Segunda Carta Pastoral
Segunda Carta Pastoral
Segunda Carta Pastoral
Para ustedes y para los dems salvadoreos de buena voluntad, el gozo y la esperanza de nuestro
Divino Salvador.
En el Esplendor de la Transfiguracin.
Hace cuatro meses, en la fiesta de la Pascua, 10 de abril, dirig a Ustedes mi primer Carta Pastoral.
Fue la carta de mi presentacin y de mi primer saludo. Y el ambiente providencial de Cuaresma,
Pasin y Pascua con que el Seor quiso marcar mi ingreso de pastor a esta querida Arquidicesis
del Divino Salvador inspir el tema de aquellas letras que, por eso, titul Iglesia de Pascua.
Hoy, cuando el divino Salvador del mundo, titular de nuestra Iglesia particular, ilumina, como en
una pascua salvadorea, con el esplendor de su Transfiguracin, el camino de nuestra historia
eclesistica y nacional, creo oportuno dirigirme de nuevo a Ustedes que juntamente conmigo
forman esta porcin del Pueblo de Dios, que va peregrinando entre las persecuciones del mundo y
los consuelos de Dios (L. G: 8).
Porque los acontecimientos que se han sucedido en el pas antes y despus de aquella Pascua
inolvidable y la intensa vida eclesial que, en nuestra Arquidicesis, ha acompaado a estos
acontecimientos, exige una razn de nuestras actuaciones. Y nada me parece ms propicio para ello,
que esta nueva presencia luminosa y litrgica del Divino Salvador para confrontar con sus designios
divinos de salvacin, el camino por donde juntos hemos marchado como Pueblo de Dios.
Diversas reacciones.
Efectivamente, es necesario dar razn de la posicin de nuestra Iglesia, como una orientacin, desde
la luz de nuestra fe, a las mltiples reacciones que desde diversos acontecimientos, ha provocado
esta posicin que, en conciencia hemos credo evanglica.
Unos se han alegrado porque sienten a la Iglesia cercana a sus problemas y angustias y porque les
da una esperanza y participa de sus alegras.
Otros se han disgustado o entristecido porque sienten en la nueva actitud de la Iglesia una clara
exigencia de que ellos tambin deben cambiar y convertirse; y toda conversin es difcil y dolorosa
porque el cambio que se exige no slo se refiere a modos de pensar sino tambin a formas de vivir.
Muchos catlicos de buena voluntad han tenido la sensacin del descontento y quiz hasta ha
dudado de seguir los pasos actuales de su Iglesia y han preferido refugiarse en la seguridad de una
tradicin sin evolucin.
Otros, ms posedos por intereses egostas que por la pureza y fidelidad de la Iglesia, se han
escandalizado farisaicamente e incluso le han atacado en lo ms delicado de su corazn de Esposa
de Cristo, llamndola infiel al Evangelio.
1
Gracias a Dios que son incontables los hijos fieles de la Iglesia: sacerdotes, religiosos, religiosas y
laicos, que, comprometidos de corazn con las exigencias del Reino tal como Cristo lo anunci, se
han afianzado en su fe, en su esperanza y en su compromiso cristiano, y, desde, la Iglesia, le juran al
Seor como aquel apstol: Vayamos tambin nosotros y muramos con l (Jn. 11, 16).
S. Es la palabra de nuestra fe. Por tanto, no pretendo suplantar al necesario esfuerzo de la razn
humana en buscar soluciones concretas y viables a nuestros graves problemas. Pero con la luz de la
fe estoy seguro de ofrecer la contribucin que la Iglesia tiene que aportar para purificar y fortalecer
esos esfuerzos razonables porque los libera de torcidos intereses y les garantiza la complacencia de
Dios.
Es tambin la palabra de nuestra esperanza. No puede ser otra la palabra de la Iglesia, porque es la
palabra de la Buena Nueva, del Evangelio, de la liberacin que, por medio de la Iglesia sigue
anunciando Jess a los hombres. Y no es una esperanza ingenua la que proclama la Iglesia porque
va acompaada por la sangre de sus sacerdotes y sus campesinos: sangre y dolor que denuncia la
existencia de dificultades objetivas y de malas voluntades que se oponen a su realizacin, pero
sangre que tambin es expresin de voluntad de martirio y que, por tanto, es la razn y testimonio
de una esperanza que, desde Cristo, la Iglesia ofrece con toda seguridad a este mundo.
Resumen.
A la luz pues, de nuestra fe y de nuestra esperanza en Cristo, voy a exponer en esta Carta Pastoral
tres reflexiones:
2
nuevos ojos con que la Iglesia mira al mundo, tanto para cuestionarlo en lo que tiene de pecado,
como para dejarse cuestionar por el mundo en lo que ella misma puede tener de pecado.
Este es un cambio evanglico porque ha ayudado a que la Iglesia recobre su ms profunda esencia
cristiana enraizada en el Nuevo Testamento.
Esta nueva relacin con el mundo ha profundizado la conciencia de la Iglesia en dos sentidos: en el
sentido de su presencia en el mundo y en el sentido de su servicio al mundo.
Est en el mundo.
a) Quiz durante siglos la Iglesia no ha dado toda su importancia a lo que realmente estaba
sucediendo en el mundo. Ahora es distinto. Desde su primera Encclica (Ecclesiam Suam)
el Papa actual Pablo VI afirma que finalmente no debemos ignorar el estado en que hoy se
halla la humanidad en medio de la cual se desarrolla nuestra misin (n. 5). EL Concilio
Vaticano II siente profunda simpata por los problemas del mundo contemporneo: el
gnero humano se halla hoy en perodo nuevo de su historia, caracterizado por cambios
profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero (G. S. 4). Y
ms concretamente para nuestro Continente, nuestros Obispos Latinoamericanos afirmaron
en Medelln que el hombre de estos pases vive en un momento decisivo de su proceso
histrico (Justicia n. 1) y que existe en este hombre un anhelo de liberacin integral, que
ese lenguaje bblico se traduce como un vislumbro del siglo nuevo (lb. N. 5).
b) Los cambios del mundo son hoy para la Iglesia un signo de los tiempos para conocerse a s
misma. Siente que es Dios mismos quien la interpela a travs de esta novedad del mundo y
que tiene que ser consciente de esa novedad del mundo para responder a la Palabra de Dios
y calibrar su actuacin en y para el mundo.
c) La Iglesia actual tiene conciencia de ser Pueblo de Dios en el mundo; o sea, una
organizacin de hombres que pertenece a Dios pero que est en este mundo. Por que va
avanzando en este mundo... que entra en la historia humana (L. G. 9).
Lo que aqu se afirma es de importancia capital, porque el aspecto trascendentes que debe elevar la
Iglesia hasta Dios slo podr realizarlo y vivirlo estando en el mundo de los hombres y
peregrinando en la historia de los hombres. Por eso el Concilio proclama solemnemente al
comenzar su famosa Constitucin sobre la Iglesia en el mundo actual: los gozos y las esperanzas,
las tristezas y angustias de los discpulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no
encuentre eco en su corazn. La comunidad cristiana est integrada por hombres, que, reunidos en
Cristo, son guiados por el Espritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido, la
buena nueva de salvacin para comunicarla a todos. La Iglesia, por ello, se siente ntima y
realmente solidaria del gnero humano y de su historia (G. S. 1).
Unidad de la historia.
3
Para comprender mejor su relacin con el mundo, la Iglesia ha profundizado tambin este otro
concepto: la relacin que existe entre la historia de los hombres y la historia de la salvacin.
Durante muchos aos nos hemos acostumbrado a pensar que las historia de los hombres, sus gozos
y tristezas, sus logros y fracasos, son algo provisional y pasajero, de poca importancia en
comparacin con la plenitud final que espera a los cristianos. Pareca que la historia de los hombres
y la historia de la salvacin corran caminos paralelos que slo en la eternidad se juntaran. Pareca
que nuestra historia profana, a lo sumo, no era ms que un periodo de prueba para la salvacin o
condenacin definitiva.
La Iglesia actual tiene otra nocin de los que es la historia de los hombres. No es oportunismo ni
mero deseo de adaptarse al mundo lo que la lleva a pensar diversamente. Es porque ha recobrado
eficazmente la intuicin, que recorre todas las pginas de la Biblia, de que Dios est actuando en la
historia humana. Y por eso, debe tomar muy en serio la historia de los hombres. El Concilio
Vaticano II recuerda ciertamente el sentido tradicional de una Iglesia peregrina hacia la ciudad
futura y permanente (L. G. 9). Pero al mismo tiempo descubre fielmente en el mundo, el misterio
de Cristo, aunque entre penumbras, hasta que al fin de los tiempos se descubra con todo esplendor
(L. G. 8).
Con esas confirmaciones, Medelln pone fin al secular dualismo que ha existido entre nosotros, a la
separacin entre lo temporal y lo eterno, lo profano y lo religioso, entre mundo y Dios, entre
historia e Iglesia. En la bsqueda de la salvacin debemos evitar el dualismo que separa las tareas
temporales de la santificacin (Justicia n. 5).
El pensamiento actual de la Iglesia siempre es severo con la gravedad del pecado individual; el
pecado es, ante todo, un acto del individuo que en lo ms profundo de su voluntad niega y ofende a
Dios. Pero la Iglesia de hoy acenta ms que ante la gravedad del pecado por sus consecuencias
sociales. La malicia del pecado interior cristaliza en la malicia de las situaciones externas e
histricas. Medelln ha subrayado esta trgica realidad del pecado relacionando sus dos
dimensiones: la falta de solidaridad, que lleva en el plano individual y social, a cometer verdaderos
pecados, cuya cristalizacin aparece evidente en las estructuras injustas que caracterizan la
situacin de Amrica Latina (Justicia, n. 2). Y cuando trata de resumir, en una frase, en qu
4
consiste el pecado fundamental de nuestro tiempo, para nuestro Continente, no duda en afirmar que
esa miseria, como hecho colectivo, es una injusticia que clama al cielo (Justicia, n. 1).
Quizs en esta consideracin del pecado se encuentra una de las mayores y ms conflictivas
novedades de la relacin entre la Iglesia y el mundo. Propiamente la Iglesia ha denunciado durante
siglos el pecado; ciertamente ha denunciado el pecado del individuo y tambin ha denunciado el
pecado que pervierte las relaciones entre los hombres, sobre todos a nivel familiar. Pero ha vuelto a
recordar lo que, desde sus comienzos, ha sido algo fundamental: el pecado social, e decir, la
cristalizacin de los egosmos individuales en estructuras permanentes que mantienen ese pecado y
dejan sentir su poder sobre las grandes mayoras.
La necesidad de conversin.
En esta nueva poca de la historia de la Iglesia, se ha hecho ms evidente lo que siempre ha sido
verdad: la necesidad de conversin. Medelln lo dice as: para nuestra verdadera liberacin, todos
los hombres necesitamos una profunda conversin (Justicia n. 3). Lo importante es, sin embargo,
recalcar que esta sentida necesidad de conversin ha sido reforzada por esa mirada de la Iglesia al
mundo. Como lo afirmamos todos los Obispos de El Salvador, el 5 de marzo en nuestro Mensaje de
Conferencia Episcopal: los cristianos van tomando conciencia del radical NO que Dios
pronuncia sobre nuestro pecado de omisin.
Y la Iglesia no habla aqu slo de la conversin que otros deben realizar, sino, en primer lugar, de su
propia conversin es algo histricamente novedoso, aun cuando, desde antiguo, se ha dicho de la
Iglesia que siempre ha de ser reformada (siempre reformada). Y el apremio de esa conversin lo
ha captado no tanto al mirarse a s misma, incluso sus defectos y pecados, sino cuando ha mirado
hacia fuera, hacia el pecado del mundo. La Iglesia ha recobrado el ms originario lugar para la
conversin, volver nuestra alma hacia los ms humildes, los ms pobres, los ms dbiles, e
imitando a Cristo, hemos de comparecernos de las turbas oprimidas por el hambre, por la miseria,
por la ignorancia, ponindola constantemente ante nuestros ojos a quienes, por falta de los medios
necesarios, no han alcanzado todava una condicin de vida digna del hombre (Mensaje de los
Padres del Concilio Vaticano II a todos los hombres, 21-X-62, n. 9).
qu es lo que da este dinamismo y esta actualidad perenne a la eterna tradicin de la Iglesia? Cul
es la razn del cambio actual de la Iglesia frente al mundo y a la historia de los hombres? No es
5
oportunismo o infidelidad al Evangelio, como se ha repetido en nuestros das. La respuesta debe
buscarse en lo ms profundo de nuestra fe. A la luz de la fe en el misterio de la Iglesia, los cambios
en la Iglesia, lejos de degenerarla y hacerla infiel de la tradicin, la hacen ms fiel y la identifican
mejor con Jesucristo.
As se comprenden los cambios en la Iglesia. Son necesarios si la Iglesia quiere ser fiel a su divina
misin de ser el Cuerpo Histrico de Cristo. La Iglesia slo puede ser la Iglesia en la medida en que
siga siendo cuerpo de Jess. Su misin slo ser autntica si es la misin de Jess en las nuevas
situaciones y circunstancias de la historia del mundo. Por eso, en las diversas circunstancias de la
historia del mundo. Por eso, en las diversas circunstancias de la historia, el criterio que gua a la
Iglesia no es la complacencia o el miedo a los hombres, por ms poderosos y temidos que sean, sino
el deber de prestar a Cristo en la historia, su voz de Iglesia para que Jess hable, sus pies para que
recorra el mundo actual, sus manos para trabajar en la construccin del Reino en el mundo actual, y
todos sus miembros para completar la que falta de su pasin (Col. 1, 24).
Si la Iglesia se olvidara de esta identificacin con Cristo, Cristo se la reclamara, aunque incomode
y avergence a la Iglesia.
El Concilio Vaticano II y Medelln representan para nosotros, cristianos de hoy, la actitud humilde y
honrada de la Iglesia en su afn de ser el Cuerpo de Jess en esta interesante hora de la historia.
La persona de Cristo.
Es la voz ministeriosa del Padre, desde la nube luminosa la que nos presenta a Jess en la
montaa excelsa como el Hijo de sus complacencias al que ordena escuchar (Mt. 17, 1-9).
Verdadero Dios y verdadero Hombre. Como Hijo eterno es el ministerio inaccesible a la razn
humana, que slo se puede aceptar en la fe de los creyentes. Al afirmar que es verdadero Dios, est
afirmando que en El est la ltima verdad, la ltima respuesta al ministerio de la existencia e
historia de los hombres. Afirma tambin que ese Cristo con su humanidad, fue resucitado por el
Padre y est ahora sentado a su diestra como nico Seor de vivos y muertos. Pero la fe cristiana
hace tambin otra fundamental afirmacin, que hoy como ayer, es locura para los griegos y
escndalo para los judos (1 Cor. 1, 23), es que ese Hijo eterno del Padre se hace hombre, hermano
nuestro, igual en todo a nosotros menos en el pecado (Hebr. 4, 15).
Slo a la luz de Cristo, de sus actividades y de sus enseanzas puede encontrar la Iglesia el sentido
y el criterio de su presencia y de su servicio en el mundo. Por eso el estudio y la contemplacin de
6
Cristo constituye la principal preocupacin de los que constituimos su Iglesia. Voy a ofrecerles una
breve resea de mensaje de Jess para que luego confrontemos con ella la actitud de nuestra Iglesia
y veamos si est siendo, hoy y aqu, el verdadero Cuerpo histrico de Jess.
Sus oyentes entendieron lo que esto significa: un modo de convivir entre hombres de modo que se
sintieron hermanos y de esta forma tambin hijos de Dios. Resonaban en las palabras de Jess las
antiguas profecas que anunciaban en el plan de Dios para salvar a los hombres, pero en Jess
cobraban una fuerza ltima; el Reino de Dios ya desde esta tierra tiene que hacer a todos los
hombres hijos del Padre de Jesucristo y, por ello tienen que ser humanos; o, dicho de otra forma: en
el esfuerzo por llevar a ser hermanos se hacen tambin hijos de Dios. La fe en Dios exige, por tanto,
una tica en este mundo y en la realizacin de esa exigencia tica tambin se va construyendo la fe
en Dios.
Es evidente tambin le preferencia de Jess por los pobres en el anuncio del Reino. San Lucas nos
presenta, en el discurso programtico de Jess, la profeca de Isaas que se cumpla en Cristo: El
Espritu del Seor sobre m, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena
Nueva, a proclamar la liberacin de los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los
oprimidos y proclamar un ao de gracia del Seor (Lc. 4, 18-19). Esta preferencia de Jess hacia
los pobres recorre el Evangelio. A ellos se dirige fundamentalmente en sus curaciones, exorcismos;
con ellos convive y como; se une, defiende y promueve a todas aquellas personas que, por razones
sociales y religiosas, estaban desclasadas en su tiempo: los pecadores, los publicanos, las
prostitutas, los samaritanos, los leprosos, etc. Ese acercarse de Jess a los hombres, marginados por
la sociedad de su tiempo, es el signo que El pone para garantizar el contenido de lo que predica: que
el Reino de Dios se acerca.
...llama a la conversin.
Ese mensaje de esperanza va unido en Jess a una llamada a la conversin. As como Jess no
quiere excluir a nadie del Reino, as tambin llama a todos a una sincera conversin del corazn que
se manifestare en obras externas. Sin esa conversin no hay posibilidad de entrar en el Reino, pues
la puerta que a El lleva es estrecha (Mt. 7, 13s.) y el camino difcil; hay que estar dispuesto a dejarlo
todo, incluso hacienda y familia; hay numerosos ejemplos de conversin de todo tipo de hombres:
el rico Zaqueo, el letrado Nicodemo, el Centurin Romano, la mujer pecadora, Lev el recaudador
de impuestos, aquellos pecadores que se convierten en sus fieles seguidores.
Jess no excluy por lo tanto, por lo tanto a nadie, ni de su mensaje ni de la invitacin a entrar en el
Reino. Am a todos sus contemporneos; y porque les am realmente a todos ellos, les pidi la
conversin, o sea, aquel cambio de corazn que humaniza a todos los hombres, y que estaba
oscurecido y ahogado por las riquezas, por el poder, por el orgullo, por la seguridad en las
tradiciones de la ley. Jess buscaba realmente que todos se convirtiesen en el hombre nuevo, en el
hombre del Reino.
...denuncia el pecado.
Jess realiz su misin y su servicio a los hombres, en un mundo y en una sociedad concreta. Ese es
el ms profundo significado de lo que los cristianos afirmamos, al hablar de la encarnacin del Hijo
de Dios: tom carne en la historia real de su tiempo. Aquella historia, como tantas otras historias de
la humanidad, estaba dominada por el pecado; y por ello Jess, al positivo anuncio del Reino de
Dios, aade la clara denuncia del pecado de su tiempo. Si lo que Jess anuncia es el Reino de Dios,
7
pecado es para Jess todo aquello que impida, imposibilite o destruya el Reino de Dios. Por ello,
con la valenta de un hombre libre, denuncia el falseamiento que se ha hecho de Dios, manipulando
en tradiciones humanas que destruyen la verdadera voluntad de Dios (Mc. 7, 8-13), denuncia el
falseamiento del templo, que, siendo casa de Dios, lo han convertido en guarida de ladrones (Mc.
11, 15-17), denuncia una religin sin obras de justicia, como en la conocida parbola del buen
samaritano (Lc. 10, 29-37). Denuncia tambin la actitud de todos aquellos que han hecho del poder,
no un medio de servicio a los desvalidos y sin poder, sino una manera de mantenerles en la
opresin. Por ello acusa a los ricos de no compartir su riqueza (Lc. 6, 24); a los sacerdotes, de poner
cargas intolerables (Lc. 11, 46); a los sabios, que se han llevado la llave de la ciencia, y dejan sin
cultura a los dems (Lc. 11, 52); a los gobernantes, que buscan su propio provecho y no el servicio a
su pueblo (Mt. 20, 25s.).
Estas denuncias le ocasionaron a Jess frecuentes polmicas ya desde los comienzos de su vida (cfr.
Mc. 2, 1-3), riesgos personales e incluso la persecucin. Esta persecucin lo acompa a lo largo de
toda su vida, hasta que, al final, fue acusado de blasfemo (Mc. 14, 64) y de agitador de las masas
(Lc. 23, 5) y por ello fue condenado y ajusticiado.
En esa tarea, como lo ha recordado siempre la Iglesia, tiene que seguir proclamando su fe en
Jesucristo y tiene que seguir la obra que le mismo Jess realiz en la historia. Y, al hacer esto, est
siendo el Cuerpo de Cristo en la historia.
A lo largo de su historia, la Iglesia ha realizado, con mayor o menor fortuna, ese ideal de los
primeros cristianos en su seguimiento de Jess. Ha sabido pocas en que la Iglesia ha sido ms
claramente Cuerpo de Cristo en la Historia, y pocas en que no lo ha sido tan claramente, o
incluso lo ha desfigurado, porque se ha acomodado al mundo, buscando ms ser servida por El que
8
servirle a El; otras veces ha querido servir realmente al mundo. Y en esas ocasiones ha
experimentado como su Fundador, el rechazo del mundo de pecado y an la persecucin. Ese fue el
destino de los primeros cristianos, de Pedro y Juan ante los tribunales, del dicono Esteba, de
Pablo...
En los ltimos aos es de todos conocido el inters de la Iglesia en pronunciarse en materias que
ataen a la convivencia ordenada y racional entre los hombres. Desde la encclica Rerum Novarum
de Len XIII (1891) hasta la reciente exhortacin Evangelii Nuntiandi de Pablo VI (1976), han
sido numerossimos los documentos que ha publicado la Iglesia tratando de orientar lo que, en una
poca determinada, son los problemas cruciales de las sociedades con el inters de que, al denunciar
los pecados y al apuntar a vas de solucin, se vaya dando en el mundo el Reino de Dios.
En cumplimiento de este deber la Iglesia, los Obispos de El salvador escribamos el 5 de marzo del
corriente ao: As como la injusticia es bien concreta, as la promocin de la justicia ha de ser
tambin concreta. Nadie debiera extraarse de que la Iglesia anime, oriente y fomente los
mecanismos concretos de hacer justicia. En estos mecanismos concretos realizan mejor el ideal del
Reino de Dios. Y en nuestro mensaje colectivo del 17 de mayo, agregbamos: La Iglesia cree que
el mundo est llamando a ser sometido a Jesucristo por una paulatina instauracin del Reino de
9
Dios... Cree en el Reino de Dios como progresivo cambio del mundo del pecado en un mundo de
amor y justicia, que comienza ya en este mundo y tiene su cumplimiento en la eternidad.
Tratar aqu, pues, de presentar a la Arquidicesis fiel al Evangelio, y, por eso, perseguida, pero que
desde su persecucin afianza su unidad y ofrece al pueblo con ms eficacia su mensaje de esperanza
y amor.
Fiel al Evangelio.
Precisamente en los momentos en que la Arquidicesis est haciendo un gran esfuerzo por ser fiel al
Evangelio, se oyen voces que la acusan de aquello que ms le puede doler: de haber traicionado al
Evangelio. Son mltiples estas voces, pero podemos reducirlas a estos tres captulos: a) la Iglesia
predica el odio y la subversin, b) la Iglesia se ha hecho marxista, c) la Iglesia ha sobrepasado los
lmites de sus misin para meterse en poltica.
Son acusaciones muy graves que necesitaran un largo tratamiento. Pero baste esta breve respuesta
que convencer a los corazones sinceros.
Ni odio ni subversin.
En ningn momento, ni an en las situaciones ms dolorosas de sacerdotes asesinados y de fieles
cristianos muertos o desaparecidos, la Iglesia ha llamado al odio ni a la venganza. La Iglesia ha
seguido predicando el mandamiento de Jess amaos los unos a los otros (Jn. 15, 12). Este es el
mandamiento al que la Iglesia no puede renunciar ni ha renunciado, tampoco en los ltimos meses;
an, ha recordado que hay que orar por los que persigue y calumnian (Mt. 5, 44).
10
Pero la Iglesia ha recordado tambin que el amor que predica tiene por modelo al amor de Jess,
amaos... como yo os he amado; y ste no se reduce a un amor sentimental y abstracto, sino que
fue un amor gratuito y eficaz, porque lo llev a dar la vida por sus enemigos y buscaba la
conversin de los hombres para liberarlos del pecado y sacarlos de la oscuridad. Por ello es cierto
que la Iglesia , como Jess, debe extender su amor a ricos y pobres; con todos ellos debe sentarse a
la mesa, pero con el espritu de Jess. El entr en casa del rico Zaqueo en busca de la salvacin de
su casa (Lc. 19, 9). Y Zaqueo devolvi el cudruplo de los bienes defraudados y entreg la mitad de
sus bienes a los pobres. Y Jess se sent a la mesa de los pobres y pecadores para defender sus
derechos, llamndolos tambin a la conversin. El amor de Jess hizo que se dirigiese a todos los
hombres; pero de manera distinta: a los hombres deshumanizados por el afn de lucro, les mostr
claramente, por amor, el camino para recobrar su perdida dignidad de hombres; con los pobres,
deshumanizados por la marginacin se sent tambin por amor, a su mesa para devolverles la
esperanza.
No ha habido odio ni venganza en la actuacin de la Iglesia, sino recordar esa gran verdad de Jess:
que el amor quiere humanizar en verdad a todos los hombres, y para ello debe buscar modos
eficaces de devolver la humanidad a quienes la hayan perdido.
Ni marxista.
Otra forma de acusar de infidelidad a la Iglesia es llamarla marxista. Lo que podemos llamar
marxismo es un fenmeno complejo que hay que estudiar desde el punto de vista econmico,
cientfico, poltico, filosfico y religioso, y hay que considerar adems al marxismo dentro de su
propia historia. Lo que la Iglesia afirma, y lo ha recordado la Conferencia Episcopal, en su Mensaje
colectivo de mayo, es que el marxismo, en cuanto ideologa atea es incompatible con la fe cristina.
Esa conviccin es constante en la historia de la Iglesia. La Iglesia no puede ser marxista en este
sentido. El problema real, sin embargo, consiste en que a la tradicional condenacin del atesmo
marxista, la Iglesia aade ahora igualmente la condenacin del sistema capitalista, al que se
denuncia tambin como uno de los materialismos prcticos. (Mensaje de mayo). La Iglesia es bien
consciente de que vive en medio de ideologas y prcticas sociales concretas, por ello ha analizado
y ponderado lo que se esconde de bueno y malo, de atraccin y tentacin tanto de las corrientes
socialistas como en la ideologa liberal (cfr. Octogesima Advenies de Pablo VI, n. 30-37). Pero al
auscultar y dar su juicio sobre las diversas ideologas le mueve, en primer lugar, el inters tico
propio de su fe, y no tanto el dar juicios tcnicos sobre los medios concretos que las diversas
ideologas ofrecen. En ese inters tico, la lnea de la Iglesia ha sido constante desde Len XIII
hasta Pablo VI. Aunque se ha formulado de distintas maneras el inters de la Iglesia siempre ha sido
el de defender los derechos fundamentales de la persona en el ejercicio de los bienes materiales para
que los hombres puedan vivir con dignidad. Hablando por ejemplo Po XII de la propiedad privada,
apunta claramente al problema tico cuando deca: Querramos abstenernos de calificar la
conducta prctica de algunos partidarios del derecho de propiedad que, con su manera de interpelar
11
el uso y respeto a la propiedad, consiguen, mejor que sus adversarios, poner en peligro esta
institucin (7-III-1948).
A la Iglesia, por lo tanto, no le interesa ninguna ideologa como tal y debe estar dispuesta a prestar
su palabra crtica a la absolutizacin de cualquiera de ellas. Como se ha repetido abundantemente,
en los ltimos tiempos y por varios episcopados latinoamericanos, los intereses creados son los que
intentan hacer pasar por marxista la actuacin de la Iglesia, cuando sta recuerda los ms
elementales derechos del hombre y pone todo su poder institucional y proftico al servicio de los
desposedos y dbiles. Como ha dicho la Conferencia Episcopal de Chile, y lo ha recogido nuestra
propia Conferencia Episcopal: tambin es ayudar al marxismo, por cierto sin quererlo, el
considerar marxista o sospechoso de marxismo, a todo aquel que lucha por la dignidad del hombre,
por la justicia y la igualdad, al que pide participacin, al que se opone a la prepotencia (n. 4).
Ni Poltica.
Por ltimo, hay que recordar la correcta relacin entre la Iglesia y la vida poltica. Es comprensible
que el mensaje y la actuacin de la Iglesia, por ser el mensaje y la actuacin de Cristo, tenga
repercusiones muy vivas en la sociedad en que vive y en lo que puede denominarse como poltico.
Pero la actuacin de la Iglesia no tiene, como mecanismos suyos apropiados, los llamados partidos
polticos o agrupaciones equivalentes. Enfticamente ha repetido la Iglesia que ella no hace poltica
partidista.
La correcta relacin entre la Iglesia y la comunidad poltica fue definida por el Concilio Vaticano II:
en primer lugar; ambas comunidades coinciden en el destinatario de sus esfuerzos, porque las dos,
aunque con diverso ttulo, estn al servicio de la vocacin personal y social de los mismos
hombres (G. S. 76). De ah que la Iglesia proclama como ideal, que, mantenimiento cada una su
propia autonoma, existe entre ella y la comunidad poltica una sana cooperacin para prestar con
mayor eficacia ese servicio a los hombres. Pero adems de esa deseada colaboracin, la Iglesia tiene
derecho y la obligacin de pronunciarse tambin sobre el mismo orden poltico: siempre y en todas
partes es de justicia que (la Iglesia) pueda predicar con libertad la fe, ensear su doctrina social,
ejercer sin trabas su misin entre los hombres e, incluso, pronunciar el juicio moral, an en los
problemas que tienen conexin con el orden poltico, cuando lo exijan los derechos fundamentales
de la persona o la salvacin de las almas, utilizando todos y solo aquellos medios que sean
conformes al Evangelio y convengan al bien de todos, segn la diversidad de los tiempos y
circunstancias (ibid).
Por todo ello, la Iglesia, lejos de traicionar al Evangelio al pronunciar su palabra, en estos ltimos
meses y aos, no ha hecho ms que cumplir con su misin. Precisamente porque le interesa el bien
de todos los hombres y de todo el hombre, ha pronunciado una palabra sobre los acontecimientos
del pas, porque as lo ha exigido la defensa de los Derechos Humanos y la salvacin de las almas.
12
Pero, ms que repetir tan lamentables recuerdos, me parece ms importante hacer una reflexin
cristiana sobre todos estos ataques, ya que han surgido voces que, a pesar de todos estos atropellos,
desmienten la persecucin y culpan ms bien a la Iglesia de lo que ha sucedido y de la situacin de
violencia de nuestro pas.
En primer lugar, nadie debiera extraarse de que la Iglesia sea perseguida precisamente cuando es
fiel a su misin. Ya lo dijo el Seor: no es el siervo mayor que su Seor tambin a vosotros os
perseguirn (Jn. 15, 20). Y desde el comienzo los cristianos experimentaron la persecucin.
Cundo realmente se persigue a la Iglesia? La Iglesia, dije antes, no es un fin en s misma, sino que
est al servicio de su misin. Perseguir a la Iglesia, por tanto, no consiste en atacarla directamente,
en privarla de privilegios o en desconocer o en desconocerla jurdicamente. Lo ms profundo de la
persecucin a la Iglesia consiste en imposibilitarle llevar a cabo su misin y en atacar a los hombres
a quienes ella se dirige con una palabra de salvacin.
En nuestro pas, aun cuando jurdicamente la Iglesia es reconocida, en los ltimos meses se ha
atacado su misin, se ha atacado a sus sacerdotes y catequistas que pretendan anunciar y ayudar a
realizar el Reino de Dios. Y se ha atacado tambin y, sobre todo, al pueblo salvadoreo, se han
conculcado sus derechos humanos, que forman parte de la responsabilidad de la Iglesia. Y, segn la
fe de la Iglesia, esta persecucin toca al mismo Cristo, porque toca a Cristo quien toca a sus
cristianos, sobre todo si se trata de los ms pobres: Saulo, Saulo, por qu me persigues? (Hechos
9, 5), pregunt Cristo a quien persegua a sus cristianos. Y en el juicio final Cristo revelar que
todo lo que hicisteis con uno de estos ms pequeos, conmigo lo hicisteis (Mt. 25, 40).
En este sentido, profundo la Iglesia puede hablar de persecucin y pedir que cese la persecucin.
Existe persecucin a la Iglesia cuando no se permite anunciar el Reino de Dios con todas sus
derivaciones de justicia, paz, amor y verdad; cuando no se tolera denunciar el pecado de nuestro
pas que sume a los hombres en la miseria; cuando no se respetan los derechos de los salvadoreos,
y cuando aumentan los desaparecidos, los muertos y calumniados.
Es importante recordar tambin que se persigue a la Iglesia porque quiere ser en verda la Iglesia de
Cristo. Mientras la Iglesia predique una salvacin eterna y sin comprometerse en los problemas
reales de nuestro mundo, la iglesia es respetada y alabada, y hasta se le conceden privilegios. Pero si
la Iglesia es fiel a su misin de denunciar el pecado que lleva a muchos a la miseria, y si anuncia la
esperanza de un mundo ms justo y humano, entonces se la persigue y calumnia, tildndola de
subversiva y comunista.
En esta poca de persecucin la Iglesia de la Arquidicesis nunca ha devuelto mal por mal, no ha
llamado nunca a la venganza y al odio, sino que ha llamado a la conversin de sus perseguidores; y,
en los problemas difciles del pas, ha procurado siempre promover la justicia y evitar males
mayores.
Esta Iglesia espera, con la ayuda de Dios, seguir dando el testimonio de fortaleza cristiana en medio
de todas las dificultades, sabiendo que slo as cobrar la credibilidad de lo que anuncia: que es una
Iglesia que se ha puesto del lado de los que sufren, y que no le arredran de las persecuciones que
ella sufre, cuando provienen de la fidelidad a su Divino Fundador y de su solidaridad con los ms
necesitados.
La unidad de la Iglesia.
El servicio al Evangelio y la persecucin a la Iglesia han tenido como fruto precioso la unidad de la
Arquidicesis, de una forma desconocida hasta ahora. Con alegra hemos podido constatar que
13
muchas barreras han desaparecido. Nunca como ahora se ha dado la unidad de los Pastores con los
Religiosos, Religiosas y Laicos. Son innumerables las cartas de solidaridad y de estmulo para
continuar viviendo este testimonio, recibidas de Cardenales, Obispos, Conferencias Episcopales,
gremios sacerdotales, religiosos y laicales. Hemos recibido tambin adhesiones de muchos
hermanos separados de dentro y fuera del pas, a quienes queremos agradecer pblicamente su gesto
fraternal y cristiano. Recordamos tambin con alegra, porque queremos agradecer pblicamente su
gesto fraternal y cristiano. Recordamos tambin con alegra, porque han sido expresiones de unidad,
las diversas eucaristas multitudinarias, las procesiones, las innumerables reuniones y los contactos
privados con comunidades y toda clase de personas. Esta unidad y solidaridad es para mi un signo
muy claro de que hemos elegido el camino correcto.
Pero, de nuevo, los acontecimientos de los ltimos meses nos recuerdan que la unidad de los
cristianos se consigue no slo con la confesin de labios de una misma fe, sino en la puesta en
prctica de esa fe; se consigue alrededor de un esfuerzo comn, de una misma misin; se consigue
en la fidelidad a la Palabra y a la exigencia de Jesucristo, y se cimenta en el sufrimiento comn. No
puede haber unidad en la Iglesia ignorando la realidad del mundo en que vivimos; por ello, aunque
la manifestacin de la unidad ha sido impresionante, no ha sido total. Algunos que se llaman a s
mismo cristianos, por ignorancia o por defender sus propios intereses, no han contribuido a la
unidad de la Arquidicesis, sino que, anclados en un falso tradicionalismo, han malinterpretado la
actuacin y enseanza de la Iglesia actual, han pretendido desor la voz del Vaticano II y de
Medelln y se han escandalizado del nuevo rostro de la Iglesia.
Apelamos pues, de nuevo, a la unidad de todos los catlicos y la deseamos vivamente; pero no
podemos poner como precio de esa unidad el cesar en nuestra misin. Recordemos que lo que
divide no es la actuacin de la Iglesia, sino el pecado del mundo y de nuestra sociedad.
Lo que ha ocurrido en nuestra Arquidicesis y lo que siempre ha ocurrido cuando la Iglesia es fiel a
su misin, es que cuando la Iglesia se introduce, con una intencin salvadora y liberadora en el
mundo del pecado, el pecado del mundo se introduce en la Iglesia y la divide; separa a los cristianos
autnticos y de buena voluntad de los cristianos de nombre y apariencia.
En estos momentos, ms que nunca, la Arquidicesis necesita de la unidad, tanto para hacerse
creble como para ser eficaz. La Iglesia se hace creble cuando unifica sus esfuerzos, no en su
propio provecho, sino en servicio al Evangelio de Cristo. Y la Iglesia necesita la unidad para ser
tambin eficaz. En los ltimos meses la Arquidicesis ha perdido muchos sacerdotes y catequistas;
pero por otra parte, dichosamente se ha incrementado el trabajo pastoral al incrementarse la
conciencia de muchos catlicos. La Iglesia se ve forzada a asumir nuevas tareas en los medios de
comunicacin social, como son nuestro semanario Orientacin y nuestra radio YSAX, nuevas tareas
en colegios catlicos que quieren avanzar en una pastoral autnticamente cristiana y social, nuevas
tareas en parroquias en las que los laicos quieren realmente poner su voz y su esfuerzo al servicio de
la misin evangelizadora de la Iglesia.
14
Es cierto que la actuacin de la Arquidicesis en los ltimos meses est produciendo sus frutos en el
inters de muchos jvenes por la vida sacerdotal y religiosa, pero es tambin cierto que, a travs de
la persecucin a los sacerdotes, el Seor est llamando claramente a los laicos a que asuman sus
responsabilidades dentro de la Iglesia. Este es el momento para que todos los catlicos nos sintamos
verdaderamente Iglesia, demos todos el testimonio de nuestra fe y todos colaboremos a la
Evangelizacin, tanto al extender la fe en Cristo como al extender su Reino y traducirlo en
estructuras de justicia y paz.
La esperanza de la Iglesia.
Por paradjico que parezca, nunca ha existido en nuestra Arquidicesis tanta esperanza como ahora,
en uno de los momentos ms difciles de su historia. La persecucin no ha producido el desnimo,
el repliegue o la claudicacin, sino la esperanza cristiana. Esto se ha demostrado en la fortaleza con
que muchos cristianos, sacerdotes y laicos, hombres de la ciudad y campesinos, han actuado en los
ltimos meses. Se ha mostrado tambin en un movimiento de conversin. Se ha mostrado en la
solidaridad de muchos cristianos con nuestra actuacin, segn las expresiones de centenares de
cartas y telegramas.
El cristiano es el hombre de la esperanza. Qu nos separar del amor de Cristo? (Rom. 8, 35)
preguntaba S. Pablo. Y, siguiendo su idea, tambin nosotros afirmamos que ni las muertes, ni las
expulsiones, ni los sufrimientos son capaces de apartarnos del amor de Cristo y de seguir su camino.
Aqu, en el amor de Cristo, est el fundamento de nuestra esperanza.
Pero esta esperanza slo toma cuerpo entre la convivencia fraternal de los hombres; por eso nuestra
esperanza en Cristo nos hace desear un mundo ms justo y ms fraternal. Por eso la Iglesia de la
Arquidicesis est interesada y esperanzada en que nuestro pas tenga, fuera y dentro de nuestras
fronteras, una imagen nueva y mejor. Y precisamente por eso repite la Iglesia que el objeto de su
esperanza est inseparablemente unido a la justicia social, al mejoramiento real del hombre
salvadoreo, sobre todo de las mayoras campesinas, a la defensa de sus derechos humanos, del
derecho a la vida, a la educacin, a la vivienda, a la medicina, al derecho de organizacin, sobre
todo aquellos que, como los campesinos, son ms fcil vctima de la opresin cuando se les priva de
tal derecho.
Por ltimo, quiero repetir mi esperanza, que es esperanza de toda la Arquidicesis, de que el
Gobierno comprenda cun correcta y humanitaria ha sido la accin de la Iglesia, la cual no puede
cesar en esa misin de evangelizacin integral. La Iglesia no tiene inters en que contine esta
situacin tensa con el Gobierno, al contrario, su ideal expresado en el Concilio es el de llegar a una
sana cooperacin; pero para que esto sea as, tiene que existir una base slida de servicio sincero a
todos los salvadoreos. Por eso, al ofrecimiento de dilogo del Seor Presidente, la Iglesia reitera su
disponibilidad de dilogo, siempre que el dilogo est basado en un lenguaje comn y no en el
desprestigio y la difamacin del lenguaje de la Iglesia; y siempre que una secuencia de hechos
logren restituir a la Iglesia la confianza perdida. Tales hechos, desde luego, son los hechos de
justicia y de reconciliacin, como la aclaracin de la suerte de tantos desaparecidos, el cese de
capturas arbitrarias y de torturas, el regreso a sus hogares con garanta de libertad de todos los que
huyen vctimas del terror, el regreso al pas de los sacerdotes que lo tienen prohibido sin motivo
justo, la revisin de las expulsiones de sacerdotes oyndolos en juicio.
El dilogo que se iniciara en ese clima de justicia y confianza, de cara al bien comn del pueblo, de
ninguna manera buscara privilegios ni se basara en competencias de carcter poltico, sino que
tendra a esa sana cooperacin entre Gobierno e Iglesia para la creacin de un orden social justo,
eliminando progresivamente las estructuras injustas y promoviendo los hombres nuevos que el
pas necesita para manejar y vivir en las nuevas estructuras de la justicia, de la paz y del amor.
15
CONCLUSIN.
Cuerpo de Cristo en la historia, la Iglesia de la Arquidicesis va comprendiendo mejor cada ao que
la fiesta del 6 de agosto es algo ms que una fiesta titular. Es ms bien la celebracin de una alianza
que compromete hasta una identificacin de pensamiento y de destino a todos los salvadoreos
bautizados con el Divino Salvador del Mundo. Porque todos los bautizados formamos la Iglesia que
encarna a Cristo en la historia de nuestra Patria.
Nuestro compromiso cristiano ya no nos deja tener una inspiracin u objetivo distinto del mensaje y
de inspiracin de Cristo para construir la historia salvadorea. Si no somos fieles a este
compromiso, construyendo una patria mejor que refleje en nuestra historia de la tierra el Reino
definitivo de los cielos, traicionaremos nuestra misma fe y nuestra misma Patria. Nuestra fidelidad a
Cristo, Seor de nuestra historia, nos dar la satisfaccin profunda de haber sido con l los
constructores de su Reino aqu en El Salvador, para felicidad de todos los salvadoreos.
Que la Reina de la Paz, Patrona tambin principal de nuestro pas, Madre del Cuerpo original de
Cristo y por eso mismo Madre del Cuerpo de Cristo que se prolonga en la historia, cuide con
proteccin poderosa de Madre a nuestra Iglesia y a nuestra Patria. Bajo su palma encarne aqu en el
pueblo salvadoreo el Reino de Dios que Cristo sigue predicando mediante su Iglesia. Un Reino
que no usurpa vuestras prerrogativas, sino que salva todo lo humano de su fatal caducidad, lo
transfigura, lo llena de esperanza, de verdad y de belleza (Mensaje del Concilio a los Gobernantes,
n. 4).
San Salvador, en la fiesta de la transfiguracin del Seor, seis de Agosto de mil novecientos setenta
y siete.
16