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Morirse

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Morirse.

Reflexión sobre la muerte de las personas desde la


metodología de las vivencias saturadas de Julián Marías

Asunción Velilla

2013

1
ÍNDICE

Prólogo p. 3

Introducción

El método de las vivencias saturadas 4

Persona 5

I Morirse 7

II Educar es educarse 9

III Estar a la muerte 11

Conclusiones 12

Bibliografía 15

2
Prólogo

Una herida se delata en el que habiendo dejado el país retorna a él al cabo de algún
decenio, ya no para unos días puntuales, sino porque la fuerza de la realidad exige
la vida en España. La herida tiene que ver con una expectativa, la de convivir con
personas encarnadas en la vida, por encima de una nacionalidad, una profesión, o
lo que nos sea dado. Persona en el sentido que estudiara Julián Marías con la
evidencia que debe dar la filosofía, por supuesto.

Si en el núcleo de este retorno se encuentra la muerte de un ser querido, la herida


habrá de cicatrizar para obrar su latencia: “Lo patente -una breve isla de océano
manifiesto- está rodeado de un océano de latencia: lo que está más allá, lo
recóndito, lo olvidado, lo futuro, lo posible”. (Marías 1983: 20). Esta condición es
necesaria para estar en la vida y pensar -en los términos de Ortega que tantas
veces trae Marías-, cómo saber a qué atenerse respecto a la realidad. Y para el
propósito que procuraré realizar, a tenor del título.

Me orientan en la incertidumbre, y me llaman a la mesura, las palabras con las que


termina su prólogo al Breve tratado de la ilusión Julián Marías: “No estoy seguro de
poder escribirlo. Pero voy a intentarlo” (Marías 2009: 9), pues dan cuenta del valor
del esfuerzo de las personas y de su carácter proyectivo, en concepto que tomaré
del autor. Mi esfuerzo va a ser por ahora más humilde, pero mi ilusión tiene la
envergadura de todo proyecto humano recibido y legado, por lo tanto forjado
también en silencios compartidos.

3
Introducción

El método de las vivencias saturadas

He escogido esta denominación frente a otra de Marías: método como estudio de


las formas plenas, por su connotación pictórica en la idea de saturación de un color,
o la vividez de un color que se amasa y expresa junto a los que están al lado, a los
que da y de los que toma, para llegar a la percepción del admirador de la obra.
Ahora bien, ambas expresiones dan cuenta de la interpenetración: “Esto me llevó a
forjar, por contraposición con el principio físico de la impenetrabilidad de los
cuerpos, el concepto de interpenetración de personas, extraña convivencia que no
destruye la soledad” (Marías 1996: 151). Hago extensivo el concepto al arte y la
vida, de la transparencia, como ámbito de la sensibilidad, en que se conforma la
vida de las personas: de la posibilidad de crear de las personas; de inventar, en
precisión de Marías.

Los antiguos pintores chinos consideraban la disposición correcta para pintar


semejante a la del que se prepara para recibir a un huésped importante: una mezcla
de trabajo y espíritu de acogida. El arte, concentración del alma consigo misma y de
todas las cosas con el alma, que desemboca en la obra cuando ésta quiere, es el
paradigma para las obras emprendidas por las personas, incluida la buena ciencia.
Así no está de más recordar que Platón antes de escribir intentó pintar, y quizá, en
la pintura, descubrió los secretos de la filosofía 1: “A la filosofía se llega; en rigor, se
está siempre llegando” (Marías 1983: 19). A la redonda verdad se puede llegar de
muchas formas, siempre que se llegue, para eso es redonda, en idea que le tomo a
Parménides; permítasemé porque, paradójicamente si se quiere, voy a atender a la
estructura empírica de la vida humana, que, expresando su carácter de novedad
intelectual, presenta Marías en su Antropología filosófica.

La obra de Marías fluye con naturalidad entre amplios paisajes antropológicos y


metafísicos, con vigor y rigor metódico. No es frecuente encontrar remansos en ella,

1 Las ideas aquí mencionadas en torno al arte nacen en conversación con el filósofo colombiano Ciro Alonso
Páez Álvarez, puesto que le son debidas conviene decirlo.
4
pero hay un punto donde se detiene y remansa con alguna regularidad, donde le
espejean de asombro los siglos de desatención de una estupenda oportunidad
filosófica: la persona en su realidad concreta y empírica, que está viva y que se
ilusiona. Sobre todo: “Esta inseparabilidad entre realidad e interpretación o teoría
pone en peligro la radicalidad de la vida” 2 (Marías 1983: 60). Remanso de
trascendente relieve en una obra hecha de incansable afirmación, aceptación y
gozo; del que cabe esperar, por lo tanto, asombro creativo, en donación a los
demás: método.

El método, como estudio de las vivencias saturadas, acepta la radicalidad de la vida


-iré transitando por este concepto-, justamente en esta aceptación consiste.
Haciendo una aclaración que voy a simplificar por razones del propio trabajo y la
propia ignorancia: muy al contrario de la llamada novela realista, subsidiaria de una
filosofía del mismo signo, dedicada a atenerse a los datos, cuando en realidad la
vida no está dada y, en consecuencia, su radicalidad acepta realidades que
consisten en posibilidades o que sencillamente son imposibles. Quizá el más
elocuente ejemplo al respecto es la necesidad del hombre del imposible de la
felicidad. Por la que no puede dejar de esforzarse, de modo tal que en rigor de
método, la realidad que es la vida y la persona solo pueden ser estudiadas desde sí
mismas, en su originalidad, en su biografía y en su circunstancia, sobre la que la
persona puede actuar tan activamente como para llegar a asumir su necesidad.

La vida es la más bella obra de arte cuando la persona es su artífice, su demiurgo,


recordará Marías de su maestro Ortega. El método se desentraña de la vida. Lo
dona la vida. Es pensar en contravía crear conceptos para aplicarlos a la vida, por el
contrario, solo de esta cabe desentrañar su radicalidad. Incluso, los conceptos lo
son de cosas estáticas, la vida está dada en circunstancias, es drama que se
descubre en la experiencia, es necesario entonces acudir a metáforas, crear
nuevos conceptos.

2 Como el mismo Marías menciona, obra mejor la literatura que la filosofía al respecto. Otra cuestión es ver e
interpelar a la filosofía como un tipo de literatura.
5
Persona

Recuerda Marías que la lengua española tiene una palabra para designar la
persona humana sin distinción, esta es la palabra hombre, y tiene otra para designar
la persona masculina: varón y otra para la femenina: mujer (Marías 1983: 135). Que,
naturalmente, esto implica la condición sexuada de las personas y su tensión vital;
el encuentro con una persona del otro sexo tiene en latencia el amor que, aunque
pocas veces realizado, mantiene esta latencia y tensión personal. La condición del
amor, por su carácter ontológico -sentimental solo en su complacencia-, interpela la
instalación en el mundo de la persona. El amor es la medida de cómo vivimos
personalmente a las personas, dirá Marías, por eso mantiene su radicalidad
ontológica cuando la persona amada se ausenta y también cuando muere, pues
está instalado en el proyecto vital.

En este sentido se detiene, en particular en Mapa de un mundo personal, en la


condición de persona del niño desde poco después de su nacimiento, y en la
relación personal que establecen con el niño los adultos (Marías 2010: 37-53). El
niño genera expectativas y desarrolla la espera, futuriza, “El no cumplimiento de
ella, concretamente de las expectativas, es el origen fundamental del aburrimiento,
de tan gran importancia en la vida infantil y que es el motivo principal del llanto
cuando el malestar o el hambre están excluidos. Es un fenómeno ajeno a la
fisiología, y por tanto a la biología; es literalmente biográfico, concierne a la
realización de los proyectos, imposible dada la escasez de recursos del niño”.
(Marías 2010: 39).

El carácter proyectivo de la persona se mantiene y se reconoce, por ejemplo, tras el


sueño a lo largo de las etapas de la vida. Proyecto argumental, que se manifiesta,
por ejemplo, en la observación de que el niño pequeño carece de razón, lo que cabe
explicar como que necesita lo que todavía no tiene (recuérdese el ejemplo de la
felicidad), porque “no se piensa con el cerebro, sino con la vida” (Marías 2010: 41).
Los griegos y los romanos decían ha sido feliz, respecto al que había vivido, se
había muerto para nosotros: pues mientras dura la vida es proyecto, argumento,
originalidad, riesgo, inseguridad, necesidad, decisión.

6
Pero también la persona se despersonaliza, regresa a formas de primitivismo
intelectual (Marías 1996: 148), se cosifica, se metaliza “la avidez de riqueza, títulos,
poder, fama o lo que sea 'cosifica' esas cosas, les da carácter de efectivas o
posibles posesiones, y en esa medida las despersonaliza y las separa del yo
proyectivo, autor de la posibilidad de ilusión”. (Marías 2009: 93). A veces la persona
en su búsqueda de seguridad quiere de la felicidad una complacencia estática, sin
tensión, aséptica; de la vida una posesión, sin habitar argumentalmente a otras,
limitando habitarse por ellas: quizá ocurra así en la relación de los adultos respecto
a los niños.

En esas condiciones le es ajeno a la persona adulta hacerse partícipe de una radical


dimensión de la vida humana, que le da sentido: la muerte. Y hacer partícipes a los
niños. Pero nos educamos entre todos y son confiadamente receptores, se dejan
habitar -educar-, los que conviven con su menesterosidad creativamente: nuestros
niños. Que también llegarán a su frontera, a su muerte personal. ¿Qué violación
estamos acometiendo de la radicalidad de la vida, de la leal compañía de la muerte?

Morirse

“- No nos iremos -dijo-. Aquí nos quedaremos porque aquí hemos tenido un hijo.

- Todavía no tenemos un muerto -dijo él-. Uno no es de ninguna parte mientras no


tenga un muerto bajo la tierra.

Úrsula replicó con una suave firmeza:

- Si es necesario que yo me muera para que se queden aquí, me muero.” 3

La realidad está para el hombre en perspectiva, dice Marías en términos pictóricos,


creadores. En palabras de su maestro Ortega: no puede haber perspectiva sino
donde hay realidad (Marías 1963: 175), razón por la que el hombre sigue siendo
geocéntrico (y razón por la que Ortega puede hablar de “geometría de los

3 GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel; Cien años de soledad, Madrid, Espasa-Calpe, 1995, p. 71


7
sentimientos”). Ya lo había advertido Galileo. Es geocéntrico porque su perspectiva
es terrena. Y en consecuencia, también del mismo Galileo: cuando el hombre sabe
algo, lo sabe inmejorablemente; bajo el peso de la necesidad, divinamente. En el
capítulo “Las fronteras” (Marías 2010: 89-100) de Mapa del mundo personal, aborda
Marías el vigor vital del pasado a través de nuestros muertos, la posesión que
ejercen en nosotros los recuerdos. La persona, en su instalación temporal,
proyectiva, a futuro, se alimenta de pasado. Es menesterosa y vulnerable, como el
niño.

Solo el que muere carece de necesidades y puede decir con conocimiento de causa
“cuantos recuerdos me llevo de todos”. Conociendo que en su muerte personal se
halla el nicho donde se convocan las ilusiones, materializadas en los recuerdos
proveídos en la convivencia. El proyecto personal se extingue, pero el anhelo de la
vida humana que continúa, no. El quién soy yo y qué será de mí, como preguntas
que contienen al hombre que vive -de las que se ocupa reiteradamente Marías,
mencionamos su aclaración en el capítulo “Muerte y proyecto” en Antropología
metafísica (Marías 1983: 218-224)- encuentran su punto de inflexión aquí: cuando
se acepta la muerte y se mantiene la ilusión y el proyecto personal de convivencia
con los otros, quizá negado ya experiencialmente de antemano y mantenido en la
ilusión, porque sencillamente está en la vida de la persona humana. Y solo desde la
vida se puede imaginar y morir la muerte.

Dice Marías que el enamoramiento se puede mantener de manera unilateral aún en


la imposibilidad de la realización de esa ilusión, porque forma parte del proyecto que
hace a la persona tal; también que la necesidad de felicidad no cesa porque es una
necesidad auténticamente humana, independientemente de la imposibilidad de su
realización. ¿Por qué ha de cesar la ilusión en el que muere? Los recuerdos que se
lleva ya son inalterables, justamente su afirmación por parte del moribundo los hace
inalterables, incluso contando con la torpeza de los mencionados y convividos, que,
por otra parte, disponen todavía de la posibilidad de reinstalarse, en utilización del
concepto de Marías, en la radicalidad de la vida personal.

Marías aclara que la vida personal está instalada, o no hay tal cuando se da la
espalda a la muerte y no está la vida del hombre obrada por su condición de mortal

8
-mortal y hombre eran sinónimos, frente a inmortales o dioses, en las culturas
clásicas-, si no está obrada como mortal ¿es posible ilusionarse del mismo modo?,
¿es posible aspirar a la felicidad del mismo modo? El secreto de la lengua española
en el significado positivo del término ilusión, aparecido en el romanticismo español,
o más bien recogido por éste del habla, en alternancia a la acepción negativa del
mismo; no ignora este componente originario y negativo. Justamente su aceptación
es la que le da valor de ilusión positiva. De ilusionarse humana y personalmente,
ante el riesgo de la desilusión. Sin ese riesgo, naturalmente, no habría ilusión: el
¿qué será de mí?; de mayor latencia cuanto más sólido es el ¿quién soy yo?

La enfermedad terminal, en las sociedades donde la esperanza de vida ha


aumentado, la condición del enfermo asumida por el que vive esta condición
instalada en su realidad, da cuenta, con algo más de tiempo que la muerte, del
deber de la sociedad para con sus personas, constituido en círculo virtuoso, por
habérselas con personas. Solo en círculo vicioso si estas personas se rebajan de su
condición. Lamentablemente, dar la espalda a la muerte implica rebajarse de la
condición de persona, o mortal. Pues esta paradoja no puede coexistir con los
recuerdos que se lleva el que muere. El hecho de que se los lleve implica que nos
los deja, salvándose así su paradoja: dejándola viva, radicalmente viva, encarnada.

El hombre, condición intrínseca del mortal, muere; la vida como persona, condición
extrínseca, no. Ahora bien, vivir sin condición mortal, o dándole la espalda a esta
radical condición, implica minusvalorar la vida, pues no hay ilusión sin el riesgo de
su desilusión, donde se mantiene, precisamente por eso se mantiene: en vilo. Y
porque el hombre es activo en mantenerla. Igual que en mantener sus proyectos
vitales que quedarán, muy probablemente, inconclusos en su muerte personal.

Afirma Julián Marías que no es posible conmorir pues la muerte es personal: un


proyecto que alcanza su frontera, aun inconcluso, en la realidad radical de la vida
(“Muerte y proyecto” en Marías 1983: 218-224); presenta Adela Cortina, por su
parte, el concepto de conmorir, derivado del valor moral y social de convivir, que
invita a superar las etiquetas con las que clasificamos a los seres humanos y a
dirigirse a la persona misma mortal (“Morir humanamente” en Cortina 2007: 142-
152). Cabe un lindero en torno, el de la ilusión materializada en los recuerdos que

9
se llevan consigo al morir. Imposibles desde la paradoja de tener que pensar la
muerte desde la vida. Materializables experiencialmente, sin embargo, en el
acompañamiento de la muerte. Acompañamiento con el carácter de radicalidad -de
exigencia por las cosas humanas- cuando atiende a la cosa misma: la muerte de las
personas, que viven entroncadas en un proyecto.

Si la persona es proyecto y en él se hace, como un demiurgo en sus circunstancias,


no le cabe morir; para decir que “ha vivido” (como decían los clásicos), le
corresponde morirse, asumir en su sustancia la frontera, o en su proyecto el límite,
la despedida. Morir durante el sueño, en estado de coma, durante la anestesia, en
sedación, no es lo mismo que morirse. No se ha cerrado la biografía, dirá Marías, no
se sabía y no se pudo cerrar; habrá que tener y recordar como final y despedida de
esa biografía el tiempo anterior, en el que la persona habitaba su proyecto. 4

II

Educar es educarse5

Oímos hablar de la mejor muerte como aquella que se da en insensibilidad, morir sin
darse cuenta de que se muere. De la mejor forma, nos dicen, cuando alguien muere
durante el sueño; los centros hospitalarios, por su parte, cuentan con protocolos
para aplicar en el, paradójico, tratamiento de la agonía, que induce la sedación para
que la muerte no sea percibida -sedación no solo con fines paliativos-, y,
secundariamente a este objetivo, acelera la muerte, derivada en proceso,
ocasionada entonces fisiológicamente por un paro cardio-respiratorio.

Pero la persona no es solo biología y fisiología, recuerda Marías, ni psicología. La


muerte no es un proceso mecánico como el utilizado con los animales que pasan a
ser carne. La muerte de las personas anula la relación con las circunstancias; anula
la factura ontológica de las personas porque cesan en su proyecto, en su realidad
radicada en la vida. La persona que ha vivido es, a partir de entonces, ausencia.

4 Al respecto se viene implementando en las sociedades adscritas a una medicina altamente tecnificada el
documento de voluntades anticipadas, con el fin de que se prevea una posible situación terminal inconsciente
y se cuente con una voluntad expresada desde la propia biografía con anterioridad. El trabajo de Juan Carlos
Siurana, Voluntades anticipadas. Una alternativa a la muerte solitaria. Madrid, Trotta, 2005, da cuenta de
esta posibilidad.
5 La expresión está tomada de Gadamer
10
Opacidad de ella misma. Pero, ha vivido, lo cual significa que la muerte no se
acomoda al vacío, cómodo y temeroso acabar. Consumado el “proceso”, no es de
humana dignidad oír en los hospitales “ya está”.

Estar es estar instalado en la radicalidad de la vida: se está a la muerte. Pero vivo.

Con un ya está se cumple el olvido del que ha vivido y se tranquiliza el eufemismo al


niño. Un ya está tan inoperante en la realidad de la vida como el procurar una
felicidad de estado incorruptible. Como el vivir hurtándose la ilusión: “la frecuencia
con la que el hombre o la mujer, al entrar en la madurez, cuando la vida se hace
más compleja y trabada, y por ello más sensible y vulnerable, se revisten de una
especie de coraza aislante, algo así como una coraza capaz de embotar las heridas,
pero que al mismo tiempo atenúa el carácter proyectivo, futurizo, y disminuye la
condición dramática y personal que pertenece a la vida humana.” (Marías 2009: 45).
Son tan tercas nuestras sociedades que, dependiendo tanto de la química y de la
química farmacéutica, propenden a convertir los esfuerzos vitales en una
expectativa de alquimia universal, cómoda. Nuestras supersticiones son tan
hondamente profundas que causa estremecimiento intuirlas, lo que no significa,
desde luego, que haya que cerrar rápido la caja, como el torpe Epimeteo.

Lo dice espléndidamente Marías, recordamos lo ya citado: “Esta inseparabilidad


entre realidad e interpretación o teoría pone en peligro la radicalidad de la vida”
(1983: 60). Espléndidamente porque lo asume con generosidad fraterna, podría
decirse filantropía superada, porque no hay una queja a la oscuridad respecto a las
circunstancias reales de la vida, a ese empecinamiento que ha virado de la res
cogitans al evolucionismo, mantenidos bajo un prisma de certeza que ha
involucionado el saludable paso a otra perspectiva más real y vital. Radical, en
palabras de Marías.

Educar es educarse. Proveerse en la realidad radical de la vida. “Uno de los hechos


más graves de la historia es la tendencia actual -en gran medida realizada- de
eliminar esta radical dimensión (el hombre es un moritorus: el que tiene que morir)
de la vida humana” (Marías 2009: 55). Las palabras finales de la conferencia de
Gadamer, de la que hemos tomado el título, recuerdan: “¿Quién ha aprendido
realmente si no ha aprendido de sus propios errores?” Algunos que se murieron

11
antes, ya comprendieron: en este sentido creemos que cabe hablar del humor ante
la muerte, de reírse con ella. De que el que tiene que morir disfrute de su vivencia
tanto vital como mortal.

III

Estar a la muerte

La tradicional traducción al español del Sein zun Tode heideggeriano como “ser para
la muerte”, ha contribuido a un viejo error ontológico. El idioma español posee una
riqueza de la que carecen otros, que se han de atener necesariamente a un verbo,
que no distinguen entre ser y estar. Ahora bien, el error del español ha sido
desaprovechar esta condición promisoria y preferir hacer filosofía en otro idioma.
Marías propone una traducción literal “estar a la muerte” y agrega: “creo que esto
pone las cosas en su lugar” (Marías 1963: 80-82).

Recuerda Marías que leyó Ser y Tiempo muy joven y que cuando emergió de esa
lectura acompañado de libro y un valioso diccionario, afirmó que ya sabía alemán.
Después del alemán personal de Heidegger: al filósofo conviene leerlo en su lengua
y repensarlo en la propia, añade. Cuenta que no ha podido entender ninguna de las
traducciones de Ser y Tiempo, quizá un insuficiente conocimiento del alemán del
traductor, peor, un deficiente conocimiento del español en la labor de traducción.

No solo la traducción, un nuevo esfuerzo filosófico requiere una nueva literatura, un


idioma hecho personal, apropiado por tanto, conocido. Un paso más, la existencia
de cada persona requiere su apropiación en el doble sentido: propia y apropiada o
auténtica. Un paso más, la existencia, la vida en su instalación, en su estar radicado
en la realidad, concreta, tensa, está a la muerte; no solo en algún momento crucial,
sino en su existencia misma. El idioma, la lengua, el habla, la comunicación no es
poco en la existencia misma.

Cuando mencionaba el diálogo tomado de Cien años de soledad, Úrsula Iguarán


imagina su propia muerte: “Si es necesario que yo me muera para que se queden
aquí, me muero.” y la radica en su vida y en la de los otros. Heidegger observa que
la propia muerte, mi muerte, es intransferible, decir morirse es un eufemismo pues

12
nadie puede tomar de nadie la muerte. Pero solo es posible pensar, mejor, imaginar
la propia muerte desde la muerte de los otros. Difícil incluso la ajena, dirá Marías,
pues en la vida, ésta nos envuelve con su realidad radical. Sin embargo, la persona
está a la muerte, es un mortal. Puede imaginar muerte y vida, ambas, preguntarse,
anhelar la ontología que las constituye, dudarlas. Los dioses están condenados solo
a la inmortalidad, decía Heráclito, y nos consuela en nuestra menesterosidad, en la
fortaleza de la humana vulnerabilidad. Seguro que hemos tenido ocasión de conocer
cuánta fuerza encierra la debilidad de algunos enfermos crónicos.

La mortalidad revela su inmortalidad en el día que se vive, en su proyecto;


podríamos decir: acaba bien la vida del día presente para iniciar mejor la vida del
día siguiente. Haz cuentas contigo mismo, como aconsejaban los clásicos, en la
noche de la vida del día que se extingue y proyecta a la mañana siguiente la vida
del día que nace. Radica tu vida en su proyecto. No ocurra, como dice Marías, que
después de la queja de no tener tiempo para nada, se acabe descubriendo que no
se tiene nada para el tiempo. La fruición de vivir es valiosa en sí misma porque la
vida lo es, pero el valor a la propia vida no puede ser transferido de parte alguna,
como la muerte tampoco puede ser transferida. Es solo mía: “No sintió miedo ni
nostalgia, sino una rabia intestinal ante la idea de que aquella muerte artificiosa no
le permitiría conocer el final de tantas cosas que dejaba sin terminar”, del mismo
Cien años de soledad (García Márquez, 1995: 177).

CONCLUSIONES

Procuré intuir en Julián Marías un camino que me invitó a escoger entre su amplia
bibliografía, quedan anotados los textos utilizados en la riqueza profusa en que se
adentra.

Los conceptos de Marías: ilusión, persona, corporeidad, futurizo, realidad radicada,


desvivirse, vivencias saturadas, formas plenas; en su amor al lenguaje y al idioma
español: “estar a la muerte”; y de su maestro Ortega circunstancias, son bagaje para
el camino.

13
Una cualidad que identifica a un grande (utilizando el calificativo de Ortega), no solo
erudito; es su sentido fraterno, que se traduce infaliblemente por una actitud
ilusionada, más ilusionada por exigente consigo misma y paciente con el prójimo,
pero también vivaz, próxima en definitiva. Desvivida, en palabras de Marías y para
él mismo, que, como en otros términos que identifica del idioma español, nos traen
de vuelta al punto de partida, nos ilusionan con la lengua que se dona en espléndida
riqueza y de la que saca magnífico provecho Marías, pero también su maestro
Unamuno, siempre exagerado Unamuno, dice Marías.

El tema de la muerte me llevó a Julián Marías y una vez llevado, llegado en alguna
medida, reclama un estar para la muerte: desde luego la persona, que está a la
muerte, pero después, un buscar sobre el reír y la muerte, estando: la risa o sonrisa
del que muere. No sé todavía si podrá guardar alguna relación con la ilusión,
seguramente sí; con la condición sexuada por la tensión ontológica del amor en que
está instalada. Desde luego por la radical condición de estar vivo y en
circunstancias. Desde luego por lo que nos trae de otro maestro, Heidegger: es
intransferible la propia muerte. Aún, el que Heidegger, tan próximo a Unamuno, no lo
conociera. La radical realidad propia, existencial, y su existencial zozobra: tensa,
como el arco que sostiene la flecha y no la puede sostener sino manteniendo la
tensión, vital o desazonadoramente vital.

De todo esto hace fruición Marías, una realidad henchida de ilusión, goce soberbio
porque se encara a la desilusión. De encare tan hondo como el que presenta
Gabriel García Márquez en Cien años de soledad: a la novela desemboqué
buscando una expresión acorde a la vitalidad de Marías.

En Cien años de soledad Prudencio Aguilar descubre que a quien más quiere es a
su mayor enemigo, a José Arcadio Buendía, quien lo había matado, y que después
abandonaría el pueblo en la travesía que lo llevó a fundar Macondo, no sin antes
sacrificar sus gallos de pelea porque fueron el detonante que dio lugar a esa muerte,
y no permitir gallos de pelea en Macondo. Después, Prudencio Aguilar iba a visitar a
José Arcadio Buendía y en sus conversaciones se curaba de la otra muerte de la
muerte. Cuando José Arcadio muere, a su vez, se queda en uno de los cuartos
idénticos que atravesaba en ida y vuelta, para encontrar a la vuelta a su amigo

14
mayor enemigo, pero en la ocasión de la muerte no llega hasta el final sino que se
queda en un cuarto intermedio de la vuelta. Y se queda en la muerte, con un muerto.
Quizá, insospechadamente, ahora muertos los dos, en la muerte de la otra muerte.

Macondo tardó en tener cementerio mucho tiempo porque todos sus fundadores
eran jóvenes y estaban vivos. Cuando el gitano Melquiades, después de haber
perecido en el mar de Java y ser alimento de los calamares, está, sin embargo, vivo,
y vuelve a Macondo y finalmente la muerte lo llevará de allí, Prudencio Aguilar
encuentra a su amigo mayor enemigo, a quien había estado buscando y que solo
pudo encontrar gracias a Melquiades, el primer muerto de Macondo.

El goce soberbio de la ilusión, por encararse a la desilusión, tiene una simetría aquí.
El amigo mayor enemigo encarado a la soledad del olvido en el encuentro con quien
lo mató y en su conversación con él. A quien iba a buscar y con quien se detenía
cuando estaba ya reducido de su extraordinaria fuerza física, ímpetu e imaginación
e instalado sin resistencia en su vulnerabilidad, atado por la costumbre a un castaño
y protegido apenas de la intemperie por un cobertizo de palma.

BIBLIOGRAFÍA

CORTINA, Adela. Ética aplicada y democracia radical (2007). Madrid: Tecnos

GADAMER, “La educación es educarse” en


https://www.uis.edu.co/webUIS/es/mediosComunicacion/revistaSantander/revista6/n
uevasCorrientesIntelectuales.pdf. Consultado el 13-03- 2013

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Cien años de soledad (1995). Madrid: Espasa-Calpe

MARÍAS, Julián. Ensayos de convivencia (1963). Buenos Aires: Editorial


Sudamericana,

_____________ Antropología metafísica (1983). Madrid: Alianza Universidad

_____________ Persona (1996). Madrid: Alianza Universidad

_____________ Breve tratado de la ilusión (2009). Madrid: Alianza Universidad

_____________ Mapa del mundo personal (2010). Madrid: Alianza Universidad

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