Bernardo Veksler
Bernardo Veksler
Bernardo Veksler
El furor desatado en la península fue tan grande que comenzaron a gestarse asociaciones y suscripciones para
solventar expediciones con el fin de cumplir el sueño de regresar con las bodegas repletas. “Salvo contadas
excepciones como fue el caso de Colón o Magallanes, las aventuras no eran costeadas por el Estado, sino por los
conquistadores mismos, o por los mercaderes y banqueros que los financiaban” (7).
Para contar con una aproximación del formidable impacto que generó esta irrupción de riquezas en el territorio
europeo, basta con tomar como referencia que la totalidad del oro existente para esa época en el “viejo mundo” fue
estimado en unos mil millones de dólares y la plata en unos mil quinientos millones de dólares actuales.
Las cifras del saqueo, con seguridad, deberían elevarse notablemente si se considerasen la cantidad de navíos
hundidos, que son cuantiosos en las aguas del mar Caribe, en las costas chilenas y en la confluencia austral de los
océanos Pacífico y Atlántico, por donde circulaba la mayoría de los cargamentos.
La recuperación del cargamento de las bodegas, hace unos años atrás, de “El Preciado”, frente a costas uruguayas, fue
valuado en cifras que oscilaban entre 600 y 3.000 millones de dólares. Sólo en las proximidades del río de la Plata
existen otras ocho embarcaciones hundidas con sus bodegas repletas de oro y plata.
Por otro lado, habría que considerar la carga secuestrada por piratas y corsarios que fueron a parar a otras potencias
europeas. Como es el caso del “pillaje obtenido por (Francis) Drake” que “puede ser considerado con justicia como la
fuente y el origen de la inversión externa británica. Con él, Isabel pagó la totalidad de su deuda externa e invirtió una
parte del remanente en la Compañía de Indias Orientales, cuyos beneficios representaron, durante los siglos XVII y
XVIII, la principal base de las ligazones externas de Inglaterra... Jamás hubo una oportunidad tan prolongada y tan rica
para el hombre de negocios, el especulador y el aprovechador. En esos años de oro, nació el capitalismo moderno”
(9).
El despegue capitalista
“La plata y el oro de América penetraron como un ácido corrosivo, al decir de Engels, por todos los poros de la sociedad
feudal moribunda en Europa, y al servicio del naciente mercantilismo capitalista los empresarios mineros convirtieron
a los indígenas y a los esclavos negros en un numerosísimo “proletariado externo” de la economía europea” (7).
“El transporte de esclavos elevó a Bristol, sede de los astilleros, al rango de segunda ciudad de Inglaterra, y convirtió
a Liverpool en el mayor puerto del mundo. Partían los navíos con sus bodegas cargadas de armas, telas, ginebra, ron,
chucherías y vidrios de colores, que serían el medio de pago para la mercadería humana de África, que a su vez pagaría
el azúcar, el algodón, el café y el cacao de las plantaciones coloniales de América. Los ingleses imponían su reinado
sobre los mares. A fines del siglo XVIII, África y el Caribe daban trabajo a ciento ochenta mil obreros textiles en
Manchester; de Sheffield provenían los cuchillos, y de Birmingham, 150 mil mosquetes por año” (7).
España y Portugal, que fueron los primeros en intentar la unidad nacional, indujeron a la revolución comercial; pero
cada vez más su enriquecimiento fue agravando su dependencia con las naciones más industrializadas. Los ibéricos
cumplieron un rol contradictorio, por un lado, fueron los agentes que fortalecieron a la incipiente burguesía europea,
que se enriqueció aceleradamente y comenzó a enfrentar al absolutismo feudal hasta derrocarlo. Pero, internamente,
tanto España como Portugal carecieron de una burguesía industrial, razón por la cual el flujo masivo de riquezas
consolidó a la monarquía limitando la proyección de la fugaz prosperidad. Los principales acaparadores del oro y plata
americanos fueron sólo un puerto de paso de esas riquezas, utilizado para las crecientes demandas del aparato estatal
y de las nutridas y parásitas castas de nobles y frailes, su destino final fue capitalizar y expandir a la burguesía
manufacturera francesa, flamenca e inglesa.
“La condición de acreedores del Tesoro, no sólo de Carlos V sino también de Felipe II, que vendía con anticipación los
cargamentos de oro de las Indias para sostener aventuras militares y religiosas, permitió a los banqueros y
comerciantes extranjeros controlar los metales preciosos y convertirse en los rectores de la economía española. Era
uno de los tantos tributos que el pueblo español pagaba por la incapacidad de sus clases dominantes para lograr la
unidad nacional, el desarrollo de la industria y la creación del mercado interno” (4).
Los colonizadores americanos tuvieron un objetivo claramente capitalista. La organización de la extracción, tráfico y
producción fue para generar ganancias prodigiosas y, sobre todo, para proveer y desarrollar el mercado mundial.
“Si no inauguraron en el “Nuevo Mundo” un sistema de producción capitalista fue por la inexistencia de un ejército de
trabajadores libres. Esta carencia obligó a los colonizadores a utilizar opciones no capitalistas como semiesclavitud y
esclavitud. Sintetizando: producción y colonización por objetivos capitalistas, relaciones esclavas o semiesclavas de
producción y denominaciones propias del feudalismo fueron los pilares sobre los que se asentó la Conquista de
América” (10).
Primer genocidio
“Había de todo entre los indígenas de América: astrónomos y caníbales, ingenieros y salvajes de la Edad de Piedra.
Pero ninguna de las culturas nativas conocía el hierro ni el arado, ni el vidrio ni la pólvora, ni empleaba la rueda. La
civilización que se abatió sobre estas tierras desde el otro lado del mar vivía la explosión creadora del Renacimiento
(…) El desnivel de desarrollo de ambos mundos explica en gran medida la relativa facilidad con que sucumbieron las
civilizaciones nativas” (7).
El primer impacto fue el asombro y el miedo ante los cañones de bronce, arcabuces, mosquetes, pistolones y la fuerza
mágica del blanco subido a un caballo, que dieron a los recién llegados una aureola mística ante los cándidos ojos de
los nativos .
“Los unos nos traían agua; otros otras cosas de comer (…) otros se echaban a la mar nadando y venían, y entendíamos
que nos preguntaban si éramos venidos del cielo. Y vino uno viejo en el batel dentro, y otros a voces grandes llamaban
todos hombres y mujeres: venid a ver los hombres que vinieron del cielo; traedles de comer y de beber. Vinieron
muchos y muchas mujeres, cada uno con algo, dando gracias a Dios, echándose al suelo, y levantaban las manos al
cielo…” (11).
Esta confusión inicial fue aprovechada rápidamente por los astutos españoles, que dominaron fácilmente a las
sociedades más adelantadas de América: los sedentarios aztecas, incas y mayas. Estas sociedades habían llegado a
formas sociales similares a las de los egipcios, asirios y caldeos, con la existencia de un estado e incipientes formas de
explotación tanto de los sectores plebeyos como de los pueblos vecinos, que eran violentamente sometidos. Esto
explica que las sociedades americanas más desarrolladas y poderosas, por sus contradicciones internas, fueron las que
con más facilidad fueron sojuzgadas.
En cambio, las tribus que adoptaban formas sociales comunistas primitivas, fueron las que más dificultades y
resistencia interpusieron al invasor. Las sociedades nómades dieron valientes batallas para enfrentar el sometimiento;
pero la diferencia abismal de desarrollo económico y tecnológico, expresado en el potencial bélico, hacía inexorable
el resultado final. “Los indios de América sumaban no menos de setenta millones y quizás más, cuando los extranjeros
aparecieron en el horizonte. Un siglo y medio después se habían reducido en total a sólo tres millones y medio...” (12)
El genocidio comenzó a implementarse en la guerra de conquista. Luego, en la explotación inhumana de los socavones.
Allí, los indígenas sufrían el desarraigo, al ser obligados a dejar sus tierras y familias; se les imponía un ritmo de trabajo
al que no estaban acostumbrados; los socavones les devoraban los pulmones y los dejaba rápidamente discapacitados.
Algunos adelantaban el inexorable final con el suicidio, otros mataban a sus hijos para liberarlos del yugo inevitable y
la capacidad reproductiva se deterioraba paralelamente al desinterés por la vida.
Las rebeldías de los americanos fueron apaciguadas con un cóctel de violencia y persuasión. La Iglesia los sometía por
la vía religiosa para luego obligarlos a trabajar en producciones agrícolas, forzándolos a abandonar sus hábitos
culturales y su vida ancestral dedicada a la caza, la pesca y la recolección; generando efectos similares a los de los
socavones.
Puerto Rico fue un ejemplo de ello, a la llegada de los españoles, la población indígena era de unas setenta mil almas;
treinta años después, en 1530 –cuando se hizo el primer censo- la población nativa se limitaba a 473 personas libres
encomendadas y 675 indios esclavos.
“Muchos indígenas de la Dominicana se anticipaban al destino impuesto por sus nuevos opresores blancos: mataban
a sus hijos y se suicidaban en masa. El cronista oficial Fernández de Oviedo interpretaba así, a mediados del siglo XVI,
el holocausto de los antillanos: “Muchos dellos, por su pasatiempo, se mataron con ponzoña por no trabajar, y otros
se ahorcaron con sus manos propias” (7).
Otro importante porcentaje de nativos fue víctima de las enfermedades introducidas por los europeos, los organismos
indígenas no estaban preparados para resistir a los virus y bacterias importados. Así, la viruela, gripe, sífilis, tifus, lepra,
entre otras, produjeron estragos. “Los indios morían como moscas; sus organismos no oponían defensas ante las
enfermedades nuevas. Y los que sobrevivían quedaban debilitados e inútiles. El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro
estima que más de la mitad de la población aborigen de América (...) murió contaminada luego del primer contacto
con los hombres blancos” (7).
América ofrecía enormes posibilidades de enriquecimiento y toda una jauría humana desembarcó en sus costas para
cumplir con esos sueños de pronta prosperidad a cualquier precio. En ese contexto, el inmenso territorio conquistado
ofrecía posibilidades ilimitadas: “...la sistematización económica del inmenso espacio conquistado por los españoles
puede ser resumida así: distribución de tierras en cantidad casi ilimitada a los conquistadores y atribución a los mismos
de un gran número de indios adscriptos al trabajo forzado en esas tierras. Terminado el momento violento de la
conquista no se puede decir que la colonización se haya desarrollado sobre principios diferentes” (13).
Otro genocidio lucrativo
El debate generado a partir del Quinto Centenario dejó a las claras la orgía de sangre desatada por el supuestamente
protocolar “Encuentro de Dos Culturas”. El exterminio de la población nativa, junto a las necesidades de reposición
de mano de obra para ocuparla en las flamantes explotaciones, dio lugar a una nueva rama económica del naciente
capitalismo: el tráfico de esclavos.
Ingleses, holandeses y franceses se destacaron en este flamante negocio. Los cazaban como a animales en el África,
luego los cargaban en los barcos para atravesar el Atlántico. Su primer destino fueron las Antillas, luego prácticamente
toda América.
Sólo entre 1680 y 1688, la Real Compañía Africana embarcó 70 mil negros, de los cuales sólo llegaron a las costas
americanas unos 46 mil. En Haití, ingresaba un promedio de treinta mil esclavos por año. En 1789, la población de la
mitad francesa de la isla Española era de cuarenta mil blancos y 450 mil negros.
IMPORTACIÓN DE ESCLAVOS DEL ÁFRICA POR REGIONES
1451-1870 (Estimado en miles de personas)
Región 1451-1600 1601-1700 1701-1810 1811-1870 TOTAL
Norteamérica
- - 348 51 399
inglesa
Hispanoamérica 75 292,5 578,6 606 1.552,1
Caribe inglés - 263,7 1.401,3 - 1.665
Caribe Francés - 155,8 1.348,4 96 1.600,2
Caribe holandés - 40 460 - 500
Caribe danés - 4 24 - 28
Brasil 50 560 1.891,4 1.145,4 3.646,8
Europa 48 2 - - 50
Santo Tomé 76 24 - - 100
Islas del Atlántico 25 - - - 25
TOTAL 275 1.341 6.052 1.898 9.556
Fuente: Hebe Clementi. La abolición de la esclavitud en América Latina
La reconstrucción de los datos disponibles permite determinar que, en no menos de un siglo, se importaron unos diez
millones de nativos africanos. Para algunos, esa estimación se duplica.
“Se trata de 17 millones de seres humanos, cifra que debe ser por lo menos duplicada por las matanzas que seguían a
la persecución y captura, las muertes en los traslados a los puertos (la inenarrable crueldad de separar a las madres
de sus hijos) y en las travesías marítimas, debido a las enfermedades, ya que era más barato reemplazar un esclavo
que curarlo. Si bien la esclavitud tiene orígenes lejanos, en los inicios del Siglo XIX alcanzó su máxima intensidad. La
exploración del interior de África por los europeos comenzó en el Siglo XIX (anteriormente, los esclavistas se limitaban
a capturar esclavos mediante alianzas con pueblos aborígenes). Gracias a la violencia, las potencias dominaron el
continente” (14).
Si se toma en cuenta que gran cantidad de africanos morían antes de pisar tierra americana; víctimas de las cacerías,
en el traslado hacia los barcos, en las tortuosas travesías hacinados en las bodegas o en el desembarco; la cifra de
seres arrancados violentamente de África puede elevarse a cuarenta o cincuenta millones desde que comenzó este
sucio comercio hasta mediados del siglo diecinueve, provocando el arrasamiento de regiones enteras. Aldeas, etnias
y culturas fueron aplastados por la irrupción de los esclavistas.
El censo de 1790 de Estados Unidos indicó que los esclavos sumaban 697 mil individuos. En 1861, esa cifra se elevó a
más de cuatro millones. Un miembro de la Cámara de Diputados de España, decía en 1870: “Un esclavo que por
reglamento debía trabajar 16 horas en la zafra y ocho o nueve durante el resto del año. Un esclavo que recibe no más
de una camisa, un calzoncillo, un pañuelo y un gorro. Un esclavo que se alimenta con seis u ocho plátanos, con ocho
onzas de carne de bacalao o con cuatro de harina o de arroz. Un esclavo que llega con los dolores que ha sufrido desde
que lo embarcaron en la costa de África, que llegó a la costa desde su lugar natal durmiendo en suelos húmedos, que
es llevado a Cuba en un barco de 200 toneladas entre más de quinientos negros, con gérmenes de todo tipo de
enfermedades, traspasan los mares con un 25 por ciento de bajas, es arrojado al mar como insignificante lastre si el
buque zozobra...” (7).
En esas condiciones el promedio de vida del esclavo no podía ser muy elevado. El esclavismo como toda forma de
explotación creó su ideología justificadora, sosteniendo que los negros eran de naturaleza distinta, subhumanos, de
una raza inferior, que se asemejaban a los monos, entre otras barbaridades contrarias a la ciencia.
El papel de la Iglesia
La Conquista de América se ejecutó a través de la apabullante superioridad tecnológica y militar europea. Pero esta
brutal dominación se complementó con la sutil participación de la Iglesia. Esta institución siempre cumplió un papel
funcional a los que ostentaron el poder. Su actuación durante la conquista no fue muy distinta del rol cumplido en
épocas más recientes, cuando cooperó con regímenes siniestros como los representados por Hitler, Mussolini, Franco
o Videla.
Los religiosos buscaron congraciarse con los nativos al ofrecerles algunas formas de protección ante el salvajismo
colonizador, para luego someterlos por la vía de la imposición cultural e ideológica.
El solo hecho de haber impuesto una creencia distinta, demuestra el profundo desprecio de los sacerdotes hacia las
costumbres ancestrales indígenas. El objetivo de inculcar, catolicismo mediante, la resignación y la docilidad ante el
nivel de explotación infrahumano al que eran sometidos, permitió la incorporación de una cuantiosa mano de obra
barata y útil para los proyectos de los forasteros. Las mitas y encomiendas sirvieron para organizar la explotación
agropecuaria y minera, gran parte de ellas en beneficios de la propia Iglesia.
El rol perverso jugado por esta institución fue tan notorio que, ante el debate desatado que lo dejó en evidencia, sólo
pudieron erigir la figura del sacerdote Bartolomé de las Casas, con la intención de neutralizar su complicidad con la
barbarie cometida. Pero el propio de las Casas fue un encomendero que empleó a los nativos. Luego, cuestionó el
sistema y se proclamó a favor de la introducción de africanos para reemplazar a los diezmados aborígenes antillanos.
Ante la contundencia de los argumentos, la Iglesia comenzó a ensayar disculpas y pedidos de perdón. Los obispos
guatemaltecos así lo hicieron con el pueblo maya y rindieron homenaje a las creencias religiosas nativas “que veían
en la naturaleza una manifestación de Dios” (16)
Muchos herederos de los que sufrieron en carne propia las atrocidades de los invasores europeos y el cínico papel de
la Iglesia, aprovecharon la oportunidad del viaje de Juan Pablo II a Lima, en 1984, para entregarle una carta firmada
por el Movimiento Indio Kollasuyo, el Partido Indio y el Movimiento Túpac Katari, de Bolivia y Perú, que en uno de sus
párrafos decía lo siguiente: “Hemos decidido aprovechar la visita del Papa para devolverle su Biblia, pues en cinco
siglos no nos ha dado ni paz, ni amor ni justicia... Por favor, llévese su Biblia y désela a nuestros opresores, cuyos
corazones y cerebros necesitan más de sus preceptos morales... Recibimos la Biblia, que fue el arma ideológica del
asalto colonialista. La espada española que de día atacaba y mataba cuerpos indios, de noche se volvía cruz que
atacaba el alma india...” (17).
Las rebeliones
A pesar de la enorme desproporción de fuerzas, los sometidos por los conquistadores se rebelaron en innumerables
oportunidades. Una de las insurrecciones más destacadas fue la del 4 de noviembre de 1780, liderada por José Gabriel
Condorcanqui (Túpac Amaru). Sometidos por la escandalosa esclavitud de la mita, miles de indios trabajaban y morían
en los obrajes y las minas. Durante años, antes de tomar la decisión de rebelarse, Túpac había buscado el apoyo de los
obispos de Cuzco y La Paz para frenar los abusos que se cometían con los nativos. Pero nada había conseguido.
Desechados esos caminos, Túpac comenzó entonces a organizar secretamente el levantamiento que abarcaría todo el
Altiplano y parte del noroeste argentino. El día del alzamiento comenzó con la detención del corregidor Antonio de
Arriaga, quien fue ejecutado en la plaza de Tungusuca. Allí, se convocaron miles de nativos y mestizos que conformaron
un ejército de desesperados, apenas armados de palos y cuchillos. Ante la multitud, Túpac afirmó su intención de
“cortar el mal gobierno de tanto ladrón zángano” y liberar, por igual, a indios y criollos. Comenzaron a avanzar,
destruyendo a su paso los obrajes, pero el movimiento fue frenado y el líder detenido y torturado. Durante el tormento
no reveló el nombre de ninguno de sus colaboradores, hasta que fue condenado al descuartizamiento (18).
Las rebeliones y masacres prácticamente abarcaron todo el continente americano. Tanto los indios del lejano oeste
como los pampas y tehuelches reaccionaron con los malones y otras formas de resistencia al avance incontenible de
los colonos blancos. Los araucanos derrotaron reiteradamente a los ejércitos españoles y mantuvieron durante siglos
bajo su dominio inexpugnable el territorio al sur del BíoBío (zona sur de Chile). Diaguitas y quilmes, entre cientos de
etnias, expresaron también su valiente rebeldía.
Los esclavos traídos de África también protagonizaron rebeliones. En 1522, los esclavos de Diego Colón –hijo de
Cristóbal- llevaron a cabo la primera sublevación que se tenga memoria, fueron sosegados y terminaron ahorcados en
los senderos del ingenio.
En Brasil, los numerosos negros que huían de las explotaciones hacia la selva, comenzaron a agruparse en la espesura
boscosa. Los cimarrones se fueron concentrando y organizando hasta llegar a constituir el territorio libre de Palmares,
en pleno Amazonas. La superficie que controlaban llegó a alcanzar un tercio del dominio portugués de la época.
Durante todo el siglo XVII resistieron el acoso de expediciones holandesas y portuguesas que intentaron aniquilar a
ese mal ejemplo.
Palmares contaba con abundancia de alimentos, porque la producción estaba al servicio de las necesidades, existían
policultivos que contrastaban con las explotaciones de los colonizadores, donde predominaba el cultivo de la caña de
azúcar, que se producía para abastecer al mercado europeo.
En 1791, estalló una exitosa rebelión negra en Haití que logró abolir la esclavitud y provocó la huida masiva de los
blancos. Trece años después, constituyeron la primera república negra de América, cuya constitución consideraba
negros a todos los ciudadanos independientemente del color de su piel.
La resistencia de los oprimidos y la comprobación por parte de los poderosos que la mano de obra esclava no era
suficientemente productiva, que las nuevas técnicas necesitaban de una mayor capacitación y que podría ser mucho
más lucrativa la incorporación como consumidores de esos millones de trabajadores forzados, produjo el fin de esa
lacra.
La “Campaña del Desierto” de la burguesía criolla
Una vez que se consolidaron en el poder, luego de superado el radicalizado y tumultuoso período de la emancipación
latinoamericana, las nacientes oligarquías y burguesías se orientaron con voracidad a ocupar el espacio territorial
expulsando a sangre y fuego a los legítimos dueños de las tierras.
El promotor de la campaña contra los indios pampeanos así exponía ante el Congreso su plan: “En la superficie de
quince mil leguas que se trata de conquistar, comprendida entre los límites del río Negro, los Andes y la actual línea
de fronteras, la población indígena que la ocupa, puede estimarse en veinte mil almas, en cuyo número alcanzan a
contarse de 1800 a 2000 hombres de lanza... Su número es bien insignificante con relación al poder y a los medios de
que dispone la Nación. Tenemos seis mil soldados armados con los últimos inventos modernos de la guerra, para
oponerlos a dos mil indios que no tienen otra defensa que la dispersión, no otras armas que la lanza primitiva” (19).
El exterminio de los indios pampeanos fue aprobado por la oligarquía bonaerense. Como consecuencia de ese despojo
sangriento, 1843 personas se repartieron 41.787.023 hectáreas de la mejor tierra argentina, entre 1876 y 1903.
“Sesenta y siete propietarios pasaron a ser dueños de 6.062.000 hectáreas”. Hacia la segunda década del siglo XX,
“concluido ya el proceso de formación de la propiedad rural, solamente cincuenta familias eran propietarias de más
de 4 millones de hectáreas de la provincia de Buenos Aires” (20).
El presidente Miguel Juárez Celman, en 1888, justificó con argumentos racistas los “obsequios” efectuados luego del
brutal desalojo indígena: “Dicen que dilapido la tierra pública, que la doy al dominio de capitales extranjeros: sirvo al
país en la medida de mis capacidades. (Carlos) Pellegrini mismo acaba de escribirme que la venta de 24 mil leguas sería
instalar una nueva Irlanda en la Argentina. ¿Pero no es mejor que estas tierras las explote el enérgico sajón y no que
sigan bajo la incuria del tehuelche?” (21).
La barbarie de los uniformados llegó a sensibilizar hasta a los mismos voceros de la oligarquía. El diario La Nación del
16 de noviembre de 1878, con el título de “Setenta indios fusilados!” , cuestionó que los hechos ocurridos en Villa
Mercedes (San Luis) no respetaban “ni las leyes de la humanidad ni las leyes que rigen el acto de la guerra”, dado que
existía la opción alternativa y disponible para el comandante, según el diario, de “mandarlos bien seguros a Buenos
Aires, como se ha hecho con otros” (20).
Pero, no sólo hubo numerosas ejecuciones sumarias, también, como en todo genocidio, hubo campos de
concentración al mejor estilo del nazismo. El relato de John Daniel Evans sobre un encuentro entre galeses y nativos,
permitió detectar la existencia “de un reformatorio en Valcheta (Río Negro) en el cual el gobierno después de 1885
había concentrado a “la mayoría de los indios de la Patagonia”, quienes “estaban cercados por alambre tejido de gran
altura”. Evans cuenta que reconoce entre los recluidos a un amigo de la infancia a quien no puede rescatar por carecer
del dinero que se le pide para ello y que finalmente muere al poco tiempo en aquel campo de concentración” (22).
La isla Martín García fue otro campo de concentración de nativos, donde los forzaban a trabajar picando piedras.
También existen constancias de la existencia de otros similares en Carmen de Patagones, Junín de los Andes,
Chinchinales y los cuarteles de Retiro.
El general Roca fue el “héroe” de la denominada “Campaña del Desierto”, un eufemismo que encubría que el territorio
conquistado estaba poblado por “veinte mil almas”. El alma mater del genocidio pampeano, no sólo fue homenajeado
por los beneficiarios locales y compensado con parte del botín, también recibió agradecimientos externos. “En Londres
se hizo un homenaje gigantesco al general Roca. La Crónica dirá: “Jamás los altos banqueros y comerciantes de
Londres, en número tan grande y selecto han ofrecido a un hombre público extranjero iguales demostraciones de
simpatía ni tributado a un país tan altos elogios como los que han hecho a la República Argentina” (20).
Esta conducta de la burguesía criolla fue, con algunas diferencias de matices, la que se repitió en cada país americano.
“Según Michel Foucault, el genocidio –o mejor dicho, el programa genocida, independientemente de sus resultados
concretos- forma parte intrínseca de la constitución de las naciones modernas” (23).
Las películas del lejano oeste invierten cínicamente los roles de quienes fueron los protagonistas del salvajismo. Un
líder piel roja, a fines del siglo pasado, reflejó con estas palabras su angustia: “estoy cansado de luchar. Nuestros jefes
han muerto... Todos los ancianos han muerto. Hace frío y no tenemos frazadas. Los pequeñuelos mueren de frío.
Algunas de mis gentes han escapado a las montañas y no tienen abrigo ni alimento... Quiero tener tiempo de buscar
a mis hijos y ver cuántos de ellos han quedado. Acaso los encuentre entre los muertos. Oíd, mis jefes, mi corazón está
triste y enfermo. Estoy cansado” (24).
El aniquilamiento continúa, la rebelión también.
Negros e nativos participaron en la primera línea de combate en la guerra de independencia y fueron utilizados en las
luchas y guerras fratricidas posteriores. Tanto Argentina como Paraguay contaban con una gran población negra hoy
casi inexistente, fruto de ese exterminio sufrido al que aportaron también numerosas epidemias.
Rigoberta Menchú, originaria guatemalteca Premio Nobel de la Paz, afirmó tiempo atrás que: “En los últimos veinte
años, he recorrido todos los países con pueblos indígenas. Y por doquier encontré la misma realidad: nadie quiere
darnos voz... Hace poco estuve en Canadá: indígenas de esas tierras, fueron despojados de todo por las empresas
multinacionales que talan los bosques. Actualmente, hay ocho de estas firmas en plena actividad. Allí pudimos ver lo
que está haciendo nada más que una de esas compañías: en un año talaron bosques por una extensión que supera el
millón doscientos mil metros cuadrados por lo que serán necesarios doscientos o trescientos años para que esa tierra
recupere su ritmo natural” (25).
No es muy distinto el panorama de los pueblos originarios en toda América, los sobrevivientes del genocidio continúan
sufriendo crímenes, despojos, atropellos y represión cuando intentan manifestarse en defensa de sus derechos.
Durante los primeros años de la gesta emancipadora latinoamericana, los oprimidos vieron que sus reclamos se
vinculaban con las causas nacionales. El general Simón Bolívar abolió la esclavitud, Juan José Castelli liberó a los
indígenas del Alto Perú de las encomiendas, San Martín habló de “nuestros paisanos los indios” y José Gervasio Artigas
redistribuyó tierras entre los pobres.
La opresión que siguen sufriendo los nativos, negros, mulatos y mestizos no es muy distinta a la que sufren obreros,
jornaleros, campesinos y millones de marginados. El sistema capitalista, con su versión globalizada, continúa
acumulando víctimas.
La lucha por la liberación del sojuzgamiento dependerá de que las crecientes víctimas puedan resistir y doblegar al
sistema de dominación imperante. Los gobernantes funcionales a ese status quo son los responsables del
empobrecimiento generalizado, del hundimiento de las economías y de la descomunal entrega del capital social. Ellos
son los causantes de que 180 millones de niños, mujeres y hombres latinoamericanos padezcan hambre, miserias,
marginación y desesperanza.
Este nuevo aniversario de la llegada europea a tierras americanas, encontrará a la mayoría de los gobernantes de
nuestros países nuevamente promoviendo perimidas celebraciones, no es casual, ellos son los que abren las puertas
a la colonización, entregan las riquezas, someten al pueblo trabajador a cada vez mayores sufrimientos y eliminan
todo rasgo social progresista.Ayer como hoy la sangre, el sudor y las lágrimas que se derraman son de los oprimidos y
sólo en ellos está la posibilidad de redención.
NOTAS:
1- Carlos Marx, El Capital. Libro I. Editorial Claridad. Buenos Aires, 1966.
2- Carta de Federico Engels a C. Schmidt, 17/10/1890. . Correspondencia
3- Huguette et Pierre Chaunu. Séville et l'Atlantique (1504-1650). Paris, S. E. V. P. E. N., 1955-1960. (École pratique des Hautes-
Études. VIe section. Centre de recherches historiques. Collection « Ports, routes, trafics », n° 6).
4- Luis Vitale. Historia Social Comparada de los pueblos de América Latina, Tomo I. Atelí, Punta Arenas, 1998.
5- Pedro de Cieza de León, La Crónica del Perú Cap. CXV. Sevilla, 1553.
6- H.J. Hamilton. American Treasure and the Price Revolution in Spain. Harvard University Cambridge, USA, 1934.
7- Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina. Siglo XXI, 1989.
8- Oscar Pintos Santos, basado en los estudios de H.J. Hamilton. Diario Gramma, La Habana, 6/5/90.
9- John Maynard Keynes, Treatise on Money. Harcourt, Brace and Company, Nueva York (1930)
10- Nahuel Moreno y George Novak. Feudalismo y Capitalismo en la Colonización de América. Ediciones Avanzada. Buenos Aires,
1972.
11- Reseña del 14 de octubre de 1492 del Diario de Colón. Ediciones Cultura Hispánica. Madrid, 1972.
12- Darcy Ribeiro, Las Américas y la Civilización. Editor Fundación Biblioteca Ayacucho. Caracas 1992
13- Ruggiero Romano. Le Rivoluzione del centro e Sudamérica, in Le revoluzioni borghesi. Fratelli Fabril. Milán, 1973.
14- Hebe Clementi. La abolición de la esclavitud en América Latina. Editorial La Pléyade. Buenos Aires, 1974-
15-Andrés Soliz Rada. Europa y el tráfico de esclavos. www.argenpress.com, 17/11/2008.
16- Diario Página 12, Buenos Aires, 10/10/92.
17- Diario La Nación, Buenos Aires, 13/2/85.
18- Diario Clarín, Buenos Aires, 4/11/91.
19- Informe del general Julio Argentino Roca al Congreso de la Nación en 1875. Diario de Sesiones.
20- Osvaldo Bayer y otros. Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los Pueblos Originarios. El Tugurio,
Buenos Aires, 2010.
21- Rodolfo Puiggrós. Historia crítica de los partidos políticos. Editorial Galerna, Buenos Aires, 2006.
22 – Walter Delrío y otros. Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los Pueblos Originarios. El Tugurio,
Buenos Aires, 2010.
23- Diana Lenton y otros. Historia de la crueldad argentina. Julio A. Roca y el genocidio de los Pueblos Originarios. El Tugurio,
Buenos Aires, 2010.
24 -Samuel E. Morrison, Henry S. Commager y Wllliam E. Leuchtenburg. Breve historia de los Estados Unidos. Fondo de Cultura
Económica. México, 2012.
25- Diario Clarín, Buenos Aires, 23/7/2001.
FUENTES: