Galeon - Jesus Sanchez Adalid
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Le Libros
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Segn los informes, hoy da los escolares espaoles leen ms a los diez aos que
a los catorce. Es decir, a medida que aumentan en edad, baja considerablemente
la aficin de los adolescentes por la lectura; y es entre los catorce y los dieciocho
aos cuando se aprecia el menor inters. Las partes implicadas en fomentar la
lectura editores, docentes, bibliotecarios, padres y escritores sealan la
dificultad y las limitaciones de los intentos en este sentido. Todos reconocemos
que, en general, los jvenes leen poco.
Las causas de este drstico descenso son mltiples: los alumnos gozan de una
may or autonoma personal y reciben el continuo bombardeo de ofertas
atractivas: salir con los amigos, hacer deporte, ir al cine, ver la televisin,
navegar en Internet
El pblico juvenil es exigente, tanto como pueda serlo el adulto e incluso ms;
porque la memoria, la imaginacin y la atencin se desarrollan en la
adolescencia y se acrecientan la capacidad de abstraccin y el espritu crtico,
tan caracterstico de esta edad. No obstante, somos conscientes de que
imponiendo en las aulas el corpus tradicional de obras clsicas generalmente no
se consigue fortalecer el hbito lector en la educacin secundaria, sino que, por el
contrario, puede incluso decaer el inters por la lectura.
Sin embargo, se ha comprobado que la presencia de la literatura juvenil en
los diseos del currculo y en la programacin de la educacin secundaria
constituy e sin duda un medio vlido para fortalecer el hbito lector. Lo cual no
quiere decir que la literatura juvenil deba sustituir a la clsica; pero este
subgnero puede representar una literatura de transicin, una iniciacin que
posteriormente alcanzar su desarrollo.
Y al igual que sucede con la Literatura, hoy da uno de las grandes
preocupaciones de la enseanza es lograr la motivacin del alumnado por la
Historia. Consideramos que un buen tratamiento de la ficcin y la realidad,
conjugadas, nos abre un gran campo de posibilidades, y a que permitir al joven
una aproximacin amena, amigable, a la Historia, al dotar de emocin a los
acontecimientos y los personajes. Una manera de conseguir esta meta puede ser
el empleo de la novela histrica como recurso didctico. El objetivo no ser, por
supuesto, sustituir al texto oficial; sino completarlo, facilitando a los alumnos el
acercamiento a temas histricos que les pueden parecer menos atractivos
tratados en los libros de texto. Al sentirse el propio alumno lector un protagonista
ms del relato, ser fcil que se introduzca en la poca concreta y llegue a
comprender otras sociedades, culturas, hechos y mentalidades de una forma ms
atractiva.
En suma, a nuestro juicio, hoy ms que nunca es necesario utilizar la
literatura juvenil como instrumento fundamental para el fomento de la lectura. Y
en particular la novela histrica puede facilitar no solo una lectura ldica en unos
aos cruciales, sino tambin un vehculo ideal para formar el hbito del lector y
el amor a la Historia, para superar el desfase de quienes estn atrapados por la
pereza lectora que instaura la tirana de lo audiovisual.
No nacemos lectores, sino que nos hacemos, y necesitamos por ello la
frecuentacin del libro para adquirir el hbito.
En los ltimos aos, la novela histrica ha experimentado un desarrollo
extraordinario y el inters del pblico lector ha disparado la presencia de este
gnero literario de una manera espectacular. Sin embargo, a pesar de este boom,
es todava poco significativo el espacio que las novelas histricas juveniles
ocupan en la literatura espaola.
Este libro, Galen, nace con la intencin de acercar al pblico, joven o adulto,
a una poca y una circunstancia concretas: los viajes de la flota de Indias. Se
compone de un relato de ficcin, presentado sobre un pergamino envejecido,
cuy o objetivo es emular un antiguo Memorial del siglo XVII, que se va
alternando con las explicaciones que nos servirn para ampliar conocimientos
sobre este perodo histrico: poca, ley es, creencias religiosas, forma de vivir,
valores, sentido del honor y piedad profunda.
De este modo, con sencillez y agilidad, se puede llegar a comprender de
manera entretenida lo que es un documento histrico, en concreto, el Memorial
escrito por un viajero a las Indias Occidentales.
Porque en los siglos XVI y XVII abundaron los llamados memoriales de
servicio , que eran escritos y en los que se rendan cuentas o se daban
explicaciones de un servicio prestado, con la finalidad de solicitar ay uda de costa
o alguna merced econmica a un noble benefactor o a un personaje importante.
Entre estos escritos, destacan especialmente los memoriales de servicios
militares enviados al rey, a los consejos, a la oficialidad o a las rdenes
militares por soldados o religiosos en las empresas encomendadas.
Este relato, Galen, enmarcado en su realidad histrica, busca trasladar al
lector a travs del tnel del tiempo al siglo XVII, para avivar en l el deseo de
conocer, de forma entretenida, una etapa que fue fundamental en nuestra
Historia.
Captulo 1
Los comienzos del siglo XVII abren una de las pocas ms controvertidas del
pasado espaol, hasta el punto de ser considerada por la historiografa como el
perodo de la decadencia. El fracaso de la monarqua de Felipe III pone fin a la
grandeza del Imperio acuado por los monarcas del siglo anterior. Las Indias
siguen estando muy presentes en la realidad cotidiana de la sociedad hispana,
pero las riquezas americanas, lejos de permitir el desahogo, agravaron la
situacin.
Espaa haba monopolizado la economa del Nuevo Mundo, en una estructura
imperial tpica, apoderndose de las materias primas y abastecindolo de
manufacturas, mediante la explotacin de los naturales, los indios. Entonces,
muchas de las riquezas se agotan y todo parece ir a la deriva. Franceses y
holandeses se aprovechan de los ltimos metales preciosos que llegan a los
puertos de la pennsula. La corrupcin y el caos reinan en la administracin. Las
ciudades estn atestadas de pcaros y gentes de mal vivir. El desorden y la apata
crecen.
El siglo XVII es un siglo de contrastes desmesurados. Por un lado, se observa
cmo las personas que viven atentas a la vida pblica en Madrid, Sevilla u otras
ciudades, dan cuenta, estremecidas, de toda clase de calamidades, miserias,
crmenes, fracasos. Por otra parte, si bien en lo militar, poltico y econmico la
decadencia es palpable, no sucede lo mismo con la literatura y el arte. El
siglo XVII y el final del siglo XVII constituy en el momento literario y artstico
ms lgido del sentido creativo espaol, su etapa estelar. De ah que se le
denomine el Siglo de Oro de las artes y las letras. Entre 1590 y 1640 escribieron
sus obras magistrales Cervantes, Lope de Vega, Gngora, Quevedo y Caldern
de la Barca.
La sociedad espaola del siglo XVII
Al heredar Felipe III, junto al inmenso territorio espaol, los conflictos que tanto
en el interior como en el exterior del pas se haban iniciado durante los reinados
anteriores empez pronto a sentir la incapacidad real de poner orden en tan
vastos dominios. El monarca busc compartir el peso de un gobierno tan
complejo y convirti al duque de Lerma en su hombre de confianza, hasta el
punto de atribuir a la firma de este el mismo valor que a la suy a; aparece as la
figura que se conoci en la poca con el nombre de privado, que vena a ser
ministro universal.
No hay recuentos fiables ni censos completos, pero parece ser que la
poblacin espaola sufri un descenso notable en el siglo XVII. Para algunos
historiadores, disminuy en un veinticinco por ciento entre 1600 y 1650. Hay
textos literarios que dan cuenta de este hecho. En una obra de Tirso de Molina
leemos:
Dinos: en qu tierra estamos, qu rey gobierna estos reinos y cmo tan
despoblados tienen todos estos pueblos?
La sociedad espaola del siglo XVII se presenta con un carcter estamental
muy claro: la nobleza, el clero, los militares y la clase inferior.
Los hidalgos constituan el eslabn ms bajo de la nobleza; algunos
pertenecan a familias que haban recibido el ttulo por mritos en la Reconquista
y otros haban ascendido a la nobleza en fechas posteriores por servicios u otros
mritos. Pero en esta poca se haba producido y a un paulatino empobrecimiento
de los may orazgos hasta llegar a distinguirse por su orgullo y por su pobreza.
Los hijos de los hidalgos buscaban acomodo en el clero y en las tropas. Sobre
todo los segundones, es decir, los que no heredaban, se alistaban en la milicia,
ambiciosos de aventura y deseosos de obtener por mritos alguna prebenda. Era
este tambin un cauce fcil para pasarse a las Indias , es decir, obtener la
posibilidad de embarcarse hacia el Nuevo Mundo para hacerse all una vida
privilegiada en las colonias que administraban los nuevos dominios.
Como una consecuencia ms de la crisis del siglo, hay que destacar el
progresivo relajamiento de las tropas. Lleg a extenderse la figura de los
soldados espaoles como fanfarrones, picaros e indisciplinados.
La situacin de crisis es total Esto produce un desengao de la vida presente
que provoca la valoracin de lo trascendente, el deseo de escapar al engaoso
mundo. Por eso el barroco se caracteriza por una constante tensin entre vida y
espritu. Hay un hombre que busca la vida con sus placeres, pues la sabe breve;
otro que tiende al ascetismo, que mira hacia arriba, al sacrificio por causas
grandes y nobles, al optimismo y a la fe. As es el arte en esta poca; un
contraste entre dos fuerzas poderosas: una que le invita a ascender y otra que le
retiene.
Captulo 2
Da relacin de las licencias que son requeridas y de las leyes que hay que cumplir para el paso
a las Indias, segn lo manda su majestad el rey nuestro seor para las cosas de su gobierno.
Antes de emprender mi viaje, tuve que cumplir con lo que mandan las ley es de
su majestad para todos los que van all, y a sean nobles, clrigos, hidalgos,
caballeros, villanos o criados; con hacienda o sin ella. Todos aquellos que quieren
pasar a Indias, deben obtener una licencia que extiende la Casa de Contratacin,
a cuy o fin se ha de presentar una inquisicin testifical, hecha en la localidad de
nacimiento del viajero, en la que se ha de probar que el susodicho no est
incluido en los llamados prohibidos , es decir: moros, judos, conversos,
etctera.
Hice pues este menester antes de salir de Trujillo. Y conforme al pliego que
extendi vuestra excelencia, el escribiente anot la condicin y el destino de mi
persona, como se recoga explcitamente en el escrito de origen.
All mismo, en los despachos de Trujillo, supe que la may or parte de los
pasajeros que pasan a las Indias son solteros y marchan como criados. Pues,
como es norma, el paso de las mujeres solteras est prohibido, como tampoco la
mujer casada por s sola puede viajar, y a que no se le da licencia s no es
acompaada de su marido; o bien para reunirse con l, si este estuviese y a en las
Indias, pero nicamente cuando la esposa exhibe carta de llamada del esposo
ante las autoridades. Porque ha y a tiempo que la Corona obliga a los casados
residentes en Indias a reclamar a sus esposas. Y los oficiales de la Casa de
Contratacin no dejan hoy da pasar a ningn casado que no lleve mujer legtima
consigo. Alcanzando este rigor incluso a los mercaderes, de quienes se dice que
son muy dados a tener varias esposas, como los moros, pues distraen con sus
viajes a la justicia y mantienen unas ac y las otras all, en los puertos donde
suelen recalar en las singladuras. Como es sabido que estas ley es se las saltan
muchas mujeres solteras que van como criadas con las que dicen
engaosamente ser sus amas, no sindolo, sino de tapadillo y bajo buenos dineros
que sirven al engao.
Pasando y o como militar y miembro de nuestra orden de caballera de
Alcntara, con destino, segn mis cartas, no tuve may or problema y el
funcionario me otorg el documento con todas las firmas y sellos obligados, para
que fuese a ponerme bajo el mando de quien corresponda.
Y ahora que tena en mi mano los permisos, deba buscarme con quin ir,
porque el viaje a Indias, por decirlo de algn modo, no es un tray ecto de
pasajeros, sino de mercancas, y por lo tanto los que viajan all deben buscarse
acomodo entre los barcos mercantes.
Con tal propsito, a veinte das del mes de marzo de 1609 me vi con el
gobernador en la ciudad de Badajoz, que me mand pasase a Sevilla con una
orden para que se me diera ingreso en la Armada Real.
El real y supremo Consejo de Indias
Trata este captulo del Memorial de lo penoso que es dejar la propia casa y emprender tan
largo viaje; con el nima sembrada de incertidumbres y la duda de lo que ha de encontrar all.
Cierto es que, cuando se es joven, los das son largos y pareciera que el pasado
queda muy pronto atrs; sobre todo cuando la infancia y a se siente perdida y
envuelta en todos esos recuerdos felices de lo que inevitablemente se abandona.
Mi pobre madre se qued desolada; pues bien saba ella que el hijo que va a
las Indias se ha de poner en las manos de Dios al tiempo que, con resignacin y
fortaleza, debe considerarse la mucha distancia y los aos que han de pasar hasta
volver a verlo. Albergando incluso la dura posibilidad de que sea esta separacin
la despedida definitiva.
As dej y o mi casa con may or pena que esperanza, pero tard poco mi
alma en darse cuenta de que siempre es mejor apretar el paso y seguir el
camino, que echarse a su vera para ver el discurrir de la vida con la indolencia
propia de quien no sabe hacerse dueo de su destino. Y con esa resolucin que
otorga Dios a los que le confan su porvenir, resolv ir a poner mi persona y
suerte bajo la obediencia de la Armada Real.
Para cumplir con ese menester, reun mis escasas pertenencias, caballo,
montura, armas y armadura, y dejando la quietud de aquella santa vida familiar
con sus gozos y bretes, me fue forzoso poner tierra de por medio, por la va
que llaman de la Plata , que es la natural ruta que une el sur con el norte,
senda obligada de pastores y rebaos trashumantes, peregrinos, mercaderes,
tropas de soldados y tropillas de aventureros, buscavidas y gentes transentes sin
hacienda, oficios ni beneficios fijos.
Los cielos estaban azules, los frutales en flor, el tomillo y el cantueso
perfumaban el aire, y la calzada me llevaba entre cercas de piedra, huertos y
casitas de campesinos, mientras me deleitaba con la portentosa visin a lo lejos
de las torres y las murallas elevadas y gallardas de la ciudad sobre su loma.
Discurre tan transitado camino por bellos parajes donde abundan la encina, el
alcornoque, el madroo y la jara; vuela sobre el ro Guadiana por el viejo puente
romano en Mrida; deja hacia oriente la altura imponente del castillo de Alange,
encomienda de Santiago, serpentea esquivando los montes y atraviesa dehesas
pobladas de arboledas, en cuy os suelos las piaras de negros cerdos hozan
hendiendo la tierra con sus agudos hocicos y husmean buscando las bellotas que
engordan sus ricas carnes. Luego se endereza el itinerario por los llanos, por
tierra de labor, dejando atrs extensos trigales, majuelos y olivares; pasa por
bonitas y populosas ciudades: Almendralejo, Villafranca de los Barros, Los
Santos de Maimona y Zafra. A los pies de Sierra Morena los bosques se espesan
despus, cerro tras cerro, hasta que se divisa la inmensa vega del Guadalquivir.
Qu maravilla!
Viajar en el siglo XVII
En el siglo XVII eran muy pocos los que viajaban. Apenas existan viajes que se
hicieran por puro placer. Los viajeros se movan obligados por las necesidades de
su oficio; soldados, comerciantes, funcionarios, diplomticos, clrigos itinerantes
o estudiantes. Los dems eran peregrinos y emigrantes en busca de mejor
fortuna en otros pases. Pero los que se desplazaban de un lugar a otro eran una
minora en relacin con la masa de la poblacin; porque los viajes eran
incmodos y estaban llenos de fatigas y riesgos. Los caminos del siglo XVII eran
muy duros, y los peligros acechaban al viajero, sobre todo si tena que cruzar por
montaas y valles, por itinerarios solitarios donde se apostaban los bandidos.
Aumentaban, sin duda, aquella general incomodidad los amplios territorios
intermedios despoblados y la escasez y miseria de las ventas que para su
descanso se ofrecan al caminante; la comida era dudosa y los aposentos
compartidos y sucios. Los viajeros deban llevar consigo sus propios petates, con
sus jergones y mantas.
En aquellos largos y penosos traslados el espacio no se contaba por leguas,
sino por jornadas, pues lo que realmente importaba era el tiempo que se inverta.
La tcnica para vencer el espacio apenas haba mejorado desde los tiempos de la
ms remota antigedad, cuando el hombre domestic al caballo. Se puede decir
con propiedad que no eran ms veloces los correos de Carlos V que los de
Alejandro el Magno, aun separando ambos imperios la friolera de dieciocho
siglos. Caminando no se recorran generalmente ms de 20 kilmetros; entre 40 y
50 kilmetros era y a una buena jornada cuando se iba en mula o a caballo. Las
velocidades mximas estaban en los 134 kilmetros diarios; pero y endo por llano
o por la costa y tratndose de un rpido correo del rey montando un veloz corcel.
Las velocidades may ores se conseguan en el mar, con viento favorable; en
su histrico primer viaje, Coln consigui dos das velocidades de ms de 350
kilmetros, y en conjunto, una media de 225 kilmetros diarios.
Siempre los largos viajes por tierra obligaban a parada y fonda, pues la noche
era peligrosa y completamente oscura, sin posibilidad de alumbrado alguno. Las
ventas ofrecan su acomodo en los descampados, a la vera de las calzadas en
puntos intermedios entre ciudades. En las poblaciones haba mesones y ventas.
Ya en 1560, Felipe II haba dispuesto previsoramente que contasen con
provisiones, que estuviesen habilitados con lechos para el descanso de los viajeros
y que tuviesen espacio y alimento para sus bestias.
Desde tiempos antiguos la Va de la Plata fue una importante ruta de
comunicacin que vertebr extensos territorios de la pennsula Ibrica. Era
conocida como Calzada Romana y el tray ecto generalmente tomaba como punto
de partida Sevilla, discurra desde el sur, surcaba Mrida, Zamora, Astorga y
entraba en Galicia. Si esta gran va de comunicacin favoreci la romanizacin
peninsular, tambin fue utilizada en la Edad Media para extender la invasin
musulmana hacia el norte y, en sentido inverso, facilit la Reconquista. Despus
fue la natural arteria peninsular que una el norte y el sur; recorrido de
mercaderes, soldados, peregrinos, estudiantes, ganados, gobernantes y
mensajeros. Asimismo, permiti a los peregrinos jacobeos llegar a Santiago tras
enlazar con el Camino Francs, y se convirti en una cardinal Caada Real,
cuando el Real Consejo de la Mesta aprovech su trazado para establecer sus vas
pecuarias. Durante los siglos XVI y XVII fue frecuentada por vascos, gallegos,
asturianos, castellanos, leoneses y extremeos que marchaban hacia los puertos
andaluces con destino al nuevo continente en busca de fama y fortuna.
Captulo 4
Donde se cuenta el viaje a la populosa ciudad de Sevilla, que es gloria de las Espaas y
ornato de Andaluca; puerto principal de donde zarpan los galeones que hacen la carrera dey
asueto de marineros, comerciantes y viajeros, antes de emprender el largo viaje que ha de llevarles,
allende los mares, a la Nueva Espaa.
Cualquier cristiano que quiera embarcarse para las Indias ha de saber que el
puerto de Sevilla es el de may or importancia de Occidente, desde que se
descubri el Nuevo Mundo. Ello justific que el rey nuestro seor estableciese en
Sevilla la Casa de la Contratacin en el ao del Seor de 1503, y que en sus
departamentos estn los funcionarios reales que tienen la exclusiva competencia
en todos los asuntos de la carrera de Indias.
Esto ha hecho que la natural configuracin de los reinos de Espaa tenga
ahora en nuestra Castilla puesto su eje; pues pas en las ltimas dcadas de estar
en el extremo del mundo conocido a ocupar el centro. Y por tanto, el que fuera
reino de Sevilla, que abarcara las provincias de Huelva, Cdiz y Sevilla, es decir,
la Andaluca y aquella Lusitania que formaba con ella el extremo y fin de toda la
tierra, con el descubrimiento de las Indias, es y a como el medio de la cristiandad.
Gran merced es esta gracia concedida por el Altsimo a nuestra Espaa en estos
tiempos difciles, en que parece que se ha dado larga licencia a Satans, por los
muchos herejes y turcos, enemigos de la fe y de nuestro seor el rey que hay en
el mundo.
Porque es sabido cmo la conquista de los Santos Lugares por los turcos en el
ao de 1453 oblig a buscar nuevas rutas por la costa occidental del frica,
evitando el dominio del Imperio Otomano sarraceno, para llegar al lejano
Oriente. Fueron navegantes portugueses primero y andaluces despus, los que
ms se interesaron por buscar nuevas rutas en los ocanos. Y no faltaron gracias
a Dios grandes y nobles hombres que, como el duque de Medina Sidonia o el
marqus de Cdiz, se interesaron en esta gran empresa poniendo sus casas y
haciendas al servicio de los viajes por mar. Porque bien es cierto que desde
antiguo los marinos andaluces y a tenan cierta experiencia en la pesca de altura
y, merced a su natural intrepidez, pronto aprendieron que las rutas del Atlntico
podan ofrecer rendimientos ms preciados que la pesca. De esta manera
partieron en busca de la valiosa pimienta, el clavo, la nuez moscada, los esclavos
y, la may or de las riquezas!, el oro y la plata.
Era a primeros de abril cuando llegamos a la hermosa ciudad de Sevilla. La
encontramos vaporosamente sumida en los primeros calores del ao y la
primavera la tena toda resplandeciente, bajo su inabarcable firmamento
surcando por nubes de negras golondrinas y azuladas palomas. Descansaba y a en
el puerto la Flota de Indias, frente al Arenal, con sus palos desnudos recortndose
en el cielo azul y puro.
Era una tarde hermosa, de admirable tranquilidad; sin que corriera la ms
mnima brisa, de manera que parecan petrificados los lamos y las palmeras. A
orillas del ro Guadalquivir, se alzan las murallas y el alczar que edificaran los
moros siendo seores de Espaa. De aquellos tiempos quedan an en pie algunos
viejos caserones de ladrillo, cuy os tejados de grandes saledizos, sobre
entramados de madera y mampuesto, conservan la imagen de las construcciones
de los ismaelitas. Pero abundan y a los palacios de buena fbrica, de piedra y
granito, que en las fachadas lucen nobles balcones y recias portadas, sobre las
cuales se contemplan los escudos de los linajes de glorioso pasado.
Reina sobre los tejados y torres la enhiesta Giralda junto al majestuoso
edificio de la catedral, y el alczar se alza al lado luciendo en las almenas
ostentosos estandartes.
En medio de mi asombro, mir hacia los puertos, donde iban y venan barcas
y veleros por el Guadalquivir, deslizndose despacio, de orilla a orilla, y en los
muelles se precipitaban sobre ellos bandadas de mozuelos. En las atarazanas, los
galeones abran sus bodegas a la interminable fila de esclavos que acarreaban la
carga y la iban alineando en las explanadas donde los funcionarios de la
contratacin contaban, tasaban e inspeccionaban antes de dar el permiso para el
almacenaje. Husmeando en las inmediaciones se congregaba la may or
concentracin de picaros de este mundo.
Como haba entrado por la puerta del Arsenal, enseguida fui acosado por una
nube de mercachifles que pregonaban sus buhoneras:
Almendras garrapiadas! Peces fritos! Peces secos! Agua! Agua fra
de pozo! Manzanilla de Sanlcar! Huevos duros! Aceitunas! Matahambre!
Chorizo! Vino de La Mancha!
Y otros que ofrecan:
Fonda, seores? Posada fresca aseada! Buena comida y cama mullida!
Mozas? Quieren vuesas mercedes unas mozas de amables carnes? Blancas?
Negras? Indias?
All mismo algunos de los soldados empezaron a desparramar la poca plata
que llevaban encima, echndose las cuentas de que, a poco que estuvisemos en
la Nueva Espaa, les iban a brotar los oros a los mismos pies, como si fueran
setas. Ms librme a m Dios de la tentacin de prodigar los dineros, que por la
generosa mano de m glorioso benefactor portaba bien sujetos a las faltriqueras.
Donde est la puerta de Jerez pregunt por la direccin que me dio su
excelencia me indicaron que bordeara la catedral y siguiera luego por la calle de
los Alemanes. Fue entonces cuando di crdito al clebre dicho: Quien no ha
pisado Sevilla no ha visto maravilla ; pues me admir de lo mucho y hermoso
que puede contemplarse en aquella ciudad que es gloria de las Espaas y ornato
de Andaluca. Se hallan al paso grandiosos edificios; como la misma catedral,
que dicen es la ms grande del orbe, sin contar la de Roma, que no ha de
arrogarse el mismo mrito por corresponderle de suy o ser la cabeza de la
cristiandad. Estn tambin las lonjas, el hospital de las Cinco Llagas, la iglesia de
la Anunciacin de Nuestra Seora, la Real Audiencia, la Casa de la Moneda, la
Giralda y la Torre del Oro, que mira al ro de Sevilla.
Despus de espantarme con tanta maravilla, me adentr por un ddalo de
callejuelas tortuosas, a las que se asomaban sinuosos ventanales sellados con
ntimas celosas y asimismo los menos reservados balcones con bonitas rejas y
faroles de forja. Se extendan por todas partes tenderetes que exhiban dulces,
cajones con pollos, conejos, cajas con sardinas, frutos del mar, hortalizas,
legumbres y magras piezas de carne. Dirase que toda Sevilla es un gran
mercado; porque tambin en los bajos de las viviendas los establecimientos
abundan: tiendas de finas lanas, telas, cordelera, cuero repujado, alhajas, sedas
y especias; entre las que se abren aqu y all casonas de comida, tabernas
repletas de pellejos de vino, barricas de Jerez y estantes cargados de botellas de
vidrio labrado. Por la abundancia y la buena calidad de todo este gnero, estn
las calles abarrotadas de gento y se topa uno con la ms variopinta humanidad:
ricos, nobles, negociantes, marinos, seores, peones, esclavos, negros, indios Y
mujeres, muchas mujeres!, embozados los rostros con mantillos, velos y
encajes de Bruselas, y blondas, y regalados los cuerpos con tafetanes, bordados,
damascos y brocados.
Toda Sevilla es en esta dorada era una ciudad floreciente y bulliciosa, donde
se respiran los aires de la nueva prosperidad, y en cualquier rincn pueden
admirarse con asombro los esplndidos presentes recin llegados del extico
mundo de las Indias; una ciudad que ostenta un no s qu, entre fortuna y
podero. Por su dilatado emporio se agitan los comerciantes extranjeros: italianos,
genoveses, florentinos, portugueses y flamencos, que no paran de arribar en
busca de las incontables riquezas del Nuevo Mundo.
Y como un puerto tan clebre y concurrido necesita la habilidad de los
constructores de navos y la experiencia de los mejores navegantes, se trasladan
hasta aqu incluso los hombres de la mar que antes miraban al norte, como los de
Vascongadas, los gallegos y los asturianos. Y lo mismo pasa con las ferias
castellanas, que y a no miran sino a la plata que solo Sevilla puede
proporcionarles.
La may or muestra de esto que le cuento a vuestra excelencia es lo que por
aqu tanto se dice: que la otrora orgullosa Medina del Campo se ha convertido en
la esclava de Sevilla.
Con tal portento como hay all, no piense vuestra excelencia reverendsima
que me pas el tiempo que estuve en Sevilla echado a las calles holgando, como
muchos otros que, mientras aguardaban a que se compusieran los pertrechos de
los barcos y se librasen las licencias oportunas por las autoridades, mientras iban
de aqu para all, ociosos, gastndose los cuartos, echados en brazos de los vicios.
En vez de eso, hice y o como tena mandado y aprovech los das
instruy ndome cuanto pude en las cosas del Nuevo Mundo, para cuy o menester
hice buen uso de las cartas que me dio vuestra excelencia y acud a la casa
profesa de los padres jesuitas a solicitar que se me diera permiso para visitar
diariamente la biblioteca, que es con mucho, como bien me anunci Vuestra
Reverencia, docto padre y maestro, la ms completa y rica en lo que a los
negocios de las Indias pueda encontrarse.
Me asisti en esto de la lectura con mucho tino el anciano bibliotecario, el
padre Maldonado, que por haber hecho tres veces el viaje a Indias y por ser el
encargado de recabar los libros que versan sobre las tierras descubiertas, puso en
mis manos Crnica del Per, escrita por Cieza de Len, como tambin la Milicia
y descripcin de las Indias, de Vargas de Machuca. Cunto detalle! Qu
esmeradas pinturas! Especialmente en este ltimo libro hall muy prcticas
explicaciones sobre las semillas y las plantas que se dan en las Indias, as como
de la fauna, las fieras, las aves y los pescados de ros y mares y muchas otras
curiosidades.
Pero nada me result ms til que los mapas, para hacerme una idea de la
vastedad de aquellas tierras, la altura de sus montaas, la hondura de sus valles, el
caudal de los ros, los agrestes bosques y la inmensa largura de sus costas. En
verdad se trata de otros nuevos y desconocidos mundos.
Hay en aquella biblioteca de la Compaa dos mapas que son especialmente
completos: el Mapamundi de Diego Rivera, que es copia de otro may or y ms
detallado que solo puede hallarse en la Casa de Contratacin, y el de Battista
Agnese, muy til, por incorporar las informaciones recabadas en los
descubrimientos y travesas martimas. Pero con nada me maravill tanto como
con la contemplacin de Las cartas de Abraham Ortelius, enriquecidas en la
misma casa Profesa con muchos datos aportados por los propios padres jesuitas
que van y vienen entre las Indias y Espaa.
Sevilla y la Flota de Indias
El origen de casi todas las exploraciones atlnticas fue el litoral ibrico, entre el
cabo de San Vicente en Portugal y la baha de Cdiz en Castilla; y sus
protagonistas fueron desde antiguo los pescadores, marinos y comerciantes de las
ciudades y pueblos costeros. Las pequeas villas y aldeas portuarias asumieron
inicialmente este trfico; pero cuando el volumen y perspectivas del negocio
crecieron, ira canalizndose hacia puertos de may or importancia.
Ya desde el siglo XV fue Sevilla el punto de partida de los grandes viajes
ocenicos que permitieron la conquista y colonizacin de Amrica. Esa
centralizacin obedeci a slidas razones militares, econmicas y polticas. Cierto
es que Lisboa era un puerto mejor equipado, ms grande y ms fcil de
defender por su situacin en el estuario del Tajo; pero Sevilla, inexpugnable por
su puerto fluvial interior, pronto sustituy a los puertos litorales, enclavados en
tierras de seoro donde la autoridad real estaba muy limitada desde la
Reconquista por la poderosa nobleza local.
En 1503 se fund la Casa de Contratacin y ser Sevilla la nica ciudad de
Espaa donde se permita embarcar para el Nuevo Mundo. Era pues la llave de
las Indias: el nico puerto autorizado para armar expediciones, y mantuvo el
monopolio de todo el comercio con las Indias durante dos siglos. Esto proporcion
a la ciudad inmensas riquezas, que se invirtieron en la construccin de ricos
edificios civiles y religiosos, como la catedral, la Casa Lonja de los Mercaderes
(hoy Archivo General de Indias), la colegiata de El Salvador, el convento de San
Pablo (hoy llamado parroquia de la Magdalena), y palacios seoriales como la
Casa de las Dueas (hoy palacio de los duques de Alba), la Casa de Pilatos (hoy
palacio de los duques de Medinaceli) y varios centenares de otros conventos y
palacios.
La ciudad creci de forma espectacular. La Casa de Contratacin era la
oficina suprema donde deban registrarse los nombres de todas las personas y las
manufacturas con camino hacia Amrica, y las materias primas y la plata que
se traan del Nuevo Mundo. Todos los extranjeros deban estar representados por
cnsules en la ciudad andaluza, a la que llegaban constantemente los navos
remontando el Guadalquivir. Afluy eron especuladores de toda Europa al
impresionante emporio comercial recin establecido y enseguida proliferaron las
industrias marineras. En 1543 se cre en Sevilla el Consulado de Mercaderes, que
fue enseguida conocido como la Casa Lonja, como la llamaban en los antiguos
documentos sevillanos, o la Bolsa, como la denominaban los viajeros de
entonces.
El Consulado asumi parte de la jurisdiccin civil sobre sus miembros, que
antes ejerca la Casa de Contratacin.
A esto sigui un floreciente comercio y la confeccin de artculos de lujo,
especialmente de sedas, piedras preciosas y alhajas. Su poblacin alcanz los
ciento cincuenta mil habitantes y de esta manera se convirti en la primera
ciudad de Espaa.
A los muelles del Guadalquivir llegaban constantemente centenares de
mercaderes, marineros y pueblerinos en busca de su gran oportunidad. Y la Casa
de Contratacin, en vista de que proliferaba la picaresca, controlaba celosamente
todas las expediciones. Los funcionarios de la Corona estaban sobre aviso para
evitar fraudes, sobornos y triquiuelas. Pero, a pesar de su celo, nunca lograron
acabar con el contrabando entre Sanlcar de Barrameda y el puerto de Sevilla.
Se ha dicho que hubo momentos en que el trfico fraudulento fue superior al
trfico oficial.
Haba muchos marineros andaluces, llamados metedores , que, cuando se
avistaba la Flota de Indias, se apresuraban mar adentro con sus barcas, para
alcanzar a los navos antes de su llegada al puerto. As empezaba el contrabando,
eludiendo a los funcionarios reales y, consiguientemente, la parte del metal que la
Corona, el quinto real , que se quedaba en concepto de impuesto.
Pero, a Sevilla, adems de marineros, mercaderes, funcionarios y
aventureros que soaban con conquistas y hacer fortuna, llegaban muchos
clrigos miembros de las rdenes religiosas que iban como misioneros con
destino al Nuevo Mundo. Por esta razn se edificaron multitud de casas y
conventos para albergar a esta poblacin evangelizados y esta circunstancia
configur tambin parte de su personalidad a la ciudad.
No obstante, con el aumento progresivo del tonelaje de los buques, a lo largo
del siglo XVI, la dejadez de la autoridad sevillana hizo cada vez menos navegable
el ro, que no se drag ni canaliz con eficacia. Sevilla necesit entonces sus
antepuertos: Sanlcar de Barrameda y Cdiz.
Captulo 5
De lo que Castilla y Espaa envan desde el puerto de Sevilla a las Indias para el
sostenimiento de las nuevas ciudades que all se levantan, y de la riqueza que las Indias mandan a
Sevilla en la flota; destacndose el oro y la plata.
En la ciudad de Sevilla se rene todo lo que debe mandarse a las Indias cada vez
que parte la flota. Esas mercancas van variando con los aos, pues a medida que
se van extendiendo los dominios all, son diferentes las necesidades en las tierras
conquistadas. En los primeros tiempos, lo que ms se llevaban eran alimentos,
aperos de labranza y manufacturas. Pues faltaban en el Nuevo Mundo productos
tan necesarios para el sustento humano como el trigo, las legumbres y el vino.
Pero hace y a ms de cinco dcadas que se plantaron semillas y vides. Tampoco
va escaseando y a el aceite, el vinagre y el azcar. Dicen que la agricultura y la
ganadera se van extendiendo con mucho acierto por las regiones frtiles y cada
vez se solicitan menos aperos, semillas, plantones y ganados. No obstante siguen
reclamando aquellas nuevas ciudades paos, sedas, ropas, vidrios, cuchillera,
herramientas, libros y medicinas. De todo esto hay en abundancia en los
mercados sevillanos y bulle por eso la ciudad de mercaderes, albndigas,
almacenistas, muleros, carreteros y tratantes.
Por su parte, en Sevilla se ofrecen todos los productos que envan las Indias:
tabaco, cacao para hacer chocolate, cochinilla, ail, palo del Brasil, cueros,
maderas y especias. Sin que sea menester pregonar el extraordinario valor del
oro y la plata, o las piedras preciosas que son las may ores riquezas que aportan
aquellas tierras.
En lo que al oro se refiere, debe destacarse que fue el hallazgo de este
precioso metal lo que permiti a Hernn Corts nada menos que lograr los dos
mil ducados con que pudo conquistar la Nueva Espaa.
Tan clebre hazaa la narran los ciegos en Sevilla en las plazas y en las
puertas de las tabernas de diferentes maneras. Y reuniendo todas las historias se
viene a sacar en claro que cuando los espaoles fueron huspedes de los indios,
se dieron cuenta de que seguramente escondan grandes tesoros en sus ciudades,
porque observaron que el oro y la plata eran muy corrientes en sus adornos de
diario. Con la experiencia adquirida, pronto observaron que en una parte de los
viejos muros del palacio del rey Moctezuma se vean huellas recientes de
argamasa removida y fresca, sospechando al punto que all se ocultaba una
puerta. Y sin el menor temor a ser descubiertos, comenzaron a derribar el muro.
Por su parte, Corts mand trasladar el tesoro para valorarlo. Cuentan que los
espaoles tuvieron que construir ellos mismos las balanzas y pesas, pues los indios
no conocan manera alguna de calcular el peso ni saban decir el valor total. Y as
hallaron que eran unos ciento sesenta y dos mil pesos de oro; una cantidad
realmente fabulosa.
Y como Corts haba navegado a Ultramar por encargo de su majestad el
rey, pero haba equipado los barcos con su patrimonio, contray endo muchas
deudas, dispuso que una quinta parte del tesoro correspondiera al rey de las
Espaas. Otra quinta parte se la reserv l; una tercera sera para el gobernador
Velsquez; otra de las partes hechas, para los caballeros, artilleros, arcabuceros,
ballesteros y la guarnicin que haba dejado en la costa de Veracruz, y una
ltima quinta parte para repartirla entre los soldados, correspondindole a cada
uno cien pesos de oro.
Y en estos tiempos son precisamente las minas de Nueva Espaa, de Nueva
Granada y de Per, las que proporcionaron las ingentes cantidades cuy as
cuantas no se hacen pblicas. Pero aqu se saben los nombres de los clebres
y acimientos de Zacatecas, Guanajuato, Pachuca, Real del Monte y Sombrerete.
Cuentan que en las famosas minas de Porco, lo mismo que otras que hallaron los
castellanos en tierras de Per, estn abiertas, y a la vista las vetas de donde se
saca el oro y la plata. Pero ninguno de estos nombres es tan repetido como el del
Cerro del Potos, es tan grande su fama que y a se comprende que una cosa es
valiossima cuando ella se pondera diciendo que vale tanto como un Potos .
Esto y a no s si ser verdad: algunos que han estado all cuentan que se vienen a
sacar cada da obra de treinta mil pesos de oro. Y todo esto sin la mencin de
la plata que tambin se extrae en enormes cantidades, sin ser marcada ni
quintada, y que sola ser toda para los que se ocupan de las minas, sin dar cuenta
al rey.
Porque los cargamentos de metales preciosos que llegan a Sevilla deben
pertenecer al rey nuestro seor, segn lo mandan las ley es dictadas en su tiempo
por don Alfonso X y don Alfonso XI; las cuales disponen que todas las minas
descubiertas en tierras pertenecientes a la Corona son consideradas como
propiedad de esta. Ms, con el tiempo, en las dominaciones de las Indias se
dispuso otra cosa, por los riesgos y las dificultades inherentes a la explotacin de
las minas que all se encuentran. Y la lejana y otros inconvenientes condujeron
al rey a renunciar a sus derechos y a arrendar aquellas, a cambio de una quinta
parte de los beneficios.
El negocio del oro y la plata
De los muchos preparativos y trabajos que han de hacerse para tener a punto los galeones y de
la espera que es obligada en los puertos antes de embarcarse para las Indias; del aparejo de los
navos, as como de la relacin de pertrechos necesarios a bordo para tan prolongada travesa.
Aunque se llamara inicialmente con este nombre a los pequeos barcos, a remo
y vela, que escoltaban las escuadras, el galen era esencialmente un navo de
alto bordo que a partir del siglo XVI se convirti en la embarcacin por
excelencia en los viajes a las Indias. Era un navo ms fino y ms rpido que la
nao, y normalmente posea dos cubiertas. Hasta el siglo XVII, la palabra
galen design al buque de guerra y fueron los galeones los que trajeron a
Espaa los metales preciosos del Nuevo Mundo.
El avance que supuso en la navegacin tiene su propia gnesis. Sera a partir
de 1453, con la cada de Constantinopla en poder de los turcos, cuando el Islam
quedara dueo de las rutas de Oriente, por donde transcurra el trfico de
especias y metales preciosos que llegaban de la India. A los marinos de
Occidente no les queda ms remedio que buscar nuevas rutas para alcanzar el
extremo Oriente y las especias.
Entonces, los marinos portugueses y espaoles se lanzaron en pleno siglo XV
a los ocanos por singladuras desconocidas hasta entonces. Pero esto solo sera
gracias a los avances tcnicos en la construccin de navos y a los progresos en la
navegacin.
Los portugueses, inspirados por Enrique el Navegante, buscaban llegar a la
India bordeando frica. En 1445 rebasaron Cabo Verde; en 1487, Bartolomeu
Das dobl el cabo de las Tormentas o cabo de Buena Esperanza y, en 1498,
Vasco de Gama alcanz la costa india de Calicut.
Por su parte, los espaoles pusieron rumbo al otro lado del Atlntico. En 1492,
Cristbal Coln parti de Palos de la Frontera con tres carabelas y naveg hasta
Canarias, antes de internarse en alta mar; as lleg a la zona oriental de las
Antillas, de las que tom posesin en nombre de los rey es de Espaa y regres a
dar cuenta de sus descubrimientos.
Fue entonces cuando los monarcas espaoles obtuvieron del papa
Alejandro VI la divisin del mar en dos zonas: a 100 leguas al oeste de las islas
Azores y de Cabo Verde se extenda el dominio espaol, y al este el portugus.
Esta divisin fue modificada por el tratado de Tordesillas en 1494, desplazndose
la lnea entre los dominios de Espaa y Portugal a 379 leguas al oeste de las islas
de Cabo Verde.
En 1510 Alfonso de Alburquerque se apoder de Goa y en 1511 gan las
Malucas para los portugueses. Con sus nuevos seoros en El Cabo, Madagascar,
Siam, las Clebes y Japn, se aseguraron el monopolio del comercio de especias.
En la misma poca, Magallanes, en 1520, rode Amrica del Sur y alcanz las
Filipinas en 1521, ponindoles este nombre en honor del rey de Espaa, Felipe II,
que quedaba como dueo de estos vastos dominios. Mientras tanto, Hernn Corts
conquistaba Mxico en 1519, Francisco Pizarro el Per en 1531 y Diego de
Almagro iniciaba la conquista de Chile en 1535. Fue necesario esperar ms de
veinte aos para que se organizaran los nuevos circuitos comerciales. Pero la
llegada a Lisboa y Sevilla del oro y las especias supone el desplazamiento del
comercio del Mediterrneo al Atlntico, inicindose una nueva era en la historia
econmica de Occidente.
Captulo 7
Trata de los navos que componen la Flota de Indias; los cuales son unos de guerra y otros
mercantes; y de las leyes de la Casa de Contratacin sobre el tonelaje, las armas y las mercancas.
Las remesas de plata empezaron a decrecer a comienzos del siglo XVII. Las
causas que motivaron esta disminucin constituy en uno de los temas ms
polmicos de la historia de Amrica y no se pueden reflejar aqu, dada su
complejidad. Pero es indudable que las flotas traan a la metrpolis cada vez
menos plata. Los monopolistas sevillanos empezaron a distanciar cada vez ms
las flotas y a restringir sus arqueos, para evitar el contrabando que haba
empezado a operar bajo la tutela inglesa, francesa y holandesa durante la
segunda mitad del siglo XVI. Estas medidas no sirvieron de nada, pues mientras
ms distanciaban las flotas ms dejaban el terreno abonado al contrabando.
El sistema era cada vez ms lento. En el siglo XVII la mercanca procedente
del Pacfico tardaba un ao en llegar a Espaa. Este distanciamiento produjo en
la Amrica espaola un proceso de descentralizacin prctica y de cierta
autonoma administrativa. La autoridad del Consejo de Indias sobre los
virreinatos y las audiencias se reblandeca un tanto y las ordenanzas de la corona
tardaban en llevarse a la prctica en las colonias. Aunque de Espaa llegaban
abundantes disposiciones inspiradas por altos principios cristianos e ideales
humanitarios el propio Bartolom de las Casas intervino en su redaccin
resultaba muy complicado aplicarlas en Indias si eran contrarias a los intereses
de los pobladores espaoles. Aunque en teora todos los funcionarios reales
deban ser personas ntegras, no sobornables ni manejables por intereses locales,
nunca se logr el ideal. Los criollos propietarios buscaban en ellos su rentabilidad,
lo que les llev a intervenir en negocios ilcitos o poco claros, como el sistema
de repartimientos forzosos de mercancas a los indios.
Paulatinamente se fue imponiendo la necesidad de agrupar los navos que
hacan la carrera de Indias para proteger mejor el trfico. En 1543 se estableci
un sistema de flota nica, provista de escolta militar, que se hizo ms complejo
con las ordenanzas de 1564. En efecto, a partir de esa fecha el trfico con
Amrica se canaliz nicamente a travs de dos flotas; una, la de Nueva Espaa,
sala de Sevilla por los meses de abril o may o; la otra, la de Tierra Firme,
iniciaba el viaje en el mes de agosto. Ambas seguan prcticamente la misma
ruta, con escala en las Canarias, hasta las pequeas Antillas. A partir de aqu, el
rumbo se bifurcaba, dirigindose la Flota de Nueva Espaa hacia Veracruz por
Puerto Rico, Santo Domingo y Cuba y la de Tierra Firme a Nombre de Dios por
la costa colombiana. En el viaje de regreso las dos flotas deban confluir cada
primavera en La Habana para continuar juntas la travesa hacia Espaa. Fuera
de los convoy es solo se permita la navegacin de avisos o barcos correo, aunque
tambin estos recibieran alguna carga. El sistema era rgido, lento y costoso.
Tampoco protega contra el contrabando, pero vena impuesto tanto por la
necesidad de asegurar el monopolio sevillano y proteger la navegacin, como
por la falta de pilotos expertos.
La Flota de Indias se complementaba con los llamados navos de aviso ,
que eran las naves ligeras, de menos de 60 toneladas, que se encargaban de
llevar a los puertos la noticia de que la flota se aproximaba, para que les diera
tiempo suficiente a las autoridades y a los negociantes para hacer los
preparativos que requirieran las licencias, los trmites del puerto y las
negociaciones. No se les permita a estos navos ligeros portar pasajeros ni
mercancas. Pero tampoco esto se cumpla y todos a bordo, incluso sus criados,
llevaban armas, municin y cualquier cosa que se pudiera vender en tierra.
No obstante, todos los barcos de la flota eran revisados minuciosamente por
los inspectores de la Casa de Contratacin, que deban dar su visto bueno y
ordenar lo que estimaran oportuno antes de la partida.
Captulo 8
Cuenta las atribuciones que tienen en las cosas de Indias el Consejo y la Casa de Contratacin
de Sevilla; y el anuncio que se hicieron estas instituciones de la esperada orden de partir las naves
al fin; de la emocin y los temores que prenden en los que se hacen a la mar por primera vez en sus
vidas y de la ltima noche en el puerto de Sevilla.
Hace relacin del primer tramo de la singladura por el que llaman mar de las Yeguas, y de
lo que pasa a bordo en esos primeros das en que sobrevienen los mareos, mas no falta todava ni el
buen alimento ni el contento, por lo que se hace uno a la idea de que la cosa no ha de ser tan mala
como se tema.
Dios nos d buen viaje, buen pasaje tenga la nao, el seor capitn y
maestre y vuesas mercedes tambin, seores de popa y proa, seor timonel
y marineros.
Y buena compaa a todos.
Amn.
El Consejo de Indias era quien decida cuando deba salir la flota, despus de
consultar con la Casa de Contratacin. Pero, naturalmente, raramente sala en la
fecha estipulada. Los comerciantes queran ganar ms dinero con sus
mercancas y aconsejaban los retrasos para tener mal abastecidos los mercados
americanos y subir con ello los precios. El problema se fue agrandando a lo largo
de los aos y en el siglo XVII los retrasos eran muy grandes.
Marineros y viajeros se iban concentrando en Sevilla durante semanas y a
veces tenan que permanecer meses esperando a que se diera la orden de
partida. Mientras tanto, se extendan los documentos oportunos y la Casa de
Contratacin se encargaba de registrar cuanto suba a bordo. Tambin se llevaba
un registro de los pasajeros: nombre, nacimiento, motivo del viaje, cargo, origen,
destino, etctera.
Cuando se daba la orden de partida, la flota abandonaba el puerto y segua el
Guadalquivir hasta Sanlcar, desde donde abandonaba el litoral peninsular y
emprenda la singladura por el llamado Mar de las Yeguas. Iba en cabeza la
Capitana, luego los mercantes y, cerrando la formacin, la Almiranta. Los dems
buques de guerra iban a barlovento custodiando a los mercantes. Prosegua el
viaje hasta Canarias, donde se haca una escala ms o menos breve con nuevos
aprovisionamientos y luego iniciaba la travesa ocenica cuy a duracin dependa
de muchos factores, por lo que la fecha de arribo a las Indias era imprevisible.
Tras los primeros das de navegacin emergan del mar azul las elevadas
montaas de las islas Canarias pertenecientes a Espaa, y cuy a principal cspide,
el pico del Teide, se encumbraba por encima de las nubes a 3718 metros de
altura y serva de seal, visto desde lejos. Hasta aqu las embarcaciones haban
navegado muy juntas, a causa de los piratas franceses cuy os barcos hacan poco
segura esta zona.
El viaje por mar era toda una aventura, que est narrada en mltiples relatos
de la poca, salpicados todos ellos de curiosas ancdotas y sorprendentes sucesos.
Especialmente ilustrativo me pareci el de E. Salazar (1573) La mar descrita por
los mareados, recogido en Pasajeros de Indias, por J. L. Martnez.
La arribada de la flota a los puertos de ultramar era toda una fiesta que
reciba el comn nombre de La feria, que duraba a veces dos semanas y
frecuentemente hasta un mes. Era un encuentro comercial sobre todo, con
intercambio de productos llegados de la metrpolis y los autctonos americanos,
pero adems de eso, un gran jolgorio popular, un negocio para las tabernas y
burdeles, y un peligroso juego de intrigas y estafas.
Captulo 10
De la escala y aguada que se hace en el Puerto de Canarias, donde se echa pie a tierra con
mucho contento y se goza disfrutando de las posadas y tabernas que all hay, aprovechando lo
bueno, antes de hacerse de nuevo a la mar por muchas semanas.
De la tranquilidad con que marea la Flota de Indias por el que llaman Mar de las
Damas, que se extiende entre las Canarias y el ancho ocano que separa el viejo mundo del nuevo;
de las cosas de la marinera y de los entretenimientos a bordo de los galeones.
La flota zarp de las islas finalmente a primera hora del da 6 de julio, a pesar de
que se haba dado el aviso anunciando la partida para el da anterior. El retraso
fue a consecuencia de la desercin de varios soldados de la armada que, a pesar
de ser buscados con ahnco por las autoridades, no fueron encontrados. Y, como
quiera que no se pudiera demorar ni un da ms la escala, los capitanes
decidieron dejar la cosa en manos de la justicia de las islas.
Atardeca cuando la larga hilera de barcos navegaba plcidamente
alejndose de tierra. Una vez rodeada la Punta de Anaga, soplaba una suave
brisa y el cielo estaba despejado, quedndose los nublados como asidos a los
montes tinerfeos. Con tiempo amable y soleado, avanzaba la flota sin perder de
vista el pico del Teide, como una inolvidable visin que se alzaba sobre el verdor
montaoso, como rosada por los ray os de la puesta de sol.
Desde Canarias, los navos deban adentrarse en el que llaman Mar de las
Damas, porque dicen los marineros que es tal su mansedumbre que hasta las
mujeres pueden gobernar en l las embarcaciones, merced a los favorables
vientos alisios que soplan de popa amablemente.
El galen donde y o viajaba era un poderoso navo que navegaba a barlovento
de los mercantes, en lnea con los restantes barcos de guerra que seguan a la
Capitana.
Como el tiempo era bueno en esta etapa, los miembros de la tripulacin y los
pasajeros solan reunirse en la cubierta superior, pues en los camarotes y los
espacios interiores apenas haba luz y se respiraba un aire viciado que resultaba
insoportable a medioda.
Anocheci despus de aquella primera jornada mientras veamos an el
Teide a lo lejos, con su punta nevada resplandeciendo en el horizonte violceo. La
brisa clida soplaba desde frica, suave, empujando directamente detrs de las
velas y haciendo que la flota avanzase a buena velocidad, acompaada por el
interminable crujir de las arboladuras y el rechinar de las cuerdas.
Reinaba y a la oscuridad cuando se oy taer la campana del alczar de popa
y el grumete cant la hora con voz melanclica.
Como hemos visto, desde 1543 el viaje a las Indias se haca en grandes flotas de
buques con escolta militar, en gran parte por razones defensivas y tambin
debido a la escasez de buenos pilotos. La navegacin era lenta y costosa, pero
ofreca la ventaja de los navos podan ay udarse mutuamente en caso de avera o
naufragio. Con todo, los naufragios fueron frecuentes y se perdieron muchas
vidas y valiosos cargamentos. Todava hoy se encuentran en el fondo del ocano
galeones hundidos con importante informacin y verdaderos tesoros.
A partir de 1564 el sistema de convoy es se modific, para evitar temporales,
hallar los vientos ms favorables y facilitar la partida organizada de las flotas,
escalonando sus salidas. Entonces una flota parta para Suramrica, a la cual se
denominaba Galeones de Tierra Firme, mientras que otra iba para Mxico, la
llamada Flota de Nueva Espaa. Fuera de este sistema apenas viajaban pequeas
naves, generalmente avisos o barcos correo, aunque tambin portaban alguna
carga.
Cada navo deba llevar un mnimo de 850 kilos de vveres y bebida por cada
hombre a bordo, los cuales deban embarcase en las bodegas, mermando mucho
la carga til del buque. Adems, las largas operaciones de carga y descarga, las
reparaciones, y las obligadas demoras en el puerto para aguardar la poca de
mar ms tranquila y los vientos favorables, imponan a los buques largos
tiempos muertos , en los que tambin se tena que mantener y pagar la
tripulacin.
Finalmente, sealemos como ejemplo que una nave que zarpaba de Cdiz,
viajara a Veracruz y regresara al puerto de origen, sola emplear dos aos en el
tray ecto completo, de los cuales solamente navegaba seis meses escasos. En la
prctica, ese esquema requera una programacin muy compleja a ambos lados
del Atlntico, generalmente muy difcil de lograr. Cualquier retraso de las flotas o
de los vendedores incrementaba los gastos, y tambin los riegos de
enfermedades en un personal no acostumbrado a vivir en climas tropicales.
En un sistema de transporte tan costoso, minimizar la duracin de las escalas
era primordial. En teora, los convoy es y los comerciantes de Nueva Granada,
Per y Mxico deban llegar al mismo tiempo a Cartagena, Portobelo y
Veracruz, respectivamente, y celebrar en estos puertos la feria. Despus los
mercaderes regresaban a sus lugares de procedencia con las mercancas
europeas que acaban de comprar, mientras el convoy transportaba los metales
preciosos hacia Europa, con la ltima escala en La Habana, para reagruparse,
cargar provisiones y hacer reparaciones de urgencia.
Mantener este orden obligaba a asumir grandes gastos y muchos riegos. Por
lo cual los precios y mrgenes de ganancia eran altos y se favoreca toda clase
de prcticas monopolsticas. Cualquier mercanca vendida en Sevilla, y a ms
cara que en el resto de Europa, vea multiplicado por cinco su precio en las
Antillas o en la costa de Tierra Firme, por diez en Mxico, por quince en el bajo
Per y por veinte en el Alto Per. Pero tambin es justo sealar que la codicia de
los mercaderes tena su parte en ello, aunque el may or encarecimiento era
achacable a costes, riesgos y lentitud del transporte.
Es por ello lgico que el comercio de Castilla con el Nuevo Mundo se limitase
a artculos de lujo destinados solo a las clases ms pudientes y a los productos
bsicos para la minera: mercurio, hierro y acero. Y como consecuencia la
may or parte de la exportacin total de las Indias consista en metales preciosos,
principalmente oro y plata; la nica mercanca capaz de soportar los gastos de un
sistema de transporte tan costoso.
Captulo 13
Del viejo arte de marear, que es ciencia muy til a los hombres; de los aparatos de los
Pilotos, de las cartas de navegacin, los portulanos, las rutas, las corrientes, los vientos y las
estrellas, que son el credo de los buenos marineros.
Cuenta la temible calma chicha que sobrevino en la singladura y los muchos perjuicios que de
ella se padecieron, la putridez del agua de beber, el moho de los alimentos, la corrupcin, el calor, la
enfermedad y el desasosiego que causa la mar detenida.
La singladura fue veloz mientras sopl aquel recio viento de popa. Pero, cuando
y a los marineros decan que olisqueaban la tierra firme y vean en la superficie
del agua palos, hierbajos, hojarasca y otros claros indicios de la proximidad de la
costa, sobrevino de repente una desesperante calma que dur ms de dos
semanas. Sin el mnimo soplo de aire en las velas, la mar permaneca quieta, lisa
como la superficie de un espejo. El cielo se cubra de vez en cuando de densos
nubarrones, en una atmsfera trrida e inmvil.
Pasados nueve das, se agit una maana un viento ardiente y violento, que
obligaba a arriar las velas para que no se hicieran trizas; pero duraba poco, y
enseguida retornaba aquella quietud y volvan los marineros a izar el velamen,
que caa lacio, sin atrapar el ms leve hlito de brisa.
No se avanzaba, solo con mucho trabajo se bogaba intentando lentamente
huir de la calma, pero las corrientes devolvan de nuevo las naves a la posicin
anterior, obligndolas a navegar en zigzag.
El vaho ardiente que exhalaban las maderas haca que se corrompieran los
alimentos en las bodegas. Todo fermentaba. El interior de los barcos era un horno
en el que se elevaba el hedor de la descomposicin. El agua potable contenida en
barriles se mantena tibia, merced a lo cual adquira un tono amarillo verdoso;
luego se tornaba nauseabunda, de manera que haba que beberla tapndose la
nariz o colada con un pao para separarla de bichos y repugnantes posos.
Galletas, bizcochos y otras provisiones estaban tan echados a perder que
amargaban como la hiel.
El vino era y a vinagre. Y la carne se salaba tanto para evitar su putridez que
abrasaba las gargantas secas de quienes nos atrevamos a probar algn bocado.
Mantecas, sebos, cera, pez y brea se derretan hacindose lquidos como
aceite. Qu calor! Las lonas y paos se deshacan. El oxido corroa los metales
y las maderas se resquebrajaban obligando a los marineros a mojarlas
constantemente, con lo que el vapor aumentaba empeorando las cosas.
En medio de esta quietud desesperante, los viajeros empezbamos a
componer un triste espectculo: flacos, requemados por el sol, malvivamos en la
cubierta entre los animales sacados de las bodegas para que no se asfixiasen,
comidos de chinches, pulgas y piojos, empapados en sudor, y cubiertos algunos
de llagas y pstulas supurantes, deshechos por los vmitos y diarreas. Porque,
para colmo de males, sobrevino una suerte de fiebres que empez declarndose
entre los ms dbiles para extenderse ms tarde al resto. Comenzaba la
enfermedad con cansancio y decaimiento, desapareciendo casi repentinamente
el color del rostro, que se tornaba amarillento, macilento, ojeroso y de
amoratados labios.
Las cubiertas se saturaron de enfermos y aquellos que no podan levantarse
y acan sobre sus propios excrementos. Un hedor indescriptible se extenda por
toda la nave.
Captulo 15
Cuenta cmo los marineros pescaron el mayor pez que hay en aquellos mares, al que llaman
cachalote, que proporciona el alivio de su carne fresca y sirve de entretenimiento por lo muy curioso
de su captura y la asombrosa visin de su envergadura.
Los navos se aproximaban y los pilotos se gritaban desde los entrepuentes sus
opiniones; si sera mejor una direccin u otra o, sencillamente, ahorrarse el
esfuerzo y esperar pacientemente al viento. Pero, como pasaba el tiempo sin
ninguna novedad, se vio que no quedaba otro remedio que seguir hacia el
sudoeste, sin hacer caso a las desconcertantes rfagas poco uniformes y nada
aprovechables.
Uno de aquellos das que permanecamos inmviles sucedi algo curioso.
Estaba y o echado a la sombra cuando sent un gran alboroto. La tripulacin y los
pasajeros abandonaron repentinamente la calma silenciosa y corrieron con
estrpito hacia la borda de estribor.
Ah est! Se oa gritar. Miradlo! No lo veis?
Como uno ms, fui a ver qu pasaba lleno de la curiosidad. Un marinero
sealaba algo en las aguas quietas:
Est ah! Miradlo! Es un cachalote!
Me fij en el lugar que aquel hombre indicaba en la superficie del mar. A
unas diez varas del costado del barco, muy cerca, se alzaba el lomo negruzco de
un enorme pez. El contorno poda distinguirse perfectamente.
Un anciano marinero explic:
No es algo muy corriente, pero a veces estos grandes peces se aproximan
a los barcos. Nadie sabe por qu motivo. Si Dios quiere que le echemos mano,
tendremos buena carne y sebo fresco.
Llamad al maestre, rpido! les grit a los grumetes el sobrecargo. l
dir lo que debe hacerse.
Al momento se present el capitn y estuvo observando el cachalote con
expresin circunspecta.
Est muy cerca coment.
Vamos a por l? preguntaron los marineros, echamos un bote y
tratamos de pescarlo?
Voto a Cristo! exclam entusiasmado el maestre. Claro que s! No
hay tiempo que perder!
Vamos, a qu esperis! grit tonante el sobrecargo.
Enseguida los marineros fueron a por unos grandes arpones, sogas, garruchas
y otros instrumentos.
Timonel, vira a babor! orden el capitn. A los remos!
El navo, navegando lentamente, se fue aproximando al cachalote. Pero, en
ese momento, vimos cmo otro de los barcos tambin se haba dado cuenta e
iniciaba una maniobra parecida.
Hijos de puta! rugi el sobrecargo. Nosotros lo hemos descubierto
primero! Remad! Remad con fuerza antes de que esos bastardos nos lo roben!
Nos acercbamos, pero el otro barco tambin lo tena y a a su alcance.
Entonces nuestro capitn se subi al puente y, cogiendo la bocina, grit:
Como toquis ese bicho os largamos un caonazo! Lo hemos visto antes
que nadie!
El otro capitn contest con resolucin:
El cachalote es de la mar, as que no tiene dueo!
Est ms cerca de mi barco!
No, seor; estaba equidistante!
Un tercer navo remaba y a aproximndose tambin. Al verlo, nuestro capitn
propuso:
Vamos a medias, antes de que se aproveche ese otro!
Una mierda! respondi el que estaba ms cerca del cachalote.
Como no se ponan de acuerdo, finalmente nuestro maestre tom una
decisin y les mand a los hombres:
Descolgad la chalupa y echadla al agua!
Sin hacer caso a los movimientos de los otros barcos, nuestros marineros
soltaron los nudos y empezaron a bajar uno de los botes, en el que iban el
sobrecargo y sus ay udantes con los arpones y las cuerdas. Cay al mar la
chalupa y enseguida remaba hacia el cachalote que segua inmvil, con el lomo
fuera del agua, sin inmutarse por la proximidad de los pescadores.
El anciano marinero que estaba a m lado dijo:
Vern ahora vuestras mercedes la maa que se da el sobrecargo para
arponear el bicho.
En efecto, se aproxim el bote al cetceo y el sobrecargo, cuando lo tuvo a su
alcance, alz el arpn por encima de su cabeza y lo lanz sobre la piel oscura,
clavndolo profundamente. Resopl la bestia marina, se hundi, expuls agua y
volvi a sacar el lomo. Pero y a la tripulacin tiraba de la soga mediante las
garruchas, mientras todo el mundo a bordo vitoreaba y jaleaba sin salir de su
asombro.
Todava le clav el maestre un par de arpones ms, mientras se zarandeaba la
chalupa con la brega y la tensin de las sogas. Pero finalmente se logr la pesca
y se tuvo amarrado al enorme pez junto al costado del barco.
Luego intentaron durante horas izarlo, pero pesaba mucho y no se pudo. Con
tantos esfuerzos y maniobras como hicieron buscando la manera de subirlo a la
cubierta, destrozaron la baranda de babor.
Hatajo de intiles! gritaba el sobrecargo a los marineros. Mirad lo
que habis hecho!
Corra la tarde y, viendo que no podan descuartizarlo a bordo, decidi el
capitn que se le sacara toda la carne que fuese posible. El resto qued flotando
en el mar y fue aprovechado por los otros barcos, que enviaron sus botes para
servirse tambin de la pesca.
Esa noche hubo buenas tajadas de carne fresca para todo el mundo y sirvi
para aliviar los sufrimientos y entretenernos algo, despus de tantos das de
calma angustiosa.
Captulo 16
De la falta de paciencia ante la desesperante calma que se apoder del mar y de la penuria que
sobrevino cuando se ech a perder el agua y se corrompieron los alimentos. Tambin del viento
alisio que sopl al fin y les sac del trance.
Cuando se alarga esta suerte de calma que mantiene a los navos tan quietos, el
mar se convierte en algo en extremo aburrido. Mira uno a las aguas estticas e
infinitas y no ve otro movimiento ni ms mutacin que la luz de la hora del da
tiendo el horizonte de diversos tonos, hasta que cae la noche y, entonces, dirase
que el barco flota en la nada.
nicamente al amanecer puede admirarse, como un regalo, el juego de los
delfines nadando y rompiendo con sus brincos la plana superficie del mar. Sin
may or entretenimiento que este, o alguna que otra partida de cartas, no queda
ms remedio que dormitar.
Pero lo peor en nuestro viaje sobrevino cuando empez a faltar el alimento.
La nica carne fresca que haba a bordo, que era la del cachalote, se corrompi.
Los bizcochos saban rancios y las castaas a moho. El agua ptrida adquiri un
sabor y un olor desagradable. Los tasajos estaban duros como piedras, los
garbanzos tostados llenos de gusanos y las almendras saladas daban mucha sed.
La gente tena malas las barrigas, vomitaban, flaqueaban y empezaban a salirles
pstulas supurantes.
Durante aquellas largas y asfixiantes noches, apenas se poda conciliar el
sueo. Los cuerpos estaban trasudados, doloridos, tendidos encima de las duras
maderas, vencidos por tantos das de espera, faltos de ejercicio y mal
alimentados. Como algunos deliraban, se despertaban en plena noche credos que
estaban en tierra, en sus casas, con sus parientes. Nadie prestaba y a atencin a
los lamentos y las voces que se alzaban en plena oscuridad ni a las amargas
quejas de desesperacin.
Durante una de aquellas penosas noches en vela, de repente se alz una voz
arrebatada. Levant la cabeza en el catre y no percib la ms ligera brizna de
aire en movimiento, pero se oa el crujir de los palos all arriba y el chirrido de
la tablazn en los costados de la nao. Acaso era un signo de viento?
Rogaba a Dios para que lo fuera. Pues algunos marineros veteranos nos
tenan el alma en vilo augurando que podamos morir todos, en la inmovilidad de
los barcos, presas del escorbuto, de las fiebres o la sed. Circulaban historias
angustiosas. Se contaba que en ocasiones se encontraban en mitad del mar barcos
que haban quedado detenidos en la calma chicha durante meses. Agotadas las
provisiones, sin agua, los desdichados navegantes moran uno a uno hasta el
ltimo, de manera que la nave quedaba a la deriva, a merced de las corrientes.
Arrastrados estos barcos fantasma hasta las vas de navegacin, eran encontrados
despus al cruzarse en su singladura con otros navos que, saltando sus marineros
a las cubiertas desoladas, descubran una tumba flotante, con los cadveres de los
tripulantes diseminados, descompuestos, formando una macabra visin. Por eso
no recuerdo haber sentido may or alegra que cuando aquella noche una voz
esperanzada grit de repente:
Viento! Viento alisio!
Los marineros empezaron a correr en todas direcciones, trepaban a los palos,
izaban las velas y tensaban los cabos. El maestre gritaba las rdenes desde el
castillo de popa y la tripulacin obedeca llevada por una energa desbordante.
Alc los ojos al cielo y, con la primera luz de la aurora, vi el velamen
hinchado, atrapando el aire que soplaba con inclinacin al oeste. Se aliviaba el
calor y asomaba el sol en el horizonte limpio de bruma. Sentase la brisa fresca al
fin en el rostro y todo pareca renovado. La flota surcaba y a el mar azul, y nos
invadi a todos una feliz sensacin de libertad.
Aunque no navegbamos demasiado rpidamente al principio, resultaba
maravilloso avanzar. Ms adelante las corrientes fueron y a benvolas y el viento
se declar entonces completamente a favor, fijando su direccin y su fuerza.
Retomaba la flota su rumbo alegremente, mientras la tripulacin entonaba
eufricas coplas.
La navegacin segua la direccin suroeste. Durante la noche lucan las
estrellas y se guiaban los navos por la cruz del sur, que destacaba ntida en el
horizonte.
A medio da, el experto piloto tomaba la altura del sol y determinaba el grado
de la latitud; despus fijaba con la ay uda de la brjula el grado de longitud.
Asombrado, observaba y o estas operaciones que se me antojaban una maravilla,
fruto de la curiosidad y de la inteligencia de los hombres. Con viento favorable,
no hay manera humana de viajar que supere a la navegacin.
Captulo 17
Narra este captulo el mayor peligro de la mar, cual era la tempestad; el mucho temor que
ocasiona y los penosos trabajos que es obligado hacer en medio de los bandazos del oleaje; la
alegra de la calma que sucede al temporal y las oraciones que se hacen para dar gracias a los cielos.
Durante la primera semana despus de que soplara al fin el viento, nos vimos
acompaados de brisas y ventolinas suaves, aunque por las noches suframos
turbonadas y aguaceros que obligaban a los pilotos a tomar rizos y aferrar las
gavias varias veces. Pero a partir del da 7 el tiempo comenz a empeorar.
Una de aquellas tardes el mar se ti casi de repente de un color grisceo y
aparecieron nubarrones oscuros en el horizonte. Los maestres entonces supieron
que estbamos surcando y a las peligrosas aguas que atraen las ms recias
tempestades en aquellos mares.
Entonces hubo que prevenirse bajando a las bodegas la artillera y todo el
lastre necesario para mantener el peso en el centro del navo y evitar as que
diera el travs si se declaraba una tormenta.
Tambin se oy gritar la siguiente orden:
Cambiad las velas viejas por las nuevas! Trincad el velamen menudo en
vez del grande! Estirad la jarcia!
Saban bien los veteranos que deban ejecutar con prontitud y esmero estas
operaciones, porque de ello dependa salvarse del desastre.
Antes de que cay era del todo la noche, el viento arreciaba. Los semblantes se
volvieron graves y las miradas de los marineros oteaban el horizonte y, en vez de
darnos nimos a los que ramos inexpertos en los menesteres de la navegacin,
nos acentuaban los temores contando espantosas historias de naufragios.
Dorma y o plcidamente, acostumbrado y a al vaivn de la nao, cuando me
sobresalt de repente un brusco movimiento y una especie de estampido.
Despert entonces en la total oscuridad, sin saber de momento dnde me hallaba.
Rugan las maderas alrededor y un fuerte golpeteo arreciaba en las paredes.
Luego sent que me caa agua fra en el rostro y not que empezaba a estar
empapado. Al iluminarse la cmara por el sbito resplandor de un relmpago,
seguido de inmediato por el trueno, comprend que soportbamos una tormenta.
Sal al exterior. El viento bramaba y las olas se elevaban por encima de la
borda, alcanzando incluso los castillos de popa y proa. Todo rodaba a mi
alrededor, barriles, herramientas, fardos y poleas. Los marineros corran de lado
a lado, agarrndose a donde podan, vociferando, maldiciendo, tratando de atar lo
que estaba suelto y afianzando los pertrechos. Media docena de hombres, con el
piloto, trataban de sujetar el timn para gobernarlo, mientras el maestre se haba
amarrado en el puente y se desgaitaba tratando de hacerse or para dar las
rdenes, en medio del ensordecedor estruendo del mar embravecido. Vacilaba la
nave, movida de las olas, como una paja, esperando todos a cada tumbo nuestro
fin. No se pudieron valer con el timn los marineros, y as lo ataron casi sin
confianza. En esto, vino una oleada tan fuerte que termin derribando cuanto
quedaba en pie.
Para resguardarnos de tan aparatoso trance, los viajeros fuimos a la
entrecubierta estrecha y oscura, donde permanecimos agarrados a los asideros
de cuero que estaban fijados para estos casos. Durante largas horas, soportamos
la terrible tempestad, rezando, muertos de miedo por el zarandeo y el violento
subir y bajar del barco. El agua se colaba por todas partes, empapando ropas y
mantas, haciendo an ms incmoda la situacin. Agarrotados, tiritando y
vomitando todo lo que llevbamos en el estmago, solo en Dios ponamos nuestra
confianza aguardando a que nos librase de aquel brete.
En la total oscuridad, advertimos al fin el cesar del feroz oleaje. Era y a la
hora anterior al alba y pronto vino el alivio de una tenue luz colndose por la
escotilla. Salimos a la cubierta y contemplamos con felicidad un horizonte claro,
no obstante las densas y negruzcas nubes que an seguan ocupando gran parte
del cielo.
A bordo todo estaba mojado y el agua corra por las maderas y chorreaba en
los desniveles de las estructuras. Los marineros achicaban con cubetas, ataban
cabos, sujetaban las velas y trataban de recomponer el orden alterado por la
cantidad de cajas, fardos, toneles y enseres que se vean esparcidos por todas
partes. Los rostros estaban desencajados, los ojos con espanto an y los
movimientos de los miembros eran lentos a causa de la fatiga por la intensa
brega de la noche.
A medida que la calma retomaba al mar, unas nubecillas grises, azuladas,
iban invadiendo el cielo hacia oriente, hasta que enrojecieron y un victorioso sol
asom rozando con dorada y triunfal luz las crestas de las olas. Se vio entonces
toda la flota muy dispersa; mas, gracias a Dios, no se haba perdido ni un solo
navo.
El capelln subi a lo ms alto del alczar de popa y alz un crucifijo
gritando:
Demos gracias al Todopoderoso, hermanos! Gracias, Santa Mara
Bendita! ngeles y Potencias! Alabado sea el Altsimo! Recemos, hermanos!
Todo el mundo a bordo se santiguaba y se hincaba de rodillas, con las almas
transidas de emocin y fe.
Despus se sac la imagen de la Virgen Mara y se la pase en procesin por
la cubierta, mientras se entonaba el tedeum y la salve de los marineros,
sucedindose las estrofas largas y melodiosas que encendan los ojos en lgrimas
agradecidas.
La pericia del navegante
Se cuenta que se avist tierra en la isla Dominica, puerta que llaman de las Indias, y la
sorpresa y admiracin que caus en los viajeros la grandeza y frondosidad de aquellas tierras.
Tambin se cuenta cmo se hizo la aguada y la separacin de la flota conforme a sus diversos
destinos.
Del contento que tienen los viajeros y marineros cuando desembarcan en el puerto de
Portobelo; y de la gran feria que all se organiza a la llegada de los galeones; del alojamiento, la
pernocta y la vida regalada que se lleva en tierra, merced a la riqueza que hay en las Indias.
Se referencia a los temores que causan los corsarios a las autoridades y gentes de Portobelo; de
los presidios y aparatos necesarios para la defensa de estas costas y de los gastos que ocasionan.
Del tornaviaje, la reunin de los galeones y la travesa de las dos flotas de Indias juntas,
desde La Habana hasta las costas de Espaa.
Como y a le expliqu en su momento a vuestra excelencia, las dos flotas que van
a las Indias navegaron juntas este ao, precisamente para hacer frente a la
amenaza de los corsarios. La destinada a tierra firme, tambin llamada la de
Nombre de Dios o Flota de los Galeones, echaba el ancla en Portobelo a la
espera del tornaviaje, que se iniciaba en el istmo de Panam a mediados de
marzo, con objeto de reunirse todas las naves en La Habana en el mes de abril.
Sabido es que el regreso resulta mucho ms peligroso que la ida, pues smase al
riesgo de huracanes y tempestades el peligro de los piratas, que aumenta atrado
por el valor de la carga que se transporta; el tesoro real, compuesto por la plata
procedente de los tributos cobrados en las Indias y las remesas de los
comerciantes, amn de lo que se saca de las propiedades de nuestro seor el rey.
Pero no ha de pensarse que lo nico que se trae de las Indias es plata y oro.
Hay que destacar, adems, algunos productos valiosos y nicos que se dan all,
como son el tabaco, el cacao, la cochinilla, el ail, el palo del Brasil, el buen
cuero y las maderas nobles.
Por su parte, la otra flota, llamada Flota de la Nueva Espaa, que echa el
ancla en Veracruz, deba asimismo venir hasta La Habana, donde esperaban los
buques de guerra de escolta y as emprender ambas unidas el viaje de vuelta a
Espaa.
Como los barcos iban llegando lentamente, las autoridades de la mar se
impacientaban, porque se haba de partir antes del da 10 de agosto para evitar los
desastres que causaban los temporales en el Canal de las Bahamas. Si para esa
fecha no se ha reunido la flota, no queda ms remedio que demorar la partida
hasta el ao siguiente.
Aunque bien es cierto que mientras se aguarda la llegada de los barcos, bulle
la actividad en el puerto; no se desperdicia el tiempo y se prosiguen las tareas de
carenar y preparar las naves para la larga travesa.
Cuando estuvo al fin en el puerto el ltimo de los barcos, se mand hacer la
aguada, se cargaron los vveres para la travesa y se dio la orden de partida. La
flota zarp de La Habana y naveg hacia el noroeste, para atravesar el canal de
las Bahamas que, como digo, es uno de los pasos ms peligrosos. Es esta la vieja
ruta que los marinos veteranos llaman del piloto Alaminos. Y te ponen el alma en
vilo cuando, al navegar por aquellas aguas sembradas de arrecifes, te cuentan
que en el fondo del mar y acen multitud de galeones.
El viaje prosigui cerca de las Bermudas y luego arrumb recio en busca de
los vientos de poniente, para llegar a las Azores en donde se hace la escala. En
este puerto se tuvo noticia de la presencia de piratas en las aguas cercanas. Para
prevenir riesgos, se aprest la artillera y los barcos quedaron y a listos para el
combate en toda la singladura.
Se naveg hacia el Algarve y el cabo de San Vicente, y desde all se puso
proa a la desembocadura del Guadalquivir.
Ningn aviso se manda a Espaa de la llegada de la flota, por muy esperada
que sea, pues la noticia podra alertar a los piratas y acabar todo en desastre a las
puertas. La nica nueva del arribo es la que se tiene al verlas llegar a Sanlcar.
Desde la Barra, los galeones van remontando con aprieto el Guadalquivir.
Cuando al fin se avista el puerto de Sevilla, se siente una alegra muy grande y se
contempla el alivio en los rostros de los maestres y tripulantes. Qu emocin al
entonarse la salve marinera!
Eplogo