Porpix Termina - Jose Eduardo Alcazar - Ano 2002 - Portalguarani
Porpix Termina - Jose Eduardo Alcazar - Ano 2002 - Portalguarani
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Lector voraz, de varios tipos de libros, la Biblia, novelas policiales, novelas de ciencia-ficcin, H.. desarrolla la versin de su inocencia en una larga exposicin oral, original, pattica, extraa,
delirante, asustadora, simblica. H.. sostiene que es inocente. Segn H.. el que mat, no fue l. Fue un doble gentico, un clone,
Sostiene H.. haber sido clonado a partir de este hombre, el asesino
verdadero.
Y cul sera la razn para esta clonacin? La razn, segn nos
expone H.., sera la de permitir el castigo por ms de una generacin.
Para entender el papel que juega la clonacin en el relato de H..
(recordemos que la clonacin humana, segn muchos cientficos,
no est dentro de las posibilidades prcticas de la ciencia actual),
se hace necesario introducir el concepto de damnacin. Diferentes
textos sagrados nos hablan de la existencia de la damnacin. La
damnacin, que H.. conoce por el material de lectura al cual tiene
acceso, habla del castigo que va ms all del castigo a un individuo y que puede alcanzar a las generaciones que vienen despus.
A partir de esta premisa, se abren puertas y Porpix - llammoslo
por el nombre que l mismo escogi para vivir su ltima noche, su
ltimo da, su ltimo relato - entra por ellas. En pocas horas, Porpix nos lleva de la mano a recorrer un mundo interior, repleto de
visiones, de citaciones y de interpretaciones, muy particulares y
muy personales, de algunas verdades conocidas por todos.
Dejamos que el lector, que cada lector, se haga cargo de recibir
estas interpretaciones.
Hay, por supuesto, una inconfundible analoga con la nocin religiosa del pecado original. Para Porpix, ser castigado por el crimen
cometido por su doble gentico, es repetir, o revivir en carne
propia, el pecado que est en el origen y que es capaz de manchar a generaciones futuras.
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La sonata
Okei, grabando:
Ningn sol, shit. Como siempre a estas horas, el da se camaleona
en tarde. Se ve que pierde sus nfulas iluminativas y se sumerge en
lo oscuro de la cuestin.
La noche indecente se instala, cabrea y mete miedo. Invade los
distrados pramos de las entraas sin que se la pueda combatir.
As dicen los mentirosos. Yo, a la noche le tiro mierda. No me
importa. No me asusta. No me ocupa. La dejo a un lado y duermo
sin soar.
(Ser verdad lo que digo?)
Miro afuera, a lo que todava hay del da. Como siempre reina
absoluta bruma, polvo inmundo.
El polvo negruzco est sostenido por el aire, cmplice de todas las
aberraciones atmosfricas. No entiendo cmo se respira el gas cargado de partculas, visibles, invisibles, reales, que no soplan, que
no giran, que no mueven. Quedan, las partculas, como si fuesen
virtuales o como si el soporte que las mantiene, se burlase de todas ellas.
Como si a todas castigase con su indiferencia. Que se muevan o
que queden donde estn, no me importa dira este aire sin atencin a las partculas solitarias, perdidas en su interior.
Que se muevan o que queden.
No determinar nada es castigar a todo, iodo y a todos. Si no hay
direccin, si no hay indicacin, hay soledad y por este motivo,
digo yo que hay castigo.
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Como todo, o corno todos, los pensamientos tambin son vengativos. Se vengan y hacen maL
Me traen la cena esta noche. Digo que me traen la cena esta noche,
porque esta noche ser una cena, no una comida. La ltima cena,
carajos, mil carajos: es una cena, no una comida. Hay que diferenciar.
Una puta ltima cena.
No todos tienen la ltima cena. Mentira. Todos tienen su ltima
cena. El ms, ms y el menos tijun. Todos tienen una ltima cena.
Pocos, muy pocos, saben apreciarla como la ltima de las cenas.
Comen, se empaturran con aceites y vinagres, tragan las carnes
desangradas, se indigestan con alcoholes sin bendicin y antes de
cagar el repasto hecho mierda, crepan y no saben que no habr
ms cena alguna. Nunca ms. Nevamor.
A m me traen la ltima cena. A m me tocar decir con el ltimo
bocadito: Porpix, hijo de puta, nunca ms te pondrs bocado en
la boca.
Yo podr sentir el ltimo trago. Qu ser? Ser vino? Ser slido? Sern papas o ser carne. El ltimo pedazo ser. Ser lo que
tenga que ser. No quiero tener que decidir si ser uno u otro, este o
aquel. Pretendo distraerme, poner en la boca algo, tragar: nada
ms. Lo que haya sido, habr sido y descubrir el privilegiado
despus del privilegio.
Nada ms.
Yo podr pensar, dicindome sin decirme: Porpix termina. Muy
pocos pueden decir esto que estoy por decir.
Yo termino? No termino, pero termino. Ceno hoy, maana traen
al nuevo. Lo reconozco, como manda la ley, rne llevan y sigue i.
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Rompo un espejo.
He roto un espejo.
Es cuando oigo la voz del hombre y luego la voz de la mujer y el
grito de la nia.
Quin est arriba dice el hombre, cuidado cario dice la mujer, pap grita la nia cuando yo empiezo a disparar, tres tiros ai
hombre, un tiro a la mujer.
Cuando paso por a nia que no grita, que llora, otro tiro, y me
escapo.
Corro, asustado. Por la calle llena de noche. Cruzo esquinas.
Es cuando me persigue la poli. Y me atrapa sin salida.
- Por qu corres?
No respondo y me patean el costado. Caigo al suelo y me buscan.
Encuentran el arma. Me esposan con las manos en las espaldas.
Me vuelven a patear y me meten en el vehculo.
Llego a la central. Me dicen que mat a tres. Patadas me saludan.
Me acusan en la corte.
Me dan un castigo por tres generaciones: 17 aos de encarcelamiento y muerte al final.
Aqu estoy.
Porpix termina. Tres veces termina Porpix. Por decisin soberana
de la corte de justicia,
Siempre que repito la odisea, no me siento culpable. Yo no mat.
Mat Porpix. Yo soy Porpix. Yo no mat.
El que venga maana, nacido hace 17 aos, ser Porpix y no habr
matado. Como yo.
Igual a m, igual al otro. El doble gentico, apuntado, sealado,
acusado y castlgable pero sin culpa.
Tres generaciones, Es el castigo mximo.
Porpix termina tres veces.
Yo no mat. Mat Porpix.
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'>5
guidos por sintetizacn. Grabacin curiosa. Lloramingosa y patarraca. No me gusta. Siento curiosidad).
Fokee la institu inglesa. Mirella no quiere hablar conmigo. Est
sentida o est con rabia. La institu es raqutica pero fogosa.
No digo nada. Estoy al lado de Mirella, en el bancochuelo de la
plaza.
El paisaje es de primavera, con viento fro y cortante. El viento se
desplaza, en paquetes y nos toca el cuerpo, en rfagas. Las rfagas
no son fuertes y no despeinan a Mirella que mira a un lado sin
darse cuenta que estoy a su lado. Mirella est distante. Puede que
sea por lo nuestro, pero puede que sea por una razn ms importante.
Encamarse con una mujer que no es la de uno trae consecuencias
funestas cuando la mujer de uno se da cuenta de lo ocurrido. No
me queda ningn sentimiento con relacin a la inglesa. La calentura de un momento se enfri y desapareci. La calentura fue eyaculada. Termin. Para Mirella nada termin, todo revive, todo se
repite, como oleaje bravo de playa tormentosa.
Mirella no me siente a su lado. Desafa al viento de hielo que sopla del callejn oscuro; el viento atraviesa la plaza y golpea su
mentn levantado.
La cabeza rubia no se despeina. El pelo se confunde, se agita, se
enerva, se levanta y vuelve disciplinado, al lugar que ocupa en el
conjunto.
Me voy de la plaza. Camino dentro de la luz oblicua de primavera.
En vuelta de la plaza reina la oscuridad que irradia del callejn.
Tengo que cruzar la plaza, meterme en el callejn. Tengo que pasar por la zona de mxima oscuridad que ocurre en el fondo del
callejn. Mi celda est del otro lado del callejn.
Despus veo a Mirella.
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Por ms que me copien gualito, e conaje resultante es desemejante al original. Incongruente con el modelo, puchero!
Soy el mismo. Pero el otro es culpado, yo soy su vctima.
En esto estoy en el mismo papel del hombre, de la mujer y de la
nia. Quiero justicia para m tambin, quiero que enjaulen a Porpix y le saquen las uas, y le quemen los ojos, y le metan fuego en
el culo. A Porpix que le hagan esto y ms. Yo tambin soy vctima
y quiero mi pedacito de venganza.
Dnde est el esdrjulo? Dnde est el embustero? Dnde se
meti el intolerante?
Hace cunto tiempo? Hace 17 aos. Hace 17 aos y un da menos. No, hace 17 aos menos una noche y algunas horas. No importa. Veamos. Qu ocurre con un cuerpo bajo tierra despus de
17 aos? No tiene ms carnes y estar en huesos. Si est en huesos, no est ms bajo tierra. Est en un osario. O est quemado y
en cenizas. No est ms.
A la pregunta dnde est el atorrante? hay que contestar: No
est.
[Ziend!
Estoy yo. Est el otro, que soy yo. Est el otro que es l. Est
Porpix,
Tres generaciones. Como manda la ley. A veces pienso que es mi
padre el que se fue, y que es mi hijo el que llega. De acertada
ciencia, as es. Si yo soy lo que l era y si l es lo que yo soy, soy
descendiente por un lado y padre por el otro. El espritu de la ley
es este, Pero, por otro lado, para que exista venganza durante tres
generaciones, hay que vengar al mismo, en tres generaciones.
Entonces: l, soy yo y yo, soy l.
Maana cuando le encuentre, nos miraremos y nos entenderemos.
A la tarde, l estar solo.
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Porpix
mejor entender lo que me cuenta la espinaca. La primera sensacin es la del calor que la envuelve. De pronto, un mundo rojizo y
caliente se abre como por magia. Adentro, la espinaca me muestra
sus aristas oportunas y me deja pasar al encuentro del pan, tostado
en aceite, casi cido de espritu.
El vaso plstico me quebranta pero el vino me espera y lo busco
para orle los primeros secretos. El vino en la boca me aplaude
corno si yo estuviese en fiesta.
Al bife!
i Qu campos infinitos habr pastado la criatura que se hace acompaar por solemnes papas rabias! Qu celos habr presenciado
en su lento rumiar por la vida! Aqu est, ser destinado a m, en mi
ltimo repasto.
El bicho parece entender las circunstancias de nuestro encuentro y
aunque no quiera contarme lo que sabe, presiento en sus entraas,
el discurso avieso y trgico que me quiere negar. No toco la carne,
la dejo a un lado. Me entretengo con las papas. Pero ellas estn
contaminadas por la tristeza reprimida del bife y me lloran por
dentro. Tampoco las quiero y las dejo.
Al vino, buen compaero.
A los damascos.
Tena antojos de mil damascos aunque mil fuera, poco para contener a todos los que querra. Ahora que tengo a tres, no los reconozco, los rechazo.
Me invade una suerte de tristeza opaca.
Me alejo con la copa de vino. Me recuesto. Pero tambin el vino
me deja solo en un momento. No sabe callar la angustia que se
apodera de m.
Angustia?
Es peor que la angustia pero no quiero nombrarla. Si la nombro se
aduea de mis circunstancias y no me suelta nunca ms.
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Yo no respondo y me alejo.
En otra circunstancia, le tiro sin aviso:
-
Te defiendo, te protejo.
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Tomofix.
Qu pasa?
Ests despierto?
Te despert?
Por supuesto.
Suerte la ma.
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- Por eso digo que soy afortunado: puedo interferir en los acontecimientos.
~ Mientras el hijo de su madre interfiere en ios acontecimientos
yo tengo que hacer lo que me manda l: despierto.
- Es siempre lo mismo, unos mandan otros sufren las consecuencias, unos son activos otros responden y se reconocen pasivos.
-
Soaba.
Quin?
No son de nadie.
Tomofix....
Ei, Tomofix....
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Me sigues?
Te sigo, geraldina.
No me acuerdo.
Te puedo acompaar?
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- No converso con la clientela, forastero. Pasa por la caja, consulta la tabla, escoge lo que quieres y te espero.
El brete se me pone apretado: por lo visto que sin mni, no hay tu
ta. Pongo cara de mijonario distrado, silbo un comps dosporcuatro y espero que el destino me muestre el camino. La tipa me
rodea con el ojo y entiende la cuestin por el revs de mi actuar.
-
- Shoumi - me reta a que le muestre algo. Yo me siento incmodo en la situacin pero escarbo ganar el tiempo que perd. Miro a
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Porpix
los costados como si quisiera encontrar algo ms apetitoso, entierro las manos en los bolsillos, como si quisiera proteger el oro del
mundo, pongo cara de fastidio, como si estuviera harto y proclamo, como si quisiera que todos me escuchen:
- Me voy antes que me invada el aburrimiento de estar en este
lugar.
Ella levanta los hombros y se aleja sin que le importe lo que yo
digo.
Entro a la casa. Es una casa en un barrio bian, en una calle bian, en
una ciudad que es bian. Jaiklas.
Entro a la casa que est abierta porque nadie teme a nadie y porque las puertas cerradas son manifestaciones que no hacen bien.
La casa est abierta. Hay luz de verano. La luz que encuentro en el
interior de la casa, es clida y amiga, Amiguera, la luz me muestra
lo que hay para mostrar y nada esconde de lo que hay para ver. Las
sombras que ocurren en los remotos rincones, no son sombras de
verdad, son regiones de menor intensidad de luz, nada ms. No
hay sombras, no hay puntos que yo no pueda ver.
Veo todo. Y porque puedo ver todo claro, me digo, a m, a nadie
ms: que en esta casa, iluminada y sin misterios, con seguridad
cristalina, encontrar el oro que busco con afn.
Me pongo a mirar con el ojo, el lugar del oro. Busco el oro que no
veo pero que s que est a mi alcance, en esta casa iluminada.
No encuentro nada en la sala. Tampoco encuentro en la otra sala, o
en la otra sala. No encuentro en los gurierrez del fondo, ni en los
primazos del frente.
Subo las escaleras. Me acojo a las alturas y entro y salgo de las
habitaciones vacas, como si fuera brisa del da.
Me detengo en el cuarto principal. Hay oro aqu, s que hay.
Pero en este instante, entran a la casa que estaba vaca. Entran los
tres y yo disparo a los tres.
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cuentro que ser mortal para uno de los dos. Si pudiera no acercarse, no se acercara. Si pudiera dejar libre el espacio al otro, no
hara lo que hace ahora que se acerca.
Le oigo llegar. Me preparo porque reconozco que las intenciones
del machlo no son buenas.
Espero armado.
La mujer, pide a su hombre que se cuide. El hombre entra al espacio en el cual me encuentro yo. Me ve y acta de la nica forma
que encuentra posible actuar: avanza y pretende tirarse sobre m.
Busca copar mi espacio ntimo y de esta forma, procura reconquistar sus dominios.
Disparo. De susto o de miedo. Sin puntera. La bala mortal explota sobre la frente blanca que est agachada y cargando en mi direccin. La frente blanca se cubre de un manchn oscuro que sangra torrencial. El hombre se desploma en al aire y cae pesado a
mis pies. El cuerpo se estremece, se atolondra como si sintiera
cosquilieos infinitos. Despus, se calla y se apaga de cualquier
movimiento.
La mujer sube las escaleras. Llama el nombre del machlo. Ella
sabe lo que ocurri, su ciencia le dice que no hay ms compaero
a su lado, pero ella no entiende el alerta de su percepcin.
As como sabe que qued sola, tambin sabe que le faltan algunos
segundos de vida. Quiere parar su loca carrera, quiere hacer media
vuelta y recomponer su hogar con otro pato. Pero la locura que a
todos nos pierde, la impulsa y le hace volar hacia al fin.
Entra al cuarto. Como sabe que el marido est muerto, no le tira
mirada. Me ve a m, corre hacia m. En un ltimo instante de consciencia, veo que procura atajar la trayectoria del cuerpo que se tira
en mi direccin. Busca frenarse, rehacerse.
Tarde, demasiado tarde.
Disparo. No veo dnde impacta la bala. Veo que el cuerpo pierde
de repente, cualquier voluntad, siento que se aleja de cualquier
control. El cueipo cae al suelo, sin ningn cuidado.
La nia llora y llama. Llama a quien sabe que tiene que llamar. A
nadie ms. No sube las escaleras.
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Mirella - digo.
Ella se mueve, mira en mi direccin. Despus, se aleja, va decidida como si me mostrara el camino. Me dice:
- Pasa por la caja, decide lo que quieres que te espero donde
sabes.
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Mat de verdad.
Escapar?
Ahora y conmigo.
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Es verdad.
Me puedes contar?
Se puede saber?
Porpix
As veo la crisis.
Y qu hacemos?
Me atrapan a m?
- Si estamos juntos, nos atrapan a los dos. Se vengan de nosotros. Pero solamente si estamos juntos.
-
Yo no hice nada.
itsokeisuitjart
Estamos perdidos.
Todava no.
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- Todava no.
- Estn afuera. Entran y nos llevan. Nos tiran a calabozos oscuros y nos queman con el soplo del infierno.
Todava no.
Se escucha entonces un ruido en el jardn. Es como si algo muy
duro cediera y comenzara a romperse. Mirella agudiza el odo.
Parece comprender. Pregunta, reprimiendo alguna esperanza que
acaba de nacer.
-
Los hielos?
Todava no.
No nos encuentran?
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Tengo pesadillas.
Yo no sueo nunca.
Mat Porpix.
Mi igual.
~ Tu idntico.
-
Du bist Porpix.
- Yavoi! - Entiendo que la conversacin se hace social, circular y sin salida. Propongo la alternativa salvadora: -~ Que tal si
nos dedicamos a la entrepierna del opuesto?
-
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Pero el sentimiento de culpa borraba cualquier intento de felicidad. Mirella tena pesadillas - yo no sueo - y m e despertaba con
sus antojos nocturnos que eran de meter miedo al ms duro inocente.
Con el tiempo, el lugar se puso feo. El barrio perdi el encanto que
haba tenido, los vecinos imaginados se metan a espionarnos y la
intriga se haca abusadora.
Con el tiempo, y por miedo de la historia, tuvimos que escapar,
Una noche, oscura como la lengua de un blasfemo, huimos. Borrarnos las huellas que intentaron perseguirnos como manchas de
ojal. Cubrimos la retaguardia y nos alejamos de todo mundo,
Caminamos buena parte de la noche y una pequea parte de la
maana del da que amaneci.
Nos alejbamos de los barrios y de cualquier mancha de ciudad.
A media maana, el horizonte se puso ancho. Nos mostraba ms
que a s mismo y al cielo, de un azul profundo y vaco.
El desierto nos reciba y sera, a partir de entonces, nuestro hogar.
Al medio da - y s que era la mitad del da por la postura arrogante del sol que nos miraba de arriba, sin piedad - hicimos un alto en
la caminata y por primera vez, en horas, nos sentamos a descansar.
Nos sentamos y pudimos sentir - yo y Mirella, cada uno a su turno
y a su manera - lo caliente que estaba el suelo. El calor se entraaba y no era el calor que acude a dar la bienvenida. Este era obsceno, tajante, malevo. Nos odiaba de frente y nos quera al revs.
Los cuerpos aguantaron el ataque.
Mirella rompi el silencio que se haba establecido de comn acuerdo. Dijo, con voz sin consuelo:
~~ Crees que el desierto nos acoger?
- No, no nos acoger; procurar alejamos de su entorno, buscar castigarnos, pero ser por sus razones y de ningn modo, por
nuestras culpas.
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Mirella baj la mirada y se durmi, al tiempo que el sol se olvidaba, para dar lugar a la noche y a sus estrellas heladas.
Cuento estrellas mientras Mirella duerme.
Me llegan voces. Vienen de mochos. La gente que habla se esconde atrs del macizo de rocas que veo ensombrecido a la distancia.
No s qu dicen estas voces, Hablan y no les entiendo porque no
s hablar el idioma que emplean.
Es un ejrcito de voces. O quiz sea un mercado puesto a la noche
para recibir las splicas del pblico. No s.
No es hora de saber, es hora de abrir la percepcin a lo que llega,
sin buscar entender.
Hay un canto en medio del ruido vociferante. Es canto compacto
que mete angustias en el camino. Como si hablara de senderos que
tenriinan sin que se los pueda evitar. No hay salida en estos senderos. Uno se pone a caminar por ellos para llegar a algn lugar. No
llega nunca y termina en el proceso de intentar.
Mirella duerme. Debe soar. Ella dice que suea. Mirella suea y
al soar se aparta del desierto, de las estrellas. Se aparta de m y de
la carga mortal que yo represento. En sueos, Mirella no tiene
culpas y es libre. Puede quedar donde le d la gana.
Pero solamente en los sueos puede dejar de huir.
Camino por el desierto en direccin a las montaas que veo de
lejos. La silueta de las montaas recorta la noche hecha de estrellas y de nada ms.
Hace mucho fro en el desierto, a la noche. No corre aire y es
como si el fro fuese producto de la muerte y no de alguna realidad
que se manifiesta con fuerzas para vivir.
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Porpix
A medida que camino, veo que las montaas no se acercan. Permanecen donde estn y yo no me encuentro ms cercano a ellas.
Eniuei, camino.
Subo a una pequea elevacin que aparece. Camino por una meseta recin inventada. La meseta es accidentada, tiene altos y bajos. No hay luz y la noche posee cualidades slidas.
El paisaje, sin embargo, emite alguna reverberacin. Es la reverberacin del paisaje que gua el camino que hago para llegar.
La meseta termina. Bajo a la llanura. Camino por un tiempo y me
acerco a un resplandor que se aviva contra los cerros del horizonte.
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Juariu?
Nadie responde. Sigo mi camino. Me atrevo a mirar a ambos lados. Ya no tengo compaa. Estoy solo y camino por la calle crepuscular con piso de tierra y polvo en el aire, mientras la gente a
los costados contina el mercadeo, distrada de mi paso.
El aire se vuelve ms denso an, como si estuviera cargado de
mal. La gente, que no se inmuta cuando paso, no parece ajena a mi
viaje. Me tienen en cuenta, as creo. Pero reservan sus peores presagios para dentro de un rato. Para cuando se pueda agredir.
Yo sigo mi camino, busco una excusa valedera para dar media
vuelta y salir. Temo que si doy muestras visibles de querer salir de
aqu, no me dejen hacerlo. Siento en el ambiente, una predisposicin que crece contra mi persona. Me harn quedar.
Contino mi camino. Como si fuera un hombre acostumbrado al
pueblo y a sus maas, entro por una puerta que se abre sobre la
calle. La puerta conduce a un pequeo corredor que desemboca en
un saln amplio que por su vez, tiene paredes vacas y la misma
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Porpx
Digo esto con fuerza en la voz, por las dudas y para que me sientan capaz de reaccionar.
Los que estn en el saln no se inmutan. Parece que no me oyeron
hablar. Nadie me mira y todos siguen en sus menesteres misteriosos.
Como no tengo nada que hacer en el rincn, vuelvo a la calle.
La luz ha cambiado. Por un lado, es ms dbil, por otro, tiene
vestigios visibles del rojo. Con esta, luz, no veo nada. Oigo las
voces que oa cuando llegu.
- Teniente - grita alguien. Miro al agresor que me mira a dos
metros de distancia.
-
Llamaste? - indago
Mataste a tres.
55
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Porpix
De repente, estoy del otro lado del prtico que marca la entrada
del pueblo.
La noche es densa, el cielo est negro pero hay estrellas, corno en
cualquier cielo nocturno. Hay silencio y el roce cuerino de mis
pies que se meten en la arena de las dunas, es el nico ruido que
oigo al caminar.
Liego. Mirella duerme. Me acuesto a su lado. Me pongo de espaldas a la tierra y de cara al cielo. As me quedo.
- Ayer, mientras soabas, te dej e hice el camino del pueblo le digo a Mirella.
- Qu pueblo? - Me pregunta Mirella y hay espanto en sus
ojos solitarios,
-
Yo no sueo,
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- Aiuanagobac -. Veo que a Mirella le corre una lagrima de irremediable aoranza. La lgrima desliza sobre la mejilla.
-
Shurbeibi.
Qu te pasa?
SB
Porpix
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Me llevan atado y me sigues unos metros atrs. Me llevan al pileton. Hacen, por la fuerza de los brazos o por el grito de las bocas,
que nos miremos una ltima vez. No s si dir algo. A m, el otro,
el santo, el padre, yo de verdad pens que fuese mi padre, me dijo,
aimsorri, aimsorri, dos veces y nada ms. Yo no s si digo algo o
me callo para no decirte nada.
Digamos que me calle. Digamos que no te diga nada. Me miras
sin entender lo que ocurre. Me llevan al borde del agua oscura.
Atado, de manos y de pies, me ponen en el agua y en el agua negra
me sumergen. Yo peleo, yo grito. Aunque no quiera pelear, peleo y
aunque quiera callar, grito. Pero pueden ms que yo y me entierran en el agua, con mi pelea y con mis gritos. Yo sigo peleando
como puedo, en silencio, sin poder gritar. Estoy muriendo, bajo el
agua, estoy terminando, bajo la fuerza bruta que puede ms que
yo que estoy atado.
Te quedas solo y como piedra, con espanto, rabia, angustia, dolor.
Vas a gritar varias noches en tu jaula dos por dos, con mierdero de
acero y barrotes de color verde. Vas a gritar, gritar, gritar, pero,
jukers?
Un da ya no gritas. Y cuando no grites ms, tendrs a veces el
miedo ratero que te vendr a visitar. Te dirs: yo tambin termino.
Igual. Y despus, pero bastante despus, te preguntas, varum?
Por qu somos tres? El primero mata, peca. El segundo da testimonio de su grandeza. El tercero, es la redencin de todos.
Nada ms.
Nos encontramos maana, pendejo.
Qu te puedo dejar? A Mirella? - Cmo no! Te dejo a Mirella
con todos sus rincones, con sus mares, sus cerros; te la dejo con
las lluvias que le caen encima, con los vientos que le mueven el
pelo. Te la dejo en poncheras, en palacios o en iglesias, para que
la utilices a tu antojo y seoro. Te lego a Mirella. No te asustes,
no tendr ella marca alguna de mis manos y no conocer yo ninguno de los secretos que te contar, la bandolera, en las inconta60
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Porpix
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Porpix
El pecado original no me afecta. Qu digo? Me afecta, por supuesto que me afecta. Estoy aqu, en este zagun del infierno, por
su causa, Pero no lo siento como culpa ma y no me lleno de reproches por l. Mea culpa, mea culpa, maifut
Yo soy otro, yo soy yo. Porpix termina pero no tendra que terminar. Porpix vive. Carajo, vive, vive, vive.
Mato a los tres. Los tres mueren en el acto. Yo, a partir de este
instante infinito, tengo todo el tiempo del mundo para buscar lo
que me trajo aqu. Busco en las gavetas, en las retretas, en ios
armarios y en los rincones. Hay oro, s que hay oro. Goldmen!
Nadie me apura. Busco y encuentro. Mi vida cambia. Dejo de ser
solitn. A partir de ahora, ser platudo platanate.
Me recuesto en el divn de cuero para pensai" en el avenir que me
espera. Pienso qu har con tanto oro en los bolsillos. La sensacin de poder me invade y me hace bien.
Puedo quedar en esta casa, vivir en la casa que hasta ahorita no era
ma. Es ma ahora. Me pongo de pie para hacer un recorrido por
las habitaciones. Salgo de la pieza en la cual encontr oro. Salgo
al corredor. Un soplo fuerte de muerte me chicotea la cara y me
hiela el cuerpo. Hay muerte en el aire. Me muevo con pavor por
las partes de la casa. No llego a la sala principal donde hay cuerpos tirados en el piso. Vuelvo a la primera pieza, recojo todo el oro
que puedo. Salgo a la calle con el corazn en la boca.
Llueve. Es noche y hay muy poca luz en la calle. Camino con
pasos lentos para no llamar la atencin. Una patrulla surge e:a la
esquina. Vienen en mi direccin. No cambio la forma de caminar.
Me apuntan el fajo de luz azul siluetante. Franzo el ceo, levanto
las manos para proteger los ojos. Altero el humor y los nervios y
lanzo al aire, con furia:
-
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As mismo le dije.
Catzo.
Porpix
que pisa los charcos de espejos, que se rompen cuando yo los camino.
Siento un golpe en la cabeza y siento que alguien tira de mi cuerpo. Me doy cuenta: quieren robarme el oro. Defiendo mi bien.
Desfundo el arma que llevo. Tiro una bala al corazn del agresor.
El hombre cae al suelo golpeado de muerte. Llegan los gendarmes
urbanos, alertados por la detonacin. Debo mostrarme fuertemente ciudadano, Al hombre cado, con una bala en el corazn, le encajo una patada en la cabeza, para demostrar mi indignacin. La
cabeza se hace a un lado y aunque muerta, comienza a sangrar por
efecto de la suela.
~ Qu pasa? - me lanza uno de los gendarmes,
-
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Me buscabas?
Reconozco la voz, los labios, el pelo, la piel desnuda que luce bajo
el vestido,
- Mirella! Te crea encamada con el batalln - exclamo, lleno
de cosquilieos que me atraviesan el cuerpo.
Ella tira la cabeza en un gesto de fastidio cotidiano:
- Estaba encamada, beibi, pero el generalote de la retaguardia
hizo llamar a los soldaditos para ms guerra en el front.
- jShit! - maldigo mi suerte compuesta de migajas de la mesa
principal. Mirella entiende mal la cuestin y echa lea ai fuego.
-
Bueno, por lo menos y por ahora no tengo rivales. Me pongo machlo con el pecho hinchadito y valiente. Pongo voz de tenor y me
precipito:
-
Porpix
Cash!
Pongo mis brazos sobre sus hombros, pongo sus hombros bajo mi
guardia, como si pudiera esconder todo su cuerpo en mi alma.
Camino con Mirella, bajo la lluvia, forbad y foraerce. En poco
tiempo, en contados minutos, estaremos, cada uno, buscando a su
manera y antojo la entrepierna del opuesto y por un instante breve
brevorurn, seremos un solo bicho entre ios dos.
Pero esto es otra historia.
Ahora, canta el gallo. El alado de mierda canta mientras la ciudad
todava duerme, Pollo estpido, metido a grande no se despierta a
la gente en la ltima madrugada de un hombre!
Pero el gallo canta, una y otra vez.
Con tanta insistencia por parte del gallo van a or, van a escuchar.
Van a despertar. Me vendrn a buscar.
Porpix termina. Yo no Ilice nada. Padre, por qu me abandonas?
Varum, mein fater?
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Las calles vacas de la ciudad que duerme, soplan vapores de color blanco. Los vapores soplan de las bocas de cloacas, puestas
sobre las veredas. Los vapores nefastos, tien con vida los espacios muertos que se cristalizan sobre las calles a estas horas. No
hay nadie, nouuan, nouuan. Las esquinas meten viento a la fiesta,
las paredes visibles de los bildings, dirigen el viento. Las ratas
panzonas que viven entre cascaras de bananas, costillas mal raspadas y latas abiertas de jugo de tomate, son las beneficiadas de la
fiesta. Se abrigan del viento, comen de la mesa de los seores,
duermen en buenos barrios y heredan en sueos, toda la maldad
que les llueve encima. Por este motivo y por ningn otro, las ratas
son malas.
La que me visita en mi jaula, mejor dicho, la que pasa airosa por el
corredor que existe un poco ms all de mi jaula, es pariente de
estas ratas malas. Tiene el mismo instinto para hacer el mal. No
me hace mal porque no me considera digno de su ponzoa. Pero si
estuviera yo quieto en la cama, durmiendo por muchas noches sin
soar, entrara a mi celda, raspando la piel gris contra los barrotes.
Subira a mi cama, pondra las patas fras sobre mi cara y me mordera los ojos. Me dejara sin ojos, aunque los pudiera necesitar
yo.
Rata maldita: si llego a tenerte en las manos, te aprieto la cintura
gorda para que sofoques y te abro el vientre con el indicador de la
izquierda puesto como lanza, con punta afilada de ua carvajal.
Recuerdo de memoria un fragmentito de misir gotote. A l, las
ratas le producen nuseas. A m no, a l s. Nuseas o miedo? O
ser lo mismo, tener miedo al punto de sentir nuseas?
Dice, misir:
Sueo con un archipilago de ratones. Los rattus rattus, ratazanas de pelambre negro, cubren todo el mundo. Se multiplicaron,
se esparcieron, se aduearon de cada espacio de la tierra. Son
supremos, ganaron todas las batallas y las guerras y no tienen
enemigos que les puedan hacer frente. Las restantes especies ani68
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- Yo fui feliz.
Mirella no me pone la mirada. Dice con amargura puesta en la
voz:
- Lo nuestro no tiene futuro.
- No se puede saber - respondo buscando filosofa en el aire.
- Te agarran, te meten preso, no s qu te hacen despus. Y yo?
Y yo? Por estar contigo, tambin caigo presa, por estar a tu lado,
termino como t.
No tengo argumentos. Por no saber cmo contestar, me callo.
Truena. Por la fuerza del trueno, puedo imaginar la fuerza de la
tormenta que tormentea. Llueve, con seguridad. Habr viento. Es
hora de proteccin,
- Te cuento lo ocurrido, Mirella.
No estoy solo con Mirella, Hay una platea abundante que quiere
or lo que tengo para decir. Me dirijo a Mirella pero hablo para
todos.
- A ver, qu me dices? - responde Mirella, jueza.
- Ninguna novedad, pero es as, sin novedades, que s contar.
- Oigo y escucho.
No me pongo mariscal pero me subo el pecho para importar el
momento. Digo, solemne.
~ Haba oro en la casa. Porpix fue a buscar el oro. Se top con los
dueos de casa que llegaban. Para escapar, meti bala a los tres, ai
hombre, a la mujer, a la nia. Porpix fue preso, fue juzgado y fue
condenado. Fue condenado a la pena mxima. Muerte por cable
pelado, en la silla electrfila. Porpix tena 16 aos cuando ocurre
el crimen. Pero, por cuestinculas legales, lo llevan a que se siente
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El pblico es hostil. Me cuestiona como si fuera una persona metida en varias cabezas. Grita;
- Si no mataste, por qu te condenaron?
Buena pregunta, afortunada cuestin que me gustara abordar.
Busco una butaca. En estas ocasiones, cuando el pblico le presenta la oportunidad al exponente, la comodidad del asiento es
fundamental para el desarrollo del argumento. No hay butacas.
Tendr que manejar la situacin apoyado en mis patas. Yo quiero
saludar ai pblico y le alabo diciendo:
- Buena pregunta me hacis -. El pblico silba, grita, me tira
piedras.
- S no mataste, por qu te condenaron? - vuelve a preguntar el
pblico ensandecido.
Carajo, yo quiero contestar, pero nadie quiere or. As, la cosa se
pone negra para m. Intento una vez ms. Levanto los brazos para
pedir silencio. Grito:
~ Lsen!- El pblico calla, ordenado por la ascendencia semntica. Como corderos, todos visten la piel cmplice y silenciosa
que se teje sin frenos, frente a la fuerza del Imperio, El silencio en
el ambiente es impresionante, mgico, hipntico. El pblico est
calladito. Yo suspiro, un poco por cansancio, un poco por teatro y
digo, haciendo mueca de satisfecho:
- Es un misterio.
Qu gente es esta de hoy! nadie le interesa lo que no est explicadito, cortadito y listo para servir.
El pblico que haba estado callado, vuelve a gritar en mi contra,
como si todos manifestaran el mismo odio butifarro metido en las
tripas con dolor.
La pregunta sigue en el aire:
- Si no mataste, por qu te condenan? - grita la aficin.
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Esto es el fin del mundo. Mi jaula est en el fin del mundo. Porpix
termina en el fin del mundo. El tomofix canta una cancin de fin
del mundo. Y cerdo ronca, roncacerdo en el fin del mundo.
Truena, es cierto, pero no sabe a nada la lluvia que quiz caiga,
donde cae la lluvia, que puede estar cayendo.
Porpix, el que mat, puede ser parecido a m, pero no soy yo.
Porpix, el que mat, puede ser idntico a m, pero no soy yo. Puede ser mi igual gentico, pero no soy yo. Puede tener mi nombre,
pero no soy yo. Como tampoco es lo que soy yo, el otro, el que me
sigue y que es mi doble con todos mis genes puestos adentro. Somos tres personas, digan lo que digan. Somos tres diferencias,
aunque digan lo contrario. Y si es cierto que yo puedo reaccionar
en una enfermedad de la misma manera, igualito, iguaiito, al reaccionar de mi predecesor o al de mi sucesor, podrn ser iguales
nuestros organismos reaccionantes frente al mismo atacador, pero
yo soy yo y ellos sern otra cosa que no soy yo. As de simple,
Sin embargo, de nada vale tanto palabrero si a la hora de la verdad, me castigan por l, no por m. De nada vale defenderme con
furia, si castigan al que me sigue - ser hijo mo?- al igual que a
m, as como castigaron al primero de nosotros, al que s mat.
Por otro lado, si la cuestin tiene lgica por una arista, debiera
tenerla por la otra. Es posible que l haya matado presumiendo
que el castigo sera repartido por tres. En este caso, no mat Porpix para pagar solo su cuenta. Mat para que castigaran a l y a las
generaciones siguientes.
Puede ser. Un gesto de venganza premeditado, un acto de maldicin muy bien pensado. Con qu fin? El castigo por la sobrevida.
El que contina tiene que ser castigado por cometer el peor de
todos los pecados. El pecado de la soberbia que se materializa en
el acto de continuar viviendo, mientras el mentor de las genera-
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ios cintos de cobre, corno hombre libre. Estar con los ojos abiertos. Con ellos podr ver el primer relmpago, saltando de mis uas.
Podr ver el primer humo de mis labios.
Voy libre, me siento mejor as,
Pero, no seor. No ser de esta forma. Me amarrarn como se ata
a un animal. Me llevarn esposado de la jaula que es ma. Me
escoltarn por mi corredor de tantos aos. Me metern al fondo de
mi pesadilla de tanto tiempo. Me sentarn y me obligarn a morir.
Yo no escojo, yo no puedo nada. Sera mejor que me maten. Ellos
no me matan. Me obligan a la fuerza, a morir.
Tendr que controlar esta situacin insoportable.
Mirella mira y no entiende lo que digo. Repito la propuesta tentadora:
- Tengo que contarte mi historia.
- La s de memoria, de arriba, de abajo y de todos los costados,
- Nunca es tarde para comenzar - le retruco llente de glorias
virtuales.
- Camn, camn, tienes que abandonar ese palabrero de convento - me responde Mirella inflada de fastidio.
Tiene alguna razn, la poncha. Pero no me puede poner en esta
situacin. Tiene que or lo que quiero contar, tiene que or de alguna manera. Yo me pongo duro, como un superior y le grito, con los
ojos desorbitados:
- Oiga, oiga, no se me haga la difcil, que a usted la invent yo.
Mirella me desafa:
- Me invent?
~ As mismo dije.
Mirella me tira una sonrisa diabla. Algo tiene guardado que no me
quiere mostrar todava:
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~~ Pero yo no termino.
Pienso rpido en lo que me dice. Se equivoca la puta. Le indico el
engao con voz de crpula gobernante:
- Se engaa usted, seorita. Fjese que cuando yo termine, usted
tambin termina.
Ella me hace, no, no, no, con la cabecita morena. Y para confirmar
el gesto, me informa:
- No seorito, yo no termino. Mientras usted frite en su si Hita
cariota, yo me dejo estar con Porpix, e! que lo sucede. Rimernber? Usted mismo dijo que me legaba a l. Yo me quedo con Porpix.
- Porpix termina - digo yo con voz desesperada.
- Notietsuiti, todava no termina para m que lo seguir acompaando en sus divagaciones solitarias,
- Yo te invent, maldita!- grito impotente como un hombre.
Y ella:
- Est bien, papi, pero ahora vuelo sola. Okei?
Maldita repolla. Me deja solo. No porque me deje solo. Me deja
solo porque pretende sobrevivirme. Esta es la soledad verdadera.
Me deja solo y vive sin que yo le haga falta.
Entiendo algo por poro insait castigante: Los jueces buscaban un
castigo. Quisieron imponer el castigo ms castigorum, el mayor
de todos. Impusieron la muerte. Pero queran mis. Impusieron la
muerte a tres generaciones. Para asegurarse del dominio sobre estas generaciones, clonaron a dos hombres a partir d. padre primero. Y entonces, se entiende la cuestin de dos maneras, No solo el
castigo es brutal porque contempla a tres generaciones, que viven,
que sufren y que mueren achicharrados por la electricidad, como
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Sin decir nada, nos acercamos. El hombre no nos siente y no despierta, todava no despierta.
Despierta en el ltimo momento, cuando ya revelamos para qu
vinimos. El hombre despierta y nos encara asustado:
- Notmi - suplica, ya sin tiempo.
Le clavo el pual en el pecho. Siento que la vida se sorprende,
como un nio inocente. El hombre no mira ms. Tiembla por temblar, grue por gruir, se espanta con lo que le pasa. Pero no es
espanto verdadero lo que hay en su rostro. La boca abierta, pretende componer la mscara que se interpreta mal.
De la boca no sale grito, tampoco entra el aire que ella buscaba
por instinto.
El moribundo cae al suelo. Sangra en pulsiones pero en silencio.
Volvemos a la callejuela con suelo polvoriento. Hay ahora una
bruma blancustra sobre el pueblo, sobre las casuchas, una bruma
blancustra que se rebela contra la oscuridad del cielo.
Mirella sonre y me anuncia con el placer que no consigue esconder:
- Son nuestros pasos, guerrero, es nuestra bruma, es el polvo que
hacemos al caminar: itzs!
- Gloria, gloria! - induzco yo con nimo ciistobalino.
Y continuamos en camino, con los pies firmes sobre el polvo de la
tierra.
La mujer nos ve llegar. Camina en nuestra direccin. Es como si
quisiera terminar todo, lo antes posible, sin retardos. La mujer
anuncia:
- Ya esperaba la llegada.
Yo indico a Mirella que ahora ie toca a ella:
- ortern.
S5
La justahi no se hace decir dos veces. Se me adelanta, se interpone entre el cuerpo de la mujer y mis ojos. No veo nada.
Veo despus, cuando puedo ver, que el cuerpo de la mujer desliza
al suelo. Cae, sin fuerzas para continuar de pie.
Antes que el cuerpo se acomode y antes que se aquiete para siempre, Mirella y yo estamos en camino, buscando nuestra vctima
nmero tres.
- Tienen que ser tres? - Me pregunta Mirella.
- Ya fueron - le sencillo la cuestin.
- Esta historia me asquea ~ me hace ver la zorra.
~ No te me pongas pililita, no ahora - le advierto sin piedad.
La advertencia tiene su efecto. Continuamos nuestro camino en
silencio.
Estamos tensos, estamos tristes, estamos sin almas en el cuerpo.
Vamos en busca de la tercera vctima. Esta no sabe que llegamos.
No nos conoce y tampoco sabr espantarse cuando llegue la hora.
Pensar que es un juego y pensar que lleg el sueo. Pensar que
esta cansada, pensar que est vaca. No sabr nunca lo que podramos contar.
Caminamos olvidados. Quiero abrir el secreto y relato mi circunstancia:
- Mirella: paso una parte de mi vida, intentando domar el monstruo que vive en mis adentros. Es un pleito pesado, repetido sin
descanso. Es un jej en que pierdo al final. Pierdo siempre, en
todos los finales.
- Qu me cuentas? - se compadece mi compaera de armas y
kermes.
Mirella no dice nada ms. No me acompaa. Queda en el camino
mientras yo contino. Voy a dar muerte al nio. El nio piensa que
duerme. Pero no duerme. Yo s que no duerme.
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sus arenas y sus vientos y sus ganas de borrar toda vida, se mantenan intactos, con el nimo de un predador agazapado.
Por esta razn, el gento no lo quiso.
Claro, pienso yo: la gente gentulita quera que la cuestin se resolviese de una vez por todas. Todos queran ver y aplaudir la derrota, la derrota del desierto, la derrota para siempre. Pero cuando
vieron que la pelea tendra que ser reconsiderada y rehecha, a cada
instante, dijeron todos, en coro precelesti al: nou, nou, non, uiuantcanedbif.
De esta forma y no de otra, se hace la historia. Por estas cuestiones
que no fueron resueltas en su debido tiempo, se cre todo tipo de
mal entendidos, reproches, discusiones y bofetadas. El sopapeo
gener su cuota de violencia. Y se impuso la venganza como norma de gobierno. La maldicin se firm como acto de sabidura y
yo, Porpix, que no tengo nada que ver directamente con el hecho
que se analiza, me veo obligado a pagar la culpa de mi predecesor.
La factura por el pecadito original, me cae encima y me hace doler
la existencia que me quiere escapar. No me duele la culpa. Me
duele el castigo. No me hace mal haber hecho mal. Me nausea
hasta el vmito virtual que me tengan sometido, para quitarme la
vida por ritual convenido.
Aiuanaliv.
No me queda mucho tiempo para cumplir el ciclo. En estos ltimos momentos, solemnes momentos de mi existencia terminante,
solo puedo refugiarme en los brazos de una mujer. No de cualquier mujer. De una, de solamente una. Mirella, ella, bella: mi
relia.
Me meto por el callejn que cuelga de la pared de m jaula. Me
pongo caminante en un espacio oscuro que tiene lmites estrictos.
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Al final de la avenida que nos toca pasear, se levanta el sol grandioso. Estamos puestos entre el sol y la cmara. Los bichotes del
asqueo, ratas, moscas, pulgas, se esconden de uno.
La esperanza irradia su manto de continuacin sobre todo lo visible.
Mirella me mira. En mi rostro, ve su futuro.
Yo miro el rostro de Mirella y adivino mi porvenir.
Caminamos, pasos marciales, al comps de la msica tantantarn.
Llaman mi nombre desde un balcn, puesto sobre el bulevar florecido:
- Porpix, sonofebich.
Mirella se pone tiesa. Me recrimina con la mirada. Dice con voz
de abolengo heredado:
- Quin es el guarango?
Yo me escondo en una mscara facial. Digo, con voz de ngel
barroco recin pintado:
- Ni idea. Debe ser algn hijo de puta.
- S, pero te llama a ti - Mirella me pone el clavo para exponer el
cuadro en la pared.
- A m? A m no me llama, llamar a algn hijo de puta - observo con indignacin en la voz.
En este preciso instante se oye nuevamente:
~ Porpix, qu haces del brazo de una poncha?
- Disistumach - se enoja Mirella. Me quiere largar el brazo. Yo
le atajo con fuerza y le digo, sin llamar la atencin:
- Sigue caminando, disimula que es una tentacin.
- Tentacin? Tentacin?
- Es una tentacin del desierto.
- Me lastimas el brazo - ella reclama y quiere cambiar de tema.
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Vendrn. Oir que llegan, al or que corren las rejas que existen en
el fondo del corredor.
Podr or los pasos. Ser todo odos.
- Iuestandbak - ordenar el gorila nmero uno.
Yo obedezco, soy pacfico, no hay necesidad de ninguna fuerza
bruta conmigo.
Pero ellos no estn acostumbrados a entender esto. Entran, miran
como si fuera yo un animal peligroso. Yo que me conozco en la
intimidad, s que no soy animal peligroso.
Se protegen de m. Utilizan la fuerza de muchos contra ra.
Me atan, me esposan, me paralizan, las manos, los pies, las piernas.
Me arrastran por el corredor.
Atado, me voy. Atado me despido de los compaeros.
Adis, tomofix, baibai, cerdo.
Mirella, no me dejes solo.
- Hei, Porpix.
Es el tomofix, el de la celda a mi derecha. Llego hasta los barrotes.
Le declaro:
- S, amigo.
- Ests despierto?
~ No cerr los ojos toda la noche.
- Qu te pasa?
- Es mi ltima noche sobre la tierra, qu te parece?
- La ltima?, que da es hoy? - Jueves.
- Ya es jueves. Pero tu da no era el domingo?
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Puede que s, puede que no. Imposible saber ahora. Podra indagarlo, podra revivirlas. Pero casi no las recuerdo. Viven en pedazos oscuros de mi memoria. Viven? Paia la imaginacin operante, estn muertas. No puedo traerlas, no me puedo indagar nada.
Tengo a Mirella y a nadie ms.
- No quiero seguirte. - Es Mirella que me sigui. Le muestro que
se contradice al ponerse a mi lado.
- Me has seguido.
- Para decirte que no quiero seguirte.
- Te refieres a lo que ocurrir ms tarde?
Ella se re con nervios y con maldad. Me pone el dedo en la llaguita:
- Me refiero a lo que ocurrir dentro de un ratito, no ms.
Yo no doy recibo despus de haber acusado el golpe. Digo, casi
casual:
- No puedo hacer nada por ti.
Ella busca solucionar su historia:
- Djame, no me obligues a que termine.
- Kantdudat?! Si yo termino, t terminas.
Por io visto Mirella viene rumiando la cuestin hace mucho tiempo. Habr pensado en varias posibilidades porque me trae un plato
hecho cuando propone:
- Lgame a alguien.
Quin la querra? Ella es mi consciencia, es mi percepcin. Para
que la pudiera dejar con alguien, un santo tendra que abdicar de
una parte importante de su biin.
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- Siempre pensando, siempre pensando. Estoy harta de los pensamientos. Un pensamiento tuyo me trajo hasta aqu. Quiero acciones, quiero actos, quiero libertad, quiero independencia, quiero
alimentarme sola, quiero cuidar mi propio jardn, aiuanalivbaimaioun!
Cunta ingratitud. Si dejo de pensar en ella, la aniquilo para siempre. Si me olvido de ella, deja de existir en el acto. Soy el creador.
Cmo es posible que la tortilla se d vuelta? Carajo, aqu hay
gato encerrado.
- Hei, Porpix!
Quin llama? No hay nadie en mi jaula. Formulo la pregunta
para pescar al emisor
Quin llama? - pregunto.
voz me responde:
- Tu vecino de la izquierda.
- Cerdo?
- As me llamas.
~~ Qu te pasa?
- Te oigo hablar y siento que sufres.
Qu querr este cerdo? Nunca lo tuve en cuenta. El tomofix s,
era m amigo. Este, jams lo fue. Respondo con sequedad, para
demostrar toda mi antipata:
~ Bueno, sufro y qu?
El cerdo se pone corbata de gala en la voz para hablarme con suavidad y conviccin:
- Hermano, sufro porque nada puedo hacer para callar tu dolor.
Oigo que tienes un pleito con Mirella, Si quieres y si esto te puede
ayudar, djala conmigo.
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- Mirella contigo?
- Me ofrezco de corazn abierto.
Mirella salta a la oportunidad que se le presenta. Es corno si se le
abriera el cielo.
- Yo quiero irme con l - anuncia ella.
Debo alertar al cerdo:
- Mira que es una fantasa terrible.
- Quiero curar tu dolor, no busco otra cosa - me responde el cerdo.
Mirella est dispuesta a vender su persona con papel de regalo.
Grita, para que el cerdo escuche:
- Cerdo, soy capaz de hacerte feliz en un abrir y cerrar de ojos,
me tienes toda, para siempre.
Mi deber es mostrar la pelcula completa al pblico para que nadie
se meta en esto por inocencia. Le digo, al cerdo:
- No te fes de esta mujer. Ser tu enemiga y nada ms.
El cerdo contina mesinico y replica:
- Porpix, busco darte paz, quiero que entiendas esto. Y Mirella
no ser rni enemiga. No ser tampoco mi amante, ni tampoco ser
m mujer, no ser nada mo. Te cuento mi plan: Crear un reino
para Mirella. Ya me puse a meditar sobre esto y no ser difcil
realizarlo. Soy gordo, soy comiln y roncador pero tengo imaginacin.
Mirella se pone eufrica:
- Ser reina?
El cerdo, retoma su exposicin proftica:
- Sers reina. Reinars sobre todo lo que yo pueda imaginar, y
sers seora del universo que te entregar. Yo ser solamente el
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ni
Porj)Lx
de este momento. Era corno mirar al vaco, rerme de sus insinuaciones y darle las espaldas despus.
Era poca pica de juventud. En esos tiempos, no haba miedo a
nada. Ahora, la cosa se pone gritota.
Ahora, es forrial.
Oigo que estn en la puerta. Hablan al otro lado de las rejas. No
pueden abrir las rejas. As escucho. Olvidaron las llaves. Sera
cmico si yo no estuviera a la espera de este momento.
Abren?
Todava no. Discuten en la puerta. Abren ia puerta en cualquier
momento.
Corren las rejas.
Dizizitboi!
Todava estoy solo, todava estoy en mi mundo. Puedo cerrar los
ojos, tapar los odos, todava puedo aferrarme a mi interior. Todava me defiendo con solvencia.
Vienen.
Me parece que vienen. Abren la puerta. Vienen.
No, no vienen. La puerta resiste. Todava no vienen.
- Tomofix, Tomofix!
No me responde. Me dej, el amigte de otros tiempos.
- Cerdo, puedo llamarte cerdo?
- Te escucho.
- Oiga, podramos haber hablado ms veces.
- Estamos hablando ahora.
r Podamos habernos conocido antes.
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Me lo meten al nio en la jaula. Nos miramos los dos. El no entiende un carajo de lo que pasa. Ve que soy parecido a l y poca
cosa ms.
El juez le cuenta la historia terrible. Relata el crimen horrendorum
pecatminis al nio.
La voz del juez es irrelevante y tenebrosa. La voz, es las dos cosas, al mismo tiempo. Es irrelevante, como informadora, es tenebrosa, como ltigo castigante.
La voz del juez, es nica. La voz del juez es solitaria. La voz del
juez es cautivante.
La voz es un instrumento y lo que dice el juez tiene forma de
sonata.
Sonata para una voz afinada.
El nio se asusta con lo que oye, como yo me asust cuando me
contaron la misma cosa.
El nio se asustar ms cuando me vea frer en la silla final. No
querr mirar cuando me vea sudar y despus humear. No querr
estar vivo cuando me vea derretir y temblar.
Todo esto espera al nio. El gran espectculo.
Es la damnacin, es el castigo, es la venganza que no tiene fin. Y
todo esto por haber sido creado. Si no hubiese sido creado, no
habra castigo.
El nio se asusta y no puedo hacer nada.
Cuando tenga treinta y tres aos pasar por el momento que me
toca pasar ahora. A los treinta y tres aos, l no tendr ms a quien
legar su castigo, mi castigo, el castigo de mi antecesor. Termina la
pena, acaba esta pena, esta damnacin particular. Habr sido castigo para tres generaciones.
Finish.
Llegan.
Me toman, me llevan.
Fin.
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Se termin de imprimir
en diciembre del 2002.
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