso ir, no se atrevan. Se vot y se nombr a
Olvido Pez, por la representacin de su pap y lo bien quista que era la joven en Palacio.
S deca en la junta Visitacin que venga Olvido; as no creer el Magistral que
el tiro va contra l; porque, como a m no me puede ver...
Y era verdad; el Magistral despreciaba a la del Banco y la tena por una grandsima
cualquier cosa. Era de las pocas seoras que ayudaban al Arcediano en su conspiracin
contra el Vicario general. Sin embargo, Visita confesaba a veces con don Fermn, a pesar de
los desaires de ste. Ya saba l a qu iba all aquella buena pcora, pero chasco se
llevaba; la confesaba por los mandamientos y se acab.
Y qu ms? adelante; y qu ms? estilo Ripamiln. A buena parte iba la
correveidile de Glocester.
Fortunato ya haba dado palabra de honor de ir a la solemne sesin de La Libre
Hermandad. Esto y el ver all a la de Pez, su ms fiel devota, agrav el mal humor del
Vicario. Le cost trabajo estar fino y corts y lo consigui gracias a la costumbre de
dominarse y disimular. Visitacin se complaca en adivinar la clera del Provisor y le
abrumaba a chistes, y le mareaba con aquel atolondramiento que a l se le pona en la
boca del estmago.
Pero, seoras mas dijo De Pas hablemos con formalidad un momento.
Qu? cmo se entiende? quiere usted recoger velas, que se desdiga S. I.?
Creo, que...
Nada, nada! La palabra es palabra. Nos vamos, nos vamos; ea, ea, conversacin;
no oigo nada... Vamos, Olvido... no oigo... no oigo...
Por una especie de milagro acstico cada palabra de Visitacin sonaba como siete;
pareca que estaba all perorando toda la junta de protectrices.
Se levant y se dirigi a la puerta llevando como a remolque a la de Pez.

176

El Magistral protest en vano: Aquella sociedad la haba fundado un ateo, era


enemiga de la Iglesia...
No hay tal grit desde la puerta Visita; si as fuera, no figuraramos nosotras
como damas agregadas.
Yo lo soy advirti la de Pez por empeo de sta que convenci a pap.
Pero, seores, si La Libre Hermandad ha cantado ya la palinodia; si desde que
ingresamos en ella nosotras, se acab lo de la libertad y toda esa jarana...
Tiene razn se atrevi a decir el Obispo, a quien todava engaaba el
aturdimiento postizo de la del Banco; tiene razn esa loquilla...
No tiene tal! grit el Provisor, perdiendo un estribo por lo menos. No tiene tal;
y esto ha sido... una imprudencia.
Visita volvi la cara y sac la lengua. Cmo le trata! pens, envidiando a un
hombre que osaba llamar imprudente al Obispo.
Las damas salieron: S. I. qued corrido; y despus de indicar al Magistral que las
acompaara por los pasillos estrechos y enrevesados, se puso en salvo, encerrndose en el
oratorio, para evitar explicaciones.
El Magistral no pens en buscarle.
La de Pez iba con la cabeza baja. Tema tambin una reprensin del prebendado.
ste aprovech un momento en que Visita se detuvo para saludar a una familia que ella
haba recomendado al Obispo, y acercndose al odo de la joven dijo en tono de paternal
autoridad:
Ha hecho usted mal, pero muy mal en acompaar a esta... loca.
Pero si me votaron...
Si usted no fuera de esa junta...
Pap espera a usted hoy a comer. Iba a escribirle yo misma, pero dse usted por
convidado.
Bueno, bueno; no le gusta a usted or las verdades?
Lo que digo es que pap...
Pues hoy no puedo ir... a comer. Estoy convidado hace das... otro Francisco que...
pero all nos veremos dentro de una hora; en cuanto despache de prisa y corriendo...
Se despidieron; las damas salieron a la calle, y el Provisor entr, dejando atrs
pasillos, galeras y salones, en las oficinas del gobierno eclesistico.
Lleg a su despacho el seor vicario general, y sin saludar a los que all le esperaban,
se sent en un silln de terciopelo carmes detrs de una mesa de ministro cargada de
papeles atados con balduque. Apoy los codos en el pupitre y escondi la cabeza entre las
manos. Saba que le esperaban, que pretendan hablarle, pero finga no notarlo. Esta era
una de las maneras que usaba para hacer sentir el peso de su tirana; as humillaba a los
subalternos; desprecindolos hasta no verlos a los dos pasos. Primero era su mal humor. Un
mal humor de color de pez. La bilis le llegaba a los dientes. Por qu? Por nada. Ningn
disgusto grave le haban dado; pero tantas pequeeces juntas le haban echado a perder
aquel da que haba credo feliz al ver el sol brillante, al lavarse alegre frente al espejo.
Primero su madre tratndole como a un chiquillo, recordndole las calumnias con que le
perseguan; despus las noticias alarmantes y las bromas necias del mdico, luego aquella
Visitacin, La Libre Hermandad, Olvidito faltando a la disciplina... y sobre todo aquel

177

demonio de Obispo abrumndole con su humildad, recordndole nada ms que con su


presencia de liebre asustada toda una historia de santidad, de grandeza espiritual enfrente
de la historia suya, la de don Fermn... que... para qu ocultrselo a s mismo? era poco
edificante... Aquel paralelo eterno que estaba haciendo Fortunato sin saberlo, irritaba al
Magistral. Y ahora le irritaba ms que nunca. Ahora le pareca que la superioridad intelectual
del vicario era nada enfrente de la grandeza moral del Obispo. l era la nica persona que
saba comprender todo el valor de Fortunato. Qu poticas, qu nobles, qu espirituales le
parecan ahora la virtud del otro, su elocuencia, su culto romntico de la Virgen! Y las
propias habilidades qu ruines, qu prosaicas! su carcter fuerte y dominante qu ridculo
en el fondo! A quin dominaba l? A escarabajos!
Qu hay? grit con voz agria, levantando la cabeza y mirando a los escarabajos
que tena enfrente.
Eran un clrigo que pareca seglar y un seglar que pareca clrigo; mal afeitados los
dos, peor el sacerdote, que mostraba el rostro lleno de pas negras speras; vestan ambos
de paisano, pero como los curas de aldea; el alzacuello del clrigo era blanco y estaba
manchado con vino tinto y sudor grasiento; el cuello de la camisa del otro pareca tambin
un alzacuello; usaba corbatn negro abrochado en el cogote.
Don Carlos Pelez, notario ec lesistico que desempeaba otros dos o tres cargos en
Palacio, no todos compatibles, se jactaba de ser una de las personas ms influyentes en la
curia eclesistica y aun en el nimo del seor Provisor. Bien iba a probarlo ahora
interponiendo su favor para arrancar al msero prroco de Contracayes, aldea de la
montaa, de las garras de la disciplina. Haba habido un soplo, cosa de envidiosos, y el
Provisor saba que Contracayes (el cura) tena la debilidad de convertir el confesonario en
escuela de seduccin. De Pas haba querido echar todo el peso de la censura eclesistica y
las ms severas penas sobre Contracayes; pero gracias a los ruegos del notario haba
consentido, antes de proceder, en celebrar una conferencia con el prroco montas,
prometiendo que, si adverta en l verdadero arrepentimiento, se contentara con un castigo
de carcter reservado, que en nada perjudicara la fama del clrigo, gran elector, y muy
buen partidario de la causa ptima.
Qu hay? repiti el Magistral, sonriendo por mquina al notario.
Pelez seal a su compaero, que era un buen mozo, moreno, de cejas muy
pobladas, ceo adusto, ojos de color de avellana que echaban fuego, boca grande, orejas
puntiagudas, cuello muy robusto y abultada nuez. Pareca todo l tiznado, y no lo estaba;
tena tanto de carbonero como de cura; aquel matiz de las pas negras entre la carne
amoratada de las mejillas se hubiera credo que le cubra todo el cuerpo. Nunca se haba
visto enfrente del Provisor, a quien tema por los rayos que manejaba, pero nada ms hasta
el punto que un gigantn salvaje puede temer a quien puede aplastar, en ltimo caso, de
una puada. Not don Fermn que Contracayes estaba ms aturdido que atemorizado.
Salud el cura con un gruido, y el Provisor no contest siquiera.
El notario se volvi todo mieles; se sent de soslayo en una silla para dar a entender
al cura que estaba all como en su casa; hablaba con el lenguaje ms familiar posible, sin
pecar de irreverente; se permita bromitas y estuvo a punto de declarar que el pecado de
solicitacin no era de los ms feos y que se podra echar tierra fcilmente al asunto. Y como
el Magistral arrugase el ceo, Pelez mud de conversacin y habl con falso aturdimiento
de las ltimas elecciones y hasta aludi a las hazaas de cierto cura de la montaa que
conoca l, que haba metido el resuello en el cuerpo a una pareja de la guardia civil.
Contracayes sonri como un oso que supiera hacerlo.
El Magistral estaba pensando en la manera de solicitar a sus penitentes que tendra
aquel salvaje... Hubo un momento de silencio. No se haba hablado palabra del negocio y
hasta el mismo Pelez comprendi que haba que abordar la cuestin espinosa.

178

Don Fermn, recordando de repente su mal humor, sus contratiempos del da, se
puso en pie y encarndose con el prroco que tambin se levant como si fueran a
atacarle dijo con voz spera:
Seor mo, estoy enterado de todo, y tengo el disgusto de decirle que su asunto
tiene muy mal arreglo. El concilio Tridentino considera el delito que usted ha cometido,
como semejante al de hereja. No s si usted sabr que la Constitucin Universi Domini de
1622, dada por la santidad de Gregorio XV le llama a usted y a otro como usted execrables
traidores, y la pena que seala al crimen de solicitar ad turpia a las penitentes, es
seversima; y manda adems que sea usted degradado y entregado al brazo secular.
El prroco abri los ojos mucho y mir espantado al notario, que, a espaldas de don
Fermn, le gui un ojo.
Benedicto XIV continu el Magistral confirm respecto de los solicitantes las
penas impuestas por Sixto V y Gregorio XV... y, en fin, por donde quiera que se mire el
asunto est usted perdido...
Yo crea...
Crea usted mal, seor mo! Y si usted duda de mi palabra, ah tiene usted en ese
estante a Giraldi Expositio juris Pontificii que en el tomo II, parte 1., trata la cuestin con
gran copia de datos...
El seor Pelez estaba acostumbrado al estilo del Provisor, que nunca era ms
erudito que al echar la zarpa sobre una vctima.
Seor se atrevi a decir Contracayes, algo amostazado y perdiendo mucha parte
del miedo; con la palabra de V. S. tengo ya bastante, y no es de los sagrados cnones de
lo que me quejo, sino de mi mala suerte que me hizo resbalar y caer donde otros muchos,
muchsimos que conozco resbalan pero no caen.
El Magistral se volvi de pronto, como si le hubiesen mordido en la espalda.
Salga usted de aqu, seor insolente, y no me duerma usted en Vetusta!...grit.
Pero, seor...
Silencio digo! silencio y obediencia o duerme usted en la crcel de corona...
Y el Magistral descarg un puetazo formidable sobre la mesaescritorio.
Pues para este viaje no necesitbamos alforjas! grit Contracayes, no menos
furioso, volvindose al consternado Pelez, que no haba previsto aquel choque de dos malos
genios.
Pero, seores, calma...
Fuera de aqu, so tunante! grit el Magistral terciando el manteo,
descomponindose contra su costumbre... Desgraciado de ti! date por perdido, mal
clrigo...
Pero yo qu he dicho, seor? exclam el prroco, que se asust un poco ante la
actitud de aquel hombre, en quien reconoca la superioridad moral de un Jpiter eclesistico.
En cuanto conoci que su autoridad se acataba, De Pas fue amansando el oleaje de
su clera; y al fin, plido, pero con voz ya serena:
Salga usted dijo sealando a la puerta salga usted... libre por ser un loco...
pero ni dos horas permanezca en la ciudad, ni hable con alma viviente de lo ocurrido aqu...
y en cuanto a su crimen execrable, yo me entender, sin necesidad de ver a usted, con el
seor Pelez, y l le comunicar lo que resolvamos.

179

El clrigo quiso humillarse, pedir perdn...


Salga usted inmediatamente.
Sali.
Pelez, temblando y lvido se atrevi a decir:
Cunto siento!... seor Magistral...
No sienta usted nada. Han venido ustedes en mal da. Estoy nervioso. Quise
asustarle, imponerle respeto por el terror... y no cont con mi mal humor; me he exaltado
de veras, me he dejado llevar de la ira...
Oh, no, eso no! l s que es un animal, un salvaje...
S, es un salvaje... pero por lo mismo deb tratarle de otro modo.
Lo que yo no perdono es el disgusto...
Deje usted, deje usted; hablaremos de ese bribn... otro da. Hoy no puedo...
hoy... me sera imposible prometer a usted suavizar los rigores de la ley que est
terminante.
S, ya s... pero, como nunca se aplica...
Porque no hay pruebas... como ahora. Y alguna vez se ha de empezar. En fin, ya
digo que hablaremos... Necesito estar solo...
Sali tambin Pelez y De Pas, entonces a solas con su pensamiento, dej que le
subiera al rostro la sangre amontonada por la vergenza...
Qu degradacin! pens; y se puso a dar paseos por el despacho, como una fiera
en su jaula.
Cuando se sinti ms sereno, toc un timbre. Entr un joven alto, tonsurado, plido y
triste, tsico probablemente. Era un primo del Magistral que haca all veces de secretario.
Qu habis odo?
Voces; nada.
El cura de Contracayes, que es un salvaje...
S, ya s...
Qu hay?
Nada urgente.
De modo que puedo irme? No me necesitis...
No; hoy no.
Bueno, pues me voy... me duele la cabeza... no estoy para nada... Pero no se lo
digas a mi madre... Si sabe que dej el despacho tan pronto... creer que estoy enfermo...
S, s, eso s.
Ah! oye; la licencia para el oratorio de los de Pez, vino ya?
S.
Est corriente, puedo llevrmela ahora?
Ah la tienes, en ese cartapacio.
Va en regla todo? Podr doblar el coadjutor de Parves?...

180

Todo va en regla.
Aqu veo una tarjeta de don Saturno Bermdez. A qu vino?
A lo de siempre, a que no hagamos caso del pobre don Segundo, el cura de
Tamaza, que reclama el dinero de las misas de San Gregorio que le ha hecho decir don
Saturno...
Y que no le quiere pagar.
Es su costumbre. Est empeado con todo el clero. Ha salvado a medio purgatorio
(el joven tonsurado tosi con violencia por contener la risa), a medio purgatorio a costa de
sus ingleses.
El cura de Tamaza es un vocinglero...
Pero pide lo que le deben...
Pero no se puede hacer nada... Quieres t que yo me ponga de punta con el
obispillo de levita?
Eso no. Lo pagaramos en El Lbaro que l inspira y que ahora te trata bien. A
propsito de peridicos; ayer vena en La Caridad de Madrid, una correspondencia de
Vetusta, y, mucho me engao, o en ella andaba la mano de Glocester.
Qu deca?
Tontunas, que los carlistas estaban enseoreados de algunas dicesis en que,
contra el derecho, eran vicarios generales los que no podan serlo, sino interinamente y por
gracia especial; pero que por ciertos servicios a la causa del Pretendiente los superiores
jerrquicos hacan la vista gorda.
De modo, que yo no puedo ser vicario general?
Por lo visto, no; porque entre los casos de excepcin citan los prebendados de
oficio y traen a cuento no s qu disposiciones de los Papas...
S, ya s; un Breve de Paulo V y dos o tres de Gregorio XV. Majaderos! Y milagro
ser que no vengan tambin con lo de ser natural de la dicesis. Idiotas! Qu poco
sentido prctico tienen esos falsos catlicos!... Glocester debe de ser el corresponsal de ese
papelucho; esas agudezas romas son de l. Puf! qu enemigos, seor, qu enemigos!
bestias, nada ms que bestias!
El Magistral respiraba con fuerza, como aparentando ahogarse en aquel ambiente de
necedad...
Quiso marcharse, sin ver a ningn clrigo ni seglar de los que esperaban en la
antesala y en la oficina antigua... pero no pudo defenderse de las invasiones; el seor
Carraspique asom las narices por una puerta...
Se puede?
Era Carraspique! Adelante, hubo que decir.
Vena a recomendar el pronto despacho de una expedicin a la agencia de Preces; y
algunos asuntos de capellanas... Hubo que acudir a los registros, consultar a los empleados.
El Magistral, distrado, se aventur a pasar del despacho a la oficina y all se vio rodeado de
litigantes, de pretendientes, casi todos muy afeitados, todos vestidos de negro, o con sotana
o con levita que lo pareca. La oficina no ostentaba el lujo del despacho ni mucho menos;
era grande, fra, sucia; el mobiliario indecoroso, y tena un olor de sacrista mezclado con el
peculiar de un cuerpo de guardia. Los empleados tenan la palidez de la abstinencia y la

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contemplacin, pero producida por los miasmas del covachuelismo, miserable, srdido y
malsano, complicado aqu con la ictericia de los rapavelas.
Haba una mesa en cada esquina, y alrededor de todas curas y legos que hablaban,
gesticulaban, iban y venan, insistan en pedir algo con temor de un desaire; los empleados,
ms tranquilos, fumaban o escriban, contestaban con monoslabos, y a veces no
contestaban. Era una oficina como otra cualquiera con algo menos de malos modos y un
poco ms de hipocresa impasible y cruel.
Cuando entr el Provisor, disminuy el ruido; los ms se volvieron a l, pero el jefe
se content con poner una mano delante de la cara como rechazando a todos los importunos
y se fue a una mesa a preguntar por un expediente de mansos. Lo que l deca; en las
oficinas de Hacienda pblica no daban razn; los expedientes de mansos dorman el sueo
eterno, cubiertos de polvo.
El seor Carraspique daba pataditas en el suelo.
Estos liberales! murmuraba cerca del Magistral.
Qu Restauracin ni qu nio muerto! son los mismos perros con distintos
collares...
El Estado se burla de la Iglesia, s seor, eso es evidente, no hay concordato que
valga; todo se promete, y no se hace nada...
Dos curas se acercaron humildemente al Magistral... Eran de la aldea; tambin ellos
queran saber si los expedientes de mansos...
Nada, nada, seores, ya lo oyen ustedes dijo el Provisor en voz alta, para que se
enterasen todos los presentes y no le aburrieran ms en las oficinas del gobierno civil
dicen que se resolvern los expedientes uno a uno, porque no hay criterio general aplicable,
es decir, que no se resolvern nunca los expedientes dichosos...
De Pas se vio cogido por la rueda que le sujetaba diariamente a las fatigas cannico
burocrticas: sin pensarlo, contra su propsito, se encenag como todos los das en las
complicadas cuestiones de su gobierno eclesistico, mezcladas hasta lo ms ntimo con sus
propios intereses y los de su seora madre; con cien nombres de la disciplina, muchos de
los cuales significaban en la primitiva Iglesia poticos, puros objetos del culto y del
sacerdocio, se disfrazaba all la eterna cuestin del dinero; espolios, vacantes, medias
annatas, patronato, congruas, capellanas, estola, pie de altar, licencias, dispensas,
derechos, cuartas parroquiales... y otras muchas docenas de palabras iban y venan, se
combinaban, repetan y suplan, y en el fondo siempre sonaban a metal y siempre el lucro
del Provisor, el de su madre, iba agarrado a todo. Nunca haba puesto los pies all doa
Paula, pero su espritu pareca presidir el mercado singular de la curia eclesistica. Ella era el
general invisible que diriga aquellas cotidianas batallas; el Magistral era su instrumento
inteligente.
Como todos los das, se presentaron aquella maana cuestiones turbias que el
Provisor acostumbraba resolver como por mquina, con el criterio de su ganancia, con
habilidad pasmosa, y con la ms correcta forma, con pulcritud aparente exquisita. Ms de
una vez, sin embargo, al resolver una injusticia, un despojo, una crueldad til, vacil su
nimo (estaba nervioso, no saba qu hierba haba pisado), pero el recuerdo de su madre
por un lado, la presencia de aquellos testigos ordinarios de su frescura, de su habilidad y
firmeza, por otro, y en gran parte la fuerza de la inercia, la costumbre, le mantenan en su
puesto; fue el de siempre, resolvi como siempre, y nadie tuvo all que pensar si el Provisor
se habra vuelto loco, ni l necesit inventar cuentos para engaar a su madre. Doa Paula
poda estar satisfecha de su hijo; de su hijo; no del soador necio y casquivano que aquella
maana se turbaba al leer una carta insignificante, y se alegraba sin saber por qu al ver un

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sol esplendoroso en un cielo difano. El sol, el cielo! qu le importaban al Vicario general


de Vetusta? No era l un curial que se haca millonario para pagar a su madre deudas
sagradas y para saciar con la codicia la sed de ambiciones fallidas?
S, s; eso era l; y no haba que hacerse ilusiones, ni buscar nueva manera de vivir.
Deba estar satisfecho y lo estaba.
Hora y media en la oficina! se dijo al salir del palacio, entre avergonzado y
contento; y l que crea no haber pasado all veinte minutos!
Cuando se vio otra vez al aire libre, en la Corralada, De Pas respir con fuerza... se le
figuraba aquel da, que salir de Palacio era salir de una cueva. De tanto hablar all dentro,
tena la boca seca y amarga y se le antojaba sentir un saborcillo a cobre. Se encontraba un
aire de monedero falso. Se apresur a dejar la plazuela que cubra de sombra la parda
catedral... huy hacia las calles anchas, dej la Encimada con sus resonantes aceras
gastadas y estrechas, su triste soledad solemne, su hierba entre los guijarros, sus caserones
ahumados, sus rejas de hierro encorvadas, y busc la Colonia, saliendo por la plaza del Pan,
la calle del Comercio y el Boulevard, de cuyos arbolillos caan hojas secas sobre anchas
losas. El manteo del Magistral las atraa, las arrastraba por la piedra en pos de s con un
ruido de marejada rtmico y grrulo.
All se vea ya mucho cielo; todo azul; enfrente la silueta del Corfn, azulada tambin.
Aquello era la alegra, la vida. Capellanas, bulas, medias annatas, reservas! qu tena
que ver el mundo, el ancho, el hermoso mundo con todo eso? Saba aquel gigante de
piedra, el Corfn grave, majestuoso, tranquilo, lo que eran agencias ni si la haba de preces,
ni por qu costaba dinero el sacar licencias de cualquier cosa?
Iba el Magistral por el Boulevard adelante, saludando a diestro y siniestro, asustado
con que se le ocurrieran a l estos pensamientos de buclica religiosa. Precisamente siempre
haba sido enemigo de las Arcadias eclesisticas y profesaba una especie de positivismo
prosaico respecto de las necesidades temporales de la Iglesia. Estara enfermo? Se ira a
volver loco? Sin poder l remediarlo, mientras el aire fresco el viento haba cambiado del
medioda al noroeste le llenaba los pulmones de voluptuosa picazn, la fantasa, sin hacer
caso de observaciones ni mandatos, segua herborizando y se haba plantado en los siglos
primeros de la Iglesia, y el Magistral se vea con una cesta debajo del brazo recogiendo de
puerta en puerta por el Boulevard y el Espoln las ricas frutas que Pez, don Frutos Redondo
y dems Vespucios de la Colonia, arrancaban con sus propias manos en aquellos jardines
que, en efecto, iba viendo a un lado y a otro detrs de verjas doradas, entre follaje
deslumbrante y lleno de rumores del viento y de los pjaros.
El hotel de Pez era el primero de los seis que adornaban la calle Principal,
flanquendola por la parte del Sur. Era un gran cubo que pareca una torre atalaya de las
que hay a lo largo de la costa en la provincia de Vetusta, recuerdo, segn dicen, de la
defensa contra los Normandos.
El seor de Pez no tema ningn desembarco de piratas, pues el mar estaba a unas
cuantas leguas de su palacio, pero crea que la elegancia slida consista en fabricar muros
muy espesos, en desperdiciar los mrmoles, y, en fin, en trabajos ciclopios, segn su
incorrecta expresin. En lo ms alto del frontispicio haba en vez de un escudo, que el seor
Pez no tena, un gran semicrculo de jaspe negro y en medio, en letras de oro, esta
elocuente leyenda: 1868, que no indicaba ms que la fecha de la construccin ciclpea. En
las esquinas del terrado de gran balaustrada que coronaba el castillo, sendas guilas de
hierro pintadas de verde probaban a levantar el vuelo. Aquellas guilas, segn el seor
Pez, hacan juego con otras dos bordadas en la alfombra de su despacho. No era el bueno
de don Francisco el ms rico americano de la Colonia; algunos millones ms tena don
Frutos, pero al Vespucio de las guilas ni don Frutos ni San Frutos ni nadie le pona el pie
delante tocante al rumbo y l era el nico vetustense que haca visitas en coche y tena

183

lacayos de librea con galones a diario, si bien a est os lacayos jams consegua hacerles
vestirse con la pulcritud, correccin y severidad que l haba observado en los congneres
de la Corte.
Veinticinco aos haba pasado Pez en Cuba sin or misa, y el nico libro religioso que
trajo de Amrica fue el Evangelio del pueblo del seor Henao y Muoz; no porque fuese Pez
demcrata, Dios le librase! sino porque le gustaba mucho el estilo cortado. Crea
firmemente que Dios era una invencin de los curas; por lo menos en la Isla no haba Dios.
Algunos aos pas en Vetusta sin modificar estas ideas, aunque guardndose de publicarlas;
pero poco a poco entre su hija y el Magistral le fueron convenciendo de que la religin era
un freno para el socialismo y una seal infalible de buen tono. Al cabo lleg Pez a ser el
ms ferviente partidario de la religin de sus mayores. Indudablemente, deca, la Metrpoli
debe ser religiosa. Y se hizo religioso; daba todo el dinero que se le peda para el culto, y si
muchas veces al disparatar lo haca en menoscabo del dogma, siempre estaba dispuesto a
retractarse y a cambiar aquel dislate por otro inofensivo.
Por dos brechas haba logrado entrar la religin, en forma de Magistral, en la
fortaleza de aquel espritu librepensador y berroqueo: los dos flacos de Pez eran el amor
a su hija y la mana del buen tono.
Deca Olvido con voz aguda y en tono de reprensin:
Pap, eso es cursi; y don Francisco abominaba de aquello que antes le pareciera
excelente.
El Magistral dominaba por completo a Olvidito y Olvido mandaba en su pap por la
fuerza del cario y por su conocimiento de lo que llamaban all buen tono.
Olvido era una joven delgada, plida, alta, de ojos pardos y orgullosos; no tena
madre y haca la vida de un idolillo prximamente, suponiendo actividad y conciencia en el
dolo. La servan negros y negras y un blanco, su padre, el esclavo ms fiel. Ni un capricho
haba dejado de satisfacer en su vida la nia. A los dieciocho aos se le ocurri que quera
ser desgraciada, como las heronas de sus novelas, y acab por inventar un tormento muy
romntico y muy divertido. Consista en figurarse que ella era como el rey Midas del amor,
que nadie poda quererla por ella misma, sino por su dinero, de donde resultaba una
desgracia muy grande efectivamente. Cuantos jvenes elegantes, de buena posicin, nobles
o de talento relativo, se atrevieron a declararse a Olvido, recibieron las fatales calabazas que
ella se haba jurado dar a todos con una frmula invariable. El amor no era su lote; no
crea en el amor. Poco a poco se fue apoderando de su nimo aquella farsa inventada por
ella y tom la nia en serio su papel de reina Midas; renunci al amor, antes de conocerlo, y
se dedic al lujo con toda el alma. Am el arte por el arte: ella era la que ms riqueza
ostentaba en paseos, bailes y teatro; lleg a ser para Olvido una religin el traje. No luca
dos veces uno mismo. Llegaba tarde al paseo, daba tres o cuatro vueltas, y cuando ya se
senta bastante envidiada, a casa, sin dignarse jams pasar los ojos sobre ningn individuo
del sexo fuerte en estado de merecer. Los vetustenses llegaron a mirarla como un maniqu
cargado de artculos de moda, que slo diverta a las seoritas. Era una gran proporcin
en quien no haba que pensar.
Olvido espera un prncipe ruso era la frase consagrada. Cuando un incauto
forastero se atreva a probar fortuna, se le llamaba el prncipe ruso por irona hasta que
sala con las manos en la cabeza.
A la de Pez se le ocurri despus, cansada de no tener en el corazn ms que
trapos, hacerse devota. Busc al Magistral con buenos modos, como al Magistral le gustaba
que le buscasen, y lo encontr. Se entendieron. Para don Fermn aquella muchacha delgada,
fra, seca, no era ms que el camino que conduca a don Francisco, que empleaba sus
millones en comprar influencia. Pero Olvido tuvo la mala ocurrencia de enamorarse

184

msticamente (as se deca ella) del Magistral. ste se hizo el desentendido, aprovech
aquella nueva necedad de la nia para ganar al padre cuanto antes, y como no vio ningn
peligro para nadie en la pasin imaginaria de la americanilla antojadiza, no la apart de su
lado, como haba hecho con otras mujeres menos tmidas y ms temibles para la carne. De
Pas tena un proyecto: casar a Olvido con quien l quisiera; crea poder conseguirlo; pero
an no haba candidato; aquella proporcin deba ser el premio de algn servicio muy
grande que se le hiciera a l, no saba cundo ni en qu necesidad fuerte.
Aquella maana se le recibi en el hotelPez como siempre, bajo palio, segn la
frase de don Francisco.
Pisando aquellas alfombras, vindose en aquellos espejos tan grandes como las
puertas, hundiendo el cuerpo, voluptuosamente, en aquellas blanduras del lujo cmodo,
ostentoso, francamente loco, prdigo y deslumbrador, el Magistral se senta trasladado a
regiones que crea adecuadas a su gran espritu; l, lo pensaba con orgullo, haba nacido
para aquello; pero su madre codiciosa, la fortuna propia insuficiente para tanto esplendor, el
estado eclesistico, la necesidad de aparentar modestia y casi estrechez, le tenan alejado
del ambiente natural... que era aqul... El Magistral al entrar en estos salones y gabinetes
suavizaba ms sus modales suaves y con fcil elegancia, manejaba el manteo y plegaba la
sotana y mova manos, ojos y cuello con una dis tincin profana que no llegaba nunca a la
desfachatez del cura que reniega del pudor de los hbitos al pisar los palacios del gran
mundo... o sus sucedneos. De Pas nunca dejaba de ser el Magistral; pero demostraba, sin
ms que moverse, sonrer o mirar, que el prebendado, sin dejar de serlo, poda ser hombre
de sociedad como cualquiera. Unase esta gracia a las cualidades fsicas de que estaba
adornado, a su fama de hombre elocuente, de gran influencia y de talento, y, como deca la
marquesa de Vegallana, era un cura muy presentable.
Don Francisco Pez y su hija suplicaron a don Fermn que comiera con ellos; no
tenan a nadie, sera una comida de familia... los tres solos.
Los tres solos! deca Olvido dejando de ser sorbete por un momento.
El Magistral de pies, en el umbral de una puerta, con una colgadura de terciopelo
cogida y arrugada por su blanca mano, se inclinaba con gracia, sonrea, y mova la cabeza
pequea y bien torneada diciendo: no con el gesto... con cierta coquetera epicena.
Anda, pap! sujtale deca Olvido con voz suplicante, arrastrando las slabas que
parecan salir de la nariz.
Imposible.
Es muy terco hija, djale... no quiere que le agradezcamos la licencia del oratorio y
el permiso para doblar la misa para don Anselmo.
Agradzcaselo usted a Su Santidad.
S, que por mi cara bonita me entrega Su Santidad esta gracia...
El Magistral sonrea, dispuesto a escapar si queran asirle.
Pero, vamos a ver, una razn, d usted una razn grit Olvido, otra vez restituida
a su natural frigorfico.
El Magistral se puso un poco encarnado.
Tuvo que mentir.
Estoy convidado en casa de otro Francisco hace tres das; no puedo faltar, sera un
desaire... ya sabe usted lo que son estos pueblos... qu diran...

185

No haba tal cosa. Nadie le haba convidado a comer. Le esperaba su madre como
todos los das.
Sin embargo, al negarse a aceptar aquel convite espontneo y cordial, que en
cualquier otra ocasin le hubiera halagado, obedeca a un presentimiento. No saba por qu
se le figuraba que le iban a convidar en casa de Vegallana, ltima visita que pensaba hacer.
Por qu le haban de convidar? Adems all coman a la francesa, aunque doa Rufina sola
cambiar las horas y comer a la que se le antojaba. De todas suertes, los das de Paquito
Vegallana no solan celebrarlos con gaudeamus, ni l estaba invitado ni... con todo... dej
aquella visita para ltima hora. Y por qu haba de preferir la mesa de los marqueses a la
de Pez, no menos esplndida? Aunque quiso rehuir la contestacin a esta pregunta
capciosa, la conciencia se la dio como un estallido en los odos, antes que pudiera l
preparar una mentira. Es que la Regenta come a veces con los marqueses, especialmente
en das como ste, porque a ella la miran como una de la familia.
Y qu le importaba a l ni la familia, ni la Regenta, ni la comida de los
marqueses?
Despus de visitar a otros dos Pacos de importancia y a una Paca beata, el Magistral,
con un tantico de hambre, de hambre sana, entr por los prticos de la plaza Nueva en la
calle de Los Cannigos, atraves la de Recoletos y lleg a la de la Ra, y al portero del
marqus de Vegallana, que era un enano vestido con librea caprichosa, le pregunt con voz
temblorosa:
Est el seorito?
En aquel momento se abra la puerta del patio con estrpito y sonaban dentro
carcajadas. El Magistral reconoci la voz de Visita que gritaba:
Pues no seor! no son azules...
S, seora, azules con listas blancas responda Paco, batiendo palmas.
A que no? a que no?
Tonta, tonta deca otra voz ms suave desde una ventana del primer piso no le
creas; si no se ha visto nada... si estaba yo ms abajo y no vi nada...
Esta voz era la de Ana Ozores.
Al Magistral le zumbaron los odos... y entr en el patio.

XIII
El sol entraba en el saln amarillo y en el gabinete de la Marquesa por los anchos
balcones abiertos de par en par; estaba convidado tambin, as como el vientecillo indiscreto
que mova los flecos de los guardamalletas de raso, los cristales prismticos de las araas, y
las hojas de los libros y peridicos esparcidos por el centro de la sala y las consolas. Si
entraban raudales de luz y aire fresco, salan corrientes de alegra, carcajadas que iban a
perder sus resonancias por las calles solitarias de la Encimada, ruido de faldas, de enaguas
almidonadas, de manteos crujientes, de sillas tradas y llevadas, de abanicos que aletean...
Lo mejor de Vetusta llenaba el saln y el gabinete. Doa Rufina vestida de azul elctrico,
empolvada la cabeza que adornaban flores naturales que parecan, sin que se supiera por
qu, de trapo, doa Rufina reinaba y no gobernaba en aquella sociedad tan de su gusto,
donde cannigos rean, aristcratas fatuos hacan el pavo real, muchachuelas coqueteaban,

186

jamonas lucan carne blanca y fuerte, diputados provinciales salvaban la comarca, y


elegantes de la legua imitaban las amaneradas formas de sus congneres de Madrid.
La Marquesa tendida en una silla larga, forrada de satn, estaba en la galera de su
gabinete respirando con delicia el aire fresco de la calle. Se disputaba a gritos. Cerca de ella,
triunfante, en pie, con un abanico de ncar en la mano derecha, dndose aire
voluptuosamente, ostentaba Glocester su buena figura torcida. Con la mano izquierda
sujetaba, como con un clavo romano, los pliegues del manteo, que caa con gracia camino
del suelo, detenindose en brillante montn de tela negra sobre la falda de color cereza de
la siempre llamativa Obdulia Fandio; quien a los pies de la Marquesa y a los pies del
Arcediano, sentada en un taburete histrico (robado al saln arqueolgico del Marqus) se
inclinaba ms graciosa que recatada y honesta sobre el regazo de su noble amiga. Estas tres
personas formaban grupo en el balcn de galera, y desde el gabinete, sentados aqu y all,
y algunos en pie, oan a Glocester tres cannigos ms, el capelln de la casa, don Aniceto,
tres damas nobles, la gobernadora civil, Joaquinito Orgaz, y otros dos pollos vetustenses, de
los que estudiaban en la Corte.
Se discuta a gritos, entre carcajadas, con chistes repetidos de generacin en
generacin y de pueblo en pueblo, y con frases hechas inveteradas, si la mujer puede servir
a Dios lo mismo en el siglo que en el claustro; y si se necesita ms virtud para atreverse a
resistir las tentaciones que asedian en el mundo a una buena madre y fiel esposa, que para
encerrarse en un convento.
Todas las seoras menos una, alta, gruesa y vestida con hbito del Carmen (una
seora que pareca un fraile) sostenan que tiene ms mrito la buena casada del siglo que
la esposa de Jess.
La gobernadora se exaltaba; accionaba con el abanico cerrado sobre su cabeza y
llamaba seor mo al Arcediano.
Glocester defenda el claustro, pero batindose en retirada por galantera, sonriendo
y abanicndose.
En el saln se hablaba de poltica local. Gran conflicto haban creado al Gobierno, en
opinin de todos los del corro, el alcalde presidente del Ayuntamiento y la viuda del marqus
de Corujedo exigiendo el mismo estanquillo, el importante estanquillo del Espoln para sus
respectivos recomendados.
El jefe econmico haba dicho que all el gobernador; lo estaba refiriendo l a los
presentes. El gobernador haba consultado al Gobierno por telgrafo (lo acababa de decir la
gobernadora), y el Gobierno tena que decidir entre desairar a la dama conservadora que
dispona de ms votos en Vetusta o a uno de los ms firmes apoyos de la causa del orden,
que era el seor alcalde.
Los pareceres se dividan. El marqus de Vegallana y Ripamiln, que estaba en medio
del grupo, volvindose a todos lados, opinaban que ellos gobierno, daran el estanco a la
viuda. Primero que todo eran las seoras!
Trabuco, o sea Pepe Ronzal, de la comisin provincial, crea con la mayora de los
presentes, el jefe econmico inclusive, que la razn de Estado aconsejaba preferir la
pretensin del alcalde, aunque ste, segn malas lenguas, quera el estanco para una su
exconcubina.
Ya ven ustedes, eso es un escndalo! deca el Marqus, que tena todos sus hijos
ilegtimos en la aldea; ese hombre no sabe recatarse...
Yo paso por eso deca el Arcipreste; lo malo no es que l quiera pagar deudas
sagradas, lo malo es haberlas contrado... Pero la otra es una dama!...

187

Mientras en el saln y en el gabinete se discuta as y de otras muchas maneras, por


las habitacio nes interiores del primer piso, por el comedor, por los pasillos, por la escalera
que conduca al patio y a la huerta, corran alegres, revoltosos, Paco Vegallana, que
celebraba sus das, Visitacin, Edelmira, sobrina de la Marquesa (una nia de quince aos
que pareca de veinte), don Saturnino Bermdez y el seor de Quintanar; la Regenta y don
lvaro Mesa presenciaban los juegos inocentes de los otros desde una ventana del comedor
que daba al patio.
Quintanar le haba pedido a Paco un batn para reemplazar la levita de tricot que se le
enredaba en las piernas. El batn le vena ancho y corto. Era de alpaca muy clara.
El Magistral se encontr en la escalera con Visitacin y Quintanar que buscaban por
los rincones la petaca del exregente que Edelmira y Paco haban escondido. Don Saturnino
Bermdez, plido y ojeroso, con una sonrisa corts que le llegaba de oreja a oreja, vena
detrs, solo, tambin hecho un loquillo de la manera ms desgraciada del mundo. Daba
tristeza verle divertirse, saltar, imitar la alegra bulliciosa de los otros. Pero, amigo, era su
obligacin: era pariente, era de los ntimos de la casa, de los que se quedaban a comer, y
necesitaba hacer lo que los dems, correr, alborotar, y hasta dar pellizcos a las seoras, si a
mano vena. Siempre se quedaba solo; si quera decir algo a la Regenta, a Visitacin o a
Edelmira, le dejaban las damas con la palabra en la boca, sin poder remediarlo, distradas.
No era falta de educacin, sino que los prrafos de Bermdez eran tan complicados,
constaban de tantos incisos y colones, que orle uno entero sera obra de regla. Cuando vio
al Magistral vio el cielo abierto; ya tena pretexto para volver a ser formal. Le salud con la
finura que le era caracterstica y se dispuso a acompaarle al saln. Paco le haba
saludado de lejos, deprisa y mal, porque en aquel momento hua con la petaca de Quintanar
a esconderla en la huerta, seguido de Edelmira, su ms rolliza y vivaracha y colorada prima.
Es loco ese chico, cuando se pone a enredar dijo Bermdez disculpando a su
pariente, y como recibiendo en calidad de deudo de los marqueses al seor Magistral.
Don Fermn mir de soslayo a la Regenta y a don lvaro que hablaban en la ventana
del comedor. Hizo como que no los vea, y con un poco de fuego en las mejillas, se dej
llevar por don Saturnino hasta el saln.
Los seores graves le recibieron con las ms lisonjeras muestras de respeto y
estimacin.
Oh, seor Magistral!
Oh cunto bueno!
Aqu est el Antonelli de Vetusta.
El Marqus le dio un abrazo que envidi un cura pequeo, paniaguado de la casa.
Ripamiln estrech la mano de don Fermn con cario efusivo; y juntos pasaron al
gabinete.
Los tres cannigos se levantaron; la seora que pareca un fraile sonri satisfecha y
murmur:
Ah, seor Provisor!...
Gracias a Dios, seor perdido... grit la Marquesa incorporndose un poco y
alargando una mano, que desde lejos, y gracias a su buena estatura, pudo estrechar el
Magistral con gallarda, haciendo un arco sobre el cuerpo gentil, color cereza, de Obdulia,
que desde all abajo pareca querer tragar al buen mozo en los abismos de los grandes ojos
negros. El Arcediano se qued con el abanico abierto, inmvil, como aspa de molino sin
aire. Comprendi de repente que acababa de ser desbancado; de papel principal se
converta en partiquino. En efecto, su discurso, que escuchaban con deleite curas y damas,

188

se ahog sin que nadie lo echase de menos. Glocester se sinti eclipsado de tal modo, que
hasta crey tener fro, como si de pronto se hubiera escondido el sol.
Siempre suceda lo mismo; haba motivo para aborrecer a aquel hombre. Sin
embargo, Mourelo, a fuer de cannigo de mundo, ocult una vez ms sus sentimientos y
tendi la mano a su enemigo, acompaando la accin con una catarata de gritos guturales
con que significaba su inmensa alegra.
Hola, hola, hola!... y daba palmaditas en el hombro al otro.
El Magistral no pudo saborear tranquilamente aquel triunfo vulgar, ordinario, porque
sin querer pensaba en el grupo de la ventana del comedor. Mientras responda con modestia
y discrecin a todos aquellos amigos, su imaginacin estaba fuera.
Pasaban minutos y minutos y los del comedor no venan.
Comera en casa de la Marquesa, Anita? Entonces no ira a reconciliar aquella
tarde, como rezaba su carta...
La aparente cordialidad y la alegra expansiva de todos los presentes ocultaban un
fondo de rencores y envidias. Aquellas seoras, clrigos y caballeros particulares estaban
divididos en dos bandos enemigos en aquel instante: el bando de los env idiados y el de los
envidiosos; el de los convidados a comer, que eran pocos, y el de los no convidados. Aunque
se hablaba tanto de tantas cosas, la idea que preocupaba a todos era la del convite. No se
aluda a l y no se pensaba en otra cosa. Empezaron a
l s despedidas, y los que se iban
disimulaban el despecho, cierta vergenza; se crean humillados, casi en ridculo. Muchacho
haba que saludaba torpemente y sala como corrido. Las seoras eran las que peor fingan
tranquilidad e indiferencia. Algunas salan ruborizadas. Glocester era de los que no estaban
convidados. La duda que le mortificaba era esta: Y l? esta convidado De Pas? No lo
saba, y no quera marcharse sin averiguarlo. Como pasaba el tiempo, y ya gabinete y saln
quedaban poco a poco despejados, el Magistral crey que deba irse. Se acerc a la
Marquesa, pero no tuvo valor para despedirse y le habl de cualquier cosa. En aquel
momento entr Visitacin en el gabinete, echando fuego por ojos y mejillas, habl aparte, y
con permiso de aquellos seores a la Marquesa y a Obdulia: las tres rodearon al Magistral
y con permiso de los seores que ya no eran ms que el Arcediano y dos pollos
vetustenses insignificantes tuvieron con l un concilibulo en que hubo risas, protestas del
Magistral, mi mosas y elegantes en los gestos que las acompaaban. En los murmullos de las
damas haba splicas en quejidos, coqueteras sin sexo, otras con l, aunque honestamente
sealadas; Glocester, que finga atender a lo que le decan los pollos insulsos, devoraba con
el rabillo del ojo a los del grupo. No caba duda, le estaban suplicando que se quedase a
comer. Termin el concilibulo, salieron Obdulia y Visitacin, corriendo, alborotando,
haciendo alarde de la confianza con que trataban a los marqueses, y los jvenes se
despidieron. Quedaban en el gabinete la Marquesa, el Magistral y Glocester. Hubo un
momento de silencio. El Arcediano se dio un minuto de prrroga para ver si el otro se
despeda tambin. En el saln se oy la voz de algunos que decan adis al Marqus... ya no
quedaban en la casa ms que los convidados... Glocester, sacando fuerzas de flaqueza, se
levant, tendi la mano a doa Rufina, y sali diciendo chistes, haciendo venias y
prodigando risas falsas. Iba ciego; ciego de vergenza y de ira. Convidar al otro... a un
prebendado de oficio... y desairarle a l... que era dignidad! Siempre el enemigo
triunfante!... Pero ya las pagara todas juntas.
En el portal, mientras se echaba el manteo al hombro (y eso que haca calor), pens
esta frase: esta seora Marquesa es una... trotaconventos, es una Celestina!... Se quiere
perder a esa joven! se quiere metrselo por los ojos!... Y sali a la calle pensando
atrocidades y buscando frmula decorosa para comunicar al prjimo lo que pensaba.

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Los convidados eran: Quintanar y seora, Obdulia Fandio, Visitacin, doa Petronila
Rianzares (la seora que pareca un fraile), Ripamiln, lvaro Mesa, Saturnino Bermdez,
Joaqun Orgaz, y a ltima hora el Magistral con algunos otros vetustenses ilustres, v. gr., el
mdico Somoza. Edelmira se cuenta como de la casa, pues en ella era husped.
Otros aos no se celebraban de esta manera los das de Paco; los celebraba l fuera
de casa. Pero esta vez se haba improvisado aquella fiesta de confianza y se coma a a
l
espaola, por excepcin, para visitar por la tarde, en los coches de la casa, la quinta del
Vivero, donde el Marqus tena un palacio rodeado de grandes bosques y una fbrica de
curtidos, montada a la antigua. Se trataba de ir a ver los perros de caza y uno del monte de
San Bernardo que Paco haba comprado das antes. Eran su orgullo. Despus de las mujeres
venales, el Marquesito adoraba los animales mansos, sobre todo perros y caballos.
Lo de convidar al Magistral haba sido un complot entre Quintanar, Paco y Visitacin.
La idea se deba a la del Banco. Era una broma que quera darle a Mesa; quera ver al
confesor y al diablo, al tentador, uno enfrente de otro. A Quintanar se le dijo que se
convidaba a De Pas para ver a Obdulia coquetear con el clrigo, y al pobre Bermdez,
enamorado de la viuda, rabiar en silencio. A Quintanar le pareci bien la ocurrencia, pero
dijo que l se lavaba las manos, por lo que haba de irreverente en el propsito; a pesar de
que ya se saba que l consideraba a los curas tan hombres como los dems.
Por otra parte aadi el exregente me alegro de que don Fermn coma con
nosotros, porque de este modo se le quitar a mi mujer la idea empecatada de ir a
reconciliar esta tarde... Quiero que se acostumbre a ver a su nuevo confesor de cerca, para
que se convenza de que es un hombre como los dems... Eso es... y salvo el respeto
debido... a ver si ustedes me lo emborrachan...
Paco no quera perjudicar a Mesa en sus planes, a los cuales tal vez obedeca en
parte la fiesta de aquel da; pero encontr muy gracioso y picante el molestar al seor
Magistral, si, como Visitacin sospechaba, a este ilustre cannigo le disgustaba ver a la
Regenta entregada al brazo secular de Mesa.
Visitacin haba dicho a Paco de buenas a primeras, que ella lo saba todo, que lvaro
tampoco para ella tena secretos.
Pero, y Ana? Te ha dicho algo?
Ana? En su vida; buena es ella. Pero djate...
Por supuesto que no se trata ms que de una cosa... espiritual...
Ya lo creo... espiritualsima...
Porque sino, nosotros... no nos prestaramos... ya ves... el pobre don Vctor...
Ya se ve!... Bromas, chico, nada ms que bromas; pero ya veras como al Provisor
le saben a cuerno quemado (as hablaba Visitacin con sus amigos ntimos).
Le consolar Obdulia, que le asedia y le prefiere a don Saturno, al mitrado y a mi
amigo Joaqun.
Pero l la aborrece... es muy escandalosa... no le gustan as...
T s que le odias a l...
Me cargan los hipcritas, chico... Y oye; a ti te conviene que el Magist ral se quede.
Por qu?
Porque Obdulia te dejar en paz, y podrs cultivar a la primita... Oh, eso s que no
te lo perdono! Protejo la inocencia... yo vigilar...

190

No seas boba... basta que est en mi casa para que yo la respete...


Ay, ay! qu bueno es eso... mire el seor del respeto... no me fo...
Edelmira haba interrumpido el dilogo y sin ms se convino en rogar a la Marquesa
que convidase, con reiteradas splicas, si era preciso, al seor Magistral.
Visitacin lo arregl todo en un minuto.
Como siempre. Donde ella estaba, nadie haca nada ms que ella. Pasaba la vida
ocupada en su gran pasin de tratar asuntos de los dems, de chupar golosinas ajenas, y
comer fuera de casa. All quedaba el modesto marido, el humilde empleado del Banco, de
cuerpo pequeo, de rostro de ngel envejecido, atusando el bigotillo gris y cuidando de la
prole. Visitacin lo exiga as. No haba de hacerlo ella todo. Quin guiaba la casa? Quin
la salvaba en los apuros? Quin conjuraba las cesantas? Quin sorteaba las dificultades
del presupuesto? Quin era all el gran arbitrista rentstico? Visitacin. Pues que la dejasen
divertirse, salir; no parar en casa en todo el da. Adems, era mujer de tal despacho que su
ajuar quedaba dispuesto para todo el da, la casa limpia, la comida preparada antes que en
otros lugares se diese un escobazo y se encendiese lumbre. Algo sucio iba todo, pero ya
tranquila la conciencia, sala a caza de noticias, de chismes, de terrones de azcar y de
recomendaciones la seora del Banco que estaba en todas partes y siempre en activo
servicio.
Su nueva campaa, la ms importante acaso de su vida, la llamaba ella para meterle
por los ojos a se: el dativo que se supla era Anita. Quera meterle a don lvaro por los
ojos, y despus de la conversacin de la tarde anterior con Mesa, no pensaba en otra cosa.
Por la maana haba ido a casa de Quintanar, quien se paseaba por su despacho en mangas
de camisa, con los tirantes bordados colgando: representaban, en colores vivos de seda fina,
todos los accidentes de la caza de un ciervo fabuloso de cornamenta inverosmil. Ocupbase
don Vctor en abrochar un botn del cuello; morda el labio inferior, y estiraba la cabeza
hacia lo alto, como si pidiera ayuda a lo sobrenatural y divino. Visitacin ent r en el
despacho equivocada...
Ah! usted dispense dijo estorbo?
No, hija, no; llega usted a tiempo. Este pcaro botn...
Y mientras le abrochaba, la dama, sin quitarse los guantes, el botn del cuello, don
Vctor comenz a darle cuenta de sus pro psitos irrevocables de distraer a su mujer...
Mi programa es ste.
Y se lo expuso c por b.
Visitacin lo aprob en todas sus partes y juntos se fueron al tocador de Ana, que
deprisa y como ocultndose, cerraba en aquel instante la carta que poco despus don
Fermn lea delante de su madre.
Casi a viva fuerza haban hecho Visitacin y Quintanar que Ana se vistiera como
Dios manda, y saliese con ellos. Visita se haba separado en la plaza de la Catedral para ir
al asunto de la Libre Hermandad. En casa de Vegallana se volveran a ver. La Marquesa
haba escrito muy temprano a los Quintanar convidndoles a comer y anuncindoles el
programa del da. Ana disput con su marido; quera ir a reconciliar, se lo haba dicho as en
una carta al Provisor, no era cosa de traerle y llevarle. Nada, nada! Don Vctor estaba
dispuesto a ser inflexible...
Reconciliars, si te encuentras con fuerzas para ello, despus de comer en casa del
Marqus; y pronto, para ir en seguida al Vivero... No transijo!

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Y se fueron a dar los das a varios Franciscos y Franciscas. A la una y cuarto estaban
en casa del Marqus.
Lo primero que vio Ana fue a don lvaro.
Tuvo miedo de ponerse encarnada, de que le temblase la voz al contestar al corts
saludo de Mesa. Mir a su marido, algo asustada, pero Quintanar estrechaba la mano de
don lvaro con cariosa efusin. Le era muy simptico, y aunque se trataban poco, cada vez
que se hablaban estrechaban los lazos de una amistad incipiente que amenazaba ser ntima
y duradera. Don lvaro tena para Quintanar el raro mrito de no ser terco: en Vetusta
todos lo eran segn el buen aragons; pero aquel modelo de caballeros elegantes no insista
en mantener una opinin descabellada, siempre conclua por darle la razn a Quintanar,
quien deca a espaldas del buen mozo: Si ste se fuera a Madrid hara carrera... con esa
figura, y ese aire, y ese talento social!... Oh, ha de ser un hombre!
Ana tom la resolucin repentina de dominarse, de tratar a don lvaro como a todos,
sin reservas sospechosas, pensando que en rigor nada haba, ni poda, ni deba haber entre
los dos.
Cuando, pocos minutos despus, hbilmente la sitiaba junto a una ventana del
comedor, mientras Vctor iba con Paco a las habitaciones de ste a ponerse el batn ancho y
corto, la Regenta necesit recordar, para mantenerse fra y serena, que nada serio haba
habido entre ella y aquel hombre; que las miradas que podan haberle envalentonado no
eran compromisos de los que echa en cara ningn hombre de mundo. Ana hablaba de los
hombres de mundo por lo que haba ledo en las novelas; ella no los haba tratado en este
terreno de prueba.
Don lvaro se guard de aludir al encuentro de la noche anterior; nada dijo de la
escena rpida del parque; pero habl con ms confianza; en un tono familiar que nunca
haba empleado con ella. Se haban hablado pocas veces y siempre entre mucha gente. Ana
trataba a todo Vetusta, pero con los hombres siempre haban sido poco ntimas sus
relaciones. Slo Paco y Frgilis eran amigos de confianza. No era expansiva; su amabilidad
invariable no animaba, contena. Visita aseguraba que aquel corazoncito no tena puerta.
Ella no haba encontrado la llave, por lo menos.
Don lvaro habl mucho y bien, con naturalidad y sencillez, procurando agradar a la
Regenta por la bondad de sus sentimientos ms que por el brillo y originalidad de las ideas.
Se vea claramente que buscaba simpata, cordialidad, y que se ofreca como un hombre de
corazn sano, sin pliegues ni repliegues. Rea con franca jovialidad, abriendo bastant e la
boca y enseando una dentadura perfecta. Ana encontr de muy buen gusto el sesgo que
Mesa daba a su extraa situacin. Cuando don lvaro callaba, ella volva a sus miedos; se le
figuraba que l tambin volva a pensar en lo que mediaba entre ambos, en la aparicin
diablica de la noche anterior, en el paseo por las calles y en tantas citas implcitas,
buscadas, indagadas, solicitadas sin saber cmo por l; cobarde, criminalmente consentidas
por ella.
Don Vctor era poco ms alto que Ana; don lvaro tena que inclinarse para que su
aliento, al hablar, rozase blandamente la cabeza graciosa y pequea de la dama. Pareca
una sombra protectora, un abrigo, un apoyo; se estaba bien junto a aquel hombre como una
fortaleza. Ana, mientras oa, con la frente inc linada, mirando las piedras del patio, slo poda
vislumbrar de soslayo el gabn claro, pulqurrimo del buen mozo. Don lvaro al moverse
con alguna viveza, dejaba al aire un perfume que Ana la primera vez que lo sinti reput
delicioso, despus temible; un perfume que deba marear muy pronto; ella no lo conoca,
pero deba de tener algo de tabaco bueno y otras cosas puramente masculinas, pero de
hombre elegante solo. A veces la mano del interlocutor se apoyaba sobre el antepecho de la
ventana; Ana vea, sin poder remediarlo, unos dedos largos, finos, de cutis blanco, venas
azules y uas pulidas ovaladas y bien cortadas. Y si bajaba los ojos ms, para que el otro no

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creyese que le contemplaba las manos, vea el pantaln que caa en graciosa curva sobre un
pie estrecho, largo, calzado con esmero ultravetustense. No poda haber pecado ni cosa
parecida en reconocer que todo aquello era agradable, pareca bien y deba ser as.
Ana oa vagamente los ruidos de la cocina donde Pedro dispona con voces de mando
los preparativos de la comida; el rumor de los surtidores del patio y las carcajadas y gritos
de su marido, de Visita, de Edelmira y de Paco, que iban y venan por las escaleras, por los
corredores, por la huerta, por toda la casa.
No haba visto al Provisor entrar. Visita se acerc a la ventana para decirle al odo:
Hijita, si quieres, puedes confesar ahora porque ah tienes al padre espiritual... ya
comer contigo.
Ana se estremeci y se separ de Mesa sin mirarle.
Hola, hola dijo don Vctor que entraba dando el brazo a la robusta y colorada
Edelmira mujercita ma, con que se est usted de palique con ese caballero?... Pues aqu
me tiene usted con mi parejita, eso es, en justa venganza.
Slo Edelmira ro la gracia, que tena para ella novedad. Pasaron todos al saln donde
estaban los dems convidados. Obdulia hablaba con el Magistral y Joaquinito Orgaz; el
Marqus discuta con Bermdez, que inclinaba la cabeza a la derecha, abra la boca hasta las
orejas sonriendo, y con la mayor cortesa del mundo pona en duda las afirmaciones del
magnate.
S, seor, yo derribaba San Pedro sin inconveniente y haca el mercado...
Oh, por Dios, seor Marqus!... No creo que usted... se atreviera... sus ideas.
Mis ideas son otra cosa. El mercado de las hortalizas no puede seguir al aire libre, a
la intemperie.
Pero San Pedro es un monumento y una gloriosa reliquia.
Es una ruina.
No tanto...
El Magistral intervino huyendo de Obdulia, que le asediaba ya, segn haban previsto
Paco y Visita.
Al entrar en el saln la Regenta, De Pas interrumpi una frase pausada y elegante,
porque no pudo menos, y se inclin saludando sin gran confianza.
Detrs de Ana apareci Mesa, que traa la mejilla izquierda algo encendida y se
atusaba el rubio y sedoso bigote. Vena mirando al frente, como quien ve lo que va
pensando y no lo que tiene delante. El Magistral le alarg la mano que Mesa estrech
mientras deca:
Seor Magistral, tengo mucho gusto...
Se trataban poco y con mucho cumplido. Ana los vio juntos, los dos altos, un poco
ms Mesa, los dos esbeltos y elegantes, cada cual segn su gnero; ms fornido el
Magistral, ms noble de formas don lvaro, ms inteligente por gestos y mirada el clrigo,
ms correcto de facciones el elegante.
Don lvaro ya miraba al Provisor con prevencin, ya le tema; el Provisor no
sospechaba que don lvaro pudiera ser el enemigo tentador de la Regenta; si no le quera
bien, era por considerar peligrosa para la propia la influencia del otro en Vetusta, y porque
saba que sin ser adversario declarado y boquirroto de la Iglesia, no la estimaba. Cuando le

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vio con Anita en la ventana, conversando tan distrados de los dems, sinti don Fermn un
malestar que fue creciendo mientras tuvo que esperar su presencia.
Ana le sonri con dulzura franca y noble y con una humildad pudorosa que aluda,
con el rubor ligero que la mostraba, a los secretos confesados la tarde anterior. Record
todo lo que se haban dicho y que haba hablado como con nadie en el mundo con aquel
hombre que le haba halagado el odo y el alma con palabras de esperanza y consuelo, con
promesas de luz y de poesa, de vida importante, empleada en algo bueno, grande y digno
de lo que ella senta dentro de s, como siendo el fondo del alma. En los libros algunas veces
haba ledo algo as, pero qu vetustense saba hablar de aquel modo? Y era muy diferente
leer tan buenas y bellas ideas, y orlas de un hombre de carne y hueso, que tena en la voz
un calor suave y en las letras silbantes msica, y miel en palabras y movimientos. Tambin
record Ana la carta que pocas horas antes le haba escrito, y ste era otro lazo agradable,
misterioso, que haca cosquillas a su modo. La carta era inocente, poda leerla el mundo
entero; sin embargo, era una carta de que poda hablar a un hombre, que no era su marido,
y que este hombre tena acaso guardada cerca de su cuerpo y en la que pensaba tal vez.
No trataba Ana de explicarse cmo esta emocin ligeramente voluptuosa se
compadeca con el claro concepto que tena de la clase de amistad que iba naciendo entre
ella y el Magistral. Lo que saba a ciencia cierta era que en don Fermn estaba la salvacin,
la promesa de una vida virtuosa sin aburrimiento, llena de ocupaciones nobles, poticas, que
exigan esfuerzos, sacrificios, pero que por lo mismo daban dignidad y grandeza a la
existencia muerta, animal, insoportable que Vetusta la ofreciera hasta el da. Por lo mismo
que estaba segura de salvarse de la tentacin francamente criminal de don lvaro,
entregndose a don Fermn, quera desafiar el peligro y se dejaba mirar a las pupilas por
aquellos ojos grises, sin color definido, transparentes, fros casi siempre, que de pronto se
encendan como el fanal de un faro, diciendo con sus llamaradas desvergenzas de que no
haba derecho a quejarse. Si Ana, asustada, otra vez buscaba amparo en los ojos del
Magistral, huyendo de los otros, no encontraba ms que el teln de carne blanca que los
cubra, aquellos prpados insignificantes, que ni discrecin expresaban siquiera, al caer con
la casta oportunidad de ordenanza.
Pero al conversar, don Fermn no tena inconveniente en mirar a las mujeres; miraba
tambin a la Regenta, porque entonces sus ojos no eran ms que un modo de puntuacin de
las palabras; all no haba sentimiento, no haba ms que inteligencia y ortografa. En
silencio y cara a cara era como l no miraba a las seoras si haba testigos.
Don lvaro vio que mientras la conversacin general ocupaba a todos los convidados,
que esperaban en el saln, en pie los ms, la voz que les llamase a la mesa, Ana
disimuladamente se haba acercado al Magistral y junto a un balcn le hablaba un poco
turbada y muy quedo, mientras sonrea ruborosa.
Mesa record lo que Visitacin le haba dicho la tarde anterior: cuidado con el
Magistral, que tiene mucha teologa parda. Sin que nadie le instigara era l ya muy capaz de
pensar groseramente de clrigos y mujeres. No crea en la virtud; aquel gnero de
materialismo que era su religin, le llevaba a pensar que nadie poda resistir los impulsos
naturales, que los clrigos eran hipcritas necesariamente, y que la lujuria mal refrenada se
les escapaba a borbotones por donde poda y cuando poda. Don lvaro, que saba
presentarse como un personaje de novela sentimental e idealista, cuando lo exigan las
circunstancias, era en lo que llamaba El Lbaro el santuario de la conciencia, un cnico
sistemtico. En general envidiaba a los curas con quienes confesaban sus queridas y los
tema. Cuando l tena mucha influencia sobre una mujer, la prohiba confesarse. Saba
muchas cosas. En los momentos de pasin desenfrenada a que l arrastraba a la hembra
siempre que poda, para hacerla degradarse y gozar l de veras con algo nuevo, obligaba a
su vctima a desnudar el alma en su presencia, y las aberraciones de los sentidos se
transmitan a la lengua, y brotaban entre caricias absurdas y besos disparatados confesiones

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vergonzosas, secretos de mujer que Mesa saboreaba y apuntaba en la memoria. Como un


mal clrigo, que abusa del confesonario, saba don lvaro flaquezas cmicas o asquerosas
de muchos maridos, de muchos amantes, sus antecesores, y en el nmero de aquellas
crnicas escandalosas entraban, como parte muy importante del caudal de obscenidades, las
pretensiones lbricas de los solicitantes, sus extravos, dignos de lstima unas veces,
repugnantes, odiosos las ms. Orgulloso de aquella ciencia, Mesa generalizaba y crea estar
en lo firme, y apoyarse en hechos repetidos hasta lo infinito al asegurar que la mujer
busca en el clrigo el placer secreto y la voluptuosidad espiritual de la tentacin, mientras el
clrigo abusa, sin excepciones, de las ventajas que le ofrece una institucin cuyo carcter
sagrado don lvaro no discuta... delante de gente, pero que negaba en sus soledades de
materialista en octavo francs, de materialista a lo commisvoyageur .
No pensaba, Dios le librase, que el Magistral buscara en su nueva hija de penitencia
la satisfaccin de groseros y vulgares apetitos; ni l se atrevera a tanto, ni con dama como
aqulla era posible intentar semejantes atropellos... pero por lo fino, por lo fino (repeta
pensndolo) es lo ms probable que pretenda seducir a esta hermosa mujer, desocupada,
en la flor de la edad y sin amar. S, este cura quiere hacer lo mismo que yo, slo que por
otro sistema y con los recursos que le facilita su estado y su oficio de confesor... Oh! deba
acudir antes para impedirlo, pero ahora no puedo, an no tengo autoridad para tanto.
Estas y otras reflexiones anlogas pusieron a Mesa de mal humor y airado contra el
Magistral, cuya influencia en Vetusta, especialmente sobre el sexo dbil y devoto, le
molestaba mucho tiempo haca.
De modo que esta tarde ya no puede ser? deca Ana con humilde voz, suave,
temblorosa.
No seora respondi el Magistral, con el timbre de un cfiro entre flores; lo
principal es cumplir la voluntad de don Vctor, y hasta adelantarse a ella cuando se pueda.
Esta tarde, alegra y nada ms que alegra. Maana temprano...
hora...

Pero usted se va a molestar... usted no tiene costumbre de ir a la Catedral a esa

No importa, ir maana, es un deber... y es para m una satisfaccin poder servir a


usted, amiga ma...
No era en estas palabras, de una galantera vulgar, donde estaba la dulzura inefable
que encontraba Ana en lo que oa: era en la voz, en los movimientos, en un olor de incienso
espiritual que pareca entrar hasta el alma.
Quedaron en que a la maana siguiente, muy temprano, don Fermn esperara en su
capilla a la Regenta para reconciliar.
Y mientras tanto, no pensar en cosas serias; divertirse, alborotar, como manda el
seor Quintanar, que adems de tener derecho para mandarlo, pide muy cuerdamente. Es
muy posible que sus... tristezas de usted, esas inquietudes... (el Magistral se puso
levemente sonrosado, y le tembl algo la voz, porque estaba aludiendo a las confidencias de
la tarde anterior), esas angustias de que usted se queja y se acusa tengan mucho de
nerviosas y tambin puedan curarse, en la parte que al mal fsico corresponde, con esa
nueva vida que le aconsejan y le exigen. S, seora, por qu no? Oh, hija ma, cuando nos
conozcamos mejor, cuando usted sepa cmo pienso yo en materia de placeres mundanos...
(Eran sus frases...) los placeres del mundo pueden ser, para un alma firme y bien
alimentada, pasatiempo inocente, hasta soso, insignificante; distraccin til, que se
aprovecha como una medicina inspida, pero eficaz...
Ana comprenda perfectamente. Quera decir el Magistral que cuando ella gozase las
delicias de la virtud, las diversiones con que poda solazarse el cuerpo le pareceran juegos
pueriles, vulgares, sin gracia, buenos slo porque la distraan y daban descanso al espritu.

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Entendido. Despus de todo, as era ahora; la divertan tan poco los bailes, los teatros, los
paseos, los banquetes de Vetusta!
Quintanar se acerc, y como oyera a don Fermn repetir que era higinico el ejercicio
y muy saludable la vida alegre, distrada, aplaudi al Magistral con entusiasmo, y aun
aument su satisfaccin cuando supo que ya no reconciliara Ana aquella tarde.
Absurdo! dijo don Fermn; esta tarde al campo... al Vivero...
A comer, a comer! grit la Marquesa desde la puerta del saln donde acababa de
recibir la noticia.
Santa palabra! exclam el Marqus.
Cada cual dijo algo en honor del nuncio, y todos hablando, gesticulando, contentos,
sin ceremonias, que eran excusadas en casa de doa Rufina, pasaron al comedor. Los
marqueses de Vegallana saban tratar a sus convidados con todas las reglas de la etiqueta
empalagosa de la aristocracia provinciana; pero en estas fiestas de amigos ntimos, de que a
propsito se exclua a los parientes linajudos que no gustaban de ciertas confianzas, se
portaban como pudiera cualquier plebeyo rico, aunque sin perder, aun en las mayores
expansiones, algunos aires de distincin y seoro vetustense que les eran ingnitos. El
Marqus tena el arte de saber darse tono a la pata la llana, como l deca en la prosa ms
humilde que habl aristcrata.
La comida era de confianza, ya se saba. Esto quera decir que el Marqus y la
Marquesa no prescindiran de sus manas y caprichos gastronmicos en consideracin a los
convidados; pero stos seran tratados a cuerpo de rey; la confianza en aquella mesa no
significaba la escasez ni el desalio; se prescinda de la librea, de la vajilla de plata,
heredada de un Vegallana, alto dignatario en Mjico, de las ceremonias molestas, pero no de
los vinos exquisitos, de los aperitivos y entremeses en que era notable aquella mesa, ni, en
fin, de comer lo mejor que produca la fauna y la flora de la provincia en agua, tierra y aire.
Otros aristcratas disputaban a Vegallana la supremaca en cuestin de nobleza o riqueza,
pero ninguno se atreva a negar que la cocina y la bodega del Marqus eran las primeras de
Vetusta.
Ordinariamente la Marquesa se haca servir por muchachas de veinte abriles
prximamente, guapas, frescas, alegres, bien vestidas y limpias como el oro.
Ello ser de mal tono deca cosa de pobretes, pero todos mis convidados
quedan contentos de tal servicio.
Porque tengo observado aada que a las seoras no les gustan, por regla
general, los criados; no se fijan en ellos, y a los hombres siempre les gustan las buenas
mozas, aunque sea en la sopa.
Paquito haba acogido con entusiasmo la innovacin de su mam diciendo: Eso es!
Esta servidumbre de doncellas parece que alegra; me recuerda las horchateras y algunos
cafs de la Exposicin... Al Marqus le era indiferente el cambio. De todas suertes l no
pecaba en casa, ni siquiera dentro del casco de la poblacin.
El comedor era cuadrado, tena vistas a la huerta y al patio mediante cuatro grandes
ventanas rasgadas hasta cerca del techo, no muy alto. En cada ventana haba acumulado la
Marquesa flores en tiestos, jardineras, jarrones japoneses, ms o menos autnticos y
contrastaban los colores vivos y metlicos de esta exposicin de flores con los severos tonos
del nogal mate que asombraban el artesonado del techo y se mostraban en molduras y
tableros de los grandes armarios corridos, de cristales, que rodeaban el comedor en todo el
espacio que dejaban libres los huecos y un gran sof arrimado a un testero. Tambin
adornaban las paredes, all donde caban, cuadros de poco gusto, pero todos alusivos a las
mltiples industrias que tienen relacin con el comer bien. All la caza del tiempo que se le

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ant ojaba a Vegallana del feudalismo; la castellana en el palafrn, el paje a sus pies con el
azor en el puo levantado sobre su cabeza; la garza all en las nubes, de color de yema de
huevo; ms atrs el amo de aquellos bosques, del castillo roquero y del pueblecillo que se
pierde en lontananza... En frente una escena de novela de Feuillet; caza tambin; pero sin
garza, ni azor, ni seor feudal: un rincn del bosque, una dama que monta a la inglesa, y un
jinete que le va a los alcances dispuesto, segn todas a
l s seas, a besarle una mano en
cuanto pueda cogerla... En otra parte una mesa revuelta; ms all un bodegn de un
realismo insufrible despus de comer. Y por ltimo, en el techo, en la vertical del centro de
mesa, en un medalln, el retrato de don Jaime Balmes, sin que se sepa por qu ni para qu.
Qu hace all el filsofo cataln? El Marqus no ha querido explicarlo a nadie. A Bermdez
le parece un absurdo; Ronzal dice que es un anacronismo; pero a pesar de estas y otras
murmuraciones, conserva en el medalln a Balmes y no da explicaciones el jefe del partido
conservador de Vetusta.
A la Marquesa le parece sta una de las tonteras menos cargantes de su marido.
Se sentaron los convidados: no hubo ms sillas destinadas que las de la derecha e
izquierda respectivas de los amos de la casa. A la derecha de doa Rufina se sent
Ripamiln y a su izquierda el Magistral; a la derecha del Marqus doa Petronila Rianzares y
a la izquierda don Vctor Quintanar. Los dems donde quisieron o pudieron. Paco estaba
entre Edelmira y Visitacin; la Regenta entre Ripamiln y don lvaro; Obdulia entre el
Magistral y Joaqun Orgaz; don Saturnino Bermdez entre doa Petronila y el capelln de los
Vegallana. Don Vctor tena a su izquierda a don Robustiano Somoza, el rozagante mdico de
la nobleza, que coma con la servilleta sujeta al cuello con un gracioso nudo.
El Marqus, antes que los dems comiesen la sopa se sirvi un gran plato de
sardinas, mientras hablaba con doa Petronila del derribo de San Pedro, que a la dama le
pareca ignominioso. Los convidados en tanto se entretenan con los variados, ricos y raros
entremeses. Ya lo saban! estaban en confianza y haba que respetar las costumbres que
todos conocan. Vegallana empezaba siempre por sus sardinas; devoraba unas cuantas
docenas, y en seguida se levantaba, y discretamente desapareca del comedor. Siguiendo
uso inveterado todos hicieron como que no notaban la ausencia del Marqus; y en tanto
lleg y se sirvi la sopa. Cuando el amo de la casa volvi a su asiento, estaba un poco plido
y sudaba.
Qu tal? pregunt la Marquesa entre dientes, ms con el gesto que con los
labios.
Y su esposo contest con una inclinacin de cabeza que quera decir:
Perfectamente! Y en tanto se serva un buen plato de sopa de tortuga. El
Marqus ya no tena las sardinas en el cuerpo.
Otro misterio como el de Balmes en el techo.
La Marquesa haca sus comistrajos singulares, en que nadie reparaba ya tampoco;
coma lechuga con casi todos los platos y todo lo rociaba con vinagre o lo untaba con
mostaza. Sus vecinos conocan sus caprichos de la mesa y la servan solcitos, con alardes
de larga experiencia en aquellas combinaciones de aderezos avinagrados en que ayudaban
al ama de la casa. Ripamiln, mientras discuta acalorado con su querido amigo don Vctor,
en pie, moviendo la cabeza como con un resorte, arreglaba la ensalada tercera de la
Marquesa, con una habilidad de mquina en buen uso, y la seora le dejaba hacer,
tranquila, aunque sin quitar ojo de sus manos, segura del acierto exacto del diminuto
cannigo.
Seor mo! gritaba Ripamiln, mientras disolva sal en el plato de doa Rufina
batiendo el aceite y el vinagre con la punta de un cuchillo; seor mo! yo creo que el

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seor de Carraspique est en su perfecto derecho; y no s de dnde le vienen a usted esas


ideas disolventes, que en cuarenta aos que llevamos de trato no le he conocido...
Oiga usted, mal clrigo! exclam Quintanar, que estaba de muy buen humor y
empezaba a sentirse rejuvenecido; yo bien s lo que me digo, y ni t ni ningn calaverilla
ochentn como t me da a m lecciones de moralidad. Pero yo soy liberal...
Pamplinas.
Ms liberal hoy que ayer, maana ms que hoy...
Bravo! Bravo! gritaron Paco y Edelmira, que tambin se sentan muy jvenes; y
obligaron a don Vctor a chocar las copas.
Todo aquello era broma; ni don Vctor era hoy ms liberal que ayer, ni trataba de
usted a Ripamiln, ni le tena por calavera; pero as se manifestaba all la alegra que a
todos los presentes comunicaba aquel vino transparente que luca en fino cristal, ya con
reflejos de oro, ya con misteriosos tornasoles de gruta mgica, en el amaranto y el violeta
obscuro del Burdeos en que se baaban los rayos ms atrevidos del sol, que entraba
atravesando la verdura de la hojarasca, tapiz de las ventanas del patio. Por qu no
alegrarse? por qu no rer y disparatar? Todo era contento: all en la huerta rumores de
agua y de rboles que meca el viento, cnticos locos de pjaros dicharacheros; de las
ventanas del patio venan perfumes trados por el airecillo que haca sonajas de las hojas de
las plantas. Los surtidores de abajo eran una orquesta que acompaaba al bullicioso
banquete; Pepa y Rosa vestidas de colorines, pero con trajes de buen corte ceido, airosas,
limpias como armios, sinuosas al andar, de faldas sonoras, risueas, rubia la una, morena
como mulata la que tena nombre de flor, servan con gracia, rapidez, buen humor y acierto,
enseando a los hombres dientes de perlas, inclinndose con las fuentes con coquetona
humildad, de modo que, segn Ripamiln, aquella buena comida presentada as era miel
sobre hojuelas.
Los de la mesa correspondan a la alegra ambiente; rean, gritaban ya, se
obsequiaban, se alababan mutuamente con pullas discretas, por medio de antfrasis; ya se
saba que una censura desvergonzada quera decir todo lo contrario: era un elogio sin pudor.
En la cocina haba ecos de la alegra del comedor; Pepa y Rosa cuando entraban con
los platos venan sonriendo todava al espectculo que dejaban all dentro; en toda la casa
no haba en aquel momento ms que un personaje completamente serio: Pedro el cocinero.
Ya se divertira despus; pero ahora pensaba en su responsabilidad; iba y vena, diriga
aquello como una batalla; se asomaba a veces a la puerta del comedor y rectificaba los
ligeros errores del servicio con miradas magnticas a que obedecan Pepa y Rosa como
autmatas, disciplinadas a pesar de la expansin y la algazara, cual veteranos.
Despus de Pedro los menos bulliciosos eran la Regenta y el Magistral; a veces se
miraban, se sonrean, De Pas diriga la palabra a Anita de rato en rato, tendiendo hacia ella
el busto por detrs de la Marquesa, para hacerse or; don lvaro los observaba entonces,
silencioso, cejijunto, sin pensar que le miraba Vis itacin, que estaba a su lado. Un pisotn
discreto de la del Banco le sacaba de sus distracciones.
Pican, pican deca Visita.
El qu? preguntaba la Marquesa, que coma sin cesar y muy contenta entre el
bullicio qu es lo que pica?
Los pimientos, seora.
Y don lvaro agradeca a Visitacin el aviso y volva a engolfarse en el palique
general, ocultando como poda su aburrimiento que para sus adentros llamaba soberano.

198

Cosa ms rara! Estaba tocando el vestido y a veces hasta senta una rodilla de la
Regenta, de la mujer que deseaba cundo se vera l en otra? y sin embargo se
aburra, le pareca estar all de ms, seguro de que aquella comida no le servira para nada
en sus planes, y de que la Regenta no era mujer que se alegrase en tales ocasiones, a lo
menos por ahora.
Sera una gran imprudencia dar un paso ms; si yo aprovechase la excitacin de la
comida me perdera para mucho tiempo en el nimo de esta seora; estoy seguro de que
ella tambin se siente excitadilla, de que tambin est pensando en mis rodillas y en mis
codos, pero no es tiempo todava de aprovechar estas ventajas fisiolgicas... Esta ocasin
no es ocasin... Veremos all en el Vivero; pero aqu, nada, nada; por ms que pinche el
apetito. Y estaba ms fino con Anita, la obsequiaba con la distincin con que l saba
hacerlo, pero nada ms. Visitacin vea visiones. Qu era aquello? Miraba pasmada a
Mesa, cuando nadie lo notaba, y abra los ojos mucho, hinchando los carrillos, gesto que
daba a entender algo como esto:
Me pareces un papanatas, y me pasma que ests hecho un doctrino cuando yo te he
puesto a su lado con el mejor propsito...
Mesa, por toda respuesta, se acercaba entonces a ella, le pisaba un pie; pero la del
Banco le reciba a pataditas, con lo que daba a entender que era tambor de marina y que
segua dominando en ella el criterio que haba presidido a la bofetada de la tarde anterior.
Paco no se atreva a pisar a su prima nueva, pero la tena encantada con sus bromas
de seorito fino, que vivi y la corri en Madrid. Adems ola tan bien el primo y a cosas tan
frescas y al mismo tiempo tan delicadas y elegantes! All en su pueblo Edelmira haba
pensado mucho en el Marquesito, a quien haba visto dos o tres veces siendo ella muy nia
y l un adolescente. Ahora le vea como nuevo y superaba en mucho a sus sueos e
imaginaciones; era ms guapo, ms sonrosado, ms alegre y ms gordo. El Marquesito
vesta aquella tarde un traje de alpaca fina, de color de garbanzo, chaleco del mismo color
de piqu y calzaba unas babuchas de verano que Edelmira consideraba el colmo de la
elegancia, aunque pareca cosa de turcos. Los dijes del primo, la camisa de color, la corbata,
las sortijas ricas y vistosas, las manos que parecan de seorita, todo esto encantaba a
Edelmira, que era tambin muy amiga de la limpieza y de la salud.
Paco haba ido aproximando una rodilla a la falda de la joven; al fin sinti una dureza
suave y ya iba a retroceder, pero la nia permaneci tan tranquila, que el primo se dej
aquella pierna arrimada all como si la hubiese olvidado. La inocencia de Edelmira era tan
poco espantadiza que Paco hubiera podido propasarse a pisarle un pie sin que ella
protestase a no sentirse lastimada. Adems pensaba la joven, stas son cosas de aqu; la
tradicin contaba mayores maravillas de la casa de los tos.
Obdulia, sentada enfrente, miraba a veces con languidez a la rozagante pareja. Se
acordaba del sol de invierno de la tarde anterior. Paco ya lo haba olvidado! no pensaba
ms que en aquella hermosura fresca, oliendo a yerba y romero que le vena de la aldea a
alegrarle los sentidos. Pero la viuda, despus de consagrar un recuerdo triste a sus
devaneos de la vspera, se volvi al Magistral insinuante, provocativa; procuraba marearle
con sus perfumes, con sus miradas de teln rpido y con cuantos recursos conoca y podan
ser empleados contra semejante hombre y en tales circunstancias. De Pas responda con
mal disimulado despego a las coqueteras de Obdulia y no le agradeca siquiera el holocausto
que le estaba ofreciendo de los obsequios de Joaqun Orgaz, que ella desdeaba con mal
disimulado nfasis.
A Joaquinito le llevaban los demonios. Aquella mujer era una... tal... y lo deca en
flamenco para sus adentros. Pues no le estaba poniendo varas al Provisor? Esto que no lo
notaban, o fingan no verlo, los dems convidados, lo estaba observando l por lo que le
importaba. Pero no se daba por vencido, insista en galantear a la viuda, fingiendo no ver lo

199

del Magistral. Ordinariamente Obdulia y Joaquinito se entendan. Seor! si haba llegado a


darle cita en una carbonera! Verdad era que l no poda vanagloriarse de haber tomado
aquella plaza... desmantelada; no haba gozado los supremos favores... todava; pero en fin,
anticipos... arras... o como quiera llamarse, eso s. Oh! como l llegara a vencer por
completo, y as lo esperaba, ya le pagara ella aquellos desdenes caprichosos, aquellos
cambios de humor, y aquella humillacin de posponerle a un carca.
El que no esperaba nada, el que estaba desengaado, triste hasta la muerte, era don
Saturnino Bermdez. Despus de la escena de la Catedral, donde crea haber adelantado
tanto bien a costa de su conciencia no haba vuelto a ver a Obdulia; y aquella maana,
al acercarse a ella para decirle cunto haba padecido con la ausencia de aquellos das (si
bien ocultando los restreimientos que le haban tenido obseso y en cama), al ir a rezarle al
odo el discursito que traa preparado estilo Feuillet pasado por la sacrista Obdulia le
haba vuelto la espalda y no una vez sino tres o cuatro, dndole a entender claramente, que
non erat hic locus, que a l slo se le tolerara en la iglesia.
As eran las mujeres! as era singularmente aquella mujer! Para qu amarlas?
Para qu perseguir el ideal del amor? O, mejor dicho, para qu amar a las mujeres vivas,
de carne y hueso? Mejor era soar, seguir soando. As pensaba melanclico Bermdez,
que tena el vino triste, mientras contestaba distrado, pero muy framente, a doa Petronila
Rianzares, que se ocupaba en hacer en voz baja un panegrico del Magistral, su dolo.
Bermdez miraba de cuando en cuando a la Regenta, a quien haba amado en secreto, y
otras veces a Visitacin, a quien haba querido siendo l adolescente, all por la poca en
que la del Banco, segn malas lenguas, se escap con un novio por un balcn. Ni siquiera
Visitacin le haba hecho caso en su vida; jams le haba mirado con los ojillos arrugados
con que ella crea encantar; no era desprecio; era que para las seoras de Vetusta,
Bermdez era un sabio, un santo, pero no un hombre. Obdulia haba descubierto aquel
varn, pero haba despreciado en seguida el descubrimiento.,
El Magistral, Ripamiln, don Vctor, don lvaro, el Marqus y el mdico llevaban el
peso de la conversacin general; Vegallana y el Magistral tendan a los asuntos serios, pero
Ripamiln y don Vctor daban a todo debate un sesgo festivo y todos acababan por tomarlo
a broma. El Marqus en cuanto se sinti fuerte, merced al sabio equilibrio gstrico de
lquidos y slidos que l estableca con gran tino, insisti en su espritu de reformista de cal
y canto. Ea! que quera derribar a San Pedro; y que no se le hablase de sus ideas; aparte
de que l no era un fantico, ni el partido conservador deba confundirse con ciertas
doctrinas ultramontanas, aparte de esto, una cosa era la religin y otra los intereses locales;
el mercado cubierto para las hortalizas era una necesidad. Emplazamiento? uno solo, no
admita discusin en esto, la plaza de San Pedro; pero cmo? dnde? Mediante el derribo
de la ruinosa iglesia.
Doa Petronila protestaba invocando la autoridad del Magistral. El Magistral votaba
con doa Petronila, pero no esforzaba sus argumentos. Ripamiln, que tena los ojillos como
dos abalorios, gritaba:
Fuera ese iconoclasta! Las hortalizas, las hortalizas! Eso quiere decir que a V. E.,
seor Marqus, la religin, el arte y la historia le importan menos que un rbano?
Bravo, paisano! grit don Vctor, en pie, con una copa de Champaa en la mano.
No hay formalidad, no se puede discutir deca el Marqus; este Quintanar
aplaude ahora al otro y antes se llamaba liberal.
Pero qu tiene que ver?
No quiere usted derribar la iglesia, pero quera exclaustrar a las hijas de
Carraspique...

200

Una sencilla secularizacin.


Vctor, Vctor no disparates... se atrevi a decir sonriendo la Regenta.
Son bromas advirti el Magistral.
Cmo bromas? grit el mdico. A fe de Somoza, que sin don Vctor ataca a mi
primo Carraspique en broma, yo empuo la espada, le ataco en serio y las caas se vuelven
lanzas. Seores, aquella nia se pudre...
Se acab la discusin, sin causa, o por causa de los vapores del vino, mejor dicho.
Todos hablaban; Paco quera tambin secularizar a las monjas; Joaquinito Orgaz comenz a
decir chistes flamencos que hacan mucha gracia a la Marquesa y a Edelmira. Visitacin lleg
a levantarse de la mesa para azotar con el abanico abierto a los que manifestaban ideas
poco ortodoxas. Pepa y Rosa y las dems criadas sonrean discretamente, sin atreverse a
tomar parte en el desorden, pero un poco menos disciplinadas que al empezar la comida.
Pedro ya no se asomaba a la puerta. Se haban roto dos copas. Los pjaros de la huerta se
posaban en las enredaderas de las ventanas para ver qu era aquello y mezclaban sus gritos
grrulos y agudos al general estrpito.
El caf en el cenador!orden la Marquesa.
Bien bien! gritaron don Vctor y Edelmira, que cogidos del brazo y a los acordes
de la marcha real (deca el exregente), que tocaba all dentro Visitacin en un piano
desafinado, se dirigieron los primeros a la huerta, seguidos de Paco, empeado en ceir las
canas de don Vctor con una corona de azahar. La haba encontrado en un armario de la
alcoba de su hermana Emma. All iba a dormir Edelmira. Salieron todos a la huerta, que era
grande, rodeada, como el parque de los Ozores, de rboles altos y de espesa copa, que
ocultaban al vecindario gran parte del recinto. Don Vctor, Paco y Edelmira corran por los
senderos all lejos entre los rboles. Don lv aro daba el brazo a la Marquesa, y delante de
ellos, detenida por la conversacin de doa Rufina iba Anita, mordiendo hojas del boj de los
parterres, con la frente inclinada, los ojos brillantes y las mejillas encendidas. El Magistral se
haba quedado atrs, en poder de doa Petronila Rianzares que le hablaba de un asunto
serio: la casa de las Hermanitas de los Pobres que se construa cerca del Espoln, en
terrenos regalados por doa Petronila con admiracin y aplauso de toda Vetusta catlica. Era
la de Rianzares viuda de un antiguo intendente de La Habana, quien la haba dejado una
fortuna de las ms respetables de la provincia; gran parte de sus rentas la empleaba en
servicio de la Iglesia, y especialmente en dotar monjas, levantar conventos y proteger la
causa de Don Carlos, mientras estuvo en armas el partido. Crease poco menos que papisa y
se hubiera atrevido a excomulgar a cualquiera provisionalmente, segura de que el Papa
sancionara su excomunin; trataba de potencia a potencia al Obispo, y Ripamiln, que no la
poda ver porque era un marimacho, segn l, la llamaba el Gran Constantino, aludiendo al
Emperador que protegi a la Iglesia. Piensa la buena seora que por haber sabido
conservar con decoro las tocas de la viudez y por levantar edificios para obras pas es una
santa y poco menos que el Metropolitano. Tena razn el Arcipreste; doa Petronila no
pensaba ms que en su proteccin al culto catlico y opinaba que los dems deban pasarse
la vida alabando su munificencia y su castidad de viuda.
No reconoca entre todo el clero vetustense ms superior que el Magistral, a quien
consideraba ms que al Obispo; era todo un grande hombre que por humildad viva
postergado. El Magistral trataba a la de Rianzares como a una reina, segn el Arcipreste, o
como si fuera el obispomadre; ella se lo agradeca y se lo pagaba siendo su abogado ms
elocuente en todas partes. Donde ella estuviera, que no se murmurase; no lo consenta.
Cuando llegaron al cenador donde se empezaba a servir el caf, la de Rianzares
inclinaba su cabeza de fraile corpulento cerca del hombro del Magistral, diciendo con los ojos
en blanco, y llena de miel la boca:

201

Vamos! amigo mo!... se lo suplico yo... acompeme al Vivero... sea amable...


por caridad...
El Magistral no menos dulce, suave y pegajoso, reciba con placer aquel incienso,
detrs del cual habra tantas talegas.
Seora... con mil amores... si pudiera... pero... tengo que hacer, a las siete he de
estar...
Oh, no, no valen disculpas... Aydeme usted, Marquesa, aydeme usted a
convencer a este pcaro.
La Marquesa ayud, pero fue intil. Don Fermn se haba propuesto no ir al Vivero
aquella tarde; comprenda que eran all todos ntimos de la casa menos l; ya haba
aceptado el convite porque... no haba podido menos, por una debilidad, y no quera ms
debilidades. Qu iba a hacer l en aquella excursin? Saba que al Vivero iban todos
aquellos locos, Visitacin, Obdulia, Paco, Mesa, a divertirse con demasiada libertad, a imitar
muy a lo vivo los juegos infantiles. Ripamiln se lo haba dicho varias veces. Ripamiln iba
sin escrpulo, pero ya se saba que el Arcipreste era como era; l, De Pas, no deba
presenciar aquellas escenas, que sin ser precisamente escandalosas... no eran para vistas
por un cannigo formal. No, no haba que prodigarse; siempre haba sabido mantenerse en
el difcil equilibrio de sacerdote sociable sin degenerar en mundano; saba conservar su
buena fama. La excesiva confianza, el trato sobrado familiar daara a su prestigio; no ira al
Vivero. Y buenas ganas se le pasaban, eso s; porque aquel seor Mesa se haba vuelto a
pegar a las faldas de la Regenta, y ya empezaba don Fermn a sospechar si tendra
propsitos non sanctos el clebre don Juan de Vetusta.
La Marquesa, sin malicia, como ella haca las cosas, llam a su lado a Anita para
decirla:
Ven ac, ven ac, a ver si a ti te hace ms caso que a nosotras este seor
displicente.
De qu se trata?
De don Fermn que no quiere venir al Vivero.
El don Fermn, que ya tena las mejillas algo encendidas por culpa de las libaciones
ms frecuentes que de costumbre, se puso como una cereza cuando vio a la Regenta mirarle
cara a cara y decir con verdadera pena:
Oh, por Dios, no sea usted as, mire que nos da a todos un disgusto; acompenos
usted, seor Magistral...
En el gesto, en la mirada de la Regenta poda ver cualquiera y lo vieron De Pas y don
lvaro, sincera expresin de disgusto: era una contrariedad para ella la noticia que le daba
la Marquesa.
Por el alma de don lvaro pas una emocin parecida a una quemadura; l, que
conoca la materia, no dud en calificar de celos aquello que haba sentido. Le dio ira el
sentirlo. Quera decirse que aquella mujer le interesaba ms de veras de lo que l creyera;
y haba obstculos, y de qu gnero! Un cura! Un cura guapo, haba que confesarlo... Y
entonces, los ojos apagados del elegante Mesa brillaron al clavarse en el Magistral que
sinti el choque de la mirada y la resisti con la suya, erizando las puntas que tena en las
pupilas entre tanta blandura. A don Fermn le asust la impresin que le produjo, ms que
las palabras, el gesto de Ana; sinti un agradecimiento dulcsimo, un calor en las entraas
completamente nuevo; ya no se trataba all de la vanidad suavemente halagada, sino de
unas fibras del corazn que no saba l cmo sonaban. Qu diablos es esto! pens De
Pas; y entonces precisamente fue cuando se encontr con los ojos de don lvaro; fue una

202

mirada que se convirti, al chocar, en un desafo; una mirada de esas que dan bofetadas;
nadie lo not ms que ellos y la Regenta. Estaban ambos en pie, cerca uno de otro, los dos
arrogantes, esbeltos; la ceida levita de Mesa, correcta, severa, ostentaba su gravedad con
no menos dignas y elegantes lneas que el manteo ampuloso, hiertico del c lrigo, que
reluca al sol, cayendo hasta la tierra.
Ambos le parecieron a la Regenta hermosos, interesantes, algo como San Miguel y
el Diablo, pero el Diablo cuando era Luzbel todava; el Diablo Arcngel tambin; los dos
pensaban en ella, era seguro; don Fermn como un amigo protector, el otro como un
enemigo de su honra, pero amante de su belleza; ella dara la victoria al que la mereca, al
ngel bueno, que era un poco menos alto, que no tena bigote (que siempre pareca bien),
pero que era gallardo, apuesto a su modo, como se puede ser debajo de una sotana. Se
tena que confesar la Regenta, aunque pensando un instante nada ms en ello, que la
complaca encontrar a su salvador tan airoso y bizarro; tan distinguido como deca Obdulia,
que en esto tena razn. Y sobre todo, aquellos dos hombres mirndose as por ella,
reclamando cada cual con distinto fin la victoria, la conquista de su voluntad, eran algo que
rompa la monotona de la vida vetustense, algo que interesaba, que poda ser dramtico,
que ya empezaba a serlo. El honor, aquella quisicosa que andaba siempre en los versos que
recitaba su marido, estaba a salvo; ya se sabe, no haba que pensar en l; pero bueno sera
que un hombre de tanta inteligencia como el Magistral la defendiera contra los ataques ms
o menos temibles del buen mozo, que tampoco era rana, que estaba demostrando mucho
tacto, gran prudencia y lo que era peor, un inters verdadero por ella. Eso s, ya estaba
convencida, don lvaro no quera vencerla por capricho, ni por vanidad, sino por verdadero
amor; de fijo aquel hombre hubiera preferido encontrarla soltera. En rigor, don Vctor era un
respetable estorbo. Pero ella le quera, estaba segura de ello, le quera con un cario filial,
mezclado de cierta confianza conyugal, que vala por lo menos tanto, a su modo, como una
pasin de otro gnero. Y adems, si no fuera por don Vctor, el Magistral no tendra por qu
defenderla, ni aquella lucha entre dos hombres distinguidos que comenzaba aquella tarde
tendra razn de ser. No haba que olvidar que don Fermn no la quera ni la poda querer
para s, sino para don Vctor.
Cuando Ana se perda en estas y otras reflexiones parecidas, se oy la voz de Obdulia
que daba grandes chillidos pidiendo socorro. Los que tomaban pacficamente caf bajo la
glorieta, acudieron al extremo de la huerta.
Dnde estn? dnde estn? preguntaba asustada la Marquesa.
En el columpio! en el columpio! dijo el mdico don Robustiano.
Era un columpio de madera, como los que se ofrecen al pblico madrileo en la
romera de San Isidro, aunque ms elegante y fabricado con esmero; en uno de los
asientos, que imitaba la barquilla de un globo, en cuclillas, sonriente y plido, don Saturnino
Bermdez, como a una vara del suelo, inmvil, haca la figura ms ridcula del mundo, con
plena conciencia de ello, y ms ridculo por sus conatos de disimularlo, procurando dar a su
situacin unos aires de tolerable, que no poda tener. En el otro extremo, en la barquilla
opuesta, que se haba enganchado en un puntal de una pared, restos del andamiaje de una
obra reciente, ostentaba los llamativos colores de su falda y su exuberante persona Obdulia
Fandio, agarrada a la nave como un nufrago del aire, muy de veras asustada, y coqueta y
aparatosa en medio del susto y de lo que ella crea peligro.
No se mueva usted, no se mueva usted gritaba don Vctor, haciendo aspavientos
debajo de la barquilla, y probablemente viendo lo que a Obdulia, en aquel trance a lo
menos, no le importaba mucho ocultar.
No te muevas, no te muevas, mira que si te caes te matas... deca Paco, que
buscaba algo para desenganchar el columpio.

203

Tres metros y medio dijo el Marqus que lleg a tiempo de dar la medida exacta
del batacazo posible, a ojo, como l haca siempre los clculos geomtricos.
El caso es que ni don Vctor, ni Paco, ni Orgaz podan por su propia industria arbitrar
modo de subir a la altura de aquel madero y librar a Obdulia.
Tuvo la culpa Paco deca Visitacin, ceidas con una cuerda las piernas, por
encima del vestido. Empuj demasiado fuerte, para que se cayera Saturno y, zas! subi la
barquilla all arriba y al bajar... se enganch en ese palo.
Obdulia no se mova, pero gritaba sin cesar.
No grites, hija deca la Marquesa, que ya no la miraba por no molestarse con la
incmoda postura de la cabeza echada hacia atrs; ya te bajarn...
Prob el Marqus a encaramarse sobre una escalera de mano de pocos travesaos,
que serva al jardinero para recortar la copa de los arbolillos y las columnas de boj. Pero el
Marqus, aun subido al palo ms alto no llegaba a coger la barquilla del columpio, de modo
que pudiera hacer fuerza para descolgarla.
Que llamen a Diego... a Bautista... deca la Marquesa.
S, s; que venga Bautista!... gritaba Obdulia recordando la fuerza del cochero.
Es intil advirti el Marqus Bautista tiene fuerza pero no alcanza; es de mi
estatura... no hay ms remedio que buscar otra escalera...
No la hay en el jardn...
Sabe Dios dnde parecer...
Por Dios! por Dios!... que ya me mareo, que me caigo de miedo.
Entonces don lvaro, a quien Ana haba dirigido una mirada animadora y suplicante,
se decidi. Rato haca que se le haba ocurrido que l, gracias a su estatura, podra coger
cmodamente la barquilla y arrancarla de sus prisiones... pero qu le importaba a l
Obdulia? Poda hacer una figura ridcula, mancharse la levita. La mirada de Ana le hizo saltar
a la escalera. Por fortuna era gil. La Regenta le vio tan airoso, tan pulcro y elegante en
aquella situacin de farolero como paseando por el Espoln.
Bravo! bravo! gritaron Edelmira y Paco al ver los brazos del buen mozo entre
los palos de la barquilla del columpio.
No me tires! No me tires! grit Obdulia que sinti las manos de su examante
debajo de las piernas. Visita le dio un pellizco a Edelmira a quien ya tuteaba. La chica se fij
en la intencin del pellizco porque se haba fijado en el tratamiento. Le haba llamado de t!
Est usted tranquila; no va con usted
arrepentido de haber cedido al ruego tcito de Anita.

nada

respondi don lvaro... ya

Empleaba largos preparativos para colocar los brazos de modo que hiciera la fuerza
suficiente para levantar el columpio a pulso... Al intentar el primer esfuerzo, que desde
luego reput intil, pens en la cara que estara poniendo el Magistral.
Ahpa!... grit abajo Visitacin para mayor ignominia.
No puede usted, no puede usted!... no lo mueva usted, es peor!... Me voy a
matar! grit la Fandio.
Los dems callaban.
Estte quieta! dijo en voz baja, ronca y furiosa don lvaro, que de buena gana la
hubiera visto caer de cabeza.

204

E intent el segundo esfuerzo sin fortuna.


Aquello no se mova. Sudaba ms de vergenza que de cansancio. Un hombre como
l deba poder levantar a pulso aquel peso.
chicos!

Deje usted, deje usted, a ver si Bautista... dijo la Marquesa... demonio de

Bautista no alcanza observ otra vez el Marqus. Otra escalera... que vayan a
las cocheras... All debe de haber...
Don lvaro dio el tercer empujn... Intil. Mir hacia abajo como buscando modo de
librarse de parte del peso. En el otro cajn, debajo de sus narices, en actitud humilde y
ridcula, vio a don Saturnino en cuclillas, inmvil, olvidado por todos los presentes. Mesa no
pudo menos de sonrer, a pesar de que le estaban llevando los demonios. Con deseos de
escupirle mir a Bermdez, que le sonrea sin cesar, y dijo con calma forzada:
Hombre! pues tiene gracia! Ah se est usted? usted se piensa que yo hago
juegos de Alcides y se me pone ah en calidad de plomo?...
Carcajada general.
S, ranse ustedes clam Obdulia pues el lance es gracioso.
Yo... balbuce Bermdez usted dispense... como nadie me deca nada... cre
que no estorbaba... y adems... crea que al bajarme... pudiese empeorar la situacin de
esa seora... alguna sacudida.
Ay, no, no! no se baje usted grit la viuda con espanto.
Cmo que no? rugi furioso don lvaro. Quiere usted que yo levante este
armatoste con los dos encima y a pulso?
Es... que... yo no veo modo... si no me ayudan... est tan alto esto...
Una vara escasa advirti el Marqus.
Paco tom en brazos a don Saturno y le sac del cajn nefando.
Ahora dijo nosotros te ayudaremos, empujando desde aqu abajo...
Eso es intil observ el Magistral con una voz muy dulce; como el madero aquel
se ha metido entre los dos palos de la banda... si no se alza a pulso todo el columpio... no se
puede desenganchar.
Es claro bramaba desde arriba el otro; y prob otra vez su fuerza.
Pero Bermdez pesaba muy poco por lo visto, porque don lvaro no movi el pesado
artefacto.
El elegante se crea a la vergenza en la picota, y de un brinco, que procur que
fuese gracioso, se puso en tierra. Sacudiendo el polvo de las manos y limpiando el sudor de
la frente, dijo:
Es imposible! Que se busque otra escalera.
Ya poda estar buscada...
gesto.

Si yo alcanzase... insinu entonces el Magistral, con modestia en la voz y en el


Es verdad dijo la Marquesa, usted es tambin alto.
S llega, s llega grit Paco, que quiso verle hacer tteres.

205

S, alcanza usted concluy Vegallana padre. Como tenga usted fuerza... Y aqu
nadie le ve.
Lo difcil era subir a lo alto de la escalera sin hacer la triste figura con el traje talar.
Qutese usted el manteo observ Ripamiln.
No hace falta contest De Pas, horrorizado ante la idea de que le vieran en
sotana.
Y sin perder un pice de su dignidad, de su gravedad ni de su gracia, subi como una
ardilla al travesao ms alto, mientras el manteo flotaba ondulante a su espalda.
Perfectamente dijo metiendo los brazos por donde poco antes haba introducido
los suyos Mesa.
Aplausos en la multitud. Obdulia comprimi un chillido de mal gnero.
Doa Petronila, exttica, con la boca abierta, exclam por lo bajo:
Qu hombre! Qu lumbrera!
Sin gran esfuerzo aparente, con soltura y gracia, el Magistral suspendi en sus brazos
el columpio, que libre de su prisin y contenido en su descenso por la fuerza misma que lo
levantara, baj majestuosamente. Somoza, Paco y Joaqun Orgaz ayudaron a Obdulia a salir
del cajn maldito. El Magistral tuvo una verdadera ovacin. Paco le admir en silencio: la
fuerza muscular le inspiraba un terror algo religioso; l haba malgastado la suya en las lides
de amor. Tena bastante carne, pero blanda. Don lvaro disimul difcilmente el bochorno.
Mayor puerilidad! pero estaba avergonzado de veras. Adems, l que miraba a los curas
como flacas mujeres, como un sexo dbil especial a causa del traje talar y la lenidad que les
imponen los cnones, acababa de ver en el Magistral un atleta; un hombre muy capaz de
matarle de un puetazo si llegaba esta ocasin inverosmil. Recordaba Mesa que muchas
veces (especialmente con motivo de las elecciones en las aldeas) haba l dicho, v. gr.:
Pues al seor cura que no se divierta, que no abuse de la ventaja de sus faldas, porque si
me incomodo le cojo por la sotana y le tiro por el balcn. Siempre se le haba figurado, por
no haberlo pensado bien, que a los curas, una vez perdido el respeto religioso, se les poda
abofetear impunemente; no les supona valor, ni fuerza, ni sangre en las venas... Y
ahora... aquel cannigo, que tal vez era un poco rival suyo, le daba aquella leccioncita de
gimnasia, que muy bien poda ser una saludable advertencia.
La gratitud de Obdulia no tena lmites, pero el Magistral crey necesario buscrselos
mostrndose fro, seco y dndola a entender que no lo haba hecho por ella. La viuda, sin
embargo, insisti en sostener que le deba la vida.
Indudablemente! corroboraba doa Petronila, que no sospechaba cmo quera
pagar Obdulia aquella vida que deca deber al Magistral.
Ana admir en silencio la fuerza de su padre espiritual, en la que no vio ms que un
smbolo fsico de la fortaleza del alma; fortaleza en que ella tena, indudablemente, una
defensa segura, inexpugnable, contra las tentaciones que empezaban a acosarla.
Visita subi entonces al columpio, pero con las piernas atadas: no quera que se le
viesen los bajos.
Obdulia protest.
Cmo? pues se vea algo? no quiero! no quiero! por qu no se me ha
advertido? Esto es una traicin.
Tiene razn esta seora dijo don Vctor igualdad ante la ley; fuera esa cuerda.

206

Edelmira subi al columpio sin atarse. No haba para qu tomar precauciones, no se


vea nada.
Don Vctor y Ripamiln se columpiaron tambin, pero se mareaban.
Ya estn los coches grit la Marquesa desde lejos; y corrieron todos al patio.
La Marquesa, doa Petronila, la Regenta y Ripamiln subieron a la carretela
descubierta; carruaje de lujo que haba sido excelente pero que estaba anticuado y torpe de
movimientos. El tronco de caballos negros era digno del rey. Los dems se acomodaron en
un coche antiguo de viaje, slido, pero de mala facha, tirado por cuatro caballos; era el que
serva ordinariamente al Marqus en sus excursiones por la provincia, para llevar y traer
electores unas veces y otras para cazar acaso en terreno vedado. Se decan tantas cosas
del coche de camino! Su figura se aproximaba a las sillas de posta antiguas, que todava
hacen el servicio del correo en Madrid desde la Central a las Estaciones. Lo llamaban la
Gndola y el Familiar y con otros apodos.
Al Magistral se le hizo un poco de sitio, entre Ripamiln y Anita, con palabra solemne
de dejarle en el Espoln, donde l tena que buscar a cierta persona. (No haba tal cosa, era
un pretexto para cumplir su propsito de no ir al Vivero).
Le secuestramos... haba dicho Obdulia...
S, s, secuestrarlo, es lo mejor: no se le dejar apearse aadi doa Petronila.
No; protesto... entonces no subo.
Subi; y la carretela sali arrancando chispas de los guijarros puntiagudos por las
calles estrechas de la Encimada. Detrs iba la Gndola, atronando al vecindario con
horrsono estrpito de cascabeles, latigazos, cristales saltarines, y voces y carcajadas que
sonaban dentro.
Todava calentaba el sol y las damas de la carretela improvisaron con las sombrillas
un toldo de colores que tambin cobijaba al Magistral y al Arcipreste. Ripamiln, casi oculto
entre las faldas de doa Petronila, a quien llevaba enfrente, iba en sus glorias; no por su
contacto con el Gran Constantino, sino por ir entre damas, bajo sombrillas, oliendo perfumes
femeniles, y sintiendo el aliento de los abanicos; salir al campo con seoras! la buclica
cortesana, o poco menos! El bello ideal del poeta setentn, del eterno amador platnico de
Filis y Amarilis con corpio de seda, se estaba cumpliendo.
El Magistral iba un poco avergonzado: le pesaba, por un lado y por otro no la
casualidad, o lo que fuera, de ir tocando con Ana. Tocando apenas, por supuesto; ni ella ni
l se movan. l estaba turbado, ella no; iba satisfecha a su lado; segua figurndoselo como
un escudo bien labrado y fuerte. Ella le quitaba el sol, y l la defenda de don lvaro. Si
este seor viniera al Vivero... no se atrevera el otro tal vez a acercarse... y si no... va... se
va a atrever... claro, como all cada cual corre por su lado, y Vctor es capaz de irse con Paco
y Edelmira a hacer el tonto, el chiquillo... No, pues lo que es que le temo no quiero que lo
conozca; de modo que si se acerca... no huir. Si ste quisiera venir!...
Don Fermn le dijo, cerca ya del Espoln, con voz humilde, con el respeto dulce y
sosegado con que le hablaba siempre. Don Fermn, por qu no viene usted con nosotros?
Poco ms de una hora... creo que volveremos hoy ms pronto... venga usted... venga
usted!
De Pas senta unas dulcsimas cosquillas por todo el cuerpo al or a la Regenta; y sin
pensarlo se inclinaba hacia ella, como si fuera un imn. Afortunadamente las otras damas y
el Arcipreste iban muy enfrascados en una agradable conversacin que tena por objeto
despellejar a la pobre Obdulia. Ripamiln citaba, como sola en tal materia, al Obispo de
Nauplia, la fonda de Madrid, los vestidos de la prima cortesana, etc., etc. No cabe negar que

207

la resolucin del Magistral estuvo a punto de quebrantarse, pero le pareci indigno de l


mostrar tan poca voluntad y temi adems lo que poda suceder en el Vivero. l no poda
hacer el cadete; si don lvaro quera buscar el desquite de la derrota del columpio y le
desafiaba en otra cualquier clase de ejercicio, l, con su manteo y su sotana, y su canonja a
cuestas, estaba muy expuesto a ponerse en ridculo. No, no ira. Y sinti al afirmarse en su
propsito una voluptuosidad intensa, profunda; era el orgullo satisfecho. Bien saba l la
fuerza que tena que emplear para resistir la tentacin que sala de aquellos labios ms
seductores cuanto menos maliciosos; por lo mismo apreci ms la propia energa, el temple
de su alma, que indudablemente haba venido al mundo para empresas ms altas que
luchar con obscuros vetustenses.
Volvi los ojos blandos a su amiga y poniendo en la voz un tono de cariosa
confianza, nuevo, algo parecido, segn not la Regenta, al que haba usado Mesa aquella
tarde en el balcn del comedor, contest el Magistral muy quedo:
No debo ir con ustedes...
Y el gesto indescriptible, dio a entender que lo senta, pero que como l era cura... y
ella se haba confesado con l... y Paco y Obdulia y Visita eran un poco locos, y en Vetusta
los ociosos, que eran casi todos, murmuraban de lo ms inocente...
Todo eso, aunque no lo quisiera decir aquel gesto, entendi la Regenta; y se resign
a habrselas otra vez con Mesa sin el amparo del Provisor.
No hablaron ms. Se detuvo el carruaje; el Magistral se levant y salud a las damas.
La Regenta le sonri como hubiera sonredo muchas veces a su madre si la hubiera
conocido. De Pas no saba sonrer de aquella manera; la blandura de sus ojos no serva para
tales trances, y contest mirando con chispas de que l no se dio cuenta... ni Ana tampoco.
Estaban en la entrada del Espoln, el paseo de los curas, segn antiguo nombre. All
se ape don Fermn entre lamentos de doa Petronila.
Es usted muy desabrido dijo la Marquesa, permitindose un tono familiar que
empleaba con todos los cannigos menos con don Fermn.
Y hasta se propas a darle con el abanico cerrado en la mano. Quera significar as su
deseo de estrechar la amistad algo fra que mediaba entre el Provisor y los Vegallana. Bien
lo comprendi y lo agradeci De Pas. Intimar con los Vegallana era intimar con don Vctor y
su esposa, ya lo saba l; siempre estaban juntos unos y otros, en el teatro, en paseo, en
todas partes, y la Regenta coma en casa del Marqus muy a menudo. De modo que, para
verla, all mucho mejor que en la catedral. Todo esto se le pas por las mientes al Magistral
en el poco tiempo que necesit para quitar el pie del estribo y hacer el ltimo saludo a las
seoras dando un paso atrs.
Anda, Bautista! grit la Marquesa; y la carretela sigui su marcha ante la
expectacin de sacerdotes, damas y caballeros particulares que paseaban en el Espoln,
chiquillos que jugaban en el prado vecino y artesanos que trabajaban al aire libre.
Los ojos del Magistral siguieron mientras pudieron el carruaje. La Regenta le sonrea
de lejos, con la expresin dulce y casta de poco antes, y le saludaba tmidamente sin
aspavientos con el abanico... Despus no se vio ms que el anguloso perfil de Ripamiln,
que mova los brazos como las aspas de un molino de muecas.
El otro coche pas como un relmpago. De Pas vio una mano enguantada que le
saludaba desde una ventanilla. Era una mano de Obdulia, la viuda eternamente agradecida.
No saludaba con las dos, porque la izquierda se la oprima dulce y clandestinamente
Joaquinito Orgaz, quien jams hizo ascos a platos de segunda mesa, en siendo suculentos.

208

XIV
Era el Espoln un paseo estrecho, sin rboles, abrigado de los vientos del Nordeste,
que son los ms fros en Vetusta, por una muralla no muy alta, pero gruesa y bien
conservada, a cuyos extremos ostentaban su arquitectura achaparrada sendas fuentes
monumentales de piedra obscura, revelando su origen en el ablativo absoluto Rege Carolo
III, grabado en medio de cada mole como por obra del agua resbalando por la caliza aos y
ms aos. Del otro lado limitaban el paseo largos bancos de piedra tambin; y no tena el
Espoln ms adorno, ni atractivo, a no ser el sol, que, como lo hubiera toda la tarde,
calentaba aquella muralla triste. Al abrigo de ella paseaban desde tiempo inmemorial los
muchos clrigos que son principal ornamento de la antigua corte vetustense; por invierno de
dos a cuatro o cinco de la tarde, y en verano poco antes de ponerse el sol hasta la noche.
Era aqul un lugar, a ms de abrigado, solitario y lo que llamaban all recogido, pero esto
cuando la Colonia no exista. Ahora lo mejor de la poblacin, el ensanche de Vetusta iba por
aquel lado, y si bien el Espoln y sus inmediaciones se respetaron, a pocos pasos
comenzaba el ruido, el movimiento y la animacin de los hoteles que se construan, de la
barriada colonial que se levantaba como por encanto, segn El Lbaro, para el cual diez o
doce aos eran un soplo por lo visto.
Preciso es declarar que el clero vetustense, aunque famoso por su intransigencia en
cuestiones dogmticas, morales y hasta disciplinarias, y si se quiere polticas, no haba
puesto nunca malos ojos a la proximidad del progreso urbano, y antes se felicitaba de que
Vetusta se transformase de da en da, de modo que a la vuelta de veinte aos no hubiera
quien la conociese. Lo cual demuestra que la civilizacin bien entendida no la rechazaba el
clero, as parroquial como catedral de la Vetusta catlica de Bermdez.
Hubo ms; aunque tradicionalmente el Espoln vena siendo patrimonio de
sacerdotes, magistrados melanclicos y familias de luto, como algunas seoras notasen que
el Paseo de los curas era ms caliente que todos los dems, comenzaron en tertulias y
cofradas a tratar la cuestin de si deba trasladarse el paseo de invierno al Espoln. Don
Robustiano Somoza, que ante todo era higienista pblico, gritaba en todas partes:
Pues es claro! Pues si es lo que yo vengo diciendo hace un siglo; pero aqu no se
puede luchar con las preocupaciones, con el fanatismo. Esos curas, que son listos, con
pretexto de la soledad y el retiro han cogido, all en tiempo de la sopa boba, han cogido
para s el mejor sitio de recreo, el ms abrigado, el ms higinico...
En fin, que algunas seoras de las ms encopetadas se atrevieron a romper la
tradicin, y desde Octubre en adelante, hasta que volva Pascua florida, se pasearon con
gran descoco en el Espoln. Tras aqullas fueron atrevindose otras; los pollos advirtieron
que el Paseo de los curas era ms corto y ms estrecho que el Paseo Grande, y esto les
convena. Y en un ao se transform en Paseo de invierno el apetecible Espoln,
secularizndose en parte.
Algunos clrigos, viejos o pobres, casi todos protestaron y acabaron por abandonar
su Espoln, desparramndose por las carreteras.
El mundo, la locura, los arrojaba de su solitario recreo! El siglo lo invada todo!
Y la emprendan por el camino de Castilla y otras calzadas polvorosas entre las filas
interminables de lamos y robles.
Pero el elemento joven, los ms de los cannigos y beneficiados, los que vestan con
ms pulcritud y elegancia, los que usaban el sombrero de canal suelta el ala, ancho y corto,
se resignaron, y toleraron la invasin de la Vetusta elegante. No tuvieron inconveniente, o lo
disimularon, en codearse con damas y caballeros; despus de todo, ellos no haban ido a

209

buscar el gento, el bullicio mundanal; ellos seguan en su casa, en sus dominios, haciendo
como que no notaban la presencia de los intrusos.
Tal vez a esta nueva costumbre de la vida vetustense debase en parte el gran
esmero que se echaba de ver de poco ac en el traje de muchos sacerdotes. Lo que se
puede bien llamar juventud dorada del clero de la capital, tan envidiada por sus colegas de
la montaa, que segn ellos mismos se embrutecan a ojos vistas, la juventud dorada acuda
sin falta todas las tardes de otoo y de invierno que haca bueno al Espoln; iba lo que se
llama reluciente; parecan diamantes negros, y sin que nadie tuviera nada que decir,
presenciaban las idas y venidas de las jvenes elegantes; y los que eran observadores
podan notar las seales del amor, de la coquetera, en gestos, movimientos, risas, miradas
y rubores. Pero nada ms.
Sin embargo, el Rector del Seminario, hombre excesivamente timorato, segn frase
de la marquesa de Vegallana, no pasaba por aquellas mescolanzas de curas y mujeres
paseando todos revueltos, en un recinto que no tena un tiro de piedra de largo, y que
tendra cinco varas escasas de ancho.
No, seor le deca al Obispo; yo no comprendo que pueda ser cosa inocente e
inofensiva que un sacerdote tropiece con los codos de todas las seoritas majas del
pueblo... El Obispo crea que las seoritas eran incapaces de tales tropezones. Si fuesen
aquellas empecatadas del boulevard, las chalequeras...
Pronto se olvid la protesta del Rector del Seminario.
Quin hace caso de ese seor? deca Visitacin la del Banco un hombre cerril;
santo, eso s, pero montaraz. En fin, un hombre que me ech a m de la sacrista de Santo
Domingo siendo yo tesorera del Corazn de Jess!
Un hombre as aseveraba Obdulia deba pasar la vida sobre una columna...
Como San Simn Estilista acudi Trabuco, que estaba presente.
Desde Pascua florida hasta el equinoccio de otoo prximamente, los cura s se
quedaban casi solos en el Espoln; pero en Octubre volvan algunas seoras que tenan
miedo a la humedad y a la influencia del arbolado all arriba en el paseo de Verano. La tarde
en que el carruaje de los Vegallana dej al Magistral a la entrada del Espoln, paseaban all
muchos clrigos y no pocos legos de edad y respetabilidad, pero pocas seoras. Sin
embargo, las que haba bastaron para comentar con abundancia de escolios y notas el hecho
extraordinario de apearse el Magistral de la carretela de lo s Vegallana donde todas con sus
propios ojos cada cual le acababan de ver al lado de la Regenta. En nombrando el ruin
de Roma..., haban dicho muchos al ver aparecer la carretela. Los curas, valga la verdad,
tambin hablaban del suceso inopinado, como lo llamaba Mourelo. El exalcalde Foja se
paseaba en medio del Arcediano, el ilustre Glocester, y del beneficiado don Custodio, el ms
almibarado presbtero de Vetusta. No sola el liberal usurero acompaarse de sotanas, pero
aquella tarde haba juntado a los tres enemigos del Magistral la importancia de los
acontecimientos.
Qu desfachatez! deca Foja.
Es un insensato; no sabe lo que es diplomacia, lo que es disimulo adverta
Mourelo.
Y yo que no quera creer a usted cuando me deca que se haba quedado a comer
con ellos...
Ya ve usted! exclam Glocester triunfante.
Y a dnde van los otros?

210

Al Vivero, de fijo; ya sabe usted... a brincar y saltar como potros...


Esas son las clases conservadoras!
No, seor; sa es la excepcin...
Y mire usted que venir en carruaje descubierto...
Y junto a ella...
Y apearse aqu se atrevi a decir el beneficiado.
Justo; tiene razn ste... apearse aqu...
Seor Arcediano, permtame usted decirle que su colega de usted est dejado de la
mano de Dios.
Ya lo creo! ya lo creo! y lo siento... Pero ese Obispo, ese bendito seor... En fin,
qu quiere usted? indic Glocester, sonriendo con malicia.
En aquel momento se le ocurri una frase, y para exponerla a su auditorio con toda
solemnidad se detuvo, extendi la mano, como separando a los otros dos, y echando el
cuerpo del lado de Foja le dijo al odo, a voces:
Amigo mo, de todo ha de haber en la Iglesia de Dios!
Rieron los otros el chiste, y no cesaron las carcajadas, hasta que el Magistral pas al
lado de los murmuradores. Los dos clrigos le saludaron muy cortsmente, y Glocester,
dando un paso hacia l, le acarici con una palmadita familiar sobre el hombro.
La envidia se lo coma, pero Glocester no era hombre que gastase menos disimulo. O
era diplomtico, o no lo era.
El Magistral se content con escupirle para sus adentros.
Dio algunas vueltas solo, saludando a diestro y siniestro con la amabilidad de
costumbre, por mquina, sin ver apenas a quien saludaba. Llevaba el manteo terciado sobre
la panza, que comenzaba a indicarse; y mano sobre mano ya se sabe que eran muy
hermosas a paso lento (que buen trabajo le costaba, muy de buen grado hubiera echado a
correr... detrs de los coches del Marqus) anduvo por all un cuarto de hora desafiando
humildemente las miradas de todos, seguro de que todos o los ms hablaban de l; y de la
confesin de dos horas o tres o cuatro. Sabra Dios cuntas seran ya! Aquel Glocester y
su don Custodio habran tenido buen cuidado de hacer rodar la bola... Las cosas que diran
ya los enemigos! Pero qu le importaba a l? Lo que ahora le pesaba era no haber seguido
al Vivero; de todos modos haban de murmurar los miserables! y en cuanto a las personas
decentes, las que a l le importaban, sas no haban de creer nada malo porque l, como
haca Ripamiln, como haban hecho otros sacerdotes, fuese a las posesiones de Vegallana.
Algunos amigos verdaderos, o por lo menos partidarios declarados del Magistral,
paseaban por el Espoln; pero no se atrevan a acercarse al ilustre Vicario general; llevaba
cara de pocos amigos, a pesar de su sonrisita dulce, clavada all desde que se vea en la
calle. As como a los delicados de la vista la claridad les hace arrugar los prpados, a don
Fermn le haca sonrer; pareca aquella sonrisa con que siempre le vea el pblico un efecto
extrao de la luz en los msculos de su rostro.
Pero esto no engaaba a los que le conocan bien los ms muy a su costa. El
primero que se atrevi a acercarse fue el Den que llegaba entonces al paseo. El mismo De
Pas le sali al encuentro. El Den no hablaba casi nunca, y paseando, menos. Se
emparejaron y don Fermn sigui como si estuviera solo. Se acerc despus el cannigo
pariente del ministro y hubo que hablar y en seguida se agreg un obispo de levita (frase
que haca fortuna por aquella poca) y la conversacin se anim; se habl de poltica y de

211

intrigas palaciegas; de mil cosas que le parecan al Magistral necedades, dicharachos


indignos de sacerdotes. Pero y l? en qu iba pensando l? Aquello s que era pueril,
ridculo y hasta pecaminoso. Pues no se haba puesto a fijarse, porque iba con la cabeza
gacha, en los manteos y sotanas de sus colegas, y en los suyos, y no estaba pensando que
el traje talar era absurdo, que no parecan hombres, que haba afeminamiento carnavalesco
en aquella indumentaria?... mil locuras! lo cierto era que le estaba dando vergenza en
aquel momento llevar traje largo y aquella sotana que l otras veces ostentaba con
majestuoso talante. Si a lo menos tuviera una abertura lateral, como algunas tnicas... Pero
entonces se veran las piernas, qu horror! los pantalones negros, el varn vergonzante
que lleva debajo el cura.
Qu opina usted? le pregunt el obispo laico en aquel instante, detenindose,
ponindosele delante para intimarle la respuesta.
No saba de qu hablaban, se le haba ido el santo al cielo con los cortes de la sotana.
La verdad es que la cuestin dijo la cuestin... merece pensarse.
Pues eso digo yo! grit el otro, triunfante, y le dej seguir andando.
Ven ustedes? el seor Provisor opina lo mismo que yo; dice que merece estudiarse
la cuestin, que es ardua... yo lo creo!
El Magistral respir; pero antes de exponerse a otra pregunta inopinada, como dira
Mourelo, se despidi de aquellos seores asegurando que tena que hacer en Palacio.
No poda ms; aquella tarde la compaa de sus colegas le asfixiaba; toda aquella
tela negra colgando le abrumaba; poda decir cualquier desatino si continuaba all. Y se
march a paso largo. Su ltima mirada fue para la lontananza del camino del Vivero por
donde haba visto desaparecer entre nubes de polvo los coches.
Estamos buenos! iba pensando por las calles. Era enemigo de dar nombres a las
cosas, sobre todo a las difciles de bautizar. Qu era aquello que a l le pasaba? No tena
nombre. Amor no era; el Magistral no crea en una pasin especial, en un sentimiento puro y
noble que se pudiera llamar amor; esto era cosa de novelistas y poetas, y la hipocresa del
pecado haba recurrido a esa palabra santificante para disfrazar muchas de las mil formas de
la lujuria. Lo que l senta no era lujuria; no le remorda la conciencia. Tena la conviccin de
que aquello era nuevo. Estara malo? Seran los nervios? Somoza le dira de fijo que s.
De todas maneras, haba sido una necedad, y tal vez una grosera, haber desairado
a aquellas seoras. Qu estaran diciendo de l en el Vivero?
Suba el Magistral por las primeras calles de la Encimada, pas por la puerta del
Gobierno civil, y all dentro, en medio del patio, vio un pozo que l saba que estaba ciego.
Se acord de que Ripamiln le haba hablado varias veces de un pozo seco que haba en el
Vivero. Paco Vegallana, Obdulia, Visita y dems gente loca haba dicho el Arcipreste se
entretienen en cortar helechos, yerbas, ramas de rboles y arrojarlo todo al pozo, y cuando
ya llega la hojarasca cerca de la boca... zas! se tiran ellos dentro, primero uno, despus
otro y a veces dos o tres a un tiempo... Al mismo Ripamiln, con toda su respetabilidad, le
haban hecho descender a aquel agujero, y por cierto que para sacarlo se haba necesitado
una cuerda... El Magistral tena aquel pozo, que no haba visto, delante de los ojos, y se
figuraba a Mesa dentro de l, sobre las ramas y la yerba con los brazos extendidos
esperando la dulce carga del cuerpo mortal de Anita!... Tendra ella tan reprensible
condescendencia? Se dejara echar al pozo? Don Fermn estaba en ascuas. Qu le
importaba a l? Pues estaba en ascuas.
Andaba a la ventura, sin saber a dnde ir. Se encontr a la puerta de su casa. Dio
media vuelta y, seguro de que nadie le haba visto, apret el paso bajando por un callejn
que conduca a la plazuela de Palacio, a la Corralada.

212

Mi madre! pens. No se haba acordado de ella en toda la tarde.


Haba comido fuera de casa sin avisar! Doa Paula consideraba esta falta de
disciplina domstica como pecado de calibre. Pocas veces los cometa su hijo y por lo mismo
la impresionaban ms.
Cmo no se me ocurri mandarle un recado! Pero... por quin? no era ridculo
decirle a la Marquesa: seora necesito que mi madre sepa que no como hoy con ella?
Aquella esclavitud en que viva... contento, s, contento, no le humillaba... pero no convena
que la conociese el mundo. Y ahora, por qu no se haba quedado en casa? Bastante
tiempo haba pasado fuera... volvera pie atrs, desafiara el mal humor de su madre? No,
no se atreva; no estaba el suyo para escenas fuertes, le horrorizaba la idea de una filpica
embozada, como solan ser las de su madre, de un discurso de moral utilitaria... De fijo le
hablara de las necedades que le haban contado por la maana... Y si le deca: he comido...
con la Regenta, en casa del Marqus bueno iba a estar aquello! Pero, Seor qu luego, qu
luego haba empezado la gentuza, la miserable gentuza vetustense a murmurar de aquella
amistad! en dos das todo aquel run run, su madre con los odos llenos de calumnias, de
malicias, y el alma de sospechas, de miedos y aprensiones!... y qu haba? nada;
absolutamente nada; una seora que haba hecho confesin general y que probablemente a
estas horas estara metida en un pozo cargado de yerba seca en compaa del mejor mozo
del pueblo. Y l qu tena que ver con todo aquello? l, el Vicario general de la dicesis!
Oh, s! Volvera a casa, se impondra a su madre, le dira que era indecoroso insistir en
sospechar, procurar disimulos, borrar apariencias. para qu? l no tena nada que tapar en
aquel asunto; no era un nio, despreciaba la calumnia, etc.
Entr en Palacio.
La sombra de la catedral, prolongndose sobre los tejados del casern triste y
achacoso del Obispo, lo obscureca todo; mientras los rayos del sol poniente tean de
prpura los trminos lejanos y prendan fuego a muchas casas de la Encimada reflejando
llamaradas en los cristales.
El Magistral lleg hasta el gabinete en que el Obispo correga las pruebas de una
pastoral.
Fortunato levant la cabeza y sonri.
Hola, eres t?
Don Fermn se sent en un sof. Estaba un poco mareado; le dola la cabeza y senta
en las fauces ardor y una sequedad pegajosa; se ahogaba en aquel recinto cerrado y
estrecho; el alcohol le haba perturbado. Nunca beba licores, y aquella tarde, distrado, sin
saber lo que estaba haciendo, haba apurado la copa de chartreuse o no saba qu, servida
por la Marquesa.
Fortunato lea las pruebas y segua sonriendo. No pareca temer ya al Magistral.
Horas antes esquivaba quedarse a solas con l de miedo a que le reprendiese por su
condescendencia con las seoras protect rices de la Libre Hermandad. De Pas not el cambio.
Me haces el favor de leer lo que dicen estas letras borradas?... yo no veo bien.
De Pas se acerc y ley.
Chico apestas!... qu has bebido?
Don Fermn irgui la cabeza y mir al Obispo sorprendido y ceudo.
Que apesto? por qu?
A bebida hueles... no s a qu... a ron... qu s yo.

213

De Pas encogi los hombros dando a entender que la observacin era impertinente y
balad. Se apart de la mesa.
A propsito. Por qu no has avisado a tu madre?
De qu?
De que comas fuera...
Pero usted sabe?...
Ya lo creo, hijo mo. Dos veces estuvo aqu Teresina de parte de Paula; que dnde
estaba el seorito, que si haba comido aqu. No, hija, no; tuve que salir yo mismo a
decrselo. Y a la media hora, vuelta. Que si le haba pasado algo al seorito, que la seora
estaba asustada; que yo deba de saber algo...
El Magistral se paseaba por el gabinete y pisaba muy fuerte; disimulaba mal su
impaciencia, su mal humor, tal vez no pretenda siquiera disimularlos.
Yo continu Fortunato les dije que no se apurasen; que habras comido en casa
de Carraspique, o en casa de Pez; como los dos estn de das... Y eso habr sido, verdad?
Con Carraspique habrs comido?
No, seor!
Con Pez?
No, seor! Mi madre... mi madre me trata como a un nio!
Te quiere tanto, la pobrecita...
Pero esto es demasiado...
Oye exclam el Obispo dejando de leer pruebas de modo que an no has
vuelto a casa?
El Magistral no contest; ya estaba en el pasillo. De lejos haba dicho:
Hasta maana; y haba cerrado detrs de s la puerta del gabinete con ms
fuerza de la necesaria.
Tiene razn el muchacho se qued pensando el Obispo que trataba al Magistral
como un padre dbil a un hijo mimado. Esa Paula nos maneja a todos como muecos.
Y continu corrigiendo la pastoral.
De Pas tom por el callejn arriba, desandando el camino; pero al llegar cerca de su
casa se detuvo. No saba qu hacer. La chartreuse o lo que fuera si sera cognac!?
segua molestndole y conoca ya l mismo que le ola mal la boca.
Si se me acercase Glocester ahora, maana todo Vetusta sabra que yo era un
borracho...
No subo, no subo. Buena estar mi madre! Y yo no estoy para or sermones ni
aguantar pullas ni traducir reticencias... Hasta Teresa anda en ello! Dos veces a palacio!...
El nio perdido!... Esto es insufrible!...
El reloj de la catedral dio la hora con golpes lentos; primero, cuatro agudos, despus,
otros graves, roncos, vibrantes.
De Pas, como si su voluntad dependiese de la mquina del reloj, se decidi de
repente y tom por la calle de la derecha, cuesta abajo; por la que ms pronto podra volver
al Espoln.

214

Se olvid de su madre, de Teresina, del cognac, del Obispo; no pens ms que en los
coches del Marqus que deban de estar de vuelta.
El Vicario general de Vetusta, a buen paso tom el camino del Vivero, despus de
dejar las calles torcidas de la Encimada y lleg al Espoln cuando ya estaban encendidos los
faroles y desierto el paseo. No pensaba en que estaba haciendo locuras, en que tantas idas
y venidas eran indignas del Provisor del Obispado; esto lo pens despus; ahora slo tena
esta idea: Habrn pasado ya? No, no deban de haber pasado; apenas haba tiempo;
ahora, ahora es cuando deben de estar cerc a...
As como as, la brisa que ya empieza a soplar, me quitar este calor, este
aturdimiento, esta sed... El agua de las fuentes monumentales murmuraba a lo lejos con
melanclica monotona en medio del silencio en que yaca el paseo triste, solitario. Al
acercarse al piln de la fuente de Oeste, De Pas tuvo tentaciones de aplicar sus labios al
tubo de hierro que apretaba con sus dientes un len de piedra y saciar sus ansias en el
chorro bullicioso, incitante... No se atrevi y dio la vuelta, continuando su paseo en la
soledad. Al llegar a la otra fuente, iguales ansias, iguales tentaciones... Media vuelta y atrs.
As estuvo paseando media hora. La sed le abrasaba... por qu no se iba? porque no quera
dejarlos pasar sin verlos; sin ver los coches, se entiende. Ana volvera, era natural, en la
carretela, y al pasar junto a un farol podra verla sin ser visto, o por lo menos sin ser
conocido. La sed que esperase. El reloj de la Universidad dio tres campanadas. Tres cuartos
de hora! Andara adelantado... No... La catedral, que era la autoridad cronomtrica, ratific
la afirmacin de la Universidad; por lo que pudiera valer, el reloj del Ayuntamiento, que no
haba podido secularizar el tiempo, vino a confirmar lo dicho lacnicamente por sus colegas,
exponiendo su opinin con una voz aguda de esquiln cursi.
Pero qu hace all esa gente? se pregunt el Magistral, aunque aadiendo para
satisfaccin de su conciencia que a l, por supuesto, no le importaba nada.
Hasta entonces no haba reparado en unos chiquillos, de diez a doce aos, pillos de la
calle, que jugaban all cerca, alrededor de un farol, de los que sealaban el lmite del paseo
y de la carretera en los espacios que dejaban libres los bancos de piedra. Entre los pillastres
haba una nia, que haca de madre. Se trataba del zurrigame la melunga, juego popular al
alcance de todas las fortunas. La madre estaba sentada al pie del farol, en el pedestal de la
columna de hierro; un pauelo muy sucio en forma de ltigo, atado con un soberbio nudo
por el medio, era el zurriago, que representaba all el poder coercitivo. La nia haraposa
empuaba el lienzo por un extremo y el otro iba pasando de mano en mano por el corro de
chiquillos.
Na!... deca la madre.
Narigudo... contest un pillo rubio, el ms fuerte de la compaa, que siempre se
colocaba el primero por derecho de conquista.
El pauelo pas a otro.
Na?
Narices.
Otro. Na?
Napolen.
Ay qu mainate! qu es Napolen? grit el Sansn del corro acercndose a su
afectsimo amigo y ponindole un codo delante de las narices.
Napolen... ay que redis! es un duro.
Qu ha e ser!

215

No hay ms cera!
Te rompo... si no fueses tan mandria... te inflaba el morro... por farolero.
Qu ms da, si no es eso? dijo la nia poniendo paces. A ver el otro. Na? na?
Natalia... Tampoco. No acert ninguno.
Otra rueda.
Da seas, tsica! escupi ms que dijo el dictador.
Y abriendo las piernas y agachndose, como dispuesto a correr detrs de los
compaeros a latigazos, dio una vuelta al pauelo alrededor de la mano y aadi:
Da seas que se entiendan o te rompo el alma!
Y tiraba por el ltigo como queriendo arrancarlo del poder de la madre.
Seas... seas... a que no aciertas?
A que s?...
No tires...
Pues da seas...
Es una cosa muy rica, muy rica, muy rica!
Que se come?
Pues claro... siendo muy rica...
Dnde la hay?
La comen los seores...
Eso no vale, so tsica! qu s yo lo que comen los seores?
Pues alguna vez puede ser que la hayas visto.
De qu color?
Amarilla, amarilla...
Naranjas, redis! aull el pillastre y dio un tirn al pauelo, preparndose a
emprenderla a latigazos con sus compaeros.
Que me arrancas el brazo, bruto, y que no es eso!...
Los dems pilletes ya se haban puesto en salvo y corran por la carretera y el
Espoln.
Venir! venir! que no es eso... grit la madre.
Que s es! bacalao! te rompo... pues no son amarillas las naranjas?... y no son
cosa rica?
Pero naranjas las comes t tambin.
Claro, si se las robo a la seoa Jeroma en el puesto...
Pues no es eso. Otro.
Na? na?
Un nio flaco, plido, casi desnudo, tom la punta del pauelo; le brillaban los ojos...
le temblaba la voz... y mirando con miedo al de las naranjas, dijo muy quedo:

216

Natillas!
Zurrigame la melunga! grit entusiasmada la madre, castaas de catalunga!
Y todos corrieron, mientras el vencedor iba detrs con piernas vacilantes, sin gran
deseo de azotar a sus amigos, contento con el triunfo, pero sin deseos de venganza.
El Rojo no quera correr: protestaba.
Redis! qu son natillas? gritaba poniendo la mano delante de la cara, mientras
tmidamente el Ratn le castigaba con simulacros de azotes.
Y aada furioso el Rojo:
Di: a la oreja! tsica o te baldo!
A la oreja! a la oreja!
El Ratn se vio acosado por todos sus colegas, que se le colgaron de las orejas.
Zurrigame la melunga! volvi a gritar la madre, y los pillos se dispersaron otra
vez.
En aquel momento el Magistral se acerc a la nia.
La madre dio un grito de espantada. Crea que era su padre que vena a recogerla a
bofetadas y a puntapis como sola.
Dime, hija ma... has visto pasar dos coches?
Para dnde? contest ella ponindose en pie.
Para arriba... uno con dos caballos y otro con cuatro con cascabeles... hace poco...
No seor; me parece que no... Espere usted, seor cura, a ver si sos... A la oreja
madre! a la oreja madre! grit, y la bandada de mochuelos acudi al farol delante del
Ratn. Al ver al Provisor, todos, menos el Rojo, le rodearon, descubriendo la cabeza, los que
tenan gorra, y le besaron la mano por turno nada pacfico. Unos se limpiaron primeramente
las narices y la boca; otros no.
Habis visto pasar dos coches para arriba?
S.
No.
Dos.
Tres.
Para abajo.
Mentira, mainate... si te inflo!... Para arriba, seor cura.
Era una galera.
Un coche, farol!
Dos carros eran, mainate.
Te rompo!...
Te inflo!...
El Magistral no pudo averiguar nada. Se inclin a creer que haban pasado. Pero no
dej el paseo; continu dando vueltas y limpindose la mano besada por la chusma. Le
molestaba mucho el pringue, y en el piln de una de las fuentes se lav un poco los dedos.

217

Los pilletes se dispersaron. Qued solo don Fermn con un murcilago que volaba
yendo y viniendo sobre su cabeza, casi tocndole con las alas diablicas. Tambin el
murcilago lleg a molestarle; apenas pasaba volvase, cada vez era ms reducida la rbita
de su vuelo.
Deben de ser dos, pens el Magistral, que cada vez que vea al animalucho encima
senta un poco de fro en las races del pelo.
La noche estaba hermosa, acababan de desvanecerse las ltimas claridades plidas
del crepsculo. Sobre la sierra, cuyo perfil sealaba una faja de vapor tenue y luminoso,
brillaban las estrellas del carro, la Osa Mayor, y Aldebarn, por la parte del Corfn, casi
rozando la cresta ms alta de la cordillera obscura, luca solitario en una regin desierta del
cielo. La brisa se dorma y el silbido de los sapos llenaba el campo de perezosa tristeza,
como cntico de un culto fatalista y resignado. Los ruidos de la ciudad alta llegaban
apagados y con intermitencias de silencio profundo. En la Colonia, ms cercana, todo
callaba.
Don Fermn no era aficionado a contemplar la noche serena; lo haba sido mucho
tiempo haca, en el Seminario, en los Jesuitas y en los primeros aos de su vida de
sacerdote... cuando estaba delicado y tena aquellas tristezas y aquellos escrpulos que le
coman el alma. Despus la vida le haba hecho hombre, haba seguido la escuela de su
madre... una aldeana que no vea en el campo ms que la explotacin de la tierra. Aquello
que se llamaba en los libros la poesa se le haba muerto a l aos atrs; ya lo creo, haca
muchos aos... Las estrellas! qu pocas veces las haba mirado con atencin desde que era
cannigo!... De Pas se detuvo, se descubri, limpio el sudor de la frente y se qued mirando
a los astros que brillaban sobre su cabeza sumidos en el abismo de lo alto. Tena razn
Pitgoras; pareca que cantaban. En aquel silencio oa los latidos de la sangre de su
cabeza... y tambin se le figur or otro ruido... as como de campanillas que sonasen muy
lejos... Eran ellos? Eran los coches que volvan? La carretela no llevaba cascabeles, pero
los caballos de la Gndola s... O seran cigarras, grillos... ranas... cualquier cosa de las que
cantan en el campo acompaando el silencio de la noche?... No... no; eran cascabeles,
ahora estaba seguro... Ya sonaban ms cerca, con cierto comps... cada vez ms cerca.
Deben de ser ellos! qu tarde! dijo en voz alta, acercndose a la cuneta de la
carretera, a la sombra de un farol de los del paseo.
Esper algunos minutos, con la cabeza tendida en direccin del Vivero, espiando
todos los ruidos... Vio dos luces entre la obscuridad lejana; despus cuatro... Eran ellos, los
dos coches... El ruido rtmico de los cascabeles se hizo claro, estridente; a veces se
mezclaban con l otros que parecan gritos, fragmentos de canciones.
Qu locos, vienen cantando!
Ya se oa el rumor sordo y como subterrneo de las ruedas... el aliento fogoso de los
caballos cansados... y, por fin, la voz chillona de Ripamiln... Ahora callaban los del coche
grande. La carretela iba a pasar junto al Magistral, que se apret a la columna de hierro
para no ser visto. Pas la carretela a trote largo. De Pas se hizo todo ojos. En el lugar de
Ripamiln vio a don Vctor de Quintanar, y en el de la Regenta a Ripamiln; s, los vio
perfectamente. No vena la Regenta en el coche abierto! Vena con los otros! Y al marido
le haban echado a la carretela con el cannigo, la Marquesa y doa Petronila!... Luego don
lvaro y ella venan juntos... y acaso venan todos borrachos, por lo menos alegres!
Qu indecencia! pens, sintiendo el despecho atravesado en la garganta.
Y sin saber que parodiaba a Glocester, aadi:
Se la quieren echar en los brazos! Esa Marquesa es una Celestina de aficin!
Y venan cantando!

218

Los coches se alejaban; suban por la calle principal de la Colonia, sin algazara; las
luces de los faroles se bamboleaban, se ocultaban y volvan a aparecer, cada vez ms
pequeas...
Ahora callan! pens don Fermn. Peor, mucho peor!
Los cascabeles volvieron a sonar como canto lejano de grillos y cigarras en noche de
esto...
El Magistral, olvidado de las estrellas dej el Espoln y subi a buen paso por la calle
principal de la Colonia, en pos de los coches de Vegallana.
Si no fuera por vergenza hubiera echado a correr por la cuesta arriba. Para qu?
Para nada. Por desahogar el mal humor, por emplear en algo aquella fuerza que senta en
sus msculos, en su alma ociosa, molesta como un hormigueo...
Al pasar junto al jardn de Pez, la luz de gas que brillaba entre las filigranas de
hierro de la verja, en un globo de cristal opaco, le hizo ver su sombra de cura dibujada
fantsticamente sobre la polvorienta carretera.
Se avergonz, testigo l mismo de sus locuras; y contuvo el paso.
Debo de estar borracho. Esto tiene que pasar. Bah! No faltaba ms, siempre he
sido dueo de m... y ahora haba de empezar a ser... un majadero...
Se acord de su cita con la Regenta. Sinti un alivio su furor sordo. Pronto es
maana... A las ocho ya sabr yo... s lo sabr... porque se lo preguntar todo. Por qu no?
A mi manera... Tengo derecho...
Lleg al boulevard, estaba solitario: ya haba terminado el paseo de los Obreros:
subi por la calle del Comercio, por la plaza del Pan, y al llegar a la plaza Nueva mir a la
Rinconada. En el casern de los Ozores no vio ms luz que la del portal.
No los habrn dejado en casa? Estn juntos todava? Y sin pensar lo que haca,
sigui hasta la calle de la Ra, por el mismo camino que haba andado a medioda. Los
balcones de casa del Marqus estaban tambin ahora abiertos; pero la luz no entraba por
ellos, sala a cortar las tinieblas de la calle estrecha, apenas alumbrada por lejanos faroles
de gas macilento. De Pas oy gritos, carcajadas y las voces roncas y metlicas del piano
desafinado.
Sigue la broma! se dijo mordindose los labios. Pero yo qu hago aqu? Qu
me importa todo esto?... Si ella es como todas... maana lo sabr. Estoy loco! estoy
borracho!... Si me viera mi madre! En la pared de la casa de enfrente la luz que sala por
los balcones interrumpa con grandes rectngulos la sombra, y por aquella claridad
descarada y chillona pasaban figuras negras, como dibujos de linterna mgica. Unas veces
era un talle de mujer; otras, una mano enorme; luego, un bigote como una manga de riego;
esto vio De Pas frente al balcn del gabinete; frente a los del saln las sombras de la pared
eran ms pequeas, pero muchas y confusas; y se movan y mezclaban hasta marear al
cannigo.
No bailan, pens. Pero esta idea no le consolaba.
Ms all del balcn del gabinete haba otro cerrado. Era el de la habitacin en que
haba muerto la hija de los Marqueses. El Magistral recordaba haber estado all, de rodillas,
con un hacha de cera en la mano, mientras le daban a la pobre joven el Seor. Haca mucho
tiempo. Aquel balcn se abri de repente. De Pas vio una figura de mujer que se apretaba a
las rejas de hierro y se inclinaba sobre la barandilla, como si fuera a arrojarse a la calle.
Confusamente pudo columbrar unos brazos que opriman a la dama la cintura; ella
forcejeaba por desasirse. Quin era? Imposible dis tinguirlo; pareca alta, bien formada;
lo mismo poda ser Obdulia que la Regenta. Es decir, la Regenta no poda ser; no faltaba

219

ms! Y el de los brazos? quin era? por qu no sala al balcn? De Pas estaba seguro de
no ser visto, en completa obscuridad, en un portal de enfrente. No pasaba nadie; pero
podan pasar... y qu se pensara si le vean all, espiando a los convidados del Marqus?...
Deba marcharse... s; pero hasta que aquellos bultos se retirasen del balcn no poda
moverse. La dama desconocida, de espalda a la calle, ahora, inclinando la cabeza hacia el
interlocutor invisible, hablaba tranquilamente y se defenda como por mquina, con leves
manotadas felinas, de unas manos que de vez en cuando intentaban cogerla por los
hombros.
Estn a obscuras! no hay luz en esa habitacin... qu escndalo! pens don
Fermn, que segua inmvil.
La del balcn hablaba, pero tan quedo que no era posible conocerla por la voz; era un
murmullo cargado de eses, completamente annimo.
Por supuesto que ella no es, meditaba el del portal.
A pesar de estas reflexiones, que no podan ser ms racionales, no estaba tranquilo.
La obscuridad del balcn le sofocaba, como si fuese falta de aire. La cabeza de la sombra de
mujer desapareci un momento; hubo un sile ncio solemne y en medio de l son claro, casi
estridente, el chasquido de un beso bilateral, despus un chillido como el de Rosina en el
primer acto del Barbero.
El Magistral respir. No era ella, era Obdulia. En el balcn no quedaba nadie; don
Fermn sali del portal arrimado a la pared y se alej a buen paso. No era ella, de fijo no
era ella, iba pensando. Era la otra.

XV
En lo alto de la escalera, en el descanso del primer piso, doa Paula, con una
palmatoria en una mano y el cordel de la puerta de la calle en la otra, vea silenciosa,
inmvil, a su hijo subir lentamente con la cabeza inclinada, oculto el rostro por el sombrero
de anchas alas.
Le haba abierto ella misma, sin preguntar quin era, segura de que tena que ser l.
Ni una palabra al verle. El hijo suba y la madre no se mova, pareca dispuesta a estorbarle
el paso, all en medio, tiesa, como un fantasma negro, largo y anguloso.
Cuando De Pas llegaba a los ltimos peldaos, doa Paula dej el puesto y entr en
el despacho. Don Fermn la mir entonces, sin que ella le viese.
Repar que su madre traa parches untados con sebo sobre las sienes; unos parches
grandes, ostentosos.
Lo sabe todo pens el Provisor. Cuando su madre callaba y se pona parches de
sebo, daba a entender que no poda estar ms enfadada, que estaba furiosa. Al pasar junto
al comedor, De Pas vio la mesa puesta con dos cubiertos. Era temprano para cenar, otras
noches no se extenda el mantel hasta las nueve y media; y acababan de dar las nueve.
Doa Paula encendi sobre la mesa del despacho el quinqu de aceite con que velaba
su hijo.
l se sent en el sof, dej el sombrero a un lado y se limpi la frente con el pauelo.
Mir a doa Paula.
Le duele la cabeza, madre?

220

Me ha dolido. Teresina!
Seora.
La cena!
Y sali del despacho. El Provisor hizo un gesto de paciencia y sali tras ella. No era
todava hora de cenar, faltaban ms de cuarenta minutos... pero quin se lo deca a ella?
Doa Paula se sent junto a la mesa, de lado, como los cmicos malos en el teatro.
Junto al cubierto de don Fermn haba un palillero, un taller con sal, aceite y vinagre. Su
servilleta tena servilletero; la de su madre no.
Teresina, grave, con la mirada en el suelo, entr con el primer plato, que era una
ensalada.
No te sientas? pregunt al Provisor su madre.
No tengo apetito... pero tengo mucha sed...
Ests malo?
No, seora... eso no.
Cenars ms tarde?
No, seora, tampoco...
El Magistral ocup su asiento enfrente de doa Paula, que se sirvi en silencio.
Con un codo apoyado en la mesa y la cabeza en la mano, De Pas contemplaba a su
seora madre, que coma de prisa, distrada, ms plida que sola estar, con los grandes
ojos azules, claros y fros fijos en un pensamiento que deba de ver ella en el suelo.
Teresina entraba y sala sin hacer ruido, como un gato bien educado. Acerc la
ensalada al seorito.
Ya he dicho que no ceno.
Djale, no cena. Ella no lo haba odo, hombre.
Y acarici a la criada con los ojos.
Nuevo silencio.
De Pas hubiera preferido una discusin inmediatamente. Todo, antes que los parches
y el silencio. Estaba sintiendo nuseas y no se atreva a pedir una taza de t. Se mora de
sed, pero tema beber agua.
Doa Paula hablaba con Teresa ms que de costumbre y con una amabilidad que
usaba muy pocas veces.
La trataba como si hubiera que consolarla de alguna desgracia de que en parte
tuviera la misma doa Paula la culpa. Esto al menos crey notar el Magistral.
Faltaba algo que estaba en el aparador y el ama se levantaba y lo traa ella misma.
Pidi azcar don Fermn para echarlo en el vaso de agua y su madre dijo:
Est arriba la azucarera, en mi cuarto... Deja, ir yo por ella.
Pero, madre...
Djame.
Teresina qued a solas con su amo y mientras le serva agua dejando caer el chorro
desde muy alto, suspir discretamente.

221

De Pas la mir, un poco sorprendido. Estaba muy guapa; pareca una virgen de cera.
Ella no levant los ojos. De todas maneras, le era antiptica. Su madre la mimaba y a los
criados no hay que darles alas.
Baj doa Paula y cuando sali Teresina dijo, mientras miraba hacia la puerta:
La pobre no s cmo tiene cuerpo.
Por qu? pregunt don Fermn, que acababa de or el primer trueno.
Su madre, que estaba en pie junto a l revolviendo el azcar en el vaso, le mir
desde arriba con gesto de indignacin.
Por qu? Ha ido esta tarde dos veces a Palacio, una vez a casa del Arcipreste, otra
a casa de Carraspique, otra a casa de Pez, otra a casa del Chato, dos a la Catedral, dos a la
Santa Obra, una vez a las Paulinas, otra... qu s yo! Est muerta la pobre.
Y a qu ha ido? contest De Pas al segundo trueno.
Pausa solemne. Doa Paula volvi a sentarse y, haciendo alarde de una paciencia que
ni la de un santo, dijo con mucha calma, pesando las slabas:
A buscarte, Fermo, a eso ha ido.
Mal hecho, madre. Yo no soy un chiquillo para que se me busque de casa en casa.
Qu dira Carraspique, qu dira Pez?... Todo eso es ridculo...
Ella no tiene la culpa; hace lo que le mandan. Si est mal hecho, reme a m.
Un hijo no rie a su madre.
Pero la mata a disgustos; la compromete, compromete la casa... la fortuna, la
honra... la posicin... todo... por una... por una... Dnde ha comido usted?
Era intil mentir, adems de ser vergonzoso. Su madre lo saba todo de fijo. El Chato
se lo habra contado. El Chato, que le habra visto apearse de la carretela en el Espoln.
He comido con los marqueses de Vegallana; eran los das de Paquito; se
empearon... no hubo remedio; y no mand aviso... porque era ridculo, porque all no
tengo confianza para eso...
Quin comi all?
Cincuenta, qu s yo?
Basta, Fermo, basta de disimulos! grit con voz ronca la de los parches. Se
levant, cerr la puerta y en pie y desde lejos prosigui:
Has ido all a buscar a esa... seora... has comido a su lado... has paseado con ella
en coche descubierto, te ha visto toda Vetusta, te has apeado en el Espoln: ya tenemos
otra Brigadiera... Parece que necesitas el escndalo, quieres perderme.
Madre! madre!
Si no hay madre que valga! te has acordado de tu madre en todo el da? No la
has dejado comer sola, o mejor dicho, no comer? te import nada que tu madre se
asustara, como era natural? Y qu has hecho despus hasta las diez de la noche?
Madre, madre, por Dios! yo no soy un nio...
No, no eres un nio; a ti no te duele que tu madre se consuma de impaciencia, se
muera de incertidumbre... La madre es un mueble que sirve para cuidar de la hacienda,
como un perro; tu madre te da su sangre, se arranca los ojos por ti, se condena por ti...
pero t no eres un nio, y das tu sangre, y los ojos, y la salvacin... por una mujerota...

222

Madre!
Por una mala mujer!
Seora!
Cien veces, mil veces peor que esas que le tiran de la levita a don Saturno, porque
sas cobran, y dejan en paz al que las ha buscado; pero las seoras chupan la vida, la
honra... deshacen en un mes lo que yo hice en veinte aos... Fermo... eres un ingrato!...
eres un loco!
Se sent fatigada y con el pauelo que traa a la cabeza improvis una banda para
las sienes.
Va a estallarme la frente!
Madre, por Dios, sosiguese usted! Nunca la he visto as... Pero qu pasa? qu
pasa?... Todo es calumnia... y qu pronto... qu pronto... la han urdido! Qu Brigadiera ni
qu seoronas... si no hay nada de eso... si yo le juro que no es eso... si no hay nada!
No tienes corazn, Fermo, no tienes corazn.
Seora, ve usted lo que no hay... Yo le aseguro...
Qu has hecho hasta las diez de la noche? Rondar la casa de esa gigantona... de
fijo...
Por Dios, seora! Esto es indigno de usted. Est usted insultando a una mujer
honrada, inocente, virtuosa; no he hablado con ella tres veces... es una santa...
Es una como las otras.
Como qu otras?
Como las otras.
Seora! Si la oyeran a usted!
Ta, ta, ta! Si me oyeran me callara. Fermo... a buen entendedor... Mira, Fermo...
t no te acuerdas, pero yo s... yo soy la madre que te pari sabes? y te conozco... y
conozco el mundo... y s tenerlo todo en cuenta... todo... Pero de estas cosas no podemos
hablar t y yo... ni a solas... ya me entiendes... pero... bastante buena soy, bastante he
callado, bastante he visto.
No ha visto usted nada...
Tienes razn... no he visto... pero he comprendido y ya ves... nunca te habl de
estas... porqueras, pero ahora parece que te complaces en que te vean... tomas por el peor
camino...
Madre... usted lo ha dicho, es absurdo, es indecoroso que usted y yo hablemos,
aunque sea en cifra, de ciertas cosas...
Ya lo veo, Fermo, pero t lo quieres. Lo de hoy ha sido un escndalo.
Pero si yo le juro a usted que no hay nada; que esto no tiene nada que ver con
todas esas otras calumnias de antao...
Peor; peor que peor... Y sobre todo lo que yo temo es que el otro se entere, que
Camoirn crea todo eso que ya dicen.
Que ya dicen! En dos das!
S, en dos; en medio... en una hora... No ves que te tienen ganas? que llueve
sobre mojado?... Hace dos das? Pues ellos dirn que hace dos meses, dos aos, lo que

223

quieran. Empieza ahora? Pues dirn que ahora se ha descubierto. Conocen al Obispo, saben
que slo por ah pueden atacarte... Que le digan a Camoirn que has robado el copn... no
lo cree... pero eso s; acurdate de la Brigadiera!...
Qu Brigadiera... madre... qu Brigadiera!... Es que no podemos hablar de estas
cosas... pero... si yo le explicara a usted...
No necesito saber nada... todo lo comprendo... todo lo s... a mi modo. Fermo, te
fue bien toda la vida dejndote guiar por tu madre, en estas cosas miserables de tejas
abajo? Te fue bien?
S, madre ma, s!
Te saqu yo o no de la pobreza?
S, madre del alma!
No nos dej tu pobre padre muertos de hambre y con el agua al cuello, todo
embargado, todo perdido?
S, seora, s... y eternamente yo...
Djate de eternidades... Yo no quiero palabras, quiero que sigas creyndome a m;
yo s lo que hago. T predicas, t alucinas al mundo con tus buenas palabras y buenas
formas... yo sigo mi juego. Fermo, si siempre ha sido as, por qu te me tuerces? Por qu
te me escapas?
Si no hay tal, madre.
S hay tal, Fermo. No eres un nio, dices... es verdad... pero peor si eres un
tonto... S, un tonto con toda tu sabidura. Sabes t pegar pualadas por la espalda, en la
honra? Pues mira al Arcediano, torcido y todo, las da como un ma estro... ah tienes un
ignorante que sabe ms que t.
Doa Paula se haba arrancado los parches, las trenzas espesas de su pelo blanco
cayeron sobre los hombros y la espalda; los ojos apagados casi siempre, echaban fuego
ahora, y aquella mujer cortada a hachazos pareca una estatua rstica de la Elocuencia
prudente y cargada de experiencia.
La tempestad se haba deshecho en lluvia de palabras y consejos. Ya no se rea, se
discuta con calor, pero sin ira. Los recuerdos evocados sin intencin pattica, por doa
Paula, haban enternecido a Fermo. Ya haba all un hijo y una madre, y no haba miedo de
que las palabras fuesen rayos.
Doa Paula no se enterneca, tena esa ventaja. Llamaba mojigangas a las caricias, y
quera a su hijo mucho a su manera, desde lejos. Era el suyo un cario opresor, un tirano.
Fermo, adems de su hijo, era su capital, una fbrica de dinero. Ella le haba hecho hombre,
a costa de sacrificios, de vergenzas de que l no saba ni la mitad, de vigilias, de sudores,
de clculos, de paciencia, de astucia, de energa y de pecados srdidos; por consiguiente no
peda mucho si peda intereses al resultado de sus esfuerzos, al Provisor de Vetusta. El
mundo era de su hijo, porque l era el de ms talento, el ms elocuente, el ms sagaz, el
ms sabio, el ms hermoso; pero su hijo era de ella, deba cobrar los rditos de su capital, y
si la fbrica se paraba o se descompona, poda reclamar daos y perjuicios, tena derecho a
exigir que Fermo continuase produciendo.
En Matalerejo, en su tierra, Paula Races vivi muchos aos al lado de las minas de
carbn en que trabajaba su padre, un miserable labrador que ganaba la vida cultivando una
mala tierra de maz y patatas, y con la ayuda de un jornal. Aquellos hombres que salan de
las cuevas negros, sudando carbn y con los ojos hinchados, adustos, blasfemos como
demonios, manejaban ms plata entre los dedos sucios que los campesinos que removan la

224

tierra en la superficie de los campos y segaban y amontonaban la yerba de los prados


frescos y floridos. El dinero estaba en las entraas de la tierra; haba que cavar hondo para
sacar provecho. En Matalerejo, y en todo su valle, reina la codicia, y los nios rubios de tez
amarillenta que pululan a orillas del ro negro que serpea por las faldas de los altos montes
de castaos y helechos parecen hijos de sueos de avaricia. Paula era de nia rubia como
una mazorca; tena los ojos casi blancos de puro claros, y en el alma, desde que tuvo uso de
razn, toda la codicia del pueblo junta. En las minas, y en las fbricas que las rodean, hay
trabajo para los nios en cuanto pueden sostener en la cabeza un cesto con un poco de
tierra. Los ochavos que ganan as los hijos de los pobres son en Matalerejo la semilla de la
avaricia arrojada en aquellos corazones tiernos: semilla de metal que se incrusta en las
entraas y jams se arranca de all. Paula vea en su casa la miseria todos los das; o faltaba
pan para cenar o para comer; el padre gastaba en la taberna y en el juego lo que ganaba en
la mina.
La nia fue aprendiendo lo que vala el dinero, por la gran pena con que los suyos lo
lloraban ausente. A los nueve aos era Paula una espiga tostada por el sol, larga y seca: ya
no se rea: pellizcaba a las amigas con mucha fuerza, trabajaba mucho y esconda cuartos
en un agujero del corral. La codicia la hizo mujer antes de tiempo; tena una seriedad
prematura, un juicio firme y fro.
Hablaba poco y miraba mucho. Despreciaba la pobreza de su casa y viva con la idea
constante de volar... de volar sobre aquella miseria. Pero cmo? Las alas tenan que ser de
oro. Dnde estaba el oro? Ella no poda bajar a la mina.
Su espritu observador not en la iglesia un filn menos obscuro y triste que el de las
cuevas de all abajo. El cura no trabajaba y era ms rico que su padre y los dems
cavadores de las minas. Si ella fuera hombre no parara hasta hacerse cura. Pero poda ser
ama como la seora Rita. Comenz a frecuentar la iglesia; no perdi novena, ni rogativas,
ni misiones, ni rosario, y siempre sala la ltima del templo. Los vecinos de Matalerejo
haban enterrado la antigua piedad entre el carbn; eran indiferentes y tenan fama de
herejes en los pueblos comarcanos. Por esto pudo notar la seorita Rita la piedad de Paula
bien pronto. La hija de Antn Races, le dijo al seor cura, tira para santa, no sale de la
iglesia. El cura habl a la chicuela, y asegur a Rita que era una Teresa de Jess en
ciernes. En una enfermedad del ama, el prroco pidi a Races su hija para reemplazar a
Rita en su servicio. Rita san, pero Paula no sali de la Rectoral. Se acab el ir y venir con el
cesto de tierra. Se visti de negro y por amor de Dios se olvid de sus padres. A los dos
aos la seora Rita sala de la casa del cura enseando los puos a Paula y llevndose en un
cofre sus ahorros de veinte aos. El cura muri de viejo y el nuevo prroco, de treinta aos,
admiti a la hija de Races como parte integrante de la casa Rectoral. Paula era entonces
una joven alta, blanca, fresca, de carne dura y piel fina, pero mal hecha. Una noche, a las
doce, a la luz de la luna sali de la Rectoral, que estaba en lo alto de una loma rodeada de
castaos y acacias, cien pasos ms abajo de la iglesia. Llevaba en los brazos un pauelo
negro que envolva ropa blanca. Detrs de ella sali una sombra, con gorro de dormir, y en
mangas de camisa... Al ver que la seguan, Paula corri por la callejuela que bajaba al valle.
El del gorro la alcanz, la cogi por la saya de estamea y la oblig a detenerse; hablaron;
l abra los brazos, pona las manos sobre el corazn, besaba dos dedos en cruz; ella deca
no con la cabeza. Despus de media hora de lucha, los dos volvieron a la Rectoral; entr l,
ella detrs y cerr por dentro despus de decir a un perro que ladraba:
Chito, Nay, que es el amo!
Paula fue el tirano del cura desde aquella noche, sin mengua de su honor. Un
momento de flaqueza en la soledad le cost al prroco, sin saciar el apetito, muchos aos de
esclavitud. Tena fama de santo; era un joven que predicaba moralidad, castidad, sobre todo
a los curas de la comarca, y predicaba con el ejemplo. Y una noche, reparando al cenar que
Paula era mal formada, angulosa, sinti una lascivia de salvaje, irresistible, ciega, excitada

225

por aquellos ngulos de carne y hueso, por aquellas caderas desairadas, por aquellas
piernas largas, fuertes, que deban de ser como las de un hombre. A la primer insinuacin
amorosa, brusca, significada ms por gestos que por palabras, el ama contest con un
gruido, y fingiendo no comprender lo que le pedan; a la segunda intentona, que fue un
ataque brutal, sin arte, de hombre casto que se vuelve loco de lujuria en un momento, Paula
dio por respuesta un brinco, una patada; y sin decir palabra se fue a su cuarto, hizo un lo
de ropa, smbolo de despedida, porque tena all muchos bales cargados de trapos y otros
artculos, y sali diciendo desde la escalera:
Seor cura! yo me voy a dormir a casa de mi padre.
La transaccin le cost al clrigo humillarse hasta el polvo, una abdicacin absoluta.
Vivieron en paz en adelante, pero l vio siempre en ella a su seor de horca y cuchillo; tena
su honor en las manos; poda perderle. No le perdi. Pero una noche, cuando el cura
cenaba, tarde, despus de estudiar, Paula se acerc a l y le pidi que la oyese en
confesin.
Hija ma a estas horas?
S, seor, ahora me atrevo... y no respondo de volver a atreverme jams.
Le confes que estaba en cinta.
Francisco De Pas, un licenciado de artillera, que entraba mucho en casa del cura, de
quien era algo pariente, la haba requerido de amores y ella le haba contestado a bofetadas
el cura se puso colorado; se acord de la patada que haba recibido l pero el licenciado
haba sido terco, y haba vuelto a requebrarla, y a prometerla casarse en cuanto sacaran el
estanquillo que le tenan prometido los del Gobierno; ella se haba tranquilizado y desde
entonces admita al habla aquel buque sospechoso. Segn costumbre de la tierra, iba el de
artillera a hablar con Paula a media noche, no por la reja, que no las hay en Matalerejo,
sino en el corredor de la panera, una casa de tablas sostenida por anchos pilares a dos o
tres varas del suelo. All dorma ella en el verano. Francisco falt una noche a lo convenido,
fue audaz, pas del corredor al interior de la panera; luch Paula, luch hasta caer rendida
lo juraba ante un Cristo, rendida por la fuerza del artillero. Desde aquella noche le tom
ojeriza, pero quera casarse con l. De aquella traicin acaso naci Fermn a los dos meses
de haber unido el buen prroco a Paula y Francisco con lazo inquebrantable. Todos los
vecinos dijeron que Fermn era hijo del cura, quien dot al ama con buenas peluconas.
Francisco De Pas no era interesado; siempre haba tenido intencin de casarse con Paula,
pero los vecinos le haban llenado el alma de sospechas y espinas, y l, creyendo que poda
el cura estar rindose de un licenciado, hizo lo que hizo. Pero aquella noche, que fue como la
de una batalla a obscuras, terrible, le convenci de la inocencia del prroco y de la virtud de
Paula. Aquello no se finga; mucho saba el artillero de las trampas del mundo, de las
doncellas falsas, pero l se fue a su casa al alba persuadido de que haba vencido, bien o
mal, una honra verdadera. Y volvi a su proyecto de casarse con el ama del cura. As se lo
jur a ella, de rodillas, como l haba visto a los galanes en los teatros, all por el mundo
adelante. Yo te pedir a tus padres y al cura maana mismo. No, dijo ella, ahora no. Y
siguieron vindose. Cuando Paula estuvo segura de que haba fruto de aquella traicin, o de
las concesiones subsiguientes, dijo a su novio: Ahora se lo digo al amo y t, cuando l te
llame, te niegas a casarte, dices que dicen que no eres t solo... que en fin... S, s, ya
entiendo. Lo que sospechabas, animal! S, ya s. Pues eso. Y despus? Despus
deja que el cura te ofrezca... y no digas que bueno a la primer promesa; deja que suba el
precio... ni a la segunda. A la tercera date por vencido...
Y as fue. Paula arranc de una vez al pobre prroco de Matalerejo, el ms casto del
Arc iprestazgo, el resto del precio que ella haba puesto al silencio. Con qu fervor predicaba
el buen hombre despus la castidad firme! Un momento de debilidad te pierde, pecador;
basta un momento! Un deseo, un deseo que no sacias siquiera, te cuesta la salvacin (y

226

todos tus ahorros, y la paz del hogar, y la tranquilidad de toda la vida, aada para sus
adentros).
Paula compr grandes partidas de vino y lo venda al por mayor a los taberneros de
Matalerejo; empez bien el comercio gracias a su inteligencia, a su actividad. Ella trabajaba
por los dos. Francisco era muy fantstico, segn su mujer. Le gustaba contar sus hazaas, y
hasta sus aventuras, esto en secreto, despus de colocar unos cuantos pellejos de Toro, al
beber en compaa del parroquiano. Era rumboso y en el calor de la amistad improvisada en
la taberna abra crditos exorbitantes a los taberneros, sus consumidores. Esto origin
reyertas trgicas; hubo sillas por el aire, cuchillos que acababan por clavarse en una mesa
de pino, amenazas sordas y reconciliaciones expresivas por parte del artillero; secas, fras,
nada sinceras por parte de su mujer. La mana de dar al fiado lleg a ser un vicio, una
pasin del manirroto licenciado. Le gustaba darse tono de rico y despreciaba el dinero con
gran prosopopeya. Los pases que l haba visto! las mujeres que l haba seducido, all
muy lejos! Sus amigos los taberneros que no haban visto ms ro que el de su patria, le
engaaban al segundo vaso. Mientras l se perda en sus recuerdos y en sus sueos
pretritos, que daba por realizados, sus compadres, interrumpindole entre alabanzas y
admiraciones, le sacaban pellejos y ms pellejos de vino pagaderos... De eso no haba que
hablar. El hombre es honrado deca el artillero y aada: Si yo tengo un duro pongo por
ejemplo, y un amigo, por una comparacin, necesita ese duro... y quien dice un duro dice
veinte arrobas de vino, pongo por caso... Pocos aos necesit, a pesar de la prosperidad
con que el comercio haba empezado, para tocar en la bancarrota. Se atrevi un parroquiano
a no pagar y tras l fueron otros, y al fin no le pagaba casi nadie. Paula que haba dominado
a dos curas, y estaba dispuesta a dominar el mundo, no poda con su marido. Lo que t
quieras, tienes razn, deca l, y a la media hora volva a las andadas. Si ella se irritaba, se
le acababa a l lo que llamaba la paciencia, y una vez en el terreno de la fuerza el artillero
venca siempre; fuerte era como un roble Paula, pero Francisco haba sido el ms arrogante
mozo de nuestro ejrcito, y tena msculos de oso. Haba nacido en lo ms alto de la
montaa y hasta los veinte aos haba servido en los Puertos, cuidando ganado. Cuando la
pobreza llam a las puertas, y Paula se decidi a dejar su comercio, De Pas decret dedicar
los pocos cuartos que sacaron libres a la industria ganadera. Tom vacas en parcera y se
fue con su mujer y su hijo a su pueblo, a vivir del pastoreo, en los ms empinados
vericuetos. All pas la niez y lleg a la adolescencia Fermn, a quien su madre haba
deseado hacer clrigo. Pastor y vaquero ha de ser, como su abuelo y como su padre,
gritaba el licenciado cada vez que la madre hablaba de mandar al nio a aprender latn con
el cura de Matalerejo. El comercio de ganado no fue mejor que el de vino. A Francisco se le
ocurri que l haba sido siempre un gran tirador; se consagr a la caza y persegua corzos,
jabales, y hasta con el oso, las pocas veces que se le presentaba, se atreva. Una tarde de
invierno vio Paula llegar a la aldea cuatro hombres que conducan a hombros el cuerpo
destrozado de su marido en unas angarillas improvisadas con ramas de roble. Haba cado
de lo alto de una pea abrazado a la osa mal herida que perseguan los vaqueros haca una
semana. Muri con gloria el artillero, pero su viuda se encontr abrumada de trampas, de
deudas y, para sarcasmo de la suerte, duea de crditos sin fin que no se cobraran jams.
Volvi a Matalerejo, despus de perder por embargo cuanto tena. Llevaba aquellos papeles
intiles y el hijo que haba de ser clrigo. Era Fermn ya un mozalbete como un castillo; sus
15 aos parecan veinte; pero Paula haca de l cuanto quera, le manejaba mejor que a su
padre. Le hizo estudiar latn con el cura, el mismo que haba dado la dote perdida por el
difunto. Haba que adelantar tiempo y Fermn lo adelant; estudiaba por cuatro y trabajaba
en los quehaceres domsticos de la Rectoral; cuidaba la huerta adems y as ganaba comida
y enseanza. Iba a dormir a la cabaa de su madre, que a la boca de una mina haba
levantado cuatro tablas para instalar una taberna. Los gastos del nuevo comercio, que no
subieron a mucho, corrieron an por cuenta del prroco, quien hizo el desinteresado ms
por caridad que por miedo. Ya no tema lo que pudiera decir Paula ni ella crea tampoco en
la fuerza del arma con que en un tiempo haba amenazado terrible, cruel y fra.

227

La taberna prosperaba. Los mineros la encontraban al salir a la claridad y all, sin dar
otro paso, apagaban la sed y el hambre, y la pasin del juego que dominaba a casi todos.
Detrs de unas tablas, que dejaban pasar las blasfemias y el ruido del dinero, estudiaba en
las noches de invierno interminables el hijo del cura, como le llamaban cnicamente los
obreros delante de su madre, no en presencia de Fermn, que haba probado a muchos que
el estudio no le haba debilitado los brazos. El espectculo de la ignorancia, del vicio y del
embrutecimiento le repugnaban hasta darle nuseas y se arrojaba con fervor en la sincera
piedad, y devoraba los libros y ansiaba lo mismo que para l quera su madre: el seminario,
la sotana, que era la toga del hombre libre, la que le podra arrancar de la esclavitud a que
se vera condenado con todos aquellos miserables si no le llevaban sus esfuerzos a otra vida
mejor, una digna del vuelo de su ambicin y de los instintos que despertaban en su espritu.
Paula padeci mucho en esta poca; la ganancia era segura y muy superior a lo que
pudieran pensar los que no la vean a ella explotar los brutales apetitos, ciegos, y nada
escogidos de aquella turba de las minas; pero su oficio tena los peligros del domador de
fieras; todos los das, todas las noches haba en la taberna pendencias, brillaban las navajas,
volaban por el aire los bancos. La energa de Paula se ejercitaba en calmar aquel oleaje de
pasiones brutales, y con ms ahnco en obligar al que rompa algo a pagarlo y a buen precio.
Tambin pona en la cuenta, a su modo, el perjuicio del escndalo. A veces quera Fermn
ayudarla, intervenir con sus puos en las escenas trgicas de la taberna, pero su madre se
lo prohiba:
T a estudiar, t vas a ser cura y no debes ver sangre. Si te ven entre estos
ladrones, creern que eres uno de ellos.
Fermn, por respeto y por asco obedeca, y cuando el estrpito era horrsono, tapaba
los odos y procuraba enfrascarse en el trabajo hasta olvidar lo que pasaba detrs de
aquellas tablas, en la taberna. Algo ms que las reyertas entre los parroquianos ocultaba
Paula a su hijo. Aunque ya no era joven, su cuerpo fuerte, su piel tersa y blanca, sus brazos
fornidos, sus caderas exuberantes excitaban la lujuria de aquellos miserables que vivan en
tinieblas. La Muerta es un buen bocado, se deca en las minas. La llamaban la Muerta por
su blancura plida; y creyendo fcil aquella conquista, muchos borrachos se arrojaban sobre
ella como sobre una presa; pero Paula los reciba a puadas, a patadas, a palos; ms de un
vaso rompi en la cabeza de una fiera de las cuevas y tuvo el valor de cobrrselo. Estos
ataques de la lujuria animal solan ser a las altas horas de la noche, cuando el enamorado
salvaje se eternizaba sobre su banco para esperar la soledad. Fermn estudiaba o dorma.
Paula cerraba la puerta de la calle, porque la autoridad le obligaba a ello. No despeda al
borracho, aunque conoca su propsito, porque mientras estaba all haca consumo, suprema
aspiracin de Paula. Y entonces empezaba la lucha. Ella se defenda en silencio. Aunque l
gritase, Fermn no acuda; pensaba que era una ria entre mineros. Adems, le teman unos
por fuerte, otros por hijo, y procuraban vencer sin que l se enterase. Pero nunca vencan. A
lo sumo un abrazo furtivo, un beso como un rasguo. Nada. Paula despreciaba aquella baba.
Ms asco le daba barrer las inmundicias que dejaban all aquellos osos de la cueva.
Todo por su hijo; por ganar para pagarle la carrera; lo quera telogo, nada de misa y
olla. All estaba ella para barrer hacia la calle aquel lodo que entraba todos los das por la
puerta de la taberna; a ella la manchaba, pero a l no; l all dentro con Dios y los santos,
bebiendo en los libros de la ciencia que le haba de hacer seor; y su madre all fuera,
manejando inmundicia entre la que iba recogiendo ochavo a ochavo el porvenir de su hijo; el
de ella tambin, pues estaba segura de que llegara a ser una seora. All en la Montaa, en
cuanto Fermn haba aprendido a leer y escribir, le haba obligado a ensearle a ella su
ciencia. Lea y escriba. En la taberna, entre tantas blasfemias, entre los aullidos de
borrachos y jugadores, ella devoraba libros, que peda al cura .
Ms de una vez la guardia civil tuvo que visitarla y cada poco tiempo iba a la cabeza
del partido a declarar en causa por lesiones o hurto.

228

El cura, Fermn, y hasta los guardias, que estimaban su honradez, la haban


aconsejado en muchas ocasiones que dejase aquel trfico repugnante; no la aburra pasar
la vida entre borrachos y jugadores que se convertan tan a menudo en asesinos?
No, no y no! Que la dejasen a ella. Estaba haciendo bolsn sin que nadie lo
sospechase... En cualquier otra industria que emprendiese, con sus pocos recursos, no
podra ganar la dcima parte de lo que iba ganando all. Los mineros salan de la obscuridad
con el bolsillo repleto, la sed y el hambre excitadas; pagaban bien, derrochaban y coman y
beban veneno barato en calidad de vino y manjares buenos y caros. En la taberna de Paula
todo era falsificado; ella compraba lo peor de lo peor y los borrachos lo coman y beban sin
saber lo que tragaban, y los jugadores sin mirarlo siquiera, fija el alma en los naipes.
El consumo era mucho, la ganancia en cada artculo considerable. Por eso no haba
prendido ya fuego a la taberna con todos los ladrones dentro.
No dej el trfico hasta que los estudios y la edad de Fermn lo exigieron. Hubo que
dejar el pas y por recomendaciones del prroco de Matalerejo, Paula fue a servir de ama de
llaves al cura de la Virgen del Camino, a una legua de Len, en un pramo. Fermn, tambin
por influencia de Matalerejo (el cura) y del prroco de la Virgen del Camino, entr en San
Marcos de Len en el colegio de los Jesuitas, que pocos aos antes se haban instalado en
las orillas del Bernesga. El muchacho resisti todas las pruebas a que los PP. le sometieron;
demostr bien pronto gran talento, sagacidad, vocacin, y el P. Rector lleg a decir que
aquel chico haba nacido jesuita. Paula callaba, pero estaba resuelta a sacar de all a su hijo
en tiempo oportuno, cuando ella pudiera asegurarle un porvenir fuera de aquella santa casa.
No le quera jesuita. Le quera cannigo, obispo, quin sabe cuntas cosas ms. l hablaba
de misiones en el Oriente, de tribus, de los mrtires del Japn, de imitar su ejemplo; lea a
su madre, con los ojos brillantes de entusiasmo, los peridicos que hablaban de los peligros
del P. Sevillano, de la Compaa, all en tierra de salvajes. Paula sonrea y callaba. Bueno
estara que despus de tantos sacrificios el hijo se le convirtiera en mrtir! Nada, nada de
locuras; ni siquiera la locura de la cruz. En el Santuario de la Virgen del Camino se maneja
mucha plata el da que se abre el tesoro de la Virgen, en presencia de la Autoridad civil;
pero el cura es pobre. Paula vea pasar por sus manos los duros y las pesetas, pero aquello
era como agua del mar para el sediento; no sacaba nada en limpio de revolver trigo y plata
de la milagrosa Imagen. Su fama de perfecta ama de cura corri por toda la provincia; el
prroco de la Virgen tena la imprudencia de alabar su talento culinario, su despacho, su
integridad, su pulcritud, su piedad y dems cualidades delante de otros clrigos, a la mesa,
despus de comer bien y beber mejor. Cundi la fama de Paula, y un cannigo de Astorga
se la arrebat al cura de la Virgen. Fue una traicin y Paula una ingrata. Sin embargo, el
cannigo era un santo, la traicin no haba sido suya. Don Fortunato Camoirn no era capaz
de traiciones. Le propusieron un ama de llaves y la acept, sin sospechar que a los pocos
meses sera l su esclavo.
Nada convena a Paula como un amo santo. Al ao de servir al cannigo Camoirn se
vanagloriaba de haberle salvado varias veces de la bancarrota: sin ella hubiera tirado la casa
por la ventana: todo hubiera sido de los pobres y de los tunantes y holgazanes que le
saqueaban con la ganza de la caridad. Paula puso en orden todo aquello. Camoirn se lo
agradeci y sigui dando limosna a hurtadillas, pero poca; lo que poda sisar al ama. Era el
cannigo incapaz de gobernarse en las necesidades premiosas de la vida, no entenda
palabra de los intereses del mundo, y al poco tiempo lleg a comprender que Paula era sus
ojos, sus manos, sus odos, hasta su sentido comn. Sin Paula acaso, acaso le hubieran
llevado a un hospital por loco y pobre.
Aquel imperio fue el ms tirnico que ejerci en su vida el ama de llaves. Lo
aprovech para la carrera de Fermn: el cannigo comprendi que deba mirar al estudiante
como a cosa suya; si Paula le consagraba la vida a l, l deba consagrar sus cuidados y su
dinero y su influencia al hijo de Paula. Adems, el mozo le enamoraba tambin; era tan

229

discreto, tan sagaz como su madre y ms amable, ms suave en el trato. Pero haba que
sacarle de San Marcos; lo aseguraba Paula, el mozo lo deseaba, y sobre todo la salud
quebrantada del aprendiz de jesuita lo exiga. Se le sac y entr en el Seminario a terminar
la teologa. Fue presbtero, y obtuvo un economato de los buenos, y fue llamado a predicar
en San Isidro de Len, y en Astorga, y en Villafranca y donde quiera que el cannigo
Camoirn, famoso ya por su piedad, tena influencia. Cuando a Fortunato le ofrecieron el
obispado de Vetusta, l vacil; mejor dicho, se propuso pedir de rodillas que le dejaran en
paz: pero Paula le amenaz con abandonarle. Eso era absurdo! Solo ya no podra vivir.
No por usted seor, por el chico es necesario aceptar. Acaso tena razn. Camoirn
acept por el chico... y fueron todos a Vetusta. Pero all se le busc al Obispo una ama de
llaves y Paula sigui ejerciendo desde su casa sus funciones de suprema inspeccin. Fermn
fue medrando, medrando; el muchacho vala, pero ms vala su madre. Ella le haba hecho
hombre, es decir, cura; ella le haba hecho nio mimado de un Obispo, ella le haba
empujado para llegar adonde haba subido, y ella ganaba lo que ganaba, poda lo que
poda... y l era un ingrato!
A esta conclusin llegaba el Magistral aquella noche, en que, despus de larga
conversacin con su madre, se encerr en su despacho a repasar en la memoria todo lo que
l saba de los sacrificios que aquella mujer fuerte haba emprendido y realizado por l,
porque l subiera, porque dominase y ganara riquezas y honores.
S, era un ingrato! un ingrato! y el amor filial le arrancaba dos lgrimas de
fuego que enjugaba, sorprendido de sentir humedad en aquellas fuentes secas por tantos
aos.
Cmo lloraba l? Cosa ms rara! Sera el alcohol la causa de aquel llanto? Acaso.
Sera... lo que haba sucedido aquel da? Tal vez todo mezclado. Oh, pero tambin, tambin
el amor que l tena a su madre era cosa tierna, grande, digna, que le elevaba a sus propios
ojos.
Abri el balcn del despacho de par en par. Ya haba salido la luna, que pareca ir
rodando sobre el tejado de enfrente. La calle estaba desierta, la noche fresca; se respiraba
bien; los rayos plidos de la luna y los soplos suaves del aire le parecieron caricias. Qu
cosas tan nuevas, o mejor tan antiguas, tan antiguas y tan olvidadas estaba sintiendo! Oh,
para l no era nuevo, no, sentir oprimido el pecho al mirar la luna, al escuchar los silencios
de la noche; as haba l empezado a ponerse enfermucho, all en los Jesuitas: pero
entonces sus anhelos eran vagos y ahora no; ahora anhelaba... tampoco se atreva a pedir
claridad y precisin a sus deseos... Pero ya no eran tristezas msticas, ansiedades de filsofo
atado a un telogo lo que le angustiaba y produca aquel dulce dolor que pareca una
perezosa dilatacin de las fibras ms hondas... La sonrisa de la Regenta se le present
unida a la boca, a las mejillas, a los ojos que la dieran vida... y record una a una todas las
veces que le haba sonredo. En los libros aquello se llamaba estar enamo rado
platnicamente; pero l no crea en palabras. No; estaba seguro que aquello no era amor. El
mundo entero, y su madre con todo el mundo, pensaban groseramente al calificar de
pecaminosa aquella amistad inocente. Si sabra l lo que era bueno y lo que era malo! Su
madre le quera mucho, a ella se lo deba todo, ya se sabe, pero... no saba ella sentir con
suavidad, no entenda de afectos finos, sublimes... haba que perdonarla. S, pero l
necesitaba amor ms blando que el de doa Paula... ms ntimo, de ms fcil comunin por
razn de la edad, de la educacin, de los gustos... l, aunque viviera con su madre querida,
no tena hogar, hogar suyo, y eso deba ser la dicha suprema de las almas serias, de las
almas que pretendan merecer el nombre de grandes. Le faltaba compaa en el mundo; era
indudable.
De una casa de la misma calle, por un balcn abierto, salan las notas dulces,
lnguidas, perezosas de un violn que tocaban manos expertas. Se trataba de motivos del
tercer acto del Fausto. El Magistral no conoca la msica, no poda asociarla a las escenas a

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que corresponda, pero comprenda que se hablaba de amor. El or con deleite, como oa,
aquella msica insinuante, ya era molicie, ya era placer sensual, peligroso: pero... deca tan
bien aquel violn las cosas raras que estaba sintiendo l!
De repente se acord de sus treinta y cinco aos, de la vida estril que haba tenido,
fecunda slo en sobresaltos y remordimientos, cada vez menos punzantes, pero ms
soporferos para el espritu. Se tuvo una lstima tiernsima; y mientras el violn gema
diciendo a su modo:
Al palido chiaror
che vien degli astri d'or
dami ancor contemplar il tuo viso...
el Magistral lloraba para dentro, mirando a la luna a travs de unas telaraas de hilos de
lgrimas que le inundaban los ojos... Mirbala ni ms ni menos como deca Trifn Crmenes
en El Lbaro que la contemplaba l, todos los jueves y domingos, los das de folletn
literario.
Medrados estamos! pens don Fermn al dar en idea tan extravagante. Y entonces
volvi a ocurrrsele que en aquel sentimentalismo de ltima hora deba de tener gran parte
la copa de cognac, o lo que fuese.
Abajo era da de cuentas. Muy a menudo se las tomaba doa Paula al buen Froiln
Zapico, el propietario de La Cruz Roja ante el pblico y el derecho mercantil. Froiln era un
esclavo blanco de doa Paula; a ella se lo deba todo, hasta el no haber ido a presidio; le
tena agarrado, como ella deca, por todas partes y por eso le dejaba figurar como dueo del
comercio, sin miedo de una traicin. Le llamaba de t y muchas veces animal y pillastre. l
sonrea, fumaba su pipa, siempre pegada a la boca, y deca con una calma de filsofo cnico:
Cosas del ama. Vesta de levita, y hasta usaba guantes negros en las procesiones. Tena
que parecer un seor para dar aire de verosimilitud a su propiedad de La Cruz Roja, el
comercio ms prspero de Vetusta, el nico en su gnero, desde que el msero de don
Santos Barinaga se haba ido arruinando.
Doa Paula haba casado a Froiln con una criada de las que ella tomaba en la aldea,
una de las que haban precedido a Teresa en sus funciones de doncella cerca del seorito.
Haba dormido como Teresa ahora, a cuatro pasos del Magistral.
Este matrimonio era una recompensa para Juana, la mujer de Froiln. Zapico oy la
proposicin de su ama con aire socarrn. Crea comprender. Pero l era muy filsofo: no se
paraba en ciertos requisitos que otros miran mucho. El ama, al proponerle el matrimonio,
haba pensado: Esto es algo fuerte; pero ay de l si se subleva! Froiln no se sublev.
Juana era muy buena moza y saba cuidar a un hombre. Se cas Zapico, y al da siguiente
de la boda, doa Paula, que le miraba de soslayo, con un gesto de desconfianza, tal vez algo
arrepentida de haber estirado mucho la cuerda, observ que el novio estaba muy
contento, muy amable con ella, y hecho un almbar con su mujer.
Gordas las tragas, Froiln,
desprecindole al mismo tiempo.

eres

un

valiente,

pensaba

ella

admirndole

Y l sonrea con ms socarronera que nunca.


Buen chasco se haba llevado la seora; si ella supiera... pensaba l fumando su
pipa. Pero es claro que jams dijo a doa Paula el secreto de aquella noche en que hubo
sorpresas muy diferentes de las que supona la seora.
Era el nico secreto que haba entre ama y esclavo: la nica mala pasada que ella le
haba querido jugar... Y como tampoco haba tenido mal resultado, sino muy beneficioso
para Zapico, ste segua estimando a doa Paula. Ella, al verle tan contento, nada resentido,
rabiaba por atreverse a preguntar; y l, muy satisfecho con el engao del ama que haba

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sido en su provecho, rabiaba por decir algo; pero los dos callaban. No haba ms que ciertas
miradas mutuas que ambos sorprendan a veces. Se encontraban a menudo cavando cada
cual con los ojos en el rostro del otro para encontrar el secreto... Pero nada de palabras.
Doa Paula encoga los hombros y Froiln rea pasando la mano por las barbas de puerco
espn que tena debajo del mentn afeitado.
All lo serio era el dinero. Las cuentas siempre ajustadas, limpias. Froiln era fiel por
conveniencia y por miedo. En aquella casa el recuento de la moneda era un culto. Desde
nio se haba acostumbrado don Fermn a la seriedad religiosa con que se trataban los
asuntos de dinero, y al respeto supersticioso con que se manejaba el oro y la plata. All
abajo, en la trastienda de La Cruz Roja, a la que no se pasaba desde la casa del Magistral
por stanos, como supona la maledicencia, sino por ancha puerta abierta en la medianera
en el piso terreno, doa Paula, subida a una plataforma, ante un pupitre verde, repasaba los
libros del comercio y en serones de esparto y bolsas grasientas contaba y recontaba el oro,
la plata y el cobre o el bronce que Froiln iba entregndole, en pie, en una grada de la
plataforma, ms baja que la mesa en que el ama repasaba los libros. Pareca ella una
sacerdotisa y l un aclito de aquel culto platnico. El mismo don Fermn, las veces que
presenciaba aquellas ceremonias, senta un vago respeto supersticioso, sobre todo si
c ontemplaba el rostro de su madre, ms plido entonces, algo parecido a una estatua de
marfil, la de una Minerva amarilla, la Palas Atenea de la Crusologa.
Aquella noche el Magistral no quiso complacer a su madre bajando a la trastienda, le
daba asco; imaginaba que abajo haba un gran foco de podredumbre, aguas sucias
estancadas. Oa vagos rumores lejanos del chocar de los cuartos viejos, de la plata y del
oro, de cristalino timbre. Aquellos ruidos apagados por la distancia suban por el hueco de la
escalera, en el silencio profundo de toda la casa. El violn volvi a rasgar el silencio de fuera
con notas temblorosas, que parecan titilar como las estrellas. Ya no se trataba de las ansias
amorosas de Fausto en la mirada casta y pura de Margarita; ahora el instrumentista
arrastraba perezosamente por las cuerdas del violn los quejidos de la Traviata momentos
antes de morir.
El Magistral vio aparecer por una esquina de la calle un bulto que se acercaba con
paso vacilante, y que caminaba ya por la acera, ya por el arroyo. Era don Santos Barinaga,
que volva a su casa, tres puertas ms arriba de la del Magistral, en la acera de
enfrente. De Pas no le conoci hasta que le vio debajo de su balcn. Pero antes, al pasar
junto a la casa donde sonaba el violn, Barinaga, que vena hablando solo, se detuvo y call.
Se quit el sombrero, que era verde, de figura de cono truncado, y alzando la cabeza
escuch con aire de inteligente. De vez en cuando haca signos de aprobacin... Conoca
aquello; era la Traviata o el Miserere del Trovador, pero en fin cosa buena.
Perfecta... mente dijo en voz alta; que sea muy enhorabuena, Agustinito... eso...
eso... el cultivo de las artes... nada de comercio... en esta tierra de ladrones. Eh?...
Es el hijo del cerero, aadi mi rando a un lado, hacia el suelo; como contndoselo
a otro que estuviese junto a l y ms bajo. El violn call y don Santos dio media vuelta,
como buscando las notas que se haban extinguido. Entonces vio frente por frente,
iluminado por un farol, un rtulo de letras doradas que deca: La Cruz Roja.
Barinaga se cubri, dio una palmada en la copa del sombrero verde y extendiendo un
brazo, mientras se tambaleaba en mitad del arroyo, grit: Ladrones! S, seor, dijo en
voz ms baja, no retiro una sola palabra... ladrones; usted y su madre seor Provisor...
ladrones!
Barinaga hablaba con el letrero de la tienda, pero el Magistral sinti brasas en las
mejillas, y antes que pudiera notar su presencia el vecino, se retir del balcn y sin el menor
ruido, poco a poco, entorn las vidrieras hasta no dejar ms que un intersticio por donde ver
y or sin ser visto. Para mayor seguridad baj la luz del quinqu y lo meti en la alcoba.

232

Volvi al balcn, a espiar las palabras y los movimientos de aquel borracho, a quien
despreciaba todo el ao y que aquella noche, sin que l supiera por qu, le asustaba y le
irritaba. Otras veces, a la misma hora, le haba sentido en la calle murmurar imprecaciones,
mientras l velaba trabajando; pero nunca haba querido levantarse para or las necedades
de aquel perdido. Bien saba que les atribua a l y a su madre la ruina del comercio de
quincalla de que viva; pero quin haca caso de un miserable, vctima del aguardiente?
Barinaga segua diciendo:
S, seor Provisor, es usted un ladrn, y un simonaco, como le llama a usted el
seor Foja..., que es un liberal... eso es, un liberal probado...
Y como La Cruz Roja no responda, don Santos, dirigindose a su propia sombra,
que se le iba subiendo a las barbas, segn se acercaba a la puerta cerrada del comercio,
tomndola por el mismsimo seor De Pas, le dijo:
Seor obscurantista! apagaluces!... usted ha arruinado a mi familia... usted me
ha hecho a m hereje... masn, s, seor, ahora soy masn... por vengarme... por... abajo
la clerigalla!
Esto lo dijo bastante alto para que lo oyese el sereno, que daba vuelta a la esquina.
El borracho sinti en los ojos la claridad viva y desvergonzada de un ngulo de luz que
brotaba de la linterna de Pepe, su buen amigo.
El sereno, aquel Pepe, conoci a don Santos y se acerc sin acelerar el paso.
Buenas noches, amigo; t eres un hombre honrado... y te aprecio... pero este
carcunda, este come hostias, este rapavelas, este maldito tirano de la Iglesia, este
Provisor... es un ladrn, y lo sostengo... Toma un pitillo.
grave:

Tom el pitillo Pepe, escondi la linterna, arrim a la pared el chuzo y dijo con voz
Don Santos, ya es hora de acostarse; quiere que abra la puerta?
Qu puerta?
La de su casa...

Yo no tengo ya casa... yo soy un pordiosero... no lo ves? no ves qu pantalones,


qu levita?... Y mi hija... es una mala pcora... tambin me la han robado los curas, pero no
ha sido ste... ste me ha robado la parroquia... me ha arruinado... y don Custodio me roba
el amor de mi hija... Yo no tengo familia... Yo no tengo hogar... ni tengo puchero a la
lumbre... Y dicen que bebo!... qu he de hacer, Pepe?... Si no fuera por ti... por ti y por el
aguardiente... qu sera de este anciano?...
Vamos, don Santos, vamos a casa...
Te digo que no tengo casa... djame... hoy tengo que hacer aqu... Vete, vete t...
Es un secreto... ellos creen... que no se sabe... pero yo lo s... yo les espo... yo les oigo...
Vete... no me preguntes... vete...
Pero no hay que alborotar, don Santos; porque ya se han quejado de usted los
vecinos... y yo... qu quiere usted...
S, t... es claro, como soy un pobre... Vete, djame con esta ralea de bandidos...,
o te rompo el chuzo en la cabeza.
El sereno cant la hora y sigui adelante.
Don Santos le convidaba a veces a echar una copa... qu haba de hacer? Adems,
no sola alborotar demasiado.

233

Qued solo Barinaga en la calle, y el Magistral arriba, detrs de las vidrieras


entreabiertas, sin perder de vista al que ya llamaba para sus adentros su vctima...
Don Santos volvi a su monlogo, interrumpido por entorpecimientos del estmago y
por las dificultades de la lengua.
Miserables! deca con voz pattica, de bajo profundo miserables!... Ministro
de Dios!... ministro de un cuerno!... El ministro soy yo, yo, Santos Barinaga, honrado
comerciante... que no hago la forzosa a nadie... que no robo el pan a nadie... que no obligo
a los curas de toda la dicesis... eso, eso, a comprar en mi tienda clices, patenas,
vinajeras, casullas, lmparas (iba contando por los dedos, que encontraba con dificultad), y
dems, con otros artculos... como aras; s seor que nos oigan los sordos, seor Magistral!
usted ha hecho renovar las aras de todas las iglesias del obispado... y yo que lo supe...
adquir una gran partida de ellas... porque cre que era usted... una persona decente... un
cristiano... Buen cristiano te d Dios! Jess... que era un gran liberal, como el seor Foja...
eso es... un republicano... no venda aras... y arrojaba a los mercaderes del templo... Total,
que estoy empeado, embargado, desbalijado... y usted ha vendido cientos de aras al precio
que ha querido... se sabe todo, todo, seor apagaluces... don Simn el Mago...
Torquemada... Calomarde! Ven ustedes este santurrn? pues hasta vende hostias... y
cera... ha arruinado tambin al cerero... Y papel pintado... l mismo ha hecho empapelar el
Santuario de Palomares... que lo diga la sociedad de Mareantes de aquel puerto... si es un
ladrn... si lo tengo dicho... un ladrn, un Felipe segundo... igalo usted, so pillo! yo no
tengo esta noche qu cenar... no habr lumbre en mi cocina... pedir una taza de t... y mi
hija me dar un rosario... Sois unos miserables!... (Pausa) Vaya un siglo de las luces!
(sealando al farol) me ro yo... de las luces... para qu quiero yo faroles si no cuelgan de
ellos a los ladrones?... Rayos y truenos! y esa revolucin?... el petrleo!... venga
petrleo!...
Call un momento el borracho, y a tropezones lleg a la puerta de La Cruz Roja.
Aplic el odo al agujero de una cerradura, y despus de escuchar con atencin, ri con lo
que llaman en las comedias risa sardnica.
Ja, ja, ja! vena a decir, con la garganta y las narices... Ya estn dndole
vueltas!... All dentro, bien os oigo, miserables, no os ocultis... bien os oigo repartiros mi
dinero, ladrones; ese oro es mo; esa plata es del cerero... Venga mi dinero, seora doa
Paula... venga mi dinero, caballero De Pas, o somos caballeros o no... mi dinero es mo!
Digo, me parece? Pues venga!
Volvi a callar y a aplicar el odo a la cerradura.
El Magistral abri el balcn sin ruido y se inclin sobre la barandilla para ver a don
Santos.
Oir algo? Parece imposible...
Y volviendo la cabeza hacia el interior obscuro y silencioso de la casa esc uch
tambin con atencin profunda... S, l oa algo... era el choque de las monedas, pero el
ruido era confuso, poda conocerse sabiendo antes que estaban contando dinero... pero
desde la calle no deba de orse nada... era imposible... Mas la idea de que la alucinacin del
borracho coincidiese con la realidad le disgustaba ms todava, le asustaba, con un miedo
supersticioso...
Esos miserables tienen ah toda la moneda de la dicesis!... Y todo eso es mo y
del cerero... Ladrones!... Caballero Magistral, entendmonos; usted predica una religin de
paz... pues bien, ese dinero es mo...
Se irgui don Santos; volvi a descargar una palmada sobre el sombrero verde, y
extendiendo una mano y dando un paso atrs, exclam:

234

Nada de violencias... brase a la justicia! En nombre de la ley, abajo esa puerta!


Seor don Santos, a la cama! dijo el sereno, ya de vuelta. No puedo consentir
que usted siga escandalizando...
Abra usted esa puerta, derrbela usted, seor Pepe. Usted representa la ley...
pues... bien... ah estn contando mi dinero.
Ea, ea, don Santos, basta de desatinos.
Y le cogi por un brazo, para llevrselo por fuerza.
Porque soy pobre... ingrato! dijo Barinaga, cayendo en profundo desaliento.
Se dej arrastrar.
El Magistral, desde su balcn, escondido en la obscuridad, los sigui con la mirada,
sin alentar, olvidado del mundo entero menos de aquel don Santos Barinaga que le haba
estado arrojando lodo al rostro, desde el charco de su embriaguez lastimosa.
Don Fermn estaba como aterrado, pendiente el alma de los vaivenes de aquel
borracho, de las palabras que ms eruptaba que deca: Poda una copa de cognac, una
comida algo fuerte, un poco de Burdeos, producir aquella irritacin en la conciencia, en el
cerebro o donde fuera? No lo saba, pero jams la presencia de una de sus vctimas le
haba causado aquellos escalofros trgicos que se le paseaban ahora por el cuerpo. Se
figuraba la tienda vaca, los anaqueles desiertos, mostrando su fondo de color de chocolate,
como nichos preparados para sus muertos... Y vea el hogar fro, sin una chispa entre la
ceniza... Quin pudiera enviarle a aquel pobre viejo la taza de t por que suspiraba en su
extravo; o caldo caliente... algo de lo que sirve a los enfermos y a los ancianos en sus
desfallecimientos!
Don Santos y el sereno llegaron, despus de buen rato, a la puerta de la tienda de
Barinaga, que era tambin entrada de la casa. El Magistral oy retumbar los golpes del
chuzo contra la madera. No abran. Al Provisor le consuma la impaciencia. Se habr
dormido esta beatuela?, pens.
A sus odos llegaban confusas y con resonancias metlicas las palabras del sereno y
de Barinaga; pareca que hablaban un idioma extrao.
Repiti Pepe los golpes, y al cabo de dos minutos se abri un balc n y una voz agria
dijo desde arriba.
Ah va la llave!
El balcn se cerr con estrpito. Entr don Santos en la tienda, que era como el
Magistral se la haba representado, y dejndose alumbrar por el sereno, atraves el triste
almacn donde retumbaban los pasos como bajo una bveda, y subi la escalera
lentamente, respirando con fatiga. El sereno sali, despus de entregar la llave al amo de la
casa. Cerr de un golpe y se fue calle arriba. Obscuridad y silencio. El Magistral abri
entonces su balcn de par en par y tendi el cuerpo sobre la barandilla, hacia la casa de
Barinaga, pretendiendo or algo.
Al principio pareca aprensin lo que oa, como si sonara dentro del cerebro... pero
despus, cuando se vio luz detrs de los cristales, el Magistral pudo asegurar que all dentro
rean, arrojaban algo sobre el piso de madera...
Celestina, la hija de Barinaga, era una beata ofidiana, confesaba con don Custodio y
trataba a su padre como a un leproso que causa horror. El bando del Arcediano y del
beneficiado haba querido sacar gran partido de la situacin del infeliz don Santos para
combatir al Magistral; para ello conquistaron a Celestina; pero Celestina no pudo conquistar
a su padre. Beba el seor Barinaga y en esto ya no se poda culpar de su miseria al

235

Provisor. Es claro, diran los partidarios de don Fermn, todo lo gasta en aguardiente, est
siempre borracho y espanta la parroquia cmo se quiere que el clero consuma los gneros
de un perdido... que adems es un hereje? Esta era otra triste gracia. A pesar de las
amonestaciones y malos tratos de su hija, Barinaga no haba querido pasarse al partido
contrario; se haba hecho librepensador y renegaba de todo el culto y de todo el clero.
Nada, nada; repeta, todos son iguales; lo que dice don Pompeyo Guimarn: el mal est en
la raz; fuego en la raz! abajo la clerigalla! Y cuanto ms borracho, ms de raz quera
cortar. En vano su hija le daba tormento domstico para convertirle. Slo consegua hacerle
llorar desesperado, como el infeliz rey Lear, o que montase en clera y le arrojase a la
cabeza algn trasto. Ella pasaba plaza de mrtir, pero el mrtir era l.
Como don Santos haba sospechado, Celestina no quiso darle t, ni tila, ni nada; no
haba nada. No haba fuego, ni eran aquellas horas... Hubo gritos, llantos y trastos por el
aire. El Magistral, gracias al silencio de la noche, oa vagos rumores de la reyerta, que se
alargaba, como si no hubiera sueo en el mundo. A l se le cerraban los ojos, pero no saba
qu fuerza le clavaba al balcn...
Aborreca en aquel momento a Celestina. Record que era la joven que haba visto
das antes a los pies de don Custodio junto a un confesonario del trasaltar. Aquella tarde no
la haba reconocido. Tena facha de sabandija de sacrista... de cualquier cosa.
Los rumores continuaban. De vez en cuando se oa el ruido de un golpe seco. Detrs
de la vidriera iluminada pasaba de tarde en tarde un cuerpo obscuro.
El sereno cant las doce a lo lejos.
Poco despus ces el ruido apagado y confuso de voces.
El Magistral esper. No volvi el rumor. Ya no rean.
La claridad de la vidriera desapareci de repente.
El Magistral sigui espiando el silencio. Nada; ni voces ni luz.
El sereno volvi a cantar las doce... ms lejos.
De Pas respir con fuerza y dijo entre dientes:
Ya estar durmindola!
Y se oy el ruido discreto de un balcn que se cierra con miedo de turbar el silencio
de la noche.
Pisando quedo, entr don Fermn en su alcoba.
Detrs del tabique oy el crujir de las hojas de maz del jergn en que dorma Teresa,
y despus un suspiro estrepitoso.
El Magistral encogi los hombros y se sent en el lecho.
Las doce, haba dicho el sereno, ya era maana! es decir, ya era hoy; dentro de
ocho horas la Regenta estara a sus pies confesando culpas que haba olvidado el otro da.
Sus pecados! dijo a media voz el Provisor, con los ojos clavados en la llama del
quinqu. si yo tuviese que confesarle los mos!... Qu asco le daran!
Y dentro del cerebro, como martillazos, oa aquellos gritos de don Santos:
Ladrn... ladrn... rapavelas!

236

XVI
Con Octubre muere en Vetusta el buen tiempo. Al mediar Noviembre suele lucir el sol
una semana, pero como si fuera ya otro sol, que tiene prisa y hace sus visitas de despedida
preocupado con los preparativos del viaje del invierno. Puede decirse que es una irona de
buen tiempo lo que se llama el veranillo de San Martn. Los vetustenses no se fan de
aquellos halagos de luz y calor y se abrigan y buscan su manera peculiar de pasar la vida a
nado durante la estacin odiosa que se prolonga hasta fines de Abril prximamente. Son
anfibios que se preparan a vivir debajo del agua la temporada que su destino les condena a
este elemento. Unos protestan todos los aos hacindose de nuevas y diciendo: Pero ve
usted qu tiempo! Otros, ms filsofos, se consuelan pensando que a las muchas lluvias se
debe la fertilidad y hermosura del suelo. O el cielo o el suelo, todo no puede ser.
Ana Ozores no era de los que se resignaban. Todos los aos, al or las campanas
doblar tristemente el da de los Santos, por la tarde, senta una angustia nerviosa que
encontraba pbulo en los objetos exteriores, y sobre todo en la perspectiva ideal de un
invierno, de otro invierno hmedo, montono, interminable, que empezaba con el clamor de
aquellos bronces.
Aquel ao la tristeza haba aparecido a la hora de siempre. Estaba Ana sola en el
comedor. Sobre la mesa quedaban la cafetera de estao, la taza y la copa en que haba
tomado caf y ans don Vctor, que ya estaba en el Casino jugando al ajedrez. Sobre el
platillo de la taza yaca medio puro apagado, cuya ceniza formaba repugnante amasijo
impregnado del caf fro derramado. Todo esto miraba la Regenta con pena, como si fuesen
ruinas de un mundo. La insignificancia de aquellos objetos que contemplaba le parta el
alma; se le figuraba que eran smbolo del universo, que era as, ceniza, frialdad, un cigarro
abandonado a la mitad por el hasto del fumador. Adems, pensaba en el marido incapaz de
fumar un puro entero y de querer por entero a una mujer. Ella era tambin como aquel
cigarro, una cosa que no haba servido para uno y que ya no poda servir para otro.
Todas estas locuras las pensaba, sin querer, con mucha formalidad. Las campanas
comenzaron a sonar con la terrible promesa de no callarse en toda la tarde ni en toda la
noche. Ana se estremeci. Aquellos martillazos estaban destinados a ella; aquella maldad
impune, irresponsable, mecnica del bronce repercutiendo con tenacidad irritante, sin por
qu ni para qu, slo por la razn universal de molestar, creala descargada sobre su
cabeza. No eran fnebres lamentos las campanadas, como deca Trifn Crmenes en
aquellos versos del Lbaro del da, que la doncella acababa de poner sobre el regazo de su
ama; no eran fnebres lamentos, no hablaban de los muertos, sino de la tristeza de los
vivos, del letargo de todo; tan, tan, tan! cuntos! cuntos! y los que faltaban! qu
contaban aquellos taidos? tal vez las gotas de lluvia que iban a caer en aquel otro invierno.
La Regenta quiso distraerse, olvidar el ruido inexorable, y mir El Lbaro. Vena con
orla de luto. El primer fondo, que, sin saber lo que haca, comenz a leer, hablaba de la
brevedad de la existencia y de los acendrados sentimientos catlicos de la redaccin. Qu
eran los placeres de este mundo? Qu la gloria, la riqueza, el amor? En opinin del
articulista, nada; palabras, palabras, palabras, como haba dicho Shakespeare. Slo la virtud
era cosa slida. En este mundo no haba que buscar la felicidad, la tierra no era el centro de
las almas decididamente. Por todo lo cual lo ms acertado era morirse; y as, el redactor,
que haba comenzado lamentando lo solos que se quedaban los muertos, conclua por
envidiar su buena suerte. Ellos ya saban lo que haba ms all , ya haban resuelto el gran
problema de Hamlet: to be or not to be. Qu era el ms all? Misterio. De todos modos el
articulista deseaba a los difuntos el descanso y la gloria eterna. Y firmaba: Trifn
Crmenes. Todas aquellas necedades ensartadas en lugares c omunes; aquella retrica
fiambre, sin pizca de sinceridad, aument la tristeza de la Regenta; esto era peor que las

237

campanas, ms mecnico, ms fatal; era la fatalidad de la estupidez; y tambin qu triste


era ver ideas grandes, tal vez ciertas, y frases, en su original sublimes, all manoseadas,
pisoteadas y por milagros de la necedad convertidas en materia liviana, en lodo de
vulgaridad y manchadas por las inmundicias de los tontos!... Aquello era tambin un
smbolo del mundo; las cosas grandes, las ideas puras y bellas, andaban confundidas con la
prosa y la falsedad y la maldad, y no haba modo de separarlas! Despus Crmenes se
presentaba en el cementerio y cantaba una elega de tres columnas, en tercetos
entreverados de silva. Ana vea los renglones desiguales como si estuvieran en chino; sin
saber por qu, no poda leer; no entenda nada; aunque la inercia la obligaba a pasar por all
los ojos, la atencin retroceda, y tres veces ley los cinco primeros versos, sin saber lo que
queran decir... Y de repente record que ella tambin haba escrito versos, y pens que
podan ser muy malos tambin. Si habra sido ella una Trifona? Probablemente, y qu
desconsolador era tener que echar sobre s misma el desdn que mereciera todo! Y con qu
entusiasmo haba escrito muchas de aquellas poesas religiosas, msticas, que ahora le
aparecan amaneradas, rapsodias serviles de Fray Luis de Len y San Juan de la Cruz! Y lo
peor no era que los versos fueran malos, insignificantes, vulgares, vacos... y los
sentimientos que los haban inspirado? Aquella piedad lrica? Haba valido algo? No mucho
cuando ahora, a pesar de los esfuerzos que haca por volver a sentir una reaccin de
religiosidad... Si en el fondo no sera ella ms que una literata vergonzante, a pesar de no
escribir ya versos ni prosa? S, s, le haba quedado el espritu falso, torcido de la poetisa,
que por algo el buen sentido vulgar desprecia!
Como otras veces, Ana fue tan lejos en este vejamen de s misma, que la
exageracin la oblig a retroceder y no par hasta echar la culpa de todos sus males a
Vetusta, a sus tas, a D. Vctor, a Frgilis, y concluy por tenerse aquella lstima tierna y
profunda que la haca tan indulgente a ratos para con los propios defectos y culpas.
Se asom al balc n. Por la plaza pasaba todo el vecindario de la Encimada camino del
cementerio, que estaba hacia el Oeste, ms all del Espoln sobre un cerro. Llevaban los
vetustenses los trajes de cristianar; criadas, nodrizas, soldados y enjambres de chiquillos
eran la mayora de los transentes; hablaban a gritos, gesticulaban alegres; de fijo no
pensaban en los muertos. Nios y mujeres del pueblo pasaban tambin, cargados de
coronas fnebres baratas, de cirios flacos y otros adornos de sepultura. De vez en cuando
un lacayo de librea, un mozo de cordel atravesaban la plaza abrumados por el peso de
colosal corona de siemprevivas, de blandones como columnas, y catafalcos porttiles. Era el
luto oficial de los ricos que sin nimo o tiempo para visitar a sus muertos les ma ndaban
aquella especie de besalamano. Las personas decentes no llegaban al cementerio; las
seoritas emperifolladas no tenan valor para entrar all y se quedaban en el Espoln
paseando, luciendo los trapos y dejndose ver, como los dems das del ao. Tampoco se
acordaban de los difuntos; pero lo disimulaban; los trajes eran obscuros, las conversaciones
menos estrepitosas que de costumbre, el gesto algo ms compuesto... Se paseaba en el
Espoln como se est en una visita de duelo en los momentos en que no est delante ningn
pariente cercano del difunto. Reinaba una especie de discreta alegra contenida. Si en algo
se pensaba alusivo a la solemnidad del da era en la ventaja positiva de no contarse entre
los muertos. Al ms filsofo vetustense se le ocurra que no somos nada, que muchos de sus
conciudadanos que se paseaban tan tranquilos, estaran el ao que viene con los otros;
cualquiera menos l.
Ana aquella tarde aborreca ms que otros das a los vetustenses; aquellas
costumbres tradicionales, respetadas sin conciencia de lo que se haca, sin fe ni entusiasmo,
repetidas con mecnica igualdad como el rtmico volver de las frases o los gestos de un loco;
aquella tristeza ambiente que no tena grandeza, que no se refera a la suerte incierta de los
muertos, sino al aburrimiento seguro de los vivos, se le ponan a la Regenta sobre el
corazn, y hasta crea sentir la atmsfera cargada de hasto, de un hasto sin remedio,
eterno. Si ella contara lo que senta a cualquier vetustense, la llamara romntica; a su

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marido no haba que mentarle semejantes penas; en seguida se alborotaba y hablaba de


rgimen, y de programa y de cambiar de vida. Todo menos apiadarse de los nervios o lo que
fuera.
Aquel programa famoso de distracciones y placeres formado entre Quintanar y
Visitacin, haba empezado a caer en desuso a los pocos das, y apenas se cumpla ya
ninguna de sus partes. Al principio Ana se haba dejado llevar a paseo, a todos los paseos, al
teatro, a la tertulia de Vegallana, a las excursiones campestres; pero pronto se declar
cansada y opuso una resistencia pasiva que no pudieron vencer don Vctor y la del Banco.
Visita encoga los hombros. No se explicaba aquello. Qu mujer era Ana! Ella
estaba segura de que lvaro le pareca retebin, lvaro segua su persecucin con gran
maa, lo haba notado, ella le ayudaba, Paquito le ayudaba, el bendito don Vctor ayudaba
tambin sin querer... y nada. Mesa preocupado, triste, bilioso, daba a entender, a su pesar,
que no adelantaba un paso. Andara el Magistral en el ajo? Visita se impuso la obligacin
de espiar la capilla del Magistral; se enter bien de las tardes que se sentaba en el
confesonario, y se daba una vuelta por all, mirando por entre las rejas con disimulo para
ver si estaba la otra. Despus averigu que la haban visto confesando por la maana a las
siete. Hola! all haba gato. No presuma la del Banco las atrocidades que se le haban
pasado por la imaginacin a Mesa; no pensaba, Dios la librara, que Ana fuera capaz de
enamorarse de un cura como la escandalosa Obdulia o la de Pez, tonta y manitica que
despreciaba las buenas proporciones y cuando chica coma tierra; Ana era tambin
romntica (todo lo que no era parecerse a ella lo llamaba Visita romanticismo), pero de otro
modo; no, no haba que temer, sobre todo tan pronto, una pasin sacrlega; pero lo que ella
tema era que el Provisor, por hacer guerra al otro las razones de pura moralidad no se le
ocurran a la del Banco empleara su grandsimo talento en convertir a la Regenta y hacerla
beata. Qu horror! Era preciso evitarlo. Ella, Visita, no quera renunciar al placer de ver a su
amiga caer donde ella haba cado; por lo menos verla padecer con la tentacin. Nunca se le
haba ocurrido que aquel espectculo era fuente de placeres secretos intensos, vivos como
pasin fuerte; pero ya que lo haba descubierto, quera gozar aquellos extraos sabores
picantes de la nueva golosina. Cuando observaba a Mesa en acecho, cazando, o preparando
las redes por lo menos, en el coto de Quintanar, Visitacin senta la garganta apretada, la
boca seca, candelillas en los ojos, fuego en las mejillas, asperezas en los labios. l dir lo
que quiera, pero est chiflado, pensaba con un secreto dolor que tena en el fondo una
voluptuosidad como la produce una esencia muy fuerte; aquellos pinchazos que senta en el
orgullo, y en algo ms guardado, ms de las entraas, los necesitaba ya, como el vicioso el
vicio que le mata, que le lastima al gozarlo; era el nico placer intenso que Visitacin se
permita en aquella vida tan gastada, tan vulgar, de emociones repetidas. El dulce no la
empalagaba, pero ya le saba poco a dulce; aquella nueva pasioncilla era cosa ms
vehemente. Quera ver a la Regenta, a la impecable, en brazos de D. lvaro; y tambin le
gustaba ver a D. lvaro humillado ahora, por ms que deseara su victoria, no por l, sino
por la cada de la otra. Invent muchos medios para hacerles verse y hablarse sin que ellos
lo buscasen, al menos sin que lo buscase Ana. Paco, sin la mala intencin de Visita, la
ayudaba mucho en tal empresa. Aunque en la primer ocasin oportuna don lvaro se haba
hecho ofrecer por el mismo Quintanar el casern de los Ozores, y ya haba aventurado
algunas visitas, comprendi que por entonces no deba ser aqul el teatro de sus tentativas,
y donde se insinuaba era en el Espoln, con miradas y otros artificios de poco resultado, o
en casa de Vegallana y en las excursiones al Vivero con ms audacia, aunque no mucha,
pero con escasa fortuna. Ana pona todas las fuerzas de su voluntad en demostrar a don
lvaro que no le tema. Le esperaba siempre, desafiaba sus malas artes; sin jactancia le
daba a entender que le tena por inofensivo.
Las excursiones al Vivero se haban repetido con frecuencia durante todo Octubre.
Ana vea a Edelmira y a Obdulia, que se haba declarado maestra de la nia colorada y
fuerte, correr como locas por el bosque de robles seculares perseguidas por Paco Vegallana,

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Joaqun Orgaz y otros ntimos; vealas arrojarse intrpidas al pozo que estaba cegado y
embutido con hierba seca, y en estas y otras escenas de buclica picante llenas de alegra,
misteriosos gritos, sorpresas, sustos, saltos, roces y contactos, no haba encontrado ms
que una tentacin grosera, fuerte al acercarse a ella, al tocarla, pero repugnante de lejos,
vista a sangre fra. D. lvaro haba notado que por este camino poco se podra adelantar,
por ahora, con la Regenta. Nada ms ridculo en Vetusta que el romanticismo. Y se llamaba
romntico todo lo que no fuese vulgar, pedestre, prosaico, callejero. Visita era el papa de
aquel dogma antirromntico. Mirar a la luna medio minuto seguido era romanticismo puro;
contemplar en silencio la puesta del sol... dem; respirar con delicia el ambiente
embalsamado del campo a la hora de la brisa... dem; decir algo de las estrellas... dem;
encontrar expresin amorosa en las miradas, sin necesidad de ponerse al habla... dem;
tener lstima de los nios pobres... dem; comer poco... oh!, esto era el colmo del
romanticismo.
La de Pez no come garbanzos deca Visita porque eso no es romntico.
La repugnancia que por los juegos locos del Vivero senta Anita, era romanticismo
refinado, en opinin de la del Banco. Se lo deca ella a don lvaro:
Mira, chico, eso es hacer la tonta, la literata, la mujer superior, la platnica... Que
yo me escame y no deje acercarse a esos mocosos que luego se van dando pisto al Casino
con sus demasas, no tiene nada de particular, porque... en fin, yo me entiendo; pero ella no
tiene motivo para desconfiar, porque ni Paco ni Joaqun se van a atrever a tocarle el pelo de
la ropa... Todo eso es romanticismo, pero a m no me la da; por aquello de pulviss.
En eso confiaba Mesa, en el pulviss de Visita; pero se impacientaba ante aquel
romanticismo de la Regenta. l crea firmemente que no haba ms amor que uno, el
material, el de los sentidos; que a l haba de venir a parar aquello, tarde o temprano, pero
tema que iba a ser tarde; la Regenta tena la cabeza a pjaros, y no haba que aventurar ni
un mal pisotn, so pena de exponerse a echarlo a rodar todo.
Adems pensaba don lvaro, el da que yo me atreva, por tener ya preparado el
terreno, a intentar un ataque franco, personal (era la palabra tcnica en su arte de
conquistador), no ha de ser en el campo, aunque parece que es el lugar ms a propsito. He
notado que esta mujer enfrente de la naturaleza, de la bveda estrellada, de los montes
lejanos, al aire libre, en suma, se pone seria como un colchn, calla, y se sublimiza, all a
sus solas. Est hermossima as, pero no hay que tocar en ella. Ms de una vez, en medio
del bosque del Vivero, a solas con Ana, don lvaro se haba sentido en ridculo; se le haba
figurado que aquella seora, a quien estaba seguro de gustar en el saln del Marqus, all le
despreciaba. Veala mirarle de hito en hito, levantar despus los ojos a las copas de los
aosos robles, y se haba dicho: Esta mujer me est midiendo; me est comparando con
los rboles y me encuentra pequeo; ya lo creo!
Lo que no saba don lvaro, aunque por ciertos sntomas favorables lo presumiese a
veces su vanidad, era que la Regenta soaba casi todas las noches con l. Irritaba a la de
Quintanar esta insistencia de sus ensueos. De qu le serva resistir en vela, luchar con
valor y fuerza todo el da, llegar a creerse superior a la obsesin pecaminosa, casi a
despreciar la tentacin, si la flaca naturaleza a sus solas, abandonada del espritu, se renda
a discrecin, y era masa inerte en poder del enemigo? Al despertar de sus pesadillas con el
dejo amargo de las malas pasiones satisfechas, Ana se sublevaba contra leyes que no
conoca, y pensaba desalentada y agriado el nimo en la inutilidad de sus esfuerzos, en las
contradicciones que llevaba dentro de s misma. Parecale entonces la humanidad compuesto
casual que serva de juguete a una divinidad oculta, burlona como un diablo. Pronto volva la
fe, que se afanaba en conservar y hasta fortificar con el terror de quedarse a obscuras y
abandonada si la perda volva a desmoronar aquella torrecilla del orgulloso racionalismo,
retoo impuro que renaca mil veces en aquel espritu educado lejos de una saludable

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disciplina religiosa. Se humillaba Ana a los designios de Dios, pero no por esto desapareca
el disgusto de s misma, ni el valor para seguir la lucha se recobraba... Contribuan estos
desfallecimientos nocturnos a contener los progresos de la piedad, que el Magistral
procuraba despertar con gran prudencia, temeroso de perder en un da todo el terreno
adelantado, si daba un mal paso.
Ni en la maana en que la Regenta reconcili con don Fermn, antes de comulgar, ni
ocho das ms tarde, cuando volvi al confesonario, ni en las dems conferencias matutinas
en que declar al padre espiritual dudas, temores, escrpulos, tristezas, dijo Ana aquello
que al determinarse a rectific ar su confesin general se haba propuesto decir: no habl de
la gran tentacin que la empujaba al adulterio as se llamaba mucho tiempo haca.
Busc subterfugios para no confesar aquello, se enga a s misma, y el Magistral
slo supo que Ana viva de hecho separada de su marido, quo ad thorum, por lo que toca al
tlamo, no por reyerta, ni causa alguna vergonzosa, sino por falta de iniciativa en el esposo
y de amor en ella. S, esto lo confes Ana, ella no amaba a su don Vctor como una mujer
debe amar al hombre que escogi, o le escogieron, por compaero; otra cosa haba: ella
senta, ms y ms cada vez, gritos formidables de la naturaleza, que la arrastraban a no
saba qu abismos obscuros, donde no quera caer; senta tristezas profundas, caprichosas;
ternura sin objeto conocido; ansiedades inefables; sequedades del nimo repentinas, agrias
y espinosas, y todo ello la volva loca, tena miedo no saba a qu, y buscaba el amparo de
la religin para luchar con los peligros de aquel estado. Esto fue todo lo que pudo saber el
Magistral sobre el particular; nada de acusaciones concretas. l tampoco se atreva a
preguntar a la Regenta lo que tratndose de otra hubiera sido necesariamente parte de su
hbil interrogatorio. Aunque la curiosidad le quemaba las entraas, aguantaba la comezn y
se contentaba con sus conjeturas: lo principal, lo primero no era querer saber a la fuerza
ms de lo que ella espontneamente quera decir; lo principal, lo primero era mostrarse
discreto, desapasionado, superior a los defectos vulgares de la humanidad.
En estas primeras conferencias, se deca el Magistral, no se trata an de estudiarla
bien a ella, sino de hacerme agradable, de imponerme por la grandeza de alma; debo
hacerla ma por obra del espritu y despus... ella hablar... y sabr lo del Vivero, que me
parece que no fue nada entre dos platos.
De lo que haba pasado en la excursin del da de San Francisco de Ass y en otras
sucesivas procur De Pas enterarse en las conversaciones que tuvo con su amiga fuera de la
Iglesia; dentro del cajn sagrado no haba modo decoroso de preguntar ciertas menudencias
a una mujer como Anita.
La Regenta agradeca al Magistral su prudencia, su discrecin. Vea con placer que
ms se aplicaba el bendito varn a prepararle una vida virtuosa mediante la consabida
higiene espiritual, que a escudriar lo pasado y las turbaciones presentes con preguntas de
microscopio, como l las haba llamado hablando de estas cosas.
Lo principal era no violentar el espritu indisciplinado de la Regenta; haba que
hacerla subir la cuesta de la penitencia sin que ella lo notase al principio, por una pendiente
imperceptible, que pareciese camino llano; para esto era necesario caminar en zigzas,
hacer muchas curvas, andar mucho y subir poco... pero no haba remedio; despus, ms
arriba, sera otra cosa; ya se le hara subir por la lnea de mxima pendiente. As, con estas
metforas geomtricas pensaba el Magistral en tal asunto, para l muy importante, porque
la idea de que se le escapase aquella penitente, aquella amiga, le daba miedo.
Una maana ella le habl por fin de sus ensueos; cada palabra iba cubierta con un
velo; pocas bastaron al Magistral para comprender; la interrumpi, le ahorr la molestia de
rebuscar las pocas frases cultas con que cuenta nuestro rico idioma para expresar materias
escabrosas; y aquel da pudo ser, merced a esto, la conferencia tan ideal y delicada en la
forma como todas las anteriores. Pero l entr en el coro menos tranquilo que sola.

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Arrellanado en su sitial del coro alto, manoseando los relieves lbricos de los brazos de su
silla, De Pas, mientras los colegiales ponan el grito en el cielo, comentaba, como si rumiara,
las revelaciones de la Regenta.
Soaba! la fortaleza de la vigilia desvanecase por la noche, y sin que ella pudiese
remediarlo, la mortificaban visiones y sensaciones importunas, que a tener responsabilidad
de ellas seran pecado cierto... En plata, que doa Ana soaba con un hombre... Don
Fermn se revolva en la silla de coro, cuyo asiento duro se le antojaba lleno de brasas y de
espinas. Y en tanto que el dedo ndice de la mano derecha frotaba dos prominencias
pequeas y redondas del artstico bajorelieve que representaba a las hijas de Lot en un
pasaje bblico, l, sin pensar en esto, es claro, procuraba arrancar a las tinieblas de su
ignorancia el secreto que tanto le importaba: con quin soaba la Regenta? Era una
persona determinada?... Y ponindose colorado como una amapola en la penumbra de su
asiento, que estaba en un rincn del coro alto, pensaba: ser yo?
Entonces le zumbaban los odos, y ya no oa las voces graves del sochantre y de los
salmistas, ni el rum rum del hebdomadario, que all abajo grua recitando de mala gana los
latines de Prima.
No, no caera en la tentacin de convertir aquella dulcsima amistad naciente, que
tantas sensaciones nuevas y exquisitas le prometa, en vulgar escndalo de las pasiones
bajas de que sus enemigos le haban acusado otras veces. Verdad era que la idea de ser
objeto de los ensueos que confesaba la Regenta le halagaba; esto no poda negarlo, cmo
engaarse a s mismo? Si apenas poda mantenerse sentado sobre la tabla dura! Pero esta
delicia de la vanidad satisfecha no tena que ver con su propsito firme de buscar en Ana, en
vez de grosero hartazgo de los sentidos, empleo digno de la gran actividad de su corazn,
de su voluntad que se destrua ocupndose con asunto tan miserable como era aquella lucha
con los vetustenses indmitos. S, lo que l quera era una aficin poderosa, viva, ardiente,
eficaz para vencer la ambicin, que le pareca ahora ridcula, de verse amo indiscutible de la
dicesis. Ya lo era, aunque discutido, y aquello deba bastarle.
A qu aspirar a un dominio absoluto imposible? Adems, quera que su inters por
doa Ana ocupase en su alma el lugar privilegiado de aquellos otros anhelos de volar ms
alto, de ser obispo, jefe de la iglesia espaola, vicario de Cristo tal vez. Esta ambicin de
algunos momentos, descabellada, pueril, locura que pasaba, pero que volva, quera
vencerla, para no padecer tanto, para conformarse mejor con la vida, para no encontrar tan
triste y desabrido el mundo... Y slo por medio de una pasin noble, ideal, que un alma
grande sabra comprender, y que slo un vetustense miserable, ruin y malicioso poda
considerar pecaminosa, slo por medio de esa pasin caba lograr tan alto y tan loable
intento.
S, s conclua el Magistral: yo la salvo a ella, y ella, sin saberlo por ahora, me
salva a m.
Y cantaban los del coro bajo: Deus, in ajutorium meum intende.
La tarde de Todos los Santos Ana crey perder el terreno adelantado en su curacin
moral; la aridez del alma de que ella se haba quejado a D. Fermn, y que ste, citando a
San Alfonso Ligorio, le haba demostrado ser debilidad comn, y hasta de los santos, y
general duelo de los msticos; esa aridez que parece inacabable al sentirla, la envolva el
espritu como una cerrazn en el ocano; no le dejaba ver ni un rayo de luz del cielo.
Y las campanas toca que tocars! Ya pensaba que las tena dentro del cerebro;
que no eran golpes del metal sino aldabonazos de la neuralgia que quera enseorearse de
aquella mala cabeza, olla de grillos mal avenidos.
Sin que ella los provocase, acudan a su memoria recuerdos de la niez, fragmentos
de las conversac iones de su padre, el filsofo, sentencias de escptico, paradojas de

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pesimista, que en los tiempos lejanos en que las haba odo no tenan sentido claro para ella,
mas que ahora le parecan materia digna de atencin.
De lo que estaba convencida era de que en Vetusta se ahogaba; tal vez el mundo
entero no fuese tan insoportable como decan los filsofos y los poetas tristes; pero lo que
es de Vetusta con razn se poda asegurar que era el peor de los poblachones posibles. Un
mes antes haba pensado que el Magistral iba a sacarla de aquel hasto, llevndola consigo,
sin salir de la catedral, a regiones superiores, llenas de luz. Y capaz de hacerlo como lo
deca deba de ser, porque tena mucho talento y muchas cosas que explicar; pero ella, ella
era la que caa de lo alto a lo mejor, la que volva a aquel enojo, a la aridez que le secaba el
alma en aquel instante.
Ya no pasaba nadie por la Plaza Nueva; ni lacayos, ni curas, ni chiquillos, ni mujeres
de pueblo; todos deban de estar ya en el cementerio o en el Espoln...
Ana vio aparecer debajo del arco de la calle del Pan, que une la plaza de este nombre
con la nueva, la arrogante figura de don lvaro Mesa, jinete en soberbio caballo blanco, de
reluciente piel, crin abundante y ondeada, cuello grueso, poderosa cerviz, cola larga y
espesa. Era el animal de pura raza espaola, y hacale el jinete piafar, caracolear,
revolverse, con gran maestra de la mano y la espuela; como si el caballo mostrase toda
aquella impaciencia por su gusto, y no excitado por las ocultas maniobras del dueo. Salud
Mesa de lejos y no vacil en acercarse a la Rinconada, hasta llegar debajo del balcn de la
Regenta.
El estrpito de los cascos del animal sobre las piedras, sus graciosos movimientos, la
hermosa figura del jinete llenaron la plaza de repente de vida y alegra, y la Regenta sinti
un soplo de frescura en el alma. Qu a tiempo apareca el galn! Algo sospech l de tal
oportunidad al ver en los ojos y en los labios de Ana, dulce, franca y persistente sonrisa.
No le neg la delicia de anegarse en su mirada, y no trat de ocultar el efecto que en
ella produca la de don lvaro. Hablaron del caballo, del cementerio, de las tristeza del da,
de la necedad de aburrirse todos de comn acuerdo, de lo inhabitable que era Vetusta. Ana
estaba locuaz, hasta se atrevi a decir lisonjas, que si directamente iban con el caballo
tambin comprendan al jinete.
Don lvaro estaba pasmado, y si no supiera ya por experiencia que aquella fortaleza
tena muchos rdenes de murallas, y que al da siguiente podra encontrarse con que era lo
ms inexpugnable lo que ahora se le antojaba brecha, hubiese credo llegada la ocasin de
dar el ataque personal, como llamaba al ms brutal y ejecutivo. Pero ni siquiera se atrevi a
intentar acercarse, lo cual hubiera sido en todo caso muy difcil, pues no haba de dejar el
caballo en la plaza. Lo que haca era aproximarse lo ms que poda al balcn, ponerse en pie
sobre los estribos, estirar el cuello y hablar bajo para que ella tuviese que inclinarse sobre la
barandilla si quera orle, que s quera aquella tarde.
Cosa ms rara! En todo estaban de acuerdo: despus de tantas conversaciones se
encontraba ahora con que tenan una porcin de gustos idnticos. En un incidente del
dilogo se acordaron del da en que Mesa dej a Vetusta y encontr en la carretera de
Castilla a Anita, que volva de paseo con sus tas. Se discuti la probabilidad de que fuese el
mismo coche y el mismo asiento el que poco despus ocupaba ella cuando sali para
Granada con su esposo...
Ana se senta caer en un pozo, segn ahondaba, ahondaba en los ojos de aquel
hombre que tena all debajo; le pareca que toda la sangre se le suba a la cabeza, que las
ideas se mezclaban y confundan, que las nociones morales se deslucan, que los resortes de
la voluntad se aflojaban; y viendo como vea un peligro, y desde luego una imprudencia en
hablar as con don lvaro, en mirarle con deleite que no se ocultaba, en alabarle y abrirle el
arca secreta de los deseos y los gustos, no se arrepenta de nada de esto, y se dejaba

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resbalar, gozndose en caer, como si aquel placer fuese una venganza de antiguas
injusticias sociales, de bromas pesadas de la suerte, y sobre todo de la estupidez vetustense
que condenaba toda vida que no fuese la montona, sosa y necia de los inspidos vecinos de
la Encimada y la Colonia... Ana senta deshacerse el hielo, humedecerse la aridez; pasaba la
crisis, pero no como otras veces, no se resolvera en lgrimas de ternura abstracta, ideal, en
propsitos de vida santa, en anhelos de abnegacin y sacrificios; no era la fortaleza, ms o
menos fantstica, de otras veces quien la sacaba del desierto de los pensamientos secos,
fros, desabridos, infecundos; era cosa nueva, era un relajamiento, algo que al dilacerar la
voluntad, al vencerla, causaba en las entraas placer, como un soplo fresco que recorriese
las venas y la mdula de los huesos. Si ese hombre no viniese a caballo, y pudiera subir, y
se arrojara a mis pies, en este instante me venca, me venca. Pensaba esto y casi lo deca
con los ojos. Se le secaba la boca y pasaba la lengua por los labios. Y como si al caballo le
hiciese cosquillas aquel gesto de la seora del balcn, saltaba y azotaba las piedras con el
hierro, mientras las miradas del jinete eran cohetes que se encaramaban a la barandilla en
que descansaba el pecho fuerte y bien torneado de la Regenta.
Callaron, despus de haber dicho tantas cosas. No se haba hablado palabra de amor,
es claro; ni don lvaro se haba permitido galantera alguna directa y sobrado significativa;
mas no por eso dejaban de estar los dos convencidos de que por seas invisibles, por
efluvios, por adivinacin o como fuera, uno a otro se lo estaban diciendo todo; ella conoca
que a don lvaro le estaba quemando vivo la pasin all abajo; que al sentirse admirado, tal
vez amado en aquel momento, el agradecimiento tierno y dulce del amante y el amor
irritado con el agradecimiento y con el seuelo de la ocasin le derretan; y Mesa
comprenda y senta lo que estaba pasando por Ana, aquel abandono, aquella flojedad del
nimo. Lstima, pensaba el caballero, que me coja tan lejos, y a caballo, y sin poder
apearme decorosamente, este momento crtico!... Al cual momento groseramente llamaba
l para sus adentros el cuarto de hora.
No haba tal cuarto de hora, o por lo menos no era aquel cuarto de la hora a que
aluda el materialista elegante.
Todo Vetusta se aburra aquella tarde, o tal se imaginaba Ana por lo menos; pareca
que el mundo se iba a acabar aquel da, no por agua ni fuego, sino por hasto, por la gran
culpa de la estupidez humana, cuando Mesa apareciendo a caballo en la plaza, vistoso,
alegre, vena a interrumpir tanta tristeza fra y cenicienta con una nota de color vivo, de
gracia y fuerza. Era una especie de resurreccin del nimo, de la imaginacin y del
sentimiento la aparicin de aquella arrogante figura de caballo y caballero en una pieza,
inquietos, ruidosos, llenando la plaza de repente. Era un rayo de sol en una cerrazn de la
niebla, era la viva reivindicacin de sus derechos, una protesta alegre y estrepitosa contra la
apata convencional, contra el silencio de muerte de las calles y contra el ruido necio de los
campanarios...
Ello era que, sin saber por qu, Ana, nerviosa, vio aparecer a don lvaro como un
nufrago puede ver el buque salvador que viene a sacarle de un pen aislado en el ocano.
Ideas y sentimientos que ella tena aprisionados como peligrosos enemigos rompieron las
ligaduras; y fue un motn general del alma, que hubiera asustado al Magistral de haberlo
visto, lo que la Regenta sinti con deleite dentro de s.
Don lvaro no recordaba siquiera que la Iglesia celebraba aquel da la fiesta de Todos
los Santos; haba salido a paseo porque le gustaba el campo de Vetusta en Otoo y porque
senta opresiones, ansiedades que se le quitaban a caballo, corriendo mucho, bandose en
el aire que le iba cortando el aliento en la carrera...
Perfectamente! Mesa con aquella despreocupacin, pensando en su placer, en la
naturaleza, en el aire libre, era la realidad racional, la vida que se complace en s misma; los
otros, los que tocaban las campanas y conmemoraban maquinalmente a los muertos que

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tenan olvidados, eran las bestias de reata, la eterna Vetusta que haba aplastado su
existencia entera (la de Anita) con el peso de preocupaciones absurdas; la Vetusta que la
haba hecho infeliz... Oh, pero estaba an a tiempo! Se sublevaba, se sublevaba; que lo
supieran sus tas difuntas; que lo supiera su marido; que lo supiera la hipcrita aristocracia
del pueblo, los Vegallana, los Corujedos... toda la clase... se sublevaba... As era el cuarto
de hora de Anita, y no como se lo figuraba don lvaro, que mientras hablaba sin propasarse,
estaba pensando en dnde podra dejar un momento el caballo. No haba modo; sin
violencia, que poda echarlo todo a perder, no se poda buscar pretexto para subir a casa de
la Regenta en aquel momento.
Gran satisfaccin fue para don Vctor Quintanar, que volva del Casino, encontrar a su
mujer conversando alegremente con el simptico y caballeroso don lvaro, a quien l iba
cobrando una aficin que, segn frase suya, no sola prodigar.
Estoy por decir aseguraba que despus de Frgilis, Ripamiln y Vegallana, ya es
don lvaro el vecino a quien ms aprecio.
No pudiendo dar a su amigo los golpecitos en el hombro con que sola saludarle, los
aplic a las ancas del caballo, que se dign a mirar volviendo un poco la cabeza al humilde
infante.
Hola,
hola,
que corriste parejas con el viento

hipgrifo

violento

dijo don Vctor, que manifestaba a menudo su buen humor recitando versos del
Prncipe de nuestros ingenios o de algn otro de los astros de primera magnitud.
A propsito, de teatro, don lvaro, con que esta noche el buen Perales nos da por
fin Don Juan Tenorio?... Algunos beatos haban intrigado para que hoy no hubiera funcin...
Mayor absurdo!... El teatro es moral, cuando lo es, por supuesto; adems la tradicin... la
costumbre... Don Vctor habl largo y tendido de la moralidad en el arte, separndose a
veces del hipgrifo vio lento que se impacientaba con aquella disertacin acadmica.
Don lvaro aprovech la primera ocasin que tuvo para suplicar a Quintanar que
obligase a su esposa a ver el Don Juan.
Calle usted, hombre... vergenza da decirlo... pero es la verdad... Mi mujercita, por
una de esas rarsimas casualidades que hay en la vida... nunca ha visto ni ledo el Tenorio!
Sabe versos sueltos de l, como todos los espaoles, pero no conoce el drama... o la
comedia, lo que sea; porque, con perdn de Zorrilla, yo no s si... Demonio de animal, me
ha metido la cola por los ojos!...
Seprese usted un poco, porque ste no sabe estarse quieto... Pero dice usted que
Anita no ha visto el Tenorio, eso es imperdonable!
Aunque a don lvaro el drama de Zorrilla le pareca inmoral, falso, absurdo, muy
malo, y siempre deca que era mucho mejor el Don Juan de Molire (que no haba ledo), le
convena ahora alabar el poema popular y lo hizo con frases de gacetillero agradecido.
Quintanar no le perdonaba a Zorrilla la ocurrencia de atar a Mega codo con codo, y le
pareca indigna de un caballero la aventura de don Juan con doa Ins de Pantoja. As
cualquiera es conquistador. Pero fuera de esto juzgaba hermosa creacin la de Zorrilla...
aunque las haba mejores en nuestro teatro mo derno. A don lvaro se le antojaba muy
verosmil y muy ingenioso y oportuno el expediente de sujetar a don Luis y meterse en casa
de su novia en calidad de prometido... Aventuras as las haba l llevado a feliz trmino y no
por eso se crea deshonrado; pues el amor no se anda con libros de caballeras, y unas eran
las empresas del placer y otras las de la vanagloria; cuando se trataba de stas, lo mismo l
que don Juan, saban proceder con todos los requisitos del punto de honor. Pero esta

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opinin tambin se la call el jefe del partido liberal dinstico de Vetusta, y uni sus ruegos
a los de don Vctor para obligar a doa Ana a ir al teatro aquella noche.
Si es una perezosa; si ya no quiere salir; si ha vuelto a las andadas, a las
encerronas... y... pero... lo que es hoy no tienes escape!...
En fin, tanto insistieron, que Ana, puestos los ojos en los de Mesa, prometi
solemnemente ir al teatro.
Y fue.
Entr a las ocho y cuarto (la funcin comenzaba a las ocho) en el palco de los
Vegallana en compaa de la Marquesa, Edelmira, Paco y Quintanar.
El teatro de Vetusta, o sea nuestro Coliseo de la plaza del Pan, segn le llamaba en
elegante perfrasis el gacetillero y crtico de El Lbaro, era un antiguo corral de comedias
que amenazaba ruina y daba entrada gratis a todos los vientos de la rosa nutica. Si soplaba
el Norte y nevaba, solan deslizarse algunos copos por la claraboya de la lucerna. Al
levantarse el teln pensaban los espectadores sensatos en la pulmona, y algunos de las
butacas se embozaban prescindiendo de la buena crianza. Era un axioma vetustense que al
teatro haba que ir abrigado. Las ms distinguidas seoritas, que en el Espoln y el Paseo
Grande lucan todo el ao vestidos de colores alegres, blancos, rojos, azules, no llevaban al
coliseo de la Plaza del Pan ms que gris y negro y matices infinitos del castao, a no ser en
los das de gran etiqueta. Los cmicos temblaban de fro en el escenario, dentro de la cota
de malla, y las bailarinas aparecan azules y moradas dando diente con diente debajo de los
polvos de arroz.
Las decoraciones se haban ido deteriorando, y el Ayuntamiento, donde
predominaban los enemigos del arte, no pensaba en reemplazarlas. Como en la comedia que
representan en el bosque los personajes del Sueo de una noche de verano, la fantasa tena
que suplir en el teatro de Vetusta las deficiencias del lienzo y del cartn. No haba ya ms
bambalinas que las del saln regio, que figuraban en sabia perspectiva artesonado de oro y
plata, y las de cielo azul y sereno. Pero como en la mayor parte de nuestros dramas
modernos se exige sala decentemente amueblada, sin artesones ni cosa parecida, los
directores de escena solan decidirse en tales casos por el cielo azul. A veces los telones y
bastidores se hacan los remolones o precipitaban su cada, y en una ocasin, el buen Diego
Marsilla, atado a un rbol codo con codo, se encontr de repente en el camarn de doa
Isabel de Segura, con lo que el drama se hizo inverosmil a todas luces. La decoracin de
bosque se haba desplomado.
Ya estaban los vetustenses acostumbrados a estos que llamaba Ronzal anacronismos,
y pasaban por todo, en particular las personas decentes de palcos principales y plateas, que
no iban al teatro a ver la funcin, sino a mirarse y despellejarse de lejos. En Vetusta las
seoras no quieren las butacas, que, en efecto, no son dignas de seoras, ni butacas
siquiera; slo se degradan tanto las cursis y alguna dama de aldea en tiempo de feria. Los
pollos elegantes tampoco frecuentan la sala, o patio, como se llama todava. Se reparten por
palcos y plateas donde, apenas recatados, fuman, ren, alborotan, interrumpen la
representacin, por ser todo esto de muy buen tono y fiel imitacin de lo que muchos de
ellos han visto en algunos teatros de Madrid. Las mams desengaadas dormitan en el
fondo de los palcos; las que son o se tienen por dignas de lucirse comparten con las jvenes
la seria ocupacin de ostentar sus encantos y sus vestidos obscuros mientras con los ojos y
la lengua cortan los de las dems. En opinin de la dama vetustense, en general, el arte
dramtico es un pretexto para pasar tres horas cada dos noches observando los trapos y los
trapicheos de sus vecinas y amigas. No oyen, ni ven ni entienden lo que pasa en el
escenario; nicamente cuando los cmicos hacen mucho ruido, bien con armas de fuego, o
con una de esas anagnrisis en que todos resultan padres e hijos de todos y enamorados de
sus parientes ms cercanos, con los consiguientes alaridos, slo entonces vuelve la cabeza

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la buena dama de Vetusta, para ver si ha ocurrido all dentro alguna catstrofe de verdad.
No es mucho ms atento ni impresionable el resto del pblico ilustrado de la culta capital. En
lo que estn casi todos de acuerdo es en que la zarzuela es superior al verso, y la estadstica
demuestra que todas las compaas de verso truenan en Vetusta y se disuelven. Las partes
de por medio suelen quedarse en el pueblo y se les conoce porque les coge el invierno con
ropa de verano, muy ajustada por lo general. Unos se hacen vecinos y se dedican a coristas
endmicos para todas las peras y zarzuelas que haya que cantar y otros consiguen un
beneficio en que ellos pasan a primeros papeles, y ayudados por varios jvenes aficionados
de la poblacin, representan alguna obra de empeo, ganan diez o doce duros y se van a
otra provincia a tronar otra vez. Estos artistas de verso tambin paran a veces en la crcel,
segn el gobierno que rige los destinos de la Nacin. Suele tener la culpa el empresario que
no paga y adems insulta el hambre de los actores. Al considerar esta mala suerte de las
compaas dramticas en Vetusta podra creerse que el vecindario no amaba la escena, y as
es en general: pero no faltan clases enteras, la de mancebos de tienda, la de los cajistas,
por ejemplo, que cultivan en teatros caseros el difcil arte de Tala, y con grandes resultados
segn El Lbaro y otros peridicos locales.
Cuando Ana Ozores se sent en el palco de Vegallana, en el sitio de preferencia, que
la Marquesa no quera ocupar nunca, en las plateas y principales hubo cuchicheos y
movimiento. La fama de hermosa que gozaba y el verla en el teatro de tarde en tarde,
explicaba, en parte la curiosidad general. Pero adems haca algunas semanas que se
hablaba mucho de la Regenta, se comentaba su cambio de confesor, que por cierto coincida
con el afn del seor Quintanar de llevar a su mujer a todas partes. Se discuta si el
Magistral hara de su partido a la de Ozores, si llegara a dominar a don Vctor por medio de
su esposa, como haba hecho en casa de Carraspique. Algunos ms audaces, ms maliciosos
y que se crean ms enterados, decan al odo de sus ntimos que no faltaba quien procurase
contrarrestar la influencia del Provisor. Visitacin y Paco Vegallana, que eran los que podan
hablar con fundamento, guardaban prudente reserva; era Obdulia quien se daba aires de
saber muchas cosas que no haba.
La Regenta, bah! la Regenta ser como todas... Las dems somos tan buenas
como ella... pero su temperamento fro, su poco trato, su orgullo de mujer intachable, le
hacen ser menos expansiva y por eso nadie se atreve a murmurar... Pero tan buena como
ella son muchas...
Las reticencias de la Fandio eran todava recibidas con desconfianza en casi todas
partes. Pero con motivo de condenar su mala lengua, corra de boca en boca, el asunto de
sus murmuraciones vagas y cobardes. Obdulia meditaba poco lo que deca, hablaba siempre
aturdida, por mquina, pensando en otra cosa; iba sacndole filo a la calumnia sin
sospecharlo. Adems el mayor crimen que poda haber en la Regenta, y no crea ella que a
tanto llegase, era seguir la corriente. En Madrid y en el extranjero, esto es el pan nuestro
de cada da; pero en Vetusta fingen que se escandalizan de ciertas libertades de la moda,
las mismas que se las toman de tapadillo, entre sustos y miedos, sin gracia, del modo cursi
como aqu se hace todo. Pero qu se puede esperar de unas mujeres que no se baan ni
usan las esponjas ms que para lavar a los bebs! Obdulia, cuando hablaba con algn
forastero, desahogaba su desprecio describiendo la hipocresa anticuada y la suciedad de las
mujeres de Vetusta.
Crame usted, repeta, no sabe su cuerpo lo que es una esponja, se lavan como
gatas y se la pegan al marido como en tiempo del rey que rabi. Cunta porquera y cunta
ignoranc ia!
Ana, acostumbrada muchos aos haca a la mirada curiosa, insistente y fra del
pblico, no reparaba casi nunca en el efecto que produca su entrada en la iglesia, en el
paseo, en el teatro. Pero la noche de aquel da de Todos los Santos recibi como agradable
incienso, el tributo espontneo de admiracin; y no vio en l como otras veces, curiosidad

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estpida, ni envidia ni malicia. Desde la aparicin de don lvaro en la plaza, el humor de


Ana haba cambiado, pasando de la aridez y el hasto negro y fro a una regin de luz y calor
que baaban y penetraban todas las cosas: aquellas bruscas transformaciones del nimo las
atribua supersticiosamente a una voluntad superior, que rega la marcha de los sucesos
preparndolos, como experto autor de comedias, segn convena al destino de los seres.
Esta idea, que no aplicaba con entera fe a los dems, la crea evidente en lo que a ella
misma le importaba; estaba segura de que Dios le daba de cuando en cuando avisos, le
presentaba coincidencias para que ella aprovechase ocasiones, oyese lecciones y consejos.
Tal vez era esto lo ms profundo en la fe religiosa de Ana; crea en una atencin directa,
ostensible y singular de Dios a los actos de su vida, a su destino, a sus dolores y placeres;
sin esta creencia no hubiera sabido resistir las contrariedades de una existencia triste, sosa,
descaminada, intil. Aquellos ocho aos vividos al lado de un hombre que ella crea vulgar,
bueno de la manera ms molesta del mundo, manitico, insustancial; aquellos ocho aos de
juventud sin amor, sin fuego de pasin alguna, sin ms atractivo que tentaciones efmeras,
rechazadas al aparecer, crea que no hubiera podido sufrirlos a no pensar que Dios se los
haba mandado para probar el temple de su alma y tener en qu fundar la predileccin con
que la miraba. Se crea en sus momentos de fe egosta, admirada por el Ojo invisible de la
Providencia. El que todo lo ve y la vea a ella estaba satisfecho, y la vanidad de la Regenta
necesitaba esta conviccin para no dejarse llevar de otros n
i stintos, de otras voces que
arrancndola de sus abstracciones, le presentaban imgenes plsticas de objetos del mundo,
amables, llenas de vida y de calor.
Cuando descubri en el confesonario del Magistral un alma hermana, un espritu
supravetustense capaz de llevarla por un camino de flores y de estrellas a la regin
luciente de la virtud, tambin crey Ana que el hallazgo se lo deba a Dios, y como aviso
celestial pensaba aprovecharlo.
Ahora, al sentir revolucin repentina en las entraas en presencia de un gallardo
jinete, que vena a turbar con las corvetas de su caballo, el silencio triste de un da de
marasmo, la Regenta no vacil en creer lo que le decan voces interiores de independencia,
amor, alegra, voluptuosidad pura, bella, digna de las almas grandes. Sus horas de rebelin
nunca haban sido tan seguidas. Desde aquella tarde ningn momento haba dejado de
pensar lo mismo; que era absurdo que la vida pasase como una muerte, que el amor era un
derecho de la juventud, que Vetusta era un lodazal de vulgaridades, que su marido era una
especie de tutor muy respetable, a quien ella slo deba la honra del cuerpo, no el fondo de
su espritu, que era una especie de subsuelo, que l no sospechaba siquiera que existiese;
de aquello que don Vctor llamaba los nervios, asesorado por el doctor don Robustiano
Somoza, y que era el fondo de su ser, lo ms suyo, lo que ella era, en suma, de aquello no
tena que darle cuenta. Amar, lo amar todo, llorar de amor, soar como quiera y con
quien quiera; no pecar mi cuerpo, pero el alma la tendr anegada en el placer de sentir
esas cosas prohibidas por quien no es capaz de comprenderlas. Estos pensamientos, que
senta Ana volar por su cerebro como un torbellino, sin poder contenerlos, como si fuesen
voces de otro que retumbaban all, la llenaban de un terror que la encantaba. Si algo en ella
tema el engao, vea el sofisma debajo de aquella grrula turba de ideas sublevadas, que
reclamaban supuestos derechos, Ana procuraba ahogarlo, y como engandose a s misma,
la voluntad tomaba la resolucin cobarde, egosta, de dejarse ir.
As lleg al teatro. Haba cedido a los ruegos de D. lvaro y de D. Vctor sin saber
cmo; temiendo que aquello era una cita y una promesa; y sin embargo iba. Cuando se vio
sola delante del espejo en su tocador, se le figur que la Ana de enfrente le peda cuentas; y
formulando su pensamiento en perodos completos dentro del cerebro, se dijo:
Bueno, voy; pero es claro que si voy me comprometo con mi honra a no dejar que
ese hombre adquiera sobre m derecho alguno; no s lo que pasar all, no s hasta qu
punto alcanza este aliento de libertad que ha venido de repente a inundar la sequedad de

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dentro; pero el ir yo al teatro es prueba de que all no ha de haber pacto alguno que ofenda
al decoro; no saldr de all con menos honor que tengo.
Y despus de pensar y resolver esto, se visti y se pein lo mejor que supo, y no
volvi a poner en tela de juicio puntos de honra, peligros, ni compromisos de los que a D.
Vctor tanto gustaba ver en versos de Caldern y de Moreto.
El palco de Vegallana era una platea contigua a la del proscenio, que en Vetusta
llamaban bolsa, porque la separa un tabique de las otras y queda aparte, algo escondida. La
bolsa de enfrente izquierda del actor, era la de Mesa y otros elegantes del Casino;
algunos banqueros, un ttulo y dos americanos, de los cuales el principal era D. Frutos
Redondo, sin duda alguna. Don Frutos no perda funcin: a ste le gustaba el verso, el
verso y tente tieso como l deca; y se declaraba a s mismo, con la autoridad de sus
millones de pesos, inteligente de primera fuerza, en achaques de comedias y dramas. No
veo la tostada! deca D. Frutos, que haba aprendido esta frase poco culta y poco inteligible
en los artculos de fondo de un peridico serio. No veo la tostada, deca, refirindose a
cualquier comedia en que no haba una leccin moral, o por lo menos no la haba al alcance
de Redondo; y en no viendo l la tostada, condenaba al autor y hasta deca que defraudaba
a los espectadores, hacindoles perder un tiempo precioso. De todas partes quera sacar
provecho don Frutos, y prueba de ello es que deca, por ejemplo:
Que Manrique se enamora de Leonor, y que el conde tambin se enamora, y se la
disputan hasta que ella y el perdulario del poeta, amn de la gitana, se van al otro barrio, y
qu? qu ensea eso? qu vamos aprendiendo? qu voy yo ganando con eso? Nada.
A pesar de D. Frutos y sus altercados de crtica dramtica, la bolsa de D. lvaro, que
as se llamaba en todas partes, era la ms distinguida, la que ms atraa las miradas de las
mams y de las nias y tambin las de los pollos vetustenses que no podan aspirar a la
honra de ser abonados en aquel rincn aristocrtico, elegante, donde se reunan los
hombres de mundo (en Vetusta el mundo se andaba pronto) presididos por el jefe del
partido liberal dinstico. La mayor parte de los all congregados, haban vivido en Madrid
algn tiempo y todava imitaban costumbres, modales y gestos que haban observado all.
As es que a semejanza de los socios de un club madrileo, hablaban a gritos en su palco,
conversaban con los cmicos a veces, decan galanteras o desvergenzas a coristas y
bailarinas, y se burlaban de los grandes ideales romnticos que pasaban por la escena, mal
vestidos, pero llenos de poesa. Todos eran escpticos en materia de moral domstica, no
crean en virtud de mujer nacida, salvo D. Frutos, que conservaba frescas sus creencias
y despreciaban el amor consagrndose con toda el alma, o mejor, con todo el cuerpo, a los
amoros; crean que un hombre de mundo no puede vivir sin querida, y todos la tenan, ms
o menos barata; las cmicas eran la carnaza que preferan para tragar el anzuelo de la
lujuria rebozado con la vanidad de imitar costumbres corrompidas de pueblos grandes.
Bailarinas de desecho, cantatrices invlidas, matronas del gnero serio demasiado
sentimentales en su juventud pretrita, eran perseguidas, obsequiadas, regaladas y hasta
aburridas por aquellos seductores de campanario, incapaces los ms de intentar una
aventura sin el amparo de su bolsillo o sin contar con los humores herpticos de la dama
perseguida, o cualquier otra enfermedad fsica o moral que la hiciesen fcil, trada y llevada.
El nico conquistador serio del bando era D. lvaro y todos le envidiaban tanto como
admiraban su fortuna y hermosa estampa. Pero nadie como Pepe Ronzal, alias Trabuco y
antes El Estudiante, abonado de la bolsa de enfrente, la vecina al palco de Vegallana.
Trabuco era el ncleo de la que se llamaba la otra bolsa, y haba procurado rivalizar en
elegancia, sans faon y mundo con los de Mesa. Pero a su palco concurran elementos
heterogneos, muchos de los cuales lo echaban todo a perder; y no eran excpticos sino
cnicos, ni seductores ms o menos autnticos, sino compradores de carne humana. Los
abonados de esta otra bolsa eran Ronzal, Foja, Pez (que adems tena palco para su hija),
Bedoya, un escribano famoso por su lujuria que le costaba mucho dinero, por su arte para

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descubrir vrgenes en las aldeas y por sus buenas relaciones con todas las Celestinas del
pueblo; un escultor no comprendido, que no colocaba sus estatuas y se dedicaba a
especulaciones de arquelogo embustero; el juez de primera instancia, que se divida a s
mismo en dos entidades, 1. el juez, incorruptible, intratable, puercoespn sin pizca de
educacin, y 2. el hombre de sociedad, perseguidor de casadas de mala fama, consuelo de
todas las que lloraban desengaos de amores desgraciados; y tres o cuatro vejetes verdes
del partido conservador, concejales, que todo lo convertan en poltica. Pero si stos eran los
que pagaban el palco, a l concurran cuantos socios del Casino tenan amistad con
cualquiera de ellos. Ronzal haba protestado varias veces. Seores, parece esto la
cazuela! haba dicho a menudo, pero en balde. All iba Joaquinito Orgaz, y cuantos
sietemesinos madrileos pasaban por Vetusta, y hasta los que haban nacido y crecido en el
pueblo y no lucan ms que un barniz de la corte. Y como la bolsa del otro era respetada y
slo se atrevan a visitarla personas de posicin, a Ronzal le llevaban los diablos. Desde su
bolsa hasta se arrojaban perroschicos a la escena, para exagerar la falta de compostura de
los de enfrente. Algunos insolentes fumaban all a vista del pblico y dejaban caer bolas de
papel sobre alguna respetable calva de la orquesta. De vez en cuando les llamaban al orden
desde el paraso o desde las butacas, pero ellos despreciaban a la multitud y la miraban con
aires de desafo. Hablaban con los amigos que ocupaban las bolsas de los palcos principales,
y hacan seas ostentosas y nada pulcras a ciertas seoritas cursis que no se casaban nunca
y vivan una juventud eterna, siempre alegres, siempre estrepitosas y siempre desdeando
las preocupaciones del recato. Estas damas eran pocas; la mayora pecaban por el extremo
de la seriedad insulsa, y en cuanto se vean expuestas a la contemplacin del pblico,
tomaban gestos y posturas de estatuas egipcias de la primera poca.
Cuando haba estreno de algn drama o comedia muy aplaudidos en Madrid, en el
palco de Ronzal se discuta a grito pelado y sola predominar el criterio de un acendrado
provincialismo, que pareca all lo ms natural tratndose de arte. No haba salido de Vetusta
ningn dramaturgo ilustre, y por lo mismo se miraba con ojeriza a los de fuera. Eso de que
Madrid se quisiera imponer en todo, no lo toleraban en la bolsa de Ronzal. Se lleg en
alguna ocasin a declarar que se despreciaba la comedia porque los madrileos la haban
aplaudido mucho, y en Vetusta no se admitan imposiciones de nadie, no se segua un
juicio hecho. La pera, la pera era el delirio de aquellos escribanos y concejales: pagaban
un dineral por or un cuarteto que a ellos se les antojaba contratado en el cielo y que sonaba
como sillas y mesas arrastradas por el suelo con motivo de un desestero.
Se acuerdan ustedes de la Pallavicini! Qu voz de arcngel! deca Foja,
socarrn, escptico en todo, pero creyente fantico en la msica de los cuartetos de pera
de lance.
Oh, como el bartono Batistini yo no he odo nada! responda el escribano, que
estimaba la voz de bartono, por lo varonil, ms que la del tenor y la del bajo.
Pues ms varonil es la del bajo deca Foja.
No lo crea usted. Y usted qu dice, Ronzal?
Yo... distingo... si el bajo es cantante... Pero a m no me vengan ustedes con
msica... Saben ustedes lo que yo digo? Que la msica es el ruido que menos me
incomoda... Ja! ja! ja! Adems, para tenor ah tenemos a Castelar... ja! ja! ja!
El escribano rea tambin el chiste y los concejales sonrean, no por la gracia, sino
por la intencin.
Aunque el palco de los Marqueses tocaba con el de Ronzal, pocas veces los abonados
del ltimo se atrevan a entablar conversacin con los Vegallana o quien all estuviera
convidado. Adems de que el tabique intermedio dificultaba la conversacin, los ms no se

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atrevan, de hecho, a dar por no existente una diferencia de clases de que en teora muchos
se burlaban.
Todos somos iguales, decan muchos burgueses de Vetusta, la nobleza ya no es
nadie, ahora todo lo puede el dinero, el talento, el valor, etc., etc.; pero a pesar de tanta
alharaca, a los ms se les conoca hasta en su falso desprecio que participaban desde abajo
de las preocupaciones que mantenan los nobles desde arriba.
En cambio los de la bolsa de don lvaro saludaban a los Vegallana; sonrean a la
Marquesa, asestaban los gemelos a Edelmira y hacan seas al Marqus, y a Paco, que solan
visitar aquel rincn comm'il faut .
Tambin esto lo envidiaba Ronzal, que era amigo poltico de Vegallana; pero trataba
poco a la Marquesa.
Es demasiado borrico! deca doa Rufina cuando le hablaban de Trabuco; y
procuraba tenerle alejado tratndole con frialdad ceremoniosa.
Ronzal se vengaba diciendo que la Marquesa era republicana y que escriba en La
Flaca de Barcelona, y que haba sido una cualquier cosa en su juventud. Estas calumnias le
servan de desahogo y si le preguntaban el motivo de su inquina, contestaba: Seores, yo
me debo a la causa que defiendo, y veo con tristeza, con grande, con profunda tristeza, que
esa seora, la Marquesa, doa Rufina, en una palabra, desacredita el partido conservador
dinstico de Vetusta.
Despus de saborear el tributo de admiracin del pblico, Ana mir a la bolsa de
Mesa. All estaba l, reluciente, armado de aquella pechera blanqusima y tersa, la envidia
de las envidias de Trabuco. En aquel momento don Juan Tenorio arrancaba la careta del
rostro de su venerable padre; Ana tuvo que mirar entonces a la escena, porque la inaudita
demasa de don Juan haba producido buen efecto en el pblico del paraso que aplauda
entusiasmado. Perales, el imitador de Calvo, saludaba con modesto ademn algo
sorprendido de que se le aplaudiese en escena que no era de empeo.
Mire usted el pueblo! dijo un concejal de la otra bolsa, volvindose a Foja, el
exalcalde liberal.
Qu tiene el pueblo?
Que es un majadero! Aplaude la gran felona de arrancar la careta a un
enmascarado...
Que resulta padre aadi Ronzal; circunstancia agravante.
El hombre abandonado a sus instintos es naturalmente inmoral, y como el pueblo
no tiene educacin...
El juez aprob con la cabeza, sin separar los ojos de los gemelos con que apuntaba a
Obdulia, vestida de negro y rojo y sentada sobre tres almohadones en un palco contiguo al
de Mesa.
Ana empez a hacerse cargo del drama en el momento en que Perales deca con un
desdn gracioso y elegante:
Son plticas de familia
de las que nunca hice caso...
Era el cmico alto, rubio aquella noche flexible, elegante y suelto, luca buena
pierna, y le sentaba de perlas el traje fantstico, con pretensiones de arqueolgico, que
cea su figura esbelta. Don Vctor estaba enamorado de Perales; l no haba visto a Calvo y
el imitador le pareca excelente intrprete de las comedias de capa y espada. Le haba odo
decir con nfasis musical las dcimas de La vida es sueo, le haba admirado en El desdn

251

con el desdn, declamando con soltura y gran meneo de brazos y piernas las sutiles razones
que comienzan as:
Y porque veis que es error
que haya en el mundo quien crea
que el que quiere lisonjea,
escuchad lo que es amor.
y concluyen:
A su propia conveniencia
dirige amor su fatiga,
luego es clara consecuencia
que ni con amor se obliga
ni con su correspondencia.
Y don Vctor le reputaba excelentsimo cmico. No par hasta que se lo presentaron;
y a su casa le hubiera hecho ir si su mujer fuera otra. En general don Vctor envidiaba a todo
el que dejaba ver la contera de una espada debajo de una capa de grana, aunque fuese en
las tablas y slo de noche. Conoci que Anita contemplaba con gusto los ademanes y la
figura de don Juan y se acerc a ella el buen Quintanar, dicindole al odo con voz trmula
por la emocin:
Verdad, hijita, que es un buen mozo? Y qu movimientos tan artsticos de brazo y
pierna!... Dicen que eso es falso, que los hombres no andamos as... Pero debiramos
andar! y as seguramente andaramos y gesticularamos los espaoles en el siglo de oro,
cuando ramos dueos del mundo; esto ya lo deca ms alto para que lo oyeran todos los
presentes. Bueno estara que ahora que vamos a perder a Cuba, resto de nuestras
grandezas, nos diramos esos aires de seores y midiramos el paso...
La Regenta no oa a su marido; el drama empezaba a interesarla de veras; cuando
cay el teln qued con gran curiosidad y deseo de saber en qu paraba la apuesta de D.
Juan y Meja.
En el primer entreacto D. lvaro no se movi de su asiento; de cuando en cuando
miraba a la Regenta, pero con suma discrecin y prudencia, que ella not, y le agradeci.
Dos o tres veces se sonrieron y slo la ltima vez que tal osaron, sorprendi aquella
correspondencia Pepe Ronzal, que, como siempre, segua la pista a los telgrafos de su
aborrecido y admirado modelo.
Trabuco se propuso redoblar su atencin, observar mucho y ser una tumba, callar
como un muerto. Pero aquello era grave, muy grave! Y la envidia se lo coma.
Empez el segundo acto y D. lvaro not que por aquella noche tena un poderoso
rival: el drama. Anita comenz a comprender y sentir el valor artstico del don Juan
emprendedor, loco, valiente y trapacero de Zorrilla; a ella tambin la fascinaba como a la
doncella de doa Ana de Pantoja, y a la Trotaconventos que ofreca el amor de Sor Ins
como una mercanca... La calle obscura, estrecha, la esquina, la reja de doa Ana... los
desvelos de Ciutti, las trazas de don Juan; la arrogancia de Meja; la traicin interina del
Burlador, que no necesitaba, por una sola vez, dar pruebas de valor; los preparativos
diablicos de la gran aventura, del asalto del convento, llegaron al alma de la Regenta con
todo el vigor y frescura dramticos que tienen y que muchos no saben apreciar o porque
conocen el drama desde antes de tener criterio para saborearle y ya no les impresiona, o
porque tienen el gusto de madera de tinteros; Ana estaba admirada de la poesa que andaba
por aquellas callejas de lienzo, que ella transformaba en slidos edificios de otra edad; y
admiraba no menos el desdn con que se vea y oa todo aquello desde palcos y butacas;
aquella noche el paraso, alegre, entusiasmado, le pareca mucho ms inteligente y culto que
el seoro vetustense.

252

Ana se senta transportada a la poca de D. Juan, que se figuraba como el vago


romanticismo arqueolgico quiere que haya sido; y entonces, volviendo al egosmo de sus
sentimientos, deploraba no haber nacido cuatro o cinco siglos antes... Tal vez en aquella
poca fuera divertida la existencia en Vetusta; habra entonces conventos poblados de
nobles y hermosas damas, amantes atrevidos, serenatas de Trovadores en las callejas y
postigos; aquellas tristes, sucias y estrechas plazas y calles tendran, como ahora, aspecto
feo, pero las llenara la poesa del tiempo, y las fachadas ennegrecidas por la humedad, las
rejas de hierro, los soportales sombros, las tinieblas de las rinconadas en las noches sin
luna, el fanatismo de los habitantes, las venganzas de vecindad, todo sera dramtico, digno
del verso de un Zorrilla; y no como ahora suciedad, prosa, fealdad desnuda. Comparar
aquella Edad media soada ella colocaba a D. Juan Tenorio en la Edad media por culpa de
Perales con los espectadores que la rodeaban a ella en aquel instante era un triste
despertar. Capas negras y pardas, sombreros de copa alta absurdos, horrorosos... todo
triste, todo negro, todo desmaado, sin expresin... fro... hasta D. lvaro parecale
entonces mezclado con la prosa comn. Cunto ms le hubiera admirado con el ferreruelo,
la gorra y el jubn y el calzn de punto de Perales!... Desde aquel momento visti a su
adorador con los arreos del cmico, y a ste en cuanto volvi a la escena, le dio el gesto y
las facciones de Mesa, sin quitarle el propio andar, la voz dulce y meldica y dems
cualidades artsticas.
El tercer acto fue una revelacin de poesa apasionada para doa Ana. Al ver a doa
Ins en su celda, sinti la Regenta escalofros; la novicia se pareca a ella; Ana lo conoci al
mismo tiempo que el pblico; hubo un murmullo de admiracin y muchos espectadores se
atrevieron a volver el rostro al palco de Vegallana con disimulo. La Gonzlez era cmica por
amor; se haba enamorado de Perales, que la haba robado; casados en secreto, recorran
despus todas las provincias, y para ayuda del presupuesto conyugal la enamorada joven,
que era hija de padres ricos: se decidi a pisar las tablas; imitaba a quien Perales la haba
mandado imitar, pero en algunas ocasiones se atreva a ser original y haca excelentes
papeles de virgen amante. Era muy guapa, y con el hbito blanco de novicia, la cabeza
prisionera de la rgida toca, muy coloradas las mejillas, lucientes los ojos, los labios hechos
fuego, las manos en postura hiertica y la modestia y castidad ms lmpida en toda la figura,
interesaba profundamente. Deca los versos de doa Ins con voz cristalina y trmula, y en
los momentos de ceguera amorosa se dejaba llevar por la pasin cierta porque se trataba
de su marido y llegaba a un realismo potico que ni Perales ni la mayor parte del pblico
eran capaces de apreciar en lo mucho que vala.
Doa Ana s; clavados o
l s ojos en la hija del Comendador, olvidada de todo lo que
estaba fuera de la escena, bebi con ansiedad toda la poesa de aquella celda casta en que
se estaba filtrando el amor por las paredes. Pero esto es divino! dijo volvindose hacia su
marido, mientras pasaba la lengua por los labios secos. La carta de don Juan escondida en el
libro devoto, leda con voz temblorosa primero, con terror supersticioso despus, por doa
Ins, mientras Brgida acercaba su buja al papel; la proximidad casi sobrenatural de
Tenorio, el espanto que sus hechizos supuestos producen en la novicia, que ya cree
sentirlos, todo, todo lo que pasaba all y lo que ella adivinaba produca en Ana un efecto de
magia potica, y le costaba trabajo contener las lgrimas que se le agolpaban a los ojos.
Ay! s, el amor era aquello, un filtro, una atmsfera de fuego, una locura mstica;
huir de l era imposible; imposible gozar mayor ventura que saborearle con todos sus
venenos. Ana se comparaba con la hija del Comendador; el casern de los Ozores era su
convento, su marido la regla estrecha de hasto y frialdad en que ya haba profesado ocho
aos haca... y don Juan... don Juan aquel Mesa que tambin se filtraba por las paredes,
apareca por milagro y llenaba el aire con su presencia!
Entre el acto tercero y el cuarto don lvaro vino al palco de los marqueses.

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Ana al darle la mano tuvo miedo de que l se atreviera a apretarla un poco, pero no
hubo tal; dio aquel tirn enrgico que l siempre daba, siguiendo la moda que en Madrid
empezaba entonces; pero no apret. Se sent a su lado, eso s, y al poco rato hablaban
aislados de la conversacin general.
Don Vctor haba salido a los pasillos a fumar y disputar con los pollastres vetustenses
que despreciaban el romanticismo y citaban a Dumas y Sardou, repitiendo lo que haban
odo en la corte.
Ana, sin dar tiempo a don lvaro para buscar buena embocadura a la conversacin,
dej caer sobre la prosaica imaginacin del petimetre el chorro abundante de poesa que
haba bebido en el poema gallardo, fresco, exuberante de hermosura y color del maestro
Zorrilla.
La pobre Regenta estuvo elocuente; se figur que el jefe del partido liberal dinstico
la entenda, que no era como aquellos vetustenses de cal y canto que hasta se sonrean con
lstima al or tantos versos bonitos, sonorosos, pero sin miga, segn asegur don Frutos
en el palco de la marquesa.
A Mesa le extra y hasta disgust el entusiasmo de Ana. Hablar del Don Juan
Tenorio como si se tratase de un estreno! Si el Don Juan de Zorrilla ya slo serva para
hacer parodias!... No fue posible tratar cosa de provecho, y el Tenorio vetustense procur
ponerse en la cuerda de su amiga y hacerse el sentimental disimulado, como los hay en las
comedias y en las novelas de Feuillet: mucho sprit que oculta un corazn de oro que se
esconde por miedo a las espinas de la realidad... esto era el colmo de la distincin segn lo
entenda don lvaro, y as procur aquella noche presentarse a la Regenta, a quien estaba
visto que haba que enamorar por todo lo alto.
Ana, que se dejaba devorar por los ojos grises del seductor y le enseaba sin
pestaear los suyos dulces y apasionados, no pudo en su exaltacin notar el
amaneramiento, la falsedad del idealismo copiado de su interlocutor; apenas le oa, hablaba
ella sin cesar, crea que lo que estaba diciendo l coincida con las propias ideas; este
espejismo del entusiasmo vidente, que suele aparecer en tales casos, fue lo que vali a don
lvaro aquella noche. Tambin le sirvi mucho su hermosura varonil y noble, ayudada por la
expresin de su pasioncilla, en aquel momento irritada. Adems el rostro del buen mozo,
sobre ser correcto, tena una expresin espiritual y melanclica que era puramente de
apariencia; combinacin de lneas y sombras, algo tambin las huellas de una vida
malgastada en el vicio y el amor. Cuando comenz el cuarto acto, Ana puso un dedo en la
boca, y sonriendo a don lvaro le dijo:
Ahora silencio! Bastante hemos charlado... djeme usted or.
Es que... no s... si debo despedirme...
No... no... por qu? respondi ella, arrepentida al instante de haberlo dicho.
No s si estorbar, si habr sitio...
Sitio s, porque Quintanar est en la bolsa de ustedes... mrele usted.
Era verdad; estaba all disputando con don Frutos, que insista en que el Don Juan
Tenorio careca de la miga suficiente.
Don lvaro permaneci junto a la Regenta.
Ella le dejaba ver el cuello vigoroso y mrbido, blanco y tentador con su vello negro
algo rizado y el nacimiento provocador del moo que suba por la nuca arriba con graciosa
tensin y convergencia del cabello. Dudaba don lvaro si deba en aquella situacin
atreverse a acercarse un poco ms de lo acostumbrado. Senta en las rodillas el roce de la
falda de Ana, ms abajo adivinaba su pie, lo tocaba a veces un instante. Ella estaba aquella

254

noche... en punto de caramelo (frase simblica en el pensamiento de Mesa), y con todo no


se atrevi. No se acerc ni ms ni menos; y eso que ya no tena all caballo que lo
estorbase. Pero la buena seora se haba sublimizado tanto! y como l, por no perderla de
vista, y por agradarla, se haba hecho el romntico tambin, el espiritual, el mstico... quin
diablos iba ahora a arriesgar un ataque personal y pedestre!... Se haba puesto aquello en
una tessitura endemoniada! Y lo peor era que no haba probabilidades de hacer entrar, en
mucho tiempo, a la Regenta por el aro; quin iba a decirle: bjese usted, amiga ma, que
todo esto es volar por los espacios imaginarios? Por estas consideraciones, que le estaban
dando vergenza, que le parecan ridculas al cabo, don lvaro resisti el vehemente deseo
de pisar un pie a la Regenta o tocarle la pierna con sus rodillas...
Que era lo que estaba haciendo Paquito con Edelmira, su prima. La robusta virgen de
aldea pareca un carbn encendido, y mientras don Juan, de rodillas ante doa Ins, le
preguntaba si no era verdad que en aquella apartada orilla se respiraba mejor, ella se
ahogaba y tragaba saliva, sintiendo el pataleo de su primo y oyndole, cerca de la oreja,
palabras que parecan chispas de fragua. Edelmira, a pesar de no haber desmejorado, tena
los ojos rodeados de un ligero tinte obscuro. Se abanicaba sin punto de reposo y tapaba la
boca con el abanico cuando en medio de una situacin culminante del drama se le antojaba
a ella rerse a carcajadas con las ocurrencias del Marquesito, que tena unas cosas...
Para Ana el cuarto acto no ofreca punto de comparacin con los acontecimientos de
su propia vida... ella an no haba llegado al cuarto acto. Representaba aquello lo
porvenir? Sucumbira ella como doa Ins, caera en los brazos de don Juan loca de amor?
No lo esperaba; crea tener valor para no entregar jams el cuerpo, aquel miserable cuerpo
que era propiedad de don Vctor sin duda alguna. De todas suertes, qu cuarto acto tan
potico! El Guadalquivir all abajo... Sevilla a lo lejos... La quinta de don Juan, la barca
debajo del balcn... la declaracin a la luz de la luna... Si aquello era romanticismo, el
romanticismo era eterno!... Doa Ins deca:
Don Juan, don Juan, yo lo imploro
de tu hidalga condicin...
Estos versos, que ha querido hacer ridculos y vulgares, manchndolos con su baba,
la necedad prosaica, pasndolos mil y mil veces por sus labios viscosos como vientre de
sapo, sonaron en los odos de Ana aquella noche como frase sublime de un amor inocente y
puro que se entrega con la fe en el objeto amado, natural en todo gran amor. Ana,
entonces, no pudo evitarlo, llor, llor, sintiendo por aquella Ins una compasin infinita. No
era ya una escena ertica lo que ella vea all; era algo religioso; el alma saltaba a las ideas
ms altas, al sentimiento pursimo de la caridad universal... no saba a qu; ello era que se
senta desfallecer de tanta emocin.
Las lgrimas de la Regenta nadie las not. Don lvaro slo observ que el seno se le
mova con ms rapidez y se levantaba ms al respirar. Se equivoc el hombre de mundo;
crey que la emocin acusada por aquel respirar violento la causaba su gallarda y prxima
presencia, crey en un influjo puramente fisiolgico y por poco se pierde... Busc a tientas el
pie de Ana... en el mismo instante en que ella, de una en otra, haba llegado a pensar en
Dios, en el amor ideal, puro, universal que abarcaba al Creador y a la criatura... Por fortuna
para l, Mesa no encontr, entre la hojarasca de las enaguas, ningn pie de Anita, que
acababa de apoyar los dos en la silla de Edelmira.
El altercado de don Juan y el Comendador hizo a la Regenta volver a la realidad del
drama y fijarse en la terquedad del buen Ulloa; como se haba empeado la imaginacin
exaltada en comparar lo que pasaba en Vetusta con lo que suceda en Sevilla, sinti
supersticioso miedo al ver el mal en que paraban aquellas aventuras del libertino andaluz; el
pistoletazo con que don Juan saldaba sus cuentas con el Comendador le hizo temblar; fue un
presentimiento terrible. Ana vio de repente, como a la luz de un relmpago, a don Vctor

255

vestido de terciopelo negro, con jubn y ferreruelo, baado en sangre, boca arriba, y a don
lvaro con una pistola en la mano, enfrente del cadver.
La Marquesa dijo despus de caer el teln que ella no aguantaba ms Tenorio.
Yo me voy, hijos mos; no me gusta ver cementerios ni esqueletos; demasiado
tiempo le queda a uno para eso. Adis. Vosotros quedaos si queris... Jess! las once y
media, no se acaba esto a las dos...
Ana, a quien explic su esposo el argumento de la segunda parte del drama, prefiri
llevar la impresin de la primera, que la tena encantada, y sali con la Marquesa y Mesa.
Edelmira se qued con don Vctor y Paco.
Yo llevar a la nia y usted djeme a sa en casa, seora Marquesa dijo
Quintanar.
Mesa se despidi al dejar dentro del coche a las damas. Entonces apret un poco la
mano de Anita, que la retir asustada.
Don lvaro se volvi al palco del Marqus a dar conversacin a don Vctor. Eran
panes prestados: Paco necesitaba que le distrajeran a Quintanar para quedarse como a
solas con Edelmira; Mesa, que tantas veces haba utilizado servicios anlogos del
Marquesito, fue a cumplir con su deber.
Adems, siempre que se le ofreca, aprovechaba la ocasin de estrechar su amistad
con el simptico aragons que haba de ser su vctima, andando el tiempo, o poco haba de
poder l.
Con mil amores acogi Quintanar al buen mozo y le expuso sus ideas en punto a
literatura dramtica, concluyendo como siempre con su teora del honor segn se entenda
en el siglo de oro, cuando el sol no se pona en nuestros dominios.
Mire usted deca don Vctor, a quien ya escuchaba con inters don lvaro mire
usted, yo ordinariamente soy muy pacfico. Nadie dir que yo, exregente de Audiencia,
que me jubil casi por no firmar ms sentencias de muerte, nadie dir, repito que tengo ese
punto de honor quisquilloso de nuestros antepasados, que los pollastres de ah abajo llaman
inverosmil; pues bien, seguro estoy, me lo da el corazn, de que si mi mujer hiptesis
absurda me faltase... se lo tengo dicho a Toms Crespo muchas veces... le daba una
sangra suelta.
(Animal! pens don lvaro.)
Y en cuanto a su cmplice... oh! en cuanto a su cmplice... Por de pronto yo
manejo la espada y la pistola como un maestro; cuando era aficionado a representar en los
teatros caseros es decir, cuando mi edad y posicin social me permitan trabajar, porque
la aficin an me dura comprendiendo que era muy ridculo batirse mal en las tablas, tom
maestro de esgrima y dio la casualidad de que demostr en seguida grandes facultades para
el arma blanca. Yo soy pacfico, es verdad, nunca me ha dado nadie motivo para hacerle un
rasguo... pero figrese usted... el da que... Pues lo mismo y mucho ms puedo decir de la
pistola. Donde pongo el ojo... pues bien, como deca, al cmplice lo traspasaba; s, prefiero
esto; la pistola es del drama moderno, es prosaica; de modo que le matara con arma
blanca... Pero voy a mi tesis... Mi tesis era... qu?... usted recuerda?
Don lvaro no recordaba, pero lo de matar al cmplice con arma blanca le haba
alarmado un poco.
Cuando Mesa, ya cerca de las tres, de vuelta del Casino, tra taba de llamar al sueo
imaginando voluptuosas escenas de amor que se prometa convertir en realidad bien pronto,
al lado de la Regenta, protagonista de ellas, vio de repente, y ya casi dormido, la figura

256

vulgar y bonachona de don Vctor. Pero le vio entre los primeros disparates del ensueo,
vestido de toga y birrete, con una espada en la mano. Era la espada de Perales en el
Tenorio, de enormes gavilanes.
Anita no
profundamente.

recordaba

haber

soado

aquella

noche

con

don

lvaro.

Durmi

Al despertar, cerca de las diez, vio a su lado a Petra, la doncella rubia y taimada, que
sonrea discretamente.
Mucho he dormido, por qu no me has despertado antes?
Como la seorita pas mala noche...
Mala noche?... yo?
S, hablaba alto, soaba a gritos...
Yo?
S, alguna pesadilla.
Y t... me has odo desde?...
S, seora, no me haba acostado todava; me qued a esperar por el seor, porque
Anselmo es tan bruto que se duerme... Vino el amo a las dos.
Y yo he hablado alto...
Poco despus de llegar el seor. l no oy nada; no quiso entrar por no despertar a
la seorita. Yo volv a ver si dorma... si quera algo... y cre que era una pesadilla... pero no
me atrev a despertarla...
Ana se senta fatigada. Le saba mal la boca y tema los amagos de la jaqueca.
Una pesadilla!... Pero si yo no recuerdo haber padecido...
No, pesadilla mala... no sera... porque sonrea la seora... daba vueltas...
Y... y... qu deca?
Oh... qu deca! No se entenda bien... palabras sueltas... nombres...
Qu nombres?... Ana pregunt esto encendido el rostro por el rubor... qu
nombres? repiti.
Llamaba la seora... al amo.
Al amo?
S... s, seora... deca: Vctor! Vctor!
Ana comprendi que Petra menta. Ella casi siempre llamaba a su marido Quintanar.
Adems, la sonrisa no disimulada de la doncella aumentaba las sospechas de la
seora.
Call y procur ocultar su confusin.
Entonces acercndose ms a la cama y bajando la voz Petra dijo, ya seria:
Han trado esto para la seora...
Una carta? De quin? pregunt en voz trmula Ana, arrebatando el papel de
manos de Petra.
Si aquel loco se habra propasado!... Era absurdo.

257

Petra, despus de observar la expresin de susto que se pint en el rostro del ama,
aadi:
De parte del seor Magistral debe de ser, porque lo ha trado Teresina la doncella
de doa Paula.
Ana afirm con la cabeza mientras lea.
Petra sali sin ruido, como una gata. Sonrea a sus pensamientos.
La carta del Magistral, escrita en papel levemente perfumado, y con una cruz morada
sobre la fecha, deca as:
Seora y amiga ma: Esta tarde me tendr usted en la capilla de cinco a cinco y
media. No necesitar usted esperar, porque ser hoy la nica persona que confiese. Ya sabe
que no me tocaba hoy sentarme, pero me ha parecido preferible avisar a usted para esta
tarde por razones que le explicar su atento amigo y servidor,
FERMN DE PAS.
No deca capelln.
Cosa extraa! Ana se haba olvidado del Magistral desde la tarde anterior; ni una
vez sola, desde la aparicin de don lvaro a caballo haba pasado por su cerebro la imagen
grave y airosa del respetado, estimado y admirado padre espiritual! Y ahora se presentaba
de repente dndole un susto, como sorprendindola en pecado de infidelidad. Por la primera
vez sinti Ana la vergenza de su imprudente conducta. Lo que no haba despertado en ella
la presencia de don Vctor, lo despertaba la imagen de don Fermn... Ahora se crea infiel de
pensamiento, pero cosa ms rara! infiel a un hombre a quien no deba fidelidad ni poda
debrsela.
Es verdad, pensaba; habamos quedado en que maana temprano ira a confesar...
y se me haba olvidado! y ahora l adelanta la confesin... Quiere que vaya esta tarde.
Imposible! No estoy preparada... Con estas ideas... con esta revolucin del alma...
Imposible!
Se visti deprisa, cogi papel que tena el mismo olor que el del Magistral, pero ms
fuerte, y escribi a don Fermn una carta muy dulce con mano trmula, turbada, como si
cometiera una felona. Le engaaba; le deca que se senta mal, que haba tenido la jaqueca
y le suplicaba que la dispensase; que ella le avisara...
Entreg a Petra el papel embustero y la dio orden de llevarlo a su destino
inmediatamente, y sin que el seor se enterase.
Don Vctor ya haba manifestado varias veces su no conformidad, como l deca, con
aquella frecuencia del sacramento de la confesin; como tema que se le tuviese por poco
enrgico, y era muy poco enrgico en su casa en efecto, alborotaba mucho cuando se
enfadaba.
Para evitar el ruido, molesto aunque sin consecuencias, Ana procuraba que su esposo
no se enterase de aquellas frecuentes escapatorias a la catedral.
No poda presumir el buen seor que por su bien eran!
Petra haba sido tomada por confidente y cmplice de estos inocentes tapadillos. Pero
la criada, fingiendo creer los motivos que alegaba su ama para ocultar la devocin,
sospechaba horrores.
Iba camino de la casa del Magistral con la misiva y pensaba:
Lo que yo me tema, a pares; los tiene a pares; uno diablo y otro santo. As en la
tierra como en el cielo!

258

Ana estuvo todo el da inquieta, descontenta de s misma; no se arrepenta de haber


puesto en peligro su honor, dando alas (siquiera fuesen de sutil gasa espiritual) a la audacia
amorosa de don lvaro; no le pesaba de engaar al pobre don Vctor, porque le reservaba el
cuerpo, su propiedad legtima... pero pensar que no se haba acordado del Magistral ni una
vez en toda la noche anterior, a pesar de haber estado pensando y sintiendo tantas cosas
sublimes!
Y por contera, le engaaba, le deca que estaba enferma para excusar el verle... le
tena miedo!... y hasta el estilo dulce, casi carioso de la carta era traidor... aquello no era
digno de ella! Para don Vctor haba que guardar el cuerpo, pero al Magistral, no haba que
reservarle el alma?

XVII

Al obscurecer de aquel mismo da, que era el de Difuntos, Petra anunci a la Regenta,
que paseaba en el Parque, entre los eucaliptus de Frgilis, la visita del seor Magistral.
Enciende la lmpara del gabinete y antes hazle pasar a la huerta... dijo Ana
sorprendida y algo asustada.
El Magistral pas por el patio al Parque. Ana le esperaba sentada dentro del cenador.
Estaba hermosa la tarde, pareca de Septiembre; no durara mucho el buen tiempo, luego
se caera el cielo hecho agua sobre Vetusta...
Todo esto se dijo al principio. Ana se turb cuando el Magistral se atrevi a
preguntarle por la jaqueca.
Se haba olvidado de su mentira! Explic lo mejor que pudo su presencia en el
Parque a pesar de la jaqueca.
El Magistral confirm su sospecha. Le haba engaado su dulce amiga.
Estaba el clrigo plido, le temblaba un poco la voz, y se mova sin cesar en la
mecedora en que se le haba invitado a sentarse.
Seguan hablando de cosas indiferentes y Ana esperaba con temor que don Fermn
abordase el motivo de su extraordinaria visita.
El caso era que el motivo... no poda explicarse. Haba sido un arranque de mal
humor; una salida de tono que ya casi senta, y cuya causa de ningn modo poda l
explicar a aquella seora.
El Chato, el clrigo que serva de esbirro a doa Paula, tena el vicio de ir al teatro
disfrazado. Haba cogido esta aficin en sus tiempos de espionaje en el seminario; entonces
el Rector le mandaba al paraso para delatar a los seminaris tas que all viera; ahora el Chato
iba por cuenta propia. Haba estado en el teatro la noche anterior y haba visto a la Regenta.
Al da siguiente, por la maana, lo supo doa Paula, y al comer, en un incidente de la
conversacin, tuvo habilidad para darle la noticia a su hijo.
No creo que esa seora haya ido ayer al teatro.
Pues yo lo s por quien la ha visto.
El Magistral se sinti herido, le doli el amor propio al verse en ridculo por culpa de
su amiga. Era el caso que en Vetusta los beatos y todo el mundo devoto consideraban el
teatro como recreo prohibido en toda la Cuaresma y algunos otros das del ao; entre ellos
el de Todos los Santos. Muchas seoras abonadas haban dejado su palco desierto la noche

259

anterior, sin permitir la entrada en l a nadie para sealar as mejor su protesta. La de Pez
no haba ido, doa Petronila, o sea El Gran Constantino, que no iba nunca, pero tena
abonadas a cuatro sobrinas, tampoco les haba consentido asistir.
Y Ana, que pasaba por hija predilecta de confesin del Magistral, por devota en
ejercicio, se haba presentado en el teatro en noche prohibida, rompiendo por todo,
haciendo alarde de no respetar piadosos escrpulos, pues precisamente ella no frecuentaba
semejante sitio... Y precisamente aquella noche...
El Magistral haba salido de su casa disgustado. A l no le importaba que fuese o no
al teatro por ahora, tiempo llegara en que sera otra cosa; pero la gente murmurara; don
Custodio, el Arcediano, todos sus enemigos se burlaran, hablaran de la escasa fuerza que
el Magistral ejerca sobre sus penitentes... Tema el ridculo. La culpa la tena l, que tardaba
demasiado en ir apretando los tornillos de la devocin a doa Ana.
Lleg a la sacrista y encontr al Arcipreste, al ilustre Ripamiln disputando como si
se tratara de un asalto de esgrima, con aspavientos y manotadas al aire; su contendiente
era el Arcediano, el seor Mourelo, que con ms calma y sonriendo sostena que la Regenta
o no era devota de buena ley, o no deba haber ido al teatro en noche de Todos los Santos.
Ripamiln gritaba:
Seor mo, los deberes sociales estn por encima de todo...
El Den se escandaliz.
Oh! oh! dijo
religiosos... eso es...

eso

no,

seor

Arcipreste...

los

deberes

religiosos...

los

Y tom un polvo de rap extrado con mal pulso de una caja de ncar. As sola l
terminar los perodos complicados.
Los deberes sociales... son muy respetables en efecto dijo el cannigo pariente
del Ministro, a quien la proposicin haba parecido regalista, y por consiguiente digna de
aprobacin por parte de un primo del Notario mayor del reino.
Los deberes sociales replic Glocester tranquilo, con almbar en las palabras,
pausadas y subrayadas los deberes sociales, con permiso de usted, son respetabilsimos,
pero quiere Dios, consiente su infinita bondad que estn siempre en armona con los deberes
religiosos...
Absurdo! exclam Ripamiln dando un salto.
Absurdo! dijo el Den, cerrando de un bofetn la caja de ncar.
Absurdo! afirm el cannigo regalista.
Seores, los deberes no pueden contradecirse, el deber social, por ser tal deber, no
puede oponerse al deber religioso... lo dice el respetable Taparelli...
Tapa qu? pregunt el Den. No me venga usted con autores alemanes... Este
Mourelo siempre ha sido un hereje...
Seores, estamos fuera de la cuestin grit Ripamiln el caso es...
No estamos tal insisti Glocester, que no quera en presencia de don Fermn
sostener su tesis de la escasa religiosidad de la Regenta.
Tuvo habilidad para llevar la disputa al terreno filosfico, y de all al teolgico, que
fue como echarle agua al fuego. Aquellas venerables dignidades profesaban a la sagrada
ciencia un respeto singular, que consista en no querer hablar nunca de cosas altas.

260

A don Fermn le bast lo que oy al entrar en la sacrista para comprender que se


haba comentado lo del teatro. Su mal humor fue en aumento. Lo saba toda Vetusta, su
influencia moral haba perdido crdito... y la autora de todo aquello, tena la crueldad de
negarse a una cita. l se la haba dado para decirle que no deba confesar por las maanas,
sino de tarde, porque as no se fijaba en ellos el pblico de las beatas con atencin
exclusiva... Debe usted confesar entre todas, y adems algunos das en que no se sabe que
me siento; yo le avisar a usted y entonces... podremos hablar ms por largo. Todo esto
haba pensado decirle aquella tarde, y ella responda que... estaba con jaqueca!. En
casa de Pez tambin le hablaron del escndalo del teatro. Haban ido varias damas que
haban prometido no ir; y haba ido Ana Ozores que nunca asista.
El Magistral sali de casa de Pez bufando; la sonrisa burlona de Olvido, que se
celaba ya, le haba puesto furioso...
Y sin pensar lo que haca, se haba ido derecho a la plaza Nueva, se haba metido en
la Rinconada y haba llamado a la puerta de la Regenta... Por eso estaba all.
Quin iba a explicar semejante motivo de una visita?
Al ver que Ana haba mentido, que estaba buena y haba buscado un embuste para
no acudir a su cita, el mal humor de D. Fermn ray en ira y necesit toda la fuerza de la
costumbre para contenerse y seguir sonriente.
Qu derechos tena l sobre aquella mujer? Ninguno. Cmo dominarla si quera
sublevarse? No haba modo. Por el terror de la religin? Patarata. La religin para aquella
seora nunca podra ser el terror. Por la persuasin, por el inters, por el cario? l no
poda jactarse de tenerla persuadida, interesada y menos enamorada de la manera espiritual
a que aspiraba.
No haba ms reme dio que la diplomacia. Humllate y ya te ensalzars, era su
mxima, que no tena nada que ver con la promesa evanglica.
En vista de que los asuntos vulgares de conversacin llevaban trazas de sucederse
hasta lo infinito, el Magistral, que no quera marcharse sin hacer algo, puso trmino a las
palabras insignificantes con una pausa larga y una mirada profunda y triste a la bveda
estrellada. Estaba sentado a la entrada del cenador.
Ya haba comenzado la noche, pero no haca fro all, o por lo menos no lo sentan.
Ana haba contestado a Petra, al anunciar sta que haba luz en el gabinete:
Bien; all vamos.
El Magistral haba dicho que si doa Ana se senta ya bien, no era malo estar al aire
libre.
El silencio de don Fermn y su mirada a las estrellas indicaron a la dama que se iba a
tratar de algo grave.
As fue. El Magistral dijo:
Todava no he explicado a usted por qu pretenda yo que fuese a la catedral esta
tarde. Quera decirle, y por eso he venido, adems de que me interesaba saber cmo
segua, quera decirle que no creo conveniente que usted confiese por la maana.
Ana pregunt el motivo con los ojos.
Hay varias razones: don Vctor, que, segn usted me ha dicho, no gusta de que
usted frecuente la iglesia, y menos de que madrugue para ello, se alarmar menos si usted
va de tarde... y hasta puede no saberlo siquiera muchas veces. No hay en esto engao. Si
pregunta, se le dice la verdad, pero si calla... se calla. Como se trata de una cosa inocente,
no hay engao ni asomo de disimulo.

261

Eso es verdad.
Otra razn. Por la maana yo confieso pocas veces, y esta excepcin hecha ahora
en favor de usted hace murmurar a mis enemigos, que son muchos y de infinitas clases.
Usted tiene enemigos?
Oh, amiga ma! cuenta las estrellas si puedes y seal al cielo el nmero de
mis enemigos es infinito como las estrellas.
El Magistral sonri como un mrtir entre llamas.
Doa Ana sinti terribles remordimientos por haber engaado y olvidado a aquel
santo varn, que era perseguido por sus virtudes y ni siquiera se quejaba. Aquella sonrisa, y
la comparacin de las estrellas le llegaron al alma a la Regenta. Tena enemigos! pens,
y le entraron vehementes deseos de defenderle contra todos.
Adems prosigui don Fermn hay seoras que se tienen por muy devotas, y
caballeros que se estiman muy religiosos, que se divierten en observar quin entra y quin
sale en las capillas de la catedral; quin confiesa a menudo, quin se descuida, cunto duran
las confesiones... y tambin de esta murmuracin se aprovechan los enemigos.
La Regenta se puso colorada sin saber a punto fijo por qu.
De modo, amiga ma continu De Pas que no crea oportuno insistir en el ltimo
punto de modo, que ser mejor que usted acuda a la hora ordinaria, entre las dems. Y
algunas veces, cuando usted tenga muchas cosas que decir, me avisa con tiempo y le sealo
hora en un da de los que no me toca confesar. Esto no lo sabr nadie, porque no han de ser
tan miserables que nos sigan los pasos...
A la Regenta aquello de los das excepcionales le pareca ms arriesgado que todo,
pero no quiso oponerse al bendito don Fermn en nada.
Seor, yo har todo lo que usted diga, ir cuando usted me indique; mi confianza
absoluta est puesta en usted. A usted solo en el mundo he abierto mi corazn, usted sabe
cuanto pienso y siento... de usted espero luz en la obscuridad que tantas veces me rodea...
Ana al llegar aqu not que su lenguaje se haca entonado, impropio de ella, y se
detuvo; aquellas metforas parecan mal, pero no saba decir de otro modo sus afanes, a no
hablar con una claridad excesiva.
El Magistral, que no pensaba en la retrica, sinti un consuelo oyendo a su amiga
hablar as.
Se anim... y habl de lo que le mortificaba.
Pues, hija ma, usando, o tal vez abusando de ese poder discrecional... (sonrisa e
inclinacin de cabeza) voy a permitirme reir a usted un poco...
Nueva sonrisa y una mirada sostenida, de las pocas que se toleraba.
Ana tuvo un miedo pueril que la embelleci mucho, como pudo notar y not De Pas.
Ayer ha estado usted en el teatro.
La Regenta abri los ojos mucho, como diciendo irreflexivamente: Y eso qu?
Ya
por religin
sino que le
pero ayer...

sabe usted que yo, en general, soy enemigo de las preocupaciones que toman
muchos espritus apocados... A usted no slo le es lcito ir a los espectculos,
conviene; necesita usted distracciones; su seor marido pide como un santo;
era da prohibido.

Ya no me acordaba... Ni crea que... La verdad... no me pareci...

262

Es natural, Anita, es naturalsimo. Pero no es eso. Ayer el teatro era espectculo


tan inocente, para usted como el resto del ao. El caso es que la Vetusta devota, que
despus de todo es la nuestra, la que exagerando o no ciertas ideas, se acerca ms a
nuestro modo de ver las cosas... esa respetable parte del pueblo mira como un escndalo la
infraccin de ciertas costumbres piadosas...
Ana encogi los hombros. No entenda aquello... Escndalo! Ella que en el teatro
haba llegado, de idea grande en idea grande, a sentir un entusiasmo artstico religioso que
la haba edificado!
El Magistral, con una mirada sola, comprendi que su cliente (l era un mdico del
espritu) se resista a tomar la medicina; y pens, recordando la alegora de la cuesta:
No quiere tanta pendiente; hagmosela parecida a lo llano.
Hija ma, el mal no est en que usted haya perdido nada; su virtud de usted no
peligra ni mucho menos con lo hecho... pero... (vuelta al tono festivo) y mi orgullito de
mdico? Un enfermo que se me rebela... ah es nada! Se ha murmurado, se ha dicho que
las hijas de confesin del Magistral no deben de temer su manga estrecha cuando asisten al
Don Juan Tenorio, en vez de rezar por los difuntos.
Se ha hablado de eso?
Bah! En San Vicente, en casa de doa Petronila que ha defendido a usted y
hasta en la catedral. El seor Mourelo dudaba de la piedad de doa Ana Ozores de
Quintanar...
De modo... que he sido imprudente... que he puesto a usted en ridculo?...
Por Dios, hija ma! dnde vamos a parar! Esa imaginacin, Anita, esa
imaginacin! cundo mandaremos en ella? Ridculo! Imprudente!... A m no pueden
ponerme en ridculo ms actos que aquellos de que soy responsable, no entiendo el ridculo
de otro modo... usted no ha sido imprudente, ha sido inocente, no ha pensado en las
lenguas ociosas. Todo ello es nada, y figrese usted el caso que yo har de hablillas
insustanciales... Todo ha sido broma;... para llegar a un punto ms importante que atae a
lo que nos interesa, a la curacin de su espritu de usted... en lo que depende de la parte
moral. Ya sabe que yo creo que un buen mdico (no precisamente el seor Somoza, que es
persona excelente y mdico muy regular), podra ayudarme mucho.
Pausa. El Magistral deja de mirar a las estrellas, acerca un poco su mecedora a la
Regenta y prosigue:
Anita, aunque en el confesonario yo me atrevo a hablar a usted como un mdico
del alma, no slo como sacerdote que ata y desata, por razones muy serias, que ya conoce
usted; a pesar de que all he llegado a conocer bastante aproximadamente a la realidad, lo
que pasa por usted... sin embargo, creo... le temblaba la voz; tema arriesgar
demasiado creo... que la eficacia de nuestras conferencias sera mayor, si algunas veces
hablramos de nuestras cosas fuera de la iglesia.
Anita, que estaba en la obscuridad, sinti fuego en las mejillas y por la primera vez,
desde que le trataba, vio en el Magistral un hombre, un hombre hermoso, fuerte; que tena
fama entre ciertas gentes mal pensadas de enamorado y atrevido. En el silencio que sigui a
las palabras del Provisor se oy la respiracin agitada de su amiga.
Don Fermn continu tranquilo:
En la iglesia hay algo que impone reserva, que impide analizar muchos puntos muy
interesantes; siempre tenemos prisa, y yo... no puedo prescindir de mi carcter de juez sin
faltar a mi deber en aquel sitio. Usted misma no habla all con la libertad y extensin que
son precisas para entender todo lo que quiere decir. All, adems, parece ocioso hablar de lo

263

que no es pecado o por lo menos camino de l; hacer la cuenta de las buenas cualidades,
por ejemplo, es casi profanacin, no se trata all de eso; y sin embargo, para nuestro objeto,
eso es tambin indispensable. Usted que ha ledo, sabe perfectamente que muchos clrigos
que han escrito acerca de las costumbres y carcter de la mujer de su tiempo han recargado
las sombras, han llenado sus cuadros de negro... porque hablaban de la mujer del
confesonario, la que cuenta sus extravos y prefiere exagerarlos a ocultarlos, la que calla,
como es all natural, sus virtudes, sus grandezas. Ejemplo de esto pueden ser, sin salir de
Espaa, el clebre Arcipreste de Hita, Tirso de Molina y otros muchos...
Ana escuchaba con la boca un poco abierta. Aquel seor hablando con la suavidad de
un arroyo que corre entre flores y arena fina, la encantaba. Ya no pensaba en las torpes
calumnias de los enemigos del Magistral; ya no se acordaba de que aqul era hombre, y se
hubiera sentado sin miedo sobre sus rodillas, como haba odo decir que hacen las seoras
con los caballeros en los tranvas de NuevaYork.
Pues bien prosigui don Fermn nosotros necesitamos toda la verdad; no la
verdad fea slo, sino tambin la hermosa. Para qu hemos de curar lo sano? Para qu
cortar el miembro til? Muchas cosas, de las que he notado que usted no se atreve a hablar
en la capilla, estoy seguro de que me las expondra aqu, por ejemplo, sin inconveniente... y
esas confidencias amistosas, familiares, son las que yo echo de menos. Adems, usted
necesita no slo que la censuren, que la corrijan, sino que la animen tambin, elogiando
sincera y noblemente la mucha parte buena que hay en ciertas ideas y en los actos que
usted cree completamente malos. Y en el confesonario no debe abusarse de ese anlisis
justo, pero en rigor, extrao al tribunal de la penitencia... Y basta de argumentos; usted me
ha entendido desde el primero perfectamente. Pero all va el ltimo, ahora que me acuerdo.
De ese modo, hablando de nuestro pleito fuera de la catedral, no es preciso que usted vaya
a confesar muy a menudo, y nadie podr decir si frecuenta o no frecuenta el sacramento
demasiado; y adems, podemos despachar ms pronto la cuenta de los pecados y pecadillos
los das de confesin.
El Magistral estaba pasmado de su audacia. Aquel plan, que no tena preparado, que
era slo una idea vaga que haba desechado mil veces por temeraria, haba sido un
atrevimiento de la pasin, que poda haber asustado a la Regenta y hacerla sospechar de la
intencin de su confesor. Despus de su audacia el Magistral temblaba, esperando las
palabras de Ana.
Ingenua, entusiasmada con el proyecto, convencida por las razones expuestas, habl
la Regenta a borbotones; como sola de tarde en tarde, y dio a los motivos expuestos por su
amigo nueva fuerza con el calor de sus poticas ideas.
Oh, s, aquello era mejor; sin perjuicio de continuar en el templo la buena tarea
comenzada, para dar a Dios lo que era de Dios, Ana aceptaba aquella amistad piadosa que
se ofreca a or sus confidencias, a dar consejos, a consolarla en la aridez de alma que la
atormentaba a menudo.
El Magistral oa ahora recogido en un silencio contemplativo; apoyaba la cabeza,
oculta en la sombra, en una barra de hierro del armazn de la glorieta, en la que se
enroscaban el jazmn y la madreselva; la locuacidad de Ana le saba a gloria, las palabras
expansivas, llenas de partculas del corazn de aquella mujer, exaltada al hablar de sus
tristezas con la esperanza del consuelo, iban cayendo en el nimo del Magistral como un
riego de agua perfumada; la sequedad desapareca, la tirantez se converta en muelle
flojedad. Habla, habla as, se deca el clrigo, bendita sea tu boca!
No se oa ms que la voz dulce de Ana, y de tarde en tarde, el ruido de hojas que
caan o que la brisa, apenas sensible aquella noche, remova sobre la arena de los senderos.
Ni el Magistral ni la Regenta se acordaban del tiempo.

264

S, tiene usted cien veces razn deca ella yo necesito una palabra de amistad y
de consejo muchos das que siento ese desabrimiento que me arranca todas las ideas
buenas y slo me deja la tristeza y la desesperacin...
Oh, no, eso no, Anita; la desesperacin! qu palabra!
Ayer tarde, no puede usted figurarse cmo estaba yo.
Muy aburrida, Verdad? Las campanas?...
El Magistral sonri...
No se ra usted: sern los nervios, como dice Quintanar, o lo que se quiera, pero yo
estaba llena de un tedio horroroso, que deba ser un gran pecado... si yo lo pudiera
remediar.
No debe decirse as interrumpi el Magistral, poniendo en la voz la mayor
suavidad que pudo. No sera un pecado ese tedio si se pudiera remediar, sera un pecado
si no se quisiera remediar; pero a Dios gracias se quiere y se puede curar... y de eso se
trata, amiga ma.
Anita, a quien las confesiones emborrachaban, cuando saba que entenda su
confidente todo, o casi todo lo que ella quera dar a entender, se decidi a decir al Magistral
lo dems, lo que haba venido detrs del hasto de aquella tarde... No ocult sino lo que ella
tena por causa puramente acasional; no habl de don lvaro ni del caballo blanco.
Otras veces deca aquella sequedad se convierte en llanto, en ansia de
sacrificio, en propsitos de abnegacin... usted lo sabe; pero ayer, la exaltacin tom otro
rumbo... yo no s... no s explicarlo bien... si lo digo como yo puedo hablar... al pie de la
letra es pecado, es una rebelin, es horrible... pero tal como yo lo senta no...
El Magistral oy entonces lo que pas por el alma de su amiga durante aquellas horas
de revolucin, que Ana reputaba ya clebres en la historia de su solitario espritu. Aunque
ella no explicaba con exactitud lo que haba sentido y pensado, l lo entenda
perfectamente.
Ms trabajo le cost adivinar cmo poda haber llegado Ana a pensar en Dios, a sentir
tierna y profunda piedad con motivo de don Juan Tenorio.
Ana deca que acaso estaba loca, pero que aquello no era nuevo en ella; que
muchas veces le haba sucedido en medio de espectculos que nada tenan de religiosos,
sentir poco a poco el influjo de una piedad consoladora, lgrimas de amor de Dios,
esperanza infinita, caridad sin lmites y una fe que era una evidencia... Un da despus de
dar una peseta a un nio pobre para comprar un globo de goma, como otros que acababan
de repartirse otros nios, haba tenido que esconder el rostro para que no la viesen llorar;
aquel llanto que era al principio muy amargo, despus, por gracia de las ideas que haban
ido surgiendo en su cerebro, haba sido ms dulce, y Dios haba sido en su alma una voz
potente, una mano que acariciaba las asperezas de dentro... Qu saba ella? No poda
explicarse. Y suplicaba al Magistral que la entendiese. Pues la noche anterior haba pasado
algo por el estilo, al ver a la pobre novicia, a Sor Ins, caer en brazos de don Juan... ya vea
el Magistral qu situacin tan poco religiosa... pues bien, ella de una en otra, al sentir
lstima de aquella inocente enamorada... haba llegado a pensar en Dios, a amar a Dios, a
sentir a Dios muy cerca... ni ms ni menos que el da en que regal a un nio pobre un
globo de colores. Qu era aquello? Demasiado saba ella que no era piedad verdadera, que
con semejantes arrebatos nada ganaba para con Dios... pero, no seran tampoco ms que
nervios? Seran indicios peligrosos de un espritu aventurero, exaltado, torcido desde la
infancia?

265

Haba de todo. El Magistral, procurando vencer la exaltacin que le haba


comunicado su amiga, quiso hablar con toda calma y prudencia. Haba de todo. Haba un
tesoro de sentimiento que se poda aprovechar para la virtud; pero haba tambin un
peligro. La noche anterior el peligro haba sido grande (y esto lo deca sin saber palabra de
la presencia de don lvaro en el palco de Anita) y era necesario evitar la repeticin de
accesos por el estilo.
Haba hablado la Regenta de ansiedades invencibles, del anhelo de volar ms all de
las estrechas paredes de su casern, de sentir ms, con ms fuerza, de vivir para algo ms
que para vegetar como otras; haba hablado tambin de un amor universal, que no era
ridculo por ms que se burlasen de l los que no lo comprendan... haba llegado a decir que
sera hipcrita si aseguraba que bastaba para colmar los anhelos que senta el cario suave,
fro, prosaico, distrado de Quintanar, entregado a sus comedias, a sus colecciones, a su
amigo Frgilis y a su escopeta...
Todo aquello aadi el Magistral despus de presentarlo en resumen de puro
peligroso rayaba en pecado.
S, dicho as, como yo lo he dicho, s... pero como lo siento, no; oh! estoy segura
de que, tal como lo siento, nada de lo que he dicho es pecado... sentirlo; peligro habr, no
lo niego, pero pecado no! Por lo dems (cambio de voz) dicho... hasta es ridculo, suena a
romanticismo necio, vulgar, ya lo s... pero no es eso, no es eso!
Es que yo no lo entiendo como usted lo dice, sino como usted lo siente, amiga ma,
es necesario que usted me crea; lo entiendo como es... Pero as y todo, hay peligro que raya
en pecado, por ser peligro... Djeme usted hablar a m, Anita, y ver como nos entendemos.
El peligro que hay, deca, raya en pecado... pero aado, ser pecado claramente si no se
aplica toda esa energa de su alma ardentsima a un objeto digno de ella, digno de una
mujer honrada, Ana. Si dejamos que vuelvan esos accesos sin tenerles preparada tarea de
virtud, ejercicio sano... ellos tomarn el camino de atajo, el del vicio; cralo usted, Anita. Es
muy santo, muy bueno que usted, con motivo de dar a un nio un globo de colores, llegue a
pensar en Dios, a sentir eso que llama usted la presencia de Dios; si algo de pantesmo
puede haber en lo que usted dic e, no es peligroso, por tratarse de usted, y yo me
encargara, en todo caso, de cortar ese mal de raz; pero ahora no se trata de eso. No es
santo, ni es bueno, amiga ma, que al ver a un libertino en la celda de una monja... o a la
monja en casa del libertino y en sus brazos, usted se dedique a pensar en Dios, con ocasin
del abrazo de aquellos sacrlegos amantes. Eso es malo, eso es despreciar los caminos
naturales de la piedad, es despreciar con orgullo egosta la sana moral, pretendiendo, por
abismos y cieno y toda clase de podredumbre, llegar adonde los justos llegan por muy
diferentes pasos. Dispnseme si hablo con esta severidad: en este momento es
indispensable.
Hizo una pausa el Magistral para observar si Ana suba con dificultad aquella
pendiente que le pona en el camino.
Ana callaba, meditando las palabras del confesor, recogida, seria, abismada en sus
reflexiones. Sin darse cuenta de ello, le agradaba aquella energa, complacase en aquella
oposicin, estimaba ms que halagos y elogios las frases fuertes, casi duras del Magistral.
El cual prosigui, aflojando la cuerda:
Es necesario, y urgente, muy urgente, aprovechar esas buenas tendencias, esa
predisposicin piadosa; que as la llamar ahora, porque no es ocasin de explicar a usted
los grados, caminos y descaminos de la gracia, materia delicadsima, peligrosa... Deca que
hay que aprovechar esas tendencias a la piedad y a la contemplacin, que son en usted muy
antiguas, pues ya vienen de la infancia, en beneficio de la virtud... y por medio de cosas
santas. Aqu tiene usted el porqu de muchas ocupaciones del cristiano, el porqu del culto

266

externo, ms visible y hasta aparatoso en la religin verdadera que en las fras confesiones
protestantes. Necesita usted objetos que le sugieran la idea santa de Dios, ocupaciones que
le llenen el alma de energa piadosa, que satisfagan sus instintos, como usted dice, de amor
universal... Pues todo eso, hija ma, se puede lograr, satisfacer y cumplir en la vida,
aparentemente prosaica y hasta cursi, como la llamara doa Obdulia, de una mujer piadosa,
de una... beata, para emplear la palabra fea, escandalosa. S, amiga ma el Magistral rea
al decir esto lo que usted necesita, para calmar esa sed de amor infinito... es ser beata. Y
ahora soy yo el que exige que usted me comprenda, y no me tome la letra y deje el espritu.
Hay que ser beata, es decir, no hay que contentarse con llamarse religiosa, cristiana, y vivir
como un pagano, creyendo esas vulgaridades de que lo esencial es el fondo, que las
menudencias del culto y de la disciplina quedan para los espritus pequeos y comineros; no,
hija ma, no, lo esencial es todo; la forma es fondo: y parece natural que Dios diga a una
mujer que pretende amarle: Hija, pues para acordarte de m no debes necesitar que a
Zorrilla se le haya ocurrido pintar los amores de una monja y un libertino; ven a mi templo,
y all encontrarn los sentidos incentivo del alma para la oracin, para la meditacin y para
esos actos de fe, esperanza y caridad que son todo mi culto en resumen...
Anita, al or este familiar lenguaje, casi jocoso, del Magistral, con motivo de cosas tan
grandes y sublimes, sinti lgrimas y risas mezcladas, y llor riendo como Andrmaca.
La noche corra a todo correr. La torre de la catedral, que espiaba a los interlocutores
de la glorieta desde lejos, entre la niebla que empezaba a subir por aquel lado, dej or tres
campanadas como un aviso. Le pareca que ya haban hablado bastante. Pero ellos no
oyeron la seal de la torre que vigilaba.
Petra fue la que dijo, para s, desde la sombra del patio:
Las ocho menos cuarto! Y no llevan traza de callarse...
La doncella arda de curiosidad, aventuraba algunos pasos de puntillas hacia la
glorieta, esquivando tropezar con las hojas secas para no hacer ruido; pero tena miedo de
ser vista y retroceda hasta el patio, desde donde no poda or ms que un murmullo, no
palabras. Sinti que Anselmo abra la puerta del zagun y que el amo suba. Corri Petra a
su encuentro. Si le preguntaba por la seora, estaba dispuesta a mentir, a decir que haba
subido al segundo piso, a los desvanes, donde quiera, a tal o cual tarea domstica; iba
preparada a ocultar la visita del Magistral sin que nadie se lo hubiera mandado; pero crea
llegado el caso de adelantarse a los deseos del ama y de su amigo don Fermn. No le
haban hecho llevar cartas sin necesidad de que lo supiera don Vctor? Pues qu necesidad
haba de que supiera que llevaban ms de una hora de palique en el cenador, y a
obscuras?
Quintanar no pregunt por su mujer; no era esto nuevo en l; sola olvidarla, sobre
todo cuando tena algo entre manos. Pidi luz para el despacho, se sent a su mesa, y
separando libros y papeles, dej encima del pupitre un envoltorio que tena debajo del
brazo. Era una mquina de cargar cartuchos de fusil. Acababa de apostar con Frgilis que l
haca tantas docenas de cartuchos en una hora, y vena dispuesto a intentar la prueba. No
pensaba en otra cosa. Lleg la luz. Quintanar mir con ojos penetrantes de puro distrados a
Petra. La doncella se turb.
Oye.
Seor?...
Nada... Oye...
Seor?...
Anda ese reloj?

267

S, seor, le ha dado usted cuerda ayer...


De modo que son las ocho menos diez?
S, seor...
Petra temblaba, pero segua dispuesta a mentir si le preguntaba por el ama.
Bien; vete.
Y don Vctor se puso a atacar con rapidez cartuchos y ms cartuchos.
En tanto el Magistral haba explicado latamente lo que quera dar a entender con lo
de la vida beata.
Era ya tiempo de que Ana procurase entrar en el camino de la perfeccin; los
trabajos preparativos ya podan darse por hechos; si otras iban a la iglesia, a las cofradas y
dems lugares ordinarios de la vida devota con un espritu rutinario que haca nulas respecto
a la perfeccin moral aquellas prcticas piadosas; ella, Ana, poda sacar gran utilidad para la
ocupacin digna de su alma de aquellos mismos lugares y quehaceres. Qu haba sido
Santa Teresa? Una monja, una fundadora de conventos; cuntas monjas haba habido que
no haban pasado de ser mujeres vulgares? La vida de una monja puede caer en la rutina
tambin, ser poco meritoria a los ojos de Dios, y nada til para satisfacer las ansias de un
alma ardiente. Y, sin embargo, a la Santa Doctora; qu mundos tan grandes, qu Universo
de soles no la haba dado aquella vida del claustro? La gran actividad va en nosotros
mismos, si somos capaces de ella. Pero hay que buscar la ocasin en las ocupaciones de la
vida buena. Era necesario que Anita frecuentase en adelante las fiestas del culto; que oyese
ms sermones, ms misas, que asistiera a las novenas, que fuese de la sociedad de San
Vicente, pero socia activa, que visitara a los enfermos y los vigilara, que entrase en el
Catecismo; al principio tales ocupaciones podran parecerla pesadas, insustanciales,
prosaicas, desviadas del camino que conduce a la vida de la piedad acendrada, pero poco a
poco ira tomando el gusto a tan humildes menesteres; ira penetrando los misteriosos
encantos de la oracin, del culto pblico, que si parece hasta frvolo pasatiempo en las
almas tibias, en el vulgo de los fieles, que estn en el templo nada ms con los sentidos, es
edificante espectculo para quien siente devocin profunda.
Ver usted deca el Magistral como llega un da en que no necesita a Zorrilla ni
poeta nacido para llorar de ternura y elevarse, de una en otra, como usted dice, hasta la
idea santa de Dios. Tiene la Iglesia, amiga ma, tal sagacidad para buscar el camino de las
entraas! Ver usted, ver usted cmo reconoce la sabidura de Nuestra Madre en muchos
ritos, en muchas ceremonias y pompas del culto que ahora pueden antojrsele indiferentes,
insignificantes. Nuestras fiestas! Qu cosa ms hermosa, querida hija ma! Llegar, por
ejemplo, la Nochebuena y usted emplear su imaginacin poderosa en representarse las
escenas de pura poesa del Nacimiento de Jess... Volvern a ser para usted las que ya
parecan vulgaridades de villancicos, grandes poemas, manantial de ternura, y llorar
pensando en el Nio Dios... Y usted me dir entonces si aquellas lgrimas son ms dulces y
frescas que las que anoche le arrancaba el bueno de don Juan Tenorio...
A los sermones de cualquiera, no hay para qu ir prosigui De Pas por ms que
a veces la palabra de un pobre cura de aldea encierra en su sencillez tosca tesoro s de
verdad, enseanzas lacnicas admirables, rasgos de filosofa profunda y sincera, parbolas
nuevas dignas de la Biblia; pero como esto es pocas veces, conviene acudir a los sermones
de oradores acreditados. Oiga usted al seor Obispo en los das que l quiere lucirse... Oiga
usted... a otros buenos predicadores que hay... Y si no fuera vanidad intolerable, aadira
igame usted a m algunos das de los que Dios quiere que no me explique mal del todo. S,
porque as como hay cosas que no pueden decirse desde el plpito, que exigen el
confesonario o la conferencia familiar, hay otras que piden la ctedra, que sera ridculo
decirlas de silla a silla... por ejemplo, algo de lo que yo tengo que advertir a usted respecto

268

de esas vagas y aparentes visiones de Dios en idea... tocadas, hija ma, de pantesmo, sin
que usted se d cuenta de ello.
Ms habl el Magistral para exponer el plan de vida devota a que haba de entregarse
en cuerpo y alma su amiga desde el da siguiente, y termin tratando con detenimiento
especial la cuestin de las lecturas.
Recomend particularmente la vida de algunos santos y las obras de Santa Teresa y
algunos msticos.
Basta con leer la vida de la Santa Doctora y la de Mara de Chantal, Santa Juana
Francisca, por supuesto, sabiendo leer entre lneas, para perfeccionarse, no al principio, sino
ms adelante. Al principio es un gran peligro el desaliento que produce la comparacin entre
la propia vida y la de los santos. Ay de usted si desmaya porque ve que para Teresa son
pecados muc hos actos que usted crea dignos de elogio! Pasar usted la vergenza de ver
que era vanidad muy grande creerse buena mucho antes de serlo, tomar por voces de Dios
voces que la Santa llama del diablo... pero en estos pasajes no hay que detenerse... No hay
que comparar... hay que seguir leyendo... y cuando se haya vivido algn tiempo dentro de
la disciplina sana... vuelta a leer, y cada vez el libro sabr mejor, y dar ms frutos.
Si nos proponemos llegar a ser una Santa Teresa, adis todo! se ve la infinita
distancia y no emprendemos el camino. A dnde se ha de llegar, eso Dios lo dir despus;
ahora andar, andar hacia adelante es lo que importa.
Y a todo esto hemos de vestir de estamea, y mostrar el rostro compungido,
inclinado al suelo, y hemos de dar tormento al marido con la inquisicin en casa, y con el
huir los paseos, y negarse al trato del mundo? Dios nos libre, Anita, Dios nos libre... La paz
del hogar no es cosa de juego... Y la salud? la salud del cuerpo, dnde la dejamos? Pues
no se trataba de ponernos en cura? No estbamos ahora hablando del espritu y su
remedio? Pues el cuerpo quiere aire libre, distracciones honestas, y todo eso ha de continuar
en el grado que se necesite y que indicarn las circunstancias.
Una rfaga de aire fro hizo temblar a la Regenta y arremolin hojas secas a la
entrada del cenador. El Magistral se puso en pie, como si le hubieran pinchado, y dijo con
voz de susto:
Caramba, debe de ser muy tarde! Nos hemos entretenido aqu charlando...
charlando...
No le hara gracia que don Vctor los encontrase a tales horas en el parque, dentro
del cenador solos y a la luz de las estrellas... Pero esto que pens se guard de decirlo.
Sali de la glorieta hablando en voz alta, pero no muy alta, aparentando no temer al ruido,
pero temindolo.
Ana sali tras l, ensimismada, sin acordarse de que haba en el mundo maridos, ni
das, ni noches, ni horas, ni sitios inconvenientes para hablar a solas con un hombre joven,
guapo, robusto, aunque sea clrigo.
El Magistral, como equivocando el camino, se dirigi hacia la puerta del patio, aunque
pareca lo natural subir por la escalera de la galera y pasar por las habitaciones de
Quintanar.
En el patio estaba Petra, como un centinela, en el mismo sitio en que haba recibido
al Provisor.
Ha venido el seor? pregunt la Regenta.
S, seora respondi en voz baja la doncella; est en su despacho.
Quiere usted verle? dijo Ana volvindose al Magistral.

269

Don Fermn contest:


Con mucho gusto...
Disimulan, disimulan conmigo! pens Petra con rabia.
Con mucho gusto... si no fuera tan tarde... deba estar a las ocho en palacio... y
van a dar las ocho y media... no puedo detenerme... saldele usted de mi parte.
Como usted quiera.
Adems, estar abismado en sus trabajos... no quiero distraerle... saldr por aqu...
Buenas noches, seora, muy buenas noches.
Disimulan volvi a pensar Petra, mientras abra la puerta que conduca al zagun.
Entonces, el Magistral se acerc a la Regenta y deprisa y en voz baja dijo:
Se me haba olvidado advertirle que... el lugar ms a propsito para... verse... es
en casa de doa Petronila. Ya hablaremos.
Bien contest la Regenta.
Lo he pensado, es el mejor.
S, s, tiene usted razn.
Subi Ana por la escalera principal y sali al portal don Fermn. En la puerta se
detuvo, mir a Petra mientras se embozaba y la vio con los ojos fijos en el suelo, con una
llave grande en la mano, esperando a que pasara l para cerrar. Pareca la estatua del sigilo.
De Pas la acarici con una palma dita familiar en el hombro y dijo sonriendo:
Ya hace fresco, muchacha.
Petra le mir cara a cara y sonri con la mayor gracia que supo y sin perder su
actitud humilde.
Ests contenta con los seores?
Doa Ana es un ngel.
Ya lo creo. Adis, hija ma, adis; sube, sube, que aqu hay corrientes... y ests
muy coloradilla... debes de tener calor...
Salga usted, salga usted, y por m no tema.
Cierra ya, hija ma, puedes cerrar.
No, seor; si cierro no ver usted bien hasta llegar a la esquina...
Muchas gracias... adis, adis.
Buenas noches, D. Fermn.
Esto lo dijo Petra muy bajo, sacando la cabeza fuera del portal, y cerr con gran
cuidado de no hacer cualquier ruido.
D. Fermn! pens el Magistral. Por qu me llama sta D. Fermn? Qu se habr
figurado? Mejor, mejor... S, mejor. Conviene tenerla propicia como a la otra.
La otra era Teresina, su criada.
Petra subi y se present en el tocador de doa Ana sin ser llamada.
Qu quieres? pregunt el ama, que se estaba embozando en su chal porque
senta mucho fro.

270

El seor no me ha preguntado por la seora. Yo no le he dicho... que estaba ah D.


Fermn.
Quin?
Don Fermn.
Ah! Bien, bien... para qu? qu importa?
Petra se mordi los labios y dio media vuelta murmurando:
Orgullosa! si creer que no tenemos ojos?... Pues si a una no le diera la gana...
pero yo lo hago por el otro...
S, Petra lo haca por el otro, por el Magistral, a quien quera agradar a toda costa.
Tena sus planes la rubia lbrica.
Don Vctor Quintanar se present media hora despus a su mujer con manchas de
plvora en la frente y en las mejillas.
No supo nada de la visita nocturna del Magistral. No pregunt nada: para qu
decrselo?
A la maana siguiente, antes de salir el sol, Frgilis entr en el Parque de Ozores por
la puerta de atrs, con la llave que l tena para su uso particular. El amigo ntimo de
Quintanar era el dictador en aquel pueblo de rboles y arbustos. Los das que no iban de
caza, el seor Crespo se los pasaba recorriendo sus dominios, que as llamaba al parque de
Quintanar; podaba, ingertaba, plantaba o trasplantaba, segn las estaciones y otras
circunstancias. Estaba prohibido a todo el mundo, incluso el dueo del bosque, tocar en una
hoja. All mandaba Frgilis y nadie ms. En cuanto entr, se dirigi al cenador. Recordaba
haber dejado encima de la mesa de mrmol o de un banco, en fin, all dentro, unas semillas
preparadas para mandar a cierta exposicin de floricultura. Busc, y sobre una mecedora
encontr un guante de seda morada entre las semillas esparcidas y mezcladas sobre la paja
y por el suelo.
ojos.

Solt un taco madrugador y cogi el guante con dos dedos, levantndolo hasta los
Quin diablos ha andado aqu? pregunt a las auras matutinas.

Guard el guante en un bolsillo, recogi las semillas que no haba llevado el viento, y
con gran cuidado volvi a escoger y separar los granos. Se trataba de una singularsima
especie de pensamientos monocromos, invencin suya.
Cuando sinti ruido en la casa, llam a gritos.
Anselmo, Petra, Servanda, Petra!...
Apareci Petra con el cabello suelto, en chambra, y mal tapada con un mantn viejo
del ama. Pareca la aurora de las doradas guedejas; pero Frgilis, malhumorado, se encar
con la aurora.
Oye, t, buena pcora, qu demonio de obispo entra aqu por la noche a
destrozarme las semillas?...
Qu dice usted que no le entiendo? contest Petra desde el patio.
Digo que ayer me retir yo de la huerta cerca del obscurecer, que dej all dentro
unas semillas envueltas en un papel... y ahora me encuentro la simiente revuelta con la
tierra en el suelo, y sobre una butaca este guante de cannigo... Quin ha estado aqu de
noche?
De noche! Usted suea, don Toms.

271

Ira de Dios! De noche digo...


A ver el guante...
T oma contest Frgilis. arrojando desde lejos la prenda...
Pues... est bueno! ja, ja, ja... buen cannigo te d Dios... Lo que entiende usted
de modas, don Toms... Pues no dice que es un guante de cannigo?...
Pues de quin es?
De mi seora... No ve usted la mano... qu chiquita... a no ser que haya cannigas
tambin.
Y se usan ahora guantes morados?
Pues claro... con vestidos de cierto color...
Frgilis encogi los hombros.
Pero mis semillas, mis semillas quin me las ha echado a rodar?
El gato, qu duda tiene? el gatito pequeo, el moreno, el mismo que habr llevado
el guante a la glorieta... es lo ms urraca!...
En la pajarera de Quintanar cant un jilguero.
El gato! el moreno!... dijo Frgilis, moviendo la cabeza. qu gato... ni qu...
Una sonrisa serfica ilumin su rostro de repente, y volvindose a Petra, seal a la
galera:
Es mi macho! es mi macho! oyes? estoy seguro... es mi macho!... y tu amo que
deca... que su canario... que iba a cantar primero... oyes... oyes? es mi macho, se lo he
prestado quince das para que lo viese vencer... es mi macho!
Frgilis olvid el guante y el gato, y qued arrobado oyendo el repiqueteo estridente,
fresco, alegre del jilguero de sus amores.
Petra escondi en el seno de nieve apretada el guante morado del Magistral.

XVIII

Las nubes pardas, opacas, anchas como estepas, venan del Oeste, tropezaban con
las crestas de Corfn, se desgarraban y deshechas en agua, caan sobre Vetusta, unas en
diagonales vertiginosas, como latigazos furibundos, como castigo bblico; otras cachazudas,
tranquilas, en delgados hilos verticales. Pasaban y venan otras, y despus otras que
parecan las de antes, que haban dado la vuelta al mundo para desgarrarse en Corfn otra
vez. La tierra fungosa se descarnaba como los huesos de Job; sobre la sierra se dejaba
arrastrar por el viento perezoso, la niebla lenta y desmayada, semejante a un penacho de
pluma gris; y toda la campia entumecida, desnuda, se extenda a lo lejos, inmvil como el
cadver de un nufrago que chorrea el agua de las olas que le arrojaron a la orilla. La
tristeza resignada, fatal de la piedra que la gota eterna horada, era la expresin muda del
valle y del monte; la naturaleza muerta pareca esperar que el agua disolviera su cuerpo
inerte, intil. La torre de la catedral apareca a lo lejos, entre la cerrazn, como un mstil
sumergido. La desolacin del campo era resignada, potica en su dolor silencioso; pero la
tristeza de la ciudad negruzca; donde la humedad sucia rezumaba por tejados y paredes
agrietadas, pareca mezquina, repugnante, chillona, como canturia de pobre de solemnidad.
Molestaba; no inspiraba melancola sino un tedio desesperado. Frgilis prefera mojarse a

272

campo raso, y arrastraba consigo a Quintanar lejos de Vetusta, cerca del mar, a las praderas
y marismas solitarias de Palomares y Roca Tajada, donde fatigaban el monte y la llanura,
persiguiendo perdices y chochas en lo espeso de los altozanos nemorosos; y en las planicies
escuetas, melanclicos y quejumbrosos alc aravanes, nubes de estorninos, tordos de agua,
patos marinos, y bandadas obscuras de peguetas diligentes. Para estas excursiones lejanas,
don Vctor contaba con el beneplcito de su esposa. Se sala al ser de da, en el tren correo,
se llegaba a Roca Tajada una hora despus, y a las diez de la noche entraban en Vetusta
silenciosos, cargados de ramilletes de pluma y como sopa en vino. All en las marismas de
Palomares, don Vctor sola echar de menos el teatro. Si el tren saliese dos horas antes,
menos mal! Frgilis no echaba de menos nada. Su devocin a la caza, a la vida al aire libre,
en el campo, en la soledad triste y dulce, era profunda, sin rival: Quintanar comparta
aquella aficin con su amor a las farsas del escenario. Frgilis en el teatro se aburra y se
constipaba. Tena horror a las corrientes de aire, y no se crea seguro ms que en medio de
la campia, que no tiene puertas.
Crespo tena bien definida y arraigada su vocacin: la naturaleza; Quintanar haba
llegado a viejo sin saber cul era su destino en la tierra, como l deca, usando el
lenguaje del tiempo romntico, del que le quedaban algunos resabios. Era el espritu del
exregente, de blanda cera; fcilmente tomaba todas las formas y fcilmente las cambiaba
por otras nuevas. Crease hombre de energa, porque a veces usaba en casa un lenguaje
imperativo, de bando municipal; pero no era, en rigor, ms que una pasta para que otros
hiciesen de l lo que quisieran. As se explicaba que, siendo valiente, jams hubiese tenido
ocasin de mostrar su valor luchando contra una voluntad contraria. l sostena que en su
casa no se haca ms que lo que l quera, y no echaba de ver que siempre acababa por
querer lo que determinaban los dems. Si Ana Ozores hubiera tenido un carcter dominante,
don Vctor se hubiese visto en la triste condicin de esclavo: por fortuna, la Regenta dejaba
al buen esposo entregado a las veleidades de sus caprichos y se contentaba con negarle
toda influencia sobre los propios gustos y aficiones. Aquel programa de diversiones, alegra,
actividad bulliciosa, que haba publicado a son de trompeta Quintanar, se cumpla slo en las
partes y por el tiempo que a su esposa le parecan bien; si ella prefera quedar en casa,
volver a sus ensueos, don Vctor que haba prometido y hasta jurado no ceder, poco a poco
ceda; procuraba que la retirada fuese honrosa, finga transigir y crea a salvo su honor de
hombre enrgico y amo de su casa, permitindose la audacia de gruir un poco, entre
dientes, cuando ya nadie le oa. Los criados le imponan su voluntad, sin que l lo
sospechara. Hasta en el comedor se le haba derrotado. Amante, como buen aragons, de
los platos fuertes, del vino espeso, de la clsica abundancia, haba ido cediendo poco a poco,
sin conocerlo, y coma ya mucho menos, y pasaba por los manjares ms fantsticos que
suculentos, que agradaban a su mujer. No era que Anita se los impusiese, sino que las
cocineras preferan agradar al ama, porque all vean una voluntad seria, y en el seor slo
encontraban un predicador que les aburra con sermones que no entendan. Hasta en el
estilo se notaba que Quintanar careca de carcter. Hablaba como el peridico o el libro que
acababa de leer, y algunos giros, inflexiones de voz y otras cualidades de su oratoria, que
parecan seales de una manera original, no eran ms que vestigios de aficiones y
ocupaciones pasadas. As hablaba a veces como una sentencia del Tribunal Supremo, usaba
en la conversacin familiar el tecnicismo jurdico, y esto era lo nico que en l quedaba del
antiguo magistrado. No poco haba contribuido en Quintanar a privarle de originalidad y
resolucin el contraste de su oficio y de sus aficiones. Si para algo haba nacido, era, sin
duda, para cmico de la legua, o mejor, para aficionado de teatro casero. Si la sociedad
estuviera constituida de modo que fuese una carrera suficiente para ganarse la vida, la de
cmico aficionado, Quintanar lo hubiera sido hasta la muerte y hubiera llegado a trabajar,
frase suya, tan bien como cualquiera de esos otros primeros galanes que recorren las
capitales de provincia, a guisa de buhoneros.

273

Pero don Vctor comprendi que el cmico en Espaa no vive de su honrado trabajo si
no se entrega a la vergenza de servir al pblico el arte en las compaas de comediantes de
oficio; comprendi adems que l necesitaba con el tiempo crear una familia, y entr en la
carrera judicial a regaadientes. Quiso la suerte, y quisieron las buenas relaciones de los
suyos, que Quintanar fuera ascendiendo con rapidez, y se vio magistrado y se vio regente
de la Audiencia de Granada, a una edad en que todava se senta capaz de representar el
Alcalde de Zalamea con toda la energa que el papel exige. Pero la espina la llevaba en el
corazn; reconoca que el cargo de magistrado es delicadsimo, grande su re sponsabilidad,
pero l... era ante todo un artista. Aborreca los pleitos, amaba las tablas y no poda
pisarlas dignamente! Este era el torcedor de su espritu. Si le hubiese sido lcito representar
comedias, quizs no hubiera hecho otra cosa en la vida, pero como le estaba prohibido por
el decoro y otra porcin de serias consideraciones, procuraba buscar otros caminos a la
comezn de ser algo ms que una rueda del poder judicial, complicada mquina; y era
cazador, botnico, inventor, ebanista, filsofo, todo lo que queran hacer de l su amigo
Frgilis y los vientos del azar y del capricho.
Frgilis haba formado a su querido Vctor, al cabo de tantos aos de trato ntimo, a su
imagen y semejanza, en cuanto era posible. Sala Quintanar de la servidumbre ignorada de
su domicilio para entrar en el poder dictatorial, aunque ilustrado, de Toms Crespo, aquel
pedazo de su corazn, a quien no saba si quera tanto como a su Anita del alma. La
simpata haba nacido de una pasin comn: la caza. Pero la caza antes no era ms que un
ejercicio de hombre primitivo para el aragons; cazaba sin saber lo que eran las perdices, ni
las liebres y conejos, por dentro; Frgilis estudiaba la fauna y la flora del pas de camino que
cazaba, y adems meditaba como filsofo de la naturaleza. Crespo hablaba poco, y menos
en el campo; no sola discutir, prefera sentar su opinin lacnicamente, sin cuidarse de
convencer a quien le oa. As la influencia de la filosofa naturalista de Frgilis lleg al alma de
Quintanar por aluvin: insensiblemente se le fueron pegando al cerebro las ideas de aquel
buen hombre, de quien los vetustenses decan que era un chiflado, un tontiloco.
Frgilis despreciaba la opinin de sus paisanos y compadeca su pobreza de espritu.
La humanidad era mala pero no tena la culpa ella. El oidium consuma la uva, el pintn
daaba el maz, las patatas tenan su peste, vacas y cerdos la suya; el vetustense tena la
envidia, su oidium, la ignorancia su pintn, qu culpa tena l? Frgilis disculpaba todos los
extravos, perdonaba todos los pecados, hua del contagio y procuraba librar de l a los
pocos a quien quera. Visitaba pocas casas y muchas huertas; sus grandes conocimientos y
prctica hbil en arboricultura y floricultura, le hacan rbitro de todos los parques y jardines
del pueblo; conoca hoja por hoja la huerta del marqus de Corujedo, haba plantado rboles
en la de Vegallana, visitaba de tarde en tarde el jardn ingls de doa Petronila; pero ni
conoca de vista al Gran Constantino, al obispo madre, ni haba entrado jams en el gabinete
de doa Rufina, ni tena con el marqus de Corujedo ms trato que el del Casino. Se
entenda con los jardineros. En cuanto las lluvias de invierno se inauguraban, despus del
irnico verano de San Martn, a Frgilis se le caa encima Vetusta y slo pasaba en su recinto
los das en que le reclamaban sus rboles y sus flores.
Quintanar le segua, muerto de sueo, encerrado en su uniforme de cazador, de que
se rea no poco Frgilis, quien usaba la misma ropa en el monte y en la ciudad, y los mismos
zapatos blancos de suela fuerte, claveteada. Se metan en un coche de tercera clase, entre
aldeanos alegres, frescos, colorados; Quintanar dormitaba dando cabezadas contra la tabla
dura; Frgilis reparta o tomaba cigarros de papel, gordos; y ms decidor que en Vetusta,
hablaba, jovial, expansivo, con los hijos del campo, de las cosechas de ogao y de las nubes
de antao; si la conversacin degeneraba y caa en los pleitos, torca el gesto y dejaba de
atender, para abismarse en la contemplacin de aquella campia triste ahora, siempre
querida para l que la conoca palmo a palmo.

274

Ana envidiaba a su marido la dicha de huir de Vetusta, de ir a mojarse a los montes y


a las marismas, en la soledad, lejos de aquellos tejados de un rojo negruzco que el agua que
les caa del cielo haca una inmundicia.
Ah, s! ella estaba dispuesta a procurar la salvacin de su alma, a buscar el camino
seguro de la virtud; pero cunto mejor se hubiera abierto su espritu a estas grandezas
religiosas en un escenario ms digno de tan sublime poesa! Cun difcil era admirar la
creacin para elevarse a la idea del Creador en aquella Encimada taciturna, calada de
humedad hasta los huesos de piedra y madera carcomida; de calles estrechas, cubiertas de
hierba, hierba alegre en el campo, all smbolo de abandono, lamidas sin cesar por las
goteras de los tejados, de montono y eterno ruido acompasado al salpicar los guijarros
puntiagudos!...
No se explicaba la Regenta cmo Visitacin iba y vena de casa en casa, alegre como
siempre, risuea, sin miedo al agua ni menos al fango del arroyo... sin pensar siquiera en
que llova, sin acordarse de que el cielo era un sudario en vez de un manto azul, como
debiera. Para Visita era el tiempo siempre el mismo, no pensaba en l, y slo le serva de
tpico de conversacin en las visitas de cumplido.
La del Banco, como pajarita de las nieves, saltaba de piedra en piedra, esquivaba los
charcos, y de paso, dejaba ver el pie no mal calzado, las enaguas no muy limpias, y a veces
algo de una pantorrilla digna de mejor media. Tampoco a Obdulia el agua la encerraba en
casa, ni la entumeca: tambin alegre y bulliciosa corra de portal en portal, desafiando los
ms recios chaparrones, riendo a carcajadas si una gota indiscreta mojaba la garganta que
palpitaba tibia; era de ver el arte con que sus bajos, con instintos de armio, cruzaban todo
aquel peligro del cieno, inmaculados, copos de nieve calada, dibujos y hojarasca sonante de
espuma de Holanda; tentacin de Bermdez el arquelogo espiritualista.
Notaba Ana con tristeza y casi envidia que en general los vetustenses se resignaban
sin gran esfuerzo con aquella vida submarina, que duraba gran parte del otoo, lo ms del
invierno y casi toda la primavera. Cada cual buscaba su rincn y parecan no menos
contentos que Frgilis huyendo a las llanuras vecinas del mar a mojarse a sus anchas.
La Marquesa de Vegallana se levantaba ms tarde si llova ms; en su lecho blindado
contra los ms recios ataques del fro, disfrutaba deleites que ella no saba explicar, leyendo,
bien arropada, novelas de viajes al polo, de cazas de osos, y otras que tenan su accin en
Rusia o en la Alemania del Norte, por lo menos. El contraste del calorcillo y la inmovilidad
que ella gozaba con los grandes fros que haban de sufrir los hroes de sus libros, y con los
largos paseos que se daban por el globo, era el mayor placer que gozaba al cabo del ao
doa Rufina. Or el agua que azota los cristales all fuera, y estar compadecindose de un
pobre nio perdido en los hielos... qu delicia para un alma tierna, a su modo, como la de la
seora Marquesa!
Yo no soy sentimental deca ella a D. Saturnino Bermdez, que la oa con la
cabeza torcida y la sonrisa estirada con clavijas de oreja a oreja yo no soy sentimental, es
decir, no me gusta la sensiblera... pero leyendo ciertas cosas, me siento bondadosa... me
enternezco... lloro... pero no hago alarde de ello.
Es el don de lgrimas, de que habla Santa Teresa, seora, responda el
arquelogo; y suspiraba como echando la llave al cajn de los secretos sentimentales.
El Marqus haca lo que los gatos en Enero. Desapareca por temporadas de Vetusta.
Deca que iba a preparar las elecciones. Pero sus ntimos le haban odo, en el secreto de la
confianza, despus de comer bien, a la hora de las confesiones, que para l no haba
afrodisaco mejor que el fro. Ni los mariscos producen en m el efecto del agua y la nieve.
Y como sus aventuras eran todas rurales, sala el buen Vegallana a desafiar los elementos,
recorriendo las aldeas, entre lodo, hielo y nieve en su coche de camino. Y as preparaba las

275

elecciones, buscando votos para un porvenir lejano, segn frase picaresca de D. Cayetano
Ripamiln, siempre dispuesto a perdonar esta clase de extravos.
La tertulia de la Marquesa vea el cielo abierto en cuanto el tiempo se meta en agua.
Los que tenan el privilegio envidiable y envidiado de penetrar en aquella estufa perfumada,
bendecan los chubascos que daban pretexto para asistir todas las noches al gabinet e de
doa Rufina. Qu haban de hacer si no? A dnde haban de ir? En la chimenea ardan
los bosques seculares de los dominios del Marqus; aquellas encinas feudales se
carbonizaban con majestuosos chirridos. A su calor no se contaban antiguas consejas, como
presuma Trifn Crmenes que haba de suceder por fuerza en todo hogar seorial, pero se
murmuraba del mundo entero, se inventaban calumnias nuevas y se amaba con toda la
franqueza prosaica y sensual que, segn Bermdez, era la caracterstica del presente
momento histrico, desnudo de toda presea ideal y potica. El gabinete no era grande,
eran muchos los muebles, y los contertulios se tocaban, se rozaban, se opriman, si no haba
otro remedio. Quin pensaba en los aguaceros?
En las reuniones de segundo orden, que abundaban en Vetusta, la humedad excitaba
la alegra; cada cual se iba al agujero de costumbre y era de or, por ejemplo, la algazara
con que entraban en el portal de la casa de Visita los que la favorecan una vez por semana
honrando sus salones, que eran sala y gabinete; eran de or las carcajadas, las bromas de
los tertulios guarecidos bajo los paraguas que reciban con estrpito las duchas de los
tremendos serpentones de hojalata... Todos despreciaban el agua, pensando en los placeres
esotricos de la lotera y de las charadas representadas.
En cuanto al elemento devoto de Vetusta (frase del Lbaro) se meta en novenas
as que el tiempo se meta en agua. El elemento devoto era todo el pueblo en llegando el
mal tiempo, y hasta los socios de Viernes santo, unos perdidos que se juntaban durante la
Semana de Pasin a comer de carne en la fonda, hasta sos acudan al templo, si bien a
criticar a los predicadores y mirar a las muchachas. Este fervor religioso de Vetusta
comenzaba con la Novena de las nimas, poco popular, y la muy concurrida del Corazn de
Jess, no cesando hasta que se celebraba la ms famosa de todas, la de los Dolores, y la
poco menos favorecida de la Madre del Amor Hermoso, en el florido Mayo esta ltima. Pero
adems de las Novenas tenan las almas piadosas otras muchas ocasiones de alabar a Dios y
sus santos, en solemnidades tan notables como las fiestas de Pascua y las de Cuaresma,
especialmente en los Sermones de la Audiencia, pagados por la Territorial todos los viernes
de aquel tiempo santo y de meditacin, segn Crmenes.
El temporal retras no poco el cumplimiento de aquel plan de higiene moral,
impuesto suavemente por don Fermn a su querida amiga. Ana aborreca el lodo y la
humedad; le crispaba los nervios la frialdad de la calle hmeda y sucia, y apenas sala del
sombro casern de los Ozores. Haba confesado otras dos veces antes de terminar
Noviembre, pero no se haba decidido a ir a casa de doa Petronila, ni el Magistral se atrevi
a recordarle aquella cita. El Gran Constantino saba ya por su querido y admirado seor De
Pas, quien la visitaba ms a menudo ahora, que doa Ana deseaba ayudarla en sus santas
labores y en la administracin de tantas obras piadosas como ella diriga y pagaba
sabiamente.
Cundo viene por ac ese ngel hermossimo? preguntaba el Obispo madre,
en estilo de novena, cargado de superlativos abstractos.
Las beatas que servan de cuestores de palacio en el del Gran Constantino, las del
cnclave, como las llamaba Ripamiln, espera ban con ansiedad mstica y con una curiosidad
maligna a la nueva compaera, que tanto prestigio traera con su juventud y su hermosura a
la piadosa y complicada empresa de salvar el mundo en Jess y por Jess; pues nada menos
que esto se proponan aquellas devotas de armas tomar, militantes como coraceros.

276

Pero Ana, sin saber por qu, senta una vaga repugnancia cuando pensaba en ir a
casa de doa Petronila; le pareca mejor ver al Magistral en la iglesia, all encontraba ella el
fervor religioso necesario para confesar sus ideas malas, sus deseos peligrosos. El Magistral
comenz a impacientarse; la Regenta no suba la cuesta, persista en sus peligrosos anhelos
pantesticos, que as los calificaba l; se empeaba en que era piedad aquella ternura que
senta con motivo de espectculos profanos, y declaraba francamente que las lecturas
devotas le sugeran reflexiones probablemente herticas, o por lo menos, poco a propsito
para llegar a la profunda fe que el Magistral exiga como preparacin absolutamente
indispensable para dar un paso en firme. Otras veces los libros piadosos la hacan caer en
somnolencia melanclica o en una especie de marasmo intelectual que pareca estupidez. En
cuanto a la oracin, Ana deca que recitar de memoria plegarias era un ejercicio intil,
soporfero, que le irritaba los nervios; las repeta cien veces, para fijar en ellas la atencin, y
llegaba a sentir nuseas antes de conseguir un poco de fervor... Nada, nada de eso; no hay
cosa peor que rezar as, responda el Magistral; a a
l oracin ya llegaremos; por ahora en
este punto basta con sus antiguas devociones. Y, aunque temiendo los peligros de la
fantasa de Ana, por no perder terreno, tena que dejarla abandonarse a los espontneos
arranques de ternura piadosa que venan sin saber cmo, a lo mejor provocados por
cualquier accidente que ninguna relacin pareca tener con las ideas religiosas. El miedo a
las expansiones naturales de aquel espritu ardiente le haba hecho cambiar el plan suave de
los primeros das por aquel otro expuesto en el cenador del Parque, ms parecido a la
ordinaria disciplina a que l someta a los penitentes; pero ya vea don Fermn que era
preciso volver a la blandura y dejar al instinto de su amiga ms parte en la ardua tarea de
ganar para el bien aquellos tesoros de sentimiento y de grandeza ideal. Este sistema de la
cuerda floja retrasaba el triunfo, pero le permita a l presentarse a los ojos de Ana ms
simptico, hablando el lenguaje de aquella vaguedad romntica que ella crea religiosidad
sincera, y no pasaba de ser una idolatra disimulada, segn don Fermn. No, l no se dejaba
seducir por pantesmos, aunque fuesen tambin parecidos como el de su amiga.
De lo que l estaba seguro era del efecto profundo y saludable que en semejante
mujer tenan que producir las bellezas del culto el da en que ella las presenciara con
atencin y dispuesto el nimo a las sensaciones msticas por aquella excitacin nerviosa, de
cuyos accesos tantas noticias tena ya el confesor diligente.
Cuando ella volva a hablarle de aburrimiento, del dolor del hasto, de la estupidez del
agua cayendo sin cesar, l repeta: A la iglesia, hija ma, a la iglesia; no a rezar; a estarse
all, a soar all, a pensar all oyendo la msica del rgano y de nuestra excelente capilla,
oliendo el incienso del altar mayor, sintiendo el calor de los cirios, viendo cuanto all brilla y
se mueve, contemplando las altas bvedas, los pilares esbeltos, las pinturas suaves y
misteriosamente poticas de los cristales de colores... Poca gracia le haca a don Fermn
esta retrica a lo Chateaubriand; siempre haba credo que recomendar la religin por su
hermosura exterior, era ofender la santidad del dogma, pero saba hacer de tripas corazn y
amoldarse a las circunstancias. Adems, sin que l quisiera pensar en ello, le halagaban la
esperanza de encontrar a menudo en la catedral, en las Conferencias de San Vicente, en el
Catecismo, a su amiga, que all le vera triunfante luciendo su talento, su ciencia y su
elegancia natural y sencilla.
Pero cada da era mayor la repugnancia de Anita a pisar la calle; la humedad le daba
horror, la tena encogida, envuelta en un mantn, al lado de la chimenea monumental del
comedor ttrico, horas y horas, de da y de noche. Don Vctor no paraba en casa. Si no
estaba de caza, entraba y sala, pero sin detenerse: apenas se detena en su despacho. Le
haba tomado cierto miedo. Varias mquinas de las que estaban inventando o
perfeccionando se le haban sublevado, erizndose de inesperadas dificultades de mecnica
racional. All estaban cubiertos de glorioso polvo sobre la mesa del despacho, diablicos
artefactos de acero y madera, esperando en posturas interinas a que don Vctor
emprendiese el estudio serio de las matemticas, de todas las matemticas, que tena

277

aplazado por culpa de la compaa dramtica de Perales. En tanto Quintanar, un poco


avergonzado en presencia de aquellos juguetes irnicos que se le rean en las barbas,
esquivaba su despacho siempre que poda, y ni cartas escriba all. Adems; las colecciones
botnicas, mineralgicas y entomolgicas yacan en un desorden catico, y la pereza de
emprender la tarea penosa de volver a clasificar tantas yerbas y mosquitos tambin le
alejaba de su casa. Iba al Casino a disputar y a jugar al ajedrez; haca muchas visitas y
buscaba modo de no aburrirse metido en casa. Mejor, pensaba Ana sin querer. Su don
Vctor, a quien en principio ella estimaba, respetaba y hasta quera todo lo que era
menester, a su juicio, le iba pareciendo ms insustancial cada da: y cada vez que se le
pona delante echaba a rodar los proyectos de vida piadosa que Ana poco a poco iba
acumulando en su cerebro, dispuesta a ser, en cuanto mejorase el tiempo, una beata en el
sentido en que el Magistral lo haba solicitado. Mientras pensaba en el marido abstracto todo
iba bien; saba ella que su deber era amarle, cuidarle, obedecerle; pero se presentaba el
seor Quintanar con el lazo de la corbata de seda negra torcido, junto a una oreja;
vivaracho, inquieto, lleno de pensamientos insignificantes, ocupado en cualquier cosa balad,
tomando con todo el calor natural lo ms mezquino y digno de olvido, y ella sin poder
remediarlo, y con ms fuerza por causa del disimulo, senta un rencor sordo, irracional, pero
invencible por el momento, y culpaba al universo entero del absurdo de estar unida para
siempre con semejante hombre. Sala don Vctor dejando tras s las puertas abiertas, dando
rdenes caprichosas para que se cumplieran en su ausencia; y cuando Ana ya sola, pegada
a la chimenea taciturna, de figuras de yeso ahumado, quera volver a su propedutica
piadosa, a los preparativos de vida virtuosa, encontraba anegada en vinagre toda aquella
sentimental fbrica de su religiosidad, y calificaba de hipocresa toda su resignacin. Oh
no, no! yo no puedo ser buena! yo no s ser buena; no puedo perdonar las flaquezas del
prjimo, o si las perdono, no puedo tolerarlas. Ese hombre y este pueblo me llenan la vida
de prosa miserable; diga lo que quiera don Fermn, para volar hacen falta alas, aire... Estos
pensamientos la llevaban a veces tan lejos que la imagen de don lvaro volva a presentarse
brindando con la protesta, con aquella amable, brillante, dulcsima protesta de los sentidos
poetizados, que haba clavado en su corazn con pualadas de los ojos el elegante dandy la
tarde memorable de Todos los Santos. Entonces Ana se pona en pie, recorra el comedor a
grandes pasos, hundida la cabeza en el embozo del chal apretado al cuerpo, daba vuelta
alrededor de la mesa oval, y acababa por acercarse a los vidrios del balcn y apretar contra
ellos la frente. Sala, cruzando el estrado triste, pasillos y galeras, llegaba a su gabinete y
tambin all se apretaba contra los vidrios y miraba con ojos distrados, muy abiertos y fijos,
las ramas desnudas de los castaos de Indias, y los soberbios eucaliptus, cubiertos de hojas
largas, metlicas, de un verde mate, temblorosas y resonantes. Si no llova mucho, Frgilis
sola andar por all; ms tiempo faltaba Quintanar de casa que Frgilis de la huerta. Ana
acababa por verle. Aqul haba sido su nico amigo en la triste juventud, en el tiempo de la
servidumbre miserable; y ahora casi le odiaba; l la haba casado; y sin remordimiento
alguno, sin pensar en aquella torpeza, se dedicaba ahora a sus rboles, que podaba sin
compasin, que ingertaba a su gusto, sin consultar con ellos, sin saber si ellos queran
aquellos tajos y aquellos ingertos... Y pensar que aquel hombre haba sido inteligente,
amable! Y ahora... no era ms que una mquina agrcola, unas tijeras, una segadora
mecnica, a quin no embruteca la vida de Vetusta!
Frgilis, si vea a su querida Ana detrs de los cristales, la saludaba con una sonrisa y
volva a inclinarse sobre la tierra; aplastaba un caracol, cortaba un vstago importuno,
afirmaba un rodrign y segua adelante, arrastrando los zapatos blancos sobre la arena
hmeda de los senderos... Y Ana vea desaparecer entre las ramas aquel sombrero redondo,
flexible, siempre gris; aquel tapabocas de cuadros de pana eternamente colgado al cuello,
aquella cazadora parda y aquellos pantalones ni anchos ni estrechos, ni nuevos ni viejos, de
ramitos borrosos de lana verde y roja alternando sobre fondo negro.

278

A menudo visitaban a la Regenta la del Banco y el Marquesito. Paco estaba


admirado de la heroica resistencia de la de Ozores; no comprenda l que su dolo, su don
lvaro tardase tanto en conquistar una voluntad, en rendir una virtud, si la voluntad estaba
ya conquistada.
Ella est enamorada de ti, de eso estoy seguro deca Paco a Mesa en el
Casino, a lt ima hora cuando slo quedaban all los trasnochadores de oficio.
Estaban los dos sentados junto a un velador cubierto con fina y blanca servilleta;
cenaban con sendas medias botellas de Burdeos al lado y llegaban al momento necesario de
la expansin y las confidencias; Mesa melanclico, pasando a tragos la nostalgia de lo
infinito, que tambin tienen los descredos a su modo, inclinaba mustia la gallarda y fina
cabeza de un rubio plido, y pareca un poco ms viejo que de ordinario. Callaba, y coma y
beba. Paco, con la boca llena, pero no por modo grosero, sino casi elegante, hablaba,
brillante la pupila, rojas las mejillas, con el sombrero echado hacia el cogote.
Ella est enamorada, de eso estoy seguro... pero t... t no eres el de otras
veces... parece que la temes. Nunca quieres venir conmigo a su casa... y eso que don Vctor
nunca est, siempre anda con el espiritista de Frgilis por esos montes.
Paco crea que Frgilis era espiritista, opinin muy generalizada en Vetusta.
En su casa no se puede adelantar nada. Es una mujer rara... histrica... hay que
estudiarla bien. Dejadme a m.
No quera confesar que se tena por derrotado: crea firmemente que Ana estaba
entregada al Magistral. No quera aquella conversacin; se senta ahora humillado con la
proteccin de Paco, solicitada meses antes por l. Sin saberlo, el Marquesito le haca dao
cada vez que le hablaba de tal asunto y le propona planes de ataque y medios para entrar
en la plaza por sorpresa. Cundo haba necesitado l, Mesa, socorros por el estilo?
Cundo haba permitido a nadie saber el cmo y a qu hora venca a una mujer?... Y esta
seora le humillaba as! Cmo se reira de l Visita, aunque lo disimulaba; y el mismo Paco!
qu pensara? Ah Regenta, Regenta, si venzo al fin!... ya me las pagars! Pero ya no
esperaba vencer; lidiaba desesperado. En vano, siempre que el tiempo lo permita, montaba
en su hermoso caballo blanco de pura raza espaola; pasaba y repasaba la Plaza Nueva, y
algunas veces vea detrs de los cristales, en la Rinconada, a la de Quintanar, que le
saludaba amable y tranquila; pero no era el caballo talismn como l haba credo, porque la
escena de la tarde aqulla no se repiti nunca. S, lo que yo tema, no fue ms que un
cuarto de hora que no pude aprovechar. Crea con fe inquebrantable que ya su nico
recurso sera la ocasin dificilsima, casi imposible, de un ataque brusco, brbaro,
coincidiendo con otro cuarto de hora. Pero esto no colmaba su deseo, no satisfaca su amor
propio, sera un placer efmero y una venganza... y adems era casi imposible! Pocas veces
se haba atrevido a visitar a la Regenta, que no le reciba si no estaba don Vctor en casa.
Quintanar, en cambio, le abra los brazos y le estrechaba con efusin, cada da ms
enamorado, como l deca, de aquel hermoso figurn: qu arrogante primer galn en
comedia de costumbres hara el dignsimo don lvaro! Pero ya que las tablas no le llamasen
por qu no se haca diputado a Cortes? Mesa haba nacido para algo ms que cabeza de
ratn; era poco ser jefe de un partido, que nunca era poder, en una capital de segundo
orden. Por qu no se iba a Madrid con un acta en el bolsillo?
Cuando le diriga estas preguntas lisonjeras, don lvaro inclinaba la cabeza y miraba
con gesto compungido a la Regenta como diciendo:
Por usted, por el amor que la tengo estoy yo en este miserable rincn!
Usted es de la madera de los ministros...

279

Oh... don Vctor... no crea usted que eso me halaga!... Ministro! Para qu? Yo no
tengo ambicin poltica... Si milito en un partido es por servir a mi pas, pero la poltica me
es antiptica... tanta farsa... tanta mentira...
Efectivamente, en los Estados Unidos slo son polticos los perdidos... pero en
Espaa... es otra cosa... un hombre como usted... Subira mi don lvaro como la espuma.
Pero don lvaro suspiraba y volva los ojos a la Regenta... Por lo dems, l segua
considerando que ante todo era un hombre poltico. Lo de ir a Madrid lo dejaba para ms
adelante. Ahora haca diputados desde Vetusta y se quedaba all; pero en cuanto tuviera
ms blanda a la seora del ministro, l volara, l volara... seguro de no dar un batacazo.
Estos eran sus planes. Pero adems aquella resistencia de Ana, que haba credo vencer sino
en pocas semanas en pocos meses, era un nuevo motivo para retrasar el cambio de
vecindad. Cmo ir a Madrid sin vencer a aquella mujer? Y aquella mujer pareca ya
invencible.
Desde la noche de Todos los Santos, Mesa, vergenza le daba confesrselo a s
mismo, no haba adelantado un paso. Ocho das haba estado sin conseguir hablar a solas un
momento con Ana, y cuando logr tal intento fue para convencerse de que aquella
exaltacin de la tarde dichosa haba pasado acaso para siempre.
Visitacin se volva loca. Su marido, el seor Cuervo, y sus hijos coman los
garbanzos duros, se lavaban sin toalla porque ella haba salido con las llaves, como siempre,
y no acababa de volver. Cmo haba de volver si aquella empecatada de Regenta no se
daba a partido, y resista al hombre irresistible con heroicidad de roca? El msero empleado
del Banco retorca el bigotillo engomado y con voz de tiple deca a la muchedumbre de sus
hijos que lloraban por la sopa:
Silencio, nios, que mam rie si se come sin ella.
Y la sopa se enfriaba, y al fin apareca Visitacin, sofocada, distrada, de mal humor.
Vena de casa de Vegallana, donde haba conseguido que Ana y lvaro se hablaran a solas
un momento, por casualidad... que haba preparado ella. Pero buena conversacin te d
Dios! l haba salido mordindose el bigote y le haba dicho a ella, a Visita: Djame en
paz! al querer darle una broma. Djame en paz! seal de que no daba un paso. Visitacin
senta ahora una vergenza retrospectiva; recordaba el tiempo que haba ella tardado en
ceder, lo comparaba con la resistencia de Ana y... se le encendan las mejillas de clera, de
envidia, de pudor malo, falso. Algo le deca en la conciencia que el oficio que haba tomado
era miserable... pero buena estaba ella para or consejos de comedia moral y gritos
interiores; aquel anhelo villano era una pasin cada da ms fuerte, era de un saborcillo
agridulce y picante que prefera ya a todas las dulzuras de la confitera. Era una pasin, una
cosa que recordaba la juventud, aunque al mismo tiempo pareca sntoma de la vejez. En
fin, ella no trataba de resistir, y haba llegado a creer que sera capaz de arrojar a su amiga
a la fuerza en brazos del antiguo amante. De todos modos, en casa de Visita faltaba la
limpieza de suelo y muebles, de sala y cocina, y no era su hogar una taza de plata, y da
hubo que el marido no encontr camisa en el armario y se fue al Banco... con un camisoln
de su mujer, que simulaba bien o mal un cuello marinero.
Pero tanto afn era intil; ni Visita, ni Paco, ni los paseos a caballo de Mesa,
conseguan rendir a la Regenta. Y si al menos se viera que era indiferencia aquella
fortaleza! Pero, no; a leguas se vea, segn los tres, que Ana estaba interesada. Esto era lo
que les irritaba ms, sobre todo a Visita. Don lvaro no hablaba de este ma l negocio con la
del Banco, por ms que ella le hurgaba. Con Paco nicamente desahogaba, y pocas veces.
Pero Ana crea en un complot y esto la ayudaba no poco en su defensa. Iba de tarde en
tarde a casa de Vegallana, a pesar de las protestas pesadas, insufribles de Quintanar, que
repeta:

280

Qu dirn esos seores, Anita, qu dirn los Marqueses!


Si don lvaro perda la esperanza, el Magistral tampoco estaba satisfecho. Vea muy
lejos el da de la victoria; la inercia de Ana le presentaba cada vez nuevos obstculos con
que l no haba contado. Adems, su amor propio estaba herido. Si alguna vez haba
ensayado interesar a su amiga descubrindole, o por va de ejemplo o por alarde de
confianza, algo de la propia historia ntima, ella haba escuchado distrada, como absorta en
el egosmo de sus penas y cuidados. Ms haba; aquella seora que hablaba de grandes
sacrificios, que pretenda vivir consagrada a la felicidad ajena, se negaba a violentar sus
costumbres, saliendo de casa a menudo, pisando lodo, desafiando la lluvia; se negaba a
madrugar mucho, y alegando como si se tratase de cosa santa, las exigencias de la salud,
los caprichos de sus nervios. El madrugar mucho me mata; la humedad me pone como una
mquina elctrica. Esto era humillante para la religin y depresivo para don Fermn; era,
de otro modo, un jarro de agua que le enfriaba el alma al Provisor y le quitaba el sueo.
Una tarde entr De Pas en el confesonario con tan mal humor, que Celedonio el
monaguillo le vio cerrar la celosa con un golpe violento. Don Fermn bajaba del campanario,
donde, segn sola de vez en cuando, haba estado registrando con su catalejo los rincones
de las casas y de las huertas. Haba visto a la Regenta en el parque pasear, leyendo un libro
que deba de ser la historia de Santa Juana Francisca, que l mismo le haba regalado. Pues
bien, Ana, despus de leer cinco minutos, haba arrojado el libro con desdn sobre un banco.
Oh! oh! estamos mal! haba exclamado el clrigo desde la torre: conteniendo
en seguida la ira, como si Ana pudiera or sus quejas. Despus haban aparecido en el
parque dos hombres, Mesa y Quintanar. Don lvaro haba estrechado la mano de la
Regenta, que no la haba retirado tan pronto como debiera; aunque no fuese ms que por
estar vindolos l! Don Vctor haba desaparecido y el seductor de oficio y la dama se
haban ocultado poco a poco entre los rboles, en un recodo de un sendero. El Magistral
sinti entonces impulsos de arrojarse de la torre. Lo hubiera hecho a estar seguro de volar
sin inconveniente. Poco despus haba vuelto a presentarse don Vctor, el tonto de don
Vctor, con sombrero bajo y sin gabn, de cazadora clara, acompaado de don Toms
Crespo, el del tapabocas; los dos se haban ido en busca de los otros, y los cuatro juntos se
presentaron de nuevo ante el objetivo del catalejo que temblaba en las manos finas y
blancas del cannigo. Don Vctor levantaba la cabeza, extenda el brazo, sealaba a las
nubes y daba pataditas en el suelo. Ana haba desaparecido otra vez, haba entrado en la
casa, olvidando a Santa Juana Francisca sobre el banco, y a los dos minutos estaba otra vez
all con chal y sombrero; y los cuatro haban salido por la puerta del parque, que abri
Frgilis con su llave. Iban al campo!
Cuando don Fermn se vio encerrado entre las cuatro tablas de su confesonario, se
compar al criminal metido en el cepo.
Aquel da las hijas de confesin del Magistral le encontraron distrado, impaciente; le
sentan dar vueltas en el banco, la madera del armatoste cruja, las penitencias eran
desproporcionadas, enormes.
En vano esper, con loca esperanza, ver a la Regenta presentarse en la capilla, por
casualidad, por impulso repentino, como quiera que fuese, presentarse, que era lo que l
quera, lo que l necesitaba. Verdad era que no haban quedado en tal cosa; ocho das
faltaban para la prxima confesin, por qu haba de venir? Porque s, porque l lo
necesitaba, porque quera hablarla, decirle que aquello no estaba bien, que l no era un saco
para dejarlo arrimado a una pared, que la piedad no era cosa de juego y que los libros
edificantes no se tiran con desdn sobre los bancos de la huerta; ni se pierde uno entre los
rboles de Frgilis sin ms ni ms, en compaa de un buen mozo materialista y
corrompido. Pero, no, no pareci por la capilla Ana. Sabe Dios dnde estaran. Qu
expedicin era aqulla? Necedades de don Vctor; haba levantado el brazo sealando a las

281

nubes; aquello pareca como responder del buen tiempo; en efecto, la tarde estaba
hermosa, poda asegurarse que no llovera... pero y qu? Era sa razn suficiente para
salir con el enemigo al campo? Porque aqul era el enemigo, s, don Fermn volva a
sospecharlo. La Regenta, sin embargo, jams se haba acusado de una aficin singular;
hablaba de tentaciones en general y de ensueos lascivos, pero no confesaba amar a un
hombre determinado. Y Ana, su dulce amiga, no menta jams, y menos en el tribunal
santo. Pero entonces con quin soaba? El Magistral record la dulcsima hiptesis que
haba acariciado algn da... y ahora se opona esta otra que le haca saltar dentro del cajn
de celosas: supongamos que suea con... ese caballero. Sali de la capilla furioso, sin
disimularlo apenas. Encontr en el trascoro a don Custodio y no le contest al saludo; entr
en la sacrista y amenaz al Palomo con la cesanta, porque el gato haba vuelto a ensuciar
los cajones de la ropa. Pas despus al palacio y el Obispo sufri una fuerte reprensin de
las que en tono casi irrespetuoso, avinagrado, espinoso, sola enderezarle su Provisor. El
buen Fortunato estaba en un apuro, no tena dinero para pagar una cuenta de un sastre que
haba hecho sotanas nuevas a los familiares de S. I. Y el sastre, con las mejores maneras
del mundo, peda los cuartos en un papel sobado, lleno de letras gordas, que el Obispo tena
entre los dedos. El alfayate llamaba serensimo seor al prelado, pero peda lo suyo.
Fortunato, temblorosa la voz, solicitaba un prstamo. El Magistral se hizo rogar, y
ofreci anticipar el dinero despus de humillar cien veces al buen pastor que tomaba al pie
de la letra las metforas religiosas.
A qu haban venido las sotanas nuevas? Y sobre todo, por qu las pagaba l,
Fortunato, de su bolsillo? Si saba que no tena un cuarto, porque toda la paga reparta antes
de cobrarla, por qu se comprometa? Fortunato confes que pareca un subteniente de
los sometidos a descuento; dijo que quera salir de aquella vida de trampas.
Yo no s lo que debo ya a tu madre, Fermn, debe de ser un dineral?
S, seor, un dineral, pero lo peor no es que usted nos arruine, sino que se arruina
tambin, y lo sabe el mundo y esto es en desprestigio de la Iglesia... Empearse por los
pobres... Ser un tramposo de la caridad. Hombre, por Dios, dnde vamos a parar? Cristo
ha dicho: reparte tus bienes y sgueme, pero no ha dicho: reparte los bienes de los dems...
Hablas como un sabio, hijo mo, hablas como un sabio, y si no fuera indecoroso,
peda al ministro que me pusiera a descuento, a ver si me correga.
Despus entr en las oficinas De Pas y all tuvieron motivo para acordarse mucho
tiempo de la visita. Todo lo encontr mal; revolvi expedientes, descubri abusos, sacudi
polvo, amenaz con suspender sueldos, neg todo lo que pudo, prepar dos o tres castigos,
para varios prroc os de aldea, y por fin dijo, ya en la puerta, que no daba un cuarto para
una suscripcin de los marineros nufragos de Palomares.
Seor le dijo llorando un pobre pescador de barba blanca, con un gorro cataln
en la mano seor, que este ao nos morimos de hambre! que no da para borona la
costera del besugo!...
Pero el Magistral sali sin responder siquiera, pensando en Ana y en Mesa; y a la
media hora, cuando paseaba por el Espoln solo y a paso largo, olvidando el comps de su
marcha ordinaria, le repeta en los sesos, no saba qu voz: besugo, besugo!
Por qu se acordaba l del besugo? Y encogi los hombros irritado tambin con
aquella obsesin de estpido.
No faltaba ms que ahora me volviera loco.
Pasaron ocho das y a la hora sealada Anita se present de rodillas ante la celosa
del confesonario.

282

Despus de la absolucin enjug una lgrima que caa por su mejilla, se levant y
sali al prtico. All esper al Magistral y juntos, cerca ya del obscurecer, llegaron a casa de
doa Petronila.
Estaba sola el Gran Constantino; repasaba las cuentas de la Madre del Amor
Hermoso, con sus ojazos de color de avellana asomados a los cristales de unas gafas de oro.
Era muy morena, la frente muy huesuda, los prpados salientes, ceja gris espesa, como la
gran mata de pelo spero que cea su cabeza; barba redonda y carnosa, nariz de correccin
insignificante, boca grande, labios plidos y gruesos. Era alta, ancha de hombros, y su larga
viudez casta pareca haber echado sobre su cuerpo algo como matorra l de pureza que le
daba cierto aspecto de virgen vetusta. El vestido era negro, hbito de los Dolores, con una
correa de charol muy ancha y escudo de plata chilln, ostentoso, en la manga, ceida a la
mueca de gan con presillas de abalorios.
Estaba sentada delante de un escritorio de armario con figuras chinescas, doradas,
incrustadas en la madera negra. Se levant, abraz a la Regenta y bes la mano del
Magistral. Les suplic, despus de agradecer la sorpresa de la visita, que la dejasen terminar
aquel embrollo de nmeros; y dama y clrigo se vieron solos en el saln sombro, de
damasco verde obscuro y de papel gris y oro. Ana se sent en el sof, el Magistral a su lado
en un silln. Las maderas de los balcones entornados dejaban pasar rayos estrechos de la
luz del da moribundo; apenas se vean Ana y De Pas. Del gabinete de la derecha, sali un
gato blanco, gordo, de cola opulenta y de curvas elegantes; se acerc al sof paso a paso,
levant la cabeza perezoso, mirando a la Regenta, dej or un leve y mimoso quejido
gutural, y despus de frotar el lomo familiarmente contra la sotana del Provisor, sali al
pasillo con lentitud, sin ruido, como si anduviera entre algodones. Ana tuvo aprensin de
que ola a incienso el blanqusimo gato; de todas maneras, pareca un smbolo de la
devocin domstica de doa Petronila. En toda la casa reinaba el silencio de una caja
almohadillada; el ambiente era tibio y estaba ligeramente perfumado por algo que ola a
cera y a estoraque y acaso a espliego... Ana senta una somnolencia dulce pero algo
alarmante; se estaba all bien, pero se tema vagamente la asfixia.
Doa Petronila tardaba. Una criada, de hbito negro tambin, entr con una lmpara
antigua de bronce, que dej sobre un velador despus de decir con voz de monja
acatarrada: Buenas noches! sin levantar los ojos de la alfombra de fieltro, a cuadros
verdes y grises.
Volvieron a quedar solos Ana y su confesor.
Interrumpiendo un silencio de algunos minutos, dijo el Magistral con una voz que se
pareca a la del gato blanco:
No puede usted imaginar, amiguita ma, cunto le agradezco esta resolucin...
Hubiera usted hablado antes...
Bastante he hablado, picarilla...
Pero no como hoy, nunca me dijo usted que era un desaire que yo le haca y que ya
saban estas seoras el negarme a venir... Llova tanto!... Ya sabe usted que a m la
humedad me mata, la calle mojada me horroriza... Yo estoy enferma... s, seor, a pesar de
estos colores y de esta carne, como dice don Robustiano, estoy enferma; a veces se me
figura que soy por dentro un montn de arena que se desmorona... No s cmo explicarlo...
siento grietas en la vida... me divido dentro de m... me achico, me anulo... Si usted me
viera por dentro me tendra lstima... Pero a pesar de todo eso, si usted me hubiese hablado
como hoy antes, hubiese venido aunque fuera a nado. S, don Fermn, yo ser cualquier
cosa, pero no desagradecida. Yo s lo que debo a usted, y que nunca podr pagrselo. Una
voz, una voz en el desierto solitario en que yo viva, no puede usted figurarse lo que vala
para m... y la voz de usted vino tan a tiempo... Yo no he tenido madre, viv como usted

283

sabe... no s ser buena; tiene usted razn, no quiero la virtud si no es pura poesa, y la
poesa de la virtud parece prosa al que no es virtuoso... ya lo s... Por eso quiero que usted
me gue... Vendr a esta casa, imitar a estas seoras, me ocupar con la tarea que ellas
me impongan... Har todo lo que usted manda; no ya por sumisin, por egosmo, porque
est visto que no s disponer de m; prefiero que me mande usted... Yo quiero volver a ser
una nia, empezar mi educacin, ser algo de una vez, seguir siempre un impulso, no ir y
venir como ahora... Y adems necesito curarme; a veces temo volverme loca... Ya se lo he
dicho a usted; hay noches que, desvelada en la cama, procuro alejar las ideas tristes
pensando en Dios, en su presencia. Si l est aqu, qu importa todo? Esto me digo,
pero no vale, porque, ya se lo he dicho, me saltan de repente en la cabeza ideas antiguas,
como dolores de llagas manoseadas, ideas de rebelin, argumentos impos, preocupaciones
necias, tercas, que no s cundo aprend, que vagamente recuerdo haber odo en mi casa,
cuando viva mi padre. Y a veces se me antoja preguntarme, si ser Dios esta idea ma y
nada ms, este peso doloroso que me parece sentir en el cerebro cada vez que me esfuerzo
por probarme a m misma la presencia de Dios?...
Anita, Anita... calle usted... calle usted, que se exalta! S, s, hay peligro, ya lo
veo, gran peligro... pero nos salvaremos, estoy seguro de ello; usted es buena, el Seor
est con usted... y yo dara mi vida por sacarla de esas aprensiones... Todo ello es
enfermedad, es flato, nervios... qu s yo? Pero es material, no tiene nada que ver con el
alma... pero el contacto es un peligro, s, Anita; no ya por m, por usted es necesario entrar
en la vida devota prctica... Las obras, las obras, amiga ma! Esto es serio, necesitamos
remedios enrgicos. Si a usted le repugnan a veces ciertas palabras, ciertas acciones de
estas buenas seoras, no se deje llevar por la imaginacin, no las condene ligeramente;
perdone las flaquezas ajenas y piense bien, y no se cuide de apariencias... Y ahora,
hablando un poco de m, si usted pudiera penetrar en mi alma, Anita! yo s que jams
podr pagarle esta hermosa resolucin de esta tarde...
Habl usted de un modo!
Habl con el alma...
Yo estaba siendo una ingrata sin saberlo...
Pero al fin... vida nueva; no es verdad, hija ma?
S, s, padre mo, vida nueva...
Callaron y se miraron. Don Fermn, sin pensar en contenerse, cogi una mano de la
Regenta que estaba apoyada en un almohadn de crochet, y la oprimi entre las suyas
sacudindola. Ana sinti fuego en el rostro, pero le pareci absurdo alarmarse. Los dos se
haban levantado, y entonces entr doa Petronila, a quien dijo De Pas, sin soltar la mano
de la Regenta:
Seora ma, llega usted a tiempo; usted ser testigo de que la oveja ofrece
solemnemente al pastor no separarse jams del redil que escoge...
El Gran Constantino bes la frente de Ana.
Fue un beso solemne, apretado, pero fro... Pareca poner all el sello de una cofrada
mojado en hielo.

XIX

Don Robustiano Somoza, en cuanto asomaba Marzo, atribua las enfermedades de


sus clientes a la Primavera mdica, de la que no tena muy claro concepto; pero como su

284

misin principal era consolar a los afligidos y sola satisfacerles esta explicacin
climatolgica, el mdico buen mozo no pensaba en buscar otra. La Primavera mdica fue la
que postr en cama, segn don Robustiano, a la Regenta, que se acost una noche de fines
de Marzo con los dientes apretados sin querer, y la cabeza llena de fuegos artificiales. Al
despertar al da siguiente, saliendo de sueos poblados de larvas, comprendi que tena
fiebre.
Quintanar estaba de caza en las marismas de Palomares; no volvera hasta las diez
de la noche. Anselmo fue a llamar al mdico y Petra se instal a la cabecera de la cama,
como un perro fiel. La cocinera, Servanda, iba y vena con tazas de tila, silenciosa, sin
disimular su indiferencia; era nueva en la casa y vena del monte. Mucho tiempo haca que
Anita no haba tenido uno de aquellos impulsos cariosos de que sola ser objeto don Vctor,
pero aquel da, a la tarde, sobre todo al obscurecer, llor ocultando el rostro, pensando en el
esposo ausente. Cunto deseaba su presencia! slo l podra acompaarla en la soledad
de enfermo que empezaba aquel da. En vano la Marquesa, Paco, Visitacin y Ripamiln
acudieron presurosos al tener noticia del mal; a todos los recibi afablemente, sonri a
todos, pero contaba los minutos que faltaban para las diez de la noche. Su Quintanar!
Aqul era el verdadero amigo, el padre, la madre, todo. La Marquesa estuvo poco tiempo
junto a su amiga enferma; le toc la frente y dijo que no era nada, que tena razn Somoza,
la primavera mdica... y habl de zarzaparrilla y se despidi pronto. Paco admiraba en
silencio la hermosura de Ana, cuya cabeza hundida en la blancura blanda de las almohadas
le pareca una joya en su estuche. Observ Visita que ms que nunca se pareca entonces
Ana a la Virgen de la Silla. La fiebre daba luz y lumbre a los ojos de la Regenta, y a su rostro
rosas encarnadas; y en el sonrer pareca una santa. Paco pens, sin querer, que estaba
apetitosa. Se ofreci mucho, como su madre, y sali. En el pasillo dio un pellizco a Petra
que traa un vaso de agua azucarada. Visita dej la mantilla sobre el lecho de su amiga y se
prepar a meterse en todo, sin hacer caso del gesto impertinente de Petra. Quin se fiaba
de criados? Afortunadamente estaba ella all para todo lo que hiciera falta.
Por lo dems, tu Quintanar del alma hemos de confesar que tiene sus cosas; a
quin se le ocurre irse de caza dejndote as?
Pero qu saba l...
Pues no te quejabas ya anoche?
Ese Frgilis tiene la culpa de todo...
Y quien anda con Frgilis se vuelve loco ni ms ni menos que l. No es ese Frgilis
el que ingertaba gallos ingleses?
S, s, l era.
Y el que dice que nuestros abuelos eran monos? Valiente mono mal educado est
l... pero, mujer, si ni siquiera viste de persona decente... Yo nunca le he visto el cuello de
la camisa... ni chistera...
Somoza volvi a las ocho de la noche; a pesar de la primavera mdica, no estaba
tranquilo; mir la lengua a la enferma, le tom el pulso, le mand aplicar al sobaco un
termmetro que sac l del bolsillo, y cont los grados. Se puso el doctor como una
cereza... Mir a Visita con torvo ceo y echndose a adivinar exclam con enojo:
Estamos mal!... Aqu se ha hablado mucho... Me la han aturdido, verdad? Como
si lo viera... mucha gente, de fijo... mucha conversacin!...
Entonces fue Visita quien sinti encendido el rostro. Somoza haba adivinado. No
saba medicina, pero saba con quin trataba. Recet; censur tambin a don Vctor por su
intempestiva ausencia; dijo que un loco haca ciento; que Frgilis saba tanto de darwinismo
como l de herrar moscas; dio dos palmaditas en la cara a la Regenta, complacindose en el

285

contacto; y cerrando puertas con estrpito sali, no sin despedirse hasta maana temprano,
desde lejos.
Visitacin, mientras sentada a los pies de la cama devoraba una buena racin de
dulce de conserva, aseguraba con la boca llena que Somoza y la carabina de Ambrosio todo
uno. La del Banco crea en la medicina casera y renegaba de los mdicos. Dos veces la haba
sacado a ella de peligros puerperales una famosa matrona sin matrcula ni Dios que lo
fund: Di t que todo es farsa en este mundo. Como decir que ests peor porque se ha
procurado distraerte! animal! qu sabr l lo que es una mujer nerviosa, de imaginacin
viva! De fijo que si no estoy yo aqu, te consumes todo el da pensando tristezas, y dndole
vueltas a la idea de tu Quintanar ausente; 'que por qu no estar aqu, que si es buen
marido, que ya no es un nio para no reflexionar...' y qu s yo; las cosas que se le ocurren
a una en la soledad, estando mala y con motivo para quejarse de alguno.
Ana estudiaba el modo de or a Visita sin enterarse de lo que deca, pensando en otra
cosa, nica manera de hac er soportable el tormento de su palique. A las diez y cuarto entr
en la alcoba don Vctor, chorreando pjaros y arreos de caza, con grandes polainas y
cinturn de cuero; detrs vena don Toms Crespo, Frgilis, con sombrero gris arrugado,
tapabocas de cuadros y zapatos blancos de triple suela. Quintanar dej caer al suelo un
impermeable, como Manrique arroja la capa en el primer acto del Trovador; y en cuanto tal
hizo, salt a los brazos de su mujer, llenndole de besos la frente, sin acordarse de que
haba testigos.
Ay, s! aquello era el padre, la madre, el hermano, la fortaleza dulce de la caricia
conocida, el amparo espiritual del amor casero; no, no estaba sola en el mundo, su
Quintanar era suyo. Eterna fidelidad le jur callando, en el beso largo, intenso con que
pag los del marido. El bigote de don Vctor pareca una escoba mojada; con la humedad
que traa de las marismas roci la frente de su esposa; pero ella no sinti repugnancia, y vio
oro y plata en aquellos pelos tiesos que parecan un cepillo de yerbas hechas ceniza por la
raz y tostadas por las puntas.
Tambin don Vctor opin que aquello no sera nada, pero de todos modos,
lament en el alma no haber venido en el tren de las cuatro y media.
Ya lo ves, Crespo, si hubiera obedecido a aquella corazonada. S, seora aadi,
dirigindose a Visita que lo diga ste, no s por qu se me figur que deba volver ms
temprano a casa...
Oh, s, de eso est usted seguro. Hay presentimientos grit la del Banco, que se
dispona a narrar tres o cuatro adivinaciones suyas.
Pero ste tuvo la culpa...
Frgilis encogi los hombros y tom el pulso a la enferma, que le apret la mano,
perdonndoselo todo. La verdad era que don Vctor haba querido volver temprano... para
no perder el teatro. Pero esto no se poda decir. Frgilis, en silencio, tuvo una vez ms
ocasin de negar la existencia de los avisos sobrenaturales. Se haba destocado y su
cabello espeso, de color montaraz, cortado por igual, pareca una mata, una muestra de las
breas. Cerraba los ojos grises y arrugaba el entrecejo; le enojaba la luz, tropezaba con los
muebles, ola al monte; traa pegada al cuerpo la niebla de las marismas y pareca rodeado
de la obscuridad y la frescura del campo. Tena algo de la fiera que cae en la trampa, del
murcilago que entra por su mal en vivienda humana llamado por la luz... Y cerca de Ana
nerviosa, aprensiva, febril, semejaba el smbolo de la salud queriendo contagiar con sus
emanaciones a la enferma.
Cuando quedaron solos marido y mujer, despus de conseguir, no sin trabajo, que
Visita renunciara a sacrificarse quedndose a velar a su amiga, Ana volvi a solicitar los
brazos del esposo y le dijo con voz en que temblaba el llanto:

286

No te acuestes todava, estoy muy asustadiza, te necesito, estte aqu, por Dios,
Quintanar...
S, hija s, pues no faltaba ms... Y solcito, carioso le cea el embozo de las
sbanas a la espalda sonrosada, de raso, que l no miraba siquiera. Pero la Regenta not
luego que su marido estaba preocupado.
Qu tienes? Tienes aprensin? Crees que estoy peor de lo que dicen... y quieres
disimular...
No, hija, no... por amor de Dios... no es eso...
S, s; te lo conozco yo; pues no temas, no; yo te aseguro que esto pasar; lo
conozco yo; ya sabes cmo soy, parece que me amaga una enfermedad... y despus no es
nada... Ahora, s, estoy muy nerviosa, se me figura a lo mejor que me abandona el mundo,
que me quedo sola, sola... y te necesito a ti... pero esto pasa, esto es nervioso...
S, hija, claro, nervioso.
Y sin poder contenerse se levant diciendo:
Vida ma, soy contigo.
Y sali por la puerta de escape.
A ver grit en el pasillo; Petra, Servanda, Anselmo, cualquiera... Se llev la
perdiz don Toms?
Anselmo registr las aves muertas, depositadas en la cocina, y contest desde lejos:
S, seor; aqu no hay perdices!
Ira de Dios! Pardiez! Malhaya! Siempre el mismo! Si es ma, si la mat yo... si
estoy seguro de que fue mi tiro... Es lo ms vanidoso!... Anselmo! oye esto que digo:
maana al ser de da , entiendes?, te personas en casa de don Toms, y le pides de mi
parte, con la mayor energa y seriedad, la perdiz, est como est, entiendes? y que no es
broma, y aunque est pelada, que quiero que me la restituya... Suum cuique.
Ana oy los gritos y se apresur a perdonar aquella debilidad inocente de su esposo.
Todos los cazadores son as, pens con la benevolencia de la fiebre incipiente.
Volvi don Vctor y la sonrisa dulce, cristiana de su esposa, le restituy la calma, ya
que la perdiz no poda.
Hasta la una y media no concili el sueo su mujer, y entonces y slo entonces pudo
don Vctor disponerse a dormir.
Una vez en mangas de camisa ante su lecho, consider que era un contratiempo serio
la enfermedad de su queridsima Ana. l no estaba alarmado, bien lo saba Dios; no haba
peligro; si lo hubiese lo conocera en el susto, en el dolor que le estara atormentando; no
haba susto, no haba dolor, luego no haba peligro. Pero haba contratiempo; por de pronto,
adis teatro para muchos das, y aunque se trataba ahora de una compaa de zarzuela, que
era un gnero hbrido, sin embargo, l confesaba que empezaba a saborear las bellezas
suaves y sencillas de la zarzuela seria, y haba encontrado noches pasadas cierto color local
en Marina, y sabor de poca en El Domin Azul, sin contar con los amores contrariados del
Juramento, que eran cosa delicada. Pero y la expedicin con el Gobernador de la provincia,
para inaugurar el ferrocarril econmico de Occidente? Y las partidas de domin con el
Ingeniero jefe en el Casino? Y los paseos largos que necesitaba para hacer bien la
digestin? La idea de no salir de casa en muchos das, le aterraba... Se acost de muy mal
humor. Apag la luz. La obscuridad le sugiri un remordimiento. Era un egosta, no

287

pensaba en su pobrecita mujer, sino en su comodidad, en sus caprichos. Y, como en


desagravio, para engaarse a s propio, suspir con fuerza y exclam en voz alta:
Pobrecita de mi alma!
Y se durmi satisfecho.
Despert con la cabeza llena de proyectos, como sola; pero de repente pens en
Ana, en la fiebre y se llen su alma de tristeza cobarde... Sabe Dios lo que sera aquello!
La botica, los jaropes que l aborreca, el miedo a equivocar las dosis, el pavor que le
inspiraban las medicinas verdosas, creyendo que podan ser veneno (para don Vctor el
veneno, a pesar de sus estudios fsicoqumicos, siempre era verde o amarillo), las
equivocaciones y torpezas de las criadas, las horas de hasto y silencio al pie del lecho de la
enferma, las inquietudes naturales, el estar pendiente de las palabras de Somoza, el hablar
con todos los que quisieran enterarse de la misma cosa, de los grados de la enfermedad...
todas estas incomodidades se aglomeraron en la imaginacin de don Vctor, que escupi bilis
repetidas veces, y se levant lleno de lstima de s mismo. Fue a la alcoba de su mujer y se
olvid de repente de todo aquello: Ana estaba mal, haba delirado; no haban querido
despertarle, pero la seora haba pasado una noche terrible segn Petra, que haba velado.
Somoza lleg a las ocho.
Qu es? qu tiene? hay gravedad?
Don Vctor con las manos cruzadas, apretadas, convulso, preguntaba estas cosas
delante de la enferma, que aunque aletargada, oa.
El mdico no contest. Recet y sali al gabinete.
Qu hay? qu hay? repeta all Quintanar con voz trmula y muy bajo... Qu
hay?
Don Robustiano le mir con desprecio, con odio y con indignacin...
Qu hay! qu hay! Eso pronto se pregunta; don Robustiano no saba lo que iba a
haber, pero pareca algo gordo por las seas; esto pens, pero dijo:
Hay... que andar en un pie, tener mucho cuidado, no dejarla en poder de criadas,
ni de Visitacin, que la aturda con su chchara;... eso hay.
Pero es cosa grave, es cosa grave?
Ps... es y no es. No, no es grave; la ciencia no puede decir que es grave... ni puede
negarlo. Pero hijo, usted no entiende de esto... Se trata de una hepatitis? puede... tal vez
hay gastroenteritis... tal vez... pero hay fenmenos reflejos que engaan...
De modo que no son los nervios? Ni la primavera mdica?...
Hombre, los nervios siempre andan en el ajo... y la primavera... la sangre... la
savia nueva... es claro... todo influye... pero usted no puede entender esto...
No, seor, no puedo. En mis ratos de ocio he ledo libros de medicina, conozco el
Jaccoud... pero semejante lectura me daba ganas de... vamos, senta nuseas y se me
figuraba or la sangre circular, y crea que era as... una cosa como el depsito del Lozoya,
con canales, compuertas en el corazn...
Bueno, bueno; por m no disparate usted ms. Hasta la tarde; si hay novedad,
avisar. Ah, y no echarle encima demasiada ropa, ni dejar... que entre Visitacin... que la
aturde. La ciencia prohbe terminantemente que esa seora protectora de comadronas
parteras meta aqu la pata!...

288

Cuatro das despus, don Robustiano mandaba en su lugar a un mdico joven, su


protegido; crea llegado el caso de inhibirse; ya se saba, l no poda asistir a las personas
muy queridas cuando llegaban a cierto estado...
El sustituto era un muchacho inteligente, muy estudioso. Declar que la enfermedad
no era grave, pero s larga, y de convalecencia penosa. No le gustaba usar los nombres
vulgares y poco exactos de las enfermedades, y empleaba los tcnicos si le apuraban, no
por ridcula pedantera, sino por salir con su gusto de no enterar a los profanos de lo que no
importa que sepan, y en rigor no pueden saber. Ello fue que Anita crey que se mora, y
padeci an ms que en el tiempo del mayor peligro, cuando empezaron a decirle que
estaba mejor. Al saber que haba pasado seis das en aquella torpeza, con intervalos de
exaltacin y delirio, extra mucho que se le hubiese hecho tan corto aquel largo martirio.
La debilidad la tena an ms que rendida, exaltada y vidriosa. Todo lo vea de un
color amarillento plido; entre los objetos y ella flotaban infinitos puntos y circulillos de aire,
como burbujas a veces, como polvo y como telaraas muy sutiles otras: si dejaba los brazos
tendidos sobre el embozo de su lecho y miraba las manos flacas, surcadas por haces de azul
sobre fondo blanco mate, crea de repente que aquellos dedos no eran suyos, que el
moverlos no dependa de su voluntad, y el decidirse a querer ocultar las manos le costaba
gran esfuerzo. Sus mayores congojas eran el tomar el primer alimento: unos caldos
inspidos, desabridos, que don Vctor enfriaba a soplos, soplando con fe y perseverancia,
dando a entender su celo y su cario en aquel modo de soplar. El ideal del caldo, segn
Quintanar, nunca lo realizaban las criadas de Vetusta. De esto hablaba l, mientras Ana
senta sudores mortales que parecan sacarle de la piel la ltima fuerza, y hasta el nimo de
vivir. Cerraba los ojos y dejaba de sentirse por fuera y por dentro; a veces se le escapaba la
conciencia de su unidad, empezaba a verse repartida en mil, y el horror dominndola
produca una reaccin de energa suficiente a volverla a su yo, como a un puerto seguro; al
recobrar esta conciencia de s, se senta padeciendo mucho, pero casi gozaba con tal dolor,
que al fin era la vida, prueba de que ella era quien era. Si don Vctor hablaba a su lado, sin
querer Ana segua entonces el pensamiento de su esposo, y contra su deseo, la atencin se
fijaba en los juicios de Quintanar, y la inteligencia les aplicaba rigurosa crtica, un anlisis
sutil y doloroso para la enferma, que al pulverizar a pesar suyo las sinrazones del marido,
padeca tormento indescriptible, en el cerebro segn ella.
Vea al mdico muy preocupado con el tronco y sin pensar en los dolores inefables
que ella senta en lo ms suyo, en algo que sera cuerpo, pero que pareca alma, segn era
ntimo. Todos los das haba que palpar el vientre y hacer preguntas relativas a las funciones
ms humildes de la vida animal; don Vctor, que no se fiaba de su memoria, siempre reloj
en mano, llevaba en un cuaderno un registro en que asentaba con pulcras abreviaturas y
con estilo gongorino, lo que al mdico importaba saber de estos pormenores.
Mientras dur el temor de la gravedad, el amante esposo no pens ms que en la
enferma y cumpli como bueno; si era a veces importuno, descuidado, o poco hbil, era sin
conciencia. Despus empez a aburrirse, a echar de menos la vida ordinaria, y exageraba al
decir las horas que pasaba en vela. Para resistir mejor su cruz decidi tomarle aficin al
oficio de enfermero y lo consigui: lleg a ser para l tan divertido como hacer prticos
ojivales de marquetera, el preparar menjurjes y pintarle el cuerpo a su mujer con yodo;
soplar y limpiar caldos y consultar el reloj para contar o
l s minutos y hasta los segundos;
operacin en que lleg a poner una exactitud que impacientaba a Petra y a Servanda.
Esperaba con afn la visita del mdico, primero para hacerse decir veinte veces que Ana iba
mejor, mucho mejor, y adems, para gozar con la conversacin alegre, ajena a todas las
enfermedades del mundo, que segua a la parte facultativa de la visita. El sustituto de
Somoza no era hablador, pero se diverta oyendo a Quintanar, y ste lleg a profesar gran
cario a Bentez, que as se llamaba. El contraste de los cuidados vulgares, insignificantes;
de la alcoba estrecha y llena de una atmsfera pesada; de la vida montona de casa, con los

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grandes intereses de la Europa, la guerra de Rusia, el aire libre, la ltima zarzuela,


encantaba a don Vctor, que llevaba la conversacin a cosas frescas, grandes y de muchos
accidentes. Tambin le gustaba discutir con Bentez y sondearle, como l deca. Uno de los
problemas que ms preocupaban al amo de la casa era el de la pluralidad de los mundos
habitados. l crea que s, que haba habitantes en todos los astros, la generosidad de Dios
la exiga; y citaba a Flammarin, y las cartas de Feijoo y la opinin de un obispo ingls, cuyo
nombre no recordaba, Mster no s cuntos, porque para l todos los ingleses eran Mster.
Desde que el mdico declar que la mejora, aunque lenta, sera continua
probablemente, Quintanar, muy contento, no permiti que se dudase de aquella no
interrumpida marcha en busca de la salud. Su egosmo candoroso, pero fuerte, estaba
cansado de pensar en los dems, de olvidarse a s mismo, no quera ms tiempo de
servidumbre, y si Ana se quejaba, su marido torca el gesto, y hasta lleg a hablar con voz
agridulce de la paciencia y de la formalidad.
No seamos nios, Ana; t ests mejor, eso que tienes es efecto de la debilidad...
no pienses en ello... es aprensin; la aprensin hace ms vctimas que el mal. Y repeta
infaliblemente la parbola del clera y la aprensin.
La idea de una recada, de un estancamiento siquiera, le pareca subversiva, una
maquinacin contra su reposo. l no era de piedra. No podra resistir...
Ya no tena compasin de la enferma; ya no haba all ms que nervios... y empez a
pensar en s mismo exclusivamente. Entraba y sala a cada momento en la alcoba de Ana;
casi nunca se sentaba, y hasta lleg a fastidiarle el registro de medicinas y dems
pormenores ntimos. El mdico tuvo que entenderse con Petra. Quintanar inventaba
sofismas y hasta mentiras para estar fuera, en su despacho, en el Parque. Qu gran cosa
eran el Arte y la Naturaleza! En rigor todo era uno, Dios el autor de todo. Y respiraba don
Vctor las auras de Abril con placer voluptuoso, tragando aire a dos carrillos. Volvi a
componer sus maquinillas, so con nuevos inventos y envidi a Frgilis la aclimatacin del
Eucaliptus globulus en Vetusta.
La Regenta not la ausencia de su marido; la dejaba sola horas y horas que a l le
parecan minutos. Cuando las congojas la anegaban en mares de tristeza, que parecan sin
orillas; cuando se senta como aislada del mundo, abandonada sin remedio, ya no llamaba a
Quintanar, aunque era el nico ser vivo de quien entonces se acordaba; prefera dejarle
tranquilo all fuera, porque si vena le haca dao con aquel desdn grrulo y absurdo de los
padecimientos nerviosos.
Una tarde de color de plomo, ms triste por ser de primavera y parecer de invierno,
la Regenta, incorporada en el lecho, entre murallas de almohadas, sola, obscuro ya el fondo
de la alcoba, donde tomaban posturas trgicas abrigos de ella y unos pantalones que don
Vctor dejara all; sin fe en el mdico creyendo en no saba qu mal incurable que no
comprendan los doctores de Vetusta, tuvo de repente, como un amargor del cerebro, esta
idea: Estoy sola en el mundo. Y el mundo era plomizo, amarillento o negro segn las
horas, segn los das; el mundo era un rumor triste, lejano, apagado, donde haba canciones
de nias, montonas, sin sentido; estrpito de ruedas que hacen temblar los cristales,
rechinar las piedras y que se pierde a lo lejos como el gruir de las olas rencorosas; el
mundo era una contradanza del sol dando vueltas muy rpidas alrededor de la tierra, y esto
eran los das; nada. Las gentes entraban y salan en su alcoba como en el escenario de un
teatro, hablaban all con afectado inters y pensaban en lo de fuera: su realidad era otra,
aquello la mscara. Nadie amaba a nadie. As era el mundo y ella estaba sola. Mir a su
cuerpo y le pareci tierra. Era cmplice de los otros, tambin se escapaba en cuanto poda;
se pareca ms al mu ndo que a ella, era ms del mundo que de ella. Yo soy mi alma,
dijo entre dientes, y soltando las sbanas que sus manos opriman, resbal en el lecho y
qued supina mientras el muro de almohadas se desmoronaba. Llor con los ojos cerrados.

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La vida volva entre aquellas olas de lgrimas. Oy la campana de un reloj de la casa. Era la
hora de una medicina. Era aquella tarde el encargado de drsela Quintanar y no apareca.
Ana esper. No quiso llamar y se inclin hacia la mesilla de noche. Sobre un libro de pasta
verde estaba un vaso. Lo tom y bebi. Entonces ley distrada en el lomo del libro
voluminoso: Obras de Santa Teresa. I.
Se estremeci, tuvo un terror vago; acudi de repente a su memoria aquella tarde de
la lectura de San Agustn en la glorieta de su huerto, en Loreto, cuando era nia, y crey or
voces sobrenaturales que estallaban en su cerebro; ahora no tena la cndida fe de
entonces. Era una casualidad, pura casualidad la presencia de aquel libro mstico
coincidiendo con los pensamientos de abandono que la entristecan, y despertando ideas de
piedad, con fuerte impulso, con calor del alma, serias, profundas, no impuestas, sino como
reveladas y acogidas al punto con abrazos del deseo... Pero no importaba, fuera o no aviso
del cielo, ella tomaba la leccin, aprovechaba la coincidencia, entenda el sentido profundo
del azar. No se quejaba de que estaba sola, no haba cado como desvanecida por la idea
del abandono?... Pues all estaban aquellas letras doradas: Obras de Santa Teresa. I.
Cunta elocuencia en un letrero! Ests sola! Pues y Dios?
El pensamiento de Dios fue entonces como una brasa metida en el corazn; todo
ardi all dentro en piedad; y Ana, con irresistible mpetu de fe ostensible, viva, material,
fortsima, se puso de rodillas sobre el lecho, toda blanca; y ciega por el llanto, las manos
juntas temblando sobre la cabeza, balbuciente, exclam con voz de nia enferma y
amorosa:
Padre mo! Padre mo! Seor! Seor! Dios de mi alma!
Sinti escalofros y ondas de mareo que suban al cerebro; se apoy en el fro estuco,
y cay sin sentido sobre la colcha de damasco rojo.
A pesar de la prohibicin de don Vctor, vino el retroceso, recay la enferma y se
volvi a los sustos, a los apuros, a las noches en vela; el mdico volvi a ser un orculo, los
pormenores de alcoba negocios arduos; el reloj un dictador lacnico.
Ana tuvo aquellas noches sueos horribles. Al amanecer, cuando la luz plida y
cobarde se arrastraba por el suelo, despus de entrar laminada por los intersticios del
balcn, despertaba sofocada por aquellas visiones, como nufrago que sale a la orilla...
Parecale sentir todava el roce de los fantasmas groseros y cnicos, cubiertos de peste; oler
hediondas emanaciones de sus podredumbres, respirar en la atmsfera fra, casi viscosa, de
los subterrneos en que el delirio la aprisionaba. Andrajosos vestiglos amenazndola con el
contacto de sus llagas purulentas, la obligan, entre carcajadas, a pasar una y cien veces por
angosto agujero abierto en el suelo, donde su cuerpo no caba sin darle tormento. Entonces
crea morir. Una noche la Regenta reconoci en aquel subterrneo las catacumbas, segn las
descripciones romnticas de Chateaubriand y Wisseman; pero en vez de vrgenes de blanca
tnica vagaban por las galeras hme das, angostas y aplastadas, larvas, asquerosas,
descarnadas, cubiertas de casullas de oro, capas pluviales y manteos que al tocarlos eran
como alas de murcilago. Ana corra, corra sin poder avanzar cuanto anhelaba, buscando el
agujero angosto, queriendo antes destrozar en l sus carnes que sufrir el olor y el contacto
de las asquerosas cartulas; pero al llegar a la salida, unos la pedan besos, otros oro, y ella
ocultaba el rostro y reparta monedas de plata y cobre, mientras oa cantar responsos a
carcajadas y le salpicaba el rostro el agua sucia de los hisopos que beban en los charcos.
Cuando despert se sinti anegada en sudor fro y tuvo asco de su propio cuerpo y
aprensin de que su lecho ola como el ftido humor de los hisopos de la pesadilla...
Ira a morir? Eran aquellos sueos repugnantes emanaciones de la sepultura, el
sabor anticipado de la tierra? Y aquellos subterrneos y sus larvas eran imitacin del
infierno? El infierno! Nunca haba pensado en l despacio; era una de tantas creencias

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irreflexivas en ella como en los ms de los fieles; crea en el Infierno como en todo lo que
mandaba creer la iglesia, porque siempre que su pensamiento se haba rebelado, ella lo
haba sometido con acto de pretendida fe, haba dicho creo a ciegas, tomando las
palabras y la resolucin de creer por la creencia. Pero otra cosa era en esta ocasin: el
Infierno ya no era un dogma englobado en otros: ella haba sentido su olor, su sabor... y
comprenda que antes, en rigor, no crea en el Infierno. S, s, era material o lo pareca, por
qu no? Qu vana se le antojaba ahora a la Regenta la filosofa superficial del optimismo
bullanguero, del espiritualismo abstracto, bonachn, sin sentido de la realidad triste del
mundo! Haba infierno! Era as... la podredumbre de la materia para los espritus podridos...
Y ella haba pecado, s, s, haba pecado. Qu diferentes criterios el que ahora aplicaba a
sus culpas, y el que el mundo sola tener y con el cual ella se haba absuelto de ciertas
ligerezas que ya le pesaban como plomo! Y recordaba mximas y aforismos religiosos que
haba odo al Magistral, sin penetrar su terrible severidad, aquel sentido lgubre y hondo que
no parecan tener en los labios finos, suaves, llenos de silbantes sonidos del pulqurrimo
cannigo.
Ya haba subido el sol gran trecho del cielo, ya calentaba la maana con tibias
caricias de un Abril de Vetusta; en la casa crean postrada o dormida a la Regenta y no
abran las maderas del balcn ni interrumpan el descanso de la enferma. Ana senta el da
en el melanclico regalo que su mismo lecho, tantas veces aborrecido, le prestaba en
aquellas horas de la maana de primavera; otra vez volva la vida a moverse en aquel
cuerpo mustio, asolado, como campo de batalla; la vida iba avanzando por aquel terreno de
su victoria, dudosa de ella todava. El cerebro recobraba los dominios de la lgica, su salud;
la memoria, firme, no era ya un tormento ni se mezclaba con visiones y disparates.
Ana, contenta de que la dejasen sola, de que la creyesen dormida o en sopor,
repasaba en su conciencia aquellos pecados de que quera acusarse; era relator la memoria,
fiscal la imaginacin, y poco a poco, segn las olas de salud suban en su marea, la enferma,
perdido el terror con que despertara, oa la acusacin con dulce curiosidad creciente; la idea
del infierno se desvaneca, como mueren las vibraciones de una placa, lejos ya de las
sensaciones de asco y terror; aquellas culpas recordadas, que eran la vida, la realidad
ordinaria, pasaban por el cerebro de Ana como un alimento, daban calor, fuerza al nimo, y,
sin que el remordimiento se extinguiera, el relato adquira ms y ms inters.
Pasaron entonces por el recuerdo todos los das que siguieron al entumecimiento del
rigoroso temporal, cuando el espritu de Ana haba dejado aquella especie de vida de culebra
invernante. Record la romera de San Blas, en la carretera de la Fbrica Vieja; aquella
tarde de sol que era una fiesta del cielo; la torre de la catedral all arriba, como en la
cspide de un monumento, encaje de piedra obscura sobre fondo de naranja y de violeta de
un cielo suave, listado, de nubes largas, estrechas, ondeadas, quietas sobre el abismo, como
esperando a que se acostara el sol para cerrar el horizonte... Sin saber cmo, San Blas
anunciaba la primavera; Ana esperaba ya aquellos das en que, con largos intervalos de mal
tiempo, aparece un poco de luz que arranca vibraciones de alegra y resplandor al verde
dormido de los campos vetustenses; aquellos das que son algo mejor que Abril y Mayo; su
esperanza. Las ideas tristes haban volado como pjaros de invierno, Ana se haba visto en
el paseo de San Blas rodeada del mundo, agasajada, y a su lado iba don lvaro Mesa,
enamorado, triste de tanto amor, resignado, carioso sin inters, suave y tierno, sin
esperanza. Algo as como el mismo encanto del da; en rigor, el invierno, nada, pero en la
tranquilidad y tibia y vaga alegra del ambiente, una delicia que saboreaba con inefable gozo
la Regenta.
As don lvaro; no sera jams suya, eso no; ese verano ardiente no vendra, ni
siquiera le consentira hablarle claro, insistir en sus pretensiones; pero tenerle a su lado,
sentirle quererla, adorarla, eso s: era dulce, era suave, era un placer tranquilo, profundo...
Ella le miraba con llamaradas que apagaba al brotar de los ojos, le sonrea como una diosa

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que admite el holocausto, pero una diosa humilde, maternal, llena de caridad y de gracia, si
no de amor de fuego. Tal haba sido el paseo de San Blas.
Desde aquella tarde Mesa haba recobrado parte de sus esperanzas; crey otra vez
en la influencia del fsico y se propuso estar al lado de Ana la mayor cantidad de tiempo
posible. Era una villana, pero recurri a la ciega amistad de don Vctor. En el Casino se
sentaba a su lado, tena la paciencia de verle jugar al domin o al ajedrez, y terminada la
partida le coga del brazo, y, como sola llover, paseaban por el saln largo, el de baile,
obscuro, triste, resonante bajo las pisadas de las cinco o seis parejas que lo medan de
arriba abajo a grandes pasos, que tenan por el furor de los tacones algo de protesta contra
el mal tiempo. Veterano del Casino haba que llevaba andado en aquel saln camino
suficiente para llegar a la luna. Paseaban los dos amigos, y Mesa iba entrando, entrando por
el alma del jubilado regente y tomando posesin de todos sus rincones.
Don Vctor lleg a creer que a Mesa ya no le importaban en el mundo ms negocios
que los de l, los de Quintanar, y sin miedo de aburrirle, tardes enteras le tena amarrado a
su brazo, dando vueltas por las tablas temblonas del saln, parndose a cada pasaje
interesante del relato o siempre que haba una duda que consultar con el amigo. Don lvaro
sufra el tormento pensando en la venganza. Mucho tiempo se haba resistido su delicadeza,
o lo que fuese, a emprender aquel camino subterrneo y traidor, pero ya no poda menos.
Adems qu diablo! mayores bellaqueras haba en la historia de sus aventuras.
Don Vctor se paraba, soltaba el brazo del confidente, levantaba la cabeza para
mirarle cara a cara y deca, por ejemplo:
Mire usted, aqu en el secreto de la... pues... contando con el sigilo de usted...
Frgilis tiene tambin sus defectos. Yo le quiero ms que un hermano, eso s, pero l... l me
tiene en poco... cralo usted... No me lo niegue usted, es intil, yo le conozco mejor: me
tiene en poco, se cree muy superior. Yo no le niego ciertas ventajas. Sabe ms
arboricultura, conoce mejor los cazaderos, es ms constante que yo en el trabajo... pero
tirar mejor que yo! hombre por Dios! Y el talento mecnico? l es torpe de dedos y tardo
de ingenio. Y don Vctor, parndose otra vez, casi al odo de don lvaro, aada: Dir la
palabra: un rutinario!
Quintanar era inagotable en el captulo de las quejas y de la envidia pequea, al
pormenor, cuando se trataba de su amigo ntimo, de su Frgilis; se senta dominado por l y
desahogaba la colerilla sorda, cobarde, bonachona en el fondo, en estas confidencias; Mesa
era una especie de rival de Frgilis que asomaba; don Vctor encontraba cierta satisfaccin
maligna en la infidelidad incipiente.
Don lvaro callaba y oa. Slo cuando trataba don Vctor de su buena puntera se
quedaba un poco preocupado. Le pareca imposible que se pudiera hablar tanto de un
hombre tan insignificante como don Toms Crespo, a quien l crea loco de nacimiento.
Anocheca, segua lloviendo, los mozos de servicio encendan dos o tres luces de gas
en el saln, y Quintanar conoca por esta sea y por el cansancio, que le arrancaba sudor
copioso, que haba hablado mucho; senta entonces remordimientos, se apiadaba de Mesa,
le agradeca en el alma su silencio y atencin, y le invitaba muchas veces a tomar un vaso
de cerveza alemana en su casa.
La frase era:
Vamos a la Rinconada?
Mesa, callando, segua a don Vctor.
Una intuicin singular le deca al exregente que pagaba bien al amigo su atencin
llevndoselo a casa. Por qu don lvaro haba de tener gusto en seguirle? Si se lo hubieran
preguntado a Quintanar, no hubiese podido responder. Pero se lo daba el corazn; lo haba

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observado, sin fijarse en la observacin: a Mesa le gustaba entrar en la casa de la


Rinconada.
Sola llevarle al despacho, a su museo, como l deca; all le explicaba el mecanismo
de aquellos intrincados maderos y resortes y, convencido de la ignorancia de su amigo, le
engaaba sin conciencia. Lo que no consenta don lvaro era que se pasase revista a las
colecciones de yerbas y de insectos: le mareaba el fijar sucesiva y rpidamente la atencin
en tantas cosas intiles. El nico bicho que le era simptico a don lvaro era un pavo real
disecado por Frgilis y su amigo. Sola acariciarle la pechuga, mientras Quintanar
disertaba:
Bueno deca don Vctor pues pasaremos a mi gabinete, ya que usted desprecia
mis colecciones. Anselmo, la cerveza al gabinete.
El gabinete era otro museo: estaban all las armas y la indumentaria. Una panoplia
antigua completa, otras dos modernas muy brillantes y bordadas; escopetas, pistolas y
trabucos de todas pocas y tamaos llenaban las paredes y los rincones. En arcas y
armarios guardaba don Vctor con el cario de un coleccionador los trajes de aficionado que
haba lucido en mejores tiempos. Si se entusiasmaba hablando de sus marchitos laureles,
abra las arcas, abra los armarios, y seda, galones y plumas, abalorios y cintajos en mezcla
de colores chillones saltaban a la alfombra, y en aquel mar de recuerdos de trapo perda la
cabeza Quintanar. En una caja de latn, entre yerba, guardaba como oro en pao un objeto,
que a primera vista se le antoj a Mesa una serpiente; en efecto, yaca enroscado y era
verdinegro el bulto... No haba que temer... don Vctor no domaba fieras; aquello era la
cadena que l haba arrastrado representando el Segismundo de La vida es sueo, en el
primer acto.
Mire usted, amigo mo, a usted puedo decrselo; no es inmodestia; reconozco,
cmo no? la superioridad de Perales en el teatro antiguo, su Segismundo es una revelacin,
concedo, revela mejor que el mo la filosofa del drama, pero... no me gustaba su modo de
arrastrar la cadena; pareca un perro con maza; yo la manejaba con mucha mayor
verosimilitud y naturalidad; arrastraba la cadena, crame usted, como si no hubiese
arrastrado otra cosa en mi vida. Tanto, que una noche, en Calatayud, me arrojaron todo ese
hierro al escenario, como smbolo de mi habilidad. Por poco se hunde el tablado. Guardo esa
cadena como el mejor recuerdo de mi efmera vida artstica.
Mesa esperaba la presencia de Ana y as poda resistir la conversacin de su amigo,
pero muchas veces la Regenta no pareca por el gabinete de su marido, y el galn tena que
contentarse con el bock de cerveza y el teatro de Caldern y Lope.
Pero ya estaba en casa. Poco a poco fue atrevindose a ir a cualquier hora y Ana, sin
sentirlo, se lo encontr a su lado como un objeto familiar. Iba siendo Mesa al casern lo que
Frgilis a la huerta.
Aquel procedimiento rastrero, de villano, debi irritarla, pero no la irrit; tuvo que
confesar que no despreciaba ni aborreca a don lvaro, a pesar de que sus intenciones eran
torcidas, miserables; quera abusar de la confianza de don Vctor. Pero y si no quera? Si
se contentaba con estar cerca de ella, con verla y hablarla a menudo y tenerla por amiga?
Veramos. Si l se propasaba, estaba segura de resistir y hasta valor senta para echarle en
cara su crimen, su bajeza y arrojarle de casa.
Pasaron das y Ana cada vez estaba ms tranquila. No, no se propasaba; no haca
ms que admirarla, amarla en silencio. Ni una palabra peligrosa, ni gesto atrevido; nada de
acechar ocasiones, nada de buscar escenas; una honradez cabal; el amor que respeta la
honra, la pasin que se alimenta de ver y respirar el ambiente que rodea al ser amado. El
placer que ella senta tambin tena que confesrselo, era el ms intenso que haba
saboreado en su vida. Poco decir era, por que haba gozado tan poco! Al sentir cerca de s

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a don lvaro, segura de que no haba peligro, respiraba con delicia, dejaba el espritu en una
somnolencia moral que la tena bajo los efectos del opio. Comparaba ella la situacin a la
aventura de flotar sobre mansa corriente perezosa, sombra, a la hora de la siesta; el agua
va al abismo, el cuerpo flota... pero hay la seguridad de salir de la corriente cuando el
peligro se acerque; basta con un esfuerzo, dos golpes de los brazos y se est fuera, en la
orilla... Ya saba Ana en sus adentros que aquello no estaba bien, porque ella no poda
responder de la prudencia de don lvaro. Pero, no estaba segura de s misma? s pues
entonces! por qu no dejarle venir a casa, contemplarla, mostrar los cuidados de una
madre, la fidelidad de un perro? Adems, quien mandaba en casa era su marido, no era
ella. Buscaba ella a Mesa? No. Mandaba ella a Quintanar que le trajese? No. Pues
bastaba. Obrar de otro modo hubiera sido alarmar al esposo sin motivo, infundir sospechas
sin fundamento, tal vez robar a don Vctor para siempre la paz del alma. Lo mejor era callar,
estar alerta y... gozar la tibia llama de la pasin de soslayo; que con ser poco tal calor era la
ms viva hoguera a que ella se haba arrimado en su vida.
Y al Magistral no se le deca nada de esto. Para qu? No haba pecado. Haba
ocasin, pero no se buscaba. Adems. Ana, puesto que defenda su virtud, crea prudente
ocultar todo lo que fueran personalidades al confesor. Si creca el peligro, hablara.
Mientras tanto no.
Entonces fue cuando el Provisor vio con su catalejo, desde el campanario de la
catedral, los preparativos de una expedicin al campo en la que acompaaban a la Regenta
Mesa, Frgilis y Quintanar. No fue aqulla sola; muchas veces, en cuanto vea un rayo de
sol, a don Vctor se le antojaba aprovechar el buen tiempo y echar una cana al aire en los
ventorrillos de la carretera de Castilla o en los de Vistalegre, en compaa de las personas
que ms quera en Vetusta, a saber: su cara esposa, Frgilis... y don lvaro. El pobre
Ripamiln era invitado, pero deca que si no le llevaban en coche... El espritu no faltaba,
pero los huesos no tienen espritu.
Se coma, all arriba, lo que sala al paso, lo que daban los pasmados venteros:
chorizos tostados, chorreando sangre, unas migas, huevos fritos, cualquier cosa; el pan era
duro, mejor! el vino malo, saba a la pez, mejor! esto le gustaba a Quintanar; y en tal
gusto coincida con su esposa, amiga tambin de estas meriendas aventuradas, en las que
encontraba un condimento picante que despertaba el hambre y la alegra infantil. En
aquellos altozanos se respiraba el aire como cosa nueva; se calentaban a los rayos del sol
con voluptuosa pereza, como si el sol de Vetusta, de all abajo, fuera menos benfico.
Notaba Ana que en aquella altura, en aquel escenario, mitad pastoril, mitad de novela
picaresca, entre arrieros, maritornes y seores de castillos, a lo don Quijote, se despertaba
en ella el instinto del arte plstico y el sentido de la observacin; reparaba las siluetas de
rboles, gallinas, patos, cerdos, y se fijaba en las lneas que pedan el lpiz, vea ms
matices en los colores, descubra grupos artsticos, combinaciones de composicin sabia y
armnica, y, en suma, se le revelaba la naturaleza como poeta y pintor en todo lo que vea y
oa, en la respuesta aguda de una aldeana o de un zafio gan, en los episodios de la vida
del corral, en los grupos de las nubes, en la melancola de una mula cansada y cubierta de
polvo, en la sombra de un rbol, en los reflejos de un charco, y sobre todo en el ritmo
recndito de los fenmenos, divisibles a lo infinito, sucedindose, coincidiendo, formando la
trama dramtica del tiempo con una armona superior a nuestras facultades perceptivas,
que ms se adivina que de ella se da testimonio. Este nuevo sentido de que tena conciencia
Ana en estas expediciones a los ventorrillos altos de Vistalegre, camino de Corfn, le
inundaba de visiones el cerebro y la suma en dulce inercia en que hasta el imaginar
acababa por ser una fatiga. Entonces la sacaban de sus xtasis naturalistas una atencin
delicada de Mesa o una salida de buen humor intempestivo de Quintanar. Don Vctor crea
que en el campo, sobre todo si se merienda, no se debe hacer ms que locuras; y, por
supuesto, era segn l indispensable que alguien se disfrazase cambiando, por lo menos, de
sombrero. l sola en tales ocasiones buscar un aldeano que usara la antigua montera del

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pas; se la peda en prstamo y se presentaba cubierto con aquel trapo de pana negra al
respetable concurso. Se rean por complacerle. Se merendaba casi siempre al aire libre,
contemplando all abajo el casero parduzco de Vetusta; la catedral pareca desde all
hundida en un pozo, y muy chiquita; esbelta, pero como un juguete; detrs el humo de las
fbricas en la barriada de los obreros en el campo del Sol, y ms all, los campos de maz,
ahora verdes con el alcacer, los prados, los bosques de castaos y robles... las colinas de un
verde obscuro y la niebla, por fin, confundindose con los picachos de los puertos lejanos.
Se filosofaba mientras se coma, tal vez con los dedos, salchichn o chorizos mal tostados,
queso duro, o tortillas de jamn, lo que fuese; se hablaba al descuido, lentamente,
pensando en cosas ms hondas que las que se deca, con los ojos clavados en la lontananza,
detrs de la cual se vea el recuerdo, lo desconocido, la vaguedad del sueo; se hablaba de
lo que era el mundo, de lo que era la sociedad, de lo que era el tiempo, de la muerte, de la
otra vida, del cielo, de Dios; se evocaba la infancia, las fechas lejanas en que haba una
memoria comn; y un sentimentalismo, como desprendido de la niebla que bajaba de
Corfn, se extenda sobre los comensales buclicos y su filosofa de sobreme sa.
Comenzaba la brisa; picaba un poco y tena sus peligros, pero halagaba la piel; sala
una estrella; el cuarto de luna (que a don Vctor le pareca la plegadera de oro que le haban
regalado en Granada), tomaba color, es decir, luz. La conversacin, ya perezosa, daba
entonces en la astronoma y se paraba en el concepto de lo infinito; se acababa por tener un
deseo vago de or msica. Entonces Quintanar recordaba que se cantaba aquella noche El
Relmpago o Los Magyares; levantaba el campo, y paso a paso volvan a la soolienta
Vetusta dejndose resbalar por la pendiente suave de la carretera. Frgilis dejaba el brazo a
la Regenta, que indefectiblemente lo buscaba; y Mesa resignado, firme en su propsito de
ser prudente mientras fuera necesario, se emparejaba con don Vctor, que tal vez se
permita cantar a su modo el spirto gentil o la casta diva; aunque prefera recitar versos, sin
que jams se le olvidase decir con Gngora:
A su cabaa los gua
que el sol deja el horizonte,
y el humo de su cabaa
les va sirviendo de Norte.
Los sapos cantaban en los prados, el viento cuchicheaba en las ramas desnudas, que
chocaban alegres, inclinndose, preadas ya de las nuevas hojas; y Ana, apoyndose
tranquila en el brazo fuerte del mejor amigo, olfateaba en el ambiente los anuncios inefables
de la primavera. De esto hablaban ella y Frgilis. Crespo, satisfecho, tranquilo, apacible, en
voz baja, como respetando el primer sueo del campo, su dolo, dejaba caer sus palabras
como un roco en el alma de Ana, que entonces comprenda aquella adoracin tranquila,
aquel culto potico, nada romntico, que consagraba Frgilis a la naturaleza, sin llamarla as,
por supuesto. Nada de grandes sntesis, de cuadros disolventes, de filosofa pantestica;
pormenores, historia de los pjaros, de las plantas, de las nubes, de los astros; la
experiencia de la vida natural llena de lecciones de una observacin riqusima. El amor de
Frgilis a la naturaleza era ms de marido que de amante, y ms de madre que de otra cosa.
En aquellos momentos, al volver a Vetusta con Ana del brazo, se haca elocuente, hablaba
largo y sin miedo, aunque siempre pausadamente; en su voz haba arrullos amorosos para
el campo que describa, y temblaba en sus labios el agradecimiento con que oa a otra
persona palabras de cario y de inters por rboles, pjaros y flores. Ana envidiaba en tales
horas aquella existencia de rbol inteligente, y se apoyaba y casi recostaba en Frgilis como
en una encina venerable. Y detrs vena el otro, ella lo senta. A veces hablaba con Ana don
lvaro y Ana contestaba con voz afable, como en pago de su prudencia, de su paciencia y de
su martirio... Porque, sin duda, sufrir tanto tiempo a Quintanar era un martirio.

296

Don lvaro sudaba de congoja. Don Vctor se le colgaba del brazo, levantaba los ojos
al cielo y se diverta en encontrar parecidos entre los nubarrones de la noche y las formas
ms vulgares de la tierra.
Mire usted, mire usted, aquel cmulus es lo mismo que Ripamiln; figreselo usted
con la teja en la mano...
Aquel cirrus negro parece la moa de un torero...
Don lvaro, al llegar a la Rinconada, mientras dejaba pasar delante a don Vctor, que
traa llavn, levantaba el puo cerrado sobre la cabeza del insoportable amigo... No
descargaba el golpe... no... pero... Ya lo descargara!
Oh! pensaba, lo que es ahora estoy en mi derecho. Ojo por ojo.
As viva Ana, menos aburrida si no contenta, sin grandes remordimientos, aunque no
satisfecha de s misma. Ni permita a don lvaro acercarse, alentar esperanzas que ella
sustentase, ni le rechazaba con el categrico desdn que la virtud, lo que se llama la virtud,
exiga. Estas medias tintas de la moralidad le parecan entonces a ella las ms conformes a
la flaca naturaleza humana. Por qu he de creerme ms fuerte de lo que soy?
Tambin volvi a frecuentar la casa de Vegallana. Fue muy bien recibida; la del Banco
se la coma a besos, le hablaba de modas, le mandaba patrones a casa, y le recordaba
visitas que tena que pagar y a que ella la acompaaba, porque don Vctor se negaba a
perder el tiempo en estos cumplidos.
Seor gritaba l yo no sirvo para eso; no se me haga a m hablar del tiempo,
del mal servicio de criadas, de la caresta de los comestibles. Exjase de m cualquier cosa
menos hacer visitas de cumplido!
Yo soy artista no sirvo para esas nimiedades deca para sus adentros.
Visitacin procuraba meterle a Ana, a manos llenas, por los ojos, por la boca, por
todos los sentidos, el demonio, el mundo y la carne; el buen tiempo la ayudaba.
La Regenta no tomaba con gran calor aquellas diversiones, pero las prefera a su
estril soledad, en que buscando ideas piadosas encontraba tristezas, un hasto hondo y el
rencoroso espritu de protesta de la carne pisoteada, que bramaba en cuanto poda. Era
mejor vivir como todos, dejarse ir, ocupar el nimo con los pasatiempos vulgares, sosos,
pero que, al fin, llenan las horas...
En esta situacin estaba cuando el Magistral le dijo en el confesonario que se perda;
que l la haba visto arrojar con desdn sobre un banco de csped la historia de Santa Juana
Francisca... Aquella tarde De Pas estuvo ms elocuente que nunca; ella comprendi que
estaba siendo una ingrata, no slo con Dios, sino con su apstol, aquel apstol todo fuego,
razn luminosa, lengua de oro, de oro lquido... La voz del sacerdote vibraba, su aliento
quemaba, y Ana crey or sollozos comprimidos. Era preciso seguirle o abandonarle: l no
era el capelln complaciente que sirve a los grandes como lacayo espiritual; l era el padre
del alma, el padre, ya que no se le quera or como hermano. Haba que seguirle o dejarle.
Y despus haba hablado de lo que l mismo senta, de sus ilusiones respecto de ella. S,
Ana (Ana la haba llamado, estaba ella segura), yo haba soado lo que pareca anunciarse
desde nuestra primer entrevista, un espritu compaero, un hermano menor, de sexo
diferente para juntar facultades opuestas en armnica unin; yo haba soado que ya no era
Vetusta para m crcel fra, ni semillero de envidias que se convierten en culebras, sino el
lugar en que habitaba un espritu noble, puro y delicado, que al buscarme para caminar en
la va santa de salvacin, sin saberlo, me guiaba tambin por esa va; yo esperaba que
usted fuese lo que aquella historia que llorando me contaba, prometa... lo que usted me
prometi cien veces despus... Pero no, usted desconfa de m, no me cree digno de su

297

direccin espiritual, y para satisfacer esas ansias de amor ideal que siente, tal vez ya busca
en el mundo quien la comprenda y pueda ser su confidente.
No, no repeta Ana llorando; pero l haba seguido hablando de su despecho,
cada vez ms triste, cada vez con ms ardor en las palabras y en el aliento... Y haban
concluido por reconciliarse, por prometerse nueva vida, verdadera reforma, eficaz cambio de
costumbres; y ella exaltada le haba dicho: Quiere usted que hoy mismo le acompae a
casa de doa Petronila? S, s; eso, lo mejor es eso, haba contestado l. Y haban ido
juntos, sin pensar ni uno ni otro lo que hacan.
Desde aquella tarde haba empezado para la Regenta la vida de la devota prctica;
pero dur poco la eficacia de aquel impulso en que no haba piedad acendrada sino gratitud,
el deseo de complacer al hombre que tanto trabajaba por salvarla, y que era tan elocuente y
que tanto vala. Ana a veces, no pudiendo elevar su atencin a las cosas invisibles, a la
contemplacin piadosa, procuraba preparar este viaje mstico pensando en el Magistral.
Oh, qu grande hombre! Y qu bien penetraba en el espritu, y qu bien hablaba de lo
que parece inefable, de los subterrneos de las intenciones, de las delicadezas del
sentimiento! Y cunto le deba ella! Por qu tanto inters si aquella pecadora no lo
mereca? Las lgrimas se agolpaban a los ojos de Ana. Lloraba de gratitud y de admiracin.
Y no pudiendo meditar sobre cosas santas, piadosas, ponase la mantilla y corra a la
conferencia de San Vicente, o a la Junta del Corazn o al Catecismo, o a misa... donde
correspondiera. Pero la fe era tibia; por all no se iba adonde ella haba deseado. Adems, se
conoca; saba que ella, de entregarse a Dios, se entregara de veras; que mientras su
devocin fuese callejera, ostentosa y distrada, ella misma la tendra en poco, y cualquier
pasin mala, pero fuerte, la hara polvo.
Mas resuelta a huir de los extremos, a ser como todo el mundo, insisti en seguir a
las dems beatas en todos sus pasos, y aunque sin gusto, entr en todas las cofradas, fue
hija y hermana, segn se quiso, de cuantas juntas piadosas lo solicitaron.
Divida el tiempo entre el mundo y la iglesia: ni ms ni menos que doa Petronila,
Olvido Pez, Obdulia y en cierto modo la Marquesa. Se la vio en casa de Vegallana y en las
Paulinas, en el Vivero y en el Catecismo, en el teatro y en el sermn. Casi todos los das
tenan ocasin de hablar con ella, en sus respectivos crculos, el Magistral y don lvaro, y a
veces uno y otro en el mundo y uno y otro en el templo; lugares haba en que Ana ignoraba
si estaba all en cuanto mujer devota o en cuanto mujer de sociedad.
Pero ni De Pas ni Mesa estaban satisfechos. Los dos esperaban vencer, pero a
ninguno se le acercaba la hora del triunfo.
Esta mujer deca don lvaro es peor que Troya.
El remedio ha sido peor que la enfermedad pensaba don Fermn.
Ana vea en los pormenores de la vida de beata mil motivos de repugnancia; pero
prefera apartar de ellos la atencin: no dejaba que el espritu de contradiccin buscase las
debilidades, las groseras, las miserias de aquella devocin exterior y bullanguera. No quera
censurar, no quera ver.
Pero a s misma se comparaba al cadver del Cid venciendo moros. No era ella, era
su cuerpo el que llevaban de iglesia en iglesia.
Y volvi la inquietud honda y sorda a minar su alma. Esperaba ya otra poca de
luchas interiores, de aridez y rebelin.
Una noche, despus de or un sermn soporfero, entr en su tocador casi
avergonzada de haber estado dos horas en la iglesia como una piedra; oyendo, sin piedad y
sin indignacin, sin lstima siquiera, necedades montonas, tristes; viendo ceremonias que
nada le decan al alma...

298

Oh, no, no se dijo, mientras se desnudaba yo no puedo seguir as...


Y luego, sacudiendo la cabeza, y extendiendo los brazos hacia el techo, haba aadido
en voz alta, para dar ms solemnidad a su protesta:
Salvarme o perderme! pero no aniquilarme en esta vida de idiota... Cualquier
cosa... menos ser como todas esas!
Y a los pocos das cay enferma.
Cuando esta historia de su tibieza y de sus cobardes y perezosas transacciones con el
mundo pasaban por la memoria de Ana, con formas plsticas, teatrales, gracias a la salud
que volva a rodar con la sangre senta la dbil convaleciente remordimientos que ella se
complaca en creer intensos, punzantes. Oh! qu diferencia entre aquel sopor moral en
que viva pocas semanas antes, y la agudeza de su conciencia ahora, all postrada, sin poder
levantar el embozo de la colcha con la mano, pero con fuerza en la voluntad para levantar el
plomo del pecado, que la abrumaba con su pesadumbre!
Esta s que era resolucin firme! Iba a ser buena, buena, de Dios, slo de Dios; ya
lo vera el Magistral. Y l, don Fermn, sera su maestro vivo, de carne y hueso; pero adems
tendra otro: la santa doctora, la divina Teresa de Jess... que estaba all, junto a su
cabecera esperndola amorosa, para entregarle los tesoros de su espritu.
Ana, burlando los decretos del mdico, prob en los primeros das de aquella segunda
convalecencia a leer en el libro querido: iba a l como un nio a una golosina.
Pero no poda. Las letras saltaban, estallaban, se escondan, daban la vuelta...
cambiaban de color... y la cabeza se iba... Esperara, esperara. Y dejaba el libro sobre la
mesilla de noche, y con delicia que tena mucho de voluptuosidad, se entretena en imaginar
que pasaban los das, que recobraba la energa corporal; se contemplaba en el Parque, en el
cenador, o en lo ms espeso de la arboleda leyendo, devorando a su Santa Teresa. Qu de
cosas la dira ahora que ella no haba sabido comprender cuando la leyera distrada, por
mquina y sin gusto!
La impaciencia pudo ms que las rdenes del mdico, y antes de dejar el lecho,
cuando empezaron a permitirle otra vez incorporarse entre almohadones, algo ms fuerte
ya, Ana hizo nuevo ensayo y entonces encontr las letras firmes, quietas, compactas; el
papel blanco no era un abismo sin fondo, sino tersa y consistente superficie. Ley; ley
siempre que pudo. En cuanto la dejaban sola, y eran largas sus soledades, los ojos se
agarraban a las pginas msticas de la Santa de vila, y a no ser lgrimas de ternura, ya
nada turbaba aquel coloquio de dos almas a travs de tres siglos.

XX
Don Pompeyo Guimarn, presidente dimisionario de la Libre Hermandad, natural de
Vetusta, era de familia portuguesa; y don Saturnino Bermdez, el arquelogo y etngrafo,
que divida a todos sus amigos en celtas, iberos y celtberos, sin ms que mirarles el ngulo
facial y a lo sumo palparles el crneo, aseguraba que a don Pompeyo le quedaba mucho de
la gente lusitana, no precisamente en el crneo, sino ms bien en el abdomen. Don
Pompeyo no deca que s ni que no; cierto era que l tena un poco de panza, no mucho,
obra de la edad y la vida sedentaria; que andaba muy tieso, porque crea que quien era
recto como espritu, digmoslo as, deba serlo como fsico; pero en punto a los vestigios de
raza y nacin l se declaraba neutral: quera decir que le era indiferente esta cuestin, toda
vez que tan espaol consideraba a un portugus como a un castellano como a un
extremeo. De modo que siempre que se le hablaba de tal asunto acababa por hacer una

299

calurosa defensa de la unin ibrica, unin que deba iniciarse en el arte, la industria y el
comercio para llegar despus a la poltica. Adems qu le importaban a don Pompeyo estos
accidentes del nacimiento? Su inteligencia andaba siempre por ms altas regiones. l en
este mundo era principalmente un altruista, palabreja que, preciso es confesarlo, no haba
conocido hasta que con motivo de una disputa filosfica de la que sali derrotado, el amor
propio un tanto ofendido le llev a leer las obras de Comte. All vio que los hombres se
dividan en egostas y altruistas y l, a impulsos de su buen natural, se declar altruista de
por vida; y, en efecto, se la pas metindose en lo que no le importaba. Tena algunas
haciendas, pocas, la mayor parte procedentes de bienes nacionales; y de su renta viva con
mujer y cuatro hijas casaderas.
Coma sopa, cocido y principio; cada cinco aos se haca una levita, cada tres
compraba un sombrero alto lamentndose de las exigencias de la moda porque el viejo
quedaba siempre en muy buen uso. A esto lo llamaba l su aurea mediocritas. Pudo haber
sido empleado; pero con quin? si aqu nunca hay gobiernos! Cargos gratuitos los
desempeaba siempre que se le ofrecan, porque sus conciudadanos le tenan a su
disposicin, sobre todo si se trataba de dar a cada uno lo suyo. A pesar de tanta modestia y
parsimonia en los gastos, los maliciosos atribuan su exaltado liberalismo y su descreimiento
y desprecio del culto y del clero a la procedencia de sus tierras. Claro, decan las beatas en
los corrillos de San Vicente de Pal, y los ultramontanos en la redaccin de El Lbaro, claro,
como lo que tiene lo debe a los despojos impos de los liberalotes! Cmo no ha de
aborrecer al clero si se est comiendo los bienes de la Iglesia? A esto hubiera objetado don
Pompeyo, si no despreciara tales hablillas abroquelado en el santuario de su conciencia,
hubiera contestado que don Leandro Lobezno, el obispo de levita, el Preste Juan de Vetusta,
el serfico presidente de la Juventud Catlica, era millonario gracias a los bienes nacionales
que haba comprado cierto to a quien heredara el don Leandro. Pero no, don Pompeyo no
contestaba. l aborreca el fanatismo, pero perdonaba a los fanticos.
No era l un filsofo? Bien saba Dios que s. Esto de que bien lo saba Dios era
una frase hecha, como l deca, que se le escapaba sin querer, porque, en verdad sea dicho,
don Pompeyo Guimarn no crea en Dios. No hay para qu ocultarlo. Era pblico y notorio.
Don Pompeyo era el ateo de Vetusta. El nico! deca l, las pocas veces que poda abrir
el corazn a un amigo. Y al decir el nico! aunque afectaba profundo dolor por la ceguedad
en que, segn l, vivan sus conciudadanos, el observador notaba que haba ms orgullo y
satisfaccin en esta frase que verdadera pena por la falta de propaganda. l daba ejemplo
de atesmo por todas partes, pero nadie le segua.
En Vetusta no se aclimataba esta planta; l era el nico ejemplar, robusto,
inquebrantable eso s, pero el nico. Y don Pompeyo senta remordimientos cuando se
sorprenda deseando que jams cundiese la doctrina racional, salvadora, que por tal la tena.
Todos le llamaban el Ateo, pero la experiencia haba convencido a los ms fanticos de que
no morda. Era el len enamorado de una doncella, deca elegantemente Glocester, una
fiera sin dientes. Hasta las ms recalcitrantes beatas pasaban al lado del Ateo sin echarle
una mala maldicin: era como un oso viejo, ciego y con bozal que anduviese domesticado,
de calle en calle, divirtiendo a los chiquillos; ola mal pero no pasaba de ah. Sin embargo,
varias veces se haba pensado en darle un disgusto serio para que se convirtiera o
abandonase el pueblo. Esto dependa del mayor o menor celo apostlico de los obispos. Uno
hubo (despus lleg a cardenal) que pens seriamente en excomulgar a don Pompeyo. ste
recibi la noticia en el Casino todava iba al Casino entonces. Una sonrisa angelical se
dibuj en su rostro: as debi de sonrer el griego que dijo: pega, pero escucha. La boca se
le hizo agua: aquella excomunin le haca cosquillas en el alma: qu ms poda ambicionar!
En seguida pens en tomar una postura moral digna de las circunstancias. Nada de
aspavientos, nada de protestas. Se content con decir: El seor obispo no tiene derecho
de excomulgar a quien no comulga; pero venga en buen hora la excomunin... y ah me las
den todas.

300

Su mujer y cuatro hijas pensaban de muy distinta manera. En vano quiso ocultarlas
que el rayo amenazaba su hogar tranquilo. La casa de don Pompeyo se convirti en un mar
de lgrimas; hubo sncopes; doa Gertrudis cay en cama. El infeliz Guimarn sinti
terribles remordimientos: sinti adems inesperada debilidad en las piernas y en el espritu.
No que l se convirtiera! eso jams! pero su Gertrudis, sus nias! y lloraba el
desgraciado; y volvindose del lado hacia donde caa el palacio episcopal enseaba los
puos y gritaba entre suspiros y sollozos: Me tienen atado, me tienen atado esos hijos
de la aberracin y la ceguera! desgraciado de m! pero ms dignos de compasin ellos que
no ven la luz del medio da, ni el sol de la Justicia. Ni aun en tan amargos instantes
insultaba al obispo y dems alto clero. Tuvo que transigir; tuvo que tolerar lo que al
principio le sublevaba slo pensado, que sus hijas se moviesen, que sus amigos pusieran en
juego sus relaciones para que el obispo se metiera el rayo en el bolsillo... Se consigui, no
sin trabajo, y sin necesidad de que don Pompeyo se retractase de sus errores. Se ech tierra
al atesmo de Guimarn. l call una temporada, pero luego volvi a la carga, incansable en
aquella propaganda, que, en el fondo de su corazn, deseaba infructuosa, por el gusto de
ser el nico ejemplar de la, para l, preciosa especie del ateo. Sus principales batallas las
daba en el Casino, donde pasaba media vida (despus lo abandon por motivos poderosos).
Los vetustenses eran, en general, poco aficionados a la teologa; ni para bien ni para mal les
agradaba hablar de las cosas de tejas arriba. Los avanzados se contentaban con atacar al
clero, contar chascarrillos escandalosos en que hacan principal papel curas y amas de cura;
en esta amena conversacin entraban tambin con gusto algunos conservadores muy
ortodoxos. Si crean haber llegado demasiado lejos y teman que alguien pudiera sospechar
de su acendrada religiosidad, se aada, despus de la murmuracin escandalosa: Por
supuesto que stas son las excepciones. No hay regla sin excepcin, deca don Frutos el
americano. La excepcin confirma la regla, aada Ronzal el diputado. Y hasta haba quien
dijera: Y hay que distinguir entre la religin y sus ministros. Ellos son hombres como
nosotros... Los avanzados presentaban objeciones, defendan la solidaridad del dogma y el
sacerdote, y entonces el mismo don Pompeyo tena que ponerse de parte de los
reaccionarios, hasta cierto punto, y decir: Seores, no confundamos las cosas, el mal est
en la raz... El clero no es malo ni bueno; es como tiene que ser... Al or tal, todos se
levantaban en contra, unos porque defenda al clero y otros porque atacaba el dogma. Bien
deca l que estaba completamente solo, que era el nico. De aquellas discusiones, que
buscaba y provocaba todos los das, afirmaba l que sala su espritu, llammosle as, lleno
de amargura (y no era verdad, el remordimiento se lo deca), lleno de amargura porque en
Vetusta nadie pensaba; se vegetaba y nada ms. Mucho de intrigas, mucho de politiquilla,
mucho de intereses materiales mal entendidos; y nada de filosofa, nada de elevar el
pensamiento a las regiones de lo ideal. Haba algn erudito que otro, varios canonistas, tal
cual jurisconsulto, pero pensador ninguno. No haba ms pensador que l. Seores, deca
a gritos despus de tomar caf, cerca del gabinete del tresillo, si aqu se habla de las graves
cuestiones de la inmortalidad del alma, que yo niego por supuesto; de la Providencia, que yo
niego tambin, o toman ustedes la cosa a broma, a guasa, como dicen ustedes, o slo se
preocupan con el aspecto utilitario, egosta, de la cuestin: si Ronzal ser inmortal, si don
Frutos prefiere el aniquilamiento a la vida futura sin recuerdo de lo presente... Seores qu
importa lo que quiera don Frutos ni lo que prefiera Ronzal? La cuestin no es sa; la
cuestin es (y contaba por los dedos) si hay Dios o no hay Dios; si, caso de haberlo, piensa
para algo en la msera humanidad, si...
Chitn! silencio! gritaban desde dentro los del tresillo; y don Pompeyo bajaba la
voz, y el corro se alejaba de los tresillistas, lleno de respeto, obedientes todos, convencidos
de que aquello del juego era cosa mucho ms seria que las teologas de don Pompeyo, ms
prctica, ms respetable. Miren ustedes, deca Ronzal, que todava no era sabio, yo creo
todo lo que cree y confiesa la Iglesia, pero la verdad, eso de que el cielo ha de ser una
contemplacin eterna de la Divinidad... hombre, eso es pesado. Y qu? objetaba el
americano don Frutos, en voz baja tambin, temeroso de nuevo aviso de los tresillistas; y

301

qu? Yo me contento con pasar la vida eterna mano sobre mano. Bastante he trabajado en
este mundo. Peor sera eso que dicen que dice Alancardan, o san Cardan, o san Diablo!
pues... que... No saba cmo explicarlo el pobre don Frutos. Ello vena a ser que en
murindonos bamos a otra estrella, y de all a otra, a pasar otra vez las de Can, y ganarnos
la vida. La idea de volver, en Venus o en Marte, a buscar negros al frica y comprarlos y
venderlos a espaldas de la ley, le pareca absurda a Redondo y le volva loco. Antes el
aniquilamiento, como dice el ateo! conclua limpiando el copioso sudor de la frente,
provocado por aquel esfuerzo intelectual, tan fuera de sus hbitos. Con esta cuestin de la
inmortalidad era con la que abra don Pompeyo brecha en el alczar de la fe de los socios,
pero siempre concluan por cerrar aquella brecha con las salvedades de rbrica. Por
supuesto, Dios sobre todo... Doctores tiene la Iglesia...
Y en ltimo caso, don Pompeyo ya les iba aburriendo con sus teologas. Le dejaban
solo. Los tresillistas se quejaron a la junta. Tuvo que cambiar de mesa y de sala, si quiso
seguir predicando atesmo.
ste era el estado del libre examen en Vetusta! pensaba Guimarn con tristeza
mezclada de orgullo.
En el billar tampoco queran teologa racional. Don Pompeyo, ms abandonado cada
da, se colocaba taciturno, como Jeremas podra pararse en una plaza de Jerusalem, se
colocaba, abierto de piernas, delante de la mesa pequea, la de carambolas, y largo rato
contemplaba a aquellos ilusos que pasaban las horas de la brevsima existencia, viendo
chocar o no chocar tres bolas de marfil. Algunas veces tropezaba la maza de un taco con el
abdomen de don Pompeyo.
Usted dispense, seor Guimarn.
Est usted dispensado, joven responda el pensador rascndose la barba con una
irona trgica, profunda, y sonriendo, mientras mova la cabeza dando a entender que
estaba perdido el mundo.
Aburrido de tanta superficialidad suba al cuarto del crimen, a ver a los partidarios del
azar. All oa el nombre de Dios a cada momento, pero en trminos que no le parecan nada
filosficos.
Don Pompeyo, tiene usted razn! gritaba un perdido al despedirse de la ltima
peseta tiene usted razn, no hay Providencia!
Joven, no sea usted majadero, y no confunda las cosas!
Y sala furioso del Casino. No se poda ir all.
Cuando estall la Revolucin de Septiembre, Guimarn tuvo esperanzas de que el
libre pensamiento tomase vuelo. Pero nada. Todo era hablar mal del clero! Se cre una
sociedad de filsofos... y result espiritista; el jefe era un estudiante madrileo que se
diverta en volver locos a unos cuantos zapateros y sastres. Sali ganando la Iglesia, porque
los infelices menestrales comenzaron a ver visiones y pidieron confesin a gritos,
arrepintindose de sus errores con toda el alma. Y nada ms: a eso se haba reducido la
revolucin religiosa en Vetusta, como no se cuente a los que coman de carne en Viernes
Santo.
Don Pompeyo no crea en Dios, pero crea en la Justicia. En figurndosela con J
mayscula, tomaba para l cierto aire de divinidad, y sin darse cuenta de ello, era idlatra
de aquella palabra abstracta. Por la justicia se hubiera dejado hacer tajadas.
La justicia le obligaba a reconocer que el actual obispo de Vetusta, don Fortunato
Camoirn, era una persona respetable, un varn virtuoso, digno; equivocado, equivocado de
medio a medio, pero digno. Tena un ideal? pues don Pompeyo le respetaba.

302

Don Pompeyo no lea, meditaba. Despus de las obras de Comte (que no pudo
terminar) no volvi a leer libro alguno; y en verdad, l no los tena tampoco. Pero meditaba.
Algunas veces discuta con Frgilis, en quien reconoca la madera de un libre
pensador, pero mal educado. No le quera bien. Ese es pantesta! deca con desdn. Ese
adora la naturaleza, los animales, y los rboles especialmente... adems, no es filsofo; no
quiere pensar en las grandes cosas, slo estudia nimiedades... Est muy hueco porque
despus de cien mil ensayos ridculos aclimat el Eucaliptus en Vetusta... Y qu? Qu
problema metafsico resuelve el Eucaliptus globulos? Por lo dems yo reconozco que es
ntegro... y que sabe... que sabe... por ms que su decantado darwinismo... y aquella locura
de ingertar gallos ingleses...
Guimarn fue varias veces derrotado por Frgilis en sus polmicas. Frgilis era apstol
ferviente del transformismo; le pareca absurdo y hasta ridculo hacer ascos al abolengo
animal... Don Pompeyo, aunque se senta seducido por aquella teora que dejaba un subido
y delicioso olor a hertica y atea, no se decida a creerse descendiente de cien orangutanes;
sonrea como si le hiciesen cosquillas... pero no se determinaba a decir s ni a decir no.
Mi ltima afirmacin es la duda... Se me hace cuesta arriba. Pero de todas suertes
su atesmo quedaba en pie; para negar a Dios con la constancia y energa con que l lo
negaba, no haca falta leer mucho, ni hacer experimentos, ni meterse a cocinero qumico.
Mi razn me dice que no hay Dios; no hay ms que Justicia!
Frgilis, mientras don Pompeyo afirmaba estas cosas, le miraba sonriendo con
benevolencia; y con un poco de burla, en que haba algo de caridad, le deca:
Pero, seor Guimarn, tan seguro est usted de que no hay Dios?
S, seor mo! mis principios son fijos! fijos! entiende usted? Y yo no necesito
manosear lib rotes y revolver tripas de cristianos y de animales para llegar a mi conclusin
categrica... Si su ciencia de usted, despus de tanta retorta, y tanto protoplasma y dems
zarandajas, no da por resultado ms que esa duda, gurdese la ciencia de los libros en
donde quiera, que yo no la he menester!
El honrado Guimarn daba media vuelta y se iba furioso, llena el alma de rencores y
envidias pasajeras, y Frgilis segua sonriendo y mova la cabeza a un lado y a otro.
Si le preguntaban qu opinaba del Ateo, deca:
Quin, don Pompeyo? Es una buena persona. No sabe nada, pero tiene muy buen
corazn.
Guimarn jur tena que parar en ello jur no poner jams los pies en el Casino.
Lo que se ha hecho all conmigo no se hace con ningn cristiano.
Tena el estilo sembrado de frases y modismos puramente ortodoxos, pero protestaba
en seguida contra aquellas metforas y solecismos del lenguaje.
Lo que haban hecho con l haba sido celebrar el aniversario 25 de la exaltacin de
Po Nono al Pontificado, colgando los tapices de gala y sacando a relucir los aparatos de gas
con que iluminaban la fachada en las grandes solemnidades.
Don Pompeyo se dirigi a la junta en papel de oficio citando los artculos del
Reglamento que, en su opinin, prohiban semeja ntes muestras de jbilo por parte de una
corporacin que, por su calidad de crculo de recreo, no deba, no poda tener religin
positiva determinada.
Y en el saln daba gritos, mientras los mozos colgaban los tapices de los balcones;
haca aspavientos, e invocaba la tolerancia religiosa, la libertad de cultos y hasta la sesin
del juego de pelota.

303

Pero, hombre le deca Ronzal, con deseos de pegarle qu le importa a usted


que el Casino cuelgue e ilumine? Qu le ha hecho a usted la Santidad de Po No no?
Qu me ha hecho la Santidad?... Se lo dir a usted, s seor, se lo dir a usted.
Po Nono me era... hasta simptico... reconoca en l un hombre de buena fe... Pero la
infalibilidad ha puesto entre los dos una muralla de hielo; un abismo que no se puede
salvar... Un hombre infalible! Comprende usted eso, Ronzal?
S, seor, perfectamente. Es la cosa ms clara...
Pues explquemelo usted.
Entendmonos, seor Guimarn; si usted quiere examinarse... sepa usted que
yo... no aguanto ancas!...
No se trata aqu de la grupa de nadie... sino de que usted pruebe la infali...
La infalibidad?
S, seor... la infalibilidad... la in... fa... li... bi... li...
Oiga usted, seor don Pompeyo, que a m las canas no me asustan! y si usted se
burla, yo hago la cuestin personal...
Cmo personal? Tambin usted es infalible?
Seor Guimarn!
En resumen; seor mo...
Eso es, reasumiendo...
Yo me borro de la lista...
Pues tal da har un ao!
Ronzal no demostr el porqu de la infalibilidad, pero don Pompeyo se borr de la
lista del Casino.
Perdi aquel refugio de sus horas desocupadas que eran muchas, y anduvo como
alma en pena vagando de caf en caf hasta que al cabo de algunos aos tropez con don
Santos Barinaga en el Restaurant y caf de la Paz, donde todas las noches el enemigo
implacable del Magistral se preparaba a mal morir bebiendo un cognac con honores de
espritu de vino.
Entablaron amistad que lleg a ser ntima. Don Santos haba sido siempre un buen
catlico; es ms, de la Igle sia viva, pues su comercio era de objetos del culto.
Pero desde que el monopolio mal disfrazado de competencia de La Cruz Roja haba
empezado a labrar su ruina, iba sintiendo cada da ms vacilante el alczar de su fe... y ms
vacilantes las piernas. Empezaba, como otros muchos, por negar la virtud del sacerdocio y,
adems, esto no se sabe que lo hayan hecho otros heresiarcas coincida en l aquel
desprecio de los ordenados in sacris con la aficin desmesurada al alcohol en sus varias
manifestaciones.
Poco trabajo le cost a Guimarn hacer un proslito de don Santos. De da en da y
de copa en copa avanzaba la impiedad en aquel espritu; y lleg a creer que Jesucristo no
era ms que una constelacin; disparate que haba ledo don Pompeyo en un libro viejo que
compr en la feria. Guimarn tena la impiedad fra del filsofo, Barinaga los rencores del
sectario, la ira del apstata.
Cuando le pareca al buen tendero que iba demasiado lejos en sus negaciones, para
ocultar el miedo, se pona de pie, copa en mano, y deca solemnemente:

304

En ltimo caso, si me equivoco, si blasfemo... toda la responsabilidad caiga sobre


ese pillo... sobre ese rapavelas... sobre ese maldito don Fermn!...
El caf de la Paz era grande, fro; el gas amarillento y escaso pareca llenar de humo
la atmsfera cargada con el de los cigarros y las cocinas; a la hora en que los dos amigos
conferenciaban estaba desierto el saln; los mozos, de chaqueta negra y mandil blanco,
dormitaban por los rincones. Un gato pardo iba y vena del mo strador a la mesa de don
Santos, se le quedaba mirando largo rato, pero convencido de que no deca ms que
disparates, bostezaba, y daba media vuelta.
Guimarn vea con gran satisfaccin los progresos de la impiedad en aquel espritu
lleno de pasin; no haba llegado don Santos al atesmo, pero ste era un grado de
perfeccin filosfica que tal vez le vena muy ancho al antiguo comerciante de clices y
patenas. Don Pompeyo se contentaba con arrancarle las races y retoos de toda religin
positiva. No le agradaba verle cada vez ms enfrascado en el aguardiente y el cognac; pero
don Santos si no beba no daba pie con bola, no entenda palabra de lugares teolgicos.
Haba que dejarle beber.
A las diez y media de la noche salan juntos; don Pompeyo daba el brazo a don
Santos y le acompaaba hasta dejarle bastante lejos del caf, porque si no se volva solo. En
la esquina de una calleja se despedan con largo apretn de manos, y Guimarn, sereno y
satisfecho, se restitua a su hogar tranquilo donde le esperaban su amante esposa y cuatro
hijas que le adoraban.
Don Santos quedaba solo en batalla con las quimeras del alcohol, con nieblas en el
pensamiento y en los ojos. Su pie vacilaba; el pudor entregado a s mismo, luchaba por
encontrar una marcha y un continente decoroso; pero en vano, un movimiento en zigzag
agitaba todo el cuerpo del enfermo; cada paso era un triunfo; la cabeza se tena mal sobre
los hombros... y de la faringe del borracho salan, como arrullos de trtola, gritos sofocados
de protesta, de una protesta montona, inarticulada, que era a su modo expresin de una
idea fija, o mejor, de un odio clavado en aquel cerebro con el martillo de la mana. A todas
las manchas de las paredes, a todas las sombras de los faroles les contaba, gruendo, la
historia de su ruina, y no haba piedra de aquel camino que no supiese la escandalosa
leyenda de la fortuna del Magistral.
Si Barinaga tom de don Pompeyo su apostasa, Guimarn se contagi con el odio de
don Santos al Provisor y a doa Paula. Era escandaloso, ciertamente, aquel trfico
indigno! Los dos viejos fueron trompas de la fama contra la honra del Provisor. Don Santos
alborot la vecindad muchas noches; no bast la intervencin del sereno; lleg a dar
puadas, bastonazos y hasta patadas en la puerta de la Cruz Roja. El dueo del
establecimiento se quej a la autoridad, creci el escndalo, los enemigos del Magistral
atizaron la discordia, en todas partes se gritaba: Cmo se entiende? van a prender a don
Santos despus de haberle arruinado? Se atrevera la autoridad a tomar una medida
represiva?
En el cabildo, Glocester, el maquiavlico Arcediano, hablaba al odo de los cannigos
de descrdito colectivo, de lo que la iglesia, y la catedral sobre todo, perdan con aquellas
algaradas (frase de Glocester). El beneficiado don Custodio apoyaba al seor Mourelo.
Y si fuera eso lo peor! deca el Arcediano.
Y entonces comenzaba el segundo captulo de la murmuracin.
Lo peor era que, con razn o sin ella, pero no sin que las apariencias diesen motivo
para las hablillas, se deca que el Magistral quera seducir, y en camino estaba, nada menos
que a la Regenta.

305

Hombre, eso no! gritaba el chantre ella est hecha una santa; despus de su
enfermedad, desde que estuvo si la entrega o no la entrega, su vida es ejemplar. Si antes
era una seora virtuosa, como hay muchas, ahora es una perfecta cristiana. Est ms
delgadilla, ms plida, pero hermossima... quiero decir, que edifica, que es una santa...
vamos... una santa...
Seor, yo quiero hechos... y el pblico no se fa de santidades... se fa de hechos...
Y Glocester citaba muchos hechos: la frecuencia de las confesiones de Anita Ozores,
lo mucho que duraban las visitas del Provisor al Casern, las visitas de la Regenta a doa
Petronila...
Cmo! Y qu? qu tenemos con esas visitas? Tambin va usted a creer que
doa Petronila se presta?...
Seor... yo no creo ni dejo de creer... yo cito hechos y digo lo que dice el pblico...
El escndalo crece...
Era verdad. Tal maa se daban Glocester y don Custodio y otros seores del cabildo,
algunos empleados de la curia eclesistica, y entre el elemento lego Foja y don lvaro; ste
por debajo de cuerda y contenindose en lo que se refera a la simona y despotismo que se
achacaba al Provisor. En el Casino tampoco se hablaba de otra cosa. Ya todos aseguraban
haber encontrado a don Santos dando patadas a la puerta de la Cruz Roja y desafiando a
gritos al Magistral. Haba bandos: unos reclamaban la intervencin de la autoridad, otros
sostenan el derec ho del pataleo de Barinaga.
El Chato iba y vena, espiaba en todas partes, y dos o tres veces al da entraba en
casa del Provisor a dar parte de las murmuraciones a su jefe, a doa Paula, que le pagaba
bien.
La madre de don Fermn viva en perpetua zozobra; pero no desmayaba. Ya que l
quera perderse, all estaba ella para salvarle. Era lo principal visitar al Obispo, conseguir
que la murmuracin, la calumnia o lo que fuese, no llegara a su Ilustrsima. Doa Paula
pasaba gran parte del da y de la noche en palacio. Su lugarteniente rsula, el ama de llaves
del Obispo, tena orden de no dejar a ninguna persona sospechosa llegar a la cmara de su
dueo; los familiares, gente devota de doa Paula, hechuras suyas, obedecan a la misma
consigna. El Magistral, aunque le disgustaba emplearse en tal oficio, tambin espiaba y
vigilaba; el instinto de conservacin le obligaba a secundar los planes de su madre.
Doa Paula y don Fermn hablaban poco; se defendan por acuerdo tcito; empleaban
el mismo sistema de resistencia sin comunicrselo. Estaba la madre irritada. Su hijo la
engaaba, la perda. Para ella doa Ana Ozores, la dichosa Regenta, era ya barragana (esta
palabra deca en sus adentros) barragana de su Fermo. Por all iba a romper la soga; por all
haca agua el barco. Si se hablaba tanto de los abusos de la curia eclesistica, de la Cruz
Roja y de don Santos, era porque el otro negocio, el ms escandaloso, el de las faldas traa
consigo los dems. Esto pensaba ella. Lo otro es antiguo; ya nadie haca caso de esas
hablillas por viejas, por gastadas, pero con el escndalo nuevo, con lo de esa mala pcora,
hipcrita y astuta, todo se renueva, todo toma importancia, y muchos pocos hacen un
mucho. Si Fortunato sabe algo, cree algo, nos hundimos. Al dueo de la Cruz Roja se le
prohibi or los golpes que descargaba en la puerta todas las noches el borracho de don
Santos. No se volvi a pensar en pedir auxilio a la autoridad. Se compr al sereno y se le dio
orden de que evitara el ruido ante todo. Era intil. Muchos vecinos ya esperaban con
curiosidad maliciosa la hora del alboroto y salan a los balcones a presenciar la escena.
Pero doa Paula tena adems que seguir los pasos a su hijo.

306

El Chato haba visto a la Regenta y al Magistral entrar juntos al anochecer en casa de


doa Petronila. Y ya lo saba doa Paula. Pero tambin les haba visto don Custodio y se lo
haba dicho a Glocester y despus los dos a toda Vetusta.
En tanto, en el caf de la Paz haba ya pblico para or a don Pompeyo y a don
Santos ma ldecir de las religiones positivas y especialmente del seor Vicario general, como
llamaba siempre a De Pas el seor Guimarn. Entre el pueblo bajo corra la historia de las
aras, de la ruina de don Santos, de los millones del Magistral depositados en el Banco; con
tal motivo algunos obreros de la Fbrica vieja hablaban de ahorcar al clero en masa. A esto
lo llamaban cortar por lo sano. Los trabajadores carlistas dudaban; tena entre ellos amigos
el Magistral, pero si le respetaban por sacerdote, le teman por rico... y sospechaban algo.
De lo que no hablaba la multitud era del asunto de las faldas. All cuando la Revolucin, se
haba dicho si tena o no tena don Fermn aventuras en los barrios bajos; pero ya nadie se
acordaba por all de tales cuentos. Los obreros que entonces llevaban la voz en la
propaganda revolucionaria haban muerto, o haban envejecido, o se haban dispersado, o
estaban desengaados de la idea; la generacin nueva no era clerfoba ms que a ratos;
era amiga de la taberna, no del club. Se hablaba slo de revolucin social; y ya se deca que
los curas no son ni ms ni menos malos que los dems burgueses. Malo era el fanatismo,
pero el capital era peor. No haba en los barrios bajos un elemento de activa propaganda
contra las sotanas. El Magistral era all ms despreciado que aborrecido. Pero el escndalo
de don Santos el de los Cristos, como le llamaban; dos o tres rasgos de despotismo en la
curia eclesistica, el dineral que costaba casarse como si antes no costara lo mismo y las
acciones del Banco, volvieron a encender los odios, y esta vez se habl de colgar al Provisor
y dems clerigalla.
Quien ms gozaba con aquella propaganda de infamia, despus de Glocester, que la
crea obra suya exclusivamente, era don lvaro Mesa. Ya aborreca de muerte al Magistral.
Era el primer hombre y con faldas! que le pona el pie delante; el primer rival que le
disputaba una presa, y con trazas de llevrsela! Tal vez se la haba llevado ya. Tal vez la
fina y corrosiva labor del confesonario haba podido ms que su sistema prudente, que aquel
sitio de meses y meses, al fin del cual el arte deca que estaba la rendicin de la ms
robusta fortaleza. Yo pongo el cerco, pero quin sabe si l ha entrado por la mina? El
dandy vetustense sudaba de congoja recordando lo mucho que haba padecido bajo el poder
de don Vctor Quintanar, que segn su cuenta, en pocos meses de ntima amistad le haba
declamado todo el teatro de Caldern, Lope, Tirso, Rojas, Moreto y Alarcn. Y todo, para
qu? Para que el diablo haga a esa seora caer en cama, tomarle miedo a la muerte, y de
amable, sensible y condescendiente (que era el primer paso), convertirse en arisca,
timorata, mstica... pero mstica de verdad. Y quin se la haba puesto as? El Magistral,
qu duda caba? Cuando l comenzaba a preparar la escena de la declaracin, a la que
haba de seguir de cerca la del ataque personal, cuando la prxima primavera prometa
eficaz ayuda... se encuentra con que la seora tiene fiebre. La seora no recibe, y
estuvo sin verla quince das. Se le permita llegar al gabinete, preguntarle cmo estaba...
pero no entrar en la alcoba. l haba ido a visitarla todos los das, pero como si no, no le
dejaban verla. Y oh rabia! el Magistral, l lo haba visto, pasaba sin obstculo, y estaba solo
con ella. La lucha era desigual. Durante la primer convalecencia, que dur pocos das, se le
permiti a l tambin entrar en la alcoba dos o tres veces, pero nunca pudo hablar a solas
con Ana. Y lo ms triste haba sido despus; cuando la segunda arremetida del mal, que fue
tan peligrosa, cedi el paso poco a poco a la salud. Ana le recibi en su gabinete. Pero
cmo! Por de pronto, estaba bastante delgada, y plida como una muerta. Hermossima,
eso s, hermossima... pero a lo romntico. Con mujeres de aquellas carnes y de aquella
sangre no luchaba l. Estaba entregada a Dios. Claro! Apenas coma! No poda levantar un
brazo sin cansarse. Don lvaro calculaba, furioso de impaciencia, cunto tiempo tardara
aquella naturaleza en adquirir la fuerza necesaria para volver a sentir los impulsos
sensuales, que eran la fe viva del seor Mesa y su esperanza. Tardara mucho. Mientras

307

tanto, l no podra emprender nada de provecho. Y el Magistral estaba haciendo all su


agosto; embutiendo aquel cerebro dbil de visiones celestes... Ana era otra para l. No le
miraba jams, y las pocas palabras con que contestaba a las preguntas de carioso inters,
eran corteses, afables, pero fras, como cortadas por patrn. A veces se le ocurra a l si se
las dictara el Magistral. Una tarde coma la Regenta en presencia de su esposo, don lvaro
y De Pas. Le costaba lgrimas cada bocado. El Magistral opinaba que a la fuerza no deba
comer. Entonces Mesa tom con mucho calor la defensa del alimento obligatorio.
Yo creo, con permiso de este seor cannigo, que lo principal aqu es sentirse bien;
y pronto, para que no se apodere la anemia de ese organismo...
Oh, amigo mo replic el Magistral, sonriendo con mucha amabilidad la anemia,
usted sabe mejor que yo que puede venir a pesar del alimento... Adems, comer no es lo
mismo que alimentarse...
Pues, con permiso del seor cannigo, yo aconsejara carne cruda, mucha carne a
la inglesa...
Oh! le corra prisa; hubiera dado sangre de un brazo por verla correr por aquellas
venas que se figuraba exhaustas. La vida, la fuerza a todo trance, para aquella mujer!
Hasta habl un da don lvaro de transfusiones. La ciencia haba adelantado mucho en esta
materia.
Somoza sola aprobar moviendo la cabeza y diciendo:
Mucho! mucho! oh, s, la ciencia! mucho!... la transfusin!... claro! Tena cierto
miedo a los conocimientos mdicos de don lvaro. Aquel hombre que iba a Pars y traa
aquellos sombreros blancos y citaba a Claudio Bernard y a Pasteur... deba de saber ms
que l de medicina moderna... porque l, Somoza, no lea libros, ya se sabe, no tena
tiempo.
Pero la Regenta mejoraba; volva la sangre, aunque poco a poco; los msculos se
fortalecan y redondeaban... y la frialdad y la reserva no desaparecan. Don Vctor siempre el
mismo para su don lvaro; seguan las confidencias acompaadas de cerveza... pero Ana
jams se presentaba. Si don lvaro se atreva a preguntar por ella, don Vctor finga no or,
o mudaba de conversacin; si el otro insista, Quintanar suspiraba y encogiendo los hombros
deca:
Djela usted... estar rezando!
Rezando!... Pero tanto rezar puede matarla...
No... si... no reza... es decir... oracin mental... qu s yo?... cosas de ella. Hay
que dejarla.
Y suspiraba otra vez. S, haba que dejarla. Pero a solas, don lvaro se mesaba los
rubios y finos cabellos quin lo dira! se llamaba animal, bestia, bruto, como si no fuera
todo lo mismo, y se deca:
Me he portado como un cadete! Me ha perdido la timidez... Deb dar el ataque
personal una noche que la encontr a obscuras... o aquella tarde del cenador...
Pero no lo haba dado... Y ahora no haba remedio. Un da lleg Ana al extremo de
retirar la mano, que l solicitaba con la suya extendida. Busc un pretexto con la habilidad
rpida que tienen las mujeres... y... no le dio la mano. No volvi a tocarle aquellos dedos
suaves. Y es ms, apenas la vea.
Oh, a l, a don lvaro Mesa le pasaba aquello! Y el ridculo? Qu dira Visita,
qu dira Obdulia, qu dira Ronzal, qu dira el mundo entero!

308

Diran que un cura le haba derrotado. Aquello peda sangre! S, pero sta era otra.
Si don lvaro se figuraba al Magistral vestido de levita, acudiendo a un duelo a que l le
retaba... senta escalofros. Se acordaba de la prueba de fuerza muscular en que el
cannigo le haba vencido delante de Ana misma. Aquel valor que l senta ante una sotana,
por la esperanza irreflexiva de que la mansedumbre obliga al clrigo a no devolver las
bofetadas, aquel valor desapareca pensando en los puos de don Fermn. No haba salida.
No haba ms que acabar con l ayudando a Foja, ayudando a Glocester, a todos los
enemigos del tirano eclesistico.
Por las tardes, pasendose en el Espoln, donde ya iban quedndose a sus anchas
curas y magistrados, porque el mundanal ruido se iba a la sombra de los rboles frondosos
del Paseo grande, don lvaro sola cruzarse con el Provisor; y se saludaban con grandes
reverencias, pero el seglar se senta humillado, y un rubor ligero le suba a las mejillas. Se le
figuraba que todos los presentes les miraban a los dos y los comparaban, y encontraban
ms fuerte, ms hbil, ms airoso al vencedor, al cura. Don Fermn era el de siempre;
arrogante en su humildad, que ms quera parecer cortesa que virtud cristiana; sonriente,
esbelto, armonioso al andar, enftico en el sonsonete rtmico del manteo ampuloso, pasaba
desafiando el qu dirn, con imperturbable sangre fra. Solan juntarse en el Espoln los tres
mejores mozos del Cabildo; el chantre, alto y corpulento; el pariente del ministro, ms fino,
ms delgado, pero muy largo tambin, y don Fermn, el ms elegante y poco menos alto
que la dignidad. Gastaban entre los tres muchas varas de pao negro reluciente,
inmaculado; eran como firmes columnas de la Iglesia, enlutadas con fnebres colgaduras. Y
a pesar de la tristeza del traje y de la seriedad del continente, don lvaro adivinaba en aquel
grupo una seduccin para las vetustenses; iba all el prestigio de la Iglesia, el prestigio de la
gracia, el prestigio del talento, el prestigio de la salud, de la fuerza y de la carne que medr
cuanto quiso... l se figuraba tres monjas hermosas, buenas mozas, que tuviesen adems
talento, gracia; se las figuraba paseando por el Espoln... y estaba seguro de que los ojos
de los hombres se iran tras ellas. Pues lo mismo deba de suceder trocados los sexos. Y, en
efecto, en los saludos que las seoras que todava paseaban en el Espoln dedicaban a los
tres buenos mozos del Cabildo, a las tres torres davdicas, crea ver el Presidente del Casino
ocultos deseos, declaraciones inconscientes de la lascivia refinada y contrahecha.
Cada da aumentaba en don lvaro la supersticin del confesonario, cada da crea
ms poderosa la influencia del cura sobre la mujer que le cuenta sus culpas. Y mirando a las
damas que iban y venan, unas elegantes, lujosas, otras enlutadas o con hbito humilde,
todas deseando a su modo agradar, todas procurndolo, Mesa imaginaba secretos hilos
invisibles que iban de faldas a faldas, de la sotana a la basquia, del cura a la hembra.
En suma, don lvaro tena celos, envidia y rabia. Su materialismo subrepticio era ms
radical que nunca. Nada, nada, fuerza y materia, no hay ms que eso, pensaba.
Y si no fuera porque los partidos avanzados nunca son poder o lo son poco tiempo, se
hubiera declarado demagogo y enemigo de la religin del Estado.
Lleg al extremo de proponer en la Junta del Casino que no se celebrara en adelante
ninguna fiesta de orden religioso colgando e iluminando los balcones. Ronzal se opuso, pero
el Presidente se impuso y se vot aquella abstencin. Haba triunfado al cabo don Pompeyo
Guimarn!
Don lvaro quera que el ateo volviese al Casino, haca falta aquel refuerzo a los que
se empeaban en deshonrar al Magistral. Foja y Joaquinito Orgaz que capitaneaban la
partida de los murmuradores, propusieron a don lvaro que fuera una comisin a buscar a
don Pompeyo para restituirlo al Casino, de donde nunca debi haber salido. Se celebrara
la restauracin de Guimarn con una buena cena. Paco el Marquesito, que como buen
aristcrata se crea obligado a ser religioso en la forma por lo menos, se opuso al principio a
los proyectos de Foja y Orgaz, pero considerando que su amigo, su dolo Mesa, deseaba

309

tener all al otro para que le ayudara a desacreditar al Provisor, y considerando que iban a
divertirse de veras en el gaudeamus de la noche, fall que deba ayudar y ayudaba a los
enemigos del Magistral y se agreg a la comisin que fue a buscar a don Pompeyo.
Fueron: el seor Foja, exalcalde, Paco Vegallana y Joaqun Orgaz.
Los recibi el seor Guimarn en su despacho, lleno de peridicos y bustos de yeso,
baratos, que representaban bien o mal a Voltaire, Rousseau, Dante, Franklin y Torcuato
Tasso, por el orden de colocacin sobre la cornisa de los estantes, llenos de libros viejos.
Usaba don Pompeyo en casa bata de cuadros azules y blancos, en forma de tablero
de damas. Acogi a los comisionados con la amabilidad que le distingua y ocultando mal la
sorpresa.
A qu vendran aquellos seores? Querran darle alguna broma? No lo esperaba.
De todos modos, el ver all al hijo del marqus de Vegallana le inundaba el alma de alegra,
aunque l no quisiera reconocerlo.
Cuando supo de lo que se trataba, por boca de Foja, tuvo que levantarse para ocultar
la emocin. Sinti que la hebilla del chaleco estallaba en su espalda.
Seores pudo decir al cabo con voz temblorosa si un juramento solemne no me
obligara a permanecer en el ostracismo que voluntariamente me impuse hace tantos aos, o
mejor dicho, que me impusieron el fanatismo y la injusticia, si eso no fuera, yo volvera con
mil amores al seno de aquella sociedad de la que fui fundador con otros seis o siete amigos.
Y cmo no, seores, si all corrieron los mejores das, para m, en plticas provechosas y
amenas con el elemento ms culto de la poblacin? All la tolerancia sola tener su asiento; y
las personas, los personajes en quien ms arraigadas estn ciertas ideas venerables al fin,
porque son profesadas con sinceridad y vienen hasta cierto punto de abolengo, obligan por
la raza, esos mismos personajes, entre los cuales cuento al pap de este joven ilustrado, a
mi buen amigo y condiscpulo el excelentsimo seor marqus de Vegallana, respetaban mis
opiniones, como yo las suyas. Lo que ustedes hacen ahora nunca lo agradecer yo bastante.
Pero lo principal ya se ha logrado; la libertad del pensamiento vuelve a brillar en el Casino...
Mi aspiracin se ha realizado. Ahora, por lo que a m toca, seores, debo declarar que no
puedo romper un voto solemne, un juramento... y no ir con ustedes, aunque bien quisiera.
La comisin insisti, conociendo en la cara de don Pompeyo que venceran.
Foja present un argumento de mucha fuerza.
Dice usted, seor don Pompeyo, que por su gusto vendra con nosotros, se
restituira al Casino.
Con mil amores! sa es la palabra... me restituira...
Que nicamente le retrae el juramento...
Eso, el juramento solemne de no poner en mi vida all los pies.
Pero qu solemnidad ni qu castauelas? y usted dispense que me exprese as. El
que jura, pone a Dios por testigo; pero usted no cree en Dios... luego usted no puede jurar.
Perfectamente dijo Joaquinito Orgaz de p y p y w y se puso en pie para hacer
una pirueta flamenca.
Crea Joaqun que en casa de un ateo de profesin, de un loco, en otros trminos, la
buena crianza estaba de ms.
Don Pompeyo se qued mirando a Orgaz asombrado de su desfachatez, mientras
consideraba el argumento de Foja.
No tena qu contestar.

310

Al cabo dijo:
La verdad es... que jurar... yo no puedo jurar... pero... metafricamente... Adems,
puedo prometer por mi honor...
Pero amigo, en aquella ocasin usted no prometi por su honor; jur usted no
poner all los pies... todo Vetusta recuerda sus palabras de usted.
Don Pompeyo sinti vapores en la cabeza al or que todo Vetusta recordaba sus
palabras.
Pero insisti, aunque ms dbilmente cada vez, en su negativa.
Foja gui el ojo al Marquesito. Empez entonces ste el ataque, y Guimarn no pudo
resistir ms. Se rindi.
El hijo de Vegallana, del primer aristcrata, vena a suplicarle que volviera al Casino!
Oh, aquello era demasiado. No pudo sostener la fortaleza de su resolucin.
Despus de todo dijo en el mero hecho de haberse restablecido la legislacin
que yo invocaba... ya puedo pisar sin desdoro aquel pavimento...
Pues claro que puede usted pisar. Nada, nada; pngase usted la levita, que la cena
espera.
Qu cena?
S, seor; se ha acordado por el elemento vencedor, por los que solicitan la
presencia de usted, obsequiarle con un banquete... y vamos a cenar juntos unos doce
amigos...
Don Pompeyo no saba si deba aceptar... No le dejaron ser modesto; y corri
aturdido a ponerse la levita y el sombrero de copa alta. Estaba deslumbrado y crea sentir
alrededor de su cuerpo un bao; un bao de agua rosada.
La presencia del Marquesito era el principal factor de aquella alegra. Oh! al fin la
aristocracia era algo, algo ms que una palabra, era un elemento histrico, una grandeza
positiva... poda haber nobleza y no haber Dios... qu duda caba?
Una hora despus en el comedor del Casino que ocupaba una cruja del segundo piso,
no lejos de la sala de juego, se sentaban a la mesa presidida por don Pompeyo Guimarn,
don lvaro Mesa, enfrente del protagonista, y en agradable confusin despus, sin pensar
en preferencias de sitio, Paco Vegallana, Orgaz padre e hijo, Foja, don Frutos Redondo (que
acuda a todas las cenas, fuesen del partido religioso o poltico que fuesen), el capitn
Bedoya, el coronel Fulgosio, desterrado por republicano, famoso por sus malas pulgas y
buena espada, un tal Juanito Reseco, que escriba en los peridicos de Madrid y vena a
Vetusta, su patria, a darse tono de vez en cuando, y adems un banquero y varios jvenes
de la bolsa de Mesa, trasnochadores abonados del Casino.
Pocas veces coma en la fonda don Pompeyo, y como sus relaciones con los
poderosos de la tierra eran muy poco ntimas, casi nunca vea una mesa bien puesta. As le
pareca digno de Baltasar aquel vulgarsimo aparato de restaurant provinciano. El mantel
adamascado ms terso que fino; los platos pesados, gruesos, de blanco mate con filete de
oro; las servilletas en forma de tienda de campaa dentro de las copas grandes, la fila
escalonada de las destinadas a los vinos; las conchas de porcelana que ostentaban rojos
pimientos, crdena lengua de escarlata, hmedas aceitunas, pepinillos rozagantes y otros
entremeses; la gravedad aristocrtica de las botellas de Burdeos, que guardaban su
aromtico licor como un secreto; los reflejos de la luz quebrndose en el vino y en las copas
vacas y en los cubiertos relucientes de plata Meneses; el centro de mesa en que se ergua
un ramillete de trapo con guardia de honor de dos floreros cilndricos con pinturas chinescas,

311

de cuya boca salan imitaciones groseras de no se saba qu plantas, pero que a don
Pompeyo le recordaban la cabellera rubia y estoposa de alguna miss de circo ecuestre; las
cajas de cigarros, unas de madera olorosa, otras de latn; los talleres cursis y embarazosos
cargados con aceite y vinagre y con ms especias que un barco de Oriente;... todo
contribua a deslumbrar al buen ateo, que contemplaba sonriendo y fascinado el conjunto
claro, alegre, fresco, vivo, lleno de promesas, de la mesa an pulcra, correcta, intacta.
Se comenz a comer sin mucho ruido; todos se esforzaban en decir chistes.
Joaquinito se burlaba del servicio y hablaba de Fornos... y de La Taurina y el Puerto, donde
se cenaba por todo lo flamenco.
Todos coman mucho, menos don Pompeyo, a quien la emocin apretaba la garganta.
Desde el segundo plato comenz a atormentarle un cuidado. Estoy, pens, en el ineludible
compromiso de brindar; tengo que improvisar un discurso. Y ya no comi bocado que le
aprovechase. Oa hablar como quien oye llover: sonrea a derecha e izquierda, contestaba
con monoslabos, pero l pensaba en su brindis; las orejas se le convertan en brasas y a
veces senta nuseas y temblor de piernas. En resumidas cuentas, estaba pasando un mal
rato. l esperaba que las cosas sucedieran as: hablara primero don lvaro, hara un elogio
de la constancia con que l, don Pompeyo, haba sostenido la idea santa de la libertad de
pensamiento, y prometera en nombre de la Junta que el Casino jams tendra religin,
como no deba tenerla el Estado. Despus hablaran Foja, el Marquesito y otros, abundando
en las mismas ideas... y por ltimo l, Guimarn, tendra que levantarse a... hacer el
resumen. Y mientras coma y beba por mquina preparaba su arenga, sin poder pasar del
exordio, que quera original, sin afectacin, modesto sin falsa humildad... Estos jvenes...
debieron haberme avisado ayer... y entonces tendra yo tiempo.
Contra lo que esperaba el ateo, la conversacin, al llegar el champaa, haba tomado
un rumbo que no poda llevarla a los asuntos serios que l crea propios de aquella
solemnidad. Se hablaba de mujeres. Casi todos echaban de menos la edad de las ilusiones,
no por las ilusiones, sino por la secreta fuerza, que segn ellos era su origen. Se declaraban,
aun los jvenes, en la edad triste en que el amor es de cabeza, pura imaginacin. Slo Paco,
franco y noble, confesaba que se senta mejor que nunca, a pesar de haber vivido tanto
como cualquiera.
Uno de los compaeros de bolsa de Mesa, viejo verde de cincuenta aos, el seor
Palma, banquero, lamentaba que la juventud no fuese eterna, y con lgrimas en los ojos, de
pie, con una copa ya vaca en la mano, expona su sistema filosfico de un pesimismo
desgarrador, como deca el capitn Bedoya. Hubo interrupciones y entonces la conversacin
tom un vuelo ms alto; Guimarn se dign prestar atencin. Se hablaba ya de la otra vida,
y de la moral, que era relativa segn la opinin de la mayora.
Foja, plido, desencajado, con voz temblorosa, sostena que no haba moral de
ninguna clase y tambin se puso de pie; que el hombre era un animal de costumbres;
que cada cual barra para dentro.
Homo homini lupus advirti Bedoya el capitn.
El coronel Fulgosio le mir con respeto y aprob la proposicin sin entenderla.
Eso es la lucha por la existencia dijo muy serio Joaquinito Orgaz.
No hay ms que materia... aadi Foja, que slo en sus borracheras expona sus
opiniones filosficas.
Fuerza y materia dijo Orgaz padre que lo haba odo a su hijo.
Materia... y pesetas rectific Juanito Reseco con voz aguda, estridente y
cargada de una irona que Orgaz padre no poda comprender.

312

Eso es grit el orador Palma; y sigui brindando por todas las excelencias
naturales que l echaba de menos en su miserable cuerpo de anmico incurable.
Se volvi al amor y a las mujeres, y comenzaron las confesiones, coincidiendo con el
caf y los licores, sacatrapos del corazn. Entre la ceniza de los cigarros, las migas de pan,
las manchas de salsa y vino, rodaron el nombre y el honor de muchas seoras. All se
poda decir todo, estaban solos, todos eran unos. Mesa hablaba poco; era su costumbre en
tales casos. Tema estas expansiones en que se toma por amigo a cualquiera y en que se
dicen secretos que en vano despus se querra recoger. Mientras los dems referan
aventuras vulgares, sin gloria, l atento a sus pensamientos, con un codo apoyado en la
mesa y la barba apoyada en la mano, fumaba un buen cigarro besando el tabaco con cario
y voluptuosa calma; los ojos animados, hmedos, llenos de reflejos de la luz y de reflejos
elctricos del vino, se fijaban en el techo. Las dems figuras de la cena eran vulgares, su
embriaguez no tena dignidad, ni gracia la libertad de sus posturas. Mesa estaba hermoso;
se notaba mejor que nunca la esbeltez y armona de sus formas de buen mozo elegante; en
su rostro correcto los vapores de la gula no impriman groseras tintas, sino cierta
espiritualidad entre melanclica y lasciva; se vea all al hombre del vicio, pero sacerdote, no
vctima: dominaba l a su borrachera, morigerada, seoril, discreta. Don lvaro, a solas
entre aquellos pobres diablos, soaba despierto, enternecido. En aquellos momentos se crea
enamorado de veras, y se crea y se senta de veras interesante. Aunque l era sensualista
qu diablo! la sensualidad, pensaba, tambin tiene su romanticismo. El clair de lune es clair
de lune aunque la luna sea un cacho de hierro viejo, una herradura de algn caballo del sol.
Y pasaban por su memoria y por su imaginacin recuerdos de noches de amor, no
todas claras ni todas poticas, pero muchas, muchas noches de amor. Y sinti comezn de
hablar, de contar sus hazaas. Este prurito era nuevo en l; no lo haba sentido hasta que la
Regenta le haba humillado con su resistencia.
Dos o tres veces intervino en la algazara para dar su dictamen tan lleno de
experiencia en asuntos amorosos. Y todos se volvieron a l, y callaron los dems para orle.
Entonces habl, sin poder remediarlo, para satisfacer secreto impulso de rehabilitarse con su
historia. Habl el maestro. Quit el codo de la mesa y apoy en ella los dos brazos cruzando
las manos, entre cuyos dedos oprima el cigarro, cargado con una pulgada de ceniza; inclin
un poco la cabeza, con cierto misticismo bquico, y con los ojos levantados a la luz de la
araa, c on palabra suave, tibia, lenta, comenz la confesin que oan sus amigos con
silencio de iglesia. Los que estaban lejos se incorporaban para escuchar, apoyndose en la
mesa o en el hombro del ms cercano. Recordaba el cuadro, por modo miserable, la Cena de
Leonardo de Vinci.
La atencin profunda del auditorio, el inters que se asomaba a las miradas y a las
bocas entreabiertas, sedujeron al Tenorio de Vetusta, le halagaron y habl como podra
hablar sobre el pecho de un amigo. Joaqun Orgaz y el Marquesito oan con recogimiento de
sectario al maestro. Aqulla era palabra de sabidura.
Unas veces las aventuras eran romnticas, peligrosas, de audacia y fortuna; las ms
probaban la flaqueza de la mujer, sea quien sea; otras demostraban la necesidad de
prescindir de escrpulos; muchas el buen xito de la constancia, de la astucia y de la rapidez
en el ataque.
De vez en cuando el silencio era interrumpido por carcajadas estrepitosas; era que
una aventura cmica alegraba al concurso, sacndole de su estupor malsano y corrosivo.
Entre la admiracin general serpeaba la envidia abrazada a la lujuria: las tenias del alma.
Los ojos brillaban secos.
El arte del seductor se extenda sobre aquel mantel, ya arrugado y sucio; anfiteatro
propio del cadver del amor carnal.

313

Mesa se dejaba ver por dentro, ms que por complacer a sus oyentes, por orse a s
mismo, por saber que l era todava quien era.
Las trazas del amor eran casi siempre malas artes; era un soador el que pensase
otra cosa. Alguna vez se le haba arrojado a Mesa a los brazos una mujer loca de puro
enamorada; pero estas aventuras eran muy raras. Adems: si la mujer no fuera tan lasciva
a ratos, las victorias escasearan; por amor puro se entregan pocas. Ms hace la ocasin que
la seduccin. La seduccin debe transformarse en ocasin.
Lleg el caso de contar cmo haba podido don lvaro vencer a la hija de un maestro
de la Fbrica vieja, muy honrado, que velaba por el honor de su casa como un Argos.
Angelina tena padre, madre, abuela, hermanos; ella era pura como un armio... Mesa
haba empezado por seducir a los parientes. En cada casa entraba segn lo exiga la vida de
aquel hogar. Jugaba al escondite con los nios, les fabricaba pajaritas de papel, jugaba al
domin con la abuela, serva a la madre de devanadera, oa con paciencia y fingida atencin
las lucubraciones socialistas y humanitarias del padre, encantaba a todos; llegaba a ser el
tertulio necesario, el pao de lgrimas, el consejero, el mejor ornamento de la casa; la
llenaba con su hermosa presencia; era dulce, carioso, tena blanduras de padrazo; cuidaba
de los intereses domsticos como si fueran propios, hasta pona paz entre los criados y los
amos. As iba entrando, entrando en el corazn de todos; los amores con Angelina (o quien
fuera, pues de tales aventuras haba tenido muchas) comenzaban en secreto; y poco a poco,
junto a la camilla, una mesa cubierta con gran tapete debajo del cual hay un brasero; en el
balcn al obscurecer, en cuantas ocasiones poda, se acercaba, se apretaba contra su
vctima, la llenaba de deseos de l, de su arrogante belleza varonil y simptica; despus
hablaba de amor como en broma, con un tono de paternal amparo que pareca la misma
inocencia; y cualquier da o cualquiera noche, en una merienda en el campo, despus de la
cena de Nochebuena, mientras los dems de la familia rean alegres, descuidados, la
pasin de Angelina llegaba al paroxismo, la ocasin echaba el resto y la deshonra entraba en
la casa, y el amigo ntimo, el favorito de todos, sala para no volver nunca.
Los que oan a don lvaro se figuraban presenciar aquellas escenas de amistad
ntima, tranquilas, dulces, llenas de expansin y confianza; en el rostro del seductor, en sus
ademanes, en las sonrisas, en la voz, se reflejaban, por virtud del recuerdo, la bondad
suave, el aire bonachn y entraable, la franqueza sencilla, noble, familiar, la habilidad
casera, todas las artes y cualidades que hacan vencer a Mesa en lides tales.
Otras veces, amigos, haba que recurrir a la fuerza. Renunciar a una victoria que se
consigue con los puos y sudando gotas como garbanzos, entre araazos y coces, es ser un
platnico del amor, un cursi; el verdadero don Juan del siglo, y de todos los siglos tal vez,
vence como puede, es romntico, caballeresco, pundonoroso cuando conviene; grosero,
violento, descarado, torpe si hace falta.
Nunca se le olvidara a don lvaro un combate de amor que dur tres noches, y fue
ms glorioso para la vencida que para el vencedor. La escena representaba una panera,
casa de madera sostenida por cuatro pies de piedra, como las habitaciones paldicas
sustentadas por troncos, y las de algunos pueblos salvajes. En la panera dorma Ramona,
aldeana, y cerca de su lecho de madera pintada de azul y rojo, que rechinaba a cada
movimiento del jergn, yaca la cosecha de maz de su casera, en montn deleznable que
suba al techo.
All fue la batalla. Y don lvaro, como si lo estuviera pasando todava, describa la
obscuridad de la noche, las dificultades del escalo, los ladridos del perro, el crujir de la
ventana del corredor al saltar el pestillo; y despus las quejas de la cama frgil, el gruir del
jergn de grrulas hojas de mazorca, y la protesta muda, pero enrgica, brutal de la moza,
que se defenda a puadas, a patadas, con los dientes, despertando en l, deca don lvaro,
una lascivia montaraz, desconocida, fuerte, invencible.

314

Hubo momentos en que pele, como Csar en Munda, por la vida. Era Ramona,
seores, morena; su carne de can, dura, tersa, y aquellos brazos que yo deseaba
enlazados a mi cuerpo, en arrebato amoroso, me probaban su fuerza dando tortura a los
mos, oprimidos, inertes. Mi deseo era ms poderoso, porque tena un incentivo ms picante
que la pimienta: conoca yo que Ramona gozaba, gozaba como una loca en la refriega.
Segura de no ser vencida por la fuerza, enamorada a su modo del seorito, sobre todo por
su audacia, acostumbrada a tales devaneos mudos, gimnsticos, callaba, forcejeaba, morda
con deleite, magullaba con voluptuosidad brbara, y encontraba placer de salvaje en el
martirio de mis sentidos, que tocaban su presa, y se sentan dominados por ella. La cama se
hundi; rodamos por el suelo, y rodando llegamos al monte de maz. Entonces sali la luna;
entraron sus rayos por la ventana que yo dejara abierta, y vi a mi robusta aldeana, en pie,
hundida una pierna entre los granos de oro y la rodilla de la otra clavada sobre mi pecho. Me
intimaba la muerte o la huida, amenazndome con una medida para ridos, cajn enorme
de madera con chapas de hierro. Hu, hu por la ventana; del corredor de la panera salt al
callejn como pude, y tuve que emprender, ya sin fuerzas, nueva lucha con el perro.
(Pausa.) Pero volv a la noche siguiente. El perro ladr menos. La ventana no estaba
cerrada, el pestillo estaba descompuesto; Ra mona no dorma, me esperaba; en cuanto me
sinti, descarg tremendo bofetn sobre mi rostro. No importaba. Volvimos a la lucha; los
mismos incidentes; rodamos, nos anegamos en maz; yo tragu muchos granos. Y tampoco
venc aquella noche. Sal de all por un armisticio, con promesas de futura victoria. Y a la
noche tercera luch todava; me haba engaado; el premio me cost batalla nueva, y slo
pude recogerlo entre molestias sin cuento, por culpa del maz deleznable, curioso,
importuno, entremetido. Ramona, ya rendida, se quejaba tambin. Nos hundamos,
olvidados de todo; y si no estuviera mandado que lo cmico no acabe en trgico, en buena
retrica, en aquel montn inquieto hubieran encontrado sepultura lvaro y Ramona
sofocados por uno de nuestros ms humildes cereales.
Aplausos y carcajadas ahogaron la voz del narrador. Y entonces don lvaro, gozoso,
entusiasmado, quiso deslumbrar a su auditorio con el contraste de aventuras romnticas, en
que l apareca como un caballero de la Tabla Redonda.
Y a todo esto don Pompeyo Guimarn olvidaba su exordio, interesado a su pesar en
las aventuras erticas del frvolo Presidente del Casino. Paco Vegallana haba hecho beber al
ateo, sin que ste lo sintiera, ms de lo que la justicia manda. No estaba borracho, pero se
senta mal y a su pesar encontraba cierto deleite en or aquellas escenas escandalosas que
en otra ocasin le hubieran indignado.
Mesa al fin, cansado, y algo arrepentido de haber hablado tanto, puso trmino a sus
confesiones y volvindose a don Pompeyo le invit a usar de la palabra.
Don Pompeyo dijo, y se puso en pie tambalendose, lo cual probaba que, si no el
vino, sus recuerdos le haban embriagado don Pompeyo, puesto que sta es la hora de las
grandes revelaciones, es preciso que usted nos diga cul es el fondo de su alma...
Seores interrumpi el ateo el fondo de mi alma lo traigo en la superficie para
que el mundo se entere.
Bravo! bravo! grit el concurso.
Y se vertieron y rompieron algunas copas.
Propongo grit Juanito Reseco, encaramado en una silla que en vista de ese
rasgo de genio... se le permita llamarnos de t y estar a la recproca.
Admitido! Aprobado!
Pues bien prosigui Juanito; oh t, Pompeyo, pomposo Pompeyo; voy a darte
un disgusto. T piensas que en Vetusta no hay ms ateos que t...

315

Caballerito!
Pues yo soy otro; anch'io... so pittore. Slo que t eres un ateo progresista, un
ateo fantico, un telogo patas arriba... T pasas la vida mirando al cielo... pero lo miras
cabeza abajo y por debajo de tus piernas. Y aunque hay contradiccin aparente en eso de
patas arriba y patas abajo... todo se concilia, o se resuelve la antimonia como dicen los
filsofos cursis, considerando que el ser bpedo no es para todos...
Caballerito... no comprendo esa jerga filosfica. Antes que usted naciera, estaba yo
cansado de ser ateo, y si lo que usted se propone es insultar mis canas, y mi consecuencia...
Deca que eres un telogo patas arriba; pues sabe que en el mundo civilizado ya
nadie habla de Dios ni para bien ni para mal. La cuestin de si hay Dios o no lo hay, no se
resuelve... se disuelve. T no puedes entender esto, pero oye lo que te importa; t, fantico
de la negacin, morirs en el seno de la Iglesia, del que nunca debiste haber salido. Amen
dico vobis.
Y cay Juanito debajo de la mesa.
A todos haba indignado su discurso, menos a Mesa, que, extendiendo su mano hacia
l, exclam:
Perdonadle... porque ha bebido mucho!
Ese Juanito deca el coronel a don Frutos el americano me parece un gran
pedante.
Es un hambriento con ms orgullo que don Rodrigo en la horca.
Se habl de religin otra vez. Don Frutos expuso sus creencias con una palabra aqu,
otra all, haciendo islas y continentes de vino tinto sobre el mantel y suplicando con los ojos
que le terminasen las clusulas.
Insista don Frutos en que l senta que su alma era inmortal: haba otro mundo,
adems de las Amricas, otro mundo mejor al cual iban las almas de los que no haban
robado en las carreteras. Adems Dios era misericordioso, haca la vista gorda. Y por
supuesto, quera don Frutos ir a ese mundo mejor con el recuerdo de la mala vida pasada,
porque si no, vaya una gracia!
Para qu querr don Frutos acordarse de lo bruto que ha sido sobre la haz de la
tierra? preguntaba Foja al odo de Orgaz hijo.
Seores grit Joaqun si en la otra vida no hay cante o es cante adulterado,
renuncio al ms all!
Y dio un salto sobre la mesa agarrndose a una columna y comenz un baile
flamenco con perfeccin clsica. No faltaron jaleadores, y sonaban las palmas mientras
cantaba el mediquillo con voz ronca y melancola de chulo:
Es una coooosa
que maravilla mam
ver al Frascueeeelo
la pantorriiiilla mam...
Don Pompeyo senta escalofros. Qu degradacin! Meditaba y vea dos Orgaz hijo
sobre la mesa.
Me han embriagado con sus herejas... quiero decir... con sus blasfemias... dijo al
Marquesito, que callaba, pensando que todo aquello era muy soso sin mujeres.
Joaqun grit:

316

All va una a la salud de don Pompeyo!


Y comenz una copla imp a y brutal alusiva a una sagrada imagen.
Alto ah, seor mo! exclam indignado el buen Guimarn al or el penltimo
verso. Mi salud no necesita de semejantes indecencias: y lo que ustedes hacen con
tamaas blasfemias indecorosas es la causa, el caldo gordo del clero; porque tenga usted
entendido, joven inexperto y procaz, que por el mundo han pasado muchas religiones
positivas, y hoy se ha credo esto y maana lo otro; pero de lo que nunca han prescindido
los pueblos cultos, ni ahora ni en la antigedad, es de la buena crianza y del respeto que nos
debemos todos.
Bien, muy bien! dijeron todos, incluso Joaqun.
Y yo estoy cansado de que se me tome a m por un iconoclasta; s, iconoclasta soy,
pero iconoclasta del vicio, apstol de la virtud y heresiarca de las tinieblas que envuelven la
inteligencia y el corazn de la humanidad.
Bravo! bravo!
Y si por alguien se ha credo que yo puedo fraternizar con el escndalo, aunarme
con la desfachatez y adherirme a la orga, protesto indignado, que a muy otra cosa he
venido aqu. Y creo llegado el momento de que se hable con alguna formalidad.
Perfectamente interrumpi Foja el seor Guimarn ha hablado como un libro, y
eso que no los lee, pero no importa, ha hablado como el libro de su conciencia, segn l
dice. Aqu, seores, nos hemos reunido para celebrar la vuelta del seor Guimarn al hogar
domstico, llammoslo as, del Casino. Pero ah! seores diputados, por qu ha vuelto al
Casino el seor Guimarn? Tatiste question, como dice Trabuco, a quien siento no ver entre
nosotros. (Aplausos, risas.) Pues ha vuelto porque nos hemos emancipado de la repugnante
tutela del fanatismo, y ha vuelto a fundar una sociedad cuya sesin inaugural estis
celebrando, acaso sin saberlo. Esta sociedad que, desde luego, no se llamar de la
templanza, se propone perseguir a los fariseos, arrancar las caretas de los hipcritas y
arrancar del cuerpo social de Vetusta las sanguijuelas msticas que chupan su sangre.
(Estrepitosos aplausos. Paco se abstiene y piensa lo mismo que antes: que faltan chicas.)
Seores... guerra al clero usurpador, invasor, inquisidor; guerra a esa parte del clero que
comercia con las cosas santas, que se vale de subterrneos para entrar con sus tentculos
de plipo en las arcas de la Cruz Roja...
Ah, ah le duele!...
A ese clero que condena a la tisis del hambre a dignos comerciantes, a padres de
familia; a ese clero que dispersa los hogares y hunde en alcantarillas inmundas, mal
llamadas celdas, a las vrgenes del Seor, y que entiende que las entrega a Jess
entregndolas a la muerte. (Frenticos aplausos.) Juremos todos ser trompetas del
escndalo, para que tanto sea, y a tales odos llegue, que la ruina del enemigo comn sea
un hecho. Porque, seores, nadie como yo respeta al clero parroquial, ese clero honrado,
pobre, humilde... pero el alto clero... muera... y sobre todo... muera el seor Provisor... el...
Muera! muera! contestaron algunos: Joaqun, el coronel, que estaba sereno,
pero quera que muriese el Magistral, y otros dos o tres comensales borrachos.
Cuando se levantaron de la mesa amaneca. Se haba hablado mucho ms; se haba
contado la historia del Provisor tal como la narraba la leyenda escandalosa. Convinieron,
hasta los ms prudentes, en que era preciso fundar seriamente aquella sociedad propuesta
por Foja. Se acord juntarse a cenar una vez al mes y hacer gran propaganda contra el
Magistral. Al salir, repartidos en grupos, se decan en voz baja:

317

Todo esto lo ha preparado Mesa; don Fermn es su rival y l quiere arruinarle,


aniquilarle.
Pero, quin llevar el gato al agua?
Qu gato?
O la gata?
El Magistral.
lvaro.
O los dos...
O ninguno.
En fin advirti Foja, yo ni quito ni pongo rey...
Pero ayudo a mi seor concluy el coro.
Mesa , Paco Vegallana y Joaqun Orgaz acompaaron a don Pompeyo a su casa. Era
una maana de Junio alegre, tibia, sonrosada. El sol anunciaba sus rayos en los colores
vivos de las nubes de Oriente. Los pasos de los trasnochadores retumbaban en las calles de
la Encimada como si anduvieran sobre una caja sonora. Aunque no haca fro, todos haban
levantado el cuello de la levita o lo que fuese. Don Pompeyo iba taciturno. Abri la puerta de
su casa con su llavn; entr sin hacer ruido; y a poco cerraba los ojos, me tido en su lecho,
por no ver la claridad acusadora que entraba por las rendijas de los balcones cerrados.
Aquello de acostarse de da era una revolucin que mareaba a Guimarn; dudaba ya si las
leyes del mundo seguan siendo las mismas. Al cerrar los ojos sinti que su lecho, siempre
inmvil, tambin se sublevaba bajando y subiendo. Poco despus se crea en el Ocano,
encerrado en un camarote, vctima del mareo y corriendo borrasca.
Se levant a las doce y no quiso hablar con su mujer y sus hijas de la cena, de la
dichosa cena. Sin embargo, aunque se prometi no verse en otra, pocas horas despus, en
el Casino, donde le recibieron con muestras de simpata y de jbilo, ofreca solemnemente
volver a las andadas, acudir a los gaudeamus mensuales en que se dara cuenta de los
trabajos de la sociedad innominada que haba fundado inter pocula.
Doa Paula supo por el Chato, a quien se lo cont un mozo del restaurant del Casino,
cuanto se haba hablado en la cena inaugural, y lo que pretendan aquellos seores. Cuando
el Magistral oy a su madre que se haba gritado: Muera el Provisor, encogi los hombros,
se levant y sali de casa.
Este chico anda tonto... yo no s lo que tiene; parece que no est en este mundo...
Oh, maldita Regenta! Esa mala pcora me lo tiene embrujado!
Al mes siguiente se celebr la segunda sesin de la Innominada; se bebi, se
emborracharon los que solan y se dio cuenta de los trabajos de propaganda. Foja particip
que se haba entendido en secreto con el Arcediano, don Custodio y otros enemigos
capitulares (as dijo) del Provisor. Se saban muchos escndalos nuevos; el elemento
eclesistico y el secular, de comn acuerdo para librar a Vetusta del enemigo general,
tramaban la ruina del monstruo; pronto se llegara a poner en manos del Obispo las pruebas
de aquellas prevaricaciones de todas clases de que se acusaba a don Fermn De Pas. Lo peor
de todo, lo que hara saltar al Obispo, era lo que se refera al abuso indecoroso del
confesonario. Se contaban horrores; en fin, ello dira.
Don lvaro propuso que las cenas mensuales se suspendiesen hasta el otoo y
suplic que se guardase el ms profundo secreto. Adems, l, sintindolo, tena que privarse
en adelante de asistir a tales reuniones; su espritu all quedaba, pero l, don lvaro, por

318

razones poderosas, que suplicaba a los presentes respetaran, se abstendra de acudir a tan
agradables banquetes.
Quince das despus, a mediados de Julio, entraba una tarde el Presidente del Casino
en el casern de los Ozores. Iba a despedirse. Don Vctor le recibi en el despacho. Estaba el
amo de la casa en mangas de camisa, como sola en cuanto llegaba el verano, aunque no
tuviera mucho calor. Para l venan a ser ideas inseparables el esto y aquel traje ligero.
Quintanar al ver a don lvaro suspir, le tendi ambas manos, despus de dejar un libro
negro sobre la mesa y exclam:
Oh mi queridsimo Mesa! Ingrato! cunto tiempo sin parecer por aqu...
Vengo a despedirme. Me voy a dar una vuelta por las provincias; despus, a los
baos de Sobrn y a mediados de Agosto estar de vuelta en Palomares, por no perder la
costumbre.
De modo que hasta Septiembre...
Hasta fines de Septiembre no nos veremos...
Don lvaro hablaba alto, como si quisiera que le oyesen en toda la casa.
Don Vctor lament aquella ausencia. Suspir. Era un nuevo contratiempo, nuevo
asunto de tristeza.
Not don lvaro que su amigo estaba menos decidor que antes, que se mova y
gesticulaba menos.
Ha estado usted malo?
Qui! quin? yo? ni pensarlo! Pues qu, tengo ma la cara? Dgame usted con
franqueza... tengo mala cara?... Plido... tal vez? plido?...
No, no, nada de eso. Pero... se me figura que est usted menos alegre,
preocupado... qu s yo...
Don Vctor suspir otra vez. Tras una pausa pregunt, con tono quejumbroso:
Ha ledo usted eso?
Qu es eso?
Kempis, la Imitacin de Jesucristo...
Cmo? usted! tambin usted?...
Es un libro que quita el humor. Le hace a uno pensar en unas cosas... que no se le
haban ocurrido nunca... No importa. La vida, de todas maneras, es bien triste. Vea usted.
Todo es pasajero. Usted se nos va... Los marqueses se van... Visita se va... Ripamiln ya se
march... Vetusta antes de quince das se quedar sola; de la Colonia... ni un alma queda...
De la Encimada se ausenta lo mejor... quedan los pobres... los jornaleros... y nosotros.
Nosotros no salimos este ao. Y qu triste es un verano entero en Vetusta! El csped del
paseo grande se pone como un ruedo de esparto... no se ve un alma por all, en las calles no
hay ms que perros y policas... Mire usted, prefiero el invierno con todas sus borrascas y su
agua eterna... qu s yo... a m el fro me anima... En fin, felices ustedes los que se van...
Y don Vctor suspir otra vez.
Voy a llamar a mi mujer. Querr usted decirla adis, verdad? Es natural.
No... si est ocupada... no la moleste usted...
No faltaba ms. Ocupada... ella siempre est ocupada... y desocupada... qu s yo.
Cosas de ella.

319

Sali. Don lvaro tom en las manos el Kempis; era un ejemplar nuevo, pero tena
manoseadas las cien primeras pginas y llenas de registros. Nunca haba ledo l aquello. Lo
miraba como una caja explosiva. Lo dej sobre la mesa con miedo y con ciertas
precauciones.
Ana entr en el despacho. Vesta hbito del Carmen. Segua plida, pero haba vuelto
a engordar un poco. A Mesa le lati el corazn y se le apret la garganta, con lo que se
asust no poco.
Aquella mujer despertaba en l ahora una ira sorda mezclada de un deseo intenso,
doloroso. La miraba como el descubridor de una isla o un continente, a quien la tempestad
arrastrara lejos de la orilla, tal vez para siempre, antes de poner el pie en tierra. Qu
saba l si jams aquella mujer sera suya? Su orgullo no renunciaba a ella. Pero otras
voces le decan: Renuncia para siempre a la Regenta. Ya se vera. Pero era doloroso
aplazar otra vez, y saba Dios hasta cundo, toda esperanza, todo proyecto de conquista.
Quera observar en el rostro de Ana la huella de una emocin, al decirle que se
marchaba sin saber cundo volvera. Pero Ana oy la noticia como distrada; ni un solo
msculo de su rostro se movi.
Nosotros dijo nos quedamos este verano en Vetusta. Yo no puedo baarme y el
mdico me ha dicho que el aire del mar ms podra hacerme dao que provecho por ahora.
Vetusta se pone muy triste por el verano...
No... no me parece...
Don Vctor los dej solos.
Don lvaro clav los ojos en el rostro de Ana con audacia y ella levant los suyos,
grandes, suaves, tranquilos y mir sin miedo al seductor, a la tentacin de aos y aos.
Sinti l que perda el aplomo, crey que iba a decir o hacer alguna atrocidad; y sin poder
contenerse, se puso en pie delante de ella.
Se marcha usted ya?
Si yo me arrojo a sus pies ahora, qu pasa aqu? se pregunt don lvaro. Y sin
saber lo que haca, tendi la mano enguantada y dijo temblando:
Anita... si usted quiere... algo para las provincias...
Que usted se divierta mucho, lvaro... contest ella sin asomo de irona. Pero a l
se le figur que se burlaba de su torpeza ridcula, de su miedo estpido... y sinti
vehementes deseos de ahogarla. La mano de la Regenta toc la de Mesa sin temblar, fra,
seca.
Sali el buen mozo tropezando con el pavo real disecado y despus con la puerta. En
el pasillo se despidi de su amigo Quintanar.
La Regenta sac del seno un crucifijo y sobre el marfil caliente y amarillo puso los
labios, mientras los ojos, rebosando lgrimas, buscaban el cielo azul entre las nubes pardas.

XXI

Ana ley en su lecho, a escondidas de don Vctor, los cuarenta captulos de la Vida de
Santa Teresa escrita por ella misma.

320

Fue en aquella convalecencia larga, llena de sobresaltos, de pasmos y crisis


nerviosas. Don Vctor, a quien los remordimientos, durante la recada de su mujer, haba
hecho jurar que hasta verla salva, sana, jams se apartara de ella, falt al juramento en
cuanto la crey fuera de peligro. Un da se aventur a dar una vuelta por el Casino; despus
iba a ver los peridicos: ms adelante jugaba una partida de ajedrez, y ya se sabe lo
pesado que es este juego. Al fin, sin dar pretexto alguno, estaba fuera toda la tarde. La
casa se le caa encima. Empezaba el calor porque don Vctor, en cuestin de
temperatura, se rega por el calendario y ya se saba que l no poda trabajar en su
despacho en cuanto el sudor le molestaba; necesitaba el aire libre; mucho paseo, mucha
naturaleza.
La Marquesa, Visitacin, Obdulia, doa Petronila y otras amigas que haban hecho
compaa a la Regenta mientras dur el mal tiempo, ahora la visitaban cada dos o tres das
y las visitas eran breves. Haca un sol hermoso, das azules, sin una nube en el cielo; haba
que aprovechar el buen tiempo; era la poca del ao en que Vetusta se anima un poco:
haba teatro, paseos concurridos, con msica, forasteros... una exposicin de minerales.
Hasta Petra pidi una tarde permiso a la seora para ir a ver un arco de carbn que haban
construido...
Ana pasaba horas y ms horas en la soledad de su casern: a su lecho llegaban los
ruidos lejanos de la calle apagados, como aprensin de los sentidos. All abajo, en la cocina,
quedaba Servanda, y a veces Petra. Anselmo silbaba en el patio, acariciando un gato de
Angora, su nico amigo.
La Regenta senta ms la soledad
mudos, respetuosos, sin cario, le hacan
Petra le era antiptica. La tema sin saber
congojas nerviosas la invadan, preguntaba

con tal compaa; aquellos criados indiferentes,


echar de menos la humanidad que compadece.
por qu. Para tranquilizarse un tanto, cuando las
a la doncella:

Anda don Toms por la huerta?


Si Frgilis estaba en el Parque, senta un amparo cerca de s. Se calmaba. Crespo
suba una vez cada tarde a verla; pero no se sentaba casi nunca. Estaba cinco minutos en el
gabinete, paseando del balcn a la puerta, y se despeda con un gruido carioso.
Ana, a quien tanto molestaba aquel abandono en los momentos de debilidad en que
los nervios exaltados la mortificaban con tristeza y desconsuelo, cuando estaba serena,
sobre todo despus de dormir algunas horas o de tomar alimento con gusto, llegaba a sentir
un placer sutil, casi voluptuoso en aquella soledad. El balcn del gabinete daba al Parque:
incorporndose en el lecho, vea detrs de los cristales las copas de algunos rboles que
brillaban con la hoja nueva, rumorosa, tersa y fresca. Gorjeos de pjaros y rayos de un sol
vivo, fuerte y alegre la hablaban de la vida de fuera, de la naturaleza que resucitaba, con
esperanza de salud y alegra para todos.
Ella tambin iba a renacer, iba a resucitar, pero a qu mundo tan diferente! Cun
otra vida b
i a a ser de la que haba sido! se preparaba a s misma una vida de sacrificios,
pero sin intermitencias de malos pensamientos y de rebelin sorda y rencorosa, una vida de
buenas obras, de amor a todas las criaturas, y por consiguiente a su marido, amor en Dios y
por Dios. Pero entretanto, mientras no poda moverse de aquella prisin de sus dolores, el
alma volaba siguiendo desde lejos al espritu sutil, sencillo, a pesar de tanta sutileza, de la
santa enamorada de Cristo.
Ana viva ahora de una pasin; tena un dolo y era feliz entre sobresaltos nerviosos,
punzadas de la carne enferma, miserias del barro humano de que, por su desgracia, estaba
hecha. A veces leyendo se mareaba; no vea las letras, tena que cerrar los ojos, inclinar la
cabeza sobre las almohadas y dejarse desvanecer. Pero recobraba el sentido, y a riesgo de
nuevo pasmo volva a la lectura, a devorar aquellas pginas por las cuales en otro tiempo su

321

espritu distrado, creyndose vanamente religioso, haba pasado sin ver lo que all estaba,
con hasto, pensando que las visiones de una mstica del siglo diez y seis no podan edificar
su alma aprensiva, delicada, triste.
La debilidad haba aguzado y exaltado sus facultades; Ana penetraba con la razn y
con el sentimiento en los ms recnditos pliegues del alma mstica que hablaba en aquel
papel spero, de un blanco sucio, de letra borrosa y apelmazada. Pasmbase de que el
mundo entero no estuviese convertido, de que toda la humanidad no cantara sin cesar las
alabanzas de la santa de vila. Oh, bien deca aquel bendito, dulce, triste y tierno fray Luis
de Len: la mano de Santa Teresa, al escribir, era guiada por el Espritu Santo, y por eso
enciende el corazn de quien la saborea.
S, bien encendido tena el suyo Ana; no ms, no ms dolos en la tierra. Amar a
Dios, a Dios por conducto de la santa, de la adorada herona de tantas hazaas del espritu,
de tantas victorias sobre la carne.
Pensando en ella senta a veces punzante deseo de haber vivido en tiempo de Santa
Teresa; o si no: qu placer celestial si ella viviese ahora! Ana la hubiera buscado en el
ltimo rincn del mundo; antes la hubiera escrito derritindose de amor y admiracin en la
carta que le dirigiese. No estaba la Regenta acostumbrada a convertir sus arrebatos
religiosos en oraciones mentales, segn los prudentes consejos del Magistral; su educacin
pagana, dislocada, confusa, daba extraas formas a la piedad sincera, asomaba con todos
sus resabios de incoherencia y ligereza despus de tantos aos.
Deseaba encontrar semejanzas, aunque fuesen remotas, entre la vida de Santa
Teresa y la suya, aplicar a las circunstancias en que ella se vea los pensamientos que la
mstica dedicaba a las vicisitudes de su historia.
El espritu de imitacin se apoderaba de la lectora, sin darse ella cuenta de tamao
atrevimiento.
La Santa haba encontrado refuerzo de piedad en el Tercer Abecedario , por Fr.
Francisco de Osuna, y Ana mand a Petra a las libreras a buscar aquel libro. No pareci el
Tercer Abecedario, el Magistral no lo tena tampoco. Pero mejor era su suerte en lo tocante
al confesor. Veinte aos lo haba buscado Teresa de Jess como convena que fuera, y no
pareca. Ana recordaba entonces a su Magistral y lloraba enternecida. Qu grande hombre
era y cunto le deba! Quin sino l haba sembrado aquella piedad en su alma?
En cuanto pudo levantarse, uno de sus primeros cuidados fue escribir a don Fermn
una carta con que haba soado ella muchas noches, que era uno de sus caprichos de
convaleciente. La escribi sin que lo supiera Quintanar, que le tena prohibidos toda clase de
quebraderos de cabeza.
De Pas visitaba a menudo a la Regenta, y estaba encantado de los progresos que la
piedad ms pura haca en aquel espritu. Pero ella quera escribirle; de palabra no se atreva
a decir ciertas cosas ntimas, profundas; adems no poda decirlas; y sobre todo, la retrica,
que era indispensable emplear, porque a ideas grandes, grandes palabras, le pareca
amanerada, falsa en la conversacin, de silla a silla.
La carta, de tres pliegos, la llev Petra a casa del Provisor; la recibi Teresina
sonriente, ms plida y ms delgada que meses atrs, pero ms contenta. El Magistral se
encerr en su despacho para leer. Cuando su madre le llam a comer, don Fermn se
present con los ojos relucientes y las mejillas como brasas. Doa Paula miraba a su hijo y a
Teresina alternativamente, encoga los hombros cuando no la vean ni la doncella, que iba y
vena con platos y fuentes, ni su hijo que miraba al mantel distrado, comiendo por mquina
y muy poco. Teresina era ya toda del seorito; nada deca al ama de las cartas que a don
Fermn entregaba. Las traa Petra, que llamaba a la puerta con sea particular, bajaba
Teresa, en silencio se besaban como las seoritas, en ambas mejillas, cuchicheaban, rean

322

sin ruido y se daban algn pellizco. Petra reconoca cierta superioridad en la otra, la adulaba,
alababa la mata de pelo negro, los ojos de Dolorosa, el cutis y dems prendas envidiables de
su amiga. Teresina prometa futuras ventajas a Petra, y se despedan con ms besos.
Quin ha estado ah? preguntaba doa Paula.
Era un pobre o uno del pueblo. Nunca se deca la verdad. Doa Paula no
sospechaba nada contra la lealtad de la doncella. Registrndole el bal, en su ausencia,
haba encontrado varias alhajas que bien valdran dos mil reales. Haba sonredo entre
satisfecha y envidiosa. Dos mil reales valdra aquello... s... era demasiado... era un
escndalo. Si el decoro lo permitiese... si no fuese por vergenza... exigira que se le dejase
a ella recompensar a las gentes como merecan, sin despilfarros ociosos. El descubrimiento
la satisfaca; aquello era obra suya al fin y al cabo, pero los dos mil reales le dolan: tambin
eran suyos.
Al da siguiente de recibir la carta, muy temprano, el Magistral sali de casa, fue al
Paseo Grande, busc un lugar retirado en los jardines que lo rodean; y sin ms compaa
que los pjaros locos de alegra, y las flores que hacan su tocado lavndose con roco,
volvi a leer aquellos pliegos en que Ana le mandaba el corazn desledo en retrica mstica.
Ya casi saba de memoria algunos prrafos de los que le parecan ms interesantes y para l
ms halageos; y como la alegra le inundaba el corazn, se senta hecho un chiquillo
aquella maana sonrosada de un da de fines de Mayo, nublado, fresco, antes de que el sol
rasgara el toldo blanquecino con tonos de rosa que cubra la lontananza por Oriente.
Se puso de pie el Magistral, mir a todos lados por encima del seto de boj que
rodeaba su escondite, y al verse solo, solo de seguro, se le ocurri mezclar a la chchara
insustancial y armoniosa de los pjaros que saltaban de rama en rama sobre su cabeza, su
voz ms dulce y meldica, recitando aquellas palabras de espiritual hermosura que la
Regenta le haba escrito.
Ya tengo el don de lgrimas, ley el Magistral en voz alta como dicindoselo a
jilgueros y gorriones, petirrojos y dems vecinos de la enramada, ya lloro, amigo mo por
algo ms que mis penas; lloro de amor, llena el alma de la presencia del Seor a quien
usted y la santa querida me ensearon a conocer. No tema que vuelva la pereza a
detenerme en casa olvidada de mi salvacin; ya s que la tibieza es muerte, ledo tengo lo
que dice nuestra querida Madre y Maestra hablando de sus pecados: no haca caso de los
veniales y esto fue lo que me destruy. Yo ni de los mortales hice caso, y aunque usted me
adverta del peligro, segu mucho tiempo ciega; pero Dios me mand a tiempo (creo yo que
era a tiempo; verdad, hermano mo?) me mand a tiempo el mal; vi en las pesadillas de la
fiebre el Infierno, y vilo como nuestra Santa en agujero angustioso, donde mi cuerpo
estrujado padeca tormentos que no se pueden describir; y a m adems, por la carne
aterida y erizada me pasaban llagas asquerosas unos fantasmas que eran diablos vestidos
por irrisin, de clrigos, con casullas y capas pluviales. En fin, de esto ya le habl. Pero no
slo del terror naci mi piedad, que ahora creo que va de veras, sino tambin de amor de
Dios, y de un deseo vehemente de seguir a millones de millones de leguas a mi modelo
inmortal. Y para decirlo todo, sepa que en mucho, en mucho, debo al afn de no ser ingrata
esta voluntad firme de hacerme buena. Santa Teresa vivi muchos aos sin encontrar quien
pudiera guiarla como ella quera; yo, ms dbil, recib ms pronto amparo de Dios por mano
de quien quisiera llamar mi padre y prefiere que no le llame sino hermano mo; s, hermano
mo, hermano muy querido, me complazco en llamrselo, aqu, ahora, segura del secreto,
sin odos profanos que entenderan las palabras con la impureza ruin que ellos llevarn
dentro de s, feliz yo mil veces que a la primera ocasin en que tuve idea de ser buena, hall
quien me ayudara a serlo. Y cunto tiempo tard en entenderle del todo! Pero mi hermano,
mi hermano mayor querido me perdona verdad? Y si necesita pruebas, si quiere que sufra
penitencias, hable, mande, ver cmo obedezco. Mas no extrao haber querido tanto tiempo
lo que la Santa declara haber querido tambin concertar vida espiritual y contentos y

323

gustos y pasatiempos sensuales. Ahora esto se acab. Usted dir por dnde hemos de ir;
yo ir ciega. De la confianza cariosa de que me hablaba el otro da, al salir yo de aquel
paroxismo, estoy tambin enamorada, quiero tambin que sea como lo dijo mi hermano. Y
hasta en eso seguiremos, adems de esos monjes alemanes o suecos de que usted me
habl, a la misma Teresa de Jess, que, como usted sabe, con buenas palabras y creo yo
que hasta bromas alegres que tena, con pursima intencin, con un clrigo amigo suyo,
consigui apartarle del pecado. Recuerdo lo que dice: aquel confesor le tena gran aficin,
pero estaba perdido por culpa de unos amores sacrlegos; habale hechizado una mujer con
malas artes, con un idolillo puesto al cuello, y no ces el mal hasta que la Santa, por la gran
aficin que su confesor le tena, logr que l le entregase el hechizo, aquel dolo que era
prenda del amor infame; y usted sabe que ella lo arroj al ro y el clrigo dej su pecado y
muri despus libre de tan gran delito. Amistades as ayudan en la vida, que sin ellas es
como un desierto, y los que de ellas pudieran sospechar son los malvados, que no han de
saberlas, porque son incapaces de entender como se debe cosa tan buena y que tanto sirve
para la salvacin de los dbiles. Aqu el dbil no es el confesor, sino la penitente; usted no
tiene hechizos colgados del cuello, ni tenemos dolos que echar al ro... yo soy la pecadora,
aunque ningn hombre me hizo el mal que aquella mujer al clrigo hechizado; slo quise a
mi marido, y de ste ya sabe usted de qu modo estoy enamorada; no con pasin que quite
a Dios cosa suya, sino con el suave afecto y los tiernos cuidados que se le deben. En esto he
mejorado mucho; porque fray Luis de Len me ense en su Perfecta casada que en cada
estado la obligacin es diferente; en el mo mi esposo mereca ms de lo que yo le daba,
pero advertida por el sabio poeta y por usted, ya voy poniendo ms esmero en cuidar a mi
Quintanar y en quererle como usted sabe que puedo. Y por cierto que he de poner por obra
un proyecto que tengo, que es convertirle poco a poco y hacerle leer libros santos en vez de
patraas de comedias. Algo he de conseguir, que l es dcil y usted me ayudar. Tambin
en esto imitar a nuestra Doctora, que puso empeo en traer a mayor piedad a su buen
padre, que ya tena mucha...
Estos ltimos prrafos ya no los lea el Magistral en voz alta, sino que haba vuelto a
sentarse y lea sin ruido y para adentro. Aunque algunos celos tena de Santa Teresa, de la
que vea enamorada a su amiga, estaba satisfecho, y el gozo le saltaba por ojos, mejillas y
labios. Aquello era vivir; lo dems era vegetar. Ana era, al fin, todo aquello que l haba
soado, lo que una voz secreta le haba dicho el da en que ella se haba acercado por
primera vez a su confesonario. Segua el Magistral ocultndose a s mismo las
ramificaciones carnales que pudiera tener aquella pasin ideal que ya se confesaban los dos
hermanos; no quera pensar en esto, no quera sustos de conciencia ni peligros de otro
gnero, no quera ms que gozar aquella dicha que se le entraba por el alma.
Al leer lo de hermano mayor querido, le daba el corazn unos brincos que
causaban delicia mortal, un placer doloroso que era la emocin ms fuerte de su vida; pues
bueno, esto bastaba, esto era el hecho, la realidad; qu falta haca darle un nombre? Lo
que importaba era la cosa, no el nombre. Adems, acabase aquello como acabase, l estaba
seguro de que nada tena que ver lo que l senta por Ana con la vulgar satisfaccin de
apetitos que a l no le atormentaban. Cuando pensaba as oy el Magistral a su espalda,
detrs del rbol en que se apoyaba, al otro lado del seto, una voz de nio que recitaba con
canturia de escuela Veritas in re est res ipsa, veritas in intellectu.... Era un seminarista de
primer ao de filosofa que repasaba la primera leccin de la obra de texto, Balmes. El
Magistral se alej sin ser visto, pensando entonces en los aos en que l tambin aprenda
que la verdad en la cosa es la cosa misma. Ahora le importaba muy poco la cosa misma, y
la verdad y todo... no quera ms que hundir el alma en aquella pasin innominada que le
haca olvidar el mundo entero, su ambicin de clrigo, las trampas srdidas de su madre de
que l era ejecutor, las calumnias, las cbalas de los enemigos, los recuerdos vergonzosos,
todo, todo, menos aquel lazo de dos almas, aquella intimidad con Ana Ozores. Cuntos
aos haban vivido cerca uno de otro sin conocerse, sin sospechar lo que les guardaba el

324

destino! S, el destino, pensaba el Magistral, no quera decirse a s mismo la Providencia;


nada de teologa, nada de quebraderos de cabeza que haban hecho de su adolescencia y
primera juventud un desierto estril por donde slo pasaban fantasmas, aprensiones de
loco, figuras apocalpticas. Bastaba para siempre de todo aquello. Ni aquello ni lo que haba
seguido: la ceguera de los sentidos, la brutalidad de las pasiones bajas, subrepticiamente
satisfechas hasta el hartazgo; esto era vergonzoso, ms que por nada por el secreto, por la
hipocresa, por la sombra en que haba ido envuelto; ahora, sin aprensin, sin escrpulos,
sin tormentos del cerebro, la dicha presente; aquella que gozaba en una maana de Mayo
cerca de Junio, contento de vivir, amigo del campo, de los pjaros, con deseos de beber
roco, de oler las rosas que formaban guirnaldas en las enramadas, de abrir los capullos
turgentes y morder los estambres ocultos y encogidos en su cuna de ptalos. El Magistral
arranc un botn de rosa con miedo de ser visto; sinti placer de nio con el contacto fresco
del roco que cubra aquel huevecillo de rosal; como no ola a nada ms que a juventud y
frescura, los sentidos no aplacaban sus deseos, que eran ansias de morder, de gozar con el
gusto, de escudriar misterios naturales debajo de aquellas capas de raso... El Magistral,
perdindose por senderos cubiertos por los rboles, bajaba hacia Vetusta cantando entre
dientes, y tiraba al alto el capullo, que volva a caer en su mano, dejando en cada salto una
hoja por el aire; cuando el botn ya no tuvo ms que las arrugadas e informes de dentro,
don Fermn se lo meti en la boca y mordi con apetito extrao, con una voluptuosidad
refinada de que l no se daba cuenta.
Lleg a la catedral. Entr en el coro. El Palomo barra. Don Fermn le habl con
caricias en la voz. Le deba muchos desagravios. Cuntos sofiones intiles haba sufrido el
pobre perrero! Ahora le halagaba, alababa su celo, su amor a la catedral; el Palomo,
pasmado y agradecido, se deshaca en cumplidos y buenas palabras. De Pas se acerc al
facistol, hoje los libros grandes del rezo y hasta solfe un poco en voz baja, leyendo la
msica sealada con notas cuadradas, de un centmetro por lado. Todo estaba bien. Los
rganos all arriba extendan su lengetera en rayas verticales y horizontales,
deslumbrantes; parecan dos soles cara a cara. ngeles dorados tocaban el violn cerca de la
bveda, a la que trepaban los relieves platerescos de los rganos; detrs del coro, en lo alto
de las naves laterales, las ventanas y rosetones dejaban pasar la luz deshacindola en rojo,
azul, verde y amarillo.
En un lado san Cristbal sonrea con boca encarnada de una cuarta, partida por un
plomo, al Nio de la Bola, que mantena un mundo verde sobre su mano amarilla. En frente
vio el Magistral el pesebre de Beln cuadriculado tambin por rayas opacas. Jess sonrea a
la mula y al buey en su cuna de heno color naranja. Don Fermn miraba todo aquello como
por la primera vez de su vida. Haca un fresco agradable en la iglesia y el olor de humedad
mezclado con el de la cera le pareca fino, misteriosamente simblico y a su modo
voluptuoso. Aquella maana cumpli en el coro como el mejor, y sinti no ser hebdomadario
para lucirse. Glocester, al verle tan alegre y decidor, amable con amigos y enemigos ocultos,
se dijo: Disimula! Pues a disimulo no me ha de ganar este simonaco! Y se deshizo en
amabilidad, cortesa y bromas lisonjeras. Bueno era l.
Ha visto usted deca al salir de la catedral don Custodio qu satisfecho est el
Provisor?
Y contestaba Glocester, al odo del beneficiado:
Es que ya no tiene vergenza; se ha puesto el mundo por montera.
Debe de haber pasado algo gordo...
A qu crimen alude usted?
Al de adulterio...

325

Ps... yo creo que... todava estn algo verdes. Sin embargo, por l no quedar, y el
crimen es el mismo...
A Glocester le disgustaba figurarse al Magistral vencedor de la Regenta. Era caso de
envidia. Pero convena suponerlo, para cargar el delito a la cuenta de los muchos que
atribuan al enemigo.
Don Fermn, a las once, record que era da de conferencia en la Santa Obra del
Catecismo de las Nias. l era el director de aquella institucin docente y piadosa, que
celebraba sus sesiones en el crucero de la iglesia de Santa Mara la Blanca. Senta el humor
ms apropsito para el caso. Con mucho gusto entr en aquel templo risueo, alegre, con
sus adornos flamgeros de piedra blanca esponjosa. En medio del recinto se levantaba una
plataforma de tabla de pino, de quita y pon; sobre ella, a un lado, haba tres filas de bancos
sin respaldos, y enfrente de ellos una mesa cubierta de damasco viejo, manchado de cera,
presidida por un silln de pana roja y varios taburetes de igual pao. El silln era para el
Magistral, los taburetes para los capellanes catequistas, y en los bancos se sentaban las
nias de siete a catorce aos que aprendan la doctrina cristiana, ms algo de liturgia,
historia sagrada y cnticos religiosos.
Cuando De Pas entr en el templo hubo un murmullo en los bancos de la plataforma,
semejante al rumor de una rfaga que rueda sobre las copas de los rboles.
Tom el amado director agua bendita y, despus de santiguarse, subi, radiante de
alegra evanglica, las gradas de la plataforma; se frot las manos y a una nia de ocho
aos que encontr de pie al paso, la sujet suavemente; y mientras l miraba a la bveda y
morda el labio inferior, oprima contra su cuerpo la cabeza rubia y entre los dedos de la
mano estrujaba, sin lastimarla, una oreja rosada.
Qu pjaro me habr dicho a m que doa Rufinita no quiere ser buena, y enreda
en la iglesia y descompone el coro cuando canta?
Carcajada general. Las nias ren de todo corazn y el templo retumba devolviendo el
eco de la alegra desde la bveda blanca, llena de luz que penetra por ventanas anchas de
cristales comunes.
Todo lo que dice all el Magistral se re; es un chiste. Nios y clrigos estn como en
su casa. Los pocos fieles esparcidos por la iglesia son beatas que rezan con devocin; no se
piensa en ellas. A veces son espectadores de aquella algazara algunos adolescentes y pollos
con cascarn que tienen en los bancos de la plataforma sus amores. Los catequistas,
jvenes todos, no ven con buenos ojos a tales seoritos que vienen con propsitos profanos.
El Magistral no se sent en el silln de la presidencia. Prefera pasear por el tablado
haciendo eses, inclinando el cuerpo con ondulaciones de palmera, acercndose de vez en
cuando a los bancos llenos de alegra para azotar una mejilla con suave palmada, o decir al
odo de un angelito con faldas un secreto que excita la curiosidad de todas y origina siempre
una broma de las que sabe preparar don Fermn de modo que acaben en leccin moral o
religiosa. Tambin los catequistas alegres, graciosos, vivarachos, van y vienen, reprenden a
las educandas con palabras de miel y sonrisas paternales y se meten entre banco y banco
mezclando lo negro de sus manteos redundantes con las faldas cortas de colores vivos, y el
blanco de nieve de las medias que cien pantorrillas de mujer a las que el traje largo no dio
todava patente de tales. En la primera fila se mueven, siempre inquietas, sobre la dura
tabla, las nias de ocho a diez aos, anafroditas las ms, hombrunas casi en gestos, lneas y
contornos, algunas rodeadas de precoces turgencias, que sin disimulo deja ver su traje de
inocentes; algo avergonzadas, sin conciencia clara de ello, de su desarrollo temprano.
Mirando estos capullos de mujer, don Fermn recordaba el botn de rosa que acababa de
mascar, del que un fragmento arrugado se le asomaba a los labios todava. En las siguientes
filas estaban las educandas de doce y trece primaveras, presumidillas, entonadas; y detrs

326

de stas las seoritas que frisaban con los quince, flor y nata de la hermosura vetustense
algunas de ellas, casi todas iniciadas en los misterios legendarios del amor de devaneo,
muchas prximas a la transformacin natural que revela el sexo, y dos o tres, pequeas,
plidas y recias, mujeres ya, disfrazadas de nias, con ojos pensadores cargados de malicia
disimulada. Cuando comenzaban las lecciones y los ensayos de coro, las nias se
levantaban, se repartan en secciones por el tablado, formaban crculos, los deshacan, como
bailarinas de pera, y los catequistas dirigiendo aquellos remolinos ordenados, aspiraban,
entre tanta juventud verde, aroma s espirituales de voluptuosidad quintiesenciada con
cierta dentera moral que les encenda las mejillas y los ojos, y causaba en su naturaleza
robusta efectos anlogos a los del kirschen o del ajenjo.
El Magistral, como el pez en el agua, entre aquellas rosas que eran suyas y no del
Ayuntamiento como las del Paseo grande, se recreaba en los ojos de las que ya los tenan
transparentes de malicia; y, ms sutilmente, encontraba placer en manosear cabellos de
ngeles menores. Lleg la hora de los discursos, despus de los cnticos, en que la voz de
algunas revelaba, mejor que su cuerpo, los misterios fisiolgicos por que estaban pasando.
Una joven de quince aos, catorce oficialmente, se adelant, y colocada cerca de la mesa,
recit con desparpajo una filpica un tanto moderada por los eufemismos de la retrica
jesutica, contra los materialistas modernos, que negaban la inmortalidad del alma. Era
rubia, de un blanco de jaspe, de facciones correctas, a excepcin de la barba que apuntaba
hacia arriba; tena el torso de mujer, y debajo de la falda ajustada se dibujaban muslos
poderosos, macizos, de curvas armoniosas, de seduccin extraa. Tena los ojos azules
claros; el metal de la voz, vibrante, poco agradable, hiertico en su monotona, expresaba
bien el fanatismo casi inconsciente de un alma que preparaban para el convento. La rubia
hermosa, con brazos de escultura griega, no entenda cabalmente lo que iba diciendo, pero
adivinaba el sentido de su arenga, y le daba el tono de intolerancia y de soberbia que le
c onvena. Tambin ella pareca una estatua de la soberbia y de la intolerancia: una estatua
hermossima. Sus compaeras, los catequistas, el escaso pblico esparcido por la nave la
oan con asombro, sin pensar en lo que deca, sino en la belleza de su cuerpo y en el tono
imponente de su voz metlica. Era la obediencia ciega de mujer, hablando; el smbolo del
fanatismo sentimental, la iniciacin del eterno femenino en la eterna idolatra. El Magistral,
con la boca abierta, sin sonrer ya, con las agujas de las pupilas erizadas, devoraba a
miradas aquella arrogante amazona de la religin, que labraba con arte la naturaleza, por
fuera, y l por dentro, por el alma. S, era obra suya aquel fanatismo deslumbrador; aquella
rubia era la perla de su museo de beatas; pero todava estaba en el taller. Cuando aquel
vestido gris, que no tapaba los pies elegantes y algo largos, y dejaba ver dos dedos de
pierna de matrona esbelta, llegase al suelo, la maravilla de su estudio saldra a luz, el
pblico la admirara y para s la guardara la Iglesia.
La historia sagrada estaba a cargo de una morena regordeta, de facciones finas, de
expresin dulce, tmida y nerviosa. Apretaba con el cuerpo del vestido tempranos frutos
naturales, como si fueran una vergenza; y ms que en su oracin pensaba en que los
muchachos que miraban desde abajo podan verla las pantorrillas, que tapaba mal la falda a
pesar de los esfuerzos de la castidad instintiva. No pudo terminar la historia de los Macabeos
que tena a su cargo. Se le puso un nudo en la garganta, le zumbaron los odos y todo el
lado derecho de la cabeza se qued de repente fro y el cutis plido. Se pona enferma de
vergenza. Tuvo que salir de la iglesia. El desparpajo de otras oradoras precoces hizo olvidar
la escena triste y desairada de la nia pusilnime, que haba salido llorando. El Magistral
reanim tambin el espritu de la escuela con chascarrillos morales y aplogos joco
msticos. Las muchachas se moran de risa, se retorcan en los bancos y dejaban ver a los
profanos y a los catequistas, relmpagos de blancura debajo de las faldas que movan
indiscretas, sin pensar en ello muchas, algunas sin pensar en otra cosa.
Cuando sali don Fermn de Santa Mara la Blanca tena la boca hecha agua
engomada. Aquellas sensaciones, que le haban invadido por sorpresa, le recordaban aos

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que quedaban muy atrs. No le gustaba aquello; era poca formalidad. Diablo de chicas!
iba pensando. De todas suertes, lo que le pasaba probaba que an era joven, que no era por
necesidad disfrazada de idealismo por lo que se juraba ser platnico, siempre platnico, o
por lo menos indefinidamente, en sus relaciones con la fiel y querida amiga. Volvi su
pensamiento a la Regenta, y aquel vago y picante anhelo con que saliera de la iglesia se
convirti en deseo fuerte y definido de ver a doa Ana, de agradecerle su carta y decrselo
con la ms eficaz elocuencia que pudiera.
Tuvo bastante fortaleza para contener sus ansias y dejar para la tarde la visita. Su
madre le habl como siempre, de lo que se murmuraba y l encogi los hombros. Oa la voz
dura y seca de doa Paula anunciando, por asustarle, el cataclismo de su fortuna, la ruina
de su honra, como si le hablase de los cataclismos geolgicos del tiempo de No. Le pareca
que era otro Provisor aquel de quien el pblico se quejaba. Ambicin, simona, soberbia,
sordidez, escndalo!... qu tena l que ver con todo aquello? Para qu perseguan a aquel
pobre don Fermn si ya haba muerto? Ahora el don Fermn era otro, otro que despreciaba a
sus vecinos y ni siquiera se tomaba la molestia de quererlos mal. l viva para su pasin,
que le ennobleca, que le redima. Si le apuraban, dara una campanada. El Magistral
gozaba encontrando dentro de s semejante hombre, ms fuerte que nunca, decidido a todo,
enamorado de la vida que tiene guardados para sus predilectos estos sentimientos intensos,
avasalladores. La realidad adquira para l nuevo sentido, era ms realidad. Se acordaba de
las dudas de los filsofos y los ensueos de los telogos y le daban lstima. Los unos
negando el mundo, los otros volatilizndolo, parecanle desocupados dignos de compasin.
La filosofa era una manera de bostezar. La vida era lo que senta l; l, que estaba en el
rin de la actividad, del sentimiento. Una mujer deslumbrante de hermosura por alma y
cuerpo, que en una hora de confesin le haba hecho ver mundos nuevos, le llamaba ahora
su hermano mayor querido, se entregaba a l para ser guiada por las sendas y trochas del
misticismo apasionado, potico... Afortunadamente l tena arte para todo: sabra ser
mstico hasta donde hiciera falta, perderse en las nubes sin olvidar la tierra. Recordaba que
aos atrs haba pensado en escribir novelas, en hacer una sibila verdaderamente cristiana
y una Fabiola moderna; lo haba dejado, no por sentirse con pocas facultades, sino porque le
haca dao gastar la imaginacin. Las novelas era mejor vivirlas.
Cosas as pensaba, dando golpecitos con un cuchillo sobre una corteza de pan,
mientras su madre narraba las cbalas de Glocester y las maquinaciones de los conjurados
del Casino.
En cuanto pudo el Magistral escap de casa, prometiendo ir a sondear al Obispo.
Tom el camino de la Plaza Nueva. El casern de la Rinconada le pareci envuelto en una
aureola.
Le recibieron Ana y Don Vctor en el comedor. Ya era amigo de confianza. Durante las
dos enfermedades de la Regenta, el Magistral haba prestado muchos servicios a don Vctor,
y ste aunque le era algo antiptico el Magistral, se los haba agradecido. Pero ya empezaba
Quintanar, que siempre haba sido regalista, a sospechar algo malo de la influencia del
sacerdocio en su hogar, o sea el imperio. El clero era absorbente. Sobre todo don Fermn
haba sido un poco jesuita. Jesuita! El casuismo!... El Paraguay!... Caveant consules!
Aunque la cortesa, ley suprema, le obligaba al ms fino trato, no menos que la gratitud, don
Vctor estuvo un poco fro con el cannigo, pero de modo que el otro no lo ech de ver
siquiera. Not que estorbaba all el amo de la casa, pero nada ms.
Ana, afectuosa, lnguida todava, haba estrechado la mano a su confesor, que sin
darse cuenta, prolong cuanto pudo el contacto. Don Vctor los dej solos a eso de las seis.
Le esperaban en el Gobierno Civil para una junta de ganaderos. Se trataba de traer
sementales del extranjero. Pero don Vctor trataba principalmente de que le eligiesen
segundo vicepresidente y reclamaba para Frgilis la primera secretara. Frgilis haba jurado

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renunciarla, pero no importaba; de todas suertes la eleccin era una honra para ellos,
aunque lo negase el sarraceno de Toms. Quintanar contaba con el gobernador. Sali.
La Regenta sonri a don Fermn y dijo:
Dir usted que soy una loca; para qu escribirle cuando podemos hablar todos los
das? No pude menos. Soy tan feliz! y debo en tanta parte a usted mi felicidad! Quise
contener aquel impulso y no pude. A veces me reprendo a m misma porque pienso que robo
a Dios muchos pensamientos para consagrarlos al hombre que se sirvi escoger para
salvarme.
El Magistral se senta como estra ngulado por la emocin. La Regenta hablaba ni ms
ni menos como l la haba hecho hablar tantas veces en las novelas que se contaba a s
mismo al dormirse.
No vacil en referir todo lo que haba pasado por l desde que leyera aquella carta.
El mundo sin una amistad como la suya era un pramo inhabitable; para las almas
enamoradas de lo Infinito, vivir en Vetusta la vida ordinaria de los dems era como
encerrarse en un cuarto estrecho con un brasero. Era el suicidio por asfixia. Pero abriendo
aquella ventana que tena vistas al cielo, ya no haba que temer.
La Regenta habl de Santa Teresa con entusiasmo de idlatra; el Magistral aprobaba
su admiracin, pero con menos calor que empleaba al hablar de ellos, de su amistad, y de la
piedad acendrada que vea ahora en Anita. Don Fermn tena celos de la Santa de vila.
Adems, vea a su amiga demasiado inclinada a las especulaciones msticas, tema
que cayera en el xtasis, que tena siempre complicaciones nerviosas, y era preciso evitar
que pudiesen culparle a l de otra enfermedad probable si Ana segua aquel camino
peligroso. Aconsej la actividad piadosa. En su estado y en el tiempo en que viva la pura
contemplacin tena que dejar mucho espacio a las buenas obras. Si ahora senta Anita
cierta pereza de rozarse otra vez con el mundo, se deba a la convalecencia de que en rigor
no haba salido; pero cuando el vigor volviera por completo ya no la asustara la accin, el ir
y venir; el trabajar en la obra de piedad a que se la invitaba.
Desde aquel da el Magistral influy cuanto pudo en aquel espritu que dominaba por
entonces, para arrancarle de la contemplacin y atraerle a la vida activa. Si se remontaba
demasiado, le olvidara a l, que al fin era un ser finito. Santa Teresa haba dicho, y Ana
recordaba a cada momento que tena: '...Una luz de parecerle de poca estima todo lo que se
acaba', y como don Fermn haba de acabarse, le espantaba la idea de que por eso Ana
llegase a tenerle en poco.
No hubiera sido el temor vano si las cosas hubiesen seguido como los primeros
meses. Aunque tanto quera a su confesor, Ana muchas horas le olvidaba por completo
como a todas las cosas del mundo.
Encerrada en su alcoba o en su tocador, que ya tena algo de oratorio, sin necesidad
de estmulos exteriores, perdida en las soledades del alma, de rodillas o sentada al pie de su
lecho, sobre la piel de tigre, con los ojos casi siempre cerrados, gozaba la voluptuosidad
dctil de imaginar el mundo anegado en la esencia divina, hecho polvo ante ella. Vea a Dios
con evidencia tal, que a veces senta deseos vehementes de levantarse, correr a los
balcones y predicar al mundo, mostrndole la verdad que ella palpaba; y entonces le
costaba trabajo reconocer la realidad de las criaturas. Qu pequeas eran! qu frgiles!
cunto ms tenan de apariencia que de nada! Lo nico que en ellas vala no era de ellas,
era de Dios, era cosa prestada. Dichas! dolores! palabras nada ms. cmo apreciarlos y
distinguirlos si lo poco, lo nada que duraban no daba tiempo a ello? Ana recordaba la vida
de unos mosquitos muy pequeos que crecan todas las maanas a la orilla del ro, volaban
desde la ribera sobre las aguas, y en medio de ellas moran y eran pasto de unos peces que
contaban todos los das con aquel alimento. Pues as era el vivir para todas las criaturas, un

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rayo de sol que se cruza, para volver a la sombra de que vino. Y estos pensamientos, que
antiguamente la atormentaban, ahora le daban alegra. Porque el vivir era el estar sin Dios;
el morir, renacer en l, pero renunciando a s mismo.
Y como si sus entraas entrasen en una fundicin, Ana senta chisporroteos dentro de
s, fuego lquido, que la evaporaba... y llegaba a no sentir nada ms que una idea pura,
vaga, que aborreca toda determinacin, que se complaca en su simplic idad. Prolongaba
cuanto poda aquel estado; tena horror al movimiento, a la variedad, a la vida.
Entonces sola don Vctor asomar la cabeza, con su gorro de borla dorada, por la
puerta de escape que abra con cautela, sin ruido... Anita no le oa; y l, un poco asustado,
con una emocin como crea que la tendra entrando en la alcoba de un muerto, se retiraba,
de puntillas, con un respeto supersticioso. A dos cosas tena horror: al magnetismo y al
xtasis. Ni electricidad ni misticismo! Una vez le haba dado una bofetada a un chusco que
le haba cogido por la levita, en el gabinete de fsica de la Universidad, para hacerle entrar
en una corriente elctrica. Don Vctor haba sentido la sacudida, pero acto continuo zas!
haba santiguado al gracioso. El magnetismo, en que crea (aunque estaba en mantillas,
segn l, esta ciencia) le asustaba tambin; y en cuanto a ver a su Divina Majestad, o
figurrsele, le pareca emocin superior a sus fuerzas. Yo no necesito de eso para creer en
la Providencia. Me basta con una buena tronada para reconocer que hay un ms all y un
Juez Supremo. Al que no le convence un rayo, no le convence nada.
Pero respetaba la religiosidad exaltada de su esposa desde que vea que iba de
veras.
Llegaba de la calle; llamaba con una aldabonada suave... suba la escalera
procurando que sus botas no rechinasen, como solan, y preguntaba a Petra en voz baja,
con cierto misterio triste:
Y la seora? dnde est?
Como si preguntara cmo va la enferma? As andaba por todo el casern, como si
estuviera muriendo alguno. Sin darse cuenta del porqu, don Vctor se figuraba el misticismo
de su mujer como una cefalalgia muy aguda. Lo principal era no hacer ruido. Si el gato de
Anselmo mayaba abajo, en el patio, don Vctor se enfureca, pero sin dar voces, gritaba con
timbre apagado y gutural:
A ver! ese gato! que se calle o que lo maten!
Entraba en su despacho. Volva entonces a sus mquinas y colecciones; a veces tena
que clavar, serrar o cepillar. Cmo no hacer ruido? Sobre todo, el martillo atronaba la casa.
Quintanar lo forr con bayeta negra, como un catafalco, y as clavaba, los martillazos
apagados tenan una resonancia mate, fnebre, de mal agero, que llenaba de melancola a
don Vctor. Los canarios, jilgueros y tordos de su pajarera, que hacan demasiado ruido,
fueron encerrados bajo llave, para que no llegasen sus cnticos profanos al tocador
oratorio de la Regenta.
Se acostumbr don Vctor de tal modo a hablar en voz baja, que hasta en la huerta,
pasendose con Frgilis, eran sus palabras un rumorcillo leve.
Pero, hombre, parece que hablas con sordina... deca Crespo mal humorado.
Quintanar le consultaba acerca del estado de Ana.
A ti qu te parece de esto?
Ps... all ella. Sus razones tendr.
Yo creo, Toms, aqu para interinos... que Anita se nos hace santa, si Dios no lo
remedia. A m me asusta a veces. Si vieses qu ojos en cuanto se distrae! Ello sera un

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honor para la familia... indudablemente, pero... ofrece sus molestias... Sobre todo, yo no
sirvo para esto. Me da miedo lo sobrenatural. Tendr apariciones?
amigo.

Frgilis se permita la confianza de no contestar a las que estimaba sandeces de su

Tambin l pensaba en Anita. La vea muchas veces desde la huerta, en su gabinete,


sentada, arrodillada o de bruces al balcn mirando al cielo. Ella casi nunca reparaba en l;
no era como antes, que le saludaba siempre. Aquello de Ana tambin era una enfermedad, y
grave, slo que l no saba clasificarla. Era como si tratndose de un rbol, empezara a
echar flores y ms flores, gastando en esto toda la savia; y se quedara delgado, delgado, y
cada vez ms florido; despus se secaban las races, el tronco, las ramas y los ramos, y las
flores, cada vez ms hermosas, venan al suelo con la lea seca; y en el suelo... en el
suelo... si no haba un milagro, se marchitaban, se podran, se hacan lodo como todo lo
dems. As era la enfermedad de Anita. En cuanto al contagio, que deba de haberlo habido,
l lo atribua al Magistral. Se acordaba del guante morado. Mucho tiemp o lo haba tenido
olvidado, pero un da se le ocurri preguntar a la Regenta si las seoras usaban guantes de
seda morada y ella se haba redo. Era, por consiguiente, un guante de cannigo. Ripamiln
no los usaba casi nunca. No quedaba ms cannigo probable que el Magistral; el nico
bastante listo para meter aquellas cosas en la cabeza de Ana. Del Magistral era el guante,
sin duda. Y Petra andaba en el ajo. Era encubridora. De qu? sta era la cuestin. De nada
malo deba de ser. Anita era virtuosa. Pero la virtud era relativa, como todo; y sobre todo,
Anita era de carne y hueso. Frgilis no tema lo presente, sino lo futuro; lo que poda
suceder. No vea una falta, sino un peligro. Algo haba odo de lo que se murmuraba en
Vetusta, aunque en su presencia no se atrevan las malas lenguas a poner en tela de juicio
el honor de los Quintanar. Se le miraba como hermano de don Vctor. De todas maneras, l
estara alerta. Y segua velando por los rboles de don Vctor y por su honor tal vez en
peligro.
Petra tampoco vea claro. Estaba desorientada. La conducta de su ama le pareca
propia de una loca. A qu vena aquella santidad? A quin engaaba? Oh! si no fuera
porque ella quera tener contento al Magistral, no servira ms tiempo a la hipcrita que la
utilizaba como correo secreto y no le daba una mala propina, ni le deca palabra de sus
trapicheos ni le pona una buena cara, a no ser aquella de beata bobalicona con que
engaaba a todos.
Petra se encerraba en su cuarto. Colgada de un clavo a la cabec era de su cama de
madera tena una cartera de viaje, sucia y vieja. All guardaba con llave sus ahorros, ciertas
sisas de mayor cuanta, y algunos papeles que podan comprometerla. De all sacaba el
guante morado del Magistral, del que a nadie haba hablado. Era una prueba, no saba de
qu, pero adivinaba que sin saber ella cmo ni cundo, aquella prenda poda llegar a valer
mucho.
Y qu probaba aquel guante respecto a la santidad de la seora? Que era una
hipcrita. Si no fuera por el Magistral!
Los Vegallana y sus amigos estaban asustados. El Marqus crea en la santidad de
Anita; la Marquesa encoga los hombros; tema por la cabeza de aquella chica. Visitacin
estaba volada, furiosa. Sus planes por tierra! Ana resista! No era de tierra como ella!
Obdulia Fandio no envidiaba la santidad de su amiga la Regenta, sino el ruido que meta, lo
mucho que se hablaba de ella por todo el pueblo. Jams haba hecho tanta sensacin ella, la
viudita, con el vestido ms escandaloso, como Ana con su hbito y su beatera. Qu
atrasado, pero qu atrasado estaba aquel miserable lugarn!
Entretanto Ana recobraba el apetito, la salud volva a borbotones. Tena sueos
castos, tales se le antojaban, sin sujeto humano, como deca Ripamiln, pero dulces,
suaves. Senta, medio dormida, a la hora de amanecer sobre todo, palpitaciones de las

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entraas que eran agradable cosquilleo; otras veces, como si por sus venas corriese arroyo
de leche y miel, se le figuraba que el sentido del gusto, de un gusto exquisito, intenso, se le
haba trasladado al pecho, ms abajo, mejor, no saba dnde, no era en el estmago, era
claro, pero tampoco en el corazn; era en el medio. Despertaba sonriendo a la luz. Su
pensamiento primero, sin falta, era para el Seor. Oa los gritos de los pjaros en la huerta,
encontraba en ellos sentido mstico, y la piedad matutina de Ana era optimista. El mundo
era bueno, Dios se recreaba en su obra. Cada da encontraba la Regenta mayor consistencia
en la idea de las cosas finitas; ya no le costaba tanto trabajo reconocer su realidad: volvan
los seres materiales a tener para ella la poesa inefable del dibujo; la plasticidad de los
cuerpos era una especie de bienestar de la materia, una prueba de la solidez del universo, y
Ana se senta bien en medio de la vida. Pensaba en las armonas del mundo y vea que todo
era bueno, segn su gnero. La idea de Dios, la emocin profunda, intensa que le causaba la
evidencia de la divinidad presente, no se deslucan, no se borraban; pero Dios ya no se le
apareca en la idea de su soledad sublime, sino presidiendo amorosamente el coro de los
mundos, la creacin infinita. Empez a olvidar algunas noches la lectura de Santa Teresa.
Segua enamorada de la Doctora sublime, pero algunas opiniones de la Santa prefera
pasarlas por alto, estaban en pugna con las ideas propias; al fin no en balde haban pasado
tres siglos. Empez Ana a comprender mejor lo que el Magistral le quera decir al hablarle
de actividad piadosa.
Es verdad, se deca, no he de vivir en este egosmo de recrearme en Dios; necesito,
s, trabajar ms y ms en la oracin mental y en la contemplacin, para ver ms y ms cada
da en esa regin de luz en que el alma penetra, pero... y mis hermanos? La caridad exige
que se piense en los dems. Ya puedo, ya puedo salir, vivir, sacrificarme por el prjimo; ya
estoy fuerte, Dios lo ha permitido.
El Magistral, mientras duraba la debilidad, le haba prohibido incorporarse para rezar
de rodillas sus oraciones de la maana. Pero ella en cuanto sinti aquella bienhechora
fortaleza de los msculos, que es como el amor propio del cuerpo, gozse en distender los
miembros que volvan a cubrirse de rosas plidas, otra vez repletos de vida circulante. Y sin
descender del lecho, sobre las sbanas tibias, levemente mecida por los muelles del colchn
al incorporarse, rezaba, toda de blanco, sumidas las rodillas redondas y de raso en la
blandura apetecible. Rezaba, y a veces en el entusiasmo de su fervor religioso acercaba el
rostro al Cristo inclinado sobre la cabecera y besaba las llagas de la imagen llorando a
mares. Pensaba que aquellas lgrimas dulces eran la miel mezclada que corra dentro y
ahora saltaba por los ojos en raudal inagotable. Cuando estuvo mejor, an ms fuerte, huy
la pereza del colchn y salt al suelo y rez sobre la piel de tigre. An quera ms dureza, y
separaba la piel y sobre la moqueta que forraba el pavimento hincaba las rodillas. Pens en
el cilicio, lo dese con fuego en la carne, que quera beber el dolor desconocido, pero el
Magistral haba prohibido tales tormentos sabrosos.
El primer objeto a que Ana quiso aplicar su caridad ardiente fue la conversin de su
marido. Santa Teresa haba trabajado por la piedad de su padre, que ya era cristiano de los
buenos, pero habale ella querido ms piadoso todava. Ana se propuso emplear su celo en
ganar para Dios el alma de su don Vctor, que vena tambin a ser su padre.
La suavidad, la dulzura, la elocuencia, las caricias fueron los medios, lcitos todos,
que emple con arte de maestro. Quintanar tard en conocer que su Anita, su querida Anita,
quera convertirle a la piedad verdadera. Al principio slo not que su mujer se haca ms
comunicativa, cariosa a todas horas, como antes lo era despus de los ataques nerviosos y
en ausencias o enfermedades. Quera discutir por pasar el rato? Enhorabuena; l amaba
la discusin. Y sostena la tesis contraria para mantener animado el debate. Pero, amigo, la
Regenta haba ido haciendo la cuestin personal; ya no se trataba de si Cristo haba
redimido a todas las Humanidades repartidas por los planetas de una sola vez, o yendo de
estrella en estrella a sufrir en todas muerte de cruz; ahora se trataba ya de si don Vctor

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confesaba muy de tarde en tarde, si perda o no muchas misas (y s que las perda).
Adems, los libros en que apacentaba el espritu eran vanos; comedias, mentiras ftiles y
peligrosas.
T nunca has ledo vida de santos, verdad?
S, hija, s, y autos sacramentales...
No es eso... Quintanar; hablo de La Leyenda de Oro y del Ao Cristiano, de
Croisset, por ejemplo.
Sabes, hija ma?... Yo prefiero los libros de meditacin...
Pues toma el Kempis, la Imitacin de Cristo... lee y medita.
Y se lo hizo leer.
Y entre Kempis y la Regenta, y el calor que empezaba a molestarle, y la prohibicin
de los baos le quitaron el humor al digno magistrado. Ya no lea, al dormirse, a Caldern,
sino a Job y al dichoso Kempis. Vaya unas cosas que deca aquel demonche de fraile o lo
que fuese! No, y lo que es razn tena, es claro; el mundo, bien mirado, era un montn de
escorias. l no poda quejarse, en su vida no haba habido desengaos terribles, grandes
contrariedades, aparte de la muy considerable de no haber sido cmico; pero en tesis
general, el mundo estaba perdido. Y adems, esto de hacerse viejo, que le tocaba a l como
a cada cual, era un gravsimo inconveniente. En la muerte no quera pensar, porque eso le
pona malo, y Dios no manda que enfermemos. La muerte... la muerte... l tena as... una
vaga y disparatada esperanza de no morirse... La medicina progresa tanto! Y adems, se
poda morir sin grandes dolores, por ms que Frgilis lo negaba. En fin, no quera pensar en
la muerte. Pero poco a poco Kempis fue tiznndole el alma de negro y don Vctor lleg a
despreciar las cosas por efmeras. Una tarde, en su Parque, contemplaba a Frgilis que
estaba a sus pies agachado plantando cebolletas, embebido en su operacin.
Valiente filsofo era Frgilis! Don Vctor le miraba desde la altura de su pesimismo
prestado, y le despreciaba y compadeca. Plantar cebolletas! No prohiba San Alfonso
Ligorio plantar rboles en general y edificar casas, que al cabo de los aos mil se caen? Pues
entonces, para qu plantar cebolletas, si todo era un soplo, nada?...
Corriente, pero aquello de disgustarse de todo era poco divertido. Qu iba l a
hacer mano sobre mano un verano entero sin baos, ni bromas en las aguas de
Termasaltas?
Y quedaba el rabo por desollar. La cuestin de salvarse o no salvarse. Aquello era
serio. A l le daba el corazn que se salvara; pero los santos escritores presentaban como
tan difcil la cosa, que ya le inquietaban ciertas dudas... Si no habra sido l toda su vida
bastante bueno? Haba que pensar en esto; pero Dios mo! l no quera quebraderos de
cabeza. Ya, cuando lo de la jubilacin, fundada en una enfermedad que no tena, le haba
costado gran trabajo arreglar sus papeles y pedir recomendaciones, y la jubilacin era cosa
temporal... con que la salvacin del alma, la jubilacin eterna como quien deca apenas iba
a exigir esfuerzos, expedientes y tambin recomendaciones! Era preciso entregarse a su
esposa para que le ayudase en tan arduo negocio.
La Regenta conoci bien pronto que don Vctor se entregaba. Aunque ella hubiera
querido ms acendrada piedad, tuvo que contentarse con el dolor de atricin que claramente
manifestaba su marido. Y no tuvo escrpulo en asustarle un poco ms de lo que estaba,
recordndole las penas del Infierno, aunque estos recursos de terror le repugnaban a ella.
Quintanar mostraba gran empeo en sostener que el fuego de que se trataba no era
material, era simblico.

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No es de fe repeta en mi opinin, creer que ese fuego es fsico, material; es un


smbolo, el smbolo del remordimiento.
Algo le tranquilizaba la idea de que le tostasen con smbolos en el caso desesperado
de no salvarse, como deseaba seriamente.
El primer esfuerzo que hizo Anita para salir de casa tuvo por objeto llevar a su don
Vctor a la Iglesia. Confesaron los dos con el Magistral.
A don Vctor al comulgar le atormentaba la idea de que no haba confesado un
pecadillo considerable: tena sus dudas respecto de la infalibilidad pontificia.
El cannigo Dllinger, de quien no saba ms sino que exista y que se haba separado
de la Iglesia, le seduca por su tenacidad, que le recordaba la de su tierra, Aragn, el reino
ms noble y testarudo del Universo.
Los das para la Regenta se deslizaban suavemente.
El Magistral, su maestro, y don Vctor, su discpulo, eran los compaeros de su vida al
parecer sosa, montona, pero por dentro llena de emociones. Segua encontrando en la
oracin mental delicias inefables. Dios era no menos amable como Padre de las criaturas,
como Director de la gran fbrica de la inmensa arquitectura, que en la pura contemplacin
de su Idea. Adems, pensaba Anita, fuera orgullo aspirar ahora a la visin de la Divinidad
directamente; me faltan muchos pasos, muchas moradas. Ya llegar si el Seor lo tiene as
dispuesto. Ahora debo hacer lo que dice el Magistral; ya que las fuerzas vuelven a mi
cuerpo, aprovecharlas en una actividad piadosa, que es lo que l llama higiene del espritu.
La ociosidad me volvera al pecado, como volva a la misma Santa Teresa. Si para ella tena
tan grave peligro qu ser para m!
Anita reciba las pocas visitas que don lvaro se atreva a hacerle, sin alterarse,
tranquila en su presencia, y tranquila despus que se marchaba. Procuraba apartar de l su
pensamiento, con la conciencia de que era aquel recuerdo una llaga del espritu que
tocndola dolera. Tuvo valor para mostrarse fra con l, para cortar el paso a la confianza,
para negarle la mano, para todo, hasta para verle despedirse... Pero en cuanto le vio salir
tropezando, ciego de amor y pena, crea ella, una lstima infinita le inund el alma, y
tembl de miedo; su seno se hinch con un suspiro... y la carne flaca tropez con el Cristo
amarillento de marfil que el Magistral haba regalado a su amiga para que lo llevase sobre el
pecho.
Ana bes la imagen y volvi los ojos al cielo.
Jess, Jess, t no puedes tener un rival. Sera infame, sera asqueroso...
Y record la ira de Jess cuando se apareca a Teresa que le olvidaba.
Sera engaar a Dios, engaar al Magistral, pensar en ese hombre ni un solo
instante, ni siquiera para compadecerle... Oh! qu hipcrita, qu gazmoa miserable sera
yo si tal hiciera! Qu romanticismo del gnero ms ridculo y repugnante sera el mo, si
despus de tanta piedad que yo cre profunda, vocacin de mi vida en adelante, volviera una
pasin prohibida a enroscarse en el corazn, o en la carne, o donde sea!... No, no!
Ridculo, villano, infame, vergonzoso, adems de criminal! Mil veces no! Quiero morir,
morir, Seor, antes que caer otra vez en aquellos pensamientos que manchan el alma y le
clavan las alas al suelo, entre lodo...
Pero al da siguiente de la despedida de don lvaro, Ana despert pensando en l.
Ya no estaba en Vetusta. Mejor. La terrible tentacin le volva la espalda, hua derrotada...
Mejor... era un favor especial de Dios.
Aquella tarde baj al parque, a la hora en que don lvaro se haba despedido el da
anterior.

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Veinticuatro horas haca ya. Otras veces haba estado das y das sin verle, y le
pareca muy tolerable la ausencia y corta. Pero estas veinticuatro horas eran de otra
manera, se contaban por minutos... que es como se cuentan las horas. Y bien, lo normal,
lo constante, lo que deba ser ya siempre, era aquello... el no verle... Veinticuatro horas y
despus otras tantas... y as... toda la vida.
Haca mucho calor. Ni debajo del toldo espeso de los castaos de Indias, ahora
cargados de anchas hojas y penachos blancos, poda Ana respirar una rfaga de aire fresco.
Su pensamiento quera elevarse, volar al cielo, pero el calor, de unos 30 grados, que en
Vetusta es mucho, le derreta las alas al pensamiento y caa en la tierra, que arda, en
concepto de Ana.
Y para que no se le antojase volar ms en toda la tarde, se present en el parque
Visitacin Olas de Cuervo, a quien el verano sentaba bien, y dejaba lucir trajes de percal
fantsticos y baratos. Vena alegre, vaporosa, y con las apariencias de un torbellino; daba
gana de cerrar los ojos al verla acercarse. En la calle la haba querido abrazar un mozo de
cordel. La aventura, ridcula y todo, la haba rejuvenecido, haba encendido chispas en sus
ojuelos, y ea! vena con afn de abrazar ella tambin. Abraz a la Regenta, se la comi a
besos... y despus de contarla el paso de comedia del mozo de cordel, grit de repente:
A propsito, no te ha contado Vctor lo de lvaro?
modo.

Visita tena cogida por las muecas a su amiga. Estaba tomndola el pulso a su
Clav con sus ojos menudos los de Ana y repiti:
No sabes lo de lvaro?

El pulso se alter, lo sinti ella con gran satisfaccin. A m con santidades, pens;
pulviss, como dijo el otro.
Qu le pasa? que se ha marchado? Ya lo s.
No, no es eso.
Qu? No se ha marchado?
Nueva alteracin del pulso, segn Visita.
S, hija, s, se ha marchado, pero vers cmo. Ya sabes que tena relaciones con la
seora de ese que es o fue ministro, no recuerdo, en fin ya sabes quin es, ese que viene a
baos a Palomares.
S, s, bien...
Pues bueno; esta maana, lo ha visto medio Vetusta, al ir Mesa a tomar el tren de
Madrid, el correo, el que sube... ests? se encontr con esa ministra, que es muy guapa
por cierto, en medio del andn. Figrate! Total, que ella bajaba para Palomares, donde ha
comprado una especie de chalet o demonios; bueno, pues, ctate que nuestro Alvarito, en
vez de tomar el tren que suba, el de Madrid, toma el que baja, da rdenes a su criado, para
que recoja corriendo el equipaje y se meta en el reservado que traa la ministra, un coche
saln con cama y dems. Y el marido no vena, por supuesto; ella, dos criados y los bebs
como dice Obdulia. Figrate! Todo Vetusta, que estaba en la estacin esta maana por
casualidad, se ha hecho cruces. Es mucho lvaro. Pero ella? qu te parece de ella? A eso
vamos; a lo escandalosas que son esas seoronas de Madrid. Y eso que sta tiene fama de
virtuosa, uf! yo lo creo!... La virtuossima seora ministra de Gracia y salero!... pero,
seor, cmo demonches se llama ese tipo de ministro!...
Ana recordaba perfectamente cmo se llamaba aquel tipo de ministro, pero no
quiso decirlo; sinti que palideca, por un fro de muerte que le subi al rostro; dio media

335

vuelta, y disimulando cuanto pudo, se recost en un rbol. Fingi entretenerse en rayar la


corteza del tronco, y mudando de conversacin, pregunt a Visita por un nio que tena
enfermo.
Pero Visita era tambor de marina, como decan ella y la Marquesa; de otro modo, que
nadie se la pegaba; conoci la turbacin de Ana, y con gran jbilo, confirm para sus
adentros la teora del pulviss o sea de la ceniza universal.
Ana tena celos; luego tena amor; no hay humo sin fuego.
Se despidi al poco rato; ya haba dado su noticia, ya saba lo que quera; no era
cosa de perder el tiempo; necesitaba hacer en otra parte otra buena obra por el estilo. Se
march, como la marejada que se retira. Dej los senderos blancos como si los hubiesen
peinado. La escoba almidonada de enaguas y percal engomado dej su rastro de rayas
sinuosas y paralelas grabado en la arena.
Ana tuvo miedo. La tentacin, la vieja tentacin de don lvaro, le haba sabido a cosa
nueva; se le figur un momento que aquel dolor que sintiera al saber lo de la ministra, era
ms de las entraas que sus dems penas; era un dolor que la aturda, que peda remedio a
gritos desde dentro... Por la primera vez despus de su enfermedad, sinti la rebelin en el
alma.
Oh, no; no quera volver a empezar. Ella era de Jess, lo haba jurado. Pero el
enemigo era fuerte, mucho ms de lo que ella haba credo. Otras veces haba desafiado el
peligro; ahora temblaba delante de l. Antes la tentacin era bella por el contraste, por la
hermosura dramtica de la lucha, por el placer de la victoria; ahora no era ms que
formidable; detrs de la tentacin no estaba ya slo el placer prohibido, desconocido,
seductor a su modo para la imaginacin; estaban adems el castigo, la clera de Dios, el
infierno. Todo haba cambiado; su vocacin religiosa, su pacto serio con Jess la obligaban
de otro modo ms fuerte que los lazos demasiado sutiles del deber vagamente admitido por
la conciencia, sin pensar en sancin divina. Antes no quera pecar por dignidad, por gratitud,
porque... no. Ahora el pecado era algo ms que el adulterio repugnante, era la burla, la
blasfemia, el escarnio de Jess... y era el infierno. Si caa en los lazos de la tentacin, quin
la consolara cuando viniese el remordimiento tardo? cmo llamar a Jess otra vez? cmo
pensar en Teresa, que jams haba cado? No, no la llamara, preferira morir desesperada y
sola. Pero despus? El infierno, aquella verdad tremenda, sublime en su mal sin trmino.
T vencers, Dios mo, t vencers exclam en voz alta, hablando con las
nubecillas rosadas que imitaban en el cielo las olas del mar en calma.
Aquella noche llor la Regenta lgrimas que salan de lo ms profundo de sus
entraas, de rodillas sobre la piel de tigre, con la cabeza hundida en el lecho, los brazos
tendidos ms all de la cabeza, las manos en cruz.
Desde el da siguiente el Magistral not con mucha alegra, que Ana volva su piedad
del lado por donde l quera llevarla. Menos contemplacin y ms devociones, obras
piadosas y culto externo, que entretiene la imaginacin.
Con un entusiasmo que tena sus remolinos que atraan las voluntades, Ana se
consagr a la piedad activa, a las obras de caridad, a la enseanza, a la propaganda, a las
prcticas de la devocin complicada y bizantina, que era la que predominaba en Vetusta.
Aquellas exageraciones, que tal le haban parecido en otro tiempo, ahora las encontraba
justificables, como los amantes se explican las mil tonteras ridculas que se dicen a solas.
No haba en los amores humanos un vocabulario infantil, ridculo, sin sentido para
los profanos? S, lo haba, ella no poda asegurarlo por experiencia, pero lo haba ledo y el
corazn se lo confirmaba. Pues bien, el amor de Dios, a su manera, poda tener sus nieras,

336

sus nimiedades, ridculas para las almas fras, indiferentes. Hasta lleg a comprender los
superlativos de letana de doa Petronila, o sea el gran Constantino.
Al Magistral mismo se atreva la Regenta a hablarle con cierto mimo, con una
confianza llena de palabras de sentido nuevo y convenido, con un estilo que podra llamarse
humorismo piadoso. Y adems se permita Ana interesarse por los bienes puramente
temporales de su confesor. No le dejaba pasar debilidades, exponerse a un constipado.
Buena la haramos si usted se me muriese! Todo esto, seor mo, es egosmo, ni Dios ni
usted han de agradecerlo.
Con estas palabras, y con las sonrisas que las acompaaban, el Magistral tena para
rumiar ocho das de felicidad inefable. S, inefable. l no se explicaba qu era aquello. No
sospechaba que en el mundo, en el pcaro mundo se poda gozar as. A los treinta y seis
aos, cuando l crea que ya nadie poda ensearle nada, una seora inocente, joven, sin
mundo, vena a mostrarle un universo nuevo, donde sin ms que una sonrisita, una palabra,
que era como la letra de una msica que haba en el modo de decirla, se vea uno de
repente entre los ngeles, gozando como en el Paraso, sin querer nada ms, sin pensar en
nada ms. Gozando, gozando y gozando!
Ni por las mientes se le pasaba reflexionar sobre su situacin. Era aquello pecado?
Era aquello amor del que est prohibido a un sacerdote? Ni para bien ni para mal se
acordaba don Fermn de tales preguntas. Peor para ellas si se hubiera acordado.
Usted nunca me habla de s mismo! le deca Ana con tono de reconvencin, una
maana de Agosto, en el parque, metindole una rosa de Alejandra, muy grande, muy
olorosa, por la boca y por los ojos. Estaban solos. Tcitamente haban convenido en que
aquellas expansiones de la amistad eran inocentes. Ellos eran dos ngeles puros que no
tenan cuerpo. Anita estaba tan segura de que para nada entraba en aquella amistad la
carne, que ella era la que se propasaba, la que daba primero cada paso nuevo en el terreno
resbaladizo de la intimidad entre varn y hembra.
El Magistral con la cara llena del roco de la flor y el corazn ms fresco todava,
contest:
Hablarle de m mismo? Para qu! Yo tengo, por razn de mi oficio en la Iglesia
militante, la mitad de mi vida entregada a la calumnia, al odio, a la envidia, que la devoran y
hacen de ella lo que quieren: se me persigue, se me preparan asechanzas, hasta hay
sociedades secretas que tienen por objeto derribarme, como ellos dicen, de lo que llaman el
poder... Todo eso es miseria, Ana, yo lo desprecio. Puedo asegurar a usted que yo no pienso
ms que en la otra mitad de m mismo, que es la que traigo aqu, la que vive en la paz dulce
de la fe, acompaada de almas nobles, santas, como la de una seora... que usted conoce...
y a quie n no aprecia en todo lo que vale...
Y el Magistral sonri como un ngel, mientras aspiraba con delicia el perfume de rosa
de Alejandra, que Ana sin resistencia haba dejado en manos del clrigo.
Ella se puso seria, quiso explicaciones. Se le persegua, se le calumniaba... tena
enemigos... y l sin decir nada a su amiga. Estaba bueno! Algo haba odo ella mucho
tiempo haca, pero vagamente. Se acusaba al Magistral, a lo que poda entender, de vicios
tan torpes, de tan miserables delitos, que lo grosero de la calumnia la haca de puro
inverosmil inofensiva casi.
La Regenta haba despreciado y hasta olvidado aquellos rumores que llegaban de
tarde en tarde a sus odos. Pero ya que el Magistral mismo se quejaba, daba a entender que
aquella persecucin le dola, era necesario saber ms, procurar el consuelo de aquel corazn
atribulado, buscar remedios eficaces, ayudar al justo perseguido, calumniado, que adems
del justo era el padre espiritual, el hermano mayor del alma, el faro de luz mstica, el gua
en el camino del cielo.

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Aquella maana de Agosto el Provisor la seal como una de las ms felices de su


vida. Ana le oblig a hablar, a contrselo todo. l, elocuente, con imaginacin viva, fuerte y
hbil, improvis de palabra una de aquellas novelas que hubiera escrito a no robarle el
tiempo ocupaciones ms serias. Se sentaron en el cenador. Don Fermn dijo, primero,
sonriendo, que l tambin quera confesarse con ella. Crea Ana que era perfecto? Que
no haba pasiones debajo de la sotana? Ay s! Demasiado cierto era por desgracia. La
confesin del Magistral se pareci a la de muchos autores que en vez de contar sus pecados
aprovechan la ocasin de pintarse a s mismos como hroes, echando al mundo la culpa de
sus males, y quedndose con faltas leves, por confesar algo.
De aquella confidencia, Ana sac en limpio que el Magistral, como ella crea, era un
alma grande, que no haba tenido ms delito que cierta vaga melancola en la juventud y
una ambicin noble, elevada, en la edad viril. Pero aquella ambicin haba desaparecido ante
otra ms grande, ms pura, la de salvar las almas buenas, la de ella por ejemplo. Ana, al or
aquello, cerraba los ojos para contener el llanto, y se juraba en silencio consagrarse a
procurar la felicidad de aquel hombre a quien tanto deba, que tan grande se le mostraba,
que prefera vivir cerca de ella para guiarla en el camino de la virtud, a ser obispo, cardenal,
pontfice. Y le calumniaban! Y tena enemigos! Y haba habido tiempo en que queran
ponerle en ridculo, porque ella, Anita, segua entregada a las vanidades del mundo, a pesar
de ser hija de confesin de don Fermn! Oh, ya veran, ya veran en adelante!
Qu cosa mejor que aquella pasin ideal, aquel afn por una buena obra, aquella
abnegacin, a que se propona entregarse, para combatir la tentacin cada vez ms temible
del recuerdo de Mesa, que estaba en Palomares enamorado de la ministra?
De Pas ya no saba dnde iba a parar aquello.
Ana le admiraba, le cuidaba, estaba por decir que le adoraba, de tal suerte, que el
peligro cada da era mayor. Aunque la pasin que l senta nada tena que ver con la
lascivia vulgar (estaba seguro de ello) ni era amor a lo profano, ni tena nombre ni le haca
falta, poda ir a dar no se saba dnde. Y el Magistral estaba seguro de que al menor
descuido de la carne, intrusa, temible, la Regenta saltara hacia atrs, se indignara y l
perdera el prestigio casi sobrenatural de que estaba rodeado. Adems, suponiendo que
aquello parase en un amor sacrlego y adltero, miserablemente sacrlego por haber tenido
tales comienzos, adis encanto! Ya saba l lo que era esto. Una locura grosera de algunos
meses. Despus un dejo de remordimiento mezclado de asco de s mismo; verse
despreciable, bajo, insufrible, y despus ira y orgullo, y ambicin vulgar y huracanes en la
Curia eclesistica... No, no. La Regenta deba de ser otra cosa. Haba que hacer a toda
costa que aquello no pudiese degenerar en amor carnal que se satisface. Y sobre todo, lo de
antes, que la Regenta se llamara a engao; era seguro.
Y despus de una pausa, pensaba el Magistral:
Y en ltimo caso, ello dir.
Don Vctor estaba cada da ms triste. Por una parte aquel dolor de atricin, aquel
miedo a no salvarse a pesar de ser tan bueno, de no haber hecho mal a nadie; por otro
lado, el calor, aquel sudor continuo, aquellas noches sin dormir... la soledad de Vetusta... la
yerba agostada del Paseo grande, la falta de espectculos... Y adems que nadie le
comprenda. Frgilis era un estuco: en tratndose de cosas espirituales ya se saba que no
haba que contar con l. Ni el verano le sofocaba, ni el invierno le encoga: era un
marmolillo. Y a su mujer y al Magistral el esto de Vetusta, aquella tristeza de calles y
paseos no les disgustaba. Iba don Vctor al Casino: ni un alma. Algn magistrado sin
vacaciones que jugaba al billar con un mozo de la casa. En el gabinete de lectura, Trifn
Crmenes repasando Ilustraciones antiguas; en el tresillo ni un socio; no le quedaba ms
que el domin, que le era antiptico por el ruido de las fichas y por aquello de estar
sumando sin parar. Su contendiente de ajedrez estaba en unos baos. Claro!, todo el

338

mundo se estaba baando. Aunque don Vctor otros veranos, si bien pasaba junto al mar
un mes, no se baaba ms que dos o tres veces, ahora echaba de menos todos los das la
frescura de las olas. En el Casino lea los peridicos de La Costa: conciertos nocturnos al aire
libre, giras campestres, regatas, de todo esto hablaban; cunta gente! cunta msica!
teatro, circo! barcos, grandes vapores ingleses... y el mar... el mar inmenso... Aquella era
divertirse! Don Vctor suspiraba y se volva a casa.
No estaba la seora.
Pero estaba Kempis.
All, abierto, sobre la mesilla de noche. Sin poder resistir el impulso, Quintanar
tomaba el libro, despus de quitarse el chaquet de alpaca y quedarse en mangas de camisa:
tomaba el libro y lea... Vuelta al miedo! a la tristeza, a la languidez espiritual. Era en
efecto el mundo una laceria, como deca el texto, y sobre todo en el verano. Vetusta era un
pueblo moribundo. Aquella misma verdura de los rboles, tan desnudos en invierno, era bien
venida en primavera, pero causaba ahora hasto: casi se deseaba la rama escueta, que tiene
mejor dibujo. Hasta era capaz de hacerse artista de veras don Vctor a fuerza de triste y
aburrido.
Y Ana volva contenta de la calle. Mejor, ms vala que alguno lo pasara bien: l no
era egosta.
Pero qu gracia le encontrara su mujer a la soledad de Vetusta? Adems, no
estaba all el Kempis sangrando, probando, como tres y dos son cinco, que en el mundo
nunca hay motivo para estar alegre? Verdad era que su Anita era feliz por razones ms
altas. l no poda llegar a tal grado de piedad. Tema a Dios, reconoca su grandeza, es
claro! haba hecho las estrellas, el mar, en fin, todo!... Pero una vez reconocido este Infinito
Poder, l, Vctor Quintanar, segua aburrindose en aquel pueblo abandonado, sin teatro, sin
paseos, sin mar, sin regatas, sin nada de este mundo. Oh, si no fuera por sus pjaros!
En tanto Ana, cada da ms activa, procuraba olvidar, y muchas veces lo consegua,
lo que llamaba la tentacin, que cada vez era ms formidable; y cuanto ms temida, ms
fuerte. Pero hua de ella, acogase a la piedad, y visitaba con celo apostlico y ardiente
caridad las moradas miserables de los pobres hacinados en pocilgas y cuevas; llevaba el
consuelo de la religin para el espritu y la limosna para el cuerpo; solan acompaarla doa
Petronila Rianzares o alguna otra dama de su cnclave; pero tambin iba sola. De cuantas
ocupaciones le impona la vida devota, sta era la que ms le agradaba.
El verano robaba gran parte del contingente de aquellos ejrcitos piadosos del
Corazn de Jess, la Corte de Mara, el Catecismo, las Paulinas y dems instituciones
anlogas; muchas seoras iban a baos o a la aldea. Pero el ncleo quedaba: era el grupo
numeroso y considerable de beatas ilustres que rodeaban al gran Constantino, a doa
Petronila. Durante los meses del calor disminuan bastante las limosnas, pero se hablaba
mucho en las cofradas, preparando las fiestas de Otoo y de Invierno, y adems se
murmuraba un poco de las ausentes. La Regenta, sin entrar jams en estos concilibulos,
los perdonaba como falta leve, que ella, cargada de otras ms graves, no tena derecho a
censurar.
Don Fermn y Ana se vean todos los das; en el casern de los Ozores unas veces,
otras en el Catecismo, en la Catedral, en San Vicente de Pal, y ms a menudo en casa de
doa Petronila. El obispo madre siempre estaba ocupada; los dejaba solos en el saln
obscuro, y ella, con permiso de sus amigos, se iba a arreglar sus cuentas o lo que fuese.
Vetusta era de ellos: la soledad del verano pareca darles posesin del pueblo;
hablaban en el prtico de la Catedral mucho tiempo para despedirse, sin miedo de ser
vistos; como si aquella soledad de la iglesia se extendiera a todo el pueblo. Anita encontraba

339

la vida de Vetusta ms tolerable que en invierno. En este particular no se entendan ella y su


marido.
Don Fermn hubiera deseado que la estacin no pasara, que los ausentes se quedaran
por all. Su madre haba ido a Matalerejo a cobrar rentas y preparar la recoleccin; a
recoger intereses de mucho dinero esparcido por aquellas montaas. Teresina era el ama de
casa. Alegre todo el da, activa, solcita, llenaba el hogar del Magistral de cantares religiosos
a los que daba, sin saber cmo, sentido profano, aire de la calle. Aquel tono alegre era ms
picante por el contraste con el rostro de Dolorosa de la joven. Teresina haba tomado un
poco de color, y los ojos, rodeados de ligeras sombras, eran ms profundos, ms hermosos
que nunca en aquella obscuridad dulce y misteriosa de las pupilas. Amo y criada estaban
contentos. La libertad les saba a gloria. Cada cual haca lo que quera. No estaba doa
Paula, no haba que dar cuentas a nadie. Y no faltaba nada. El seorito lo tena todo a su
tiempo y en su sitio como siempre. Ya poda vivir sin la seora.
El Magistral sala y entraba sin temor de interrogatorios insidiosos; si volva tarde, no
importaba. Todo, todo le sonrea. Ojal fuera eterno el verano! Hasta sus enemigos haban
cedido en la calumnia; ya no se murmuraba tanto; muchos de los calumniadores
veraneaban; a los que quedaban les faltaba auditorio. Don Santos Barinaga no sala de casa,
estaba enfermo. Slo Foja, que no veraneaba por economa, procuraba mantener el fuego
sagrado de la murmuracin en el Casino, entre cuatro o cinco socios aburridos, que iban all
media hora a tomar caf. En fin, pareca aquello una suspensin de hostilidades. Bien
venido fuera; don Fermn aceptaba la lucha, si se ofreca, pero prefera la paz. Sobre todo
ahora, que tena ms que hacer, algo mejor y ms dulce que odiar y perseguir a miserables,
dignos de desprecio y de lstima.
Aquella felicidad que saboreaba De Pas como un gastrnomo los bocados, aquella
libertad, aquella pereza moral que el verano haca ms voluptuosa para su cuerpo robusto,
los sueos vagos de amor sin nombre, la deliciosa realidad de ver a la Regenta a todas
horas y mirarse en sus ojos y orla dulcsimas palabras de una amistad misteriosa, casi
mstica, hacan desear a don Fermn que el sol se detuviera otra vez, que el tiempo no
pasara. Aquel agosto, tan triste para don Vctor, era para el Magistral el tiempo ms dichoso
de su vida.
Cuando oa, desde su despacho, muy temprano, el Santo Dios, Santo Fuerte, que
cantaba como si fueran malagueas, Teresina, que haca la limpieza all fuera, tentaciones
senta de cantar l tambin. No cantaba, pero se levantaba, sala al pasillo.
Teresina, el chocolate gritaba alegre, frotndose las manos.
Y pasaba al comedor.
La doncella, a poco, llegaba con el desayuno en reluciente jcara de china con ramitos
de oro. Cerraba tras s la puerta, y se acercaba a la mesa; dejaba sobre ella el servicio,
extenda la servilleta delante del seorito... y esperaba inmvil a su lado.
Don Fermn, risueo, mojaba un bizcocho en chocolate; Teresa acercaba el rostro al
amo, separando el cuerpo de la mesa; abra la boca de labios finos y muy rojos, con gesto
cmico sacaba ms de lo preciso la lengua, hmeda y colorada; en ella depositaba el
bizcocho don Fermn, con dientes de perlas lo parta la criada, y el seorito se coma la otra
mitad.
Y as todas las maanas.

340

XXII
Alegre, rozagante, como nuevo volvi de los baos de Termasaltas el seor Arcediano
don Restituto Mourelo, dispuesto a emprender otra campaa, que esperaba fuese la ltima y
decisiva, contra el despotismo del simonaco y lascivo y srdido enemigo de la Iglesia que,
apoderado del nimo del seor Obispo, tena sojuzgada a la dicesis. Con esta perfrasis
aluda al seor Provisor el diplomtico Glocester.
El primer disgustillo que tuvo De Pas aquel verano fue esta noticia, que le dieron en
el coro, por la maana.
Ha llegado Glocester.
No le tema, ni a l ni a nadie... pero estaba tan cansado de luchar y aborrecer!
Mourelo se encontr con otros muchos murmuradores de refresco y con los de
depsito que no estaban menos ganosos de romper el fuego contra el comn enemigo.
Todos ardan en el santo entusiasmo de la maledicencia. Los que venan de las aldeas y
pueblos de pesca, traan hambre de cuentos y chismes; la soledad del campo les haba
abierto el apetito de la murmuracin; por aquellas montaas y valles de la provincia, de
quin se iba a maldecir? Su Vetusta querida! Oh, no hay como los centros de civilizacin
para despellejar cmodamente al prjimo. En los pueblos se habla mal del mdico, del
boticario, del cura, del alcalde; pero ellos, los vetustenses, los de la capital cmo han de
contentarse con tan miserable comidilla? Civis romanus sum! deca Mourelo: Quiero
murmuracin digna de m. Aplastemos, con la lengua, al coloso, no al mdico de
Termasaltas por ejemplo.
Y Foja y los dems que se haban quedado, tambin ansiaban la vuelta de los
ausentes, para contarles las novedades y comentarlas todos juntos. La animacin de Vetusta
renaca en cabildo, cofradas, casinos, calles y paseos cuando los del veraneo empezaban a
aparecer. Las amistades falsas, gastadas hasta hacerse insoportables durante el comn
aburrimiento de un invierno sin fin, ahora se renovaban; los que volvan encontraban gracia
y talento en los que haban quedado y viceversa, todos rean los chistes y las picardas de
todos. Poco a poco los crculos de la murmuracin se animaban, la calumnia encenda los
hornos, y los ltimos que llegaban, los regazados, encontraban aquello hecho una gloria.
Qu ocurrencias, qu fina malicia, qu perspicacia! Oh, el ingenio vetustense!
El Magistral fue aquel ao la vc tima de las dionisacas de la injuria; no se hablaba
ms que de l.
Don Santos Barinaga, el rival mercantil de La Cruz Roja, la vctima del monopolio
ilegal y escandaloso de doa Paula y su hijo; el pobre don Santos, se mora sin remedio,
segn don Robustiano Somoza, el mdico de la aristocracia cuyas ideas no eran
sospechosas.
Y de qu dirn ustedes que se muere? preguntaba Foja en un corrillo, delante de
la catedral, al salir de misa de doce.
Se morir de borracho contestaba Ripamiln.
No seor, se muere de hambre!...
Se muere de aguardiente.
De hambre!...
Y llegaba don Robustiano al corro y hablaba la ciencia :

341

Yo no acuso a nadie, la ciencia no acusa a nadie; otra es su misin. Yo no niego


que el alcoholismo crnico tenga parte en la enfermedad de Barinaga, pero sus efectos, sin
duda, hubieran podido cohonestarse (as deca) con una buena alimentacin. Adems, hoy
da el pobre don Santos ya no tiene dinero ni para emborracharse, ya no puede beber de
pura miseria... Y aunque ustedes no comprendan esto, la ciencia declara que la privacin del
alcohol precipita la muerte de ese hombre, enfermo por abuso del alcohol...
Cmo es eso, hombre? preguntaba el Arcipreste.
A ver, explquese usted deca Foja.
Don Robustiano sonrea; mova la cabeza con gesto de compasin y se dignaba
explicar aquello. Don Santos, aunque se pasmasen aquellos seores, a pesar de morir
envenenado por el alcohol, necesitaba ms alcohol para tirar algunos meses ms. Sin el
aguardiente, que le mataba, se morira ms pronto.
Pero don Robustiano, cmo puede ser eso?
Seor Foja, ah ver usted. Conoce usted a Todd?
A quin?
A Todd.
No seor.
Pues no hable usted. Sabe usted lo que es el poder hipotrmico del alcohol?
Tampoco; pues cllese usted. Sabe usted con qu se come el poder diafortico del citado
alcohol? Tampoco; pues sonsoniche. Niega usted la accin hemosttica del alcohol
reconocida por Campbell y Chevrire? Har usted mal en negarla; se entiende, si se trata
del uso interno. De modo que no sabe usted una palabra...
Pues por eso pregunto... Pero oiga usted, seor mo, por mucho que usted sepa y
diga lo que quiera el seor Todd, ni la ciencia, ni santa ciencia, tienen derecho para
calumniar a don Santos Barinaga; harto tiene el pobre con mo rirse de hambre y de
disgustos, sin que usted por haber ledo, sabe Dios dnde y con cunta prisa, un articulillo
acerca del aguardiente, digmoslo as, se crea autorizado para insultar a mi buen amigo y
llamarle borrachn en trminos tcnicos.
Poco a poco grit Ripamiln en eso estoy yo conforme con la ciencia y con el
seor Somoza, su legtimo representante. No s si un clavo saca otro clavo en medicina, ni
si la mancha de la borrachera con otra verde se quita, pero don Santos es un tonel en
persona y tiene ms espritu de vino en el cuerpo que sangre en las venas; es una mecha
empapada en alcohol... prenda usted fuego y ver...
Yo, seor Ripamiln, para confundir a este progresista trasnochado no necesito que
me ayude la Iglesia; me sobra y me basta con la ciencia que es, en definitiva, mi religin.
Y volvindose a Foja aada el mdico:
Oiga usted, seor decurin retirado, conoce usted la accin del alcohol en las
flegmasas de los bebedores? no mienta usted, porque no la conoce.
Vyase usted a paseo, seor Fraigerundio de hospital! El embustero ser usted!
Pues hombre! bonita mana saca el seor doctor; hacrsenos el sabio ahora. A la vejez
viruelas.
Menos insultos y ms hechos.
Menos botarga y ms sentido comn...

342

Caballero miliciano, yo soy el hombre de ciencia y usted es un doceaista en


conserva... Chomel admite, y con l todo el que tenga dos dedos de frente, que en las
enfermedades de los borrachos es imprescindible la administracin de los espirituosos...
Pero si yo niego la menor, so alcornoque!
En medicina no hay mayores ni menores, ni judas ni contrajudas, seor tahr.
La menor es que sea borracho Barinaga...
De modo que si usted me niega los... prodromos del mal...
Don Robustiano se puso colorado al pensar que haba dicho un disparate.
Qu hipdromos ni qu hipoptamos; yo defiendo a un ausente...
En fin, una palabra para concluir: niega usted que si a un borracho se le priva por
completo del alcohol, es lo ms fcil que se presente un decaimiento alarmante, un
verdadero colapso?
Mire usted, seor pedantn, si sigue usted rompindome el tmpano con esas
palabrotas, le cito yo a usted cincuenta mil versos y sentencias en latn y le dejo bizco; y si
no oiga usted:
Ordine confectu, quisque libellus habet:
quis, quid, coram quo, quo jure petatur et a quo.
Cultus disparitas, vis, ordo, ligamen, honestas...
Ripamiln se retorca de risa. Somoza, furioso, gritaba; y se oa: colapso...
flegmasa... cardiopata... y el ex- alcalde, sin atender, continuaba mezclando latines:
Masculino, es fustis, axis
turris, caulis, sanguis collis...
piscis, vermis, callis follis.
El mdico y el prestamista estuvieron a punto de venir a las manos. No se pudo
averiguar de qu se mora don Santos, pero a la media hora se corra por Vet usta que, por
culpa del Provisor, se haban pegado y desafiado Foja y Somoza, y no se saba si el mismo
Ripamiln haba recogido alguna bofetada.
Por algunos das vino a eclipsar al valetudinario Barinaga, que, en efecto, se
consuma en la miseria, un suceso de gravedad suma, segn Glocester y Foja y bandos
respectivos: La hija de Carraspique, sor Teresa, agonizaba en el inmundo asilo de las
Salesas, en la celda que era, segn Somoza, un inodoro, por no decir todo lo contrario.
Y dicho y hecho. Rosa Carraspique en el mundo, sor Teresa en el convento, muri de
una tuberculosis segn Somoza, de una tisis caseosa segn el mdico de las monjas, que
era dualista en materia de tisis.
Pero lo que no dud ningn enemigo del Provisor fue que la culpa de aquella muerte
la tena don Fermn, fuese lo que quiera de los pulmones de la chica.
Doa Paula y don lvaro llegaron a Vetusta el mismo da, aquel en que vol al cielo
un ngel ms, en opinin de Trifoncito Crmenes, que segua siendo romntico, contra los
consejos de don Cayetano.
Un peridico liberal del pueblo, El Alerta, publicaba una tras otra estas dos gacetillas,
que pusieron a don Fermn de un humor endiablado.
Bien venido. De vuelta de su excursin veraniega ha llegado a esta capital el
ilustre caudillo del partido liberal dinstico de Vetusta, el Ilmo. Sr. D. lvaro Mesa. Dicen los
numerosos amigos que han acudido a visitar a nuestro distinguido correligionario, que viene

343

dispuesto a proseguir su campaa de propaganda sensatamente liberal, as en el orden


poltico como en el moral y cannico y religioso. Cuente con nuestro humilde apoyo para
vencer los obstculos tradicionales que aqu opone al verdadero progreso un despotismo
teocrtico de que est ya todo Vetusta hasta los pelos, como se dice vulgarmente.
En paz descanse. Ha fallecido en su celda del convento de las Salesas la seorita
doa Rosa Carraspique y Somoza, hija del conocido capitalista ultramontano don Francisco
de Ass, monja profesa con el nombre de sor Teresa. Mucho tendramos que decir si
quisiramos hacernos eco de todos los comentarios a que ha dado lugar esta desgracia
inopinada. Slo diremos que, en concepto de los facultativos ms acreditados, no ha sido
extraa a la prdida que lamentamos la falta de condiciones higinicas del edificio miserable
que habitan las Salesas. Pero adems, se nos ocurre preguntar: Es muy higinico que
ciertos roedores se introduzcan en el seno del hogar para ir minando poco a poco y con
influencia deletrea y pseudoreligiosa, la paz de las familias, la tranquilidad de las
conciencias?
Si todos los elementos liberales, sin exageraciones, de nuestra culta capital no
anan sus esfuerzos para combatir al poderoso tirano hierocrtico que nos oprime, pronto
seremos todos vctimas del fanatismo ms torpe y descarado. R.I.P.
Ripamiln, con mal acuerdo, y sin que lo supiera el Magistral, se decidi a tomar la
pluma y publicar en el Lbaro un articulejo, sin firma, defendiendo a su amigo, a las
Salesas, y a la gramtica maltratada por el peridico progresista, segn el cannigo.
Aparte, deca entre otras cosas, de que no sabemos si la monja profesa es el seor
Carraspique o su hija, quiere decirme el periodista cascaciruelas, etc., etc...?
todos.

Aquel cascaciruelas delat al Arcipreste; era su estilo humorstico: lo conocieron

En Vetusta los insultos y murmuraciones en letras de molde llamaban mucho la


atencin. En vano publicaba Crmenes odas y elegas, nadie las lea; pero la gacetilla ms
insignificante que pudiera molestar un poco a cualquier vecino era leda, comentada das y
das; y cuando haba tiroteo de sueltos o comunicados, los habituales abonados no queran
mejor diversin.
Por todo lo cual fue mayor el escndalo, y no se habl en mucho tiempo ms que de
la influencia deletrea del Magistral y de la muerte de sor Teresa.
Sobre su conciencia tiene esa desgracia.
Es un vampiro espiritual, que chupa la sangre de nuestras hijas.
Esto es una especie de contribucin de sangre que pagamos al fanatismo.
Esto es una especie de tributo de las cien doncellas.
El Magistral hubiera querido poder despreciar tantos disparates, tales absurdos, pero
a su pesar le irritaban. Crey al principio que su pasin noble, sublime, le levantara cien
codos sobre todas aquellas miserias, pero el oleaje de la falsa indignacin pblica salpicaba
su alma, llegaba tan arriba como su deliquio sin nombre; y la ira le borraba del cerebro
muchas veces las ms puras ideas, las impresiones ms dulces y risueas. Se pona loco de
clera, y ms y ms le irritaba el no poder dominar sus arrebatos. Adems, el mal era
cierto; no por ser desatinada la acusacin de los necios era menos poderosa y temible.
Notaba el Magistral que su poder se tambaleaba, que el esfuerzo de tantos y tantos
miserables serva para minarle el terreno... En muchas casas empezaba a notar cierta
reserva; dejaron de confesar con l algunas seoras de liberales, y el mismo Fortunato, el
Obispo, a quien tena De Pas en un puo, se atreva a mirarle con ojos fros y llenos de
preguntas que entraban por las pupilas del Magistral como puntas de acero.

344

Volvi la poca del paseo en el Espoln, y don Fermn, al pasear all su humilde
arrogancia, su hermosa figura de buen mozo mstico, observaba que ya no era aquello una
marcha triunfal, un camino de gloria; en los saludos, en las miradas, en los cuchicheos que
dejaba detrs de s, como una estela, hasta en la manera de dejarle libre el paso los
transentes, notaba asperezas, espinas, una sorda enemistad general, algo como el miedo
que est prximo a tener sus peculiares valentas insolentes.
Y en casa, doa Paula ceuda, silenciosa, desconfiada, preparndose para una
tormenta, recogiendo velas, es decir, dinero; realizando cuanto poda, cobrando deudas, con
fiebre de deshacerse de los gneros de la Cruz Roja. No pareca sino que se preparaba una
liquidacin. A qu vena aquello? Doa Paula no daba explicaciones. Saba a qu atenerse:
su hijo, su Fermo, estaba perdido; aquella pjara, aquella Regenta, santurrona en pecado
mortal, le tena ciego, loco; saba Dios lo que pasara en aquel casern de los Ozores! Qu
escndalo! Todo se lo iba a llevar la trampa. Haba que prepararse. Oh, podran arrojarla de
Vetusta, pero ella no se ira sin llevarse medio pueblo entre los dientes. Por eso morda con
aquel furor que asustaba a su hijo.
Fermo, el seorito, pensaba a solas, en su despacho de Fausto eclesistico: Solo,
estoy solo, ni mi madre me consuela! Qu he de hacer? Entregarme con toda el alma a esta
pasin noble, fuerte... Ana, Ana y nada ms en el mundo! Ella tambin est sola, ella
tambin me necesita... Los dos juntos bastamos para vencer a todos estos necios y
malvados.
Plido, casi amarillo, agitado, muy nervioso, llegaba De Pas al lado de su amiga
mstica, cada vez ms hermosa, de nuevo fresca y rozagante, de formas llenas, fuertes y
armoniosas. La dulzura pareca una aureola de Anita. La salud haba vuelto, purificada con
cierta uncin de idealidad, al cuerpo de arrogante transtiberina de aquel modelo de madona.
Don Vctor Quintanar se haba restituido a su amistad ntima con don lvaro Mesa en
cuanto regres ste de Palomares, y al poco tiempo not el Magistral que el converso se le
rebelaba. Si bien segua creyndose profundamente piadoso, don Vctor haca distinciones
sospechosas entre la religin y el clero, entre el catolicismo y el ultramontanismo. Yo soy
tan catlico como el primero, sta era su frase cada vez que deca alguna hereja o algo
parecido; pero se meta a interpretar a su modo los textos del Antiguo y Nuevo Testamento
y hasta se atreva a decir delante de curas y seoras, que el hombre virtuoso es siempre un
sacerdote, y que un bosque secular es el templo ms propio de la religin pura, y que
Jesucristo haba sido liberal, con otros disparates. No era esto lo peor, sino que la Regenta y
don Fermn notaban en Quintanar cierta frialdad cada vez que los vea juntos y el Magistral
tuvo que fingirse distrado ante algunos desaires disimulados.
Don lvaro no iba a casa de los Ozores sino muy de tarde en tarde y slo haca
visitas de cumplido, muy breves. Por qu as? preguntaba don Vctor. Y con medias
palabras, su amigo le daba a entender que la Regenta le reciba con mala voluntad y que a
l no le gustaba estorbar. Adems, no era l solo el que se retraa. El mismo Paco, el
Marquesito, que en otro tiempo no haca ms que entrar y salir, ahora apenas pareca por
aquella casa. Visitacin tambin iba de tarde en tarde, la Marquesa casi nunca, y as de
todos los amigos y amigas; el Magistral y slo el Magistral. Aquel buen seor haca el
vaco en derredor de la Regenta. Ella estaba contenta, no pareca echar de menos a nadie;
pero l, don Vctor, no era de la misma opinin; quera trato, conversacin, amena
compaa.
Segua confesando y comulgando cada dos meses, pero Kempis segua cubierto de
polvo entre libros profanos; conservaba el miedo al infierno Quintanar pero no quera
prescindir por completo de las ventajas positivas que le ofreca su breve existencia sobre el
haz de la tierra. Y sobre todo no quera que el fanatismo se enseorease de su casa. Los
consejos que para excitarlo le daba Mesa, all en el Casino, los tomaba muy en cuenta don

345

Vctor, y
llegaba a
tarde en
indirectas

siempre se estaba preparando para ponerlos por obra, pero no se atreva. No


ms su audacia que a poner un gesto de vinagre de cuando en cuando, muy de
tarde, al enemigo, al Magistral; pero como ste finga no comprender aquellas
mmicas, no se adelantaba nada.

Don Vctor lleg a reconocer, pero sin confesarlo a nadie, que l era menos enrgico
de lo que haba credo, no, no tena fuerza para oponerse al jesuitismo que haba invadido
su hogar. Oh, por algo l vacilaba antes de consentir a De Pas apoderarse del nimo de
su esposa! S... al fin haba sido jesuita... Quintanar acab por comparar el poder del
Provisor en el casern de los Ozores con el que tuvieron los jesuitas en el Paraguay. S, mi
casa es otro Paraguay. Y cada da se encontraba ms incapaz de oponerse a la perniciosa
influencia. No saba ms que poner mala cara y parar poco en casa.
Con esto slo consigui que la Regenta y el Magistral conviniesen en verse ms a
menudo fuera del casern y menos veces en l. Mejor era hablarse en casa de doa
Petronila. Para qu molestar al pobre don Vctor? Ya que amistades nocivas le apartaban
otra vez del buen camino y le envenenaban el alma con insinuaciones malvolas, con
sospechas torpes e impas, ms vala dejarle en paz, apartar de su vista el espectculo
inocente, mas para l poco agradable, de dos almas hermanas que viven unidas, con lazo
fuerte, en la piedad y el idealismo ms potico.
En casa de doa Petronila, en el saln de balcones discretamente entornados, de
alfombra de fieltro gris, era donde pasaban horas y horas los dos amigos del alma, hablando
de intereses espirituales, como deca el gran Constantino, sin ms testigo que el gato
blanco, cada vez ms gordo, que iba y vena sin ruido, y se frotaba el lomo contra las faldas
de la Regenta y el manteo del Magistral, cada da ms familiarmente.
Anita notaba en don Fermn una palidez interesante, grandes cercos amoratados
junto a los ojos y una fatiga en la voz y en el aliento que la pona en cuidado.
Le suplicaba que se cuidase, se lo peda con voz de madre cariosa que ruega al hijo
de sus entraas que tome una medicina. l responda sonriendo, echando fuego por los ojos,
que no tena nada, que era aprensin, que no haba que pensar en su cuerpo miserable.
Algunos das haba en sus dilogos pausas embarazosas; el silencio se prolongaba
molestndoles como un hablador importuno.
Los dos guardaban un secreto. Cuando crean conocerse uno a otro hasta el ltimo
rincn del alma, estaba pensando cada cual en la mala accin que cometa callando lo que
callaba.
El Magistral padeca mucho siempre que Ana le hablaba de la salud que l perda.
Si ella supiera!
Resuelto a que su amistad con aquel ngel hermoso no acabase de mala manera,
en una aventura de grosero materialismo llena de remordimientos y dejos repugnantes;
seguro de que aquella mujer pona en aquel lazo piadoso toda la sinceridad de un alma pura,
y que degradarla, caso de que se pudiera, sera hacerle perder su mayor encanto, el
Magistral, que viva ya nada ms de esta refinada pasin que segn l no tena nombre,
luchaba con tentaciones formidables, y slo consegua contrarrestar las rebeliones sbitas y
furiosas de la carne con armisticios vergonzosos que le parecan una especie de infidelidad.
En vano pensaba: qu le importa a mi doa Ana que mi corpachn de cazador montas
viva como quiera cuando me aparto de ella? Nada de mi cuerpo me pide ella; el alma es
toda suya, y nada del alma pongo al saciar, lejos de su presencia, apetitos que ella misma
sin saberlo excita; en vano pensaba esto, porque agudos remordimientos le pinchaban cada
vez que Ana, solcita, dulce y sonriente le peda con las manos en cruz que se cuidara, que
no entregase todas sus horas al trabajo y a la penitencia. Qu sera de ella sin l?

346

Figurmonos que usted se me muere: qu va a ser de m?


Es horroroso, es horroroso, pensaba el Magistral, pasar plaza de santo a sus ojos y
ser un pobre cuerpo de barro que vive como el barro ha de vivir. Engaar a los dems no
me duele; pero a ella! Y no hay ms remedio. Quera que le consolase el reflexionar que
por ella era todo aquello, que por ella haba l vuelto a sentir con vigor las pasiones de la
juventud que creyera muertas, y que por ella, por respetar su pureza, se encenagaba l en
antiguos charcos; pero esta idea no le consolaba, no apagaba el remordimiento.
Algunas semanas pasaba Teresina triste, temerosa de haber perdido su dominio
sobre el seorito; entonces era cuando el Magistral viva al lado de Ana libre de congojas,
tranquilo en su conciencia; pero poco a poco el tormento de la tentacin reapareca; sus
ataques eran ms terribles, sobre todo ms peligrosos, que los del remordimiento; la
castidad de Ana, su inocencia de mujer virtuosa, su piedad sincera, la fe con que crea en
aquella amistad espiritual, sin mezcla de pecado, eran incentivo para la pasin de don
Fermn y hacan mayor el peligro; porque ella, que no tema nada malo, viva descuidada sin
ver que su confianza, su cariosa solicitud, aquella dulce intimidad, todo lo que deca y haca
era lea que echaba en una hoguera. Y volva De Pas, para evitar mayores males, a sus
precauciones, que eran el contento de Teresina, lo que ella crea con orgullo su victoria.
Ana tambin tena su secreto. Su piedad era sincera, su deseo de salvarse firme, su
propsito de ascender de morada en morada, como deca la santa de vila, serio; pero la
tentacin, cada da ms formidable. Cuanto ms horroroso le pareca el pecado de pensar en
don lvaro, ms placer encontraba en l. Ya no dudaba que aquel hombre representaba
para ella la perdicin, pero tampoco que estaba enamorada de l cuanto en ella haba de
mundano, carnal, frgil y perecedero. Ya no se hubiera atrevido, como en otro tiempo, a
mirarle cara a cara, a verle a su lado horas y horas, a probarle que su presencia la dejaba
impasible; no, ahora huir de l, de su sombra, de su recuerdo; era el demonio, era el
poderoso enemigo de Jess. No haba ms remedio que huir de l, esto era humildad; lo de
antes orgullo loco. A la gracia y slo a la gracia deba el vivir pura todava; abandonada a s
misma, Ana se confesaba que sucumbira; si el Seor aflojara la mano un momento, don
lvaro podra extender la suya y tomar su presa. Por todo lo cual no quera ni verle. Pero,
sin querer, pensaba en l. Desechaba aquellos pensamientos con todas sus fuerzas, pero
volvan. Qu horrible remordimiento! Qu pensara Jess? y tambin qu pensara el
Magistral... si lo supiera? A la Regenta le repugnaba, como una villana, como una bajeza,
aquella predileccin con que sus sentidos se recreaban en el recuerdo de Mesa apenas se
les dejaba suelta la rienda un momento. Por qu Mesa? El remordimiento que la infidelidad
a Jess despertaba en ella era de terror, de tristeza profunda, pero se envolva en una
vaguedad ideal que lo atenuaba; el remordimiento de su infidelidad al amigo del alma, al
hermano mayor, a don Fermn, era punzante, era el que traa aquel asco de s misma, el
tormento incomparable de tener que despreciarse. Adems, Anita no se atreva a confesar
aquello con el Magistral. Hubiera sido hacerle mucho dao, destrozar el encanto de sus
relaciones de pura idealidad. Volva a valerse de sofismas para callar en la confesin aquella
flaqueza: ella no quera en cuanto mandaba en su pensamiento, lo apartaba de las
imgenes pecaminosas; hua de don lvaro, no pecaba voluntariamente. Habra pecado
involuntario? De esto habl un da con el Magistral, sin decirle que la consulta le importaba
por ella misma. Don Fermn contest que la cuestin era compleja... y le cit autores. Entre
ellos record Ana que estaba Pascal en sus Provinciales; ella tena aquel libro, lo ley... y
crey volverse loca. Oh, el ser bueno era adems cuestin de talento. Tantos distingos,
tantas sutilezas la aturdan. Pero sigui callando el tormento de la tentacin. Arma
poderosa para combatirla fue la ardiente caridad con que la Regenta se consagr a defender
y consolar a De Pas cuando sus enemigos desataron contra l los huracanes de la injuria,
que Ana crea de todo en todo calumniosa.

347

La idea de sacrificarse por salvar a aquel hombre, a quien deba la redencin de su


espritu, se apoder de la devota. Fue como una pasin poderosa, de las que avasallan, y
Ana la cogi con placer, porque as alimentaba el hambre de amor que senta, de amor que
tuviese objeto sensible, algo finito, una criatura. S, s, pensaba, yo combatir la inclinacin
al mal enamorndome de este bien, de este sacrificio, de esta abnegacin. Estoy dispuesta a
morir por este hombre, si es preciso... Pero no haba modo de poner por obra tales
propsitos. Ana buscaba y no encontraba manera de sacrificarse por el Magistral. Qu
poda ella hacer para contrarrestar la violencia de la calumnia? Nada. Nada por ahora. Pero
tena esperanza; tal vez se presentara un modo de utilizar en beneficio del pobre mrtir
aquella abnegacin a que estaba resuelta... Mientras llegaba el mome nto, no poda ms que
consolarle, y esto saba hacerlo de modo que el Magistral tena que emplear esfuerzos de
titn para contenerse y no demostrarle su agradecimiento puesto de rodillas y besndole los
pies menudos, elegantes y siempre muy bien calzados.
Y en tanto Foja, Mourelo, don Custodio, Guimarn, El Alerta y, entre bastidores, don
lvaro y Visitacin Olas de Cuervo trabajaban como titanes por derrumbar aquella montaa
que tenan encima: el poder del Magistral.
Si la muerte de sor Teresa fue un golpe que hizo temblar al Provisor en aquel alto
asiento en que se le figuraban sus enemigos, y si pudo por algn tiempo dejar en la sombra
al pobre don Santos Barinaga, al cabo de algunas semanas ste volvi a brillar dentro de su
aureola de vctima y la compasin fementida del pblico marrullero se volvi a l, solcita,
con cuidados de madrastra que representa la comedia de la segunda madre. A los
vetustenses, en general, les importaba poco la vida o la muerte de don Santos; nadie haba
extendido una mano para sacarle de su miseria; hasta seguan llamndole borracho; pero en
cambio todos se indignaban contra el Provisor, todos maldecan al autor de tanta desgracia,
y quedaban muy satisfechos, creyendo, o fingiendo creer, que as la caridad quedara
contenta.
Oh, en este siglo, gritaba Foja en el Casino, en este siglo calumniado por los
enemigos de todo progreso, en este siglo materialista y corrompido, no se puede ya
impunemente insultar los sentimientos filantrpicos del pueblo sin que una voz unnime se
levante a protestar en nombre de la humanidad ultrajada. El pobre don Santos Barinaga,
vctima del monopolio escandaloso de la Cruz Roja, muere de hambre en los desiertos
almacenes donde un tiempo brillaban los vasos sagrados, patenas y copones, lmparas y
candeleros con otros cien objetos del culto; muere en aquel rincn y muere de inanicin,
seores, por culpa del simonaco que todos conocemos: muere, s, morir; pero el que se
burla con artificios de nuestro cdigo mercantil y de las leyes de la Iglesia, comerciando a
pesar de ser sacerdote, el que mata de hambre al pobre ciudadano seor Barinaga, se no
se gozar en su obra mucho tiempo, porque la indignacin pblica sube, sube, como la
marea... y acabar por tragarse al tirano!...
Pero a pesar de este discurso y otros por el estilo, a Foja no se le ocurra mandar una
gallina a don Santos para que le hiciesen caldo.
Y como l obraban todos los defensores tericos del comerciante arruinado. Decan a
una que mora de hambre y nadie al visitarle le llevaba un pedazo de pan. Y hasta le
visitaban pocos. Foja sola entrar y salir en seguida; en cuanto se cercioraba de la miseria y
de la enfermedad del pobre anciano, ya tena bastante; sala corriendo a decir pestes del
otro, del Provisor: as crea servir a la buena causa del progreso y de la humanidad solidaria.
La fama bien sentada de hereje que haba conquistado en los ltimos tiempos el buen
don Santos, retraa a muchas almas piadosas que de buen grado le hubieran socorrido.
Y solamente las Paulinas fueron osadas a acercarse al lecho del vejete para ofrecerle
los auxilios materiales de la sociedad y los espirituales de la Iglesia.

348

Fue en vano.
Afortunadamente deca don Pompeyo Guimarn al referir el lance, afortunadamente
estaba yo all para evitar una indignidad.
Don Santos haba dado plenos poderes a su amigo don Pompeyo para rechazar en su
nombre toda sugestin del fanatismo.
Guimarn estaba muy satisfecho con aquella misin delicada e importante, que
exiga grandes dotes de energa y arraigadas convicciones por su parte.
En efecto, llegaron al zaquizam desnudo y fro en que yaca aquella vctima del
alcoholismo crnico los enviados de San Vicente de Pal, que eran doa Petronila, o sea el
gran Constantino, y el beneficiado don Custodio; la hija de Barinaga, la beata paliducha y
seca, los recibi abajo, en la tienda vaca, lloriqueando. Hablaron los tres en voz baja; don
Custodio deca las palabras, llenas de silbidos suaves imitacin del Magistral al odo de
su hija de penitencia; la consolaba, y ella levantando los ojos llenos de lgrimas los fijaba
como quien se acomoda en sitio conocido y frecuentado, en los del clrigo de almbar.
Subieron, de puntillas, dispuestos a intentar un ataque contra el enemigo.
Con que est arriba don Pompeyo? pregunt en la escalera don Custodio.
S; no sale de casa estos das; mi padre me arroja a m de su lado y clama por ese
hereje chocho...
Don Pompeyo Guimarn oy la voz del beneficiado y le son a cura. Se prepar a la
defensa, y procur tomar un continente digno de un librepensador convencido y
prudentsimo. Ech las manos cruzadas a la espalda y se puso a medir la pobre estancia a
grandes pasos, haciendo crujir la madera vieja del piso, de castao comido por los gusanos.
En la alcoba contigua, sin puerta, separada de la sala por una cortina sucia de percal
encarnado, se oan los quejidos frecuentes y la respiracin fatigosa del enfermo.
Quin est ah? pregunt don Santos con voz dbil, sin ms energa que la de
una ira impotente.
Creo que son ellos; pero no tema usted. Aqu estoy yo. Usted silencio, que no le
conviene irritarse. Yo me basto y me sobro.
Entr el enemigo; y aunque vena de paz y don Pompeyo se haba propuesto ser muy
prudente, en cuanto doa Petronila abri el pico, el ateo extendi una mano y dijo
interrumpiendo:
Dispnseme usted, seora, y dispense este digno sacerdote catlico... vienen
ustedes equivocados; aqu no se admiten limosnas condicionales...
Cmo condicionales?... pregunt don Custodio, con muy buenos modos.
No se sulfure usted, amigo mo, que otra me parece que es su misin en la tierra;
mire usted como yo hablo con toda tranquilidad...
Hombre, me parece que yo no he dicho...
Usted ha dicho cmo condicionales? y a m no se me impone nadie, vista por los
pies, vista por la cabeza. Yo no odio al clero sistemticamente, pero exijo buena crianza en
toda persona culta.
Caballero, no venimos aqu a disputar, venimos a ejercer la caridad...
Condicional...
Qu condicional ni qu calabazas! grit doa Petronila, que no comprenda por
qu se haba de tener tantos miramientos con un ateo loco. Usted no tiene aadi

349

autoridad alguna en esta casa; esta seorita es hija de don Santos y con ella y con l es con
quien queremos entendernos. Venimos a ofrecer espontneamente los auxilios que nuestra
sociedad presta...
A condicin de una retractacin indigna, ya lo s. Don Santos ha delegado en m
todos los poderes de su autonoma religiosa, y en su nombre, y con los mejores modos les
intimo la retirada...
Y don Pompeyo extendi una mano hacia la puerta y estuvo un rato contemplando su
brazo estirado y su energa.
Pero tuvo que bajar el brazo, porque doa Petronila replic que no estaba dispuesta a
recibir rdenes de un entrometido...
Seora, aqu los entrome tidos son ustedes. No se les ha llamado, no se les quiere;
aqu slo se admite la caridad que no pide cdula de comunin.
Nosotros tampoco pedimos cdula...
Seor cura, a m no me venga usted con argucias de seminario; la filosofa
moderna ha demostrado que el escolasticismo es un tejido de puerilidades, y yo s a lo que
vienen ustedes. Quieren comprar las arraigadas convicciones de mi amigo por un plato de
lentejas; una taza de caldo por la confesin de un dogma; una peseta por una apostasa...
Esto es indigno!
Pero, caballero!...
Seor cura, acabemos. Don Santos est dispuesto a morir sin confesar ni comulgar,
no reconoce la religin de sus mayores. Estas son sus condiciones irrevocables; pues bien, a
ese precio consienten ustedes en asistirle, cuidarle, darle el alimento y las medicinas que
necesita?
Pero, seor mo...
Ah!... seor de usted... ya deca yo! Ve usted como a m la escolstica no me
confunde?
Todo eso y mucho ms dijo el gran Constantino queremos tratarlo con el
interesado.
Pues no ser...
Pues s ser...
Seora, salvo el sexo, estoy dispuesto a arrojarles a ustedes por las escaleras si
insisten en su procaz atentado...
Y don Pompeyo se coloc delante de la cortina de percal para cortar el paso al
obispomadre.
Quin va? quin va? grit desde dentro Barinaga ronco y jadeante.
Son las Paulinas respondi Guimarn.
Rayos y truenos! fuera de mi casa... No tiene usted una escoba, don Pompeyo?
Fuego en ellas... infames... Y no anda ah un cura tambin?...
S, seor, anda...
Ser el Magistral, el ladrn, el rapavelas, el que me ha despojado... y vendr a
burlarse... oh, si yo me levanto!... pero usted qu hace que no les balda a palos? Fuera de
mi casa... La justicia... ya no hay justicia? no hay justicia para los pobres?
Tranquilcese usted, que no es el Magistral.

350

S es, s es; lo s yo. no ve usted que es el amo del cotarro, el presidente de las
Paulinas?... Entre usted, entre usted, so bandido... y ver usted con qu arma digna de
usted le aplasto los cascos...
Calma, calma, amigo mo; yo me basto y me sobro para despedir con buenos
modos a estos seores.
No, no, si es el Provisor djele usted que entre, que quiero matarle yo mismo...
Quin llora ah?
Es su hija de usted.
Ah grandsima hipocritona, si me levanto, mala pcora! La que mata a su padre de
hambre, la que echa cuentas de rosario y pelos en el caldo, la que me echa en las narices el
polvo de la sala, la que se va a misa de alba y vuelve a la hora de comer... infame, si me
levanto!
Padre, por Dios, por Nuestra Seora del Amor Hermoso, tranquilcese usted... Est
aqu doa Petronila, est un seor sacerdote...
Ser tu don Custodio... el que te me ha robado... el majo del cabildo... ah,
barragana, si os cojo a los dos!...
Jess, Jess! vmonos de aqu grit doa Petronila buscando la escalera.
Pero no pudieron marchar tan pronto, porque la hija de don Santos cay desmayada.
La bajaron a la tienda, para librarla de los gritos furiosos y de las injurias de su padre.
Qued el campo por don Pompeyo, que volvi a sus paseos y despus fue a la cocina a
espumar el puchero miserable de don Santos.
All no haba ms caridad que la de l. Cierto que no poda ser prdigo con su
amigo, porque la propia familia tan numerosa tena apenas lo necesario; pero solicitud,
atenciones, no le faltaran al enfermo.
Volvi a poco soplando un lquido plido y humeante en el que flotaban partculas de
carbn.
Se lo hizo beber a don Santos, sujetndole la cabeza que temblaba y sin permitirle
toma r la taza con su flaca mano, que temblaba tambin.
De esta manera qued el campo libre y por don Pompeyo, el cual no pensaba ms
que en asegurar el triunfo de sus ideas, para lo que era necesario estar de guardia todo el
tiempo posible al lado del enfermo y as evitar que la hija de don Santos introdujese all
subrepticiamente el elemento clerical.
Guimarn madrugaba para correr a casa de Barinaga; estaba all casi siempre hasta
la hora de cenar, y esta necesidad material la despachaba en un decir Jess, dando prisa a
la criada, a su mujer, a las nias.
Ea, ea... menos chchara, la sopa... que me esperan...
Coma, recoga los mendrugos de pan que quedaban sobre la mesa, un poco de
azcar y otros desperdicios, se los meta en un bolsillo y echaba a correr.
Algunas noches entraba en su hogar gritando:
A ver! a ver! las zapatillas y el frasco del ans, que hoy velo a don Santos.
La esposa de don Pompeyo suspiraba y entregaba las zapatillas suizas y el frasco del
aguardiente, y el amo de la casa desapareca.
Foja, los Orgaz, Glocester como particular, no como sacerdote, don lvaro Mesa,
los socios librepensadores que coman de carne solemnemente en Semana Santa, algunos

351

de los que asistan a las cenas secretas del Casino, los redactores del Alerta y otros muchos
enemigos del Provisor visitaban de vez en cuando a don Santos; todos compadecan aquella
miseria entre protestas de clera mal comprimida. Oh el hombre que haba reducido a tal
estado al seor Barinaga era bien miserable, mereca la pblica execracin. Pero nada ms.
Casi nadie se atreva a dejar all una limosna por no ofender la susceptibilidad del
enfermo. Muchos se ofrecan a velarle en caso de necesidad.
Don Pompeyo reciba las visitas como si l fuera el amo de casa; Celestina tena que
tolerarlo porque su padre lo exiga.
l es mi nico hijo... descastada... mi nico padre... mi nico amigo... t eres la
que ests aqu de ms... mala entraa!... mojigata!... gritaba desde su alcoba el
borracho moribundo.
La enfermedad se agrav con las fuertes heladas con que termin aquel ao
noviembre.
El primer da de diciembre Celestina se propuso, de acuerdo con don Custodio, dar el
ltimo ataque para conseguir que su padre admitiera los Sacramentos.
Al entrar, por la maana, a eso de las ocho, don Pompeyo Guimarn, que vena
soplndose los dedos, la beata le detuvo en la tienda abandonada, fra, llena de ratones.
Emple la joven toda clase de resortes; pidi, suplic, se puso de rodillas con las
manos en cruz, llor... Despus exigi, amenaz, insult: todo fue intil.
Hable usted con su pap deca Guimarn por toda contestacin. Yo no hago
ms que cumplir su voluntad.
Celestina, desesperada, se acerc al lecho de su padre, llor otra vez, de rodillas, con
la cabeza hundida en el flaco jergn, mientras don Santos repeta con voz pausada, dbil,
que tena una majestad especial, compuesta de dolor, locura, abyeccin y miseria:
Mojigata, sal de mi presencia! Como hay Dios en los cielos, abomino de ti y de tu
clerigalla... Fuera todos... Nadie me entre en la tienda, que no me dejarn un copn... ni
una patena... Esa lmpara, seor bandido! y t, hija de perdicin, no ocultes debajo del
mandil... eso... eso... ese sacramento... Fuera de aqu!...
Padre, padre, por compasin... admita usted los Santos Sacramentos!...
Me los han robado todos... y las lmparas... y t los ayudas... eres cmplice... A la
crcel!
Padre, seor, por compasin de su hija... los Sacramentos... tome usted... tome
usted...
No, no quiero... seamos razonables. Una partida de sacramentos... para qu? Si la
tomo... ah se pudrir en la tienda... El Provisor les prohbe comprar aqu... Ellos, los
pobrecitos curas de aldea... qu han de hacer?... Infelices!... Le temen... le temen...
Infame! Infelices!
Y don Santos se incorpor como pudo, inclin la cabeza sobre el pecho y llor en
silencio.
Y repeta de tarde en tarde:
Infelices!...
Celestina sali de la alcoba sollozando.
Su padre haba perdido la cabeza. Ya no podra confesar si no recobraba la razn...
slo por milagro de Dios.

352

Ni puede, ni quiere, ni debe exclam don Pompeyo cruzado de brazos, inflexible,


dispuesto a no dejarse enternecer por el dolor ajeno.
El da de la Concepcin, muy temprano, el mdico Somoza dijo que don Santos
morira al obscurecer.
El enfermo perda el uso de la poca razn que tena muy a menudo; se necesitaba
alguna impresin fuerte para que volviese a discurrir lo poco que saba. La entrada de don
Robustiano, o sea de la ciencia, le haca volver la atencin a lo exterior. Al medio da le
anunci Celestina que quera verle el seor Carraspique. Aquel honor inexperado puso al
moribundo muy despierto. Carraspique, sin saludar a don Pompeyo, que se qued, siempre
cruzado de brazos, a la puerta de la alcoba, se coloc a la cabecera de Barinaga en
compaa de un clrigo, el cura de la parroquia. Era ste un anciano de rostro simptico, de
voz dulce, hablaba con el acento del pas muy pronunciado. Carraspique, a quien en otro
tiempo haba pedido dinero prestado don Santos, tena alguna autoridad sobre el enfermo;
no se hablaban muchos aos haca, pero se estimaban a pesar de las ideas y de la frialdad
que el tiempo haba trado. Barinaga, con buenos modos, usando un lenguaje culto, que no
era ordinario en l, se neg a las pretensiones del ilustre carlista y sincero creyente don
Francisco Carraspique.
Todo es intil... la Iglesia me ha arruinado... no quiero nada con la Iglesia... Creo
en Dios... creo en Jesucristo... que era... un grande hombre... pero no quiero confesarme,
seor Carraspique, y siento... darle a usted este disgusto. Por lo dems... yo estoy seguro...
de que esto que tengo... se curara... o por lo menos... se... se... con aguardiente... Crea
usted que muero por falta de lquidos... gaseosos... y slidos...
Don Santos levant un poco la cabeza y conoci al cura de la parroquia.
Don Antero... usted tambin... por aqu... Me alegro... as... podr usted dar fe
pblica... como escribano... espiritual... digmoslo as... de esto que digo... y es todo mi
testamento: que muero, yo, Santos Barinaga... por falta de lquidos suficientemente...
alcohlicos... que muero... de... eso... que llama el seor mdico... Colasa... o Cols...
segundo...
Se detuvo, la tos le sofocaba. Hizo un esfuerzo y trayendo hacia la barba el embozo
sucio de la sbana rota, continu:
tem: muero por falta de tabaco... Otros... muero... por falta de alimento... sano...
Y de esto tienen la culpa el seor Magistral, y mi seora hija...
Vamos, don Santos se atrevi a decir el cura no aflija usted a la pobre Celesta.
Hablemos de otra cosa. Ni usted se muere, ni nada de eso. Va usted a sanar en seguida...
Esta tarde le traer yo, con toda solemnidad, lo que usted necesita, pero antes es preciso
que hablemos a solas un rato. Y despus... despus... recibir usted el Pan del alma...
El pan del cuerpo! grit con supremo esfuerzo el moribundo, irritado cuanto
poda. El pan del cuerpo es lo que yo necesito!... que as me salve Dios... muero de
hambre! S, el pan del cuerpo... que muero de hambre... de hambre!...
Fueron sus ltimas palabras razonables. Poco despus empezaba el delirio. Celestina
lloraba a los pies del lecho. Don Antero, el cura, se paseaba, con los brazos cruzados, por la
sala miserable, haciendo rechinar el piso. Guimarn, con los brazos cruzados tambin, entre
la alcoba y la sala, admiraba lo que l llamaba la muerte del justo. Carraspique haba corrido
a Palacio.
Lleg y todo se supo; el Obispo rezaba ante una imagen de la Virgen, y al or que don
Santos se negaba a recibir al Seor, y a confesar, levant las manos cruzadas... y con voz
dulcemente majestuosa y llena de lgrimas exclam:

353

Madre ma, madre de Dios, ilumina a ese desgraciado!...


Estaba plido el buen Fortunato; le temblaba el labio inferior, algo grueso, al
balbucear sus plegarias ntimas.
El Magistral se paseaba a grandes pasos, con las manos a la espalda, en la cmara
roja, cubierta de damasco.
Carraspique, que vesta el luto reciente de su hija, miraba a don Fermn con los ojos
arrasados en lgrimas.
Don Fermn padeca, pensaba el pobre don Francisco y sin querer, con gran
remordimiento, l se alegraba un poco, gozaba el placer de una venganza... irracional...
injusta... todo lo que se quiera... pero gozaba acordndose de su hija muerta.
S, don Fermn padeca. Aquella necedad del tendero de enfrente era una
complicacin.
De Pas ya no era el mismo que senta remordimientos romnticos aquella noche de
luna al ver a don Santos arrastrar su degradacin y su miseria por el arroyo; ahora no era
ms que un egosta, no viva ms que para su pasin; lo que podra turbarle en el deliquio
sin nombre que gozaba en presencia de Ana, eso aborreca; lo que pudiera traer una
solucin al terrible conflicto, cada vez ms terrible, de los sentidos enfrenados y de la
eternidad pura de su pasin, eso amaba. Lo dems del mundo no exista. Y ahora don
Santos mora escandalosamente, mora como un perro, habra que enterrarle en aquel pozo
inmundo, desamparado, que haba detrs del cementerio y que serva para los
enterramientos civiles: y de todo esto iba a tener la culpa l, y Vetusta se le iba a echar
encima. Ya empezaba el rum rum del motn, el Chato vena a cada momento a decirle que
la calle de don Santos y la tienda se llenaban de gente, de enemigos del Magistral... que se
le llamaba asesino en los grupos porque l obligaba al Chato a decirle la verdad sin
rodeos asesino, ladrn... El Magistral al llegar a este pasaje de sus reflexiones, sin poder
contenerse, golpe el pavimento con el pie. Carraspique dio un salto. El Obispo, saliendo de
su oratorio, con las manos en cruz, se acerc al Provisor.
Por Dios, Fermo, por Dios te pido que me dejes...
Qu?...
Ir yo mismo; ver a ese hombre... quiero verle yo... a m me ha de obedecer... yo
he de persuadirle... Que traigan un coche si no quieres que me vean, una tartana, un
carro... lo que quieras... Voy a verle, s, voy a verle...
Locuras, seor, locuras! rugi el Provisor sacudiendo la cabeza.
Pero Fermo, es un alma que se pierde!...
No hay que salir de aqu... Ir... el Obispo... a un hereje contumaz... absurdo...
Por lo mismo, Fermo...
Bueno! bueno! Los Miserables, siempre la comedia... La escena del Convencional,
no es eso? don Santos es un borracho insolente que escupira al Obispo con mucha
frescura; don Pompeyo discutira con Su Ilustrsima si haba Dios o no haba Dios... No hay
que pensar en ello. Absurdo moverse de aqu!
Hubo algunos momentos de silencio. Carraspique, nico testigo de la escena,
temblaba y admiraba con terror el poder del Magistral y su energa.
Era verdad, tena a S. I. en un puo. Despus continu don Fermn:

354

Adems, sera intil ir all. El seor Carraspique lo ha dicho... Barinaga ya ha


perdido el conocimiento, verdad? Ya es tarde, ya no hay qu hacer all. Est ya como si
hubiese muerto.
Carraspique, aunque con mucho miedo, animado por su afn piadoso de salvar a don
Santos, se atrevi a decir:
Sin embargo, tal vez... Se ven muchos casos...
Casos de qu? pregunt el Magistral con un tono y una mirada que parecan
navajas de afeitar. Casos de qu? repiti porque el otro callaba.
Puede pasar el delirio y volver a la razn el enfermo.
No lo crea usted. Adems, all est el cura... para eso est don Antero... Su
Ilustrsima no puede... no saldr de aqu!
Y no sali.
El que entraba y sala era el Chato, Campillo, que hablaba en secreto con don Fermn
y volva a la calle a recoger rumores y a espiar al enemigo. El cual se presentaba
amenazador en la calle estrecha y empinada en que viva don Santos, casi enfrente de la
casa del Magistral. Era la calle de los Cannigos, una de las ms feas y ms aristocrticas de
la Encimada.
Al obscurecer de aquel da no se poda pasar sin muchos codazos y tropezones por
delante de la tienda triste y desnuda de Barinaga. Sus amigos, que haban aumentado
prodigiosamente en pocas horas, interceptaban la acera y llegaban hasta el arroyo divididos
en grupos que cuchicheaban, se mezclaban, se disolvan.
Por all andaban Foja, los dos Orgaz y algunos otros de los socios del Casino que
asistan a las cenas mensuales en que se conspiraba contra el Provisor. El exalcalde se
multiplicaba, entraba y sala en casa de don Santos, bajaba con noticias, le rodeaban los
amigos.
Est espirando.
Pero conserva el conocimiento?
Ya lo creo, como usted y como yo. Era mentira. Barinaga mora hablando, pero sin
saber lo que deca; sus frases eran incoherentes; mezclaba su odio al Magistral con las
quejas contra su hija. Unas veces se lamentaba como el rey Lear y otras blasfemaba como
un carretero.
Y diga usted, seor Foja, hay arriba algn cura? Dicen que ha venido el mismo
Magistral.
El Magistral? No faltaba ms! Sera aadir el sarcasmo a la... al... No vendr, no.
Quien est arriba es don Antero, el cura de la parroquia; el pobre es un bendito, un fantico
digno de lstima y cree cumplir con su deber... pero como si cantara. Don Santos era un
hombre de convicciones arraigadas.
Cmo era? pues ha muerto ya? pregunt uno que llegaba en aquel momento.
No seor, no ha muerto. Digo eso porque ya est ms all que ac.
Tambin don Pompeyo se ha portado con mucha energa, segn dicen...
Tambin...
Pero estando sano es ms fcil.
Y como no va con l la cosa...

355

Morir esta noche.


El mdico no ha vuelto.
Somoza aseguraba que morira esta tarde.
Pues por eso no ha vuelto, porque se ha equivocado...
El cura dice que durar hasta maana.
Y muere de hambre.
Dicen que lo ha dicho l mismo.
S, seor, fueron sus ltimas palabras sensatas advirti Foja contradicindose.
Dicen que dijo: El pan del cuerpo es el que yo necesito, que as me salve Dios,
muero de hambre!
A Orgaz hijo se le escap la risa, que procur ahogar con el embozo de la capa.
S, rase usted, joven, que el caso es para bromas.
Hombre, no me ro del moribundo... me ro de la gracia.
Profundsima leccin deba llamarla usted. Se muere de hambre, es un hecho; le
dan una hostia consagrada, que yo respeto, que yo venero, pero no le dan un panecillo.
As habl un maestro de escuela perseguido por su liberalismo... y por el hambre.
Yo soy tan catlico como el primero dijo un maestro de la Fbrica Vieja, de larga
perilla rizada y gris, socialista cristiano a su manera soy tan catlico como el primero, pero
creo que al Magistral se le debera arrastrar hoy y colgarlo de ese farol, para que viese salir
el entierro...
La verdad es, seores observ Foja que si don Santos muere fuera del seno de
la Iglesia, como un judo, se debe al seor Provisor.
Es claro.
Evidente.
Quin lo duda?
Y diga usted, seor Foja, no le enterrarn en sagrado, verdad?
Eso creo: los cnones estn sangrando; quiero decir que la Sinodal est
terminante. Y se puso algo colorado, porque no saba si los cnones sangraban o no, ni si
la Sinodal hablaba del caso.
De modo que le van a enterrar como un perro!
Eso es lo de menos dijo el maestro de la Fbrica, toda la tierra est consagrada
por el trabajo del hombre.
Y adems en murindose uno...
Ms despacio, seores, ms despacio interrumpi Foja que no quera desperdiciar
el arma que le ponan en las manos para atacar al Magistral. Estas cosas no se pueden
juzgar filosficamente. Filosficamente es claro que no le importa a uno que le entierren
donde quiera. Pero y la familia? Y la sociedad? Y la honra? Todos ustedes saben que el
local destinado en nuestro cementerio municipal y subray la palabra a los cadveres no
catlicos, digmoslo as...
Orgaz hijo sonri:
Ya s, joven, ya s que he cometido un lapsus. Pero no sea usted tan material.

356

Aquel grupo de progresistas y socialistas serios mir en


impertinente con desprecio.

masa

al mediquillo

Y dijo el socialista cristiano:


Aqu lo que sobra es la materia; la letra mata, caballero, y tengo dicho mil veces
que lo que sobran en Espaa son oradores...
Pues usted no habla mal ni poco; acurdese del club difunto, seor Parcerisa...
Y Orgaz hijo dio una palmadita en el hombro al de la fbrica.
Parcerisa sonri satisfecho.
La conversacin se extravi. Se discuti si el Ayuntamiento disputaba o no con
suficiente energa al Obispo la administracin del cementerio.
En tanto suban y bajaban amigas y amigos, curas y legos que iban a ver al enfermo
o a su hija. Don Pompeyo haba hecho llevar a Celestina a su cuarto y all reciba la beata a
sus correligionarias y a los sacerdotes que venan a consolarla. Guimarn no dejaba entrar
en la sala ms que a los espritus fuertes, o por lo menos, si no tan fuertes como l, que eso
era difcil, partidarios de dejar a un moribundo expirar en la confesin que le parezca, o sin
religin alguna si lo considera conveniente.
Muerte gloriosa! deca don Pompeyo al odo de cualquier enemigo del Provisor
que vena a compadecerse a ltima hora de la miseria de Barinaga. Muerte gloriosa!
Qu energa! Qu tesn! Ni la muerte de Scrates... porque a Scrates nadie le mand
confesarse.
Los que suban o bajaban, al pasar por la tienda abandonada echaban una mirada a
los desiertos estantes y al escaparate cubierto de polvo y cerrado por fuera con tablas viejas
y desvencijadas.
Sobre el mostrador, pintado de color de chocolate, un veln de petrleo alumbraba
malamente el triste almacn cuya desnudez daba fro. Aquellos anaqueles vacos
representaban a su modo el estmago de don Santos. Las ltimas existencias, que haba
tenido all aos y aos cubiertas de polvo, las haba vendido por cuatro cuartos a un
comerciante de aldea; con el producto de aquella liquidacin miserable haba vivido y se
haba emborrachado en la ltima parte de su vida el pobre Barinaga. Ahora los ratones roan
las tablas de los estantes y la consuncin roa las entraas del tendero.
Muri al amanecer.
Las nieblas de Corfn dorman todava sobre los tejados y a lo largo de las calles de
Vetusta. La maana estaba templada y hmeda. La luz cenicienta penetraba por todas las
rendijas como un polvo pegajoso y sucio. Don Pompeyo haba pasado la noche al lado del
moribundo, solo, completamente solo, porque no haba de contarse un perro faldero que se
mora de viejo sin salir jams de casa. Abri Guimarn el balcn de par en par; una rfaga
hmeda sacudi la cortina de percal y la triste luz del da de plomo cay sobre la palidez del
cadver tibio.
A las ocho se sac a Celestina de la casa mortuoria y el cuerpo, metido ya en su
caja de pino, lisa y estrecha, fue depositado sobre el mostrador de la tienda vaca, a las
diez. No volvi a parecer por all ningn sacerdote ni beata alguna.
Mejor deca don Pompeyo, que se multiplicaba.
Para nada queremos cuervos exclamaba Foja, que se multiplicaba tambin.
Esto tiene que ser una manifestacin deca del exalcalde a muchos
correligionarios y otros enemigos del Magistral reunidos en la tienda, al pie del cadver.

357

Esto tiene que ser una manifestacin: el gobierno no nos permite otras, aprovechemos esta
c oyuntura. Adems, esto es una iniquidad: ese pobre viejo ha muerto de hambre, asesinado
por los acaparadores sacrlegos de la Cruz Roja. Y para mayor deshonra y ludibrio, ahora se
le niega honrada y cristiana sepultura, y habr que enterrarle en los escombros, all, detrs
de la tapia nueva, en aquel estercolero que dedican a los entierros civiles esos infames...
Muerto de hambre y enterrado como un perro! exclam el maestro de escuela
perseguido por sus ideas.
Oh, hay que protestar muy alto!
S, s!
Esto es una iniquidad!
Hay que hacer una manifestacin!
Hablaban tambin muchos conjurados con trazas de curiales de palacio; eran amigos
del Arcediano, del implacable Mourelo, que conspiraba desde la sombra.
A ver usted, seor Sousa, usted que escribe los telegramas del Alerta... Es preciso
que hoy retrasen ustedes un poco el nmero para que haya tiempo de insertar algo...
S, seor, ahora mismo voy yo a la imprenta y con la mayor energa que permite la
ley, la pcara ley de imprenta, redactar all mismo un suelto convocando a los liberales,
amigos de la justicia, etc., etc... Descuide usted, seor Foja.
Llame usted al suelto: Entierro civil.
S, seor; as lo har.
Con letras grandes.
Como puos, ya ver usted.
Eso podr servir de aviso a todo el pueblo liberal...
Vendrn los de la Fbrica?
Ya lo creo! exclam Parcerisa. Ahora mismo voy yo all a calentar a la gente.
Esto no nos lo puede prohibir el gobierno...
Como no se alborote...
El entierro fue cerca del anochecer. Slo as podan asistir los de la Fbrica.
Llova. Caan hilos de agua perezosa, diagonales, sutiles.
La calle se cubri de paraguas.
El Magistral, que espiaba detrs de las vidrieras de su despacho, vio un fondo negro y
pardo; y de repente, como si se alzase sobre un pavs, apareci por encima de todo una
caja negra, estrecha y larga, que al salir de la tienda se inclin hacia adelante y se detuvo
como vacilando. Era don Santos, que sala por ltima vez de su casa. Pareca dudar entre
desafiar el agua o volver a su vivienda. Sali; se perdi el atad entre el oleaje de seda y
percal obscuro. En el balcn que haba sobre la puerta, entre las rejas asom la cabeza de
un perro de lanas negro y sucio: el Magistral lo mir con terror. El faldero estir el pescuezo,
procur mirar a la calle y se le erizaron las orejas. Ladr a la caja, a los paraguas y volvi a
esconderse. Lo haban olvidado en la sala, cerrada con llave por don Pompeyo.
Guimarn, de levita negra, presida el duelo.
Delante del fretro, en filas, iban muchos obreros y algunos comerciantes al por
menor, con ms, varios zapateros y sastres, rezando Padrenuestros.

358

Guimarn haba propuesto que no se dijese palabra.


No haba muerto el gran Barinaga, aquel mrtir de las ideas, dentro de ninguna
c onfesin cristiana; luego era contradictorio...
Deje usted, deje usted, haba advertido Foja con mal gesto. No seamos
intransigentes, no extrememos las cosas. Es de ms efecto que se rece.
Esto no es una manifestacin anticatlica observ el maestro de escuela.
Es anticlerical dijo otro liberal probado.
El tiro va contra el Provisor manifest un lampio, de la polica secreta de
Glocester.
As pues, se convino que se rezara y se rez. Requiescat in pace, deca Parcerisa,
que rezaba delante, con voz solemne, al terminar cada oracin.
Y contestaban los de la fila, que llevaban hachas encendidas; Requiescat in pace.
Ni el latn ni la cera le gustaban a don Pompeyo, pero haba que transigir.
Todo aquello era una contradiccin, pero Vetusta no estaba preparada para un
verdadero entierro civil.
Las mujeres del pueblo, que cogan agua en las fuentes pblicas; las ribeteadoras y
costureras que paseaban por la calle del Comercio, y por el Boulevard, arrastrando por el
lodo con perezosa marcha los pies mal calzados; las criadas que con la cesta al brazo iban a
comprar la cena, se arremolinaban al pasar el entierro y por gran mayora de votos
condenaban el atrevimiento de enterrar a un cristiano (sinnimo de hombre) sin
necesidad de curas. Algunas buenas mozas, mal pergeadas, alababan la idea en voz alta.
Hubo una que grit:
As, que rabien los de la pitanza!
Esta imprudencia provoc otra del lado contrario.
Anday, judos! exclamaba una moza del partido azotando con un zueco la
espalda de muchos de sus conocidos, peones de albail y canteros.
Detrs del duelo iba una escasa representacin del sexo dbil; pero, segn las de la
cesta y las de las fuentes pblicas, eran malas mujeres.
Anda t, pendn!
A dnde vais, pingos?
Y las correligionarias de don Pompeyo rean a carcajadas, demostrando as lo poco
arraigado de sus convicciones. La noche se acercaba; el cementerio estaba lejos, y hubo que
apretar el paso.
La lluvia empez a caer perpendicular, pero en gotas mayores, los paraguas
retumbaban con estrpito lgubre y chorreaban por todas sus varillas. Los balcones se
abran y cerraban, cuajados de cabezas de curiosos.
Se miraba el espectculo generalmente con curiosidad burlona, con algo de
desprecio. Pero por lo mismo se declaraba mayor el delito del Magistral. Aquel pobre don
Santos haba muerto como un perro por culpa del Provisor, haba renegado de la religin por
culpa del Provisor, haba muerto de hambre y sin sacramentos por culpa del Provisor.
Y ahora los revolucionarios, que de todo sacan raja, aprovechan la ocasin para
hacer una de las suyas...

359

Y por culpa del Provisor...


No se puede estirar demasiado la cuerda.
Ese hombre nos pierde a todos.
Estos eran los comentarios en los balcones. Y despus de cerrarlos, continuaban
dentro las censuras. Muchas amistades perdi De Pas aquella tarde.
Sin que se supiera cmo, lleg a ser un lugar comn, verdad evidente para Vetusta,
que Barinaga haba muerto como un perro por culpa del Magistral.
Los amigos que le quedaban a don Fermn reconocan que no se poda luchar, por
aquellos das a lo menos, contra aquella afirmacin injusta, pero tan generalizada.
El entierro dej atrs la calle principal de la Colonia, que estaba convertida en un
lodazal de un kilmetro de largo, y empez a subir la cuesta que terminaba en el
cementerio. El agua volva a azotar a los del duelo en diagonales, que el viento haca
penetrar por debajo de los paraguas. Llova a latigazos. Una nube negra, en forma de pjaro
monstruoso, cubra toda la ciudad y lanzaba sobre el duelo aquel chaparrn furioso. Pareca
que los arrojaba de Vetusta, silbndoles con las fauces del viento que soplaba por la
espalda.
Se suba la cuesta a buen paso. La percalina de que iba forrado el fretro miserable
se haba abierto por dos o tres lados; se vea la carne blanca de la madera, que chorreaba el
agua. Los que conducan el cadver le zarandeaban. La fatiga y cierta supersticin
inconsciente les haba hecho perder gran parte del respeto que mereca el difunto. Todos los
hachones se haban apagado y chorreaban agua en vez de cera. Se hablaba alto en las filas.
De prisa, de prisa! se oa a cada paso.
Algunos se permitan decir chistes alusivos a la tormenta. En el duelo haba ms
circunspeccin, pero todos convenan en la necesidad de apretar el paso.
Aquel furor de los elementos despert muchas preocupaciones taciturnas.
Don Pompeyo llevaba los pies encharcados, y era sabido que la humedad le haca
mucho dao, le pona nervioso y con esto se le achicaba el nimo .
No hay Dios, es claro, iba pensando, pero si le hubiera, podra creerse que nos est
dando azotes con estos diablos de aguaceros.
Llegaron a lo alto, a la cima de aquella loma. La tapia del cementerio se destacaba en
la claridad plomiza del cielo como una faja negra del horizonte. No se vea nada
distintamente. Los cipreses, detrs de la tapia, se balanceaban, parecan fantasmas que se
hablaban al odo, tramando algo contra los atrevidos que se acercaban a turbar la paz del
camposanto.
En la puerta se detuvo el cortejo. Hubo algunas dificultades para entrar. Se haban
olvidado ciertos pormenores y la mala fe del enterrador tal vez la del capelln tambin
pona obstculos reglamentarios.
A ver, dnde est Foja! grit don Pompeyo, que no se encontraba con nimo
para dar otra batalla al obscurantismo clerical.
Foja no estaba all. Nadie le haba visto en el duelo.
Don Pompeyo sinti el nimo desfallecer. Estoy solo; ese capitn Araa me ha
dejado solo.
Sac fuerzas de flaqueza, y ayudado por la indignacin general, se impuso. El cortejo
entr en el cementerio, pero no por la puerta principal, sino por una especie de brecha

360

abierta en la tapia del corraln inmundo, estrecho y lleno de ortigas y escajos en que se
enterraba a los que moran fuera de la Iglesia catlica. Eran muy pocos. El enterrador actual
slo recordaba tres o cuatro entierros as.
El duelo se despidi sin ceremonia; a latigazos lo despeda el viento con disciplinas de
agua helada.
Don Pompeyo Guimarn sali del cementerio el ltimo. Era su deber.
Haba cerrado la noche. Se detuvo solo, completamente solo, en lo alto de la cuesta.
A su espalda, a veinte pasos tena la tapia fnebre. All detrs quedaba el msero amigo,
abandonado, pronto olvidado del mundo entero; estaba a flor de tierra... separado de los
dems vetustenses que haban sido, por un muro que era una deshonra; perdido, como el
esqueleto de un rocn, entre ortigas, escajos y lodo... Por aquella brecha penetraban perros
y gatos en el cementerio civil... A toda profanacin estaba abierto... Y all estaba don
Santos... el buen Barinaga que haba vendido patenas y viriles... y crea en ellos... en otro
tiempo. Y todo aquello era obra suya... de don Pompeyo; l, en el cafrestaurant de la
Paz, haba comenzado a demoler el alczar de la fe... del pobre comerciante!...
Un escalofro sacudi el cuerpo de Guimarn. Se abroch. Haba sido otra
imprudencia venir sin capa.
Entonces sinti que no senta ya el agua... Era que ya no llova. Sobre Vetusta
brillaban entre grandes espacios de sombra algunas luces plidas, las estrellas; y entre las
sombras de la ciudad aparecan puntos rojizos simtricos: los faroles.
Guimarn volvi a temblar; sinti la humedad de los pies de nuevo... y apret el
paso. Hubo ms: se le figur que le seguan; que a veces le tocaban sutilmente las faldas de
la levita y el cabello del cogote... Y como estaba solo, seguramente solo... no tuvo
inconveniente en emprender por la cuesta abajo un trote ligero, con el paraguas debajo del
brazo.
No, no hay Dios, iba pensando, pero si lo hubiera estbamos frescos...
Y ms abajo:
Y de todas maneras, eso de que le han de enterrar a uno de fijo, sin escape, en ese
estercolero... no tiene gracia.
Y corra, sintiendo de vez en cuando escalofros.
Don Pompeyo tuvo fiebre aquella noche.
Ya lo deca l; la humedad!
Delir.
Soaba que l era de cal y canto y que tena una brecha en el vientre y por all
entraban y salan gatos y perros, y alguno que otro diablejo con rabo.

XXIII

Tecum principium in die virtutis tuae in splendorum sanctorum, ex utero ante


luciferum genui te.
Esto ley la Regenta sin entenderlo bien; y la traduccin del Eucologio deca: T
poseers el principado y el imperio en el da de tu podero y en medio del resplandor que

361

brillar en tus santos: yo te he engendrado de mis entraas desde antes del nacimiento del
lucero de la maana.
Y ms adelante lea Ana con los ojos clavados en su devocionario: Dominus dixit ad
me: Filius meus es tu, ego hodie genui te. Alleluia.
S, s, aleluya! aleluya! le gritaba el corazn a ella... y el rgano, como si entendiese
lo que quera el corazn de la Regenta, dejaba escapar unos diablillos de notas alegres,
revoltosas, que luego llenaban los mbitos obscuros de la catedral, suban a la bveda y
pugnaban por salir a la calle, remontndose al cielo... empapando el mundo de msica
retozona. Deca el rgano a su manera:
Adis, Mara Dolores,
marcho maana
en un barco de flores
para La Habana.
y de repente, cambiaba de aire y gritaba:
La casa del seor cura
nunca la vi como ahora...
y sin pizca de formalidad, se interrumpa para cantar:
Arriba, Manolillo,
abajo, Manol,
de la quinta pasada
yo te libert;
de la que viene ahora
no s si podr...
arriba, Manolillo,
Manolillo Manol.
Y todo esto era por que haca mil ochocientos setenta y tantos aos haba nacido en
el portal de Beln el Nio Jess... Qu le importaba al rgano? Y sin embargo, pareca que
se volva loco de alegra... que perda la cabeza y echaba por aquellos tubos cnicos, por
aquellas trompetas y caones, chorros de notas que parecan lucecillas para alumbrar las
almas.
El templo estaba obscuro. De trecho en trecho, colgado de un clavo en algn pilar, un
quinqu de petrleo con reverbero, interrumpa las tinieblas que volvan a dominar poco ms
adelante. No haba ms luz que aquella esparcida por las naves, el trasaltar y el trascoro, y
los cirios del altar y las velas del coro que brillaban a lo lejos, en alto, como estrellitas. Pero
la msica alegre botando de pilar en capilla, del pavimento a la bveda, pareca iluminar la
catedral con rayos del alba. Y no eran ms que las doce. Empezaba la misa del gallo.
El rgano, con motivo de la alegra cristiana de aquella hora sublime, recordaba todos
los aires populares clsicos en la tierra vetustense y los que el capricho del pueblo haba
puesto en moda aquellos ltimos aos. A la Regenta le temblaba el alma con una emocin
religiosa dulce, risuea, en que rebosaba una caridad universal; amor a todos los hombres y
a todas las criaturas... a las aves, a los brutos, a las hierbas del campo, a los gusanos de la
tierra... a las ondas del mar, a los suspiros del aire... La cosa era bien clara, la religin no
poda ser ms sencilla, ms evidente: Dios estaba en el cielo presidiendo y amando su obra
maravillosa, el Universo; el Hijo de Dios haba nacido en la tierra y por tal honor y divina
prueba de cario, el mundo entero se alegraba y se ennobleca; y no importaba que
hubiesen pasado tantos siglos, el amor no cuenta el tiempo; hoy era tan cierto como en
tiempo de los Apstoles, que Dios haba venido al mundo; el motivo para estar contentos
todos los seres, el mismo. Por consiguiente, el organista haca muy bien en declarar dignos

362

del templo aquellos aires humildes con que sola alegrarse el pueblo y que cantaban las
vetustenses en sus bailes bulliciosos a cielo abierto. Aquel recuerdo de canciones efmeras,
que haban sido un poco de aire olvidado, le pareca a la Regenta una delicada obra de
caridad por parte del msico... Recordar lo ms humilde, lo que menos vale, un poco de
viento que pas... y dignificar las emociones profanas del amor, de la alegra juvenil,
haciendo resonar sus cantares en el templo, como ofrenda a los pies de Jess... todo esto
era hermoso, segn Ana; la religin que lo consenta, maternal, cariosa, artstica.
No haba all barreras, en aquel momento, entre el templo y el mundo; la naturaleza
entraba a borbotones por la puerta de la iglesia; en la msica del rgano haba recuerdos
del verano, de las romeras alegres del campo, de los cnticos de los marineros a la orilla del
mar; y haba olor a tomillo y a madreselva, y olor a la playa, y olor arisco del monte, y
dominndolos a todos olor mstico de poesa inefable... que arrancaba lgrimas... La vigilia
exaltaba los nervios de la Regenta... Su pensamiento al remontarse se extraviaba y al
difundirse se desvaneca... Apoy la cabeza contra la panza churrigueresca de un altar de
piedra, nuevo, que era el principal de la capilla en que estaba, sumida en la sombra. Apenas
pensaba ya, no haca ms que sentir.
La verja de bronce dorado que separaba la capilla mayor del crucero, se interrumpa
en ambos extremos para dejar espacio a los plpitos de hierro, todos filigrana. Servan de
atriles para la Epstola y el Evangelio sendas guilas doradas con las alas abiertas. Ana vio
aparecer en el plpito de la izquierda del altar la figura de Glocester, siempre torcida pero
arrogante: la rica casulla de tela briscada despeda rayos herida por la luz de los ciriales que
acompaaban al cannigo. El Arcediano, en cuanto call el rgano, como quien quiere
interrumpir una broma con una nota seria, ley la epstola de San Pablo Apstol a Tito,
captulo segundo, dndole una intencin que no tena. Agradbale a Glocester tener ocupada
por su cuenta la atencin del pblico, y lea despacio, sealando con fuerza las
terminaciones en us y en i y en is: por el tono que se daba al leer no pareca sino que la
epstola de San Pablo era cosa del mismo Glocester, una composicioncilla suya. El rgano,
como si hubiera odo llover, en cuanto termin el presuntuoso Arcediano, solt el trapo,
abri todos sus agujeros, y volvi a regar la catedral con chorritos de canciones alegres; el
fuelle pareca soplar en una fragua de la que salan chispas de msica retozona; ahora
tocaba como las gaitas del pas, imitando el modo tosco e incorrecto con que el gaitero
jurado del Ayuntamiento interpretaba el brindis de la Traviata y el Miserere del Trovador. Por
ltimo, y cuando ya Ripamiln asomaba a
l cabecita vivaracha sobre el antepecho del otro
plpito, para cantar el Evangelio, el organista la emprendi con la mandilona:
Ahora s que estars contentn,
mandiln,
mandiln,
mandiln.
Los carlistas y liberales que llenaban el crucero celebraron la gracia, hubo cuchicheos,
risas comprimidas y en esto vio la Regenta un signo de paz universal. En aquel momento,
pensaba ella, unidos todos ante el Dios de todos, que naca, las diferencias polticas eran
nimiedades que se olvidaban.
Ripamiln no pudo menos de sonrer, mientras colocaba, con gran dificultad, el libro
en que haba de leer el Evangelio de San Lucas, sobre las alas del guila de hierro.
El Arcediano, en la escalera del plpito esperaba con los brazos cruzados sobre la
panza; cerca de l y haciendo guardia, estaban dos aclitos con los ciriales; uno era
Celedonio.
Secuentia Sancti Evangelii secundum Lucaaam!... cant Ripamiln, muerto de
sueo y aprovechndose del canto llano para bostezar en la ltima nota.

363

In illo tempore!... continu... En aquel tiempo se promulg un edicto mandando


empadronar a todo el mundo. Fue cosa de Csar Augusto, muy aficionado a la Estadstica.
Este empadronamiento fue hecho por Cirino, que despus fue gobernador de la Siria.
Ripamiln se dorma sobre el recuerdo de Cirino, pero al llegar al empadronamiento de Jos
se anim el Arcipreste, figurndose a los santos esposos camino de Bethlehem (o mejor
Belem). Y sucedi que hallndose all le lleg a Mara la hora de su alumbramiento; y dio a
luz a su Hijo primognito y envolviole en paales y recostole en un pesebre. Ripamiln lea
ahora pausadamente, a ver si se enteraba el pblico. Cuando lleg a los pastores que
estaban en vela, cuidando sus rebaos, don Cayetano record su grandsima aficin a la
gloga y se enterneci muy de veras.
Ms enternecida estaba la Regenta, que segua en su libro la sencilla y sublime
narracin. El Nio Dios! El Nio Dios! Ella comprenda ahora toda la grandeza de aquella
Religin dulce y potica que comenzaba en una cuna y acababa en una cruz. Bendito Dios!
las dulzuras que le pasaban por el alma, las mieles que gustaba su corazn, o algo que
tena un poco ms abajo, ms hacia el medio de su cuerpo!... Y aquel Ripamiln all arriba,
aquel viejecillo que contaba lo del parto como si acabara de asistir a l! Tambin Ripamiln
estaba hermoso a su manera.
En tanto el pblico empezaba a impacientarse, se iba acabando la formalidad, y en
algunos rincones se oan risas que provocaba algn chusco. En la nave del trasaltar, la ms
obscura, escondidos en la sombra de los pilares y en las capillas, algunos seoritos se
divertan en echar a rodar sobre el juego de damas del pavimento de mrmol monedas de
cobre, cuyo profano estrpito despertaba la codicia de la gente menuda; bandos de pilletes
que ya esperaban ojo avizor la tradicional profanacin, corran tras las monedas, y al caer
tantos sobre una sola en racimo de carne y andrajos, excitaban la risa de los fieles, mientras
ellos se empujaban, pisaban y mordan disputndose el ochavo miserable.
Pero llegaba la ronda y el racimo de pillos se deshaca, cada cual corra por su lado.
La ronda la presida el seor Magistral, de roquete y capa de coro; en las manos, cruzadas
sobre el vientre, llevaba el bonete, a derecha e izquierda, como dndole guardia, caminaban
con paso solemne aclitos con sendas hachas de cera. La ronda daba vueltas por el trascoro,
las naves y el trasaltar. Se vigilaba para evitar abusos de mayor cuanta. La obscuridad del
templo, los excesos de la colacin clsica, la falta de respeto que el pueblo crea tradicional
en la misa del gallo, hacan necesarias todas estas precauciones.
Haba otra clase de profanaciones que no poda evitar la ronda. Apibase el pblico
en el crucero, oprimindose unos a otros contra la verja del altar mayor, y la valla del
centro, debajo de los plpitos, y quedaban en el resto de la catedral muy a sus anchas los
pocos que preferan la comodidad al calorcillo humano de aquel montn de carne repleta.
Como la religin es igual para todos, all se mezclaban todas las clases, edades y
condiciones. Obdulia Fandio, en pie, oa la misa apoyando su devocionario en la espalda de
Pedro, el cocinero de Vegallana, y en la nuca senta la viuda el aliento de Pepe Ronzal, que
no poda, ni tal vez quera, impedir que los de atrs empujasen. Para la de Fandio la
religin era esto, apretarse, estrujarse sin distincin de clases ni sexos en las grandes
solemnidades con que la iglesia conmemora acontecimientos importantes de que ella,
Obdulia, tena muy confusa idea. Visitacin estaba tambin all, ms cerca de la capilla, con
la cabeza metida entre las rejas. Paco Vegallana, cerca de Visitacin, finga resistir la fuerza
annima que le arrojaba, como un oleaje, sobre su prima Edelmira. La joven, roja como una
cereza, con los ojos en un San Jos de su devocionario y el alma en los movimientos de su
primo, procuraba huir de la valla del centro contra la cual amenazaban aplastarla aquellas
olas humanas, que all en lo obscuro imitaban las del mar batiendo un peasco, en la
negrura de su sombra. Todo el elemento joven de que hablaba El Lbaro en sus crnicas del
pequesimo gran mundo de Vetusta, estaba all, en el crucero de la catedral, oyendo como
entre sueos el rgano, dirigiendo la colacin de Nochebuena, viendo lucecillas, sintiendo

364

entre temblores de la pereza pinchazos de la carne. El sueo traa impos disparates, ideas
que eran profanaciones, y se desechaban para atenerse a los pecados veniales con que
brindaba la realidad ambiente. Miradas y sonrisas, si la distancia no consenta otra cosa,
iban y venan enfilndose como podan en aquella selva espesa de cabezas humanas. Se
tosa mucho y no todas las toses eran ingenuas. En aquella quietud soporfera, en aquella
obscuridad de pesadilla hubieran perma necido aquellos caballeritos y aquellas seoritas
hasta el amanecer, de buen grado. Obdulia pensaba, aunque es claro que no lo deca sino en
el seno de la mayor confianza, pensaba, que el hacer el oso, que era a lo que llamaba
timarse Joaqun Orgaz, si siempre era agradable, lo era mucho ms en la iglesia, porque all
tena un cachet . Y para la viuda las cosas con cachet eran las mejores.
En la inmoralidad que acusaba aquella aglomeracin de malos cristianos, estaba
pensando precisamente don Pompeyo Guimarn, que, mal curado de una fiebre, haba
consentido en cenar con don lvaro, Orgaz, Foja y dems trasnochadores en el Casino y
haba venido con ellos a la misa del gallo.
S, le remorda la conciencia, en medio de su embriaguez, pero el hecho era que
estaba all. Haban empezado por emborracharle con un licor dulce que ahora le estaba
dando nuseas, un licor que le haba convertido el estmago en algo as como una
perfumera... puf! qu asco!; despus le haban hecho comer ms de la cuenta y beber,
ltimamente, de todo. Y cuando l se preparaba a volverse a su casa, si alguno de aquellos
seores tena la bondad de acompaarle oh colmo de las bromas pesadas y ofensivas!
haban dado con l en medio de la catedral donde no haba puesto los pies haca muchos
aos. Haba protestado, haba querido marcharse, pero no le dejaron, y l tampoco se
atreva a buscar solo su casa; y en la calle haca fro.
Seores dijo en voz baja a don lvaro y a Orgaz conste que protesto, y que
obedezco a fuerza mayor, a la fuerza de la borrachera de ustedes, al permanecer en
semejante sitio.
Bien, hombre, bien!
Conste que esto no es una abdicacin...
No... qu ha de ser... abdicacin...
Ni una profanacin. Yo respeto todas las religiones, aunque no profeso ninguna...
Qu dir el mundo si sabe que yo vengo aqu... con una compaa de borrachos
matriculados? Reconozco en el Palomo el derecho de arrojarme del templo a latigazos o a
patadas...
Ya lo sabemos, hombre... pudo balbucear Foja. En resumen: don Pompeyo
rec onoce que l aqu representa lo mismo... que los perros en misa.
Comparacin exacta... eso, yo aqu lo mismo que un perro... Y adems esto
repugna... Oigan ustedes a ese organista, borracho como ustedes probablemente: convierte
el templo del Seor, llam moslo as, en un baile de candil... en una orga... Seores, en
qu quedamos, es que ha nacido Cristo o es que ha resucitado el dios Pan?
Y Pun, Pin, Pun!... yo soy el general... Bum Bum.
Esto lo cant bajito Joaqun Orgaz, tocando el tambor en la cabeza de Guimarn. Y
acto continuo el mediquillo sali de la capilla obscura donde se representaba tal escena, y se
fue a buscar una aguja en un pajar, como l dijo, esto es, a buscar a Obdulia entre la
multitud. Y la encontr, emparedada entre el formidable Ronzal y el cocinero de Paco.
Joaqun dio media vuelta y se volvi al lado de don Pompeyo.
La capilla desde la que oa misa la Regenta estaba separada slo por una verja alta
de la en que se haban escondido los trasnochadores del Casino. Ana oy la voz de Orgaz

365

que disuada al ateo de su propsito de abandonar el templo. Pero de una capilla a otra no
se distinguan las personas, slo se vean bultos.
Cuando pas la ronda fue otra cosa; las hachas de los aclitos dejaron a Anita ver a
una claridad temblona y amarillenta la figura arrogante del Magistral al mismo tiempo que la
esbelta y graciosa de don lvaro, que con los ojos medio cerrados, semidormido, con la
cabeza inclinada, y cogido a la verja que separaba las capillas, pareca atender a los oficios
divinos con el recogimiento propio de un sincero cristiano.
El Magistral tambin pudo ver a la Regenta y a don lvaro, casi juntos, aunque
mediaba entre ellos la verja. Le tembl el bonete en las manos; necesit gran esfuerzo para
continuar aquella procesin que en aquel instante le pareci ridcula.
Mesa no vio ni al Magistral, ni a la Regenta, ni a nadie. Estaba medio dormido en pie.
Estaba borracho, pero en la embriaguez no era nunca escandaloso. Nadie sospechaba su
estado.
Ana sigui viendo a don lvaro aun despus que la ronda se alej con sus luces
soolientas. Sigui vindole en su cerebro; y se le antoj vestido de rojo, con un traje muy
ajustado y muy airoso. No saba si era aquello un traje de Mefistfeles de pera o el de
cazador elegante, pero estaba el enemigo muy hermoso, muy hermoso... Y estaba all
cerca, detrs de aquella reja, si daba tres pasos poda tocarla a ella! El rgano se despeda
de los fieles con las mayores locuras del repertorio; un aire que Ana haba odo por primera
vez al lado de Mesa, en la romera de San Blas, aquel mismo ao... Cerr los ojos, que se le
haban llenado de lgrimas... Por dnde la tomaba ahora la tentacin! Se haca
sentimental, tierna, evocaba recuerdos, la autoridad de los recuerdos, que era siempre cosa
sagrada, dulce, entraable... Qu haba pasado en aquella romera de San Blas? Nada, y
sin embargo, ahora recordando aquella tarde, por culpa del organista, Ana vea a don lvaro
a su lado, muerto de amor, mudo de respeto, y a s misma se vea, contenta en lo ms
hondo del alma... ay s, ay s!... en unas honduras del alma, o del cuerpo, o del infierno... a
que no llegaban las suaves plticas del misticismo y fraternidad de que segua gozando en
compaa de aquel seor cannigo que acababa de pasar por all, con las manos cruzadas
sobre el vientre, rodeado de monaguillos.
Cuando Ana procur sacudir, moviendo la cabeza, aquellas imgenes importunas y
pecaminosas, el templo iba quedndose vaco. Tuvo ella fro y casi miedo a la sombra de un
confesonario en que se apoyaba. Se levant y sali de la catedral, que empezaba a
dormirse.
El rgano se haba callado como un borracho que duerme despus de alborotar el
mundo. Las luces se apagaban...
En el prtico encontr Ana al Magistral.
Don Fermn estaba plido; lo vio ella a la luz de una cerilla que encendieron por all.
Cuando volvi la obscuridad, De Pas se acerc a la Regenta y con una voz dulce en que
haba quejas le pregunt:
Se ha divertido usted en misa?
Divertirme en misa!
Quiero decir... si le ha gustado... lo que tocan... lo que cantan...
Not Ana que su confesor no saba lo que deca.
En aquel momento salan del prtico; en la calle haba algunos grupos de rezagados.
Haba que separarse.

366

Buenas noches, buenas noches! dijo el Magistral con tono de mal humor, casi
con ira.
Y embozndose sin decir ms, tom a paso largo el camino de su casa.
Ana sinti deseos de seguirle: ella no saba por qu pero le tena enfadado: qu
haba hecho ella? Pensar, pensar en el enemigo, gozar con recuerdos vitandos... pero... de
todo eso cmo poda tener don Fermn noticia?... Y se haba marchado as! Una profunda
lstima y una gratitud que pareca amor invadieron el nimo de Ana en aquel instante...
Oh! por qu ella no poda ahora ir con aquel hombre, llamarle, consolarle... probarle que
era la de siempre, que ella no le volva la espalda como tantas otras?... S, s, le volvan la
espalda a l, el santo, el hombre de genio, el mrtir de la piedad... le volvan la espalda las
que antes se le disputaban, y todo por qu? por viles calumnias. Ella no, ella crea en l...
le seguira ciega al fin del mundo; saba que entre l y Santa Teresa la haban salvado del
infierno... Pero no se poda correr detrs de l para consolarle, para decirle todo esto.
Qu hubiera pensado, sin ir ms lejos, Petra la doncella, que estaba all, a su lado,
silenciosa, sonriente, cada da ms antiptica, y ms servicial... y ms insufrible!
Petra, mientras hablaron el Magistral y Ana se haba separado discretamente dos
pasos. Al ver al Provisor escapar y embozarse con tanto garbo, pens la criada:
Estn de monos y sonri.
La Regenta tom el camino de la Plaza Nueva. Iba andando medio dormida; estaba
como embriagada de sueo y msica y fantasa... Sin saber cmo se encontr en el portal
de su casa pensando en el Nio Jess, en su cuna, en el portal de Beln. Ella se figuraba la
escena como la representaba un nacimiento que haba visto aquella noche a primera hora.
Cuando se qued sola en su tocador, se puso a despeinarse frente al espejo; suelto el
cabello, cay sobre la espalda.
Era verdad, ella se pareca a la Virgen; a la Virgen de la Silla... pero le faltaba el
nio; y cruzada de brazos se estuvo contemplando algunos segundos.
A veces tena miedo de volverse loca. La piedad hua de repente, y la dominaba una
pereza invencible de buscar el remedio para aquella sequedad del alma en la oracin o en
las lecturas piadosas. Ya meditaba pocas veces. Si se paraba a evocar pensamientos
religiosos, a contemplar abstracciones sagradas, en vez de Dios se le presentaba Mesa.
Crea que haba muerto aquella Ana que iba y vena de la desesperacin a la
esperanza, de la rebelda a la resignacin, y no haba tal; estaba all, dentro de ella;
sojuzgada, s, perseguida, arrinconada, pero no muerta. Como San Juan Degollado daba
voces desde la cisterna en que Herodas le guardaba, la Regenta rebelde, la pecadora de
pensamiento, gritaba desde el fondo de las entraas, y sus gritos se oan por todo el
cerebro. Aquella Ana prohibida era una especie de tenia que se coma todos los buenos
propsitos de Ana la devota, la hermana humilde y cariosa del Magistral.
El Nio Jess! Qu dulce emocin despertaba aquella imagen! Pero por qu haba
servido el evocarla para dar tormento al cerebro? La necesidad del amor maternal se
despertaba en aquella hora de vigilia con una vaguedad tierna, anhelante.
Ana se vio en su tocador en una soledad que la asustaba y daba fro... Un hijo, un
hijo hubiera puesto fin a tanta angustia, en todas aquellas luchas de su espritu ocioso, que
buscaba fuera del centro natural de la vida, fuera del hogar, pbulo para el afn de amor,
objeto para la sed de sacrificios!...
Sin saber lo que haca, Ana sali de sus habitaciones, atraves el estrado, a
obscura s, como sola, dej atrs un pasillo, el comedor, la galera... y sin ruido, lleg a la

367

puerta de la alcoba de Quintanar. No estaba bien cerrada aquella puerta y por un intersticio
vio Ana claridad. No dorma su marido. Se oa un rum rum de palabras.
Con quin habla ese hombre? Acerc la Regenta el rostro a la raya de luz y vio a
don Vctor sentado en su lecho; de medio cuerpo abajo le cubra la ropa de la cama, y la
parte del torso que quedaba fuera abrigbala una chaqueta de franela roja; no usaba gorro
de dormir don Vctor por una supersticin respetable; l, incapaz de sospechar de su Ana la
falta ms leve, hua de los gorros de noche por una preocupacin literaria. Deca que el
gorro de dormir era una punta que atraa los atributos de la infidelidad conyugal. Pero
aquella noche haba tenido fro, y a falta de gorro de algodn o de hilo, se haba cubierto con
el que usaba de da, aquel gorro verde con larga borla de oro. Ana vio y oy que en aquel
traje grotesco Quintanar lea en voz alta, a la luz de un candelabro elstico clavado en la
pared.
Pero haca ms que leer, declamaba; y, con cierto miedo de que su marido se hubiera
vuelto loco, pudo ver la Regenta que don Vctor, entusiasmado, levantaba un brazo cuya
mano oprima temblorosa el puo de una espada muy larga, de soberbios gavilanes
retorcidos. Y don Vctor lea con nfasis y esgrima el acero brillante, como si estuviera
armando caballero al espritu familiar de las comedias de capa y espada.
Admitida la situacin en que se crea Quintanar, era muy noble y verosmil accin la
de azotar el aire con el limpio acero. Se trataba de defender en hermosos versos del siglo
diez y siete a una seora que un su hermano quera descubrir y matar, y don Vctor juraba
en quintillas que antes le haran a l tajadas que consentir, siendo como era caballero,
atrocidad semejante.
Pero como la Regenta no estaba en antecedentes, sinti el alma en los pies al
considerar que aquel hombre con gorro y chaqueta de franela que reparta mandobles desde
la cama a la una de la noche, era su marido, la nica persona de este mundo que tena
derecho a las caricias de ella, a su amor, a procurarla aquellas delicias que ella supona en la
maternidad, que tanto echaba de menos ahora, con motivo del portal de Beln y otros
recuerdos anlogos.
Iba la Regenta al cuarto de su marido con nimo de conversar, si estaba despierto,
de hablarle de la misa del gallo, sentada a su lado, sobre el lecho. Quera la infeliz desechar
las ideas que la volvan loca, aquellas emociones contradictorias de la piedad exaltada, y de
la carne rebelde y desabrida; quera palabras dulces, intimidad cordial, el calor de la
familia... algo ms, aunque la avergonzaba vagamente el quererlo, quera... no saba qu...
a que tena derecho... y encontraba a su marido declamando de medio cuerpo arriba, como
mueco de resortes que salta en una caja de sorpresa... La ola de la indignacin subi al
rostro de la Regenta y lo cubri de llamas rojas. Dio un paso atrs Anita, decidiendo no
entrar en el teatro de su marido... pero su falda mene algo en el suelo, porque don Vctor
grit asustado:
Quin anda ah!
No respondi Ana.
Quin anda ah? repiti exaltado don Vctor, que se haba asustado un poco a s
mismo con aquellos versos fanfarrones.
Y algo ms tranquilo , dijo a poco:
Petra! Petra! Eres t, Petra?
Una sospecha cruz por la imaginacin de Ana; unos celos grotescos, tal los reput,
se le aparecieron casi como una forma de la tentacin que la persegua.
Si aquel hombre sera amante de su criada?

368

Anselmo! Anselmo! aadi don Vctor en el mismo tono suave y familiar.


Y Ana se retir de puntillas, avergonzada de muchas cosas, de sus sospechas, de su
vago deseo que ya se le antojaba ridculo, de su marido, de s misma...
Oh, qu ridculo viaje por salas y pasillos, a obscuras, a las dos de la madrugada,
en busca de un imposible, de una grotesca farsa... de un absurdo cmico... pero tan amargo
para ella!... Y Ana, sin querer, como siempre, mientras iba a tientas por el saln, pero sin
tropezar, pensaba: Y si ahora, por milagro, por milagro de amor, lvaro se presentase aqu,
en esta obscuridad, y me cogiese, y me abrazase por la cintura... y me dijera: t eres mi
amor;... yo infeliz, yo miserable, yo carne flaca, qu hara sino sucumbir... perder el sentido
en sus brazos... S, sucumbir! grit todo dentro de ella; y desvanecida, busc a tientas el
sof de damasco y sobre l, tendida, medio desnuda, llor, llor sin saber cunto tiempo.
Una campanada del reloj del comedor la despert de aquella somnolencia de fiebre;
tembl de fro y a tientas otra vez, el cabello por la espalda, la bata desceida, y abierta por
el pecho, lleg Ana a su tocador; la luz de esperma que se reflejaba en el espejo estaba
prxima a extinguirse, se acababa... y Ana se vio como un hermoso fantasma flotante en el
fondo obscuro de alcoba que tena enfrente, en el cristal lmpido. Sonri a su imagen con
una amargura que le pareci diablica... tuvo miedo de s misma... se refugi en la alcoba, y
sobre la piel de tigre dej caer toda la ropa de que se despojaba para dormir. En un rincn
del cuarto haba dejado Petra olvidados los zorros con que limpiaba algunos muebles que
necesitaban tales disciplinas; y pensando ella misma en que estaba borracha... no saba de
qu, Ana, desnuda, viendo a trechos su propia carne de raso entre la holanda, salt al
rincn, empu los zorros de ribetes de lana negra... y sin piedad azot su hermosura intil
una, dos, diez veces... Y como aquello tambin era ridculo, arroj lejos de s las prosaicas
disciplinas, entr de un brinco de bacante en su lecho; y ms exaltada en su clera por la
frialdad voluptuosa de las sbanas, algo hmedas, mordi con furor la almohada. A fuerza
de no querer pensar, por huir de s misma, media hora despus se qued dormida.
Aquella misma maana, a las ocho, Ana, sola, pasaba por delante de la casa del
Magistral. A qu haba ido all? Aqul no era camino de la catedral. Una vaga esperanza de
encontrar a don Fermn, de verle al balcn, de algo que ella no poda precisar, le haba
hecho tomar por la calle de los Cannigos. No top con el suyo. Se dirigi a la catedral y se
sent sobre la tarima que haba en medio del crucero, desde el coro a la capilla del Altar
mayor. Apoyada la cabeza en la valla dorada, fra como un carmbano, la Regenta estuvo
oyendo misa desde lejos, rezando oraciones que no terminaban y soando despierta hasta
que concluy el coro. Vio entrar en l a su amigo, a su De Pas, a quien sonri cariosa, con
la dulzura que a l le entraba por las entraas como si fuera fuego; el Magistral no sonri,
pero su mirada fue intensa; dur muy poco, pero dijo muchas cosas, acus, se quej,
inquiri, perdon, agradeci... Y pas don Fermn. Entr en el coro y se fue a su rincn.
Terminadas las horas cannicas, el Magistral sali, se inclin ante el altar, se dirigi a la
sacrista, y a poco volvi a verle la Regenta, sin roquete, muceta ni capa, con manteo y el
sombrero en la mano. Otra vez se miraron. Ahora sonrieron los dos. Ana se levant cinco
minutos despus. Sin necesidad de decrselo, ni por seas, acudieron ambos a una cita... Se
encontraron a poco en el saln de doa Petronila Rianzares, donde haba muchas seoras y
tres clrigos. All se haba reunido la flor y nata de lo que llamaba El Alerta el elemento
levtico de la poblacin. Aquellas seoras de respetable aspecto las ms, guapas y jvenes
algunas, celebraban con alegra evanglica el natalicio de Nuestro Seor Jesucristo como si
el Hijo de Mara hubiese venido al mundo exclusivamente para ellas y otras cuantas
personas distinguidas. La Natividad del Seor se les antojaba algo como una fiesta de
familia. Doa Petronila, con una manteleta de raso negro, antiqusima, mal cortada, reciba
a su mundo devoto como si estuviese ella de cumpleaos. Todo se volva all sonrisas,
apretones de manos, elogios mutuos, carcajadas sonoras, que reflejaban el interior contento
de aquellas almas en gracia de Dios. El Magistral fue recibido en triunfo. Qu fino! qu

369

atento! Una hora despus tena que subir al plpito, en la catedral, a predicar un sermn de
los de tabla, y sin embargo acuda antes a dar las Pascuas a su amiga doa Petronila!
Qu hombre! qu ngel! qu pico de oro! qu lumbrera!
El descrdito de don Fermn no haba llegado al crculo de doa Petronila; all nadie
dudaba de la virtud del Provisor, nadie la discuta. Si alguno de los presentes, fuera de aquel
saln venerable se atreva a calumniar a aquel santo, no se saba, no se quera saber, pero
en casa del gran Constantino nadie osara poner en tela de juicio la santidad del Crisstomo
vetustense.
Por poco tiempo consiguieron verse solos Ana y don Fermn. Fue en el gabinete de
doa Petronila. Ella los encontr...; pero sonrindoles y saludando con la mano les dijo,
desde la puerta:
Nada, nada... vena por unos papeles... Ya volver...
Ana iba a llamarla: no haba secretos, por qu se retiraba aquella seora?.... Esto
quera decirle, pero un gesto del Magistral la contuvo.
Djela usted dijo De Pas con un tono imperioso que a la Regenta siempre le
sonaba bien. Eso quera ella, que el Magistral mandase, dispusiera de ella y de sus actos.
Ana volvi hacia De Pas, que estaba cerca del balcn y le sonri como poco antes en
la catedral. Aquella sonrisa peda perdn y bendeca.
Don Fermn estaba plido, le temblaba la voz. Estaba ms delgado que por el verano.
En esto pensaba Anita.
Estoy tan cansado! dijo l, y suspir con mucha tristeza.
Ana se sent a su lado, al verle dejarse caer en una butaca.
Estoy tan solo!
Cmo solo?... No entiendo.
Mi madre me adora, ya lo s... pero no es como yo; ella procura mi bien por un
camino... que yo no quiero seguir ya... usted sabe todo esto, Ana.
Pero... por qu est usted solo? y... los dems?
Los dems... no son mi madre. No son nada mo. Qu tiene usted, Ana? se pone
usted mala? qu es esto? llamar...
No, no, de ningn modo... Un escalofro... un temblor... ya pas... esto no es nada.
Tendr usted un ataque?
No... el ataque se presenta con otros sntomas... deje usted... deje usted. Esto es
fro... humedad... nada...
Callaron.
De Pas vio que Ana contena el llanto que quera saltar a la cara.
Qu sucede aqu? yo necesito saberlo todo, tengo derecho... creo que tengo
derecho...
Ana cay de rodillas a los pies de su hermano mayor, y sollozando pudo decir:
S, todo, todo lo sabr usted... Pero aqu no, en la Iglesia... Maana... temprano...
No, no, esta tarde!...

370

El Magistral se puso de pie. Sin que lo viese ella, que tena escondida la cabeza entre
las manos, levant los brazos y llev los puos crispados a los ojos. Dio dos vueltas por el
gabinete. Volvi a paso largo al lado de la Regenta, que segua de rodillas, sollozando y
ahogando el llanto para que no sonase.
Ahora, Ana, ahora es mejor... aqu... an hay tiempo...
Aqu no, no... Ya es hora... va usted a llegar tarde...
Pero qu es esto... qu pasa? por caridad... seora... por compasin, Ana... no ve
usted que tiemblo como una vara verde... Yo no soy un juguete... Qu pasa... qu debo
temer?... Ayer ese hombre estaba borracho... l y otros pasaron delante de mi casa... a las
tres de la madrugada... Orgaz le llamaba a gritos: lvaro! lvaro! aqu vive... tu rival...
eso deca, tu rival... la calumnia ha llegado hasta ah!...
Ana mir espantada al Provisor... Pareca que no comprenda sus palabras...
S, seora, les pesa de nuestra amistad, y quieren separarnos, y as podrn
conseguirlo... echan lodo en medio... y se acab...
Era la primera vez que el Magistral hablaba as. Jams se haban acordado en sus
conversaciones de aquel peligro, de aquella calumnia; l pensaba en ella, pero no convena
a sus planes decir a la Regenta: yo soy hombre, t eres mujer, el mundo juzga con la
malicia... Pero ahora, sin poder contenerse, haba dicho: tu rival, con fuerza... aunque
aquellas palabras pudiesen asustar a la Regenta.
S, s, l tambin era hombre, poda ser rival, por qu no? No se conoca; se
paseaba por el gabinete como una fiera en la jaula; comprenda que en aquel momento dira
todo lo que le sugiriese la pasin exaltada, el amor propio herido... Despus le pesara de
haber hablado... pero no importaba, ahora quera desahogar. Ay! no era el Fermn de
antao.
Ana se levant, esper a que el Magistral llegase en sus paseos al extremo del
gabinete y dijo:
No me ha comprendido usted... Yo soy la que est sola... usted es el ingrato... Su
madre le querr ms que yo... pero no le debe tanto como yo... Yo he jurado a Dios morir
por usted si haca falta... El mundo entero le calumnia, le persigue... y yo aborrezco al
mundo entero y me arrojo a los pies de usted a contarle mis secretos ms hondos... No
saba qu sacrificio podra hacer por usted... Ahora ya lo s... Usted me lo ha descubierto...
Hablan de mi honra... miserables! yo no sospechaba que se pudiera hablar de eso... pero
bueno, que hablen... yo no quiero separarme del mrtir que persiguen con calumnias como
a pedradas... Quiero que las piedras que le hieran a usted me hieran a m... yo he de estar a
sus pies hasta la muerte... Ya s para qu sirvo yo! Ya s para qu nac yo! Para esto...
Para estar a los pies del mrtir que matan a calumnias...
Silencio! Silencio, Anita... que vuelve esa seora...
El Magistral, que ahora estaba rojo, y tena los pmulos como brasas, se acerc a la
Regenta, le oprimi las manos y dijo ronco, estrangulado por la pasin:
Ana, Ana!... Sin falta esta tarde... Y ahora a la catedral... junto al altar de la
Concepcin... en frente del plpito...
Hasta la tarde; pero vaya usted tranquilo... casi todo lo que tena que decir... est
dicho...
Pero ese hombre!...
De ese hombre... nada.

371

La voz de doa Petronila se haba odo cuando el Magistral avis que llegaba. Hablaba
desde lejos la seora de Rianzares, que deca:
All va, all va el seor Magistral, est en mi gabinete solo, repasando su sermn
sin duda...
Y entr cuando Ana se volva un poco para ocultar a su amigo la confusin que l
hubiera ledo en el rostro de ella, a no haber tenido que atender a doa Petronila, que
gritaba:
Vamos, listo, listo... que le esperan... que creo que ha empezado la misa...
El Magistral desapareci por la puerta de la alcoba, por donde haba entrado el ama
de la casa.
Mir el gran Constantino a la Regenta y tomndole la cabeza con ambas manos la
bes con estrpito en la frente; y despus dijo:
Pero qu hermossima est hoy esta rosa de Jeric!
A la catedral, a la catedral! gritaron los del saln.
Y llegaron Ana y el obispomadre al trascoro al mismo tiempo que De Pas suba con
majestuoso paso al plpito, donde Ripamiln cantara al comenzar el da el Evangelio de San
Lucas.
Buscaron sitio al pie del altar de la Concepcin.
Desde aqu se ve perfectamente dijo doa Petronila.
E inclinndose hacia Ana, aadi en voz baja y melosa:
Mrele usted, est hoy lo que se llama hermossimo ese apstol de los gentiles!
Qu roquete! Parece de espuma... En el nombre del Padre... del Hijo... y del Espritu...
Santo...

XXIV
Pero, y si l se empea en que vaya?
Es muy dbil... si insistimos, ceder.
Y si no cede, si se obstina?
Pero, por qu?
Porque... es as. No s quin se lo ha metido por la cabeza, dice que le pongo en
ridculo si no voy... Y nos alude... habla del que tiene la culpa de esto... dice que l no es
amo de su casa, que se la gobiernan desde fuera... Y despus, que la Marquesa est ya algo
fra con nosotros por causa de tantos desaires... qu s yo!
Bien, pues si todava se obstina... entonces... tendremos que ir a ese baile dichoso.
No hay que enfadarle. Al fin es quien es. Y el otro anda con l? Tan amigotes siempre?
Ya se sabe que a casa no le lleva...
Y es de etiqueta el baile?
Creo... que s...
Hay que ir escotada?

372

Ps... no. Aqu la etiqueta es para los hombres. Ellas van como quieren; algunas
completamente subidas.
Nosotros iremos... subidos, eh?
S, es claro... Cundo toca la catedral? pasado? pues pasado ir a la capilla con el
vestido que he de llevar al baile.
Cmo puede ser eso?...
Siendo... son cosas de mujer, seor curioso. El cuerpo se separa de la falda... y
como pienso ir obscura... puedo llevar el cuerpo a confesar... y veremos el cuello al levantar
la mantilla. Y quedaremos satisfechos.
As lo espero.
Don Fermn qued satisfecho del vestido, aunque no de que furamos al baile. El
vestido, segn pudo entrever acercando los ojos a la celosa del confesonario, era bastante
subido, no dejaba ver ms que un ngulo del pecho en que apenas caba la cruz de
brillantes, que Ana llev tambin a la iglesia para que se viera cmo haca el conjunto.
Y la Regenta fue al baile del Casino, porque como ella esperaba, don Vctor se
empe en que se fuera, y se fue.
Aquel acto de energa, verdaderamente extraordinario, le haca pensar al ex
regente, mientras suban la escalera del casern negruzco del Casino, que l, don Vctor,
hubiera sido un regular dictador. Le faltaba un teatro, pero no carcter. Que lo dijera su
mujer, que mal de su grado suba colgada de su brazo, hermossima, casi contenta, pese a
todos los confesores del mundo. Ya no estbamos en el Para guay: A l jesuitas!
Era lunes de Carnaval. El da anterior, el domingo se haba discutido con mucho calor
en el Casino si la sociedad abrira o no abrira sus salones aquel ao. Era costumbre
inveterada que aquel crculo aristocrtico (como le llamaba el Alerta, a cuyos redactores no
se convidaba nunca, porque se empeaban en asistir de jaquet ) diese baile, pero jams de
trajes, el lunes de Carnaval.
Por qu no ha de ser este ao como los dems? preguntaba Ronzal, que
acababa de hacerse un frac en Madrid.
Porque este ao el Carnaval est muy desanimado por culpa de los Misioneros, por
eso responda Foja, a quien haba metido en la Junta directiva don lvaro.
La verdad es dijo el presidente, Mesa que nos exponemos a un desaire. La
mayor parte de las seoritas comm'il faut estn entregadas en cuerpo y alma a los jesuitas,
creo que muchas traen cilicios debajo de la camisa.
Qu horror! exclam don Vctor, que estaba presente, aunque no era de la Junta.
(Pero por no separarse de Mesa.)
S, seor, cilicios corrobor Foja. Amigo, el Magistral no puede tanto. No ha
conseguido que sus hijas de confesin usen cilicios y otras invenciones diablicas.
Porque tampoco se lo ha propuesto contest Ronzal.
Don lvaro observ que Quintanar se pona colorado. Le haba sabido mal la alusin
de Foja. S, aluda a su mujer al hablar del Magistral; con l iba la pulla.
Lo cierto es continu el exalcalde que nos exponemos a un desaire, como dice
muy bien el presidente. La flor y nata de la conservadura, que son las que animan esto, no
vendr; las conozco bien: ahora se divierten en jugar a las santas. Ahora son msticas...
zurriagazo y tente tieso, ja, ja, ja!

373

A m se me ocurre una cosa dijo Mesa. Exploremos el terreno. Hagamos que


los socios que tienen relaciones con las familias distinguidas se enteren de si las nias
vienen o no. Si ellas asisten, las dems, las de reata, vendrn de fijo, malgr todos los
jesuitas y padres descalzos del mundo.
Magnfico! Magnfico!
Pues nada, a trabajar, a trabajar.
Cada cual ofreci traer a quien pudiera.
Don Vctor, a quien otra pulla de Foja haba picado mucho, no pudo menos de decir:
Yo, seores... respondo de traer a mi mujer. Esa no baila pero hace bulto.
Oh, gran adquisicin! dijo un socio; si doa Ana viene, ser un gran ejemplo,
porque ella, hace tanto tiempo retirada... oh! ser un gran ejemplo.
Efectivamente. Que se corra que viene la Regenta y se llenar esto con lo
mejorcito.
Seor Quintanar dijo el exalcalde se le declara a usted benemrito del
Casino... si consigue traer a su seora la Regenta.
Pues s seor que vendr!... En mi casa, seor Foja, una ligera insinuacin ma es
un decreto sancionado...
Y don Vctor se fue a casa maldiciendo de la hora en que se le haba ocurrido asistir a
la Junta.
Por qu habra ofrecido l lo que no haba de cumplir?
Sin embargo, la palabra era palabra.
Tiempo haca que Quintanar no lea a Kempis, ni pensaba ya en el infierno con
horror. De su piedad pasajera slo le quedaba la conviccin de que son necesarias las
buenas obras adems de la fe para salvarse, y la costumbre de persignarse al levantarse, al
salir de casa, al dormir, etc., etc. Haba vuelto a Caldern y Lope con ms entusiasmo que
nunca. Se encerraba en su despacho o en su alcoba y recitaba grandes relaciones, como l
deca, de las ms famosas comedias, casi siempre con la espada en la mano. As le haba
sorprendido su mujer, sin que l lo supiera nunca, la noche de Noche buena. Verdad es que
haba cenado fuerte el buen seor y se le haba ocurrido celebrar a su modo el Nacimiento
de Jess.
Pero si la propia religiosidad haba volado, o se haba escondido en pliegues
recnditos del alma, donde l no la encontraba, don Vctor respetaba la piedad ajena.
No obstante, se deca a s mismo, animndose al ataque, mi mujer ya no va para
santa; respeto como antes su piedad, pero ya no me da miedo; ya es una devota como
otras muchas, va y viene, y no se detiene; la novena, la misa, la cofrada, la visita al
Santsimo... pero ya no tenemos aquellas encerronas con que a m me asustaba, como si
tuviramos un pararayos en casa. Ea, pues, me atrevo, se lo digo...
Y se lo dijo. Se lo dijo cuando acababan de comer. Con gran sorpresa del enrgico
marido que no quera que su casa fuese un nuevo Paraguay (alusin que no entendi
Ana), la esposa no resisti tanto como l esperaba; se rindi pronto. Pero l lo achac a la
propia energa. Comprende que yo no he de ceder y no se obstina.
Cuando Ana consult con el Magistral en casa de doa Petronila, ya tena dado su
consentimiento. Pero pensaba retirarlo si el cannigo deca non possumus.

374

Todo se arregl, menos la conciencia de Ana, que sigui intranquila. Por qu haba
dicho que s despus de una dbil resistencia? A qu iba ella al baile? Por obedecer a su
marido, es claro; pero por qu estaba segura de que meses antes no le hubiera obedecido
y ahora s?
No lo saba; no quera saberlo. No quera atormentarse ms.
El baile y ella qu tenan que ver? qu le importaba a ella, a la hermana de don
Fermn el santo, el mrtir, que bailasen o no las muchachas insulsas de Vetusta en el saln
estrecho y largo del Casino? Nada, nada.
As pensaba mientras se dejaba peinar por su doncella y con las propias manos
sujetaba la cruz de diamantes sobre el fondo blanco de aquel ngulo de carne que el cuerpo
subido del vestido obscuro dejaba ver.
Ronzal, de la comisin que reciba a las seoras, se apresur, en cuanto asomaron los
de Quintanar en el vestbulo, a ofrecer a la Regenta su brazo. Cul? el derecho, sin duda
el derecho, pens. Grande fue su pena al notar que Paco Vegallana ofreca a Olvido Pez,
que entraba al mismo tiempo, no el brazo derecho, sino el izquierdo. De todos modos, entr
en el saln triunfante con su pareja... de un minuto. Tuvo tiempo suficiente, sin embargo,
para participar del triunfo de Ana. Las conversaciones se suspendieron, las miradas se
clavaron en la hija de la italiana. Hubo un rumor de asombro:
La Regenta!
La Regenta!
Quin lo dira!
Pobre Magistral!
Y qu hermosa!
Pero qu sencilla!...
Esta exclamacin fue de Obdulia.
Qu sencilla, pero qu hermosa!...
La virgen de la Silla...
La Venus del Nilo, como dice Trabuco.
Esto lo dijo Joaqun Orgaz.
El crculo de la nobleza se abri para acoger en su seno a la Hija prdiga de la
Sociedad, como acert a decir el barn de la Barcaza, que in illo tempore haba estado muy
enamorado de Anita, a pesar de la seora baronesa e hijas.
La Marquesa de Vegallana, todava de azul elctrico, se levant de su silla de raso
carmes con respaldo de nogal, y abraz, sin que pareciera mal, a su querida Anita.
Hija, gracias a Dios; crea que era el desaire ciento uno.
La Marquesa tambin haba puesto empeo en que Ana asistiera al baile y a la cena,
que tendra la elite en petit comit. Todos estos galicismos los haba importado Mesa.
Pero qu divina, Ana, pero qu divina! le deca a la Regenta cara a cara, y con
voz gangosa la hija mayor del barn, Rudesinda, que segn don Saturnino Bermdez era
una belleza ojival. En efecto, pareca una torrecilla gtica, aunque, por ciertas curvas del
busto, sobre todo del cuello, a la Marquesa se le antojaba un caballo de ajedrez.

375

Por lo dems, a ella y a sus dos hermanas las llamaban los plebeyos Las tres
desgracias, y a su seor padre, barn de la Barcaza, el barn de la Deuda flotante,
aludiendo al ttulo y a los muchos acreedores del magnate.
Sola esta familia, digna de mejores rentas, pasar gran parte del ao en Madrid, y las
nias (de veintisis aos la menor) cuando estaban en pblico ante los vetustenses, fingan
disimular su desprecio de todo lo que les rodeaba. Refugibanse en el crculo aristocrtico,
donde tambin entraban, por especial privilegio, Visitacin y Obdulia, pariente de nobles.
Las seoritas de la clase media (y cuenta que en Vetusta el gobernador civil y familia
entraban en la aristocracia) se vengaban de aquel desdn mal disimulado contndoles los
huesos de la pechuga a las del barn y a otras jvenes aristcratas. Daba la casualidad de
que casi todas las nias nobles de Vetusta eran flacas.
Ana se sent al lado de la Marquesa de Vegallana, nica persona que le era simptica
entre todas las del corro. Entonces anunciaba la orquesta un rigodn.
Y no fue vana su amenaza; a los dos minutos aquellos violines y violas, clarinetes y
flautas, a quienes acompaaba en su laboriosa gestacin armnica un piano de Erard,
comenzaron a llenar el aire con sus acordes, como se prometa decir en El Lbaro del da
siguiente Trifn Crmenes, el cual haba osado preguntar a la hija segunda del barn si le
favoreca. Mal gesto puso Fabiolita, que as se llamaba, pero una sea de su padre la oblig
a favorecer a Trifn, aunque se propuso no contestarle, si l se atreva a hablar, ms que
con monoslabos. El barn de la Deuda Flotante crea en el poder de la prensa peridica,
pero su hija no. Enfrente de esta pareja se coloc resplandeciente Ronzal, el gallardo
Trabuco, diputado de la comisin y miembro de la Junta directiva del Casino. La pechera que
luca Ronzal no poda ser ms brillante. Estaba l orgulloso de aquella pechera, de aquel frac
madrileo, de aquellas botas sin tacones que eran la ltima moda, lo ms chic, como ya
empezaba a decirse en Vetusta. Pero no estaba tan satisfecho de sus conocimientos y
habilidad en el arte de Terpscore (otra frase que Trifn se propona emplear). Tena a su
lado Trabuco, como pareja a Olvido Pez, que no le miraba siquiera. Pero l no pensaba en
esto, pensaba en que, segn vea, tarde ya, le tocaba romper la ma rcha; su bis a bis era
Trifn, y Trifn haba empezado a ponerse en movimiento. Trabuco sudaba antes de haber
motivo para ello. A cada momento se meta los dedos de la mano derecha entre el cuello de
la camisa y lo que l llamaba mi pescuezo cuando apostaba la cabeza por cualquier cosa.
Aquel movimiento le pareca muy elegante y sobre todo era muy socorrido. Mientras la de
Pez daba a entender con su aire melanclico y aburrido que su reino no era de este mundo,
y que Ronzal haba hecho demasiado atrevindose a invitarla a bailar, el diputado pona los
cinco sentidos en no equivocarse, en no pisar el vestido ni los pies a ninguna seorita y en
imitar servilmente las idas y venidas y las genuflexiones de Trifn. Mal poeta era Crmenes,
pero el rigodn lo conoca muy a fondo. Bien se lo envidiaba Ronzal. La de Pez y la del
barn al pasar cerca una de otra se sonrean discretamente, como diciendo: Vaya todo
por Dios! o bien qu par de cursis nos han tocado en suerte! Pero Ronzal, como si cantaran;
pensaba en la pechera, en el cuello de la camisa y en las colas de los vestidos. A su derecha
tena Trabuco a Joaqun Orgaz, que hablaba sin cesar con su pareja, una americana muy
rica y muy perezosa. Como el saln era estrecho y las costumbres vetustenses un poco
descuidadas, las parejas, mientras no les tocaba moverse, se sentaban en la silla que tenan
detrs de s muy cerca. Ronzal, que no poda sentarse, porque no tena dnde, pensaba que
aquello era una corruptela, y era verdad. La de Pez y la del barn apenas se tenan en pie;
se dejaban caer sobre su silla respectiva, como si cada figura del rigodn fuera un viaje
alrededor del mundo.
Despus del rigodn vino un wals. Ronzal se retir a fumar un cigarro de papel. l no
bailaba wals, no haba podido aprender nunca. Todas las puertas del saln estaban
atestadas de socios... que no tenan frac. Un frac en Vetusta supona cierta posicin. Muchos
pollos se figuraban que semejante prenda exiga la fortuna de un Montecristo.

376

Y como el baile era de etiqueta, la m s florida juventud se quedaba a la puerta. Unos


fingan desdear el ridculo placer de dar vueltas por all como una peonza... para nada.
Otros hacan alardes de desidia, de escepticismo, de cualquier cosa que fuera incompatible
con el frac, segn ellos. Y algunos, ms ingenuos, confesaban la penuria de su presupuesto,
maldecan de las exigencias sociales... y se reservaban para ltima hora. Porque a ltima
hora bailaban, pese a Ronzal, los de levita, los de jaquet y hasta los de cazadora. No
faltaba m s!
Saturnino Bermdez, que tena frac, y clac y todo lo necesario, lleg un poco tarde al
saln. Se detuvo en una puerta... y... tembl. No poda remediarlo... La emocin de entrar
en los salones en da solemne era para l semejante a la de echarse al agua. Y en efecto,
cualquier observador hubiera dicho que aquel hombre crea estar en aquel umbral a la orilla
del Ocano. Contestaba Saturno con sonrisas muy corteses a las bromas de los envidiosos
sin frac que le decan:
Vamos, hombre, lncese usted... valor!
Ya... ya... voy... no si... ya voy...
Y sujet bien los guantes, y se arregl el lazo de la corbata, y se asegur de que el
pauelo estaba en su sitio, y... tambin pas dos dedos por la tirilla de la camisola. Por
ltimo... a la una, a las dos... (a las dos se compuso el peinado con los dedos, sin recordar
que traa la cabeza como un recluta) y despus de este ademn automtico, muy frecuente
en los que van a arrojarse al bao de cabeza... despus de esto al agua! Saturno entra en
el saln, saludando a diestro y siniestro, y aunque parece que su propsito es enterarse de
quin est all, en el fuero interno bien sabe l que lo que busca es un rincn de un divn o
una silla que le sirva de puerto en aquella arriesgada navegacin por los mares del gran
mundo. Pero poco a poco se acostumbra al agua, es decir, al saln, y ya est all muy
tranquilo, y baila y dice galanteras en unos prrafos tan largos y complicados, que nadie se
los agradece.
Ana al principio tena sueo. Eran las doce. No pensaba ms que en lo que pasaba
ante sus ojos. No quera reflexionar. Al entrar en el Casino se haba dicho: Se acercar
don lvaro a saludarme? Y haba sentido miedo y estuvo tentada a fingirse enferma para
volver a casa. Pero aquella idea pas. lvaro no acababa de parecer por all. La Marquesa
hablaba como una cotorra. Anita contestaba con sonrisas... De pronto apareci Visitacin la
del Banco, que vesta un traje de organd con flores de trapo por arriba y por abajo. El
escote era exagerado.
Chica, vienes escandalosa le dijo la Marquesa, mientras le morda la cara al
besarla, para apagar as la risa.
Visita mir como pudo hacia donde haba mirado doa Rufina, y contest sin
turbarse:
Bah, no me parece! Pero no sera extrao, porque ni tiempo he tenido para
mirarme al espejo... Aquellos demonios de hijos! Su padre que no tiene energa, que no
sabe engaarlos!... no me los poda quitar de encima. Pero Ana, qu es esto? t aqu?
pero fesima ma, qu es esto? qu bula tenemos?...
Y al decir esto estaba ya la del Banco con los brazos abiertos frente a la Regenta, y
chocaban las rodillas de una dama con las de la otra.
La que estaba de pie inclinaba el cuerpo hacia atrs.
Media hora despus, Visita, un poco escondida detrs del cortinaje de un balcn,
refera una historia a la Regenta, que la oa atenta, vuelta hacia el rincn de su amiga.

377

El baile se animaba, la maledicencia y los recelos ridculos de la etiqueta fra e


irracional de nobles y plebeyos codendose, dejaban el puesto a otros vicios y pasiones.
Ronzal ya no pareca a la de Pez un hombre tosco, sino un hombre; las del barn se
humanizaban, las nias de la clase media olvidaban los huesos que enseaba la nobleza, y
pensaban en la alegra ambiente, se entregaban al baile con furor invencible, como ansiando
beber en aquella atmsfera perfumada, demasiado perfumada tal vez, el licor desconocido
que pudiera saciar sus vagos anhelos. Las cursis, si eran bonitas, ya no parecan cursis; ya
no se pensaba en la reina del baile , en el mejor traje, en las joyas ms ricas; la juventud
buscaba a la juventud, algo de amor volaba por all; ya haba miradas de fuego, sonrisas
perezosas que presentan imposibles, celos dramticos que daban al conjunto un tono de
grandeza. Las nias ms recatadas, y hasta las ms parecidas a muecas de resorte, hacan
pensar en la mujer que traan debajo de aquellos vestidos vulgares y de aquella educacin
falsa y desabrida.
Ana, a las dos de la maana, se levant de su silla por vez primera y consinti en dar
una vuelta por el saln, en un intermedio del baile. Visita iba a su lado callada, pensativa,
satisfecha de lo que acababa de hacer. Haba referido a la Regenta la historia de don lvaro
desde principios del verano pasado hasta la fecha. La del Banco echaba fuego por ojos y
mejillas. Saboreaba el triunfo de su elocuencia. Ana disimulaba mal la impresin viva y
profunda que le causaron las palabras de su amiga. Don lvaro haba vencido la virtud de
la ministra, haba sido su amante todo el verano en Palomares... y despus se haba burlado
de ella, no haba querido seguirla a Madrid. Esta era en resumen la historia. Y el final as, lo
recordaba Ana palabra por palabra:
Cuando lvaro me lo cont todo, haba dicho Visita, le pregunt, porque ya sabes
que nos tratamos con mucha confianza, pues bien, le pregunt:
Pero, chico, cmo diablos dejaste a esa mujer siendo tan hermosa, influyente... y
tan lista como dices? Por qu no seguirla a Madrid?
Y lvaro me contest muy triste, ya sabes qu cara pone cuando habla as, me
contest:
Pche... para amoros basta el verano. El invierno es para el amor verdadero.
Adems, la ministra, como t la llamas, a pesar de todos sus encantos, no consigui lo que
yo quera... hacerme olvidar... lo que no te importa. Y despus de suspirar como t sabes
que l suspira, aadi lvaro: Dejar a Vetusta? Ay, no, eso no... Y chica, palabra de honor,
le dio un temblorcico as como un escalofro. Ya ves, dijo luego, queriendo sonrer, me
ofrecan un distrito, un distrito de cunero, sine cura admirable (sine cura, dijo)... apetitoso
bocado... pero, qui!... yo estoy atado a una cadena... y la beso en vez de morderla. Y me
apret la mano, chica, y se fue yo creo que para que no le viera llorar.
Esto era lo ms sustancial de las confidencias de Visita. Ana saludaba a diestro y
siniestro, hablaba con muchos amigos, pero no pensaba ms que en aquella confesin de
don lvaro. De que era verosmil respondan el efecto que su presencia, la de Ana, haba
producido aquella noche en el Casino... Ahora, ahora mismo, mientras se paseaba, llegaba a
sus odos el rumor dulce, ms dulce que todos los rumores, de la alabanza contenida, de la
admiracin estupefacta... de la galantera sincera y discreta... Por qu don lvaro no haba
de estar tan enamorado como la historia de Visita daba a entender?
Oye, t dijo la del Banco, volvindose de repente a la Regenta quin ser esa
cadena?
Qu cadena? pregunt con voz temblorosa Anita.
Bah, la que sujeta a Mesa, la mujer que le tiene enamorado de veras. Ah, infame!
quien tal hizo que tal pague... Pero quin ser?

378

Qu... s yo...
Te atreveras t a preguntrselo?
Dios me libre.
Debe de ser casada...
Jess!
Mira, esta noche le voy a sentar junto a ti, a ver si despus de la cena se atreve a
dec rtelo... Pregntaselo t misma...
Visitacin! t ests loca...
Ja, ja, ja... Ah le tienes... ah le tienes... Ya me contars...
La de Olas de Cuervo solt el brazo de Ana y desapareci entre los grupos que
dificultaban el trnsito por el saln estrecho.
La Regenta vio enfrente de s a don lvaro, del brazo de Quintanar, su inseparable
amigo.
El frac, la corbata, la pechera, el chaleco, el pantaln, el clac de Mesa no se parecan
a las prendas anlogas de los dems. Ana vio esto sin querer, sin pensar apenas en ello,
pero fue lo primero que vio. Se le figuraban ya todos los caballeros que andaban por all,
don Vctor inclusive, criados vestidos de etiqueta; todos eran camareros, el nico seor
Mesa. De todas maneras estaba bien don lvaro; de frac era como mejor estaba. En todas
partes pareca hermoso, dominaba a todos con su arrogante figura; all, en el baile, debajo
de aquella araa de cristal, que casi tocaba con la cabeza, era ms elegante, ms bizarro,
ms airoso que en cualquier otro sitio. El baile animado, ardiendo de voluptuosidad fuerte y
disimulada, era el cuadro propio para servir de fondo a la figura que ella, la pobre Ana,
haba visto tantas veces en sueos.
Todo esto pas por el cerebro de la Regenta mientras Mesa, sin ocultar la emocin
que le pona plido, se inclinaba con gracia y alargaba tmidamente una mano.
Antes que ella quisiera, Ana sinti sus dedos entre los del enemigo tentador... Debajo
de la piel fina del guante la sensacin fue ms suave, ms corrosiva. Ana la sinti llegar
como una corriente fra y vibrante a sus entraas, ms abajo del pecho. Le zumbaron los
odos, el baile se transform de repente para ella en una fiesta nueva, desconocida, de
irresistible belleza, de diablica seduccin. Temi perder el sentido... y sin saber cmo se vio
colgada de un brazo de Mesa... Y entre un torbellino de faldas de color y de ropa negra,
oyendo a lo lejos la madera constipada de los violines y los chirridos del bronce, que a ella
se le antojaba msica voluptuosa, pudo comprender que la arrastraban fuera del saln.
Gritaba la Marquesa, rea a carcajadas Obdulia, sonaba la voz gangosa de una hija del
barn... y atrs quedaba el ruido del wals que comenzaba.
A dnde la llevaban? A cenar.
A cenar, hija ma le dijo al odo Quintanar. Y por Dios, Anita, que no se te
ocurra negarte... sera un desaire!...
La Marquesa de Vegallana y su tertulia, ms la del barn de la Barcaza y Pepe
Ronzal, cenaron en el gabinete de lectura. Todo fue cosa de Trabuco. Convdesele, haba
dicho Mesa y la vanidad satisfecha le inspirar maravillas. En efecto Ronzal, abusando de su
cargo en la Junta directiva, acapar lo mejor del restaurant, tom por asalto el gabinete de
lectura, quit peridicos de la mesa y puso manteles, cerr con llave la puerta, hizo que
entrara el servicio por una de escape que estaba cerca del armario de libros, y all pudo
cenar la flor y nata de la nobleza vetustense con sus paniaguados y amigos de confianza.
Obdulia se encarg desde el primer momento de premiar el celo y la actividad de Trabuco,

379

que estaba loco de contento. Todas las damas le felicitaron por su energa para cerrar
aquello con llave y por el buen gusto de la mesa. Los ojos montaraces le echaban chispas,
pero no se movan. Obdulia le sent a su lado. Feliz Ronzal aquella noche!
Ana se encontr sentada entre la Marquesa y don lvaro. Enfrente, don Vctor, un
poco alegre, finga enamorar a Visitacin y recitaba versos de sus poetas adorados y repeta
hasta parecer un martillo:
Qu delito comet
para odiarme, ingrata fiera?
quiera Dios... pero no quiera
que te quiero ms que a m.
Por Dios y por las once mil... cllese usted, Quintanar deca la Marquesa.
Pero el otro continuaba, siempre declamando para su Visitacin:
En fin, seora, me veo
sin m, sin Dios y sin vos,
sin vos porque no os poseo...
Y Visitacin le tapaba la boca con las manos.
Escandaloso, escandaloso! gritaba.
Las de la Deuda Flotante sonrean y se miraban como dicindose: Buena sociedad
la de la Marquesa!
El Marqus le deca en tanto al barn:
Como estamos en confianza!...
Oh, perfectamente, perfectamente!
Y buscaba el de la Barcaza una silla junto a una jamona aristcrata que estaba sola.
Paco tena otra vez en Vetusta a su prima Edelmira y le haca el amor por todo lo
alto, aunque a su madre no le gustaba, porque era feo engaar a una prima.
Joaqun Orgaz haba prometido cantar por lo flamenco a los postres.
La cena era breve pero buena, platos fuertes, buen Burdeos, buena champaa; en
fin, como deca el Marqus, primero mar y pimienta; despus, fantasa y alcohol.
Todos, las baronesas inclusive, se rean de los plebeyos que all fuera seguan
bailando y tenan que contentarse con los helados que se servan sobre las mesas de billar.
De vez en cuando daban golpes en la puerta por fuera.
Quin est ah? gritaba Ronzal con su alabada energa.
Mi abrigo... caf con leche... tengo ah dentro mi abrigo...
Ja, ja, ja... contestaban los de dentro.
Est esto que arde! le deca Joaqun Orgaz a una nia del barn, que sonrea y
miraba al techo.
S arda aquello, pero sin faltar a las reglas del buen tono vetustense, deca el
Marqus al barn, que estaba ya como un tomate y cada vez ms cerca de la jamona.
La Marquesa tena sueo, pero as y todo le gustaba la broma.
As debiera ser siempre le deca a Saturnino que estaba decidido a emborracharse
para no desentonar.

380

Este poblachn se va poniendo lo ms soso. Verdad, pollo?


So... s... si... mo... Saturno bebi una copa de champaa acto continuo. Lo de
pollo le haba halagado.
A la Marquesa se le ocurri el disparate, tal vez sugerido por las nieblas del sueo, de
mirar muy fijamente a Bermdez y ponerle unos ojos que ella saba que in illo tempore
mareaban a cualquiera.
Por qu no se casa usted? pregunt doa Rufina seria y melanclica, al parecer.
Bermdez sostuvo la mirada de la ilustre dama y olvid por un momento los
cincuenta aos de la Marquesa. Suspir... y en seguida se le subi la champaa a las
narices, tosi, se puso casi negro, medio asfixiado y la Marquesa tuvo que darle palmadas
en la espalda.
Cuando Saturnino volvi en s, la de Vegallana tena los ojos cerrados y slo los abra
de tarde en tarde para mirar a la Regenta y a Mesa.
El idilio senil con que so un instante Bermdez se haba deshecho... y eso que l
ya se haba acordado de Ninon de Lencls para justificar a los ojos del mundo unas
relaciones con doa Rufina!
En tanto don lvaro le estaba refiriendo a Ana la misma historia que ella haba odo
ya a Visita, aunque en forma muy distinta.
No haba podido la Regenta resistir a la tentacin de preguntarle si se haba divertido
mucho aquel verano...
Mesa vio el cielo abierto en aquella pregunta.
Supo hacerse el interesante, lo cual poco trabajo le costaba tratndose de Ana, que
cada da iba descubriendo en l, aun sin verle, ms encantos diablicos.
El ruido, las luces, la algazara, la comida excitante, el vino, el caf... el ambiente,
todo contribua a embotar la voluntad, a despertar la pereza y los instintos de
voluptuosidad... Ana se crea prxima a una asfixia moral... Encontraba a su pesar una
delicia intensa en todos aquellos vulgares placeres, en aquella seduccin de una cena en un
baile, que para los dems era ya goce gastado... Senta ella ms que todos juntos los
efectos de aquella atmsfera envenenada de lascivia romntica y seoril, y ella era la que
tena all que luchar contra la tentacin. Haba en todos sus sentidos la irritabilidad y la
delicadeza de la piel nueva para el tacto. Todo le llegaba a las entraas, todo era nuevo para
ella. En el bouquet del vino, en el sabor del queso Gruyer, en las chispas de la champaa, en
el reflejo de unos ojos, hasta en el contraste del pelo negro de Ronzal y su frente plida y
morena... en todo encontraba Anita aquella noche belleza, misterioso atractivo, un valor
ntimo, una expresin amorosa...
Qu colorada est Anita! le deca Paco a Visitacin por lo bajo.
Claro, de un lado la pone as la proximidad de lvaro.
Y del otro?
Del otro la ponen as... las majaderas de su esposo que me est dando jaqueca.
En efecto, estaba inaguantable don Vctor con sus versos, por buenos que fueran.
lvaro, en cuanto vio a la Regenta en el saln, sinti lo que l llamaba la corazonada.
Aquella cara, aquella palidez repentina le dieron a entender que la noche era suya, que
haba llegado el momento de arriesgar algo.
Nunca haba desistido de conquistar aquella plaza.

381

No faltaba ms! Pero comprendiendo que mientras reinase en el corazn de Ana lo


que l llamaba el misticismo ertico (era tan grosero como todo esto al pensar) no podra
adelantar un paso, se haba retirado, haba levantado el campo hasta mejor ocasin.
Adems, esperaba que la ausencia, la indiferencia fingida y la historia de sus amores con la
ministra le prepararan el terreno.
Por supuesto, conclua, siempre y cuando que la fortaleza no se haya rendido al
caudillo de la iglesia. Si el Magistral es aqu el amo... entonces no tengo que esperar nada...
y adems, ya no vale tanto la victoria.
Sin buscar l la ocasin, se la ofreca aquella noche: le haban puesto a la Regenta a
su lado... la corazonada le deca que adelante... pues adelante. Lo primero que quera
averiguar era lo del otro, si el Magistral mandaba all.
En su narracin tuvo que alterar la verdad histrica, porque a la Regenta no se le
poda hablar francamente de amores con una mujer casada (tan atrasada estaba aquella
seora), pero vino a dar a entender, como pudo, que l haba despreciado la pasin de una
mujer codiciada por muchos... porque... porque... para el hijo de su madre los amoros ya
no eran ni siquiera un pasatiempo, desde que el amor le haba cado encima del alma como
un castigo.
El rostro de la dama al decir Mesa aquello y otras cosas por el estilo, todas de novela
perfumada, le dej ver al gallo vetustense que el Magistral no era dueo del corazn de
Anita. Pero como en la anatoma humana nos encontramos con muchos ms rganos que el
corazn, Mesa no se dio por satisfecho, porque pens: Suponiendo que Ana est
enamorada de m , necesito todava saber si la carne flaca no me ha buscado un sucedneo.
No, don lvaro no se haca ilusiones. A esta modestia material y grosera le obligaba
su filosofa, que cada vez le pareca ms firme.
Ana sinti que un pie de don lvaro rozaba el suyo y a veces lo apretaba. No
recordaba en qu momento haba empezado aquel contacto; mas cuando puso en l la
atencin sinti un miedo parecido al del ataque nervioso ms violento, pero mezclado con un
placer material tan intenso, que no lo recordaba igual en su vida. El miedo, el terror era
como el de aquella noche en que vio a Mesa pasar por la calle de la Traslacerca, junto a la
verja del parque; pero el placer era nuevo, nuevo en absoluto, y tan fuerte, que le ataba
como con cadenas de hierro a lo que ella ya estaba juzgando crimen, cada, perdicin.
Don lvaro habl de amor disimuladamente, con una melancola bonachona, familiar,
con una pasin dulce, suave, insinuante... Record mil incidentes sin importancia ostensible
que Ana recordaba tambin. Ella no hablaba, pero oa. Los pies tambin seguan su dilogo;
dilogo potico sin duda, a pesar de la piel de becerro, porque la intensidad de la sensacin
engrandeca la humildad prosaica del contacto.
Cuando Ana tuvo fuerza para separar todo su cuerpo de aquel placer del roce ligero
con don lvaro, otro peligro mayor se present en seguida: se oa a lo lejos la msica del
saln.
A bailar, a bailar! gritaron Paco, Edelmira, Obdulia y Ronzal.
Para Trabuco era el paraso aquel baile que l llam clandestino, all, entre los
mejores, lejos del vulgo de la clase media...
Se entreabri la puerta para or mejor la msica, se separ la mesa hacia un rincn,
y apretndose unas a otras las parejas, sin poder moverse del sitio que tomaban, se empez
aquel baile improvisado.
Don Vctor grit:
Ana a bailar! lvaro, cjala usted...

382

No quera abdicar su dictadura el buen Quintanar; don lvaro ofreci el brazo a la


Regenta, que busc valor para negarse y no lo encontr.
Ana haba olvidado casi la polka; Mesa la llevaba como en el aire, como en un rapto;
sinti que aquel cuerpo macizo, ardiente, de curvas dulces, temblaba en sus brazos.
Ana callaba, no vea, no oa, no haca ms que sentir un placer que pareca fuego;
aquel gozo intenso, irresistible, la espantaba; se dejaba llevar como cuerpo muerto, como
en una catstrofe; se le figuraba que dentro de ella se haba roto algo, la virtud, la fe, la
vergenza; estaba perdida, pensaba vagamente...
El presidente del Casino, en tanto, acariciando con el deseo aquel tesoro de belleza
material que tena en los brazos, pensaba... Es ma! ese Magistral debe de ser un
cobarde! Es ma... Este es el primer abrazo de que ha gozado esta pobre mujer. Ay s, era
un abrazo disimulado, hipcrita, diplomtico, pero un abrazo para Anita!
Qu sosos van lvaro y Ana! deca Obdulia a Ronzal, su pareja.
En aquel instante Mesa not que la cabeza de Ana caa sobre la limpia y tersa
pechera que envidiaba Trabuco. Se detuvo el buen mozo, mir a la Regenta inclinando el
rostro y vio que estaba desmayada. Tena dos lgrimas en las mejillas plidas, otras dos
haban cado sobre la tela almidonada de la pechera. Alarma general. Se suspende el baile
clandestino, don Vctor se aturde, ruega a su esposa que vuelva en s... se busca agua,
esencias... llega Somoza, pulsa a la dama, pide... un coche. Y se acuerda que Visita y
Quintanar lleven a aquella seora a su casa, bien tapada, en la berlina de la Marquesa. Y as
fue. En cuanto Ana volvi en s, pidiendo mil perdones por haber turbado la fiesta, don
Vctor, de muy mal humor, ya sin miedo, la llen el cuerpo de pieles, la emboz, se despidi
de la amable compaa y con la del Banco se llev a la Regenta a la cama.
El humo! el calor, la falta de costumbre, la polka despus de cenar, las luces!...
Cualquier cosa, en fin, aquello no vala nada. Poda continuar la fiesta. Y continu. Los del
saln se haban enterado: A la Regenta le haba dado el ataque. La haban hecho bailar a
la fuerza. Pero pronto se olvid el incidente, para comentar la conducta de aquellas seoras
y caballeros que se encerraban en el gabinete de lectura a cenar y bailar como si el Casino
no fuese de todos...
A las seis de la madrugada, al despedirse Paco de Mesa con un apretn de manos, a
la puerta del Casino, el Marquesito exclam:
Bravo! Al fin! Eh?
Mesa tard en contestar; se abroch su gabn entallado de color de ceniza hasta el
cuello; se apret a la garganta un pauelo de seda blanco y al cabo dijo:
Ps... Veremos.
Lleg a su casa, la fonda; llam al sereno que tard en venir; pero en vez de reirle
como sola, le dio dos palmadas en el hombro y una propina en plata.
Qu contento viene el seorito!... Del baile, eh?
Seor Roque, del baile...
Y al acostarse, al dejar en una percha una prenda de abrigo interior, de franela,
murmur a media voz don lvaro, como hablando con el lecho, a cuyo embozo echaba
mano:
Lstima que la campaa me coja un poco viejo!...

383

XXV
Al da siguiente Glocester delante del Magistral, sin compasin, refera en la catedral
todo lo que haba sucedido en el baile. La aristocracia se haba encerrado en un gabinete,
en el gabinete de lectura, para cenar y bailar, y doa Ana Ozores, la mismsima Regenta que
viste y calza, se haba desmayado en brazos del seor don lvaro Mesa.
El Magistral, que no haba dormido aquella noche, que esperaba noticias de Ana con
fiebre de impaciencia, dio media vuelta como un recluta; era la primera vez que el pual de
Glocester, aquella lengua, le llegaba al corazn. Plido, temblorosa la barba hasta que la
sujet mordiendo el labio inferior, don Fermn mir a su enemigo con asombro y con una
expresin de dolor que llen de alegra el alma torcida del Arcediano. Aquella mirada quera
decir venciste, ahora s, ahora me ha llegado a las entraas el veneno. De Pas estaba
pensando que los miserables, por viles, dbiles y necios que parezcan, tienen en su maldad
una grandeza formidable. Aquel sapo, aquel pedazo de sotana podrida, saba dar aquellas
pualadas! Despus don Fermn se acord de su madre; su madre no le haba hecho nunca
traicin, su madre era suya, era la misma carne; Ana, la otra, una desconocida, un cuerpo
extrao que se le haba atravesado en el corazn...
Sin disimular apenas, disimulando muy mal su dolor, que era el ms hondo, el ms
fro y sin consuelo que recordaba en su vida, sali De Pas de la sacrista, y anduvo por las
naves de la catedral vacilante, sin saber encontrar la puerta. Ignoraba a dnde quera ir, le
faltaba en absoluto la voluntad... y al notar que algunos fieles le observaban, se dej caer
de rodillas delante del altar de una capilla. All estuvo meditando lo que hara. Ir a casa de
la Regenta? Absurdo. Sobre todo tan temprano. Pero su soledad le horrorizaba... tena
miedo del aire libre, quera un refugio, todo era enemigo. Su madre, su madre del alma.
Sali del templo, corri, entr en su casa. Doa Paula barra el comedor; un pauelo de
percal negro le cea la cabeza sobre la plata del pelo espeso y duro, como un turbante.
Vienes del coro?
S, seora.
Doa Paula sigui barriendo.
Don Fermn daba vueltas alrededor de la mesa, alrededor de su madre. All estaba el
consuelo nico posible, all el regazo en que llorar... all la nica compasin verdadera, all el
nico contagio posible de la pena; aquel veneno que a l le mataba slo sera veneno,
saliendo de l para su madre. El deseo de partir el dolor le apretaba la garganta con
angustias de muerte... Y no poda, no poda hablar... Era una crueldad de su madre no
adivinar los tormentos del hijo. Doa Paula le miraba como los dems, como la gente con
que haba tropezado en la calle, sin conocer que mora desesperado. Y no poda l hablar!
Qu tienes, hombre? qu haces aqu? te estoy llenando de polvo la ropa nueva...
Don Fermn sali del comedor. Entr en el despacho. Teresina haca la cama del
seorito. No le oy entrar porque cantaba y la hoja del jergn sacudida le llenaba de
estrpito los odos. El seorito como huyendo sali del despacho tambin. Sali de casa.
Lleg a la de doa Petronila Rianzares. La seora estaba en misa. Esper paseando por la
sala, con las manos a la espalda unas veces, otras cruzadas sobre el vientre. El gato pulcro
y rollizo entr y salud a su amigo con un conato de quejido. Y se le enred en los pies,
haciendo eses con el cuerpo. Pareca que el gato saba ya algo de aquella traicin. El sof
donde sola sentarse Ana llam al Magistral con la voz de los recuerdos. En un extremo del
asiento haba un muelle algo flojo, la tela estaba arrugada; all se sentaba ella. De Pas se
sent en la butaca al lado de aquella tela floja. Cerr los ojos, y una pereza de vivir que
pareca sueo o sopor le embarg el nimo. Quera detener el tiempo. Ya deseaba que

384

tardase en volver doa Petronila: le asustaba la actividad, tena miedo de cualquier


resolucin; todo sera peor. La muerte ya estaba en el alma. Los recuerdos lejanos bullan
en el cerebro, como preparndose a bailar la danza macabra del delirio de la agona. Sinti
el olor de una rosa muy grande que Ana oprima contra los labios de su buen amigo, de su
hermano mayor; la msica de las palabras se mezclaba con el aroma de la flor en mstica
composicin... Ay, s, amor, y buen amor era todo aquello... Era un enamorado; el amor no
era todo lascivia, era tambin aquella pena del desengao, aquella soledad repentina, aquel
dolor dulce y amargo, todo junto, capaz de redimir la culpa ms grave. Deber...
sacerdocio... votos... castidad... todo esto le sonaba ahora a hueco: parecan palabras de
una comedia. Le haban engaado, le haban pisoteado el alma, esto era lo cierto, lo
positivo, esto no lo haban inventado Obispos viejos: el mundo, el mundo era el que le daba
aquella enseanza. Ana era suya, sta era la ley suprema de justicia. Ella, ella misma lo
haba jurado; no se saba para qu era suya, pero lo era... El Magistral se puso en pie de
repente: el tiempo volaba, lo acababa de sentir l como un bofetn; podan estar
conspirando los otros con el tiempo y contra l; tal vez estaban juntos ya a aquellas horas...
Infame, infame! y le haba ido a ensear la cruz de diamantes a la capilla... para que viese
el traje en que le iba a deshonrar... s a deshonrar... l era all el dueo, el esposo, el esposo
espiritual... don Vctor no era ms que un idiota incapaz de mira r por el honor propio, ni por
el ajeno... aquello era la mujer!
Sali al pasillo y grit:
Vino doa Petronila?
Ahora llama, contestaron.
Entr la de Rianzares. Don Fermn le cort el saludo en la boca.
Ahora mismo hay que llamarla dijo.
A quin... a Ana?
S, ahora mismo.
Don Fermn volvi a sus paseos. No quera conversacin. La de Rianzares, sierva de
aquel hombre, call y entr en el gabinete.
Pas media hora. Son la campanilla de la puerta. Ana vio al gran Constantino que
abra.
Qu pasa?
Don Fermn... ah en la sala...
Ah!... me alegro.
Entr la Regenta y doa Petronila se fue hacia la cocina, al otro extremo de la casa.
Si llaman, que no estoy, dijo a la criada. Y pas al oratorio que tena cerca de su alcoba.
De Pas vio a la Regenta ms hermosa que nunca: en los ojos traa fuego misterioso,
en las mejillas el color del entusiasmo, de las conferencias ntimas, espirituales; una aureola
de una gloria desconocida para l pareca rodear a aquella mujer que encerraba en el breve
espacio de un contorno adorado todo lo que vala algo en la vida, el mundo entero, infinito,
de la pasin nica.
Qu es esto? dijo, ronco de repente, don Fermn, plantado, como con races, en
medio de la sala.
Lo que yo quera, que nos viramos en seguida. Yo estoy loca; esta noche cre que
me mora... ayer... hoy... no s cundo... Estoy loca...
Se ahogaba al hablar.

385

De Pas sinti una lstima que le pareci vergonzosa.


Ya lo s todo; no necesito historias...
Qu es todo?
Lo de ayer... lo de hoy... El baile, la cena: qu es esto, Ana, qu es esto?...
Qu baile! qu cena! no es eso... Me emborracharon... qu s yo... pero no es
eso... Es que tengo miedo... aqu, Fermn, aqu, en la cabeza... Tener lstima de m! Que
tenga alguno lstima de m! Yo no tengo madre... Yo estoy sola...
Era verdad, no tena madre como l, estaba ms sola que l. Entonces el amor de
don Fermn sinti la lstima inefable que slo el amor puede sentir, se acerc a la Regenta,
le tom las manos.
A ver, a ver, qu ha sido? a m me han dicho... pero qu ha sido... a ver... deca
la voz trmula y congojosa del Magistral.
Ana, entre sollozos, refiri lo que poda referir de sus angustias, de sus miedos, de
sus tormentos, de aquellas horas de fiebre. Despus que se vio en su lecho, mil espantosas
imgenes la asaltaron entre los recuerdos confusos del baile... Crey que volva a caer de
repente en aquellos pozos negros del delirio en que se senta sumergida en las noches
lgubres de su enfermedad... Despus la idea del mal que haba hecho la haba
horrorizado... Y Ana se interrumpa al ver al Magistral quedarse lvido, y como rectificando
aada: el mal... es decir... el no haber sido bastante buena... La enfermedad haba sido
una leccin, una leccin olvidada, y aquella maana, al sentir en el lecho la misma flaqueza,
aquel desgajarse de las entraas, que parecan pulverizarse all dentro, aquel desvanecerse
la vida en el delirio... la conciencia haba visto, como a la luz de un fogonazo, horrores de
vergenza, de castigo, el espejo de la propia miseria, el reflejo del cieno triste que se lleva
en el alma... y despus... la locura, sin duda la locura... un dudar de todo espantoso,
repentino, obstinado, doloroso. Dios, el mismo Dios, ya no era para ella ms que una idea
fija, una mana, algo que se mova en su cerebro royndolo, como un sonido de tictac,
como el del insecto que late en las paredes y se llama el reloj de la muerte.
Oh, s, estuve loca segua Anita, espantada todava estuve loca una hora...
qu hora? un siglo... Ya no peda ms que salud, reposo... la conciencia clara de m
misma... Pero, ay, no! Dios, mi Dios querido... yo... todo, todos desaparecamos. Todo era
polvo all dentro!
Y los ojos de Ana fijos en el espanto, vean sobre la alfombra una imagen confusa del
recuerdo formidable...
De Pas callaba. Tambin l tuvo un momento la sensacin fra del terror. La locura
pas por su imaginacin como un mareo.
Si se le volviera loca! Una ola de prpura inund el rostro del clrigo. Prime ro
haba visto desvanecerse dentro de aquella cabeza de gracia musical lo que l amaba debajo
de aquella hermosura, el alma de la Regenta, su pensamiento; despus pens en aquella
hermosura exterior inclume, en la esperanza de saciar su amor sin miedo de testigos, solo,
solo l con un cuerpo adorado...
Salvarme, quiero salvarme!... grit Ana de repente, volviendo a la realidad...
quiero volver a nuestro verano, al verano dulce, tranquilo... s, tranquilo al cabo; a nuestro
hablar sin fin de Dios, del cielo, del alma enamorada de las ideas de arriba... s, quiero que
mi hermano me salve, que Teresa me ilumine, que el espejo de su vida no se obscurezca a
mis ojos, que Dios me acaricie el alma... Fermn, esto es confesar... aqu... no importa el
lugar; donde quiera... s, confesar...

386

Eso quiero yo, Ana; saber... saberlo todo. Yo tambin padezco, yo tambin cre
morirme, aqu mismo... sentado ah... donde otras veces hablbamos del cielo... y de
nosotros. Ana, yo soy de carne y hueso tambin; yo tambin necesito un alma hermana,
pero fiel, no traidora... S, cre que mora...
Por m, por culpa ma, verdad? Morir por ser yo traidora, si menta, si me
manchaba?...
S, s... hay que decirlo todo... pronto...
No, no.
S... s...
No... si no digo eso... si lo dir todo... pero qu es todo? Nada... Si... yo no fui...
si me llevaron a la fuerza... no, eso no. No s cmo; no s por qu ced. Y all... hay una
mujer muy mala...
No, no acusemos a los dems... Los hechos, quiero los hechos. Yo los dir; los s
yo.
Pero qu?
Ese hombre, Mesa; Ana... qu pas con ese hombre?...
Ana recogi sus fuerzas, atendi a la realidad, a lo que le preguntaban, con
intensidad, luchando con el confesor, batindose por su inters que era ocultar lo ms hondo
de su pensamiento. Al fin aquello no era el confesonario; adems, era caridad mentir,
callar a lo menos lo peor.
Yo no le amo fue lo primero que pudo decir despus que consigui dominarse. Ya
no pensaba en su locura, pensaba en defender su secreto.
Pero anoche... hoy... no s a qu hora... qu hubo?
Bail con l... Fue Quintanar... lo mand Quintanar...
Disculpas no, Ana! eso no es confesar.
Ana mir en torno... Aquello no era la capilla, a Dios gracias. Este sofisma de
hipcrita era en ella candoroso. Estaba segura de que un deber superior la mandaba mentir.
Decirle al Magistral que ella estaba enamorada de Mesa? Primero a su marido!
Bail con l porque quiso mi marido... Me hicieron beber... me sent mal... estaba
mareada... me desmay... y me llevaron a casa.
El desmayo fue... en los brazos de ese hombre?
En brazos!... Fermn!
Bien, bien... As... lo o yo... Oigmoslo todos! Quiere decirse... bailando con l...
Yo no recuerdo... tal vez...
Infame!...
Fermn... por Dios, Fermn!
Ana dio un paso atrs.
Silencio... no hay que gritar... no hay que hacer aspavientos... yo no como a
nadie... a qu ese miedo?... Doy yo espanto, verdad?... Por qu? yo... qu puedo? yo
quin soy? yo... qu mando? Mi poder es espiritual... Y usted esta noche no crea en
Dios...

387

En mi Dios! Fermn, caridad...


S, usted lo ha dicho... Y se es el camino. Yo sin Dios... no soy nada... Sin Dios
puede usted ir a donde quiera, Ana... esto se acab... Estoy en ridculo, Vetusta entera se
re de m a carcajadas... Mesa me desprecia, me escupir en cuanto me vea... El padre
espiritual... es un pobre diablo. Oh, pero por quien soy... Miserable... Me insulta porque
estoy preso!...
El Magistral se sacudi dentro de la sotana, como entre cadenas, y descarg un
puetazo de Hrcules sobre el testero del sof.
Despus procur recobrar la razn, se pas las manos por la frente; requiri el
manteo; busc el sombrero de teja, se obstin en callar, busc a tientas la puerta y sali sin
volver la cabeza.
Crey que Ana le seguira, le llamara, llorara... Pero pronto se sinti abandonado.
Lleg al portal. Se detuvo, escuch... Nada, no le llamaban. Desde la calle mir a los
balcones. Ninguno se abra. No le seguan ni con los ojos. Aquella mujer se quedaba all.
Todo era verdad. Le engaaba; era una mujer. Pero cul! la suya! la de su alma! S, s,
de su alma! Para eso la haba querido. Pero las mujeres no entendan esto... La ms pura
quera otra cosa. Y pasaban por su memoria mil horrores. La carnaza amontonada de
muchos aos de confesonario. La conciencia le record a Teresina. A Teresina plida y
sonriente que deca, dentro del cerebro: Y t?... l era hombre; se contestaba. Y
apretaba el paso. Yo la quera para mi alma... Y su cuerpo tambin queras, deca la
Teresina del cerebro, el cuerpo tambin... acurdate. S, s... pero... esperaba... esperara
hasta morir... antes que perderla. Porque la quera entera... Es mi mujer... la mujer de mis
entraas... Y quedaba all atrs, ya lejos, perdida para siempre!...
Ana, inmvil, haba visto salir al Magistral sin valor para detenerle, sin fuerzas para
llamarle. Una idea con todas sus palabras haba sonado dentro de ella, cerca de los odos.
Aquel seor cannigo estaba enamorado de ella! S, enamorado como un hombre, no
con el amor mstico, ideal, serfico que ella se haba figurado. Tena celos, mora de celos...
El Magistral no era el hermano mayor del alma, era un hombre que debajo de la sotana
ocultaba pasiones, amor, celos, ira... La amaba un cannigo! Ana se estremeci como al
contacto de un cuerpo viscoso y fro. Aquel sarcasmo de amor la hizo sonrer a ella misma
con amargura que lleg hasta la boca desde las entraas. Su padre, don Carlos el libre
pensador, se le apareci de repente, en mangas de camisa, disputando junto a una mesa,
all en Loreto, con un cura y varios amigotes ateos, o progresistas. Recordaba Ana, como si
acabara de orlas, frases de su padre y de aquellos seores: el clero corrompa las
conciencias, el clrigo era como los dems, el celibato eclesistico era una careta. Todo
esto que haba odo sin entenderlo volva a su memoria con sentido claro, preciso y como
otras tantas lecciones de la experiencia... Queran corromperla! Aquella casa... aquel
silencio... aquella doa Petronila... Ana sinti asco, vergenza y corri a buscar la puerta.
Sali sin despedirse. Lleg a su casa. Don Vctor atronaba el mundo a martillazos. Construa
un puente modelo que pensaba presentar en la exposicin de San Mateo. Ya no forraba el
martillo con bayeta, no, el hierro chocaba contra el hierro, el estrpito era horrsono. All
era l el amo, prueba de ello que su mujer haba ido al baile: se haba acabado el Paraguay,
no ms misticismo; una prudente piedad heredada de nuestros mayores y basta y sobra.
Por lo dems, actividad, industria y arte... mucha comedia, mucha caza y mucho martillazo.
Zas, zas, zas, pum! Viva la vida! As pensaba don Vctor, ceida al cuerpo la bata
escocesa, y clava que te clavars, en su nuevo taller, en un cuartucho del piso bajo, con
puerta al patio. El sol llegaba a los pies de Quintanar arrancando chispas de los abalorios y
cinta dorada de las babuchas semiturcas. El carpintero silbaba, el tordo, el mejor tordo de
la provincia, que Quintanar llevaba de habitacin en habitacin, silbaba tambin colgada de
un alambre su jaula. Ana contempl en silencio a su marido. Era su padre! Le quera
como a su padre! Hasta se pareca un poco a don Carlos. Aquel sol de Febrero, promesa de

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primavera; aquel ambiente fresco que convidaba a la actividad, al movimiento; aquellos


martillazos, aquellos silbidos, aquellas nubecillas ligeras que cruzaban el cuadrado azul a
que serva de marco el alero del tejado... todo aquello edificaba. Aqulla era su casa, all
era ella la reina, aquella paz era suya! Al dejar el martillo para coger la sierra, don Vctor
vio a su mujer.
Se sonrieron en silencio. El sol rejuveneca a Quintanar. Adems era un gran
carpintero. Sus inventos podan ser ms o menos fantsticos, su mecnica idealista, pero
haca de una tabla lo que quera. Y qu limpieza!
Ana alab el arte de su marido.
l se anim: se puso colorado de satisfaccin y le prometi un costurero para la
semana siguiente. Todo, todo, obra de mis manos.
La Regenta olvid un momento el desencanto de aquella maana. Cuando volvi a su
memoria se encontr con que no era don Fermn un malvado, sino un desgraciado, pero de
todas suertes le pareca absurdo enamorarse siendo cannigo. En todas las combinaciones
del amor romntico haba dado la imaginacin de Ana muchas veces, menos en aqulla. Se
conceba el amor sacrlego de un sacerdote de pera, pero el de un prebendado con
alzacuello morado! Adems, la honradez protestaba tambin con su repugnancia instintiva.
Pero De Pas era digno de compasin. Doa Petronila era la que no tena perdn. Oh, si
alguna vez volva ella a hablar con el Magistral, como era probable, porque al fin deban
mediar explicaciones, no sera ciertamente en casa de aquella vieja. Qu se haba
propuesto aquella seora? Qu estara pensando de ella, de Ana?
Cuando volvi de la calle don Vctor muy contento, cantando trozos de zarzuela,
propuso a su mujer, de repente, acceder a la splica de la Marquesa que los haba convidado
a tomar caf, despus de almorzar, para ir juntos a paseo... a ver las mscaras.
Quintanar, por Dios! Basta de broma... basta de carnaval... No quiero ms
fiestas... Estoy cansada... Ayer me hizo dao el baile... no quiero ms... no quiero ms...
No te obedec ayer?... Basta, por Dios, basta.
Bueno, hija, bueno... no insisto.
Y call don Vctor, perdiendo parte de su alegra. No se atrevi a hacer uso de aquella
energa que Dios le haba dado. No haba para qu estirar demasiado la cuerda.
Pero l, por supuesto, fue a tomar caf y a paseo.
Ana se qued sola. Desde el balcn abierto de su tocador se oa la msica lejana del
Paseo Grande, donde se celebraba el carnaval. Aquella msica confusa, que pareca rfagas
intermitentes, le llen el alma de tristeza. Pens en Mesa, el tentador, y pens en el
Magistral enamorado, celoso... indefenso. Ahora la compasin era infinita... Al fin haba sido
quien haba abierto su alma a la luz de la religin, de la virtud... Ana pens en la fe
quebrantada, agrietada, como si la hubiese sacudido un terremoto. El Magistral y la fe iban
demasiado unidos en su espritu para que el desengao no lastimara las creencias. Adems,
ella siempre haba amado ms que credo. Don Fermn haba procurado asegurar en ella el
temor de Dios y de la Igle sia, la espiritualidad vaga y soadora... Pero de los dogmas haba
hablado poco. Ana estaba sintiendo que la fantasa haba tenido en su piedad ms influencia
de la que conviniera para la solidez de aquel edificio. Ya estaban lejos los das del misticismo
supuesto, de la contemplacin... Entonces estaba enferma, la lectura de Santa Teresa, la
debilidad, la tristeza, le haban encendido el alma con visiones de pura idealidad... Pero con
la salud haba vencido la piedad activa, irreflexiva; el Magistral haba eclipsado a la santa, se
haba hablado ms de aquella dulce hermandad en la virtud que de Dios mismo... Ahora
comprenda muchas cosas. Don Fermn la quera para s...
Todo aquello era una preparacin. Para qu?

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Oh, Mesa era ms noble, luchaba sin visera, mostrando el pecho, anunciando el
golpe... No haba abusado de su amistad con don Vctor, no haba insistido. Pero los dos la
amaban! La tristeza de Ana encontraba en este pensamiento un consuelo dulce sino
intenso. Ella no podra ser de ninguno; del Magistral no poda ni quera... Le deba eterna
gratitud... pero otra cosa... sera un absurdo repugnante. Daba asco. Bueno estara empezar
a querer en el mundo cerca de los treinta aos... y a un clrigo!... La vergenza y algo de
clera encendan el rostro de Ana. Pero ese hombre esperara que yo... en mi vida!...
Como aquella tarde pas muchos das la Regenta. Las mismas ideas cruzaban,
combinadas de mil maneras, por su cerebro excitado.
Cuando senta la presencia de Mesa en el deseo, hua de ella avergonzada;
avergonzada tambin de que no fuera un remordimiento punzante el recuerdo del baile,
sobre todo el del contacto con don lvaro. Pero no lo era, no. Vealo como un sueo; no se
crea responsable, claramente responsable de lo que haba sucedido aquella noche. La
haban emborrachado con palabras, con luz, con vanidad, con ruido... con champaa... Pero
ahora sera una miserable si consenta a don lvaro insistir en sus provocaciones. No quera
venderse al sofisma de la tentacin que le gritaba en los odos: al fin don lvaro no es
cannigo; si huyes de l te expones a caer en brazos del otro. Mentira, gritaba la honradez.
Ni del uno ni del otro ser. A don Fermn le quiero con el alma, a pesar de su amor, que
acaso l no puede vencer como yo no puedo vencer la influencia de Mesa sobre mis
sentidos; pero de no amar al Magistral de modo culpable estoy bien segura. S, bien segura.
Debo huir del Magistral, s, pero ms de don lvaro. Su pasin es ilegtima tambin, aunque
no repugnante y sacrlega como la del otro... Huir de los dos!
No haba ms refugio que el hogar. Don Vctor con su Frgilis y todos los cacharros del
museo de manas, don Vctor con el teatro espaol a cuestas.
Pero la casa tena tambin su poesa. Ana se esforz en encontrrsela. Si tuviera
hijos le daran tanto que hacer! Qu delicia! Pero no los haba. No era cosa de adoptar a un
hospiciano. De todas suertes Ana comenz a trabajar en casa con afn... a cuidar a don
Vctor con esmero... A los ocho das comprendi que aquello era una hipocresa mayor que
todas. Las labores de su casa estaban hechas en poco tiempo. Por qu fingirse a s misma
satisfecha con una actividad insuficiente, insignificante, que no distraa el pensamiento ni
media hora? Don Vctor agradeca en el alma aquella solicitud domstica, pero en lo que
tocaba a l hubiera preferido que las cosas siguiesen como hasta all. Nadie le cosa un
botn a su gusto ms que l mismo; limpiarle el despacho era martirizarle a l, a don Vctor;
la cama era intil hac rsela con esmero porque de todas maneras haba de descomponerla
l, sacudir las almohadas y poner el embozo a su gusto. Cuando Ana volvi a dejar los
quehaceres domsticos en la antigua marcha, don Vctor se lo agradeci en el alma tambin
y respir a sus anchas. Aquellas injerencias de su querida esposa eran dignas de eterno
agradecimiento... pero molestas para l. Ms sabe el loco en su casa...
Don lvaro no se apresuraba. Esta vez estaba seguro. Pero no quera brusquer
segn pensaba l en francs un ataque. La teora del cuarto de hora era una teora
incompleta. Algo haba de eso, pero en ciertos casos los cuartos de hora de una mujer slo
los encuentra un buen relojero. Pensaba dejar que pasara la Cuaresma. Al fin se trataba de
una beata que ayunara y comera de vigilia. Mal negocio. La Pascua florida ofreca la mejor
ocasin. El mundo, despus de resucitar Nuestro Seor Jesucristo, parece ms alegre, ms
lcitos sus placeres; la primavera, ya adelantada, ayuda... las fiestas, a que l hara que don
Vctor llevase a su mujer, seran aguijones del deseo. Oh!... s, en la Pascua nos
veramos.
Adems, quera l prepararse para la campaa. Estaba debilucho. Aquel verano en
Palomares haba hecho una especie de bancarrota de salud. La seora ministra haba amado
mucho. Estas exageraciones de las mujeres vencidas siempre estaban en razn directa del

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cuadrado de las distancias. Es decir, que cuanto ms lejos estaba una mujer del vicio, ms
exagerada era cuando llegaba a caer. La Regenta, si caa, iba a ser exageradsima. Y se
preparaba Mesa. Ley libros de higiene, hizo gimnasia de saln, pase mucho a caballo. Y
se neg a acompaar a Paco Vegallana en sus aventurillas fciles y pagaderas a la vista. El
diablo harto de carne..., le deca Paco. Y don lvaro sonrea y se acostaba temprano.
Madrugaba. El Paseo Grande era ya todo perfumes, frescura y cnticos al amanecer. Los
pjaros, saltando de rama en rama, preparaban los nidos para los huevos de Abril; se dira
que eran tapiceros de la enramada que adornaban los salones del Paseo Grande para las
fiestas de la primavera. Empezaba Marzo con calores de Junio; desde muy temprano
calentaba y picaba el sol. Aquella primavera anticipada, frecuente en Vetusta, era una burla
de la naturaleza; despus volva el invierno, como en sus mejores das, con fros, escarchas
y lluvia, lluvia interminable. Pero don lvaro aprovechaba aquel intervalo de luz y calor, que
no por efmero le agradaba menos; no era l de los que medan la felicidad por la duracin;
es ms, no crea en la felicidad, concepto metafsico segn l; crea en el placer que no se
mide por el tiempo. Una maana, en el saln principal del Paseo Grande, solitario a tales
horas porque pocos confiaban en aquel anticipo de primavera, vio don lvaro all lejos la
silueta de un clrigo. Era alto; sus movimientos, seoriles. Era el Magistral. Estaban solos en
el paseo; tenan que encontrarse, iban uno enfrente del otro, por el mismo lado. Se
saludaron sin hablar. Don lvaro tuvo un poco de miedo, de aprensin de miedo. Si este
hombre, pens, enamorado de la Regenta, desairado por ella, se volviera loco de repente al
verme, creyndome su rival y se echara sobre m a puetazo limpio aqu, a solas... Mesa
recordaba la escena del columpio en la huerta de Vegallana.
El Magistral pens por su parte al ver a don lvaro: Si yo me arrojara sobre este
hombre y como puedo, como estoy seguro de poder, le arrastrara por el suelo, y le pisara la
cabeza y las entraas!... Y tuvo miedo de s mismo. Haba ledo que en las personas
nerviosas, imgenes y aprensiones de este gnero provocan los actos correspondientes. Se
acord de cierto asesino de los cuentos de Edgar Poe... Su mirada fue insolente,
provocativa. Salud como diciendo con los ojos: Toma! ah tienes esa bofetada. Pero el
saludo y la mirada de Mesa quisieron decir: Vaya usted con Dios: no entiendo palabra de
eso que usted me quiere decir.
Y siguieron cada cual por su lado, pero a la maana siguiente no volvieron al Paseo
Grande ni uno ni otro. Buscaban all contrario objeto: el Magistral paseaba mucho para
gastar fuerzas intiles; Mesa, para recobrar fuerzas perdidas y que esperaba le hiciesen
mucha falta dentro de poco. Cada cual se fue a pasear en adelante por sitios extraviados.
Teman otro encuentro.
Pero pronto tuvieron que quedarse en casa.
Como era de esperar, el invierno volvi con todos sus rigores, rindose a carcajadas
de los incautos que se crean en plena primavera. Los pjaros se escondieron en sus
agujeros y rincones. Los rboles floridos padecieron los furores de la intemperie, como
engalanadas damiselas que en da de campo, vestidas con percales alegres, adornos
vistosos y delicados de seda y tul, se ven sorprendidas por un chubasco, al aire libre, sin
albergue, sin paraguas siquiera. Las florecillas blancas y rosadas de los frutales caan
muertas sobre el fango: el granizo las despedazaba; todo volva atrs; aquel ensayo de
primavera temprana haba salido mal; vuelta a empezar, cada mochuelo a su olivo.
Esto fue a la mitad de la Cuaresma. Vetusta se entreg con reduplicado fervor a sus
devociones. Los jesuitas misioneros haban pasado tambin por all como una granizada; las
flores de amor y alegra que sembrara el carnaval las destruyeron a penitencia limpia el
Padre Maroto, un artillero retirado que predicaba a caonazos y sacaba el Cristo, y el Padre
Goberna, un melifluo padre francs que pronunciaba el castellano con la garganta y las
narices y hablaba de Gomogga y citaba las grandezas de Nnive y de Babilonia, ya perdidas,
al cabo de los aos mil, como prueba de la pequeez de las cosas humanas. Ello era que

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Vetusta estaba metida en un puo. Entre el agua y los jesuitas la tenan triste, aprensiva,
cabizbaja. El aspecto general de la naturaleza, parda, disuelta en charcos y lodazales, ms
que a pensar en la brevedad de la existencia convidaba a reconocer lo poco que vale el
mundo. Todo pareca que iba a disolverse. El Universo, a juzgar por Vetusta y sus contornos,
ms que un sueo efmero, pareca una pesadilla larga, llena de imgenes sucias y
pegajosas. El Padre Goberna, que saba dar color local a sus oraciones, no deca en Vetusta
que no somos ms que un poco de polvo, sino un poco de barro. Polvo en Vetusta? Dios lo
diera.
El mal tiempo se llev la resignacin tranquila, perezosa, de Anita Ozores. Con la
lluvia pertinaz, machacona, volvieron antiguas aprensiones repentinas, protestas de la
voluntad, y aquellos cardos que le pinchaban el alma. Y ahora no tena al Magistral para
ayudarla!
Cada da se senta ms sola, ms abandonada y ya empezaba a pensar que haba
sido injusta con el Provisor pensando de l tan mal y dejndole huir desesperado con
aquellas sospechas que llevaba clavadas en el corazn como un dardo envenenado. Por
qu ella no haba sentido ms aquel desengao, aquella profanacin de una amistad pura,
desinteresada, ideal? Tal vez porque el ser amada, fuera por quien fuera, no poda saberle
mal aunque ella tuviese que desdear y hasta vituperar aquel amor. Tal vez porque saba
que el remedio de aquella separacin estaba en sus manos. No poda ella, el da tal vez
prximo, en que necesitara consuelo espiritual, correr al confesonario y persuadir al
confesor, a don Fermn, de que ella no era lo que l se figuraba? Y acaso deba hacerlo
cuanto antes. Por qu haba de estar pensando De Pas lo que no haba? S, haba que
decirle la verdad, esto es, la verdad de lo que no haba; don lvaro no haba conseguido
mayor favor de Ana de Ozores, esto era lo cierto.
Pero antes de buscar al Magistral, Ana quiso fortificar el espritu por s misma. Senta
la fe vacilante, los sofismas vulgares de don Carlos el libre pensador venan a
atormentarla a cada instante. Comenzaba por dudar de la virtud del sacerdote y llegaba a
dudar de la iglesia, de muchos dogmas... Pero entonces corra a la iglesia. Saltando charcos,
desafiando chaparrones iba de parroquia en parroquia, de novena en novena, y pasaba
tambin mucho tiempo en la nave fra de algn templo a la hora en que los fieles solan
dejarlos desiertos. Se sentaba en un banco y meditaba. Sonaba y resonaba en la bveda la
tos de un viejo que rezaba en una capilla escondida; los pasos de un monaguillo irreverente
retumbaban sobre la tarima de un altar, y como un refuerzo del silencio llegaba a los odos
un rumor tenue de los ruidos de Vetusta. Ana peda a la soledad y al silencio perezoso de la
iglesia, algo como una inspiracin, o como un perfume de piedad que crea ella deba
desprenderse de aquellas paredes santas, de los altares, que a la luz blanca del da
ostentaban sus santos de yeso y madera barnizada como gastados por el roce de las
oraciones y el humo de la cera. Aquellas imgenes a la luz del da recordaban vagamente las
decoraciones de un teatro vistas al sol y a los cmicos en la calle sin los esplendores del gas
de las bateras. Pero Anita no pensaba en esto. Buscaba all la fe que se desmoronaba. Por
qu se desmoronaba? Qu tena que ver la Iglesia con el Magistral? No poda aquel seor
haberse enamorado de ella... y ser verdad sin embargo todo lo que dice el dogma? Claro
que s. Pero rezaba para creer. Oh, malo sera que el Magistral no saliese inocente de
aquella prueba... Si l, si el hermano mayor no era ms que un hipcrita... haba que dar la
razn en muchas cosas a don Carlos, al que despus de todo, era su padre. S, s, era su
padre, aquel padre que haba llorado ella con lgrimas del corazn, el que deca que la
religin es un homenaje interior del hombre a Dios, a un Dios que no podemos imaginar
como es, y que no es como dicen las religiones positivas, sino mucho mejor, mucho ms
grande!... Era su padre quien deca todas estas herejas! Y rezaba, rezaba porque el
meditar ya no serva para nada bueno. Y una voz interior severa y algo pedantesca gritaba
despus de todo aquello: Pero entendmonos, aunque don Carlos tuviera razn, aunque
Dios sea ms grande, ms bueno que todo lo que pudieran decir y pensar los libros de los

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hombres, no por eso perdona los pecados de que la conciencia acusa a todos. Don lvaro
estar prohibido, sea Dios como sea. El mal es el mal de todas suertes. Eso s, se deca la
Regenta, que encontraba consuelo en esta resolucin; aunque la fe caiga, yo seguir
combatiendo esta pasin de mis sentidos, que seguir siendo mala...
Empez a notar que el templo solitario no excitaba su devocin; aquellas paredes
fras, aquella especie de descanso de los santos a las horas en que cesa la adoracin, le
recordaban por extraas analogas que estableca el cerebro, enfermo acaso, le recordaban
la fatiga de los reyes, la fatiga de los monstruos de ferias, la fatiga de cmicos, polticos y
cuantos seres tienen por destino darse en pblico espectculo a la admiracin material y
boquiabierta de la necia multitud... La iglesia sin culto activo, la iglesia descansando, lleg a
parecerle a ella tambin algo como un teatro de da. El sacristn y el aclito subiendo al
retablo, hombrendose con la imagen de madera, colocando los cirios con simetra,
consultando las leyes de la perspectiva, le parecan al cabo cmplices de no saba qu
engao... Adems de todas estas aprensiones sacrlegas, tentacin malsana del espritu
enfermo, causa de tanta lucha, senta el tormento de la distraccin; las oraciones
comenzaban y no concluan; el estribillo de tal o cual piadosa leyenda llegaba a darle
nuseas; la soledad se poblaba de mil imgenes, diablillos de la distraccin; el silencio era
enjambre de ruidos interiores. Todo esto le oblig a dejar el templo solitario. Volvi a las
horas del culto. Conoca que en la nueva piedad que buscaba deban tomar parte importante
los sentidos. Busc el olor del incienso, los resplandores del altar y de las casullas, el aleteo
de la oracin comn, el susurro del ora pro nobis de las masas catlicas, la fuerza misteriosa
de la oracin colectiva, la parsimonia sistemtica del ceremonia l, la gravedad del sacerdote
en funciones, la misteriosa vaguedad del cntico sagrado que, bajando del coro nada ms,
parece descender de las nubes; las melodas del rgano que hacan recordar en un solo
momento todas las emociones dulces y calientes de la piedad antigua, de la fe inmaculada,
mezcla de arrullo maternal y de esperanza mstica.
La novena de los Dolores tuvo aquel ao en Vetusta una importancia excepcional, si
se ha de creer lo que deca El Lbaro.
Por lo menos el templo de San Isidro, donde se celebraba, se adorn como nunca. Tal
semilla de piedad postiza y rumbosa haban dejado los PP. Goberna y Maroto. No se poda,
como en la novena de la Concepcin, colgar el templo de azul y plata, ni colocar un templete
de cartn delante del retablo del altar mayor imitando capilla gtica de marquetera; pero
todo lo que fue compatible con los siete Dolores de la Virgen se hizo: el lujo fue majestuoso,
triste, fnebre. Todo era negro y oro. La capilla de la catedral se traslad en masa al coro de
San Isidro reforzada por algunas partes rezagadas de la ltima compaa de zarzuela que
haba tronado en Vetusta. Los sermones se encomendaron a otro jesuita, el P. Martnez, que
vino de muy lejos y cobrando muy caro. En la mesa de petitorio, colocada frente al altar
mayor a espaldas del cancel de la puerta principal, pedan limosna y vendan libros devotos,
medallas y escapularios las damas de ms alta alcurnia, las ms guapas y las ms
entrometidas.
La lluvia, el aburrimiento, la piedad, la costumbre, trajeron su contingente respectivo
al templo, que estaba todas las tardes de bote en bote. No caba un vetustense ms.
Los jvenes laicos de la ciudad, estudiantes los ms, no se distinguan ni por su
excesiva devocin ni por una impiedad prematura; no pensaban en ciertas cosas; los haba
carlistas y liberales, pero casi todos iban a misa a ver las muchachas. A la novena no
faltaban; se desparramaban por las capillas y rincones de San Isidro, y terciando la capa, el
rostro con un tinte romntico o picaresco, segn el carcter, se timaban, como decan ellos,
con las nias casaderas, ms recatadas, mejores cristianas, pero no menos ganosas de
tener lo que ellas llamaban relaciones. Mientras el P. Martnez repeta por centsima vez y
ya llevaba ganados unos cinco mil reales que como el dolor de una madre no hay otro, y
echaba, sin pizca de dolor propio, sobre la imagen enlutada del altar, toda la retrica

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averiada de su oratoria de un barroquismo mustio y sobado; el amor sacrlego iba y vena


volando invisible por naves y capillas como una mariposa que la primavera manda desde el
campo al pueblo para anunciar la alegra nueva.
Ana Ozores, cerca del presbiterio, arrodillada, recogiendo el espritu para sumirlo en
acendrada piedad, oa el rum rum lastimero del plpito como el rumor lejano de un aguacero
acompaado por ayes del viento cogido entre puertas. No oa al jesuita, oa la elocuencia
silenciosa de aquel hecho patente, repetido siglos y siglos en millares y millares de pueblos:
la piedad colectiva, la devocin comn, aquella elevacin casi milagrosa de un pueblo entero
prosaico, empequeecido por la pobreza y la ignorancia, a las regiones de lo ideal, a la
adoracin de lo Absoluto por abstraccin prodigiosa. En esto pensaba a su modo la Regenta,
y quera que aquella ola de piedad la arrastrase, quera ser molcula de aquella espuma,
partcula de aquel polvo que una fuerza desconocida arrastraba por el desierto de la vida,
camino de un ideal vagamente comprendido.
Call el P. Martnez y comenz el rgano a decir de otro modo, y mucho mejor, lo
mismo que haba dicho el orador de lujo. El rgano pareca sentir ms de corazn las penas
de Mara... Ana pens en Mara, en Rossini, en la primera vez que haba odo, a los diez y
ocho aos, en aquella misma iglesia, el Stabat Mater... Y despus que el rgano dijo lo que
tena que decir, los fieles cantaron como coro monstruo bien ensayado el estribillo
montono, solemne, de varias canciones que caan de arriba como lluvia de flores frescas.
Cantaban los nios, cantaban los ancianos, cantaban las mujeres. Y Ana, sin saber por qu,
empez a llorar. A su lado un nio pobre, rubio, plido y delgado, de seis aos, sentado en
el suelo junto a la falda de su madre cubierta de harapos, cantaba sin pestaear, fijos los
ojos en la Dolorosa del altar porttil; cantaba y de repente, por no se sabe qu asociacin de
ideas, call, volvi el rostro a su madre y dijo: Madre, dame pan!
Cantaba un anciano junto a un confesonario, con voz temblorosa, grave y dulce...
olvidado de las fatigas del trabajo a que el hambre le obligaba, contra los fueros de la vejez.
Cantaba todo el pueblo, y el rgano, como un padre, acompaaba el coro y le guiaba por las
regiones ideales de inefable tristeza consoladora de la msica.
Y haba infames, pens Ana, que queran acabar con aquello! Oh, no, no, yo no!
Contigo, Virgen santa, siempre contigo, siempre a tus pies; estar con los tristes, sa es la
religin eterna; vivir llorando por las penas del mundo, amar entre lgrimas... Y se acord
del Magistral. Oh qu ingrata, qu cruel haba sido con aquel hombre! Qu triste, qu solo
le haba dejado!... Vetusta le insultaba, le escarneca, le despreciaba, despus de haberle
levantado un trono de admiracin; y ella, ella que le deba su honra, su religin, lo ms
precioso, le abandonaba y le olvidaba tambin... Y por qu? Tal vez, casi de fijo, por
aprensiones de la vanidad y de la malicia torpe y grosera. Ah, porque ella estaba tocada del
gusano maldito, del amor de los sentidos; porque ella estaba rendida a don lvaro si no de
hecho con el deseo sta era la verdad porque ella era pecadora, haba de serlo tambin
el hermano de su alma, el padre espiritual querido? qu pruebas tena ella? No poda ser
aprensin todo, no poda la vanidad haber visto visiones? Cundo De Pas se haba
insinuado de modo que pudiera sospecharse de su pureza? No haban estado mil veces
solos, muy cerca uno de otro, no se haban tocado, no haba ella, tal vez con imprudencia,
aventurado caricias inocentes, someros halagos que hubieran hecho brotar el fuego si lo
hubiera habido all escondido?... Y est abandonado! Se burlan de l hasta en los
peridicos; hasta los impos alaban a los misioneros, para rebajar la influencia del Magistral;
la moda y la calumnia le han arrinconado, y yo como el vulgo miserable, me pongo a gritar
tambin, crucifcale, crucifcale!... Y el sacrificio que haba prometido? Aquel gran
sacrificio que yo andaba buscando para pagar lo que debo a ese hombre?...
En aquel momento cesaron los cnticos del pueblo devoto; sigui silencio solemne;
despus hubo toses, estrpito de suelas y zuecos sobre la piedra resbaladiza del
pavimento... una impaciencia contenida. Hacia la puerta sonaba el tic , tac , de las monedas

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con que Visitacin y la Marquesa golpeaban la bandeja para llamar la atencin de la caridad
distrada. Rechinaban los canceles; haba en el aire un cuchicheo tenue. En el coro daban
seales de vida violines y flautas con quejidos y suspiros ahogados; se oa el ruido de las
hojas del papel de msica. Gru un violn. Cayeron dos golpes sobre una hojalata...
Silencio otra vez... Comenz el Stabat Mater.
La msica sublime de Rossini exalt ms y ms la fantasa de Ana; una resolucin de
los nervios irritados brot en aquel cerebro con fuerza de mana: como una alucinacin de la
voluntad. Vio, como si all mismo estuviese, la imagen de su resolucin; s... ella... ella,
Ana a los pies del Magistral, como Mara a los pies de la Cruz. El Magistral estaba crucificado
tambin por la calumnia, por la necedad, por la envidia y el desprecio... y el pueblo asesino
le volva las espaldas y le dejaba all solo... y ella... ella... estaba haciendo lo mismo! Oh,
no, al Calvario, al Calvario! al pie de la cruz del que no era su hijo, sino su padre, su
hermano, el herma no y el padre del espritu.
La Virgen le deca que s, que estaba bien hecho; que aquella resolucin era digna
de un cristiano. Dondequiera que hay una cruz con un muerto se puede llorar al pie, sin
pensar en lo que era el que est all colgado; mejor se podr llorar al pie de la cruz de un
mrtir. Hasta del mal ladrn le estaba dando lstima en aquel momento. Cunta mayor
lstima le dara del Magistral que, segn ella, no era ladrn, ni malo ni bueno! La forma del
sacrificio, el da, la ocasin, todo estaba sealado: se jur no volverse atrs; aquella
exaltacin era lo que ella necesitaba para poder vivir; si ms tarde el cansancio, la relajacin
de aquellas fibras tirantes traan a su nimo la cobarda, los reparos mundanales, prosaicos,
el miedo al qu dirn, no hara caso... ira derecha a su propsito sin vacilar, sin deliberar
ms. Hara lo que haba resuelto. Y tranquila, segura de s misma, volvi su pensamiento a
la Madre Dolorosa, y se arroj a las olas de la msica triste con un arranque de suicida... S,
quera matar dentro de ella la duda, la pena, la frialdad, la influencia del mundo necio,
circunspecto, mirado... quera volver al fuego de la pasin, que era su ambiente.

XXVI
Desde el da en que presidi el entierro de don Santos Barinaga, don Pompeyo no
volvi a tener hora buena, de salud completa. Los escalofros que le hicieron temblar en el
cementerio y se repitieron, cada vez ms fuertes, durante la enfermedad que sigui a la
gran mojadura, volvan de cuando en cuando. Guimarn estaba triste sin cesar; aquel sol de
justicia, que adoraba, tena sus eclipses y el espectculo de la maldad ambiente desanimaba
al buen ateo hasta el punto de hacerle dudar del progreso definitivo de la Humanidad.
Laurent deca bien, estbamos nosotros mucho ms adelantados que los brbaros. Pero
haba cada pillo todava! Y la amistad? La amistad era cosa perdida. Paquito Vegallana,
lvaro Mesa, Joaquinito Orgaz, el respetable, o al parecer respetable seor Foja, que se
decan tan amigos suyos, le haban engaado como a un chino; se haban burlado de l.
Eran unos libertinos que renegaban en sus comilonas de la religin positiva para seducirle a
l y librarse del miedo del infierno. Don Pompeyo rompi bruscamente sus relaciones con
todos aquellos espritus frvolos y no volvi a poner los pies en el Casino. Tom esta
resolucin el da de Navidad, cuando supo que por Vetusta se corra que l, don Pompeyo
Guimarn, el hombre que ms respetaba todos los cultos, sin creer en ninguno, haba
profanado la catedral oyendo borracho la Misa del gallo. Se lleg a decir que haba llevado al
templo debajo de la capa, una botella de ans del mono... Del mono!... l... don
Pompeyo!... No volvi al Casino. Aquellos infames que le haban embriagado o poco
menos, obligndole despus a penetrar en el templo, eran muy capaces de haber inventado
en seguida la calumnia con que queran perderle. Qu autoridad iba a tener en adelante

395

aquel atesmo que se emborrachaba para celebrar las fiestas del cristianismo, y que asista a
los santos oficios a blasfemar y hacer eses por las respetables naves de la baslica?
Bastante tena l sobre su alma con el entierro civil de Barinaga y la consiguiente
ojeriza que gran parte del pueblo haba tomado al seor Magistral!
No, no quera ms luchas religiosas. Ya iba siendo viejo para tamaas empresas.
Mejor era callar; vivir en paz con todos. La muerte de Barinaga le haca temblar al
recordarla. Morir como un perro! Y yo que tengo mujer y cuatro hijas!
Se hizo misntropo. Siemp re sala solo, al obscurecer, y volva pronto a casa.
Una noche le llam la atencin un ruido de colmena que vena de la parte de la
catedral. Oy cohetes. Qu era aquello? La torre estaba iluminada con vasos y faroles a la
veneciana. A sus pies, en el atrio estrecho y corto, de resbaladizo pavimento de piedra,
cerrado por verja de hierro tosco y fuerte, se agolpaba una multitud confusa, como un
montn de gusanos negros. De aquel fermento humano brotaban, como burbujas, gritos,
carcajadas, y un zumbido sordo que pareca el ruido de la marea de un mar lejano.
Don Pompeyo, que daba diente con diente, de fro con fiebre, se detuvo en lo ms
alto de la calle de la Ra para contemplar aquella muchedumbre apiada a los pies de la
torre, en tan estrecho recinto, cuando poda extenderse a sus anchas por toda la plazuela.
Ya saba lo que era. Los catlicos celebraban un aniversario religioso. Pero cmo? Oh
ludibrio! Don Pompeyo se acerc al atrio; observ desde fuera. Lo mejor y lo peor de
Vetusta estaba all amontonado; las chalequeras, los armeros, la flor y nata del paseo del
Boulevard, aquel gran mundo del andrajo, con sus hedores de miseria, se codeaba insolente
y vocinglero con la Vetusta elegante del Espoln y de los bailes del Casino: y para colmo del
escndalo, segn don Pompeyo, so capa de celebrar una fiesta religiosa la juventud dorada
del clero vetustense, todos aquellos licenciados de seminario, como l los llamaba con
psima intencin, paseaban tambin por all, apretados, prensados, con sus manteos y todo,
en aquel embutido de carne lasciva, a obscuras, casi sin aire que respirar, sin ms recreo
que el poco honesto de sentir el roce de la especie, el instinto del rebao, mejor, de la
piara! Y separando los ojos de aquella podredumbre en fermento, de aquella gusanera
inconsciente, volvilos Guimarn a lo alto, y mir a la torre que con un punto de luz roja
sealaba al cielo... Aqu no hay nada cristiano, pens, ms que ese montn de piedras!
Huy de la catedral triste, aprensivo, dudando de la Humanidad, de la Justicia, del
Progreso... y apretando los dientes para que no chocasen los de arriba con los de abajo.
Entr en su casa... Pidi tila, se acost... y, al verse rodeado de su mujer y de sus hijas, que
le echaban sobre el cuerpo cuantas mantas haba en casa, el ateo empedernido sinti una
dulce ternura nerviosa, un calorcillo confortante y se dijo: Al fin hay una religin, la del
hogar.
A la maana siguiente despert a toda la casa a campanillazos. Se senta mal. Que
llamasen a Somoza. Somoza dijo que aquello no era nada. Ocho das despus propuso a la
seora de Guimarn el arduo problema de lo que all se llamaba la preparacin del
enfermo. Haba que prepararle, a qu? A bien morir.
De las cuatro hijas de don Pompeyo dos se desmayaron en compaa de su madre al
or la noticia.
Las otras dos, ms fuertes, deliberaron. Quin le pona el cascabel al gato? Quin
propona a su seor padre que recibiera los Sacramentos?
Se lo propuso la hija mayor, Agapita.
Pap, t que eres tan bueno, querras darme un disgusto, drselo a mam, sobre
todo, que te quiere tanto... y es tan religiosa?...

396

No prosigas, Agapita querida dijo el enfermo con voz meliflua, dbil, mimosa.
Ya s lo que pides. Que confiese. Est bien, hija ma. Cmo ha de ser? Hace das que
esperaba este momento. El seor de Somoza es tan angelical que no quera darme un susto;
pero yo conoca que esto iba mal. He pensado mucho en vosotras, en la necesidad de
complaceros. Slo os pido una cosa... que venga el seor Magistral. Quiero que me oiga en
confesin el seor De Pas; necesito que me oiga, y que me perdone.
Agapita llor sobre el pecho flaco de su padre. Desde la sala haban odo el dilogo
Somoza y la hija menor de Guimarn, Perpetua. Media hora despus toda Vetusta saba el
milagro. El Ateo llamaba al Magistral para que le ayudara a bien morir!
Don Fermn estaba en cama. Su madre, echada a los pies del lecho, como un perro,
grua en cuanto olfateaba la presencia de algn importuno. El Magistral se quejaba de
neuralgia; el ruido menor le sonaba a patadas en la cabeza. Doa Paula haba prohibido los
ruidos, todos los ruidos. Se andaba de puntillas y se procuraba volar.
Teresina crey que el recado de las seoritas de Guimarn era cosa grave, y mereca
la pena de infringir la regla general.
Estn ah de parte de la seora y seoritas de Guimarn...
De Guimarn! dijo el Magistral, que estaba despierto, aunque tena los ojos
cerrados.
De Guimarn! T ests loca... dijo doa Paula muy bajo.
S, seora, de Guimarn, de don Pompeyo, que se est muriendo y quiere que le
vaya a confesar el seorito.
Hijo y madre dieron un salto; doa Paula qued en pie; don Fermn, sentado en su
lecho.
Se hizo entrar a la criada de Guimarn y repetir el recado.
La criada lloraba y describa entre suspiros la tristeza de la familia y el consuelo que
era ver al seor pedir los Santos Sacramentos.
El Magistral y doa Paula se consultaron con los ojos. Se entendieron.
Te har dao?
No. Que voy ahora mismo.
Salid. Que el seorito est muy enfermo, pero que lo primero es lo primero y que
va all ahora mismo.
Quedaron solos hijo y madre.
Ser una broma de ese tunante?
No seora; es un pobre diablo. Tena que acabar as. Pero yo no saba que estaba
enfermo.
De Pas hablaba mientras se vesta ayudado por su madre, que busc en el fondo de
un bal la ropa de ms abrigo.
Fermo, y si t te pones malo de veras... es decir, de cuidado?...
No, no, no. Deje usted. Esto no admite espera... y mi cabeza s. Es preciso llegar
all antes que se sepa por ah... No comprende usted?
S, claro; tienes razn.
Callaron.

397

El Magistral se cogi a la pared y al hombro de su madre para tenerse en pie.


En su despacho se sent un momento.
Mandamos por un coche?...
S, es claro; ya deba estar hecho eso. A Benito, aqu en la esquina...
Entr Teresa.
Esta carta para el seorito.
Doa Paula la tom; no conoci la letra del sobre.
Fermn s; era la de Ana, desfigurada, obra de una mano temblorosa...
De quin es? pregunt la madre al ver que Fermn palideca.
No s... ya la ver despus. Ahora al coche... a ver a Guimarn...
Y se puso de pies, escondi la carta en un bolsillo interior y se dirigi a la puerta con
paso firme.
Doa Paula, aunque sospechaba no saba qu, no se atrevi esta vez a insistir. Le
daba lstima de aquel hijo que enfermo, triste, tal vez desesperado, iba por ella a continuar
la historia de su grandeza, de sus ganancias; iba a rescatar el crdito perdido buscando un
milagro de los ms sonados, de los ms eficaces y provechosos, un milagro de conversin.
Era un hroe. Cunto haba padecido durante aquella cuaresma! Ella, doa Paula,
haba acabado por adivinar que su hijo y la Regenta no se vean ya; haban reido por lo
visto. Al principio el egosmo de la madre triunf y se alegr de aquel rompimiento que
supona. Conoci que su hijo no se humillara jams a pedir una reconciliacin, que antes
morira desesperado, como un perro, all, en aquel lecho donde haba cado al cabo, despus
de pasear la clera comprimida por toda Vetusta y sus alrededores, de da y de noche. Pero
la desesperacin taciturna de su Fermo, complicada con una enfermedad misteriosa, de mal
aspecto, que poda parar en locura, asust a la madre que adoraba a su modo al hijo; y
noc he hubo en que, mientras velaba el dolor de su Fermo pens en mil absurdos, en
milagros de madre, en ir ella misma a buscar a la infame que tena la culpa de aquello, y
degollarla, o traerla arrastrando por los malditos cabellos all, al pie de aquella cama, a velar
como ella, a llorar como ella, a salvar a su hijo a toda costa, a costa de la fama, de la
salvacin, de todo; a salvarle o morir con l... De estas ideas absurdas, que rechazaba
despus el buen sentido, le quedaba a doa Paula una ira sorda, reconcentrada, y una
aspiracin vaga a formar un proyecto extrao, una intriga para cazar a la Regenta y hacerla
servir para lo que Fermo quisiera... y despus matarla o arrancarle la lengua...
Los primeros das, despus de separarse Ana y De Pas, era el Magistral quien
preguntaba ms a menudo a Teresina, afectando indiferencia, pero sin que su madre le
oyera: Ha habido algn recado, alguna carta para m? Despus, tambin doa Paula, a
solas tambin, preguntaba a la doncella con voz gutural, estrangulada: Han trado algn
recado... algn papel... para el seorito?
No, no haban trado nada. La cuaresma haba pasado as, haba comenzado la
semana de Dolores, estaba concluyendo... y nada.
Debe de ser de ella, pens doa Paula cuando vio el papel que present Teresina.
Sinti ira y placer a un tiempo.
El Magistral senta en los odos huracanes. Tema caerse. Pero estaba dispuesto a
salir. Tambin se jur negarse a leer la carta delante de su madre, aunque ella lo pidiera
puesta en cruz. Aquella carta era de l, de l solo. Lleg el coche. Una carretela vieja,
desvencijada, tirada por un caballo negro y otro blanco, ambos desfallecidos de hambre y
sucios.

398

Doa Paula que haba acompaado a su hijo hasta el portal, dijo con nfasis al
cochero.
A casa de don Pompeyo Guimarn... ya sabes...
S, s...
Dobl el coche la esquina; don Fermn corri un cristal y grit:
Despacio, al paso.
Mir la carta de Ana.
Rompi el sobre con dedos que temblaban y ley aquellas letras de tinta rosada que
saltaban y se confundan enganchadas unas con otras. Adivin ms que descifr los
caracteres que se evaporaban ante su vista dbil.
Fermn: necesito ver a usted, quiero pedirle perdn y jurarle que soy digna de su
carioso amparo; Dios ha querido iluminarme otra vez; la Virgen, estoy segura de ello, la
Virgen quiere que yo le busque a usted, que le llame. Pens en ir yo misma a su casa. Pero
temo que sea indiscrecin. Sin embargo, ir, a pesar de todo, si es verdad que est usted
enfermo y que no puede salir. Dnde le podr hablar? Estoy segura de que por caridad a lo
menos no dejar sin respuesta mi carta. Y si la deja, all voy. Su mejor amiga, su esclava,
segn ha jurado y sabr cumplir. ANA.
De Pas dej de sentir sus dolores, no pens siquiera en esto; mir al cielo, iba a
obscurecer. Cogi con mano febril la blusa azul del cochero, que volvi la cabeza.
Qu hay seorito?
A la Plaza Nueva... a la Rinconada...
S, ya s... pero ahora?
S, ahora mismo, y a escape.
El coche sigui al paso.
Si est don Vctor, que no lo quiera Dios, basta con que Ana me mire, con que me
vea all... Si no est... mejor. Entonces hablar, hablar...
Y cansado por tantos esfuerzos y sorpresas, don Fermn dej caer la cabeza sobre el
sobado reps azul del testero y en aquel rincn obscuro del coche, ocultando el rostro en las
manos que ardan, llor como un nio, sin vergenza de aquellas lgrimas de que l solo
sabra.
No estaba don Vctor en casa.
El Magistral estuvo en el casern de los Ozores desde las siete hasta ms de las ocho
y media. Cuando sali, el cochero dorma en el pescante. Haba encendido los faroles del
coche y esperaba, seguro de cobrar caro aquel sueo. Don Fermn entr en casa de don
Pompeyo a las nueve menos cuarto. La sala estaba llena de curas y seglares devotos. Todas
las hijas de Guimarn salieron al encuentro del Provisor, cuyo rostro reluca con una palidez
que pareca sobrenatural. Se hubiera dicho que le rodeaba una aureola.
Tres veces se haba mandado aviso a casa del Magistral para que vinie ra en seguida.
Don Pompeyo quera confesar, pero con De Pas y slo con De Pas: deca que slo al
Magistral quera decir sus pecados y declarar sus errores; que una voz interior le peda con
fuerza invencible que llamara al Magistral y slo al Magistral.
Doa Paula contestaba que su hijo haba salido a las siete, en coche, en cuanto haba
recibido aviso, que haba ido derecho a casa de Guimarn. Pero como no llegaba, se repetan
los recados. Doa Paula estaba furiosa. Qu era de su hijo? Qu nueva locura era aqulla?

399

Al fin las de Guimarn, en vista de que el Provisor no pareca, llamaron al Arcediano,


a don Custodio, al cura de la parroquia, y a otros clrigos que ms o menos trataban al
enfermo. Todo intil. l quera al Magistral; la voz interior se lo peda a gritos. Glocester al
lado de aquel lecho de muerte se mora de envidia y estaba verde de ira, aunque sonrea
como siempre.
Pero, seor don Pompeyo, hgase usted cargo de que todos somos sacerdotes del
Crucificado... y siendo sincera su conversin de usted...
S seor, sincera; yo nunca he engaado a nadie. Yo quiero reconciliarme con la
iglesia, morir en su seno, si est de Dios que muera...
Oh, no, eso no...
Tal creo yo; pero de todas suertes... quiero volver al redil... de mis mayores... pero
ha de ser con ayuda del seor don Fermn; tengo motivos poderosos para exigir esto, son
voces de mi conciencia...
Oh, muy respetable... muy respetable... Pero si ese seor Magistral no parece...
Si no parece, cuando el peligro sea mayor, confesar con cualquiera de ustedes.
Entre tanto quiero esperarle. Estoy decidido a esperar.
El cura de la parroquia no consigui ms que el Arcediano. De don Custodio no hay
que hablar. Todos aquellos seores sacerdotes estaban all en ridculo, segn opinin de
Glocester. La verdad era que un color se les iba y otro se les vena.
Ser esto un complot? dijo Mourelo al odo de don Custodio.
Despus de tanto hacerse esperar, lleg el Magistral.
Las hijas de Guimarn le llevaron en triunfo junto a su padre.
De Pas pareca un santo bajado del cielo; una alegra de arcngel satisfecho brillaba
en su rostro hermoso, fuerte, en que haba reflejos de una juventud de aldeano robusto y
fino de facciones; era la juventud de la pasin, rozagante en aquel momento. Mientras
Guimarn estrechaba la mano enguantada del Provisor, ste, sin poder traer su pensamiento
a la realidad presente, segua saboreando la escena de dulcsima reconciliacin en que
acababa de representar papel tan importante. Ana era suya otra vez, su esclava! ella lo
haba dicho de rodillas, llorando... Y aquel proyecto, aquel irrevocable propsito de hacer
ver a toda Vetusta en ocasin solemne que la Regenta era sierva de su confesor, que crea
en l con fe ciega!... Al recordar esto, con todos los pormenores de la gran prueba ofrecida
por Ana, don Fermn sinti que le temblaban las piernas; era el desfallecimiento de aquel
deleite que l llamaba moral, pero que le llegaba a los huesos en forma de soplo caliente.
Pidi una silla. Se sent al lado del enfermo y por primera vez vio lo que tena delante; un
rostro plido, avellanado, todo huesos y pellejo que pareca pergamino claro. Los ojos de
Guimarn tenan una humedad reluciente, estaban muy abiertos, miraban a los abismos de
ideas en que se perda aquel cerebro enfermo, y parecan dos ventanas a que se asomaba el
asombro mudo.
Quedaron solos el enfermo y el confesor.
De Pas se acord de su madre, de los Jesuitas, de Barinaga, de Glocester, de Mesa,
de Foja, del Obispo, y aunque con repugnancia, se decidi a sacar todo el partido posible de
aquella conversin que se le vena a las manos. En un solo da cunta felicidad! Ana y la
influencia que se haban separado de l volvan a un tiempo; Ana ms humilde que nunca, la
influencia con cierto carcter sobrenatural. S, l estaba seguro de ello, conoca a los
vetustenses; un entierro les haba hecho despreciar a su tirano, otro entierro les hara
arrodillarse a sus pies, fanatizados unos, asustados por lo menos los dems. Mientras
hablaba con don Pompeyo de la religin, de sus dulzuras, de la necesidad de una Iglesia que

400

se funde en revelaciones positivas, el Magistral preparaba todo un plan para sacar provecho
de su victoria... Ya que aquel tontiloco se le meta entre los dedos, no sera en vano. Los
otros tontos, los que crean que Guimarn era ateo de puro malvado y de puro sabio,
miraran aquella conquista como cosa muy seria, como una ganancia de incalculable valor
para la Iglesia.
El ateo! Aunque todos le tenan por inofensivo, crean los ms en su maldad
ingnita y en una misteriosa superioridad diablica. Y aquel diablo, aquel malhechor se
arrojaba a los pies del seor espiritual de Vetusta... Oh! qu gran efecto teatral!... No, no
sera l bobo, su madre tena razn, haba que sacar provecho... Y despus, aquello no era
ms que una preparacin para otro triunfo ms importante; no se haba dicho que hasta la
Regenta le abandonaba? Pues ya se vera lo que iba a hacer la Regenta... Don Fermn se
ahogaba de placer, de orgullo; se le atragantaban las pasiones mientras don Pompeyo tosa,
y entre esputo y esputo de flema deca con voz dbil:
Puede usted creer... seor Magistral... que ha sido un milagro esto... s, un
milagro... He visto coros de ngeles, he pensado en el Nio Dios... metidito en su cuna... en
el portal de Belem... y he sentido una ternura... as... como paternal... qu s yo!... Eso es
sublime, don Fermn... sublime... Dios en una cuna... y yo ciego... que negaba!... pero dice
usted bien... Yo me he pasado la vida pensando en Dios, hablando de l... slo que al
revs... todo lo entenda al revs...
Y continuaba su discurso incoherente, interrumpido por toses y por sollozos.
Despus el Magistral le hizo callar y escucharle.
Habl mucho y bien don Fermn. Era necesario para obtener el perdn de Dios que
don Pompeyo, antes de sanar, porque sin duda sanara y eso pensaba l tambin diese
un ejemplo edificante de piedad. Su conversin deba ser solemne, para escarmiento de
pcaros y enseanza saludable de los creyentes tibios.
Puede usted hacer un gran beneficio a la Iglesia, a quien tantos males ha hecho...
Pues usted dir... don Fermn... yo soy esclavo de su voluntad... Quiero el perdn
de Dios y el de usted... el de usted, a quien tanto he ofendido hacindome eco de
calumnias... Y crea usted que yo no le quera a usted mal, pero como mi propsito era
combatir el fanatismo, al clero en general... y adems Barinaga slo as poda ser
conquistado... Oh Barinaga! infeliz don Santos! Estar en el infierno, verdad, don Fermn?
Infeliz! Y por mi culpa!
Quin sabe... Los designios de Dios son inescrutables... Y adems, puede contarse
con su bondad infinita... Quin sabe!... Lo principal es que nosotros demos ahora un
notable ejemplo de piedad acendrada... Esta leccin puede traer muchas conversiones
detrs de s. Ah, don Pompeyo, no sabe usted cunto puede ganar la Religin con lo que
usted ha hecho y piensa hacer!...
A la maana siguiente toda Vetusta edificada se preparaba a acompaar el Vitico
que por la tarde deba ser administrado al seor Guimarn. Era domingo de Ramos. No se
respiraba por las calles del pueblo ms que religin.
El papel Provisor sube! deca Foja furioso al odo de Glocester, a quien encontr
en el atrio de la catedral, al salir de misa.
Esto es un complot!
Lo que es un idiota ese don Pompeyo.
No, un complot...

401

La verdad era que el papel Provisor suba mucho ms de lo que podan sus enemigos
figurarse.
As como no se explicaba fcilmente por qu el descrdito haba sido tan grande y en
tan poco tiempo, tampoco ahora poda nadie darse cuenta de cmo en pocas horas el
espritu de la opinin se haba vuelto en favor del Magistral, hasta el punto de que ya nadie
se atreva delante de gente a recordar sus vicios y pecados; y no se hablaba ms que de la
conversin milagrosa que haba hecho.
No importaba que Mourelo gritase en todas partes:
Pero si no fue l, si fue un arranque espontneo del ateo... Si as hacen todos los
espritus fuertes cuando les llega su hora...
Nadie haca caso del murmurador. Milagro s lo haba, pero lo haba hecho el
Magistral. Ya nadie dudaba esto. Era un gran hombre, haba que reconocerlo. Doa
Paula, por medio del Chato y otros ayudantes, doa Petronila, su cnclave, Ripamiln, el
mismo Obispo, que haba abrazado al Magistral en la catedral poco despus de bendecir las
palmas, todos stos, y otros muchos, eran propagandistas entusiastas de la gloria reciente,
fresca de don Fermn, de su triunfo palmario sobre las huestes de Satn.
Foja, Mourelo, don Custodio, por consejo de Mesa que habl con el exalcalde,
desistieron de contrarrestar la poderosa corriente de la opinin, favorable hasta no poder
ms, a don Fermn.
Ms vala esperar; ya pasara aquella racha y volvera toda Vetusta a ver al
milagroso don Fermn De Pas tal como era, en toda su horrible desnudez.
Despus que comulg don Pompeyo con toda la solemnidad requerida por las
circunstancias, teniendo a su lado al cura de cabecera , a don Fermn y a Somoza, el mdico,
Vetusta entera, que haba acudido a la casa y a las puertas de la casa del converso, se
esparci por todo el recinto de la ciudad hacindose lenguas de la uncin con que mora el
ateo, a quien ahora todos concedan un talento extraordinario y una sabidura descomunal, y
pregonando el celo apostlico del Provisor, su tacto, su influencia evanglica, que pareca
cosa de magia o de milagro.
Terminada la ceremonia religiosa, hubo junta de mdicos. Somoza se haba
equivocado como sola. Don Pompeyo estaba enfermo de muerte, pero poda durar muchos
das: era fuerte... no haba ms que orle hablar.
Somoza mantuvo su opinin con energa heroica. Cierto que poda durar algunos
das ms de los que l haba anunciado, el seor Guimarn; pero la ciencia no poda menos
de declarar que la muerte era inminente. Poda durar, s, el enfermo, mil y mil veces s, pero
debido a qu? Indudablemente a la influencia moral de los Sacramentos. No que l, don
Robustiano Somoza, hombre cientfico ante todo, creyese en la eficacia material de la
religin: pero sin incurrir en un fanatismo que pugnaba con todas sus convicciones de
hombre de ciencia, como tena dicho, poda admitir y admita, aleccionado por la
experiencia, que lo psquico influye en lo fsico, y viceversa, y que la conversin repentina de
don Pompeyo podra haber determinado una variacin en el curso natural de su
enfermedad... todo lo cual era extrao a la ciencia mdica como tal y sin ms.
En efecto, don Pompeyo dur hasta el mircoles Santo.
Trifn Crmenes, desde el da en que se supo la conversin de Guimarn, concibi la
empecatada idea de consagrar una hoja literaria del Lbaro al importantsimo suceso. Pero
haba que esperar a que el enfermo saliese de peligro o se fuera al otro mundo. Esto ltimo
era lo ms probable y lo que ms convena a los planes de Crmenes, el cual desde el
domingo de Ramos tena a punto de terminar una largusima composicin potica en que se

402

cantaba la muerte del ateo felizmente restituido a la fe de Cristo. La oda elegaca, o elega a
secas, lo que fuera, que Trifn no lo saba, comenzaba as:
Qu me anuncia ese fnebre lamento?...
El poeta iba y vena de la casa mortuoria, como l la llamaba ya para sus adentros, a
la redaccin, de la redaccin a la casa mortuoria.
Cmo est? preguntaba en voz muy baja, desde el portal.
La criada contestaba:
Sigue lo mismo.
Y Trifn corra, se encerraba con su elega y continuaba escribiendo:
Duda fatal, incertidumbre impa!...
Parada en el umbral, la Parca fiera
ni ceja ni adelanta en su porfa:
como sombra de horror, calla y espera...
Pasaban algunas horas, volva a presentarse Trifn en casa del moribundo; con voz
meliflua y tenue deca:
Cmo sigue don Pompeyo?
Algo recargado le contestaban.
Volva a escape a la redaccin, anhelante, haba que trabajar con ahnco, poda
morirse aquel seor y la poesa quedar sin el ltimo pergeo.... Y escriba con pulso febril:
Mas ay! en vano fue; del almo cielo
la sentencia se cumple; inexorable...
No saba Trifn lo que significaba almo, es decir, no lo saba a punto fijo, pero le
sonaba bien.
Cuando la criada de Guimarn le contestaba: Que el seor haba pasado mejor la
noche, Crmenes, sin darse cuenta de ello, torca el gesto, y senta una impresin
desagradable parecida a la que experimentaba cuando llegaba a convencerse de que un
peridico de Madrid no le publicara los versos que le haba remitido. l no quera mal a
nadie, pero lo cierto era que, una vez tan adelantada la elega, don Pompeyo le iba a hacer
un flaco servicio si no se mora cuanto antes.
Muri. Muri el Mircoles Santo. El Magistral y Trifn respiraron. Tambin respir
Somoza. Los tres hubieran quedado en ridculo a suceder otra cosa. En cuanto a Crmenes,
termin sus versos de esta suerte:
No le lloris. Del bronce los taidos
himnos de gloria son; la Iglesia santa
le recogi en su seno... etc.
Al pobre Trifn le salan los versos montados unos sobre otros: igual defecto tena en
los dedos de los pies.
El entierro del ateo fue una solemnidad como pocas. Acompaaron a la ltima
morada el cadver del finado las autoridades civiles y militares; una comisin del Cabildo
presidida por el Den, la Audiencia, la Universidad, y adems cuantos se preciaban de
buenos o malos catlicos. La viuda y las hurfanas reciban especial favor y consuelo con
aquella pblica manifestacin de simpata. El Magistral iba presidiendo el duelo de familia:
no era pariente del difunto, pero le haba sacado de las garras del Demonio, segn
Glocester, que se qued en la sala capitular murmurando. Aquello ms que el entierro de

403

un cristiano fue la apoteosis pagana del po, felice, triunfador Vicario general. En efecto, el
pueblo se lo enseaba con el dedo: Aqul es, aqul es, deca la muchedumbre sealando al
Apstol, al Magistral. Los milagros que doa Paula haba hecho correr entre las masas
impresionables e iliteratas no son para dichos. El mismo seor Obispo, en su ltimo sermn
a las beatas pobres y clase de tropa, criadas de servicio, etctera, etc., haba aludido al
triunfo de aquel hijo predilecto de la Iglesia...
Foja.

No habr ms remedio que agachar la cabeza y dejar pasar el temporal deca

Los que estaban furiosos eran los librepensadores que coman de carne en una
fonda todos los Viernes Santos.
Aquel don Pompeyo les haba desacreditado!
Vaya un librepensador!
Era un gallina!
Muri loco!
Le dieron hechizos!
Qu hechizos? Morfina.
El clero, milagros del clero...
Le convirtieron con opio...
La debilidad hace sola esos milagros...
Sobre todo era un badulaque...
El jueves Santo lleg con una noticia que haba de hacer poca en los anales de
Vetusta, anales que, por cierto, escriba con gran cachaza un profesor del Instituto, autor
tambin de unos comentarios acerca de la jota Aragonesa.
En casa de Vegallana la tal noticia estall como una bomba. Volva la Marquesa, toda
de negro, de pedir en la mesa de Santa Mara con Visitacin; volva tambin Obdulia Fandio
que haba pedido en San Pedro, a la hora en que visitaban los monumentos los oficiales de
la guarnicin; y todas aquellas seoras, en el gabinete de la Marquesa reunidas, escuchaban
pasmadas lo que solemnemente deca el gran Constantino, doa Petronila Rianzares, que
haba recaudado veinte duros en la mesa de petitorio de San Isidro. Y deca el obispo
madre:
S, seora Marquesa, no se haga usted cruces, Anita est resuelta a dar este gran
ejemplo a la ciudad y al mundo...
Pero Quintanar... no lo consentir...
Ya ha consentido... a regaadientes, por supuesto. Ana le ha hecho comprender
que se trataba de un voto sagrado, y que impedirle cumplir su promesa sera un acto de
despotismo que ella no perdonara jams...
Y el pobre calzonazos dio su permiso? dijo Visita, colorada de indignacin.
Qu maridos de la isla de San Balandrn! aadi acordndose del suyo.
La Marquesa no acababa de santiguarse. Aquello no era piedad, no era religin; era
locura, simplemente locura. La devocin racional, ilustrada, de buen tono, era aquella otra,
pedir para el Hospital a las corporaciones y particulares a las puertas del templo, regalar
estandartes bordados a la parroquia; pero vestirse de mamarracho y darse en
espectculo!...

404

Por Dios, Marquesa! Cualquiera que la oyera a usted la tomara por una
demagoga, por una Suera.
Pues yo, qu he dicho?
Pues le parece a usted poco? llamar mamarracho a una nazarena?...
La Marquesa encogi los hombros y volvi a santiguarse. Obdulia tena la boca seca y
los ojos inflamados. Senta una inmensa curiosidad y cierta envidia vaga...
Ana iba a darse en espectculo! cierto, sa era la frase. Qu ms hubiera querido
ella, la de Fandio, que darse en espectculo, que hacerse mirar y contemplar por toda
Vetusta?
Y el traje? cmo es el traje? sabe usted?...
Pues no he de saber? contest doa Petronila, orgullosa porque estaba enterada
de todo. Ana llevar tnica talar morada, de terciopelo, con franja marron fonc...
Marrn fonc?... objet Obdulia... no dice bien... oro sera mejor.
Qu sabe usted de esas cosas?... Yo misma he dirigido el trabajo de la modista;
Ana tampoco entiende de eso y me ha dejado a m el cuidado de todos los pormenores.
Y la tnica es de vuelo?
Un poco...
Y cola?
No, ras con ras...
Y calzado? sandalias?...
Calzado! qu calzado? El pie desnudo...
Descalza! gritaron las tres damas.
Pues claro, hijas, ah est la gracia... Ana ha ofrecido ir descalza...
Y si llueve?
Y las piedras?
Pero se va a destrozar la piel...
Esa mujer est loca...
Pero dnde ha visto ella a nadie hacer esas diabluras?
Por Dios, Marquesa, no blasfeme usted! Diabluras un voto como ste, un ejemplo
tan cristiano, de humildad tan edificante...
Pero, cmo se le ha ocurrido... eso? Dnde ha visto ella eso?...
Por lo pronto, lo ha visto en Zaragoza y en otros pueblos de los muchos que ha
recorrido... Y aunque no lo hubiera visto, siempre sera meritorio exponerse a los sarcasmos
de los impos, y a las burlas disimuladas de los fariseos y de las fariseas... que fue
justamente lo que hizo el Seor por nosotros pecadores.
Descalza! repeta asombrada Obdulia. La envidia creca en su pecho. Oh, lo
que es esto pensaba indudablemente tiene cachet. Sale de lo vulgar, es una boutade, es
algo... de un buen tono superfino...
El Marqus entr en aquel momento con don Vctor colgado del brazo.

405

Vegallana vena consolando al msero Quintanar, que no ocultaba su tristeza, su


decaimiento de nimo.
Doa Petronila se despidi antes de que el atribulado exregente pudiera echarle el
tanto de culpa que la corresponda en aquella aventura que l reputaba una desgracia.
Vamos a ver, Quintanar pregunt la Marquesa con verdadero inters y mucha
curiosidad...
Seora... mi querida Rufina... esto es... que como dice el poeta...
No podan vencerme... y me vencieron!...
Djese usted de versos, alma de Dios... Quin le ha metido a Ana eso en la
cabeza?
Quin haba de ser? Santa Teresa... digo... no... el Paraguay.
El Para?...
No, no es eso. No s lo que me digo... Quiero decir... Seores, mi mujer est
loca... Yo creo que est loca... Lo he dicho mil veces... El caso es... que cuando yo crea
tenerla dominada, cuando yo crea que el misticismo y el Provisor eran agua pasada que no
mova molino... cuando yo no dudaba de mi poder discrecional en mi hogar... a lo mejor
zas! mi mujer me viene con la embajada de la procesin.
Pero si en Vetusta jams ha hecho eso nadie...
S tal dijo el Marqus. Todos los aos va en el entierro de Cristo, Vinagre, o
sea, don Belisario Zumarri, el maestro ms sanguinario de Vetusta, vestido de nazareno y
con una cruz a cuestas...
Pero, Marqus, no compare usted a mi mujer con Vinagre.
No, si yo no comparo...
Pero, seores, seores, digo yo repeta doa Rufina cundo ha visto Ana que
una seora fuese en el Entierro detrs de la urna con hbito, o lo que sea, de nazareno?...
S, verlo s lo ha visto. Lo hemos visto en Zaragoza... por ejemplo. Pero yo no s si
aqullas eran seoras de verdad...
Y adems, no iran descalzas dijo Obdulia.
Descalzas! y mi mujer va a ir descalza? Ira de Dios! eso s que no!... Pardiez!
Gran trabajo cost contener la indignacin colrica de don Vctor. El cual, ms
calmado, se volvi a casa, y entre tener otra explicacin con su seora o encerrarse en un
significativo silencio, prefiri encerrarse en el silencio... y en el despacho.
A s mismo no se poda engaar. Comprenda que la resolucin de Ana era
irrevocable.
El viernes Santo amaneci plomizo; el Magistral muy temprano, en cuanto fue de da,
se asom al balcn a consultar las nubes. Llovera? Hubiera dado aos de vida porque el sol
barriera aquel toldo ceniciento y se asomara a iluminar cara a cara y sin rebozo aquel da de
su triunfo... Dos das de triunfo! El mircoles el entierro del ateo convertido, el viernes el
entierro de Cristo, y en ambos l, don Fermn triunfante, lleno de gloria, Vetusta admirada,
sometida, los enemigos tragando polvo, dispersos y aniquilados!
Tambin Ana mir al cielo muy de maana, y sin poder remediarlo pens si lloviera!
Lo deseaba y le remorda la conciencia de este deseo. Estaba asustada de su propia obra.
Yo soy una loca pensaba tomo resoluciones extremas en los momentos de la exaltacin

406

y despus tengo que cumplirlas cuando el nimo decado, casi inerte, no tiene fuerza para
querer. Recordaba que de rodillas ante el Magistral le haba ofrecido aquel sacrificio,
aquella prueba pblica y solemne de su adhesin a l, al perseguido, al calumniado. Se le
haba ocurrido aquella tremenda traza de mortificacin propia en la novena de los Dolores,
oyendo el Stabat Mater de Rossini, figurndose con calenturienta fantasa la escena del
Calvario, viendo a Mara a los pies de su hijo, dum pendebat filius, como deca la letra. Haba
recordado, como por inspiracin, que ella haba visto en Zaragoza a una mujer vestida de
Nazareno, caminar descalza detrs de la Urna de cristal que encerraba la imagen supina del
Seor, y sin pensarlo ms, haba resuelto, se haba jurado a s misma caminar as, a la vista
del pueblo entero, por todas las calles de Vetusta detrs de Jess muerto, cerca de aquel
Magistral que padeca tambin muerte de cruz, calumniado, despreciado por todos... y hasta
por ella misma... Y ya no haba remedio, don Fermn, despus de una oposicin no muy
obstinada, haba accedido y aceptaba la prueba de fidelidad espiritual de Ana; doa
Petronila, a quien ya no miraba como tercera repugnante de aventuras sacrlegas, se haba
ofrecido a preparar el traje y todos los pormenores del sacrificio... Y ahora, cuando era
llegado el da, cuando se acercaba la hora, se le ocurra a ella dudar, temer, desear que se
abrieran las cataratas del cielo y se inundara el mundo para evitar el trance de la
procesin!
Ana pensaba tambin en su Quintanar. Todo aquello era por l, cierto; era preciso
agarrarse a la piedad para conservar el honor, pero No haba otra manera de ser piadosa?
No haba sido un arrebato de locura aquella promesa? No iba a estar en ridculo aquel
marido que tena que ver a su esposa descalza, vestida de morado, pisando el lodo de todas
las calles de la Encimada, dndose en espectculo a la malicia, a la envidia, a todos los
pecados capitales, que contemplaran desde aceras y balcones aquel cuadro vivo que ella iba
a representar? Buscaba Ana el fuego del entusiasmo, el frenes de la abnegacin que haca
ocho das, en la iglesia, oyendo msica, le haban sugerido aquel proyecto; pero el
entusiasmo, el frenes, no volvan; ni la fe siquiera la acompaaba. El miedo a los ojos de
Vetusta, a la malicia boquiabierta, la dominaba por completo; ya no crea, ni dejaba de
creer; no pensaba ni en Dios, ni en Cristo, ni en Mara, ni siquiera en la eficacia de su
sacrificio para restaurar la fama del Magistral: no pensaba ms que en el escndalo de
aquella exhibicin. S, escndalo era; la mujer de su casa, la esposa honesta, protestaba
dentro de Ana contra el espectculo prximo... No, no estaba segura de que su abnegacin
fuese buena siquiera; acaso era una desfachatez; la paz de su casa, el recato del hogar, lo
decan con silencio solemne... y Ana sudaba de congoja... Lo que haba prometido!
No llovi. El toldo gris del cielo continu echado sobre el pueblo todo el da. Una hora
antes de obscurecer sali la procesin del Entierro de la iglesia de San Isidro.
Ya llega, ya llega! murmuraban los socios del Casino apiados en los balcones,
codendose, pisndose, estrujndose, los msculos del cuello en tensin, por el afn de ver
mejor el extrao espectculo, de contemplar a su sabor a la dama hermosa, a la perla de
Vetusta, rodeada de curas y monagos, a pie y descalza, vestida de nazareno, ni ms ni
menos que el seor Vinagre, el cruelsimo maestro de escuela.
Como una ola de admiracin preceda al fnebre cortejo; antes de llegar la procesin
a una calle, ya se saba en ella, por las apretadas filas de las aceras, por la muchedumbre
asomada a ventanas y balcones que la Regenta vena guapsima, plida, como la Virgen a
cuyos pies caminaba. No se hablaba de otra cosa, no se pensaba en otra cosa. Cristo
tendido en su lecho, bajo cristales, su Madre de negro, atravesada por siete espadas, que
vena detrs, no merecan la atencin del pueblo devoto; se esperaba a la Regenta, se la
devoraba con los ojos... En frente del Casino en los balcones de la Real Audiencia, otro
palacio churrigueresco de piedra obscura, estaban, detrs de colgaduras carmes y oro, la
gobernadora civil, la militar, la presidenta, la Marquesa, Visitacin, Obdulia, las del barn y
otras muchas damas de la llamada aristocracia por la humilde y envidiosa clase media.

407

Obdulia estaba plida de emocin. Se mora de envidia. El pueblo entero pendiente de los
pasos, de los movimientos, del traje de Ana, de su color, de sus gestos!... Y vena descalza!
Los pies blanqusimos, desnudos, admirados y compadecidos por multitud inmensa! Esto
era para la de Fandio el bello ideal de la coquetera. Jams sus desnudos hombros, sus
brazos de marfil sirviendo de fondo a negro encaje bordado y bien ceido; jams su espalda
de curvas vertiginosas, su pecho alto y fornido, y exuberante y tentador, haban atrado as,
ni con cien leguas, la atencin y la admiracin de un pueblo entero, por ms que los luciera
en bailes, teatros, paseos y tambin procesiones... Toda aquella carne blanca, dura,
turgente, significativa, principal, era menos por razn de las circunstancias, que dos pies
descalzos que apenas se podan entrever de vez en cuando debajo del terciopelo morado de
la nazarena! Y era natural; todo Vetusta, segua pensando Obdulia, tiene ahora entre ceja
y ceja esos pies descalzos, por qu?, porque hay un cachet distinguidsimo en el modo de
la exhibicin, porque... esto es cuestin de escenario. Cundo llegar? preguntaba la
viuda, lamindose los labios, invadida de una envidia admiradora, y sintiendo extraos dejos
de una especie de lujuria bestial, disparatada, inexplicable por lo absurda. Senta Obdulia en
aquel momento as... un deseo vago... de... de... ser hombre.
Hombre era, y muy hombre, el maestro de escuela Vinagre, don Belisario, que se
disfrazaba de Nazareno en tan solemne da, segn costumbre inveterada, y era el ms
terrible Herodes de primeras letras los dems das del ao. Todos los chiquillos de su
escuela, que le aborrecan de corazn, se agolpaban en calles, plazas y balcones, a ver
pasar al seor maestro, con su cruz de cartn al hombro y su corona de espinas al natural,
que le pinchaban efectivamente, como se conoca por el movimiento de las cejas y la
expresin dolorosa de las arrugas de la frente. Deseaban los muchachos cordialmente que
aquellas espinas le atravesasen el crneo. El entierro de Cristo era la venganza de toda la
escuela. Vinagre, en su afn de mortificar a cuantas generaciones pasaban por su mano, se
gozaba en lastimar a la suya, en su propia persona. Pero no slo el prurito de darse
tormento como a cada hijo de vecino, le haba inspirado aquella diablura de coronarse de
espinas y dar un gustazo a los recentales de su rebao pedaggico, sino que era gran parte
en aquella exhibicin anual la pcara vanidad. El saber que una vez al ao, l, Vinagre, don
Belisario, era objeto de la expectacin general, le llenaba el alma de gloria. Nadie se haba
atrevido a seguir su ejemplo; l era el nico Nazareno de la poblacin y gozaba de este
privilegio tranquilamente muchos aos haca.
La competencia de doa Ana Ozores en vez de molestarle le colm de orgullo. Sin
encomendarse a Dios ni al diablo, en cuanto la vio salir de San Isidro, se emparej con ella,
la salud muy cortsmente, y con su cruz a cuestas y todo supo demostrar que l era ante
todo, y aun camino del Calvario, un cumplido caballero; si haba charcos l era el que se
meta por ellos para evitar el fango a los pies desnudos y de ncar de aquella ilustre seora,
su compaera. Ana iba como ciega, no oa ni entenda tampoco, pero la presencia grotesca
de aquel compaero inesperado la hizo ruborizarse y sinti deseos locos de echar a correr.
La haban engaado, nada le haban dicho de aquella caricatura que iba a llevar al lado.
Oh, si ella tuviese todava aquel espritu sinceramente piadoso de otro tiempo, esta nueva
mortificacin, este escarnio, esta saturacin de ridculo le hubiera agradado, porque as el
sacrificio era mayor, la fuerza de su abnegacin sublime.
Vinagre admir como todo el pueblo, especialmente el pueblo bajo, los pies descalzos
de la Regenta. En cuanto a l, luca deslumbradora bota de charol, con perdn de la
propiedad histrica. Demasiado saba Vinagre que las botas de charol no existan en tiempo
de Augusto, ni aunque existieran las haba de llevar Jess al Calvario; pero l no era ms
que un devoto, un devoto que en todo el ao no tena ocasin de lucirse; haba que
perdonarle la vanidad de ostentar en aquella ocasin sus botas como espejos, que slo se
calzaba en tan solemne da.

408

Ya llegan, ya llegan!, repitieron los del Casino y las seoras de la Audiencia cuando
la procesin llegaba de verdad. Ahora no era un rumor falso, eran ellos, era el Entierro.
Cesaron los comentarios en los balcones.
Todas las almas, ms o menos ruines, se asomaron a los ojos.
Ni un solo vetustense all presente pensaba en Dios en tal instante.
El pobre don Pompeyo, el ateo, ya haba muerto.
Visitacin, la del Banco, en vez de mirar como todos hacia la calle estrecha por donde
ya asomaban los pendones tristes y desmayados, las cruces y ciriales, observaba el gesto de
don lvaro Mesa, que estaba solo, al parecer, en el ltimo balcn de la fachada del Casino,
en el de la esquina. Todo de negro, abrochada la levita ceida hasta el cuello, don lvaro,
plido, morda de rato en rato el puro habano que tena en la boca, sonrea a veces y se
volva de cuando en cuando a contestar a un interlocutor, invisible para Visita.
Era don Vctor Quintanar. Los dos amigos se haban encerrado en la secretara del
Casino, a ruegos del exregente, que quera ver, sin ser visto, lo que l llamaba la subida al
Calvario de su dignidad. Detrs de Mesa, que daba buena sombra, temblando sin saber por
qu, impaciente, casi con fiebre, Quintanar se dispona a ver todo lo que pudiera.
Mire usted deca si yo tuviera aqu una bomba Orsini... se la arrojaba sin
inconveniente al seor Magistral cuando pase triunfante por ah debajo. Secuestrador!
Calma, don Vctor, calma; esto es el principio del fin. Estoy seguro de que Ana est
muerta de vergenza a estas horas. Nos la han fanatizado, qu le hemos de hacer? pero ya
abrir los ojos; el exceso del mal traer el remedio... Ese hombre ha querido estirar
demasiado la cuerda; claro que esto es un gran triunfo para l... pero Ana tendr que ver al
cabo que ha sido instrumento del orgullo de ese hombre.
Eso, instrumento, vil instrumento! La lleva ah como un triunfador romano a una
esclava... detrs del carro de su gloria...
Don Vctor se embrollaba en estas alegoras; pero lo cierto era que l se figuraba a
don Fermn De Pas, en medio de la procesin, y de pie en un carro de cartn, como l haba
visto entrar al bartono en el escenario del Real, una noche que cantaba el Poliuto.
Don lvaro no finga su buen humor. Estaba un poco excitado, pero no se senta
vencido; l se atena a sus experiencias. Aquel clrigo no haba tocado en la Regenta,
estaba seguro. Sonrea de todo corazn, sonrea a sus pensamientos, a sus planes. Claro
que les molestaba a los nervios aquel espectculo en que aparentemente el rival se
mostraba triunfando a la romana, segn don Vctor, pero... no haba tocado en ella.
Quintanar, desde su escondite, vio asomar entre los balaustres negros del balcn una
cruz dorada, remate de un pendn viejo y venerable. Se puso de pie sobre la silla, siempre
sin poder ser visto desde la calle, y reconoci a Celedonio, con una cruz de plata entre los
brazos.
Mesa, dejando detrs de s a su amigo, ocup el medio del balcn, arrogante y
desafiando las miradas de los clrigos que pasaban debajo de l.
Los tambores vibraban fnebres, tristes, empeados en resucitar un dolor muerto
haca diez y nueve siglos; a don Vctor s le sonaba aquello a himno de muerte; se le
figuraba ya que llevaban a su mujer al patbulo.
El redoble del parche se destacaba en un silencio igual y montono.
En la calle estrecha, de casas obscuras, se anticipaba el crepsculo; las largas filas de
hachas encendidas, se perdan a lo lejos, hacia arriba, mostrando la luz amarillenta de los

409

pbilos, como un rosario de cuentas doradas, roto a trechos. En los cristales de las tiendas
cerradas y de algunos balcones se reflejaban las llamas movibles; suban y bajaban en
contorsiones fantsticas, como sombras lucientes, en confusin de aquelarre. Aquella
multitud silenciosa, aquellos pasos sin ruido, aquellos rostros sin expresin de los colegiales
de blancas albas que alumbraban con cera la calle triste, daban al conjunto apariencia de
ensueo. No parecan seres vivos aquellos seminaristas cubiertos de blanco y negro, plidos
unos, con cercos morados en los ojos, otros morenos, casi negros, de pelo en mat orral, casi
todos cejijuntos, preocupados con la idea fija del aburrimiento, mquinas de hacer religin,
reclutas de una leva forzosa del hambre y de la holgazanera. Iban a enterrar a Cristo, como
a cualquier cristiano, sin pensar en l; a cumplir con el oficio. Despus venan en las filas
clrigos con manteo, militares, zapateros, y sastres vestidos de seores, algunos carlistas,
cinco o seis concejales, con traje de seores tambin. Iba all Zapico, el dueo ostensible de
la Cruz Roja, esclavo de doa Paula. El Cristo tendido en un lecho de batista, sudaba gotas
de barniz. Pareca haber muerto de consuncin. A pesar de la miseria del arte, la estatua
supina, por la grandeza del smbolo, infunda respeto religioso... Representaba a travs de
tantos siglos un duelo sublime. Detrs vena la madre. Alta, esculida, de negro, plida
como el hijo, con cara de muerta como l. Fija la mirada de idiota en las piedras de la calle,
la impericia del artfice haba dado, sin saberlo, a aquel rostro la expresin muda del dolor
espantado, del dolor que rebosa del sufrimiento. Mara llevaba siete espadas clavadas en el
pecho. Pero no daba seales de sentirlas; no senta ms que la muerte que llevaba delante.
Se tambaleaba sobre las andas. Tambin esto era natural. Desde su altura dominaba la
muchedumbre, pero no la vea. La Madre de Jess no miraba a los vetustenses... Don lvaro
Mesa, al pasar cerca de sus pies la Dolorosa tuvo miedo, dio un paso atrs en vez de
arrodillarse. El choque de aquella imagen del dolor infinito con los pensamientos de don
lvaro, todos profanacin y lujuria, le espant a l mismo. Estaba pensando que Ana,
despus de aquella locura que cometa por el confesor, por De Pas, hara otras mayores por
el amante, por Mesa.
All iba la Regenta, a la derecha de Vinagre, un paso ms adelante, a los pies de la
Virgen enlutada, detrs de la urna de Jess muerto. Tambin Ana pareca de madera
pintada; su palidez era como un barniz. Sus ojos no vean. A cada paso crea caer sin
sentido. Senta en los pies, que pisaban las piedras y el lodo, un calor doloroso; cuidaba de
que no asomasen debajo de la tnica morada; pero a veces se vean. Aquellos pies
desnudos eran para ella la desnudez de todo el cuerpo y de toda el alma. Ella era una loca
que haba cado en una especie de prostitucin singular!; no saba por qu, pero pensaba
que despus de aquel paseo a la vergenza ya no haba honor en su casa. All iba la tonta,
la literata, Jorge Sandio, la mstica, la fatua, la loca, la loca sin vergenza. Ni un solo
pensamiento de piedad vino en su ayuda en todo el camino. El pensamiento no le daba ms
que vinagre en aquel calvario de su recato. Hasta recordaba textos de Fray Luis de Len en
la Perfecta Casada, que, segn ella, condenaban lo que estaba haciendo. Me ceg la
vanidad, no la piedad, pensaba. Yo tambin soy cmica, soy lo que mi marido. Si alguna
vez se atreva a mirar hacia atrs, a la Virgen, senta hielo en el alma. La Madre de Jess
no la miraba, no haca caso de ella; pensaba en su dolor cierto; ella, Mara, iba all porque
delante llevaba a su Hijo muerto, pero Ana, a qu iba?...
Segn el Magistral, iba pregonando su gloria. Don Fermn no presida este entierro
como el del mircoles, pero celebraba con l su nuevo triunfo. Caminaba cerca de Ana, casi
a su lado en la fila derecha, entre otros seores cannigos, con roquete, muceta y capa;
empuaba el cirio apagado, como un cetro. l era el amo de todo aquello. l, a pesar de las
calumnias de sus enemigos haba convertido al gran ateo de Vetusta hacindole morir en el
seno de la Iglesia; l llevaba all, a su lado, prisionera con cadenas invisibles a la seora ms
admirada por su hermosura y grandeza de alma en toda Vetusta; iba la Regenta edificando
al pueblo entero con su humildad, con aquel sacrificio de la carne flaca, de las
preocupaciones mundanas, y era esto por l, se le deba a l slo. No se deca que los

410

jesuitas le haban eclipsado? Que los Misioneros podan ms que l con sus hijas de
confesin? Pues all tenan prueba de lo contrario. Los jesuitas obligaban a las vrgenes
vetustenses a ceir el cilicio? Pues l descalzaba los ms floridos pies del pueblo y los
arrastraba por el lodo... all estaban, asomando a veces debajo de aquel terciopelo morado,
entre el fango. Quin poda ms? Y despus de las sugestiones del orgullo, los temblores
cardacos de la esperanza del amor. Qu seran, cmo seran en adelante sus relaciones
con Ana? Don Fermn se estremeca. Por de pronto mucha cautela. Tal vez el da en que
dej la puerta abierta a los celos la asust y por eso tard en volver a buscarme. Cautela
por ahora... despus... ello dir. De Pas senta que lo poco de clrigo que quedaba en su
alma desapareca. Se comparaba a s mismo a una concha vaca arrojada a la arena por las
olas. l era la cscara de un sacerdote.
Al pasar delante del Casino, frente al balcn de Mesa, Ana miraba al suelo, no vio a
nadie. Pero don Fermn levant los ojos y sinti el topetazo de su mirada con la de don
lvaro; el cual recul otra vez, como al pasar la Virgen, y de plido pas a lvido. La mirada
del Magistral fue altanera, provocativa, sarcstica en su humildad y dulzura aparentes:
quera decir Vae Victis! La de Mesa no reconoca la victoria; reconoca una ventaja
pasajera... fue discreta, suaveme nte irnica, no quera decir: Venciste, Galileo sino hasta
el fin nadie es dichoso. De Pas comprendi, con ira, que el del balcn no se daba por
vencido.
Va hermossima! decan en tanto las seoras del balcn de la Audiencia.
Hermossima!
Pero se necesita valor!
Amigo, es una santa.
Yo creo que va muerta dijo Obdulia; qu plida! qu parada! parece de
escayola.
Yo creo que va muerta de vergenza dijo al odo de la Marquesa, Visita.
Doa Rufina suspiraba con aires de compasin. Y advirti:
Lo de ir descalza ha sido una barbaridad. Va a estar en cama ocho das con los pies
hechos migas.
La baronesa de la Deuda Flotante, definitivamente domiciliada en Vetusta, se atrevi
a decir encogiendo los hombros:
Dgase lo que se quiera; est os extremos no son propios... de personas decentes.
El Marqus apoy la idea muy eruditamente.
Eso es piedad de transtiberina.
Justo
transtiberina.

dijo

la

baronesa,

sin

recordar

en

aquel

instante

lo

que

era

una

Como en la Audiencia, en todos los balcones de la carrera, despus de pasar la


procesin y haber contemplado y admirado la hermosura y la valenta de la Regenta, se
murmuraba ya y se encontraban inconvenientes graves en aquel rasgo de inaudito
atrevimiento.
Foja en el Casino, lejos de Mesa y don Vctor, deca pestes del Magistral y la
Regenta. Todo eso es indigno. No sirve ms que para dar alas al Provisor. Lo que ha hecho
la Regenta lo pagarn los curas de aldea. Adems, la mujer casada la pierna quebrada y en
casa.

411

Sin contar aada Joaqun Orgaz con que esto se presta a exageraciones y
abusos. El ao que viene vamos a ver a Obdulia Fandio descalza de pie... y pierna, del
brazo de Vinagre.
Se ri mucho la gracia.
Pero tambin se not que Orgaz deca aquello porque no haba sacado nada de sus
pretensiones amorosas, o por lo menos, no haba sacado bastante.
El populacho religioso admiraba sin peros ni distingos la humildad de aquella seora.
Aquello era imitar a Cristo de verdad. Emparejarse, como un cualquiera, con el seor
Vinagre el nazareno; y recorrer descalza todo el pueblo!... Bah! era una santa!
En cuanto a don Vctor, al pasar debajo de su balcn el Magistral y Ana pregunt a
Mesa:
Estn ya ah?
S, ah van...
atrs.

Y el mismo esposo estir el cuello... y asom la cabeza... Lo vio todo. Dio un salto
Infame! es un infame! me la ha fanatizado!

Sinti escalofros. En aquel instante la charanga del batalln que iba de escolta
comenz a repetir una marcha fnebre.
Al pobre Quintanar se le escaparon dos lgrimas. Se le figur al or aquella msica
que estaba viudo, que aquello era el entierro de su mujer.
lejos.

nimo, don Vctor le dijo Mesa volvindose a l, y dejando el balcn. Ya van


No; no quiero verla otra vez. Me hace dao!
nimo... Todo esto pasar...
Y apoy Mesa una mano en el hombro del viejo.

El cual, agradecido, enternecido, se puso en pie; procur ceir con los brazos la
espalda y el pecho del amigo, y exclam con voz solemne y de sollozo:
Lo juro por mi nombre honrado! Antes que esto, prefiero verla en brazos de un
amante!
S, mil veces, s, aadi bsquenle un amante, sedzcanmela; todo antes que
verla en brazos del fanatismo!...
Y estrech, con calor, la mano que don lvaro le ofreca.
La marcha fnebre sonaba a lo lejos. El chin, chin de los platillos, el rum rum del
bombo servan de marco a las palabras grandilocuentes de Quintanar.
Qu sera del hombre en estas tormentas de la vida, si la amistad no ofreciera al
pobre nufrago una tabla donde apoyarse!
Chin, chin, chin! bom, bom, bom!
S, amigo mo! Primero seducida que fanatizada!...
Puede usted contar con mi firme amistad, don Vctor; para las ocasiones son los
hombres...

412

Ya lo s, Mesa, ya lo s... Cierre usted el balcn, porque se me figura que tengo


ese bombo maldito dentro de la cabeza!

XXVII
Las diez! Has odo? el reloj del comedor ha dado las diez... Te parece que
subamos?...
Espera un poco; espera que suene la hora en la catedral.
En la catedral! Pero se oye desde aqu, muchacha? Se oye el reloj de la torre
desde aqu?... Mira que es media legua larga...
Pues s, se oye, en estas noches tranquilas ya lo creo que se oye. Nunca lo habas
notado? Espera cinco minutos y oirs las campanadas... tristes y apagadas por la distancia...
La verdad es que la noche est hermosa...
Parece de Agosto.
Cuando contemplo el cielo,
de innumerables luces rodeado
y miro hacia el suelo...
perdname, hija ma; sin querer me vuelvo a mis versos...
Y qu? mejor, Quintanar: eso es muy hermoso. La Noche Serena ya lo creo. Hace
llorar dulcemente. Cuando yo era nia y empezaba a leer versos, mi autor predilecto era
se.
El recuerdo de Fray Luis de Len pas como una nubecilla por el pensamiento de Ana,
que sinti un poco de melancola amarga. Sacudi la cabeza, se puso en pie y dijo:
Dame el brazo, Quintanar; vamos a dar una vuelta por la galera de los perales,
mientras la seora torre de la catedral se decide a cantar la hora...
Con mil amores, mia sposa cara.
La pareja se escondi bajo la bveda no muy alta de una galera de perales franceses
en espaldar. La luna atravesaba a trechos el follaje nuevo y sembraba de charcos de luz el
suelo a lo largo del obscuro camino.
Mayo se despide con una esplndida noche dijo Ana, apoyndose con fuerza en el
brazo de su marido.
Es verdad; hoy se acaba Mayo. Maana Junio. Junio la caa en el puo. Te gusta a
ti pescar? El ro Soto, ya sabes, ese que est ah en pasando la Pumarada de Chusqun.
S, ya s... donde se baan Obdulia y Visita algunos vera nos antes de ir al mar.
Justo, se... pues el ro Soto lleva truchas exquisitas, segn me dijo el Marqus.
Quieres que escriba a Frgilis, que nos mande dos caas con todos sus accesorios?
S, s, magnfico! Pescaremos.
Don Vctor, satisfecho, sujet mejor el brazo de su mujer que colgaba del suyo, y la
tom la mano como un tenor de pera. Y cant:
Lasciami, lasciami
oh lasciami partir...

413

Call y se detuvo. Un rayo de luna le alumbraba las narices. Mir a su esposa, que
tambin volvi el rostro hacia su marido.
Te gustan los Hugonotes? Te acuerdas? Qu mal los cantaba aquel tenor de
Valladolid... Pero oye... mira qu idea... hermosa idea... Figrate aqu, en medio del Vivero,
ah, junto al estanque, figrate a Gayarre o a Masini cantando... en esta noche tranquila, en
este silencio... y nosotros aqu, debajo de esta bveda... oyendo... oyendo... Las peras
deberan cantarse as... Qu nos falta a nosotros ahora? Msica; nada ms que msica... El
panorama hermoso... la brisa... el follaje... la luna... pues esto con acompaamiento de un
buen cuarteto... y el paraso! Oh, los versos... los versos a veces no dicen tanto como el
pentagrama. Estoy por la cancin, por la poesa que se acompaa en efecto de la lira o de la
forminge... T sabes lo que era la forminge... phorminx?
Ana sonri y le explic el instrumento griego a su buen esposo.
Chica, eres una erudita.
Otra nubecilla pas por la frente de Ana.
El reloj de la catedral, a media legua del Vivero, dio las diez, pausadas, vibrantes,
llenando el aire de melancola.
Pues es verdad que se oye dijo Quintanar.
Y despus de un silencio, comentario de la hora, aadi:
Vamos a cenar?
A cenar! grit Ana.
Y soltando el brazo de don Vctor corri, levantando un poco la falda de la matine
que vesta, hasta perderse en la obscuridad de la bveda. Quintanar la sigui dando voces:
Espera, espera... loca, que puedes tropezar.
Cuando sali a la claridad, con el cielo por techo, vio en lo alto de la escalinata de
mrmol, con una mano apoyada en el cancel dorado de la puerta de la casa, a su querida
esposa que extenda el brazo derecho hacia la luna, con una flor entre los dedos.
Eh, qu tal, Quintanar? Qu tal efecto de luna hago?...
Magnfico! Magnfica estatua... original pensamiento... oye: La Aurora suplica a
Diana que apresure el curso de la noche...
Ana aplaudi y atraves el umbral. Don Vctor entr detrs dicindose a s mismo en
voz alta:
Hija ma! Es otra. Ese Bentez me la ha salvado... Es otra... Hija de mi alma!
Cenaron en la vajilla de los marqueses. Los dos tenan muy buen apetito. Ana
hablaba a veces con la boca llena, inclinndose hacia Quintanar que sonrea, mascaba con
fuerza, y mientras blanda un cuchillo aprobaba con la cabeza.
La casa es alegre hasta de noche dijo ella.
Y aadi:
Toma, mndame esa manzana...
Mndame la manzana, mndame la manzana... dnde he odo yo eso?... Ah,
ya...
Y se atragant con la risa.
Qu tienes, hombre?

414

Es de una zarzuela... De una zarzuela de un acadmico... Ver s... se trata de la


marquesa de Pompadour: un seor Beltrand anda en su busca; en un molino encuentra una
aldeana... y como es natural se ponen a cenar juntos, y a comer manzanas por ms seas.
Como t y yo.
Justo. Pues bueno, la aldeana, como es natural tambin, coge un cuchillo.
Para matar a Beltrand...
No, para mondar la manzana...
Eso ya es inverosmil.
Lo mismo opinan Beltrand y la orquesta. La orquesta se eriza de espanto con todos
sus violines en trmolo y pitando con todos sus clarinetes; y Beltrand canta, no menos
asustado:
(Cantando y puesto en pie)
Cielos! monda la manzana;
es la marquesa
de Pompadour!...
de Pompadour!...
Ana solt el trapo. Ri de todo corazn el disparate del acadmico y la gracia de su
marido. La verdad era que Quintanar pareca otro.
Petra sirvi el t.
Ha vuelto Anselmo de Vetusta? pregunt el amo.
S, seor, hace una hora...
Ha trado los cartuchos?
S, seor.
Y el alpiste?
S, seor.
Pues dile que maana muy temprano tiene que volver a la ciudad, con un recado
para el seor Crespo. Deja... voy yo mismo a enterarle... Escribir dos letras; no te parece,
Ana? ese Anselmo es tan bruto...
Sali el amo del comedor.
Petra dijo, mientras levantaba el mantel:
Si la seorita quiere algo... yo tambin pienso ir maana al ser de da a Vetusta...
tengo que ver a la planchadora... si quiere que lleve algn recado... a la seora Marquesa...
o...
S: llevars dos cartas: las dejar esta noche sobre la mesa del gabinete y t las
cogers maana, sin hacer ruido, para no despertarnos.
Descuide usted.
Una hora despus don Vctor dorma en una alcoba espaciosa, estucada, con dos
camas. En el gabinete contiguo Ana escriba con pluma rpida y que pareca silbar
dulcemente al correr sobre el papel satinado.
No tardes; no escribas mucho, que te puede hacer dao. Ya sabes lo que dice
Bentez.

415

S, ya s; calla y duerme.
Ana escribi primero a su mdico, que era en la actualidad el antiguo sustituto de
Somoza. Bentez, el joven de pocas palabras y muchos estudios, observador y taciturno,
haba permitido a su enferma, a la Regenta, que escribiera, si este ejercicio la distraa, a
ciertas horas en que la aldea no ofrece ocupacin mejor. Escrbame usted a m, por
ejemplo, de vez en cuando, dicindome lo que sabe que importa para mi pleito. Pero si se
siente mal de esas aprensiones dichosas no me d pormenores, bastan generalidades...
Ana escriba: ...Buenas noticias. Nada ms que buenas noticias. Ya no hay
aprensiones: ya no veo hormigas en el aire, ni burbujas, ni nada de eso; hablo de ello sin
miedo de que vuelvan las visiones: me siento capaz de leer a Maudsley y a Luys, con todas
sus figuras de sesos y dems interioridades, sin asco ni miedo. Hablo de mi temor a la
locura con Quintanar como de la ma na de un extrao. Estoy segura de mi salud. Gracias,
amigo mo; a usted se la debo. Si no me prohibiera usted filosofar, aqu le explicara por qu
estoy segura de que debo al plan de vida que me impuso la felicidad inefable de esta salud
serena, de este placer refinado de vivir con sangre pura y corriente en medio de la
atmsfera saludable... pero nada de retrica; recuerdo cunto le disgustan las frases... En
fin, estoy como un reloj, que es la expresin que usted prefiere. El rgimen respetado con
religiosa escrupulosidad. El miedo guarda la via, ser esclava de la higiene. Todo menos
volver a las andadas. Contino mi diario, en el cual no me permito el lujo de perderme en
psicologas ya que usted lo prohbe tambin. Todos los das escribo algo, pero poco. Ya ve
que en todo le obedezco. Adis. No retarde su visita. Quintanar le saluda... roncando.
Ronca, es un hecho. En aquel tiempo la Regenta hubiera mirado esto como una desgracia
suya, que le mandaba ex profeso el destino para ponerla a prueba. Un marido que ronca!
Horror... basta. Veo que tuerce usted el gesto. Perdn. No ms chchara. A Frgilis que
venga con usted o antes. Diga lo que quiera mi esposo, si Crespo no viene a prepararme la
caa y a convencer a las truchas de que se dejen pescar no haremos nada. Adis otra vez.
La esclava de su rgimen, q. b. s. m.
Anita Ozores de Quintanar.
Despus de firmar y cerrar esta carta, Ana se puso a continuar otra que haba
empezado a escribir por la maana.
Ahora la pluma corra menos, se detena en los perfiles.
Por un capricho la Regenta procuraba imitar la letra de la carta a que contestaba y
que tena delante de los ojos.
...No se queje de que soy demasiado breve en mis explicaciones. Ya le tengo dicho,
amigo mo, que Bentez me prohbe, y creo que con razn, analizar mucho, estudiar todos
los pormenores de mi pensamiento. No ya el hacerlo, slo el pensar en hacerlo, en
desmenuzar mis ideas, me da la aprensin de volver a sentir aquella horrorosa debilidad del
cerebro... No hablemos ms de esto. Bastante hago si le escribo, pues prohibido me lo
tienen. Pero entendmonos. Lo prohibido no es escribir a usted. Hablo ahora claro? Lo
prohibido es escribir mucho, sea a quien sea, y sobre todo de asuntos serios.
Qu cundo volvemos a Vetusta? No lo s, Fermn, no lo s.
Que yo estoy mucho mejor. Es verdad. Pero quien manda, manda. Bentez es
enrgico, habla poco pero bien; ha prometido curarme si se le obedece, abandonarme si se
le engaa o se desprecian sus mandatos. Estoy decidida a obedecer. Usted me lo ha dicho
siempre: lo primero es que tengamos salud.
Que hay tibieza tal vez? No, Fermn, mil veces no. Yo le convencer cuando vuelva.
Que rezo poco? Es verdad. Pero tal vez es demasiado para mi salud. Si yo dijera a
Quintanar o a Bentez el dao que me hace, sana y todo, repetir oraciones!... Que en mis

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cartas no hablo ms que de don Vctor y del mdico. Pero de qu quiere que le hable? Aqu
no veo ms que a mi marido; y Bentez me acaba de salvar la vida, tal vez la razn... Ya s
que a usted no le gusta que yo hable de mis miedos de volverme loca... pero es verdad, los
tuve y le hablo de ellos, para que me ayude a agradecer al mdico (de quien tanto hablo) mi
salvacin intelectual. Para qu me hubiera querido mi hermano mayor del alma, sin el
alma, o con el alma obscurecida por la locura?...
Que se acab esto y se acab lo otro?... No y no. No se acab nada. A su tiempo
volver todo. Menos el visitar a doa Petronila. No me pregunte usted por qu, pero estoy
resuelta a no volver a casa de esa seora. Y... nada ms. No puedo ser ms larga. Me est
prohibido (otra vez!). Acabo de cenar. Su ms fiel amiga y penitente agradecida.
Ana Ozores.
P. D. Que se conoce que tengo buen humor? Tambin es verdad. Me lo da la
salud. Si lo tuviera malo y pensara mal, creera que a usted le pesa de mi buen humor, a
juzgar por el tono con que lo dice. Perdn por todas las faltas.
Anita ley toda esta carta. Tach algunas palabras; medit y volvi a escribirlas
encima de lo tachado.
Y mientras pasaba la lengua por la goma del sobre, moviendo la cabeza a derecha e
izquierda, encogi los hombros y dijo a media voz:
No tiene por qu ofenderse.
Se acost en el lecho blanco y alegre que estaba junto al de Quintanar.
El viejo madrugaba ms que Ana, y sala a la huerta a esperarla. A las ocho tomaban
juntos el chocolate en el invernculo que l llamaba con cierto orgullo enftico la serre.
Si esto fuera nuestro!... pensaba a veces Quintanar contemplando las plantas
exticas de los anaqueles atestados y de los jarrones etruscos y japoneses ms o menos
autnticos.
La Regenta no pensaba en los ttulos de propiedad del Vivero; gozaba de la
naturaleza, de la salud y del relativo lujo que haban acumulado los Vegallana en su famosa
quinta, sin fijarse en nada ms que gozar. Viva all como en un bao, en cuya eficacia crea.
Don Vctor sali de la huerta y atravesando prados, pumaradas y tierras de maz,
busc entre las casuchas vecinas la bajada al ro Soto, y por su orilla el lugar ms a
propsito para sentar sus reales y pescar, en cuanto volviese Anselmo con los trastos
necesarios.
Ana, durante las horas del calor, que ya era respetable, subi a su gabinete, y
despus de leer un poco, tendida sobre el lecho blanco, se acerc al escritorio de palisandro,
y hoje su libro de memorias. Siempre haca lo mismo; antes de empezar a escribir en l
repasaba algunas pginas, a saltos...
Ley la primera que casi saba de memoria. La ley con cario de artista. Deca as,
en letra slo para Ana inteligible, nerviosa y rapidsima:
Memorias!... Diario!..., por qu no? Bentez lo consiente.
Memorias de Juan Garca, podra decir algn chusco... Pero como esto no ha de leerlo
nadie ms que yo... Que es ridculo? Qu ha de ser! Ms ridculo sera abstenerme de
escribir (ya que es ejercicio que me agrada y no me hace dao, tomado con medida), slo
porque si lo supiera el mundo me llamara cursilona, literata... o romntica, como dice
Visita. A Dios gracias, estos miedos al qu dirn ya han pasado. La salud me ha hecho ms
independiente. Sobre todo qu han de decir si nadie ha de leerlo? Ni Quintanar. Nunca ha
entendido mi letra cuando escribo deprisa. Estoy sola, completamente sola. Hablo conmigo

417

misma, secreto absoluto. Puedo rer, llorar, cantar, hablar con Dios, con los pjaros, con la
sangre sana y fresca que siento correr dentro de m. Empecemos por un himno. Hagamos
versos en prosa. Salud, salve! A ti debo las ideas nuevas, este vigor del alma, este olvido
de larvas y aprensiones... y el equilibrio del nimo, que me trajo la cama apetecida...
Suspendo el himno porque Quintanar jura que se muere de hambre y me llama desde abajo,
desde el comedor, con una aceituna en la boca... Ya bajo, ya bajo!... All voy! . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . .................................................
..................................................................
..
El Vivero, Mayo 1...
Llueve, son las cinco de la tarde y ha llovido todo el da. In illo tempore, me tendra
yo por desgraciada sin ms que esto. Pensara en la pequeez y la humedad de las
cosas humanas, en el gran aburrimiento universal, etc., etc... Y ahora encuentro natural y
hasta muy divertido que llueva. Qu es el agua que cae sobre esas colinas, esos prados y
esos bosques? El tocado de la naturaleza. Maana el sol sacar lustre a toda esa verdura
mojada. Y adems, aqu en el campo, la lluvia es una msica. Mientras Quintanar duerme la
siesta (costumbre nueva) y ronca (achaque antiguo y digno de respeto), yo abro la ventana
y oigo
el rumor de la lluvia
sobre las hojas
y el ruido de las alas
de las palomas
que se esponjan sobre los tejadillos de su palomar cuadrado, entrando y saliendo por
las ventanas angostas. Ese palomar tiene algo de serrallo o de casa de vecindad, segn se
mire. La vida comn con sus horas de hasto, de descuido, de pereza pblica se refleja en
las posturas de esas palomas, en sus pasos cortos, en el sacudir de las alas. Hay parejas
que se juntan por costumbre, por deber, pero se aburren como si cada cual estuviese en el
desierto. De repente el macho, supongo que ser el macho, tiene una idea, un
remordimiento, improvisa una pasin que est muy lejos de sentir, y besa a la hembra, y
hace la rueda, y canta el rucutucua y se eriza de plumas... Ella, sorprendida, sin sacudir la
pereza corresponde con tibias caricias, y a poco, ambos fatigados, soolientos, encontrando
en la molicie de mojarse inmviles, inflados, mayor voluptuosidad que en los devaneos,
vuelven a su quietismo, tranquilos, sin rencores, sin engao, sin quejarse de la mutua
displicencia. Racionales palomas! Quintanar ronca; yo escribo... Pie atrs. Esto no iba
bien. Haba algo de irona; la irona siempre tiene algo de bilis... Los amargos abren el
apetito... pero ms vale tenerlo sin necesitarlos. A otra cosa.
............................................................... ...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Llueve todava. No importa. Todo el diluvio no me arrancara hoy un gesto de
impaciencia. La ventana est cerrada, los regueros del agua resbalando por el cristal me
borran el paisaje. Vctor ha salido con Frgilis (segunda visita del buen Crespo, el nico
grande hombre que conozco de vista). Bajo un paraguas de Pinn de Pepa el casero de los
marqueses recorren, como cobijados en una tienda de campaa, el bosque de encinas que
mi marido llama siempre seculares. Van a comprobar no s qu experimento de qumica,
invencin de Frgilis, segn l. Dios les haga felices y les conserve los pies secos. Hoy me
siento inclinada a la historia, a los recuerdos. No los temo. Poco ms de cinco semanas han
pasado y ya me parece de la historia antigua todo aquello.
Qu tres das! Yo me figuraba estar prostituida de un modo extrao (aqu la letra de
la Regenta se hace casi indescifrable para ella misma). Todo Vetusta me haba visto los pies
desnudos, en medio de una procesin, casi casi del brazo de Vinagre! Y tres das con los

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pies abrasados por dolores que me avergonzaban, inmvil en una butaca! Llam a Somoza
que se excus. Vino el sustituto Bentez, silencioso, fro; pero comprend que me observaba
con atencin cuando yo no le miraba. Deba de creer que yo me iba volviendo loca. l lo
niega, dice que todo aquello lo explica la exaltacin religiosa y la exquisita moralidad con
que decid sacrificarme al bien del que crea ofendido por mis pensamientos y desaires.
Bentez cuando se decide a hablar parece tambin un confesor. Yo le he dicho secretos de mi
vida interior como quien revela sntomas de una enfermedad. Conoca yo cuando le hablaba
de estas cosas, que l, a pesar de su rostro impasible, me estaba aprendiendo de
memoria... El mal subi de los pies a la cabeza. Tuve fiebre, guard cama... y sent aquel
terror... aquel terror pnico a la locura. De esto no quiero hablar ni conmigo misma. Lo dejo
por hoy: voy al piano a recordar la Casta diva... con un dedo.
.............................................................
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Pas Ana, sin querer leerlas, algunas hojas. En ellas haba escrito la historia de los
das que siguieron al de la procesin, famosa en los anales de Vetusta. S, se haba credo
prostituida; aquella publicidad devota le pareca una especie de sacrificio babilnico, algo
como entregarse en el templo de Belo para la vigilia misteriosa. Adems senta vergenza;
aquello haba sido como lo de ser literata, una cosa ridcula, que acababa por parecrselo a
ella misma. No osaba pisar la calle. En todos los transentes adivinaba burlas; cualquier
murmuracin iba con ella, en los corrillos se le antojaba que comentaban su locura. Haba
sido ridcula, haba hecho una tontera; esta idea fija la atormentaba. Si quera huir de ella,
se la recordaba sin cesar el dolor de sus pies, que ardan, como abrasados de vergenza;
aquellos pies que haban sido del pblico, desnudos una tarde entera.
Si quera consolarse con la religin y el amparo del Magistral, su mal era mayor,
porque senta que la fe, la fe vigorosa, puramente ortodoxa, se derreta dentro de su alma.
En cuanto a Santa Teresa, haba concluido por no poder leerla; prefera esto al tormento del
anlisis irreverente a que ella, Ana, se entregaba sin querer al verse cara a cara con las
ideas y las frases de la santa. Y el Magistral? Aquella compasin intensa que la haba
arrojado otra vez a las plantas de aquel hombre ya no exista. Los triunfos haban
desvanecido acaso a don Fermn. De todas suertes, Ana ya no le tena lstima; le vea
triunfante abusar tal vez de la victoria, humillar al enemigo;... ahora vea ella claro; por lo
menos no vea tan turbio como antes. Ella haba sido tal vez un instrumento en manos de su
hermano mayor. Cierto que De Pas no haba vuelto a manifestar con movimientos patticos
que le descubrieran, ni celos, ni amor, ni cosa parecida; Ana le observaba con miradas de
inquisidor, de las que algo le remorda la conciencia, y sin embargo no pudo notar sntomas
de pasin mundana. Vea ella mal? Disimulaba l bien? O era que no haba nada? Ello fue
que la devocin antigua no volvi, que la fe se desmoronaba, que las antiguas teoras que
sin darse entonces cuenta de ellas haba odo a su padre, Ana las senta dentro de s.
Un pantesmo vago, potico, bonachn y romntico, o mejor, un desmo campestre, a
lo Rousseau, sentimental y optimista a la larga, aunque tristn y un poco fosco; esto, todo
esto mezclado era lo que encontraba ahora Ana dentro de s y lo que se empeaba en que
fuera todava pura religin cristiana. No quera ella ni apostatar, ni filosofar siquiera:
tambin esto le pareca ridculo, pero sin querer las ideas, las protestas, las censuras venan
en tropel a su mente y a su corazn. Esto era nuevo tormento. A pesar de todo segua
confesando a menudo con don Fermn. Le guardaba ahora una fidelidad consuetudinaria;
tema los remordimientos si faltaba a lo que crea deber a aquel hombre. Tema sobre todo
que si rompa sus relaciones devotas con l, volviese una reaccin de lstima,
arrepentimiento y piedad imaginaria que la arrastrase a otra locura como la del viernes
Santo. Tantas ideas y sentimientos encontrados, la vida retirada, y la conciencia de que en
ella algo padeca y se rebelaba y amenazaba estallar, fueron concausas que trajeron las
crisis nerviosas que estaba curando Bentez lo mejor que poda.

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Con toda el alma haba credo Ana que iba a volverse loca. A una exaltacin
sentimental suceda un marasmo del espritu que causaba atona moral; la horrorizaba
pensar que en tales das eran indiferentes para ella virtud y crimen, pena y gloria, bien y
mal. Dios, como deca ella, se le haca migajas en el cerebro y entonces senta un
abandono ambiente y una flaqueza de la voluntad que la atormentaban y producan pnico;
el extremo de la tortura era el desprecio de la lgica, la duda de las leyes del pensamiento y
de la palabra, y por ltimo el desvanecimiento de la conciencia de su unidad: crea la
Regenta que sus facultades morales se separaban, que dentro de ella ya no haba nadie que
fuese ella, Ana, principal y genuinamente... y tras esto el vrtigo, el terror, que traa la
reaccin con gritos y pasmos perifricos.
Por muchos das lo olvid todo para no pensar ms que en su salud; la horrorizaba la
idea de la locura y el miedo del dolor desconocido, extrao, del cerebro descompuesto.
Llam a Bentez con toda el alma, y principio de la cura fue este mismo afn y el obedecer
ciegamente las prescripciones del mdico.
Si algo dijo ste de alimentos, ejercicio y hasta baos, lo ms y lo principal lo
encomend al cambio de vida, a la distraccin, al aire libre, a la alegra, a las emociones
tranquilas. Al campo, al campo! fue el grito de salvacin, y Ana y Quintanar (que buen
susto haba llevado tambin), gritaron sin cesar desde la maana a la noche: Al campo, al
campo!
Pero, dnde estaba el campo? Ellos no tenan en la provincia de Vetusta una quinta
de recreo. Don Vctor continuaba siendo propietario en Aragn.
Ana en un arranque de valor, de un valor mucho ms heroico de lo que poda
suponer su marido, se atrevi a decir:
Quintanar, qu te parece esta idea?... irnos a pasar unos meses, hasta que vuelva
el invierno...
A dnde?
A tu tierra, a la Almunia de don Godino.
Don Vctor dio un salto.
Hija, por Dios!... ya soy viejo para un traqueteo tan grande de mis pobres
huesos... La Almunia!... con mil amores... en otro tiempo, pero ahora! Yo amo la patria, es
claro, soy aragons de corazn, y digo lo que el poeta, que es muy feliz el que no ha visto
ms ro que el de su patria;
pero yo soy a estas horas ms vetustense que otra cosa, y otro poeta lo ha dicho
tambin, el prncipe Esquilache:
Porque es la patria al que dichoso fuere
donde se nace no, donde se quiere.
La Almunia de don Godino! Dnde bamos a parar... Y adems, separarnos de
Frgilis... de don lvaro, de los Marqueses, de Bentez, imposible!
No se pens ms en ello. Ana en el fondo del alma se alegr de lo muy vetustense
que era aquel aragons.
punto.

Esta alegra se la ocult a s propia. Crey haber cumplido con su deber en este

Pero a dnde iran a pasar aquellos meses de campo que Bentez exiga como
condicin indispensable para la salud de Ana?

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Un da se hablaba de esto en casa de Vegallana. Estaban presentes a ms de


Quintanar y los Marqueses, lvaro y Paco.
El mdico deca el exregente exige que la aldea a donde vayamos ofrezca una
porcin de circunstancias difciles de reunir.
Veamos dijo el Marqus.
Ha de estar cerca de Vetusta para que Bentez pueda hacernos frecuentes visitas y
para trasladar a Ana pronto a la ciudad en caso de apuro; ha de ser bastante cmoda,
amena, ofrecer un paisaje alegre, tener cerca agua corriente, yerba fresca, leche de vacas...
qu s yo!
Don lvaro tuvo una inspiracin en aquel momento. Se acerc al odo de Paco y dijo:
El Vivero!
Paco adivin y admir. Slo el genio tena aquellas revelaciones!
Sin pensar en que secundaba planes mefistoflicos, dijo en voz baja:
Pap, no conozco ms quinta que rena las condiciones de Bentez que una... que
est a nuestra disposicin...
Y a un tiempo, alegres todos con el hallazgo, dijeron los Marqueses y su hijo:
El Vivero!
Bravo, bravo, eureka! repeta el Marqus. Paco tiene razn, al Vivero! se van
ustedes al Vivero.
Y la Marquesa:
Hermosa idea! Qu gusto! Y nos veremos a menudo antes de irnos a baos...
Don Vctor protest.
Cmo el Vivero! Y ustedes?
Nosotros no vamos este ao.
O iremos mucho ms tarde.
Y cuando vayamos cabremos todos.
All hemos dormido, cada cual con entera independencia ms de veinte personas
advirti lvaro.
Es claro; aquello es un convento.
No se hable ms, no se hable ms.
Cmo que no se hable ms? Y mi delicadeza?
A pesar de la delicadeza de don Vctor, qued decretado que su mujer y l y los
criados que quisieran llevar, iran a pasar aquellos meses que peda Bentez en el Vivero,
donde seran dueos absolutos... Nada, nada, los Marqueses no admitieron objeciones.
No eran parientes?
Cierto que s tuvo que responder, muy orgulloso, Quintanar.
Ana al saber la noticia comprendi que aquello era todo lo contrario de irse a la
Almunia de don Godino. Pero no quiso pensar en los peligros que la estancia en el Vivero
poda tener. Aborreca ahora las cavilaciones. Sin embargo, sin investigar las causas de ello,
sinti durante todo aquel da una alegra de nia satisfecha en sus gustos ms vivos, y an

421

ms intenso fue su placer al despertar a la maana siguiente con este pensamiento: Voy al
Vivero a hacer vida de aldeana, a correr, respirar, engordar... alegrar la vida... all el sol, el
agua corriente, el follaje... la salud... y como un acompaamiento musical que encantaba
toda aquella perspectiva, Ana senta una indecisa esperanza que era como un sabor con
perfumes... una esperanza... no quera pensar de qu... Pero ello era que el mundo pareca
alegrarse, que la idea del Vivero la fortificaba como un placer positivo, de los que se gozan
cuando duran las ilusiones. Aquel Bentez la estaba rejuveneciendo.
Despus de las hojas del libro de memorias que se referan, a su modo, a la materia
que va reseada brevemente, Ana encontr, y en ella se detuvo, la pgina en que
rpidamente haba reflejado sus impresiones al entrar en el Vivero en un da de Abril que
pareca de Junio, alegre, ardiente, despejado.
Deca:

Ley con deleite aquella pgina, no recrendose en el estilo, sino en los recuerdos.

............ ......................................................
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El Romero y el Clavel torcieron de repente; el land se dobl sin ruido, nos sacudi
un poco, dejamos la carretera de Santianes y las ruedas rebotaron sobre la grava nueva de
la carretera estrecha del Vivero; los sauces, como una lluvia de yerba suspendida en el aire,
nos hacan cosquillas con las puntas de sus ramas, flotando sobre la frente como cabello
movido por el viento. Se abri la gran puerta de la cerca vieja, y los caballos arrancaron
chispas del piso empedrado de la quintana vieja, despertando con el ruido resonancias en el
silencio del palacin cerrado y vaco. Por mi gusto nos hubiramos quedado a vivir en
aquella casa inmensa, con dos torres de piedra parda y soportales con columnas... pero el
coche sigui al trote; el Marqus tiene la vanidad de hacer que la entrada al Vivero habitable
sea por aqu, por delante de la antigua mansin seorial... Las ruedas vuelven a callar, como
enfundadas; Romero y Clavel machacan sin estrpito con los cascos briosos la arena tersa,
blanca y blanda de la avenida ancha y flanqueada de pretil de mrmol con macetas y
rosetones de verdura extica.
La casa nueva nos sonre enfrente y delante de la coquetona marquesina de la
entrada nos detenemos; silencio general... un momento. Habla el sol... nosotros gozamos;
la limpieza, la correccin, la elegancia parecen all obra de la naturaleza, y el follaje, el
esplendor de su verdura, los susurros del aire discreto, la hermosura de la perspectiva, los
vuelos graciosos de miles de pjaros, parecen importacin del lujo; riqueza y naturaleza se
juntan all; el sol, cortesano del confort, alumbra ms... Cosa extraa! Yo no haba visto el
Vivero hasta ahora, lo que se llama ver, hasta ahora nunca haba comprendido esta armona
ntima del lujo y del campo. Est bien as. Debe haber rincones en la tierra en que no haya
nada feo, ni pobre ni triste.
Paco y la Marquesa, que han venido a darnos posesin del Vivero, comen con
nosotros y de tarde, al caer el sol, se vuelven a Vetusta.
Ya estamos solos. Examino toda la casa. En el piso bajo, saln, billar, gabinete
biblioteca, galera de costura sobre el jardn, rodeada de cristales, el comedor con paso a la
estufa por la escalinata de mrmol blanco. Qu alegra! Todo es cristal, flores, plantas de
hojas gigantescas, de colores fuertes, raros. Lo que me agrada ms es el capricho del
Marqus en el piso principal: una galera con cierre de cristales rodea todo el edificio. He
dado dos vueltas a todo el corredor como si nunca hubiera visto el Vivero. Qu ser que
todo me parece nuevo, mejor, ms elegante, ms potico? Quintanar est encantado, y se
me figura que tiene un poco de envidia.
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422

Vida excelente. La primavera entr en mi alma. Madrugo. El bao me fortifica y me


alegra el espritu. Tendida en la pila, con la mano en el grifo, dejo que el agua tibia me
enerve, y la fantasa como en sopor se detiene en imgenes plsticas tranquilas y suaves.
Despus tiemblo dentro de la sbana y vuelvo gozosa al calor de mi cuerpo, contenta de la
vida que siento circular por mis venas. La cabeza est firme; jams vienen a mortificarme
ideas sutiles, alambicadas... Pienso poco, vagamente, y los pormenores de los accidentes
ordinarios que me rodean absorben lo mejor de mi atencin. Bentez puede estar satisfecho.
As la salud volver con ms fuerza. Vivir es esto: gozar del placer dulce de vegetar al sol.
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Y sin embargo hay horas en que las vibraciones de las cosas me hablan de una
msica recndita de ideas y sentimientos. Qu es esta esperanza de un bien incierto? A
veces se me antoja todo el Vivero escenario de una comedia o de una novela... Entonces me
parece ms solitario el bosque, ms solitario el palacio. Esta soledad parece meditabunda.
Est todo en silencio reflexivo, recordando los ruidos de la alegra y del placer que latieron
aqu, o preparndose a retumbar con la algazara de fiestas venideras... Insisto en ello, hay
aqu algo de escenario antes de la comedia. Los vetustenses que tienen la dicha de ser
convidados a las excursiones del Vivero son los personajes de las escenas que aqu se
representan... Obdulia, Visita, Edelmira, Paco, Joaquinito, lvaro... y tantos otros han
hablado aqu, han cantado, corrido, jugado, bailado... redo sobre todo... Y algo olfateo de la
alegra pasada o algo presiento de la alegra futura. S, Quintanar dice bien, esto es el
paraso, qu nos falta a nosotros en l? Segn Quintanar, nada ms que msica... Oh, pues
por msica que no quede. Corro al saln a tocar la donna movile, con el dedo ndice, mi
nico dedo msico. Qu cursi es esto, segn Obdulia!... Una dama que no sabe tocar el
piano ms que con un dedo!
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Quintanar es feliz. Y es tan bueno! Cmo me cuida! qu agasajos, qu mimos!
Parece otro. Piensa ms en m que en la marquetera. Pasa das enteros sin serrar nada! No
hay alma que no tenga su poesa en el fondo. Su alegra es demasiado bulliciosa, pero es
sincera. Yo no podra vivir aqu sin l. Imagnole ausente, me veo aqu sola y tengo miedo y
siento la soledad... Luego no me estorba, luego su compaa me agrada.
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Petra, la misma Petra, me gusta aqu, en el campo. Se viste como las aldeanas del
pas, canta con ellas en la quintana, se mete en la danza y toca la trompa con maestra.
Ayer, al morir el da, junto a la Puerta Vieja tocaba, con la lengeta de hierro vibrando entre
sus labios, los aires del pas montonos y de dulce tristeza. Pepe, el casero, cantaba
cantares andaluces convertidos en vetustenses... y Petra taa la trompa quejumbrosa, y yo
senta lgrimas dulces dentro del pecho... y la vaga esperanza volva a iluminar mi espritu.
Cuanto ms triste la lengeta de la trompa, ms esperanza, ms alegra dentro de m. Todo
esto es salud, nada ms que salud.
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He trado al Vivero algunos libros de mi padre. Haca muchos aos que no los haba
abierto. Quintanar los tena en los cajones ms altos de sus estantes.
Qu impresiones! He encontrado entre las hojas de una Mitologa ilustrada pedacitos
de yerba de Loreto... eran polvo; papeles escritos en que reconoc mis garabatos de nia... y
un marinero dibujado por mi pluma que, segn la leyenda que tiene al pie, era Germn.

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Probablemente Bentez condenara este afn de leer y me prohibira la desmedida
aficin. Oh, qu cosas tan nuevas encuentro en estos libros que apenas entenda en Loreto!
Los dioses, los hroes, la vida al aire libre, el arte por religin, un cielo lleno de pasiones
humanas, el contento de este mundo... el olvido de las tristezas hondas, del porvenir
incierto... un pueblo joven, sano en suma... Quisiera saber dibujar para dar formas a estas
imgenes de la Mitologa que me asedian.
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Ana, despus de leer estas y otras pginas, escribi sus impresiones de aquellos das.
Don Vctor vino a interrumpirla para anunciarle que ya haba instalado su tienda de campaa
a la orilla del ro, en el paraje ms ameno y fresco, junto a una mancha de sombra en el
agua, donde infaliblemente habra truchas.
Desde aquella tarde pescaron. Pescaron poco, pero muy alabado. Ana lea sentada en
su banqueta de lona blanca con franjas azules, mientras sujetaba la caa con la mano
izquierda, sin ms fuerza que la necesaria para que la corriente no la llevase.
Mientras ella, a orillas del ro Soto, a media legua de Vetusta en compaa de su
Quintanar, dejaba a las truchas escapar muertas de risa, su imaginacin, vuelta a los
tiempos y a los parajes clsicos, se baaba en el Cefiso, aspiraba los perfumes de las rosas
del Temp, volaba al Escamandro, suba al Taigeto y saltaba de isla en isla de Lesbos a las
Cclades, de Chipre a Sicilia...
Da hubo en que viajaba con Baco, Anita, recorriendo la India, o bien navegando en el
barco prodigioso de cuyo mstil floreciente pendan racimos y retorcidos tallos, y tuvo que
saltar de repente a la prosaica orilla del Soto, llamada por la voz del exregente que
gritaba:
Pero muchacha, que te estn comiendo el cebo!
No importaba; Ana era feliz y Quintanar tambin. Parece otro! se deca ella.
Parece otra! pensaba l.
El tiempo volaba. Junio se meti en calor. Vetusta en verano es una Andaluca en
primavera. Ana, todas las maanas, por la fresca recorra la huerta y sacuda las ramas
cargadas de cerezas acompaada de don Vctor, Pepe el casero y Petra; llenaban grandes
cestas, forradas con hojas de higuera, de aquellos corales hmedos y relucientes; y la
Regenta senta singular voluptuosidad sana y risuea al pasar la finsima mano blanca por
las cerezas apiadas sobre la verdura de las hojas anchas y bordadas. Aquellas cestas iban a
Vetusta a casa del Marqus y a veces a las de sus amigos. Una maana vio Ana que Petra y
Pepe llenaban de la ms colorada fruta un canastillo de paja blanca y de colores. Ana se
acerc a ayudarlos. De pronto dijo:
Para quin es esto?
Para don lvaro contest Petra.
S, voy a llevrselo yo mismo a la fonda aadi Pepe sonriendo ya a la propina
que vea en lontananza.
Ana sinti que su mano temblaba sobre las cerezas y aquel contacto le pareci de
repente ms dulce y voluptuoso.
Y cuando nadie la vea, a hurtadillas, sin pensar lo que haca, sin poder contenerse,
como una colegiala enamorada, bes con fuego la paja blanca del canastillo. Bes las

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cerezas tambin... y hasta mordi una que dej all, sealada apenas por la huella de dos
dientes.
Y asustada de su desfachatez pens todo el da en la aventura, sin vergenza.
Tambin esto era cosa de la salud!
La vspera de San Pedro, por la noche, el Magistral recibi un B. L. M. del marqus de
Vegallana inv itndole a pasar el da siguiente, desde la hora en que le dejasen libre sus
deberes de la catedral, en el Vivero en compaa de los dueos de la quinta y de sus
actuales inquilinos, los seores de Quintanar, ms otros muchos buenos amigos. Perteneca
el Vivero a la parroquia rural de San Pedro de Santianes; Pepe el casero era aquel ao factor
de la fiesta de la parroquia y pensaba echar la casa por la ventana, para no dejar mal al
seor Marqus.
Anita, en la postdata de su ltima carta, deca al confesor: El Marqus me ha dicho
que piensa invitar a usted a la romera de San Pedro. Somos nosotros los factores...
Supongo que no faltar usted. Sera un solemne desaire.
No, no faltar, pensaba don Fermn dando vueltas en la cama. Ojal tuviera valor
para faltar, para despreciaros, para olvidarlo todo... pero ya estoy cansado de luchar con
esta maldita obsesin que me vence siempre. S, si he de acabar por ir, si estoy seguro de
que al fin he de tomar el camino del Vivero, ms vale ahorrarme el tormento de la batalla y
declararme vencido. Ir.
Y no pudo dormir una hora seguida en toda la noche. Pero esto era achaque antiguo
ya. Desde que Anita haba vuelto a engaarle, don Fermn no gozaba hora de sosiego.
Como el Marqus no le haba invitado a hacer el viaje en su coche, lo cual tal vez
indicaba cierta frialdad premeditada, que De Pas finga no sentir, tuvo el seor cannigo que
ir en persona a alquilar una berlina. Mand que le esperase fuera del Espoln a las diez en
punto. Fue a la catedral, pero no pudo parar all, y a las nueve y media ya estaba en medio
de la carretera de Santianes o del Vivero pasendola a lo ancho, agitado, plido, de un
humor de mil diablos.
A qu voy yo all? De fijo estar el otro. Que voy yo a hacer all? Maldito Vivero!
La berlina tardaba. De Pas daba pataditas de impaciencia. Por fin lleg el coche destartalado,
sucio, a paso de tortuga.
Al Vivero, a escape! grit don Fermn dejndose caer como un plomo sobre el
asiento duro que cruji.
Sonri el cochero, sacudi un latigazo al aire, el caballo extenuado salt sobre la
carretera dos o tres minutos, y como si aquello fuese una falta de formalidad indigna de sus
aos, que eran muchos, volvi al paso perezoso sin protesta de nadie.
El Magistral record que en aquella misma berlina u otro coche de la misma casa, por
lo menos, pocas semanas antes iba l llorando de alegra, llena el alma de esperanzas, de
proyectos que le hacan cosquillas en los sentidos y en lo ms profundo de las entraas. Y
ahora un presentimiento le deca que todo haba acabado, que Ana ya no era suya, que iba a
perderla, y que aquel viaje al Vivero era ridculo; que si estaba all Mesa, como era casi
seguro, todas las ventajas eran del petimetre. Vesta el Provisor balandrn de alpaca fina
con botones muy pequeos, de esclavina cortada en forma de alas de murcilago. Tena algo
su traje del que luce Mefistfeles en el Fausto en el acto de la serenata. Haba deliberado
mucho tiempo a solas: qu ropa llevara? Cada vez le pesaba ms la sotana y le abrumaba
ms el manteo. El sombrero de teja larga era odioso; demasiado corto era cursi, ridculo,
pareca cosa de don Custodio; muy cerrado, antiguo; muy abierto, indigno de un Vicario
general. Ira de levita? Vade retro! No, el cura de levita se convierte por fuerza en cura de
aldea o en clrigo liberal. El Magistral muy pocas veces recurra a tal indumentaria. Oh, si le

425

fuera lcito vestir su traje de cazador, su zamarra ceida, su pantaln fuerte y apretado al
muslo, sus botas de montar, su chambergo, entonces s, ira de paisano, y la vanidad le
deca que en tal caso no tendra que temer el parangn con el arrogante mozo a quien
aborreca. S, a quien aborreca. Don Fermn ya no se lo ocultaba a s mismo. No daba
nombre a su pasin, pero reconoca todos sus derechos y estaba muy lejos de sentir
remordimientos. l era cura, cura, una cosa ridcula, puestas las cosas en el estado a que
haban llegado. Haba comprendido que Ana senta repugnancia ante el cannigo en cuanto
el cannigo quera demostrarle que adems era hombre. Y s era hombre vive Dios que
era hombre, y tanto y ms que el otro; capaz de deshacerle entre sus brazos, de arrojarle
tan alto como una pelota!... Dejaba de pensar en sus tristezas y en su clera. Miraba como
tonto los accidentes del paisaje, los palos del telgrafo que iba dejando atrs de tarde en
tarde. Tuvo que levantar los vidrios de las ventanillas porque el polvo le sofocaba. El sol le
aburra y le picaba; no haba cortinas. El viaje se haca interminable. Aquella media legua se
haba estirado indefinidamente. El Marqus se haba portado como un grosero no
ofrecindole un asiento en su coche. La culpa la tena l que haba aceptado el convite.
Pero qu remedio?
Oy el estrpito de cascos de caballo que machacaba la grava reciente detrs de la
berlina. Se asom a ver quines eran los jinetes y reconoci a don lvaro y a Paco que
pasaron al galope de dos hermosos caballos blancos, de pura raza espaola.
Ellos no le vieron; el placer de la carrera los llevaba absortos y no repararon en la
msera berlina que segua al paso. Incapaz de toda noble emulacin, el msero jaco de
alquiler sigui caminando lo menos posible, seguro de que la felicidad no estaba en el
trmino de ninguna carrera de este mundo. Para comer mal siempre se llega a tiempo. Esta
era toda su filosofa. El cochero deba de ser discpulo del caballo.
Cuando el Magistral lleg al Vivero no haba ningn convidado en la casa, ni los
Marqueses, ni los de Quintanar estaban tampoco.
Petra se le present vestida de aldeana, con una coquetera provocativa, luciendo
rizos de oro sobre la cabeza, el dengue de pana sujeto atrs, sobre el justillo de ramos de
seda escarlata muy apretado al cuerpo esbelto; la saya de bayeta verde de mucho vuelo
cubra otra roja que se vislumbraba cerca de los pies calzados con botas de tela. Estaba
hermosa y segura de ello. Sonri al Magistral, y dijo:
Los seores estn en San Pedro.
Ya lo supona, hija ma, pero vengo muerto de sed y...
La aldeana fingida sirvi en la glorieta del jardn al Magistral un refresco delicioso que
improvis con arte.
Dios te lo pague, Petrica.
Y hablaron.
Hablaron de la vida que hacan all los seores.
Petra dijo que doa Ana pareca otra: qu alegre! qu revoltosa! nada de encerrarse
en la capilla horas y horas, nada de rezar siglos y siglos, nada de leer a su Santa Teresa
eternidades... Vamos, era otra. Y salud? Como un roble.
El seorito Paco vino? pregunt de repente De Pas.
S, seor, har un cuarto de hora. Llegaron l y el seorito lvaro, a caballo, a
escape; tomaron un refresco como usted y corrieron a San Pedro... Creo que no haban odo
misa y quisieron coger la de la fiesta...

426

En aquel momento, hacia oriente sonaron estrepitosos estallidos de cohetes cargados


de dinamita.
Ya est n al alzar dijo la doncella.
Petra observaba con el rabillo del ojo la impaciencia del Magistral, que pregunt:
La iglesia est cerca, creo, saliendo por ah por el bosque, verdad?
S, seor; pero hay tres callejas que se cruzan y puede darse en el ro en vez de...
Si quiere usted ir, le acompaar yo misma; ahora no tengo nada que hacer all dentro...
Si eres tan amable...
Petra ech a andar delante del Magistral. Por un postigo salieron de la huerta y
entraron en el bosque de corpulentas encinas y robles retorcidos y speros. Ocupaba el
bosque las laderas de una loma y el altozano, que era lo ms espeso. Suba un repecho y
don Fermn vea los bajos irisados de chillona bayeta que mostraba sin miedo Petra, ms
algo de la muy bordada falda blanca y de una media de seda calada, refinada coquetera que
quitaba propiedad al traje y por lo mismo le daba picante atractivo.
Qu calor, don Fermn! deca la rubia, enjugando el sudor de la frente con
pauelo de batista barata.
Mucho, rubita, mucho
balandrn y soplando con fuerza.

responda

el

Magistral,

desabrochndose

el

maldito

Y eso que a usted la fatiga no debe rendirle, que all en Matalerejo tengo entendido
que corre como un gamo por los vericuetos...
Quin te lo ha dicho a ti?
Bah! Teresina...
Sois amigas, eh?
Mucho.
Silencio. Los dos meditan. El cannigo reanuda el dilogo.
No creas; yo, aqu donde me ves, soy un aldeano; juego a los bolos que ya ya...
Petra se detuvo y se volvi para ver a don Fermn, que haca el ademn de arrojar
una bola de roble por la cncova bolera adelante...
Ri la doncella y continuando la marcha, dijo:
No, que es usted fuerte no necesita decirlo: bien a la vista est.
Callaron otra vez.
Detrs de la loma, y ya ms cerca, estallaron cohetes de dinamita y en seguida la
gaita y el tamboril de timbre tembloroso, apagadas las voces por la distancia, resonaron al
travs de la hojarasca del bosque.
La gaita hablaba a las entraas del Provisor y de Petra, ambos aldeanos. Volvieron a
mirarse y a sonrerse.
Ya vuelven dijo Petra, detenindose de nuevo.
Llegamos tarde?
S, seor; la comitiva tomar el camino de la calleja de abajo y cuando lleguemos
nosotros a la iglesia ya estarn en el Vivero...
De modo...

427

De modo que es mejor volvernos. Ay, don Fermn, perdneme usted este paseo...
esta molestia!...
No, hija, no hay de qu... al contrario... Aqu se est bien... esta sombra... pero yo
estoy algo cansado... y con tu permiso... entre aquellas races, sobre aquel montn verde y
fresco de yerba segada... eh? qu te parece? voy a sentarme un rato...
Y lo hizo como lo dijo.
Petra, sin atreverse a sentarse y sin querer dejar el puesto, mir al suelo ruborosa,
hizo movimientos felinos, y se puso a retorcer una punta del delantal...
Cansado? bah! se atrevi a decir un mozo como usted...
La gaita y el tambor llenaban las bvedas verdes con sus chorretadas, alegres ahora,
luego melanclicas, cargadas siempre de ideales perfumes campestres, de recuerdos
amables.
El Magistral morda yerbas largas y speras y meditaba con una sonrisa amarga entre
los labios. Ironas de la suerte! El fruto que se ofreca, que le caa en la boca, all...
despreciado... y el imposible codiciado... cuanto ms imposible, ms codiciado... Sin
embargo, para que fuese menos ridcula su situacin en el Vivero, le pareca muy oportuno
poner por obra lo que meditaba. Y adems, a l le convena tener de su parte a la doncella
de la Regenta, hacerla suya, completamente suya...
Petra...
Seor? grit ella fingiendo susto.
Quieres crecer? Pues bastante buena moza eres. Mira, no seas tonta... si no tienes
prisa... puedes sentarte... As como as, yo quisiera preguntarte... algunas cositas respecto
de...
Lo que usted quiera, don Fermn. Por aqu de fijo no pasa nadie; porque, sobre que
poca gente atraviesa el bosque para ir a la iglesia, los que van siguen la trocha de abajo...
por aqu rara vez pasa un alma. Pero si usted quiere hablar a sus anchas, all un poco ms
arriba, hay una cabaa que se llama la casa del leador; es muy fresca y tiene asientos muy
cmodos.
Mejor que mejor. Hablaremos ms a gusto. Vamos all.
Se levant y emprendieron la marcha. Suban en silencio. El monte se haca ms
espeso.
La gaita y el tambor sonaban ya muy lejos, como una aprensin de ruido.
Petra, al llegar a la casa del leador, se dej caer sobre la yerba, algo distante de don
Fermn; y encarnada como su saya bajera, se atrevi a mirarle cara a cara con ojos serios y
decidores.
El Magistral se sent dentro de la cabaa.
Hablaron.
Por algo don Fermn tema el momento de encontrarse con la comitiva, como deca
Petra. Cuando media hora despus entraba solo por el postigo del bosque en la huerta, lo
primero que vio fue a la Regenta metida en el pozo seco, cargado de yerba, y a su lado a
don lvaro, que se defenda y la defenda de los ataques de Obdulia, Visita, Edelmira, Paco,
Joaqun y don Vctor, que arrojaban sobre ellos todo el heno que podan robar a puados de
una vara de yerba, que se ergua en la prxima pomarada de Pepe el c asero.
El Marqus gritaba desde la galera del primer piso:

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Eh, locos! locos! que os echo los perros, que destrozis la yerba de Pepe... Qu
va a cenar el ganado? Locos!... Pepe, no lejos del pozo, vestido con los trapos de
cristianar, ms una corbata negra que haba credo digna de un factor, dejaba hacer, dejaba
pasar, se rascaba la cabeza y sonrea gozoso...
Deje, seor, deje que rebrinquen los seoritos, que la erba yo la apaar... en sin
perjuicio...
La Regenta, con la cabeza cubierta de heno, con los ojos medio cerrados, no pudo
ver al Magistral hasta que se acab la broma y le toc salir del pozo... con ayuda de don
lvaro y los que estaban fuera.
No se avergonz de que su confesor la hubiera visto en tal situacin... Le salud
amable, bulliciosa, y volvi con Obdulia, con Visita y con Edelmira a correr por la huerta,
seguidas de Paco, Joaqun, don lvaro y don Vctor.
Del Magistral se apoder el Marqus, que le llev al saln donde estaban la
Marquesa, la gobernadora civil, la Baronesa y su hija mayor, que no quera correr con
aquellos locos; el Barn, Ripamiln, Bermdez, que tampoco quera correr, Bentez el
mdico de Anita, y otros vetustenses ilustres.
Mire usted, seor Provisor dijo Vegallana; la fiesta se ha dividido en dos partes:
como Pepe es el factor, ha convidado a todos los curas de la comarca, catorce salvo error;
yo les he propuesto venirse a comer aqu con nosotros, pero como algunos de ellos son
cerriles, comprend que preferan verse libres de damas y caballeretes de la ciudad y se les
ha puesto su mesa en el palacio viejo, donde yo pienso acompaarlos. Ahora bien, yo
propona a Ripamiln que viniese conmigo, pero l no quiere... Si usted fuese tan amable
que me acompaara, aquellos buenos prrocos se creeran honrados infinitamente... ya ve
usted, como usted es el seor Vicario general!...
No hubo ms remedio. El Magistral tuvo que comer con el Marqus y los curas en el
palacio viejo.
Petra se encarg de presidir el servicio de la mesa de aldea, an vestida de aldeana
del pas, y colorada, echando chispas de oro de los rizos de la frente, y chispas de brasa de
los ojos vivos, elocuentes, llenos de una alegra maligna que robaba los corazones de los
aldeanos y de algunos clrigos rurales.
A la hora del caf don Fermn no pudo resistir ms, se escap como pudo y volvi a la
casa nueva, donde la algazara haba llegado a ser estrpito de los diablos. En el momento
de entrar l, don Vctor (con una montera picona en la cabeza) cantaba un do con
Ripamiln, rejuvenecido, junto al piano, que tocaba como saba don lvaro, con un puro en
la boca, zarandeando el cuerpo y cerrando y abriendo los ojos brillantes que el humo del
cigarro cegaba.
Las seoras ya no estaban all. La Marquesa, la gobernadora y la Baronesa paseaban
por la huerta; la gente joven, Obdulia, Visita, Ana, Edelmira y la nia del Barn, corran
solas por el bosque.
Se las oa gritar, desde la galera de cristales. Obdulia, Visita y Edelmira llamaban con
aquellas carcajadas y chillidos a los hombres.
As lo comprendi Joaqun, que propuso a Paco dejar el concierto de Quintanar y don
Cayetano y correr detrs de aqullas.
Deja, luego deca Paco, que gozaba mucho con las canciones antiqusimas de
Ripamiln y ya se iba cansando a ratos de su prima.
Cuando Quintanar y el Arcipreste se quedaron roncos, que fue pronto, se dej el
piano y se cumplieron los deseos de Orgaz. l, Paco, Mesa y Bermdez salieron de la casa y

429

entraron en el bosque. Ya no se oan los gritos de aqullas. Se habran escondido?


Eso deba de ser.
A buscarlas cada cual por su lado.
Magnfico! magnfico!
Se dispersaron y pronto dejaron de verse unos a otros.
Bermdez, en cuanto se sinti solo, se sent sobre la yerba. Un encuentro a solas
con cualquiera de aquellas seoras y seoritas en un bosque espeso de encinas seculares le
pareca una situacin que exiga una oratoria especial de la que l no se senta capaz. Y, sin
embargo, qu deliciosa podra ser una conferencia ntima con Obdulia o con Ana sobre la
verde alfombra!
El Magistral tuvo que quedarse con Ripamiln, don Vctor, el gobernador, Bentez y
otros seores graves. Bentez era joven, pero prefera hacer la digestin sentado y fumando
un buen cigarro.
Don Vctor se acerc al mdico, en el hueco de un balcn y De Pas pudo or el dilogo
que entablaron.
Oh! no puede figurarse usted cunto le debo.
A m, don Vctor?
S, a usted; Ana es otra. Qu alegra, qu salud, qu apetito! Se acabaron las
cavilaciones, la devocin exagerada, las aprensiones, los nervios... las locuras... como
aquella de la procesin... Oh, cada vez que me acuerdo se me crispan los... pues nada, ya
no hay nada de aquello. Ella misma est avergonzada de lo pasado. Se ha convencido de
que la santidad ya no es cosa de este siglo. Este es el siglo de las luces no es el siglo de los
santos. No opina usted lo mismo, seor Bentez?
S seor dijo el mdico sonriendo y chupando su cigarro.
De modo que usted opina que mi mujer est curada del todo?... radicalmente?...
Doa Ana, amigo mo, no estaba enferma; se lo he dicho a usted cien veces; lo que
tena se curaba sin ms que cambiar de vida; pero no era enfermedad... por eso no puede
decirse con exactitud que se ha curado... por lo dems... esa misma exaltacin de la alegra,
ese optimismo, ese olvido sistemtico de sus antiguas aprensiones... no son ms que el
reverso de la misma medalla.
Cmo? usted me asusta.
Pues no hay por qu. Doa Ana es as; extremosa... viva... exaltada... necesita
mucha actividad, algo que la estimule... necesita...
Bentez mascaba el cigarro y miraba a don Vctor, que abra mucho los ojos, con
expresin misteriosa de lstima un poco burlesca.
Qu necesita?
Eso... un estmulo fuerte, algo que le ocupe la atencin con... fuerza;... una
actividad... grande... en fin, eso... que es extremosa por temperamento... Ayer era mstica,
estaba enamorada del cielo; ahora come bien, se pasea al aire libre entre rboles y flores...
y tiene el amor de la vida alegre, de la naturaleza, la mana de la salud...
Es verdad; no habla ms que de la salud la pobrecita.
Qu pobrecita! Pobrecita por qu?
Por qu? por esos extremos... por esos estmulos que necesita...

430

Y eso qu importa? Su temperamento exige todo eso...


De modo que usted cree que ayer era devota, exageradamente devota porque...
tal vez haba quien influa en su espritu en cierto sentido?...
Justo. Es muy probable.
Don Vctor, aturdido como sola, hablaba sin miedo de ser odo, sin ver al Magistral,
que fingiendo leer un peridico y a ratos atender a Ripamiln, se esforzaba en no perder ni
una palabra del dilogo del balcn.
De modo... que el cambio de Anita se debe a... otra influencia?... su pasin por el
campo, por la alegra, por las distracciones se debe... a un nuevo influjo?
S seor; es un aforismo mdico: ubi irritatio ibi fluxus...
Perfectamente! Ubi irritatio... justo, ibi... fluxus! Convencido! Pero aqu el nuevo
influjo... dnde est? Veo el otro, el clero, el jesuitismo... pero, y ste? quin representa
esta nueva influencia... esta nueva irritatio que pudiramos decir?...
Pues es bien claro. Nosotros. El nuevo rgimen, la higiene, el Vivero... usted... yo...
los alimentos sanos... la leche... el aire... el heno... el tufillo del establo... la brisa de la
maana... etc., etc.
Basta, basta; comprendido... la higiene...
magnfico!... De modo que Ana est salvada!

la

leche...

el

olor

del

ganado...

S seor.
Porque esta nueva exageracin no puede llevarnos a nada malo?...
Bentez escupi un pedazo del puro, que haba roto con los dientes, y contest con la
misma sonrisa de antes:
A nada.
salto.

Santa Brbara! grit Quintanar cerrando los ojos y ponindose en pie de un

Y tras el relmpago, que le haba deslumbrado, retumb un trueno que hizo temblar
las paredes. Cesaron todas las conversaciones, todos se pusieron en pie; Ripamiln y don
Vctor estaban plidos. Eran dos hombres valientes de veras que se echaban a temblar en
cuanto sonaba un trueno.
Ripamiln, aunque algo sordo de algunos aos ac, haba odo perfectamente la
descarga de las nubes y ya se senta mal. No tena bastante confianza para pedir un colchn
con que taparse la cabeza, segn acostumbraba hacer en su casa.
Todos los convidados, menos los dos miedosos, se acercaron a los balcones para ver
llover. Caa el agua a torrentes. All al extremo de la huerta se vea a la Marquesa y a las
seoras que la acompaaban refugiadas bajo la cpula del Belvedere que dominaba el
paisaje, en una esquina del predio, junto a la tapia.
Y los chicos? pregunt Ripami ln asustado, fingiendo temer por los dems.
Llamaba los chicos a los que haban salido al bosque.
Es verdad! Qu era de ellos? Hay que buscarlos... Se van a poner perdidos
exclam Quintanar, acordndose de su mujer, lleno de remordimientos por no haberlo dicho
antes.

431

El Magistral no pensaba en otra cosa, pero callaba. Estaba pasando un purgatorio y


aquello era ya el colmo. Los otros en el bosque... y el cielo cayendo a cntaros sobre
ellos... A qu cosas no estara obligando la galantera de don lvaro en aquel momento!
Es preciso ir a buscarlos deca el gobernador.
Hay que llevarles paraguas...
Y el caso es que la Marquesa est sitiada por el chubasco all abajo y no puede
disponer...
Y el Marqus est con sus curas en el palacio viejo y no puede venir y mandar...
Y se deliber largamente qu se hara.
Hay que salvar a los nufragos dijo el Barn a guisa de chiste.
El Magistral, que haba salido del saln, se present con dos paraguas grandes de
aldea, verdes, de percal. Ofreci uno a don Vctor, diciendo:
monte!

Vamos, Quintanar, usted que es cazador... y yo que tambin lo soy... al monte! al

Y con los ojos, al decir esto, se lo coma, y le insultaba llamndole con las agujas de
las pupilas idiota, Juan Lanas y cosas peores.
Bravo, bravo! gritaron aquellos seores, que aplaudan el herosmo ajeno.
Un trueno formidable, simultneo con el relmpago, estall sobre la casa y puso
plidos a los ms valientes.
Vamos, vamos, pronto! grit el Magistral, cuya palidez no la causaba la
tormenta. El trueno le sonaba a carcajadas de su mala suerte, a sarcasmos del diablo que se
burlaba de l y de su miserable condicin de clrigo.
Pero... don Fermn se atrevi a decir Quintanar por lo mismo que soy cazador...
conozco el peligro... El rbol atrae el rayo... Ah arriba tambin hay laureles, el laurel llama
la electricidad; si fueran pinos menos mal! pero el laurel!...
Qu quiere usted decir? Que los parta un rayo a los otros? No ve usted que con
ellos est doa Ana...
S, verdad es... pero no podra ir Pepe con algn criado... con Anselmo?... Usted
va a mojarse el balandrn... y la sotana...
Al monte! don Vctor, al monte! rugi el Provisor.
Y la voz terrible fue apagada por un trueno ms horrsono que los anteriores.
Seores dijo Ripamiln que estaba escondido en una alcoba. No se apuren
ustedes, los chicos deben de estar a techo.
Cmo a techo?...
S, Fermn, no se asuste usted. A techo... en la casa del leador que usted no
conoce; es una cabaa rstica que el Marqus hizo construir con caas y csped all arriba,
en lo ms espeso del monte...
El Magistral no quiso or ms. Sali con un paraguas bajo el brazo y dej caer el otro
a los pies de don Vctor.
El cual recogi el arma defensiva, que llam escudo para sus adentros, y sigui sin
chistar al loco del Magistral, sin explicarse por qu se empeaba en que fueran ellos a
buscar a la Regenta y no los criados.

432

Tampoco los seores del saln comprendan aquello; y sonrean con discreta y
apenas dibujada malicia al decir que era un misterio la conducta del Magistral.
Tena razn don Vctor advirti el Barn por qu no haban de haber ido los
criados?
Adems dijo el gobernador eso parece
especialmente a usted, que tiene por all a su hija...

una

leccin

todos

nosotros,

El trueno que estall en aquel instante se le antoj a Ripamiln que haba metido cien
rayos en la casa.
El miedo ya era general.
Ea, ea, seores dijo el Arcipreste desde la alcoba a rezar tocan; yo voy a rezar
con permiso de ustedes... In nomine Patris...

XXVIII
A dnde van ustedes? gritaba la Marquesa desde el Belvedere al Magistral y a
don Vctor que uno tras otro, a veinte pasos de distancia, corran por el bosque, calados ya
hasta los huesos, chorreando el agua por todos los pliegues de la ropa y por las alas del
sombrero.
Al infierno! qu s yo dnde me lleva este hombre! contest don Vctor sin dar
muchas voces, furioso, empeado en abrir el paraguas que tropezaba con las ramas y se
enredaba en las zarzas.
La Marquesa continuaba vociferando, y hablaba por seas, pero don Vctor ya no la
entenda y don Fermn ni la oa siquiera.
Pero aguarde usted, santo varn; espere usted, deliberemos; formemos un plan!...
a dnde me lleva usted?
Por lo visto tampoco oa a Quintanar aquel santo varn, porque continuaba subiendo
a paso largo, sin mirar hacia atrs un momento.
De rama a rama, de tronco a tronco, en todas direcciones suban y bajaban hilos de
araa que se le metan por ojos y boca al exregente, que escupa y se sacuda las telas
sutilsimas con asco y rabia.
Esto es un telar! gritaba, y se envolva en los hilos como si fueran cables,
procuraba evitarlos y tropezaba, resbalaba y caa de hinojos, blasfemando contra su
costumbre.
Tambin es ocurrencia de chicos venir al monte a divertirse... Si no hay ms que
araas y espinas... Don Fermn, espere usted por las once mil... de a caballo, que yo me
pierdo y me caigo.
Un trueno le contest y le hizo arrodillarse con el susto.
No os blasfemar otra vez.
Don Fermn! don Fermn! espere usted en nombre de la humanidad!
De Pas se detuvo, se volvi, le mir desde arriba con lstima y disimulando la ira, y
le dijo lo menos malo de cuanto se le ocurra.
Parece mentira que sea usted cazador.

433

Soy cazador en seco, compadre, pero esto es el diluvio, y un bombardeo... y las


araas se me meten en el estmago... y sobre todo a m me gustan las acciones heroicas
que tienen alguna utilidad. Nisi utile est id quod facimus, stulta est gloria , ha dicho Baglivio.
A dnde vamos nosotros, a ver, dgalo usted si lo sabe?
A buscar a doa Ana, que estar... ponindose perdida...
Qui perdida! Cree usted que son tontos? De fijo estn a techo... Cree usted que
han de estar papando... araas y nadando como nosotros? Adems no tienen pies para
volverse a casa? No saben el camino? Dir usted que les llevamos paraguas; y para qu
sirven los paraguas?
El Magistral se puso colorado. En efecto, los paraguas no servan de nada en el
bosque.
Haga usted lo que quiera dijo yo sigo.
Eso es darme una leccin replic don Vctor algo picado y continuando tambin la
ascensin penosa.
No seor.
S seor; eso... es ser ms papista que el Papa. Me parece a m que mi mujer me
importa ms a m que a nadie... Y usted dispense este lenguaje... pero, francamente, esto
ha sido una quijotada.
Quintanar comprendi que aquello era una insolencia, pero estaba furioso y no quiso
recogerla.
El primer impulso de don Fermn fue descargar el puo del paraguas sobre la cabeza
de aquel hombre que se le antojaba idiota en aquella ocasin; pero se contuvo por multitud
de consideraciones... y continu subiendo en silencio.
A lo que iba, iba; todos aquellos insultos le sonaban como le sonaran a un nufrago
los que le arrojasen desde tierra... Dos ideas llevaba clavadas en el cerebro con clavos de
fuego: Ubi irritatio ibi fluxus, deca una; y la otra: estarn en la casa del leador! No crea
el Provisor en una Providencia que aprovecha juegos de la suerte, combinaciones de teatro
para dar lecciones, pero supersticiosamente enlazaba el recuerdo de la maana, de su paseo
y conversacin con Petra, con las escenas tambin campestres en que tema groseramente
ver enredada a la Regenta.
Ubi irritatio ibi fluxus! iba pensando; es verdad, es verdad... he estado ciego... la
mujer siempre es mujer, la ms pura... es mujer... y yo fui un majadero desde el primer
da... Y ahora es tarde... y la perd por completo. Y ese infame...
Ech a correr monte arriba.
Pero ese hombre est loco! pensaba Quintanar, que le segua jadeante, con un
palmo de lengua colgando y a veinte pasos otra vez.
El Magistral procuraba orientarse, recordar por dnde haba bajado pocas horas antes
de la casa del leador. Se perda, confunda las seales, iba y vena... y don Vctor detrs,
librndose de las araas como de leones, de sus hilos como de cadenas.
Lo mejor es subir por la mxima pendiente, ello est hacia lo ms alto... pero arriba
hay meseta, vaya usted a buscar...
Se detuvo. Como si nada hubiera dicho don Vctor, con cara amable y voz dulce y
suplicante advirti:
Seor Quintanar, si queremos dar con ellos tenemos que separarnos; hgame
usted el favor de subir por ah, por la derecha...

434

Don Vctor se neg, pero el Magistral insistiendo y con alusiones embozadas al miedo
positivo de su compaero, logr picar otra vez su amor propio y le oblig a torcer por la
derecha.
Entonces, en cuanto se vio solo, De Pas subi corriendo cuanto poda, tropezando con
troncos y zarzas, ramas cadas y ramas pendientes... Iba ciego; le daba el corazn, que
reventaba de celos, de clera, que iba a sorprender a don lvaro y a la Regenta en coloquio
amoroso cuando menos. Por qu? No era lo probable que estuvieran con ellos Paco,
Joaqun, Visita, Obdulia y los dems que haban subido al bosque? No, no, gritaba el
presentimiento. Y razonaba diciendo: don lvaro sabe mucho de estas aventuras, ya habr
l aprovechado la ocasin, ya se habr dado trazas para quedarse a solas con ella. Paco y
Joaqun no habrn puesto obstculos, habrn procurado lo mismo para quedarse con
Obdulia y Edelmira, respectivamente. Visitacin los habr ayudado. Bermdez es un idiota...
de fijo estn solos. Y vuelta a correr cuanto poda, tropezando sin cesar, arrastrando con
dificultad el balandrn empapado que pesaba arrobas, la sotana desgarrada a trechos y
cubierta de lodo y telaraas mojadas. Tambin l llevaba la boca y los ojos envueltos en
hilos pegajosos, tenues, entremetidos.
Lleg a lo ms alto, a lo ms espeso. Los truenos, todava formidables, retumbaban
ya ms lejos. Se haba equivocado, no estaba hacia aquel lado la cabaa. Sigui hacia la
derecha, separando con dificultad las espinas de cien plantas ariscas, que le cerraban el
paso. Al fin vio entre las ramas la caseta rstica... Alguien se mova dentro... Corri como un
loco, sin saber lo que iba a hacer, si encontraba all lo que esperaba... dispuesto a matar si
era preciso... ciego...
Jinojo! que me ha dado usted un susto... grit don Vctor, que descansaba all
dentro, sobre un banco rstico, mientras retorca con fuerza el sombrero flexible que
chorreaba una catarata de agua clara.
No estn! dijo el Magistral sin pensar en la sospecha que podan despertar su
aspecto, su conducta, su voz trmula, todo lo que delataba a voces su pasin, sus celos, su
indignacin de marido ultrajado, absurda en l.
Pero don Vctor tambin estaba preocupado. No le faltaba motivo.
Mire usted lo que me he encontrado aqu dijo y sac del bolsillo, entre dos dedos,
una liga de seda roja con hebilla de plata.
Qu es eso? pregunt De Pas, sin poder ocultar su ansiedad.
Una liga de mi mujer! contest
sorprendido con el hallazgo por lo raro.

aquel

marido

tranquilo

como

tal,

pero

Una liga de su mujer!


El Magistral abri la boca estupefacto, admirando la estupidez de aquel hombre que
an no sospechaba nada.
Es decir continu Quintanar una liga que fue de mi mujer, pero que me consta
que ya no es suya... S que no le sirven... desde que ha engordado con los aires de la
aldea... con la leche... etc., y que se las ha regalado a su doncella... a Petra. De modo que
esta liga... es de Petra. Petra ha estado aqu. Esto es lo que me preocupa... A qu ha
venido Petra aqu... a perder las ligas? Por esto estoy preocupado, y he credo oportuno dar
a usted estas explicaciones... Al fin es de mi casa, est a mi servicio y me importa su
honra... Y estoy seguro, esta liga es de Petra.
Don Fermn estaba rojo de vergenza, lo senta l. Todo aquello, que haba podido
ser trgico, se haba convertido en una aventura cmica, ridcula, y el remordimiento de lo
grotesco empez a pincharle el cerebro con botonazos de jaqueca... Por fortuna don Vctor,

435

segn observ tambin De Pas, no estaba para atender a la vergenza de los dems,
pensaba en la suya; se haba puesto tambin muy colorado. Comprendi el Magistral por
qu torcidos senderos conoca el exregente las ligas de su mujer.
Tambin Quintanar tena, adems de vergenza, celos.
No poda saber De Pas hasta qu punto haba llegado la debilidad de don Vctor, que
se deca a s mismo: Probablemente este clrigo, malicioso como todos, estar
sospechando... lo que no ha habido.
Lo cierto era que don Vctor, al cabo, haba cedido hasta cierto punto a las
insinuaciones de Petra.
Pero acordndose de lo que deba a su esposa, de lo que se deba a s mismo, de lo
que deba a sus aos, y de otra porcin de deudas, y sobre todo, por fatalidad de su destino
que nunca le haba permitido llevar a trmino natural cierta clase de empresas, era lo cierto
que haba retrocedido en aquel camino de perdicin desde el da en que una tentativa de
seduccin se le frust, por fingido pudor de la criada. No haba, en suma, llegado a ser
dueo de los encantos de su doncella, pero en aquellos primeros y ltimos escarceos
amorosos haba podido adquirir la conviccin de que la Regenta le haba regalado a Petra
unas ligas que el amante esposo le haba regalado a ella.
Por qu se le haba ido la lengua delante del Magistral?
No poda explicrselo; los celos, si as podan llamarse, le haban hecho hablar alto.
Por lo dems, l despreciaba a la rubia lbrica en el fondo del alma... y slo en un momento
de exaltacin... de la mente, haba podido...
La tempestad ya estaba lejos... los rboles continuaban chorreando el agua de las
nubes, pero el cielo empezaba a llenarse de azul.
Por decir algo, don Vctor dijo:
Ver usted como esto repite a la noche... Por all abajo viene otro mal semblante...
mire usted por entre aquellas ramas...
Vamos a bajar antes que vuelva el agua advirti De Pas, que hubiera querido
estar cinco estados bajo tierra.
Los dos se tenan miedo.
Los dos bajaron silenciosos, pensando en la liga de Petra.
Antes de llegar a la huerta se encontraron con Pepe el casero que los llam de lejos,
entre los rboles.
Don Vctor, don Vctor... eh, don Vctor... por aqu!
Qu pasa? Han parecido? Alguna desgracia?
Qu desgracia? no seor, que los seoritos y las seoritas ya estaban en casa muy
tranquilos cuando ustedes estaran llegando a mitad del monte... apenas se han mojado...
Yo sal, por orden de la seora Marquesa, en su busca apenas comenz a llover... Fui con el
carro y el toldo encerado a la calleja de Arreo, donde saba yo que el seorito Paco haba de
parecer, porque aqul es el camino ms corto y la casa de Chinto est all, a los cuatro
pasos... En casa de Chinto estaban todas las seoritas, que no se haban mojado apenas...
porque en el monte cuando empieza el chaparrn se est como a techo... De modo que
todos estn en casa muertos de risa, menos la seora doa Anita, que teme por usted y...
por este seor cura...
Pero y la seora Marquesa cmo no nos advirti?...

436

Pues si dice que le llamaba a usted a voces y que usted no haca caso, y que ella le
deca que ya haba salido el carro...
Y Pepe se rea a carcajadas.
No ha sido mala broma, je, je... Probecicos y da lstima verles... sobre todo este
seor cura est hecho un eciomo, perdonando la comparanza, es una sopa... Anda, anda, y
cmo se le ha pono too el melindrn este... y la sotana parece un charco...
Tena razn Pepe. De Pas y don Vctor se miraban y se encontraban aspecto de
nufragos.
Anden, anden, ngeles de Dios, que la mojadura puede llegar a los huesos y darles
un romantismo...
Ya ha llegado, Pepe, ya ha llegado.
La seorita Ana ya ti preparada ropa caliente pa ust y creo que no falta pa este
seor cura; y si no, yo tengo una camisa fina que podra ponrsela una princesa...
El Magistral, en vez de entrar en la huerta por el postigo por donde haban salido, dio
vuelta a la muralla y entr en las cocheras, de donde hizo sacar su miserable berlina de
alquiler.
Don Vctor no le vio siquiera separarse de l. Tan absorto iba.
Encontr el Magistral al Marqus, que no quera dejarle marchar en aquel estado...
Pero si va usted a coger una pulmona... Mdese usted... Ah habr ropa...
No hubo modo de convencerle.
Despdame usted de la Marquesa. En una carrera estoy en mi casa...
Y dej el Vivero, no tan a escape como l hubiera querido, sino a un trote falso que
poco a poco se fue convirtiendo en un paso menos que regular.
Pero, hombre, castigue usted a ese animal gritaba don Fermn al cochero. Mire
usted que voy calado hasta los huesos... y quiero llegar pronto a mi casa.
El cochero, ante la perspectiva de una propina, descarg dos tremendos latigazos
sobre los lomos del rocn, que vino a pagar as la ira concentrada por tantas horas en el
pecho del Provisor. Aquellos latigazos los hubiera descargado el cannigo de buen grado
sobre el rostro de Mesa.
Cuando el miserable y desvencijado vehculo llegaba a las primeras casas de los
arrabales de Vetusta, obscureca. La noche, segn haba anunciado don Vctor, amenazaba
con nueva tormenta. Todo el cielo se cubra de nubes pardas que se ennegrecan poco a
poco. Ya se vean relmpagos extensos en el horizonte por Norte y Oeste, y de tarde en
tarde zumbaba rodando un trueno all muy lejos.
Don Fermn llevaba el alma sofocada de hasto, de desprecio de s mismo. Qu
jornada! pensaba, qu jornada! No le quedaba ni el consuelo de compadecerse; merecido
tena todo aquello; el mundo era como el confesonario lo mostraba, un montn de basura;
las pasiones nobles, grandes, sueos, aprensiones, hipocresa del vicio... Buena prueba era
l mismo, que a pesar de sentirse enamorado por modo anglico, caa una y otra vez en
groseras aventuras, y satisfaca como un miserable los apetitos ms bajos. Y al fin
Teresina... era de su casa, pero Petra era de la otra, de Ana. Ya no se disculpaba con los
sofismas del maquiavelismo, de la conveniencia de tener de su parte a la criada. Con unas
cuantas monedas de oro hubiera conseguido lo mismo. Y don Vctor? Otro miserable y
adems un estpido que mereca cuanto mal le viniera encima, como l, como Ana lo

437

mereca tambin, como lo mereca el mundo entero, que era un lodazal... Oh, aquellos
relmpagos deban quemar el mundo entero si se quera hacer justicia de una vez!
Lo que ms le irritaba era que su conciencia le envolva a l tambin en el general
desprecio... Todo era pequeo, asqueroso, bajo... y l como todo.
Y lo que haba dicho el mdico? Ubi irritatio... es decir, que Ana caera en brazos de
don lvaro... que era fatal aquella cada!... Y tanto misticismo, y tanto hermano mayor del
alma... para qu haba servido? Farsa, hipocresa, hipocresa inconsciente, como la propia,
como la del universo entero...
El Magistral daba diente con diente. El fro le hizo pensar en la ropa; la ropa, en su
madre.
Esta es otra. Qu va a decir al verme entrar as? Tendr que inventar una mentira.
Bah! una ms, qu importa?... Y los otros all... a sus anchas... Podrn, si quieren,
cometer sus torpezas delante del mismo idiota del marido... Oh, quin es aqu el marido?
Quin es aqu el ofendido? Yo, yo! que siento la ofensa, que la preveo, que la huelo en el
aire... no l que no la ve aun puesta delante de los ojos...
Idea tuvo de arrojarse del coche, y a pie, a todo correr, volver furioso al Vivero a
sorprender lo que el presentimiento le daba por seguro, lo que no haba pasado tal vez en
el bosque, pero lo que estara pasando en la casa... entre aquellos borrachos disimulados y
aquellas damas lascivas, locas y encubridoras...
Un trueno que retumb sobre Vetusta sirvi de acompaamiento a la clera del
cannigo.
Eso! eso! rugi mientras abra la portezuela y se apeaba frente a su casa.
Esto slo se arregla con rayos!
Y entr en su casa despus de pagar al cochero.
Los rayos que quera le esperaban arriba dispuestos a estallar sobre su cabeza.
Cuando se acost aquella noche, pensaba que en su vida haba tenido tan formidable
reyerta con su seora madre, ni haba visto jams a doa Paula ostentar mayores parches
de sebo en las sienes.
Y al dormirse, la ltima idea que le persegua, la que ms le atormentaba con sus
punzadas, era la del ridculo.
Qu aventuras tan grotescas... qu horrorosa irona de lo cmico durante todo el
da! Y... la culpa de todo la tena la odiosa, la repugnante sotana...
Los ltimos pensamientos del Magistral fueron maldiciones. Pero a pesar de todo
durmi, rendido por tanta fatiga.
All en el Vivero los convidados haban puesto a mal tiempo buena cara, y mientras
en el palacio viejo los curas rurales, el Marqus y algunos otros seores de Vetusta jugaban
al tresillo a primera hora y ms tarde al monte, que llamaba el clero del campo la santina,
en la casa nueva todas las damas y los caballeros que haban querido correr por los prados
en la romera, procuraban divertirse como podan y se bailaba, se tocaba el piano, se
cantaba y se jugaba al escondite por toda la casa. Ya se saba que al Vivero no se iba a otra
cosa. Visitacin, Obdulia y Edelmira tambin, eran las que conocan mejor los lugares ms
escondidos, dnde haba puertas de escape y todo lo que exigan aquellos juegos infantiles a
que se entregaban, sin pensar en los muchos aos que tenan varias de aquellas personas
tan alegres.
A don Vctor se le recibi en triunfo; triunfo burlesco. Algunos, Visita y Paco entre
ellos, queran coronarlo, pero l prefiri correr a su cuarto para mudarse de pies a cabeza.

438

Entr con l la Regenta para ayudarle.


Y don Fermn? pregunt.
Tu don Fermn es un botarate, hija ma, y perdona contest Quintanar de mal
humor, mientras se mudaba los calcetines.
Y refiri a su mujer todo lo que les haba sucedido, menos el hallazgo de la liga.
Ana convino en que De Pas haba llevado la galantera a un extremo ridculo, sobre
todo ridculo en un sacerdote.
A quin le importar ms mi mujer, a l o a m? repeta a cada instante el
marido, como supremo argumento contra el Magistral.
S, pensaba Ana, tiene razn don lvaro, ese hombre... tiene celos, celos de
amante... y lo que ha hecho hoy ha sido una imprudencia... Debo huir de l, tiene razn
lvaro.
Mesa y Paco, en los das anteriores, haban venido varias veces al Vivero, a caballo;
Mesa haba encontrado a la Regenta expansiva, alegre, confiada: y sin hablar palabra de
amor pudo conseguir que ella escuchase consejos que l juraba higinicos principalmente.
El misticismo era una exaltacin nerviosa.
En eso andaba Ana tambin, asustada todava con los recuerdos de sus aprensiones.
Adems, el Magistral no era un mstico; lo menos malo que se poda pensar de l
era que se propona ganar a las seoras de categora para adquirir ms y ms influencia.
Cuando don lvaro se atrevi a decir esto, ya sus confidencias haban sido muy
ntimas.
De amor no se hablaba; Mesa, aunque con trabajo, respetaba a la Regenta hasta el
punto de no tocarle al pelo de la ropa. Ella se lo agradeca y, como en tiempo antiguo,
procuraba aturdirse, no pensar en los peligros de aquella amistad; y lo consegua mejor que
antes.
Mi salud, pensaba, exige que yo sea como todas: basta para siempre de
cavilaciones y propsitos quijotescos y excesivos: quiero paz, quiero calma... ser como
todas. Mi honor no padecer... pero los escrpulos me volveran a la locura, a las
aprensiones horrorosas...
Y temblaba recordando las tristezas y los terrores pasados.
La pasin, menos vocinglera que antes, subrepticia, segua minando el terreno, y a
los pocos latidos de la conciencia contestaba con sofismas.
Cuando Quintanar refiri los pasos imprudentes del Magistral, Ana sinti por un
momento algo de odio. Cmo? Su mismo confesor la comprometa? Si Vctor fuera otro,
no podra haber sospechado o de don lvaro o del cannigo mismo? Pues no estaba bien
claro que todo aquello eran celos? No faltaba ms! qu horror! qu asco! amores con un
clrigo!
Y ahora s que la imagen de don lvaro se le presentaba risuea, elegante, fresca y
viva. Al fin aquello estaba dentro de las leyes naturales y sociales... a lo menos era cosa
menos repugnante... menos ridcula; no, lo que es ridculo, nada... pero un cannigo!...
Y le pareca que el pecado de querer a un Mesa era ya poco menos que nada, sobre
todo si serva para huir de los amores de un Magistral... Pero qu se habra figurado aquel
seor cura?

439

No se acordaba la Regenta ahora de aquello del hermano mayor del alma, ni de la


lea que ella, sin mala intencin, sin asomo de coquetera, haba arrojado al fuego de que
ahora se avergonzaba. La pasin, que ahora halagaba con su nueva vida, vencedora,
prxima a estallar, le sugera sofisma tras sofisma para encontrar repugnante, odiosa,
criminal la conducta del Provisor y noble y caballeresca la de Mesa.
El cual, aquella misma maana en el pozo lleno de yerba, antes en el patio de la
iglesia, por las callejas, cuando venan detrs del tambor y de la gaita, en el bosque,
despus en el carro de Pepe, donde venan juntos, casi sentada ella encima de l, sin poder
remediarlo, ms tarde en el saln, en todas partes y en todo el da le haba estado dejando
ver que la adoraba, pero no se lo haba dicho por respeto... a fuerza de quererla tanto.
Y comparando proceder con proceder, Anita encontraba abominable el del clrigo.
Y le falt tiempo para decrselo a don lvaro.
En tono confidencial, que al lechuguino le supo a gloria, le fue diciendo, cuando pudo
hablarle sin que los oyeran:
Qu le parece a usted la conducta del Magistral?
Qu le haba de parecer a don lvaro? Abominable! Pues qu era lo que l, don
lvaro, tena dicho? Que no haba que fiarse del Provisor, etc., etc.
S, Ana, est enamorado de usted, loco, loco... eso se lo conoc yo hace mucho
tiempo... porque... porque...
Y lvaro sonrea
acompaamiento de una
una msica que le sala
delicia mucho ms fuerte

de un modo que lo deca todo perfectamente, y hasta con


msica dulcsima que la Regenta crea or dentro de sus entraas;
de los ojos y de la boca... qu saba ella! pero aquello era una
que todas las del misticismo.

Cuando hablaban as, como otros dos hermanos del alma, empezaba la noche,
retumbaban los truenos lejanos y vibraban en el cielo los relmpagos que a don Fermn le
sorprendieron al entrar en Vetusta. Ana y Mesa estaban solos apoyados en el antepecho de
la galera del primer piso, en una esquina de aquel corredor de cristales que daba vuelta a
toda la casa. La mayor parte de los convidados abajo, en el saln, se preparaban a volver a
Vetusta, otros preferan aceptar la hospitalidad que los Marqueses les ofrecan en el Vivero
por aquella noche. Todo era abajo ruido, movimiento, rdenes confusas, broma,
vacilaciones, unos que se quedaban y de repente preferan emprender el viaje, otros que se
preparaban a ocupar un asiento en un coche y volvan a la casa, prefiriendo dormir en el
suelo aunque fuera. Ripamiln desde luego, acept la cama que le ofreci la Marquesa
para l solo.
Vuelve la tormenta y yo no quiero bromas con la electricidad; me consta que la
carrera de un coche atrae el rayo... Me quedo, me quedo.
Las baronesas prefirieron desafiar la tempestad. El Barn quera ms quedarse, pero
tuvo que seguirlas. Tambin se meti en el coche el gobernador, pero su esposa se qued
con los Marqueses. Bermdez volvi a Vetusta; Visitac in, Obdulia, Edelmira, Paco y Mesa,
se quedaban.
Mientras abajo se trataban a gritos y con idas y venidas tan arduas materias,
Edelmira, Obdulia, Visita, Paco y Joaqun corran como locos por el corredor del primer piso.
Visitacin estaba un poco borracha, no tanto por lo que haba bebido como por lo que haba
alborotado; Obdulia deca que tena un clavo en la sien: haba bebido mucho ms, pero el
torbellino del baile, las emociones fuertes del escondite la mantenan en pie firme de puro
excitada. Edelmira, maestra ya en el arte de divertirse al estilo de la casa de sus tos, estaba
como una amapola y rea y gozaba con estrpito; su alegra era comunicativa y simptica.

440

Paco la pellizcaba sin compasin y ella despedazaba los brazos de Paco; Joaqun Orgaz, que
haba conseguido aquella tarde algunas ventajas positivas en el amor siempre efmero de
Obdulia, pellizcaba tambin; y haba carreras, tropezones, voces, aprietos, saltos, sustos,
sorpresas. Ahora, mientras Ana y lvaro hablaban asomados a la galera, sin miedo al agua
que les salpicaba el rostro ni a los relmpagos que rasgaban el horizonte negro enfrente de
sus ojos, los dems, en la obscuridad del corredor estrecho jugaban a un juego de nios que
se llamaba en Vetusta el cachipote, y que consiste en esconder un pauelo convertido en
ltigo y buscarlo por las seas conocidas de: fro y caliente. El que lo encuentra corre detrs
de los otros a latigazos hasta llegar a la madre. Este juego inocente daba ocasin a multitud
de sabrosos incidentes entre aquellos jugadores todos malicia. A menudo dos manos, una de
hembra y otra de varn, buscaban en el mismo agujero el cachipote; los que corran se
atropellaban, y la verdad histrica exige que se declare, por ms que parezca inverosmil,
que muy a menudo aquellos chicos que corran como locos todos juntos por la estrecha
galera huyendo del ltigo, caan al suelo en confuso montn, mientras el zurriago les meda
las espaldas.
Y mientras abajo sonaba el ruido confuso y grrulo de las despedidas y preparativos
de marcha, y detrs el estrpito de los que corran en la galera, y all en el cielo, de tarde
en tarde, el bramido del trueno, la Regenta, sin notar las gotas de agua en el rostro, o
encontrando deliciosa aquella frescura, oa por la primera vez de su vida una declaracin de
amor apasionada pero respetuosa, discreta, toda idealismo, llena de salvedades y
eufemismos que las circunstancias y el estado de Ana exigan, con lo cual creca su encanto,
irresistible para aquella mujer que senta las emociones de los quince aos al frisar con los
treinta.
No tena valor, ni aun deseo, de mandar a don lvaro que se callase, que se
reportase, que mirase quin era ella. Bastante lo miraba, bastante se contena para lo
mucho que aseguraba sentir y sentira de fijo.
No, no, que no calle, que hable toda la vida, deca el alma entera. Y Ana,
encendida la mejilla, cerca de la cual hablaba el presidente del Casino, no pensaba en tal
instante ni en que ella era casada, ni en que haba sido mstica, ni siquiera en que haba
maridos y Magistrales en el mundo. Se senta caer en un abismo de flores. Aquello era caer,
s, pero caer al cielo.
Para lo nico que le quedaba un poco de conciencia, fuera de lo presente, era para
comparar las delicias que estaba gozando con las que haba encontrado en la meditacin
religiosa. En esta ltima haba un esfuerzo doloroso, una frialdad abstracta y en rigor algo
enfermizo, una exaltacin malsana; y en lo que estaba pasando ahora ella era pasiva, no
haba esfuerzo, no haba frialdad, no haba ms que placer, salud, fuerza, nada de
abstraccin, nada de tener que figurarse algo ausente, delicia positiva, tangible, inmediata,
dicha sin reserva, sin trascender a nada ms que a la esperanza de que durase
eternamente. No, por all no se iba a la locura.
Don lvaro estaba elocuente; no peda nada, ni siquiera una respuesta; es ms,
lloraba, sin llorar por supuesto, de pura gratitud, slo porque le oan. Haba callado
tanto tiempo! Que haba mil preocupaciones, millones de obstculos que se oponan a su
felicidad? Ya lo saba l; pero l no peda ms que lstima, y la dicha de que le dejaran
hablar, de hacerse or y de no ser tenido por un libertino vulgar, necio, que era lo que el
vulgo estpido haba querido hacer de l.
Siempre le haba gustado mucho a Ana que llamasen al vulgo estpido; para ella la
seal de la distincin espiritual estaba en el desprecio del vulgo, de los vetustenses. Tena la
Regenta este defecto, tal vez heredado de su padre: que para distinguirse de la masa de los
c reyentes, necesitaba recurrir a la teora hoy muy generalizada del vulgo idiota, de la
bestialidad humana, etc., etctera.

441

Por fortuna, don lvaro saba perfectamente manejar este resorte: era l capaz de
despreciar, llegado el caso, al mismo sol del medioda si se opona a sus pasiones. Todo era
preocupacin, pequeez de nimo... Pero, tena l derecho para que Ana siguiera sus ideas
y despreciase las maliciosas y groseras aprensiones del vulgo? Oh, no; ya saba que la letra
estaba contra l... Al fin, qu era l? Un hombre que hablaba de amor a una seora que era
de otro, ante los hombres... Ya lo saba, s; no exiga que Ana se hiciese superior a tantas
tradiciones, leyes y costumbres, lugares comunes y rutinas como le condenaban; claro que
haba en el mundo mujeres, virtuosas como las que ms, que ya saban a qu atenerse
respecto de la letra de la ley moral que condenaba aquel amor de Mesa; pero poda l
pedir a Ana, educada por fanticos, que haba pasado su juventud en un pueblo como
Vetusta, poda pedirla que se dignase siquiera alentar su pasin con una esperanza? Oh, no;
demasiado saba que no... bastaba con que le oyera. Cuntos aos haba estado sin querer
orle! Y lo que l haba padecido!... Pero, en fin, de esto ya no haba que acordarse. El dolor
haba sido infinito... infinito... pero todo lo compensaba la felicidad de aquel momento.
Callaba Ana, oa... pues qu ms dicha poda l ambicionar?...
A la luz de un relmpago, la Regenta vio los ojos de lvaro brillantes y envueltos en
humedad de lgrimas.
cielo.

Tambin tena las mejillas hmedas... Ella no pens que esto poda ser agua del

Estaba llorando aquel hombre... el hombre ms hermoso que ella haba visto, el
compaero de sus sueos, el que debi haberlo sido de su vida!...
Pero por qu hablaba de agradecimiento? Por qu ella no le interrumpa? Si l
supiera... si l supiera que no poda ni hablar!...
Ana senta un placer puramente material, pensaba ella, en aquel sitio de sus entraas
que no era el vientre ni el corazn, sino en el medio. S, el placer era puramente material,
pero su intensidad le haca grandioso, sublime. Cuando se gozaba tanto, deba de haber
derecho a gozar.
Cuando lvaro, creyendo bastante cargada la mina, suplic que se le dijera algo, por
ejemplo, si se le perdonaba aquella declaracin, si se le quera mal, si se haba puesto en
ridculo... si se burlaba de l, etc., Ana, separndose del roce de aquel brazo que la
abrasaba, con un mohn de nia, pero sin asomo de coquetera, arisca, como un animal dbil
y montaraz herido, se quej... se quej con un sonido gutural, hondo, mimoso, de vctima
noble, suave. Fue su quejido como un estertor de la virtud que expiraba en aquel espritu
solitario hasta entonces.
Y se alej de lvaro, llam a Visita... la abraz nerviosa y dijo, pudiendo al fin hablar:
A qu jugis, locos?...
Ahora ya a nada... Jugbamos al cachipote, pero Paco y Edelmira estn all en la
esquina del otro frente disputando sobre quin tiene ms fuerza, si ella o l... Ven, ven,
vers qu puos los de Edelmira.
En la ms obscura de las galeras, en un rincn, amontonados estaban los dems
compaeros de broma; Edelmira y Paco espalda con espalda, como se baila a veces la
mueira, sobre todo en el teatro, medan sus fuerzas... Paco resista con dificultad el empuje
violento de su prima, que gozando lo que ella y el diablo saban, se incrustaba en la carne de
su primo, ms blanda que la suya, empeada en vencerle y hacerle andar hacia adelante
mientras ella andaba hacia atrs. Al cabo, Edelmira venci, y Paco, silbado por los
presentes, propuso luchar de frente, con las manos apoyadas en los hombros del contrario.
As se hizo y esta vez venci Paco.

442

Joaqun propuso la misma lucha a Obdulia; Visita se atrevi a medir con la Regenta
sus fuerzas. Joaqun y Ana vencieron. A don lvaro, que no tena con quin luchar, se le vino
a la memoria la escena del columpio en que le venci el maldito De Pas... Pero ahora le
tena debajo de los pies.
Ms vala maa que fuerza.
Siguieron los ejercicios corporales; el ruido del agua, la luz de los relmpagos, los
truenos lejanos, la obscuridad ambiente, los vapores de la comida, la estrechez del corredor,
todo los animaba, los arrojaba a la alegra aldeana, a los juegos brutales de la lascivia
subrepticia, moderados en ellos por instintos de la educacin. Pero volvieron los pellizcos,
los gritos, los puetazos de las mujeres en la cabeza de los varones. Ana jams haba
asistido a escenas semejantes; ella y don lvaro no tomaban parte activa en la broma al
principio, pero al fin le toc a la Regenta algn pellizco, ninguno de Mesa, a ste varios de
Obdulia y Visita, y, sin pensarlo, Ana en la general contienda ms de una vez sinti su
espalda oprimida por la de lvaro, y aunque hua el contacto delicioso, de un sabor especial,
en cuanto lo notaba, el contacto volva, y Ana iba sintiendo emociones extraas, nuevas del
todo, una inquietud alarmante, sofocaciones repentinas y una especie de sed de todo el
cuerpo que hasta le quitaba la conciencia de cuanto no fuese aquel rincn obscuro, estrecho,
donde cantaban, rean, saltaban... Como una msica lejana, dulcsima en su suavidad,
recordaba todos los pormenores de la declaracin amorosa de Mesa...
Fatigados con tanto movimiento y alardes de fuerza, choques y excitaciones vanas,
Paco y Joaqun, antes que Edelmira, Obdulia y Visita, dejaron de correr y enredar; y muy
serios, con la melancola del cansancio, se pusieron a contemplar la luna que apareci en el
horizonte como una linterna en el campo de batalla de las nubes, que yacan desgarradas
por el cielo.
Paco, con regular voz de bartono, cant pedazos de Favorita y de Sonmbula y
Joaqun sali por malagueas, como l deca; en su voz haba una tristeza que contrastaba
con la alegra que le brillaba en los ojos, clavados en los de Obdulia, quien aquella noche se
haba propuesto dar el premio de sus favores, no el principal, al gnero flamenco. Por
fortuna, Joaqun se conformaba con el accesit .
Don Vctor, que se aburra abajo, oy cantar el Spirto gentil y subi. Le daba ahora
por la msica. Cantar peras, a su modo, y or cantar a los que afinaban ms que l era su
delicia por aquella temporada, y si todo esto se haca a la luz de la luna, miel sobre hojuelas.
Todos en un grupo, respirando el fresco de la noche, contemplando la luna que sala
por la bveda desgarrando jirones de nubes de forma caprichosa, cantaban a la vez o por
turno y hablaban en voz baja, como respetando la majestad de la naturaleza dormida, con
languidez del cuerpo y del alma.
Don Vctor era ms soador que ninguno de los presentes. Se acerc a Mesa,
consigui entablar conversacin particular con l, y como encontr a su amigo ms atento
que nunca, ms cordial, ms afectuoso, no tard en abrirle el alma de par en par.
Cuando ya los otros se haban cansado de la luna y de las peras y las malagueas,
don Vctor, que haba comido bien y merendado con frecuentes libaciones, segua abriendo
el pecho ante la atencin de Mesa; atencin muda, intachable.
Mire usted deca el viejo yo no s cmo soy, pero sin creerme un Tenorio,
siempre he sido afortunado en mis tentativas amorosas; pocas veces las mujeres con quien
me he atrevido a ser audaz, han tomado a mal mis demasas... pero debo decirlo todo: no
s por qu tibieza o encogimiento de carcter, por frialdad de la sangre o por lo que sea, la
mayor parte de mis aventuras se han quedado a medio camino... No tengo el don de la
constancia.

443

Pues es indispensable.
Ya lo veo; pero no lo tengo. Mis pasiones son fuegos fatuos; he tenido ms de diez
mujeres medio rendidas... y muy pocas, tal vez ninguna puedo decir que haya sido ma, lo
que se llama ma... Sin ir ms lejos...
Don Vctor, en el seno de la amistad, seguro de que Mesa haba de ser un pozo, le
refiri las persecuciones de que haba sido vctima, las provocaciones lascivas de Petra; y
confes que al fin, despus de resistir mucho tiempo, aos, como un Jos... habase cegado
en un momento... y haba jugado el todo por el todo. Pero nada, lo de siempre; bast que la
muchacha opusiera la resistencia que el fingido pudor exiga, para que l, seguro de vencer,
enfriara, cejase en su descabellado propsito, contentndose con pequeos favores y con el
conocimiento exacto de la hermosura que ya no haba de poseer.
Y de una en otra vino a declarar el hallazgo de la liga, aunque sin decir que haba
sido de su mujer. Le pareca una debilidad indigna de un marido de mundo regalarle ligas
a su seora. Pidi consejo a Mesa respecto de su conducta futura con Petra.
Debo despedirla?
Tiene usted celos?
No seor; yo no soy el perro del hortelano... aunque he de confesar que algo me
disgust en el primer momento el descubrir aquella prueba de su liviandad.
Pero est usted seguro de que la liga es de Petra?
Ah, s; estoy absolutamente seguro.
Y sigui Quintanar hablando, hablando, sin trazas de dejarlo.
La alcoba en que dorman Ana y don Vctor tena una ventana a la galera
precisamente del lado en que estaban conversando los dos amigos.
La Regenta abri de repente las vidrieras y llam a su marido.
Pero, Vctor, no te acuestas hoy?
Los dos amigos se volvieron.
Quintanar tena los ojos inflamados y las mejillas encendidas... Sus confidencias le
haban rejuvenecido...
Pero qu hora es, hija ma?
Muy tarde... Ya sabes que en la aldea nos recogemos temprano. Los Marqueses ya
estn recogidos. Ahora mismo acaba de llamar la Marquesa a Edelmira, que duerme en su
cuarto.
Bobadas de mam dijo Paco de mal humor apareciendo por un extremo de la
galera. Edelmira prefera dormir con Obdulia, como es natural... y ahora doa Rufina la
haca acostarse en su misma alcoba... Bobadas... Tonteras de mam.
Buena est Obdulia para dormir con nadie dijo Visita que vena del cuarto
contiguo al de Ana.
Pues qu tiene?
Yo creo que una mica, una borrachera de mil cosas, de ruido, de fatiga y hasta de
vino... qu s yo; ello es que est en la cama dando ayes y dice que all no se acuesta
nadie, que quiere dormir sola... yo me voy junto a ella; voy a poner mi cama al lado de la
suya... Buenas noches...

444

Y acercndose a la ventana sujet a la Regenta por los hombros, le habl al odo, le


llen de besos estrepitosos la cara y corri a su cuarto, haciendo antes una mueca de
conmiseracin burlesca a Joaquinito Orgaz que, cabizbajo y tristn, rondaba por los pasillos.
Vamos, vamos, ya ves que todos se retiran. Vctor, a la cama.
Ana sonrea, hermosa y fresca con su traje sencillo de la hora de acostarse.
Y ustedes? dijo Quintanar.
Nosotros respondi Paco nos hemos quedado sin cama porque a la seora
gobernadora le dio el capricho de tener miedo a los truenos y quedarse a dormir...
De modo?... pregunt Ana risuea.
Que dormiremos en un sof.
Vaya, vaya, pues buenas noches.
Espera un poco, tonta, mira qu buena noche est... hablemo s aqu un poco...
Yo no tengo sueo; tiene razn Paco; hablemos dijo don Vctor, que haba
entrado en su cuarto y se haba puesto las zapatillas y el gorro de borla de oro.
Cmo hablar? no seor,... a la cama...
Y Ana, coqueta sin querer, amenaz graciosa, provocativa, con cerrar las ventanas y
las contraventanas...
Mesa con un mohn le suplic que esperase...
Y hablando en tono confidencial, comentando los sucesos del da, las bromas, los
juegos, estuvieron a la luz de la luna cerca de una hora todava; Ana y su marido dentro,
Paco, Joaqun y lvaro, en la galera...
Don Vctor estaba en sus glorias. Ver a su Anita alegre, expansiva, y all, cerca del
propio lecho, a los amigos jvenes en cuya compaa se senta l joven tambin qu mayor
dicha? Ni la sombra de una sospecha se le asomaba al alma al noble exregente. Ya todo
era silencio en la casa, todos dorman, y slo en aquel rincn de la galera, junto a aquella
ventana abierta haba el ruido suave de un cuchicheo. Hablaban a veces dos o tres a un
tiempo, pero todos en voz baja que pareca dar ms intimidad e inters a lo que se decan.
Ana esquivaba unas veces las miradas de don lvaro, que fumaba apoyando un codo muy
cerca de los de Anita, tambin reclinada sobre el antepecho. Otras veces, las ms, los ojos
se clavaban en los ojos y sin que nadie pudiera remediarlo se decan amores, cada vez ms
elocuentes.
lvaro, de tarde en tarde, miraba de soslayo y con envidia y codicia al interior de la
alcoba... Ana sorprendi alguna de aquellas miradas rpidas y compadeci al enamorado
galn, sin tomar a mal su curiosidad indiscreta.
Don Vctor no llevaba traza de poner fin al palique y Ana misma se crey en el caso
de decir:
Vaya, vaya... hasta maana; Vctor, adentro, adentro.
Y cerr las vidrieras en las narices de lvaro y de los pollos. Paco y Joaqun
desaparecieron en lo obscuro del corredor. Quintanar ya estaba de espaldas, all en el fondo
de la alcoba, en mangas de camisa. Don lvaro no se mova; y vio a la Regenta detrs de
los cristales, cerrando pausadamente las maderas; y ella en medio, en el hueco de luz,
mirndole seria, dulce... y despus, cuando ya slo quedaba un intersticio, le mir risuea,
juguetona. Volvi a abrir otro poco... y volvi a verle todo el rostro.

445

Adis, adis, dormir bien dijo


contraventanas de golpe y corri el pestillo.

Ana

detrs

de

las

vidrieras;

cerr

las

Como la romera de San Pedro hubo muchas durante el mes de Julio por los
alrededores del Vivero. A casi todas asistieron los Marqueses y sus amigos. Quintanar y
seora esperaban a los de Vetusta en la quinta; y unas veces a pie, otras en coche, se
emprenda la marcha, se recorra aquellas aldeas pintorescas, se oan aquellos cnticos,
montonos, pero siempre agradables, dulces y melanclicos de la danza n
i dgena, y se
volva al obscurecer, comiendo avellanas y cantando, entre labriegos y campesinas
retozonas, confundidos seores y colonos en una mezcla que enterneca a don Vctor; el cual
deca: Vea usted, si se pudieran realizar la igualdad y la fraternidad... no haba cosa mejor
ni ms potica.
Mesa y Paco no faltaban ni a una de estas excursiones; pero, adems, solan visitar a
la Regenta cada tres o cuatro das. A veces Ana y Quintanar, despus de comer, a eso de las
cuatro de la tarde, salan a la carretera de Santianes a esperar a sus amigos. La soledad le
iba pesando un poco a don Vctor y aquellas visitas las agradeca en el alma. Ana al divisar
all lejos, en el extremo de la cinta larga y estrecha de carretera las siluetas de los dos
poderosos caballos blancos de Mesa y Vegallana, senta un placer que se le antojaba
infantil... y se pona nerviosa de ansiedad que creca segn se acercaban los bultos y se
aclaraban las figuras de caballos y jinetes.
Ni Visitacin ni Paco se atrevan ya nunca a decir nada a don lvaro alusivo a sus
pretensiones amorosas: le dejaban hacer; conocan en la cara de gloria del Tenorio que
esperaba el triunfo, que tal vez lo estaba tocando, y comprendan que el pudor, la
vergenza, mejor dicho, exiga un silencio absoluto respecto del caso. Don lvaro agradeca
la delicadeza de sus cmplices y callaba tambin, tranquilo y satisfecho.
A fines del mes comenz la dispersin general; todos los que tenan cuatro cuartos, y
muchos que no los tenan, dejaron la capital y buscaron la frescura de la playa.
Don Vctor, loco de contento, sali del Vivero con su mujer y con Petra y se instal en
el puerto mejor de la provincia, La Costa, villa floreciente ms rica que Vetusta, emporio del
cabotaje y vestida muy a la moda. Otros aos Quintanar pasaba el mes de Agosto en
Palomares, adonde iban tambin Visita, Obdulia y alguna vez los Marqueses y Mesa.
Dos aos hace que no he veraneado! deca Quintanar alegre como un chiquillo.
La Regenta prefiri La Costa a Palomares porque el Magistral haba suplicado que no
se fuera a baos, y que si el mdico lo exiga que por lo menos no se fuera a Palomares. No
quiso Ana contradecir este deseo del confesor y transigi.
Iremos a La Costa dijo en la carta en que contest a don Fermn. Tena ste
psima idea de los efectos morales de los baos de todo el Cantbrico, y especialmente de
los baos de Palomares. La mayor parte de los penitentes volvan de aquel pueblo de pesca
con la conciencia llena de pecadillos que, si tratndose de otros casi le hacan sonrer, en la
Regenta le hubieran hecho muy poca gracia.
Comprenda don Fermn que su influencia iba disminuyendo, que la fe de Ana se
entibiaba y en cambio creca la desconfianza en ella; y como perder del todo a su Regenta
era idea que le asustaba, dando tormento al orgullo, a los celos, haca de tripas corazn,
finga no ver, y mantena su poder espiritual claudicante con puntales de tolerancia y
estribos de paciencia. La ira la desahogaba sobre el Obispo y con la curia eclesistica. Cada
vez era su poder mayor y ms cruel su tirana. Las ventajas de don lvaro en el nimo de
Ana las pagaba el clero parroquial, aquel clero que Foja deca respetar tanto.

446

Tambin Ana prefera aquel modus vivendi; no quera volver a las andadas, tema
que viniesen la compasin y los remordimientos y las aprensiones a molestarla y al fin
hacerla caer enferma, si por completo rompa con el Provisor.
Me conozco, pensaba; s que, despus de
abandonase su amistad, una voz insufrible me haba
suyo. Mejor es esto; ya que l disimula, y finge no ver
al principio, dejmoslo todo as; quiero paz, paz, no ms

todo, le tengo cierto cario, y si


de estar gritando siempre en favor
este cambio, y ya no se queja como
batallas aqu dentro.

Don lvaro, en el tono confidencial que haba adoptado despus de su declaracin,


haba venido a indicar vagamente que no convena irritar a don Fermn, que l le crea capaz
de hacer dao siempre de un modo o de otro. Ana, aunque lvaro no se atreva a ser muy
explcito en este particular, comprenda lo que su amigo, nuevo hermano, quera decir y
aprobaba su prudencia.
Por todo lo cual pudo el Provisor atreverse a insinuar aquel deseo que en otro tiempo
hubiera sido impuesto en un decreto sin exposicin de motivos.
Ana fue a La Costa. Mesa, por disimular, pas cinco das en Palomares, despus se
corri a San Sebastin, y el da de Nuestra Seora de Agosto se present en La Costa, en un
vapor de Bilbao, nuevo y reluciente.
A don Vctor le gustaba mucho, por una temporada, la vida de fonda. Se haba
instalado en la ms lujosa, de ms movimiento y ruido, situada en el muelle. All se fue
tambin Mesa, accediendo a los ruegos de su amigo el exregente.
Veinte das despus volvan los tres juntos a Vetusta; Bentez felicit a la Regenta por
su notable mejora; ahora s que estaba la salud asegurada; qu color! qu morbidez! qu
slidamente robusta volva!
A don Vctor se le caa la baba. Oh, el mar, si no hay como el mar, y la mesa
redonda, y la casa de baos, y los paseos por el muelle, y los conciertos al aire libre... y los
teatros y circos! Qu contento estaba con la vida Quintanar! Su mujer era una joya; la ms
hermosa de la provincia, como haba sido siempre, pero adems ahora suya, completamente
suya, y de un humor nuevo, alegre, activo, como el que Dios le haba otorgado a l...
Y yo? eh? qu tal vengo yo seor Bentez?
Magnfico, magnfico tambin; hecho un pollo.
Ya lo creo!
Y este galpago? Este galpago que ya va siendo viejo, qu tal? Y daba
palmaditas en la espalda de Mesa. ste s que parece un chiquillo.
Y volvindose a Frgilis que estaba presente, algo triste y desmejorado, aada
Quintanar:
En cambio t vas a escape para Villavieja... Y eso que tanto tono sabes darte con
tu higiene, y tu vida de rbol secular. No, lo que es al siglo no llegas, carcamal...
Y abrazaba y daba palmadas en la espalda tambin a su Frgilis para que no tuviera
celos de Mesa. Quintanar era feliz; quera que lo fueran todos los suyos, su mujer, sus
criados, y los amigos, hasta los conocidos, el mundo entero.
Si Mesa le preguntaba en broma:
Qu tal Kempis? Qu dice de esto Kempis?
El otro contestaba:

447

Quin? Qu Kempis ni qu ocho cuartos!... Voy a hacer obras en el casern. Voy


a blanquear el patio y los pasillos, a empapelar el comedor y picar la piedra de la fachada.
Vern ustedes qu hermosa queda la piedra amarillenta despus que la piquemos. No quiero
obscuridad, no quiero negruras, no quiero tristezas.
Mesa haba convencido a la Regenta de que don Vctor, en rigor, vena a ser una
cosa as... como un padre. Siempre haba pensado ella algo por el estilo.
Sin embargo, se le deba el honor; y a pesar de tanta intimidad, de aquel amor
confesado implcitamente, Ana poda decir que don lvaro no haba puesto sus labios en
aquella piel con cuyo contacto soaba de fijo.
Mesa no se daba prisa. Aquella casada no era como otras; haba que conquistarla
como a una virgen; en rigor l era su primer amor y los ataques brutales la hubieran
asustado, le hubieran robado mil ilusiones. Adems a l tambin le rejuveneca aquella
situacin de amor platnico, de intimidad dulcsima en que slo l hablaba de amor con la
boca y ambos con los ojos, la sonrisa y todo lo dems que era mudo y no era deshonesto y
grosero.
As como as el verano siempre le tena un poco lnguido y desmadejado. Calculaba
l, con aquella frivolidad afectada y natural al mismo tiempo de materialista prctico,
calculaba que all para el invierno l se sentira fuerte como un roble y la Regenta estara
suave y dcil como una malva. Adems, una barbaridad poda, si no echarlo todo a perder,
retrasar las cosas, darles un giro menos picante y sabroso que el que llevaban. Ello dira,
ello dira y no haba de tardar.
Y en tanto la vida era una delicia. El maduro don Juan que, como l deca, tait dj
sur le retour , se senta transformado por la juventud y la pasin vehemente y soadora de
Anita. No recordaba don lvaro haber deseado tanto a una mujer ni haber gozado con los
amores platnicos, segn l llamaba a todos los no consumados, como estaba gozando
entonces.
La Regenta cayendo, cayendo era feliz; senta el mareo de la cada en las entraas,
pero si algunos das al despertar en vez de pensamientos alegres encontraba, entre un poco
de bilis, ideas tristes, algo como un remordimiento, pronto se curaba con la nueva metafsica
naturalista que ella, sin darse cuenta de ello, haba creado a ltima hora para satisfacer su
afn invencible de llevar siempre a la abstraccin, a las generalidades, los sucesos de su
vida.
Pero la misma Ana, tan dada a cavilaciones, tena poco tiempo para ellas. Toda la
vida era diversin, excursiones, comidas alegres, teatros, paseos. Entre la casa de los
Marqueses y la de Quintanar se haba establecido una especie de convivencia de que
participaban Obdulia, Visita, lvaro, Joaqun y algunos otros amigos ntimos.
Se iba al Vivero muy a menudo; se corra por el bosque, por la galera que rodeaba la
casa, por la huerta, por la orilla del ro. Todos parecan cmplices. Obdulia y Visita adoraban
a la Regenta, eran esclavas de sus caprichos, se la coman a besos; juraban que eran felices
vindola tan tratable, tan humanizada. Y jams una alusin picaresca, ni una pregunta
indiscreta, ni una sorpresa importuna. Nadie hablaba all del peligro que slo ignoraba
Quintanar. Muchas veces, cuando una tormenta como la de San Pedro descargaba sobre el
Vivero, se quedaba all toda la comitiva a pasar la noche. Ana se encontraba, sin buscarlo,
pero sin esquivar las ocasiones, en contacto con lvaro, apretada contra l en coches,
palcos, bailes, bosques, muchas veces cada semana.
Un da de Noviembre, de los pocos buenos del Veranillo de San Martn, se emprendi
la ltima excursin, por aquel ao, al Vivero.

448

La alegra era extremada, nerviosa. Aquellos chicos, como segua llamndolos


Ripamiln, tambin expedicionario a pesar de los aos, aquellos chicos que tenan en la
quinta de Vegallana los mejores recuerdos de sus juegos alegres, se despedan con pesar de
aquel rincn de sus primaveras y sus otoos. Queran saborear hasta la ltima gota de
alegra loca en la libertad del campo, en las confidencias secretas y picantes del bosque.
Jams Visita hizo la nia de mejor buena fe, jams Obdulia consinti a Joaqun ms
tonteras, segn su vocabulario lleno de eufemismos; Edelmira y Paco hicieron unas paces
rotas ocho das antes; hasta los viejos cantaron, bailaron un minu y corrieron por el
bosque; don Vctor hizo diabluras y se cay al ro, pretendiendo saltarlo de un brinco por
cierto paraje estrecho.
Ana y lvaro, al darse la mano por la maana, al subir
piel y en la sangre impresiones nuevas. La noche anterior
quera morir. No peda nada, pero se quera morir. Ana en
Vivero no dijo ms que esto, y bajo, al odo de lvaro: Hoy es

al coche, se encontraron en la
lvaro haba dicho que l se
todo el camino de Vetusta al
el ltimo da.

Despus de comer, a todos los amantes del Vivero les preocup la idea de que la
tarde sera muy corta. Joaqun y Obdulia saban que todo el mundo era patria: pero como
all! Edelmira y Paco suspiraban tambin por sus escondites de la quinta, que iban a dejar
muy pronto... Antes del ltimo arranque de locura, de las ltimas carreras por el bosque y
de la ltima alegra hubo un cuarto de hora de melancola... de cansancio mezclado de
tristeza. La tarde iba a ser corta y la ltima. Visita se sent al piano y toc la polka de
Salacia, un baile fantstico de gran espectculo que se representaba aquellas noches en
Vetusta. Salacia, la hija del mar, sacaba a sus hermanas del ocano y no se sabe por qu a
las bacantes a bailar en la playa una danza infernal; Ana record la impresin que aquella
polka haba causado en sus sentidos... Las bacantes! Asia... los tirsos, la piel de tigre de
Baco. Ana saba mucho de estos recuerdos mitolgicos y pronto haba dejado de ver el
pobre aparato escnico del teatro de Vetusta y las bailarinas prosaicas y no todas bien
formadas, para trasladarse a la imaginada regin de Oriente donde su fantasa, a medias
ilustrada, vea bosques misteriosos, carreras frenticas de las bacantes enloquecidas por la
msica estridente y por las libaciones de perpetua orga, al aire libre. La bacante! la
fantica de la naturaleza, ebria de los juegos de su vida lozana y salvaje; el placer sin
tregua, el placer sin medida, sin miedo; aquella carrera desenfrenada por los campos libres,
saltando abismos, cayendo con delicia en lo desconocido, en el peligro incierto de precipicios
y enramadas traidoras y exuberantes... Mientras Visita recordaba de mala manera en el
piano aquella humilde polka de Salacia, que tena de bueno lo que tena de copia, la Regenta
dejaba bailar en su cerebro todos aquellos fantasmas de sus lecturas, de sus sueos y de su
pasin irritada.
De pronto se le antoj mirar una Ilustracin que estaba sobre un centro de sala. La
ltima flor deca la leyenda de un grabado en que clav Ana los ojos. En un jardn, en
Otoo, una mujer hermosa, de unos treinta aos, aspiraba con frenes y oprima contra su
rostro una flor... la ltima...
Ea, ea, al monte! grit en aquel momento Obdulia desde la huerta al monte,
al monte! a despedirse de los rboles...
Visitacin azot con fuerza las teclas violentando el comps de su polka... y en
seguida cerr el piano con mpetu:
Al monte! al monte! gritaron de arriba y de abajo.
Y salieron por el postigo a despedirse de robles, encinas, espinos, zarzas, helechos, y
de la yerba fresca y verde de la otoada.
Aquella noche se prolong la fiesta en Vetusta; era la despedida del buen tiempo; el
invierno iba a volver, el diluvio estaba a la puerta... Y se improvis una cena para todos

449

aquellos seores. Muchos a las doce, despus de bailar y cantar y alborotar, ya tenan
apetito; se haba comido temprano; otros no hicieron ms que probar golosinas y beber.
Como la noche se haba quedado tan serena y templada que pareca de las primeras de
Septiembre, se cen en la estufa nueva que se inaugur en este da; era grande, alta,
confortable, construida por modelo de Pars. Don lvaro, inteligente en la materia, dijo que
se pareca, en pequeo, a la de la Princesa Matilde. Cmo envidi Obdulia aquel dato! Y
sinti orgullo. Un hombre que haba sido su amante poda hablar de la serre de la Princesa
Matilde!
Se cen all. En el saln amarillo, donde se haba bailado despus de volver a
Vetusta, mediante algunos tertulios de refresco, se apagaban solas las velas de esperma, en
los candelabros, corrindose por culpa del viento que dejaba pasar un balcn abierto. Los
criados no haban apagado ms que la araa de cristal. Las sillas estaban en desorden;
sobre la alfombra yacan dos o tres libros, pedazos de papel, barro del Vivero, hojas de
flores, y una rota de Begonia, como un pedazo de brocado viejo. Pareca el saln fatigado.
Las figuras de los cromos finos y provocativos de la Marquesa rean con sus posturas de
falsa gracia violentas y amaneradas. Todo era all ausencia de honestidad; los muebles sin
orden, en posturas inusitadas, parecan amotinados, amenazando contar a los sordos lo que
saban y callaban tantos aos haca. El sof de ancho asiento amarillo, ms prudente y con
ms experiencia que todos, callaba, conservando su puesto.
Una rfaga de viento apag la ltima luz que alumbraba el cuadro solitario. El reloj de
la catedral dio las doce. Se abri la puerta del saln y pasaron dos bultos. Las pisadas las
apag en seguida la alfombra. Por toda claridad la poca de la calle, producto de la luna
nueva y de un farol de enfrente, adulacin del municipio nuevo a la casa del Marqus. Al
abrirse la puerta se oy a lo lejos el ruido de la servidumbre en la cocina; carcajadas y el
run, run, de una guitarra taida con timidez y cierto respeto a los amos; este rumor se
mezclaba con otro ms apagado, el que vena de la huerta, atravesaba los cristales de la
estufa y llegaba al saln como murmullo de un barrio populoso lejano.
Los dos bultos eran Mesa y Quintanar, que ebrio de confidencias persegua a su
amigo ntimo con el relato de las aventuras de su juventud, all en la Almunia de don
Godino.
Don lvaro se dej caer en el sof, sooliento y soador; no oa a don Vctor, oa la
voz del deseo ardiente, brutal, que gritaba: hoy, hoy, ahora, aqu, aqu mismo!
Y en tanto el exregente, a quien aquellas sombras del saln y aquella discreta luz
del farol de enfrente y del cuarto de luna parecan muy a propsito para confesar sus
picardas erticas, continuaba el relato, para decir de cuando en cuando, a manera de
estribillo:
Pero qu fatalidad! Cree usted que por fin la hice ma? pues, no seor! psmese
usted... Lo de siempre, me falt la constancia, la decisin, el entusiasmo... y me qued a
media miel, amigo mo. No s qu es esto; siempre sucede lo mismo... en el momento
crtico me falta el valor... y estoy por decir que el deseo...
Una vez, al repetir esta cancin don Vctor, a Mesa se le antoj atender; oy lo de
quedarse a media miel, lo de faltarle el valor... y con suprema resolucin, casi con ira
pens:
Este idiota me est avergonzando, sin saberlo... Ya que l lo quiere, que sea... Esta
noche se acaba esto... Y si puedo, aqu mismo...
Poco despus, los dos amigos, cansado hasta el mismo don Vctor de confesiones,
volvieron a la mesa, donde reinaba la dulce fraternidad de las buenas digestiones despus
de las cenas grandiosas. No estaba all Anita.

450

Sali lvaro sin ser visto, por lo menos sin que nadie pensara en si sala o no, y entr
de nuevo en el casern. En la cocina segua la algazara. Lo dems todo era silencio. Volvi al
saln. No haba nadie. No poda ser. Entr en el gabinete de la Marquesa... Tampoco vio
entre las sombras ningn cuerpo humano. Todo era sillas y butacas. Sobre ellas ningn
bulto de mujer. No poda ser. Con aquella fe en sus corazonadas, que era toda su religin,
lvaro busc ms en lo obscuro... lleg al balcn entornado; lo abri...
Ana!
Jess!

XXIX

El da de Navidad venga usted a comer el pavo con nosotros. Me lo han mandado de


Len lleno de nueces. Ser cosa exquisita. Adems, tengo vino de mi tierra, un Valdin que
se masca...
Mesa no falt a su promesa, y el da de Navidad comi en el casern de los Ozores.
El saln estaba ahora empapelado de azul y oro a cuadros; la gran chimenea churrigueresca
se haba conservado con sus ondulantes sirenas de abultado seno de yeso. Don Vctor se
content con pintar de un blanco gris discreto, como l deca, todas aquellas cornisas,
volutas, acantos, escocias y hojarasca.
A los postres, el amo de la casa se qued pensativo. Segua con la mirada
disimuladamente las idas y venidas de Petra, que serva a la mesa. Despus del caf pudo
notar don lvaro que su amigo estaba impaciente. Desde aquel verano, desde que haban
vivido juntos en la fonda de La Costa, don Vctor se haba acostumbrado a la comensala de
don lvaro; le encontraba a la mesa ms decidor y simptico que en ninguna otra parte y le
convidaba a comer a menudo. Pero otras veces, despus de charlar cuanto quera,
Quintanar sola levantarse, dar una vuelta por el parque, vestirse, siempre cantando, y dejar
as media hora larga solos a Anita y a su amigo. Y ahora no, no se mova. Ana y lvaro se
miraban, preguntndose con los ojos qu novedad sera aqulla.
La Regenta se inclin un instante para recoger una servilleta del suelo, y don Vctor
hizo a Mesa una sea que quera decir claramente:
Me estorba sa; si se fuera... hablaramos.
Mesa encogi los hombros.
Cuando Ana levant la cabeza sonriendo a don lvaro, ste, sin verlo Quintanar,
apunt a la puerta sin mover ms que los ojos.
Ana sali en seguida.
Gracias a Dios! dijo su marido, respirando con fuerza. Cre que no se
marchaba hoy esa muchacha.
Ni siquiera recordaba que otras veces quien se marchaba era l.
Ahora podremos hablar.
Usted dir respondi tranquilamente lvaro, chupando su habano y tapndose la
cara con el humo, segn su costumbre de enturbiar el aire cuando le convena.
Qu tripa se le habr roto a ste? pens con un vago recelo, que no se explicaba
siquiera.

451

Don Vctor acerc su silla a la del otro, y tom el tono de las grandes revelaciones.
Actualmente dijo todo me sonre. Soy feliz en mi hogar, no entro ni salgo en la
vida pblica; ya no temo la invasin absorbente de la iglesia, cuya influencia deletrea...
pero esa Petra me parece que me quiere dar un disgusto.
Movimiento de sobresalto en Mesa.
Explquese usted. Ha vuelto ust ed a las andadas?
He vuelto y no he vuelto... Quiero decir... ha habido escarceos... explicaciones...
treguas... promesas de respetar... lo que esa grandsima tunanta no quiere que le
respeten... en suma: ella est picada porque yo prefiero la tranquilidad de mi hogar, la
pureza de mi lecho, de mi tlamo... como si dijramos, a la satisfaccin de efmeros
placeres... Me entiende usted? Finge que se alborota por defender su honor que, en
resumidas cuentas, aqu nadie se atreve a amenazar seriamente, y lo que en rigor la irrita,
es mi frialdad...
Pero qu hace? Vamos a ver...
Mire usted, lvaro, por nada de este mundo dara yo un disgusto a mi Anita, que es
ahora modelo de esposas; siempre fue buena, pero antes tena sus caprichos, ya recuerda
usted...
S, s... al grano.
Ahora la pobrecita coincide con mis gustos en todo. Por aqu, digo, y por aqu se
va. Hasta le ha pasado aquella exaltacin un poco selvtica, aquel amor excesivo a los
placeres buclicos, aquella exclusiva preocupacin de la salud al aire libre, del ejercicio, de
la higiene en suma... Todos los extremos son malos, y Bentez me tena dicho que la
verdadera curacin de Ana vendra cuando se la viese menos atenta a la salud de su cuerpo,
sin volver, ni por pienso, al cuidado excesivo y loco de su alma. Aquello era lo peor!
Pero... no me dice usted...
All voy; Ana vive ahora en un equilibrio que es garanta de la salud por la que
tanto tiempo hemos suspirado; ya no hay nervios, quiero decir, ya no nos da aquellos
sustos; no tiene jams veleidades de santa, ni me llena la casa de sotanas... en fin, es otra,
y la paz que ahora disfruto no quiero perderla a ningn precio. Ahora bien... Petra... puede y
creo que quiere comprometernos.
Pero vamos a ver, qu hace Petra?
Comprometer la paz de esta casa; temo que quiere dominarnos prevalindose de
mi situacin falsa, falssima... lo confieso. No comprende usted que para Ana tendra que
ser un golpe terrible cualquier revelacin de esa... ramerilla hipcrita?
Pero qu sucede, seor? hable usted claro y pronto! grit Mesa impaciente,
ms interesado en el asunto de lo que su amigo poda suponer.
Ms bajo, lvaro, ms bajo. Qu sucede? Mucho. Petra sabe que yo quiero evitar a
toda costa un disgusto a mi mujer, porque temo que cualquier crisis nerviosa lo echase todo
a rodar y volviramos a las andadas. Un desengao, mi escasa fidelidad descubierta, de fijo
la volvera a sus antiguas cavilaciones, a su desprecio del mundo, buscara consuelo en la
religin y ah tenamos al seor Magistral otra vez... Antes que eso, cualquiera cosa! Es
preciso evitar a toda costa que Ana sepa que yo, en momento de ceguera intelectual y
sensual, fui capaz de solicitar los favores de esa scortum , como las llama don Saturnino.
Pero por qu ha de saber Ana eso? Si, despus de todo, no hay nada que saber...

452

S; lo que hay basta para clavarle un pual a la pobrecita. La conozco yo... Y sobre
todo, si Petra dice lo que hay, mi esposa pensar lo dems, lo que no hay.
Pero Petra?... Acabe usted. Ha dicho algo? Ha amenazado con decir?...
Esa es la cuestin. Habla gordo, es insolente, trabaja poco, no admite rias y aspira
a ponerse en un pie de igualdad absurdo...
Absurdo...
Y la infame con quin creer usted que est ms altiva, ms soberbia, ms
insolente? Conmigo? Eso parecera lo natural. Pues no seor, con Ana!... Psmese usted,
con Ana!...
Desde la nube de humo en que estaba envuelto, don lvaro contest:
Ya se comprende... quiere hacerle a usted la forzosa; tal vez celos!
Eso digo yo... Sufre que tu mujer oiga insolencias a la que quisiste hacer tu
concubina... o se lo cuento todo. Este es el lenguaje de la conducta de esa meretriz
solapada. Ahora bien: un consejo; solucin; qu hago?, sufrir en silencio? Absurdo.
Adems, puede acabrsele la paciencia a Anita, que si ha aguantado hasta ahora es por lo
mucho que le queda de cuando fue casi santa... Pero si Ana se incomoda, si sospecha... si...
triste de m!
Calma, hombre, calma.
Qu hacemos, lvaro, qu hacemos?
Es muy sencillo.
Sencillo!
S, hay que echar a Petra de esta casa.
Don Vctor salt en su silla.
Eso es cortar el nudo...
Pues no hay ms solucin. Echarla.
Don Vctor expuso las dificultades y los peligros del remedio, pero don lvaro
prometi allanarlo todo. l saba cmo se trataba a esta gente. Daba la casualidad feliz de
que en la fonda en que l viva como nio mimado haca tantos aos, se necesitaba una
muchacha para servir a los huspedes. Petra era que ni pintada para el caso; a ella la
halagara la proposicin; se la hara el mismo don lvaro, y si por caso extrao resista, l
sabra amenazarla de suerte que... etc., etc. En fin, don Vctor lo dej en manos de su
amigo y se fue al Casino, algo ms tranquilo.
Usted se queda a preparar el terreno, eh?
S, hombre, a arreglarlo todo.
En cuanto don Vctor cerr de un golpe la puerta de la escalera, Ana entr asustada
en el comedor. Iba a hablar, pero lleg Petra a recoger el servicio del caf y call fingiendo
leer El Lbaro. Sali la doncella y Ana dijo:
Qu hay, lvaro?...
Hay, que ya no te queda pretexto para negarme que venga de noche.
No te entiendo...
Petra marcha de esta casa. Adis espas.

453

Petra! que marcha Petra?


S, l me ha encargado de despedirla; dice que es insolente, que te trata mal...
Dios mo! ha notado l?...
S, boba, pero no te asustes... l lo toma... por donde no quema...
Mesa explic a la Regenta el caso. La haba enterado de todo y de mucho ms. Las
tentativas del msero don Vctor eran para la Regenta, gracias a las calumnias de lvaro,
delitos consumados. Pero ella no atribua a esto la insolencia de la criada; tema que hubiese
descubierto sus amores con Mesa y que aquella soberbia, aquel desafo constante de sus
miradas, de sus sonrisas y de sus gestos fuese amenaza de revelar a don Vctor su secreto.
Ya ves como no era lo que t temas, aprensiva... Es muy posible, probable que la
pobre chica no sospeche nada, que su atrevimiento no sea ms que una amenaza al amo...
Ana se ruboriz. Todo aquello le repugnaba. Aquel marido a quien ella haba
sacrificado lo mejor de la vida, no slo era un manaco, un hombre fro para ella,
insustancial, sino que persegua a las criadas de noche por los pasillos, las sorprenda en su
cuarto, les vea las ligas!... Qu asco! No eran celos, cmo haban de ser celos? Era asco;
y una especie de remordimiento retrospectivo por haber sacrificado a semejante hombre la
vida. S, la vida, que era la juventud.
lvaro segua pensando Ana haba hecho mal en revelarle aquellas miserias, en
hacer traicin a Quintanar, por indigno que ste fuera, y sobre todo en avergonzarla a ella
con las aventuras ridculas y repugnantes del viejo. Pero como tena empeo en limpiar de
toda culpa a su Mesa, a su seor, al hombre a quien se haba entregado en cuerpo y en
alma por toda la vida, segn ella, pronto le disculpaba, reflexionando que el pobre lvaro
haca aquello por amor, por arrojar del pensamiento de su Ana todo escrpulo, todo
miramiento que pudiera atarla al viejo que haba hecho de lo mejor de su vida un desierto
de tristeza.
Tampoco le agradaba a Anita ver a su lvaro metido en aquellos cuidados
domsticos de despedir criadas; y menos encontrarle tan experto en el asunto; todo aquello,
de puro prosaico y bajo, era repugnante, pero qu remedio? lvaro lo haca por ella, por
gozar tranquilamente de aquella felicidad que tantos aos de martirio le haba costado...
Estos y todos los dems lunares que en Mesa le obligaba a descubrir de poco ac el
endiablado espritu de anlisis, camino de la locura segn ella, procuraba Ana convertirlos en
otras tantas estrellas luminosas de pura hermosura. Si alguna vez le sobrecoga la ida de
perder a don lvaro, temblaba horrorizada, como en otro tiempo cuando tema perder a
Jess.
Las primeras palabras de amor que Ana, ya vencida, se atrevi a murmurar con voz
apasionada y tierna al odo de su vencedor, no el da de la rendicin, mucho despus, fueron
para pedirle el juramento de la constancia...
Para siempre, lvaro, para siempre, jramelo; si no es para siempre, esto es un
bochorno, es un crimen infame, villano...
Mesa haba jurado, y segua jurando todos los das, una eternidad de amores.
La idea de la soledad despus de aquello, le pareca a la Regenta ms horrorosa que
en un tiempo se le antojara la imagen del Infierno.
Con amor se poda vivir donde quiera, como quiera, sin pensar ms que en el amor
mismo;... pero sin l... volveran los fantasmas negros que ella a veces senta rebullir all en
el fondo de su cabeza, como si asomaran en un horizonte muy lejano, cual primeras
sombras de una noche eterna, vaca, espantosa. Ana senta que acabarse el amor, aquella

454

pasin absorbente, fuerte, nueva, que gozaba por la primera vez en la vida, sera para ella
comenzar la locura.
S, lvaro; si t me dejaras me volvera loca de fijo; tengo miedo a mi cerebro
cuando estoy sin ti, cuando no pienso en ti. Contigo no pienso ms que en quererte.
Esto sola decir ella en brazos de
que fue al principio real, grande, molesta
lugar fingimiento. Ana se entregaba al
temperamento, y con una especie de
hambre atrasada.

su amante, gozando sin hipocresa, sin la timidez,


para Mesa, pero que al desaparecer no dej en su
amor para sentir con toda la vehemencia de su
furor que groseramente llamaba Mesa, para s,

l estuvo el primer mes asustado. Si los primeros das renegaba del miedo, de la
ignorancia y de los escrpulos (absurdos en una mujer casada de treinta aos, segn la
filosofa del Presidente del Casino), pronto vio tan colmada la medida de sus deseos, que
lleg a inquietarle otro aspecto de sus amores. Nunca haba sido ms feliz. Quera
satisfacer el amor propio a quien la edad empezaba a dar algunos disgustos? Pues Ana, la
mujer ms hermosa de Vetusta, le adoraba; y le adoraba por l, por su persona, por su
cuerpo, por el fsico. Muchas veces, si a l le daba por hablar largo y tendido, ella le tapaba
la boca con la mano y le deca en xtasis de amor: No hables. Mesa no echaba esto a
mala parte; tambin l reconoca que lo mejor era callar, dejarse adorar por buen mozo.
Quera satisfacer caprichos de la carne ahta, gozar delicias delicadas de los sentidos? Pues
la misma ignorancia de Ana y la fuerza de su pasin y las circunstancias de su vida anterior
y las condiciones de su temperamento y la de su hermosura facilitaban estos alambicados
goces del gallo, corrido y gastado, pero capaz de morir de placer sin miedo. Y a pesar de
tanta felicidad, Mesa estaba intranquilo.
Est usted desmejorado le deca Somoza.
Cuidado repeta Visitacin.
Y l mismo notaba que su rostro perda la lozana apariencia que haba recobrado en
aquellos meses de buena vida, de ejercicio y abstinencia que l, prudentemente, haba
observado antes de dar el ataque decisivo a la fortaleza de la Regenta.
S, senta que dentro de su cuerpo haba algo que haca crac de cuando en cuando.
Haba polilla por all dentro. Y lo que l tema no era la enfermedad por la enfermedad, la
vejez por la vejez; no; era buen soldado del amor, hroe del placer, sabra morir en el
campo de batalla. Su inquietud era por otro motivo. Morir, bueno; pero decaer y decaer en
presencia de Ana era horroroso; era ridculo y era infame. S; l faltaba a su juramento
envejeciendo, perdiendo fuerzas. Recordaba con escalofros pocas pasadas en que
decadencias pasajeras, producidas por excesos de placer, le haban obligado a recurrir a
expedientes bochornosos, buenos para referirlos entre carcajadas en el Casino, a ltima
hora, a Paco, a Joaqun y dems trasnochadores, para referirlos despus de pasados,
cuando el vigor volva y ya las trazas cmicas no eran necesarias; pero expedientes odiosos
como la miseria y sus engaos. Aquel fingir juventud, virilidad, constancia en el amor
corporal, parecale a don lvaro semejante a los recursos de la pobreza ostentosa que
describe Quevedo en el Gran Tacao. l tambin haba sido ms de una vez, despus de
prdigo, el Gran Tacao del amor... Pero las trazas antiguas seran imposibles ahora, si
llegara el caso de necesitarlas... No, antes huir o pegarse un tiro. Ana, la pobre Ana, tena
derecho a una juventud eterna e inagotable. Pero estas ideas tristes, aprensiones de la
edad, venan de tarde en tarde; lo ms del tiempo semejante inquietud dejaba libre al
Tenorio vetustense gozando de aquellos amores que reputaba la gloria ms alta de su vida.
Por su parte se confesaba todo lo enamorado que l poda estarlo de quien no fuese don
lvaro Mesa. Despus del Presidente del Casino ningn ser de la tierra le pareca ms digno
de adoracin que su dcil Ana, su Ana frentica de amor, como l haba esperado siempre
aun en los das de mayor apartamiento. Don lvaro no se confesaba a s mismo, que haba

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habido un tiempo en que perdiera la esperanza de vencer a la Regenta. La tena ahora tan
vencida!
Mejor que nunca lo conoci cuando hubo que dar la gran batalla para trasladar al
casern de los Ozores el nido del amor adltero. Ana se opuso, llor, suplic... no, no; eso
no, lvaro, por Dios no, eso nunca. Y resisti muchos das a las splicas del amante que se
quejaba de lo poco y deprisa y sin comodidad que gozaba de su amor. Casi siempre se vean
en casa de Vegallana; all eran sus carios furtivos, precipitados; pero el reposado dominio
de horas y horas de voluptuosa intimidad no era posible conseguirlo, si no se buscaba lugar
menos expuesto a sobresaltos, intermitencias y disimulos. Ana se negaba a acudir a un
rincn de amores que lvaro prometa buscar; el mismo lvaro confesaba que era difcil
encontrar semejante rincn seguro en un pueblo tan atrasado c omo Vetusta. Adems, el
lugar que l pudiera encontrar, al cabo tena que parecerle repugnante a ella; y como en
Ana la imaginacin influa tanto, el desprecio del albergue poda llevarla a la repugnancia del
adulterio... No haba ms remedio que tomar por asilo el casern de los Ozores. Era lo ms
seguro, lo ms tranquilo, lo ms cmodo. Comprenda lvaro los escrpulos de Ana, pero se
propuso vencerlos y los venci. Sin embargo, si los obstculos del orden puramente moral,
los escrpulos msticos, como se deca lvaro con frase tan impropia como horriblemente
grosera, se dejaron a un lado, a fuerza de pasin, los inconvenientes materiales, las
precauciones del miedo opusieron dificultades de ms importancia. A don lvaro se le
ocurra que sin tener de su parte a una criada, a la doncella mejor, era todo si no imposible,
muy difcil; pero ni siquiera se atrevi a proponer a Anita su idea; la vio siempre
desconfiada, mostrando antipata mal oculta hacia Petra, y comprendi adems que era muy
nueva la Regenta en esta clase de aventuras, para llegar al cinismo de ampararse de
domsticas, y menos sabiendo de ellas que eran solicitadas por su marido.
Pero otra cosa era conquistar a la criada sin que lo supiera el ama. No era Petra muy
tentada de la risa? La aventura de la liga y otras de que l tena noticia no probaban que
era muy fcil interesar en su favor a aquella muchacha? S. Y dicho y hecho. En ausencia de
Ana y de don Vctor, detrs de la puerta, en los pasillos, donde poda, don lvaro comenz el
ataque de Petra que se rindi mucho ms pronto de lo que l esperaba. Pero haba un
inconveniente muy grave. A la chica se le ocurri ser, o fingirse, desinteresada, preferir los
locos juegos del amor a las propinas, ofrecer sus servicios, con discretsimas medias
palabras y buenas obras, a cambio de un cario que Mesa no estaba en circunstancias de
prodigar. Pobre Ana, qu saba ella de todas estas complicaciones! No saba tampoco don
lvaro tanto como l crea. Ignoraba por ejemplo que Petra poda permitirse el lujo de
servirle bien a l sin pensar en el inters, sin ms pago que el del amor con que el gallo
vetustense ya no poda ser manirroto: no era Petra enemiga del vil metal, ni la ambicin de
mejorar de suerte y hasta de esfera, como ella saba decir, era floja pasin en su alma,
concupiscente de arriba abajo; pero en Mesa no buscaba ella esto; le quera por buen mozo,
por burlarse a su modo del ama, a quien aborreca por hipcrita, por guapetona y por
orgullosa; le quera por vanidad, y en cuanto a servirle en lo que l deseaba, tambin a ella
le convena por satisfacer su pasin favorita, despus de la lujuria acaso, por satisfacer sus
venganzas. Vengbase protegiendo ahora los amores de Mesa y Ana, del idiota de don
Vctor que se pona a comprometer a las muchachas sin saber de la misa la media;
vengbase de la misma Regenta que caa, caa, gracias a ella, en un agujero sin fondo, que
estaba sin saberlo la hipocritona en poder de su criada, la cual el da que le conviniese poda
descubrirlo todo. Tena entre sus uas a la seora qu ms quera ella? Todas las noches
pasaba unas cuantas horas, la honra y tal vez la vida del amo, pendiente de un hilo que
tena ella, Petra, en la mano, y si ella quera, si a ella se le antojaba, zas!, todo se
aplastaba de repente... arda el mundo. Y como si esto en vez de un placer, en vez de una
gloria fuese para Petra una carga, un trabajo, el mejor mozo de Vetusta le pagaba el servicio
con amores de seorito que eran los que ella haba saboreado siempre con ms delicia, por
un instinto de seoro que siempre la haba dominado. Pero adems gozaba de otra

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venganza ms suculenta que todas stas la endiablada moza. Y el Magistral? El Magistral la


haba querido engaar, la haba hecho suya; ella se haba entregado creyendo pasar en
seguida a la plaza que ms envidiaba en Vetusta, la de Teresina. Petra saba lo bien que
colocaba doa Paula a todas las que eran por algn tiempo doncellas en su casa. Teresina, a
quien esperaba para muy pronto una colocacin de seorona all en cierta administracin de
bienes del amo, casada con un buen mozo, Teresina la haba enterado de lo que ella no
haba podido observar y adivinar, le haba abierto los ojos y llenado la boca de agua; Petra
comprenda que la casa del Magistral era el camino ms seguro para llegar a casarse y ser
seora o poco menos... La ocasin haba llegado; despus de la romera de San Pedro crea
ella que todo era cuestin de semanas, de esperar una oportunidad; Teresina saldra pronto
bien colocada y entrara ella en su puesto... Pero no fue as; el Magistral no volvi a solicitar
a Petra; cuando tuvo que hablarla, no fue para asuntos que a ella directamente le
importasen, fue... qu vergenza! para comprarla como espa. Cierto es que el Provisor le
prometi para muy pronto la plaza de Teresina, con todas las ventajas que su amiga
disfrutaba e iba a disfrutar; pero de todas suertes a ella se la haba engaado; o mejor, se
haba engaado ella; pero esto no quera reconocerlo la orgullosa rubia. Era el caso que, en
su opinin, el Magistral era amante de doa Ana haca mucho tiempo, y que la escena del
bosque del Vivero la interpret la vanidad de la criada como una victoria de su belleza que
haba hecho caer en pecado de inconstancia al cannigo. Crey Petra que don Fermn la
quera a ella ahora despus de haber querido a su ama. Caprichos as haba visto ella
muchos. Cuando se convenci de que don Fermn, por mucho que disimulase, estaba
enamorado como un loco de la Regenta, furioso de celos, y de que no haba sido su amante
ni con cien leguas, y de que a ella, a Petra, slo la haba querido por instrumento, la ira, la
envidia, la soberbia, la lujuria se sublevaron dentro de ella saltando como sierpes; pero las
acall por de pronto, disimul, y por entonces slo dio satisfaccin a la avaricia. Acept las
proposiciones del cannigo. Ella entrara en casa de don Fermn el da que fuese necesario
salir del casern de los Ozores, pero entre tanto prestara all sus servicios bien pagada,
mejor pagada de lo que poda pensar. El cannigo sabra todo lo que pasaba; si doa Ana
reciba visitas, quin entraba cuando no estaba don Vctor o se quedaba despus de salir el
amo, etc., etctera.
Petra prometi decir todo lo que hubiera. Fingi no recordar siquiera ciertas
promesas de otro orden que a don Fermn se le haban escapado en el calor de la
improvisacin en aquella dichosa maana del Vivero, de que estaba avergonzado. Cuando
vio don Fermn a Petra tan propicia para servirle por dinero, sinti ms y ms haber
comenzado por el camino absurdo, vergonzoso de una seduccin... ridcula. Aquella
aventura que le recordaba las de antao, le sonrojaba ahora, porque contradeca en cierto
modo aquel andamiaje de sofismas con que se explicaba su pasin por la Regenta. El amor
pursimo que yo tengo, todo lo disculpa. Pero ese amor se aviene con aventuras como la
del bosque? Claro que no, le deca la conciencia. Por eso le repugnaba Petra ahora. Pero no
haba ms remedio que valerse de ella.
Petra era feliz en aquella vida de intrigas complicadas de que ella sola tena el cabo.
Por ahora a quien serva con lealtad era a Mesa; ste pagaba en amor, aunque era algo
remiso para el pago, y ella le ayudaba cuanto poda, porque ayudarle era satisfacer los
propios deseos: hundir al ama, tenerla en un puo, y burlarse sangrientamente del idiota del
amo y del indino del cannigo. Para ms adelante se reservaba la astuta moza el derecho de
vender a don lvaro y ayudar a su seor, al que pagaba, al que haba de hacerla a ella
seorona, a don Fermn. Cundo haba de ser esto? Ello dira. Si don lvaro no se portaba
bien, poda ocurrir el caso, llegar la oportunidad; si ella se cansaba, o si Teresina dejaba la
plaza y por miedo de que otra la ocupase le convena correr a ella, tambin poda convenir
echarlo a rodar todo. Entre tanto don Fermn no saba por Petra nada ms que noticias
vagas, suficientes para tenerle toda la vida sobre espinas, para hacerle vivir como un loco

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furioso que tena adems el tormento de disimular sus furores delante del mundo, y de doa
Paula singularmente.
De modo que si don lvaro poda decir con razn: Pobre Ana, que no sabe nada de
esto! tambin Petra poda exclamar: Pobre don lvaro, que no sabe ni la cuarta parte de lo
que tanto le importa!
El presidente del Casino de Vetusta no tuvo inconveniente en engaar a la Regenta.
Era, segn l, muy justo respetar los escrpulos de aquella adltera primeriza (otra frase
grosera del seductor), que no poda avenirse a tomar por encubridora a Petra; pero tambin
era equitativo que l, sin decrselo a doa Ana, fingiendo desconfiar tambin de la doncella,
aprovechase los servicios de sta, preciosos en tales circunstancias. La cuestin era entrar
todas las noches en la habitacin de la Regenta por el balcn. Esto se deca pronto, pero
hacerlo ofreca serias dificultades. A dnde daba el balcn del tocador? Al parque. Cmo se
poda entrar en el parque? Por la puerta. Pero quin tena la llave de la puerta? Una,
Frgilis; con sta no haba que contar. Y la otra? don Vctor. sta poda sustrarsele, pero
Petra dijo que a tanto no se comprometa, que aquello de andar llaves en el ajo era delicado
y poda comprometerla. Lo mejor era que el seorito saltase por la pared. Justamente don
lvaro tena las piernas muy largas. De esta manera la comedia se representaba mejor;
segura doa Ana de que don lvaro saltaba por el muro, no poda sospechar tan fcilmente
que tena cmplices dentro de casa. Despus llegar bajo el balcn, trepar por la reja del piso
bajo y encaramarse en la barandilla de hierro era cosa fcil para tan buen mozo.
Todo esto lo haca don lvaro sin la ayuda directa, inmediata de Petra, y doa Ana
encontraba as muy verosmil todo lo que su amante deca de su industria para entrar en el
cuarto de ella. Para lo que serva Petra era para vigilar, para evitar que don lvaro pudiera
ser sorprendido al entrar o al salir, y para darse tales trazas que doa Ana creyese que ella,
la doncella no haba estado durante toda la noche en circunstancias de poder notar la
presencia del ama nte. Estaba adems all para dar el grito de alarma si llegaba el caso, y
para combinar las horas. En el servicio de Petra haba algo de la responsabilidad de un jefe
de estacin de ferrocarril. Don lvaro saba, por que don Vctor se lo haba confesado, que el
exregente y Frgilis, en cuanto llegaba el tiempo, salan de caza mucho ms temprano de
lo que Ana crea. Petra era la encargada de despertar al amo, porque Anselmo se dorma sin
falta y no cumpla su cometido: Frgilis llegaba al parque a la hora convenida, ladraba... y
bajaba don Vctor. Lleg a quejarse don Toms de que sus ladridos no siempre despertaban
al amo ni a la doncella, de que se le haca esperar mucho tiempo, y para evitar reyertas y
plantones, se acord que Crespo y Quintanar acudiesen al parque a la misma hora sin
necesidad de ladrar a nadie. Para mayor seguridad don Vctor compr un reloj despertador
que sonaba como un terremoto y con este aviso automtico, como l deca, acudi en
adelante a la hora sealada para la cita. Casi todas las maanas Quintanar y Crespo
llegaban al parque a la misma hora. El tren que los llevaba a las marismas y montes de
Palomares sala este ao un poco ms tarde y no necesitaban levantarse antes de ser de
da.
Todo esto necesit saber don lvaro para no exponerse a un choque en la va con
Frgilis o con el mismsimo don Vctor. Este mismo, sin saber lo que haca, le enter de sus
horas de salida; y lo dems que necesitaba saber de los pormenores se lo refiri Petra. As
pues no haba miedo. Lo de saltar la tapia ofreci algunas dificultades; pero una noche, por
la parte de fuera en la solitaria calleja de Traslacerca, el Tenorio prepar removiendo piedras
y quitando cal, dos o tres estribos muy disimulados en el muro, hacia la esquina; hizo
tambin con disimulo fingidas grietas o resquicios que le permitieron apoyarse y ayudar la
ascensin, y qued as vencido el principal obstculo. Por la parte de dentro todo fue como
coser y cantar. Un tonel viejo, arrimado al descuido a la pared, y los restos de una
espaldera, fueron escalones suficientes, sin que nadie pudiese notarlo, para subir y bajar
don lvaro por la parte del parque con toda la prisa que pudieran aconsejar las

458

circunstancias. Aquella escalera disimulada, la comparaba don lvaro con esas cajas de
c erillas que ostentan la popular leyenda, dnde est la pastora? dnde estaba la escala?
Despus de verla una vez no se vea otra cosa; pero al que no se la mostraban no se le
apareca ella.
No faltaba ms que lo peor, persuadir a la Regenta a que abriera el balcn. Como a
ella no se le poda hablar de las garantas de seguridad que don lvaro tena dentro de casa,
nada o poco se poda oponer a sus argumentos relativos a las sospechas probables de la
antiptica Petra. Pero al fin don lvaro, que haba triunfado de lo ms, triunf de lo menos:
lleg a comprender Ana que era imposible, y tal vez ridculo, negarse a recibir en su alcoba a
un hombre a quien se haba entregado ella por completo. Mucho vala la castidad del lecho
nupcial, o exnupcial mejor dicho, pero no vala ms la castidad de la esposa misma?
Entre estos sofismas y la pasin y la constancia en el pedir dieron la victoria a Mesa, que si
no pudo acallar los sobresaltos de Ana, quien a cada ruido crea sentir el espionaje de Petra,
consegua a menudo hacerla olvidarse de todo para gozar del delirio amoroso en que l
saba envolverla, como en una nube envenenada con opio.
Y as pasaban los das, asustada Ana de que tan poco despus de la cada fuese ella
capaz de recibir a un hombre en su alcoba, ella, que tantos aos haba sabido luchar antes
de caer.
Aquella tarde de Navidad, despus de recoger el servicio del caf, Petra sali de casa
y se dirigi a la del Magistral.
La recibi doa Paula. Eran ahora muy buenas amigas. La madre del Provisor conoca
la estrecha simpata que exista entre Teresina y la doncella de la Regenta; y por la actual
criada del seorito, de su hijo, saba que en el nimo de Fermn, Petra era la persona
destinada a sustituir a Teresa el da, prximo ya, en que sta alcanzara el premio consabido
de salir de all casada para administrar ciertos bienes de los Provisores. Doa Paula, que
entenda a medias palabras, y aun sin necesidad de ellas, ganosa de satisfacer aquel deseo
de su hijo, segn su poltica constante, y de sat isfacerle de una manera pulcra, intachable
en la forma, anticipndose a l, haba resuelto tomar la iniciativa y ofrecer a Petra ella
misma aquel puesto que la rubia lbrica tanto ambicionaba. La proposicin se hizo aquella
tarde. Teresina iba a salir de casa de un da a otro. Petra acept sin titubear, temblando de
alegra. Hasta que estuvo en el casern de vuelta, no se le ocurri pensar que aquella
felicidad suya acarreaba la desgracia de muchos, y hasta cierto punto su propio dao. Adis
amores con don lvaro, amores cada vez ms escasos, ms escatimados por el libertino
gracioso, que iba menudeando las propinas y encareciendo las caricias, pero al fin amores
seoritos, que la tenan orgullosa. Qu hacer? No caba duda, ser prudente, coger el
codiciado fruto, entrar en aquella canonja, en casa del Magistral. Para esto era preciso
echar a rodar todo lo dems, romper aquel hilo que ella tena en la mano y del que estaban
colgadas la honra, la tranquilidad, tal vez la vida de varias personas. Al pensar esto Petra se
encogi de hombros. Se le figur ver que caa la Regenta y se aplastaba, que caa el
Magistral y se aplastaba, que caa don Vctor y se converta en tortilla, que el mismo don
lvaro rodaba por el suelo hecho aicos. No importaba. Haba llegado el momento. Si perda
la ocasin, la vacante de Teresina, poda entrar otra y adis seoro futuro. No haba ms
remedio que ocupar la plaza inmediatamente. Pero entonces haba que decrselo todo al
Provisor, porque en saliendo de aquella casa ya no poda ser espa, ni ayudar al que la
pagaba a abrir los ojos de aquel estpido de don Vctor, que, como era natural, querra
vengarse, castigar a los culpables; que sera lo que necesitaba el cannigo, puesto que l no
poda con sus manteos al hombro ir a desafiar a don lvaro. Petra discurra perfectamente
en estas materias, porque lea folletines, la coleccin de Las Novedades, que dejara en un
desvn doa Anuncia, y saba quin desafa a quin, llegado el caso de descubrirse los
amores de una seora casada. El que desafa es el marido, no un pretendiente desairado, y
mucho menos siendo cura. No haba duda, el Magistral la necesitaba a ella en el casern

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llegado el momento crtico... si sala antes y despus no le serva, poda echarla de casa por
intil. Haba que hacerlo todo pronto, inmediatamente. Y qu iba a hacer? Una traicin, eso
desde luego, pero cmo?...
En esto pensaba cuando entr en el comedor, ya al obscurecer, a preparar la
lmpara. Sinti que la sujetaban por la cintura y le daban un beso en la nuca.
Era el otro; pobre, no saba lo que le aguardaba!
Don lvaro, despus de su conversacin con Ana, la haba hecho retirarse y se haba
quedado solo en el comedor para dar el ataque a Petra y proponerle, entre caricias, de
que cada da le pesaba ms, el cambio de amos. No era cierto que hubiese vacante en la
fonda, pero all era l amo y se creara la vacante. Con toda la diplomacia que pudo emplear
un hombre que se crea principalmente poltico y era seductor de oficio, ofreci a la doncella
la nueva posicin, que sera divertidsima, y lucrativa como pocas. Don Vctor le tena
miedo, doa Ana tambin, cada cual por su motivo, y l, don lvaro, sera mucho mejor
servido si Petra consenta en salir de la casa.
Ya ves, hija, t has cometido una falta, tratar a la seora con altivez, con insolencia;
esto, que es feo de por s, la asust a ella hacindole creer que sabes algo y que abusas de
tu secreto; le asust a l, que teme que vas a cantar, y me perjudica a m, como
comprendes, porque... ya ves... estando asustada ella... recelosa... pago yo. A ti ya no te
necesito en esta casa, porque yo entro y salgo ya sin guas... y all en casa... en la fonda
puedes sernos til... Adems...
Adems, don lvaro comprenda que ya no poda pagar a Petra sus servicios con
amor, porque cada da era ms urgente economizarlo; y llevando a la chica a la fonda, all
otros huspedes hambrientos de esta clase de bocados la distraeran y l cumplira con
propinas en adelante. En suma, ya le estorbaba Petra en el casern de los Ozores por
muchos conceptos. Pero a ella no se le podan dar tales razones.
Seorito dijo Petra, que a pesar de su resolucin reciente, sinti en el orgullo una
herida de tres pulgadas no necesita apurarse tanto para convencerme de que debo irme
de esta casa.
No, hija, lo que es, si t lo tomas por donde quema, yo no insisto.
No seor, si no me deja usted explicarme... Si yo quiero salir de aqu; si
precisamente... pero en cuanto a lo de irme a la fonda, no seor. Una cosa es que una tenga
sus caprichos y una buena voluntad, entiende usted? y otra cosa que a una la regalen a los
amigos, y la lleven y la traigan... y...
Pero, Petrica, si no es eso, si yo por tu bien...
Don lvaro bajaba la voz y Petra la levantaba.
Pero la astuta moza, que saba contenerse cuando era por su bien, se reprimi, y
cambiando el tono, y el estilo se disculp, disimul el enojo, y dijo que todo estaba
perfectamente, y que ella misma pedira la soldada, y se ira tan contenta, no a la fonda,
sino a otra casa; una proporcin que tena, y que no poda decir todava cul era. Por lo
dems, tan amigos, y si el seorito, don lvaro, la necesitaba, all la tena, porque la ley era
ley; y en lo tocante a callar, un sepulcro. Que ella lo haba hecho por aficin a una persona,
que no haba por qu ocultarlo, y por lstima de otra, casada con un viejo chocho, intil y
chiflao que era una compasin.
Petra enga otra vez a Mesa. Hasta le consinti nuevas caricias de gratitud que l
se jur seran las ltimas, por lo de la economa, que le tena manitico.
Don Vctor supo aquella noche en el Casino que al da siguiente Petra pedira la
cuenta, se marchara.

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Oh placer! Quintanar respir con fuerza de fuelle y abraz a su amigo. Le deba


algo mejor que la vida, la tranquilidad de su hogar domstico.
Trabajaba don Fermn en su despacho, envueltos los pies en el mantn viejo de su
madre; escriba a la luz blanquecina y montona de la maana nublada. Un ruido le distrajo,
levant los ojos y vio en medio del umbral a doa Paula, plida, ms plida que sola.
Qu hay, madre?
Est ah esa Petra, la de Quintanar, que quiere hablarte.
Hablarme!... tan temprano? qu hora es?
voz...

Las nueve... Dice que es cosa urgente... Parece que viene asustada... le tiembla la
El Magistral se puso del color de su madre, y en pie como por mquina:
Que entre, que entre...

Doa Paula dio media vuelta y sali al pasillo. Antes acarici a su hijo con una mirada
de compasin de madre.
Entra... dijo a Petra que, toda de negro, esperaba, con la cabeza inclinada sobre
el pecho.
Doa Paula quera comerse con los ojos el secreto de la criada. Qu sera? Dud un
momento... estuvo casi resuelta a preguntar... pero se contuvo y dijo otra vez:
Anda, hija ma, entra.
Hija ma pens Petra sta me quiere en casa; segura es mi suerte.
Qu hay? grit el Magistral acercndose a la criada, como queriendo salir al paso
a las noticias...
Petra vio que estaban solos... y se ech a llorar.
Don Fermn hizo un gesto de impaciencia, que no vio Petra, porque tena los ojos
humillados. Haba querido hablar el cannigo, pero no haba podido; senta en la garganta
manos de hierro, y por el espinazo y las piernas sacudimientos y un temblor tenue, fro y
constante.
Pronto! qu pasa?... pudo preguntar al cabo.
Petra dijo, sin cesar de gemir, que necesitaba que la oyese en confesin, que no
saba si era una buena obra o un pecado lo que iba a hacer, que ella quera servirle a l,
servir a su amo, servir a Dios, que al fin religin era tambin el inters del prjimo, pero...
tema... no saba si deba...
Habla!... habla!... te digo que hables pronto... qu hay, Petra?... qu hay?...
Don Fermn con disimulo, apoy una mano en la mesa. Hubo una pausa. Habla, por Dios...
En confesin?
Petra, habla... pronto...
Seor, yo he prometido decir a usted... todo...
S, todo, habla.
Pero ahora no s... no s... si debo...
Don Fermn corri a la puerta, la cerr por dentro, y volvindose rpido y con
ademn descompuesto, grit, sujetando c on fuerza el brazo de la criada:

461

Djate de disimulos, habla o te arranco yo las palabras!


Petra le mir cara a cara, fingiendo humildad y miedo; quera ver el gesto que pona
aquel cannigo al saber que la seorona se la pegaba.
Petra dijo, sin rodeos, que haba visto ella, con sus propios ojos, lo que jams
hubiera credo. El mejor amigo del amo, aquel don lvaro que de da no se separaba de don
Vctor... entraba de noche en el cuarto de la seora por el balcn y no sala de all hasta el
amanecer. Ella le haba visto una noche, creyendo que soaba, porque se haba puesto a
espiar creyendo as desvanecer ciertas sospechas, pero ay! era verdad, era verdad... Aquel
infame haba pervertido a la seorita, una santa... Bien tema don Fermn!...
Petra segua hablando, pero haca rato que De Pas no la oa.
En cuanto comprendi de qu se trataba, antes de or las frases crudas con que pint
la rubia lbrica el asalto del casern de los Ozores por el Tenorio vetustense, don Fermn
gir sobre los talones, como si fuera a caer desplomado, dio dos pasos inciertos y lleg al
balcn contra cuyos cristales apoy la frente. Pareca mirar a la calle. Pero tena los ojos
cerrados.
Oa a Petra sin entender bien su palique, le molestaba el ruido de la voz aguda y
lacrimosa, no lo que deca, que ya no llegaba a la atencin del cannigo; quera mandarla
callar, pero no poda, no poda hablar, no poda moverse...
Petra habl todo lo que quiso. Cuando call, se oyeron nada ms los ruidos apagados
de la calle; las ruedas de un coche que corra muy lejos, la voz de un mercader ambulante
que pregonaba a grito limpio paos de manos y encajes finos.
El Magistral estaba pensando que el cristal helado que oprima su frente pareca un
cuchillo que le iba cercenando los sesos; y pensaba adems que su madre al meterle por la
cabeza una sotana le haba hecho tan desgraciado, tan miserable, que l era en el mundo lo
nico digno de lstima. La idea vulgar, falsa y grosera de comparar al clrigo con el eunuco
se le fue metiendo tambin por el cerebro con la humedad del cristal helado. S, l era
como un eunuco enamorado, un objeto digno de risa, una cosa repugnante de puro
ridcula... Su mujer, la Regenta, que era su mujer, su legtima mujer, no ante Dios, no ante
los hombres, ante ellos dos, ante l sobre todo, ante su amor, ante su voluntad de hierro,
ante todas las ternuras de su alma, la Regenta, su hermana del alma, su mujer, su esposa,
su humilde esposa... le haba engaado, le haba deshonrado, como otra mujer cualquiera; y
l, que tena sed de sangre, ansias de apretar el cuello al infame, de ahogarle entre sus
brazos, seguro de poder hacerlo, seguro de vencerle, de pisarle, de patearle, de reducirle a
cachos, a polvo, a viento; l atado por los pies con un trapo ignominioso, c omo un
presidiario, como una cabra, como un rocn libre en los prados, l, misrrimo cura, ludibrio
de hombre disfrazado de anafrodita, l tena que callar, morderse la lengua, las manos, el
alma, todo lo suyo, nada del otro, nada del infame, del cobarde que le escupa en la cara
porque l tena las manos atadas... Quin le tena sujeto? El mundo entero... Veinte siglos
de religin, millones de espritus ciegos, perezosos, que no vean el absurdo porque no les
dola a ellos, que llamaban grandeza, abnegacin, virtud a lo que era suplicio injusto,
brbaro, necio, y sobre todo cruel... cruel... Cientos de papas, docenas de concilios, miles de
pueblos, millones de piedras de catedrales y cruces y conventos... toda la historia, toda la
civilizacin, un mundo de plomo, yacan sobre l, sobre sus brazos, sobre sus piernas, eran
sus grilletes... Ana, que le haba consagrado el alma, una fidelidad de un amor
sobrehumano, le engaaba como a un marido idiota, carnal y grosero... Le dejaba para
entregarse a un miserable lechuguino, a un fatuo, a un elegante de similor, a un hombre de
yeso... a una estatua hueca!... Y ni siquiera lstima le poda tener el mundo, ni su madre
que crea adorarle, poda darle consuelo, el consuelo de sus brazos y sus lgrimas... Si l se
estuviera muriendo, su madre estara a sus pies mesndose el cabello, llorando
desesperada; y para aquello, que era mucho peor que morirse, mucho peor que

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condenarse... su madre no tena llanto, abrazos, desesperacin, ni miradas siquiera... l no


poda hablar, ella no poda adivinar, no deba... No haba ms que un deber supremo, el
disimulo; silencio... ni una queja, ni un movimiento! Quera correr, buscar a los traidores,
matarlos... s? pues silencio... ni una mano haba que mover, ni un pie fuera de casa...
Dentro de un rato s, a coro, a coro! Tal vez a decir misa... a recibir a Dios! El Provisor
sinti una carcajada de Lucifer dentro del cuerpo; s, el diablo se le haba redo en las
entraas... y aquella risa profunda, que tena races en el vientre, en el pecho, le
sofocaba... y le asfixiaba!...
Abri el balcn de un puetazo y el aire fro y hmedo le trajo la idea lejana de la
realidad, y oy la tos discreta de Petra, que aguardaba all, detrs, clavndole los ojos en la
nuca.
Cerr el balcn don Fermn, volvise y mir con ojos de idiota a la rubia que
enjugaba lgrimas villanas. No necesitaba un instrumento para luchar, para hacer dao?
Aqul era el nico que tena.
Petra callaba inmvil, esperando servir a su dueo.
Gozaba voluptuosa delicia viendo padecer al cannigo, pero quera ms, quera
continuar su obra; que la mandasen clavar en el alma de su ama, de la orgullosa seorona,
todas aquellas agujas que acababa de hundir en las carnes del clrigo loco.
Una voz lenta, ronca, mate, que no pareca haber sonado en el despacho, voz de
ventrlocuo, pregunt:
Y t, qu piensas hacer... ahora?
Yo?... dejar aquella casa, seor... No quiere ser franco? pens Petra pues
que padezca; l vendr a buscarme donde quiero que me busque. Dejar aquella casa
repiti qu he de hacer? Yo no quiero ayudar con mi silencio a la vergenza del amo;
remediarlo no puedo, pero puedo salir de aquella casa.
Y a ti... no te importa el honor de don Vctor? As agradeces el pan... que comiste
tantos aos...
Seor, yo qu puedo hacer por l?
En saliendo nada.
Pues me echan.
Ellos?
S, ellos; ayer el seorito lvaro, que es el que manda all... porque el amo est
ciego, ve por sus ojos; el seorito lvaro me puso de patitas en la calle. Hoy debo
despedirme. Me ofreci colocacin en la fonda; pero yo prefiero quedar en la calle...
Vendrs a esta casa, Petra dijo la voz de caverna, con esfuerzos intiles por ser
dulce.
Petra volvi a llorar. Cmo pagara ella tal caridad, etctera, etc.?
Aquella ternura facilit el tratado; cediendo cada cual un poco de su tesn, se fueron
acercando al infame convenio, a la intriga asquerosa y vil; al principio fingiendo pulcritud,
invocando santos intereses, despus olvidando estas frmulas; y por fin el Magistral ofreci
a la moza asegurar su suerte, colmar su ambicin, y ella poner ante los ojos de Quintanar su
vergenza de modo tan evidente, tan palpable que aquel seor, si corra sangre de hombre
por su cuerpo, tuviese que castigar a los traidores como tenan bien merecido.
Al terminar aquella conferencia hablaban como dos cmplices de un crimen difcil. El
Magistral excusaba palabras, pero no las que aclaraban su proyecto. Qu iba a hacer Petra

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para poner a la vista del estpido Quintanar aquella vergenza? Revelaciones? no podan
hacrsele. Annimos? eran expuestos... Qu! no seor, nada de eso; ha de verlo l
repeta Petra, olvidada de sus fingimientos, con placer de artista.
Haba all dos criminales apasionados, y ningn testigo de la ignominia; cada cual
vea su venganza, no el crimen del otro ni la vergenza del pacto.
Cuando Petra sali de casa del Magistral, ste sinti dentro de s un hombre nuevo; el
hombre que hera de muerte por venganza, el criminal, el ciego por la pasin, el asesino,
s, el asesino; la otra era su instrumento, el asesino l. Y no le pesaba, no... cien muertes,
cien muertes para los infames. Qu hara don Vctor? De qu comedia antigua se
acordara para vengar su ultraje cumplidamente? La matara a ella primero? Ira antes a
buscarle a l?...
Al da siguiente, 27 de Diciembre, don Vctor y Frgilis deban tomar el tren de Roca
Tajada a las ocho cincuenta para estar en las Marismas de Palomares a las nueve y media
prximamente. Algo tarde era para comenzar la persecucin de los patos y alcaravanes,
pero no haba de establecer la empresa un tren especial para los cazadores. As que se
madrugaba menos que otros aos. Quintanar preparaba su reloj despertador de suerte que
le llamase con un estrpito horrsono a las ocho en punto. En un decir Jess se vesta, se
lavaba, sala al parque donde sola esperar dos o tres minutos a Frgilis, si no le encontraba
ya all, y en esto y en el viaje a la estacin se empleaba el tiempo necesario para llegar
algunos minutos antes de la salida del tren mixto.
De un sueo dulce y profundo, poco frecuente en l, despert Quintanar aquella
maana con ms susto que sola, aturdido por el estridente repique de aquel estertor
metlico, rpido y descompasado. Venci con gran trabajo la pereza, bostez muchas veces,
y al decidirse a saltar del lecho no lo hizo sin que el cuerpo encogido protestara del
madrugn importuno. El sueo y la pereza le decan que pareca ms temprano que otros
das, que el despertador menta como un deslenguado, que no deba de ser ni con mucho la
hora que la esfera rezaba. No hizo caso de tales sofismas el cazador, y sin dejar de abrir la
boca y estirar los brazos se dirigi al lavabo y de buenas a primeras zambull la cabeza en
agua fra. As contestaba don Vctor a las sugestiones de la msera carne que pretenda
volverse a las ociosas plumas.
Cuando ya tena las ideas ms despejadas, reconoci imparcialmente que la pereza
aquella maana no se quejaba de vicio. Deba de ser en efecto bastante ms temprano de
lo que deca el reloj. Sin embargo, l estaba seguro de que el despertador no adelantaba y
de que por su propia mano le haba dado cuerda y pustole en la hora la maana anterior. Y
con todo, deba de ser ms temprano de lo que all deca; no podan ser las ocho, ni siquiera
las siete, se lo deca el sueo que volva, a pesar de las abluciones, y con ms autoridad se
lo deca la escasa luz del da. El orto del sol hoy debe de ser a las siete y veinte, minuto
arriba o abajo; pues bien, el sol no ha salido todava, es indudable; cierto que la niebla
espessima y las nubes cenicientas y pesadas que cubren el cielo hacen la maana muy
obscura, pero no importa, el sol no ha salido todava, es demasiada obscuridad sta, no
deben de ser ni siquiera las siete. No poda consultar el reloj de bolsillo, porque el da
anterior al darle cuerda le haba encontrado roto el muelle real.
Lo mejor ser llamar.
Sali a los pasillos en zapatillas.
Petra! Petra! dijo, queriendo dar voces sin hacer ruido.
Petra, Petra... Qu diablos! cmo ha de contestar si ya no est en casa... la pcara
costumbre, el hombre es un animal de costumbres.

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Suspir don Vctor. Se alegraba en el alma de verse libre de aquel testigo y semi
vctima de sus flaquezas; pero, as y todo, al recordar ahora que en vano gritaba Petra!
senta una extraa y potica melancola. Cosas del corazn humano!
Servanda! Servanda! Anselmo! Anselmo!
Nadie responda.
No hay duda, es muy temprano. No es hora de levantarse los criados siquiera.
Pero entonces? Quin me ha adelantado el reloj?... Dos relojes echados a perder en dos
das!... Cuando entra la desgracia por una casa...
Don Vctor volvi a dudar. No podan haberse dormido los criados? No poda aquella
escasez de luz originarse de la densidad de las nubes? Por qu desconfiar del reloj si nadie
haba podido tocar en l? Y quin iba a tener inters en adelantarle? Quin iba a
permitirse semejante broma? Quintanar pas a la conviccin contraria; se le antoj que bien
podan ser las ocho, se visti deprisa, cogi el frasco del ans, bebi un trago segn
acostumbraba cuando sala de caza aquel enemigo mortal del chocolate, y echndose al
hombro el saco de las provisiones, repleto de ricos fiambres, baj a la huerta por la escalera
del corredor, pisando de puntillas, como siempre, por no turbar el silencio de la casa. Pero
a los criados ya los compondra l a la vuelta. Perezosos! Ahora no haba tiempo para
nada... Frgilis deba de estar ya en el parque esperndole impaciente...
Pues seor, si en efecto son las ocho, no he visto da ms obscuro en mi vida. Y,
sin embargo, la niebla no es muy densa... no... ni el cielo est muy cargado... No lo
entiendo.
Lleg Quintanar al cenador que era el lugar de cita... Cosa ms rara! Frgilis no
estaba all. Andara por el parque?... se ech la escopeta al hombro, y sali de la glorieta.
En aquel momento el reloj de la catedral, como si bostezara dio tres campanadas.
Don Vctor se detuvo pensativo, apoy la culata de su escopeta en la arena hmeda
del sendero y exclam:
Me lo han adelantado! Pero quin? Son las ocho menos cuarto o las siete menos
cuarto? Esta obscuridad!...
Sin saber por qu, sinti una angustia extraa, tambin l tena nervios por lo
visto. Sin comprender la causa, le preocupaba y le molestaba mucho aquella
incertidumbre. Qu incertidumbre? Estaba antes obcecado; aquella luz no poda ser la de
las ocho, eran las siete menos cuarto, aquello era el crepsculo matutino, ahora estaba
seguro... Pero entonces, quin le haba adelantado el despertador ms de una hora? Quin
y para qu? Y sobre todo, por qu este accidente sin importancia le llegaba tan adentro?
qu presenta? por qu crea que iba a ponerse malo?...
Haba echado a andar otra vez; iba en direccin a la casa, que se vea entre las
ramas deshojadas de los rboles, apiados por aquella parte. Oy un ruido que le pareci el
de un balcn que abran con cautela; dio dos pasos ms entre los troncos que le impedan
saber qu era aquello, y al fin vio que cerraban un balcn de su casa y que un hombre que
pareca muy largo se descolgaba, sujeto a las barras y buscando con los pies la reja de una
ventana del piso bajo para apoyarse en ella y despus saltar sobre un montn de tierra.
El balcn era el de Anita.
El hombre se emboz en una capa de vueltas de grana y esquivando la arena de los
senderos, saltando de uno a otro cuadro de flores, y corriendo despus sobre el csped a
brincos, lleg a la muralla, a la esquina que daba a la calleja de Traslacerca; de un salto se
puso sobre una pipa medio podrida que estaba all arrinconada, y haciendo escala de unos

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restos de palos de espaldar clavados entre la piedra, lleg, gracias a unas piernas muy
largas, a verse a caballo sobre el muro.
Don Vctor le haba seguido de lejos, entre los rboles; haba levantado el gatillo de la
escopeta sin pensar en ello, por instinto, como en la caza, pero no haba apuntado al
fugitivo. Antes quera conocerle. No se contentaba con adivinarle.
A pesar de la escasa luz del crepsculo, cuando aquel hombre estuvo a caballo en la
tapia, el dueo del parque ya no pudo dudar.
Es lvaro! pens don Vctor, y se ech el arma a la cara.
Mesa estaba quieto, mirando hacia la calleja, inclinado el rostro, atento slo a buscar
las piedras y resquicios que le servan de estribos en aquel descendimiento.
Es lvaro! pens otra vez don Vctor, que tena la cabeza de su amigo al extremo
del can de la escopeta.
l estaba entre rboles; aunque el otro mirase hacia el parque, no le vera. Poda
esperar, poda reflexionar, tiempo haba, era tiro seguro; cuando el otro se moviera para
descolgarse... entonces.
Pero tardaba aos, tardaba siglos. As no se poda vivir, con aquel can que pesaba
quintales, mundos de plomo y aquel fro que coma el cuerpo y el alma no se poda vivir...
Mejor suerte hubiera sido estar al otro extremo del can, all sobre la tapia... S, s; l
hubiera cambiado de sitio. Y eso que el otro iba a morir.
Era lvaro, y no iba a durar un minuto! Caera en el parque o a la calleja?...
No cay; descendi sin prisa del lado de Traslacerca, tranquilo, acostumbrado a tal
escalo, conocido ya de las piedras del muro. Don Vctor le vio desaparecer sin dejar la
puntera y sin osar mover el dedo que apoyaba en el gatillo ; ya estaba Mesa en la calleja y
su amigo segua apuntando al cielo.
Miserable! deb matarle! grit don Vctor cuando ya no era tiempo; y como si le
remordiera la conciencia, corri a la puerta del parque, la abri, sali a la calleja y corri
hacia la esquina de la tapia por donde haba saltado su enemigo. No se vea a nadie.
Quintanar se acerc a la pared y vio en sus piedras y resquicios la escalera de su deshonra.
S, ahora lo vea perfectamente; ahora no vea ms que eso; y cuntas veces haba
pasado por all sin sospechar que por aquella tapia se suba a la alcoba de la Regenta! Volvi
al parque; reconoci la pared por aquel lado. La pipa medio podrida arrimada al muro, como
al descuido, los palos del espaldar roto, formaban otra escala; aquella la vea todos los das
veinte veces y hasta ahora no haba reparado lo que era: una escala! Aquello le pareca
smbolo de su vida: bien claras estaban en ella las seales de su deshonra, los pasos de la
traicin; aquella amistad fingida, aquel sufrirle comedias y confidencias, aquel malquistarle
con el seor Magistral... todo aquello era otra escala y l no la haba visto nunca, y ahora no
vea otra cosa.
Y Ana? Ana! Aqulla estaba all, en casa, en el lecho; la tena en sus manos, poda
matarla, deba matarla. Ya que al otro le haba perdonado la vida... por horas, nada ms que
por horas, por qu no empezaba por ella? S, s, ya iba, ya iba; estaba resuelto, era claro,
haba que matar, quin lo dudaba? pero antes... antes quera meditar, necesitaba
calcular... s, las consecuencias del delito... porque al fin era delito... Ellos eran unos
infames, haban engaado al esposo, al amigo... pero l iba a ser un asesino, digno de
disculpa, todo lo que se quiera, pero asesino.
Se sent en un banco de piedra. Pero se levant en seguida: el fro del asiento le
haba llegado a los huesos; y senta una extraa pereza su cuerpo, un egosmo material que
le pareci a don Vctor indigno de l y de las circunstancias. Tena mucho fro y mucho

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sueo; sin querer, pensaba en esto con claridad, mientras las ideas que se referan a su
desgracia, a su deshonra, a su vergenza, se mostraban reacias, huan, se confundan y se
negaban a ordenarse en forma de raciocinio.
Entr en el cenador y se sent en una mecedora. Desde all se vea el balcn de
donde haba saltado don lvaro.
El reloj de la catedral dio las siete.
Aquellas campanadas fijaron en la cabeza aturdida de Quintanar la triste realidad...
Le haban adelantado el reloj. Quin? Petra, sin duda Petra. Haba sido una venganza.
Oh! una venganza bien cumplida. Ahora le pareca absurdo haber tomado la poca luz del
alba por da nublado. Y si Petra no hubiera adelantado el reloj o si l no lo hubiese credo, tal
vez ignorara toda la vida la desgracia horrible... aquella desgracia que haba acabado con la
felicidad para siempre. La pereza de ser desgraciado, de padecer, unida a la pereza del
cuerpo que peda a gritos colchones y sbanas calientes, entumecan el nimo de don Vctor,
que no quera moverse, ni sentir, ni pensar, ni vivir siquiera. La actividad le horrorizaba...
Oh, qu bien si se parase el tiempo! Pero, no, no se paraba; corra, le arrastraba consigo;
le gritaba: muvete; haz algo, tu deber; aqu de tus promesas, mata, quema, vocifera,
anuncia al mundo tu venganza, despdete de la tranquilidad para siempre, busca energa en
el fondo del sueo, de los bostezos arranca los apstrofes del honor ultrajado, representa tu
papel, ahora te toca a ti, ahora no es Perales quien trabaja, eres t; no es Caldern quien
inventa casos de honor, es la vida, es tu pcara suerte, es el mundo miserable que te pareca
tan alegre, hecho para divertirse y recitar versos... Anda, anda, corre, sube, mata a la
dama; despus desafa al galn y mtale tambin... no hay otro camino. Y a todo esto sin
poder menear pie ni mano, muerto de sueo, aborreciendo la vigilia que presentaba tales
miserias, tanta desgracia, que iba a durar ya siempre!
Pero haba llegado la suya. Aqul era su drama de capa y espada. Los haba en el
mundo tambin. Pero qu feos eran, qu horrorosos! Cmo poda ser que tanto deleitasen
aquellas traiciones, aquellas muertes, aquellos rencores en verso y en el teatro? Qu malo
era el hombre! Por qu recrearse en aquellas tristezas cuando eran ajenas, si tanto dolan
cuando eran propias? Y l, el miserable, hombre indigno, cobarde, estaba filosofando y su
honor sin vengar todava!... Haba que empezar, volaba el tiempo!... Otro tormento! el
orden de la funcin, el orden de la trama! Por dnde iba a empezar, qu iba a decir, qu
iba a hacer, cmo la mataba a ella, cmo le buscaba a l?
El reloj de la catedral dio las siete y media.
De un brinco se puso Quintanar en pie.
Media hora! Media hora en un minuto; y no he odo el cuarto...
Y Frgilis va a llegar... y yo no he resuelto...
Don Vctor tuvo conciencia clara de que su voluntad estaba inerte, no poda resolver.
Se despreci profundamente, pero ms profundo que el desprecio fue el consuelo que sinti
al comprender que no tena valor para matar a nadie, as, tan de repente.
O subo y la mato ahora mismo, antes que llegue Toms, o ya no la mato hoy...
Volvi a caer sentado en la mecedora, y aliviada su angustia con la laxitud del nimo,
que ya no luchaba con la impotencia de la voluntad, recobr parte de su vigor el
sentimiento, y el dolor de la traicin le pinch por la vez primera con fuerza bastante para
arrancarle lgrimas.
Llor como un anciano, y pens en que ya lo era. Jams se le haba ocurrido tal idea.
Su temperamento le engaaba, fingiendo una juventud sin fin; la desgracia al herirle de
repente le destea, como un chubasco, todas las canas del espritu.

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Ay, s, era un pobre viejo; un pobre viejo, y le engaaban, se burlaban de l.


Llegaba la edad en que iba a necesitar una compaera, como un bculo... y el bculo se le
rompa en las manos, la compaera le haca traicin, iba a estar solo... solo; le abandonaban
la mujer y el amigo...
El dolor, la lstima de s mismo, trajeron a su pensamiento ideas ms naturales y
oportunas que las que despertara, entre fantasmas de fiebre y de insomnio, la indignacin
contrahecha por las lecturas romnticas y combatida por la pereza, el egosmo y la flaqueza
del carcter.
No senta celos, no senta en aquel momento la vergenza de la deshonra, no
pensaba ya en el mundo, en el ridculo que sobre l caera; pensaba en la traicin, senta el
engao de aquella Ana a quien haba dado su honor, su vida, todo. Ay, ahora vea que su
cario era ms hondo de lo que l mismo creyera; querala ms ahora que nunca, pero
claramente senta que no era aquel amor de amante, amor de esposo enamorado, sino
como de amigo tierno, y de padre... s, de padre dulce, indulgente y deseoso de cuidados y
atenciones!
Matarla! eso se deca pronto pero matarla!... Bah, bah... los cmicos matan en
seguida, los poetas tambin, porque no matan de veras... pero una persona honrada, un
cristiano no mata as, de repente, sin morirse l de dolor, a las personas a quien vive unido
con todos los lazos del cario, de la costumbre... Su Ana era como su hija... Y l senta su
deshonra como la siente un padre; quera castigar, quera vengarse, pero matar era mucho.
No, no tendra valor ni hoy ni maana, ni nunca, para qu engaarse a s mismo? Mata el
que se ciega, el que aborrece; l no estaba ciego, no aborreca, estaba triste hasta la
muerte, ahogndose entre lgrimas heladas; senta la herida, comprenda todo lo ingrata
que era ella, pero no la aborreca, no quera, no podra matarla. Al otro s; lvaro tena que
morir; pero frente a frente, en duelo, no de un tiro, no; con una espada lo matara; aquello
era ms noble, ms digno de l. Frgilis tena que encargarse de todo. Pero cundo?
ahora? en cuanto llegase? No... tampoco se atreva a decrselo as, de repente. Despus
de hablar con alma humana de tan vergonzoso descubrimiento, ya no haba modo de
volverse atrs, esto es, de cambiar de resolucin, de aplazar ni modificar la venganza. En
cuanto alguien lo supiera haba que proceder deprisa, con violencia; lo exiga as el mundo,
las ideas del honor; l era al fin un marido burlado... Y a ella habra que llevarla a un
convento. Y l, l se volvera a su tierra, si no le mataba Mesa; se escondera en La Almunia
de don Godino.
Al llegar aqu se acord el infeliz esposo de que Ana meses antes, le propona un
viaje a La Almunia. Tal vez si l hubiera aceptado se hubiese evitado aquella desgracia...
irreparable! S, irreparable, qu duda caba?
Y Petra? Maldita sea! Petra... Es ella quien me hace tan desgraciado, quien me
arroja en este pozo obscuro de tristeza, de donde ya no saldr aunque mate al mundo
entero; aunque haga pedazos a Mesa y entierre viva a la pobre Ana!... Ay, Ana tambin va
a ser bien infeliz!
La catedral dio ocho campanadas. Las ocho! Ahora deba yo despertar... y no sabra
nada.
Este pensamiento le avergonz. En su cerebro estall la palabra grosera con que el
vulgo mal hablado nombra a los maridos que toleran su deshonra... y la ira volvi a
encenderse en su pecho, sopl con fuerza y barri el dolor tierno... Venganza! venganza!
se dijo o soy un miserable, un ser digno de desprecio...
Sinti pasos sobre la arena, levant la cabeza y vio a su lado a Frgilis.
Hola! parece que se ha madrugado dijo Crespo, que gustaba de ser siempre el
primero.

468

Vamos, vamos contest don Vctor, volviendo a levantarse y despus de colgar la


escopeta del hombro.
La presencia de Frgilis le haba asustado; sac fuerzas de flaqueza para tomar un
partido de repente. Se resolvi por fin. Resolvi callar, disimular, ir a caza. All en los
prados de las marismas, cuando se quedara solo en acecho, en todo aquel da triste que iba
a ser tan largo, meditara... y a la vuelta, a la vuelta acaso tendra ya formado su plan, y
consultara con Toms y le mandara a desafiar al otro, si era esto lo que proceda. Por ahora
callar, disimular. Aquello no poda echarse a volar as como quiera. El descubrimiento que
deba a Petra no era para revelado sin su cuenta y razn. A Frgilis poda decrsele todo, pero
a su tiempo.
Salieron del parque. El mismo Quintanar cerr la verja con su llave. Crespo iba
delante. Mir don Vctor hacia el fondo de la huerta, hacia el casern que ya le pareca
otro... Qu haca? Era un cobarde aplazando su venganza? No, porque... ellos no
sospechaban nada, no escaparan, no haba miedo. Silencio y disimulo, esto haca falta
ahora. Y reflexionar mucho. Cualquier cosa que hiciera iba a ser tan grave! Le acongojaba
la idea de la inmensa responsabilidad de sus prximos actos. El sentir que de su voluntad
siempre tornadiza, impresionable y dbil iban ahora a depender sucesos tan importantes, la
suerte de varias personas, le suma en una especie de pnico taciturno y desesperado.
Veleidades tena de llamar a Frgilis, decrselo todo, ponerlo en sus manos todo... Frgilis,
aunque era un soador, llegado el caso tena mejor sentido que l; sabra ser ms prctico...
Qu hara?
Por lo pronto seguir a Toms a la estacin. Y callar. Para hablar siempre era tiempo.
La maana segua cenicienta; nubes y m s nubes plomizas salan como de un telar
de los picos y mesetas del Corfn, caan sobre la sierra, se arrastraban por sus cumbres,
resbalaban hacia Vetusta y llenaban el espacio de una tristeza gris, muda y sorda.
No hace fro, observ Frgilis al llegar a la estacin. No llevaba ms abrigo que su
bufanda a cuadros. Pero deca l que su cazadora vala por la piel de un proboscidio. No le
entraban balas ni catarros.
En cambio Quintanar, ceido al cuerpo el capotn espeso, tena que hacer esfuerzos
para no dar diente con diente. No, no hace mucho fro! dijo, por miedo de delatarse.
Afortunadamente ste es un sonmbulo que no se fija nunca en si los dems tienen
cara de risa o cara de vinagre. Debo de estar plido, desencajado... pero este egosta no ve
nada de eso.
Entraron en un coche de tercera. En su mismo banco Frgilis encontr antiguos
conocidos. Eran dos ganaderos que volvan de Castilla y despus de hacer noche en Vetusta
buscaban el amor de su hogar all en la aldea. Crespo, como si no hubiera en el mundo
penas, ni amigos que se ahogaban en ellas, alegre, con aquel insultante regocijo que le
inspiraba a l la helada en las maanas ms fras del ao, frotaba las manos y hablaba del
precio de las reses, y de las ventajas de la parcera, locuaz, como nunca se le vea en
Vetusta. Pareca que, segn el tren se alejaba de los tejados de un rojo sucio, casi pardo, de
la ciudad triste, sumida en sueo y en niebla, el alma de Frgilis se ensanchaba, respiraba a
su gusto aquel pulmn de hierro.
No sospechaba aquel ciego, tan inoportunamente alegre y decidor, que su amigo, su
mejor amigo, al romper la marcha el tren, haba tenido tentaciones de arrojarse al andn; y
despus, de tirarse por la ventanilla a la va, y correr, correr desalado a Vetusta, entrar en el
casern de los Ozores y coser a pualadas el pecho de una infame...

469

S, todo esto haba querido hacer don Vctor que se sinti morir de vergenza y de
clera contra los infames adlteros y contra s mismo en cuanto not que el tren se mova y
le alejaba del lugar del crimen, de su deshonra y de su venganza necesaria...
Soy un miserable, soy un miserable! gritaba por dentro Quintanar mientras el tren
volaba y Vetusta se quedaba all lejos; tan lejos, que detrs de las lomas y de los rboles
desnudos ya slo se vea la torre de la catedral, como un gallardete negro destacndose en
el fondo blanquecino de Corfn, envuelto por la niebla que el sol tibio iluminaba de soslayo.
Huyo de mi deshonra en vez de lavar la afrenta, huyo de ella... esto no tiene
nombre oh!... s lo tiene Y zas! el nombre que tena aquello, segn Quintanar, estallaba
como un cohete de dinamita en el cerebro del pobre viejo.
Soy un tal, soy un tal! y se lo deca a s mismo con todas sus letras, y tan alto que
le parec a imposible que no le oyeran todos los presentes.
Pero el tren hua de Vetusta, silbaba, le silbaba a l; y l no tena el valor de
arrojarse a tierra, de volver al pueblo... iba a tardar ms de doce horas en ver el casern,
aplazaba su venganza ms de doce horas!...
Pasaron un tnel y no qued ya nada de Vetusta ni de su paisaje. Era otro panorama;
estaban a espaldas de la sierra; montes rojizos, lomas montonas como oleaje simtrico se
extendan cerrando el horizonte a la izquierda de la va. El cielo estaba obscuro por aquel
lado, bajas las nubes, que como grandes sacos de ropa sucia se deshilachaban sobre las
colinas de lontananza; a la derecha campos de maz, ahora vacos, enseaban la tierra,
negra con la humedad; entre las manchas de las tierras desnudas aparecan el monte bajo,
de trecho en trecho, las pomaradas ahora tristes con sus manzanos sin hojas, con sus ramos
afilados, que parecan manos y dedos de esqueleto. Por aquel lado el cielo prometa
despejarse, la niebla haca palidecer las nubes altas y delgadas que empezaban a rasgarse.
Sobre el horizonte, hacia el mar, se extenda una franja lechosa, uniforme y de un matiz
constante. Sobre los castaares, que semejaban ruinas y mostraban descubiertos los que
eran en verano misterios de su follaje; sobre los bosques de robles y sobre los campos
desnudos y las pomaradas tristes pasaban de cuando en cuando en tringulo macednico
bandadas de cuervos, que iban hacia el mar, como nufragos de la niebla, silenciosos a
ratos, y a ratos lamentndose con graznar lgubre que llegaba a la tierra apagado, como
una queja subterrnea.
Mientras Frgilis hablaba de la conveniencia de abandonar el cultivo del maz y de
cultivar los prados con intensidad, don Vctor, apoyada la cabeza sobre la tabla dura del
coc he de tercera miraba al cielo pardo y vea desaparecer entre la niebla una falange de
cuervos por aquel desierto de aire. Ya parecan polvos de imprenta, despus aprensin de la
vista; despus, nada.
Lugarejo, dos minutos!, grit una voz rpida y ronca.
Don Vctor asom la cabeza por la ventanilla. La estacin, triste cabaa muy pintada
de chocolate y muerta de fro, estaba al alcance de su mano o poco ms distante. Sobre la
puerta, asomada a una ventana, una mujer rubia, como de treinta aos, daba de mamar a
un nio.
Es la mujer del jefe. Viven en este desierto. Felices ellos pens Quintanar.
Pas el jefe de la estacin que pareca un pordiosero. Era joven; ms joven que la
mujer de la ventana pareca.
Se querrn. Ella por lo menos le ser fiel.
Despus de esta conjetura don Vctor se dej caer otra vez en su asiento. Cerr los
ojos, tap el rostro cuanto pudo con una mano. El tren volvi a moverse. El ruido del hierro

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y de la madera y la trepidacin uniforme eran como cancin que atraa el sueo. Quintanar,
sin pensar en ello, meda el ritmo de las ruedas pesadas y crujientes con el comps de una
marcha que cantaba su tordo, aquel tordo orgullo de la casa... Despus midi el paso del
tren con los de cierta polka... y despus se qued dormido.
Media hora despus llegaban a la estacin en que dejaban el tren para tomar a pie la
carretera que los conduca a las marismas de Palomares.
Don Vctor despert asustado, gracias a un golpe que le dio en el hombro Frgilis.
Haba soado mil disparates inconexos; l mismo, vestido de cannigo con traje de
coro, casaba en la iglesia parroquial del Vivero a don lvaro y a la Regenta. Y don lvaro
estaba en traje de clrigo tambin, pero con bigote y perilla... Despus los tres juntos se
haban puesto a cantar el Barbero, la escena del piano; l, don Vctor, se haba adelantado a
las bateras para decir con voz cascada:
Quando la mia Rosina...
el pblico de las butacas haba graznado al orle como un solo espectador... Todas las
butacas estaban llenas de cuervos que abran el pico mucho y retorcan el pescuezo con
ondulaciones de culebra... Una pesadilla pens Quintanar, y entre dormido y despierto
emprenda la marcha a pie por la carretera de Palomares abajo. Estaban en RocaTajada; a
la derecha, a pico, se elevaba el monte Areo partido por aquel desfiladero; estrecha
garganta por donde slo caban la angosta carretera y el ro Abroo, que se cruzaban en
mitad de la hoz pasando el camino, perpendicular al ro, por un puente de piedra blanca.
Despus de almorzar en RocaTajada, en la taberna de Matiella, estanquero y
albail, grande amigo de Frgilis, los dos amigos cazadores dejaron el camino real y por
prados fangosos de yerba alta, de un verde obscuro, llegaron otra vez a las orillas del
Abroo, all ms ancho, rodeado de juncos y arena, rizado por las ondas verdes que le
mandaba el mar ya vecino.
Frgilis y Quintanar pasaron el ro en una barca, comenzaron a subir una colina
coronada por una aldea de casas blancas separadas por pomaradas y laureles, pinos de copa
redonda y ancha y lamos esbeltos. El verde de los pinares y de los laureles y de algunos
naranjos de las huertas, sobre el verde ms claro de las praderas en declive, limpias y como
recortadas con tijeras, alegraba la cumbre resaltando bajo el cie lo lechoso y entre las
paredes blancas, que se coman toda la luz del da, difusa y como cernida a travs de las
nubes delgadas. Segn suban por la falda de la loma que era como primer escaln para la
colina, el terreno se afirmaba, la hierba aclaraba su color y menguaba. Frgilis se detuvo y
contempl el monte Areo, que tena enfrente; el ro ondulante que quedaba debajo y la
franja del mar, azulada con pintas blancas, que se vea en un rincn del horizonte, en
apariencia ms alto que el ro, como una pared obscura que suba hacia las nubes.
Quintanar se sent sobre una pea que dejaba descubierta el prado. De la parte de
Areo, cruzando sobre el ro a mucha altura, vieron venir un bando de tordos de agua.
Cuando estuvieron a tiro Frgilis dispar los de su escopeta con tan mala suerte que no
consigui ms que dispersar las apretadas filas.
Tira t, bobo! grit Crespo furioso.
Quintanar se levant, apunt, dispar y cuatro tordos de agua cayeron heridos por
los perdigones que, segn pens en aquel instante don Vctor, deba tener en los sesos el
amigo traidor, el infame don lvaro.
S, aquel tiro era el de lvaro; los tordos, inocentes, caan a pares, y el ladrn de su
honra viva. Y cosa extraa! cuando all en el parque haba estado apuntando a la cabeza
de Mesa, no recordaba que el cartucho mortfero tena carga de perdign; suponalo lleno
de postas o de balas.

471

Muy contra su voluntad, a pesar de la desgracia que tena encima, el cazador sinti el
placer de la vanidad satisfecha. Frgilis haba disparado dos tiros y... nada; disparaba l
uno solo y... cuatro... S, cuatro, all estaban, sangrando sobre el prado, mezclando las
gotas rojas con la escarcha blanca de la hierba.
Media hora despus Frgilis tomaba el desquite matando un soberbio pat o marino.
Quintanar, por gusto, mat un cuervo que no recogi.
Cazaron hasta las doce, hora de comer sus fiambres. Los perros de Frgilis se
aburran. Aquella caza en que ellos representaban un papel secundario, les pareca una
vergenza; bostezaban y obedecan mal a la voz del amo.
Despus de comer los fiambres y de beber regulares tragos, don Vctor sinti su pena
con intensidad cuatro veces mayor. Todo lo vea claro, toda la trascendencia de su
descubrimiento del amanecer se le apareca como un tratado clsico de historia. Lo que
haba sucedido, lo que iba a suceder, lo vea como en un panorama. Y senta comezn de
hablar y ansias de llorar. Por qu no abra el pecho al amigo del alma, al verdadero, al
nico? No se lo abri. No era tiempo.
Para perseguir un bando de peguetas que volaba de prado en prado, siempre alerta,
se separaron. Aquellos pajarracos no se coman, pero Frgilis les tena declarada la guerra
porque se burlaban de los cazadores con una especie de irona, de sarcasmo que pareca
racional. Esperaban, fingan estar descuidados, disimulaban su vigilancia, y al ir Frgilis a
disparar, escondido tras un seto... volaban los condenados gritando como brujas
sorprendidas en aquelarre. Por eso los persegua tenaz, irritado.
Se separaron. Si las peguetas iban por un lado al escapar del prado que cubran
tindolo de negro, se encontraban con la descarga de Crespo; si tomaban por el otro lado,
disparaba don Vctor.
El cual se qued solo, sobre una loma dominando el valle. El sol no haba conseguido
disipar la niebla; se le vislumbraba detrs de un toldo blanquecino, como si fuera una luna
de teatro hecha con un poco de aceite sobre un papel. A lo lejos gritaban las agoreras aves
de invierno, que despus aparecan bajo las nubes, volando fuera de tiro, sin miedo al
cazador, pero tristes, cansadas de la vida, supona Quintanar.
El campo estaba melanclico. El invierno pareca una desnudez. Y a pesar de todo,
qu hermosa era la naturaleza! qu tranquilamente reposaba!... Los hombres, los
hombres eran los que haban engendrado los odios, las traiciones, las leyes convencionales
que atan a la desgracia el corazn! La filosofa de Frgilis, aquel pensador agrnomo que
despreciaba la sociedad con sus falsos principios, con sus preocupaciones, exageraciones y
violencias, se le present a Quintanar, a quien el cuerpo repleto le peda siesta, como la
filosofa verdadera, la sabidura nica, eterna. Vetusta, quedaba all, detrs de montes y
montes, qu era comparada con el ancho mundo? Nada; un punto. Y todas las ciudades, y
todos los agujeros donde el hombre, esa hormiga, fabricaba su albergue, qu eran
comparados con los bosques vrgenes, los desiertos, las cordilleras, los vastos mares?...
Nada. Y las leyes de honor, las preocupaciones de la vida social todas, qu eran al lado de
las grandes y fijas y naturales leyes a que obedecan los astros en el cielo, las olas en el
mar, el fuego bajo la tierra, la savia circulando por las plantas?
Vivos deseos sinti Quintanar por un momento de echar races y ramas, y llenarse de
musgo como un roble secular de aquellos que vea coronando las cimas del monte Areo.
Vegetar era mucho mejor que vivir.
Oy un tiro lejano, despus el estrpito de las peguetas que volaban rindose con
estridentes chillidos; las vio pasar sobre su cabeza. No se movi. Que se fueran al diablo. l
estaba pensando en Toms Kempis. S, Kempis, a quien haba olvidado, tena razn; donde
quiera estaba la cruz. Arregla, deca el sabio asceta, arregla y ordena todas las cosas segn

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tu modo de ver y segn tu voluntad, y vers que siempre tienes algo que padecer de grado
o por fuerza; siempre hallars la cruz.
Y tambin recordaba lo de: Algunas veces parecer que Dios te deja, otras veces
sers mortificado por el prjimo; y lo que es ms, muchas veces te sers molesto a ti
mismo.
S, el prjimo me mortifica, y yo mismo me molesto, me hago dao hasta sangrar el
alma... No s lo que debo hacer, ni lo que debo pensar siquiera. Anita me engaa, es una
infame s... pero y yo? No la engao yo a ella? Con qu derecho un mi frialdad de viejo
distrado y soso a los ardores y a los sueos de su juventud romntica y extremosa? Y por
qu alegu derechos de mi edad para no servir como soldado del matrimonio y pretend
despus batirme como contrabandista del adulterio? Dejar de ser adulterio el del hombre
tambin, digan lo que quieran las leyes?
Le daba ira encontrarse tan filsofo, pero no poda otra cosa. Comprenda que
aquellas meditaciones le alejaban de su venganza, que en el fondo del alma l no quera ya
vengarse, quera castigar como un juez recto y salvar su honor, nada ms. Y esto mismo le
irritaba. Despus volva la lstima tierna de s mismo, la imagen de la vejez solitaria... y los
alcaravanes, all en el cielo gris, iban cantando sus ayes como quien recita el Kempis en una
lengua desconocida.
S, la tristeza era universal; todo el mundo era podredumbre; el ser humano, lo ms
podrido de todo.
Y siempre sacaba en consecuencia que l no saba lo que deba hacer, ni siquiera lo
que deba pensar, ni aun lo que deba sentir.
De todas suertes, las comedias de capa y espada mentan como bellacas; el mundo
no era lo que ellas decan: al prjimo no se le atraviesa el cuerpo sin darle tiempo ms que
para recitar una rendondilla. Los homb res honrados y cristianos no matan tanto ni tan
deprisa.
De noche, en el tren, cuando volvan solos a Vetusta en un coche de segunda, por
miedo al fro de los de tercera, Frgilis que miraba el paisaje triste a la luz de la luna, que
aquella vez haba podido ms que el sol y haba roto las nubes, Frgilis sinti un suspiro
como un barreno detrs de s, y volvi la cabeza diciendo:
Qu te pasa, hombre? Todo el da te he visto preocupado, tristn... qu pasa?
La lamparilla del techo que alumbraba dos departamentos, apenas rompa las
tinieblas de aquel coche que pareca caja de muerto.
Frgilis no poda ver bien el rostro de don Vctor, pero le oy, de repente, llorar como
un chiquillo, y sinti la cabeza fuerte y blanca de Quintanar apoyada en el hombro del
amigo. S, se apoyaba el pobre viejo con cario, confianza, y con la fuerza con que se deja
caer un muerto. Pareca aquello la abdicacin de su pensamiento, de toda iniciativa.
Toms, necesito que me aconsejes. Soy muy desgraciado; escucha...

XXX

Y ahora, mucho cuidado; mira lo que vas a hacer.


T no entras?
No, no... Tengo prisa, tengo que hacer.

473

Me dejas solo ahora!


Volver si quieres... pero... mejor te acostabas pronto. Maana vendr temprano.
Te advierto que no te he dicho que s.
Bueno, bueno... adis.
Espera, espera... no me dejes solo... todava. No te he dicho que s; tal vez... lo
piense ms y... me decida por seguir el camino opuesto.
Pero por de pronto, Vctor, prudencia, disimulo... Es decir, si no quieres exponerte
a una desgracia. Ya lo sabes...
S, s! Bentez cree que un gran susto, una impresin fuerte...
Eso; puede matarla.
Est enferma!
S, ms de lo que t crees.
Est enferma! Y un susto, un susto grande... puede matarla.
Eso, as como suena.
Y yo debo subir, y guardar para m todos estos rencores, toda esta hiel
tragrmela... y disimular, y hablar con ella para que no sospeche y no se asuste... y no se
me muera de repente...
S, Vctor, s; todo eso debes hacer.
Pero confiesa, Toms, que todo eso se dice mejor que se hace; y comprende que
ese aldabn me inspire miedo, explcate la razn que tengo para tenerle el mismo asco que
si fuera de hierro lquido...
Call a esto Frgilis.
Llegaban de la estacin; estaban en el portal del casern de los Ozores, que apenas
alumbraba a pedazos el farol dorado pendiente del techo.
Quintanar no tena valor para subir a su casa. No quera llamar. Iban a abrirle, iba a
salir ella, Ana, a su encuentro, se atrevera a sonrer como siempre, tal vez a ponerle la
frente cerca de los labios para que la besara... Y l tendra que sonrer, y besar y callar... y
acostarse tan sereno como todas las noches... Toms deba comprender que aquello era
demasiado...
Y adems, las revelaciones de Frgilis respecto a la salud de Ana le haban cado al
pobre exregente como una maza sobre la cabeza. Aquella alegra, aquella exaltacin que
la haban llevado... al crimen, a la infamia de una traicin... eran una enfermedad!; Ana
poda morir de repente cualquier da; una impresin extraordinaria lo mismo de dolor que de
alegra, mejor si era dolorosa, poda matarla en pocas horas... Esto haba contestado
Frgilis a la historia de su amigo. A Mesa fusilmosle, haba dicho, si eso te consuela; pero
hay que esperar, hay que evitar el escndalo, y sobre todo hay que evitar el susto, el
espanto que sobrecogera a tu mujer si t entraras en su alcoba como los maridos de
teatro... Ana, culpable segn las leyes divinas y humanas, no lo era tanto en concepto de
Frgilis que mereciera la muerte.
Quin quiere matarla? Yo no quiero eso! haba interrumpido don Vctor al or
esto.
Pero Frgilis haba replicado:

474

S quieres tal si le dices que lo sabes todo. Lo que hay que hacer hay que pensarlo;
yo no digo que la perdones, que sa sea la nica solucin; pero confiesa que el perdonar es
una solucin tambin.
Perdonarla es transigir con la deshonra...
Eso ya lo veramos. T eres cristiano?
S, de todo corazn, ms cada da... Como que ya no veo ms refugio para mi alma
que la religin.
Bueno, pues si eres cristiano ya veremos si debes perdonar o no. Pero no se trata
de esto todava; se trata de no cortar el camino al perdn, antes de ver si conviene, dando a
tu mujer esa pualada mortal al entrar en su cuarto y gritar: Muera la esposa infiel! para
que ella conteste: Jess mil veces! y caiga redonda. Yo no s si dira Jess mil veces,
pero de que caera estoy seguro. Y ya ves, antes de matarla hay que ver si tenemos derecho
para ello.
No, yo no lo tengo; me lo dice la conciencia...
Y dice perfectamente. Ni yo tengo derecho para aconsejarte nada trgico. Cuando
te cas con ella, porque yo te cas, Vctor, bien te acordars, cre hacer la felicidad de
ambos...
Y no pareca que te habas equivocado. La ma la habas hecho. La de ella...
durante ms de diez aos pareci que tambin.
S, pareci; pero la procesin andaba por dentro... Diez aos fue buena: la vida es
corta... No fue tan poco.
Mira, Frgilis, tu filosofa no es para consolar a un marido en mi situacin... Ya s yo
todo lo que t puedes decirme y mucho ms... Eso no es consolarme...
Ni yo creo que tu situacin admita consuelos ms que el del tiempo y la reflexin
lenta y larga... Pero ahora no se trata de ti, se trata de ella. Te empeas en coser el cuerpo
con un florete o con una espada a Mesa? Sea; pero hay que ver cundo y cmo. Hay que
tener calma. Despus de lo que sabes de la enfermedad de Ana, secreto que Bentez me
impuso y que rompo por lo apurado del caso, despus de saber que puede sucumbir ante
una revelacin semejante...
Pero no es peor hacer lo que hace que saber que yo lo s? Quin te asegura a ti
que no me despreciar, que no procurar huir con el otro?
Vctor, no seas majadero! El otro... es un zascandil. No hizo ms que esperar que
cayera el fruto de maduro... Ella no est enamorada de Mesa... En cuanto vea que es un
cobarde y que la abandona antes que pelear por ella... le despreciar, le maldecir... y en
cambio los remordimientos la volvern a ti, a quien siempre quiso.
Que quiso!
S, ms que a un padre. Qu mejor prueba quieres que todo lo pasado? Por qu
se hizo mstica?... Y la pobre... tambin tuvo que sufrir ataques... creo yo, de otro lado...
de... pero en fin, de esto no hablemos. Por qu luch como luch sin duda? Porque te
quera... porque te quiere... te quiere mucho...
Y me vende!
Te vende! te vende!... En fin, no hablemos de eso... ya has dicho que no quieres
mis filosofas. Ello es, que si armas arriba una escena de honor ultrajado, en seguida hay
otra de entierro.
Hombre, dices las cosas de un modo!...

475

La verdad. Un drama completo. Pero en ltimo caso, si tan irritado ests, si tan
ciego te ves, si no puedes atender a razones, ni a tu conciencia que bien claro te habla,
llama, sube, alborota, quema la casa... O no hagas tanto, que bastar con que la espantes
con tu noticia para que Ana caiga de espaldas y le estalle dentro una de esas cosas en que
t no crees, pero que son para la vida como los alambres para el telgrafo. Si ests furioso,
si no puedes contenerte, tambin t tendrs disculpa hagas lo que hagas. (Pausa.) Pero si
no, Quintanar, no tienes perdn de Dios.
Esto ltimo lo dijo Crespo con voz solemne, grave, vibrante que hizo a su amigo
estremecerse.
Despus de este dilogo, parte del cual mantuvieron por el camino de la estacin a
casa y parte dentro del portal, fue cuando Quintanar se acerc a la puerta para coger el
aldabn y cuando Frgilis exclam:
Y ahora mucho cuidado; mira lo que vas a hacer.
Frgilis tena prisa, quera dejar a don Vctor cuanto antes para correr en busca de
don lvaro y advertirle de que Quintanar saba su traicin, para que se abstuviera de asaltar
el parque aquella noche y acudir a la cita, si la tena como era de suponer. Pensaba Crespo
que a Vctor no se le haba ocurrido, como no se le ocurrieron otras tantas cosas, que
aquella noche se repetira la escena de la anterior, que deba de ser ya antigua costumbre;
poda don lvaro, que no haba visto a su vctima cuando le acechaba en el parque, volver a
las andadas, sorprenderle Quintanar, y entonces era imposible evitar una tragedia. Adems,
Frgilis tena la conviccin de que don lvaro escapara de Vetusta en cuanto l le dijera que
Quintanar iba a desafiarle. No le faltaban motivos para creer muy cobarde al don Juan
Tenorio.
Pero aquel Vctor no le dejaba marchar!
Por fin, despus de prometer de nuevo disimular, ocultar su dolor, su ira, lo que
fuera, pero slo por aquella noche, llam el digno regente jubilado con el mismo aldabonazo
enrgico y conciso con que haca retumbar el patio, cuando la casa era honrada y el jefe de
familia respetado y tal vez querido.
Adis, adis, hasta maana temprano! dijo Frgilis, librndose de la mano
trmula que le sujetaba un brazo.
Egosta, pens don Vc tor al quedarse solo; es la nica persona que me quiere
en el mundo... y es egosta!
Se abri la puerta. Vacil un momento... Se le figur que del patio sala una corriente
de aire helado...
Entr, y al volverse hacia el portal, para cerrar la puerta que dejaba atrs, vio que
entraba en su casa un fantasma negro, largo; que paso a paso, por el portal adelante, se
acercaba a l y que se le quitaba el sombrero que era de teja.
Mi seor don Vctor! dijo una voz melosa y temblona.
Cmo! usted? es usted... seor Magistral!... Un temblor fro, como precursor de
un sncope, le corri por el cuerpo al exregente, mientras aada, procurando una voz
serena:
A qu debo... a estas horas... la honra...? qu pasa?... Alguna desgracia?...
Pero este
desenterrado.

hombre no sabe nada? se pregunt De Pas, que pareca un

Mir a don Vctor a la luz del farol de la escalera y le vio desencajado el rostro; y don
Vctor a l le vio tan plido y con ojos tales que le tuvo un miedo vago, supersticioso, el

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miedo del mal incierto. Hasta llegar all, el Magistral no haba hablado, no haba hecho ms
que estrechar la mano de don Vctor e invitarle con un ademn gracioso y enrgico al par, a
subir aquella escalera.
Pero qu pasa? repiti don Vctor en voz baja en el primer descanso.
Viene usted de caza? contest el otro con voz dbil.
S, seor, con Crespo; pero qu sucede? Hace tanto tiempo... y a estas horas...
Al despacho, al despacho... No hay que alarmarse... al despacho...
Anselmo alumbraba por los pasillos del casern a su amo a quien segua el Magistral.
No pregunta por Ana pens De Pas.
La seora no ha odo llamar, est en su tocador... quiere el seor que la avise?
pregunt Anselmo.
Eh? no, no, deja... digo... si el seor Magistral quiere hablarme a solas... y se
volvi el amo de la casa al decir esto.
Bien, s; al despacho... entremos en su despacho...
Entraron. El temblor de Quintanar era ya visible. Qu iba a decirle aquel hombre?
A qu vena?...
Anselmo encendi dos luces de esperma y sali.
Oye, si la seora pregunta por m, que all voy... que estoy ocupado... que me
espere en su cuarto... No es eso? No quiere usted que estemos solos?
El Magistral aprob con la cabeza, mientras clavaba los ojos en la puerta por donde
sala Anselmo.
Ya estaba all, ya haba que hablar... qu iba a decir? Terrible trance; tena que
decir algo y ni una idea remota le acuda para darle luz; no saba absolutamente nada de lo
que poda convenirle decir. Cmo hablar sin preguntar antes? Qu saba don Vctor? sta
era la cuestin... segn lo que supiera, as l deba hablar... pero no, no era esto... haba
que comenzar por explicarse. Buen apuro. Estaba el Magistral como si don Vctor le hubiera
sorprendido all, en su despacho, robndole los candeleros de plata en que ardan las velas.
Quintanar daba diente con diente y preguntaba con los ojos muy abiertos y
pasmados.
Usted dir? decan aquellas pupilas brillantes y en aquel momento sin ms
expresin que un tono interrogante.
Haba que hablar.
Tendra usted... por ah... un poquito de agua?... dijo don Fermn, que se
ahogaba, y que no poda separar la lengua del cielo de la boca.
Don Vctor busc agua y la encontr en un vaso, sobre la mesilla de noche. El agua
estaba llena de polvo, saba mal. Don Fermn no hubiera extraado que supiera a vinagre.
Estaba en el calvario. Haba entrado en aquella casa porque no haba podido menos: saba
que necesitaba estar all, hacer algo, ver, procurar su venganza, pero ignoraba cmo.
Estaba, cerca de las diez de la noche, en el despacho del marido de la mujer que le
engaaba a l, a De Pas, y al marido; qu haca all? qu iba a decir? Por la memoria
excitada del Magistral pasaron todas las estaciones de aquel da de Pasin. Mientras beba el
vaso de agua y se limpiaba los labios plidos y estrechos, senta pasar las emociones de
aquel da por su cerebro, como un amargor de purga. Por la maana haba despertado con
fiebre, haba llamado a su madre asustado y como no poda explicarle la causa de su mal

477

haba preferido fingirse sano, y levantarse y salir. Las calles, las gentes brillaban a sus ojos
como un resplandor amarillento de cirios lejanos; los pasos y las voces sonaban apagados,
los cuerpos slidos parecan todos huecos; todo pareca tener la fragilidad del sueo.
Antojbasele una crueldad de fiera, un egosmo de piedra, la indiferencia universal; por qu
hablaban todos los vetustenses de mil y mil asuntos que a l no le importaban, y por qu
nadie adivinaba su dolor, ni le compadeca, ni le ayudaba a maldecir a los traidores y a
castigarlos? Haba salido de las calles y haba paseado en el paseo de Verano, ahora triste
con su arena hmeda bordada por las huellas del agua corriente, con sus rboles desnudos y
helados. Haba paseado pisando con ira, con pasos largos, como si quisiera rasgar la sotana
con las rodillas; aquella sotana que se le enredaba entre las piernas, que era un sarcasmo
de la suerte, un trapo de carnaval colgado al cuello.
l, l era el marido, pensaba, y no aquel idiota, que an no haba matado a nadie (y
ya era medioda) y que deba de saberlo todo desde las siete. Las leyes del mundo qu
farsa! Don Vctor tena el derecho de vengarse y no tena el deseo; l tena el deseo, la
necesidad de matar y comer lo muerto, y no tena el derecho... Era un clrigo, un cannigo,
un prebendado. Otras tantas carcajadas de la suerte que se le rea desde todas partes. En
aquellos momentos don Fermn tena en la cabeza toda una mitologa de divinidades
burlonas que se conjuraban contra aquel miserable Magistral de Vetusta.
La sotana, azotada por las piernas vigorosas, deca: ras, ras, ras; como una cadena
estridente que no ha de romperse.
Sin saber cmo, De Pas haba pasado delante de la fonda de Mesa. Saba l que
don lvaro estaba en casa, en la cama. Si, como tema, don Vctor no le haba cerrado la
salida del parque de los Ozores, si nada haba ocurrido, en el lecho estaba don lvaro
tranquilo, descansando del placer. Poda subir, entrar en su cuarto, y ahogarle all... en la
cama, entre las almohadas... Y era lo que deba hacer; si no lo haca era un cobarde; tema
a su madre, al mundo, a la justicia... Tema el escndalo, la novedad de ser un criminal
descubierto; le sujetaba la inercia de la vida ordinaria, sin grandes aventuras... era un
cobarde: un hombre de corazn suba, mataba. Y si el mundo, si los necios vetustenses, y
su madre y el obispo y el papa, preguntaban por qu? l responda a gritos, desde el
plpito si haca falta: Idiotas que, por qu mato? Por que me han robado a mi mujer,
porque me ha engaado mi mujer, porque yo haba respetado el cuerpo de esa infame para
conservar su alma, y ella, prostituta como todas las mujeres, me roba el alma porque no le
he tomado tambin el cuerpo... Los mato a los dos porque olvid lo que o al mdico de ella,
olvid que ubi irritatio ibi fluxus, olvid ser con ella tan grosero como con otras, olvid que
su carne divina era carne humana; tuve miedo a su pudor y su pudor me la pega; la cre
cuerpo santo y la podredumbre de su cuerpo me est envenenando el alma... Mato porque
me enga; porque sus ojos se clavaban en los mos y me llamaban hermano mayor del
alma al comps de sus labios que tambin lo decan sonriendo; mato porque debo, mato
porque puedo, porque soy fuerte, porque soy hombre... porque soy fiera...
Pero no mat. Se acerc a la portera y pregunt... por el seor obispo de Nauplia,
que estaba de paso en Vetusta.
Ha salido le dijeron.
Y don Fermn, sin ver lo que haca, dobl una tarjeta y la dej al portero.
Y volvi a su casa.
Se encerr en el despacho. Dijo que no estaba para nadie y se pase por la estrecha
habitacin como por una jaula.
Se sent, escribi dos pliegos. Era una carta a la Regenta. Ley lo escrito y lo rasg
todo en cien pedazos. Volvi a pasear y volvi a escribir, y a rasgar y a cada momento
clavaba las uas en la cabeza.

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En aquellas cartas que rasgaba, lloraba, gema, imprecaba, deprecaba, ruga,


arrullaba; unas veces parecan aquellos regueros tortuosos y estrechos de tinta fina la cloaca
de las inmundicias que tena el Magistral en el alma: la soberbia, la ira, la lascivia engaada
y sofocada y provocada, salan a borbotones, como podredumbre lquida y espesa. La pasin
hablaba entonces con el murmullo ronco y gutural de la basura corriente y encauzada. Otras
veces se quejaba el idealismo fantstico del clrigo como una trtola; recordaba sin rencor,
como en una elega, los das de la amistad suave, tierna, ntima, de las sonrisas que
prometan eterna fidelidad de los espritus; de las citas para el cielo, de las promesas
fervientes, de las dulces confianzas; recordaba aquellas maanas de un verano, entre flores
y roco, msticas esperanzas y sabrosa pltica, felicidad presente comparable a la futura.
Pero entre los quejidos de trtola el viento volva a bramar sacudiendo la enramada, volva a
rugir el huracn, estallaba el trueno y un sarcasmo cruel y grosero rasgaba el papel como el
cielo negro un rayo. Y por quin dejaba Ana la salvacin del alma, la compaa de los
santos y la amistad de un corazn fiel y confiado!... por un don Juan de similor, por un
elegantn de aldea, por un parisin de temporada, por un busto hermoso, por un Narciso
estpido, por un egosta de yeso, por un alma que ni en el infierno la querran de puro
insustancial, sosa y hueca!... Pero ya comprenda l la causa de aquel amor; era la
impura lascivia, se haba enamorado de la carne fofa, y de menos todava, de la ropa del
sastre, de los primores de la planchadora, de la habilidad del zapatero, de la estampa del
caballo, de las necedades de la fama, de los escndalos del libertino, del capricho, de la
ociosidad, del polvo, del aire... Hipcrita... hipcrita... lasciva, condenada sin remedio, por
vil, por indigna, por embustera, por falsa, por... y al llegar aqu era cuando, furioso contra
s mismo, rasgaba aquellos papeles el Magistral, airado porque no saba escribir de modo
que insultara, que matara, que despedazara, sin insultar, sin matar, sin despedazar con las
palabras. Aquello no poda mandarse bajo un sobre a una mujer, por ms que la mujer lo
mereciera todo. No, era ms noble sacar de una vaina un pual y herir, que herir con
aquellas letras de veneno escondidas bajo un sobre perfumado.
Pero escriba otra vez, procuraba reportarse, y al cabo la indignacin, la franqueza
necesaria a su pasin estallaban por otro lado; y entonces era l mismo quien apareca
hipcrita, lascivo, engaando al mundo entero. S, s, deca, yo me lo negaba a m mismo,
pero te quera para m; quera, all en el fondo de mis entraas, sin saberlo, como respiro
sin pensar en ello, quera poseerte, llegar a ensearte que el amor, nuestro amor, deba ser
lo primero; que lo dems era mentira, cosa de nios, conversacin intil; que era lo nico
real, lo nico serio el quererme, sobre todo yo a ti, y huir si haca falta; y arrojar yo la
mscara, y la ropa negra, y ser quien soy lejos de aqu, donde no lo puedo ser: s, Anita, s,
yo era un hombre no lo sabas? por eso me engaaste? Pues mira, a tu amante puedo
deshacerle de un golpe; me tiene miedo, sbelo, hasta cuando le miro; si me viera en
despoblado, solos frente a frente, escapara de m... Yo soy tu esposo; me lo has prometido
de cien maneras; tu don Vctor no es nadie; mrale cmo no se queja: yo soy tu dueo, t
me lo juraste a tu modo; mandaba en tu alma que es lo principal; toda eres ma, sobre todo
porque te quiero como tu miserable vetustense y el aragons no te pueden querer, qu
saben ellos, Anita, de estas cosas que sabemos t y yo?... S, t lo sabas tambin... y las
olvidaste... por un cacho de carne fofa, relamida por todas las mujeres malas del pueblo...
Besas la carne de la orga, los labios que pasaron por todas las pstulas del adulterio, por
todas las heridas del estupro, por...
Y don Fermn rasg tambin esta carta, y en mil pedazos ms que todas las otras. No
acertaba a arrojar en el cesto los pedacitos blancos y negros, y el piso pareca nevado; y
sobre aquellas ruinas de su indignacin artstica se paseaba furioso, deseando algo ms
suculento para la ira y la venganza que la tinta y el papel mudo y fro.
Sali otra vez de casa; pase por los soportales que haba en la Plaza Nueva,
enfrente de la casa de los Ozores.

479

Qu habra pasado? Habra descubierto algo don Vctor? No; si hubiera habido
algo, ya se sabra. Don Vctor habra disparado su escopeta sobre don lvaro, o se estara
concertando un desafo y ya se sabra; no se saba nada, nada; luego nada haba sucedido.
Dos, tres veces, ya al obscurecer, entr el Magistral en el zagun obscuro del casern
de la Rinconada. Quera saber algo, espiar los ruidos... pero a llamar no se atreva... A
qu iba l all? Quin le llamaba a l en aquella casa donde en otro tiempo tanto vala su
consejo, tanto se le respetaba y hasta quera? Nadie le llamaba. No deba entrar. No entr.
Adems, iba pensando mientras se alejaba, si yo me veo frente a ella, qu s yo lo que
har? Si ese marido indigno, de sangre de horchata, la perdona, yo... yo no la perdono y si
la tuviera entre mis manos, al alcance de ellas siquiera... Sabe Dios lo que hara. No, no
debo entrar en esa casa; me perdera, los perdera a todos.
Y volvi a la suya.
Doa Paula entr en el despacho. Hablaron de los negocios del comercio, de los
asuntos de Palacio, de muchas cosas ms; pero nada se dijo de lo que preocupaba al hijo y
a la madre.
No se poda hablar de aquello, pensaba l.
No se poda hablar de aquello, ni a solas pensaba ella.
La madre lo saba todo. Haba comprado el secreto a Petra.
Adems, ya ella, por su servicio de polica secreta y por lo que observaba
directamente, haba llegado a comprender que su hijo haba perdido su poder sobre la
Regenta. Si antes la maldeca porque la crea querida de su Fermo, ahora la aborreca
porque el desprecio, la burla, el engao, la heran a ella tambin. Despreciar a su hijo,
abandonarle por un barbilindo mustio como don lvaro! El orgullo de la madre daba brincos
de clera dentro de doa Paula. Su hijo era lo mejor del mundo. Era pecado enamorarse de
l, porque era clrigo; pero ma yor pecado era engaarle, clavarle aquellas espinas en el
alma... Y pensar que no haba modo de vengarse! No, no lo haba. Y lo que ms tema
doa Paula era que el Magistral no pudiera sufrir sus celos, su ira, y cometiese algn delito
escandaloso.
La desesperaba la imposibilidad de consolarle, de aconsejarle.
A doa Paula se le ocurra un medio de castigar a los infames, sobre todo al
barbilindo agostado; este medio era divulgar el crimen, propalar el ominoso adulterio, y
excitar al don Quijote de don Vctor para que saliera lanza en ristre a matar a don lvaro.
Y nada de esto se le poda decir a Fermo.
Doa Paula entraba, sala, hablaba de todo, observaba todos los gestos de su hijo,
aquella palidez, aquella voz ronca, aquel temblor de manos, aquel ir y venir por el despacho.
Qu no hubiera dado ella por insinuarle el modo de vengarse! S, bien mereca
aquel hijo de las entraas que se le arrancasen aquellas espinas del alma. Haba sido tan
buen hijo! Haba sido tan hbil para conservar y engrandecer el prestigio que le
disputaban! Desde que doa Paula vio que no estallaba un escndalo, que don Fermn
mostraba discrecin y cautela incomparables en sus extraas relaciones con la Regenta, se
lo perdon todo y dej de molestarle con sus amonestaciones. Y despus del triunfo de su
hijo sobre la impiedad representada en don Pompeyo Guimarn, despus de aquella
conversin gloriosa, su madre le admiraba con nuevo fervor y procuraba ayudarle en la
satisfaccin de sus deseos ntimos, guardando siempre los miramientos que exiga lo que
ella reputaba decencia.

480

No, no se poda hablar de aquello que tanto importaba a los dos; y al fin doa Paula
dej solo a don Fermn; subi a su cuarto, y desde all, en vela, se propuso espiar los pasos
de su hijo, que continuaba movindose abajo: le oa ella vagamente.
S, don Fermn, que cerr la puerta del despacho con llave en cuanto se qued solo,
se mova mucho: tena fiebre. Se le ocurran proyectos disparatados, crmenes de tragedia,
pero los desechaba en seguida. Estaba atado por todas partes. Cualquier atrocidad de las
que se le ocurran, que poda ser sublime en otro, en l se le antojaba, ante todo, grotesca,
ridcula.
Pero aquella sotana le quemaba el cuerpo. La idea de manaco de que estaba vestido
de mscara lleg a ser una obsesin intolerable. Sin saber lo que haca, y sin poder
contenerse, corri a un armario, sac de l su traje de cazador, que sola usar algunos aos
all, en Matalerejo, para perseguir alimaas por los vericuetos; y se transform el clrigo en
dos minutos en un montas esbelto, fornido, que luca apuesto talle con aquella ropa parda
ceida al cuerpo fuerte y de elegancia natural y varonil, lleno de juventud todava. Se mir
al espejo. Aquello ya era un hombre. La Regenta nunca le haba visto as.
En el armario haba un cuchillo de montaa.
Lo busc, lo encontr y lo colg del cinto de cuero negro. La hoja reluca, el filo
sealado por rayos luminosos pareca tener una expresin de armona con la pasin del
clrigo. El Magistral le encontraba una msica al filo insinuante.
Poda salir de casa, ya era de noche, noche cerrada, ya habra poca gente por las
calles, nadie le reconocera con aquel traje de cazador montas; poda ir a esperar a don
lvaro a la calleja de Traslacerca, a la esquina por donde deca Petra que le haba visto
trepar una noche. Don lvaro, si don Vctor no haba descubierto nada o si no saba que don
Vctor le haba descubierto, volvera otra vez, como todas las noches acaso... y l, don
Fermn, poda esperarle al pie de la tapia, en la calleja, en la obscuridad... y all, cuerpo a
cuerpo, obligndole a luchar, vencerle, derribarle, matarle... Para eso servira aquel
cuchillo!
Doa Paula se movi arriba. Crujieron las tablas del techo.
Como si las ideas de la madre se hubiesen filtrado por la madera y cado en el
cerebro del hijo, don Fermn pens de repente:
Pero, no, todos stos son disparates; yo no puedo asesinar con un pual a ese
infame... No tengo el valor de ese gnero. Estas son necedades de novela. Para qu pensar
en lo que no he de hacer nunca? No hay ms remedio que utilizar el valor y las ideas
romnticas y caballerescas de don Vctor; guardar el cuchillo, mi espada tiene que ser la
lengua...
Y don Fermn se despoj del chaquetn pardo, dej el sombrero de anchas alas,
desci el cinto negro, guard todas estas prendas, ms el cuchillo, en el armario y se visti
la sotana y el manteo, como una armadura. S, aqulla era su loriga, aqullos, sus arreos.
Ahora mismo; voy a verle ahora mismo . Si el muy idiota fue a cazar a Palomares, a
estas horas debe de estar de vuelta o llegando; es la hora del tren. Voy a su casa...
Y sali.
Si mi madre me sale al paso le dir que me espera un enfermo, que quiere confesar
conmigo sin falta...
En efecto, al sentir a su hijo en el pasillo baj doa Paula corriendo.
A dnde vas?
l dijo su mentira.

481

Y ella fingi creerla y le dej marchar, porque adivin en el rostro, en la voz, en todo,
que su hijo no iba ciego, no iba a dar escndalo.
Acaso se le haba ocurrido lo mismo que a ella.
Y don Fermn De Pas lleg al casern de los Ozores, vio a don Toms Crespo
desaparecer por la plaza, entr en el portal y se decidi a saludar a don Vctor, que abra la
puerta, y subi con l; y estaba dispuesto a hablarle, a preguntarle, a aconsejarle... a
insinuarle la venganza necesaria... y no saba cmo empezar.
Cuando acab de beber el vaso de agua que saba a polvo, el Magistral an no saba
lo que iba a decir.
Pero los ojos de Quintanar seguan preguntando pasmados, y don Fermn habl...
Amigo mo, lucho entre el deseo de satisfacer la impaciencia de usted y el temor de
no acertar con la embocadura del asunto que es espinoso, y por desgracia, por mucho que
se suavice la expresin, de poco agradable acceso...
Al grano, seor Magistral.
La hora de mi visita, el hacer yo pocas a esta casa hace algn tiempo; todo esto
contribuir...
Cristo!

S, seor, contribuye;... pero adelante. Qu pasa, don Fermn? Por los clavos de

De Cristo tengo yo que hablarle a usted tambin, y de sus clavos, y de sus espinas
y de la cruz...
Por compasin...
Don Vctor, yo necesito antes de hablar que usted me declare el estado de su
nimo...
Qu quiere usted decir?
Est usted plido, visiblemente preocupado, bajo el peso de un gran disgusto, sin
duda; lo he notado al entrar, a la luz del farol de la escalera...
Y usted tambin... est...
La voz de Quintanar temblaba.
Pues eso quiero saber; si usted conoce la causa de mi visita, en parte a lo menos,
podr ahorrarme el disgusto de abordar los preliminares enojossimos de una cuestin...
Pero, de qu se trata? por las once mil!...
Seor Quintanar, usted es buen cristiano, yo sacerdote; si usted tiene algo que...
decir... algn consejo que buscar... Yo tambin vengo a hablarle a usted de lo que s como
sacerdote, pero la conciencia de quien me lo comunic exige precisamente que yo d este
paso...
Don Vctor se puso en pie de un salto.
En aquel momento estaba muy satisfecho de s mismo el Magistral, porque acababa
de ver claro. Ya saba qu camino era el suyo.
Una persona... que le manda a usted venir a estas horas a mi casa?...
Don Vctor, confiseme usted si usted sabe algo de un asunto que le interesa
muchsimo, y si el saberlo es la causa de esa alteracin de su semblante... Necesito empezar
por aqu.

482

S, seor; hoy s algo que no saba ayer... que me importa muchsimo ya lo creo!
ms que la vida... Pero, si usted no habla ms claro, yo no s si debo... si puedo...
Ahora, s; ahora ya puedo hablar ms claro...
Una persona... deca usted...
Una persona que ha protegido un... crimen que perjudica a usted... ha acudido
arrepentida al tribunal de la penitencia a confesar su complicidad bochornosa... y a decirme
que la conciencia la haba acusado, y que por medida perentoria de reparacin... haba
puesto en poder de usted el descubrimiento de esa... infamia... Pero temiendo nuevas
desgracias, por su manera torpe de proceder... se apresuraba a declararme lo que haba,
para ver si podan evitarse ms crmenes... que al cabo, crimen sera una violencia... una
venganza sangrienta...
Don Fermn se interrumpi para callar, respetando as el dolor de don Vctor, que se
haba dejado caer sobre un sof, y apretaba la cabeza entre las manos.
Petra... ha sido Petra? dijo don Vctor preguntando con el tono especial del que
ya sabe lo mismo que pregunta.
La infeliz no comprendi al principio que su conducta poda causar nuevos estragos.
Y a eso vengo yo, don Vctor, a impedirlos si es tiempo... En nombre del Crucificado, don
Vctor, qu ha sucedido aqu?
Nada, pero an estamos a tiempo! contest el marido burlado, puesto en pie,
con los puos apretados, avergonzado, como si se viera en camisa en medio de la plaza;
furioso ante la idea de que no haba habido all nada, ningn crimen cuyo autor deba ser l,
segn exigan las leyes del honor... y del teatro. Nada, nada... pero habr, habr sangre...
Y usted lo sabe? Esa mujer ha divulgado mi deshonra?... Eso ha sido tambin una
venganza, no es arrepentimiento; es venganza... pero esto importa poco. Lo que importa es
que el mundo sabe!... Desgraciado Quintanar! Msero de m!...
Y volvi a caer sobre el sof el pobre viejo, que volva a sentir el mismo sueo
soporfero que le haba encogido el nimo por la maana.
El mundo sabe haba dicho don Vctor y estas palabras sugirieron a don Fermn
otra mentira provechosa.
Pero antes dijo:
Don Vctor, no extrao que en su dolor usted no tenga tiempo ni fuerza para
reflexionar... pero yo no he dicho que el mundo supiera... yo no soy el mundo; soy un
confesor.
Pero cree usted que Petra no habr dicho?...
Petra no; pero... por desgracia...
Adems, lo que importa aqu es mi honra, no que el mundo sepa o ignore... De
todas maneras, pronto sabr de mi venganza y se podr enterar de todo.
Y se puso a dar vueltas por el despacho.
De Pas se levant tambin.
Por desgracia continu la maledicencia se ha apoderado hace tiempo de ciertos
rumores, de algo aparente...
Don Vctor rugi al gritar:
Dios mo! qu es esto? esto ms? El mundo dice?... Vetusta entera habla?...

483

Y se clavaba las uas en la cabeza, mesndose las canas.


Don Fermn mientras el otro se entregaba a los arranques mmicos de su dolor, de su
vergenza, habl largo y tendido del asunto. S, por desgracia, haca meses ya, desde el
verano, desde antes acaso, se murmuraba de la confianza y de la frecuencia con que don
lvaro entraba en el palacio de los Ozores. Esto era lo peor, despus de la desgracia en s
misma. Era lo peor porque el Magistral, que conoca las exaltadas ideas de don Vctor
respecto al honor, tema que obedeciendo a impulsos disculpables, pero no justos, y sordo a
la voz de la religin, se arrojase a tomar venganza terrible, sobre todo de don lvaro, cuyo
crimen no poda ser ms repugnante y digno de castigo. Pero, amigo, aunque l, el
Magistral, como hombre y hombre de experiencia, se explicaba la vehemente clera que
deba de dominar a don Vctor, y comprenda, y disculpaba hasta cierto punto, sus deseos de
pronta y terrible venganza; si tal haca como hombre, en cuanto sacerdote de una religin
de paz y de perdn, tena que aconsejar y procurar, en cuanto pudiese, la suavidad, los
procedimientos que la moral recomienda para tales casos. Don Vctor, con el rostro entre
las manos haca signos de protesta; negaba como si quisiese arrancarse la cabeza del
tronco.
Pero qu le dira, o le podra decir Quintanar al Magistral, que l no comprendiera...
S, s, mirando las cosas como las mira el mundo, aquello peda sangre; es ms, no ya slo
por satisfacer el deseo de vengarse, hasta para poder vivir entre las gentes con lo que llama
el mundo decoro, era necesario, segn las leyes sociales, segn lo que las costumbres y las
ideas corrientes exigan, que don Vctor buscase a Mesa, le desafiase, le matase si posible le
era, o si le coga infraganti en el delito, o cerca de l, que le sacrificase sin miramientos, con
justicia pronta. As lo haban hecho varones esclarecidos que eran asombro del mundo y se
vean cantados y alabados en poemas y tragedias. Todo esto lo saba el Magistral
perfectamente. Y en efecto, con tal calor y elocuencia expona las razones que, desde el
punto de vista mundano, aconsejaban el derramamiento de sangre que despus, cuando
recordaba que tena que defender el partido contrario, el de caridad, perdn y amor al
prjimo, olvido de los agravios y conformidad con la cruz; cansado ya por los esfuerzos
anteriores, era otro el Magistral, se volva premioso, deca con frialdad vulgaridades de
sermn de aldea. Su propsito no lo penetraba don Vctor, pero senta los efectos de la
perfidia del cannigo. S, pensaba el exregente, mientras el Magistral volva a enumerar
los sacrificios de amor propio, pundonor y otras muchas cosas que exiga la religin a un
buen cristiano a quien su mujer engaaba: s, he estado ciego, me he portado
indignamente, he debido matar a Mesa de una perdigonada, sobre la tapia, o si no correr en
seguida a su casa y obligarle a batirse a muerte acto continuo; el mundo lo sabe todo,
Vetusta entera me tiene por... un... por un... y saltaba don Vctor cerca del techo al orse a
s mismo en el cerebro la vergonzosa palabra.
Y entonces las frases fras, desmadejadas, con que el Magistral recomendaba el
perdn, el olvido, le sonaban a hueco, a retrica vana: Aquel santo varn no saba lo que
era un ultraje de aquella especie; ni lo que exiga la sociedad.
Para que el clrigo le dejase en paz y no le cansase ms con sus sermones sosos y
desprovistos de vida, de uncin, don Vctor fingi ceder, y dijo que no hara ningn
disparate, que meditara, que procurara armonizar las exigencias de su honor y aquello que
la religin le peda...
Entonces se alarm don Fermn; crey que haba perdido terreno, y volvi a la carga.
Con vivos colores pint el desprecio que el mundo arroja sobre el marido que perdona y que
la malicia cree que consiente...
Don Vctor, oyendo al Magistral, se figuraba el hombre ms despreciable del mundo si
no haca una que fuese sonada... Oh, s, cuanto antes... en cuant o fuera de da dara sus
pasos, mandara dos padrinos a don lvaro; haba que matarle.

484

Don Fermn volvi a tranquilizarse, viendo la exaltacin de la ira pintada en el


magistrado. S, haba hombre; la mquina estaba dispuesta; el can con que l, don
Fermn, iba a disparar su odio de muerte ya estaba cargado hasta la boca.
Don Vctor no hablaba. Grua, arrimado a la pared, en un rincn...
Ya no haba qu hacer all. El Magistral se despidi. Pero al salir, al llegar a la
puerta, se volvi de repente y con ademn solemne, como sacerdote de pera, exclam:
Exijo a usted, como padre espiritual que he sido y creo que soy todava de usted, le
exijo en nombre de Dios... que... si esta... noche... sorprendiera usted... algn nuevo...
atentado... si ese infame, que ignora que usted lo sabe todo, volviera esta noche... Yo s
que es mucho pedir... pero un asesinato no tiene jams disculpa a los ojos de Dios, aunque
la tenga a los del mundo... Evite usted que ese hombre pueda llegar aqu... pero... nada de
sangre, don Vctor, nada de sangre en nombre de la que verti por todos el Crucificado!...
Es verdad, pens don Vctor cuando se qued solo, es verdad! Y yo, estpido,
tonto, no haba dado en ello? Ese hombre debe volver esta noche... Y yo, por no matarla a
ella con el susto, iba a dejar que otra vez... otra vez!... Y no pensaba en ello!...
Se abri la puerta y entr la Regenta.
Vena plida, vesta un peinador blanco y no haca ruido al andar. Sus ojos parecan
ms grandes que nunca y miraban con una fijeza que daba escalofros. A lo menos los sinti
don Vctor que dio un paso atrs y tuvo terror, como en presencia de un fantasma. Antes
que en la traicin de aquella mujer pens en el gran peligro que corra la vida de Ana si una
emocin fuerte la espantaba. No le pareci su mujer a don Vctor, le pareci la Traviata en la
escena en que muere cantando. Sinti el pobre viejo una compasin supersticiosa; aquel ser
vaporoso que se le apareca de repente en silencio, pisando como un fantasma, lo quera l
en aquel instante con amor de padre que teme por la vida de su hija, y lo tema al mismo
tiempo como a cosa del otro mundo... Qu fcil era asesinar con una palabra a la
pobrecita enferma, que acaso no era responsable de su delito! Oh, no, lo que es a ella no la
matara, ni con pual, ni con bala, ni con palabras fulminantes...
Quin estaba ah? pregunt Ana tranquila.
El Magistral respondi don Vctor, que supona a su mujer enterada de lo mismo
que preguntaba.
Ana se turb.
A qu vena... a estas horas? pregunt disimulando sus temores.
A qu? Cosas de poltica... Eso del obispo y el gobernador... lo de las votaciones
que corre prisa... en fin... cosas de poltica.
La Regenta no insisti. Se retir sin acercarse a su marido, que no la busc tampoco
para darle el beso en la frente con que solan despedirse todas las noches.
Respir Quintanar cuando se vio solo. Aquello haba salido bien. No se haba
descubierto. Anita no haba podido sospechar... Tena la conciencia tranquila, seal de que
haba hecho bien por lo pronto.
Pidi el t que era su cena los das de caza y de comida de fiambre; dio orden a los
criados de acostarse; y a las once y media, de puntillas y sin tropezar en nada, a pesar de ir
a obscuras, baj al parque en zapatillas, armado de escopeta. La haba cargado con postas.
Oh, s! el Magistral le haba sugerido, sin querer, una buena idea. Que no hubiera
sangre, eh? Oh, lo que es como volviese aquella noche... mora don lvaro! Y que ardiera el
mundo. Que se asustara Ana, que cayera redonda, que le prendieran a l... Cualquier cosa...
pero como volviera, mora. As como poco antes haba sentido la conciencia tranquila al

485

contener su clera delante de Ana, ahora se senta satisfecho ante su resolucin de matar al
ladrn de su honra si volva.
La noche era obscura, el fro intenso. Don Vctor no tuvo ms remedio que volver a
su cuarto por la capa. Se expona a hacer ruido o que el otro tuviera tiempo de venir y
escalar el balcn entre tanto... pero a cuerpo no se poda estar all. Se quedara helado. Fue,
con la prisa que pudo, a buscar la capa, y bien embozado volvi a su puesto de centinela en
el cenador, desde el cual vea el perfil de la tapia destacndose borrosa en el cielo negro; y
vera tambin el balcn del tocador si se abra para dar paso a don lvaro.
Oy las doce, la una, las dos... no oy las tres, porque debi de dormitar un poco,
aunque l se lo negaba a s mismo... Y a las cuatro no pudo resistir ya el fro y el sueo; y
delirante, sin conciencia de s mismo ni del mundo ambiente, tropezando en todo, subi a su
cuarto, busc la cama a tientas, se desnud por mquina, se envolvi entre las sbanas y se
qued dormido en un sopor de fiebre lleno de fantasmas ardientes, de monstruos dolorosos.
Aquella tarde no asistieron al Casino a la hora del caf, como solan, ni Mesa, ni
Ronzal, ni el capitn Bedoya ni el coronel Fulgosio.
Lo cual notado que fue por Foja, el exalcalde, le hizo exclamar en son de misterio:
Seores, cuando yo digo que hay gato...
Qu gato? pregunt don Frutos Redondo el americano.
Estaban, como siempre a tal hora, en la sala contigua al gabinete rojo, el del tresillo.
Todos los presentes rodearon a Foja que aadi:
Noten ustedes que hoy no han venido ni Ronzal, ni el capitn ni el coronel. Ciertos
son los toros. Cuando el ro suena...
Pero qu suena? pregunt Orgaz padre, que algo saba.
Joaquinito, que se daba aires de saber muchas cosas, dijo:
Nada, seores, yo digo a ustedes que no hay nada...
Pues con permiso de usted yo s que hay grandes novedades. Lo s de buena
tinta... Quintanar debe de haber mandado a estas horas sus padrinos a don lvaro.
Padrinos! por qu? pregunt Redondo.
Bah! Est usted buen cazurro. Demasiado sabe usted por qu. La verdad es que
aquello era un escndalo.
Joaqun Orgaz defendi a don lvaro.
Pero Foja no atacaba a Mesa, atacaba a don Vctor, que haba consentido tanto
tiempo aquella desvergenza.
Pero qu sabe usted si consenta? No saba nada. Y si ahora desafa al otro, ser
que descubri algo...
O que se ha cansado de aguantar...
O no habr tal desafo...
Toda la tarde se habl all de lo mismo. Al obscurecer lleg Ronzal. Nadie se atrevi a
interrogarle al principio. Foja se cans de ser prudente y pregunt a Trabuco dndole un
golpecito en el hombro:
Es usted padrino?

486

Padrino de qu? dijo Ronzal con ceo adusto, aire misterioso, y como hombre
prudentsimo que opone un muro de hielo a una indiscrecin.
Padrino del duelo a muerte entre Mesa y Quintanar...
Pero a usted quin le ha dicho?... Palabra de... quiero decir... yo no s... yo
niego... Es usted un mentecato y un hablador insustancial Cree usted que asuntos tan
serios se vienen a tratar al caf?
Ven ustedes? Lo que yo deca grit Foja triunfante sin hacer caso de los insultos.
Ronzal neg, se obstin en callar; pero se conoca que le costaba grandes esfuerzos.
Mir el reloj muchas veces y pregunt a Joaquinito Orgaz, aparte, pero de modo que
lo oyeran los dems:
Sabe usted si don Pedro el picador tiene todava sables de?...
Y lo dems lo dijo en voz baja.
Orgaz no saba nada; Ronzal hizo un gesto de disgusto y sali del Casino, diciendo:
Adis, seores.
Ven ustedes? Lo que yo deca. Duelo tenemos.
Aquellos seores se declararon en sesin permanente. Los mozos encendieron el gas,
y continu el tertuln de la tarde empalmndose con el de la noche. Algunos fueron a cenar y
volvieron. A las ocho en todo el Casino no se hablaba ms que del duelo. Los del billar
dejaron los tacos para venir a la sala de las mentiras a cazar noticias; hasta los de arriba,
los del cuarto del crimen, que solan dejar que pasaran revoluciones sin darse por
entendidos, mandaron sus emisarios abajo para saber lo que ocurra.
Un desafo en Vetusta era un acontecimiento de los ms extraordinarios. De tarde en
tarde algunos seoritos se daban de bofetadas en el Espoln, en algn sitio pblico, pero no
pasaba de ah. Los insultos no tenan jams consecuencias. Nunca haba habido en Vetusta
una sala de armas. Haca aos, un comandante retirado haba querido ganarse la vida dando
lecciones de sable: el Marquesito, Orgaz hijo y padre, Ronzal y otros varios comenzaron con
gran aficin a dejarse dar de palos, pero pronto se cansaron y el comandante tuvo que
dedicarse a pedir un duro prestado a cualquiera.
No se recordaba en la poblacin ms que dos desafos en que se hubiera llegado al
terreno; uno de Mesa, all, muchos aos atrs, cuando era muy joven; haba sido padrino
del contrario Frgilis, nico vetustense que asisti al lance.
Nunca haba querido decir lo que haba pasado all, pero era lo cierto que ni Mesa ni
su adversario haban guardado cama un solo da despus del duelo.
El otro desafo haba sido entre un
caja. Sobre si sacaste t o saqu yo. Se
recibido un araazo en el cuello, porque el
propsito de degollar al contrario. Y no
crnicas vetustenses.

jefe econmico y un cajero por cuestiones de la


haban batido a primera sangre. El cajero haba
jefe econmico daba sablazos horizontales con el
haba ms desafos llevados al terreno en las

Se discuti mucho aquella noche, para pasar el rato mientras llegaban noticias, sobre
la legitimidad de esta costumbre brbara que habamos heredado de la Edad media.
Orgaz padre, que era algo erudito, aunque de oficio escribano, asegur que el duelo
era resto de las ordalas.
Don Frutos dijo que s sera, pero que ni ordalas ni san ordalas le hacan a l batirse.
l acuda al juez si le ofendan, y si no haba modo, ventilaba la cuestin a palos. Eso de

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que me mate un espadachn, que no ha tenido que trabajar para ganarse la comida, no lo
consentir el hijo de mi madre.
Sin embargo deca Orgaz padre hay circunstancias... el honor... la sociedad...
Ya ve usted, Fgaro condena el duelo, y confiesa que l se batira llegado el caso.
Es que yo no soy un mal barbero, seor mo grit don Frutos tengo algo que
perder.
Hubo que explicarle a don Frutos quin era Fgaro; pero an despus de enterado,
Redondo, que sudaba ya de tanto discutir y gritar, vocifer diciendo, que de todas maneras,
al que le desafiase, l le rompa el alma...
Pues yo dijo el exalcalde a la justicia me atengo... una querella criminal, la
ley est terminante...
Pues yo exclam solemnemente Orgaz padre, puesto en pie y con voz
temblorosa yo no hago nada de eso. Al que me desafe, si es un diestro, le obligo a
aceptar un duelo en las condiciones siguientes: (Atencin general.) A dos pasos de distancia
(se coloca, midiendo dos pasos largos, enfrente de don Frutos que se pone muy serio y
erguido) una pistola cargada, y otra no cargada. (Orgaz palidece ante la idea de que aquello
pudiera suceder como lo cuenta.) Una, dos, tres (da las tres palmadas) plun! y al que Dios
se la d San Pedro se la bendiga! As me bato yo. La cuestin no es ser diestro, es tener
valor.
Bravo, bravo! eso, eso! grit gran parte del concurso como si oyera aquello por
primera vez.
Siempre que se hablaba de desafos decan lo mismo que aquel da Foja, don Frutos,
Orgaz y otros caballeros.
En vano esperaron los socios noticias. En toda la noche no parecieron por all ni
Ronzal, ni Fulgosio, ni Bedoya, que, segn se deca, eran los padrinos, amn de Frgilis.
Era verdad. Por ms que Crespo encarg el secreto ms absoluto a todas las
personas que tuvieron que intervenir en el triste negocio, no se sabe cmo, aunque se
sospecha que por culpa de Ronzal, pronto corri por Vetusta el rumor de lo cierto. Petra y
Ronzal haban sido los indiscretos. Petra, por venganza, por mala ndole, haba hablado,
haba dicho a alguna amiga lo de su antigua ama. Que por qu haba dejado aquella casa?
Por tal y por cual. Trabuco, a quien la honra de merecer la confianza de Quintanar haba
llenado de vanidad, no haba podido resistir la tentacin de dejar transparentarse su secreto.
Ello era que en todo Vetusta no se hablaba de otra cosa.
El Gobernador deca en su casa que no se le hablase de aquello, que su deber de
autoridad estaba en abierta contradiccin con su deber de caballero, que deba tener odos
de mercader, ojos de topo, y los tendra...
Pas aquel da, y pas el siguiente y no se saba nada.
Era una papa lo del duelo? preguntaba Foja en el Casino.
Y entonces revent Joaquinito Orgaz, que lo saba todo por el Marquesito.
No, no era broma; la cosa iba de veras. Duelo a muerte.
Pero los padrinos se haban portado mal, eran torpes, a pesar de las nfulas del
coronel Fulgosio, que deca tener el cdigo del honor en la punta de los dedos: no parecan
armas, se haba hablado del sable primero; pero no parecan sables de desafo; no haba en
Vetusta sables as, o no queran darlos los que los tenan. Se haba recurrido a la pistola... y
tampoco parecan pistolas a propsito. Yo creo aada Joaquinito, y Paco cree lo mismo,

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que esto es inverosmil y que Frgilis quiere dar largas al asunto a ver si convence a Mesa y
lo hace marcharse de Vetusta.
Qu indignidad! grit Foja.
Pues sa haba sido la primera solucin. La misma noche del da en que, al parecer
(esto se cuenta por lo menos) don Vctor descubri su deshonra, Frgilis fue a ver a Mesa y
le suplic que saliera del pueblo cuanto antes. Mesa se lo cont ce por be a Paco.
Bueno, y qu ms?
Nada, que Mesa, como era natural, se opuso; dijo que Quintanar y todo Vetusta
podan atribuir a miedo su ausencia. Pero Frgilis, que tiene cierta influencia sobre don
lvaro, le oblig a darle palabra de honor de que al da siguiente tomara el tren de Madrid.
Parece ser que Quintanar tuvo en sus manos la vida de lvaro; que pudo matarle de un tiro
y no le mat. Y Frgilis invocaba esto y los derechos del marido ultrajado para obligar a
Mesa a huir. Eso no es cobarda dice que le dijo eso es hacerse justicia a s mismo,
usted merece la muerte por su traicin y yo le conmuto la pena por el destierro.
Eso dijo Crespo?
Eso.
Miren Frgilis!
Tiene mucha confianza con lvaro, que le respeta mucho.
Bueno, y qu ms?
Nada, que lvaro dio palabra. Pero al da siguiente, ayer por la maana, cuando
estaba ya nuestro don Juan haciendo el equipaje para largarse, se le presentaron Frgilis y
Ronzal en son de desafo. Parece ser que muy temprano don Vctor llam a Frgilis y le
oblig a buscar a Trabuco para ir juntos a desafiar al burlador; Frgilis no tuvo ms remedio
que obedecer, porque al saber Quintanar que el otro pensaba escapar, amenaz con seguirle
al fin del mundo y llamarle cobarde en los peridicos, en la calle... Estaba furioso.
Claro, las comedias!
Ello es, que Frgilis tuvo que devolver a lvaro la promesa de huir y mandarle
buscar padrinos.
Y Mesa?
Es claro; dej el viaje y busc padrinos; queran que yo fuese uno (mentira) pero
despus... como yo soy muy amigo de ambos... en fin, se busc otros... y no parecan...
Slo Fulgosio, que siempre se presta a tales enredos... y Bedoya, que al fin es militar...
En general, Joaquinito estaba bien enterado. Mesa se lo haba dicho todo al
Marquesito, que haba ido a verle a la fonda.
Lo que no le haba dicho era que l tena mucho miedo; que as como se alegraba de
ver rotas aquellas relaciones que iban a acabar con la poca salud que le quedaba y a dejarle
en ridculo a los mismos ojos de Ana, le horrorizaba la idea de verse frente a frente de don
Vctor con una espada o una pistola en la mano.
La proposicin primera de Frgilis la acept inmediatamente.
Era natural! deba huir, con qu derecho iba l a procurar la muerte del hombre
que le haba perdonado la vida aquella maana y a quien l haba robado la honra? Huira; al
da siguiente, sin falta tomara el tren.
Ya lo esperaba Frgilis que saba a qu atenerse respecto del valor de lvaro.

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Como que haba sido testigo de aquel duelo misterioso, a que aludan los socios del
Casino. Don lvaro, por culpa de una mujer, haba sido retado a singular combate por un
forastero; todos los padrinos eran de la guarnicin menos Frgilis, nico vetustense que
presenci el lance. El duelo era a sable, en el Montico, en una arboleda, de tarde, cerca del
obscurecer. Mesa y su adversario estaban en mangas de camisa (se acordaba Frgilis como
si hubiese sido el da anterior), estaban en mangas de camisa, sable en mano... ambos
plidos y temblando de fro y de miedo. El cielo encapotado amenazaba desplomarse en
torrentes de lluvia. Los dos combatientes miraban a las nubes. Frgilis comprendi lo que
deseaban. Comenz la lid soltera y al primer choque de los aceros estall un trueno y
empezaron a caer gotas como puos. Mesa y su adversario temblaban como las ramas de
los rboles que bata el viento... Tan grande fue el chaparrn que los padrinos suspendieron
el duelo... que no se continu. No haban ido a batirse contra los elementos. Mesa qued
inclume y Crespo implcitamente le dio seguridades de que guardara el secreto de aquel
trance ridculo y de la cobarda del Tenorio vetustense.
Recordando todo esto, Frgilis trat como un zapato a Mesa aquella noche
memorable en que le intim la huida. Pero deca bien Joaqun Orgaz al da siguiente tuvo
que devolver su palabra a don lvaro. Ya no deba huir. Quintanar se empeaba en batirse;
era aragons y no cejara.
No s quin me le ha cambiado. Anoche pareca resuelto o poco menos a una
solucin pacfica, se contentaba con que usted desapareciera; y hoy, cuando fui a verle me
encontr al seor de Ronzal, que est presente, al lado del lecho de mi amigo.
Ronzal salud.
Mesa se haba puesto muy plido. Estaba metiendo ropa blanca en un mundo y
suspendi la tarea.
De modo que...
Que tiene usted que buscar padrinos.
A Frgilis le haba disgustado que don Vctor, sin consultar con l, hubiese llamado a
Ronzal. Quintanar crea en la energa del diputado por Pernueces y saba que no estimaba a
don lvaro. Segn el exmagistrado, era un buen padrino. Error, segn Frgilis.
Lo peor fue que no hubo modo de disuadir a Quintanar.
Ni un da se ha de aplazar esto! Ya que mi deshonra es pblica, que la reparacin lo
sea, y adems terrible y rpida.
Pero si tienes fiebre, si ests malo...
No importa. Mejor. Si ustedes no van a desafiar a ese hombre, me levanto y busco
yo mismo otros padrinos.
No hubo ms remedio.
Mesa, a regaadientes, y ocultando el pavor como poda, busc sus dos padrinos.
Se convino que el duelo fuese a sable. Pero no parecan sables tiles. Adems
surgieron dificultades sobre ciertos pormenores. Y as pas un da.
Al siguiente por la maana se acord que se batieran a pistola.
Don Vctor form entonces su plan. Se alegr de que fuese el duelo a pistola.
Pero tampoco parecan pistolas de desafo.
Y pas otro da.

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Don Vctor se levant al siguiente despus de pasar setenta horas en la cama, con
fiebre un da entero, impaciente a ratos, angustiado otros, y siempre disimulando en
presencia de Ana, que le cuidaba solcita.
Durante aquellas largas horas de cama, con la debilidad que sucedi a la calentura
vinieron accesos de melancola, y meditaciones filosficoreligiosas. Don Vctor sinti que el
nimo aflojaba no por amor a la vida propia, que no crea en gran peligro ante don lvaro,
sino por miedo a los remordimientos. Cuando supo lo de las pistolas, resolvi no matar a su
contrario. Le dejara cojo. Tirara a las piernas. El otro no era probable que le hiriese a l
tirando a veinte pasos; tendra que ser por una casualidad.
Sin que Ana sospechase nada, porque Mesa haba cumplido su palabra, dada a
Frgilis, de despedirse por escrito para un viaje electoral, urgentsimo y breve; sin que Ana
sospechase por lo menos que se trataba de la vida o la muerte de su esposo y de su
amante, sali de casa don Vctor por la puerta del parque acompaado de Frgilis, a la hora
en que solan ir de caza.
En la calleja de Traslacerca les esperaba Ronzal. La maana estaba fra y la helada
sobre la hierba imitaba una somera nevada.
En la carretera de Santianes les esperaba un coche; dentro de l estaba Bentez, el
mdico de Ana. Al verle don Vctor palideci, pero en nada ms se pudo notar su emocin.
Llegaron, sin hablar apenas durante el viaje, a las tapias del Vivero. Se apearon, y
rodeando la quinta del Marqus, entraron en el bosque de robles donde meses antes don
Vctor haba buscado a su mujer ayudado del Magistral. Cuntas cosas se explicaba ahora
que no haba comprendido entonces! No importaba; la verdad era que del furor que en su
corazn haba hecho estragos despus de la visita nocturna de don Fermn, ya no quedaban
ms que restos apagados: ya no aborreca a don lvaro, ya no se figuraba imposible la vida
mientras no muriese aquel hombre: la filosofa y la religin triunfaban en el nimo de don
Vctor. Estaba decidido a no matar.
Llegaron a lo ms alto del bosque; all haba una meseta, y en un c laro sitio suficiente
para medir ms de treinta pasos. Las ltimas condiciones del duelo eran stas: veinticinco
pasos, pudiendo avanzar cinco cada cual. Vala apuntar en los intervalos de las palmadas,
que haban de ser muy breves. Lo cierto era que Fulgosio, el coronel, nunca haba
presenciado un duelo a pistola, aunque l aseguraba haber asistido a muchos, y Ronzal y
Bedoya en su vida haban intervenido en semejantes negocios. Frgilis slo haba visto el
duelo frustrado de Mesa. Aquellas condiciones las haba copiado el coronel de una novela
francesa que le haba prestado Bedoya. Lo nico original all era que Fulgosio juraba que su
honor de soldado no le permita autorizar un simulacro de desafo, y que el duelo a pistola y
a tal distancia y a la voz de mando sin apuntar y entre dos primerizos, pues primerizo era
tambin Mesa a pistola, sera la carabina de Ambrosio.
Bedoya pens que don Vctor era buen tirador, pero no se atrevi a presentar
objeciones a su colega. La parte contraria tampoco tuvo nada que decir.
Cuando llegaron a la meseta, lugar del duelo, don Vctor y los suyos encontraron solo
el terreno. Quince minutos despus aparecieron entre los rboles desnudos don lvaro y sus
padrinos, ms el seor don Robustiano Somoza. Mesa estaba hermoso con su palidez mate,
y su traje negro cerrado, elegante y pulqurrimo.
A don Vctor se le saltaron las lgrimas al ver a su enemigo. En aquel instante
hubiera gritado de buena gana: perdono! perdono!... como Jess en la cruz. Quintanar no
tena miedo, pero desfalleca de tristeza; qu amarga era la irona de la suerte! l, l iba
a disparar sobre aquel guapo mozo que hubiera hecho feliz a Anita, si diez aos antes la
hubiera enamorado! Y l... l, Quintanar, estara a estas horas tranquilo en el Tribunal

491

Supremo o en La Almunia de don Godino!... Todo aquello de matarse era absurdo... Pero no
haba remedio. La prueba era que ya le llamaban, ya le ponan la pistola fra en la mano...
Frgilis, sereno, por dignidad, pero temiendo una casualidad, la de que Mesa tuviera
valor para disparar y, por casualidad tambin, herir a Vctor, Frgilis apret la mano a
Quintanar al dejarle en su puesto de honor.
Y se separaron testigos y mdicos a buena distancia, porque todos teman una bala
perdida.
Don lvaro pens en Dios sin querer. Esta idea aument su pavor; record que
aquella piedad slo le acuda en las enfermedades graves, en la soledad de su lecho de
soltern...
Frgilis estaba asustado del valor de aquel hombre.
Mesa mismo se explicaba mal cmo haba llegado hasta all.
Pensando en esto, y mientras apuntaba a don Vctor, sin verle, sin ver nada, sin
fuerza para apretar el gatillo, oy tres palmadas rpidas y en seguida una detonacin. La
bala de Quintanar quem el pantaln ajustado del petimetre.
Mesa sinti de repente una fuerza extraa en el corazn; era robusto, la sangre bull
dentro con energa. El instinto de conservacin despert con mpetu. Haba que
defenderse. Si el otro volva a disparar iba a matarle; era don Vctor, el gran cazador!
Mesa avanz cinco pasos y apunt. En aquel instante se sinti tan bravo como
cualquiera. Era la corazonada! El pulso estaba firme; crea tener la cabeza de don Vctor
apoyada en la boca de su pistola; suavemente oprimi el gatillo fro y... crey que se le
haba escapado el tiro. No, no haba sido l quien haba disparado, haba sido la
corazonada.
Ello era que don Vctor Quintanar se arrastraba sobre la hierba cubierta de escarcha,
y morda la tierra.
La bala de Mesa le haba entrado en la vejiga, que estaba llena.
Esto lo supieron poco despus los mdicos, en la casa nueva del Vivero, a donde se
traslad, como se pudo, el cuerpo inerte del digno magistrado. Yaca don Vctor en la misma
cama donde meses antes haba dormido con el dulce sueo de los nios.
Alrededor del lecho estaban los dos mdicos, Frgilis, que tena lgrimas heladas en
los ojos; Ronzal, estupefacto, y el coronel Fulgosio, lleno de remordimientos. Bedoya haba
acompaado a Mesa, que pocas horas despus tomaba el tren de Madrid, tres das ms
tarde de lo que Frgilis haba pensado.
Pepe, el casero de los Marqueses, con la boca abierta, en pie, pasmado y triste,
esperaba rdenes en la habitacin contigua a la del moribundo. Vio salir a Frgilis, que
enseaba los puos al cielo, creyndose solo.
Qu hay, seor? Cmo est ese bendito del Seor?...
Frgilis mir a Pepe como si no le conociera; y como hablando consigo mismo dijo:
La vejiga llena... La peritonitis de... no s quin... Eso dicen ellos.
La qu, seor?
Nada... que se muere de fijo!
Y Frgilis entr en un gabinete, que estaba a obscuras, para llorar a solas.
Poco despus Pepe vio salir al coronel Fulgosio y detrs a Somoza, el mdico.

492

Y trasladarle a Vetusta?... deca el militar.


Imposible! Ni soarlo! Y para qu? Morir esta tarde de fijo.
Somoza sola equivocarse, anticipando la muerte a sus enfermos.
Esta vez se equivoc, dndole a don Vctor ms tiempo de vida del que le otorg la
bala de don lvaro.
Muri Quintanar a las once de la maana.
.............................................................
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El mes de Mayo fue digno de su nombre aquel ao en Vetusta. Cosa rara!
Las nubes eternas del Corfn haban vertido todos sus humores en Marzo y en Abril.
Los vetustenses salan a la calle como el cuervo de No pudo salir del arca, y todos se
explicaban que no hubiera vuelto. Despus de dos meses pasados debajo del agua, era tan
dulce ver el cielo azul, respirar aire y pasearse por prados verdes cubiertos de belloritas que
parecen chispas del sol!
Toda Vetusta paseaba.
Pero Frgilis no pudo conseguir que Ana pusiera el pie en la calle.
Pero, hija ma, esto es un suicidio. Ya sabe usted lo que ha dicho Bentez, que es
indispensable el ejercicio, que esos nervios no se callarn mientras no se los saque a tomar
el aire, a ver el sol... vamos, Anita, por Dios, sea usted razonable... tenga usted caridad...
consigo misma. Saldremos muy temprano al amanecer si usted quiere; est el paseo
grande tan hermoso a tales horas! O si no al obscurecer, a tomar el fresco, por una
carretera... Por Dios, hija, va usted a enfermar otra vez.
No, no salgo... y Ana mova la cabeza como los ciegos. Por Dios, don Toms, no
me atormenten, no me atormenten con ese empeo... Ya saldr ms adelante... no s
cundo. Ahora me horroriza la idea de la calle... Oh, no, por Dios... no! por Dios me dejen.
Y juntaba las manos y se exaltaba; y Frgilis tena que callar.
Ocho das haba estado Ana entre la vida y la muerte, un mes entero en el lecho sin
salir del peligro, dos meses convaleciente, padeciendo ataques nerviosos de formas
extraas, que a ella misma le parecan enfermedades nuevas cada vez.
Frgilis haba dicho a la Regenta que Quintanar estaba herido all en las marismas de
Palomares, que se le haba disparado la escopeta y... Pero Ana, espantada, adivinando la
verdad, haba exigido que se la llevase a las marismas de Palomares inmediatamente...
No poda ser, no haba tren hasta el da siguiente...
Pues un coche, un coche... Se me engaa; si eso fuera cierto, usted estara al lado
de Vctor...
Frgilis explic su presencia lo menos mal que pudo.
Las mentiras piadosas fueron intiles; Ana se dispuso a salir sola, a correr en busca
de su Vctor... Hubo que decirle una verdad; la muerte de su esposo. Quiso verle muerto,
pero no pudo moverse; cay sin sentido y despert en el lecho. Dos das crey Frgilis
tenerla engaada, atribuyendo la desgracia a un accidente de la caza. Pero Ana crea la
verdad, no lo que le decan; la ausencia de Mesa y la muerte de Vctor se lo explicaron todo.
Y una tarde, a los tres das de la catstrofe, en ausencia de Frgilis, Anselmo entreg
a su ama una carta en que don lvaro explicaba desde Madrid su desaparicin y su silencio.

493

Cuando Crespo, al obscurecer, entr en la alcoba de Ana, la llam en vano dos, tres
veces... Pidi luz asustado y vio a su amiga como muerta, supina, y sobre el embozo de la
cama el pliego perfumado de Mesa.
Y poco despus, mientras Bentez traa a la vida con antiespasmdicos a la Regenta y
recetaba nuevas medicinas para combatir peligros nuevos, complicaciones del sistema
nervioso, Frgilis en el tocador lea la carta del que siempre llamaba ya para sus adentros
cobarde asesino; y despus de leer el papel asqueroso, lo arrugaba entre sus puos de
labrador y deca con voz ronca:
Idiota! infame! grosero! idiota!
Don lvaro en aquel papel que ola a mujerzuela, hablaba con frases romnticas e
incorrectas de su crimen, de la muerte de Quintanar, de la ceguera de la pasin. Haba
huido porque...
Porque tuviste miedo a la justicia, y a m tambin, cobarde! se dijo Frgilis.
Haba huido porque el remordimiento le arrastr lejos de ella... Pero que el amor le
mandaba volver. Volva? Crea Ana que deba volver? O que deban juntarse en otra
parte, en Madrid, por ejemplo? Todo era falso, fro, necio, en aquel papel escrito por un
egosta incapaz de amar de veras a los dem s, y no menos inepto para saber ser digno en
las circunstancias en que la suerte y sus crmenes le haban puesto.
Ana, que no haba podido terminar la lectura de la carta, que haba cado sobre la
almohada como muerta en cuanto vio en aquellos renglones fangosos la confirmacin
terminante de sus sospechas, no pudo por entonces pensar en la pequeez de aquel espritu
miserable que albergaba el cuerpo gallardo que ella haba credo amar de veras, del que sus
sentidos haban estado realmente enamorados a su modo. No, en esto no pens la Regenta
hasta mucho ms tarde.
En el delirio de la enfermedad grave y larga que Bentez combati desesperado, lo
que atormentaba el cerebro de Ana era el remordimiento mezclado con los disparates
plsticos de la fiebre.
Otra vez tuvo miedo a morir, otra vez tuvo el pnico de la locura, la horrorosa
aprensin de perder el juicio y conocerlo ella; y otra vez este terror superior a todo espanto,
la hizo procurar el reposo y seguir las prescripciones de aquel mdico fro, siempre fiel,
siempre atento, siempre inteligente.
Das enteros estuvo sin pensar en su adulterio ni en Quintanar; pero esto fue al
principio de la mejora; cuando el cuerpo dbil volvi a sentir el amor de la vida, a la que se
agarraba como un nufrago cansado de luchar con el oleaje de la muerte obscura y amarga.
Con el alimento y la nueva fuerza reapareci el fantasma del crimen. Oh, qu
evidente era el mal! Ella estaba condenada. Esto era claro como la luz. Pero a ratos,
meditando, pensando en su delito, en su doble delito, en la muerte de Quintanar sobre todo,
al remordimiento, que era una cosa slida en la conciencia, un mal palpable, una
desesperacin definida, evidente, se mezclaba, como una niebla que pasa delante de un
cuerpo, un vago terror ms temible que el infierno, el terror de la locura, la aprensin de
perder el juicio; Ana dejaba de ver tan claro su crimen; no saba quin discuta dentro de
ella, inventaba sofismas sin contestacin, que no aliviaban el dolor del remordimiento, pero
hacan dudar de todo, de que hubiera justicia, crmenes, piedad, Dios, lgica, alma... Ana.
No, no hay nada, deca aquel tormento del cerebro; no hay ms que un juego de dolores,
un choque de contrasentidos que pueden hacer que padezcas infinitamente; no hay razn
para que tenga lmites esta tortura del espritu, que duda de todo, de s mismo tambin,
pero no del dolor que es lo nico que llega al que dentro de ti siente, que no se sabe cmo
es ni lo que es, pero que padece, pues padeces.

494

Estas logomaquias de la voz interior, para la enferma eran claras, porque no hablaba
as en sus adentros sino en vista de lo que experimentaba; todo esto lo pensaba porque lo
observaba dentro de s: llegaba a no creer ms que en su dolor.
Y era como un consuelo, como respirar aire puro, sentir tierra bajo los pies, volver a
la luz, el salir de este caos doloroso y volver a la evidencia de la vida, de la lgica, del orden
y la consistencia del mundo; aunque fuera para volver a encontrar el recuerdo de un
adulterio infame y de un marido burlado, herido por la bala de un miserable cobarde que
hua de un muerto y no haba huido del crimen.
Y este mismo placer, esta complacencia egosta, que ella no poda evitar, que la
senta aun repugnndole sentirla, era nuevo remordimiento.
Se sorprenda sintiendo un bienestar confuso cuando funcionaba en ella la lgica
regularmente y crea en las leyes morales y se vea criminal, claramente criminal, segn
principios que su razn acataba. Esto era horrible, pero al fin era vivir en tierra firme, no
sobre la masa enferma, movediza de disparates del capricho intelectual, no en una especie
de terremoto interior que era lo peor que poda traer la sensacin al cerebro.
Ana explic
remordimientos.

todo

esto

Bentez

como

pudo,

eludiendo

el

referirse

sus

Pero l comprendi lo que deca y lo que callaba y declar que el principal deber por
entonces era librarse del peligro de la muerte.
Quiere usted un suicidio?
Oh, no, eso no!
Pues si no hemos de suicidarnos, tenemos que cuidar el cuerpo, y la salud del
cuerpo exige otra vez... todo lo contrario de lo que usted hace. Usted seora cree que es
deber suyo atormentarse recordando, amando lo que fue... y aborreciendo lo que no debi
haber sido. Todo esto sera muy bueno si usted tuviera fuerzas para soportar ese teje
maneje del pensamiento. No las tiene usted. Olvido, paz, silencio interior, conversacin con
el mundo, con la primavera que empieza y que viene a ayudarnos a vivir... Yo le prometo a
usted que el da en que la vea fuera de todo cuidado, sana y salva, le dir, si usted quiere:
Anita, ahora ya tiene usted bastante salud para empezar a darse tormento a s misma.
Y Frgilis hablaba en el mismo sentido.
Y nadie ms hablaba, porque Anselmo apenas saba hablar, Servanda iba y vena
como una estatua de movimiento... y los dems vetustenses no entraban en el casern de
los Ozores despus de la muerte de don Vctor.
No entraban. Vetusta la noble estaba escandalizada, horrorizada. Unos a otros, con
cara de hipcrita compuncin, se ocultaban los buenos vetustenses el ntimo placer que les
causaba aquel gran escndalo que era como una novela, algo que interrumpa la monotona
eterna de la ciudad triste. Pero ostensiblemente pocos se alegraban de lo ocurrido. Era un
escndalo! Un adulterio descubierto! Un duelo! Un marido, un exregente de Audiencia
muerto de un pistoletazo en la vejiga! En Vetusta, ni aun en los das de revolucin haba
habido tiros. No haba costado a nadie un cartucho la conquista de los derechos inalienables
del hombre. Aquel tiro de Mesa, del que tena la culpa la Regenta, rompa la tradicin
pacfica del crimen silencioso, morigerado y precavido. Ya se saba que muchas damas
principales de la Encimada y de la Colonia engaaban o haban engaado o estaban a punto
de engaar a su respectivo esposo, pero no a tiros! La envidia que hasta all se haba
disfrazado de admiracin, sali a la calle con toda la amarillez de sus carnes. Y result que
envidiaban en secreto la hermosura y la fama de virtuosa de la Regenta no slo Visitacin
Olas de Cuervo y Obdulia Fandio y la baronesa de la Deuda Flotante, sino tambin la
Gobernadora, y la de Pez y la seora de Carraspique y la de Rianzares o sea el gran

495

Constantino, y las criadas de la Marquesa y toda la aristocracia, y toda la clase media y


hasta las mujeres del pueblo... y quin lo dijera! la Marquesa misma, aquella doa Rufina
tan liberal que con tanta magnanimidad se absolva a s misma de las ligerezas de la
juventud... y otras!
Hablaban mal de Ana Ozores todas las mujeres de Vetusta, y hasta la envidiaban y
despellejaban muchos hombres con alma como la de aquellas mujeres. Glocester en el
cabildo, don Custodio a su lado, hablaban de escndalo, de hipocresa, de perversin, de
extravos babilnicos; y en el Casino, Ronzal, Foja, los Orgaz echaban lodo con las dos
manos sobre la honra difunta de aquella pobre viuda encerrada entre cuatro paredes.
Obdulia Fandio, pocas horas despus de saberse en el pueblo la catstrofe, haba
salido a la calle con su sombrero ms grande y su vestido ms apretado a las piernas y sus
faldas ms crujientes, a tomar el aire de la maledicencia, a olfatear el escndalo, a saborear
el dejo del crimen que pasaba de boca en boca como una golosina que laman todos,
disimulando el placer de aquella dulzura pegajosa.
Ven ustedes? decan las miradas triunfantes de la Fandio. Todas somos iguales.
Y sus labios decan:
Pobre Ana! Perdida sin remedio! Con qu cara se ha de presentar en pblico?
Como era tan romntica! Hasta una cosa... como sa tuvo que salirle a ella as... a
caonazos, para que se enterase todo el mundo.
Se acuerdan ustedes del paseo de Viernes Santo? preguntaba el barn.
S, comparen ustedes... Quin lo dira!...
Yo lo dira exclamaba la Marquesa. A m ya me dio mala espina aquella
desfachatez... aquello de ir enseando los pies descalzos... malorum signum.
S, malorum signum repeta la baronesa, como si dijera: et cum spiritu tuo.
Y sobre todo el escndalo! aada doa Rufina indignada, despus de una pausa.
El escndalo! repeta el coro.
La imprudencia, la torpeza!
Eso! Eso!
Pobre don Vctor!
S, pobre, y Dios le haya perdonado... pero l, merecido se lo tena.
Merecidsimo.
Miren ustedes que aquella amistad tan ntima...
Era escandalosa.
Aquello era...
Nauseabundo!
Esto lo dijo el Marqus de Vegallana, que tena en la aldea todos sus hijos ilegtimos.
Obdulia asista a tales conversaciones como a un triunfo de su fama. Ella no haba
dado nunca escndalos por el estilo. Toda Vetusta saba quin era Obdulia... pero ella no
haba dado ningn escndalo.
S, s, el escndalo era lo peor; aquel duelo funesto tambin era una complicacin.
Mesa haba huido y viva en Madrid... Ya se hablaba de sus amores reanudados con la

496

Ministra de Palomares... Vetusta haba perdido dos de sus personajes ms importantes... por
culpa de Ana y su torpeza.
Y se la castig rompiendo con ella toda clase de relaciones. No fue a verla nadie. Ni
siquiera el Marquesito, a quien se le haba pasado por las mientes recoger aquella herencia
de Mesa.
La frmula de aquel rompimiento, de aquel cordn sanitario, fue sta:
Es necesario aislarla!... Nada, nada de trato con la hija de la bailarina italiana!
El honor de haber resucitado esta frase perteneci a la baronesa de la Barcaza.
Si Ripamiln hubiera podido salir de su casa, no hubiera respetado aquel acuerdo
cruel del gran mundo. Pero el pobre don Cayetano haba cado en su lecho para no
levantarse. All vivi, siempre contento, dos aos ms.
Acab su peregrinacin en la tierra cantando y recitando versos de Villegas.
La Regenta no tuvo que cerrar la puerta del casern a nadie, como se haba
prometido, porque nadie vino a verla; se supo que estaba muy mala, y los ms caritativos
se contentaron con preguntar a los criados y a Bentez cmo iba la enferma, a quien solan
llamar esa desgraciada.
Ana prefera aquella soledad; ella la hubiera exigido si no se hubiera adelantado
Vetusta a sus deseos. Pero cuando, ya convaleciente, volvi a pensar en el mundo que la
rodeaba, en los aos futuros, sinti el hielo ambiente y sabore la amargura de aquella
maldad universal. Todos la abandonaban! Lo mereca, pero... de todas maneras qu
malvados eran todos aquellos vetustenses que ella haba despreciado siempre, hasta cuando
la adulaban y mimaban!
La viuda de Quintanar resolvi seguir hasta donde pudiera los consejos de Bentez.
Pensaba lo menos posible en sus remordimientos, en su soledad, en el porvenir triste,
montono en su negrura.
En cuanto se lo permiti la fortaleza del cuerpo redivivo trabaj en obras de aguja, y
se empe, con voluntad de hierro, en encontrarle gracia al punto de crochet y al de media.
Aborreca los libros, fuesen los que fuesen; todo raciocinio la llevaba a pensar en sus
desgracias; el caso era no discurrir. Y a ratos lo consegua. Entonces se le figuraba que lo
mejor de su alma se dorma, mientras quedaba en ella despierto el espritu suficiente para
ser tan mujer como tantas otras.
Lleg a explicarse aquellas tardes eternas que pasaba Anselmo en el patio, sentado
en cuclillas y acariciando al gato. Callar, vivir, sin hacer ms que sentirse bien y dejar pasar
las horas, esto era algo, tal vez lo mejor. Por all deba de irse a la muerte... Y Ana iba sin
miedo. El morir no la asustaba; lo que quera era morir sin desvanecerse en aquellas locuras
de la debilidad de su cerebro...
Cuando Bentez la sorprenda en estas horas de calma triste y muda, le preguntaba
Ana con una sonrisa de moribunda:
Est usted contento?
Y con otra sonrisa fra, triste, contestaba el mdico:
Bien, Ana, bien... Me agrada que sea usted obediente...
Pero cuando se quedaban solos Bentez y Crespo, el doctor deca:
No me gusta Ana...
Pues yo la veo muy tranquila a ratos...

497

S, pues por eso... no me gusta. Hay que obligarla a distraerse.


Y Frgilis se propuso conseguir que se distrajera.
Y por eso la rogaba que saliese con l a paseo cuando lleg aquel Mayo risueo, seco,
templado, sin nubes, pocas veces gozado en Vetusta.
Pero como no consigui nada, como Anita le peda con las manos en cruz que la
dejasen en paz, tranquila en su casern, Crespo resolvi divertir a su pobre amiga en su
misma casa.
Si l pudiera hacer que se aficionara a los rboles y a las flores!
Por ensayar nada se perda. Ensay.
Ana, por complacerle, le escuchaba con los ojos fijos en l, sonriente, y bajaba al
parque cuando se trataba de lecciones prcticas. Frgilis lleg a entusiasmarse, y una tarde
cont la historia de su gran triunfo, la aclimatacin del Eucaliptus globulus en la regin
vetustense.
Durante la enfermedad de su amiga, don Toms Crespo, desconfiando del celo de
Anselmo y de Servanda, y sin pedir permiso a nadie, se instal en el casern de los Ozores.
Traslad su lecho de la posada en que viva desde el ao sesenta, a los bajos del casern. El
tocador y la alcoba de Ana estaban encima del cuarto que escogi Frgilis. All, con el menor
aparato posible, sin molestar a nadie, se instal para velar a la Regenta y acudir al menor
peligro.
Coma y cenaba en la posada, pero dorma en el casern.
Esto no lo supo Anita hasta que, ya convaleciente, se quej un da de aquella
soledad. Confes que de noche tena a veces miedo. Y ponindose como un tomate, el buen
Frgilis advirti tmidamente que haca ms de mes y medio l se haba tomado la libertad de
venirse a dormir debajo de la Regenta. Los criados tenan orden de no decrselo a la seora.
Desde que esto supo Ana se crey menos sola en sus noches tristes. Roto el secreto,
Frgilis tosa fuerte abajo a propsito, para que le oyera Ana, como diciendo: No temas,
estoy yo aqu.
Pero como la malicia lo sabe todo, tambin supo esto Vetusta. Se dijo que Frgilis se
haba metido a vivir de pupilo en casa de la Regenta, en el casern nobilsimo de los Ozores.
Y decan unos:
Ser una obra de caridad. La pobre estar mal de recursos y con la ayuda de
Frgilis... podr ir tirando.
Y el gran mundo echaba por los dedos la cuenta de lo que le habra quedado a Anita.
No deba de haberle quedado nada.
Ella rentas no las tiene.
Las de su marido, las de don Vctor all en Aragn no le pertenecen.
La viudedad no la habr pedido...
Sera ignominioso!...
Ya lo creo! Reclamar la viudedad... ella... causa de la muerte del digno
magistrado!
Sera indigno.
Indigno.

498

Y ya no est bien que viva en el casern de los Ozores.


Claro, porque aunque se lo regal su esposo, segn dicen, l fue quien se lo
compr a las tas de Ana, y no con bienes gananciales, sino vendiendo tierras en la Almunia.
Sea como sea, ella no deba vivir en esa casa.
De modo que no se sabe de qu vive.
Vivir de eso. De mantener en su casa a Frgilis, que pagar bien.
Eso s, porque l es un chiflado, que no tiene escrpulos... pero es bueno.
Bueno... relativamente deca el Marqus que con la gota que le empezaba a
molestar iba echando una moralidad severa y un humor negro como un carbn.
Y recordando aquel gerundio que tanto efecto haba hecho en otra ocasin, resuma
diciendo:
De todas maneras, eso de vivir bajo el mismo techo que cobija a la viuda infiel de
su mejor amigo es... es nauseabundo!
Y nadie se atreva a negarlo.
Todos aquellos escrpulos que tena la tertulia de los Vegallana haban atormentado
tambin a la Regenta. En cuanto se sinti bastante fuerte para salir a la huerta, se atrevi a
decir a Frgilis lo que la atormentaba tiempo atrs.
Yo... quisiera salir de esta casa... Esta casa... en rigor... no es ma... Es de los
herederos de Vctor, de su hermana doa Paquita, que tiene hijos... y...
Frgilis se puso furioso. Cmo se entiende! Todo lo haba arreglado l ya. Haba
escrito a Zaragoza y la doa Paquita se haba contentado con lo de la Almunia. Bastante
era. El casern era de Ana legalmente y moralmente.
Ana cedi porque no tena ya energa para contrariar una voluntad fuerte.
Con ms ahnco se neg a firmar los documentos que Frgilis le present, cuando se
propuso pedir la viudedad que corresponda a la Regenta.
Eso no, eso no, don Toms; primero morir de hambre!
Y en efecto, s, el hambre, una pobreza triste y molesta amenazaba a la viuda si no
solicitaba sus derechos pasivos.
Ana dijo que prefera reclamar la orfandad que le perteneca como hija de militar.
chele usted un galgo... Si eso no valdr nada... Y no s si podramos...
Y Frgilis, no sin ponerse colorado al hacerlo, falsific la firma de Ana, y despus de
algunos meses le present la primera paga de viuda.
Y era tal la necesidad; tan imposible que por otro camino tuviera ella lo suficiente
para vivir, que la Regenta, despus de llorar y rehusar cien veces, acept el dinero triste de
la viudez y en adelante firm ella los documentos.
Bentez y Frgilis vean en esto sntomas tristes. Aquella voluntad se mora, pensaba
Crespo; en otro tiempo Ana hubiera preferido pedir limosna... Ahora cede... por no luchar.
Y se le caan las lgrimas.
Si yo fuera rico... pero es uno tan pobre...
Y, aada, por supuesto, cobrar esos cuatro cuartos no es vergonzoso... a ella se lo
parece... pero no lo es... Ese dinero es suyo.

499

As viva Ana.
Bentez desde que desapareci el peligro inminente, visit menos a la viuda.
Servanda y Anselmo eran fieles, tal vez tenan cario al ama, pero eran incapaces de
mostrarlo. Obedecan y servan como sombras. Le haca ms compaa el gato que ellos.
Frgilis era el amigo constante, el compaero de sus tristezas.
Hablaba poco.
Pero a ella la consolaba el pensar: est Crespo ah.
Paso a paso volva la salud a enseorearse del cuerpo siempre hermoso de Ana
Ozores.
Y con algo de remordimiento de conciencia, senta de nuevo apego a la vida, deseo
de actividad. Lleg un da en que ya no le bast vegetar al lado de Frgilis, vindole sembrar
y plantar en la huerta y oyendo sus apologas del Eucaliptus.
Se haba prometido no salir de casa, y la casa empezaba a parecerle una crcel
demasiado estrecha.
Una maana despert pensando que aquel ao no haba cumplido con la Iglesia.
Adems ya poda salir de su casern triste para ir a misa. S, ira a misa en adelante, muy
temprano, muy tapada, con velo espeso, a la capilla de la Victoria que estaba all cerca.
Y tambin ira a confesar.
Sin tener fe ni dejar de tenerla, acostumbrada ya a no pensar en aquellas grandes
cosas que la volvan loca, Anita Ozores volvi a las prcticas religiosas, jurndose a s misma
no dejarse vencer ya jams por aquel misticismo falso que era su vergenza. La visin de
Dios... Santa Teresa... Todo aquello haba pasado para no volver... Ya no le atormentaba el
terror del infierno, aunque se crea perdida por su pecado, pero tampoco la consolaban
aquellos estallidos de amor ideal que en otro tiempo le daban la evidencia de lo sobrenatural
y divino.
Ahora nada; huir del dolor y del pensamiento. Pero aquella piedad mecnica, aquel
rezar y or misa como las dems le pareca bien, le pareca la religin comp atible con el
marasmo de su alma. Y adems, sin darse cuenta de ello, la religin vulgar (que as la
llamaba para sus adentros) le daba un pretexto para faltar a su promesa de no salir jams
de casa.
Lleg Octubre, y una tarde en que soplaba el viento Sur perezoso y caliente, Ana
sali del casern de los Ozores y con el velo tupido sobre el rostro, toda de negro, entr en
la catedral solitaria y silenciosa. Ya haba terminado el coro.
Algunos cannigos y beneficiados ocupaban sus respectivos confesonarios esparcidos
por las capillas laterales y en los intercolumnios del bside, en el trasaltar.
Cunto tiempo haca que ella no entraba all!
Como quien vuelve a la patria, Ana sinti lgrimas de ternura en los ojos. Pero qu
triste era lo que la deca el templo hablando con bvedas, pilares, cristaleras, naves,
capillas... hablando con todo lo que contena a los recuerdos de la Regenta!...
Aquel olor singular de la catedral, que no se pareca a ningn otro, olor fresco y de
una voluptuosidad ntima, le legaba
l
al alma, le pareca msica sorda que penetraba en el
corazn sin pasar por los odos.
Ay si renaciera la fe! Si ella pudiese llorar como una Magdalena a los pies de
Jess!

500

Y por la vez primera, despus de tanto tiempo, sinti dentro de la cabeza aquel
estallido que le pareca siempre voz sobrenatural, sinti en sus entraas aquella ascensin
de la ternura que suba hasta la garganta y produca un amago de estrangulacin deliciosa...
Salieron lgrimas a los ojos, y sin pensar ms, Ana entr en la capilla obscura donde tantas
veces el Magistral le haba hablado del cielo y del amor de las almas.
Quin la haba trado all? No lo saba. Iba a confesar con cualquiera y sin saber
cmo se encontraba a dos pasos del confesonario de aquel hermano mayor del alma, a
quien haba calumniado el mundo por culpa de ella y a quien ella misma, aconsejada por los
sofismas de la pasin grosera que la haba tenido ciega, haba calumniado tambin
pensando que aquel cario del sacerdote era amor brutal, amor como el de lvaro, el
infame, cuando tal vez era puro afecto que ella no haba comprendido por culpa de la propia
torpeza.
Volver a aquella amistad era un sueo? El impulso que la haba arrojado dentro de
la capilla era voz de lo alto o capricho del histerismo, de aquella maldita enfermedad que a
veces era lo ms ntimo de su deseo y de su pensamiento, ella misma? Ana pidi de todo
corazn a Dios, a quien claramente crea ver en tal instante, le pidi que fuera voz Suya
aqulla, que el Magistral fuera el hermano del alma en quien tanto tiempo haba credo y no
el solicitante lascivo que le haba pintado Mesa el infame. Ana or, con fervor, como en los
das de su piedad exaltada; crey posible volver a la fe y al amor de Dios y de la vida, salir
del limbo de aquella somnolencia espiritual que era peor que el infierno; crey salvarse
cogida a aquella tabla de aquel cajn sagrado que tantos sueos y dolores suyos saba...
La escasa claridad que llegaba de la nave y los destellos amarillentos y misteriosos de
la lmpara de la capilla se mezclaban en el rostro anmico de aquel Jess del altar, siempre
triste y plido, que tena concentrada la vida de estatua en los ojos de cristal que reflejaban
una idea inmvil, eterna... Cuatro o cinco bultos negros llenaban la capilla. En el
confesonario sonaba el cuchicheo de una beata como rumor de moscas en verano vagando
por el aire.
El Magistral estaba en su sitio.
Al entrar la Regenta en la capilla, la reconoci a pesar del manto. Oa distrado la
chchara de la penitente; miraba a la verja de la entrada, y de pronto aquel perfil conocido y
amado, se haba presentado como en un sueo. El talle, el contorno de toda la figura, la
genuflexin ante el altar, otras seales que slo l recordaba y reconoca, le gritaron como
una explosin en el cerebro:
Es Ana!
La beata de la celosa continuaba el rum rum de sus pecados. El Magistral no la oa,
oa los rugidos de su pasin que vociferaban dentro.
Cuando call la beata volvi a la realidad el clrigo, y como una mquina de echar
bendiciones desat las culpas de la devota, y con la misma mano hizo seas a otra para que
se acercase a la celosa vacante.
Ana haba resuelto acercarse tambin, levantar el velo ante la red de tablillas
oblicuas, y a travs de aquellos agujeros pedir el perdn de Dios y el del hermano del alma,
y si el perdn no era posible, pedir la penitencia sin el perdn, pedir a fe perdida o
adormecida o quebrantada, no saba qu, pedir la fe aunque fuera con el terror del
infierno... Quera llorar all, donde haba llorado tantas veces, unas con amargura, otras
sonriendo de placer entre las lgrimas; quera encontrar al Magistral de aquellos das en que
ella le juzgaba emisario de Dios, quera fe, quera caridad... y despus el castigo de sus
pecados, si ms c astigo mereca que aquella obscuridad y aquel sopor del alma...
El confesonario cruja de cuando en cuando, como si le rechinaran los huesos.

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El Magistral dio otra absolucin y llam con la mano a otra beata... La capilla se iba
quedando despejada. Cuatro o cinco bultos negros, todos absueltos, fueron saliendo
silenciosos, de rato en rato; y al fin quedaron solos la Regenta, sobre la tarima del altar, y el
Provisor dentro del confesonario.
Ya era tarde. La catedral estaba sola. All dentro ya empezaba la noche.
Ana esperaba sin aliento, resuelta a acudir, la sea que la llamase a la celosa...
Pero el confesonario callaba. La mano no apareca, ya no cruja la madera.
Jess de talla, con los labios plidos entreabiertos y la mirada de cristal fija, pareca
dominado por el espanto, como si esperase una escena trgica inminente.
Ana, ante aquel silencio, sinti un terror extrao...
Pasaban segundos, algunos minutos muy largos, y la mano no llamaba...
La Regenta, que estaba de rodillas, se puso en pie con un valor nervioso que en las
grandes crisis le acuda... y se atrevi a dar un paso hacia el confesonario.
Entonces cruji con fuerza el cajn sombro, y brot de su centro una figura negra,
larga. Ana vio a la luz de la lmpara un rostro plido, unos ojos que pinchaban como fuego,
fijos, atnitos como los del Jess del altar...
El Magistral extendi un brazo, dio un paso de asesino hacia la Regenta, que
horrorizada retrocedi hasta tropezar con la tarima. Ana quiso gritar, pedir socorro y no
pudo. Cay sentada en la madera, abierta la boca, los ojos espantados, las manos
extendidas hacia el enemigo, que el terror le deca que iba a asesinarla.
El Magistral se detuvo, cruz los brazos sobre el vientre. No poda hablar, ni quera.
Temblbale todo el cuerpo; volvi a extender los brazos hacia Ana... dio otro paso
adelante... y despus, clavndose las uas en el cuello, dio media vuelta, como si fuera a
caer desplomado, y con piernas dbiles y temblonas sali de la capilla. Cuando estuvo en el
trascoro, sac fuerzas de flaqueza, y aunque iba ciego, procur no tropezar con los pilares y
lleg a la sacrista sin caer ni vacilar siquiera.
Ana, vencida por el terror, cay de bruces sobre el pavimento de mrmol blanco y
negro; cay sin sentido.
La catedral estaba sola. Las sombras de los pilares y de las bvedas se iban juntando
y dejaban el templo en tinieblas.
Celedonio, el aclito afeminado, alto y esculido, con la sotana corta y sucia, vena de
capilla en capilla cerrando verjas. Las llaves del manojo sonaban chocando.
Lleg a la capilla del Magistral y cerr con estrpito.
Despus de cerrar tuvo aprensin de haber odo algo all dentro; peg el rostro a la
verja y mir hacia el fondo de la capilla, escudriando en la obscuridad. Debajo de la
lmpara se le figur ver una sombra mayor que otras veces...
Y entonces redobl la atencin y oy un rumor como un quejido dbil, como un
suspiro.
Abri, entr y reconoci a la Regenta, desmayada.
Celedonio sinti un deseo miserable, una perversin de la perversin de su lascivia: y
por gozar un placer extrao, o por probar si lo gozaba, inclin el rostro asqueroso sobre el
de la Regenta y le bes los labios.
Ana volvi a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba nuseas.

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Haba credo sentir sobre la boca el vientre viscoso y fro de un sapo.


FIN DE LA NOVELA

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