Morirse
Morirse
Morirse
Asunción Velilla
2013
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ÍNDICE
Prólogo p. 3
Introducción
Persona 5
I Morirse 7
II Educar es educarse 9
Conclusiones 12
Bibliografía 15
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Prólogo
Una herida se delata en el que habiendo dejado el país retorna a él al cabo de algún
decenio, ya no para unos días puntuales, sino porque la fuerza de la realidad exige
la vida en España. La herida tiene que ver con una expectativa, la de convivir con
personas encarnadas en la vida, por encima de una nacionalidad, una profesión, o
lo que nos sea dado. Persona en el sentido que estudiara Julián Marías con la
evidencia que debe dar la filosofía, por supuesto.
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Introducción
1 Las ideas aquí mencionadas en torno al arte nacen en conversación con el filósofo colombiano Ciro Alonso
Páez Álvarez, puesto que le son debidas conviene decirlo.
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pero hay un punto donde se detiene y remansa con alguna regularidad, donde le
espejean de asombro los siglos de desatención de una estupenda oportunidad
filosófica: la persona en su realidad concreta y empírica, que está viva y que se
ilusiona. Sobre todo: “Esta inseparabilidad entre realidad e interpretación o teoría
pone en peligro la radicalidad de la vida” 2 (Marías 1983: 60). Remanso de
trascendente relieve en una obra hecha de incansable afirmación, aceptación y
gozo; del que cabe esperar, por lo tanto, asombro creativo, en donación a los
demás: método.
2 Como el mismo Marías menciona, obra mejor la literatura que la filosofía al respecto. Otra cuestión es ver e
interpelar a la filosofía como un tipo de literatura.
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Persona
Recuerda Marías que la lengua española tiene una palabra para designar la
persona humana sin distinción, esta es la palabra hombre, y tiene otra para designar
la persona masculina: varón y otra para la femenina: mujer (Marías 1983: 135). Que,
naturalmente, esto implica la condición sexuada de las personas y su tensión vital;
el encuentro con una persona del otro sexo tiene en latencia el amor que, aunque
pocas veces realizado, mantiene esta latencia y tensión personal. La condición del
amor, por su carácter ontológico -sentimental solo en su complacencia-, interpela la
instalación en el mundo de la persona. El amor es la medida de cómo vivimos
personalmente a las personas, dirá Marías, por eso mantiene su radicalidad
ontológica cuando la persona amada se ausenta y también cuando muere, pues
está instalado en el proyecto vital.
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Pero también la persona se despersonaliza, regresa a formas de primitivismo
intelectual (Marías 1996: 148), se cosifica, se metaliza “la avidez de riqueza, títulos,
poder, fama o lo que sea 'cosifica' esas cosas, les da carácter de efectivas o
posibles posesiones, y en esa medida las despersonaliza y las separa del yo
proyectivo, autor de la posibilidad de ilusión”. (Marías 2009: 93). A veces la persona
en su búsqueda de seguridad quiere de la felicidad una complacencia estática, sin
tensión, aséptica; de la vida una posesión, sin habitar argumentalmente a otras,
limitando habitarse por ellas: quizá ocurra así en la relación de los adultos respecto
a los niños.
Morirse
“- No nos iremos -dijo-. Aquí nos quedaremos porque aquí hemos tenido un hijo.
Solo el que muere carece de necesidades y puede decir con conocimiento de causa
“cuantos recuerdos me llevo de todos”. Conociendo que en su muerte personal se
halla el nicho donde se convocan las ilusiones, materializadas en los recuerdos
proveídos en la convivencia. El proyecto personal se extingue, pero el anhelo de la
vida humana que continúa, no. El quién soy yo y qué será de mí, como preguntas
que contienen al hombre que vive -de las que se ocupa reiteradamente Marías,
mencionamos su aclaración en el capítulo “Muerte y proyecto” en Antropología
metafísica (Marías 1983: 218-224)- encuentran su punto de inflexión aquí: cuando
se acepta la muerte y se mantiene la ilusión y el proyecto personal de convivencia
con los otros, quizá negado ya experiencialmente de antemano y mantenido en la
ilusión, porque sencillamente está en la vida de la persona humana. Y solo desde la
vida se puede imaginar y morir la muerte.
Marías aclara que la vida personal está instalada, o no hay tal cuando se da la
espalda a la muerte y no está la vida del hombre obrada por su condición de mortal
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-mortal y hombre eran sinónimos, frente a inmortales o dioses, en las culturas
clásicas-, si no está obrada como mortal ¿es posible ilusionarse del mismo modo?,
¿es posible aspirar a la felicidad del mismo modo? El secreto de la lengua española
en el significado positivo del término ilusión, aparecido en el romanticismo español,
o más bien recogido por éste del habla, en alternancia a la acepción negativa del
mismo; no ignora este componente originario y negativo. Justamente su aceptación
es la que le da valor de ilusión positiva. De ilusionarse humana y personalmente,
ante el riesgo de la desilusión. Sin ese riesgo, naturalmente, no habría ilusión: el
¿qué será de mí?; de mayor latencia cuanto más sólido es el ¿quién soy yo?
El hombre, condición intrínseca del mortal, muere; la vida como persona, condición
extrínseca, no. Ahora bien, vivir sin condición mortal, o dándole la espalda a esta
radical condición, implica minusvalorar la vida, pues no hay ilusión sin el riesgo de
su desilusión, donde se mantiene, precisamente por eso se mantiene: en vilo. Y
porque el hombre es activo en mantenerla. Igual que en mantener sus proyectos
vitales que quedarán, muy probablemente, inconclusos en su muerte personal.
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se llevan consigo al morir. Imposibles desde la paradoja de tener que pensar la
muerte desde la vida. Materializables experiencialmente, sin embargo, en el
acompañamiento de la muerte. Acompañamiento con el carácter de radicalidad -de
exigencia por las cosas humanas- cuando atiende a la cosa misma: la muerte de las
personas, que viven entroncadas en un proyecto.
II
Educar es educarse5
Oímos hablar de la mejor muerte como aquella que se da en insensibilidad, morir sin
darse cuenta de que se muere. De la mejor forma, nos dicen, cuando alguien muere
durante el sueño; los centros hospitalarios, por su parte, cuentan con protocolos
para aplicar en el, paradójico, tratamiento de la agonía, que induce la sedación para
que la muerte no sea percibida -sedación no solo con fines paliativos-, y,
secundariamente a este objetivo, acelera la muerte, derivada en proceso,
ocasionada entonces fisiológicamente por un paro cardio-respiratorio.
4 Al respecto se viene implementando en las sociedades adscritas a una medicina altamente tecnificada el
documento de voluntades anticipadas, con el fin de que se prevea una posible situación terminal inconsciente
y se cuente con una voluntad expresada desde la propia biografía con anterioridad. El trabajo de Juan Carlos
Siurana, Voluntades anticipadas. Una alternativa a la muerte solitaria. Madrid, Trotta, 2005, da cuenta de
esta posibilidad.
5 La expresión está tomada de Gadamer
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Opacidad de ella misma. Pero, ha vivido, lo cual significa que la muerte no se
acomoda al vacío, cómodo y temeroso acabar. Consumado el “proceso”, no es de
humana dignidad oír en los hospitales “ya está”.
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antes, ya comprendieron: en este sentido creemos que cabe hablar del humor ante
la muerte, de reírse con ella. De que el que tiene que morir disfrute de su vivencia
tanto vital como mortal.
III
Estar a la muerte
La tradicional traducción al español del Sein zun Tode heideggeriano como “ser para
la muerte”, ha contribuido a un viejo error ontológico. El idioma español posee una
riqueza de la que carecen otros, que se han de atener necesariamente a un verbo,
que no distinguen entre ser y estar. Ahora bien, el error del español ha sido
desaprovechar esta condición promisoria y preferir hacer filosofía en otro idioma.
Marías propone una traducción literal “estar a la muerte” y agrega: “creo que esto
pone las cosas en su lugar” (Marías 1963: 80-82).
Recuerda Marías que leyó Ser y Tiempo muy joven y que cuando emergió de esa
lectura acompañado de libro y un valioso diccionario, afirmó que ya sabía alemán.
Después del alemán personal de Heidegger: al filósofo conviene leerlo en su lengua
y repensarlo en la propia, añade. Cuenta que no ha podido entender ninguna de las
traducciones de Ser y Tiempo, quizá un insuficiente conocimiento del alemán del
traductor, peor, un deficiente conocimiento del español en la labor de traducción.
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nadie puede tomar de nadie la muerte. Pero solo es posible pensar, mejor, imaginar
la propia muerte desde la muerte de los otros. Difícil incluso la ajena, dirá Marías,
pues en la vida, ésta nos envuelve con su realidad radical. Sin embargo, la persona
está a la muerte, es un mortal. Puede imaginar muerte y vida, ambas, preguntarse,
anhelar la ontología que las constituye, dudarlas. Los dioses están condenados solo
a la inmortalidad, decía Heráclito, y nos consuela en nuestra menesterosidad, en la
fortaleza de la humana vulnerabilidad. Seguro que hemos tenido ocasión de conocer
cuánta fuerza encierra la debilidad de algunos enfermos crónicos.
CONCLUSIONES
Procuré intuir en Julián Marías un camino que me invitó a escoger entre su amplia
bibliografía, quedan anotados los textos utilizados en la riqueza profusa en que se
adentra.
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Una cualidad que identifica a un grande (utilizando el calificativo de Ortega), no solo
erudito; es su sentido fraterno, que se traduce infaliblemente por una actitud
ilusionada, más ilusionada por exigente consigo misma y paciente con el prójimo,
pero también vivaz, próxima en definitiva. Desvivida, en palabras de Marías y para
él mismo, que, como en otros términos que identifica del idioma español, nos traen
de vuelta al punto de partida, nos ilusionan con la lengua que se dona en espléndida
riqueza y de la que saca magnífico provecho Marías, pero también su maestro
Unamuno, siempre exagerado Unamuno, dice Marías.
El tema de la muerte me llevó a Julián Marías y una vez llevado, llegado en alguna
medida, reclama un estar para la muerte: desde luego la persona, que está a la
muerte, pero después, un buscar sobre el reír y la muerte, estando: la risa o sonrisa
del que muere. No sé todavía si podrá guardar alguna relación con la ilusión,
seguramente sí; con la condición sexuada por la tensión ontológica del amor en que
está instalada. Desde luego por la radical condición de estar vivo y en
circunstancias. Desde luego por lo que nos trae de otro maestro, Heidegger: es
intransferible la propia muerte. Aún, el que Heidegger, tan próximo a Unamuno, no lo
conociera. La radical realidad propia, existencial, y su existencial zozobra: tensa,
como el arco que sostiene la flecha y no la puede sostener sino manteniendo la
tensión, vital o desazonadoramente vital.
De todo esto hace fruición Marías, una realidad henchida de ilusión, goce soberbio
porque se encara a la desilusión. De encare tan hondo como el que presenta
Gabriel García Márquez en Cien años de soledad: a la novela desemboqué
buscando una expresión acorde a la vitalidad de Marías.
En Cien años de soledad Prudencio Aguilar descubre que a quien más quiere es a
su mayor enemigo, a José Arcadio Buendía, quien lo había matado, y que después
abandonaría el pueblo en la travesía que lo llevó a fundar Macondo, no sin antes
sacrificar sus gallos de pelea porque fueron el detonante que dio lugar a esa muerte,
y no permitir gallos de pelea en Macondo. Después, Prudencio Aguilar iba a visitar a
José Arcadio Buendía y en sus conversaciones se curaba de la otra muerte de la
muerte. Cuando José Arcadio muere, a su vez, se queda en uno de los cuartos
idénticos que atravesaba en ida y vuelta, para encontrar a la vuelta a su amigo
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mayor enemigo, pero en la ocasión de la muerte no llega hasta el final sino que se
queda en un cuarto intermedio de la vuelta. Y se queda en la muerte, con un muerto.
Quizá, insospechadamente, ahora muertos los dos, en la muerte de la otra muerte.
Macondo tardó en tener cementerio mucho tiempo porque todos sus fundadores
eran jóvenes y estaban vivos. Cuando el gitano Melquiades, después de haber
perecido en el mar de Java y ser alimento de los calamares, está, sin embargo, vivo,
y vuelve a Macondo y finalmente la muerte lo llevará de allí, Prudencio Aguilar
encuentra a su amigo mayor enemigo, a quien había estado buscando y que solo
pudo encontrar gracias a Melquiades, el primer muerto de Macondo.
El goce soberbio de la ilusión, por encararse a la desilusión, tiene una simetría aquí.
El amigo mayor enemigo encarado a la soledad del olvido en el encuentro con quien
lo mató y en su conversación con él. A quien iba a buscar y con quien se detenía
cuando estaba ya reducido de su extraordinaria fuerza física, ímpetu e imaginación
e instalado sin resistencia en su vulnerabilidad, atado por la costumbre a un castaño
y protegido apenas de la intemperie por un cobertizo de palma.
BIBLIOGRAFÍA
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