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El Dominio Minero

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EL DOMINIO MINERO

Por

EDUARDO A. PIGBETTI

El problema y sus dos enfoques


En todas las épocas civilizadas ha preocupado justificar —con
fundamentos filosóficos- diversos sistemas de distribución de la
riqueza minera, pensados con el objeto de satisfacer las exigencias
politicas y económicas de las etapas en que eran propuestos. Todo
el esfuerzo de teorización en tal sentido, fue dirigido a determinar
si debía reconocerse algún primer propietario sobre las sustancias
minerales yacentes en la corteza terrestre o si por el contrario
no reconocían las minas ningún dominio originario y podían ser
utilizadas o explotadas libremente, sin obligación de respetar situa-
ciones jurídicas preexistentes.
Entre el primer extremo (hubo en el origen de los tiempos
un dueño de los minerales) y el segundo (las minas no fueron de
propiedad de nadie) se han alineado diversas concepciones, cuya
influencia ha llegado a nosotros e informando la legislación
mundial.

II

Las soluciones propuestas


Los partidarios de reconocer la existencia de un propietario
inicial, buscaron en el dueño del
suelo o en el depositario de la
autoridad (rey, emperador, etc.) el sujeto que habría detentado
por primera vez el derecho de dominio minero. Con ello, lograron
instaurar los dos siguientes sistemas:
1) De Accesión
la —preconizado a consecuencia del concepto
romano del dominio común o civil- se caracteriza por
considerar las minas como propiedad del dueño del suelo
o fundo superficiario, a quien le perteneceria por ser la
sustancia minera accesoria del inmueble (cosa principal)
y justo motivo para extender el derecho de dominio al
subsuelo.

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No existe para esta orientación una diferente propie-
dad entre las superficie terrestre y el subsuelo mineral,
por lo cual, es conocida como posición civilista.
2V Regalista. Distingue la propiedad existente en la superficie
de la tierra de la propiedad minera (subterránea), cuyo
dominio considera originario del rey (de allí su nombre),
si bien éste está inhibido de explotar, y debe delegar la
propiedad al primer descubridor o peticionante. La cir-
cunstancia de haber desaparecido el rey, como persona de
derecho, no ha producido variante en 1a teoría, puesto que
el Estado Constitucional ha heredado todos los caracteres
de la soberanía realista.
En los tiempos actuales, el notable incremento en las
funciones del Estado obligó a los poderes públicos a aban-
donar la antedicha prohibición de explotar —decretada por
el pensamiento liberal-—, por lo que es dable
en nuestros días el regalismo tradicional del moderno (que
muchos autores llaman dominial, olvidando que ambos son
sistemas basados en el dominio), que se caracteriza no sólo
por conferir la propiedad al Estado, sino también por auto-
rizarlo a explotar -con o sin monopolio- una o varias
clases de minerales.
E1 cuadro de posiciones sobre el tema, se completa con el es-
tudio de los postulados por nosotros llamados nihilistas, rubro
bajo el cual encasillamos a quienes consideran inexistente un pro-
pietario de la riqueza minera, si bien reconozcan en-los aspectos
prácticos serias afinidades con la tesis regalista.
'Son representantes de esta corriente los sostenedores del sis-
tema de

l) Res Nullius. Asigna a las minas el carácter de cosas sin


dueño e interpreta que recién al ser descubiertas, existen
jurídicamente. Por todo ello, el sistema requiere la inter-
vención del Estado a fin de distribuir la riqueza entre los
interesados en explotarla (que pueden o no ser dueños del
suelo, descubridores del minera u ocupantes).
El sistema en comentarlo constituye el más apropiado
para establecer un régimen de y contratos es-

peciales de concesión a particulares, por la función titular


que asigna a la Administración Pública. I

2) Ocupación. Reconoce idéntico punto de partida (las minas


son res nullius), pero considera lo más conveniente, el
conferiralapeisonaopersonasqueocupanmmina,
la propiedad de la misma.

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III

Criterio de dominio minero adoptado por el Código Argentino


Acabamos de analizar las diversas concepciones existentes
para justificar en el terreno jurídico un adecuado régimen de
aprovechamiento minero, por lo que corresponde ahora que nos

aboquemos a exponer el criterio legal vigente en la República Ar-


gentina como consecuencia de la sanción del Código de la materia.
Nuestra ley ha adherido en lo fundamental, el sistema rega-
lista —por nosotros llamado tradicional—, puesto que ha fijado
como base de su sistemática los cuatro principios ya enunciados de:
l) Dominio originario del Estado.
2) Obligación (para el Estado) de otorgar las sustancias a

los particulares.
3) Prohibición de explotar por parte del Estado.
4) Existencia de una propiedad particular de las minas, dis-
tinta de la existente en la superficie, pero —al igual que
ésta- también considerada inmueble.
Por tratarse de la estructura de la ley de 1887 (sin las modi-
ficaciones de las leyes 12.161, 12.709, Decreto-ley 22.447/56 y ley
14.773), vamos a exponer en forma breve, cada uno de los puntos
señalados.

1) Dominio originario del Estado. Está consagrado por el ar-


ticulo 7 del Código, que lo declara en forma expresa. La circuns-
tancia de entregar el dominio a la Nación o a las Provincias en

cuya jurisdicción se hayan situadas, no es sino la consecuencia


de la aplicación estricta de un principio de organización federal,
que fuera introducido en la legislación por el Código Civil (véase
art. 2342 del C. C.) y reiterado por la ley 726 (del año 1875) que
al disponer la revisión del Proyecto de Código de Minería pre-
sentado por don Domingo de Oro, insistió en su art. 2° en que...
“El redactor del Código tomará como base la confección de ese
trabajo, el principio de que las minas son bienes privados de la
Nación o de las Provincias, según el territorio en que se encuen-
tran.”
'

De lo expuesto surge que la Constitución Nacional había


guardado absoluto silencio sobre el tema y que la organización
minera se realizó sobre la base del régimen federal adoptado y
la facultad del Congreso de dictar un ordenamiento minero na-
cional (art. 67°, inc. 11, C. N.).
No debe otorgarse a la expresión “bienes privados" que utili-
zamos en derecho minero, el alcance asignado comunmente en el
derecho civil, pues de admitirlo en el sentido común, llegaríamos
a concluir que el Código de Minería sólo regla los derechos del
Estado propietario, lo que es en todo contrario al espíritu de la

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dirigida cumplimentar los cuatro
reguJación,expresamente a pun-
tos en vista.

2) Obligación (para el Estado) de otorgar las sustancias a los

particulares. Nace en precepto legal (art. 8° del C. de M.) la obli-


gación por parte del Estado de otorgar a los particulares, el dere-
cho a explorar y explotar sustancias e igualmente de permitir la
transmisión de los derechos que por el hecho de la búsqueda y
descubrimiento corresponda a las personas.
El principio que comentamos está orientado a permitir la más
liberal forma de trabajo en el ramo, coincidiendo, en consecuen-

cia. con la mentalidad antiintervencionista existente al tiempo


de la ley.
Tal criterio ha sido paulatinamente abandonado por la legis-
lación nacional en razón de la actlmción cada vez mayor del Poder
Público en nuestros días, de lo que es fiel exponente la normati-
vidad sobre materiales críticos y nucleares e hidrocarburos.

Volviendo a lo nuestro es justo destacar que la obligación del


Estado de entregar las sustancias es punto de partida de los dere-
chos particulares de exclusividad y preferencia sobre las minas,
puesto que si lo que la ley concede a los particulares es la facultad
de buscar, nada más acorde con el principio de equidad que el
conferirlas al primero en ponerlas de manifiesto ante la autoridad.

3) Prohibición de explotar por parte del Estado. Se trata de


garantir con este postulado el principio de igualdad que debe
existir entre los particulares que peticionan derechos mineros.
No sería prudente —en el concepto de la ley- que después de
otorgado todo el territorio del país a la actividad privada, pudiera
aparecer el Estado (máxima autoridad en la materia) ejerciendo
algún derecho a nombre propio y monopolizando por sí y ante si
todas las sustancias que su interés pretendiera. El Código es en
principio, absolutamente contrario al régimen de “reservas” (sus-
tracción de zonas a la exploración y explotación mineras), si him
su creador admite como posible, en casos especials de utilidad
pública, el expropiar los minerales descubiertos, ajustándose al
procedimiento fijado por las normas constitucionales. -

4) Existencia de una propiedad particular de las minas (ete).


Este principio es uno de los más controvertidos nuestro dere-
cho minero, porque resulta frecuente entender que nuestro Código
otorga “concesiones” a la manera de la ley h'ancesa de 21_de Abril
de 1810, vale decir, dar la mina al descubridor en base a un con-
trato-concesión establecido por ley.
Sin embargo, nada nos parece tan distante de la doctrina legal
como esa aseveración. En nuestro criterio, rupaldado por los ar-
tículos 10, ll, 12 y 244 del C. de M., existe un verdadero derecho
de propiedad sobre las sustancias mineras que el Estado otorga
a quien las pone de manifiesto. -

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El mencionado derecho —en expectativa mientras se cumplen
los requisitos para obtener la titularidad del yacimiento- se toma
definitivo al mensurarse la zona explotada. Cumplido ese recaudo,
existe una verdadera “Propiedad minera” susceptible de trans-
ferirse por'cualquiera de los modos del derecho (venta, donación,
permuta, etc.) sin que medie la intervención del Estado que ini-
cialmente la puso en comercio.
Por lo dicho, consideramos correcto interpretar las expresio-
Código que aluden a “concesión”
nes del como significativas de la
actividad pública de otorgar la riqueza y constituir con ella una
propiedad particular de naturaleza inmueble, negando toda vincu-
lación inmediata con el jurídico
contenido de una concesión.
Es oportuno destacar que la circunstancia de reconocerse en

el subsuelo una propiedad distinta de la civil establecida en la


superficie, no significa en modo alguno quebrar el principio de
derecho civil que extiende la propiedad del suelo a toda su pro-
fundidad y al espacio aéreo, porque es práctica legislativa estable-
cer excepciones a ese principio por intermedio de leyes mineras.
Corrobora lo dicho, el Código Civil Argentino, que al establecer
en su art. 2518 que el derecho real de dominio comprende todos
los objetos que se encuentran bajo el suelo —como los tesoros
y las minas- deja en salvo las modificaciones a esta norma, que
pudieran disponerse por las leyes especiales. Por lo expuesto, es
obvio el destacar la perfecta armonía que guardan entre sí los
ordenamientos civil y minero.
Pero si avanzamos aún más en el estudio de las vinculaciones
existentes entre ellos, logramos determinar que la base tomada
por la ley para reconocer y otorgar las sustancias es precisamente
la propiedad superficial. Así cuando ésta (propiedad superficial)
es considerada de menor valor e importancia económicas que las
sustancias del subsuelo, se la tiene por accesoria y el propietario
del fundo no tiene ningún derecho sobre las minas existentes en
los límites propios.
Por el contrario, cuando la importancia del yacimiento mine-
ral es menor, la ley prefiere respetar la propiedad superficial y
no cambiar el principio del art. 2518 del C. C. Esto último en tér-
minos generales, porque es justo el recordar que la ley minera
también juega aquí con alguna excepción.

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