La Sociología y La Medicina RAMOS
La Sociología y La Medicina RAMOS
La Sociología y La Medicina RAMOS
2006/18
Silvina Ramos2
Sánchez de Bustamante 27 1173 Buenos Aires / Argentina (54-11) 4861-5204 / Fax: 4862-0805 www.cedes.org
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La sociología y la medicina: por qué, para qué y cómo construir
puentes?1
Silvina Ramos2
CEDES, Buenos Aires, Argentina3
El objetivo de este trabajo es reflexionar sobre el vínculo entre la medicina y las ciencias
sociales a la luz de sus respectivas trayectorias, al tiempo que señalar algunos de los
obstáculos presentes para una colaboración más productiva entre estos dos campos del
saber y de la intervención sobre la salud/enfermedad.
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Trabajo final del seminario de doctorado “Las paradojas de la medicalización. Etnografía,
profesionalización y política: una comparación entre la profesión médica y la antropológica,
dictado por el Prof. Joseph Comelles, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos
Aires.
2
Socióloga, directora e investigadora titular del CEDES.
3
Centro de Estudios de Estado y Sociedad, Sánchez de Bustamante 27 (1173) Buenos Aires,
Argentina. Fax (54-11) 4862-0805. Teléfonos (54-11) 4865-1707/1704. Email salud@cedes.org
Webpage: www.cedes.org
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Tres razones explicarían esta tendencia en las ciencias sociales. En primer lugar, el
convencimiento de que la salud/enfermedad es uno de los terrenos más fértiles para la
aplicación y puesta a prueba de las teorías, metodologías y técnicas de las ciencias
sociales. En segundo, la centralidad que han cobrado el sector salud y los fenómenos que
lo acompañan, dentro de la sociedad, el mercado y el escenario público y político, y por
último, pero no por ello menos importante, el hecho de que este ámbito de especialización
ofrece oportunidades de inserción laboral a los científicos sociales, como investigadores,
planificadores, evaluadores, gerentes de programas, etc.
Se podría añadir que no sólo en las sociedades en vías de desarrollo suelen presentarse
problemas, "ruidos" en la comunicación, o equívocos en lo concerniente a la "traducción"
o resignificación por parte de la población de los mensajes de la medicina occidental, sino
que existen sobradas evidencias de que dichos problemas se presentan también en las
poblaciones de los propios países desde donde el modelo de la medicina occidental se
proyecta.
Aunque podrían citarse muchos más ejemplos o síntomas del reconocimiento que por
fuera de las ciencias sociales están ganado las mismas, puede resaltarse
emblemáticamente sólo uno: la Organización Mundial de la Salud (OMS),
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mayoritariamente integrada por médicos, promueve y apoya explícitamente la
investigación antropológica y en otras ciencias sociales en varios de sus programas (el
IET -Programa de Investigación en Enfermedades Tropicales- o el HRP –Programa de
Reproducción Humana.
Haciendo un gran salto en el tiempo, tenemos que a fines del siglo XVIII y principios del
XIX, con el advenimiento de la Revolución Industrial y el concomitante proceso de rápida
urbanización, vuelve a plantearse y se recrea con fuerza la preocupación por la relación
entre la salud/enfermedad y las condiciones de vida de la población. En ese momento, el
sentido común y la experiencia práctica ponen de relieve que el alimento, el agua, el aire,
el hacinamiento, las condiciones de habitación, la sobre-explotación de la fuerza de
trabajo, etc., incidían en la mortalidad, a través de la propagación de enfermedades
transmisibles (tifus, tuberculosis, sarampión, cólera, etc.), imponiéndose como respuesta
del estado el establecimiento de medidas de higiene pública, profilaxis, salubridad y
saneamiento.
Paradójicamente, no muchos años después que Virchow acuñara aquella célebre frase,
que en cierto modo resumía el programa político y científico que reivindicaba el
movimiento de la "medicina social" francesa (Jules Guerin, Louis René Villermé) y
alemana (Solomon Neumann, Rudolf Leubescher y el propio Virchow), la medicina
atravesaría un punto de inflexión a partir del cual se abriría un largo período de divorcio y
alejamiento entre ella y las ciencias sociales.
Para la biomedicina:
♦ la enfermedad consiste en una desviación respecto al funcionamiento biológico normal
(en otros modelos predomina la idea de armonía, adaptación activa, ajuste, balance,
etc., con el medio natural, social e incluso cósmico);
♦ toda enfermedad se encuadra en una etiología específica. La doctrina de la etiología
específica terminó expandiéndose desde las enfermedades infecciosas hacia otras
que podrían ser producidas por lesiones fisiológicas o deficiencias en los procesos
metabólicos y de crecimiento. La enfermedad se origina en la entrada en el cuerpo de
un virus, bacteria o parásito, o bien en una deficiencia interna, identificable en un gen
(sin embargo, bajo circunstancias naturales rara vez una infección produce una
enfermedad fatal: los desórdenes patológicos se desencadenan únicamente cuando la
resistencia natural a los parásitos, bacterias, etc., está minada por las condiciones en
que se vive);
♦ al margen de los períodos históricos, las diferentes culturas y sociedades, cada
enfermedad tiene rasgos específicos y distintivos que son universales a toda la
especie humana. La taxonomía de enfermedades es genérica (sin embargo, hay una
crucial diferencia entre la definición de un proceso biológico y las definiciones clínicas
de los signos y síntomas: la medicina no es simplemente una biociencia, sino una
biociencia aplicada).
Los nombres de Durkheim, Weber, Simmel, etc., (esto es, algunos de los "padres
fundadores" de la sociología) permiten evocar que la sociología surge y madura científica
y teóricamente al hilo de una abierta pugna y combate con las teorías biológicas --
biologistas- que intentaban explicar el comportamiento humano en virtud de ciertas
características innatas. Concretamente, la teoría sociológica se desarrolla resistiendo y
criticando la "importación" del biologismo al pensamiento social, una "importación" que se
expresaba en el organicismo de Herbert Spencer -para quien la sociedad tenía una
estructura y un funcionamiento analógico al de las especies animales más evolucionadas-
y en el darwinismo social.
Charles Mc Intire (1894) con "The Importance of the Study of Medical Sociology" y
James Warbasse (1910) con "Medical Sociology: A Series of Observations Touching
upon the Sociology of Health and the Relation of Medicine to Sociology", son los
primeros en utilizar el término “sociología médica”. Ambos sostenían que la enfermedad
no es un fenómeno puramente biológico y que la vida social configura el contexto en
que se desarrolla la práctica de la medicina.
La diferenciación trazada por Strauss fue perdiendo vigencia en los Estados Unidos y,
en verdad, nunca llegó a cobrar entidad en Europa. Más allá de la opacidad o nitidez de
los límites entre una y otra, actualmente nos encontramos con un escenario en el cual la
presencia y aceptación de las ciencias sociales ha terminado por tornarse inevitable.
¿Cuáles son los aportes de las ciencias sociales a la comprensión de estos procesos y
nuevas realidades? Una forma rápida, exhaustiva y directa de contestar esta pregunta
consiste en revisar alguna de las revistas especializadas, como, por ejemplo, Social
Science and Medicine, la Revista Mexicana de Salud Pública, los Cadernos de Saude
Publica, los Cuadernos Médico-Sociales, el Journal of Health and Social Behavior, entre
otras. Esos aportes aunque están íntimamente imbricados, puede analizárselos en tres
niveles diferentes: teórico-conceptuales, temáticos y técnico-metodológicos.
Por otra parte, las ciencias sociales sostienen que los modos en que las sociedades y las
culturas encaran colectivamente la respuesta a la enfermedad y el mantenimiento de la
salud de sus poblaciones, están sujetos a fuerzas e intereses políticos, ideológicos y
económicos. Y que la medicina es una práctica social influida por estas fuerzas e
intereses, que se desarrolla en instituciones con perfiles particulares. Además, desde el
ángulo de las ciencias sociales, los principios epistemológicos de la medicina, sus
patrones de racionalidad, neutralidad y objetividad, y la causalidad imputada a los
elementos biológicos y bioquímicos, pueden ser pasibles de una lectura en clave
histórico-cultural y, por lo tanto, ser relativizados (Payer, 1990).
En segundo lugar, en términos de su aporte temático, las ciencias sociales han transitado
una amplísima gama de tópicos. Temas que han ido variando y acrecentándose, en virtud
de las polémicas y de las lagunas detectadas en las teorías, pero sobre todo como
reacción a las nuevas realidades que se han ido presentando. Sería imposible enunciar la
totalidad de esa gama de tópicos. A título ilustrativo, vale enumerar algunos de los temas
abordados por las ciencias sociales de la salud en un solo país, el Brasil, en los años
recientes, según una revisión hecha por Ana María Canesqui : políticas públicas de salud,
instituciones médicas psiquiátricas, saberes y prácticas relativos a los sistemas
alternativos de cura, reproducción humana y sexualidad, el cuerpo, relaciones entre
trabajo y salud, relación médico-paciente, movimientos sociales en salud, etc. (Canesqui,
1997)
Por último, respecto a los aportes técnico-metodológicos, las ciencias sociales tienen
acumulados sobrados antecedentes en metodologías cuantitativas, antecedentes que les
vienen proporcionados, sobre todo, por la sociología. Más exactamente, por la sociología
que se realiza con información estadística secundaria o con sondeos y encuestas a
muestras representativas de población. Esta vertiente de las ciencias sociales -sean o no
sus temas los de la salud/enfermedad- se despliega dentro de cánones que se
emparentan con los aceptados por la investigación médica, verbigracia, la investigación
clínica y epidemiológica. Hoy en día en muchos estudios médicos los datos se procesan
con el SPSS (Statistical Package for Social Sciences), programa masivamente utilizado
por las ciencias sociales en su modalidad cuantitativa.
Pero las ciencias sociales abrevan también en otra tradición: la de las metodologías
cualitativas, tributaria, entre otras fuentes, de la antropología y de la sociología, al estilo de
la Escuela de Chicago en su época de apogeo, allá por los años '20 y '30. Las
metodologías cualitativas trabajan con las palabras; con técnicas de recolección de datos
como la entrevista en profundidad o semi-estructurada, los grupos focales, la observación
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sistemática o participante, las historias de vida, los diarios personales, etc., y otras
todavía poco difundidas en América Latina, como las free lists (listados de libre
enumeración) o los pile sorts (agrupamientos en pilas); con muestras no probabilísticas,
en las que la selección de las unidades se decide con arreglo a su cualidad relevante en
cuanto al tema; con información que se registra bajo la forma de verbatim de los sujetos
investigados, o de transcripciones o notas hechas por el investigador al hilo de su
inmersión en el mundo que examina (Llovet y Ramos; 1995).
La investigación cualitativa permite comprender los significados que los sujetos asignan a
las cosas y a los demás sujetos, así como a las relaciones con las unas y los otros. Su
meta es recuperar el sentido de las acciones humanas a partir de las vivencias y del
esquema cognitivo de quienes las ejecutan, detectando, describiendo y explicando la
trama de aquellos significados, su articulación y jerarquización, en virtud del contexto
cultural particular en que los sujetos coexisten. Paralelamente, compara a los sujetos y a
los grupos de los que son miembros, a fin de detectar homogeneidades y
heterogeneidades.
En primer lugar, el malestar que podemos dar en llamar "hay demasiados invitados a la
cena". Por su propia naturaleza, por los desafíos que plantean los avances científico-
tecnológicos y las nuevas realidades epidemiológicas y, además, como producto de la
compleja relación de fuerzas entre las disciplinas y profesiones que intervienen, la
salud/enfermedad se ha ido construyendo como un campo eminentemente
multidisciplinario. A ello hay que añadir que los problemas de salud/enfermedad favorecen
un tipo de investigación "orientada a problemas", en la que el problema a estudiar
condiciona los instrumentos cognitivos pasibles de ser empleados, y en la que la borrosa
dicotomía básica-aplicada tiende a inclinarse hacia el segundo de estos términos,
debiendo privilegiarse la pluralidad de saberes vis-a-vis la insularidad profesional.
La cultura de las ciencias sociales es diferente. Aún cuando no podamos hablar de una
cultura homogénea y ni siquiera hegemónica dentro de las ciencias sociales, podemos
reconocer que, en general, las disciplinas aplicadas (como la sociología de la salud y la
antropología médica) comparten un territorio relativamente poco prestigioso dentro de los
espacios académicos de sus respectivas disciplinas madres. Esto se debe en buena
medida al prejuicio de que la orientación hacia la resolución de problemas deja de lado,
inevitablemente, la reflexión y el desarrollo teóricos, al tiempo que también distiende la
rigurosidad metodológica.
Por otra parte, para los cientistas sociales el tiempo se mide de otra manera pues no
están urgidos por atender demandas particulares de personas concretas. Adicionalmente,
la no-intervención sobre el contexto es un requisito que frecuentemente se trata de
respetar en estas disciplinas. Por último, el éxito de su praxis se mide en términos de la
producción de textos valorados por la comunidad científica y es en ese sentido que los
cientistas sociales deben rendir cuentas, casi exclusivamente, a esa comunidad científica.
Dados estos parámetros básicos diferentes y recuperando una idea de Van der Geest en
un editorial publicado en un número reciente de Social Science and Medicine, todo parece
indicar que cualquier esfuerzo de colaboración será productivo si y sólo si aquellos que
pertenecen a la cultura de las ciencias sociales y aquellos que pertenecen a la cultura de
la medicina abandonan su miedo etnocentrista a los pensamientos diferentes y aceptan
las consecuencias prácticas del hecho de que la realidad de la salud/enfermedad es en sí
misma "multidisciplinaria" (Van der Geest, 1995).
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Otro malestar que podemos identificar actualmente es el de “la incierta utilidad de los
esfuerzos”, malestar generado por la percepción de cierta inadecuación entre el
conocimiento producido sobre los problemas de salud y enfermedad y el conocimiento
necesario para resolver estos problemas. La cuestión de cómo orientar la agenda de la
investigación, producir y traducir los resultados de esfuerzos de investigación para
orientar las decisiones de los decisores, stakeholders y comunidad, continúa siendo un
problema central para los ciencistas sociales. A esta dificultad debe agregarse la
percepción de lo que parece ser una sub-utilización del conocimiento producido por las
ciencias sociales para orientar acciones e intervenciones, tanto en el plano programático
como asistencial (Bronfman y otros, 2000).
Por último, el malestar de “los límites de los métodos”, asentado en la constatación de las
limitaciones de los diversos abordajes metodológicos y por consiguiente, la inevitable
conclusión de que necesitamos de nuevas estrategias metodológicas para mejorar la
comprensión de los problemas de salud/enfermedad. La tradicional disputa sobre la
robustez científica de la investigación cuantitativa versus la investigación cualitativa nos
ha eclipsado a la comunidad científica, distrayéndola de la tarea de reflexionar sobre las
limitaciones y debilidades "consustanciales" a cada tipo de abordaje metodológico. La
heterodoxia y el pragmatismo para producir conocimiento e intervenir sobre el campo de
la salud/enfermedad parecen ser hoy día los caminos más prometedores (Trostle, 2002).
La reflexión sobre estas cuestiones, con vistas a crear y recrear formas de trabajo entre
las ciencias sociales y la medicina que resulten cada vez más capaces de responder a los
problemas de salud/enfermedad de la población es, a esta altura del desarrollo de ambos
campos del saber y de sus respectivas comunidades profesionales, parte ineludible de la
responsabilidad profesional.
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