Montecino - Madres y Huachos Resumen
Montecino - Madres y Huachos Resumen
Montecino - Madres y Huachos Resumen
Santiago de Chile
Catalonia .
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Forma común de vida o de comportamiento que adopta un grupo de individuos que pertenecen a
una misma sociedad.
2) Ser madre y ser hijo: el huacho como drama complementario de las identidades
genéricas.
A. Conquista y colonia, nacimiento del huacho y la madre sola
La conquista de américa fue, en sus comienzos, una empresa de hombres solos que violenta
o amorosamente gozaron del cuerpo de las mujeres indígenas y engendraron con ellas
vástagos mestizos (p.48).
Huampan Poma de Ayala habla sobre el origen de la palabra cholo, a cuál remite al quiltro,
la cruza entre en un perro fino con uno corriente, un ser sin raza definida. Este mismo sentido
se aplica para el significado de mestizo, categoría que no era pensada ni en los precolombinos
ni en los europeos. De igual modo, la unión entre la mujer india y el español (durante la
conquista) es una relación que muy pocas veces terminó en la institución del matrimonio,
situación en la cual la madre quedaba sola, con su hijo, y el padre español ausente. La
progenitora, presente y singular era quien entregaba una parte del origen; el padre era
plural, podría ser éste o aquel español, un padre genérico (p.46). Esta situación, histórica y
común en Latinoamérica, es representada por el mito de La Llorona, en donde la mujer india,
según la autora, no rechazaría al español, más al ser abandonada, repudia al hijo bastardo,
quien nace en ese desarraigo y así mismo es lanzado a la historia. La mujer sola entonces –
junto con un hijo sin padre y sin legitimidad – es la gran figura de la memoria colectiva.
En la Colonia, con el arribo de las mujeres españolas al territorio Latinoamericano, los
españoles establecen sus elaciones de parentesco, paralelo a esto el número de mestizos
aumenta, con lo cual se establecen nuevos patrones filiales y de descendencia.
En relación a esto se nos presenta primeramente el intento de la corona española por imponer
el estilo español, el cual se basa en el ideal católico occidental de familia, sin embargo, esto
no tiene efecto, ya que el concubinato indígena aparece, según Ronaldo Mellafe, como el
camino que toman las mujeres indias y mestizas de ascender socialmente, en los estratos
establecidos por el proceso de conquista. La autora explica que, la noción de huacho, está
fuertemente arraigada en la memoria colectiva, en tanto problemática de ilegitimidad y
bastardía, lo cual se puede ver en la actualidad en los códigos civiles. También juega un
papel importante en la composición social, ya que son las capas medias las que deben
reconocer en la ilegitimidad de nacimiento parte importante de su origen. El sello del
huacho, se identifica como una particularidad de la conformación familiar en nuestro
territorio, ya que se presenta como el predecesor de las relaciones extraconyugales.
Las “instituciones” (sociales) que propician el surgimiento de la ilegitimidad fueron el
amancebamiento y la barraganía. La primera resultaba del acuerdo de la pareja en formalizar
su relación por medio de la iglesia, en este sentido podían convivir y desarrollar vida de
pareja. Esta situación se explica por la estratificación colonial, y principalmente por las altas
contribuciones que cobraba el clero por la ceremonia. La consecuencia es que la mayoría del
pueblo hace vida de pareja a gusto, a la vez que pueden cambiar de parejas de igual modo
(en especial el hombre).
La barraganía por otro lado es el resultante de, cuando un español al instalarse en familia
bajo los cánones católicos occidentales, sigue manteniendo relaciones con mujeres mestizas
o indias, es decir, mantiene concubinato. De esta manera la mujer sola y su hijo bastardo
pasan a formar una especie de sub-familia, la cual es aceptada en un sentido más modesto
que la familia legitima. La familia colonial, en el caso de Chile, entonces podría semejarse a
un modelo o tipo poligámico, fenómeno que, según Mellafe, se explica por la desproporción
de sexos (cantidad) de la época, al igual que el hecho de que la indígena provenía de una
sociedad en donde la poligamia era permitida.
Para Montecino esto no es así, ya que en este tipo de familias (chile) todos los hijos son
reconocidos y las mujeres, aunque tienen status diferentes no están en posición de concubinas
(esto tiene que ver con la concepción occidental católica de familia). La barraganía es
entendida por la autora como otra vertiente del universo mestizo, en donde se evidencia la
brecha entre el discurso y la práctica, el ideal del blanqueamiento y la realidad mestiza. De
este tipo de hechos se desprende el “culto a la apariencia”, que, junto con el simulacro, serán
actitudes evidentes de la composición mestiza.
Tomando estudios sobre la economía rural y minera de Salazar y Pinto, se reconoce la
reproducción del huachuraje, junto con la imagen del lacho. Este último agrega otro matiz a
la familia chilena; el lacho es el huacho que, desplazado de su espacio natal, “ampara” a la
mujer, no a una, sino a muchas conforme a su deambular. El lacho, imagen proveniente del
norte chico y la minería, está ligado a la prostitución. En cuanto a las familias, estas se
encuentran expuestas a las presiones del medio, en donde las reglas son puestas por las
circunstancias, las normas impuestas por la autoridad civil y religiosa tienen poco peso en
este contexto. Las “circunstancias”, mencionadas por Jorge Pinto, son las que Montecino
entiende como constitutivas del huacho mestizo: el abandono, lo errático del padre que
emula el hijo.
La cultura mestiza entonces está marcada (a nivel general en Latinoamérica) por un modelo
familiar en donde las identidades genéricas ya no corresponden ni a la estructura indígena
no a la europea, prevaleciendo el núcleo de una madre y sus hijos. Esto deja la pregunta:
¿Cómo fundaba la identidad masculina un huacho cuyo padre era ausente? ¿Cómo se
constituía la identidad de la mestiza huacha frente a una madre presente y único eje de la vida
familiar? Creemos que la respuesta se anida para la mujer en la constitución inequívoca de
su identidad como madre (espejo de la propia, de la abuela y de toda la parentela femenina)
y para el hombre en ser indefectiblemente un hijo, no un varón, sino hijo de una madre
(Morandé, 1984). La figura del padre tránsfuga, es también la imagen del poder, un dominio
lejano y masculino que reside en los espacios fuera del hogar (dentro de este el poder lo
detenta la madre). (p.54)
B. La República, el tiempo del huacho y de la madre replegados en los bordes sociales y en
el imaginario mestizo
Si en el periodo colonial, la barraganía y la familia compuesta por la madre y el hijo son el
modelo familiar común, ahora la república transforma, al menos en el discurso y las
“restricciones” sociales, esas fórmulas. Las relaciones ilegítimas (concubinato, barraganía)
son vistas ahora como no deseables, en tanto estas no permiten el progreso del país, esto ya
que los independentistas (los lideres) buscaban el ideal de la civilización. La sexualidad debía
entonces ser constreñida, es particular la de la mujer, junto con su libertad. Así, las capas de
la alta sociedad, durante el siglo XIX, se apegan al modelo cristiano-occidental, monógamo
y fundado por la ley del padre o pater, y las capas medias y populares persisten reproduciendo
una familia centrada en la madre con su hijo y una figura paterna ausente. Adelantando, a
pesar de que en el siglo XX estos ideales siguen en las clases altas dominantes, junto con la
pretensión de “blanqueamiento”, subterráneamente siguen en ellas las relaciones ilegítimas
y el huachuraje. La china, la mestiza, la pobre, continuó siendo ese “oscuro objeto del deseo”
de los hombres; era ella quien “iniciaba” a los hijos de la familia en la vida sexual; pero
también era la suplantadora de la madre, en su calidad de “nana” (niñera) (p.55)
En el mundo del inquilinaje, es el patrón, dueño de fundo quien ostenta el poder, por ende,
quien tiene el supuesto derecho de procrear huachos en las hijas, hermanas y mujeres de los
campesinos adscritos a su tierra. En este sentido, la práctica de la ilegitimidad y el abandono,
siguen presentes en la época republicana. Las casas de huérfanos u hospicios a lo largo del
territorio son prueba de ello. Así, es como en este periodo es donde se presenta con mayor
vigor el “culto a la apariencia”, herencia del Chile colonial, pero con la diferencia de que
ahora, todo apunta a esa concepción del orden civilizatorio, el cual será causa de la supresión
de diversas prácticas populares, las cuales permitían el libre discurso de una sexualidad y de
una ritualidad. Se suprimen las practicas ilegitimas, al igual que las relaciones de
concubinato, amancebamiento y barraganía duramente en la vida cotidiana, pero son las
capas populares las que sienten mayormente el peso, no obstante, se desarrollan en todo nivel
social.
5) Madres y guerreras
Del relato mariano, se puede observar el despliegue de un cuerpo múltiple referente a lo
femenino en la imagen de la virgen. Corporeidad virginal y femenina que encuentra su
significado ya sea del lado de los españoles o del de mestizos e indios. La guerra y los
periodos de conflictos se presentan como escenario casi sobrenatural en donde la mater
divina ocupa un lugar central.
Lo particular de esta multiplicidad de rostros marianos es que la faz materna ha predominado
sobre la guerra, aun cuando esta sea Patrona de las armas. Ser la madre de los desamparados,
la virtual progenitora de los mestizos, el refugio de los indígenas, la protectora de cosechas
y la restauradora de la salud son los atributos – entre otro – que nuestra cultura ha
privilegiado. No obstante, la distinción simbólica entre madre y guerrera, que se ve en la
virgen durante la conquista y colonia, remite a la oposición vida/muerte, la cual puede ser
reanimada por soldados contemporáneos. Según la mirada, la virgen ocupará uno de los dos
polos, y, sin embargo, siguiendo está lógica, siempre remitirá a la idea de bien, siempre será
buena. La posibilidad de tener una doble polaridad, tiene que ver, desde la visión de la autora,
con la cosmovisión dual, particular del mundo mestizo latinoamericano. Las vírgenes de este
modo portan en si lo alto y o bajo, la dulzura y la agresividad. Es decir, lo unívoco aparente
– lo puramente maternal – habla desde los espesores subterráneos del crisol, de pliegues y
repliegues en que se afinca lo femenino. En este sentido, se entabla una relación con la
identidad genérica de Latinoamérica en tanto mestizos y sincretismo cultural, pero referente
a lo femenino. Siguiendo con la idea del sincretismo, igualmente se observa que en la cultura
precolombina, las divinidades femeninas tenían un componen dual, heredado a la concepción
mariana mestiza de la virgen, en tanto soporte ambivalente de lo femenino.
6) La virgen como símbolo del Nuevo Mundo
Esta imagen tiene que ver con La Virgen Madre, caracterizada por una sobre-pretensión de
los rasgos maternales, asentados en la divinidad. El culto mariano así viene a dar identidad
de origen a los mestizos e indígenas (desamparados), esto ya que así pueden estos hacerle
frente a un poder que los despojó tanto en su historia como de sus bienes. Esto se evidencia
en el papel de la virgen durante las luchas emancipadoras.
Si durante la Conquista y la Colonia los diversos cultos a la Virgen propiciaron esa igualdad
colectiva, que se afincó en un nacimiento – el del Nuevo Mundo -, en una estirpe – la de los
mestizos – tutelados figurativamente por la mater, los procesos de Independencia resituaron
esta identidad de procedencia. Ya no solo se trataba de la simpe pertenencia a una madre
común, sino de un proyecto e transformación de los territorios y sujetos cobijados por ella.
Es en este sentido en que el criollo se entiende a sí mismo como la síntesis de lo “mejor” de
ambos mundos, rechazando así al indio y europeo concreto. Paradójicamente, se niega a
pertenecer a la cultura mestiza, la cual opera, quiera o no, en él fuertemente. De este modo
se pasa de una concepción guiada por la mater, a una en donde el pater, en forma de patria
viene a ocupar su lugar.