El Sí de Las Niñas o La Consumación de Un Sueño
El Sí de Las Niñas o La Consumación de Un Sueño
El Sí de Las Niñas o La Consumación de Un Sueño
Jesús Pérez-Magallón
Arbor CLXXVII, 699-700 (Marzo-Abril 2004), 649-663 pp.
se entera de su amor por Don Félix (Don Carlos), esos rasgos se relocali-
zan, cobrando una nueva dimensión: la capacidad de simulación y fingi-
miento enmascara una interioridad afectiva en ebullición. Simulación, y
no hipocresía, porque parece carecer de cualquier forma de malicia y no
es sino una estrategia determinada absolutamente por la actitud mater-
na (de ahí esa alusión a las novelas leídas a hurtadillas en el convento).
Su objetivo es no herir y no enfrentarse abiertamente a su madre. Pero,
sobre todo, permite percibir a la mujer sensible que conoce el dolor de
amar y lo que significa el amor. El conflicto que atormenta a Doña Fran-
cisca se sitúa entre los deseos de la madre —tan bien formulados en la es-
cena 4 del acto I-, a los que no puede oponerse frontalmente, y su amor
hacia Don Félix, amor que no puede confesar por la misma razón. Su
edad -como en el caso de Don Diego- es un factor decisivo para explicar
por qué no puede asumir autónomamente su propia libertad -mujer
siempre en minoría de edad legal y «mental»—, depositando su esperanza
bien en su joven enamorado, bien en la buena voluntad de Don Diego. Si
éste es un modelo ejemplar de hombre maduro con una posición de poder,
en Paquita se vislumbra el modelo ejemplar -desde la óptica varonil de
Moratín- de la mujer joven y casadera: hija obediente que será una mu-
jer de bien y sabrá dedicarse a las labores domésticas, a la utilidad ho-
gareña, al cuidado y crianza de los hijos y a la gestión subordinada de la
economía familiar. Es una mujer respetuosa, humilde, amante, honesta
y, por tanto, digna de la única recompensa final que la sociedad patriar-
cal puede ofrecerle: el matrimonio.
Aunque Don Carlos no entra en acción hasta la escena 7 del acto II,
su existencia planea sobre los demás desde el comienzo mismo de la obra.
Ese juego de ausencia y presencia marca la figura y función del persona-
je, a lo que se añade el enmascaramiento de su identidad en sus relacio-
nes con Paquita. El joven, oficial y miembro de una orden de caballería,
es presentado por su criado Calamocha como el prototipo de galán barro-
co (o de sus versiones coetáneas de Moratín), pero esa imagen sólo sirve
como punto de referencia y contraste para desvelar la identidad cons-
truida por el dramaturgo. En efecto, Don Carlos, cuyas preocupaciones
económicas se limitan a obtener fondos de su tío y tutor, compagina su
interés por las ciencias y la inteligencia con una tierna sensibilidad y una
afectividad honesta y mesurada. Es, pues, un «típico racionalista caba-
llero de la Ilustración» (p. 224), como dice Sebold. Su valentía militar,
que se subraya en la narración de Simón, no lo define más que parcial-
mente. Porque su verdadero valor se sitúa en el campo de la razón, la me-
sura, el autocontrol, la finura en el trato social, la capacidad de diálogo y
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